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EL PARADIGMA DE LA SOLEDAD
Este es el modelo del “contrato social” de la teoría política liberal clásica, con sus
profundas raíces individualistas: cada uno de nosotros cede una parte de su libertad
individual —aunque ello vaya en contra de nuestra naturaleza— a cambio de algunas
condiciones mínimas de seguridad y civilidad (a cambio de que todos cedan esa misma
parte de su “libertad” —me refiero a la libertad para explotar y destruir, al menos en ciertas
formas no sancionadas por el Estado). En estas condiciones, el gobierno y la comunidad
son males necesarios que sólo se pueden justificar como pequeños salvavidas contra
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nuestra naturaleza bestial. El resultado es una teoría política muy cercana al mapa de la
psiquis freudiana clásica: el id es el individuo libre en estado natural; el superego, la
amenaza recíproca de otros individuos y la sociedad; y el ego, el sabio pero precario
gobierno, negociador y mediador (de manera un tanto desesperada) entre ambos. Cuando la
represión es muy severa, ya sea en el Estado o en la psiquis, el resultado es revolución o
crisis; el analista, un reformador liberal moderado, es quien alivia la presión contenida y al
mismo tiempo salva al sistema.
Sin embargo, esta tradición de considerar el “estado natural” —nuestra naturaleza humana
individual— como algo temible, no empieza con Freud y la tradición liberal en Occidente.
Fue Hobbes, escribiendo unos tres siglos antes, quien sostuvo que los seres humanos se
rigen por el temor, el cual lleva al bestialismo y a la necesidad de poder, y así cualquier tipo
de despotismo es tan severo como para preferirlo al estado natural (1974). En esta tradición
—la del liberalismo del Atlántico Norte—, la política práctica es cuestión de ajustar y
debatir las condiciones y límites precisos entre la libertad individual y la seguridad y
bienestar colectivos, donde los “liberales” contemporáneos tienden a prestar más atención
al bienestar colectivo —con la justificación de que, a la larga, más individuos obtendrán
más libertad individual (argumento llamado “nivelación del campo de juego”). Sin
embargo, todas las partes involucradas en este debate concuerdan en las creencias
paradigmáticas que están detrás de este argumento: el único bien válido, el único valor
fundamental, es la expresión individual. Todo esto porque es probable que las necesidades
del individuo y las necesidades de la comunidad o grupo relacional sean mutuamente
opuestas, por definición y naturaleza. El mejor lugar en el continuo entre ambas polaridades
está por verse, donde en diferentes épocas, diversos partidos ocupan diferentes ubicaciones.
La realidad de las polaridades, y el hecho de que el discurso político ocurre en alguna
posición entre ambas, se asume de un modo paradigmático y, por lo mismo, generalmente
está fuera de discusión.
Desde luego, siempre ha existido una oposición a esta tradición, a menudo en la voz de
místicos y poetas: las palabras de Jesús (“Todo lo que le hagas a los demás, me lo haces a
mí”) o de Hillel (“Si yo soy sólo para mí mismo, ¿qué soy yo?”). Estas palabras fueron
escuchadas diecisiete siglos más tarde por John Donne, quien escribió: “Ningún hombre es
una isla sólo para sí mismo” (una evocación concreta de una metáfora figura/fondo sobre la
relación del individuo con lo colectivo). Podríamos argumentar que la función básica del
artista, y particularmente del poeta, no es sólo expresarse, sino enunciar en forma específica
las verdades que se encuentran fuera del paradigma imperante, y que precisamente por eso
no se pueden expresar en prosa.
El paradigma, como un sistema de creencias básicas que subyace a la filosofía en sí, nos
dice por ejemplo adónde mirar para encontrar el significado de la vida, que también se halla
en la profundidad del sí mismo individual. Mientras Dios permanece en escena, ese sí
mismo es un sí mismo/alma, y así la mirada interior nos conduce a través de nosotros
mismos hasta lo divino (de nuevo, la verdadera relación es entre el sí mismo individual y su
Creador, no entre un individuo y otro). Esa misma contemplación nos lleva al punto muerto
de la nada, que tanto Nietzsche como los existencialistas —los últimos exponentes del
individualismo ateo— elevaron al nivel de verdad sublime.
Paralelo a esto, se encuentra la creencia paradigmática de que uno nunca conoce de verdad
a otra persona. Nuevamente, ser paradigmático significa que éste es un artículo de fe, y no
cuestión de observación y experiencia (o debate). En lo personal, debo admitir que a veces
tengo la profunda convicción de conocer a alguien, conocerlo y percibirlo “mejor de lo que
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él mismo se conoce”. Pero este tipo de conocimiento se considera menos válido que la
certeza interior acerca de uno mismo —y si no es menos válido, entonces está embrollado
en una compleja dinámica de poder y relaciones de autoridad sobre quien controla la verdad
relevante. No nos gusta cuando alguien presume de autoridad para “contarnos nuestra
experiencia”. Lo acusamos de “proyectar”, entrando en una dinámica de correcto/incorrecto
con la verdad del otro (tema que se abordará en el Capítulo 3). Una postura diferente sería
considerar que cada persona tiene acceso a distintas interpretaciones válidas en un campo
común que las incluya a todas, a cada una y a sí misma también —algo difícil de sostener,
porque no nos imaginamos interpretándonos a nosotros mismos. Nuestro conocimiento de
nosotros mismos es supuestamente un “dato”, o un tipo de conocimiento directo: pensar de
otra manera sería relativizar los estrechos límites de la definición individual de uno mismo.
Cuando las autoridades religiosas tradicionales desean cambiar e invalidar ciertos
pensamientos, deseos y experiencias individuales permaneciendo dentro del paradigma, lo
pueden hacer sólo proponiendo alguna otra entidad —el demonio— que haya invadido al sí
mismo/alma individual desde afuera, o (en el cristianismo tradicional) algo transmitido
sexualmente, como el contagio del pecado original. Freud intentó revertir estos mismos
términos, sin alejarse del modelo paradigmático del yo: los deseos prohibidos se reubicaron
como originándose dentro del verdadero yo, e incluso como la esencia de la naturaleza de
ese yo (donde el id reemplaza al pecado original o al demonio), mientras que el superego
representaba la voz de la autoridad, que ahora no proviene del sí mismo o de Dios, sino de
la presión y el control externos. Otra vez el individuo está en un conflicto inherente con la
comunidad, y sobrevive negociando o traicionando su naturaleza en favor de las exigencias
del grupo (posición asumida también por Jean-Paul Sartre, el gran oponente modernista de
Freud).
En esta reformulación, lo que no cambia es la idea de que los impulsos
instintivos/individuales son inherentemente antisociales y peligrosos. Asimismo, el anhelo
freudiano de la sublimación, la delicada negociación de una salida socialmente aceptable
para manejar la energía, no es estructuralmente distinto de la antigua sentencia paulina:
“Mejor casarse que quemarse” (“instinto” y “pecado original” son aquí nociones
equivalentes). Mientras tanto, también se preserva la autoritaria estructura religiosa del
bien/mal, de tal modo que, en los primeros días del psicoanálisis, el protocolo de una sesión
freudiana clásica a veces parecía un debate o sermón, donde el analista le insiste al paciente
“resistente” que se rinda a una visión más correcta de sí mismo, a costa de la realidad
vivencial subjetiva.
Así se llega a la última paradoja del individualismo: la individualidad es básica e
irreducible; sin embargo, el significado de la experiencia individual es dado por una
autoridad externa (religiosa o “científica”). Esta contradicción es condición indispensable
del paradigma, de modo que si empezamos a construir un modelo del yo basado en la
experiencia vivida y sentida, el resultado (aunque esté condicionado desde el principio por
los prejuicios de nuestra visión paradigmática) inevitablemente será mucho menos rígido e
individualista que la ideología del paradigma heredado.
De este modo, el paradigma contiene las semillas de su propia deconstrucción. Es decir,
una verdadera fenomenología, la exploración de la subjetividad que empieza con la
experiencia tal como la vivimos, estará siempre e inevitablemente dirigida hacia el
constructivismo social y desarrollista, en el espíritu de todas las preguntas que estamos
planteando —porque esos son los términos de nuestras vidas que siempre comienzan en la
infancia y se desarrollan en y a partir de las relaciones interpersonales. Por ende, si en la
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medida de lo posible seguimos siendo fieles a la autoridad de la experiencia individual,
como sea que interpretemos los límites de ese término, ella siempre será potencialmente
subversiva ante las condiciones del paradigma.
En resumen, si tomamos en conjunto los términos de nuestro paradigma cultural imperante,
éste nos obliga a ver el universo atomizado; el hombre (mujer) separado de la mujer
(hombre); la mente, del cuerpo; la humanidad, del mundo natural; el arte, de la ciencia; y el
alma o sí mismo individual, de un todo espiritual mayor. Esto fue lo que Paul Goodman
(1951) denominaría las “falsas dicotomías” de la cosmovisión moderna —y que estamos
trazando hasta sus raíces.
EL INDIVIDUALISMO EN CRISIS
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Hay que reconocer que los propios darwinistas sociales, guiados en gran parte por el eugenista Sir Francis
Galton (primo y seguidor de Darwin), representaron una considerable distorsión de la teoría darwiniana. El
propio Darwin enfatizó la competencia entre las especies, no sólo entre los individuos, por nichos ecológicos.
Sin duda, esta competencia seleccionaría ciertas contribuciones individuales al pool genético de la especie, lo
que es la base de la sociobiología moderna. No obstante, dentro de una misma especie, y en particular la
humana, el énfasis estuvo en la cooperación y la comunicación social, que se suponía estaban codificadas
genéticamente para favorecer la supervivencia de la especie en su totalidad. Así, en La Expresión de las
Emociones (1873), Darwin exploró la proposición de que nuestra vida emocional y expresión social son
partes cruciales de las características de supervivencia tanto de la especie como de los individuos. A su vez,
las suposiciones de este libro se convirtieron en el fundamento de la teoría del afecto (ver, por ejemplo,
Tomkins 1960) (N. del A.).
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destrucción causada en su nombre2. Respecto a eso, esta selva darwiniana es el territorio de
Freud, quien tomó de Nietzsche privilegiar el inconsciente sobre el consciente, y el
individuo sobre lo social y relacional, y desprestigiar la religión y las convenciones sociales
como defensas contra la angustia, todas piedras angulares nietzscheanas del sistema de
Freud. En nuestro siglo, el “perspectivalismo” de Nietzsche –su insistencia en que todos los
sistemas de conocimiento son en realidad ideologías que sirven a algunos intereses de
poder- luego se convertiría en el fundamento creativo de las escuelas posmodernas ahora
imperantes que se agrupan bajo el título de “deconstruccionismo” –aún sin dirigir jamás ese
poderoso lente deconstructivo al fundamento mismo de su ideología más básica: la
suposición de una individualidad radical. Nuevamente, las herramientas analíticas más
poderosas del paradigma imperante –el análisis reduccionista y la crítica deconstructiva o
“genealógica” (considerar una proposición desde el punto de vista de su historia y
orígenes)— en general han resultado inadecuadas para cuestionar los términos más básicos
de ese paradigma.
En tanto, otro de los grandes sistemas filosóficos del siglo pasado también debe su impulso
fundamental a Nietzsche, y también está marcado por su radical individualismo post
darwiniano. Este es el movimiento que conocemos como existencialismo, cuyas raíces se
encuentran en Kierkegaard y en una tradición de introspeccionismo, así como también en la
fenomenología de Husserl —pero aún más en el énfasis de Nietzsche en el individuo
heroico solitario, valiente para enfrentar duras verdades, quien se constituye en la nueva
fuente de significado y valores (imagen que también inspiró a Freud). Filosóficamente, éste
es el desafío del superhombre nietzscheano, que no se amilana ante lo absurdo de la
existencia, que desdeña las reconfortantes ficciones de la religión y lo transpersonal,
siempre valiente para crear su propio significado y poseer y vivir su propia verdad, por muy
dura y poco atractiva que sea en términos tradicionales.
Este desafío fue aceptado, entre otros, por Jean-Paul Sartre, quien emprendió la tarea de
extender y actualizar el análisis del “ser” de Heidegger, pero llevándolo en la dirección de
la responsabilidad personal y la integridad política, tan ausentes en el propio análisis de
Heidegger, y en su vida (fue miembro del partido nazi y condujo la expulsión de su mentor
—Husserl, el anciano fenomenólogo judío— de la Universidad de Heidelberg). En el
trayecto, Sartre nos brinda la última y quizás la mejor ilustración de cómo nuestro heredado
paradigma del sí mismo dificulta nuestra indagación sobre el yo y las condiciones de la
existencia humana. Por esta razón, vale la pena detenerse a examinar lo que Sartre incluye
en —y deja fuera de— su propio análisis del ser.
En El Ser y la Nada (1944), su clásico texto existencialista, Sartre describe las posibles
categorías o dimensiones del “ser”, que también podríamos denominar aspectos o modos
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Pese a las protestas de los partidarios de Nietzsche a lo largo de los años, es bastante difícil ver cómo la
doctrina nietzscheana del poder por el poder –expresión primaria de ethos individualista- es
significativamente distinta de la cosmovisión y autojustificación de los nazis, quienes sostenían que la fuerza
física y la voluntad son los valores supremos, sin importar cómo y dónde se aplique esa fuerza. Ambos
celebran el “triunfo de la voluntad”, prescindiendo de cualquier contenido valórico; y ambos se basan en la
inaceptada suposición paradigmática de que la esencia de esa voluntad es la motivación para la expresión y
dominación individuales. Ciertamente, Nietzsche está lleno de contradicciones y sin duda habría aborrecido y
rechazado a los nazis, quienes adoptaron sus doctrinas con tanto entusiasmo y las aplicaron en forma tan
literal. Aun así su filosofía, y el paradigma individualista del cual es la expresión lógica fundamental, no son
un desafío al programa nazi. Si el individuo es la realidad última y el valor supremo, entonces, al final de
cuentas, debe ser arbitraria la elección de cómo se apunta a esa expresión del sí mismo (N. del A.).
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del sí mismo, maneras de “estar ahí” (en la terminología de Heidegger). Éstos son “ser en sí
mismo”, ser para sí mismo” y “ser para otros”.
El primero, “ser en sí mismo”, se refiere al estado de “ser puro” que Heidegger postuló: las
condiciones dadas de la existencia “en sí misma” o “sencillamente estar aquí” —al menos
como las entendió Sartre-, antes de emprender cualquier actividad, lo que siempre implica
movilizar nuestro ser para algún propósito u objetivo —algo muy parecido al “individuo
puro” imaginario, anterior a cualquier contexto relacional. “La existencia precede a la
esencia”, según la famosa sentencia sartreana que dio su nombre al movimiento. Esto
significa que debemos mirar nuestro ser en sus propios términos, prescindiendo de
anteriores valores y supuestos sobre aquella existencia como los que proporcionan la
religión y las ideologías, que prejuzgan la investigación. (Para Heidegger, este estado
también puede ser preexistente a la individualidad, y por lo tanto, ofrecer algún tipo de
conexión teórica en un universo de individuos sin dioses —de hecho, algunos comentaristas
han acusado a Heidegger de introducir a Dios disimuladamente bajo el nombre de “el Ser”,
mientras que otros han subrayado cómo la futilidad del concepto ofrecía un espacio natural
para su vergonzosa adopción del nazismo. Al mismo tiempo, desde el punto de vista más
pragmático o vivencial, bien podemos cuestionar si este término abstracto tiene algún
referente, ya que quizás tengamos problemas para localizar el estado de “ser puro” en la
experiencia: aun donde encontramos algo parecido, como en la meditación, un tipo de
experiencia antes o más allá de la individualidad, el estado se caracteriza con mayor
frecuencia como un “no ser”, o al menos una no-individualidad).
La segunda expresión, “ser para sí mismo”, se siente más real, en el sentido de estar
próximos a nuestra sensación o vivencia de nosotros mismos y nuestra vida. Aquí, la
palabra “para” implica propósito y dirección, lo que los existencialistas a veces llamaban
“llegar a ser” o, en términos más cotidianos, simplemente “hacer”. Este es el estado en que
estamos casi todo el tiempo, cuando nos encontramos ocupados en los procesos comunes y
corrientes de la vida, como administrar, llegar, evitar, maximizar esto, minimizar aquello y,
en general, tratar de organizar el campo de la experiencia al servicio de la supervivencia,
del crecimiento, la satisfacción de deseos y el cumplimiento de objetivos (y quizás incluso
esa esquiva meta que llamamos “vivir bien” [la “buena vida” de Platón]). Gran parte de la
psicología y la psicoterapia, y en particular la rica tradición de la psicología y la
psicoterapia gestalt, se sitúa en este ámbito, que asociamos con organizar nuestros mundos,
nuestros campos subjetivos de la experiencia —la experiencia en curso de los procesos de
vivir, trabajar, administrar y movilizar cosas (y detener e inmovilizar otras) y, sobre todo,
relacionarnos con los demás.
Sin embargo, curiosamente, y siempre dentro de los términos del sistema sartreano, no
encontramos a otras personas en este ámbito de “ser para sí mismo”. Este es el mundo de
los deseos, pero de mis deseos, mis objetivos, sin considerar los tuyos, o tu experiencia y
realidad. (Sartre se constituyó en el principal antagonista filosófico de Freud, pero aquí las
resonancias entre ambos parecen más profundas que cualquier diferencia que puedan haber
tenido en asuntos menores como el análisis del proceso motivacional).
El mundo de las demás personas sólo se manifiesta en la siguiente categoría del ser, “ser
para otros”, que en definitiva son todas aquellas áreas de la vida donde tengo que renunciar
a mis deseos, impulsos y juicios, anteponiendo los de otros, lo que siempre se considera
aquí una claudicación, una concesión de mi integridad y autenticidad. Para Sartre, éste no
es un ámbito de compasión o responsabilidad por los demás, sino de anulación de la
responsabilidad por uno mismo, el dejar de ser fiel a sí mismo. De nuevo, el yo y la
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relación, o el sí mismo y otros sí mismos, están situados en polos opuestos de un continuo
lineal, en una relación de suma cero: mientras más tengo de uno, menos tengo del otro.
Tomando en conjunto este análisis de nuestras vidas y las condiciones del sí mismo, vemos
la interacción de dos dimensiones o criterios: ser versus hacer y sí mismo versus otro. Si
esquematizamos el modelo, como en la Tabla 1, se evidencian claramente la ideología o los
sesgos individualistas ocultos en este análisis “sin esencia”.
TABLA 1
Modelo sartreano del ser y el llegar a ser, y del sí mismo y el otro
Sí mismo o yo otro
ser “ser en sí mismo”: el ámbito del
“ser puro” o sencillamente la
“existencia”
llegar a ser “ser para sí mismo”: el ámbito de “ser para otros”: lo que sucede
hacer cosas, lograr mis objetivos, cuando desisto de mis objetivos y
satisfacerme a través de mis actos, cedo a los deseos de los demás; el
ser coherente con mis propios ámbito del pensamiento de grupo
deseos o el traicionarse
Este modelo visual consiste en una ventana de cuatro partes con un cuadrante vacío donde
falta un término, cuya ausencia no es tan evidente mientras nos mantengamos en un modo
de análisis lineal/secuencial o puramente verbal. Si quisiéramos llenar ese cuadrante,
tendría que ser con el “ser en otros”, un ser-con o una pertenencia inherente de un sí mismo
con otro, o incluso la posible interpenetración de vivencias del sí mismo, lo que precede y
subyace a la acción “para” otros, o en nombre de sus objetivos (para Sartre, el lugar donde
el yo siempre se traiciona a sí mismo) —tal como, al menos en este modelo, el “ser en sí
mismo” es parte de nuestra naturaleza y precede al “ser para sí mismo”. Vale decir, no todo
lo que hacemos con o para los demás debe ser visto con sospecha —o incluso con fobia
como aquí— como algo que representa una amenaza al sí mismo o a nuestra propia
integridad. (Y nótese cómo se privilegia aquí el modo lineal/verbal por sobre el modo
visual/holístico).
En otras palabras, pese a que los existencialistas insisten que la “existencia precede a la
esencia”, lo que hay en la mitad superior del esquema es “esencia” (o “esencialismo”, como
suele decirse hoy en día, o sea, se considera que ciertos grupos, “razas” o “etnias” [o
géneros u “orientaciones”] poseen ciertas cualidades predeterminadas sólo en virtud de su
membresía grupal). En este caso, el grupo lo constituyen todos los individuos humanos; y
el esencialismo es el del paradigma individualista, que por definición afirma esta amenaza o
tensión inherente entre la integridad del individuo separado y las exigencias de la
comunidad mayor. Este es el significado oculto, o fuera de-la-conciencia, del análisis
sartreano.
Entonces, podemos decir que el término faltante, “ser en otros”, es lo que lógicamente
llenaría el cuadrante vacío —si tal cosa fuera concebible para Sartre y sus lectores. En
otras palabras, si pudiéramos imaginar o suponer que un aspecto o polaridad de nuestro sí
mismo existente es esta interpenetración o identidad inherente con los yo de otros
(complementando o correspondiendo a la individualidad, que constituye la otra polaridad
del modelo). Pero precisamente ése es el punto: el cuadrante está vacío porque para Sartre,
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así como para sus lectores y las voces significativas de los tres mil años que lo antecedieron
en Occidente, ese punto es inconcebible.
En el paradigma imperante, no vivimos en, a través del y con el otro —o si lo hacemos, es
sólo de un modo derivado e instrumental (cuadrante inferior derecho del esquema), y nunca
de la manera fundamental y real como vivimos en y como nuestros sí mismos separados. Es
inconcebible porque el paradigma no lo permite. No se trata de que jamás sintamos tales
cosas. Sí las sentimos y frecuentemente con gran intensidad, pero son “meros
sentimientos”, ilusorios, no reales. Esa es la premisa de todo el sistema, así como también
la conclusión aparentemente lógica predeterminada por los términos del paradigma mismo.
Esto no significa que Sartre estuviera “equivocado”, tan sólo porque si esquematizamos la
figura que surge parece estar incompleta (pese a que argüiremos que él está lejos de nuestra
realidad sentida, al descontar y no considerar las experiencias y dimensiones reales del vivir
el proceso del sí mismo). Tampoco ha de sorprendernos, ya que escribía bajo la ocupación
nazi (y bajo la perturbadora influencia de un distante mentor nazi), que no haya visto con
grandes sospechas el claudicar el propio juicio a favor de las normas y verdades de otros, o
que haya encontrado que el cuadrante inferior derecho era peligroso y problemático, por lo
que prefirió refugiarse en el cuadrante inferior izquierdo, convencido de que ningún
individuo único y aislado, por muy centrado en sí mismo o nietzscheano que fuera, podía
cometer tanta maldad como una masa de personas concertadas, cada una de las cuales había
renunciado a “pensar por sí misma” a cambio de los seductores placeres de pertenecer al
grupo. Desde una perspectiva histórica, todo eso es al menos discutible y comprensible.
Más bien, lo que aquí nos interesa es que para Sartre el cuadrante superior derecho parece
no estar en absoluto ausente de un sistema que fue engendrado por él mismo.
Lejos de condenar las experiencias que podríamos denominar “inter-subjetivas” o incluso
“transpersonales” (que para la mayoría de nosotros van desde estados espirituales hasta la
fusión sexual, el contemplar a nuestros hijos o seres queridos, o diversos tipos de exaltación
transindividual o pérdida de los límites del yo en los deportes en equipo, en la meditación
silenciosa, etc.), Sartre no parece considerarlas reales o dignas de un comentario. Así como
con Platón, las interrogantes que más nos interesan y que parecen más urgentes hoy en día
—las preguntas acerca de cómo nuestra propia individualidad se relaciona con y pertenece
a todo el campo de otros sí mismos— sencillamente no parecen un tema relevante.
El neurólogo Oliver Sacks (1990) describe una clase de punto ciego o “escotoma” asociado
a un tipo de daño cerebral de la corteza visual, lo que resulta en una brecha en el campo
visual pero sin que el sujeto se percate que falta una parte de su visión. Es decir, si su
campo visual se extiende al frente suyo en un barrido de 170° de izquierda a derecha,
entonces un objeto que atraviesa el campo en la misma dirección podrá desaparecer, por
ejemplo (dependiendo de la ubicación exacta de la lesión), a los 90° del barrido y
reaparecer a los 135°, pero sin que el sujeto perciba el quiebre en el campo visual, sin
costura en los bordes de la brecha. La parte faltante no se “siente”, aun cuando el sujeto
quizás sepa muy bien que en su campo visual falta una parte, lo que puede demostrarse a sí
mismo girando la cabeza, lo cual tiene el efecto de mover el escotoma, de modo que las
cosas aparecen como que están desapareciendo y luego reapareciendo, y aún sin una línea
de demarcación en el campo visual, por así decirlo. Sartre, y la tradición occidental en
general, ejemplifican un “escotoma de pensamiento” acerca del sí mismo individual —al
igual que todos nosotros, por lo demás. Por definición, para percatarnos de esta falta, se
Esta noción fundamental, que constituye un cambio radical en el modo como concebimos a
“la persona en psicología” (en la frase de Allport [19681), tiene una serie de corolarios y
consecuencias que inciden en nuestro tema:
Hace dos siglos, Kant (1781) indicó que ese “mundo tal cual es”, al final de cuentas,
es incognoscible por nosotros. Lo único con que contamos son las construcciones de nuestra
propia mente/cuerpo, restringidas por factores y consecuencias ambientales que van a limitar
no tanto nuestras construcciones posibles, sino, de una manera evolutiva, la viabilidad de
esos constructos. Esto es lo que hace del constructivismo en general, y la Gestalt en
particular, un modelo de psicología evolutiva, ya que por la presión de la selección
evolutiva, ciertos tipos de procesos constructivos resultarán favorecidos, lo que explica por
qué estamos “preorganizados” para formar gestalts y resolver problemas.
Pero eso no basta para sostener que conocemos el “mundo real” de la manera
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objetiva, directa, “puramente empírica” que propone con insistencia nuestro paradigma
individualista. Lo único que hay son nuestras imágenes o cuadros interpretativos,
negociados socialmente y evolucionando cultural y físicamente, los que a su vez son
hipótesis creativas o “ficciones” que utilizamos para captar/interpretar, evaluar y
supuestamente manejar nuestros mundos en la forma que nos resulte más propicia.
No hay una base de “datos” absolutos y claros como serían los datos objetivos de la
experiencia que están tras nuestro proceso interpretativo. Jamás llegamos hasta ahí. Según
Kant, podemos asumir que allá afuera hay un mundo real consistente en las entradas
sensoriales (inputs) de energía a partir de las cuales construimos nuestra experiencia. O sea,
jamás llegamos a conocer el “mundo real” salvo por inferencias. Pero, desde luego,
podemos suponer razonablemente que el “mundo real” constriñe o limita e informa sobre
nuestra gama de interpretaciones viables, al menos en un sentido evolutivo. Es decir, dentro
de la infinidad de interpretaciones posibles, la realidad nos indica cuáles interpretaciones
me ayudan en la vida y cuáles me perjudican. Por ejemplo, basándome en mi estar
“preorganizado” de una manera y en conjunto con mi experiencia cultural, yo he aprendido
a interpretar literal y figurativamente el camino de la vida, de ciertos modos, incluyendo la
noción de que determinados grupos de estímulos constituyen un obstáculo inminente, de tal
manera que debo detenerme o desviarme para evitarlo. Y si no aprendo, y resuelvo así,
tarde o temprano abandonaré mi rol dentro del “colectivo” genético (es decir, desapareceré
de la faz de la tierra), cediéndole el paso a otros que podrán solucionar esa situación de una
manera más viable. Entonces, al menos desde un punto de vista evolutivo, no todas las
interpretaciones de la realidad son Iguales. Incluso podemos seguir adelante con esto e
inferir rasgos de las imágenes que van a funcionar mejor o peor, y utilizar además una serie
de pruebas secundarias e instrumentos y procesos de consenso social para apoyar o
cuestionar tal o cual imagen subjetiva o hipótesis. O sea, la “realidad” pone a prueba o
limita el número de inferencias a interpretaciones perceptuales que hacemos. Pero éstas
siguen siendo lo que son: inferencias o interpretaciones hipotéticas, siempre candidatas a
ser revisadas y corregidas, y “siempre moldeadas por las suposiciones y procesos culturales
a partir de las suposiciones paradigmáticas”.
Lo importante es que nuestro rol inevitablemente activo en el ver o conocer alguna
cosa, la esencia del modelo y movimiento gestalt en psicología, también es parte del
corazón de todos los movimientos en psicología, psicoterapia y filosofía (además de física
moderna y posmoderna) que caen bajo el nombre general de “constructivismo”. Esto
significa que construimos la realidad que conocemos, lo que por definición incluye la
noción de que podrían haber otras realidades, otras maneras de construir y conocer los
“mismos eventos”. Y más interesante aún, el constructivismo contiene y subyace a toda esa
amplia gama de perspectivas llamadas “deconstructivismo” o “deconstruccionismo”, que en
esencia es la posición constructivista acerca de la realidad, junto con la investigación de las
condiciones sociales de poder e influencia que nos llevan a tal o cual visión particular,
con la consecuente ganancia pérdida de vigencia y dominación.
Tomados en conjunto, estos diversos movimientos de constructivismo y
deconstruccionismo en realidad son una colección de tendencias y puntos de vista aún más
amplios, que hoy reciben el nombre de “posmodernos”, con lo cual se quiere decir que
estamos en una época que ha perdido la fe en las certezas de los últimos siglos, incluyendo
el materialismo científico puro, la confiabilidad de los datos “objetivos”, la supuesta
neutralidad del observador experto, la superioridad de la cultura occidental y lo inevitable
de progreso, bajo el estandarte de la ciencia y la tradición occidental.
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La razón del por qué nuestra época aún no encuentra un nombre propio, aparte de
identificarse como “post”, se relaciona con el hecho de que la cultura como un todo no le ha
tomado el peso a la profundidad y al significado del cambio de paradigma que se está
produciendo en un nivel más profundo, el cual integra y pone en contexto al constructivismo,
deconstructivismo y otros movimientos posmodernos, como la teoría de campo y la teoría
del caos/complejidad, todo esto sumado a la desilusión de una serie de certezas
modernistas. Esta es, desde luego, la deconstrucción del paradigma individualista, algo
que está ocurriendo en torno a nosotros en todas partes.
El sí mismo que buscamos, esa parte esencial de nuestra naturaleza que nos hace ser
quien y lo que somos —eso que no podemos evitar hacer—, es un sí mismo sintetizador, un
agente de la construcción de puntos de vista significativos. No podemos sino organizar la
experiencia. Y, en este sentido, organizar o sintetizar quiere decir crear significados; por lo
tanto, nuestra naturaleza es ser forjadores de significados.
Quizás lo que más nos distingue de otras especies es que somos, par
excellence, animales que resuelven problemas, sobre todo considerando que no somos
particularmente buenos para ninguna otra cosa, excepto para esta preciosa capacidad
de imaginación múltiple. Esto es lo que nos permite “pensar adelantándonos” o
predecir eventos, ensayar soluciones haciendo que la situación transcurra en
nuestra imaginación, etc. Esta habilidad es central al cómo lo hacemos, ya que
siempre implica construir y sostener imágenes, compararlas entre sí, modificarlas
libremente e imaginar resultados. Esto es parte importante del “pensar” y planificar.
Esta capacidad no es tan sólo un componente central de la conciencia, la conciencia
de uno mismo y la creatividad, la generación de nuevas combinaciones y soluciones,
sino que más bien es lo mismo. Pensamos que las imágenes son una suerte de banco
de memoria, pero en realidad son este rasgo activo y predictivo de nuestro imaginar
o darnos cuenta que es clave para nuestra supervivencia como una especie que
resuelve problemas en un ambiente siempre cambiante. Al mismo tiempo, el
mirarnos así nos hace perder la distinción clara y precisa entre la imaginación y la
“cruda realidad”. Tanto así, que al no poder sino almacenar y moldear, en gran
medida vivimos metidos en el futuro, más que en el presente y el pasado.
El sí mismo que queremos encontrar no es sólo un sí mismo constructor o
sintetizador del mundo, sino un sí mismo imaginativo, un “sí mismo en proceso”
que abarca y vive en y por un mundo de imágenes de una manera fluida y creativa.
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Según el paradigma individualista, donde el mundo y yo somos cosas dadas y fijas,
aprendimos que este tipo de imaginación creativa es provincia del artista, y
posiblemente también del líder y el científico visionario —una clase de persona
muy especial que suscitaba grandes sospechas (Platón y los materialistas incluidos)
o que era celebrada con reparos (los románticos) por ser muy diferente a los demás
(el mito romántico del genio solitario, otra de las “falsas dicotomías” de las que
habla Goodman [1951]).
3
Ver Warren Weaver, “Las Imperfecciones de la Ciencia”, en Cuatro Vientos I (Santiago de Chile,
Cuatro Vientos, 1983), pp. 32-48. Ahí se describe la dificultad que tienen los sostenedores de una
determinada creencia o escuela en el campo de las ciencias (físicas, humanas, biológicas) de abandonar
su postura una vez que se ha demostrado “científicamente” que estaban equivocados (N. del T.).
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19
proceso del sí mismo sano está en su experimentalismo inherente, lo cual se
convertirá en nuestro principal criterio para evaluar y diagnosticar el
funcionamiento del sí mismo y sus disfunciones. Al mismo tiempo, cabe
recordar que ni el más sano de los sí mismos ni del proceso sí mismo podrá tener
un perfecto acceso a sus propias presunciones y puntos ciegos —algo de lo cual
tampoco nos escaparemos nosotros.
En resumen, el sí mismo que estamos explorando es un constructor creativo de
la realidad, construyendo su mundo relevante en interacción imaginativa con las
condiciones dadas, como son percibidas subjetivamente; un fabrican te de
significados y un sintetizador que organiza, selecciona y actúa en ese mundo
mediante la orientación del sentir y del valor, interpretando siempre y luego
actuando para chequear, fortalecer y posiblemente revisar esos cuadros
interpretativos en un ejercicio del método experimental. Estas claves —
construcción, interpretación, significado, sentir, valor y experimento— son
distintivas del proceso de la toma de conciencia y del proceso del sí mismo.
Basándose en las obras de Dewey (1938), James (1983) y otros autores dentro
de la tradición estadounidense, Goodman sugirió que lo esencial de los seres
humanos no es una “chispa” ni un “hálito vital preexistente” o un núcleo separado
del cuerpo físico y la vida cotidiana, sino el proceso mismo de la toma de conciencia o
percatación con su tendencia gestalt natural a armar totalidades unificadas
completas. En la práctica, el sí mismo esencial no es una “cosa” en sí, ni un aspecto
oculto de nosotros. Se entiende mejor como el proceso natural unificador del campo
vivencial, el sintetizador o “fabricante de gestalts” a partir de la experiencia, o
mejor aún, el proceso mismo hacedor de gestalt. Esta es la actividad o dimensión de
“mí” que está siempre en funcionamiento y es a lo que nos referimos cuando
hablamos de lo esencial de la existencia de esa persona y, por ende, es el proceso
que nos define y nos permite sobrevivir, aprender y crecer.
Dado que parte de nuestra naturaleza es ser activamente constructiva y
sintética —siempre está elaborando cuadros completos de significado en algún tipo
de interacción con lo que esta “ahí” (proceso que Goodman denominó
“contacto”)— y dado que este proceso constructivo es inherentemente afectivo y
valorativo (como tiene que ser, para satisfacer las necesidades evolutivas de
supervivencia propias de nuestra naturaleza), es innecesario buscar al sí mismo en
algún recóndito lugar de nuestra existencia. Tiene más sentido considerar al sí
mismo metafóricamente, ocupando un lugar supraordinado de integrador de todo el
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20
campo de experiencia (aunque sería más acorde con Goodman definirlo como
“integrando” todo el campo de la experiencia, haciendo hincapié en que se trata de
un proceso en curso, y no de una cosa o lugar —otro ejemplo de la dificultad de
usar nuestro lenguaje cotidiano para expresarnos procesalmente, lo que en términos
de Goodman, usando la metáfora espacial, es algo que ocurre “en el límite de
contacto”, entre lo “mío” que se contacta con aquello que está “allá afuera”. Desde
luego, para vivir no debo privilegiar un ámbito por sobre otro).
4
Para los lectores interesados en otra visión proveniente de la investigación en desarro llo infantil,
sugiero: Daniel Stern, El Mund o In terp ersona l d el In fan te, especialmente capítulos “El Ámbito
del Sí Mismo Emergente” y “El Ámbito del Sí Mismo Intersubjetivo (Barcelona, Paidós, 1996) (N. del
T.).
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22
YONTEF, Gary (1997). “Comprensión de la teoría de campo”. En Proceso
y Diálogo en Psicoterapia. Chile: Cuatro Vientos,
pp. 277-289.
Características de campos
1. Un campo es una red sistemática de relaciones.
2. Un campo es continuo en espacio y tiempo.
3. Todo es de-un-campo.
4. Los fenómenos son determinados por todo el campo.
5. El campo es un todo unitario: todo afecta a todo lo demás en el campo.
Una buena teoría aclara la estructura inherente del campo (véase sección 9 acerca de
insights). La teoría es en sí un campo, y una buena teoría se desarrolla buscando factores
naturales que sean inherentes a ella y revelen insights de la estructura inherente del campo de
estudio, en lugar de añadir arbitrariamente factores explicativos o utilizar información que no
tiene una relación inherente con la teoría.
Los campos se forman siempre por innumerables factores, con múltiples y complejas
interrelaciones diferenciadas. En la teoría de campo, una red de relaciones está siempre
determinada por numerosas variables determinantes, con una organización sistémica inherente
al todo que es vital para comprender el fenómeno estudiado. Inevitablemente hay factores
contextuales cruciales que son parte inherente de la forma de pensar del campo, lo que no
ocurre en la lógica aristotélica o pensamiento newtoniano.
Tal vez la importancia de esto se comprenda contraponiendo la actitud de
estructuralistas como Wundt. Para él, la psicología era analizar contenidos mentales como
elementos, para luego encontrar las leyes que los conectan. Este era un enfoque químico mental
que enfatizaba los elementos y las asociaciones, y no el todo dinámico (Mesiak y Sexton, 1966,
p. 80). Este enfoque químico mental era como el universo newtoniano determinado en forma
mecanicista, donde el todo se puede desarmar como un reloj y unir nuevamente. Para los
estructuralistas, el todo iguala exactamente la suma de las partes y el observador puede conocer
en forma absoluta, sin afectar al objeto de estudio.
TODO ES DE-UN-CAMPO
Los objetos, organismos, etc. sólo existen fenomenológicamente como parte de un campo
fenomenológicamente determinado y tienen significado sólo en la interacción en ese campo.
Lewin dice que cualquier “manifestación energética de una persona... se debe definir en
términos del campo total” (English & English, p. 206). Esto incluye las influencias de la
persona en el resto del campo, y viceversa. Este es un aspecto crucial de la teoría de campo, e
idéntico a aspectos de la fenomenología (especialmente, que la realidad es una construcción
fenomenológica del observador y lo observado) y de la perspectiva dialogal donde el “Yo” es
sólo del “Yo-Tu” o del “Yo-ello”.
Ser de un campo no es sólo estar en un campo. “En un campo” define el organismo
u objeto en términos absolutos, es decir, fuera del campo, agregando luego el campo como
contexto. Una persona tiene una existencia (forma, esencia) independiente del campo, y se
ubica conceptualmente en un campo. La visión de-un-campo no considera nada como no de-
un-campo.
Una persona y un ambiente son de-un-campo, del campo organísmico/ambiental. Las
personas son de ese campo y constituyen su fuerza organizadora y determinante. El campo
psicológico no existe separado de las personas; las personas no existen separadas del campo.
No es el caso de una relación simple entre un individuo separado y un ambiente externo. El
individuo sólo se define en un momento mediante el campo del cual forma parte, y éste sólo
puede definirse mediante la experiencia o perspectiva de alguien.
La diferencia entre de-un-campo y en-un-campo con frecuencia se pasa por alto. Ni
siquiera la definición de campo y de teoría de campo de English & English distingue con
claridad “en un campo” de “de un campo”. Ellos definen campo como:
Pareciera que English & English consideran el campo como un mero receptáculo
vacío para acontecimientos y cosas.
Lewin: la conducta es una función del campo al cual pertenece; un análisis de campo considera
las situaciones como un todo. Vivenciar es también una función del campo del cual forma
parte; un análisis vivencial de campo enfatiza la situación como un todo.
Todo evento, experiencia, objeto u organismo es determinado por el campo al cual
pertenece. Todos los movimientos de cualquier parte son determinados por el campo total.
“...las propiedades de los fenómenos relacionados se derivan o dependen del campo total del
cual forman parte en ese momento” (English & English, p. 206). El campo organismo/ambiente
determina a la persona. Obviamente, ésta es sólo una forma de expresar el principio de la
psicología de la gestalt que establece que el todo determina las partes. Parlett lo llama El
Principio de Organización: “El significado deriva de la observación de la situación total, de la
totalidad de hechos coexistentes” (1990).
El progreso de un paciente es una función del campo total. No es determinado sólo por
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la motivación y fuerza del paciente, sino también por la habilidad del terapeuta, por la relación
entre terapeuta y paciente, por los factores de organización del sistema de producción (clínica,
hospital, compañía de seguros, etc.), por la familia y amigos que son parte del espacio vital del
paciente, etc. Recuerdo una paciente que permaneció en un grupo después de las dos primeras
semanas, principalmente porque su campo incluía a un anterior paciente mío que era terapeuta
y le dijo que soportara un poco más. Lo hizo y la terapia resultó bastante exitosa. También
recuerdo un paciente limítrofe que ingresó al hospital contra mi consejo, porque su seguro le
pagaba el tratamiento sólo en el hospital. Yo temía que la influencia regresiva del ambiente
hospitalario fuera muy seductora para este paciente. Y de hecho lo fue, sucumbió a ella y
posteriormente pasó muchos años en hospitales. Los pacientes son parte de y están
determinados por campos totales complejos, y nosotros ignoramos tales fuerzas a costa de
nuestro propio riesgo.
Implicaciones terapéuticas
Este tema brinda fundamentación teórica para mucho de lo que los terapeutas
Gestalt han estado haciendo. Primero, la teoría para gestalt enfatiza el contacto en el
presente entre el terapeuta y el paciente como la forma principal de terapia. Recuerden que
en Gestalt el paciente es considerado como alguien que está continuamente resolviendo el
campo entre el self y el otro. El self y el otro surgen de la misma experiencia
fenomenológica. Por lo tanto una relación mutua ofrece la mejor oportunidad para formar
nuevas conceptualizaciones sobre el self y los otros. Entonces la teoría gestalt anima a los
terapeutas a estar disponibles en el compromiso (contacto) con sus pacientes.
El conocimiento del rol de la vergüenza en el proceso de contacto apoya y clarifica
esta posición: hay una relación entre la vergüenza y las partes percibidas del self (los
“introyectos” según Perls, que interfieren con el contacto presente y fueron aprendidos en el
contacto de una relación, y por lo tanto sólo pueden ser desbaratados y reconstruidos en
forma diferente en el proceso de una relación. Esto es debido a que la vergüenza es una
variable relacional, una variable del campo. Nos informa de la posibilidad de apoyo
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insuficiente para nuestras necesidades y deseos. La cadena de vergüenza fue formada para
proteger al paciente en una relación pasada significativa, de ser expuesto o expresar una
parte de su self que era percibida como peligrosa para la relación. Al mismo tiempo, estas
cadenas continúan dando servicio a la misma función sea que ahora se necesite o no en las
relaciones actuales. Este mapa del self y de otros no puede ser cambiado sin una nueva
experiencia en el campo, un nuevo sentido del self y del otro en una relación. Por lo tanto,
como se dijo anteriormente, reincorporar (volver a tener acceso a) las necesidades
encadenadas a la vergüenza, requiere primero de estar en un ambiente donde la necesidad
sea notada y tomada en cuenta. En terapia individual, la relación disponible es la relación
entre paciente y terapeuta. En terapia de parejas y familia, el terapeuta no sólo tiene una
relación entre él y cada miembro de la familia, sino también un acceso más directo a las
relaciones significativas en la vida de cada persona, y puede ayudar a la pareja o familia a
explorar directamente si hay apoyo para diferentes formas alternativas de estar en el mundo
en estas relaciones.
La vergüenza es una variable del campo relacional que nos informa sobre la
posibilidad de que nuestros deseos y necesidades sean apoyados por otros que son
importantes para nosotros. De esta manera, la experiencia de la vergüenza facilita que nos
protejamos de los riesgos que implica la falta de apoyo. Cuando se trabaja óptimamente, la
vergüenza (en formas tales como sentirse apenado, timidez y desilusión) junto con apoyo,
se facilita en nosotros hacer el contacto, encontrar áreas de común interés de cada instancia
del contacto que se busca. Esta facilitación nos permite entrar continuamente en contacto
con lo que necesitamos, y en concordancia, formar nuevas imágenes del self y del otro.
Instancias de abuso severo o persistente, o negligencia de partes del self en el campo, llevan
sin embargo a la formación de ataduras de vergüenza, y terminan en la pérdida de una voz
para tener acceso y satisfacer aquellas necesidades y sentimientos.
Revisar el proceso de contacto a la luz de la comprensión de la vergüenza, cambia
nuestra imagen del proceso de vergüenza en el campo. La vergüenza, como regulador de
dinámica del campo, es vista operando en todos los proceso de contacto, en algunas
ocasiones en forma patológica u en otras como promotora del crecimiento y la interacción
por medio del apoyo. Una terapia de proceso de contacto, como lo es la gestalt, está
necesariamente incompleta o distorsionada si no tiene un foco centrado en las dinámicas de
la vergüenza, particularmente en la experiencia momento-a-momento de la relación
terapéutica. Existimos como parte de un campo relacional, esta perspectiva teórica da
soporte para la comprensión de que el crecimiento sólo puede tener lugar en el contexto
relacional.
Esto nos lleva a formular al menos una primera definición de la intimidad a partir de esta
nueva perspectiva, basada en la compresión organizadora de campo propia del yo y de la
naturaleza humana.
En el modelo convencional, la intimidad era vista de varias maneras: como un
estado, una conducta o un evento. Como un evento o una conducta, era por definición
algo limitado en el tiempo, una acción o transacción en particular, una conversación o
tal vez una interacción sexual; algo a lo que podríamos ingresar y de lo que podríamos
salir en cualquier momento, como entes separados en busca de algún tipo de
nutrimento o descarga. Desde esta perspectiva, la intimidad prolongada siempre
conlleva el riesgo de la fusión, o “pérdida del sí mismo”, una limitación de esa simple
autonomía que siempre fue el ideal del modelo antiguo. En cuanto a la conocida
expresión “relación íntima”, esto tendría que considerarse, en rigor, como una ilusión
peligrosa. Ilusión, porque al final de cuentas todas las relaciones son ilusorias; y
peligrosa, porque es una amenaza para el yo autónomo.
En el nuevo paradigma, entendemos al sí mismo como un proceso integrativo
del campo entero desde un punto específico, en y de ese campo. Este proceso creativo
que es el yo produce un “mundo interior” de ese proceso del yo (lo que llamamos
“conciencia de mí mismo” o “autoconciencia” [self-awareness]), oculto de la visión
directa, subyacente al mundo “externo” de conducta en el ambiente. Entonces, según
este modelo, la intimidad es el proceso de conocer y dar a conocer ese mundo interior.
Este es el mundo de la experiencia, la red interrelacionada de significados que
construimos a partir de los eventos internos y externos, un “lugar” profundamente
organizado de recuerdos, hábitos, emociones, valores y creencias, todo aprendido y
organizado en relación interaccional con nuestra propia naturaleza, que en cierta
forma ya está preestructurada. Por experiencia, sabemos que la parte interior de
nuestro campo vivencial es como un lugar lleno de misterios y constantes sorpresas,
un viaje de descubrimiento que dura toda la vida, valioso por sí mismo y necesario
para vivir plenamente, y en algunos períodos tan sólo para sobrevivir.
Con respecto a la experiencia vivida, sabemos que no nacemos conociendo
nuestro mundo interior muy bien; tampoco serán las “autoridades expertas” quienes
capten mi mundo, mi historia como yo la conozco y la vivo. Tenemos que construir
esa comprensión de nosotros mismos, así como tenemos que construir todas las
comprensiones en un proceso que se inicia en la infancia, cuando empezamos a
diferenciar y vincular las experiencias internas y externas. Tampoco nacemos sabiendo
cómo realizar ese proceso de saber, más allá de un simple asociar una sensación con
otra o con un evento externo.
El infante no llega al mundo con una visión adulta funcional, pero sí con la
capacidad innata de aprender —luego de unos cuantos ensayos— a integrar, digamos,
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ciertas claves visuales con sus correspondientes acontecimientos kinestésicos/visuales
y sociales. Por ejemplo, el recién nacido no es capaz de organizar su reactividad visual
en la experiencia que llamamos ver, para integrar el ver con el reconocer y enseguida
relacionar esa imagen con su recuerdo asociado de estirar el brazo, tomar y llevar a la
boca. Pero luego de un breve período de maduración cortical y de una serie de ensayos,
las diversas experiencias del brazo que pasa por el campo visual, las sensaciones internas
de los músculos del brazo en movimiento, la sensación de un objeto visto contra la piel
de la mano, la temperatura, la flexión, la boca abriéndose, etc., se integran en forma
más o menos automática en un esquema unificado o un todo flexible de estirar el-
brazo/tomar/llevar-a-la-boca/chupar, y así sucesivamente. En la situación normal,
nadie tiene que señalarle todo esto al bebé —aunque incluso en este nivel, la calidad y la
energía de la integración van a diferir de una cultura a otra, de una familia a otra y de un
bebé a otro (para un análisis de la penetración cultural de estas integraciones
tempranas aprendidas, ver Fogel 1993).
A partir de esta etapa, mientras más complejos se vuelvan los niveles de
totalidades integradas de sentimiento/deseo/estimación/evaluación/acción, mayor será
el contexto cultural y relacional y la retroalimentación que van a formar parte de,
moldear y limitar este proceso integrador. Qué es adecuado desear o rechazar, qué
nivel de energía es aceptable movilizar en cual situación, qué señales afectivas son
respondidas y desarrolladas (y cuáles empiezan a extinguirse por falta de apoyo o
aceptación), cuánta persistencia y atención sostenida conducen a cuáles resultados, etc.;
todo lo cual ocurre en el área del aprendizaje relacional/cultural, que viene a ser el
terreno del mundo interpersonal donde se juega la presencia o falta de apoyo y
aceptación.
Mientras todo esto ocurra en el contexto de un ambiente estable, roles sociales
estables e interacciones pautadas (es decir, lo que se llama una cultura “tradicional”), no
urge desarrollar las metadestrezas necesarias para atender a cómo está organizado ese
mundo interior y deconstruir y reevaluar esas pautas internas organizadoras. Sin
embargo, los ambientes físico y social nunca son completamente estables; e incluso en
nuestra imagen occidental idealizada de la cultura “tradicional”, podemos imaginar que
la necesidad de conocer y reconocer estados afectivos y deseos sigue siendo la clave
para organizar totalidades específicas de sentimiento/evaluación/interpretación/acción y
significado. En este sentido, las emociones y los valores siempre son nuestra brújula
direccional cuando seleccionamos un determinado objetivo o cami no; y a medida que
tenemos deseos cada vez más complejos, de largo alcance y que involucran a más
personas, debemos tener acceso a estados emocionales cada vez más complejos, así
como también las destrezas para prestar atención al mundo interior de esa manera.
Todo esto cobra aún más validez mientras más nos dirigimos a culturas que son más
abiertas y evolutivas, menos pautadas por modelos sociales y ambientales tradicionales
estables. Por otra parte, en todas las culturas de todos los tiempos, la capacidad de
crecer e innovar más allá de nuestros patrones culturales siempre depende de la
capacidad de mantener la atención, el barrido, el experimento imaginal, la evaluación
y elección y las combinaciones novedosas en ese mundo interno.
En términos más precisos, estas destrezas, al no ser innatas, son aprendidas en la
relación, específicamente en el particular tipo de campo relacional que hemos llamado
“intersubjetivo”. La atención y el interés en nuestro mundo vivencial interno por alguna
otra persona interesada nos permiten aprender que ese mundo interno está plenamente
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ahí como algo en lo cual podemos centrar nuestro interés. Esa persona es el testigo
íntimo, sin el cual nuestro mundo interior seguirá siendo primitivo y subdesarrollado.
Según Winnicott (1988), el sí mismo comienza en el “ojo de la madre” —o, como
diríamos hoy, bajo la mirada del cuidador(a) intersubjetivo(a), quien será el primer
modelo de cómo mirar y conocer ese mundo, articulándolo con y para otra persona.
Sólo a partir de este diálogo básico empezamos a desarrollar las capacidades que
llamaremos “reflexión sobre mí mismo” o “autorreflexión”. Como dice Fogel (1993),
el pensamiento reflexivo tiene una forma dialógica: tanto en la vida como en el teatro,
el monólogo introspectivo surge de y mantiene la forma de una conversación con un
otro implicado.
Este proceso se inicia inmediatamente después del parto —o incluso antes,
cuando los padres y otros “apostrofan” al bebé no nacido aún: le hablan al nuevo futuro
ser como si ya tuviera un proceso coherente del yo en un “espacio” interior, como si
ya tuviera lenguaje y se pudiera integrar al diálogo. Este proceso es proyectivo, en el
sentido de imaginarse el estado interior y organización motivacional de otra persona.
Una vez nacido el bebé, los padres y otros que lo cuidan suelen llevar ambas partes de
la conversación en voz alta, “prestándole una voz al niño” proyectivamente, como si
fuera una “interacción real”. Como indica Havens (1986), hablando de terapia con
pacientes con un proceso del yo inhibido o subdesarrollado, cuando no está presente el
sí mismo necesario para participar en un diálogo significativo, evocamos ese yo
hablándole y a veces incluso dando respuestas experimentales sobre cómo la otra
persona podría “llegar ahí”.
Claramente, este tipo de actividad proyectiva conlleva el riesgo de que el
proyector pierda el objetivo exploratorio-experimental y, a sabiendas o no, imponga
su propio proceso del yo y mundo interno, con el consiguiente entorpecimiento del
proceso del otro. Esta es la preocupación que moviliza a gran parte del pensamiento
individualista moderno, especialmente el de algunos pensadores existencialistas del
siglo XX: los peligros del “pensamiento grupal” —o, en la misma vena, el
“mamismo”, el temor a ser engullidos por la madre. (Irónicamente, algunos de los
autores que han resaltado y elevado estos temores a la categoría de absolutos teóricos,
también han sido adherentes a las ideologías autoritarias, como Sartre [1943], Hegel
[1962] y los seguidores de algunas de las escuelas de psicología más doctrinarias). Sin
embargo, para este problema no nos sirve negar la función esencial de la imaginación
proyectiva en el contacto interpersonal, que puede alcanzar una profundidad
intersubjetiva sin el uso de la indagación proyectiva. No se trata de que uno u otro polo
de nuestra experiencia del yo —el polo “de mi yo interior” o el polo social/ambiental—
es el importante. Más Bien, cualquier polo puede ser disminuido o exagerado; y ambos
son necesarios, comprendidos no como “yo-y-el-otro”, sino como dimensiones dinámicas
del yo, para el pleno funcionamiento humano.
Este tipo de “conversación” es un verdadero intercambio, pese a que el bebé
aún no puede participar verbalmente —debido a la forma en que el cuidador moldea
constantemente sus verbalizaciones tentativas en términos de las claves no verbales
del infante. Esto puede empezar con una indagación ordinaria y proseguir con
respuestas imaginadas, que interpretan y conducen (ojalá) al estado interno del bebé:
“Bueno, mi niñito está despierto. ¿Tienes hambre, ése es tu problema?”; seguido por:
“Sí, papi, tengo tanta hambre. ¿Dónde está mi mamadera? ¿Por qué te demoras
tanto?”; y luego: “Ya te la llevo, justo como te gusta a ti”; y finalmente (de nuevo
Este material es exclusivo para uso educativo, sin fines de lucro.
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hablando como el bebé): “Mmm, qué rica”. En otra intervención, el cuidador podrá
entrar en el modo indiferenciado hablando desde “nosotros”, para expresar los
sentimientos imaginados del bebé: “Sí, tenemos tanto sueño. Sólo escuchamos la voz
del papi. Nos estamos quedando dormidos y vamos a dormir toda la noche, porque
sabemos que el papi tiene una importante reunión en la mañana”. Nótese la apertura
que se presenta aquí para la influencia cultural y estructuración mediante este modo
de conducir la respuesta e interpretación de los estados internos del bebé desde que
nace. No podemos “no relacionarnos” con el niño y él no puede “no responder” a ese
espacio relacional. Por mucho que intentemos sintonizarnos con su “verdadero ”
mundo interior y necesidades, no hay ninguna relación que esté libre de actitudes y
presuposiciones culturales.
Al darle una voz imaginada a la vivencia del bebé, el padre/madre se orienta
para sintonizarse con los posibles estados internos y necesidades del niño —y al
mismo tiempo, lo introduce y acostumbra a la experiencia de la subjetividad, y no sólo
con las palabras sino con la sincronización, la pausa para señales y claves, la búsqueda
tentativa de la solución correcta para aliviar su malestar, etc. Así, el padre/madre
moldea la subjetividad en un campo mutuo o intersubjetivo, abriendo un proceso
intersubjetivo e invitando al niño a un espacio intersubjetivo. El correspondiente ajuste
creativo del infante, preparado para ello por su constitución y conductas tempranas de
apego, es avanzar hacia la subjetividad e iniciar las conductas de barrido interno,
retardo, elección y planificación, para finalmente “lenguajear” todo aquello que
constituye la experiencia vivida de la subjetividad, una historia de noso tros mismos
construida que comprendemos a medida que la vivimos, relatándola en el camino a
nosotros mismos y a otros.
Pero, en la práctica, en nuestra cultura puede ser un poco bochornoso ser
sorprendido en este diálogo íntimo intersubjetivo con un bebé preverbal. Esto se debe
a que el “prestar una voz” a la experiencia interna (proyectada, imaginada) del infante
implica una difusión de límites del yo supuestamente nítidos; y como tal, representa una
vergonzosa violación de profundos valores culturales y creencias. Es decir, en los
términos de nuestro paradigma cultural dominante, este tipo de actividad “infantil”
subvierte la clara diferenciación del sí mismo preexistente del bebé y del cuidador, y no
como un proceso de ofrecer y moldear el espacio intersubjetivo a partir del cual se
puede desarrollar una subjetividad plena, un activo y sólido proceso del yo. Mucho
menos se considera como parte del desarrollo —a través de esta experiencia— de un
nuevo tipo de terreno intersubjetivo, del proceso del yo del cuidador. Sin embargo,
muchos o la mayoría de los cuidadores de niños preverbales seguirán haciendo esto,
porque sin el apoyo de la capacidad proyectiva para imaginar y “apuntarle a” lo que está
ocurriendo “ahí adentro” de la otra persona, no sabríamos cómo orientar y asumir la
relación con otro sí mismo, otro agente de experiencia interna y significado. La
proyección es la herramienta necesaria para ingresar a la intersubjetividad, aquella actitud y
proceso que eleva el debate a la categoría de diálogo, abriendo el camino a la
posibilidad de algo nuevo, más allá de la dominación y la sumisión entre posiciones ya
conocidas.
De modo que la intersubjetividad, lejos de ser meramente una nueva moda en la
jerga psicológica, es la condición necesaria para manejar nuestro contacto y relación
con otras personas en un campo de múltiples individuos. La intimidad, como la
exploración de la subjetividad, no es sólo un lujo de la “elite psicológica”, sino más
Este material es exclusivo para uso educativo, sin fines de lucro.
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bien la condición de campo esencial para el desarrollo de un proceso subjetivo sano del
yo, que deberá incluir una capacidad plena y flexible para entender, deconstruir y
modificar esa organización a medida que transcurre nuestra vida. Sin la intimidad en este
sentido, aquella necesaria y continua revisión de nuestro mundo interno, que es el propio
crecimiento, jamás puede alcanzar su pleno potencial.
Resumiendo, podemos decir que en nuestra nueva visión, cualquier pauta nueva,
cualquier cambio importante en el campo, requiere de un nuevo apoyo o
apuntalamiento; que la solución creativa de problemas, las adaptaciones nuevas y el
crecimiento siempre son cambios significativos en la organización del campo en este
sentido, y por lo tanto, siempre requieren de nuevos apoyos y sustentos; que en este
tipo de readaptaciones importantes siempre se necesita alguna reorganización de los
campos interno y externo de la experiencia del yo; y que el apoyo esencial para una
reorganización fuerte y flexible del mundo interior —aquellas nuevas pautas de
sentimientos, creencias, expectativas, interpretación, evaluación y significado que
deben sustentar importantes nuevos tipos de acción en el campo exterior— es el
proceso intersubjetivo, la presencia activa de ese testigo que por un tiempo se convierte en
la pareja íntima en el crecimiento y la nueva complejización de nuestros mundos
interiores. En otras palabras, la intimidad es mucho más que un mero acto, momento o
sentimiento: es la condición de campo esencial para articular y conocer el yo interior, y el apoyo
esencial para utilizar esa articulación para el nuevo crecimiento creativo del yo en el campo
total.
1. Fundamentos
SICOLOGÍA DE LA GUESTALT
5
En la literatura sicológica la palabra self suele aparecer sin traducción al español. En esta edición se ha traducido por: lo propio,
yo mismo, mí mismo y sí mismo. Donde aparece como prefijo se ha traducido por auto-; por ejemplo “self-esteem” = auto-
estima. (N. del T.)
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La primera premisa básica de este libro está implícita en esta última frase. Dice así: Es la
organización de hechos, percepciones, conducta y fenómenos y no los elementos individuales
de los cuales se componen, lo que los define y les da su significado específico y particular.
Este concepto fue desarrollado originalmente por un grupo de sicólogos alemanes que
trabajaban en el campo de la percepción. Ellos demostraron que el hombre no percibe las cosas
como entidades sin relación y aisladas, sino que más bien las organiza, mediante el proceso
perceptivo, en totalidades significativas. Por ejemplo, una persona que entra en una sala llena
de gente, no percibe meramente manchones de color y movimiento, caras y cuerpos. Percibe la
sala y las personas como una unidad, en la cual un elemento seleccionado de los muchos ahí
presentes resalta mientras los demás retroceden al fondo. La elección del elemento que va a
resaltar es el resultado de muchos factores, todos los cuales pueden juntarse bajo el término
general interés. Mientras hay interés, la escena aparece organizada de un modo significativo.
Únicamente cuando el interés está completamente ausente, la percepción se atomiza y la sala se
ve como un enjambre de objetos sin ninguna relación entre sí.
Veamos ahora como opera este principio en una situación sencilla. Supongamos que la sala es
un living y la ocasión un coctel. La mayoría de los invitados ya ha llegado; los atrasados van
llegando de a poco. Entra otra persona. Es un alcohólico y quiere beber desesperadamente. Para
él, los demás asistentes, las sillas y sofás, los cuadros en las paredes, todo carecerá de
importancia y retrocederá al fondo. Se irá directo al bar; de todos los objetos en la sala, ése
estará en primer plano. Ahora entra otro individuo. Es una pintora y la anfitriona acaba de
adquirir uno de sus cuadros. Su primera preocupación es averiguar cómo y dónde está colgado
su cuadro. Seleccionará su obra entre todos los demás objetos de la sala. Al igual que el
alcohólico, no tendrá el más mínimo interés por los demás asistentes y se irá directo a su obra,
como una paloma a su palomar. O tomemos el caso del enamorado que viene a la reunión a
encontrarse con su amada. Escudriñará todas las caras hasta encontrarla. Ella estará entonces en
primer plano, todo lo demás pasa a segundo plano, al fondo. Para aquel invitado peripatético
que picotea en uno y otro grupo, de una conversación a otra, del bar al sofá, de la anfitriona a la
caja con los cigarrillos, la sala se verá estructurada en forma distinta en momentos distintos.
Mientras habla con un grupo ese grupo y esa conversación estarán en primer plano. Cuando
hacia el final de su conversación esté cansado y decida sentarse, será el lugar desocupado en el
sofá el que pase a constituir el primer plano. A medida que sus intereses cambian, su
percepción de la sala, de las personas y de los objetos en ella e incluso la percepción de sí
mismo se modifica. Lo que está en primer plano y lo que está en el trasfondo son
intercambiables, no se mantienen estáticos como ocurre por ejemplo a nuestro galán, cuyo
interés es fijo e invariable. Ahora llega el último invitado. El, como muchos otros en este tipo
de reuniones, inicialmente no quería venir y no tiene ningún interés particular en todo el asunto.
Para él la escena en su totalidad se mantendrá desorganizada y sin significado, a menos que
algo ocurra que le haga focalizar su interés y su atención.
La escuela de sicología que surgió de este tipo de observaciones se llama Sicología de la
Guestalt. Guestalt es una palabra alemana para la cual no hay un equivalente directo en inglés6:
Una guestalt es una configuración, una forma, la forma particular en que se organizan las partes
6
La palabra Gestalt o Guestalt no tiene una traducción al español. Significa al mismo tiempo: forma,
estampa, figura y estructura. El “guestaltismo”, que inicialmente fue una escuela sicológica dedicada al
estudio de la percepción, se propone aprehender los fenómenos síquicos en su totalidad, sin disociar los
elementos del conjunto en que se integran y fuera del cual pierden su significa do. El proceso central de la
percepción sería la formación de la guestalt, denominada también pareja figura-fondo. Ver nota 5. (N. del
T.)
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55
individuales que la constituyen. La premisa básica de la sicología de la Guestalt es que la
naturaleza humana se organiza en formas o totalidades y es vivenciada por el individuo en estos
términos y puede ser comprendida únicamente en función de las formas o totalidades de las
cuales se compone.
HOMEOSTASIS
Nuestra premisa siguiente es que toda la vida y todo el confortamiento son gobernados por el
proceso que los científicos denominan homeostasis y que los legos denominan adaptación. El
proceso homeostático es el proceso mediante el cual el organismo mantiene su equilibrio y por
lo tanto su salud, en medio de condiciones que varían. Por lo tanto, homeostasis es el proceso
mediante el cual el organismo satisface sus necesidades. Dado que sus necesidades son muchas
y cada necesidad altera el equilibrio, el proceso homeostático transcurre todo el tiempo. La
vida, en todas sus formas se caracteriza por este juego continuado de balance y desbalance en el
organismo. Cuando el proceso homeostático falla en alguna medida, cuando el organismo
permanece en un estado de desequilibrio durante demasiado tiempo y es incapaz de satisfacer
sus necesidades, está enfermo. Cuando el proceso homostásico falla, el organismo muere.
Unos pocos ejemplos servirán para aclarar esto. El cuerpo humano funciona eficientemente
únicamente si el nivel de azúcar en la sangre se mantiene dentro de ciertos límites. Si el nivel de
azúcar baja de estos límites, las glándulas adrenales secretan adrenalina; hace que el hígado
convierta sus reservas de glicógeno en azúcar; esta azúcar pasa a la sangre con lo cual el nivel
de azúcar sube. Todo esto ocurre en un plano puramente fisiológico; el organismo no está
consciente de lo que está ocurriendo. Pero la disminución del nivel de azúcar en la sangre tiene
aún otro efecto. Se acompaña de la sensación de hambre y el organismo satisface esta
insatisfacción y este desequilibrio mediante el comer. El alimento se digiere, una porción de él
se convierte en azúcar y el azúcar va a la sangre. Por lo tanto, en el caso del comer el proceso
homeostásico exige cierta capacidad de darse cuenta y cierta acción deliberada por parte del
organismo.
Cuando el nivel de azúcar sube demasiado, el páncreas secreta insulina lo cual ocasiona que el
hígado retire azúcar de la sangre. Los riñones también ayudan a eliminar el exceso de azúcar, se
elimina por la orina. Estos procesos, como los primeros que describimos, son puramente
fisiológicos. Sin embargo, el nivel de azúcar en la sangre puede disminuirse en forma
deliberada, como resultado de un acto de darse cuenta (awareness).73 El término médico para
aquella falla crónica de la homeostasis resultante de un exceso constante de azúcar en la sangre
es diabetes. Aparentemente el sistema del diabético no puede controlarse por sí solo. Sin
embargo, mediante el empleo de insulina, el paciente puede proveer el control. Esto reduce el
azúcar en la sangre al nivel adecuado.
Tomemos otro ejemplo. Para que el organismo se mantenga saludable, el contenido de agua en
la sangre tiene que mantenerse en cierto nivel. Al disminuir ese nivel, tanto la transpiración
como la salivación y la producción de orina se ven disminuidas y al mismo tiempo los tejidos
entregan agua a la sangre. De modo que en tales emergencias el cuerpo se ocupa de conservar
agua. Este es el aspecto fisiológico del proceso. Pero si el contenido de agua en la sangre
disminuye demasiado, el individuo siente sed. En seguida hará lo que pueda para recobrar el
nivel adecuado Toma agua. Cuando el contenido de agua es excesivo, todas estas actividades se
invierten, tal como en el caso del azúcar. Incluso podría decirse lo siguiente: El término
7
La palabra awareness, que aparece muchas veces en este libro, no tiene traducción directa al español. Aware significa darse
cuenta, alerta, percatarse, tomar conciencia. El sufijo ness se utiliza para formar el substantivo, por lo que en esta edición aparece
traducida con mayor frecuencia como el- darse -cuenta. (N. del T.)
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fisiológico para pérdida de agua en la sangre es deshidratación; químicamente se puede
expresar como la pérdida de tantas unidades de H2O; sensorialmente se siente como sed, con
sus síntomas de sequedad de la boca e intranquilidad; y sicológicamente se siente como el
deseo de beber.
8
Neologismo introducido por Kurt Goldstein en 1938. Se refiere a la cualidad de los organismos vivos por la cual éstos
siempre tienden a realizar tanto sus posibilidades como su naturaleza al máximo, en beneficio del organismo total y no de una de
sus partes. (N. del T.)
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57
La teoría de los instintos tiende a confundir las necesidades con sus síntomas, o con los medios
que usamos para satisfacerlas. Y es de esta confusión de donde surgió el concepto de la
represión de los instintos.
Porque los instintos (si es que existen) no pueden ser reprimidos. Están fuera del alcance de
nuestra capacidad de darnos cuenta y por lo tanto fuera del alcance de nuestra acción deliberada
No podemos reprimir nuestra necesidad de sobrevivir, pero podemos y de hecho lo hacemos,
interferir con sus síntomas y señales. Esto se logra interrumpiendo el proceso en transcurso,
impidiéndonos a nosotros mismos llevar a cabo cualquier acción que sea la apropiada.
Pero, ¿y qué ocurre si varias necesidades (o instintos si Ud. prefiere) se hacen presentes
simultáneamente? El organismo sano opera dentro de lo que podríamos llamar una jerarquía de
valores. Ya que es incapaz de hacer adecuadamente más de una cosa a la vez, se dedicará a
atender la necesidad de sobrevivencia dominante. Opera con el sencillo principio de que lo
primero es lo primero. En una oportunidad, estando yo en África, observaba una manada de
ciervos que pastaba a menos de unos cien metros de un grupo de leones que dormían. Al
despertar uno de los leones y dar sus primeros rugidos de hambre, los ciervos emprendieron
velozmente la partida. Ahora traten de imaginarse por un momento que ustedes están en el
lugar de los ciervos. Imagínense que están corriendo por salvar sus vidas. Pronto se
encontrarían sin aliento, luego tendrían que disminuir la marcha o detenerse por completo hasta
recobrar su aliento. En este momento, el respirar se hubiera convertido en la emergencia más
apremiante —una necesidad mayor— que el correr, al igual que el correr se había convertido
en una necesidad más apremiante que el comer.
Al formular este principio en términos de la sicología de la Guestalt podemos decir que la
necesidad dominante del organismo, en cualquier momento, se convierte en la figura en primer
plano y las demás necesidades retroceden, al menos temporalmente, al fondo. Lo que está en
primer plano es aquella necesidad que presiona más agudamente por su satisfacción, sea ésta,
como en nuestro ejemplo, la necesidad de preservar la vida misma, o estén relacionadas con
áreas menos vitales, sicológicas o fisiológicas.
Por ejemplo, parece ser una necesidad de las madres mantener a sus críos alegres y contentos:
una molestia de su hijo produce molestia en ellas La madre de un bebé podrá dormir
tranquilamente aun cuando afuera rujan motores de tráfico pesado, o incluso durante tormentas
eléctricas con truenos ensordecedores, pero despertará instantáneamente si su bebe —en otra
sala al final del pasillo da un suave quejido.
Para que el individuo satisfaga sus necesidades, para crear o completar la Guestalt, para pasar a
otro asunto, tiene que ser capaz de sentir lo que necesita y debe saber cómo manejarse a sí
mismo y a su ambiente, ya que incluso las necesidades puramente fisiológicas pueden ser
satisfechas únicamente mediante la interacción del organismo y el ambiente.
LA DOCTRINA HOLÍSTICA
Uno de los hechos más notorios del hombre es que es un organismo unificado. Y sin embargo
este hecho es completamente ignorado por las escuelas tradicionales de siquiatría y sicoterapia
las cuales, sea como fuere que describan su enfoque, aún operan en términos de la antigua
división mente-cuerpo. Desde que surgió la medicina sicosomática la estrecha relación entre la
actividad mental y física se ha hecho cada vez más aparente. Y sin embargo, debido a la
persistencia del paralelismo sicofísico, incluso este adelanto en el entendimiento no ha tenido
El darse cuenta
Puedo distinguir en mi experiencia tres tipos de darme cuenta o Zonas del darse cuenta:
1) El darse cuenta del mundo exterior. Esto es, contacto sensorial actual con
objetos y eventos en el presente: lo que en este momento veo, palpo, toco, escucho,
degusto o huelo. En este momento veo mi lapicero deslizándose sobre el papel, formando
palabras, escucho un zumbido, huelo el humo de la chimenea, siento la textura del papel en
mis manos y siento en mi boca un fresco sabor a frutillas.
2) El darse cuenta del mundo interior. Esto es, contacto sensorial actual con eventos
internos en el presente: lo que ahora siento desde debajo de mi piel, escozor, tensiones
musculares y movimientos, manifestaciones físicas de los sentimientos y emociones,
sensaciones de molestia, agrado, etc. En este momento siento presión en el extremo de mi
dedo índice izquierdo a medida que sostengo el papel. Siento una sensación desagradable
de tensión en el lado derecho de mi cuello, y en la medida que muevo mi cabeza me
siento un tanto mejor, etc.
Estos dos tipos de darse cuenta engloban todo lo que puedo saber acerca de la
realidad presente como yo la vivencio. Este es el terreno sólido de mi experiencia; estos
son los datos de mi existencia aquí, en el momento que ocurren. Independiente de como yo
u otros piensen o juzguen este darse cuenta, existe y ningún argumento, ni alegato, ni
teoría podrán hacerlo no-existente. El tercer tipo de darse cuenta es bastante diferente. Es el
darse cuenta de imágenes de cosas y de hechos que no existen en la realidad actual,
presente.
3) El darse cuenta de la fantasía. Esto incluye toda la actividad mental que abarca
más allá de lo que transcurre en el presente: todo el explicar, imaginar, adivinar, pensar,
planificar, recordar el pasado, anticipar el futuro, etc. En este instante me pregunto cuánto
voy a tardar en escribir este libro. Tengo una idea de cómo se va a ver terminado y me
pregunto cuál va a ser la reacción suya, señor lector. ¿Encontrará que es útil y le gustaré
yo por haberlo escrito? Todo esto es irrealidad. Este libro aún no está hecho y usted no
puede verlo ni responder a él. Está todo en mi fantasía, en mi imaginación.
Y, sin embargo, dentro de esta fantasía hay una realidad encubierta. Puedo
descubrir más de esta realidad si me concentro en mi fantasía y al mismo tiempo tomo
conciencia de mis sensaciones físicas, percepciones y otras actividades mientras hago esto.
Al pensar en el tiempo que va a tardar este libro en hacerse, me doy cuenta del cansancio
de mi cuerpo y me doy cuenta de que el deseo de que esté concluido surge de este
cansancio que siento ahora. Al imaginar la reacción de ustedes ante este libro, me doy
cuenta que quiero caerles bien y quiero servirles de algo. A medida que escribo esto, una
cierta tibieza en mi cuerpo y las lágrimas en mis ojos confirman esto. Ahora me quedo con
esta sensación por unos instantes, y luego empieza a desarrollarse otra cosa, algo más
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básico que el caerles bien o el prestarles un servicio. Les guste yo o no, me gusta mucho
estar con ustedes, honestamente, con la realidad bien plantada bajo nuestros pies y sé que
este libro nos puede ayudar en eso. A medida que escribo esto, siento mi cuerpo sólido y
confiado, como dando su aprobación.
Es realmente difícil aceptar que todo existe en el presente momentáneo. El pasado
existe tan sólo como parte de la realidad presente, cosas y recuerdos acerca de los cuales
pienso como “pertenecientes al pasado”: La idea del pasado es útil algunas veces, pero al
mismo tiempo es una idea, una fantasía que tengo ahora. Piense en el siguiente
problema: “Pruébeme que el mundo no fue creado hace dos segundos, completo, con
artefactos y recuerdos”: Nuestra idea del futuro es también una ficción irreal, aunque
algunas veces de utilidad. Tanto nuestra idea del futuro como nuestra concepción del
pasado se basan en nuestra comprensión del presente. El pasado y el futuro son nuestras
conjeturas acerca de lo que precedió al momento presente y lo que presagiamos que
seguirá. Y todo este adivinar ocurre ahora.
Ahora
Dese ahora un tiempo para prestar atención a su propio darse cuenta. Sea sólo un
observador de su darse cuenta y advierta hacia dónde va. Dígase a sí mismo: “Ahora me
doy cuenta de” y finalice la frase con aquello de lo cual se está dando cuenta en ese
momento. En seguida dese cuenta si eso es algo de afuera, interior, o una fantasía...
¿Hacia dónde se dirige su darse cuenta?... ¿Se da usted más cuenta de cosas fuera de
su cuerpo, o de sensaciones debajo de su piel?... Dirija ahora su darse cuenta al área de lo
que esté dándose menos cuenta, exterior o interiormente, y dese más cuenta de ello...
¿Hasta qué punto está ocupado con fantasías, pensamientos o imágenes?... Note que
mientras esté ocupado con un pensamiento o una imagen, su darse cuenta de la realidad
exterior o interior decae o aun desaparece... Si tan sólo puede aprender categóricamente la
distinción entre una fantasía y la realidad de su experiencia actual, podría dar un gran paso
hacia la simplificación de su vida.
Enfocar y concentrar
Generalizando
Note cuando comienza a generalizar, como por ejemplo cuando dice: “Ahora me
doy cuenta de toda la pieza” o “Escucho todos los sonidos”. La fantasía es una actividad de
la fantasía de la “mente” en tanto acumula imágenes individuales y las reduce a
generalizaciones. El darse cuenta es mucho más agudo y está más localizado. Preste
atención a su darse cuenta nuevamente. Si nota que está generalizando, vuelva su atención
sobre el foco de su darse cuenta en el momento presente, y vea con qué puede ponerse en
contacto real y claramente.
Selección
Note ahora de qué tipo de cosas y eventos se da cuenta. De todos los millones de
experiencias posibles para usted en cualquier momento, tan sólo una pequeña cantidad
emerge actualmente a su alerta.
Hay un proceso selectivo que dirige su atención hacia ciertos tipos de cosas que
son de alguna manera importantes para usted, y que tiende a ignorar otros. Por ejemplo,
puede darse cuenta mayormente de colores, de sombras, texturas, imperfecciones,
sonidos, movimientos, tensiones o sensaciones físicas, etc. De nuevo, tómese unos minutos
para ser sólo un observador mientras deja correr su capacidad de darse cuenta. Dese
cuenta de qué tipo de imágenes y eventos surgen a su conciencia espontáneamente, y vea si
puede descubrir algo acerca de cómo es su proceso selectivo. Ahora intente decir: “Estoy
seleccionando (o eligiendo) tomar conciencia de” y concluya la frase con lo que se esté
dando cuenta en ese momento. Haga esto por algunos minutos...
Eludiendo y evitando
Duración y fluir
...Note si su darse cuenta salta muy rápidamente de una cosa a otra, o si se mueve
más lentamente, dándole realmente tiempo para explorar y contactar con eso que se va
dando cuenta... Experimente ahora aumentando el flujo del darse cuenta de una cosa a
otra... Ahora, baje el ritmo de su darse cuenta y experimente eso... ¿Qué nota respecto de
su capacidad de darse cuenta cuando se mueve en forma rápida o lenta?... Permítale a su
capacidad de darse cuenta divagar nuevamente y sea un observador... Dese cuenta de la
diferencia de tiempo que emplea con diferentes cosas y eventos; probablemente usted se
demora más con algunas experiencias y dedica muy poco tiempo a otras... Note en qué
experiencias medita por un tiempo y en cuáles pasa de largo rápidamente... Continúe
haciéndolo y ajuste su tiempo con el fluir de su darse cuenta. Cuando se dé cuenta de que
se ha detenido en una experiencia durante un tiempo, desplace su atención: cuando se dé
cuenta de que se está moviendo rápidamente, vaya deteniéndose o regrese a lo que pasó por
alto rápidamente y deténgase por un rato... Dese ahora más cuenta del fluir de su alerta a
medida que se mueve de una cosa en otra... ¿Nota alguna pauta o dirección de este
flujo?... ¿Encuentra su alerta retornando reiteradamente sobre una cosa o sobre un tipo de
cosa o evento, o alternando entre un tipo de cosa y otro?...
Conexión e interrupción
Agradable – Desagradable
Nuevamente, témese unos minutos para darse cuenta del fluir de su alerta y a
medida que se vaya dando cuenta de algo, note si este darse cuenta es agradable o
desagradable para usted... ¿Qué diferencia nota entre el darse cuenta de algo agradable o
desagradable?...
¿Permanece su alerta más tiempo en uno o en otro? ¿Se da menos cuenta de los
detalles de uno o de otro?... ¿Hay alguna pauta o similaridad entre lo que vivencia
agradable y desagradable?... Continúe así por un rato y aprenda más acerca de cómo
difiere su capacidad de darse cuenta de experiencias agradables o desagradables...
Una interrupción en el flujo del darse cuenta es algunas veces una respuesta a un
cambio repentino en nuestros contornos. Pero mucho más a menudo es la respuesta del
darse cuenta a una experiencia desagradable... Comúnmente, evitamos algo
desagradable. Interrumpir nuestro “darnos cuenta” es una manera de mantener la
experiencia desagradable a distancia. Este es uno de los modos principales de cómo
reducimos y limitamos nuestro darnos cuenta. Si usted se llega a dar cuenta de que está
evitando y alienando una experiencia, es posible revertir este proceso. Si usted nota una
interrupción en su darse cuenta, puede centrar su atención sobre la experiencia que
precedió a la interrupción y averiguar acerca de qué es lo que está evitando. Inténtelo
nuevamente ahora...
Ir y venir
Trate de ir y venir entre el darse cuenta de algo exterior y algo interior durante unos
pocos minutos. Primero dese cuenta de algo en sus alrededores... y en seguida dese cuenta
de algún sentimiento físico dentro de su cuerpo. Continúe desplazándose entre el darse
cuenta de eventos interiores y exteriores... A medida que hace esto, dese cuenta también
del flujo de su darse cuenta, las interrupciones de este flujo y las conexiones en los
sucesivos eventos de su darse cuenta.
Continúe así por un rato y aprenda más de cómo se relaciona su darse cuenta de los
eventos interiores con las experiencias de su contorno.
Continúe ahora este ir y venir e intente considerar su darse cuenta de los eventos
interiores como una respuesta a su darse cuenta de algo exterior Dese cuenta de algo
exterior y en seguida diga: “Y mi respuesta a eso es” y complete la frase con cualquier
cosa de que se da cuenta, a medida que vuelve sobre su darse cuenta de algo interior.
Por ejemplo, “Yo me doy cuenta que la alfombra es gruesa y suave mi respuesta a
eso es una sensación de relajamiento en mis muslos”.
Continúe con esto por algunos minutos...
¿Está su darse cuenta fluyendo realmente por sí mismo con usted como
observador? ¿O está haciendo algo específico, está imponiendo alguna actividad
intencionada? Por ejemplo, usted puede estar esforzándose en hacer “un buen trabajo”:
Podría estar excluyendo algún tipo de darse cuenta, o intentando “cumplir con las
formalidades” que estas instrucciones le demandan. Tómese algún tiempo ahora para
descubrir cuando alguna intención guía su conciencia en lugar de dejarla fluir por sí
misma.
Proceso
Nuestro lenguaje tiende a estructurar nuestro mundo como un montón de cosas que
ocasionalmente cambian, o interactúan entre sí, etc. Ver el mundo como un conjunto de
procesos y acontecimientos siempre cambiantes es más difícil y, también, casi siempre
más válido y útil. Continúe prestando atención al fluir de su darse cuenta y manifieste su
conciencia en términos de procesos y acontecimientos, antes que cosas. Por ejemplo, en
vez de decir “siento una tensión” diga “me siento tenso”: En vez de “escucho pájaros”,
diga “escucho trinar y gorjear”. En vez de decir “siento una brisa”, diga “siento el aire
soplar suavemente por sobre mi brazo”. Tómese cierto tiempo para contactar el flujo y el
proceso de su vivenciar del mundo circundante.
Actividades físicas
Centre su atención ahora sobre su cuerpo y sus sensaciones físicas. Donde quiera
que note algún movimiento, tensión o incomodidad, exprese esto como una actividad
continuada, tal como: empujar, tensar sostener... Exagere ahora ligeramente esta actividad
y dese más cuenta de ella. Si está tensando un hombro, ténselo más y dese cuenta de
cuales músculos usa y cómo se siente mientras hace esto...
Ahora hágase responsable de esta actividad muscular y sus consecuencias. Dígase
por ejemplo: “Estoy tensando mi cuello y haciéndome daño” o “Estoy apretando mi brazo
derecho y me estoy entumeciendo”. Toda su tensión muscular es producida por usted y
mucha de su incomodidad física es un resultado de esto. Tómese unos minutos y dese
cuenta de sus actividades físicas y hágase responsable de lo que está haciendo...
Liberando su cuerpo
Intente ahora algo diferente. En vez de tratar de detener sus pensamientos, sólo
enfoque su atención sobre su respiración... Siempre que note que su atención se ha
extraviado en sus pensamientos e imágenes, vuelva a enfocar su atención en las
sensaciones físicas de su respiración... No se resista ni luche, tan sólo dese cuenta de
cuándo comienza a ocuparse con palabras e imágenes, y entonces vuelva su atención
sobre su respiración...
Ahora enfoque su atención sobre su cuerpo y note qué partes de su cuerpo entran
espontáneamente dentro de su conciencia... ¿De qué partes de su cuerpo se da cuenta? ¿De
qué partes se da menos cuenta?... Ahora, échele un vistazo a su cuerpo y note de qué partes
de su cuerpo puede tomar conciencia fácilmente y sentirlas claramente... Y qué partes de
su cuerpo siente con poca claridad, aun cuando enfoca su atención sobre ellas... ¿Nota
usted alguna diferencia entre el lado izquierdo y el lado derecho de su cuerpo?...
Ahora dese cuenta de cualquier incomodidad física que sienta y centre su atención
sobre ella... Tome más contacto con ella y dese detalladamente cuenta de ella... A medida
que llega a darse más cabalmente cuenta de ella, puede descubrir cuán lentamente se
desarrolla o cambia. Un movimiento, un sentimiento o una imagen pueden desarrollarse a
partir de aquello en que está enfocando su atención. Permita este cambio y este desarrollo
sin interferirlos y continúe enfocando su atención sobre lo que sea que emerja. Deje a su
cuerpo hacer lo que quiera, y deje suceder lo que quiera suceder. Continúe en esto por
cinco o diez minutos y vea qué se desarrolla a partir de este enfoque de su atención, sobre
lo que sea que se vaya dando cuenta.
Contacto – Retirada
Mire a su alrededor y tome contacto con lo que le rodea. ¿Qué experimenta aquí?...
Ahora cierre los ojos... Retírese de la situación y aléjese de aquí en su imaginación. Vaya
donde sea que le agrade y experimente cómo es estar allí... ¿Cómo es allí?... y ¿cómo se
siente allí?...
Me doy cuenta del silencio. Me gustaría estar en otra parte. / C: Bien, cierre los ojos
y váyase a otra parte en su fantasía. / Ya sé dónde estaba yendo. A “Tallarín” (un
restaurante). Y me figuré algunas cosas. / C: Hágalo. Cierre los ojos. Quiero que realmente
se dedique a esto por completo y preste mucha atención a su proceso. ¿Cómo es allí? /
Mmm. Hay grandes ensaladeras de color marrón oscuro y hay un puñado de spaghetti
dentro. Y hay un montón de salsa sobre los spaghetti, riéndose) y siento ganas de probarlos.
/ C: Se está riendo. ¿Puede decirnos qué es lo gracioso? / Bueno, porque pensé que debiera
haber ensalada en las ensaladeras y no spaghetti, porque se ven más como fuentes con
ensaladas. Está oscuro, hay velas. Hay un mostrador bajo y largo, no tengo que cerrar los
ojos. Mmm, sí tengo. Hay mucha gente. / C: ¿Cómo se siente allí? / Me siento bien y tengo
hambre. / C: Regrese aquí ahora y compare las dos experiencias. / Estoy un poco nervioso,
algo tenso. Y hay luz aquí y me gustaría que estuviese oscuro. / C: ¿Ve el contraste? Aquí
está incomodo y hay luz; allá está cómodo y está oscuro. Vuelva allá nuevamente y descubra
algo más. / La gente parece realmente relajada. Yo estoy relajado allí. La gente está
sonriendo. Gente en compartimientos separados a lo largo del pasillo. Está lleno de gente y
la gente parece relajada y feliz. Está comiendo mucho. / C: Ahora regrese aquí. ¿Cómo se
siente estando aquí? / Todo parece tan, tan... no muerto, simplemente iluminado. No sé lo
que es. Está realmente oscuro allí. Uno puede ocultarse, como perderse. / C: ¿No se puede
ocultar aquí? / No. / C: ¿Cómo se siente ahora aquí? / Un poco más relajado que antes,
porque estuve un rato allí. / C: Exactamente. Esto es algo que puede serle útil. En toda
situación en que se siente rígido, váyase por un rato y regrese después. / ¿Eso no es
escaparse? / C: Sólo si lo hace permanentemente. Si lo hace en forma esporádica, se le
llame descansar. /
Me doy cuenta de que me siento pegajoso —cuando me senté algo sudoroso. / C:
Hizo una breve regresión al pasado con eso de “cuando me senté”: / Me siento nervioso en
el estómago. Puedo sentir mi corazón latir más rápido. Me doy cuenta del color de la pieza.
Y me doy cuenta de esas dos niñas que se parecen mucho y me preguntaba si serían
hermanas. / C: Preguntarse es fantasía. / Sí. Me doy cuenta que tengo calor y que mis pies no
tocan el suelo. Y me doy cuenta de que la gente allí se estaba moviendo, retorciéndose. / C:
Usted dijo “se estaba”, que se refiere al pasado, y “esa gente” es una generalización.
Específicamente, ¿a quiénes veía y que hacían? / A ellas dos (señalando). Ella estaba
moviendo un pie y ella estaba moviendo las manos. Me doy cuenta que me estoy poniendo
más nervioso. / C: ¿Cómo siente eso? Exactamente, ¿qué es eso que siente y llama
nerviosismo? / Supongo que usted las llamaría mariposas en el estómago; supongo que es
porque me doy cuenta de tantos ojos y veo gente en un semicírculo, casi rodeándome.
(pausa) / C: ¿Se está dando cuenta de que me está mirando a mí? / Mmm (pausa). Me estoy
dando cuenta de otras cosas, pero creo que las dejaré de lado. / C: ¿Le gustaría parar? /
Mmm. / C: De acuerdo, gracias. ¿Se da cuenta dónde paró? / Sí. Cuando comencé a hablar de
la gente que me rodeaba y todos esos ojos. No me di cuenta de eso hasta que usted me
preguntó. / C: ¿Le gustaría explorar esto un poquito más? Mire a la gente alrededor y diga
qué ve. ¿De qué se da cuenta? / Me doy cuenta de muchos ojos (risas). También colores. Y
veo colores de cabellos, ropas, tonos de piel, mmm. / C: ¿Podría ser más específico,
exactamente qué es lo que ve momento a momento? Antes de generalizarlos y agruparlos a
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todos ellos como colores o tonos de piel, diga qué colores ve y qué tonos de piel nota. / Noto
los pantalones rojos de ella y noto su piel bronceada y su cabello muy oscuro. Hay muchas
más chicas que chicos, noto a ese chico ceñudo. / C: ¿Se siente rodeado ahora? / No, en
realidad no. No tengo la misma sensación que hace un minuto. No siento que todos ellos
están juntos, puedo indicar con precisión a cada individuo y no tomarlos como un grupo,
una masa. Cuando comencé a distinguir individuos más que grupos, empecé a sentirme
mejor. / C: Usted comienza a verlos en vez de imaginarlos. Ellos lo rodeaban en su
imaginación; en realidad ellos estaban sólo sentados allí. En la medida que se pone más en
contacto con su darse cuenta de esos individuos, la fantasía de un grupo que lo acecha,
desaparece. /
Me doy cuenta de que mi estómago está endurecido. Y estoy conteniendo mi
respiración. Y estoy respirando y mi corazón está latiendo más rápido. Estoy pensando en
qué decir y golpeteando con los dedos. Me siento como si buscara algo. / C: Usted está
bastante consciente de sus actividades: contener, pensar, respirar, golpetear. De algún modo
también intenta, busca, trata de pensar qué decir. / Sí. Me doy cuenta que tengo los pies
cruzados. Me doy cuenta de los zapatos de ella. Y ella tiene uñas largas. / C: ¿Se da cuenta de
que comenzó por su propio cuerpo —las sensaciones en su pecho y luego derivó hacia sus
dedos y pies para pasar luego a los dedos y pies de ella? Como si se dirigiere gradualmente
hacia otra gente. / (Riendo). Justo antes de que usted dijera eso, comencé a meterme dentro
de mí y a sentir rigidez. / C: Trate de ir y volver entre la conciencia del interior y lo| exterior. /
Siento como si el interior de mi cuerpo estuviera sellado desde el exterior, como si todo
estuviera adentro rígidamente. / C: Diga; “Me estoy endureciendo a mí mismo”. / Me estoy
endureciendo a mí mismo adentro. Veo la cara de ella. Todavía siento la rigidez. Veo el bolso
de ella bajo la silla y los pies de él; él mueve rítmicamente la punta de los pies y sus manos
están rígidas. / C: Usted está ahora consciente de la rigidez externa. / (pausa). Estoy
buscando. Tan sólo siento una rigidez interior y estoy procurando pensar en alguna otra cosa
interna que sienta y que sea diferente a estar rígido. / C: Su conciencia continúa volviendo
hacia la rigidez y usted, intencionalmente, trata de tomar conciencia de alguna otra cosa en
lugar de permanecer con la conciencia actual de su rigidez./
Me doy cuenta de que soy demasiado pequeña para sentarme en esta silla. Me doy
cuenta del viento entre los árboles, y —usted sabe— se mueven como lentamente, pero si los
mira durante un rato, es como si lo relajaran a uno, porque... / C: ¿Podría decir “yo”? Está
hablando de su propia experiencia. “Mientras observo los árboles me relajo”: / Me doy
cuenta de que sucedió allí (apuntando hacia donde ella había estado sentada), pero no
sucede ahora, porque estoy demasiado nerviosa. / C: De modo que esto no es estar dándose
cuenta. Está en realidad recordando el pasado. / Sí. / C: Entonces ¿qué está sucediendo
ahora? / Estoy realmente nerviosa. Me doy cuenta de que mis pies se están moviendo. Me
doy cuenta de que otra gente está algo aburrida. / C: Eso es una fantasía. Usted no sabe si
ellos están aburridos. / No. Me doy cuenta especialmente de él: está riendo como
afectadamente y yo estoy, estoy como tratando de descifrarlo. / C: Eso nuevamente es
fantasía. Trate de decir ahora “estoy evitando”; y termine la frase con algo que esté
evitando en ese momento y dese más cuenta de ello. / Estoy evitando mirar a la gente que
no conozco. Estoy evitando pensar en cómo me veo; eso estoy evitando. Y estoy evitando
decir muchas cosas que me gustarla decir acerca de sentimientos en mi interior. Usted sabe,
especialmente sentimientos —estoy evitando sentimientos que son—, usted sabe, usted sabe,
ese tipo de sentimientos (risas). Estoy evitando, usted sabe, estoy evitando, mmm, decirle a
Este material es exclusivo para uso educativo, sin fines de lucro.
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la gente que son —que son hermosos, o que, usted sabe— ese tipo de —estoy evitando eso.
Y estoy evitando mirar a Ruth, y no sé por qué. / C: Trate de mirar a Ruth. Trate de
contactar con alguna de esas cosas que está tratando de evitar. / (pausa). Cuando miro a
Ruth, la veo como sentada allí y ella se está tomando las manos y... y en... en mi mente —
creo que no me doy cuenta, pienso que ella no está muy contenta conmigo o algo así. No sé
por qué. / C: Eso es fantasía nuevamente. Usted imagina ser desaprobada. Sí —de mí. / C:
Usted toma contacto con su darse cuenta brevemente y luego salta a la fantasía, pensando,
recordando, preguntándose, imaginando./
Donde sea que esté, haga lo que haga, usted puede hacer este tipo de observaciones
y experimentos. Tan sólo ponga atención a su proceso de darse cuenta. Puede aprovechar el
tiempo que de otra manera perdería aburriéndose, esperando, impacientándose, etc. A
medida que toma conciencia de su propio proceso, puede descubrir cómo evita, bloquea,
interrumpe y falsea su propio funcionamiento, puede aprender a liberarse de esta
interferencia. Puede aportar más y más conciencia sus actividades cotidianas y su vida
puede volverse más fluida y más viva.
Tarea cotidiana
Elija alguna tarea cotidiana, como lavar los platos, cepillarse los dientes, sacar la
basura, etc. Realice esta tarea y preste mucha atención a cómo se siente su cuerpo mientras la
hace... Trate, por unos minutos, de hacerlo empleando el doble de tiempo, de manera que
pueda darse cabalmente cuenta de qué es lo que pasa en usted mientras lo hace... Note si
está manteniendo o moviendo su cuerpo de una manera incomoda. Luego exagere esta
tensión o incomodidad y tome más contacto con ella, experiméntela realmente... Ahora,
déjese ir y explore otras maneras de realizar la misma tarea que puedan ser más cómodas o
placenteras para usted... Trate de que sus movimientos fluyan... Deje que estos
movimientos se conviertan lentamente en una danza y disfrútela. Juegue con su darse
cuenta de realizar esta tarea, y explórela como si fuera un país extranjero, porque, para la
mayoría de nosotros, realmente es un país extranjero.
Mire a su alrededor ahora y dese más y más cuenta de lo que le rodea. Contacte
verdaderamente lo que le rodea y permita que cada cosa le hable de sí misma y de su
relación con usted. Por ejemplo, mi escritorio dice: “Estoy desordenado y lleno de trabajo
que tú tienes que hacer. Hasta que me ordenes, te irritaré e impediré que te concentres”.
Una escultura de madera dice: “Mira cómo puedo fluir aun cuando soy rígida. Detente a
descubrir mi belleza”: Tómese unos cinco minutos para permitir que las cosas de su
medio ambiente le hablen. Atienda cuidadosamente a estos mensajes que obtiene de todo
a su alrededor...
Si realmente puede aprender a prestar atención a lo que le rodea, podrá darse
cuenta del efecto que le producen sin que usted se hubiera dado cuenta de ello. En la
medida que se dé más cuenta de esas influencias, usted puede cambiar sus medios
ambientes y hacerlos más cómodos, así como menos irritantes, etc. He usado este
experimento en la sala de clase para señalar el efecto opresivo de su estructura. El
pizarrón dice: “Mire aquí, todo lo importante ocurrirá aquí”: Los bancos duros dicen: “No
se duerma, no se divierta, sea ordenado y mire allá”. El reloj dice: “Apúrese y no pierda
tiempo”; etc. Después de darnos cuenta de la influencia mortecina de una clase ordenada,
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hicimos cuanto pudimos por hacerla más cómoda para los seres humanos. Conseguimos
una alfombra, nos libramos de la mayoría de las sillas y reordenamos las restantes,
pusimos algo colorido, etc.
A continuación quiero que intente algunos experimentos junto a otra persona. Estos
experimentos serán más efectivos si usted los hace con alguien a quien no conoce bien,
pero si ningún otro está disponible, hágalo con un amigo o con su pareja.
Contactando
Ensayar
Continúense mirando y al mismo tiempo imagine qué piensa, qué pasará y que hará
en los próximos minutos. De todos modos es probable que usted esté practicando algo de
este ensayar, así que tómese cierto tiempo para dirigir su atención sobre sus fantasías y
expectativas... Tome conciencia de ellas en detalle... ¿Qué piensa que está a punto de
suceder?...
Retraerse
Tome ahora más contacto con su experiencia del momento. Cierre los ojos y
retráigase a su existencia física por un par de minutos... Dese cuenta de su cuerpo y de sus
sensaciones físicas... Note cualquier tensión, nerviosismo o excitación, etc., y tome
contacto con esto... Enfoque darse cuenta en cualquier incomodidad que encuentre y note
cómo cambia a medida que usted se contacta con ella...
Abra ahora los ojos y vuelva a mirar a esa otra persona... ¿Es más fácil verla
ahora?... Trate de descubrir aun más cosas acerca de esa persona… ¿Qué puede ver ahora
que no notó antes?... Hasta qué punto puede realmente VER a esa persona, y hasta qué
punto está usted aún ocupado con sus fantasías, adivinaciones, imaginaciones o
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suposiciones acerca de cómo es ella, preguntándose qué verá en ella al mirarlo a usted,
preguntándose cuánto rato durará esto, etc... Siempre que se sorprenda haciendo esto,
simplemente reenfoque su darse cuenta en el rostro y las expresiones de su compañero...
Continúe mirando a su compañero, pero enfoque su atención en su propia
existencia física... ¿Qué está sucediendo en su cuerpo ahora?.. Note cualquier tensión,
nerviosismo, incomodidad, tranquilidad o excitamiento que sienta y pangase más en
contacto con ello... Dese cuenta de dónde exactamente siente y póngase más en contacto
con ello... Dese cuenta de dónde exactamente percibe esas sensaciones y de cómo son
ellas...
En un momento más quiero que se digan el uno al otro todos los detalles de cómo
se sienten físicamente: dónde sienten tensiones, nerviosismo, tranquilidad o excitamiento,
etc., y exactamente cómo le parece eso a usted. No explique ni justifique su experiencia,
descríbala simplemente con todos los detalles y tome conciencia de cómo la experiencia
de su cuerpo se muda en tanto se la trasmite a su compañero. Tómese algunos minutos
para hacerlo...
Memoria visual
Ahora abra los ojos y compare su imagen con la realidad del rostro de su
compañero... ¿Qué detalles de su imagen eran incorrectos? Mire ahora las partes de su
rostro que estaban ausentes o diluidas en su imagen y descubra cómo son esas partes...
Descubra aún más acerca del rostro de esa persona...
En un minuto más les voy a pedir que se cuenten el uno al otro qué es lo que ven, no
lo que imaginan o suponen, sino aquello de lo que realmente se dan cuenta, ahora, que
miran el rostro de su compañero. No recaigan en su memoria, en lo que vieron, y no
expliquen por qué vieron eso o se disculpen por verlo, etc. Sólo digan de qué se dan
cuenta ahora, de momento en momento, y entreguen todos los detalles de lo que se dan
cuenta. No digan: “Ahora veo sus ojos”, digan: “Ahora veo tus inmensos ojos marrones;
ellos brillan y me gusta mirarlos”; o lo que sea su experiencia. Empleen unos cinco
minutos en esto...
Censurar
Contactar
Nuevamente quiero que forme pareja con alguien que no conozca bien y que se
siente frente a él en silencio. Mire el rostro de su compañero por un par de minutos y trate
de ver a esa otra persona... Dese cuenta de todos los detalles del rostro de esa persona: la
forma, tamaño, color y textura de todos los diversos rasgos, etc... Deje que sus ojos se
muevan mientras continúa descubriendo algo más acerca de los rasgos y expresiones de
esta persona...
Aceptación de síntomas
Exagerar síntomas
Verificando la realidad
Ir y venir
Ahora quiero que sigan mirándose el uno al otro en silencio y que se lleguen a dar
cuenta de algún aspecto de su propia existencia física... En seguida, dense cuenta de algo
de su compañero… y continúen yendo y viniendo entre el darse cuenta de sus propias
sensaciones físicas y el darse cuenta de su compañero... Mientras va y viene, dese cuenta
de cómo su propia experiencia privada de usted mismo se va conectando con su darse
cuenta de su compañero, algo fuera de usted mismo... Ahora diga en silencio, mientras
hace esto: “Ahora me doy cuenta de tus cejas espesas; ahora me doy cuenta del
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agarrotamiento en mi rodilla izquierda; ahora me doy cuenta de tus labios gruesos y
suaves; ahora me doy cuenta de una agradable sensación de tibieza en mi estómago”, o lo
que sea su experiencia de este ir y venir... Continúe así por un par de minutos, pero
háblelo de tal manera que su compañero pueda oírlo... Túrnense en este ir y venir por un
rato. Escuche por un tiempo mientras su compañero va y viene, y luego usted hace lo suyo
mientras él escucha... Tómense ahora unos minutos para compartir sus experiencias en
estos experimentos y díganse lo que han descubierto en ustedes mismos y en su
compañero.
Si realmente se entregó a estos experimentos, habrá tenido otra experiencia de cómo
sus fantasías lo mantienen alejado para expresarse y también se dará más cuenta de cómo
son esas fantasías. Si puede llegar a darse cuenta realmente de esas fantasías, puede explorar
qué es lo que expresan acerca de usted y luego comprobarlo. Y si realmente puede llegar a
darse cuenta de qué es aquello que lo retiene y cómo se retiene usted, entonces tiene la
oportunidad de revertir el proceso y descubrir cuán bien puede funcionar sin
interferencia.
La meta de este libro es mostrarle cómo puede aumentar el contacto con la realidad
interior y exterior y así disminuir su ocupación con la actividad fantasiosa, que le impide
contactar con su vivenciar.
La fantasía puede ser útil, pero sólo si se dedica a ella completamente, dándose
cuenta e integrando la fantasía con el vivenciar la realidad en el presente. Di un ejemplo
de esto al relacionar fantasías acerca de este libro con mi vivencia física en ese momento.
Otro ejemplo: un estudiante dedicó mucho tiempo imaginando durante meses que
pedía una cita a una chica de su curso. Con esta infructuosa preocupación desperdicia una
buena cantidad de su vida.
Si hubiera usado realmente su fantasía, se habría dado cuenta que, aunque inútil
como fantasía, podría haber sido muy útil pedirle realmente la cita. Si él efectivamente
pide la cita, ella puede decir si la relación puede desarrollarse; o ella puede decir no y él
queda libre para dirigir su atención hacia alguna otra compañera más receptiva.
En ambos casos su vida vuelve a fluir y moverse, en vez de permanecer estancada
en una fantasía irrealizada. ¿Quién sabe cuántas otras amigables habrían estado
disponibles o hasta podrían habérsele acercado mientras él estaba ocupado con su
fantasía?
Desde luego, si él le pide una cita, corre el riesgo de ser rechazado al decir que no o
por el desafío de una relación personal íntima, si ella llegara a aceptar. Él evita enfrentar la
situación y así ésta permanece inconclusa. Esta es la típica situación conflictiva. Su
impulso en un sentido se neutraliza con un impulso en la dirección contraria: su deseo de
estar cerca de ella lo enfrenta con los miedos al rechazo o a la intimidad. Sin embargo,
hay una diferencia fundamental entre estos dos impulsos. Su deseo de estar cerca de ella
es al menos en parte su respuesta a la presencia de ella ahora y él probablemente pueda
sentir esta respuesta claramente en su cuerpo. Sus temores son respuesta a sus fantasías
respecto del futuro: lo que imagina pueda suceder si le dice que le gusta y le pide una
cita. Su fantasía del futuro le aniquila la expresión de sí mismo en el presente.
El remedio para este tipo de situación, para él, es primero darse cuenta por completo
que sus miedos son fantasías y luego darse completamente cuenta que esas son sus
fantasías, que expresan mucho más de él mismo que de la chica en cuestión y que él es
responsable de las mismas. Por ejemplo, si su fantasía es mayormente la de un rechazo,
La imaginación creativa es inútil en sí, pero cuando fluye en el curso del darse
cuenta e interactúa con la realidad existente, surge algo nuevo en el mundo. Una persona
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creativa es consciente de las cualidades y características de su ambiente y responde a este
entorno dándose cuenta de su propio proceso individual, sus propios sentimientos,
necesidades y deseos. Una respuesta creativa es aquella que integra el darse cuenta de uno y
del mundo en una forma muy apropiada para ambos. Un producto creativo satisface algo en
el creador y también tiene que satisfacer las demandas del material del que está compuesto.
Aunque la imaginación puede ser útil, dese cuenta que todo el tiempo empleado en
pensamientos y fantasías es tiempo que transcurre lejos del real darse cuenta y/o del
contacto con su vida. La mayoría de nosotros gasta gran parte de nuestras vidas esperando y
planeando cosas que nunca llegarán y preocupándose de cosas que nunca sucederán.
Nuestras fantasías pueden ser valiosas en la medida que estén integradas con nuestra vida,
sirvan de apoyo y dejen lugar al darse cuenta y a la vivencia. Pero cuando la imaginación
está separada del resto de la vida, se convierte en una vía muerta, un escape de la vida. Eso
es lo que pretende una excesiva actividad de la fantasía: evitar los desafíos, los riesgos y las
experiencias desagradables que son una parte necesaria de la vida. Cada vez que evitamos
tales cosas, nos morimos un poco más, perdemos más contacto con nosotros mismos y con
nuestro entorno. Cuando uno pierde contacto con una zona desagradable de su vida, también
está perdiendo contacto con lo agradable y otro potencial del valor. Antes di el ejemplo de
un joven que perdía mucho tiempo imaginando que pedía una cita a una joven. Sus
fantasías inconducentes son los medios por los que evita un posible rechazo y desagrado.
Pero mientras hace esto, pierde toda posibilidad de éxito, gozar de su compañía, su aprecio
o su amor, etc. Los muros que alejan las flechas y lanzas, también alejan besos y rosas.
Un darse cuenta pleno es una identificación con mi experiencia y mi proceso, ahora:
reconocer que ésta es mi experiencia, gústeme o no, y que este gustar o no gustar de mi
experiencia es también parte de ella. El evitar lo desagradable y el riesgo es al mismo tiempo
una reducción de mi darme cuenta y una alienación de mi experiencia.
Esta alienación es el proceso de decir “ese no soy yo, es alguien extraño y
diferente”:
Cangrejos
Si tuvieras que dejar una bolsa de arpillera,
repleta y chasqueante de cangrejos vivos
en la playa, atada en el tope, atiborrada
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con movedizos caracoles,
cada antena pegajosa, ciega y delicada,
pinzas mordiendo pinzas o nada crujiendo,
cuerpos duros, huecos, rechinantes, mientras
las patas los atraviesan can esfuerzo, retrocediendo,
tú sabrías cuán lleno de cosas yazgo
seco, lejos del mar plegadizo,
inerte e informe, si no fuera
por los crujientes cangrejos dentro de mí
que escuchan, acaso, cómo rompen las grandes olas,
la flauta del viento a trovés del pasto y la arena,
recuerdan el agua, la fresca sal apaciguante
luchan por rajar la arpillera
y dispersarse en caminos laterales y rutas opuestas
como escarabajos, demonios, chatos como relojes,
estas restallantes carencias, estos remordimientos encontrados,
arrastrándose debajo de las rotas.
Judson Jerome
Identificarse con un objeto
Entonando
Usted puede hacer el mismo tipo de inversión investigación en su mente con una
fantasía de vigilia. En la fantasía cualquier cosa es posible, y aun si usted comienza con una
cosa o situación imaginada en particular, es usted quien la crea y sus características desde
dentro de sí. El sueño es el mejor tipo de fantasía para ser usado de este modo porque es
Póngase bien cómodo, si es posible tendido de espaldas. Cierre los ojos y tome
conciencia de su cuerpo... Aleje su atención de hechos externos y dese cuenta de lo que
está sucediendo dentro de usted... Percátese de cualquier incomodidad y vea si puede
lograr una posición más confortable... Dese cuenta de cuáles partes de su cuerpo emergen
a su conciencia... y cuáles partes de su cuerpo parecen vagas e indistintas... Si se da
cuenta de una parte tensa de su cuerpo, vea si puede soltar la tensión... Si no, trate de
tensar deliberadamente esa parte, a fin de ver cuáles músculos está tensando... y luego,
vuelva a soltar... Ahora, centre su atención sobre su respiración... Dese cuenta de todos
los detalles de su respiración... Sienta el aire penetrar por su nariz o su boca... Siéntalo
bajar por su garganta... y sienta su pecho y su vientre moverse mientras respira...
Imagine ahora que su respiración es como suaves olas en la playa, y que cada ola
lava suavemente alguna tensión de su cuerpo... y lo relaja aun más...
Ahora dese cuenta de cualquier pensamiento o imágenes que entren en su mente...
sólo dese cuenta de ellos... ¿Qué son y cómo son?... Imagine ahora que coloca todos estos
pensamientos e imágenes en un frasco de vidrio y los observa... Examínelos... ¿Cómo son
estos pensamientos e imágenes y qué hacen cuando usted los observa?... A medida que
más imágenes y pensamientos vayan penetrando en su mente, colóquelos en el frasco
también y vea qué puede aprender acerca de ellos... Tome ahora este frasco y vierta los
pensamientos y las imágenes. Observe cómo se vierten y desaparecen y el frasco se
vacía...
Ahora me gustaría que usted se imaginara que es un rosal y descubra cómo es ser
un rosal... Sólo deje desarrollarse su fantasía sobre sí misma Y vea qué puede descubrir
acerca de ser un rosal... ¿Qué tipo de rosal es usted? ¿Dónde está creciendo?... ¿Cómo son
sus raíces?... ¿Y en qué tipo de suelo está enraizado? Vea si puede sentir sus raíces
creciendo en la tierra. ¿Cómo son su tronco y sus ramas?... Descubra todos los detalles de
ser este rosal. ¿Cómo se siente siendo este rosal?... ¿Cómo son sus alrededores?.. ¿Cómo
es su vida siendo este rosal?... ¿Qué experimenta y qué le sucede cuando cambian las
estaciones?... Continúe descubriendo aún más detalles de su vida como este rosal, ¿cómo
siente su vida y qué le sucede? permita que su fantasía continúe por un momento... En un
rato más le pediré que abra los ojos y regrese al grupo y exprese su experiencia de ser un
rosal. Quiero que lo relate en primera persona del presente como si sucediera ahora. Por
ejemplo: “Yo soy una rosa silvestre creciendo sobre la ladera empinada de un cerro, en un
suelo muy rocoso. Me siento muy fuerte y muy bien al sol, pájaros pequeños hacen sus
nidos sobre mis ramas” —o cualquiera que sea su experiencia como rosal. También trate
de expresar esto a alguien. Hable a quien quiera o a distintas personas en tiempos
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Ejemplos de este uso productivo de los sueños pueden encontrarse en Sueños y Existencia de Frederick S.
Perls. (Ed. Cuatro Vientos).
Este material es exclusivo para uso educativo, sin fines de lucro.
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diferentes, pero comuníquese con alguien, no sólo transmita sus palabras al aire. Abra los
ojos cuando se sienta pronto y exprese su experiencia de ser un rosal...
Respuestas, ejemplos
1 (M)10 Estoy contra la pared de una casa. Estoy llena de botones. En parte estoy a
la sombra de la casa —a veces estoy al sol. Tengo otros arbustos junto a mí, hay pasto
frente a mí, y cada cierto tiempo cambio -me veo distinta, me veo como otro tipo de arbusto
y luego vuelvo a ser como antes. Finalmente me transformo en una sola gran flor, soy
solamente una enorme flor: una rosa.../ C: ¿No tiene ningún tipo de sentimientos acerca de
ser ese rosal, o alguna experiencia a medida que cambian las estaciones? / Puedo sentirme
creciendo y cambiando, es hermoso.
2 (H) Soy un rosal de invernadero. Estoy protegido, raíces jóvenes, humus. Vivo en
un invernadero, guarecido de los elementos, y ya que estoy en un invernadero, la gente
viene y me mira, pero no toma mis botones. Había una mujer que me cuidaba, pero aún
puedo sentir animalitos comiendo de mis brazos. Hay muchas flores distintas junto a mí,
pero no son mi tipo de flor y no son tan hermosas como yo. Me siento seguro en mi
invernadero, siento que no puedo ser herido y la mujer no lo hará, la única cosa que puede
llegar hasta mí son esos animales, pequeños animales que corren sobre mis brazos. Mis
espinas son protección, pero no puedo mantener fuera a animales pequeños. Mantienen
fuera a los grandes.
3 (M) Estoy en un patio, junto a una cerca, y es mi patio, y puedo mirar por sobre la
cerca y subo por ella, y crezco, de manera que puedo ver más de lo que sucede a mi
alrededor. Puedo sentir la tierra debajo de mí y es tierra húmeda, pero es fría y mis raíces la
penetran profundamente y no me gusta estar enraizada, no me gusta no ser capaz de ver. Y
hay otros arbustos a mi alrededor, pero no son arbustos en flor. Y ellos no son, yo sólo los
miro, no hay comunicación entre mí y los otros arbustos. Y yo realmente, yo tengo muy
pocos otros brotes, yo soy más o menos una, una sola flor realmente, con un gran botón
encima y botones más chicos alrededor. No me gusta el invierno. No me gusta cuando hace
frío y llueve. Y soy vulnerable, porque no tengo protección y pierdo todas mis flores. Y me
gusta la primavera, florezco nuevamente, y la gente, la gente viene y toma todas las flores.
Pero eso no me entristece, porque me gusta; me gusta cuando la gente toma las flores
porque piensa que los botones son preciosos.
4 (M) Estoy próxima a una gran casa blanca, y tengo un camelio a mi lado y tengo
flores creciendo debajo de mí. Me gusta sentir mis raíces en el suelo, me gusta la tierra fría
y es... es un buen sentimiento. Yo no siento que mis flores sean realmente yo, sólo sentía
10
(M) Indica mujer. (H) = hombre.
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como si fueran algo que producía, algo bonito que mirar. / C: ¡En presente! / Y puedo
meterme en mis venas y siento el agua desde mis raíces correr por mis venas. Y me gusta
mirar a la gente caminando a mi alrededor. Miro a la gente a mi alrededor y he vivido junto
a esta casa por mucho tiempo y he visto suceder mucho aquí./ C: ¿Cómo se siente siendo
este rosal? / Ah, era fascinante. Nunca he hecho esto antes. Es precioso.
5 (H) Soy un rosal y estoy sentado en un claro y hay árboles a mi alrededor y hay
pasto verde y pasto seco. Creo que, creo que es primavera cuando comienza esto. Y siento
que hay botones en mí, hay tres, y mientras sigo, antes de que cambien las estaciones hay tres
botones, y uno es mi cabeza y otro es mi corazón y no puedo, y no sé qué es el otro. Y hay
una mujer hermosísima que encuentra este claro; ella viene hacia mí y ve mis botones y
finalmente mis flores que están abiertas y al final del verano ella arranca la que es mi
corazón... Y no es una sensación mala, es una sensación buena. Y ella toma las flores y se
va, desde allí en adelante hay una sensación de espera. Y entonces es tristeza. / C: En vez de
decir: “Es tristeza”, diga: “Estoy triste, estoy esperando”. / Estoy triste, estoy esperando y
son sentimientos de otoño y de invierno y de frío y luego, después de que las nieves se
derriten. Me siento tibio nuevamente y aún esperando. Y termino esperando.
6 (H) Yo soy un rosal con un sistema de raíces muy enredado que penetra
profundamente en el suelo y tengo raíces principales, pero no las siento, no me doy tanto
cuenta de esas cosas como me doy cuenta de este sistema de raíces como filamentos que
penetran el suelo por todas partes, como dedos de pies y manos por sobre toda la tierra. Y
van en todas direcciones como si se esforzaran en llegar a cada fuente de alimentación y
líquido que puedan encontrar. Y puedo subir por mi sistema de raíces y sentir, mientras lo
voy atravesando, algunas raíces más gruesas que conducen hacia mi cuerpo, pero no hay
tanta conciencia de so. Tengo unas ramas robustas, verdes y espinudas, pero no me siento
como si ellas fueran espinudas, siento como si fueran parte mía y como si alguien extraño
pudiera verlo como una cicatriz, yo lo miro como una parte mía, ni bella ni fea. Tengo
muchas hojas… Estoy cubierto de hojas… Y cuando cambian las estaciones, siento el frío y
en ese momento me viene una sensación dentro de mí; caen algunas hojas, pero la mayoría
permanece durante el tiempo frío. No hubo gente cortando mis ramas, pero reflexioné acerca
de eso. Y la sensación era de… pensaba que esa gente era la que ayudaba a convertirme… la
que me plantó, me puso aquí, me cultivó… y esa gente vendrá a veces a cortar mis ramas. Y
me siento como afligido por ellos, de que no fueran conscientes de mis necesidades, sino de
lo que ellos creen son mis necesidades. Ellos cortarían ramas que parecen muertas, o que
parecen tener necesidad de ser cortadas –según ellos-, pero en realidad son ramas u hojas que
no necesitan ser cortadas. Yo estaría más afligido por el hecho de que las cortaran. Aquí estoy
yo, creciendo, haciendo lo que mejor sé hacer: crecer. Ellos me han plantado aquí, y mmm,
yo no los complazco ni… bueno, me estoy complaciendo a mí mismo. Pero no estoy
complaciéndome ni complaciéndolo… por eso me quieren cortar… Si los estuviera
complaciendo, no me cortarían…
7 (H) Soy una rosa tratando… tratando de crecer, pero hay pasto a todo mi alrededor.
Tengo que arrimarme a esta valía, porque siento el calor de la valía. Ese calor viene del otro
lado. Y tengo que crecer más alto que esta valía a fin de obtener ese calor. Cada vez que me
asomo por sobre la valía, el calor se ha ido y es invierno y todas mis hojas se caen. Siento que
estoy deshaciéndome y que estoy cayéndome por debajo de la valía nuevamente y
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desapareciendo de la tierra. Quiero que alguien venga y me saque, me lleve adentro para no
tener frío y que me vuelva a poner cuando sea verano, así puedo crecer y tal vez
encaramarme por sobre la valla.
8 (H) Soy dos rosales. Uno es... mmm, con grandes rosas blancas y el otro es un
rosal con rosas amarillas, rosadas y anaranjadas. Y me mantengo yendo y viniendo entre
estos dos colores. El color predominante es el blanco, un gran rosal que está en el patio del
fondo, próximo a la cerca. / C: Diga “Yo…”. / Que está podado. / C: “Yo estoy podado”: /
Con paciencia. / C: Diga “Yo estoy podado”. / Yo estoy podado con paciencia, es decir, yo
sufro con la paciencia, porque beneficia mi crecimiento. Estuve aquí mucho tiempo: soy un
rosal muy viejo. He visto a muchos de los habitantes de las casas vecinas ir y venir. Llegan y
se mudan. Cuando llega el invierno, me retraigo en mí mismo y nuevamente hay una espera.
Espero la llegada de la primavera, y cuando llega me siento crecer. Es como si hibernara.
Cuando llega el verano, siento como si me bañara en energía y me estremezco entero, me
siento muy acalorado; siento el calor a todo lo largo y a lo ancho. Todo fluye con mayor
sencillez, como miel derretida. Soy muy dichoso por lo placentera que es mi respiración para
la gente que veo alrededor de mí, veo las estaciones ir y venir y veo a la gente ir y venir. De
vez en cuando me enloquezco, cuando vienen los bichos y me comen. Veo mis hojas y
pétalos cayendo en el otoño y sé que los llevaré dentro de mí nuevamente y que creceré aún
más cuando venga el calor. Con las mismas hojas que se me caen este año, me mantendré y
creceré aún más. Tengo espinas, pero no sé para qué las tengo. Ellas no significan nada para
mí. Es casi como algo que alguna vez tuvo sentido para mí, pero ahora ya no lo tiene. Me
siento bien enraizado en la tierra y siento esas dos partes mías: la de debajo de la tierra y la
de encima. Cada una contribuye con la otra.
9 (M) Soy un rosal enorme, lleno de rosas. Ramas altas y gruesas creciendo desde
las raíces. Estoy detrás de una casa grande —la casa en donde vivo ahora— al pie de una
pequeña colina. Tengo muchas espinas, unas tres o cuatro rosas amarillas y a mi izquierda
hay unas barras de gimnasia donde juegan muchos niños, y yo los miro. A mi derecha
había... / C: !Tiempo presente...! / A mi derecha hay rosales, más rosales. No me doy
cuenta de ellos, no sé de qué color son las flores que tienen. Y también hay algo de maíz
creciendo justo al lado de la casa. Mis raíces son pequeñas, profundas y blancas. Está
lloviendo y la lluvia es refrescante. Me siento realmente bien, como si estuviera recién
salido de la ducha o si recién me hubiera lavado la cara. Y el viento me mece y es
magnífico, es como ser columpiado. Y me siento muy cómodo. Estoy en esta estación...
primavera, y espero el verano que me resulta apacible. El invierno me resulta ruidoso.
Alguien me cortó y me llevó dentro de la casa y me puso dentro de un vaso, sobre una
mesa, y no me gusta eso, me gusta estar afuera, totalmente conectada con el rosal, donde
me corresponde estar.
12 (H) Soy una joven rosa creciendo en un jardín verde. Y estoy realmente asustado
el primer invierno, donde comienza a sentirse verdaderamente frío. Y parece que me
contraigo y finalmente me relajo, el frío me pasa por encima y entonces despierto
constantemente y me extiendo en primavera. Pareciera que no conozco otra cosa que
primavera e invierno y luego nada, y entonces me extiendo de nuevo y soy más pequeño de
lo que era la última vez. Tengo muchas ramas y pocas flores. Las flores y las espinas parecen
ser la razón de mi existencia. Cuando cortan mis flores, me siento muy complacido, ésa es
la razón de mi estar aquí, de vivir, de crecer. Las espinas son... son verdes también, no
son torcidas ni puntuda, son verdes y me gustan y, por lo tanto, las nutro tanto como a las
flores. No parece haber muchas hojas. Estoy hundiendo mis raíces profundamente dentro
de la tierra fresca y oscura y, finalmente, hundo una raíz dentro de una fuente subterránea.
14 (M) Soy apenas una rama, apenas... y estoy en una pequeña maceta plástica y
es cuadrada, y soy apenas una rígida rama verde y tiene espinas y... / C: “Yo...”. / Estoy
creciendo y de alguna manera llego donde no puedo verme más y miro hacia abajo y me
veo subiendo nuevamente desde la maceta; crezco nuevamente y sigo creciendo más alto, y
vuelvo para abajo y veo que comienzo todo de nuevo... Subo y bajo y vuelvo a subir. Y luego
miro para ver mis raíces y soy un arbusto, y apenas soy... no tengo flores, apenas una rama
y muchas espinas. Y no me gusta contarle a nadie que tengo espinas. Y, mmm, mis raíces
son... la mitad de ellas, lindas... bueno, mmm, estoy en la tierra y la otra parte es de un
color blancuzco amarillento, y se arrastran, avanzan y retroceden y aparecen fuera de la
tierra. Y no tengo estaciones (del año). / C: ¿Usted dijo que algunas raíces estaban fuera de
la tierra? / Fuera de la tierra. Es como si la tierra se escapar a de mí, la mitad de la tierra se
escapa. / C: Usted esta gesticulando con su lado derecho. / Ah, sí, en el lado derecho, y el
otro lado es buena tierra. Y las raíces que están afuera, y se están arrastrando y avanzan y
retroceden. / C: ¿Tiene alguna sensación acerca de eso, de esas raíces expuestas? / Yo... yo… se
mueven en el aire. Cuando las veo, las veo como... como arrugándose, pero no me siento
de ese modo, sino moviéndome apenas. Y, mmm, y es todo negro a mi alrededor, salvo el
pequeño pedazo de tierra donde crecen las raíces. Yo estoy... no tengo ningún entorno sino
ese pedazo de tierra. Es horriblemente difícil ser rosal; estoy cansada de estar allí y ser el
rosal; quiero reír y ser más feliz, entonces hago que desaparezca y estoy simplemente
recostada.
15 (H) Soy una planta bien crecida, bien crecida. Estuve aquí un buen tiempo. Puedo
ver por encima de todo. Puedo ver algo enfrente; puedo ver detrás, porque allí es donde
está todo. Muchos niños del vecindario juegan a la pelota... los chiquitos juegan a la pelota
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y la pelota se clava en mis espinas. Sí. Las pincho. Los niños se cansan de que las pinche,
consiguen una soga, la atan alrededor de mis ramas y luego me arrancan. Pero no me sacan
del todo. Dejan una parte mía y yo vuelvo a crecer.
16 (M) Soy un viejo rosal nudoso y resistente que crece sólo en el desierto. El
suelo es muy rocoso y arenoso y mis raíces son fuertes y consistentes metiéndose en la
roca, en busca de humedad; nada me arrancará de allí. Por encima de la tierra soy
mayormente corto y grueso, con ramas nudosas. Inmediatamente después de una lluvia me
muestro con unas pocas hojitas durante un rato, antes que los animales vengan y las
mordisqueen nuevamente. Mis ramas nudosas y resistentes son seguras: son demasiado
duras para ser comidas.
17 (H) Soy un rosal en un jardín y crezco contra un enrejado junto a una casa. Me
siento muy forzado, todas mis ramas están atadas al enrejado y me siento sujeto y forzado.
Cuando mis brotes son jóvenes, alguien los ata a este enrejado y, entonces, tengo que
crecer sin naturalidad. Y hacia mi derecha, en medio del parque, hay un árbol de rosas que
no está atado como yo. Está cubierto de flores y tengo mucha envidia de la libertad que
tiene esa rosa para crecer. Hiervo de envidia y me esfuerzo por soltarme.
Dentro de esta pequeña muestra de diecisiete respuestas hay una amplia gama de
experiencias. Las instrucciones les pedían imaginarse que son un rosal y explorar su
existencia siendo este rosal. La variedad de respuestas a las mismas instrucciones debiera
convencer aun al escéptico, de que lo que una persona experimenta en esta fantasía no
está del todo determinado por las instrucciones. Al contrario, lo que una persona
experimenta tiene mucho más que ver con lo que ella o él es y cómo vive su existencia.
Aun cuando personas distintas tienen eventos similares en sus fantasías, sus
respuestas a este evento pueden ser muy diferentes. Varias personas vieron sus rosas
cortadas en la fantasía, pero se “sentían” muy distintas frente a este hecho. Algunas se
veían muy felices de poder compartir sus rosas con otros, dos sentían tristeza o desagrado
y una persona sintió terror al serle cortada su rosa por una mano mutilada. ¿Cómo vivencia
un individuo sus espinas? Uno gozaba pinchando la pelota de unos niños, otros las
necesitaba para protegerse, dos sintieron poco acerca de sus espinas, a uno le
desagradaban, otro sintió disgusto con sus feas espinas, y otros a su vez no se preocuparon
de ellas o no se dieron cuenta que las tenían. No puede haber un “significado simbólico”
uniforme. Referir sentidos simbólicos a un diccionario es, cuando mucho, un juego
intelectual.
Pero si usted me dice en detalle qué vivencia y también cómo vivencia esto,
entonces yo puedo compartir su vivencia y puedo comenzar a comprender su vida tal como
la experiencia. Usted no necesita la guía de un “exper t o ” para comprender la vida de
otro ser humano; todo lo que necesita es sensibilidad y apertura frente a su experiencia.
Pronto voy a señalar aspectos de algunas de estas respuestas y comparar diferentes
respuestas. Mientras considero esto, temo que usted, lector, comience inmediata y
deliberadamente a cambiar toda “mala” experiencia que haya tenido por una “buena”,
manipulando sus fantasías así como manipula su vida. Si tiene experiencias desagradables,
cualquier intento de evitarlas o cubrirlas tan sólo se sumará al desagrado. Jim Simkin
tiene un excelente ejemplo que ilustra esto. El ajo, cuando está bien entremezclado en una
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lasaña italiana, otorga a ésta un aroma agradable. Si usted mantiene aparte el ajo y lo come
tan sólo con el último bocado, resulta muy desagradable y repulsivo. Mientras más
tiempo evite el ajo en su vida, tanto más desagradable será el bocado posterior. Por
ejemplo, mucha gente evita experimentar y expresar su cólera, porque ésta confunde y
resulta, a veces, hasta destructiva. De este modo, su cólera se acumula hasta que se
dispara una explosión de violencia y destrucción. La cólera no es necesariamente violenta
y destructiva; puede servir de apoyo a su vida. La cólera puede ser una expresión
razonable de mi respuesta a las injurias o malos tratos, o puede ser una respuesta no
razonable a injurias imaginarias. Cualquiera sea su origen, existe, y será un obstáculo en
su vida hasta que esté dispuesto a expresarla, explorarla, darse cuenta profundamente de
ella e integrarla a su experiencia. Lo que sea que experimente en una fantasía es un
hecho, un hecho que debe ser respetado y explorado, más aún, si va a hacer uso de él.
Para respetar algo, debe permitirle existir tal como es y también debe darse plenamente
cuenta de ello; el significado original de respetar es “mirar una cosa”. Espero que mis
comparaciones de respuestas y el destacar algunos aspectos le ayudarán a darse más
cuenta de ellos en detalle. Entonces podrá volverse más sensible a sus respuestas y a las de
otros, y en especial llegar a darse más cuenta de sus evasiones, en donde haya un no darse
cuenta y una falta de respeto.
Quiero comenzar con dos respuestas que son muy distintas. Relea las respuestas
10 y 13 y compárelas. La respuesta 10 es una pesadilla, con mucha fealdad, disgusto, odio,
mutilación. Hay también grandes áreas de falta de alerta. Ella sólo se da cuenta de tres
ramas espinosas a su derecha y el resto de su existencia es una evasión, una ausencia del
darse cuenta. Ella no puede ver el resto de sí misma, no puede sentir sus raíces ni ningún
tipo de alimento, y aun la mano mutilada no siente dolor. La única interacción con lo que
la rodea es con esta mano. Con estos fuertes sentimientos de fealdad y odio se da también
un fuerte sentido de reiteración y estancamiento. La mano despegada del cuerpo y
mutilada coge reiteradamente la flor, los botones nunca florecen y ella dice: “No hay
estaciones, el tiempo nunca cambia, es tan sólo siempre lo mismo”.
La respuesta 13 es casi el opuesto exacto: en vez de fealdad, odio, falta de alerta y
estancamiento, hay belleza, calor, pleno darse cuenta, crecimiento y cambio. Ella puede
tanto ver como sentir sus raíces.
Puede sentir y gustar el alimento que fluye a través de la tierra a sus raíces y luego
por el tronco hacia sus flores. No tan sólo sus entornos son nutritivos, sino que también
nutre a otros, compartiendo y otorgando libremente a la abeja que lleva la miel y la gente
que coge sus flores. Aun la venida de un invierno muy duro, con escarcha, lluvia y un fuerte
viento, es placentera y nutritiva, no representa una amenaza peligrosa. Hay un cierto
sentimiento de contención al no estar en condiciones de moverse y volar como la abeja,
pero ella aun logra sentir una participación de este vuelo. Toda la energía de esta mujer
está disponible para el crecimiento, la vida, la interacción y la cooperación con lo que la
rodea.
La respuesta 10 muestra a una persona cuyas energías están casi todas bloqueadas en
un conflicto estancado y de evasión. Cuando ella realmente se contacta con sus energías en
conflicto, el estancamiento se transformará en movimiento y sus botones comenzarán a
abrirse.
Aspectos de la experiencia
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Hay muchísimos aspectos de la experiencia. Una enciclopedia de los mismos
resultaría enorme y además demasiado pesada. Quiero mencionar unos pocos aspectos
importantes y proporcionar algunos ejemplos de ellos para darles ciertas ideas de lo que
hay que buscar y cómo desarrollar aún más su propia sensibilidad.
Relación yo – ambiente
En dos respuestas, los cercos son barreras que impiden al rosal obtener todo el calor
del sol. Los animales, insectos, fríos invernales, tormentas, gente que corta flores y poda,
etc., también son frustraciones que se sufren o resisten en otras respuestas.
El grado con que una persona está dispuesta a comprometerse con la experiencia de
la fantasía, y luego hacerla suya expresando esta experiencia en la primera persona del
presente, es muy importante. Es una medida de la disposición de la persona a contactarse
con su existencia y experiencia. En la 10, a pesar del disgusto y la fealdad que ella siente,
está dispuesta a experimentarlo y asumirlo como siendo ella misma y su existencia. En
cambio, aunque la respuesta 1 es relativamente agradable y desprovista de amenazas,
también hay un compromiso emocional sólo relativo. En la respuesta 9 hay un gran
compromiso en tanto que la experiencia es agradable, pero cuando es cortada y llevada
dentro de la casa, no le gusta y “allí es donde me detuve”. En la 14, ella lucha por
identificarse con lo desagradable y frustrante, pero esencialmente continúa siendo una
experiencia visual, y luego ella quiere “sonreír y ser más feliz” y así hace desaparecer el
rosal. Mucha gente pone distancia entre ellos y su experiencia, relatándola en pretérito y
no identificándose con la experiencia, diciendo: “Yo”. Cuando digo “eso era”..., me estoy
refiriendo a algo de allá afuera”, distanciado de mi tanto en el espacio como en el tiempo.
Este tipo de fantasía es muy útil para evocar sentimientos y experiencias alienados
y muy poca gente se contacta rápidamente con sentimientos muy profundos.
Aunque alguna gente redescubre cosas de gran belleza en una fantasía, con más
frecuencia lo que se evita y aliena es desagradable y atemorizante. A fin de que una
fantasía sea útil, uno tiene que estar dispuesto a comprometerse enteramente con ella y
dejar que se desarrolle por sí misma, sin manipulaciones. Es posible permanecer alejado de
la fantasía y tener una experiencia visual superflua que uno puede cambiar sencillamente
por otra cuando se torna desagradable. Si hace esto, dese cuenta que está dispuesto a
realmente vivenciar su existencia y que preferirá aferrarse a una imagen antes de
permitirse descubrir cómo es su vida. A menudo una fantasía se inicia bajo gran control y
dirección, pero luego la fantasía se profundiza gradualmente y adquiere vida propia, al
margen de los intentos de guiarla y modificarla.
Para la mayoría de la gente, una fantasía comenzará placenteramente y tan sólo a
medida que se profundice irán apareciendo aspectos desagradables. Si usted falla en sus
intentos de cambiar algo poco placentero en algo más placentero, eso es una señal de que
está permitiendo que la fantasía se desarrolle por sí misma, libre de sus propios esfuerzos
por controlarla y manipularla. Muy poca gente descubre experiencias de gran fuerza y
belleza en sus fantasías; la mayor parte de la gente, si es honesta, descubrirá algo
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desagradable y atemorizante. Si este desagrado es vivenciado plenamente, también
fructificará en una especie de fuerza y belleza. Pero cuando se desarrolla algo
desagradable, la mayoría de la gente lo evitará reduciendo su compromiso con esa
experiencia.
Es la evitación de ese desagrado lo que mantiene lejos de mí partes de mi
experiencia y reduce mi conciencia. A fin de ganar conciencia y entendimiento, tengo que
estar dispuesto a contactar esas zonas desagradables de mi experiencia y redescubrirlas.
Sería muy conveniente que yo pudiera eliminar lo desagradable de mi vida simplemente
evitándolo, pero esto raramente —tal vez nunca— resulta. Todo lo que hago es reducir mi
capacidad de darme cuenta de estas experiencias desagradables y sumar algo de confusión
a mis dificultades. Si evito una situación atemorizante, me quedo con insistentes y vagos
sentimientos de intranquilidad, una sensación de debilidad, etc., que continuarán
molestándome hasta que enfrente la situación. Como una carie dental sin atención, los
miedos y las incomodidades tienden a empeorar si no son reconocidos y enfrentados. La
única manera de sobreponerse realmente a lo desagradable es experimentarlo plenamente,
comprenderlo y luego actuar sobre la base de tal comprensión. Cuando estoy dispuesto a
padecer por completo este desagrado, hay algunas recompensas. Una es un mayor darse
cuenta y comprensión. Otra, una sensación de libertad y de mayor poder mientras encaro
el desagrado que antes no estaba dispuesto a enfrentar. Además, evitar el desagrado
requiere una cantidad de energía determinada que ahora puede usarse en tareas más
provechosas.
De modo que si descubre una zona de desagrado en la fantasía o en la vida, dese
cuenta de que es un recurso sin emplear, una fuente de poder y de libertad siempre que esté
dispuesto a sufrir la incomodidad de encararla y aceptarla plenamente.
Mientras evite algo desagradable, continuará afectando su vida y tendrá poder
sobre usted. Si está dispuesto a aceptar este desagrado ahora, algo puede crecer y
desarrollarse a partir de esa experiencia y usted podrá llegar a estar más plenamente vivo.
Una estudiante de una clase me dijo vehementemente que le disgustaba la camisa
marrón que yo estaba usando. Su voz expresaba sentimientos fuertes y yo le pedí que dijera
algo sobre mi camisa y qué era lo que le disgustaba. “Es horrible y deprimente, me
recuerda el funeral de mi padre”. Ella tenía fuertes y claros sentimientos respecto del padre
y su funeral y aún no estaba dispuesta a aceptarlos y expresarlos plenamente. Estos
sentimientos alienados continúan luchando por expresarse y aparecen en su entorno. Ella
ve mi camisa como horrible y deprimente, pero no se da cuenta en qué estado horrible y
deprimido se encuentra. Este tipo de alienación se llama PROYECCIÓN, lo que nosotros
“vemos” en torno es muchas veces parte de nuestra propia experiencia alienada, más que el
mundo en sí mismo. Cuando esta muchacha acepte y enfrente sus sentimientos, estará en
condiciones de ver mi camisa tal como es y no como el campo propicio para sus
sentimientos inexpresados.
Lo que yo le he pedido hacer en estos experimentos de identificación es estimular y
amplificar este proceso de alienación e identificación para en seguida invertirlo,
pidiéndole que se identifique con sus propias proyecciones. Si puede llegar a darse cuenta
de cómo aliena su experiencia, es relativamente fácil recuperar su darse cuenta,
invirtiendo este proceso mediante la reidentificación. Si está dispuesto a emprender este
tipo de autocorrección en su vida cotidiana, usted podrá vivir más en el mundo real del
darse cuenta y menos en la confusión de sus fantasías. Si se imagina que alguien está
enojado con usted, trate de invertir, “yo estoy enojado con él”, e identifíquese realmente
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con esto. Vea si puede descubrir cómo está enojado con él, lo que le disgusta a él, etc. Si
usted se descubre queriendo ayudar a alguien, intente invertir esto, “quiero que usted me
ayude”, y en seguida explore cómo quisiera ayudarlo. Intente los siguientes experimentos
de inversión. Si puede, hágalo con un grupo de 5-7 personas, de modo que pueda
compartir sus experiencias con otros y también aprender de las experiencias de ellos.
Identificación invertida
Recuéstese y busque una posición cómoda... Cierre los ojos y deje estar... Note
cualquier tensión... Vea si puede relajar esa tensión o colocar su cuerpo en otra posición
más confortable... Enfoque su atención en su respiración y déjese estar mientras yo le
hable... Todos nosotros tendemos a construir una imagen de cómo las cosas “son
realmente”, y una imagen de quién y de cómo somos. Esa imagen de nosotros mismos
puede ser cierta en alguna medida, pero es una fantasía. Siempre hay aspectos de nosotros
mismos que no coinciden con esa imagen. Si nos aferramos a esa imagen, nos restringimos
y aminoramos, y nos impedimos descubrir las partes de nuestra experiencia que son
desconocidas o permanecen alienadas. Si puede desapegarse, aunque sólo sea un poco, de
la idea de lo que piensa que es usted, tiene una oportunidad de descubrir más acerca de lo
que experimenta en este momento. Lo que quiero hacer en seguida es darle alguna
experiencia en revertir el modo en que vivencia partes de su mundo y cómo se vivencia a
sí mismo. Es una manera simple de desatar algunos de sus prejuicios ceñidores sobre la
realidad. Puede aún ser una manera de encontrar nuevos modos de funcionamiento y de
descubrir cosas acerca de usted mismo, de las que usualmente no se da cuenta. Si no
fuese más, es una manera interesante de pasar el tiempo cuando está aburrido.
Respirando
Enfoque ahora la atención sobre su respiración... Dese cuenta de todos los detalles
de su respiración... sienta el aire entrando por su nariz o su boca... siéntalo penetrar por su
garganta hacia los pulmones... y dese cuenta como su pecho y su vientre se expanden y
contraen lentamente cuando respira... Imagine ahora que ese aire penetra suavemente en
sus pulmones... y luego se retira lento... Usted no tiene que hacer absolutamente nada,
pues el aire realiza la respiración por usted... Practique tan sólo esto por un rato... y luego
invierta...
Sexo
Quisiera ahora que imaginara que su sexo está invertido. Si usted es un hombre,
ahora será una mujer; si es una mujer, ahora será un hombre... ¿De qué manera es distinto
su cuerpo ahora? Llegue a darse realmente cuenta de este nuevo cuerpo, especialmente de
las partes que han cambiado... Si no quiere hacerlo, está bien. Pero no se diga a sí mismo:
“Yo no puedo hacer esto”. Diga: “Yo no quiero hacer esto” y en seguida agregue las
palabras que se le ocurran. Mediante esto se podrá dar cuenta de qué es lo que evita
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rehusando hacer esta inversión... ¿Cómo se siente en este nuevo cuerpo?... Y ¿cómo
será distinta su vida ahora?... ¿Qué hará distintamente?... ¿Qué hará de otra manera
ahora que su sexo cambiado?... Y ¿cómo se siente con todos esos cambios? Continúe
explorando el ser sexo opuesto durante un rato... Invierta el proceso ahora y póngase en
contacto con su cuerpo real y su sexo real... Compare en silencio la experiencia de ser
usted mismo con el sexo opuesto... ¿Qué fue lo que experimentó siendo el otro sexo que
no experimenta ahora?... ¿Fueron estas experiencias agradables o desagradables?...
Continúe explorando su experiencia por un rato...
Raza
Imagine ahora que el color de su piel se ha invertido: si es negro o tez oscura, ahora
es blanco. Si es de piel blanca, ahora es negro o moreno… Llegue a darse realmente cuenta
de su nuevo cuerpo... ¿De qué modo es su cuerpo diferente ahora?... ¿Y cómo se siente
en ese cuerpo?... ¿Cómo será su vida distinta con el color de piel cambiado?... ¿Y cómo
se siente con esos cambios?... Continúe explorando su nueva existencia por un rato.
Reviértase ahora en su cuerpo y color real. Compare en silencio la experiencia de
ser usted mismo con la experiencia de tener otro color de piel... ¿Qué diferencia nota
entre los dos y cómo se siente en cada uno?...
Eligiendo
Me gustaría ahora que intentase cambiar algún acto habitual en su vida. Elija lo
que quiera —lavar los platos o salir de compras, por ejemplo- y primero explore la
sucesión real de eventos mientras los experimenta... Invierta ahora esta secuencia
habitual y vea qué puede descubrirle...
En un minuto más quiero que cada uno de ustedes abra los ojos y cuente a los
otros acerca de sus experiencias en este experimento de inversión en primera persona del
presente, tal como si estuviera sucediendo ahora: “Cuando invierto mi sexo, me siento
suave y amante como una muchacha”; o cualquiera que sea su experiencia. Tómen se
alrededor de diez minutos...
Invertir nuestra manera acostumbrada de pensar es una manera de decir: “Tal vez
algunas cosas y sucesos en el mundo son en realidad lo contrario de como yo los veo”. Es
una manera de descartar temporalmente nuestros preconceptos y prejuicios y ver si otra
manera de mirar el mundo puede ser más correcta. Toda imagen o preconcepto limita
nuestro vivenciar, porque nos relata por anticipado lo que será o no será nuestra expe-
riencia. Esto es especialmente cierto si la imagen es la mía propia. Por ejemplo, si la
imagen de mí mismo es que soy fuerte y resistente, y que sólo las mujeres son tiernas y
amantes, entonces debo negar toda debilidad o sentimientos de ternura que yo tenga. Si
estoy dispuesto a abandonar temporalmente mi imagen, cuando invierto los roles y me
vuelvo mujer en la fantasía, yo me vuelvo mi imagen de lo que es una mujer. Ya que mi
imagen de mujer permite debilidad y sentimientos tiernos, como mujer puedo vivenciar
mis propios sentimientos de debilidad y ternura que no me permitía previamente porque
no calzan con mi imagen. Ya que distintas personas tienen distintas imágenes, tendrán
diferentes inversiones y a menudo sentimientos bien distintos mientras experimentan la
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inversión. Toda persona, casi todos los días, experimenta en algún grado cada uno de los
sentimientos que un ser humano es capaz de sentir. Las inversiones son un modo de
descubrir cualquier sentimiento que tiene precisamente ahora, pero que sus imágenes no
le permiten vivenciar.
Son otra manera de retomar contacto con mi experiencia continua real y de
liberar mi potencial como persona.
En el claustro materno todo se nos daba hecho. No teníamos más que flotar en el medio
benigno. Lo malo fue que, pasado cierto límite de crecimiento, tuvimos que salir de ahí y,
quieras que no, aprender a abrirnos camino en un mundo mucho menos solícito.
Desde la umbilectomía, cada uno se vuelve un ser aparte que busca unirse con lo que es
diferente de él. Nunca más volvemos al Paraíso simbiótico originario; paradójicamente,
nuestro sentido de unión depende de un acrecentado sentido de separatividad, y esta
paradoja es la que tratamos de resolver constantemente. La función que sintetiza la
necesidad de unión y de separación es el contacto. A través del contacto cada persona tiene
la oportunidad de encontrarse nutriciamente con el mundo exterior. Una y otra vez se
conecta; el encuentro de cada momento acaba inmediatamente, para ser sustituido por el
que le sigue pisándole los talones. Yo te toco, yo te hablo, yo te veo, yo te sonrío, yo te
solicito, yo te recibo, yo te conozco, yo te quiero; todos a su turno sostienen la vibración de
la vida. Yo estoy solo: si he de vivir, debo encontrarme contigo.
Durante toda nuestra vida hacemos juegos malabares para mantener el equilibrio entre la
libertad y la separatividad por un lado, y el acceso y la unión por el otro. Cada uno debe
tener cierto espacio psíquico dentro del cual es su propio dueño, y en el que puede recibir
invitados, pero que nadie debe invadir. Ello no obstante, si insistimos tercamente en
nuestros derechos territoriales, corremos el riesgo de reducir el emocionante contacto con
“el otro”, y desperdiciarlo. La disminución de la capacidad de contacto ata al hombre a la
soledad y, como vemos a nuestro alrededor todos los días, puede hundirlo en una situación
de malestar personal que supura en medio de una mortífera acumulación de admoniciones,
hábitos y costumbres.
Contacto
Contacto no es mero acoplamiento o espíritu gregario. Sólo puede existir entre seres
separados, que siempre necesitan independencia y siempre se arriesgan a quedar cautivos
en la unión. En el momento de la unión, el más cabal sentido de la propia personalidad es
arrastrado a una creación nueva. Yo no soy ya solamente yo, sino que yo y tú somos ahora
nosotros. Aunque lleguemos a ser nosotros nominalmente, a través de esta denominación
nos juzgamos nuestras identidades respectivas: tú o yo podemos disolvernos. Salvo que
tenga una profunda experiencia en el contacto pleno, cuando te encuentro con tus ojos, tu
cuerpo y tu alma en plenitud, tu presencia puede hacerse irresistible y absorbente para mí.
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Al conectarme contigo expongo mi existencia independiente. Sin embargo, solo a través de
la función de contacto pueden lograr completo desarrollo nuestras identidades.
Tengo una paciente cuya madre, después de darse a la seducción y a la lujuria, se volvió
loca. Mi paciente es una mujer encantadora, que se toma –y me toma- demasiado en serio.
Evitaba tratarme con familiaridad porque le daba miedo seducirme y acabar loca ella
también. Yo no creía que ella se volviera loca, aunque eventualmente llegara a fornicar
conmigo, cosa que por los demás, no era probable y mucho menos inevitable. Así se lo dije,
en la oportunidad justa para que ella me creyera. Se resolvió, pues, a jugar conmigo.
Empezó a sonreírme con picardía. Venía a colocarse detrás de mi sillón y me rascaba la
calva. Se sentaba frente a mí, a menos de medio metro, y en sus ojos llenos de chispas y de
guiños yo podía ver que se encontraba conmigo y que me conocía. Todo en orden. Me hizo
el amor, en el sentido de producirme cosquilleos y excitación estuvimos cerca del acto
sexual, pero nuestras vidas no estaban arregladas para eso. Era un placer oír las cosas que
me contaba de su hija, de su hijo y de los amigos a quienes visitaba los fines de semana.
Así llegamos a conocernos el uno al otro, con absoluta sencillez. Se fue sin exigencias ni
privaciones. Había temido la captura; había temido perderse así misma en la unión en que
se había ahogado su madre. En su caso la satisfacción sexual no era el quid. Sabía que
podía obtenerla con su marido, pero tenía que jugar y encontrarse conmigo y con muchos
otros, porque la vida requiere contacto en todo momento y en múltiples formas. Tampoco
se perdería a sí misma en el acto sexual, con solo que aprendiera a cultivar el contacto
como algo distinto de la fusión y el acoplamiento.
Perls, Hefferline y Goodman describen el contacto en los términos que siguen:
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F.S.P. Perls, R. Hefferline y P. Goodman, Gestalt therapy, Nueva York, Julian Press, 1951.
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De ahí que, si no se tiene fe en el cambio resultante, se pueda, y no sin razón, recelar del
contacto. La aprensión del futuro, la preocupación por las consecuencias, lo que Perls12
llamaba «el ensayo» (rehearsing) nos amedrenta y hasta puede, como la cabeza de Medusa,
convertirnos en inertes figuras de piedra. A nadie le gustan las complicaciones, y todos
sabemos que la experiencia puede crear, en lo sucesivo, una necesidad de contacto no
menos apremiante. Retomemos el caso de mi paciente. Es posible que la experiencia sexual
la llevara a la locura, como a su madre. ¿Quién aseguraría que no? Pero este es, en cierto
sentido, un albur que todos corremos, en una forma o en otra. Peligroso lance, por cierto,
salvo que confiemos en nosotros mismos con la misma fe con que los religiosos solían
pedirnos que creyéramos en Dios. Trocar la fe en Dios por la fe en uno mismo parece un
negocio bastante honesto. Cierto que no hay garantías, pero de todos modos ¿en qué otro
sitio se lo ha podido hallar a Dios, en los últimos tiempos?
El contacto es una cualidad de la que a menudo no tenemos conciencia, como no la
tenemos de la gravedad al caminar o permanecer de pie. Cuando nos sentamos a conversar,
solemos darnos cuenta de lo que decimos, vemos u oímos; no es probable que nos
pensemos ejerciendo la capacidad de contacto. Las funciones sensoriales y motoras son los
resortes potenciales para establecerlo, pero conviene recordar que, así como un todo es más
que la mera suma de sus partes, el contacto es más que la suma de todas las funciones
posibles que intervienen en él. El mero hecho de ver o de oír no es garantía de buen
contacto: lo que determina que este se logre es cómo se ve o se oye. Por lo demás, el
contacto se extiende a la interacción con las cosas inanimadas: mirar un árbol o una puesta
de sol, escuchar el rumor de una cascada o el silencio de una gruta, son formas de contacto.
Y también podemos entablarlo con recuerdos e imágenes, experimentándolos aguda y
plenamente.
El contacto se distingue del espíritu gregario y del acoplamiento porque ocurre en una
frontera donde se mantiene un sentido tal de separatividad que la unión no amenaza
avasallar a la persona. Perls subraya la naturaleza dualista de la función de contacto:
«Cuando y dondequiera que surge a la vida una frontera, se la siente a la vez como contacto
y como aislamiento».13 La frontera en la que puede entablarse el contacto es un centro de
energía permeable y pulsátil. Perls, Herfferline y Goodman dicen: «…más que una parte del
organismo, la frontera del contacto es esencialmente el órgano de una relación particular
entre el organismo y el ambiente».14 Para decirlo en otras palabras, es un punto en que uno
experimenta el yo en relación con lo que no es el yo, y a través de este contacto ambos se
experimentan más claramente. Perls observa: «…las fronteras, los lugares de contacto,
constituyen el Ego. Sólo donde y cuando se encuentra el Sí-mismo con lo que es “ajeno” a
él empieza a funcionar el Ego, surge a la vida y demarca la frontera entre el “campo”
personal y el impersonal».15
El contacto supone, pues, no solo un sentido del propio yo, sino, además, el sentido de
cuanto afecte esa frontera, ya amenazándola, ya incorporándose a ella. La maestría para
dividir el universo entre el sí-mismo y el no-sí-mismo convierte esta paradoja en una
apasionante experiencia de elección para la cual, a falta de reglas acostumbradas, se
requieren decisiones sagaces. ¿Influiré sobre mi amigo o lo dejaré nadar a su libre albedrío?
12
F.S. Perls, Gestalt therapy verbatim, Moab, UTA, Real People Press, 1969.
13
F.S. Perls, Ego, hunger and agresión, Londres, George Allen and Unwin, 1947.
14
F.S. Perls, R. Hefferline y P. Goodman, op. cit.
15
F.S. Perls, Ego, hunger and aggression, op. cit.
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Si consideraciones semejantes nos hacen demasiado puntillosos en lo que respecta a invadir
el espacio psíquico ajeno, dejaremos que cada uno se cocine en su propia salsa, y
esperaremos otro tanto de los demás. La insistencia en los derechos de cada individuo a
manejarse por su cuenta ha tenido resultados contraproducentes en muchos jóvenes de hoy,
que no confían en el poder de sus propias objeciones creativas a las fuerzas que,
indudablemente, habrán de presionarlos, por la sencilla razón de que lo desconocen. La
persona cuya libertad depende exclusivamente del consentimiento de otra, pierde el sentido
del poder que debe ejercer para definir su propio espacio psíquico y defenderlo contra las
incursiones naturales. La visión de un mundo en el que la libertad se otorgara como un don
gratuito y seguro, y no tuviera que conquistarse, es por desgracia una idea ilusoria, una
utopía que niega el contacto. El albedrío surge y engendra vida en el contacto real, que, sin
embargo, entraña un grave riesgo para la identidad y la separatividad. En esta contradicción
se cifran la aventura y el arte del contacto.
Algunas inferencias de esta concepción afectan el curso de la psicoterapia.
En primer término, nuestro propósito de guiar a la gente hacia el restablecimiento de sus
funciones de contacto hace que abunden en la terapia guestáltica las experiencias de
interacción intensa. No las evitamos, y hasta alentaríamos un movimiento general en ese
sentido, cuando la experiencia intensa pudiera favorecer la maduración de la personalidad.
En el último caso que comentamos, la paciente necesitaba iniciar el deslinde entre su propio
yo y el de su madre, y esa necesidad condujo a una vívida experiencia de contacto que –
resultado importante- no la devoró.
Por lo demás, dada la posición central que asignamos al contacto, hemos descartado el
concepto psicoanalítico tradicional de la transferencia, a cuya luz muchas interacciones de
la terapia se consideraban meras distorsiones resultantes de vivir en el pasado, y carentes de
toda validez actual. Si el paciente ve a su terapeuta como un personaje apático, o como una
especie de ogro, se nos presenta una gama completa de alternativas. Podemos explorar
cómo se las entiende con un sujeto indiferente u hosco. Podemos investigar qué ve en
nosotros para tener esa impresión. Podemos tratar de averiguar dónde reside la presunta
indiferencia: si el terapeuta merece el cargo por su desabrimiento real, o si el paciente
proyecta en él su propia falta de interés por lo que está haciendo. Se comprobará a veces
que distorsiona la realidad; pero aunque haya distorsión no cabe atribuirla fundadamente a
la transferencia de una relación anterior. Otras veces resultará que ha visto la situación con
lucidez: que él es bastante latoso, y su terapeuta un antipático. En tal caso habrá aprendido
algo que le convenía saber, y lo habrá descubierto por sí mismo, como le cuadra, en vez de
atenerse a las interpretaciones oraculares del terapeuta, que lo remiten a alguna remota
circunstancia histórica.
Véase la experiencia de una deliciosa muchacha de veinte años que, en el centro de un
grupo, contó que había sido drogadicta y prostituta y que, cuatro años antes, había dado a
luz a un niño que entregó al nacer para que fuera adoptado. A la sazón había emprendido
una vida nueva, ayudaba a jóvenes drogadictos y cursaba estudios en la universidad. En un
momento de culminante patetismo, se volvió a uno de los hombres del grupo y le pidió que
la abrazara. Asintió él con un movimiento de cabeza y la joven, tras un breve titubeo, se le
acercó y se acurrucó en sus brazos. En este punto se aflojó y rompió a llorar. Cuando su
llanto se aplacó, alzó los ojos, alarmada por lo que podían sentir las mujeres del grupo al
verla allí, en los brazos de un hombre y en el foco de la atención general. Sugerí que quizá
tuviera algo que enseñarles sobre la forma de entregarse a un abrazo. Estaba evidentemente
cómoda, y había en su aptitud una gracia fluida y abandono que a nadie le vendría mal
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aprender. Se sintió más tranquila con esto, y aún permaneció un momento en los brazos del
hombre, aunque sintonizando todavía las reacciones de las mujeres, que en realidad estaban
demasiado emocionadas para juzgarla. Poco después la muchacha le preguntó a una de las
más atractivas e influyentes si ella la abrazaría. El drama era de una fuerza tal que resultaba
casi inevitable que la mujer accediera y, en efecto, caminó hasta donde se había sentado la
muchacha y la estrechó en sus brazos. En este punto sobrevino una relajación final y el
llanto de la joven fue más hondo que antes. Cuando terminó de llorar, su tensión había
desaparecido, se sentía desinhibida y totalmente unificada con el grupo.
He aquí una solución alcanzada a través de la experiencia y no de la interpretación. En vez
de analizar sus sentimientos al centralizar la atención del grupo, o las posibles objeciones
de las mujeres a su sexualidad o a su vergüenza de haber sido drogadicta y prostituta, la
paciente alcanzó la solución mediante contactos reales con las personas que la rodeaban.
Les contó a ellos su historia. Dio el primer paso para que la sostuvieran, y la sostuvieron.
Aflojó su resistencia al contacto, permitiéndose llorar en los brazos de alguien, en vez de
insistir en que podía cuidar de sí misma, ya que posiblemente nadie más quisiera cuidar de
ella. En vez de interpretar la ansiedad que le causaban las mujeres presentes, procuró tomar
contacto con ellas. A través del contacto llegó la descarga y luego la nueva unión.
Se preguntará qué valor tiene esta experiencia si el insight no se articula racionalmente de
manera que sirva de guía para el contacto ulterior. Ese valor reside en que esperamos que el
individuo desarrolle una actividad más autodeterminada y general. Piaget ha observado que
cada vez que le adelantamos al niño una «respuesta correcta», le impedimos aprender e
inventar por sí mismo muchas respuestas correctas nuevas. La acción contiene las semillas
del conocimiento interno, un conocimiento que abarca la ampliación de las propias
fronteras y la conciencia que así se asimila. Cada vez que la muchacha del caso pudiera
pedir a otras mujeres algo que necesite, o pueda recibir consuelo de una mujer, o tenga
otras experiencias nuevas con mujeres, su propio mundo se expandirá en direcciones por
ahora indeterminables e impredecibles. Convertir esta experiencia en un insight equivaldría
a atar todos los cabos sueltos: un trabajo prolijo quizá, pero que no deja conexiones vitales
para la experiencia futura.
Podría tentar al terapeuta, quien después de todo también necesita conclusiones y remates,
decir que a la muchacha le faltó protección maternal, o tiene inclinaciones homosexuales, o
quiere singularizarse entre las demás mujeres. No costaría mucho ponerla en alguno de los
numerosos casilleros explicativos corrientes; pero sería necio presumir que puede captarse
en un plumazo verbal todo el flujo entre esperanzado y trágico de su vida. Nosotros
preferimos depositar nuestra fe en cada momento de la toma de contacto, seguir
sintonizados con cada momento de la acción, y guiarnos por su impulso.
Un aspecto especial del contacto deriva de la posibilidad de tenerlo con uno mismo. Esto
no contradice lo que afirmamos antes, al definirlo como la función de encuentro entre el yo
y lo que no es el yo. El contacto interno puede ocurrir debido a la capacidad del hombre de
desdoblarse en un observador y un observado. La posibilidad de emplear esta dicotomía en
pro del crecimiento es inherente a gran parte del autoexamen. Así, el atleta puede dirigir
hacia adentro su atención, para ordenar su experiencia antes de iniciar un movimiento. El
orador puede tomar conciencia de una muletilla improcedente y vigilarla. Pero esta escisión
también suele ser perturbadora y desviar reflexivamente hacia adentro el curso de la
conciencia, en vez de dejarlo fluir hacia un foco exterior más pertinente. El hipocondríaco,
que fija en su cuerpo una atención obsesiva, vive pendiente de un objeto, no de sí mismo.
«…alcanzado el punto en que un hombre conoce a otro hombre, el conocedor habita [tan]
cabalmente lo conocido… [que]… llegamos a la contemplación de un ser humano como
una persona responsable, y le aplicamos las mismas normas que aceptamos para nosotros
mismos: el conocimiento que tenemos de él ha perdido definitivamente el carácter de una
observación, para convertirse de allí en más en un encuentro».16
De aquí se infiere que podremos captar cómo operan los pensamientos y sentimientos de
otro en la medida en que hayamos tomado contacto con nuestras propias operaciones, y
podamos pasar de este interés personal al sentido de cómo podría el otro hacer las mismas
cosas. Cuando un padre enseña a su hijo a andar en bicicleta, o a hacerse el nudo de la
corbata, se remonta a sus propios movimientos para tener un sentido de lo que el hijo
podría hacer. Una enseñanza eficiente es un movimiento de vaivén entre maestro y
discípulo. La misma pauta rítmica sigue a veces la terapia.
Fronteras del yo
Ya hemos destacado que el contacto es una relación dinámica que sólo ocurre en la frontera
de dos figuras de interés poderosamente atractivas, si bien claramente diferenciadas ambas.
La diferenciación puede distinguir un organismo de otro, o un organismo y un objeto
inanimado de su ambiente, o un organismo y alguna nueva cualidad suya. Sean cuales
fueren las dos entidades diferenciadas, cada una tiene un sentido de limitación; de lo
contrario no podrían llegar a ser figuras ni entrar en contacto. Como dice Von Bertalanffy:
«Cualquier sistema que merezca ser investigado como tal debe tener fronteras, sean
espaciales o dinámicas».17
La frontera del ser humano –la frontera del yo- está determinada por toda la gama de sus
experiencias en la vida, y por las aptitudes que haya adquirido para asimilar experiencias
nuevas o intensificadas. Esta frontera delimita en cada persona la capacidad de contacto que
considera admisible. Comprende toda una gama de fronteras de contacto, y define los
actos, las ideas, la gente, los valores, los escenarios, las imágenes, los recuerdos, y todo
aquello que una persona quiere –y hasta cierto punto, puede– elegir en un compromiso total
con el mundo exterior y con las reverberaciones posibles de ese compromiso dentro de sí
mismo. Comprende también el sentido de los riesgos que está dispuesta a afrontar allí
donde hubiere grandes oportunidades de superación, de las que sin embargo pudieren
derivar nuevas exigencias personales, que estará o no a su alcance satisfacer. Algunas
personas tienen una exquisita sensibilidad para juzgar los riesgos, porque parecen vivir
siempre, como quien dice, en el filo de la navaja. La gran mayoría necesita poder predecir
los resultados de sus actos, y esto les impide sobrepasar las formas de conducta ordinarias
16
M. Polanyi, The study of man, Chicago, University of Chicago Press, 1959.
17
L. von Bertalanffy, General system theory, Nueva York, G. Braziller, 1968.
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para allegarse a mejores oportunidades. Si se aventurasen en territorio desconocido, acaso
aumentaría su excitamiento y poder, pero perderían su fácil compresión, y se sentirían
bisoños y desubicados. Si la confusión les resulta inadmisible, quizá prefieran ser menos
arriesgados; no se consigue algo sin dar nada a cambio.
Dentro de la frontera del yo el contacto puede efectuarse con comodidad y soltura, dejando
un grato sentido de satisfacción y crecimiento. Cuando un mecánico diestro escucha el
sonido de un motor que funciona mal, ataca la causa del desperfecto y se ocupa de ella. En
la frontera misma, el contacto se hace más riesgoso y la probabilidad de gratificación
menos cierta. Si el mencionado mecánico se acerca a un pulmotor, estará en el límite justo
de su conocimiento y se sentirá atrevido e inquieto. Traspuesta la frontera del yo, y por
poco que nos alejemos, el contacto se vuelve casi imposible. El mecánico probablemente
consideraría inimaginable hacer una tarjeta de cartulina calada para mandarle a su novia el
día de San Valentín.
Un hombre sometido a una elevada temperatura perdería pronto el contacto, desmayándose
y eventualmente moriría, si hubiera excedido demasiado su umbral de tolerancia al calor.
Otro tanto ocurre en el terreno psíquico. Enfrentado a una humillación severa o cualquier
otro daño grave, que exceda los límites de su experiencia admisible, el sujeto puede
contrarrestar el colapso que lo amenaza interrumpiendo el contacto. La gama completa de
estas interrupciones va desde la pérdida de la conciencia en los casos de shock intenso –
como al enterarse de una noticia trágica- hasta el bloqueo del impacto de la experiencia
inadmisible por medios más sutiles, casi imperceptibles, como las fallas de memoria para
los acontecimientos ingratos, en los casos de resistencias crónicas.
La selectividad para el contacto determinada por la frontera del yo gobernará el estilo de
vida de un individuo, incluso la elección de sus amigos, trabajo, lugar de residencia,
fantasías, amores, y todas las experiencias psíquicamente relevantes para su existencia. La
forma en que una persona bloquea o permite la conciencia y la actividad en la frontera de
contacto es su forma de mantener el sentido de sus propios límites. Esto prevalece en su
vida más allá que cualquier otro interés por el placer, o el futuro, o los aspectos prácticos de
lo que pueda o no convenirle. Valga al respecto el testimonio de Henry Clay, cuando dijo
que prefería haber estado en lo cierto a ser presidente.18
La frontera del yo no está rígidamente prefijada ni siquiera en los sujetos más inflexibles,
pero la medida individual de su expansividad o contractilidad es muy variable. Algunas
personas parecen efectuar grandes cambios en esta frontera a lo largo de su vida, y nos
inclinamos a creer que quienes los han tenido en mayor grado son los que más han crecido.
La escala de tales cambios abarca desde el acontecimiento fortuito, sobre el que tienen
escasa intervención, pero al que parecen responder enérgica y deliberadamente, hasta la
renovación que resulta de sus propios esfuerzos.
Nuestra sociedad está orientada hacia el crecimiento; admiramos a los que son capaces de
impulsar el movimiento expansivo de una frontera del yo a otra. Todos conocemos la
historia de Horatio Alger sobre el chico pobre que, limitado en su niñez a las modestas
actividades de su barrio, cuando se hizo hombre viajó por todo el mundo e influyó sobre
personajes importantes. Se trata, desde luego, de un héroe de novela. En la realidad es más
frecuente encontrar, dentro del mismo individuo, que la movilización en dirección al
crecimiento de ciertas áreas coincide con la resistencia al crecimiento de otras, de modo
que hay zonas rezagadas en la frontera del yo. Es el caso del alto ejecutivo que nunca se
18
Henry Clay, político norteamericano, fue senador entre 1806 y 1809, representante en 1810, y varias veces
candidato a la presidencia de la república. (N. del E.).
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convence del todo de su propio poder y, allá en el fondo de su corazón, sigue siendo
advenedizo de los arrabales. Aunque lleva a cabo los movimientos propios de quien tiene
poder, se siente fuera de lugar y restringido al entablar relaciones de contacto en el trabajo
y en la vida. Por este retraso en su capacidad de contacto, no obtiene más que una
menguada vitalidad de lo que podría ser una vida o un trabajo pujantes. Lo mismo le ocurre
al padre que se siente todavía un chiquilín, y a la casada que continúa sintiéndose virgen.
Cuando se han fijado rígidamente límites, la expansión de la frontera del yo se experimenta
como una amenaza de sobrecarga psíquica: el individuo cree que estallará, sofocado por un
exceso de sensaciones y emociones. Pero también teme la retracción de esa frontera, porque
lo asusta sentirse vacío, consumido o debilitado ante la presión avasalladora del exterior.
Lo que le da miedo en uno y en otro caso es la ruptura de la frontera habitual. Si la ruptura
es grave puede sentir que su existencia misma está en peligro, y la alarma despertará
entonces su función de emergencia. Esta función incluye tanto el estallido de la emoción
violenta como su antítesis, la represión, que se traduce en angustia. Lo paradójico de esto es
que la amenaza contra la frontera del yo provoca en el sujeto reacciones de emergencia
destinadas a defenderla, pero que suelen estar del otro lado de esa frontera. Así, una
persona que ha sido despedida de su empleo, o postergada en una promoción que esperaba,
experimenta una contracción en su frontera del yo: le han quitado las oportunidades que
necesita y siente que su radio de acción se ha reducido o cerrado. Ahora bien, si esto lo
afecta como una peligrosa ruptura en su frontera, puede acicatearlo o defenderse por todos
los medios a su alcance, quizá devolviendo el golpe al sujeto cuya pobre opinión de él
originó la experiencia. Pero si la fuerza y la agresividad que se requieren para devolver el
golpe exceden sus límites, el sujeto queda aferrado a los sentimientos de emergencia recién
despiertos, y sin embargo es incapaz de asimilarlos en una toma de contacto que pueda
conducir a una acción deliberada. La angustia originada por la necesidad de sofocar la
emoción se experimenta como inhibitoria, y suele producir, a su vez, incapacidad para
concentrarse, ineficiencia e incertidumbre, y aun otras consecuencias más graves, como la
psicosis o el suicidio.
Otras veces la vida actúa en sentido contrario y, artista en trasformaciones rápidas, arrastra
al individuo en una avalancha de acontecimientos, hasta precipitarlo, con un chapuzón
jubiloso, en el cambio de frontera. Conservamos nítido el recuerdo de un adolescente
inválido que, después de pasar parte de su vida en una silla de ruedas, y parte colgado de
unas muletas, estrenó por fin su primer par de prótesis. Estaba embriagado con su nueva
movilidad. ¡Se dan cuenta! Podía andar por toda la habitación, pararse, y tocar con las
manos libres lo que quisiera. ¡Esta mayor libertad lo exaltaba tanto que no quería sentarse
ni un minuto!
El experimento guestáltico (véase el capítulo 9) se usa para expandir el alcance del
individuo, demostrándole que puede extender su sentido habitual de frontera cuando
existen la emergencia y el excitamiento. Se crea con tal fin una emergencia prudente,
destinada a fomentar la confianza en sí mismo necesaria para nuevas experiencias.
Acciones previamente extrañas y resistidas pueden tornarse así expresiones aceptables y
conducir a posibilidades nuevas.
Un hombre que en un laboratorio de fin de semana se permitió llorar sin limitaciones por
una aflicción personal, informó que tenía la impresión exacta de haberse expandido
físicamente y, describiendo con además gráficos el contorno de su cuerpo, a unos cinco
centímetros de distancia, señaló el lugar donde sentía que estaba su piel. He aquí un
ejemplo notable del sentimiento de expansión que puede engendrar una conducta nueva. El
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hombre aceptó correr un gran riesgo al derribar sus barreras contra el llanto; se expuso a
quedar con la impresión de una experiencia aislada y desintegrada, en realidad ajena a su
yo, y no con un sentido creciente de poder permitirse nuevas intensidades de experiencia en
la vida. De ahí la necesidad de ampliar el laboratorio en un programa que abarque un
periodo más prolongado, para poder trabajar con los participantes individualmente y en
grupos, estableciendo ciertos objetivos y respetando una secuencia de evolución.
Si las fronteras del propio yo son ya bastantes complejas en la toma de contacto con la
novedad del ambiente o con cualidades no habituales o desconocidas de uno mismo,
cuando a esto se suman las sutilezas de entablar el contacto con una persona que está
haciendo juegos malabares con un conjunto similar de necesidades y resistencias, las
complicaciones se vuelven aterradoras. Es como pedir a dos volatineros que tratan de
cruzarse sobre la cuerda floja, llevando cada uno su larga pértiga para mantener el
equilibrio, que establezcan un contacto significativo entre uno y otro. El prodigio es, por
supuesto, que muchas veces nos arreglamos de algún modo para conseguirlo.
Yo quiero saludar a Peter. Peter me vuelve la espalda. De su reacción infiero que acaso
experimente el saludo como una invasión. Ahora bien, si yo quisiera abordarlo con la
energía suficiente, correría el riesgo de extralimitarme y ser mal recibido. A lo mejor se
alegraría de que lo hiciera… Pero también podría ocurrir que le causara peor efecto aún, y
tratara de alejarse más. Tengo, pues, que abordar a Peter en el momento oportuno, y cuando
estemos los dos con la disposición de ánimo adecuada, para entablar con él la clase de
contacto que me había propuesto. Hay una relación directa entre la facilidad con que Peter
se deje abordar y el esfuerzo que yo quiera hacer para superar algunas dificultades de
abordarlo. En todo caso, aunque insista en su altanera reserva, siempre puedo tomar
contacto con él en su misma actitud de volver la espalda. Puedo observar y registrar algún
aspecto o ademán significativo, y darme cuenta de que no parece corresponder a su
carácter. Quizás advierta un sesgo peculiar del hombro, o una expresión no habitual en su
fisonomía, que me pongan en íntimo contacto con Peter, aunque las condiciones no
coincidan con mi intención originaria. Dado su mal humor, el contacto podría acabar en
este punto, a menos que yo improvisara alguna acción nueva para reanudarlo. Si, por
ejemplo, respondiera con un grito a su desaire, continuaría el flujo y, además, crearía en él
un sentido diferente de la toma de contacto.
Esta relación entre las fronteras del yo continuamente cambiantes de diversos sujetos torna
en absoluto impredecible el desarrollo del contacto. Cada uno debe adquirir destreza en el
cálculo de las probabilidades, según se vayan desplegando sus necesidades y sus deseos
con los de los otros. Hay circunstancias y gente que son terreno más fértil para el contacto.
Con otra gente y en otros momentos, las perspectivas son áridas y las cosechas pobres.
Los artistas parecen estar especialmente sintonizados para este proceso de seleccionar
personas y lugares con el fin de entablar un contacto posible y nutricio. Procuran encontrar
un medio que permita y aun provoque ese contacto, que luego ha de ser la savia vital de sus
energías creativas. No siempre se trata de una atmósfera amable. Zola encontró estímulo en
la opresión moral de Francia en el siglo XIX; Goya, en la ironía grotesca de la vida
española; Gauguin, en los ritmos idílicos de los Mares del sur. Desde luego, no todos los
motivos eran gratos; pero algo había en ellos abierto al examen del artista; y cada una
extrajo del contacto su perspectiva singular, diferente de la de cualquier otro.
Si afino mi sensibilidad para el buen contacto, también yo enderezaré mis pasos adonde
pueda obtenerlo. Lo encontraré tal vez entre la gente que me conoció de niño –en mi
familia, quizá-, que habla mi idioma, y en realidad lo sabe todo de mi vida… O tal vez ese
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medio sea el menos indicado para ofrecerme otra cosa que estereotipos. Podría buscarlo
entre la gente joven, animada y dinámica, o entre viejos llenos de sabiduría, o entre
mozalbetes no intelectuales. Acaso mi mejor oportunidad de contacto sea hablar a públicos
numerosos; o contar historias en rueda de amigos y oír las que me cuenten; o escuchar
música en silencio, acompañado o a solas; o cocinar platos sabrosos; o jugar un recio
partido de pelota vasca. Seguramente no faltará quien opine que las circunstancias influyen
poco o nada en la calidad de una toma de contacto. No obstante, para la mayoría de las
personas el buen contacto continuado es una cuestión de flujo y reflujo, una relación sutil
entre la energía del agente y la del receptor.
De ahí que carguemos el acento en el poder del individuo para crear su propia vida,
entendiendo que este poder incluye la facultad de reconocer la conveniencia o
inconveniencia de su ambiente. Le incumbe, pues, la elección de personas,
actividades, lugar geográfico, arquitectura, etc. Nadie puede independizar del todo su
capacidad de contacto de su elección de ambientes o de su creación de ambientes
nuevos. Las revueltas en los establecimientos carcelarios, las huelgas estudiantiles y
los clamores de reforma en los hospitales psiquiátricos obligan a reconocer la
importancia plasmadora del ambiente en la conducta de quienes viven embotellados
en esas instituciones, de ordinario no por elección propia, lo que no hace más que
agrandar el problema. Apenas hemos empezado a estudiar «la relación del ambiente
físico —de modo particular, el ambiente creado por el hombre- con la experiencia y el
comportamiento humanos...». 19 Nos cuesta mucho más tomar contacto con un trozo de
pan insulso y seco en el comedor polvoriento y abarrotado de una fábrica, que con una
rebanada de pan casero fragante y crujiente en la cocina acogedora de una amiga.
Análogamente, un sujeto desabrido y estereotipado no estimulará ni sostendrá el buen
contacto como podría hacerlo una persona chispeante y abierta. Hay quienes alientan a
los otros a explorar lo que tienen de novedoso y a interactuar con ellos, lo que
favorece su crecimiento y el de los demás; también hay quienes permanecen aislados,
apenas admiten un contacto mínimo en la frontera del yo, mantienen la separatividad
y no facilitan el crecimiento. La mayoría necesitan hacerse expertos –artistas, si se
quiere— en apreciar y crear ambientes donde pueda encontrar apoyo el movimiento
que los lleve hacia fuera de las fronteras actuales del yo, o en abandonar o modificar
los ambientes donde esto parece imposible.
La experiencia de la frontera del yo puede describirse desde varios puntos de vista:
fronteras del cuerpo; fronteras de los valores; fronteras de la familiaridad; fronteras
expresivas, y fronteras de la exposición. La gente suele proceder con un extraño
favoritismo en lo que respecta a su cuerpo. Restringe o bloquea la percepción de
determinadas partes o funciones, sustrayéndolas al sentido que tiene de sí misma. Pero
como es prácticamente imposible tomar contacto con lo que está más allá de la frontera
del yo, la consecuencia es que el sujeto queda desconectado de importantes partes
suyas.
En un laboratorio, un hombre se quejó de ser impotente. Durante el trabajo en común se
puso de manifiesto que experimentaba muy pocas sensaciones del cuello para abajo. La
cabeza era su centro, y resultaba evidente que si hubiera podido copular con ella no
estaría en dificultades. Hasta la rabia se le localizaba en la cabeza, que solía enrojecer
19
H. M. Proshansky, W. H. Ittelson y L.G. Rivkin, eds., Environmental psychology, Nueva York, Holt,
Rinehart & Winston, 1970.
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intensamente. Cuando estaba en el colmo de la ira, gruñía y gritaba como un poseído,
pero ni aun así podía al principio sentir los efectos más que hasta la altura del pecho.
Después de prestar atención a su cuerpo un buen rato, en particular a sus movimientos
pélvicos, empezaron a temblarle las piernas. Se asustó al advertir el comienzo
inminente de la sensación pelviana y hubiera querido evitar que siguiera
desarrollándose. Sin embargo, la sensación de temblor en las piernas se propagó por
todo su cuerpo en una irradiación desconocida de apacible bienestar. Aunque no
completó el trabajo, el paciente extendió el alcance de sus sensaciones corporales,
modificando su anterior frontera corporal.
Un paciente de dieciséis años cree que estar interesado en lo que se hace es crucial para
la vida del hombre, y en particular para la suya; pero en la escuela le exigen que haga
cosas que no son interesantes, y como él no está dispuesto a socavar ni a traicionar sus
propios valores, falta abiertamente a sus obligaciones, a riesgo de ser expulsado. Su
frontera de valores parecía rígidamente establecida, lo que quizás era inevitable, dadas
las presiones que se ejercían a su alrededor para que abandonara sus normas. El
Por lo tanto, debe aprender a ampliar sus fronteras de valores, de modo que
abarquen quizá la autodeterminación. Quizá la preparación del terreno para realizar un
trabajo apasionante, y otros valores que, una vez incluidos dentro de esas fronteras,
conduzcan a la resolución creativa de los valores que por ahora parecen incompatibles.
Podía empezar por hacer realmente, al menos, aquello que le interesaba, en vez de
encerrarse en una obstinada negativa. Podía por ejemplo, seguir un curso de mecánica del
automóvil... y así lo hizo. Podía, concurrir a la biblioteca —prescripción terapéutica- y
hojear algunos libros (dedicando a cada uno sólo el tiempo que quisiera), y así lo hizo.
Podía conversar con los compañeros de colegio que tuvieran interés en los mismos temas
que él, y así lo hizo. Además, empezó a salir con una chica que compartía esencialmente su
posición, si bien era una estudiante aplicada y seria. Todas estas influencias aflojaron su
sistema de valores y le abrieron posibilidades para expandir su mundo. Valores antes
incompatibles pugnaron por imponerse y reclamaron el desarrollo de un programa
autodeterminado, en el cual, si bien tuvo que llegar a una conciliación con el sistema
vigente, no se sometió lisa y llanamente a él. No renunció a su ideal de una vida
interesante, pero tampoco permaneció estancado en el tedio de la mera recalcitrancia. La
expansión de su sistema de valores le proporcionó nuevo apoyo para la acción, y ofreció
algunas alternativas a su existencia estereotipada. Con una gama completa de valores
disponible, pudo desarrollar la energía necesaria para equiparar su ingenio y su iniciativa
propios a la energía antagónica del «sistema». Esto no quiere decir que apruebe dicho
«sistema», sino que ha aprendido a extraer de él lo que necesita para vivir su vida de una
manera más flexible.
Fronteras de la familiaridad
Una familia pasó quince años consecutivos veraneando en Clermont, hasta descubrir que la
madre no había querido veranear allí nunca, que los hijos no habían querido ir los últimos
cinco años, y que solamente el padre seguía considerando inconcebible que fueran a
cualquier otra parte. Aunque ese padre no era un déspota ni mucho menos, la fuerza de la
costumbre era en tal medida imperiosa que ningún miembro de la familia había podido
reunir la energía suficiente para romper el molde. Cada uno sabía de su propia resistencia,
pero la gravitación de lo habitual los atraía a todos a su órbita.
Shakespeare vio con gran lucidez cómo preferimos aferrarnos a lo conocido, antes que
aventurarnos en lo extraño:
No es solo la muerte, sino el cambio mismo, lo que inspira terror a algunos y hace que
prefieran reducirse a funcionar en ambientes que los limitan, pero que les son familiares.
Un cambio de empleo, o de personas significativas en su vida, o de relación con estas
personas, como el que se produce cuando los hijos crecen o los padres se hacen viejos, son
para tales sujetos transiciones extremadamente difíciles. «Yo soy lo que soy» se petrifica en
la fórmula «Yo soy lo que siempre he sido y lo que siempre seré».
El temor a lo desconocido no es lo único que delimita nuestras fronteras de la familiaridad.
La vida apenas nos da ocasión de experimentar una pequeña parte de lo posible; los límites
de espacio o tiempo restringen el contacto con lo nuevo o desacostumbrado. Estas fronteras
son inevitables y solo parcialmente se eliminan por medio de los viajes, la lectura y el
conocimiento de gente que tiene otros modos de vivir. Pero la frontera que fijamos para
deslindar nuestro yo de lo desconocido, cuyo contacto rechazamos, aunque tengamos
ocasión de entablarlo, es un límite que nos imponemos nosotros mismos.
Un hombre comentaba en un grupo la inminente ruptura de su matrimonio, y la tremenda
conmoción y angustia que esto le causaba. Hubiera querido evitar la separación a toda
costa, porque tenía la esperanza de que su esposa desearía al fin seguir casada con él,
aunque parecía bastante dudoso que lo hiciera. A medida que hablaba, se fue revelando que
sus preocupaciones fundamentales giraban en torno a la imagen que tenía de sí mismo, del
matrimonio y de su profesión. El hombre era pastor protestante, y según la imagen que se
había forjado de su ministerio, los pastores no se divorcian. Por lo demás creía – y no
sin razón, probablemente- que a juicio de sus feligreses y de su Iglesia un ministro de
Dios no debe divorciarse. Ahora bien, las imágenes suelen ser una sinopsis conveniente
del carácter de una persona, pero se prestan a distorsiones y generalizaciones simplistas
que pueden quitar a esa persona mucha libertad de acción. En el caso que nos ocupa, el
atribulado pastor se formulaba este interrogante: «Si no soy esposo, padre, ni pastor,
¿qué soy entonces?», y se respondía: «Entonces no soy nada«. Para él no había
alternativa: o lo conocido o la Nada; y la Nada era el desastre.
El desastre no alcanza tan fácilmente a quienes aceptan pasar por la transición que parte
de la aparente disolución catastrófica de lo conocido para llegar a lo incoado. Muchas
veces el bienestar futuro viaja de incógnito, y sus beneficios no se advierten hasta que,
luego de largas zozobras, puede uno decirse al fin que su divorcio, o el abandono del
puesto que tenía en la empresa de su padre, o incluso su ataque al corazón, fue lo mejor
que le pudo haber ocurrido. Una de las dificultades para salir de lo conocido es la
tentación de poner fin a todo el drama del cambio sin dar tiempo a que maduren sus
atractivos. El sentimiento de haber sido despojado de cuanto era familiar es un pozo de
aire que amenaza absorber todo lo que está a su alcance. Donde el terror dibuja una
brecha catastrófica, es difícil percibir la posibilidad de un vacío fértil, metáfora
existencial con la que se representa la renuncia a los familiares apoyos del presente y la
confianza en el impulso de la vida para crear nuevas oportunidades y panoramas. El
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acróbata que se lanza desde un trapecio a otro sabe el momento preciso en que debe
soltarse. Calibra su peso con exquisita precisión y por un instante no tiene otro apoyo
que su propio impulso. Seguimos la curva de su salto mortal con el corazón en vilo, y lo
amamos porque se arriesga a afrontar ese instante de total desamparo.
Fronteras expresivas
Hay una estrecha interrelación entre las diversas formas de fronteras del yo. Lo que
acaso empieza como una repugnancia a expresarse puede hacerse tan habitual que,
aunque desaparezca el tabú expresivo, la frontera de la familiaridad lo sustituya y
continúe.
La frontera de la exposición también comparte con todas las otras una ba se común,
pero aquí se trata de una renuencia específica a ser observado o reconocido. Un sujeto
puede saber lo que valora, y quizá no tenga inconveniente en sostenerlo. Puede
manifestarlo, y aun actuar en consecuencia, e insistir sin embargo en hacer todo esto
en forma privada o anónima. Puede formular su crítica o ejercer su generosidad en el
anonimato. Se opone a llamar la atención de la gente más allá de los límites que él
mismo determina. Tal vez no quiera que se lo identifique como cruel, lisonjero,
criticón, intrigante, sentimental, exigente, cándido, agresivo, inexperto... y así hasta el
infinito. Exponerse —ya sea a los elementos de la naturaleza, ya al desdén o a las
exigencias de los demás— siempre es peligroso.
Uno de los miembros de un grupo de terapia que se reunía una vez por semana
interrogó a una mujer sobre su experiencia en un laboratorio de fin de semana al que
ella acababa de asistir. Irene habló animadamente de los ejercicios nuevos que habían
ensayado, de ciertas actividades innovadoras que habían emprendido y de los
resultados que ella había observado. Aparentemente todo había sido estupendo desde
el principio hasta el fin; pero a medida que desarrollaba el tema, el grupo empezó a
advertir que exageraba la nota, que les presentaba su versión envuelta en papel para
regalos y se las ofrecía con un floreo. Entonces Irene admitió que en realidad había
tenido algunos contratiempos. A raíz de un tropezón se había hecho un gran tajo en la
frente que requirió varias puntadas, y había pasado el fin de semana sumamente
molesta. Dicho esto rompió a llorar y fue capaz de reconocer que siempre se resistía a
exhibir sus sufrimientos. Le causaba horror inspirar lástima y quería que la
consideraran animosa y alegre. Con todo, esa vez pudo recibir la simp atía y la
comprensión del resto del grupo, sin sentirse amenazada ni disminuida.
La psicoterapia ha contraído el serio compromiso de mantener en secreto lo que el
paciente expone libremente al terapeuta o a los demás miembros del grupo. La reserva
se acuerda como una garantía contra la exposición prematura del yo. Debe asegurarse
al sujeto que no se lo expondrá a ninguna situación, salvo a la estipulada. Ciertos
grupos de terapia privada dedican algún tiempo a discutir las condiciones de reserva
que consideran deseables. No se puede esperar que los integrantes de un grupo,
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inexpertos en la observancia del secreto profesional, puedan discernir qué es y qué no
es materia confidencial. Sin embargo, habitualmente llegan a un acuerdo, convienen al
menos en no divulgar a tontas y a locas lo que pasa en el grupo, y a menudo prometen
no mencionar nombres o no comentar esas cosas con nadie, excepto con sus
respectivos cónyuges. A veces esta cuestión de la reserva se lleva a extremos
ridículos, como cuando una señora de un grupo le dijo a otra que la había visto en un
concierto, pero no se había atrevido a acercarse a saludarla por no dejar traslucir que
ambas pertenecían al mismo grupo. Mucha gente necesita estas seguridades, o al
menos las desea. La necesidad de elaborar los propios problemas siguiendo el propio
ritmo y en un terreno determinado por elección propia debe ser respetada. Pero cuando
una persona consigue al fin aceptarse a sí misma en sus diversas manifestaciones, su
preocupación de exponerse ante los demás disminuye. Si no la turba o le avergüenza
estar en tratamiento terapéutico, probablemente tampoco le importará que otros lo
sepan. La aceptación que se obtiene de los demás a costa de encubrir características
reales es, en el mejor de los casos, de índole muy precaria.
Hoy muchos cuestionan que la reserva sea prudente. Carl Whitaker 20 ha resaltado la
importancia de que la gente sometida a terapia reanude su participación en la
comunidad. Describió además una forma de terapia colectiva en la cual se invita a
parientes y vecinos a compartir las sesiones. Mowrer 21 ha señalado desde hace tiempo
los beneficios de la confesión colectiva. Algunas tribus primitivas practican sus formas
peculiares de psicoterapia y exploración de los sueños y fantasías en presencia de
familias enteras y miembros de la comunidad. 22
Otro elemento vinculado al desarrollo de la frontera de la exposición es la influencia del
exhibicionismo en el crecimiento personal. Los semantólogos 23 describen cuatro tipos
de expresión: bloqueada, inhibida, exhibicionista y espontánea. Las dos primeras etapas
son no-expresivas. En la etapa del bloqueo, el sujeto ni siquiera sabe qué quiere
expresar; en la etapa de la inhibición lo sabe, pero no lo expresa. Llega a la etapa
tercera, o exhibicionista, cuando expresa lo que quiere, aunque no ha integrado o
asimilado del todo la expresión en su sistema. Alcanza por fin la etapa espontánea
cuando expresa lo que quiere, comprometiéndose plenamente en la expresión, que es
compatible con sus deseos y está asimilada a ellos.
En la etapa exhibicionista es donde la expresión puede pecar de torpe y aun de
inauténtica. A pesar de todo, esta etapa es a menudo necesaria e inevitable, porque la
persona que está aprendiendo expresiones nuevas no puede diferir su ensayo hasta
haberlas asimilado por completo. Si así lo hiciera, llevado por una integridad
compulsiva o por su repulsión a la torpeza, tendría que esperar mucho tiempo antes de
lograr la integración ideal que, por otra parte, quizá no alcanzara nunca, ya que no se
pasa lisa y llanamente de una posición bloqueada o inhibida a la desenvoltura.
Sea como fuere, mostrarse enojado, cariñoso o triste no es lo mismo que estar real y
cabalmente enojado, cariñoso o triste. La exposición de la voluntad final de emprender
una acción determinada suele comportar la exposición de la renuencia anterior a
emprenderla. De ahí que los primeros pasos no puedan ser los actos puros y auténticos
de quien sabe bien lo que hace y lo suscribe. Entre las exageraciones y torpezas de la
20
C. Whitaker, conferencia pronunciada en el Instituto Guestáltico de Cleveland, 1968.
21
O. H. Mowrer, The crisis in psychiatry and religion, Princenton, N. J., Van Nostrand, 1961.
22
J. Latner, tesis inédita de doctorado, San Francisco, California School of Prof. Psychology, 1972.
23
A. Korzybski, Science and sanity, Lancaster, Pa., International Non Aristotelian Library, 1963.
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fase exhibicionista y la gracia convincente de la fase espontánea tiene que haber una
diferencia esencial, que los entendidos en materia de comportamiento disciernen
fácilmente, como los buenos catadores distinguen las calidades de los vinos. Más de un
desarrollo nuevo se detiene en este punto, helado en el brote, sin poder llegar nunca a la
espontaneidad.
El proceso de la terapia, en cuanto estimula los comportamientos nuevos, fomenta el
exhibicionismo, pero por otra parte lo condena, al cargar el acento en la autent icidad.
La antinomia es tan inevitable como lamentable. Muchos comportamientos nuevos, que
previamente no se asimilaban, se tornan atrayentes y posibles. Una persona tímida que,
presionada por otras, tiende los brazos y estrecha a alguien, quizá se abre de pronto a un
deseo nuevo de experimentar intimidad, pero también es posible que solo esté jugando a
un juego nuevo y que se sienta en parte audaz, en parte cohibida, azorada y ridícula, y
deje momentáneamente de lado su integridad personal. Cierta disposición a aceptar los
momentos inauténticos y torpes es indispensable para el crecimiento. A veces este es
uno de los mayores beneficios que los otros miembros del grupo pueden hacer a alguien
que está dando los primeros pasos en el camino que quiere seguir.
Debemos, sin embargo, tener conciencia de que estos momentos no son más que una
parte en el proceso de expandir las fronteras del yo, y no su completo desarrollo.
Aclararse la garganta antes de hablar puede ser necesario, pero no exime de hablar.
Mirar
Haga usted una prueba: mire este libro que está leyendo, en esta misma página. Vea la
relación de lo impreso con los blancos, y cómo encuadran los márgenes el sector impreso,
más oscuro. Fíjese en la textura del papel y en la forma de los tipos. Trate de ver los
renglones como líneas horizontales y no como series de palabras que han de ser
comprendidas. Si cae sobre la página alguna sombra, observe si corta en forma oblicua la
horizontal insistente de la línea impresa. Tuerza ahora el libro, de modo que los renglones
queden en posición vertical y tienten menos a la lectura.
Pues bien, si estas palabras lo sorprendieron en un momento oportuno, y si dispuso de
tiempo para efectuar este desplazamiento de foco, se habrá permitido una breve distracción
que, sin ser gran cosa en sí misma, puede darle la clave del poder inherente a la experiencia
visual elemental. Joyce Cary describió este poder con amorosa precisión:
«Recuerdo a uno de mis hijos cuando era un bebé de unos catorce meses y estaba sentado
en su corralito, observando un periódico caído sobre el césped a corta distancia. La brisa
soplaba a ras del suelo y el periódico se movía. A veces la hoja superior se hinchaba y
tremolaba; a veces se agitaban dos o tres hojas juntas y parecían luchar; a veces el periódico
entero se erguía sobre un lado, y se sacudía torpemente antes de volver a tumbarse un poco
más lejos. El niño no sabía que ese objeto era un periódico movido por el viento.
Observaba con curiosidad intensa y absorta a una criatura completamente nueva para su
experiencia; y a través de los ojos infantiles tuve yo la intuición pura del periódico como
objeto, como una cosa individual en un momento específico».25
Por cierto que el contacto visual no siempre tiene este carácter prioritario, como sin duda no
lo tiene ahora para usted, si está leyendo este libro por su contenido. La visión en este caso
se convierte en una forma de contacto intermedia que facilita el contacto final con las ideas
o conceptos que le interesa comprender. Tendría que ser extraordinaria o estar muy
desocupada— una persona para que pudiera responder sin reservas a todas las
oportunidades de contacto que se le presentan en cualquier momento. Los más debemos
establecer ciertos niveles de prioridades, de acuerdo con la situación y el motivo. Pero cada
vez que decidimos desplazar las prioridades, nos es dable experimentar un estimulante
sentido de elección, y nos volvemos seres efervescentes, abiertos a la posibilidad de
cambiar una forma de contacto por otra. Quizás ahora mismo, después de haber hecho el
25
J. Cary, Art and reality, Nueva York, Doubleday and Co., 1961.
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119
experimento que le permitió apreciar la cualidad visual de la página, mirándola como un
objeto en sí y no como vehículo de información, encuentre usted en la lectura un sabor
especial que no tenía antes de interrumpirla.
Discernimos aquí una dicotomía que alcanza a todas las funciones de contacto. Existe, en
efecto, un contacto referencial —en este caso la mirada— que provee orientación para
acontecimientos o acciones ulteriores, y un contacto por el contacto mismo.
Cuando predomina el contacto referencial, la vida se hace sumamente práctica. Veo la
máquina de escribir para poder escribir a máquina; miro al amigo a quien le hablo porque
tengo que saber si sigue ahí, o si me sigue atendiendo. La función referencial es sin duda de
enorme valor para la existencia. El ciego tiene una doble desventaja, pues, además de
ignorar la riqueza de las experiencias visuales, está condenado al terrible esfuerzo de
hacerlo todo sin la ayuda o la confirmación de la vista.
Muchas personas bastante bien dotadas para la visión referencial padecen de ceguera al
contacto, puesto que les importa poco ver por el solo hecho de ver. Con esto le restan
emoción a la vida, y posiblemente reducen también el contacto referencial, ya que todas las
funciones deben existir por su valor intrínseco, además de servir para fines prácticos. Los
que se deleitan en la mera visión probablemente adquieren una visión más alerta y afinada
para la visión referencial.
Pero ver no siempre es una pura delicia. Los sentimientos que acompañan esta función o
derivan de ella son a veces ingobernables. Como se demuestra en el caso que sigue, cuando
un sujeto ha llegado al límite de su capacidad para asimilar lo que ve, y se encuentra bajo
una grave amenaza de sobrecarga psíquica, puede tomar peligrosas decisiones.
Sid, un hombre de cuarenta y siete años, padecía de una ansiedad crónica, de intensidad
casi paralizadora; rara vez estaba libre de ella, aunque se las arreglaba para seguir con su
trabajo. Solía entregarse a cavilaciones muy activas, en parte para eludir experiencias
básicas de contacto, y en parte también para distraerse del sufrimiento que le causaba esa
cruda ansiedad. En el curso de su terapia pasó mucho tiempo sin atreverse a mirarme, salvo
de soslayo y furtivamente, como si sólo quisiera verificar que yo seguía allí. Intenté
inducirlo gradualmente a que entrara en contacto visual conmigo, formulándole preguntas
simples sobre lo que veía cuando me miraba, haciendo que mirara diversos objetos de la
habitación para ejercitar sus poderes, y asignándole tareas destinadas a lograr que mirara
personas y cosas, cuando estaba fuera de la terapia. Un día consiguió mirarme mientras me
hablaba, y se le iluminaron los ojos. Por primera vez se puso perfectamente de manifiesto
que me hablaba a mí, y además, que quería hablarme a mí. En este punto evocó una
antigua experiencia. En sus primeros años de universidad, a menudo caía en arrebatos de
apasionada admiración por sus profesores, y se había encamotado especialmente con uno
en particular. Fuese cual fuere el significado de su entusiasmo —homosexualidad o culto
del héroe— el hecho es que era tan excesivo que resultaba incontrolable. En una
oportunidad se había acercado a ese profesor después de la clase para preguntarle algo.
Entonces vio su cara nítidamente, y la alegría que esto le produjo fue tan desbordante, que
tuvo que interrumpir la experiencia, no por decisión espontánea sino por reflexión.
Describió cómo se había roto la guestalt de la cara en el momento de la interrupción
reflexiva. Podía ver los ojos, la boca, la nariz, pero como entidades aisladas, no como partes
de una configuración. Presa de pánico, se quedó mudo y empezó a rumiar sobre lo que
querría decir esa cara, y por qué, si estaba unificada un segundo antes, aparecía dividida
en el siguiente. Estas cavilaciones lo absorbieron y no pudo recuperar la experiencia
básica que había desencadenado el pánico. No tuvo más remedio que retirarse. Después
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abordó de nuevo a su profesor, que esa vez le concedió apenas unos minutos y lo remitió
bruscamente a un psiquiatra. Al poco tiempo la salud de Sid se quebrantó y tuvo que
abandonar sus estudios, que reanudó al cabo de un año. Su reciente experiencia conmigo
hizo que se acordara de pronto de aquella antigua experiencia, olvidada desde entonces.
Pero en esta oportunidad, aunque el impacto volvió a sacudirlo violentamente, fue capaz
de asimilar la intensidad de sus vivencias, y no se sintió amenazado sino gozoso y lleno
de cordialidad.
Evidentemente, la asimilación de la experiencia visual no es algo que haya de darse por
sentado. En la mayoría no tiene efectos tan dramáticos como en Sid, pero inspira un
recelo que impregna nuestra cultura. Un ejemplo simple es la sobrecarga resultante del
miedo: probablemente todos hemos tenido alguna vez la experiencia de cerrar los ojos o
desviar la vista durante un episodio particularmente espeluznante de una película de
terror. Aplicamos una enorme energía a deflexiones como estas, con las que procuramos
limar el filo de muchos contactos personales.
Mirar hacia otro lado no es más que uno de los procedimientos para desviar el contacto
visual. El procedimiento inverso, clavar la mirada, permite bloquearlo, mediante la
rigidez impuesta a la musculatura del ojo. La mirada fija da la impresión de un contacto
intenso, pero se trata en realidad de un contacto amortiguado, como el del brazo que se
entumece después de haber sujetado fuertemente algo mucho tiempo, o el del pie que se
duerme cuando ha pasado un rato en la misma posición. Entre la mirada intensa y directa
del niño absorto en la contemplación de algo que lo fascina y la mirada fija y ausente del
adulto, la diferencia es que el niño ve lo que está mirando, y el adulto se queda mirando
lo que no alcanza a ver nunca. Sus ojos inexpresivos y sin efervescencia no responden a
la vibración ni a la atracción del objeto visual. La persona a quien enfocan se siente
acorralada y ansiosa de escapar. Esta mirada es el equivalente visual de repetir una y otra
vez las mismas palabras hasta que se vacían de sentido y pierden efecto.
El bloqueo del contacto visual se resuelve, naturalmente, restaurando la voluntad de ver y
volviendo a sentir los efectos de mirar. Ayudará en este proceso que el paciente aprenda a
mirar a su terapeuta y se ejercite en la exploración de toda la gama de posibilidades
visuales que le ofrece. Debe querer y poder verlo todo: los ojos benévolos, la mandíbula
cruel, la boca mezquina, el ademán desenvuelto, el gesto divertido, la expresión perpleja,
la sonrisa desdeñosa. Tiene derecho a ver todo lo que haya, y debe saberlo. Sobre esta
base aprenderá que abrir los ojos es presentarse como una unidad... y también aprenderá a
ser visto. Así, los ojos que se inmovilizaron para evitar el llanto y que no dejan ver a
nadie lo que hay en su fondo, o quizás en su trasfondo, podrán al fin llorar, y los
músculos tensos aflojarse para que el paciente vuelva a ver y a ser visto. O los ojos
tímidos se atreverán finalmente a ver lo prohibido, y podrán contemplar todo un
caleidoscopio de imágenes estimulantes.
Aunque los fundamentos de la visión están profundamente enclavados en el sistema
general de cada persona, hay algunas técnicas terapéuticas bastante simples para recobrar
la voluntad de ver. Un ejercicio consiste en abrir y cerrar alternativamente los ojos,
apretando o separando los párpados con fuerza unas diez o quince veces. Este
procedimiento afloja los ojos y permite que el individuo aprecie de qué diferente modo
podría sentirlos y en qué diferente forma podría ver. Quizá con esto baste para activarlo
a que descubra su apetencia de mirar, o para que la próxima vez que tenga el impulso de
ver se asuste menos.
Otro ejercicio útil es mirar de lado a lado sin mover la cabeza. La ceguera al contacto
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suele adoptar la forma de la visión tubular, en la que el campo visual se limita a lo que
está directamente delante de los ojos. Es la del caballo al que le han puesto anteojeras
para que siga avanzando en línea recta sin distraerse. Cuando el paciente mira los objetos
en el consultorio del terapeuta, suele sorprenderse bastante, ya que de ordinario no ve allí
nada, aparte del terapeuta mismo. Mirar alrededor parece irrelevante a ciertas personas
que se creen especialistas en eficiencia, porque no desperdician energía en otra cosa que
no sea el objetivo inmediatamente determinado. Tal «desperdicio» es indispensable, sin
embargo. No se puede fijar exclusivamente la atención en lo «relevante» sin sacrificar el
sentido del contexto que completa la escena. Por lo demás, ciertos experimentos 26 han
sugerido que el movimiento y el flujo son actividades naturales del ojo en la buena
percepción. La relación entre la figura —en este caso el terapeuta, su actitud, su
expresión, su atuendo— y lo que rodea la figura —el sillón donde está sentado, la decoración
de su consultorio, la iluminación que lo muestra o lo oculta— es una influencia lubrificante
para las interacciones ulteriores. El contexto da dimensión y resonancia a la experiencia,
expandiéndola hacia lo que antecedió a la experiencia presente y hacia lo que podría sucederla.
La adhesión rígida a la figura deseca la interacción, porque es una fuerza que actúa solo
estratégicamente y contra su propia naturaleza. La naturaleza es generosa y hasta pródiga, y «la
ineficiencia o el desperdicio» que la acompañan son subproductos de la espontaneidad. Para el
sentimiento de lozanía vital, esta generosidad puede resultar al postre más eficiente que una
eficiencia conseguida a costa de suprimir las oscilaciones inevitables en el ciclo de la relevancia
y la irrelevancia.
Escuchar
«¿Cómo puede usted estar sentado ahí todo el día escuchando a la gente?», pregunta alguien al
terapeuta. «¿Y quién escucha?», aclara este. Para la opinión general, en efecto, el acto de
escuchar en sí, desvinculado de cualquier otra forma de experiencia, llega a ser un fastidio y
representa un esfuerzo intolerable, aunque le paguen a uno por realizarlo. Pero a pesar de lo que
pueda creerse, escuchar puede constituir un proceso abierto y muy activo. El que en realidad
escucha recibe ávidamente los sonidos que penetran en él, como ocurre en un concierto, por
ejemplo. Se trata de un proceso delicioso, que harto a menudo se relega a una categoría
secundaria, en comparación con la conducta más notoriamente activa de conversar o emitir
otros sonidos.
Según el consenso general, mientras uno escucha cede el terreno o la tribuna solo hasta que le
llega el turno de asumir a su vez el papel activo. Esta suspensión es en cierta medida inevitable,
debido al carácter recíproco de hablar y escuchar. Si uno habla al mismo tiempo que otra
persona, no puede continuar escuchándola. El esquema es, aproximadamente, como sigue: mi
amigo tiene algo que decir, y todavía no ha terminado, pero mi reactividad rápida me ha
llevado ya al punto crítico en que la carga de estímulo provoca la respuesta. Puedo optar entre
manifestarla ahora mismo o retenerla en suspenso hasta que mi amigo acabe de decir lo que
quería. Si lo interrumpo, me arriesgo a molestarlo y a querer con una nueva versión incompleta de lo
que está diciéndome. Ahora bien, las interrupciones suelen desencadenar el caos condición poco
deseable, por cierto, en una sociedad cuyas exigencias de tiempo nos hacen perder nuestra fe en
la posibilidad de resolverlo. Se educa, pues, a la gente para que no interrumpa, y así aprende a
26
W. H. Marshall y S. A. Talbot, «Recent evidence for neural mechanisms in visión leading to a general
theory of sensory acuity», Biological Symposia, vol. 7, 1942, págs. 117-64.
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escuchar al prójimo, por lo general manteniendo en actividad ambas partes de sí mismo: la que
escucha y la que interrumpe. De ordinario se las arregla para mantener la apariencia de que
escucha, cuando en realidad solo aguarda el momento oportuno para tener ocasión de hablar.
Subalternizada de tal modo, la función se tiene en poca estima, aunque todavía se elogie, de
labios para afuera, la virtud de algunas personas que «saben escuchar». Esta alabanza suena tan
ambigua como la que se tributa a una mujer sin mayores luces ni instrucción, que no cultiva su
creatividad, cuando se la describe como una buena ama de casa o una excelente madre. No es
que estas virtudes carezcan de valor. ¡Qué sería del hogar si alguien no se ocupara de las tareas
domésticas! Pero muchas mujeres convendrán en que este no es sino un caso más del conocido
síndrome de «por lo menos» que encubre, bajo el elogio falso, una falta de respeto efectiva.
Claro está que la función de escuchar no basta, si uno la usa solo para orientarse con respecto a
la posición de otra persona, y no como parte de la carga total de excitamiento que se conjuga
rítmicamente con la acción. Como orientación, sin embargo, es básica para la acción
subsiguiente.
Las dificultades de marcar el ritmo entre escuchar y hablar se hacen evidentes en cualquier
conversación en la que al menos uno de los interlocutores tiene un punto de vista preestablecido
o lleva al diálogo exigencias predeterminadas. Tal programa oculto impide siempre escuchar
plenamente. La selectividad se ejerce, no solo sobre lo que se quiere o no decir, sino también
sobre lo que se quiere o no escuchar. Así el que espera críticas, posiblemente se especialice en
oírlas y apenas atienda a otra cosa. En cambio para el que no quiere oír más que opiniones
favorables, toda crítica pasara inadvertida. Por supuesto, la capacidad de contacto del individuo
se limita en la medida en que estas selecciones predeterminadas interfieren en la audición
directa.
La función de escuchar admite diversas especialidades, que cada persona establece para sí,
adiestrándose, por ejemplo, en captar el apoyo, o la crítica, o la información, o la
condescendencia, o los meros hechos, o las complejidades que no entiende, o el tono de
voz con prescindencia del mensaje real, o lo que sea. Jack simplificará demasiado
cualquier cosa que se le diga, y perderá todo sentido de los detalles; en cambio, Marie no
atenderá más que a las salvedades y contingencias. Hay gente que solo oye afirmaciones
cuando se han formulado interrogantes, de modo que se hace imposible preguntarles
nada, ya que invariablemente lo toman por una exigencia o una acusación. Otros suponen
que si alguien les pregunta lo que están haciendo, trata de decirles algo sobre su conducta,
y no simplemente de averiguarla. Un miembro de un grupo comentó una vez que, así
como él solía valerse de las preguntas para poner a la gente a la defensiva, sospechaba
que los demás debían tener la misma intención cuando le preguntaban, algo. La madre
que grita indignada: «¿Por qué lo has hecho caer a tu hermanito?», busca menos
información que represalias. Si el marido dice a su mujer, que va al volante: «Convendría
que te arrimaras a la derecha del camino para tomar esa curva», ella podría oír: «¡Pedazo
de tonta! ¡Vas a tener que doblar pronto a la derecha y ni siquiera estás preparada! ».
Debido a estas disparidades, un medio de restaurar la atención del paciente enfocándola
sobre el proceso mismo de escuchar es pedirle que no se concentre en las palabras que se
digan, sino en otra cosa. ¿Qué oye en la voz del que habla? ¿Es susurrante y suave, o
suena áspera y agresiva? ¿Cómo le impresionan su tono e inflexiones? ¿La encuentra fría,
metálica, monocorde, o cálida y vibrante? Cuando la gente deja de escuchar las palabras
para atender a algún otro rasgo, suele sorprenderse al captar mensajes nuevos o
diferentes, en lugar de las viejas comunicaciones a que está acostumbrada.
Otro método para verificar si una persona escucha es hacer que repita lo que ha oído,
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antes de dar una respuesta. Solo cuando el interlocutor corrobore que eso fue justamente
lo que quiso decir, la conversación seguirá su curso. Estas técnicas, si bien aplicables a la
terapia individual, resultan aún más valiosas en el trabajo con parejas o con grupos, en el
que frecuentemente se tropieza, no solo con la resistencia a escuchar de una persona, sino
con la obstinación de otra que se aferra compulsivamente a la oscuridad y al mutismo.
Cuando el terapeuta trabaja con un solo paciente, procura ser lo más claro y audible que
puede para prevenir equívocos. De todos modos, siempre quedarán posibilidades de que
algo se escuche mal.
El medio más obvio de establecer contacto es tocar, pero si los tabúes impuestos a la vista y al
oído son inconfundibles —«No mires fijo», «No escuches detrás de la puerta»—, aún más
contundentes y explícitos son los tabúes que reprimen el tacto. Cuando los chicos tocan algo
presuntamente prohibido, se les golpea la mano pecadora, o de algún modo se les deja la
impresión de haber mancillado lo que tocaron. Así aprenden rápidamente a no tocar los objetos
valiosos, a no tocar sus genitales, y a poner infinitas precauciones, si por casualidad tocan a otra
persona, para no rozarla siquiera en algún punto inviolable. De este modo, la cautela se va
haciendo normal. El apretón de manos es lícito, aunque también a este respecto la etiqueta
insinúa cierta ambigua discriminación entre hombres y mujeres. Cualquier otra localización del
tacto recíproco es rara, y se estructura meticulosamente, lo que origina ademanes encubiertos y
deflexionados.27
Hoy los tabúes se están aflojando, pero ya la gente se había alejado a tal punto del contacto
físico, que la voluntad actual de reanudarlo despliega el exhibicionismo autoconsciente que
acompaña de ordinario el desempeño de una función desacostumbrada. El tacto recién liberado
está adquiriendo mala reputación porque, presentado casi siempre en un marco espectacular,
irrumpe como artificio y no como culminación madura. La gente puede sentirse constreñida a
tocar a alguien cuando todavía no está preparada para ello o cuando querría evitarlo. A menudo
esta compulsión corrompe el sentido de la oportunidad, provocando aberraciones tan grotescas
como la del integrante de un grupo que quería abrazarme poco después de iniciarse la terapia.
¡Era lo último que a mí se me habría ocurrido a esa altura de nuestras relaciones!
Crear el nuevo clima del tacto interpersonal requiere paciencia y práctica. Tendremos que
experimentar años y años antes de que nuestra cultura desarrolle la sensibilidad y la gracia que
podría hacer del contacto físico una parte tan auténtica de la vida como lo fue para los etruscos,
en cuyas pinturas arcaicas ha quedado el testimonio de una cultura en la que tocar era tan
natural como caminar. Mientras se cumple esta evolución, los que estimamos el buen contacto
debemos adiestrar y afianzar nuestro discernimiento para mantener un claro deslinde entre el
tacto como contacto y como rito de iniciación en la Nueva Secta.
En la terapia de grupos la restauración del contacto, táctil es un medio para completar
importantes «asuntos inconclusos». La inmediatez del tacto atraviesa los estratos intelectuales y
cuaja en experiencias palpables de reconocimiento personal. He aquí un ejemplo. Una mujer
llena de vida, aunque sexualmente ingenua, hablaba en un grupo sobre sus antecedentes de
marimacho, y observó entre otras cosas que nunca había experimentado la sensación real de
estar junto a un hombre. Le pedí que tocara a varios de los presentes. Consintió de mala gana,
pero sin mostrarse aturullada por la sugestión. Tocó prudentemente el pelo de uno y empezó a
desinhibirse; palmeó al siguiente en el hombro, y después acarició la mejilla de un tercero.
Poco a poco, incrédula al principio, fue sintonizando la realidad: estaba en contacto con
hombres, y cada uno respondía a su toque receptivamente y se prestaba con respeto a su
exploración. Así continuó, cada vez más cautivada por su descubrimiento, y al llegar a mí se
acurrucó lentamente en mi regazo. Pronto la invadió la certeza de una frustración irreparable, y
se echó a llorar, mientras nos contaba la historia de su relación con un padre que siempre la
había mantenido a distancia, y que había muerto hacía apenas un año, cuando ella empezaba a
vislumbrar la esperanza de acercársele un poco más. La tristeza causada por esa interrupción
27
D. Morris, Intimate behavior, Nueva York, Random House, 1971.
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seguía siendo profunda, pero había salido de la depresión en que la hundían la soledad y el
renunciamiento, y la exaltaba ahora el sentimiento radiante de haber restaurado sus
posibilidades de contacto con otros seres.
En otro grupo, Julia se quejaba de que Tony, uno de los miembros más jóvenes, no pudiera
allanarse a la juguetona familiaridad con que ella quería tratarlo, o no le correspondiera ni la
aceptara como camarada, en las mismas condiciones que a la gente más joven del grupo. Julia
se oponía a que se la encuadrara en el molde de la mujer profesional de clase media y de
mediana edad. Les pedí que se pusieran a charlar los dos y que mientras hablaban estiraran de
vez en cuando el brazo y se tocaran ligera y juguetonamente. Lo hicieron, y se descubrió que
Tony necesitaba, en sus juegos de manos, sentirse libre de tocar en forma recia y agresiva, con
todo vigor, y que este era un elemento importante de su estilo personal de conducta juguetona.
Julia, por el contrario, necesitaba fijar ciertos límites realistas, en atención a su artritis. Ambos
llegaron a reconocer que, en realidad, había algunos aspectos en los que se justificaba la reserva
con que Tony había respondido a Julia, pero que en general había exagerado esa reserva,
porque la suponía «quisquillosa». Esta interacción les enseñó que, si bien Julia no estaba en
condiciones de soportar un trato físico rudo, tampoco era tan frágil como para no conocer y
comprender la necesidad de Tony de expresarse brusca y reciamente.
Ejemplos como estos abundan en un marco donde el tacto se valora como una función central
de contacto. A través de él hemos empezado a redescubrir la influencia impactante que una
persona puede ejercer sobre otra. Cuando los tabúes se relajan, el individuo no solo puede tocar,
sino además comprometerse en toda una gama de experiencias que antes debió prohibirse,
justamente para no llegar, por su intermedio, a la acción vedada. La preocupación por las
posibles consecuencias de nuestra conducta a menudo paraliza tanto como la prohibición
misma de esa conducta, porque suele cortar el contacto mucho antes de haber alcanzado el
temido punto peligroso. Evitar el tacto no sería tan difícil si no nos impidiera a la vez salir de
nosotros mismos, contar nuestras cosas íntimas, permanecer junto a los demás, hablar en forma
cálida o matizada, y muchos otros actos que eventualmente podrían llevarnos a tocar a otra
persona.
Tocar no es una consecuencia inevitable de la relación afectiva; pero si uno está
abrumadoramente asustado por esa posibilidad, la expectativa de la catástrofe ejercerá de todas
maneras su efecto esterilizador. La diferencia entre lo que uno básicamente quiere rechazar y
lo que en realidad rechazaes la brecha neurótica, esencia de la vida malograda. No pretendemos
que la gente se abstenga de decir que no, si no que se ponga en contacto con su «no»
existencial. El «no» existencial se dice a una cosa que se rechaza íntimamente, Pero no se dice
antes ni después, sino en el momento justo en que surge el rechazo. Cuando uno dice «No
tocar» y eso es precisamente lo que quiere decir, no hay problema neurótico; aunque sin duda
puede haber desgaste en las relaciones personales. Pero cuando uno no se atreve a estar cerca
de otra persona –aunque lo desee- por medio de tocarla, abre una brecha entre el que es y el que
podría ser. Cuanto mayor sea la brecha, menos posibilidades habrá de que se sienta realizado
en la acción. De ahí resultan las diversas formas de perturbación que describen los textos de
psicopatología, y el sentido de disritmia personal denunciado en la pasada mitad del siglo por
los psicólogos, los novelistas y los cineastas existencialistas.
La inhibición que impide el contacto con la realidad existencial y hunde al individuo en eternas
cavilaciones sucedáneas de la acción requiere una solución doble. Antes que nada debemos
aprender a identificar el no existencial, en vez de quedarnos en el no prematuro, para vivir
luego permanentemente insatisfechos e irrealizados, como Tántalo, acercándonos siempre a
una meta inalcanzable. En segundo término, cada vez que digamos que sí debemos abarcar
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todas las proyecciones implícitas en el asentimiento, para no contraer un compromiso del que
tarde o temprano podríamos arrepentirnos. El «sí» inicial acaso origine un curso de acción que
eventualmente reclame un «no», y hay que tener en cuenta esta posibilidad e incluirla en la
decisión afirmativa. Por lo demás, ese «no» ulterior en modo alguno significa que el «sí» inicial
haya sido necio, hipócrita o corto de miras.
Quizá tienen razón los que simplifican el asunto y, prescindiendo de cualquier palabrería inútil
aconsejan escuetamente que cada uno haga lo que le cuadre y después se atenga a las
consecuencias. De seguir el consejo, habría que afrontar un sufrimiento considerable, pero sería
un sufrimiento existencial, no neurótico; y la experiencia comportaría dolor, pero no
menoscabo.
De todos modos, antes de que uno pueda hacer lo que le cuadra tiene que cultivar su habilidad
para identificar exactamente el sí y el no.
Conversar
La voz
Musicalmente, la voz humana suele considerarse el prototipo del tono expresivo. Se alba la
ejecución de un instrumentista cuando logra acercarse a las cualidades vocálicas. Los críticos
destacan la elocuencia de un instrumento, su tono melodioso y su fraseo. Los actores hacen de
la voz el resorte central de su potencia expresiva. Uno de los ejemplos más notables en este
sentido es el teatro Kabuki japonés, donde la voz pasa de un chirrido aun bramido, un lamento
o un rezongo sordo, a través de una gama fantástica de posibilidades sonoras.
Las mismas posibilidades, aunque menos dramáticas y más fácilmente inadvertidas, existen en
toda comunicación. La frase «Cómo está usted» puede trasmitir, según las diferencias de la
voz, un sincero interés por la salud de alguien, un caluroso saludo, una pregunta cortés pero
convencional, impaciencia por abordar el asunto práctico que se tiene en vista, intención de
ganar tiempo hablando de temas intrascendentes, etc. Los actores suelen practicar repitiendo
una misma frase desde diversas perspectivas: por ejemplo, cómo la diría una persona muy
afligida, primero; después, cómo lo haría una persona furiosa, y, por último, una persona
apasionadamente enamorada. Es obvio que la expresión del amor y la de la cólera deberían
sonar muy diferentes; sin embargo, la voz de muchas personas se mantiene invariable en ambos
casos.
Larry tenía una voz emocionalmente opaca y, para colmo de males, ni siquiera lo advertía. Le
pedí, pues, que me cantara sus palabras como si estuviera actuando en una opereta. La
sugerencia le causó gracia, y la primera vez que lo hizo se le animó la cara, como si fuera un
pajarito recién nacido que acabara de asomar su pico al mundo. Trabajó sobre su voz durante
una sesión entera, hasta que finalmente consiguió decir las palabras con algo de la animación
despertada en él por el canto. Ahora por lo menos conocía la diferente resonancia que podía
cobrar su voz, y por un rato se sustrajo a su modo de hablar habitual y se expresó en tonos más
variado y vivaces. Por desgracia el efecto de la experiencia se disipó y recayó en su monotonía,
aunque esta vez con un sentimiento cabal de frustración, porque advertía la diferencia y quería
su voz más vibrante. Hablaba con la cabeza gacha, sin acertar a expresarse, y como si sofocara
un suspiro. Le pedí que respirara hondo y suspirara, manteniendo la barbilla pegada al pecho.
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El suspiro resultó un gemido y, mientras continuaba gimiendo, su voz se volvía más y más
profunda, hasta que empezó a sentirla integrada con su cuerpo. Comprendió entonces que no
solo había sido una voz monótona, sino, además, desencarnada. Comoquiera que fuese, aun
gimiendo sintió una extraña paz interior, un sentimiento que trascendía todo contenido
específico. Al cabo de unos minutos estuvo de nuevo en condiciones de hablar con la
animación redescubierta de antes. No la conservará permanentemente, pero en lo sucesivo cada
vez que la pierda tendrá más probabilidades de encontrar los medios de recobrarla, en la terapia
al principio, y posteriormente fuera de ella.
Cada persona está destinada a sondear una y otra vez ciertos aspectos de su naturaleza, con la
esperanza de alcanzar en cada oportunidad mejores posiciones, reduciendo su vulnerabilidad a
los efectos perjudiciales y aumentando su poder de recuperación para renovarse y reencontrar
su camino. La terapia se consagra al repetido sondeo de temas recurrentes, que trata uno a uno
en todas las formas posibles, hasta que se agotan y son reemplazados por otros, que pujaban por
emerger del fondo al primer plano. Antes que Larry, el de la voz monocorde, se familiarice con
la vivacidad vocal, acaso necesite gruñir, gritar, llorar, charlar como una mujer o como un
fanfarrón, cuchichear, despotricar, hablar en un dialecto extranjero, chillar… descubrir, en fin,
todas las posibilidades de la voz inmadura que mantuvo estancada tanto tiempo. Quizá dependa
al comienzo de las directivas ajenas para emitir algunos de estos sonidos, los cuales, no
obstante, acabarán por sorprenderlo, al surgir espontáneamente de sus propias necesidades
expresivas. En la medida en que tome conciencia de estas, también su voz irá requiriendo un
registro expresivo más amplio, como el niño que pronto supera las limitaciones de su pianito de
juguete y exige el teclado completo. Los ejercicios solo sirven como un proceso de agilización,
preparatorio para una partida todavía indeterminada. Son indispensables, por cierto, para
adquirir la fuerza y el brío que hacen falta para el crecimiento, pero no reemplazarán nunca la
experiencia de la vida real, misma razón que la gimnasia no será nunca un sucedáneo efectivo
de la carrera de cien metros llanos.
Además de cumplir una función expresiva, la voz lleva una dirección y un impulso. Podemos
concebirla como un proyectil lanzado por el sujeto hacia un blanco que quiere alcanzar por
medio del sonido. Penetrar a otra persona con la voz es un acto agresivo. Si la voz entra
armoniosamente, y su incisividad resulta asimilable, será bien recibida y se entablará una buena
relación. Si el hablante carece de fuerza incisiva, posiblemente no dará en el blanco; si, en
cambio, se excede y traspone violentamente las fronteras de su oyente, provocará la resistencia
normal de este a ser atropellado, y ello influirá sobre el contacto. Hay personas cuyas palabras
se pierden antes de llegar al oyente, o lo atraviesan sin afectarlo; otras, cuyas palabras resbalan
sobre el oyente, o van más allá de él; solo algunas saben entablar el contacto justo, que se siente
directo y certero.
En la capacidad de contacto de la voz también influyen las circunstancias. Hay voces que
convienen especialmente al diálogo íntimo: no llegan muy lejos, pero llegan bien a la distancia
requerida. Basta escuchar algunas de las vocalizaciones de Peggy Lee para tener un excelente
ejemplo de este sentido de comunicación privada entre dos. Otras voces operan mejor en
público, despliegan su potencia en situaciones importantes y ahogan la intimidad confidencial.
William era un orador magnífico, que arrastraba siempre al público, porque cada una de sus
palabras llegaba hasta el último de los presentes, y aún podía llegar más lejos. En la
conversación personal ocurría lo contrario: sus palabras planeaban y se perdían por encima de
los interlocutores, como si se dirigieran a una audiencia numerosa, y no lograban crear el efecto
de intimidad que por su vibración hubieran merecido. El oyente no tardaba en sentirse
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abrumado, desconectado, y a veces hasta invadido, por su oratoria.
La risa es otro aspecto significativo del contacto vocal. ¿Surge del individuo con fluidez, o a
borbotones? ¿Tiene resonancia o es opaca como un sonido metálico? ¿Es suelta o contenida?
Un hombre soltaba la carcajada en respuesta a cualquier situación que presentara el más leve
cariz humorístico. El nivel de decibeles de su risa estaba siempre al tope, tanto cuando se
trataba de algo realmente desopilante como cuando apenas provocaba un cosquilleo que no
alcanzaba a ser risa en los demás. Faltaban en su repertorio las risas y las risitas sofocadas.
Atrapaba al vuelo la ocasión de acercamiento que proporciona el humorismo, y trataba de
exprimirle hasta la última gota de camaradería. Su oprimente necesidad de contacto con el
prójimo y su pereza para discurrir algún medio más legítimo de conseguirlo le provocan una
avidez y una desesperación que se reflejaban en su risa.
Otro paciente, Ben, hablaba con un acento lastimero crónico. En un grupo reunido para un
laboratorio de fin de semana contó la experiencia traumática por la que había pasado en un
examen otológico, al enterarse de que sus problemas de audición se debían a un proceso
degenerativo que probablemente lo llevaría a la sordera. Cabía suponer que tan dramática
circunstancia moviera a compasión, pero en realidad apenas hubo respuesta. La quejumbre
característica en la voz de Ben sobreactuaba el alegato y, antes que caer en lo que sentían como
un pozo sin fondo, los otros miembros del grupo se habían limitado a cortar toda posibilidad de
comunicación.
Un principio guestáltico elemental es acentuar lo que existe, en vez de procurar cambiarlo
directamente. Nada puede cambiar mientras no ha sido aceptado; después podrá desplegarse y
abrirse al movimiento natural hacia el cambio, que es propio de la vida. De acuerdo con este
principio, indiqué a Ben que recorriera la habitación, pidiendo algo a cada uno de los presentes.
Aunque en este caso resultó útil, un experimento tal comporta sus riesgos. Por ejemplo, pudo
ser humillante para Ben que lo pusieran bruscamente en contacto con su naturaleza pedigüeña.
La humillación ayuda ocasionalmente a quien sabe aprovecharla para rectificar el rumbo o para
movilizarse; pero en general traba el crecimiento y puede causar un grave menoscabo a la
persona afectada. De cualquier modo, es poco probable que lo que uno está dispuesto a
explorar lo haga sentirse humillado. La experiencia motivó a Ben para descubrir cómo alejaba a
la gente, y encontró en sí el apoyo necesario para descubrir al pedigüeño que había en él.
Mientras cumplía su pequeña ronda mendicante, la exageración y la focalización acentuada
ayudaron a que se diera clara cuenta del tono de su voz. Cuando se enfrentó consigo mismo en
el carácter de pordiosero, se echó a reír francamente, viendo el aspecto humorístico de sus
súplicas y comprendiendo que no necesitaba mendigar nada. Era una persona digna y podía
hablar de igual a igual con la gente sobre su inminente sordera. La gente a su vez podía
escuchar, sin tener que concederle una limosna exorbitante. La compasión que se expresó
entonces salvó la distancia entre Ben y su grupo, sin que nadie se sintiera coaccionado.
En un sentido simplista, hablar puede considerarse una variante de respirar. Importa, pues,
restaurar a la respiración como centro vital de apoyo para esta función de contacto. Se
puede hablar, ya mediante el apoyo del aliento, ya mediante un esfuerzo muscular; dicho de
otro modo, como si la voz se deslizara sobre una ola de aire, o bien emitiendo los sonidos
por medio de la energía muscular que conduce el aire a través de las cuerdas vocales. Si se
hace una aspiración adecuada, y se usa plenamente el aliento en la producción del sonido,
la voz cobra la vivacidad de una pelota de pingpong que se desplaza en una ráfaga. Las
cuerdas vocales, liberadas del duro trabajo de aportar energía —para el que no están
equipadas— pueden vibrar, resonar y modular esa energía, como la columna de plata de
una flauta cuando se ha soplado en ella. Las voces así apoyadas son vibrantes, sonoras, y al
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parecer se emiten sin esfuerzo. En cambio, si se recarga al aparato de fonación con el
trabajo que corresponde al sistema respiratorio, el esfuerzo resulta evidente: la voz es
áspera, tensa y con estridencias metálicas. Los pacientes que descubren la función de apoyo
de la respiración comprueban con invariable deleite los cambios que se producen en su voz
durante la terapia.
La palabra
«Europeos: debemos abrir este libro y penetrar en él. Después de dar unos pasos en la
oscuridad, veremos a unos desconocidos en torno de una hoguera; acerquémonos a
escuchar, porque están hablando del destino que impondrán a nuestros centros industriales
y a los soldados mercenarios que los defienden. Quizá nos vean, pero continuarán
conversando entre ellos, sin siquiera bajar la voz. Esta diferencia da en el blanco; sus
padres, criaturas de las sombras, criaturas nuestras, fueron solo almas muertas; nosotros
éramos quienes les concedíamos alguna vislumbre de luz, solo a nosotros se atrevían ellos a
hablar, y nosotros no nos molestamos en responder a semejantes zombis. Ahora sus hijos
nos ignoran; los abriga y alumbra un fuego que nosotros no encendimos. Hoy, a respetuosa
distancia, nos toca a nosotros sentirnos merodeadores, condenados a la noche y a perecer de
frío. Demos vueltas y vueltas: en estas sombras de las que ha de surgir la aurora, los zombis
somos nosotros».28
«Supongo que me estaba refiriendo justamente a clasificarlo a usted, y que estaba por caer en
una serie de reflexiones acerca de lo que usted me dijo la semana pasada, cuando me habló de
la opinión que tenía sobre mi importancia; y mis pensamientos ulteriores al respecto durante la
semana fueron que, en cierto sentido, se trataba de una clase de intercambio irreal, por cuanto,
aunque uno fuese sincero en su apreciación, el problema sería encontrar un sentimiento de esa
clase, como cuando uno puede sentirse importante dentro de su ambiente por las señales que
advierte en ese ambiente. De manera que, en el trance de clasificar ese intercambio, aunque
hasta cierto punto me complació en su momento, pensándolo más a fondo después sentí algo...
algo afín a la relación de maestro-alumno, o entre padre e hijo, sin contacto real. Es interesante,
y supongo que por eso estoy interesado en todo el asunto de la toma de contacto, porque las
cosas que pienso y me parecen lógicas, cuando tengo la oportunidad de comentarlas con
alguien, suenan mucho menos convincentes. En el sentido más general, la clasificación que le
asigno a usted corresponde a los resultados que presumo estar obteniendo de nuestras sesiones,
y por una parte siento que las sesiones podrían ser provechosas desde el punto de vista
terapéutico, a pesar de mi reacción inmediata, supuesto que hubiese alguna técnica terapéutica
de éxito comprobado o, en caso contrario, alguna oportunidad de intercambio real, pues en este
último aspecto el grupo quizá fuera lo adecuado, y hasta lo más adecuado, ya que hay más
gente que aporta más experiencias».
«Estoy tratando de plasmar mis pensamientos en términos de respuestas para usted, esto es,
como una respuesta a lo que siento que ocurre en estas sesiones, y estoy tratando de traducir, lo
más correcta o fielmente que puedo, la clase de pensamiento que he tenido. Trato de
centrarme en la primera de las dos partes, y pienso que usted debe estar empeñado en algún tipo
de terapia existencialista cuya estructura no veo, y supongo que de ahí nace esta especie de
insatisfacción o desasosiego que me causa; se me ocurre además, que acaso estoy cayendo en
mi propia trampa y me contradigo, ya que una terapia existencialista, por definición, carece de
estructura».
En este punto le pedí que me clasificara con una sola frase. «Un signo de interrogación»,
contestó. Entonces ambos supimos que por fin había dicho lo que quería decir, y cruzamos una
fugaz mirada de entendimiento y encuentro que había faltado en todas sus disquisiciones
previas.
Ahora bien, los circunloquios de esta persona revestían una gravedad poco habitual, pero no
hasta tal punto que fuera imposible reconocerlos. Todo el que se empeña en ser absolutamente
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justo, o en cubrir cualquier proyección o contingencia posible de lo que dice, estará tan
ensimismado en sus procesos internos que no le quedará entusiasmo alguno para mantener un
contacto que, aunque inconcluso, está de todos modos esbozado. Cuando el contacto se
establece con carácter de continuidad, el acierto inicial carece de importancia, ya que surgirá y
se irá desarrollando con la interacción, como ocurre entre los chicos durante una buena partida
de rango. Si el sujeto de este ejemplo hubiera declarado desde el principio: «Un signo de
interrogación», de seguro habría querido añadir alguna de las otras cosas que dijo, y
probablemente habría podido hacerlo. Quizá yo le hubiera contestado, preguntándole a mi vez:
«¿Cuál es su duda?», o quizá lo hubiera mandado al diablo; pero en cualquier caso, habría
tenido amplias oportunidades de exteriorizar lo que hubiera dejado inconcluso.
La jerga es otro de los trucos lingüísticos que evitan el esfuerzo de entablar contacto. La gente
ligada por vínculos personales o profesionales la convierte fácilmente en hábito, para no
tomarse la molestia de crear algo nuevo una y otra vez. Se parece a esos menús prefabricados,
que no hay más que calentar en el horno, y que no resultan muy desagradables si uno sacrifica
las exigencias particulares de su paladar. Al fin y al cabo tienen el mismo aspecto de los platos
genuinos, de modo que volvemos a comprarlos, por indolencia o por prisa.
Decir lo que se quiere decir es un magnífico acto de creación que suele descuidarse, porque
la gente charla demasiado. En cierto sentido, ninguna palabra es idéntica para dos personas
—ni siquiera lo es para la misma persona en dos momentos o circunstancias diferentes—
ya que la aparición de una palabra constituye un acontecimiento en el que culmina una vida
entera de sensaciones, recuerdos, deseos e imágenes. Así entendida, cada palabra auténtica
debería tener, lógicamente, su configuración propia y única de significado. Las palabras de
la jerga carecen de esta virtud de autenticidad, y apenas tienen un poder mínimo de
contacto, ya que ni son realmente una declaración personal ni representan a la persona: más
bien, la encubren y disimulan. Reconocemos los síntomas de este mal incluso en el habla
corriente de los centros de crecimiento y los grupos de encuentro. Los caricaturistas han
contribuido en parte a esta incómoda toma de conciencia, al apuntar su artillería contra las
frases hechas de nuestro charlatanismo profesional. Muchos de nosotros estamos hartos de
oír decir a cada paciente que quiere «ser él mismo». La mera fórmula dice muy poco, a
menos que arraigue en la voluntad de hacer o experimentar determinadas cosas que antes
no había querido hacer o experimentar. En todo caso no existe para el sujeto otra
posibilidad que «ser él mismo», el que realmente es-desconforme, falso, inhibido o lo que
fuere. Y mientras no sepa que ese ser insatisfactorio o insatisfecho es su propio yo, de nada
le servirán los clisés de la jerga psicoterapéutica.
Por lo demás, la jerga suele disfrazar los actos más simples con el lenguaje más elevado.
Así, en algunos grupos no se conversa: se «departe» con alguien, o se le «participa» algo; a
veces, el terapeuta «tercia» en el coloquio. La interacción humana llega a sonar como una
serie de movimientos tácticos o estratégicos, enderezados a un propósito gloriosamente
definido.
Se impone, pues, purgar la lengua por todos los medios posibles. Una técnica consiste en
pedir a la persona que sea lo que describe. Si dice que es radical, por ejemplo, pedirle que
sea un radical y personifique lo que sólo a medias manifiesta. Acaso diga entonces: «Yo
soy radical: arrojo piedras»; o bien: «Yo soy radical: me gusta ir hasta la raíz de las cosas».
Otro método sería preguntarle cómo, dónde y cuándo es radical, interrogantes que lo
remitirían a las circunstancias específicas de su naturaleza radical, apartándolo del rótulo
generalizador.
Muchos juegos de lenguaje parten de la incertidumbre del contacto. Uno de ellos es
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extremar las explicaciones: acaparar la conversación haciendo claro como el agua lo que el
oyente debe oír, y cómo ha de interpretarlo. El que insiste en contar toda la historia con
pelos y señales acaba por aburrir mortalmente con cualquier tema, porque no lo suelta hasta
que lo agota. En realidad no conversa: pronuncia monólogos que dejan a los demás
preguntándose por qué les desagrada su compañía.
Repetirse es otra forma de neutralizar el contacto. Cuando la primera declaración no acierta
a entablarlo, el repetidor insiste, con la esperanza de conseguirlo la próxima vez, como la
ninfomaníaca suena en saciarse con el coito próximo, o el gordo con la próxima banana
split.
«Sí, pero... » es un neutralizador análogo. Perls solía decir que nunca oía nada anterior al
«pero». «Me encantaría ir esta noche, pero estoy muy ocupado»: resulta más fácil penetrar
el verdadero sentido de esta declaración invirtiendo el orden de las oraciones; o eliminando
la que precede al pero; o cortando por lo sano, y pidiendo a la persona que diga
simplemente: «No puedo ir» o «No iré». El resto no es más que un proceso de atenuación,
que protege el tema central con una capa aisladora. A veces ocurre exactamente lo
contrario, y la oración atenuadora constituye el tema central: «Me encantaría ir esta noche».
Cuando la atenuación es un hábito permanente en el habla de una persona, resulta difícil,
aún para ella, saber cuál es el verdadero mensaje. El «Sí, pero...» nos advierte que debemos
estar más alertas que de ordinario, para discernir la verdad esencial de la declaración.
«Si solamente... » no está muy alejado de «Sí, pero...». Por ejemplo, un hombre le asegura a
su esposa que sería más simpática «si solamente» venciera su timidez, o más creativa «si
solo» lo intentara. Expresa todo esto en términos benévolos, y por lo tanto le sorprende que
su mujer se sienta mortificada por el disfrazado mensaje, que le trasmite su deseo
fundamental de que ella sea diferente de como en realidad es.
Preguntar en vez de afirmar es otra forma de mantener el contacto a baja temperatura, sin
comprometerse y con engaño, ya que el interrogante sugiere incertidumbre y tanteo. Pero el
mensaje real llega, de todos modos, ya que está implícito en la pregunta y se deduce de ella.
Por lo demás hay interrogaciones que no son tales. Una persona que le pregunta a otra si
quiere a su padre puede estar diciéndole realmente: «Hablas como si no quisieras a tu
padre», o bien: «Yo no quiero a mi padre», y procurar que esto suene como un inocente
pedido de información. Discriminar entre simple curiosidad y afirmaciones embozadas es
una condición básica para desarrollar la capacidad de contacto en el lenguaje.
A menudo el habla es el único medio de que disponemos para tomar contacto, y que dé en
el blanco o se malogre sin alcanzar la meta suele depender de cambios mínimos. Un
joven estudiante universitario, muy animado y locuaz, aburría a la gente con su
conversación, a pesar del brillo y la originalidad de sus ideas. El caso es que regaba sus
palabras como quien pulveriza un desinfectante, sin enfocar al interlocutor. Ensayé varios
procedimientos para ayudarlo a que me alcanzara. Uno fue hacer que me mirara mientras
hablaba. Otro, que me señalase cada vez que se dirigía a mí. El tercero, que iniciara cada
oración nombrándome. A través de cada uno, me alcanzó —no solo en mi experiencia de
él, sino en su propia experiencia de sí mismo y de mí—. Cuando sentía que sus palabras
daban en el blanco, sonreía de satisfacción ¡y varias veces estalló en sonoras carcajadas,
como si hubiera descubierto la clave del universo!
Las deflexiones que requiere la componenda, y el contacto deteriorado que resulta del
comportamiento sucedáneo, reducen la satisfacción del individuo, que debe hacer un
penoso esfuerzo para llegar adonde va, como si condujera un vehículo frenado.
El trabajo con el movimiento comprende dos pasos principales: el primero es atraer la
atención del paciente hacia los aspectos notables, a medida que se manifiestan; el
segundo, idear un experimento que le permita seguir en toda su extensión los derroteros
indicados por el movimiento mismo, o bien por las palabras que eventualmente lo
acompañan.
Steve, un hombre de movimientos habitualmente rígidos, atravesó la habitación con un
ligerísimo contoneo. Cuando se le llamó la atención al respecto, recordó que de
muchacho había sido objeto de permanentes burlas porque se zarandeaba al andar. Desde
entonces, para evitar el ridículo se propuso reprimir la exuberancia de su marcha, y en
gran medida lo consiguió, atiesando la parte superior de su cuerpo. Creó así una disritmia
con la parte inferior —escisión básica que se da frecuentemente—. El cuerpo de Steve
expresaba su polaridad. La parte superior —brazos pendientes, hombros rígidos, pecho
inerte— estaba inmovilizada. De la cintura para abajo, se mantenía tenso y sus
movimientos parecían estudiados, aunque se adivinaba que las piernas eran fuertes y
vibrantes. Según dijo, no se sentía en libertad para caminar a sus anchas, sino cuando
hacía alguna excursión a pie, su pasatiempo favorito. Pero si encontraba gente, se cohibía
y controlaba el paso. Le pedí que caminara de un lado a otro de la habitación, saltando
sobre una y otra pierna. Al principio se mostró cohibido; después empezó a divertirse y se
29
J. Fast, Body language, Nueva York, M. Evans, 1970.
30
W. Reich, Character analysis, Nueva York, Orgone Institute Press, 1949.
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sobrepuso a su envaramiento. Le pedí entonces que agitara acompasadamente los brazos
al saltar, como si volara. Cuando lo hizo aumentó su deleite, y de pronto advirtió que
tenía conciencia por primera vez de la unidad entre las dos mitades antagónicas de su
cuerpo, y que sentía algo muy diferente de su vago desasosiego habitual. Cuando atravesó
de nuevo la habitación, caminando ya más normalmente, el grupo se dio clara cuenta de
los cambios operados en él. Podía mover brazos y hombros, de concierto con el tórax, y
su pecho ya no parecía hundido. Por supuesto, Steve habría de recaer en sus modalidades
más características, ya que es harto improbable que una sola experiencia arrase con los
hábitos de toda una vida. Sin embargo pudo tomar conciencia de algunos de los controles
que se había impuesto mucho tiempo atrás, y comprobar lo que se siente cuando se salva
esa brecha.
Quizá cueste admitir que una simple secuencia de movimientos, tales como saltar y agitar
los brazos a manera de alas, pueda operar un cambio muy importante. Hemos señalado ya
que este tipo de experiencia debe repetirse y reelaborarse hasta su total asimilación. Por
otra parte, cuando se trabaja para restaurar la capacidad de contacto en general, y en
particular el movimiento, aun los cambios temporarios de una persona pueden resultar
valiosos. Aunque el movimiento sea figura, excederá el marco de la mera calistenia si,
provisto de un contexto, se ubica, contra el fondo de experiencia que le da significado. En
el ejemplo precedente, el significado incluía la personalidad de Steve, escindida entre la
exuberancia y la cautela; su sentimiento de haber bloqueado el contacto con los demás; el
drama de haber asistido a otras experiencias intensas, ya ocurridas dentro del grupo; y el
repentino recuerdo de sus padecimientos de niño, que no había evocado en mucho
tiempo. Estos no fueron sino algunos de los diversos factores que se combinaron para
inspirarlo y permitirle experimentar, como vivencia, lo que de otro modo quizá hubiera
quedado en racional o especulativo. Fue más: de pronto Steve estuvo ahí, todo entero; a
partir de ese punto ya no podrá olvidar tan fácilmente como antes que la totalidad es
posible para él. Si uno puede mostrarle a una persona donde está el quid de la cuestión,
tendrá más probabilidades de encontrarlo que si la dejamos extraviarse por los viejos
caminos de rutina. Este resultado no alcanza a satisfacer las grandiosas ambiciones de la
psicoterapia, pero no es menudo servicio.
La forma en que el sujeto se sienta dice mucho sobre el contacto que quiere entablar.
Mientras conversa o escucha, la disposición no es igual si se inclina hacia adelante que si
vuelve a un lado la cabeza, o la hunde —irrescatable— entre los hombros encorvados. En
un laboratorio de parejas, Paul, sentado en el suelo junto a su mujer, se quejaba de tenerla
eternamente encima. Con esto daba a entender que Sheila se le arrimaba o se enroscaba a
su alrededor a cada rato, cuando él no quería, porque cuando quería no consideraba mal
que lo hiciera una que otra vez. Allí sentado, su postura era tan simétrica, y su equilibrio
tan semejante al de un buda, que Sheila difícilmente hubiera encontrado un lugarcito para
acurrucarse en esa mole maciza, de aspecto impenetrable, a la que sólo habría podido
ceñirse aplicando deliberadamente toda su energía. Paul era una figura hermética, que
sólo se mostraba accesible en las condiciones estrictas impuestas por él mismo. Su
simetría declaraba explícitamente el propósito de mantener su independencia contra
cualquier tentativa ulterior de asedio. Sheila amenazaba su estabilidad, pero el aplomo de
su posición lo defendía contra el peligro de ladearse y caer, a la vez que lo protegía contra
la emoción de unirse con ella.
Alguien del grupo inició el experimento tratando de voltear a Paul. Cuando lo conseguía,
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no sin dificultad, él recobraba el equilibrio con presteza, como esos muñecos tumbones
provistos de un contrapeso en la base, para que vuelvan inmediatamente a la posición
vertical. Al poco rato el mismo Paul empezó a cuestionar la necesidad de este retorno
instantáneo al statu quo. En este punto, Sheila, cumpliendo instrucciones, intentó una vez
más treparse gateando sobre su marido, y abrir una brecha en sus defensas. Puso en el
empeño una energía apasionada, ya que si quería un contacto mayor con él, debía
asegurarse de haber hecho todo lo posible por alcanzarlo. Se reveló entonces que Paul no
se resistía sólo a la amenaza de ser avasallado, sino además a la intimidad per se, que
sentía igualmente amenazadora, y que por influencia de este terror había adoptado la
postura que lo mostraba tan inexpugnable. Sea como fuere, se oyó al fin una risita
sofocada, y el hombre se rindió a la calidez del momento, dejó que le ablandara los
músculos, y se permitió recibir a su mujer con ternura y sin miedo. A partir de este punto
hasta su simetría pareció suavizarse y sensibilizarse. Sólo necesitaba práctica para
descubrir la seguridad de sus propias fronteras, y responder a la intimidad sin temor al
dominio.
El mismo tipo de atención puede aplicarse a detalles menores del gesto y el ademán. El que
mientras escucha asiente gravemente con la cabeza, afirma y acentúa su sentimiento de
contacto con el que habla... salvo que su gesto no pase de ser una evasiva confluente. El
que dice que adora a su madre, y al decirlo mueve lentamente la cabeza de lado a lado,
niega el mensaje con el movimiento. El pasmo, el miedo, la fascinación o el asombro
pueden hacer que uno abra los ojos o la boca, como para dar entrada a toda la fuerza del
impacto. La persona de ademanes cortos y encogidos trasmite un mensaje distinto que la
que extiende los brazos en amplio ademán de abandono, dejando el cuerpo desguarnecido e
indefenso. Si las aletas de la nariz y las comisuras de los labios describen una marcada
curva descendente, es probable que ese gesto diga: «Respiro este aire y hablo con usted,
pero los desapruebo a los dos: a usted y al aire». Entre la estatura de una maestra y la de los
niños muy pequeños hay una desproporción que afecta el contacto. Por tal razón en los
jardines de infantes muchas maestras se arrodillan a menudo al nivel del niño: a menor
distancia se establece mejor el contacto, y se crea un sentido de paridad en las
comunicaciones recíprocas.
A esto le sigue en importancia la rotación del cuello y de los ojos. La flexibilidad supone a la
vez la posibilidad de girar y la de avanzar sin estorbos. La persona de cuello tieso y ojos fijos
mira al frente y nada más. Hay personas que asisten al consultorio del terapeuta y hasta después
de unas cuantas sesiones no se enteran de que hay allí otras cosas aparte del terapeuta en sí, tan
concentradas están en los fines que persiguen. El resto, sea lo que fuere, les resulta irrelevante y
no les merece atención. Pero ocurre que la relevancia ligada al contexto, y al enfocar
exclusivamente la figura del terapeuta, eliminan la posibilidad de establecer el sentido de
contexto que es esencial para la percepción de figura-fondo y para la experiencia de contacto.
¿Cómo se supera tal esterilidad? Hay que dedicar varias sesiones a experimentos en que el
paciente vuelva los ojos de un lado a otro, y gire el cuello de manera que su mirada abarque el
consultorio lo más ampliamente que sea posible. Se le indicará que prosiga con estos ejercicios
fuera del consultorio, prestando atención a los detalles laterales y posteriores, tanto cuando
conduce su automóvil como cuando camina o está sentado. El que se dirige en automóvil a una
reunión, habitualmente sólo tiene un interés compulsivo por llegar, y no se fija en los árboles, ni
en los peatones, ni en el conductor del coche de adelante... ni en el escape de gas del suyo,
probablemente. La flexibilidad es imprescindible para la toma de contacto, porque cualquier
cosa enfocada intensa o invariablemente demasiado tiempo deja de percibirse, como cuando se
nos «duerme» el pie después de estar sentados largo rato. El que no sabe girar queda fijado y
desconectado. La recuperación de la movilidad del cuello y de los ojos contribuye en gran parte
a resolver esta fijación.
Oler y gustar
Lamentablemente el olfato y el gusto han sido relegados a una categoría secundaria como
funciones de contacto. Solo desempeñan papeles inferiores y tangenciales en casi todas las
situaciones que integran la corriente productiva de la vida. Se constituyen en centro de interés
primordialmente en los momentos de ocio —como cuando se paladea un buen vino o un
manjar, cuando se aspira el aroma de los pinos o el de una lluvia primaveral— y también en
situaciones de emergencia —como cuando se necesita oler que algo se está quemando o una
peligrosa emanación de gases, o probar un alimento para saber si está rancio o podrido—. Hoy
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en día hemos llegado a contar con señales mecánicas que nos advierten de estas cosas, y ya no
necesitamos depender de nuestros sentidos. Una válvula le informa al ama de casa que la
comida que ha cocinado en la olla a presión ya está lista; un medidor la entera de que la
calefacción de su hogar es excesiva; sabe que su ropa estará perfectamente limpia al cabo
de un ciclo de lavado, que puede ser de cuatro o seis minutos. Aunque el olfato y el gusto
solo tengan una prioridad menor como funciones de contacto en la vida cotidiana, no por
eso están ausentes en el marco terapéutico.
Los terapeutas guestáltistas han reivindicado hasta cierto punto la función del gusto,
principalmente por influencia de Perls, 31 para quien el proceso de comer era el prototipo
de la actividad elaboradora y asimiladora de lo que el ambiente puede ofrecer al
individuo. Al principio el niño traga todo el alimento fácilmente asimilable que se le
brinda; después, cuando aprende a masticar, modifica, para hacerlo digerible, lo que su
mundo le proporciona.
Corrobora la concepción de Perls el hecho de que gustar sea una actividad valorativa, por
la cual se determina si el alimento es o no es aceptable. Por lo demás, el gusto estimula y
recompensa la acción de comer. La terapia guestáltica asigna una prioridad superior a la
aptitud de establecer finas discriminaciones en cualquier actividad sensorial. Aún así,
resultaría insólito hacer que nuestros pacientes llevaran comida al consultorio, para poder
explorar sus procesos de masticación y degustación. Lo hemos hecho, y con bulliciosas
consecuencias, pero en contadas ocasiones. No es raro hablar metafóricamente de un
«buen gusto innato» o de una «falta de gusto atroz». Esto supone que algunas personas
demuestran una sensibilidad especial en lo que respecta al ajuste o al desajuste de
determinados actos u objetos, y que esta sensibilidad las orienta para discriminar valores
en la pintura, la música o el teatro, y en las aptitudes y talentos ajenos en general. Se
infiere de esta acepción de la palabra «gusto», aplicada a la capacidad de discernimiento
estético, que la función de gustar es el prototipo de la distinción entre lo bueno y lo malo,
lo adecuado y lo inadecuado. En nuestros días hemos llegado a un punto en que el gusto
se sacrifica a razones de conveniencia y de provecho. Hoy son pocos —y cada vez son
menos— los que captan la diferencia entre el pan o el budín caseros y la pasta industrial
elaborada con las fórmulas de la producción en masa. Los menús listos para calentar —
¡cinco comidas sobre una práctica bandeja!—; las frutas «maquilladas» para que luzcan
incitantes, por insulsas que sean; los alimentos congelados, fáciles de almacenar y de
expender, pero insípidos... todo esto se ha hecho moneda corriente, recibida sin
objeciones por una población que ya no reconoce la diferencia; o si la reconoce, no tiene
tiempo para protestar; o si protesta, tiene la vaga impresión de estar quejándose de algo
insignificante o trivial. La distancia entre la granja y la boca solo ha contribuido en una
parte mínima a esta falta de discriminación. Los valores culturales apoyan la
indiferenciación, que es epidémica. Por desgracia, apenas uno renuncia a la toma de
contacto elemental y básica que consiste en saborear el alimento, se encuentra a un paso de
menospreciar el contacto en general. Restaurando al paladar su aptitud discriminatoria, se
tiende a restaurar el interés en el contacto mismo, no solo por su valor intrínseco, que
puede ser grande, sino por la simple, primordial y reconocida excelencia de estar en
estrecha relación con lo que ofrece el ambiente.
Los gourmets cultivan esta sensibilidad, y planean las comidas de modo que cada plato,
31
F. S. Perls, Ego, hunger and aggression, Londres, George Allen And Unwin, 1947.
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aparte de lo que diga por sí mismo, forme un contexto de contraste y armonía con los
restantes, alternando los alimentos fríos con los calientes, los sabores complejos con los
sencillos y la exuberancia con la llaneza. El arte del gastrónomo manipula también la
textura y el color, creando entre plato y plato correspondencias tan sutiles como las de
una sinfonía o una danza, solo que mucho más efímeras. Cada regalo que se brinda al
paladar está destinado a llamar la atención, no a pasar inadvertido.
El olfato es una de las funciones de contacto más primitivas, y probablemente la más
subestimada. Este sentido, que en los animales es uno de los medios más eficientes para
tomar contacto, ha sido objeto de menosprecio y de irrisión en el hombre. La mayoría de
los seres humanos no andan ni quieren andar por el mundo olfateándose unos a otros, y
tampoco quieren ser olidos. Cualquier observador casual del folklore publicitario puede
atestiguar todo el tiempo que se dedica a instarnos y a ayudarnos —por un precio módico-
a disimular, suprimir o minimizar nuestra condición odorífera. Debemos evitar los olores
corporales, lavarnos la cabeza a menudo, usar antisudorales, usar desodorantes de
ambientes, dar de comer a nuestros perros productos que disminuyan el mal aliento hasta
donde sea posible ... ¡y Dios nos libre a nosotros mismos de padecer halitosis!
Los perfumes refuerzan el contacto, pero no pierden nunca del todo el carácter de
sustitutos del olor personal, que trasmiten mensajes estereotipados. Una historieta cómica
presentaba a una mujer gruesa y floja de carnes, de mediana edad, ante un mostrador de
perfumería, donde todos los extractos tenían nombres por el estilo de «Noche de Pasión »,
«Entrega» o «Sígueme», preguntando con aire pudibundo a la vendedora: «¿No tendría
algo apropiado para una principianta?».
Marcia tenía la costumbre típica de sorber por la nariz como remate de sus declaraciones.
Le pedí que olfateara cualquier cosa del consultorio que le interesase oler. Olió primero la
alfombra, luego la mesa y después a mí. De pronto advirtió que estaba demasiado cerca, se
turbó y volvió a su asiento. Al darse cuenta de la gran intimidad que suponía olfatearme,
había recordado una antigua humillación que, en su momento, la había torturado mucho.
Marcia tenía nueve años cuando arribó de Europa a Estados Unidos. Su nueva vida la
desconcertaba terriblemente, y le costaba mucho hacer amistades y sentirse en su casa. Un
día, varios chicos le hicieron un obsequio que resultó ser una barra de jabón desinfectante
Salvavidas. En aquellos tiempos el olor corporal, el jabón desinfectante y la deshonra eran
todo uno. Aunque ella no pudo captar entonces en toda su significación lo agraviante del
regalo, comprendió que le habían inferido una grave humillación, que era una extraña,
vergonzosamente distinta de toda la gente que le rodeaba. A medida que me hablaba de
estas cosas, fue reconociendo que gastaba una cantidad considerable de energía en verificar
cómo huele el mundo, y que había llegado a la conclusión de que, en términos generales,
huele bastante mal. Este juicio refuerza su crónica necesidad de sentirse superior al
prójimo. Uno de los rasgos de su carácter es la pericia para encontrar los defectos ajenos.
La transformación de su olfateo figurado en un olfateo real dio vuelta la tortilla: descubrió
que la ponía en intimidad conmigo y, para su consternación, se sintió asustada y retrocedió.
Evidentemente, olfatear le causaba una emoción más intensa cuando creaba intimidad que
cuando era apenas la rancia reformulación de un viejo agravio.
LA TERAPIA GESTALT
DE LA TEORÍA AL MÉTODO
LA NATURALEZA HUMANA
EL CAMPO ORGANISMO/ENTORNO
LA AUTORREGULACIÓN
EL CONTACTO Y LA FRONTERA-CONTACTO
LA DOMINANCIA
Más arriba, hemos definido lo que entendemos por Gestalt: una G estalt
designa una figura que el sujeto constituye en su contacto con su entorno, lo que va
esencialmente a hacer figura es alguna cosa que el sujeto va a organizar en función
de sus necesidades, deseos, apetitos o situaciones inacabadas del momento. Lo que el
psicoterapeuta va a intentar acompañar, es la capacidad del sujeto de formar figuras,
a extraer figuras de un fondo, a permitirles mostrarse y ponerse en contacto,
construirse y destruirse, porque una figura está hecha para tener un flujo y un reflujo.
Cuando yo voy al volante de mi coche, de vacaciones con mi familia, las
Gestalt que yo formo están constituidas por paisajes, curiosidades arquitectónicas
que atraen mi atención. Si un peligro sobreviene en la carretera, la Gestalt conducir
reemplaza inmediatamente a la precedente y la carretera vuelve a ser la figura de
contacto. Si yo veo el indicador de mi depósito aproximarse peligrosamente a cero,
mi interés por el paisaje se difumina en provecho de las estaciones de servicio.
Y cuando se acerca la hora de la comida, las otras figuras no constituyen más la
dominante, sino que será la búsqueda de un pequeño mesón o de un camino que nos
permita el pic-nic. Guardemos este ejemplo tradicional del hambre para desarrollarlo
un poco más. El hambre se hará figura en un momento dado y va a i nt errum pi r
todas mis otras sensaciones y preocupaciones, va a llegar al primer plano y voy a
contactar mi entorno para encontrar las soluciones satisfactorias. La figura hambre va
a desarrollarse, energetizarme, hacerme entrar en contacto con el entorno, va a tomar
la comida, y a continuación, con el acto de comer y de asimilar la comida, la Ges talt-
hambre va a destruirse y permitirme pasar a otra Gestalt.
Una persona perturbada, en dificultad o «neurotizada», es una persona que
habrá perdido la capacidad de construir y destruir Gestalts: esa danza, ese flujo
permanente, ese proceso de construcción-destrucción está detenido, en particular por
inmovilizaciones. Entremos un poco más en el detalle de esa evolución, de esa
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construcción-destrucción de Gestalts para ser más concretos, y para presentar el
instrumento que va a utilizar permanentemente el Terapeuta Gestalt. Esta secuencia de
construcción-destrucción de Gestalt, (que tiene también a veces el nombre de «ciclo de
contacto», ya que él describe como el organismo contacta el entorno), va a desplegarse
según cuatro fases. Esas cuatro fases, de seguro, no son en realidad fases separadas, son
fases separadas aquí por razones didácticas.
EL PRE-CONTACTO
LA PUESTA EN CONTACTO
EL CONTACTO FINAL
EL POST-CONTACTO
Por último viene la fase que vamos a llamar fase de post-contacto. En la fase de
contacto final, la frontera se abrió de forma que dejara entrar ese objeto de experiencia,
y en la fase de post-contacto, la frontera se cierra sobre esta experiencia vivida y es el
trabajo de asimilación el que comienza en ese momento. No hay más figura, no hay
nada más pertinente que quede en el campo.
«El artesano» del ajuste creador, esa dimensión integradora que reúne las
diferentes funciones necesarias para la puesta en marcha de ese proceso de ajuste
creativo en el contacto, es lo que, en Terapia Gestalt, llamamos el «self». El «self» en
Terapia Gestalt no es abordado como una entidad fija, estable, esto no es la
«personalidad» por ejemplo, que es relativamente estable, sino el conjunto de las
funciones necesarias para la realización del ajuste creativo. Es por esta razón que
preferimos mantener el término anglosajón de «self» antes que llamarlo «el si» pues
«el si» tendrá tendencia a ser considerado como entidad firme, estable; «self» en la
lengua inglesa es un calificativo que se adjunta a sustantivos y que designa, de alguna
forma, el proceso de acción. El «self» es el proceso de contacto en acción, del
organismo contactando la novedad y realizando los ajustes creativos necesarios.
Esta secuencia de construcción-destrucción de las Gestalten, o ciclo de
contacto, es una manera de describir el «self», la que aborda el self en su
desplegamiento temporal. Pero podemos también abordarlo por sus estructuras
parciales, sus funciones particulares son modalidades particulares de funcionamiento
del self, ella son están disociadas más que por razones prácticas y pedagógicas y como
tales, no son más que abstracciones. Las tres funciones que nos concierne (lo que no
quiere decir que el «self» se limita a estas tres funciones) en el desplegamiento del
ajuste creativo, son las funciones que llamamos función ello, función personalidad y
función yo (o función-ego)
LA FUNCIÓN PERSONALIDAD
LA FUNCIÓN ELLO
Cuando hay una pérdida del funcionamiento del modo «yo» en esta ausencia
se precipitan un cierto número de fenómenos que serán, a su manera, fenómenos de
contacto y de frontera. La función del yo es asegurar la puesta en frontera del
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organismo y del entorno; el fenómeno sustitutivo de un funcionamiento sano del
modo «yo deberá presentarse también como un fenómeno de frontera. Estos
fenómenos que vamos a abordar podrían ser fenómenos «sanos», pero cuando están
asociados a una pérdida del funcionamiento del yo, estamos en presencia de
fenómenos no-sanos, disfuncionales. Son en total cuatro. Algunos autores adjuntan
otros pero los mecanismos esenciales son los siguientes: confluencia, introyección,
proyección, retroflexión. Estos términos técnicos piden ser elucidados.
LA CONFLUENCIA
LA INTROYECCIÓN
LA PROYECCIÓN
EL SELF
Es como una danza, donde el fondo hace surgir a la figura, y en la siguiente fase
pasa al fondo, y así se forma el proceso:
FIGURA FONDO
Objeto
Poscontacto X Deseo
Cuerpo
Diferentes
posibilidades
Por lo que se pregunta por lo que siente el cuerpo, es para que a través de la sensación se
hagan claros los deseos, la función del ello.
(1) El Cuerpo es el fondo, a través de la sensación emerge una figura, lo que logra
son los deseos, necesidades, pulsiones.