-Comenzaré desde el principio… es una larga historia… -Estoy jubilado. No se preocupe por el tiempo. -Pero… -Luz de luna. -¿Cómo dice? -No deja usted de mirar el cuadro, ese, junto a la ventana. -Desearía estar ahí… -Es un hermoso paisaje… acogedor, diría. -De haber sabido que está jubilado… no deseo molestarle. -Usted es especial. -¿Por qué dice eso? -No sabría decirlo… lo intuyo. -Un alma arrugada, nada más. -¿También lo está su corazón? -La mitad yace en el camino; en alguna parte. -¿Y la otra mitad? -Será recordado, supongo. -Acepte mi tiempo. Que esté jubilado no significa que hayan mermado mis facultades. Confíe en mí… Aún no me ha dicho su nombre. -Dejemos eso para más tarde si no le importa. -En absoluto. -¿Por qué no ha retirado la placa de su puerta? -En algún momento alguien puede estar necesitado de ayuda. La jubilación es un lastre, lo es al menos para mí. -«Siempre abierta mí ventana, pues el sol nace aquí dentro» -decía el poeta. -Esa es la intención... ¿Está cómodo? -Sí. -Cierre los ojos, relájese… -Esa presencia limitadora es mi madre. Una nube de tristeza permanente, asfixiante y turbia. Es la rendición a todo; la huida absoluta de la esperanza. Su mirada acusadora hace temblar todos mis cimientos. Un fantasma diurno, arrastrando cadenas y pasados remotos; envenenando el presente, desfigurando el futuro. Su oratoria lineal, babosa, doliente, de una sola nota por completo desafinada; el victorioso canto de la mutilación de la vida. Todo fue, es y será incoloro. Mi padre dejó una herencia con las mismas estacas; una caja repleta de clavos oxidados para descarnar el alma, las ilusiones. Heredé angustias, miedos sin nombre y la piel manchada. Me asomé a la vida, oteando constantemente un cielo podrido por la industria; bebí de todas las fuentes y barriles. Fui esclavo de polígonos embarrados, hostiles, vacíos de sentido. Había nacido por la puerta de atrás, me habían concebido para nada; para mostrarme la mentira y la odiosa cobardía paralizante. Yo deseaba ser. Estar despierto. Ser música, color, abundancia, amor expandido y viento; deseaba estar en todas partes, hacer, elevarme, ser, ser… Todo se trunca bajo esas herencias. La mediocridad se instaló; en vano la maquillé y disfracé de vida extraordinaria. Fui actor, un actor de primera fila. Actuaba en el trabajo, con mis amigos, con mi compañera, con la dependienta, con mi familia. En todas partes. Se pierde el juicio. Uno comienza a buscar donde no debe, repetidamente, perversamente: El vicio amargo. Busqué desesperadamente ser puro, sabio, valeroso… buscaba la voluntad bajo las piedras; arrancándola de mis carnes. Qué absurdo. Los caminos del vicio resplandecen y son perversamente hermosos. Y sucumbes, una y otra vez. Seducido, dejándote seducir. Y te abandonas. Qué maldita y poderosa fuerza. II »Esa presencia limitadora es mi madre. Es el monstruo que devora todas las salidas. La invocación del sufrimiento. La amputación del ser. Es mucha de esa humanidad de sofá: la cómoda mediocridad, el conformismo como única vida; la inquisición doméstica… Mi padre ya no existe. Y vivió, presuntamente. -¿Dejó constancia? ¿Alguna huella indeleble en su corazón? »No dejó nada soportable. Tan solo unas fotografías de días luminosos. Algo que pudo haber sido de verdad, para el resto de la vida. El óxido pudo con todo. Yo seguí oteando el cielo podrido, paralizado, con esperanzas que crecían como hongos; meras ilusiones mentales, fantasías. No era más que un poderoso y perverso dragón disfrazado de virtud. Con un alma que aullaba en las profundidades de mí vacío constante; deseando alcanzar lo inalcanzable. Encontré el amor. Obró milagros. Se me concedieron días humanos, amorosos y extraordinarios. Vi la vida y el horizonte despejado. Como decía el poeta «todo es de color». El dragón quedó sepultado por un tiempo… »Junto a Corina, mi compañera, descubrí la literatura y los viajes; experimenté y viví el sueño del amor. El hogar estaba bendecido. Todo era de color sobre nuestras cabezas. Aun así, sentía la inmensa necesidad de ocultarme; refugiarme en la oscuridad de la noche, en mi habitación. Comencé a imaginar a Jericó, un hombre pájaro; aquel que huye del mundo sobrevolando ciudades y pueblos dormidos; al mismo tiempo, el dragón despertó hambriento ¿Por qué? Lo devoré todo, absolutamente todo. Regresé donde no se debe. Caí en la negrura, en las tristezas que asfixian. En el aullar. Me convertí en una lágrima errante; sin aliento, sin emoción en las entrañas. Regresó el actor de primera fila, el solitario de las mil máscaras. Regresé al mismo cielo podrido. ¡Añoranza, añoranza…! No regresarían los días ya vencidos. El dragón se había despedazado a sí mismo y continuaba vivo, y reptaba. III »Me disfracé de hombre santo, deseaba serlo; con un corazón ferozmente noble; tocado por la gracia y el perdón. Quería mostrar un alma sencilla, bendita… un valeroso hombre que transita los caminos humildes y es admirado. No… seguía siendo una poderosa bestia que lloraba en la oscuridad de la noche. Que seguía añorando… Odiaba mi herencia de óxido, de mentira, de cobardía. Odiaba a mi padre y a mi madre, la castradora. Odiaba mi lastimera figura, odiaba mi sensibilidad. Odiaba mi existencia. Grité a los abismos: ¿Para qué nacer? ¿Por qué concebirme? ¿Por qué arrojarme al mundo, hijos de la ignorancia? ¿Por qué? mirad vuestra obra, un maltrecho, insano hombrecito, ridículo, con un alma mal alimentada. ¡Descosido a los cuatro vientos! Desaparecí. Era el polvo de los caminos; una raída figura sin apenas sombra; pura chatarra; un fragmento humano; aquel que huele a olvido de sí mismo; aquel que nadie espera. Me convertí al arte de la invisibilidad. De un lugar a otro, triste vagabundo, dormía al raso, con el techo del mundo brillando para mí en las gélidas noches. Jericó seguía conmigo, más que nunca, elevándome hasta los confines del cielo. Ya nada deseaba. Morir tal vez. Así me encontraron, desnutrido, deshidratado, junto a las puertas de una vieja ciudad costera. Tuve un sueño ¿o quizá la muerte dulcificaba el transito al más allá?: Un círculo de piedra rebosante de vida; azotado por un mar vigoroso y abrazado por altas colinas brillantes; una sinfónica de campanas lo envolvía todo, un clamor de voces, como agua de muchas fuentes y aquel cielo sembrado… ¿Estaba muerto? No, no estaba muerto. Era el canto de la vieja ciudad festejando el solsticio de verano. Incluso los pétreos muros cantaban. La danza de la vida. No, no estaba muerto. IV »Permanecí mucho tiempo entre aquellas gentes; asombrado por todas las tonalidades de aquel inmenso cielo; embriagando cada célula de mí cuerpo; sintiendo, deseando y construyendo nuevos cimientos. Cultivé la tierra y el mar; las relaciones. Afiné mi espíritu con el entorno del círculo de piedra. Desterré al dragón, y sin embargo, Jericó permanecía a mi lado todas las noches, sobrevolando aquel cielo deslumbrante y bello. Me uní a Lila, una bella y resplandeciente muchacha de ojos grandes, virtuosa, cuyo amor nutria mi corazón y mi espíritu. La amaba profundamente; sin medida. Cada vez que subía a las colinas recogía algunas flores y, me presentaba ante la puerta de nuestro hogar como un gentil caballero; me arrodillaba ante ella y le ofrecía todas las maravillas del mundo. Y reíamos como dos arroyos de agua, como el firmamento cuando todo está en su lugar; fluyendo en todas direcciones. Poderosa felicidad. Una vez más se me concedían días hermosos, de total plenitud. El hogar bendecido. Quiso la buena fortuna otorgarme un tiempo de amor; de ser tocado por aquel cielo sembrado; por el abrazo de todas las cosas sencillas. Por la fertilidad de todo mi ser. »Los graneros lucieron sus tripas doradas, mientras, el mar cantaba a los pescadores la cosecha de su vientre líquido. Era la música equilibrada de un todo, la estampida azul del cielo sobre nuestras cabezas. La gran madre amamantando a sus hijos con las mieles del mundo. Una noche, después de amar a Lila, caminé hasta un acantilado. Me quedé allí, sin más, contemplando el mar en reposo: el bello durmiente moteado de estrellas. Cerré los ojos y di las gracias. Regresé junto a mi amada; mí bella luna. Dormí tranquilo y dichoso. Jericó volaba alto y lejano… V »En abril de aquel año el padre de Lila falleció de pronto, nadie lo esperaba. Amado y admirado, Olivier, había sido un hombre de costumbres sencillas. Artesano. Un poeta del pan. Como hija única, heredó el horno y algún dinero. De la noche a la mañana nos vimos inmersos en la ardua tarea de elaborar pan. El padre de Lila había dejado el listón muy alto. Y como era de esperar, fracasamos. La noticia voló rauda en todas direcciones. Al cabo de unas semanas, un empresario de la harina le propuso a Lila la compra del horno-panadería. Ella se negó en rotundo. Comenzaron a llegar proposiciones similares de toda la zona. Todas fueron rechazadas. Su familia le aconsejó que alquilase el horno, de esa forma, la panadería seguiría en activo, y ella conservaría el legado de su padre. Aquello dio resultado. Una familia de panaderos procedentes del sur, alquiló el horno-panadería a buen precio, y todos quedaron satisfechos. Lila más que nadie. El viento nos era favorable. Tiempo de equilibrada abundancia. Regresé a las huertas como quien regresa a sus raíces; bajo el cielo sembrado, con los pájaros trazando piruetas en el azul. Mientras tanto, Lila daba largos paseos con sus lienzos, pinturas y pinceles, coloreando el viento en las colinas o la brisa salada de los acantilados. Ella había nacido por la puerta grande, concebida con todos los dones y el horizonte despejado. Y yo la amaba cada vez más, con el corazón hinchado y jubiloso. Despertó en mí un presentimiento oscuro. Cada noche me asaltaba en sueños. El dragón se removía en su cubil, abriendo sus fauces. Su fétido aliento me asfixiaba, y yo gritaba; un grito mudo, paralizante. Pronto, una tormenta se posaría sobre nuestro hogar. En algún momento pueden arrebatárnoslo todo. El único tesoro: amar y ser amado. VI »Lila deseaba exponer sus pinturas y el ayuntamiento le cedió la sala de actos; a principios de diciembre, veintidós cuadros lucían para disfrute de todos: desde los majestuosos acantilados, hasta la última brizna de hierba en los campos, y, las viejas barcazas, bautizadas en otros tiempos con el nombre de la amada o de la madre; o un pequeño grupo de labriegos, coronados todos por el ocaso crepuscular de un atardecer. También estaba yo; sentado junto a la puerta de casa, absorto en un libro y el rostro en calma; una luz dichosa me envolvía, imperturbable, enigmática. Y un último cuadro: un círculo de piedra rebosante de vida, azotado por un mar vigoroso y abrazado por altas colinas brillantes… sí, incluso una sinfónica de campanas y el clamor de voces; como agua de muchas fuentes… la pequeña y hermosa ciudad costera; mi hogar, mi todo. Lila, mi amor. »Era de esperar. El talento de Lila no pasó desapercibido. Un fotógrafo del diario comarcal tomó fotografías de la exposición. Ocho meses después, los cuadros de Lila estaban expuestos (y a la venta) en una prestigiosa galería de arte del país. Comenzaron los encargos, las invitaciones; todo ese resplandor que nace del éxito, el reconocimiento, y también, la depredación en todos los sentidos. Regresé al vuelo nocturno, inquieto y temeroso, mi corazón parecía encogerse; el dragón aullaba cercano. -Le comprendo… el éxito trae consigo un haz de luces y sombras. »Ella estaba radiante. Nos amábamos igual que siempre. Pero Lila era una inocente mujer-niña, confiada y esplendida con todo el mundo. Un blanco perfecto. Un joven y apuesto marchante de arte, refinado lobo de las altas esferas, comenzó a cortejarla… Sentí miedo. VII -¿Está cansado? es casi media noche. -Deseo seguir, si no le importa. Por favor. -¿Le apetece una taza de té? tengo unos bollos de canela y algo de fruta. -Una taza de té será suficiente, gracias. »El círculo de piedra celebraba el solsticio de primavera. Lila no estaba allí. No me uní al festejo. Me senté junto a la puerta de nuestro hogar, como tantas otras veces, viendo pasar el alegre gentío, saludando a unos y a otros. Pero sobre mí se estaba gestando una tormenta y un crudo invierno azotaba mi corazón. Lila estaba lejos, y con ella, el refinado lobo urbanita en condición de representante. El cerco se iba cerrando delicadamente. «Lobo de finos modales, gustoso el dragón te hubiera desgarrado y devorado las entrañas, haciendo de ti un mísero despojo» Sí, confieso que lo pensé repetidas veces, incluso en voz alta, sobre los acantilados y el mar rugiendo, uniéndose a mi propio rugido. Jericó me observaba en silencio. Y yo le miraba, suplicante; con la mirada quebrada y el corazón sombrío. »A su regreso, tres semanas después, me anunció lo que más había temido. La tormenta ocultó el cielo sembrado. Mi bella luna se alejaba por un tiempo, decía; estaba confusa, decía, una y otra vez. Por un tiempo… -Volverá, no te preocupes muchacho, Lila jamás salió de este lugar y ahora anda algo deslumbrada con todo eso de la pintura. No te atormentes sin más. »¿Su familia estaba ciega? No, no lo estaba. Me consolaban en vano. Lila se marchó al día siguiente con una media sonrisa. Sus ojos eran ya distintos; otra chispa brillaba en ellos; no brillaban para mí. Tan solo un beso en la mejilla, casi un roce imperceptible. Deseé abrazarla con todas mis fuerzas, decirle que no se marchara… En mis labios quedó contenido un «Te Amo». Me quedé sentado en el escalón, cabizbajo. Aquella noche caminé por los acantilados llorando como un niño; azotado por una inmensa tristeza. Ni las estrellas, ni Jericó pudieron consolarme. El dragón estaba presto a desplegar las alas, negro como la tormenta. VIII »Un tiempo después, también me alejé de allí. La familia de Lila lo comprendió. Prometí volver. Caminé, como había hecho en el pasado, dando tumbos de un lugar a otro, de una ciudad a otra, acudiendo de nuevo al espíritu que habita en las tabernas. El dragón en todo su esplendor caminaba junto a mí; en mis entrañas; reía, lloraba, se emborrachaba conmigo. Yo era el dragón, el que aullaba triste bajo las estrellas con el corazón negro y destripado. «Lila, te amo». Volví a sentir la presencia de mis padres, reprochándome, limitando el horizonte. Volví a sentirme un ridículo hombrecito, maltrecho y falso. «Lila, te amo». Un año después, con las únicas monedas que me quedaban en el bolsillo llamé a la familia de Lila. Se alegraron tanto al oír mi voz… -No regreses muchacho… te quisimos y seguiremos llevándote en nuestro corazón. Lila estuvo aquí. De esto hace ya algunas semanas; se casó con su representante y viven lejos, en una de esas grandes ciudades sin alma. Aquí solo encontrarás recuerdos y a unos cuantos viejos, marchitos y tristes. »Colgué despacio, con un nudo en la garganta, creyendo escuchar el mar de fondo, cantando una última vez o golpeando furioso contra los acantilados. El círculo de piedra, la hermosa y pequeña ciudad costera, el abrazo de sus colinas brillantes, mi hogar, mi vida, mi amor, desaparecían para siempre. »Me convertí en la sombra de mi sombra. En un dragón descarnado y harapiento; un fantasma de ciudad, tirado como un despojo en cualquier esquina. Jericó lloraba por mí. Yo era un desierto. Me borré a mí mismo del mundo. La vida era un sueño lejano: una luna de párpados anaranjados sobre una almohada blanda y perfumada; un tiempo hermoso, suspendido en alguna parte; muy lejos de mi caja de cartón maltrecha, en un oscuro callejón sin salida. IX »Pasaba el tiempo, lento y rápido, confuso y perdido. Todo a mí alrededor parecía un garabato: rostros, luces, sombras, sonidos, olores; muchas cosas dando vueltas, en completo desorden. Ya no sabía dónde estaba. Creí estar al borde de un abismo; de la locura… sí, volví a desearla; la estaba esperando. Aquella a quien deseaba ofrecer mi mano de una vez por todas: la muerte. »Un día, tras una larga tormenta, alguien se acercó a mí. Buscaba refugio y le cedí un pedazo de escalón. Era una muchacha joven, famélica; parecía un cervatillo asustado, tiritando de frio hasta los huesos. Hice todo cuanto pude. Improvisé un pequeño y destartalado refugio a su alrededor con algunos cartones secos que guardaba para mí y la arropé con algunas ropas viejas. »No pude ofrecerle nada de comer. Pasé la noche observando aquel pobre cervatillo. En unos pocos minutos, había salido de mi torturada existencia sin apenas darme cuenta, para ayudar a aquella desamparada criatura. Si el destino o lo que fuera, me estaba mostrando alguna esperanza ¿Cómo podía saberlo? Aquel pedacito de vida se llamaba Irina. Hablaba poco y cuando lo hacía, me miraba fijamente a los ojos, como si me conociese o mirase dentro, delicadamente, en mis entrañas. Poseía una extraña belleza; todo en ella era extraño en realidad o a mí me lo parecía; sin embargo, me transmitía calidez y ternura. Parecía un fuego errante; un hogar lejano de cabellos ambarinos y ojos almendrados. Una estrella perdida en un cielo gris, sobre una ciudad sin alma, ruidosa y absurda. Irina se convirtió en mi sombra. Su compañía, no siempre silenciosa, daba sentido a mi existencia, haciéndola más soportable y más confortable en el sentido emocional. Nos convertimos así, en un par de nómadas urbanitas, alejándonos de callejones infectos, dormitando en parques, portales distinguidos o estaciones de tren. Dulce compañía. X »La primavera nos dio un impulso. Cambiamos el asfalto por los caminos rurales, por los árboles en flor y un techo más azul y luminoso. Los campos frutales y los apretados bosquecillos eran ahora nuestro hogar; alimento y vigor para nuestros famélicos espíritus. Irina parecía estar en su hábitat. Parecía una joven campanilla; una bonita flor primaveral de ojos almendrados. Una noche junto al fuego, soltó su largo cabello ambarino y, mientras lo peinaba suavemente con sus manos, comenzó a cantar una especie de nana. Miré hacia arriba, hacia el manto estelar titilante y me atrapó el sueño. El sueño del navegante. «Dime Jericó, ¿siguen tus alas dispuestas? ¿Es aún tu vuelo alto y lejano?» »Encontramos empleo. Los cerezos y albaricoques estaban preñados de fruto; nosotros de vida nueva. Volvió mi corazón al pálpito rítmico, a la música de la sangre que fluye. Esa música resucitada, limpia y afinada; fuerte y sonora. Nos instalamos en una pequeña aldea rodeada de campos de cultivo y prados de alta hierba, donde el trabajo era abundante; asegurándonos el sustento y un bonito techo sobre nuestras cabezas. A veces despertaba en mitad de la noche, creyendo estar en algún oscuro callejón. Sentía mis ropas empapadas y mugrientas; la desazón me apuñalaba el pecho y brotaba la sangre del vencido. Al cabo de unos meses esas pesadillas fueron remitiendo, olvidándose de mí. Un año después, tras la cosecha de verano, Irina comenzó a contarme su historia. Le pregunté porque ahora, después de casi dos años. No me contestó enseguida. Preparamos té y salimos al jardín. Un poema crepuscular se fue formando en el horizonte, acompañado por el tañido de una vieja campana que parecía llamar al recogimiento y el reposo; de vuelta al hogar, a la lumbre y el pan. XI -¿Se encuentra bien? -Agotado… -Vamos, descanse un poco. Le buscaré una manta, ya está amaneciendo. -Siento ser una molestia. Es usted muy amable, se lo agradezco mucho. Necesito dormir… -No se preocupe. Duerma. Yo estaré en la habitación contigua. **** »Irina desconocía sus orígenes. Se había criado en un orfanato de escasos recursos, cuyo personal no era la viva estampa de la caridad. Anhelaba, como todo niño, el amor de unos padres; sentirse protegida, valorada… todo le faltó. Huyó del orfanato el mismo día que me encontró, tras aquella tormenta fría; no más fría que nuestra propia alma. Le pregunté porque se había detenido frente a un hombre sucio y harapiento. -Te sentí gritar, un grito igual al mío, dentro, muy profundo. Tu rostro decía muchas cosas, hablaban tus ojos como la tormenta. Me protegiste de la lluvia sin pensarlo un segundo; me ofreciste lo poco que tenías. Bondad… Eres un hombre bueno, aunque tú no lo creas. Para mí eres un padre, y así lo seguiré sintiendo. Te quiero. »Rompí a llorar. Un mar interno golpeaba contra muros invisibles; gritando palabras bellas, sucias, tristes y alegres. El pasado era un navío al que intentaba hundir en las profundidades. Jericó apareció en el cielo, batiendo sus alas contra el viento, y gritaba, gritaba con la voz de Irina: «Eres un hombre bueno, te quiero, eres un hombre bueno, para mí un padre, te quiero…» Un nombre, como una estrella fugaz cruzó mi cielo; ahora en calma. Irina se acurrucó a mí lado y me besó en la mejilla. -Papá, me he enamorado... es un buen muchacho. Es pastor de ovejas y trenza flores para mis cabellos. XII »Tiempo después se celebró una boda. Los días se sucedieron uno tras otro, apaciblemente y en armonía. Volvía a repetirse el ciclo de la vida, como en los días felices en el círculo de piedra. Yo era ahora un mero espectador. Sí, ¿Por qué no? un padre entregado, cariñoso y orgulloso de su hija. »Era feliz; una felicidad distinta, pero felicidad al fin y al cabo. Muchas tardes paseaba en soledad, hasta que el cielo se pintaba a sí mismo con los colores del alma. Entonces regresaba a casa, o hacia un alto en la taberna y cenaba allí, en compañía de otros hortelanos, que como yo, madrugarían al día siguiente para cultivar la tierra. Me gustaba esa vida. Muy lejos de allí, las ciudades de cielos podridos y calles abarrotadas, seguían inmersas en su caótico garabato de voces, deseándolo todo. »El tiempo voló una vez más, y seguí, infatigable, construyendo una mejor versión de mí mismo. Sin disfraces. Pero siempre incompleto… -¿Y Jericó? -Seguía conmigo. -Algo profundo habita en usted; una insatisfacción que nace constantemente de su interior… no solo debido a su herencia de óxido, como usted la llama; es algo que no descansa y que le aleja irremediablemente de este mundo. -La tristeza perenne… extraña. -¿Desearía desaparecer? -Permítame terminar, se lo ruego. ¿Me sirve un poco de agua, por favor? -Enseguida ¿Le apetece alguna cosa? deberíamos comer algo. -No tengo apetito. XIII »El tiempo voló raudo… una vez más. Irina dio a luz a dos hermosas criaturas. Emile llegó coronado por un otoño lluvioso; un pequeño y rosado príncipe de los campos. Dos años después nació Violeta, de ojos grandes y ambarinos como su madre. Alegre firmamento de pies descalzos. Tenía una familia, no de sangre, si no de alma, cuyos lazos se hacían más y más fuertes a medida que pasaban los años. La fuerza más poderosa del mundo es el amor, es aquello con lo que se construye una vida; todas las vidas. Tan frágil como una hoja de otoño, pero todo el mundo parece olvidar eso… su fragilidad. -He llegado a conocer a muchas personas, algunas fallecidas, que ni siquiera se acercaron a esas mieles, por mucho que lo intentaron. Poseían cosas, pero jamás conocieron el amor. A pesar de todo, ha sido usted afortunado, no todo el mundo es poseedor de lo intangible, créame. -¿Ni siquiera usted? -Ni siquiera yo… que llegué a tocar el cielo. En otro tiempo fui considerado un dios; prestando mis servicios a personas que creían estar locas, pero, que en realidad, les consumía el vacío, la insatisfacción puramente materialista. Otras en cambio, eran almas errantes, volátiles… muertas. -No existe cura para mí, lo he sabido siempre. -Los chamanes poseían un conocimiento ancestral, eran capaces de leer el alma humana y… -Señor Rhode… por favor, siga escuchando mi historia, mi tiempo perece. -Disculpe… -No tiene por qué disculparse… ojalá le hubiese conocido antes, en otros tiempos más amables, en condición de amigo. -La amistad, inestimable regalo. -Sí, lo intangible. -Lo intangible… XIV »Se llamaba Olga. Como en el cuento de Dickens, Oliver Twist, habían escogido su nombre por orden alfabético. Irina se bautizó a sí misma: «aquella que trae la paz». Y eso es lo que hizo durante muchos años, colmar mi corazón y el de su familia de paz absoluta. -¿Y el marido de Irina, el pastor? -Joel… sí... resultó ser mejor de lo que esperaba. Un buen chico, atento y cariñoso. Me sorprendió descubrir que no solo era un formidable pastor de ovejas, también un consumado filósofo. Extraordinario. Irina no se equivocó. -¿Por qué no está allí, con ellos…? -Tengo aquí una carta para Irina. -No ha contestado a mi pregunta… ¿No lleva ya demasiado tiempo deambulando por ahí? ¿No está cansado de esa vida errática?… No tiene buen aspecto… -Tiene razón. Viejo y enfermo… se me acaban los días. -¿Por qué no regresa? Yo mismo podría llevarle. -No había perdido la costumbre de pasear solo, al atardecer, esperando contemplar los colores anaranjados del cielo. Imaginar… ¿Que habita más allá de ese horizonte?… No recuerdo más. Desperté en un hospital. Al día siguiente, un médico y su pequeño séquito de enfermeras rodearon la cama. Todos con cara de buena intención. Me dieron la noticia con mucha delicadeza. Les di las gracias. Irina y Joel entraron en la habitación. Lloramos. Permanecí una semana más en observación, aunque la sentencia… bueno… »La última noche, una de las enfermeras me preguntó si deseaba ver la televisión, al mismo tiempo que pulsaba el botón de encendido, la costumbre, supongo. La sección cultural hizo un resumen de las diversas actividades artísticas que había en la ciudad; hasta llegar a la sección de exposiciones pictóricas… XV »Mi vida, como la de tantos otros, creo, ha sido una especie de montaña rusa: la felicidad y el infortunio han ido apareciendo en escena a su antojo. Soy un perfecto ignorante en cuanto a la vida. Mi insatisfacción interior… bueno, ¿para qué seguir indagando? Ya no tiene sentido. »Lila apareció en la pantalla. Mi hermosa luna de párpados anaranjados. Que cruel es el destino, que cuando menos te lo esperas dispara a bocajarro sin compasión. Raudos como el vuelo de un pájaro, acudieron a mí los recuerdos. El círculo de piedra rebosante de vida y su cielo sembrado; los días felices y el amor más bello: Lila. De nuevo rompí a llorar como un niño, con el corazón rasgado; mi cuerpo tembloroso… ¿Por qué ahora? »La enfermera me suministró un calmante y me abrazó el sueño; compadeciéndose de mí; esparciendo mis tristes pedazos al vacío con suma delicadeza. Ausente del mundo. Jericó, ¿Dónde estás…? , pregunté. Solo hubo silencio. Al día siguiente, Irina y Joel vinieron a buscarme. Durante el trayecto, mis ojos escarbaron entre la multitud; entre toda aquella maraña de cuerpos y cabezas, con la esperanza de poder verla. Absurdo. Lo sé. »Esa misma noche escribí una carta para Irina… en el último momento no me atreví a dejarla sobre la mesa. Poco después desaparecí como una sombra. -¿Por qué lo hizo? ¿Por qué alejarse de sus seres queridos? -Un tumor me habita, moriré pronto. Deseo que me recuerden caminando entre la hierba; no como un pedazo de carne inanimada. -Lo lamento de veras. -Señor Rhode, míreme, mire esta piltrafa frente a usted; esta partícula de vida que se desvanece. Yo deseaba ser música, estar en todas partes, amar, volar… ¿recuerda todo eso? XVI »Volví a la ciudad. A ese absurdo y caótico garabato; a esas voces deseándolo todo y a todas horas. Deseaba verla una última vez. Y se cumplió mi deseo. La vi… rodeada de sus cuadros, sonriente, anciana, bella de todas formas. Sus grandes párpados anaranjados… su mirada aun podía estar reposando sobre la mía… la añoraba, sí, después de tanto tiempo. La contemplé durante siglos, hechizado, entre las sombras de la urbe. Descendí de las colinas y le ofrecí todas las flores; reímos, besé sus labios, nos amamos. Lila estaba allí, tan cerca y lejana. ¿Seguía casada? ¿Tenía hijos? ¿Había sido feliz? Jamás lo sabré. Me quedé un instante más, contemplándola. Lila… Presentó un último cuadro, mirando a su público, resplandeciente y hermosa. Así la recuerdo. Pese a todo, no le guardo ningún rencor. Todo lo contrario, la sigo amando. -Tan cerca y lejana… ¿Por qué no acercó a ella? -Hubiese sido un error, lo sé. Se deben guardar las distancias con el pasado. Si hubo felicidad, contemplarlo sin más; si acaso fue desafortunado borrarlo para siempre. -En su caso sucedieron ambas cosas, felicidad e infortunio. -Sí… -¿Desea continuar? Descanse si lo necesita. »Con aquella última imagen de ella, me alejé caminando lentamente, con un extraño estado de ánimo. No sabría describirlo… como si ya hubiese dejado de existir. Nada más podía exigirle a la vida. Hubo épocas de bellas sonoridades, y un tiempo de total desafinación. Aquella noche me hospedé en un hotel. Dormí hasta bien entrado el mediodía. No quise desayunar, había perdido el apetito por completo. Nada deseaba. De repente me acordé de mis padres, como una señal, aparentemente absurda. Me acordé de su ciudad natal. Dos horas después subí a un tren con destino al origen. XVII «Es el libro ambulante, cosido y caótico. Lejano queda el mundo, y aquí, discurren más bellos y silenciosos; oscuros y claros prodigios humanos» -¿Lo escribió usted? -No. Alguien que conocí en las calles, un poeta caído en desgracia. El vino industrial y la melancolía desataron mi lengua una noche. Encontré esas palabras en uno de mis bolsillos, aún conservo el pedazo de papel. El poeta desapareció al día siguiente, como si nunca hubiera existido. -Un alma errante, como usted… »Recorrí las calles donde antaño habían vivido mis padres; donde se habían conocido, amado, supongo; donde habían pasado la mayor parte de sus vidas antes de emigrar. Los imaginé allí, siendo jóvenes, alternando con la vida, descubriéndola. ¿Qué les sucedió? ¿De dónde nacían sus miedos? ¿Heredaron también el óxido? Pregunté por ellos, si alguien les recordaba, pero nadie quedaba ya de aquel remoto pasado. Me quedé dos días más en aquella ciudad sin memoria; casi fosilizada. En el hostal parecía ser el único huésped, cuyos dueños, de mediana edad y trato adusto, iban alternando su atención: primero hacia la ventana, después, un pequeño televisor que tenían bajo el mostrador los mantenía hipnotizados por un rato. No pude contener la risa. Después de todo, existían otras vidas menos afortunadas. Seguí deambulando por aquellas viejas calles, absorto en mis pensamientos: Mi familia del alma, allá lejos. Lila… Reí una vez más ese día. Me reía de mí mismo. Estaba agotado, viejo y enfermo ¿Qué importaba ya nada? Volví al hostal casi sin aliento. No tenía apetito, no tenía ganas de nada, solo echarme sobre la cama y descansar. Dormir durante milenios. XVIII »Apareció Jericó. Sus alas y su rostro eran distintos, incluso su voz, cuya sonoridad era casi musical, dulce y envolvente. Volamos sobre la ciudad dormida, después lejos, hacia una remota región del mundo, tal vez del cielo. El resplandor de la luna apareció entre jirones de nubes color púrpura, sobre un paisaje salpicado de árboles frondosos. Una vieja torre se erguía centinela; de su vientre, una luz brillante, acogedora y sabia brillaba en la noche, invitando al sueño o a la palabra. Sentados sobre la hierba, dos enamorados se cantaban el amor eterno. De tierras remotas, apareció un caminante de pasos largos y tranquilos, admirando el paisaje nocturno y pardo. Un rebaño blanco pastoreaba apacible bajo los grandes espacios arbóreos. La atenta mirada de la montaña, silenciosa. Allá lejos… se adivinaban otros paisajes -¿Quién habita allí? –pregunté. Como respuesta, la luna brilló un instante con más intensidad. Vi campos labrados y aldeas dormidas. Sin decir palabra, Jericó señaló al caminante, le observé atento, sus pasos me recordaron a los míos. Sí, era yo. -Me gusta estar ahí, verme ahí. Huele a paz… ¿Qué más deseas mostrarme viejo amigo? –le dije. »Jericó no dijo nada, pero sonrió, e intuí algo. Asentí en silencio, sonriendo también. »Desperté en otro hospital. El matrimonio de trato adusto me había recogido del suelo y llamado a una ambulancia. Tenía un brazo y parte de la cara magullados. El tumor seguía avanzando inexorable, tan despiadado como una maldita y absurda guerra; bombardeando mi cerebro y mis recuerdos. -Sé quién es usted. Tiene la misma sonrisa... No llegué a conocerle, a su padre me refiero; ni siquiera yo había nacido. Mi madre guardaba celosamente algunas fotos de él. Ella lo amaba… Se casó con mi padre, tal vez por despecho, que sé yo. No fue feliz… Mi hermana la encontró muerta en la cocina… se cortó las venas… XIX »Los ojos de aquella mujer parecían dos balas a punto de disparar; lagrimosas e infladas de odio, apuntaban hacia mí. La escuché en silencio, cabizbajo, como si tuviese una vieja deuda que pagar. -¿Sabe? mi madre era una mujer bella y coqueta. Sin apenas cultura; lo ignoraba casi todo. Pero era fuerte y trabajadora. Como toda mujer en aquella época, su única aspiración era casarse con alguien guapo, tener una casa bonita… lo típico. Él comenzó a tontear con ella, a pesar de estar prometido ¿me sigue? Mi madre se enamoró perdidamente. Ciega de amor. Su padre era un conquistador, al mismo tiempo que un cobarde… -Sí… ¿Y mi madre? -Solo sé lo que me contó mi hermana. -No importa, cuénteme lo que sepa, se lo ruego. -Por aquel entonces, su madre era una chica menuda, bonita, sí, pero dada en exceso a la fantasía. Creía que todo llegaba por arte de magia, sin esfuerzo. ¿Entiende lo que le digo? -Le entiendo, sí… -Al cabo de un tiempo emigraron lejos y no regresaron jamás. »No supe que decir. ¿Disculparme por mi padre? Incliné la cabeza, esperando el tiro de gracia o el indulto. Nada ocurrió. La mujer se marchó en silencio. Regresó a su mediocre vida, a mirar por la ventana o debajo del mostrador. ¿Con su alma y su corazón aliviados? Así lo desee. Imaginé que ambos, en algún momento de sus vidas se habían dado de bruces con una realidad distinta a la que esperaban. Sobre todo mi madre, al descubrir que el pan no crece en los árboles, que la comodidad tiene un precio, que ir de señorona le quedaba grande y, que antes de engendrar un hijo debía haberse leído el manual. Creo que fueron tal para cual. XX –Entonces, ¿su padre jamás se enteró de aquel lamentable…? -Sí, si lo supo. Alguien debió hacerle llegar la noticia, pero bastantes años después. Siendo yo adolescente, el carácter de mi padre cambió por completo. Se volvió sombrío, muy distante. Se enfadaba a menudo por cualquier nimiedad y nos gritaba con furia. Yo creo que la amaba… y la abandonó a su suerte… sí, fue un maldito cobarde. Pobre mujer… duele tanto… -Cálmese. Tome un poco de agua. -Estoy agotado. Deje que recobre el aliento, el sueño es cada vez más pesado… -Descanse cuanto quiera. »Saqué todo mi dinero del banco, el que había ahorrado durante los últimos años, no sin antes, transferir la mayor parte a la cuenta de Irina y Joel. Volví una vez más a los caminos. A veces en tren, otras, caminando por unas horas; con mí carga de recuerdos, que parecían solidificarse por momentos. Quise volver al círculo de piedra, pero ya las fuerzas dejaron de animar mi cuerpo y me detuve aquí… Tenía la necesidad de contarle a alguien el transcurso de mi vida; liberar mis tormentas; liberarme de la pesada carga, como un exorcismo largamente postergado. Pasé ante su puerta varias veces, dudando. Cuando abrió la puerta y vi su rostro, supe que me escucharía. No tan solo eso… quise gritar, sí, pero no un grito desesperado, de miedo o de angustia: un grito que brotaba desde lo más profundo… allí, junto a la ventana de su despacho colgaba luminoso el hogar de Jericó, el que había contemplado en mis sueños: el cuadro de Thomas Cole, Luz de luna. Mi paisaje del alma… XXI »Recuerdo a Lila sentada sobre el escalón grande. Teníamos dos arriates rebosantes de flores y hierbas aromáticas a cada lado de la puerta. Así me la encontraba muchas veces, con su rostro resplandeciente, esperando un beso. Mi beso. Entonces me sentaba junto a ella, y me mostraba pinturas de algún libro que había encontrado en la biblioteca. Fue la primera vez que lo vi… Luz de luna. Quedé prendado al instante. -¿Quién lo pintó? –le pregunté sin dejar de mirarlo. -Thomas Cole. Murió joven. No deberíamos dejar escapar ni un solo día. Jamás -contestó Lila, como ausente. »El día de mi cumpleaños, Lila me lo regaló, más aún, ella misma lo había pintado y enmarcado en roble y plata. –Tu paisaje del alma -me dijo, mirándome con sus ojos grandes. La besé durante una eternidad. Y lloré dentro; en lo más profundo; deseando estar siempre junto a ella… -Deseo confesarle algo… ese cuadro, el que cuelga junto a la ventana… creo que le pertenece. -No le entiendo… ¿Qué quiere decir? -Hace algunos años asistí a un mercado de objetos de segunda mano; recuerdos y enseres de casas olvidadas, abandonadas, o quien sabe, saqueadas por necesidad… En toda época siempre ha habido un tiempo de penurias… No poseo grandes conocimientos sobre arte. Cuando vi el cuadro, igual que usted, quedé prendado. Para mí representaba el escenario onírico de alguien; un lugar de reposo, el último hogar: una noche perpetua que se expande hasta los confines, y que sin embargo no es oscura, si no, clara y luminosa gracias a los dones de la luna… El marco era de roble y plata. Pregunté de donde procedía. «De allá lejos, en la costa, la ciudad rodeada por un círculo de piedra. El cuadro fue encontrado entre los trastos de una vieja panadería abandonada» - me dijeron. XXII -Quisiera incorporarme, ayúdeme por favor. -Está muy débil. -Se lo ruego, necesito un poco de aire fresco. -Abriré la ventana. Siéntese en esa silla, ahí estará mejor. -Envíe esta carta a Irina ¿Lo hará por mí? -No se preocupe. -Se lo agradezco. En tan poco tiempo le debo tanto… ¿Puedo preguntarle porque…? -Hace un par de años un paciente se suicidó frente a mi puerta; minutos después de haber estado aquí. Tenía una amante, y una hermosa familia. Los remordimientos le fustigaban cada noche en forma de terribles pesadillas. Lo perdía todo, teniéndolo todo. Hay quienes no se conforman y juegan tontamente con sus vidas… Desee ayudarle, créame, pero se cerraba en rotundo a mis consejos. ¿Por qué no valoraba lo que ya tenía? Terminé recetándole unas pastillas para conciliar el sueño. De nada sirvió. Su amante le exigía cada vez más y más. Le entró el pánico. Vino a mi consulta para contármelo, desesperado y atormentado. Se vio en un callejón sin salida y… terminó pegándose un tiro frente a la consulta. Mi reputación como psicólogo fue puesta en tela de juicio. Aquel suceso arruinó mi vida. Todos me dieron la espalda. Así es la vida, a veces ingrata, a veces injusta… a veces llegamos a tocar el cielo por un tiempo, como también la soledad. ¿Sabe una cosa? De cuantas mujeres se acercaron a mí, ninguna logro tocar mi corazón. Amé a una sola mujer. Jamás fui correspondido por ella. Así que volqué toda mi atención y energía en la profesión. Pronto llegó el prestigio, el éxito. Siempre me faltó algo. Siempre incompleto… Eso es lo que deseaba saber, supongo. -Es usted un buen hombre, como pocos he conocido en mi vida. Ahí fuera solo se respira… y creen ser algo, muy lejos de brillar de verdad; de corazón. No se culpe por lo ocurrido; mire hacia adelante. El tiempo es tan valioso… XXIII -¿Perdonó a sus padres? -Hace años… ni siquiera están enterrados juntos. -¿Qué recuerda de bueno? -No me faltó de nada. Estuve bien alimentado, ropa, buen calzado, juguetes… debo reconocer que en ese aspecto siempre estuve bien atendido. -¿Algo más? -Una fotografía de una remota navidad. Mis padres me sostenían en brazos, ellos sonreían y parecían felices; yo estaba asustado y lloraba ante un rey mago de barba postiza que no le favorecía en absoluto. -Sonríe… -Conservé esa foto durante muchos años. Fue lo único que llevé conmigo, hasta que un día la perdí; tal vez en un callejón o en los caminos, que se yo… -¿A qué edad se marchó de casa? ¿Lo recuerda? -De la noche a la mañana mi madre se había convertido en mi mayor enemigo; también lo era para sí misma; la realidad fue para ella el peor de los monstruos. Mi padre dejó de existir aun estando presente. Y yo desaparecí de sus vidas para siempre, tuve que hacerlo. Estaba perdiendo la cordura, las ganas de vivir… era muy joven… -Descanse ahora. -Un último favor, señor Rhode… -Por supuesto, dígame. -… lléveme hasta allí… luz de luna. -¿Es ese su último deseo? -No, en realidad… tengo otra carta… es para Lila. No tiene dirección. Está en mi bolsa de viaje. -Descuide. -Dormiré un buen rato si no le importa, buen hombre. -Cierre los ojos. Usted es mi último paciente… mi mejor paciente… 3.2.1… Duerma, le esperan… XXIV –El cuadro perteneció a tu padre, quédatelo. -Le agradezco mucho lo que ha hecho por él, es usted un buen hombre. -No fue una mera casualidad que tu padre llamase a mi puerta. Las casualidades no existen, créeme. -Sí… mi vida… bueno, ya sabe la historia… ¿Tiene usted familia? -Una hermana; vive lejos, pero mantenemos el contacto. De hecho, pienso ir a visitarla en primavera. Puede que me quede allí un tiempo. Necesito dar reposo a mis pensamientos; pasear bajo los árboles… -Venga a visitarnos cuando lo desee. Conocerá a mí familia. -Gracias… Una última cosa. Su padre dejó esta carta para Lila. No he podido entregársela… ella falleció no hace mucho, desconozco las causas, y no me pareció conveniente enviarla a sus hijos, ya me entiendes. ¿Deseas conservarla? -Sí, pero permanecerá cerrada, esas palabras fueron escritas para ella. Se ha tomado muchas molestias… -Lila tuvo dos hijos, al poco de nacer el segundo, su marido la abandonó; se marchó lejos y no quiso saber nada más de ella, ni de sus vástagos. Todo un caballero… «Un lobo refinado de las altas esferas»… Lila fue feliz a medias; no siempre el viento le fue favorable… -Mi padre la amaba tanto… -Irina, su padre era distinto; algo, muy profundo, se manifestaba en su interior y tiraba de él con fuerza para llevárselo a otro mundo; sin embargo, consiguió amar y ser amado. Ahora camina bajo la luz de la luna.
PARTE II
En este rincón del mundo viene aconteciendo un hecho extraordinario,
repitiéndose una y otra vez desde que la memoria alcanza. Durante el solsticio de otoño, viajeros de rostro iluminado aparecen por el camino del este, cuyo espíritu de profunda inquietud toma sosiego en estas tierras. ¿De dónde proceden estas erráticas almas? nada sé. Damos la bienvenida a cuantos llegan y desean establecerse en paz. Vivimos, respetamos y observamos el horizonte, siempre con esperanza y cautela. No es éste un lugar «mágico» de gentes que sonríen estúpidamente todo el día, quedando desterrado el dolor o la desgracia. Siempre la negritud acechó en todas partes. Incluso aquí, donde se presume de imperturbabilidad. Afortunadamente, han sido pocos los acontecimientos oscuros que nos robaron el sueño. Diario de la torre. Eneas **** -¡Por dios bendito, Víctor! Qué clase de locura… -Entiendo que no me creas, es imposible, lo sé. Llevo tres noches sin dormir… tengo miedo. -¿No habrás vuelto a esa mierda? otro disgusto como aquel… fue muy duro para todos, supongo que lo recuerdas… -¡No, no, lo juro por mamá!... ¿Me harás un favor? ¿Te sentarás conmigo frente al cuadro? Solo esta noche, por favor, podrás comprobarlo… ¡no estoy loco! -¡Basta!... ¿Eres consciente de las cosas que estás diciendo? -Necesito ayuda… **** Ha llegado otro viajero. Es su semblante de profunda quietud. Conoce de forma extraordinaria cada rincón de este paisaje, cada árbol, cada brizna de hierba; como si ya hubiese estado aquí. No sabría explicar porque, pero no me sorprende ese hecho. Es portador de aquello que nace en las profundidades del alma, y que aquí, toma reposo y se libera. Le he cedido el pequeño jardín circular de la torre; le gusta avivar el fuego. Suele sentarse alrededor de las llamas, y observar, como hipnotizado, el movimiento ignoto del fuego. A veces me uno a él y conversamos hasta el alba. Es un buen orador y sabe escuchar. Posee una imperiosa necesidad de saber. -¿Qué tierras y gentes habitan a nuestro alrededor y más allá, donde los ríos confluyen? –me pregunta. Entonces, sale a explorar esos caminos tras la montaña, muy lejos, donde «El trino del pájaro y el bosque son distintos, pero no menos bellos». A su regreso, pasados unos días, su rostro está más iluminado y calmo; brillan sus ojos, como dos luceros en el vasto océano estelar. Le he preguntado cómo se encuentra: -Habita en mí una calma infinita –me dice, sonriendo plácidamente.. Hoy es la cuarta estación en luna nueva. Diario de la torre. Eneas **** -Relájese. Respire profundamente… -¿Va a hipnotizarme? -No se preocupe. Comience por su nombre y profesión. -Me llamo Víctor… soy compositor, principalmente me dedico a los musicales, a veces, compongo jingles para anuncios publicitarios y esas cosas… -Permíteme que te tutee, ¿de acuerdo? ¿Qué edad tienes? -Cumplo 39 en un par de mañanas… disculpe, estoy nervioso. -Cálmate. Aquí no se juzga a nadie. Respira de nuevo. Cuando estés listo, continúa. **** Se ha producido un nacimiento, Ivana ha dado a luz un varón, hijo de Arturo, el alfarero. Es solsticio de otoño. Por el camino del este a aparecido una joven de rostro apacible, como hacía tiempo no había visto. Le he dado la bienvenida y he conversado con ella hasta bien entrada la madrugada. Se nos unió Benor, después de avivar el fuego. Parece haber enmudecido. Áurea trae consigo bocetos y algunas pinturas incompletas. Sonríe tímida mostrándonos sus obras. Es curioso, los tonos cobrizos de sus pinturas parecen estar inspirados en nuestro bello entorno. Intuyo en ella un alma prístina, de luz contenida. Sus grandes ojos titilan, tal vez contienen manantiales o estrellas errantes. El tiempo dirá. Bienvenida seas, y permanezca aquí, tu espíritu sosegado. Diario de la torre. Eneas **** -Lo encontré en el sótano… Hace unos días me sentí tremendamente cansado, sin inspiración. Me han encargado un nuevo musical y apenas tengo nada escrito, estoy seco. -Víctor… -¿Qué… ocurre? -No consigues calmarte. Es normal, no te preocupes. Puedes venir otro día si lo prefieres. -Lo prefiero, gracias. **** Un nuevo solsticio de otoño. De momento, ningún viajero apareció por el camino del este. El fuego brilló toda la noche. Durante las primeras horas del alba se ha estado formando una extraña y gigantesca nube sobre el valle, semejante a una figura alada. Tal vez sea una señal. Benor salió de nuevo, hacia el profundo sur. Espero impaciente su regreso. En el bosque se está recolectando. El nogal y el castaño están en óptimas condiciones. Pronto, el festejo junto al arroyo dulce y la criba de semillas. También la fecha de sucesión. Diario de la torre. Eneas **** -¿Qué tal te encuentras hoy? -Menos cohibido. No es fácil… -Lo sé. Muy pocos se han sentado en ese diván con total inhibición y valentía; a fin de cuentas, soy un extraño para quienes entran por primera vez en esta pequeña sala… un extraño-amigo, llamémosle así, cuyo cometido es prestar toda la ayuda posible. Confía en mí. -Hace años… tontee con las drogas y sin embargo… -Continúa… **** La figura alada sigue cubriendo el cielo desde hace tres días. Ya no tengo la menor duda, es una señal, pero ignoro su significado. Son muchos los que acuden a la torre buscando respuestas. ¿Qué significa? ¿Qué trata de decirnos? ¿Es de mal augurio? Convocaré a los mensajeros. Saldrán esta misma noche en busca de Benor… ¿Dónde te encuentras, amigo mío? Diario de la torre. Eneas **** -… y sin embargo, no he visto nada igual en mi vida. ¿Es producto de mi imaginación? -Cuéntame desde el principio, trataremos de averiguar de qué se trata, no omitas nada, cualquier detalle será de gran ayuda. -Temo salir de aquí con camisa de fuerza… -Ahí fuera, una auténtica jauría de locos gobierna el mundo. Es alarmante. Son ellos los que deberían estar encerrados; son amorales e infringen mucho dolor a la humanidad con sus descerebradas decisiones; están enfermos, sin lugar a dudas… no, Víctor, de aquí no ha salido nadie en semejantes condiciones. -Aún no ha escuchado mi historia… -Te escucho. **** -Debo partir de nuevo, Eneas, hacia la montaña. Estás en lo cierto, es una señal, lo intuyo… es algo que… -¿No tomarás reposo? -Es necesario partir ya… ¿Y Áurea? -Ha estado avivando el fuego durante tu ausencia, ha dormido poco. -Déjala dormir. Toma, traje unas telas para sus lienzos. -Dáselas tú mismo, se alegrará mucho y… -Eneas… -Sí, tienes razón… regresa pronto. Benor ha partido de nuevo, hacia la montaña. Por primera vez en mi vida temo por todos nosotros. Mi pensamiento no descansa, se torna oscuro… ¿Es el fin? He consultado en antiguos plúteos y diarios, pero no existe referencia alguna sobre esa forma alada. Nada. Una pregunta revolotea sin descanso en mí interior; parece un pájaro inquieto. ¿Cuál es nuestro origen? Yo también llegué por el camino del este, pero… ¿De dónde venía? Es extraño no tengo recuerdo alguno; presiento algo… ¿Qué es? Creo que debería haber acompañado a Benor. Cuanta incertidumbre. Diario de la torre. Eneas **** -Compré mi casa en una subasta, sin importarme lo más mínimo a quien había pertenecido. Quedé prendado de su fachada Art Noveau; más aún, cuando vi el interior, perfecto para montar mi estudio y un hogar… Llevaba demasiado tiempo dando tumbos de un lugar a otro. Acondicioné la primera planta y olvidé el sótano y la buhardilla. Me interesaba tener el estudio montado lo antes posible, ya sabe, el trabajo… He trabajado duro y sin apenas descanso, en esta profesión no todo son mieles y rosas como la gente cree. Hace tres semanas recibí el encargo de un musical, pero apenas tengo nada escrito. Muchas veces la inspiración desaparece, se esfuma por un tiempo. A los artistas nos tiene bien cogidos por los… disculpe, me resulta complicado hablar sin soltar tacos. -No te reprimas, se tú mismo. Continúa. -Estaba desesperado, ese encargo es importante… la verdad, está muy bien pagado, no solo eso, en caso de éxito… -El prestigio, la fama… sí, no solo los artistas lo anhelan; ese deseo campa a sus anchas por todos los ámbitos y rincones de este mundo. Y tan solo estamos de paso… es absurdo. Continúa, por favor. -No sé por qué, pero se me ocurrió bajar al sótano; echar un vistazo, husmear un rato. Lo más normal hubiese sido salir a dar un paseo, despejarme y tomar algo por ahí… no sé… -Ser imprevisible es un rasgo humano. Existen demasiadas personas aburridas, sin imaginación; trazan una línea recta y de ahí hasta el día de su muerte. -Lo encontré allí, al fondo, sobre un polvoriento escritorio, como el suyo, pero mucho más antiguo. ¡Joder, es precioso!- pensé. Dejé de prestar atención a todo lo demás, cogí el cuadro y volví arriba. Después de limpiarlo con sumo cuidado, lo colgué en mi habitación, frente a mi cama. -Descríbemelo. -Bueno… es un paisaje… parece un lugar muy tranquilo y acogedor; es de noche, con una luna que resplandece, el cielo es de color violeta, bajo los árboles pasta un rebaño… una torre… en su interior brilla una cálida luz… -¿Qué ocurre? Lo estás haciendo muy bien, ¿Víctor?... -No… no me siento muy bien… ¡Menuda mierda!, disculpe… -Te traeré un vaso de agua. -Mejor una cerveza fría, si la tiene. -Voy por el vaso de agua. -No importa, déjelo… es ese maldito cuadro. -¡Isaac Rhode!… ¿Pudiera ser que…? -¿Qué? -Espera un segundo… ¡enseguida estoy contigo! -Pero… ¿Qué ocurre? - ¡Calle Gaudí 22! -¿Cómo sabe…? es ahí donde vivo. **** -«Hay algo, en ese horizonte silencioso y cobrizo que solo puede percibirse desde el alma; con la vista pensante, deslizándose suavemente por su sinuoso contorno, lejano…» ¿Lo recuerdas?, son tus palabras, en otro tiempo y lugar, cuando conversabas conmigo bajo las estrellas. -¿Quién… quién eres? -A mí acudías cada noche, desde las profundidades de tu alma. -No recuerdo eso… ¿Quién eres? -Yo te traje aquí. Fue tu última voluntad. -¿Jericó…? -Así me nombraste en tus pensamientos. -Pero… no entiendo nada… ¿Qué…? -Falleciste. Ya no existes en tu lugar de origen, sin embargo, continúas vivo en esta dimensión. Aquí tu alma tomó reposo. No trates de entenderlo. En tu mundo, bajo este aspecto que ves, muchos me considerarían un ángel de la religión cristiana; un milagro divino; un dios para culturas más primitivas. Para otros, en cambio, una aberración de la naturaleza o un enigma impenetrable. Allí puedo tomar forma humana o ser simplemente un pensamiento. Tú me llamaste. Para ti soy Jericó, el hombre alado; en realidad, no poseo forma. Este lugar tiene vida propia, consciencia, pues así lo cree… **** -Isaac Rhode… -No le entiendo, ¿Quién es esa persona? ¿Qué tiene que ver…? -Tranquilízate, Víctor. Isaac Rhode fue un eminente psicólogo que vivió y ejerció en esta ciudad… cayó en desgracia por un lamentable incidente. Algunos tuvimos el privilegio de acceder a sus notas y diarios cuando estábamos en la facultad… es una larga historia. Mira, aún guardo este recorte del diario local: «Una casa de estilo Art Noveau situada en la calle Gaudí 22 sale a subasta. Los últimos propietarios, dos hermanos sexagenarios, donarán el dinero a varios centros de acogida. La casa, en su origen, perteneció al psicólogo Isaac Rhode» El cuadro que describes pasó a manos de Irina B, y la casa, años después, a Emil y Violeta, hijos de esta. Isaac Rhode no tuvo descendencia y por sus diarios, sabemos que mantuvo una estrecha relación con esa familia, a quienes, finalmente nombro como herederos; el cuadro regresó a la casa y allí ha permanecido hasta que… -¿Tranquilizarme? ¿Qué clase de maraña…? -Isaac Rhode, recibió a una persona en su consulta; jamás reveló el nombre en su diario, ignoro el porqué. Esa persona era el padre adoptivo de Irina y por consiguiente, abuelo de Emil y Violeta. Entre ellos surgió una estrecha relación de amistad en apenas tres días; como si dos amigos de la infancia se hubiesen reencontrado. Ese cuadro estaba colgado en la consulta de Rhode, pero había pertenecido a esa persona mucho tiempo atrás. -Doctor Mathew… -¿Eh?... sí, discúlpame… esa historia siempre me ha parecido muy curiosa y… y ahora, ese cuadro y esa casa son de tu propiedad… mera coincidencia, supongo… -El fuego brilla en la torre, brilla de verdad… no solo eso, aparecen y desaparecen figuras… ocurre cada noche, desde hace días. Tengo el cuadro en el maletero, quédeselo hoy o los días que desee… dígame que no he perdido la cordura. ¿Lo hará?, se lo ruego… -Víctor, calma, calma, estás arrojando piedras sobre tu tejado, me comprendes ¿verdad? ¿Estás siendo consciente de lo que dices y de lo que me estás pidiendo? -Vine en busca de ayuda... -¡Por supuesto que voy a ayudarte! pero no de esa manera. Es evidente que tu nivel de estrés es muy alto, probablemente causado por un exceso de trabajo. Esas alucinaciones… meras alucinaciones, remitirán, te lo aseguro. Debes calmarte ¿de acuerdo? cálmate, Víctor. **** -Observamos tu mundo y otros mundos. Participamos; incluso nos sentimos cómodos en ellos. A veces creamos vínculos de afecto con ciertos seres; seres distintos entre los de su propia especie, como tú, por ejemplo. Cuando fallecéis abrimos otras dimensiones, o las creamos a partir de vuestros deseos más profundos. Y para algunos esa verdad os es revelada. Nada perece en este vasto universo, cuyo origen, es desconocido incluso para nosotros. No temas, tranquiliza a esas buenas gentes que comparten esta vida contigo, y vive en paz, con tu alma sosegada. Continúa explorando si así lo deseas, no existen límites y todo es bello. -¿Quiénes son esas gentes? -No todos son como tú, sin embargo sus almas gritaron alguna vez deseando liberarse. Eneas fue un hombre sabio y guía, lo sigue siendo en este mundo. Muy pronto también le será revelado su origen. Aunque ya comienza a cuestionarse ciertas cosas. -¿Y Áurea? -Pregunta a tu corazón. -¿Qué quieres decir…? -Algún día también deberás abandonar este lugar, no lo olvides, así que descubre y ama hasta el fin. -¿Y después? -Nada puedo decirte. Tal vez nos reencontremos, tal vez no. Debo dejarte ahora, esta dimensión continúa abierta y debe sellarse. -No entiendo… -Alguien, al otro lado, está percibiendo cosas imposibles. No sería justo si saliese perjudicado… querido amigo, ya nada debes entender. Vive en paz en este nuevo mundo; lo que ocurra fuera de estos ilimitados confines nos atañe a nosotros. Es nuestro cometido, y yo he cumplido contigo. -Jericó… viejo amigo… -Adiós, sin más. **** -¿Sí, quién es…? -¡Ven inmediatamente a por el cuadro, no sé de qué forma lo has hecho llegar hasta mi consulta, pero ahora sí te estás comportando como un perturbado! ¿Víctor…? -Lo siento… me estoy obsesionando… por favor… esas visiones… ¡ayúdeme! -Está bien, está bien, vamos a solucionarlo juntos ¿de acuerdo?… ven esta noche a mi consulta, sobre las once. **** -Voy a colocar el cuadro aquí, frente al sofá. Lo observaremos durante treinta minutos, no más. Transcurrido ese tiempo, ¡finito! ¿Estás de acuerdo? Además, esa cámara que ves ahí, estará grabando en todo momento hacia el cuadro… esto es de locos, nunca mejor dicho. -De acuerdo… doctor Mathew, quiero… -Si alguno de mis colegas del IPV se enterase de esto, adiós a mi carrera ¡acabado!, así que te ruego no pronuncies ni una sola palabra más. Trato de ayudarte… ¡y no es precisamente la forma de proceder! ¿Lo entiendes? **** -¿Qué ha ocurrido en la montaña? -Un encuentro inesperado; una revelación. Pero nada temas, todo está en orden. Ningún mal va a perturbar estas tierras; nuestro hogar está a salvo. Confía en mí, te lo ruego. -Confío en ti, Benor, tú eres el más extraordinario de entre nosotros… ¿Hay algo más que quieras decirme? -Eneas, difunde la buena noticia desde la torre, todos están esperando, mi buen amigo. -¿Y la forma alada? -Él me trajo a este lugar. En otro tiempo veló por mí. -¿Qué sabe de nosotros? ¿Cuál es su nombre? -A ti también te serán reveladas algunas cosas, muy pronto. **** -No ocurre nada extraño en esa pintura, Víctor, lo hemos comprobado juntos. Convéncete de ello. Tu estado mental, agotado por el exceso de trabajo, ha estado jugando a las ilusiones contigo. No hay nada más. A cualquiera puede ocurrirle. -¿Y sí…? -Víctor, por favor… -Lo siento, tiene razón, tiene razón. -Te aconsejo que te deshagas del cuadro, véndelo o vuelve a dejarlo en el sótano, cúbrelo con una sábana y olvídate de él, ¿lo harás? -Lo antes posible, descuide. -Voy a recomendarte un balneario. Una semana. Y practica algún tipo de meditación, ¡ah!, seguirás acudiendo a mi consulta una vez cada dos semanas. No te preocupes, recuperarás el equilibrio. -Supongo que es hora de ir reduciendo la marcha… -Es necesario, Víctor, la salud es la clave absoluta de todo; es la gran aliada, tenlo muy presente. -¿Le importa quedarse con el cuadro? no deja de ser hermoso. Si volviese a ver algo en esa pintura… -¿Estás seguro? -Completamente. Es suyo. -Te espero a la vuelta. -Gracias por todo… y, descuide, lo ocurrido aquí esta noche, no ha ocurrido. -Feliz estancia, Víctor. Finalmente, el doctor Mathew donó el cuadro a la biblioteca pública de la ciudad. Allí luce desde entonces, junto a las estanterías de arte antiguo. Años más tarde, el doctor Mathew, ya jubilado, se dispuso a visionar y recopilar antiguos casos de algunos de sus pacientes, pues era su deseo ofrecer al IPV el fruto de sus trabajos e investigaciones más notables. -¡Dios mío…no puede ser, no puede ser! ¡Es imposible! El doctor Mathew olvidó apagar la cámara, que siguió grabando después de que Víctor se marchara de la consulta aquella noche. Nunca reveló lo que vio en la cinta, ni tan siquiera quiso anotarlo en su diario personal; guardo aquella visión en su memoria hasta el día de su muerte. Un año después, Víctor hizo un viaje a oriente. No se le volvió a ver jamás. **** Es solsticio de otoño; viajeros de rostro iluminado y espíritu sonoro llegan por el camino del este, bajo la luz cobriza de este cielo inconmensurable; guiados por el cálido fuego de la torre. Algunos continúan caminando más allá, tras la montaña, donde confluyen los ríos. Otros se establecen en las lindes del bosque o en la falda de la montaña. Áurea dio a luz una hermosa niña. Pronto, los festejos junto al manantial y la criba de semillas. Es tiempo de abundancia. Diario de la torre. Benor. -Buenas noches Jericó, donde quiera que estés…