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1.- El itinerario espiritual del laico –como el de todo cristiano- arranca desde
el Bautismo y supone esencialmente una “nueva creación”, un
“revestimiento de Jesucristo” un progresivo crecimiento de las virtudes
teologales particularmente del amor.
Por consecuencia:
La espiritualidad de los laicos es, ante todo, caminar por las calles de la vida
junto a Cristo, con la fuerza del Espíritu Santo, al encuentro del Padre,
construyendo su reino. Los laicos de hoy han de ser como aquellos de Emaús:
personas en camino, desalentadas, sí, pero que han encontrado a un
desconocido que les acompaña y hace arder su corazón mientras les habla de
las Escrituras.
El laico es el cristiano llamado a ser santo y apóstol en las estructuras
humanas a modo de fermento, es decir, "en el corazón del mundo" (EN 70).
"A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el Reino de
Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios... Viven
en el mundo... Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su
propia profesión, guiados por el espíritu evangélico, contribuyen a la
santificación del mundo desde dentro, a modo de fermento" (LG 31).