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Fundaciones, lágrimas y servicios

La integración del Teatro de la Zarzuela en la fundación que gobierna el Teatro Real ha


encendido el debate en torno al modelo de gestión cultural. Ha coincido con la
renuncia de Antonio Moral a continuar al frente del Centro Nacional para la Difusión
Musical (CNDM), cansado por la rigidez de la administración pública. Sin duda le falta
más flexibilidad y más agilidad, pero ello no tiene que estar reñido con la necesaria
supervisión. La lentitud es señal de un mal funcionamiento y de una mala vigilancia
que depende, en última instancia, de los políticos puesto en altos cargos que deberían
corresponder a profesionales independientes. Y es que muchos políticos están cada día
más paralizados por el miedo y la desconfianza, por sus luchas y sueños de poder, o
por un desvergonzado y paradójico desprecio hacia la cosa pública. Hacen ruido y
producen poco. La pasividad es una estrategia en boga que maneja magistralmente el
presidente del gobierno. ¡Es genial! ¡Don Tancredo recompuesto! No hacer nada
supone hacer mucho: dejar que arriesguen los contrincantes y que la erosión actúe
sobre ellos y sobre objetivos encubiertos pero bien definidos. La educación, la ciencia
y la cultura son víctimas de estas maneras. El axioma de que el gobierno corrompe y
politiza lo que toca es un magnífico ejemplo de profecía auto-cumplida. En
consecuencia, se retira para que sean la sociedad y sus fuerzas económicas quienes
sostengan estos sectores. Por eso llevan años hablando de un fantástico mecenazgo
que exima al gobierno de sus responsabilidades culturales. Mientras esperamos tal
milagro, el gobierno se desentiende de las grandes instituciones culturales construidas
durante décadas con el esfuerzo de generaciones. Las abandona a su suerte aunque
sean tan exitosas como el CNDM dirigido por Antonio Moral, o la Orquesta Nacional
que lidera estupendamente Félix Alcaraz y que ha cumplido 80 años sin pena ni gloria.
Pretenden que se auto-financien merced a la caridad como, al parecer, logra el Teatro
Real. Sin embargo, la polémica con la Zarzuela está descubriendo que en este coliseo
las cosas no son tan idílicas como parecen, ni su autonomía tan grande como se quiere.
Al hablar de una fundación imaginamos una entidad independiente, dotada y
financiada por su creador, como la de Juan March. Cuando se trata de una fundación
pública las cosas se tuercen, pues se cruzan intereses inconfesables que plasman los
peores pronósticos. Aceptando que hay mucho que cambiar en la administración, en
los servicios públicos y en las instituciones culturales, ¿no sería más lógico empezar por
ahí, en vez de agravar los problemas y aceptar una derrota anticipada? La buena praxis
debería reforzar y sanear las instituciones culturales antes de aniquilarlas o sustituirlas
por engendros peores. Sueño con una cultura rica, accesible, plural, libre, solidaria,
democrática, transparente y apoyada por el gobierno. Tenemos mucho talento, mucho
arte y mucho camino recorrido. Nuestro país cuenta con un tesoro tan inmenso como
arrinconado. Ojalá estos ojos puedan contemplar algún día la consumación de los
mejores presagios, antes de que todas esas vivencias, todo ese caudal artístico, todos
“esos momentos se pierdan en el tiempo… como lágrimas en la lluvia”.

Víctor Pliego de Andrés

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