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Buen día, estimados radio escuchas. Soy Francisco Loidi, presbítero, conocido
como P. Patxi, p mejor Patxi a secas.
Voy a tener 6 sesiones sobre el Bo. Romero. Van a ser cinco bocetos, como cinco
escenas. Y al final, una síntesis biográfica.
la entrevista del periodista Juan Arias con Romero, a primeros de febrero de 1979
Le noté triste aquella mañana. Me costó conseguir aquella entrevista. Me dio la impresión
de ser un cura de pueblo. Su sonrisa era limpia pero teñida de tristeza.
“Yo estaba ciego. Estaba con los ricos. Me había olvidado que el evangelio nos pide estar
al lado de los pobres”, me dijo en una de sus últimas entrevistas.
“En estos momentos es mejor hablar poco y hacer, estar al lado de los perseguidos”, dijo
como hablando consigo mismo.
Después me explicó su conversión. Se llamaba a sí mismo, en efecto, un convertido. Me
contó que él estaba de la parte de los ricos, del poder, viviendo en un palacio, hasta que
un día le asesinaron a uno de los sacerdotes que él consideraba un santo, Rutilo Grande.
“!Imagínese que lo acusaron de comunista!”.
Fue la gota de agua que colmó el vaso. Entendió Romero que estaba de la parte
equivocada. Dejó el palacio y se entregó a la causa de los perseguidos y a la defensa de
los derechos humanos.
“Al lado de los pobres, de los que más sufren y de los perseguidos por defenderles, me
encontré viviendo el evangelio”, me explicó.
Hablaba con la cabeza baja. Una vez, con una emoción contenida llegó a cogerme una
mano.
No hablamos mucho. No quería acusar a nadie. Se acusaba sólo a sí mismo de haber
“estado ciego”.
Apenas un año después, el 24 de marzo de 1980, Romero sería asesinado con un tiro
certero al corazón mientras celebraba misa en la capilla de un hospital de cancerosos.
Acabó con su vida un militar que formaba parte de uno de los escuadrones de la muerte.
En un viaje hacia Brasil, le pregunté a Juan Pablo II en el avión papal, si, al llegar por
primera vez a América Latina después de la muerte de Romero tendría un recuerdo por el
"mártir ", ante todos los obispos del continente.
El papa se enfadó. Me respondió que la Iglesia se lo piensa mucho antes de proclamar
mártir a alguien. Lo cierto es que los cristianos de El Salvador y de América Latina, ya lo
habían declarado mártir. Recuerdo que el padre Pedro Casaldáliga, cuando era obispo de
São Felix de Araguaya, nos mostró que en el altar de su capilla tenía una reliquia no de
santos canonizados, sino de Monseñor Romero, “nuestro mártir de las Américas”, dijo.
El último discurso de Romero desde el altar contra los militares que asesinaban
campesinos inocentes, fue la gota de agua que colmó la paciencia de los escuadrones de
la muerte.
“Nadie hará callar tu última homilía,
Romero, de la Pascua Latinoamericana”,
cantó en un poema en su memoria, Casaldáliga.
Antes de morir, Monseñor Romero peleó durante un mes para ser recibido por el papa
Juan Pablo II. En el Vaticano no querían que se encontrara con él. Una mañana Romero,
se colocó en primera fila en una audiencia general en San Pedro, y cuando pasó el papa le
cogió las manos: “Soy el arzobispo de El Salvador, Santidad, necesito hablar con Usted”.
Por fin, el papa lo recibió. Fue una audiencia triste y de despedida. El papa le pidió que se
esforzara “para mantener mejores relaciones con el gobierno de su país”.
Poco después Monseñor Romero caería muerto bajo las balas de aquel poder con el que
prefirió no colaborar.
La Iglesia de El Salvador pidió al Vaticano que abriera el proceso de beatificación de
Romero como mártir. Se abrió, pero enseguida quedó enterrado.
Los dos últimos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI se enzarzaron en discusiones
bizantinas sobre lo que significa ser mártir en la Iglesia. Para ellos, Romero fue si acaso
mártir de la justicia social, no de la fe.
Hoy, el papa Francisco, sin tantas discusiones teológicas, ha decidido reabrir aquel
proceso.
Hoy, este periodista se siente orgulloso de haber recogido de los labios de Romero, antes
de ser asesinado, la confesión de su conversión al evangelio, y de haber estrechado
entonces las manos del futuro mártir latinoamericano.
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Preguntémonos: ¿HUBO O NO HUBO CONVERSIÓN DE Monseñor Romero?
La respuesta es SÍ y NO
Veamos esto
1º LA PRIMERA CONVERSIÓN
Al mismo tiempo, tuvo dificultades en la Iglesia, con los sacerdotes y con los laicos más
comprometidos, por su conservadurismo, su postura estricta, su rigidez en las exigencias.
De tal forma que, cuando fue nombrado arzobispo de El Salvador, fue mal recibido por el
clero.
La primera conversión se puede producir de golpe por cualquier circunstancia.
Puede ser el caso de san Pablo, según nos cuenta Lucas en su brillante relato teológico.
Es también el caso de san Ignacio, cuando estaba leyendo vidas de santos.
Y también el caso de muchas personas fervorosas, que fueron a un retiro, invitadas por un
amigo, y salieron totalmente cambiadas.
DECISIÓN POR Jesús, pero no hay que sorprenderse de que después les cueste vencer
por completo algunos pecados, incluso graves; y no hay que desanimarse por ello. Lo que
hay que hacer es luchar y orar con constancia.
En otras personas que son de familias cristianas y viven desde la infancia correctamente,
la primera conversión se produce sin que haya un acto, un momento especial, un choque.
Van viviendo como cristianos, creciendo al mismo tiempo en lo humano y en lo cristiano.
Y, casi sin darse cuenta, resulta que son cristianas convertidas. Van a un retiro y se
sorprenden de no tener una experiencia potente, un golpe de gracia. Y hasta pueden
dudar de si han tenido la conversión inicial, al ver a otros que han recibido esas gracias
tumbativas. No deben dudar. Ellas han tenido otra gracia de Dios no menos grande.
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2º LA SEGUNDA CONVERSIÓN
Pero quienes superar esos peligros, siguen creciendo y se hacen personas cada vez más
maduras y cristianas.
En esta segunda conversión es donde hay que situar la covnersión de Romero por el
martirio de Rutilio Grande.
Un gran salto, que no era la conversión a Jesús, -cosa que ya tenía- sino dar un gran giro
en la cuestión de os pobres con todo lo que hemos dicho.
Dentro de la segunda conversión, puede haber saltos y golpes fuertes del Señor; y puedo
decir que he conocido personalmente alguno.