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APUNTES PARA UNA ESPIRITUALIDAD DEL LAICO

Espiritualidad Fundamental-Bíblica – Espiritualidad de la Justicia y el


Amor

“Revestíos del hombre nuevo...como elegidos de Dios,


santos y amados...Revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección”
(Col.3, 3-17).

“Revestíos más bien del Señor Jesucristo” (Rom.13, 14)

1.- El itinerario espiritual del laico –como el de todo cristiano- arranca desde
el Bautismo y supone esencialmente una “nueva creación”, un
“revestimiento de Jesucristo” un progresivo crecimiento de las virtudes
teologales particularmente del amor.

2.- Con la “Teología espiritual para los laicos”, se quiere Provocar la


respuesta de los laicos a partir de su propia experiencia cristiana: cómo viven
su itinerario bautismal?... cuál es el itinerario?, su responsabilidad eclesial,
su compromiso cristiano con el mundo. Qué significa para ellos tomar cada
día su cruz y seguir al Señor, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo
como a sí mismo, vivir en el mundo las bienaventuranzas evangélicas.

3.- Entendemos por “espiritualidad” la “vida según el Espíritu”. Deseo, por


eso, recordar aquí tres textos de San Pablo relativos al Espíritu:
a) “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”
(Rom. 8,14). Pablo conecta este Espíritu con las exigencias de la vida nueva,
con la tensión escatológica, con la riqueza de la libertad, con la fuerza de la
esperanza universal, con la intimidad del Espíritu que habita en nosotros, con
la oración que el Espíritu hace en nuestro interior “con gemidos inefables”.
Convendría releer todo el Cap. 8, en una constante referencia al laico que
vive particularmente inmerso en “los sufrimientos del tiempo presente” y en
medio de una creación, redimida en esperanza pero todavía sujeta a
esclavitud, que “desea vivamente la revelación de los hijos de Dios” y que
vive “en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para
participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. Es toda la fuerza de
una esperanza cristiana, basada en el Misterio Pascual de Jesús, que abarca
la totalidad de la persona (alma y cuerpo), de la entera comunidad humana y
de todo el cosmos.

b) “Porque en un solo Espíritu hemos sido bautizados, para no formar más


que un cuerpo... y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1Cor.12, 13).
Pablo introduce esta afirmación para iluminar el Misterio de una Iglesia
“Cuerpo de Cristo” y las exigencias de comunión y de participación de todos
sus miembros. La espiritualidad del laico, como la de todo cristiano, tiene
sus raíces en el bautismo que lo incorpora al único Pueblo de Dios,
sacerdotal, profético y real. El bautismo trae sus exigencias de santidad y
comunica las energías del Espíritu para la vida nueva. San Pablo llama a los
cristianos simplemente “los santos”, “los elegidos”, “los amados por Dios”.
Una auténtica espiritualidad del laico dice siempre referencia al bautismo, al
sacerdocio común, a la comunión eclesial; podríamos decir que es
simplemente una “espiritualidad cristiana”.

c) ¡Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Gal.5,-


25). Es la coherencia del cristiano comprometido desde la fe a transformar
el mundo. Es la exigencia profunda de nuestra vida bautismal y eclesial:
crecer cotidianamente en Cristo de novedad en novedad, hasta la novedad
definitiva de nuestra Pascua final, cuando “seremos semejantes a él, porque
le veremos tal cual es” (I Jn.3, 2). Pablo conecta esta vida nueva en el Espíritu
con dos realidades esenciales: la libertad cristiana y la caridad. “Para ser
libres nos libertó Cristo” (Gal.5,1); “Hermanos, habéis sido llamados a la
libertad: sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes lo
contrario, servíos por amor los unos a los otros. Pues toda la ley alcanza su
plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero
si os mordéis y os devoráis mutuamente, mirad no vayais mutuamente a
destruiros” (Gal.5, 13-15). Esto es esencial para el laico llamado
particularmente a construir una nueva sociedad –libre, fraterna, justa-, una
verdadera civilización de la verdad y del amor. Pablo dice: “el fruto del
Espíritu es amor, alegría, paz” (Gal.5, 22). La paz –fruto de la verdad, de la
justicia y del amor- es, antes que nada, don de Dios; hay que obtenerlo con
la oración y la conversión.

Por consecuencia:

Hablamos de una espiritualidad basada en la oración personal y comunitaria,


en la lectura de la Biblia y en la vida sacramental, capaz de sostener a los
laicos en su acción en el mundo; una espiritualidad que abarque a la familia,
la educación, el trabajo, la ciencia, la cultura, la política y los compromisos
sociales y civiles. Ahí es donde hace falta la presencia de los laicos para
testimoniar el Evangelio y transformar la sociedad.

La espiritualidad de los laicos es, ante todo, caminar por las calles de la vida
junto a Cristo, con la fuerza del Espíritu Santo, al encuentro del Padre,
construyendo su reino. Los laicos de hoy han de ser como aquellos de Emaús:
personas en camino, desalentadas, sí, pero que han encontrado a un
desconocido que les acompaña y hace arder su corazón mientras les habla de
las Escrituras.
El laico es el cristiano llamado a ser santo y apóstol en las estructuras
humanas a modo de fermento, es decir, "en el corazón del mundo" (EN 70).
"A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el Reino de
Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios... Viven
en el mundo... Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su
propia profesión, guiados por el espíritu evangélico, contribuyen a la
santificación del mundo desde dentro, a modo de fermento" (LG 31).

Con estos matices de espiritualidad y de apostolado, el laico camina por el


sendero de la fe, la esperanza y la caridad, para ser transparencia del
Evangelio en medio del mundo. Son tres sus características básicas:

1. Secularidad. El laico debe insertarse en el mundo, es decir, en los asuntos


temporales.

2. Fermento evangélico: De ellos se espera que impregnen de Evangelio el


mundo, actuando desde dentro de las mismas realidades temporales.

3. Siendo miembro peculiar del Pueblo de Dios: siempre en la "comunión


y misión" de la Iglesia, participando responsablemente de su misma
naturaleza en todos sus niveles proféticos, sacerdotales y reales.

En esta línea, el laico llega a los diversos niveles de la vida integrándose al


quehacer de otras vocaciones. El laico debe hacerse presente:

a. en la vida social, política y económica, nacional e internacional; también


cuando se trata de "opciones" o campos opinables, para colaborar en la
construcción de la justicia y de la paz (GS 40-43, 63, 82; EN 70; SRS 41);

b. en la familia, como protagonista y formando parte responsable de la vida


del hogar y de la educación de los hijos (LG 11, 31, 35; AA 11; GS 47-52;
EN 70-71; FC 49-64, 86);

c. en el mundo del trabajo con todas sus implicaciones de derechos


fundamentales, asociaciones y reivindicaciones, etc. (GS 33-39, 67-72; LG
24-27; AA 13; EN 70);

d. en el campo de la juventud, educación y cultura, con plena responsabilidad


y como protagonista del Evangelio (GS 53-62; EN 19-20, 72).

e. en los medios de comunicación social con plena responsabilidad y con


disponibilidad generosa (EN 45);
f. En la migraciones o "movilidad humana" según las propias posibilidades
(AA 10, 14).

Se trata de líneas de espiritualidad que podríamos sintetizar como:

1. Encarnación con el anuncio y testimonio.


2. Cercanía evangélica a las situaciones humanas.
3. Formando parte integrante y responsable de la Iglesia.

La disponibilidad misionera de los laicos y su capacidad de inserción


evangélica en las cosas temporales dependerá esencialmente de su encuentro
con Cristo y de su sintonía de comunión y misión de la Iglesia. "Cada laico
debe ser ante el mundo un testigo de la resurrección y de la vida del Señor
Jesús y una señal del Dios vivo" (LG 38).

Finalmente, el laico debe saber que no es protagonista único e irremplazable:


es sólo mediación o sacramento de Jesús, el Cristo, y voz de los sin voz. Tal
vez, por eso, sea necesario vivir la mística del Padre nuestro pero leído al
revés:

Hijo mío, que estás en el mundo,


eres mi gloria y en ti está mi reino.
Tú eres mi voluntad y querer.
Te sostengo y mantengo cada día.
Te perdono siempre para que sepas hacerlo
Y puedas perdonar a los demás.
No temas: yo te libraré de todo mal.
Y de tus dudas y tentaciones.

Autor original: Eduardo F. Card. Pironio

CLASE DEL 17 de nov. de 17


Seminarista Anderson Girón Pardo.

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