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ISSN 07189117
Deleuze y Proust: subjetividad y pensamiento
disparatados por signos
Roberto D. S. Nascimento Universidade Estadual de
Campinas
(Recepción: Enero 2009 Aceptación: Junio 2009)
[*]
Resumen: Interesa en este estudio comentar el encuentro filosófico entre el pensamiento deleuzeano y la
obra À la recherche du temps perdu, del escritor francés Marcel Proust, básicamente en lo que concierne a la
posible elaboración de la noción de signo y a las aporías del Yo que se observan en ese encuentro. Nuestra
tarea fundamental consistirá en verificar cartográficamente cómo en los estudios deleuzeanos de Proust y los
signos (1964), la noción de signo determina una lectura original de la novela proustiana y, al mismo tiempo, es
determinada por la potencia de pensamiento y por las ideas que emergen de esa obra literaria. En efecto, en
Proust y los signos la asociación entre lo múltiple y la pluralidad bajo el punto de vista del Tiempo permite a
Deleuze relanzar la cuestión de la unidad del texto proustiano más allá de la dualidad UnoMúltiple. Dicho de
otro modo, la unidad del texto no está dada a priori en la Recherche, sino que gana cuerpo como signo en
cuanto expresión de la diferencia y la relación entre heterogéneos. Diferencia y heterogeneidades que no se
reducen a aquellas en que una instancia, en cuanto alianza primera o todo fundadora (la memoria, por
ejemplo), se erige como el Uno que subsume a lo múltiple, garantizando el encuentro con formas identitarias
del Yo.
Palabras clave: Signo, Aporías del Yo, Tiempo, Heterogeneidad, Proust.
Abstract: The purpose of this study is to discuss about the philosophical joint between the Deleuzian thought
and the work À la recherche du temps perdu, written by the French writer Marcel Proust, concerning basically
the possible elaboration of the sign conception and the aporia of the self observed in this philosophical
encounter. Our main task is to verify, cartographically, how in the deleuzians studies about Proust and the
signs (1964) the conception of the sign provides an original reading of the proustian novel and, at the same
time, it is determined by the power of thought and ideas that emerge from this literary work. Indeed, in Proust
and the signs, the association between multiple and plurality from the point of view of the time allows Deleuze
to revive the issue of unity of the proustian text beyond the old duality OneMultiple. In other words, the unity of
the text is not given a priori in the Recherche, but shapes up as a sign as an expression of difference and
relation between heterogeneous. Differences and heterogeneities that are not limited to that one’s in which an
instance, while the first alliance or the whole founder (memory, for example), it stands as the One that
subsumes the multiple, ensuring the rediscovery of identity forms of the self.
Key words: Sign, Self aporias, Time, Heterogeneity, Proust.
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Cofuncionamento entre discursos
Debemos evitar, ante todo, ciertos reduccionismos respecto de lo que consideramos como encuentro entre Deleuze y Proust, pues la alianza del pensamiento deleuzeano
con la obra de ciertos artistas no tiene por objetivo subordinarlas a ciertos presupuestos filosóficos e imágenes previamente establecidas. No se trata de un “pensar
sobre” con formulación de criterios de valor o de reconocimiento. Se trata, en cambio, de “pensar con”, en articulación con esferas de pensamiento diversas que la filosofía
en sentido estrito no necesariamente proporciona. Tales esferas nofilosóficas, como sugiere Orlandi, no son simplemente un lugar de incidencia de las ideas, son también
un lugar de “emergencia” para ellas. Es en ese sentido que Deleuze divisa en la obra de Proust un alcance filosófico, en la medida en que los diversos mundos en la obra
proustiana aparecen como signos que nos revelan una unidad que es efecto de diferencias. Más todavía: el sentido o la verdad de los signos implica, en última instancia, la
multiplicidad irreductible del Yo y del pensamiento soberano que lo busca, son también su resultado.
Signo y materia de un mundo
Deleuze nos enseña que “ser sensible a los signos, considerar al mundo como cosa a ser descifrada es, sin duda, un don” (DELEUZE, 1987, p. 25). Esto porque, en
Deleuze, el sentido (verdad) de los signos está en el hecho de que la materialidad de cada uno involucra en su seno la existencia de otros mundos, trae a presencia lo
diverso. O, de acuerdo con Zourabichvilli, al mismo tiempo en que el signo comporta diferentes mundos, el mundo exterior en el cual tejemos nuestro existir “deviene
interesante” solo en la medida en que el “hace signo y pierde así su unidad tranquilizadora, su homogeneidad, su apariencia verídica” (ZOURABICHVILI, 1994, p. 37). Así,
el desciframiento del signo tiende a llevarnos a otros universos copresentes en cada situación concreta.
Deleuze extrae de Proust muchos casos de este tipo: lo que importa en el cuadro de Ver Meer, no es el todo de su configuración en cuanto formalización reflexiva, o sea,
no es su capacidad de reproducir fielmente la realidad perceptible. El sentido del cuadro tampoco se encuentra en alguna abstracción identitaria que funcione como eje
central donador de sentido. Al contrario, el cuadro en cuanto signo, vale “por el pequeño muro amarillo colocado allí como fragmento de otro mundo distinto” (DELEUZE,
1987, p. 108), mundo otro éste que está allí, que en el sino se complica, mas que se distingue del objeto que lo expresa. El mundo del signo es el mundo de los “síntomas”
nos muestra Deleuze a partir de su lectura de Proust. Al mundo de la “expresión analítica, de la escritura fonética y del pensamiento racional” (DELEUZE, 1987, pp. 102)
que redescubre y asegura el logos, se debe contraponer el mundo de los signos, de los síntomas, del pathos, de lo obscuro.
Tales signos, al mismo tiempo en que componen la unidad de la Recherche también aparecen como materiaprima de lo aprendido por el héroe de la novela. Por ello,
aprender “dice respecto esencialmente a los signos” e implica tomar personas, objetos o seres como fuentes emisoras de signos que precisan ser
interpretados/explicados. Deleuze insiste: “no hay aprendiz que no sea ‘egiptólogo’ de algo” (DELEUZE, 1987, p. 4).
El signo, desde esta perspectiva, es el efecto de encuentros con el mundo. O sea, el signo en Deleuze no es una entidad abstracta, ligada a esquemas formales del tipo
significadosignificante, sino, al contrario, él está intrínsecamente ligado a los momentos más concretos y cotidianos, aunque con ellos no se confunda. Algo se torna signo
cuando trae implicado en sí un sentido implícito que trasciende las posibilidades familiares de significación de la cosa observada y, al mismo tiempo, fuerza nuestro
pensamiento a explicarlo.
Signos: fuerza y violencia para la búsqueda
En tal encuentro, de hecho, el mundo o mundos envuelto en el signo no es dado gratuitamente. Conforme Proust sugiere, no desciframos el signo, inclusive, no lo
percibimos sólo con el esfuerzo de nuestro pensamiento voluntario. O sea, la búsqueda del sentido de los signos, nuestro esfuerzo por explicarlo no tiene como motor un
deseo innato, en nosotros, por el saber. Deleuze nos dice que “en primer lugar, es preciso experimentar el efecto violento de un signo, y que el pensamiento se vea
forzado a procurar el sentido del signo” (DELEUZE, 1987, p. 22). Pues entre el pensamiento y el sentido del signo no hay una prolongación espontánea. La buena voluntad
encuentra apenas las verdades lógicas o posibles; al paso que, para ser auténticas, las verdades han de traer la marca de una necesidad pura, han de ser buscadas a
partir de un encuentro fortuito, intenso, cuyos efectos exceden nuestro cuadro de referencias, nos sacan el piso y nos “roban la paz”. Precisamos ser asaltados por lo
insospechado de lo real. Es, por ello, que la búsqueda en Proust es siempre involuntaria e inconciente: “el leitmotiv del Tiempo reencontrado, es la palabra forzar:
impresiones que nos fuerzan a mirar, encuentros que nos fuerzan a interpretar, expresiones que nos fuerzan a pensar” (DELEUZE, 1987, p. 89).
La idea de fuerza, en esa acepción, puede ser mejor comprendida si recurrimos a los estudios deleuzeanos dedicados a la teoría nietzscheana de las fuerzas, en
conexión estratégica con la noción espinoziana de afecto. Así, en Nietzsche y la filosofía (1962), vemos que toda fuerza existe en relación con otras fuerzas, siendo que
cada una tiene, como su principal atributo el poder de afectar y ser afectada. Así, el signo, conforme se adentra en nuestra sensibilidad, afirma un reordenamiento de
fuerzas que actúa por afección entre elementos, anteriores a cualquier objeto o experiencia vivida. En este movimiento forzado, una forma nueva incompatible con la
antigua se impone, se repite se impone como un signo cuya verdad debe ser buscada. En este sentido, Zourabichvilli destaca con mucha pertinencia, junto a los
conceptos de fuerza y de afecto, el concepto de afuera. Según él, esos tres conceptos se interrelacionan en Deleuze, en la medida en que “un afecto es involuntario por
naturaleza una vez que viene de fuera, ya que implica un encuentro, puesto que es índice de una fuerza ejerciéndose desde el exterior sobre el pensamiento”
(ZOURABICHVILI, 1994, p. 43).
Las experiencias vividas en la Recherche marcan, según deleuze, cuatro diferentes “mundos”, “círculos” o “dominios” de esos signosfuerza. Cada uno de esos mundos
tiene como materia signos específicos que lo caracterizan. Así los signos de cada dominio no son los mismos ni funcionan en otros dominios, pues “no tienen una relación
idéntica con su sentido” (DELEUZE, 1987, pp. 45).
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Signos mundanos
La mundaneidad constituye el primero de los dominios de signos de la Recherche, y está marcada por una inmensa y veloz producción. Ese amplio dominio se divide en
diferentes grupos que se organizan cada cual no sólo en función de las clases sociales, sino también, y sobre todo, a partir de “familias espirituales” o “grupos
intelectuales”. Cada grupo emite signos característicos y cada conjunto de estos signos remite, a su vez, a determinados códigos, es decir, a ciertas reglas, ciertos
valores y hábitos, en fin, a leyes específicas. Así: “la tarea del aprendiz consiste en comprender por qué alguien es ‘acogido’ en determinado mundo, por qué alguien deja
de serlo; a qué signos obedecen los mundos, cuáles son sus legisladores y sus sumos sacerdotes” (DELEUZE, 1987, p. 5).
Pensemos, como ejemplo del carácter modulador de los signos mundanos, en ciertos hábitos, cierto lenguaje, vestimenta, gustos, posturas, apreciaciones comunes, en
fin, en la forma de ser de cualquiera de nuestros innumerables grupos y subgrupos sociales (las llamadas “tribus”).
La unidad o generalidad de estos diferentes signos mundanos, su afinidad característica, está en el hecho de que cada una de ellas se constituye en el tiempo como un
signo de mudanza, de movimiento y substitución, de algo que pasa y se pierde, alterando los intereses, las reglas, las adecuaciones, las voluntades de las personas.
Estableciendo, en fin, nueva conexiones. En efecto, lo que los signos mundanos esconden, el sentido más profundo envuelto en ellos, descubierto por nuestra inteligencia,
tras su espanto y al cabo de su esfuerzo de desciframiento es el mundo que es “ya alteración, cambio, signo y efecto de un Tiempo perdido” (DELEUZE, 1987, pp. 5, 17).
Signos amorosos
[...] Porque quem ama nunca sabe o que ama,
Nem sabe porque ama, nem o que é amar [...]
Fernando Pessoa
El segundo círculo de signos es el del amor. En él, “el ser amado aparece como un signo, un “alma”: expresa un mundo desconocido para nosotros”. De hecho, lo que
atrae a aquél que ama son los otros mundos posibles que están envueltos en el amado, una pluralidad de mundos que nos aparecen como signos y nos instigan a
descifrarlos. La Recherche es rica en ejemplos en los cuales amar consiste en individualizar a alguien de un grupo inicialmente homogéneo, para luego explorar los
universos que en esa persona centellean. Tal multiplicidad no dice respecto sólo a los diferentes amores que se pueden tener en la vida, sino también “a la multiplicidad de
las almas o de los mundos [contenidos en] cada uno de ellos”. Así, no hay una Albertine, sino muchas. En cada una de ellas, imágenes, historias, personas diversas
habitan (DELEUZE, 1987, pp. 7).
Mas hay una contradicción en el amor: en cuanto nos tornamos más íntimos y comprendemos los signos del amado, más nos enfrentamos con mundos inaccesibles. En
otras palabras, los signos del ser amado son “signos mentirosos” (DELEUZE, 1987, p. 8), pues, aunque estén dirigidos a nosotros y aparentemente nos den la
preferencia, ellos revelan, en última instancia nuestra exclusión de lugares de los que no podemos usufructuar, puesto que no formamos parte de ellos. De modo que, en
Proust, el amor parece vivir de la imaginación y de la desilusión. Son signos de ese mundo los que el celoso aprehende. Los celos complican la relación de preferencia
directa de la que el amante piensa o desea gozar. De ahí la primera ley del amor, a saber, en lo que dice respecto a la captación y el desciframiento de los signos, los
celos son más profundos que el amor.
Signos sensibles
El tercer mundo de la Recherche constituye el círculo de las impresiones o cualidades sensibles. El texto de Proust es rico en la presentación de este tipo de signos. En
los primeros volúmenes tenemos la madeleine, los adoquines, los árboles, los campanarios, el ruido de la cuchara, etc.; mientras en el último, tales signos aparecen con
una intensidad todavía mayor.
El caso de la madeleine es el ejemplo más conocido: en una tarde lluviosa, el héroe en su casa acepta tomar una taza de té. Contra su hábito[1], disuelve la madeleine
(biscocho tradicional de la región) en una cuchara de ese té y, entonces, se la lleva a la boca. En ese momento, como efecto del experimento, surge en el héroe el
sentimiento de una intensa alegría que no es posible explicar simplemente por el sabor de la madeleine. Al contrario, la impresión o cualidad sensible despertada parece
ajena a las propiedades del objeto (el biscocho). Y de ello adviene, coexistente con la alegría, una especie de imperativo, una cierta obligación o necesidad de “un trabajo
del pensamiento” que destaque el sentido del signo sensible, revelando el “objeto oculto” (DELEUZE, 1987, pp. 11, 12) envuelto en él. En el caso de madeleine, el héroe
percibe, como resultado de su esfuerzo de desciframiento, que la alegría experimentada trae consigo una Combray ideal que asemeja la ciudad de su infancia. De manera
semejante, él descubre implicadas en la experiencia de los adoquines y de los campanarios, la presencia de Venecia y de las jóvenes que conoce en su adolescencia.
Signos del arte
Finalmente, el cuarto de los mundos es el que revelan los signos del arte. En este dominio, el héroe aprende que no llegará al sentido más profundo de los signos en
cuanto se mantenga preso en las asociaciones materiales: “el sentido material no es nada sin que encarne una esencia ideal” (DELEUZE, 1987, pp. 1213), dice Deleuze.
Los signos mundanos, los amorosos y, hasta incluso, los signos sensibles son, por lo demás, materiales y generales. Una vez que se alcanza su sentido éste queda
preso en las contingencias externas, sean leyes generales, de serie o de grupo, sea en objetos, personas o locaciones materiales. Los signos artísticos, al contrario, son
los más “desmaterializados”, portando sentidos “espirituales” o “ideales” singulares. En su profundidad, los signos esenciales del arte “reaccionan” o completan todos los
otros, dándoles un “sentido estético” y penetrando “en la opacidad que todavía conservaban” (DELEUZE, 1987, p. 13).
Considerando eso, el problema del arte y sobre todo del arte moderno, de acuerdo con Deleuze, es el de concebir una unidad y una totalidad que sean el efecto de
multiplicidades y no su principio ordenador, lo que quiere decir que la unidad y totalidad resultan de las partes “sin alterar la división o disparidad”[*]. Esa unidad viene de la
estructura formal de la propia obra de arte que comunica puntos de vista diversos “hacerles comunicar siguiendo su dimensión propia, cuando antes permanecían sin
comunicación” (DELEUZE, 1987, pp. 157, 160). O sea, la obra de arte funciona como un “país”, con un pueblo, gramática y hábitos propios y que es, por así decirlo, la
“llave” de su propio entendimiento[2].
El arte aparece, pues, como “punto de vista” superior (DELEUZE, 1987, p. 40) que multiplica los sentidos, develando una multiplicidad de mundos donde, hasta entonces,
nuestras asociaciones sensibles indicaban simplemente un objeto, una localidad o una misma persona [3].
Signo: verdad y tiempo
En última instancia, la lectura deleuzeana de los diferentes dominios de signos en la Recherche divisa en esa búsqueda una relación del signo con la verdad y con el
tiempo. Según Deleuze, si la obra de Proust evoca en su título al tiempo como objeto de la búsqueda es porque la verdad envuelve una “relación esencial con el tiempo”.
Cabe, entonces, indagar por qué o cómo la verdad implicada en el signo posee una relación complicada con el tiempo.
Si, por un lado, “buscar la verdad es interpretar” signos, por otro, la interpretación, y el consecuente aprendizaje, se confunden con el tipo de desenvolvimiento temporal de
ese signo. Así, la búsqueda en Proust “es siempre temporal” y la verdad siempre una “verdad del tiempo” (DELEUZE, 1987, p. 16).
En la Recherche, como vimos, hay cuatro grandes círculos de signos. A cada uno, corresponde determinada dimensión temporal o línea de tiempo privilegiada. Esas
cuatro líneas pueden, de acuerdo con la terminología proustiana empleada, ser concebidas en dos grandes categorías temporales, a saber, en “tiempo perdido” y “tiempo
reencontrado”.
De esa manera, tenemos en el dominio de los signos mundanos, la expresión de un tiempo perdido, en el sentido de “perder el tiempo”, de ocuparse con cosas y personas
sin importancia, en vez de dedicarse a proyectos de recuperación más noble y segura. Es el tiempo que se pierde, por ejemplo, en las fiestas, en los salones, en las
visitas de cortesía, en la ociosidad de los paseos.
Los signos amorosos, a su vez, implican el tiempo perdido en el estado más puro. Pues, tales signos, en consonancia con su carácter mentiroso, ya anticipan, de cierto
modo, su paso y su anulación. Es el tiempo perdido que no vuelve más, de los amores y de los deseos que se apagan. Solamente después el aprendiz, el héroe, percibe
como resultado más importante el que, junto a los signos mundanos, los signos mentirosos de amor posean una verdad esencial para mostrarnos. A saber, que el dolor
experimentado por aquél que ama en la serie de sus experiencias amorosas, dice respecto a una repetición mas profunda, a la encarnación de la esencia del signo
amoroso en tanto alteración y pasaje.
Los signos sensibles desarrollan un tiempo que se reencuentra. Se trata de un punto de envolvimiento o de plegamiento en el seno del tiempo perdido. La experiencia de
esos signos nos hace encontrar el tiempo y nos provee en su verdad de una “imagen de la eternidad”. Se trata de la virtualidad del tiempo perdido que emerge en el
presente.
Las líneas de tiempo hasta aquí comentadas forman parte de un proceso de aprendizaje que converge hacia los signos artísticos y hacia la dimensión del tiempo revelada
por ellos: el “tiempo recobrado”. La verdad contenida en los signos del arte es la verdad del tiempo puro, tiempo que se pliega y se despliega sobre sí misma y que da
origen a las otras tres dimensiones. El desciframiento de ese tiempo permitirá al héroe sentir la importancia de los otros tres en su aprendizaje, la importancia de la
“improductividad” o inutilidad” del tiempo perdido en las comidas, en las fiestas, de los amores fracasados y deshechos, como de los sentimientos confusos y mal definidos
de las experiencias sensibles.
Cuanto más se asciende en la verdad de los signos, más se enredan las cuatro líneas temporales unas con otras, complementándose y “multiplicando sus
combinaciones” (DELEUZE, 1987, p. 82). El grado máximo de esa compleja mixtura, ya se dijo, se expresa en el tiempo artístico. Así, cada signo participa de las demás
líneas de tiempo, componiendo un complejo sistema de “líneas de aprendizaje” o de “verdades múltiples” según las palabras de Cardoso Jr. (CARDOSO Jr, 1996, p. 57)
sin el cual cada signo no encontraría la verdad que le corresponde. Y si, por un lado, al desciframiento del sentido de cada tipo de signo corresponde un determinado
desenvolvimiento temporal, definido, por así decirlo, por una “autonomía” o paralelismo” entre las series temporales; por otro lado, esa autonomía no excluye una “especie
de jerarquía” que hace que el Tiempo sea, en verdad, la gran serie que mezcla todas las otras.
En ese sentido, es importante resaltar que incluso la dimensión absoluta del tiempo artístico no reúne las series temporales en una totalidad, pues el Tiempo, en su
pluralidad, es “justamente la instancia que impide el todo” (DELEUZE, 1987, p. 153). Es, de hecho, en tanto no revela un todo, perdido o por venir, sino que muestra
siempre una complejidad parcial e infinitamente mutante, que el signo se presenta siempre como un vestigio, un brillo parcial, un éxtasis pasajero de la eternidad.
Al hablar de la revelación del sentidoesencia, o verdadesencia, Deleuze se refiere a órdenes procesuales expresados en el signo. Siendo así, ¿Cómo entender a la
esencia y cómo está ella envuelta en el signo?[4]
Signo y Esencia: el estatuto de la diferencia y de la repetición
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La esencia “es una diferencia, la Diferencia última y absoluta” (DELEUZE, 1987, p. 39). Esa diferencia, en un sujeto, sería una cualidad interna y transcurriría según la
forma como éste “expresa” el mundo. “Cada sujeto expresa el mundo desde un determinado punto de vista”. Cada punto de vista es absolutamente original, se define por
su propia diferencia en relación a todos los demás, cualidad que lo vuelve incomunicable o inconciliable. Mundo expresado y sujeto, entretanto, no deben ser confundidos,
bajo el riesgo de tomar la esencia por la existencia. Deleuze nos explica que, aunque el mundo expresado necesite del sujeto para expresarse, él refleja la “esencia, no del
sujeto, sino del Ser, o de la región del ser que se revela al sujeto” (DELEUZE, 1987, pp. 4041). Un trecho de Du côté de chez Swann, citado por Deleuze, nos enseña eso:
“como si los instrumentalistas estuvieran, más que tocando la corta frase, ejecutando los ritos que ésta [la esencia] exigía para aparecer…” (PROUST, 1998, p. 289,
citado por DELEUZE, 1987, p. 37). O, dicho de otro modo, la esencia es la complicación entre signo y sentido.
Así, la esencia sería un índice de esa complicación: cuanto más material sea el signo, más se confunde el sentido con la individualidad de un objeto designado o con una
asociación subjetiva. Al contrario, cuanto menos material o cuanto más esencializado sea dicho signo, su sentido se despega más del objeto emisor y se pluraliza. Las
“ilusiones objetivistas” y “subjetivistas”, tan comunes en la tentativa de desciframiento de los signos, consisten justamente en la identificación del sentido con una
materialidad objetiva o con experiencias vividas y representaciones abstraídas por un sujeto.
Ahora, la esencia o el ser, en la filosofía de Deleuze y conforme éste detecta en Proust “es en sí misma diferencia. Sin embargo, no tiene el poder de diversificarse, sin
tener el poder de repetirse idéntica a sí misma”. En otras palabras, la esencia sólo puede ser definida por su potencia de “diferencia” y “repetición” (DELEUZE, 1987, p. 46)
repetición de la diferencia en los términos de la ontología deleuzeana.
Ante lo dicho, ya podemos atisbar la complejidad de tales cuestiones en lo que se refiere a la conformación del Yo en la Recherche. En efecto, el problema del
“reencuentro” estrechamente relacionado con dicha conformación en el texto proustiano es trazado por líneas que no cesan de huir al ritmo de los encuentros
intensivos por los que pasa el héroe.
Signo y subjetivación
[...] Me procurei a vida inteira e não me achei pelo
que fui salvo
Descobri que todos os caminhos levam à ignorância [...]
Manuel de Barros
Lejos de reconducirnos a un mundo familiar, el sentido o heterogeneidad encontrada en la Recherche aparece como un elemento diferenciador, como vinculación con
otros mundos posibles, mas al mismo tiempo insospechados, esencialmente extraños al nuestro, desestabilizadores. Una vez más con Zourabichvilli “encontrar no es
reconocer, es la experiencia incluso de lo noreconocible, el colocar en jaque el mecanismo de recognición” (ZOURABICHVILI, 1994, p. 37). Ello es importante, pues, de
no ser así giraríamos en círculos y nos reencontraríamos siempre a nosotros mismos.
Además, cada tipo de signo presenta un sujeto característico que lo aprende, o sea, un yo diferente correspondiendo a cada uno de los niveles de explicación del signo.
Así, por ejemplo, entre uno y otro signo mundano, o entre diferentes momentos de un mismo grupo, se revela una subterránea afinidad; cual si se tratara de la costura
inconciente de un contenido común, de un saber que se abstrae de esos órdenes “estadísticos” en que “las leyes que presiden los cambios del mundo son leyes
mecánicas en que predomina el olvido” y que hace que el intérprete, en el movimiento del tiempo, no encuentre ni a los antiguos conocidos ni a sí mismo de la misma
forma, lo que generalmente lo espanta… Un trecho del poema Retrato, de Cecilia Meireles nos muestra algo a este respecto:
Eu não dei por esta mudança,
tão simples, tão certa, tão fácil:
Em que espelho ficou perdida
a minha face? [5] [*]
Lo mismo se aprende de los signos amorosos, pues en Proust el amor lejos de ser descrito como un sentimiento uniforme, seguro, establecido entre dos individuos de
buena voluntad uno para con el otro, es colocado como signo como perturbación. Mas que eso, si los signos amorosos envuelven un tiempo perdido, es porque la verdad
en ellos se revela solamente con la desaparición del propio Yo que ama, cuando el intérprete no tiene mas “ni el tiempo, ni el deseo, ni la edad para estar enamorado”
(DELEUZE, 1987, p. 65 [83]).
En cuanto a las asociaciones producidas por los signos sensibles, a su vez, éstas son todavía insuficientes para explicarlos ya que ellas no son causas suficientes para la
intensa y desorientadora sensación e incluso el pasado que esos signos hacen retornar no aparece exactamente como si fuera vivido e registrado por la memoria. En
cuanto a ello, cabe notar que la memoria conciente o voluntaria, cuando emerge en el texto proustiano abarca dimensiones bastante restringidas de la realidad, al paso que
las insurgencias de la memoria involuntaria inauguradas por el episodio de la madeleine, traen al contrario recuerdos de amplitud e intensidades infinitas. Ello parece
mostrar, conforme Deleuze destacará, una crítica proustiana a todas las tentativas de reconstrucción del pasado por parte la buena voluntad de la memoria conciente, así
como a los alcances de su verdad.
La imagen del pensamiento
Considerando lo anterior, podemos ya comprender que unos de los factores que destacan la potencia de pensamiento de À la recherche du temps perdu está en la
manera por la cual su autor construye la búsqueda de la verdad, diferenciándose de las formas por las cuales la ciencia y la filosofía tradicionales la encaminan. De ese
modo, Deleuze señala en Proust un combate a la filosofía clásica de tipo racionalista, combate que entra en pauta gracias a la crítica a la cogitatio natura universalis cuyos
presupuestos sustentan el sentido común de la filosofía occidental.
Para comprender mejor aquello, sería útil hacer una referencia a Diferencia y repetición (1968). En este libro, Deleuze nos explica que la filosofía “dogmática” u “ortodoxa”
se ha guiado por un doble eje, por el cual cree tanto en una “buena voluntad del pensador” como en la “naturaleza recta del pensamiento”. Tales aspectos extraídos del
sentido común, serían presupuestos prefilosóficos y naturales que alimentarían la “imagen moral” del pensamiento. En otras palabras, el amor o la amistad por el saber y
la tendencia a la verdad, al esclarecimiento, serían las imágenes o los elementos de un modelo según el cual el pensar está condicionado al uso voluntario y concordante
de las facultades sobre un objeto igualmente coherente, esto es, supuesto como siendo el mismo (DELEUZE, 2006, pp. 191194, 200).
El pensamiento, sobre tales bases trabaja en la recognición estableciendo la “identidad en el concepto”, la “analogía en el juicio”, la “semejanza en el objeto” y la “oposición
en los predicados”. Ahora bien, la recognición y sus elementos tienen como producto el mundo de la representación. Según Deleuze: “siempre es en relación con una
identidad concebida, con una analogía juzgada, a una oposición imaginada, con una similitud percibida que la diferencia llega a ser objeto de representación” (DELEUZE,
2006, p. 201, cursiva del autor).
Ya vimos, entretanto, que nadie busca la verdad de las cosas movido por un amor natural y sin compromiso por el conocimiento, sino solamente cuando es forzado por
una situación concreta, por una necesidad absoluta, por signos. De modo que, “más importante que el pensamiento es ‘lo que da a pensar”; mucho más importante que el
filósofo, el poeta” (DELEUZE, 1987, p.89). En este mismo sentido, amigo es aquél que nos abre mundos en vez de reafirmar nuestras viejas identidades y opiniones. Las
afinidades sólo se vuelven efectivos elementos de vinculación cuando operan en función de disyunciones inclusivas más esenciales, en función de la violencia
intensificadora de disparidades que están más allá de uno.
De acuerdo con Zourabichvilli, nunca el verdadero pensar germinaría en el pensamiento si no hubiese sido afectado, pues, por una fuerza en movimiento. En las palabras
de este autor el pensar como movimiento del pensamiento se distingue de las “significaciones explícitas”. Supone un contenido familiar y reconocible tras el signo, nos
hace comprender el pensamiento como precediéndose a sí mismo. Se vuelve necesario un caos positivo e inmanentemente extranjero, propio de encuentros intensivos,
que funcionen como medio de cultura para el pensamiento. De ahí el hecho de que el pensar efectivo “solamente emerja dentro del signo y se confunda con su
explicación” (ZOURABICHVILI, 1994, pp. 38, 43).
De ahí también, la potencia de un “pensamiento sin imagen”, pensamiento nohumano. Pensamiento en que las facultades no son más determinadas según los
presupuestos de la inteligencia ni de la conciencia racional, sino en que ellas actúan al límite y son elevadas a su ejercicio trascendental.
Ese pensamiento sin imagen (o que dispara imágenes diferenciales conforme ocurre en la obra de Proust) se engendra en los encuentros intensivos y fundamentales con
el mundo. Lo que en el mundo nos fuerza a pensar es algo que solo puede ser sentido (“sentiendum”) y no visto, recordado, imaginado, concebido. Este algo, sentiendum,
es el signo en tanto límite de la percepción empírica, en tanto intervalo o potencia que desdobla en el objeto observado una diferencia pura, disparando en las facultades un
uso que no se conforma más al sentido común. Límite de la sensibilidad, el signo es “al mismo tiempo el objeto del encuentro y el objeto al que el encuentro eleva la
sensibilidad” (DELEUZE, 2006, p. 210).
Así, si en su uso trascendental la sensibilidad es capaz de sentir lo que es insensible para el punto de vista empírico, también la memoria entra en contacto con aquello que
sólo puede ser recordado y al mismo tiempo olvidado, o con lo que es lo inmemorable («memorando») desde la perspectiva de la cogitatio. También la imaginación se
eleva a un “imaginandum”, o imposible de imaginar. El lenguaje, a su vez, tartamudea y alcanza el afuera de un “loquendum” que posee relaciones intrínsecas con el
silencio o lo indecible[6]. En suma, cuando se presenta o alcanza al signo, la sensibilidad ya está en su ejercicio trascendental, el pensamiento ya comenzó a pensar, más
allá de los límites de la opinión (DELEUZE, 2006, pp. 202210). Ese más allá, ese uso trascendental de las facultades no significa un ordenamiento abstracto de las
significaciones a partir de valores oriundos de puntos de vista empíricos, pues los signos que nos fuerzan a pensar son inmanentes. Es en ese sentido que, pensando con
Deleuze, Orlandi cree que ante el caso (o incluso: “bajo” cada caso)[*] es necesario desarrollar con el pensamiento “astutas operaciones como las operaciones de un
pre/sentir, de un intra/sentir, extra/sentir, trans/sentir etc. y no simplemente de un re/sentir” (ORLANDI, 2003, p. 93), que nos haría reencontrar el sentido común.
Con Proust, se trata de “reencontrar” más allá de los encadenamientos lógicos de los objetos y de las posibilidades abstractas la diferencia que nos constituye y que nos
vuelve ajenos a nosotros mismos, pues: “la oposición, la semejanza, la identidad y hasta la analogía son sólo efectos producidos por estas presentaciones de la diferencia,
en vez de ser las condiciones que subordinan la diferencia y hacen de ella algo representado” (DELEUZE, 2006, p. 210).
Sin perder de vista esa heterogeneidad pulsante en el discurso proustiano, Deleuze desenvuelve lo que él consideraba dos figuras fundamentales de la estructura formal
del signo de acuerdo con lo que veremos más abajo.
Dos figuras de signos en la Recherche: las cajas entreabiertas y los vasos cerrados
La primera figura es la de las “cajas entreabiertas” que dicen respecto a las relaciones continentecontenido. Esa figura define un tipo de signo marcado por la “posición de
un contenido sin medida común”, o sea, las personas y las cosas son continentes que encierran en sí un sentido o contenido de naturaleza diversa reveladora de la
alteridad. De ese modo “la expresividad es el contenido de un ser” mas no es posible aprender ese contenido a partir de relaciones asociativas pues él aparece siempre
como algo desmedido, inconmensurable. Es en ese sentido, por ejemplo, que la vitalidad de un amor no se explica por la existencia simplemente del ser amado, sino por
los “mundos posibles paisajes y lugares, modos de vida” que él trae implicados en sí. La arrebatadora alegría provocada por el sabor de la madeleine no se explica por las
cadenas de la memoria, sino por una Combray sin medida común con lo que se ha vivido. E incluso “Guermantes” no indica sólo un nombre familiar, la fascinación sentida
por el héroe está ligada al contenido que hace explotar ese nombre, lanzándolo en el mar de la historia, del poder, de la imaginación. Así, la actividad del narrador frente a
ese tipo de signos “consiste en explicar” o “desenvolver el contenido inconmensurable respecto al continente” (DELEUZE, 1987, pp. 110, 113).
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La segunda figura, que trae la imagen de los “vasos cerrados”, es también denominada como “figura partestodo” o “figura de la complicación”. En esa figura, se produce
la coexistencia de partes asimétricas que no mantienen comunicación entre sí. Ese tipo de signo revela, en un mismo mundo, la vecindad de partes heterogéneas y
aisladas. Cada parte, a su vez, no expresa ni proviene de un todo, mas está constituido también por otras partes igualmente aisladas. Así, hay muchas Albertines en
Albertine, y a cada una corresponde en el narrador un “yo” diferente que la ama. También las “palabras”, los “seres” y las “cosas”, los “tiempos” y los “lugares” son
complicaciones de elementos diversos. El camino de Méséglise y el de Guermantes, por ejemplo, forman “vasos herméticos e incomunicables” el rostro de Albertine es
una composición de mil rostros que pueden inspirar tanto confianza como celos; Charlus contiene diversos mundos, incomunicables como astros distantes. Hay también
una multiplicidad de mundos en el lenguaje, y la mentira es justamente un fragmento heteróclito que denuncia en él una diferencia. Es cuando cierta palabra, en una
conversación, se vuelve fragmento de otro mundo. De esa forma, el trabajo del narrador aquí consiste en “elegir, escoger”, con mayor o menor autonomía, determinada
parte en la “composición compleja” (DELEUZE, 2006, pp. 110, 117).
El aislamiento de las partes (vasos) contenidos, no significa la imposibilidad absoluta de expresión de lo múltiple. Hay un sistema de comunicación entre los vasos
cerrados a través del establecimiento de “transversales”. Ese sistema, dígase nuevamente, no reduce las multiplicidades al todo, al contrario, la `transversalidad` [7]
afirma las diferencias en cuanto tales. Cada transversal es un signo y surge como efecto y afirmación de la conectividad disyuntiva de las partes. De esa forma, ¿qué son
los celos sino la multiplicación del ser amado? ¿Qué el viaje, sino la afirmación de la diferencia entre los lugares y cuyo placer es tanto mayor cuanto más profundo fuera el
contraste entre la llegada y la partida? (Cf. DELEUZE, 1987, p. 120, n. 25). El sueño, a su vez, hace “girar todos los vasos cerrados, todas las piezas cerradas, todos los
yo secuestrados” al punto de que, muchas veces, al despertarnos súbitamente demoramos algunos instantes para nuevamente determinar quienes somos y donde
estamos. Por fin, la multiplicidad de dimensiones del tiempo conforme éste se encuentra en el arte, en cuanto “sistema de distancias no espaciales”, es para Deleuze “la
transversal de todos los espacios posibles, comprendidos espacios de tiempo” (DELEUZE, 1987, pp. 121, 123).
De ese modo, no hay en la Recherche un simple sujetonarrador que nos cuente sus recuerdos, una conciencia centralizada que nos relata lo que acontece. El héroe
proustiano es, por así decir, desequilibrado. Las experiencias vividas por el héroe, sus perturbadores encuentros con signos, funcionan como trances diferenciales que
disparan en cada situación sentimientos, convicciones voluntades posturas singulares e irreductibles entre sí. De modo que los diferentes encuentros narrados parecen
estar siendo expresados por yoes diferentes y precarios. Precarios porque siempre son parciales y pasajeros. No hay completitud, el sujeto proustiano, en su afán de
centramiento, vive de desilusiones.
Incluso el tan famoso beso de la madre, tan deseado por el héroe, cuyos alcances en una primera expectativa constituirían un punto de equilibrio y sosiego para el yo,
incluso la satisfacción heurística de ese beso, va a mostrarse como un cebo, en la medida en que se da el contraste entre la gran expectativa y la desilusión en la
consumación. Desilusión que se manifiesta de diferentes maneras en la vida del héroe: desilusión en relación a la infancia (paisajes de Combray), en relación al amor con
las mujeres y al yo en tanto amante, en relación a la literatura (a la alta imagen del escritor potencial), etc.
Leopoldo e Silva destaca que en la Recherche “los personajes no saben que son marionetas del tiempo, en cada momento de transitoriedad, ellas viven como si el Yo allí
se afirmase definitivamente”. Siguiendo el raciocinio de este comentador, el narradorhéroe de la Recherche se diferenciaría de los demás personajes en función del hecho
de que en él pulsaría un intenso desasosiego, fruto de su encuentro con diferentes naturalezas de signos que apuntan hacia “la transitoriedad vivida con frivolidad e
intermitencia” (LEOPOLDO E SILVA, 1992, p. 149).
El “Yo” o la pretendida autarquía de la conciencia es nada más que una apropiación hasta cierto punto despótica sobre yoes “larvarios”, parciales, mucho más primitivos y
esenciales. Es por ello que el narrador héroe en Proust no funciona como sujeto. Sus constantes dislocamientos y la imposibilidad de enfocarlo firmemente, indica algo que
le antecede y constituye.
Lo que se aprehende en ello es que la relación entre sujeto y signoesencia no es del tipo sujetoobjeto. Ella es constitutiva. Según Deleuze, “no es el sujeto quien explica la
esencia”, sino al contrario: “la esencia quien se implica, se envuelve, se enrolla en el sujeto [y] al enrolarse sobre sí misma, constituye la subjetividad”. O, por así decirlo, la
esencia en tanto diferencia pura o transitoriedad absoluta es siempre el “nacimiento del mundo” (DELEUZE, 1987, pp. 41, 104) y el sujeto, un punto de vista de esa
originalidad.
El caso de la madeleine, es a este respecto es ejemplar. El contenido del signo en cuestión o sea el sentido de la arrebatadora sensación experimentada rompe con toda
cadena asociativa individual vivida por el héroe, ello hace que el encuentro del antiguo momento sea siempre una creación, siempre una reinvención que abarca en un solo
trance o en inmanencia al mundo y al yo. Más que lo individual, la esencia es el principio de individuación (DELEUZE, 1987, pp. 41, 104).
A ello se suma el hecho de que un signo solamente se vuelve realmente signo para un sujeto en la medida en que este mismo está en cambio, en devenir, escindido entre
dos individuaciones (Cf. ZOURABICHVILI, 1994, p. 39). Los signos están compuestos por desapropiaciones del yo, o mejor dicho, ellos ponen en juego invasiones en el
sujeto, lanzándolo fuera de sí mismo.
Por ello, el sentido del signo “sobrepasa al individuo” e sus estados del alma. Se puede hasta decir, por ejemplo, que ciertos amores repiten como Proust describe,
sentimientos otrora dirigidos a los padres, mas estos sentimientos, conforme afirma Deleuze, repiten a su vez “otros amores que nosotros mismos no hemos vivido”
(DELEUZE, 1987, pp. 68, 104) remitiendo a realidades transpersonales más vastas. De modo los padres se convierten en ventanas para otros mundos.
He ahí porque Deleuze insiste en afirmar categóricamente en diferentes ocasiones que la Recherche de Proust no es una novela memorialista; no dice relación a una
“historia privada”. Al contrario, según el filósofo, escribir “en el límite”, “es lanzarse, realmente a una historia universal”, es “agudizar el interés por la vida” en el sentido de
“ser tomado por ella”, por sus signos (DELEUZE, 1988, letra A).
Conclusión
Deleuze nos dice que el encuentro del tiempo en Proust es el encuentro con la dimensión temporal de la realidad. Mas aún, el tiempo, en tanto devenir o diferenciación pura
repitiéndose, constituye lo que hay de más esencial y verdadero en los seres.
Con ello, si, en Proust y los signos, Deleuze nos presenta al signo como apertura para mundos posibles mundos que no están dados inmediatamente, sino que
envuelven al signo, instigándonos, haciéndonos ir más allá de un familiar pensamiento práctico representativo tenemos que entender que tales mundos en última instancia
se rigen por la intermitencia de diferentes series de disoluciones. Esa es la verdad, como vimos, de los signos mundanos de los signos amorosos de los signos sensibles
y de los signos artísticos. El pensamiento, efecto de esa multiplicidad temporal está en un continuo cambio de fases, colocando en juego el límite de diferentes facultades al
buscar cada signo.
De esa forma no solamente en los textos filosóficos de Deleuze, sino también en la obra literaria proustiana, somos forzados a plegar, replegar y desplegar
constantemente una experiencia intensiva. Es en la indiscernibilidad de los encuentros intensivos que ocurre lo esencial[8]. En efecto, las verdades no se revelan
mágicamente en Proust ni están allí esperando a ser descubiertas por un método eficiente. Ellas son producidas en un entretejimiento continuo de la realidad, de los
sujetos y de las cosas, no cesan de pasar entre ellas. Es por ello que la consistencia subjetiva del héroe se hace y deshace al sabor de las transmutaciones intensivas
por las que pasa a lo largo de su aprendizaje. La continuidad de una voz narrativa a lo largo de la novela se vuelve así un artificio a través del cual muchos yoes, a veces
los más disparatados e incomunicables se muestran se distancias se aproximan, transversalizan entre sí.
De esto derivan los innumerables y pasajeros rostros de las cosas, de los hechos, del héroe y de los demás personajes. Rostros cuya unidad no se resuelve con la
sumatoria de las diferentes relaciones que entre ellas ocurren. Esto porque, en esas relaciones bien como en la construcción de un concepto filosófico, lo que interesa, lo
más esencial son los saltos transversales, o sea, es la inmanencia problemática con conectividades intempestivas que escapan a los cuadros de posibilidades propios de
los estados de cosas como también a las combinaciones establecidas por la personalidad de lo vivido.
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NOTAS
* Traducción de manuscrito original “Deleuze e Proust: subjetividade e pensamento disparados por signos” por Gonzalo Montenegro. Roberto Santana es Psicólogo por la
Universidade Estadual Paulista ‘Júlio de Mesquita Filho’ (UNESP) y Doctor (c) en Filosofía por la Universidad Estadual de Campinas (UNICAMP), Brasil. Contacto:
robertodsn@yahoo.com.br.
1. El “acaso” es una figura conceptual a la cual Deleuze da mucha importancia. En Lógica del sentido, por ejemplo, tal figura cobra un perfil decisivo que dirá relación con la
producción y distribución del sentido. Del mismo modo, respecto de esta noción, cf. SHATTUCK (1985), pp.102104, texto que, bajo otra perspectiva, mas en una
dirección complementaria, destaca la importancia del “acaso” en Proust, “acaso” que aparece como desvió, oscilación o suspensión del hábito, un momento de parada y
espanto independiente de nuestra inteligencia, en fin, fisura en la cual irrumpe la involuntaria novedad: “La exploración que Proust hace de la psique vuelve casi imposible
negar la validez de algo como un principio de indeterminación en el nivel del pensamiento individual (…) La intermitencia [en Proust] describe una secuencia de variaciones
sin prescribir su curso o regularidad” También cf. GAGNEBIN (2002), pp. 1718 que destaca, a su vez, la expresión griega Kairos, que marca la disponibilidad, preparación
o flexibilidad para, en el momento oportuno, saber acoger el acaso.
* Pt.: disparidade, fr.: disparité. Es importante destacar el uso técnico de los términos disparidad, dispar o disparar. Deleuze desarrolla esta cuestión en Différence et
répétition donde introduce el término acuñado por Simondon de ‘disparation’ (‘disparidad’ o ‘disparación’) para abordar la caracterización de una situación problemática,
asimétrica e inequitativa (dispar) de un sistema metaestable que antecede, rige y rebasa cualquier proceso de individuación (en (1958) L’individuation à la lumière des
notions de forme et d’information, Grenoble: Jérôme Millon). Lo dispar designa también la resonancia de modo asimétrico y concierne, en este sentido, a la comunicación
entre series. Ésta cuestión, justamente, es la que aborda Deleuze en ‘Le style’, Capítulo V de la II Parte de Proust et les signes, la cual fue publicada en 1970 con
posterioridad a la elaboración de Différence et répétition (Cf. Sauvagnargues, Anne. Deleuze. L’empirisme transcendantal. PUF, 2009 [N. del T.].
2. Deleuze hace referencia a un prefacio de Umberto Eco según el cual la obra, al proponer nuevas convenciones lingüísticas, no sólo se somete a la nueva codificación
creada sino que se vuelve también la única puerta de entrada en su universo y la clave de su propio código. Cf. ECO (1984), pp. 4547.
3. Cf. MACHADO (1990), p. 176. En palabras de Machado, oriundas de la lectura deleuzeana de Proust, “la Recherche presenta tres privilegios del arte: la inmaterialidad
del signo; la esencialidad absoluta del sentido; la perfecta adecuación signosentido”. Más abajo volveremos al tema de la ‘esencia’ como razón suficiente entre signo y
sentido.
4. La singularidad atribuida a la forma por la cual la esencia se encarna en cada individuo une, conforme Deleuze nos muestra, a Proust y Leibniz, en la medida que las
esencias proustianas son ‘verdaderas mónadas’. Esto es, partes aisladas sin ‘puertas ni ventanas’ constituidas por un punto de vista que se define como la ‘propia
diferencia’ (DELEUZE, 1987, p. 40) y que se expresa en las series propias a cada uno, aunque no deje, a pesar de ello, de cruzarse o de entrar en resonancia con las
series lanzadas por otras mónadas. Las semejanzas, con todo, quedan ahí, según Deleuze. Esto porque Leibniz resuelve el problema de la comunicación entre mónadas
echando mano de la idea de un ‘stock’ común a todas ellas, que unificaría los diferentes puntos de vista bajo el pretexto de que son facetas complementarias de un mundo
original homogéneo creado por Dios.
5. Extracto de `Retrato`, poema de Cecília Meireles, En: MEIRELES (2001). Sobre este tiempo que nos corroe mucho nos enseñan también los bellos poemas de
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Baudelaire, en especial El reloj y El Enemigo (En: BAUDELAIRE (2002). Nos parece pertinente alertar nuevamente que nuestra intención al referirnos a las obras artísticas
no será reducir el monumento estético a las operaciones conceptuales, sino sólo contar con un poco de la potencia de pensamiento que hay en esas experiencias otras
de la realidad. Lo mismo debería indicarse respecto de los epígrafes.
* Yo no advertí este cambio,
tan simple, tan cierto, tan fácil:
¿En qué espejo se perdió
mi imagen?
6. Sobre el tartamudeo en el lenguaje, cf. DELEUZE (1988), letra S de Style. En esta entrevista, Deleuze habla de Proust y de otros autores que según el filósofo hacen
tartamudear al lenguaje escribiendo como extranjeros en su propia lengua.
* Referencia elíptica, creemos, a la definición que Deleuze proporciona de vicedicción como ‘subsumption sous le cas’ (‘La méthode de dramatisation’ (1967), en: (2002)
L’île déserte et autres textes (David Lapoujade éditeur). Paris: Minuit, p. 133. Se trata acá del modo en que Deleuze destaca la importancia del caso para pensar la
irregularidad local que constituye una singularidad, y el modo en que ésta se inserta en el orden global que la ha producido. La regla o ley, en este sentido, produce
excepciones que implica subsumirlas en órdenes regulatorios distintos. Véase también la interpretación que sostiene Frémont vicedicción. Cf. (2003). Singularités,
individus et relations dans le système de Leibniz, Paris: Vrin, p. 34 [N. del T.]
7. El concepto de transversalidad, cercano al pensamiento de Félix Guattari, representa una primera asociación con este psicoanalista, asociación que en el curso de la
obra de Deleuze, se volverá intensa y todavía más provechosa.
8. Orlandi destaca que Deleuze consolida en su filosofía determinada experiencia, a saber, la ‘experiencia de la complejidad de los encuentros’. De modo que el signo en
Deleuze, conforme destaca Orlandi es lo que en la complejidad de cada encuentro “intensificando el sentir, nos fuerza a pensar”. Cf. Orlandi, A filosofia de Deleuze (en
prensa, cedido gentilmente por el autor).
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Referencias bibliográficas
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CARDOSO JR., Helio Rebello (1996). Teoria das Multiplicidades no pensamento de Gilles Deleuze. Campinas: Tese (Doutorado) UNICAMP.
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DELEUZE, Gilles (2001) Nietzsche e a filosofia (trad. António M. Magalhães). Porto: RésEditora.
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DELEUZE, Gilles (2006) Diferença e repetição (trad. Luiz Orlandi e Roberto Machado). Rio de Janeiro: Graal.
ECO, Umberto (1985). Pósescritos a `O nome da Rosa` (trad. Letícia Z. Antunes e Álvaro Lorencini). Rio de Janeiro: Nova Fronteira.
GAGNEBIN, Jean Marie (2002). O rumor das distâncias atravessadas Remate de Males. Campinas: Ed. UNICAMP
LEOPOLDO E SILVA, Franklin (1992). “Bergson, Proust: tensões do tempo”. En: NOVAES, Adauto (org.). Tempo e História. São Paulo: Companhia das Letras. pp. 141
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ORLANDI, Luiz (1996) Signos proustianos numa filosofia da diferença. O falar da linguagem. São Paulo: Lovise.
ORLANDI, Luiz (2003) O indivíduo e sua implexa préindividualidade. O reencanto do concreto. En: Cadernos de subjetividade, São Paulo: Hucitec e Educ, pp. 8896.
ORLANDI, Luiz (en prensa). A filosofia de Deleuze.
MACHADO, Roberto (1990). Deleuze e a filosofia. Rio de Janeiro: Graal.
MEIRELES, Cecília (2001). Cecília Meireles: os melhores poemas. São Paulo: global, 2001.
MENGUE, Philipe (1994). Gilles Deleuze ou le système du multiple. Paris: Kimé.
PROUST, Marcel (1998). No caminho de Swann (trad. Mário Quintana). Rio de Janeiro: Ed. Globo.
SHATTUCK, Roger (1985). As idéias de Proust (trad. Eliane Fittipaldi Pereira). São Paulo: Ed. Cultrix e Ed. da Universidade de São Paulo.
ZOURABICHVILI, François (1994). Deleuze: une philosophie de l’événement. Paris: Presses Universitaires de France.
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