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Funciones metalingüísticas y dobles lecturas del código:

estudio introductorio a través de los “dardos” de F. Lázaro Carreter

Ana Pano
Università degli Studi di Bologna

Muchas operaciones verbales como, por ejemplo, la creación de palabras derivadas, la


traducción, el desarrollo verbal en los niños, se llevan a cabo bajo un control
metalingüístico a través del cual la selección y la combinación de los constituyentes del
mensaje verbal implican una serie de operaciones metalingüísticas que facilitan
información acerca del funcionamiento y de las posibilidades del código (Jakobson,
1988 [1980]; Weinrich, 1981 [1976]). Tomando como punto de partida un estudio de
Vigara Tauste (1992) sobre el alcance metalingüístico que la lingüística teórica atribuye
a nuestro comportamiento comunicativo, analizamos las características principales de lo
que la autora llama funciones metalingüísticas explícitas y funciones metalingüísticas
implícitas. Las primeras aparecen sobre todo en actividades de desambiguación y de
reflexión sobre terminología. Las segundas invitan a razonar sobre el código cuando
éste se utiliza con otros fines como la ironía. Llevamos a cabo una reflexión basada en
los ejemplos de uso incorrecto de la lengua en el lenguaje periodístico, recogidos por
Fernando Lázaro Carreter en sus célebres libros El dardo en la palabra (1997) y El
nuevo dardo en la palabra (2003). Por un lado, el autor lleva a cabo una función
metalingüística refiriéndose al código de manera explícita; por otro lado, apela a la
conducta metalingüística del lector usando el código como referente de manera irónica y
lúdica. En este último caso, la función metalingüística invita a jugar con las
posibilidades de relación significante-significado-sentido del signo lingüístico y, por
tanto, no puede desligarse de las funciones poética y referencial.

El metalenguaje y la función metalingüística

Jakobson habla de función metalingüística en “Metalanguage as a Linguistic Problem”


(1980), un artículo en el que toma prestado el término “metalenguaje” de Tarski, quien
usa sistemáticamente esta noción, y encierra entre comillas los signos (palabras,
expresiones) cuando son objeto de mención (y no de uso). No obstante, la distinción
entre uso y mención está basada en la teoría de la jerarquía de lenguajes propuesta por
Russell (1922) en su “Introducción” al Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein.
Distinguiendo entre lenguaje-objeto y metalenguaje, Russell busca evitar la paradoja
semántica derivada de uno de los principios recogidos en esa obra: “Lo que puede ser
mostrado no puede ser dicho” (1921 [1997]: 67). En este mismo sentido, Jakobson
asigna al término “metalenguaje” un significado equivalente al del lenguaje “que hace
del lenguaje el objeto de su reflexión” y habla entonces de función metalingüística o
glosadora cuando la comunicación se concentra en el código. Como es sabido, partiendo
de la teoría general de las funciones –emotiva, conativa y referencial– del lenguaje de
Karl Bühler, Jakobson establece una caracterización genérica del lenguaje, y más

Metalinguaggi e metatesti. Lingua, letteratura e traduzione, XXIV Congresso AISPI (Padova, 23-26 maggio 2007),
a cura di A. Cassol, A. Guarino, G. Mapelli, F. Matte Bon, P. Taravacci, Roma, AISPI Edizioni, 2012, pp. 607-616.
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concretamente de la comunicación verbal, a partir de seis factores básicos: hablante,


oyente, mensaje, contexto, código y contacto. Asimismo asigna a cada factor una
función específica: expresiva, conativa, referencial, poética, metalingüística y fática
respectivamente. La función metalingüística está pues centrada en el código y se lleva a
cabo cuando nos detenemos a aclarar el sentido de una palabra o a analizar la lengua en
cualquiera de sus aspectos.
Cabe recordar aquí que, como un dominio más de la experiencia, el lenguaje
aparece representado en las lenguas como un campo léxico-semántico que puede ser
estructurado a partir de toda una serie de distinciones funcionales. Las unidades
pertenecientes a este campo corresponden precisamente a la función metalingüística
(Coseriu, 1981 [1977]: 108). Se trata no sólo los términos, enunciados o locuciones del
metalenguaje científico-técnico sino también del “metalenguaje corriente” (Rey-
Debove, 1978), es decir, un conjunto de construcciones mediante las cuales los
hablantes comprueban si emplean o no el mismo código 1 y reflexionan sobre el propio
idioma. De este modo, la función metalingüística predomina en la comunicación cuando
el propósito principal de ésta es atender a los signos que se están empleando y que,
según Loureda (2003: 18), pertenecen a tres ámbitos específicos de la lengua: la
fraseología, la gramática y el léxico.
Como apunta Vigara Tauste (1992), “la lingüística ha añadido poco a una
concepción filosófica que identifica la función metalingüística con el metalenguaje o
lenguaje con el que se habla acerca del lenguaje”. Por este motivo, se la considera una
función externa, secundaria, limitada a ciertas estructuras típicas como la mención o la
“frase ecuacional” utilizada en las definiciones, que se relaciona con un uso particular
de la función referencial en la que el referente es el código, el lenguaje, y no una
realidad extralingüística. Según la autora, la función metalingüística se suele relegar a la
categoría de secundaria por dos motivos: a) la ausencia de rasgos formales que permitan
identificarla inequívocamente; y b) la imposibilidad de aislar en los enunciados una
función metalingüística diferenciada de la función referencial. En efecto, la proposición
“el bolígrafo es un objeto para escribir” y “el bolígrafo es útil” no son formalmente
distintas y solamente pueden diferenciarse desde un punto de vista semántico.
Las excepciones a una concepción de la función metalingüística limitada al
metalenguaje que pueden encontrarse en las descripciones de los lingüistas “suelen ser
usos intuitivos de útil aplicación práctica pero sin valor teórico” (Vigara Tauste, 1992).
En este sentido, una visión más completa y adecuada del metalenguaje debe superar el
modelo tradicional, ampliando el campo de acción y consideración de la función
metalingüística. Para ello, la autora propone: a) extender los criterios formales y
semánticos que acompañan a la función metalingüística; b) tener en cuenta el hecho de
que es una constante en la comunicación, puesto que el lenguaje humano no sólo está
capacitado para hacer uso de esta suerte de reflexividad, sino que está confinado y
condicionado por esta característica. De acuerdo con estos criterios, ofrece una
clasificación de la función metalingüística (glosadora) que divide en dos categorías:
1
Jakobson sostiene que “fiel metalenguaje” es el que desarrolla “una importante función en el lenguaje de
todos los días cada vez que el emisor y/o el destinatario deben verificar si utilizan el mismo código”
(1988 [1980]: 372). Del mismo modo, Weinrich sitúa el metalenguaje en un proceso comunicativo en el
que se tiende a comprobar si se está utilizando el mismo código, “siempre que al hablar se producen
perturbaciones o dificultades en la comprensión” (1981 [1976]: 114-115). Desde esta perspectiva, se
habla de “comportamientos lingüísticos” de los interlocutores teniendo en cuenta que las funciones del
lenguaje no son sino funciones de los signos lingüísticos actualizados en el proceso comunicativo (cfr.
Vigara Tauste, 1992; Jakobson 1988 [1981]).

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FUNCIÓN METALINGÜÍSTICA EXPLÍCITA FUNCIÓN METALINGÜÍSTICA IMPLÍCITA

Constituye un fin en sí misma y el lenguaje es Se lleva a cabo una reflexión (más o menos
fuente de conocimiento acerca del propio consciente) sobre el código o su funcionamiento
lenguaje. Aparece en: y sobre las posibilidades de relación significante
-significado-sentido. Finalidades:
 Actividades de desambiguación
 Reflexión sobre terminología  Humor
 Traducción  Ironía
 Aprendizaje y enseñanza de lenguas:  Juego de palabras
corrección sobre pronunciación y ortografía;  Actividad literaria
sobre el significado o propiedad de una  Interacción
palabra o expresión

Función metalingüística explícita

En las expresiones típicas “¿qué has dicho?”, “¿qué quieres decir con eso?”, “la palabra
pájaro designa un ave”, predomina la función metalingüística explícita. Este tipo de
expresiones hacen referencia al código en sí. En las fases de decodificación-
reconocimiento-interpretación de un mensaje se produce un acto de contextualización
de los diferentes signos por el que se asigna a cada uno de ellos un significado que
contribuye de manera coherente al sentido del conjunto. La función metalingüística
explícita surge en el momento en que los signos ofrecen o solicitan una doble estrategia
de contextualización por la que la asignación de significado a esos mismos signos pasa
a través de la verbalización y reconocimiento explícitos del código. Así, cuando el
metalenguaje “strictu sensu”, es decir, la terminología o el lenguaje usado para discutir
acerca del mismo lenguaje aparece, la función metalingüística constituye un fin en sí
misma ya que el signo lingüístico es actualizado a través de otro signo lingüístico y el
lenguaje es fuente de conocimiento acerca del lenguaje.
Puesto que el objetivo fundamental de El dardo en la palabra y El nuevo dardo
en la palabra es, aunque “sin afán purista”, “criticar aquello que va contra los usos
generales, bien por ignorancia, bien por pedantería, y priva la lengua de matices, o la
hace menos creadora consagrando automatismos” (1997: 692), los “dardos” presentan
innumerables ejemplos de función metalingüística explícita. En ellos, el autor reflexiona
sobre el léxico, sugiere correcciones sobre la pronunciación o la ortografía de una
determinada palabra o expresión, da información acerca del significado o la propiedad
de una palabra o sobre la formación de un sintagma o una proposición. A través de su
análisis, hace tres tipos de crítica a un lenguaje periodístico con cierta tendencia al
cliché, al uso de frases hechas, metáforas manidas y tópicos. En primer lugar, se ocupa
del uso y abuso de algunas palabras que existen en el diccionario. En segundo lugar, de
las palabras nuevas que se usan y no están en el diccionario, pero que darán lugar a
incluirlas. Por último, de las palabras existentes que no se usan apropiadamente y que
llevan a forjar vocablos o acepciones inexistentes. Lázaro Carreter analiza el lenguaje
de la prensa, televisivo y radiofónico, en particular, de los ámbitos deportivo, político,
económico y jurídico. Se ocupa también de los extranjerismos, sobre todo de galicismos
y anglicismos. En su Recetario de El dardo en la palabra, Rechea Bernal (1999) propone
una clave de interpretación de los “dardos” que se basa en 1) la estructura del artículo
(errores totales, parciales y abusos); 2) los mecanismos del error: “cruce de cables

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léxico-semántico, falta de distinción entre transitividad e intransitividad, lugar común,


vagancia mental, automatismo, ignorancia, sesquipedalismo y esdrujulismo”, pedantería
y; 3) la preferencia por las “palabras más largas y, a ser posible, menos corrientes, de
acuerdo con la ley de que a mayor necedad, mayor presunción”. En lo que se refiere a la
función metalingüística explícita, Lázaro Carreter lleva a cabo actividades de:

1) desambigüación:

¿Pensará el autor que los restos fueron ahumados?”. Tiene razón: inhumar es,
simplemente enterrar, porque ‘humus’ era tierra en latín [...]. Este escribidor vio en
inhumar (del latín humus, ‘tierra’) el humo (del latín fumus), por la humareda que
soltamos cuando nos meten en el horno. [...] Pero aquí no es el humo fugitivo, lo que
importa, sino el montoncito de ceniza (Perdonar, 1997: 703)2.

2) reflexión sobre léxico y terminología (sin duda, las más numerosas):

Obsérvese cómo, en el lenguaje del fútbol, ya no se dice que el árbitro ha pasado por alto
el tortazo a la remanguillé que, al saltar, ha dado Pérez a Gómez, porque no ha apreciado
intencionalidad. [...]. Dando noticia de un suicidio, por ejemplo, será rarísimo glosar la
determinación del suicida diciendo que se ignoran los motivos que lo indujeron a ella; el
coro de los comunes dirá que sus motivaciones son desconocidas. Estos incansables
alargadores de palabras suelen constituir aguerrida tropa que confunde a los grafólogos
con los calígrafos, la cohesión con la conexión y los panfletos con los folletos (Grafólogo
1997: 673).

Ocurre que paliativo, según define el infolio y entendemos la mayoría abrumadora de los
hispanos, sirve para designar algo que suaviza o lenifica, y se dice especialmente de los
remedios aplicados a “las enfermedades incurables para mitigar su violencia y refrenar su
rapidez” (Sin paliativos, 2003: 161-162).

3) reflexión sobre morfología y etimología:

Se trata [...] de un plural muy curioso y frecuente en español. Aparece en buenas noches
(o días o tardes), en las Pascuas felices (nadie piensa que son tres) o en las Navidades;
también en muchas formaciones semánticamente audaces o morfológicamente raras
(cantamañanas, pintamonas, ablandahigos [...] Y en general, ayuda a constituir texturas
idiomáticas anómalas, es decir, creadas fuera de las normas comunes de nuestro sistema,
y a incrustarlas, por su faz singular, en la memoria del hablante (Buenas madrugadas,
2003: 35).

Por ello entiende dicho comunicante que en olor de multitud procede de haberse
tergiversado la locución correcta en loor de multitud. De hecho, algunos ya dicen o
escriben esto último. Pero el loor no ha precedido al olor, sino que es invención posterior.
Ha resultado del fenómeno llamado etimología popular... (En loor de multitud, 1997:
545).

4) reflexión sobre ortografía:

Entre otras cosas decía: “La Santa Compaña también se paseaba de noche por allí, como

2
Los términos en cursiva son nuestros.

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dice la tradicción gallega. Comenzaba su andadura desde la playa de Melide para llevarse
consigo algún pobre alma. Muchos isleños ponen ramos de hierbas secas en las puertas
de su casa para expantarla”. ¿Caben más horrores en dos centímetros de prosa? [...] A lo
que saltaron con que los periódicos de todas partes estaban llenos de disparates
ortográficos (¿Ons culpable?, 1997: 661).

Ahí tenemos a nuestra vieja compañía, hoy abreviada de nombre, casi en tanga,
exibiéndose en letreros por aquí y toda la América hispana como Telefonica, así, monda
de tilde. [...] Pues no, el acento gráfico pertenece a nuestro sistema de escritura igual que
las letras; significa también o ayuda a significar (Telefonía sin tildes, 2003: 54).

5) corrección del significado o propiedad de una palabra o expresión:

en uno de cuyos artículos se lee: ‘En todo caso, se aplicará el grado máximo a las faltas
cometidas en convivencia con otras personas’. Pero al editor de dicho texto le debió
resultar raro eso de que las personas de dedicaran a convivir para cometer faltas, y anotó a
pie de página la siguiente advertencia: ‘Debe querer decir conveniencia’. [...] Pero el
compilador de tal decreto, ignorante tal vez del vocablo connivencia, que es lo que diría
el documento... (Sensible, 1997: 705).

La presencia de la función metalingüística en los “dardos” no se limita a los


ejemplos que acabamos de ver, en los que el lenguaje se convierte en el referente
explícito de la comunicación. En muchos de sus “dardos”, el autor no sólo facilita
información acerca del buen uso del código sino también del funcionamiento y de las
posibilidades de significación del código3, apelando a un comportamiento lingüístico
que, para aprehender esa información, recurre al código de manera implícita. Esta
información que el autor facilita con fines humorísticos invita al lector a asumir una
conducta metalingüística que le permite actualizar el signo lingüístico a través de otro
signo no ya para aclarar su significado o comprobar si ese signo lingüístico pertenece al
código que ambos comparten, sino para llegar a “leer” en ese signo la ironía, el chiste,
que se cela en él.

Función metalingüística implícita

De acuerdo con Vigara Tauste (1992), “nuestras actividades cotidianas nos


proporcionan también numerosísimos ejemplos de esta función metalingüística
implícita, poco o nada estudiada, que aparece ligada a otras funciones, con las que,
obviamente, no es incompatible”. La función metalingüística implícita aparece
entonces, en algún momento del proceso comunicativo, cuando el emisor o el receptor
toman el código (o su funcionamiento) como “referente”, en enunciados cuya finalidad
primaria no es la de informar acerca del lenguaje. En ella no surge el metalenguaje, sino
una “conducta” metalingüística que se inscribe en el acto de habla “al servicio unas
veces de la función poética o de la voluntad de estilo del autor; de la simple connotación
3
A propósito de la denotación y la connotación de las palabras, Lázaro Carreter recuerda que “la
denotación de las palabras es el significado en que todos los hablantes coinciden, mientras que su
connotación son los valores suplementarios que no pertenecen al núcleo significativo del vocablo, y que
pueden variar según los hablantes. [...] En muchas ocasiones, la connotación es compartida por todos los
hablantes. [...] El papel que las connotaciones, es decir, que esas notas periféricas que acompañan al
significado nuclear del vocablo, desempeñan en el funcionamiento del idioma es enorme” (1997: 616).

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ingeniosa, otras; de la expresividad en la interacción, de la función lúdica o de una


mayor eficacia comunicativa para con el receptor” (Vigara Tauste, 1992).
Este es el caso de numerosos “dardos” en los que el autor acompaña sus
reflexiones sobre el lenguaje periodístico de una utilización consciente del código y de
su funcionamiento, jugando con las posibilidades de relación significante-significado-
sentido, con fina ironía. Lázaro Carreter sugiere al lector tomar el código y su
funcionamiento como “referente”, invitándole a adoptar una conducta metalingüística
que se apoya en su conocimiento del código y sobre todo la cultura lingüística4 que
comparten. Los ejemplos más numerosos en los “dardos” corresponden, con mucho, a
casos de reflexión metalingüística implícita en los que se hace un empleo intencional
del recurso al código como referente. En este sentido, cabe también recordar que la
lengua escrita favorece la aparición de este tipo de función metalingüística implícita
reflexiva debido a sus condiciones de actualización del signo lingüístico. Los recursos
lingüísticos adoptados por el autor para desviar la atención hacia el funcionamiento del
código, y a través de éste, hacia significados inéditos, implicando la función
metalingüística en los enunciados, son muy diversos. Veamos algunos ejemplos que
“hablan” por sí solos, clasificados en función del procedimiento utilizado:

1) alteración en la forma gráfica de la palabra:

A la empresa le ha complacido la ablación, y es cierto que, así, la palabra queda más


yanqui: ¡lástima que la Academia acordara suprimir ph en 1803! No se previó la futura y
deslumbrante imagen visual de Telephonica (Telefonía sin tildes, 2003: 54).

2) desglose morfosemántico que, actuando sobre la forma y el contenido de manera


simultánea, invita al lector a reconocer en la forma de la unidad nuevos significados:

Y sobre todo, pluviométrico...alcoholimétrico (Sufrir mejoras, 1997: 710)

Lo malo de la cosa es que el barbipungente galardonado entró al trapo y le informó de a


cuántas pesetas/euros ascendía el premio... (Babel, 2003: 89).

3) recursos morfológicos, sintácticos y semánticos con fines humorísticos:

...se interrumpe después tal despilfarro, y surge enseguida el vocablito innúmera y


sincopadamente repetido como a empujones de gárgara (Definir, 1997: 441).

...la hablilla deportiva (Rumorología, 1997: 729).

Siguiendo con periódicos en la mano, no es difícil toparse abudantemente con tropelías de


este tipo: Zapatero declaró que “queremos dar un paso más”. Véase cómo están
dislocadas las comillas propias del estilo directo, el cual tendría que haber sido
reproducido así: Zapatero declaró: “Queremos dar un paso más”. Pero el escribidor al
preferir el indirecto, le ha torcido el pie al verbo, con esguince de modo y de persona
(Retrato de familia, 2003: 159-160).

4
Entendida como “cultura (=saberes, creencias sobre las ‘cosas’) lingüística (=sobre el lenguaje)”
González Ruiz (2006: 122).

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4) etimología, que obliga al lector a buscar información lingüística relacionada con la


composición de una determinada palabra para asimilar su significado:

Como el equinotécnico que, narrando una descomunal... (Sociedad mediática, 1997: 723)

Según la rumorología, asegura una infinidad de menesterosos verbales, tal famosa [...]
está embarazada a consecuencia de su relación sentimental (sic) con un vaquero de la
Finojosa. [...] El tal hexasílabo no cesa de empellar al bisílabo rumor o al trisílabo
rumores porque su gran tamaño seduce a sus mediocres entusiastas (Rumorología, 1997:
729).

5) locuciones y unidades fraseológicas semánticamente fosilizadas que permiten jugar


con las posibilidades de relación significante-significado-sentido por medio de su
descontextualización, deformación, aprovechamiento para contextos nuevos o
interpretación literal:

Casi en blanco pasé esa malhadada noche, tras oír al hablador que un determinado asunto
le había puesto los pelos de gallina [...] Hay muchos para quienes, hablando o
escribiendo, las gallinas crían pelo (A punta de pistola, 1997: 600).

Aquel cronista deportivo, por ejemplo, que, censurando recientemente el mal juego de
quien fue un as del balón, aseguró que hacía aguas por su banda. No es infrecuente tal
desmayo mental: hay muchos a quienes también parecen lo mismo hacer aguas, es decir,
‘orinar’, y hacer agua, que, referido a una embarcación, consiste en aprovisionarla de
agua potable; [...] Así, pues, el futbolista, si se interpreta su hacer agua “a pie de
Diccionario” [...], no es que estuviera hundiéndose en el fracaso, sino que estaba
dedicando una cochinería a la forofada, enojado tal vez con sus silbidos (Moción de
censura, 1997: 682).

Emplear juntos el que y las comillas [en el estilo indirecto] puede provocar muertos de la
risa (Retrato de familia, 2003: 160).

6) polisemia, sinonimia, metáfora, que inducen en el lector asociaciones léxicas a través


de la relación metalingüística de los significados implicados:

Ahora es crédito la palabra que los malhablados han desterrado de su léxico (Grafólogo,
1997: 673).

La antedicha cronista de Bagdad refería también aquel momento terrible en que unas
declaraciones de nuestro ministro de Asuntos Exteriores pusieron en peligro la operación
del intrépido comando; por ellas, aseguró, “los negociadores vieron temblar sus
gestiones”. Esas gestiones temblorosas sólo pueden ser imaginadas por una cinceladora
genial del idioma (La cumbre, culminada, 1997: 543).

Ni por prescripción médica dirán tales empecinados que no ha estimado intención


(Copias, 1997: 675).

Primero fueron los reyes y próceres, que podían pagarse un pintor para que les hiciera un
goya a ellos con mujer y prole (Retrato de familia, 2003: 157).

Y la metáfora según la cual se llama flecos a las cuestiones menores que quedan
pendientes en una negociación, ha determinado, hace pocos días, que, en la Ley de

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Ordenación del Sistema Educativo, es decir, la LOSE, “queden aún algunos flequillos”;
resultará más mona si se los rizan (Relax, 1997: 524).

7) intertextualidad, que conduce a información lingüística asociada a otro contexto y


que es posible recontextualizar por medio de la conducta metalingüística:

...haya escrito que “el PSOE defendió en Pleno, la necesidad de conveniar con la
Diputación la financiación [...]. Figura este esperpento debajo de una fotografía (Sociedad
mediática, 1997: 721).
En verdad parece justo y necesario proclamar que la democracia es la forma menos mala
de gobernarse los pueblos (2003: 65).

Estos “dardos” apelan a una doble lectura de los signos lingüísticos en un proceso
comunicativo cuya finalidad no es primariamente la de informar acerca del lenguaje. La
atención del lector se ve guiada hacia el funcionamiento del sistema lingüístico y hacia
las relaciones que se establecen entre los componentes fonológicos, morfosintácticos y
semánticos de ese mismo sistema en determinados contextos, es decir, hacia las
posibilidades de relación significante-significado-sentido relativas a un determinado
signo.
Ahora bien, si se quiere ampliar el campo de acción y consideración teórica de la
función metalingüística, es importante realizar una serie de consideraciones sobre la
función metalingüística implícita, cuya caracterización presenta dificultades si no se
analiza en relación con otras funciones del lenguaje y con los procedimientos
semánticos que subyacen en la formación de palabras. En efecto, ésta no se limita al
código sino que se apoya también en el contexto en el que se inscribe y debe
interpretarse (función referencial) y sobre todo en una forma particular del mensaje
(factor determinante en la función poética). Por otro lado, si aceptamos que es “una
constante en la comunicación”, es preciso explorar su relación con lo que Gibbs (1994)
llama el “pensamiento poético del hablante”.

Conclusión

En su estudio sobre las funciones del lenguaje, Jakobson afirma que cualquier expresión
lingüística cumple más de una función. Partiendo de esta consideración y del hecho que
la función metalingüística implícita juega con las posibilidades de asociación
significante-significado-sentido, transformando en algún momento del proceso
comunicativo la información “extralingüística” en “lingüística” con fines humorísticos,
no podemos no tener en cuenta la estrecha relación de ésta con las funciones referencial
(contexto) y poética (mensaje) del lenguaje. En efecto, predomina la función poética en
el discurso cuando hay una preocupación, por parte del hablante, de organizar bien su
mensaje, y esta buena organización va a depender de cómo combinamos y
seleccionamos las palabras para construir el discurso. Cuando intentamos organizar
nuestro mensaje para que llegue de la mejor forma posible al oyente, lo primero que
hacemos es seleccionar las palabras que usaremos, basándonos en relaciones de
semejanza o contraste, que Jakobson llama de “equivalencia”. Combinamos las
expresiones seleccionadas disponiéndolas en una determinada secuencia, con lo cual las
relaciones de semejanza o contraste son el recurso que permite constituir la trama
secuencial del discurso. Por tanto, cuando hablamos de posibilidades de relación

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significante-significado-sentido entran en juego la función metalingüística (implícita


reflexiva), relacionada con la selección de ciertos componentes del código en función de
su funcionamiento y posibilidades de significación, y la función referencial, relacionada
con la combinación de esos componentes en un determinado contexto lingüístico. La
función poética, determinada por ambos ejes, selección y combinación, permite dar
forma a un mensaje que desvía la atención “desde la posibilidades ‘lógicas’ de sentido
atribuibles a (y en) una determinada situación, al funcionamiento del sistema de la
propia lengua implicada” (Vigara Tauste, 1992) e incluso a “esas notas periféricas que
acompañan al significado nuclear” (Lázaro Carreter, 1997: 616) del mensaje.
Relacionado con este aspecto, hemos visto que la función metalingüística
implícita se apoya en procedimientos pragmático-lingüísticos en que se recurre a
menudo a la sinonimia, el aprovechamiento de recursos sintáctico-semánticos y la
intertextualidad. En base a esto, ampliar los criterios formales y semánticos que
acompañan a la función metalingüística pasa por tener en cuenta el hecho de que la
función metalingüística es una constante en la comunicación5 y que en el lenguaje
cotidiano se recurre constantemente a un lenguaje figurado, a la metáfora, a la ironía y
otras figuras retóricas a través de un conocimiento (consciente o inconsciente) del
propio código. A propósito de la metáfora, Lakoff y Johnson afirman que este tropo
cuya esencia es “entender y experimentar un tipo de cosa en términos de otra” (1980:
40), está parcialmente determinado por la propia experiencia y la cultura a la que
pertenecen los interlocutores, lo cual es evidente como hemos visto en los ejemplos, en
particular basados en la intertextualidad y en la descontextualización de locuciones y
unidades fraseológicas. Sin embargo, desde la perspectiva que aquí planteamos, la
correlación sistématica que lleva de un signo al otro está determinada también y, en
mayor medida, por el conocimiento del código y por la posibilidad de recurrir a la
función metalingüística implícita a través de inferencias sobre cómo funcionan
lingüísticamente (fonología, morfosintaxis, semántica, pragmática) los componentes de
ese código, que los interlocutores comparten. La función metalingüística implícita, que
puede considerarse propiamente metalenguaje, merece pues un análisis sistemático
aparte capaz de formalizar e ilustrar la relación de esta función con otras funciones del
lenguaje y con los innumerables procedimientos semánticos empleados por los
hablantes en la comunicación, en un lenguaje cotidiano marcado por el recurso literal y
poético al código.

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