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¡SU MILAGRO ESTÁ EN CAMINO!

Una vez, un gran hombre de Dios declaró que los milagros pasan cerca de
nosotros todos los días.
Y yo estoy aquí para decirle que ya es hora de que esto cambie.
Es tiempo de que los milagros dejen de pasar cerca de nosotros y se comiencen
a manifestar en nuestras vidas, en nuestros hogares, en nuestras familias, en
nuestros negocios o trabajos, en nuestras iglesias y en nuestras comunidades.
Llegó el momento de que esperemos milagros todo el tiempo, que estemos a la
expectativa de lo extraordinario que Dios realizará… y que rechacemos la
naturaleza pervertida.
En Jueces 6:13, Gedeón declaró lo siguiente: «…si Jehová está con nosotros,
¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? ¿Y dónde están todas sus
maravillas, que nuestros padres nos han contado?…».
Esa pregunta aún persiste el día de hoy. En la Iglesia, en general, las personas
no son testigos de los milagros, tampoco los ven en su diario vivir.
Entonces ¿dónde están todos esos milagros? ¿En realidad existen? ¿Acaso
Dios ya no está dispuesto a intervenir en nuestras vidas?
Dios todavía es Dios
Mis hermanos y hermanas, los milagros no suceden de la nada. Usted y yo
debemos provocar que se manifiesten. Debemos activarlos mediante nuestra
cooperación con Dios. Sólo rindiéndonos a Él, Su poder sobrenatural se
manifestará a nuestro favor e invalidará las circunstancias naturales que
enfrentamos en esta vida.
En Gálatas 3:5 leemos: «Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace
maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con
fe?».
En otras palabras, Dios es el único que nos provee de Su Espíritu, y Su poder
sobrenatural aún se encuentra realizando milagros entre nosotros.
Si lo analiza, el término Dios significa: “Aquel que debe ser adorado por tener
habilidades sobrenaturales”. Profundicemos un poco más, y descubramos qué
quiere decir la palabra sobrenatural: “Lo que va más allá de la ley y del poder
natural”.
Así que nos referimos a Quien debe ser adorado por tener habilidades que van
más allá de la ley y del poder de este mundo natural en el que vivimos.
Por esa razón, la Biblia se encuentra llena de escrituras como Mateo 19:26, en
la cual leemos: «…Para los hombres esto es imposible; más para Dios todo es
posible».
Lucas 1:37: «porque nada hay imposible para Dios».
Marcos 9:23: «Si puedes creer, al que cree todo le es posible».
Incluso ahora, la mayoría de personas en nuestro mundo escogen vivir por sus
propios recursos limitados e intentan vivir a su manera, y no desean depender
de Dios ni de Su manera de actuar.
Sin embargo, como creyentes, al momento que decidimos ser cristianos, fuimos
llamados a vivir en el reino donde todo es posible. Dimos un paso de lo imposible
para el ser humano (el reino natural), a lo posible con el Dios todopoderoso (el
reino sobrenatural).
Es maravilloso que hayamos tomado ese paso; mas según lo que estudiaremos,
existen cosas que necesitamos saber, y recordar de manera continua; si
queremos andar en este ámbito milagroso con el Señor. Debemos permitirle ser
Dios sobre nuestra vida.
¡No retenga su paz!
Recuerde que en Gálatas 3:5 leímos que Dios nos suministra el Espíritu y que
hace milagros entre nosotros. Esto surge en respuesta a nuestra fe en Sus
palabras. Así que formamos parte vital en los milagros.
Para comprender cuán importantes somos, deseo que vea un milagro que se
encuentra en Lucas 18. 35 al 39.
Aconteció que acercándose Jesús a Jericó, un ciego estaba sentado junto
al camino mendigando; y al oír a la multitud que pasaba, preguntó qué era
aquello. Y le dijeron que pasaba Jesús Nazareno. Entonces dio voces,
diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y los que iban
delante le reprendían para que callase; pero él clamaba mucho más: ¡Hijo
de David, ten misericordia de mí!
Primero observe que el hombre ciego estaba mendigando.
Si no aprendemos a rendirnos al poder de Dios, Satanás hará que durante el
resto de nuestra vida mendiguemos. Y esto no debe ser así, pues nuestro Padre
ya preparó cada provisión en el cielo y en la Tierra para que no tuviéramos que
mendigar ni un día de nuestra existencia.
Sinceramente, yo comparo a este ciego con muchos cristianos que no conocen
los derechos de su pacto; y como resultado, permanecen en la posición de un
mendigo.
“¿Acaso no deseas sanarme, Dios?”.
Y ésa no es nuestra posición en el pacto de sangre. Dios mismo nos declaró que
debíamos recordarle Su pacto (Isaías 43:26), y demandar Su poder. Tenemos
el derecho a vivir en sanidad, prosperidad y que nuestros hijos anden en los
caminos del Señor, ¡pues poseemos un pacto!
Cuando el hombre ciego escuchó toda la conmoción de la multitud que pasaba,
él gritaba para saber qué estaba sucediendo.
¿Qué le respondía a la gente?
“¡Jesús de Nazaret está pasando por aquí!”.
Mi amigo, Jesús pasa todos los días —momento a momento—, a nuestro lado.
De hecho, si usted es cristiano, Él se encuentra en su interior ahora mismo. No
obstante, si deseamos un milagro es necesario que actuemos. Debemos cumplir
nuestra parte.
En este caso, el hombre ciego comenzó a gritar: «… ¡Jesús, Hijo de David, ten
misericordia de mí!...».
Después de suplicarle a Jesús; observe la reacción de las personas que se
encontraban a su alrededor. En el versículo 39 leemos que las personas lo
reprendían y le decían que se callara.
Ahora, así como en aquel entonces, las organizaciones religiosas han tratado de
mantenernos alejados de los milagros. Y lo sé, pues a mí me sucedió. Las
tradiciones religiosas me mantuvieron lejos del bautismo del Espíritu Santo y de
la sanidad. Quizá éstas me mantenían alejado del infierno; sin embargo, muy
alejado del cielo también.
Entonces tenemos a un hombre ciego que “vio” su milagro pasar; no obstante,
los religiosos no podían verlo. Sus ojos naturales no se los permitían; sin
embargo, el hombre ciego lo vio claramente en su espíritu, con los ojos de la
revelación. Y lo que él vio, los religiosos se lo negaron. Pero esto no lo detuvo,
él gritó más fuerte, y con más intensidad.
Cuando la fe habla…
Hemos visto que el hombre ciego cumple su parte en este milagro, ahora
estudiemos qué hace Dios:
Jesús entonces, deteniéndose, mandó traerle a su presencia; y cuando
llegó, le preguntó, diciendo: ¿Qué quieres que te haga? Y él dijo: Señor,
que reciba la vista. Jesús le dijo: Recíbela, tu fe te ha salvado. Y luego vio,
y le seguía, glorificando a Dios; y todo el pueblo, cuando vio aquello, dio
alabanza a Dios. —Lucas 18:40-43
En medio de una multitud ruidosa, Jesús escuchó una voz distinta: la voz de la
fe. Cuando la escuchó, se detuvo.
Jesús no ha cambiado, Él es el mismo (Hebreos 13:8). Cada vez que Él escucha
la voz de la fe, se detiene. Cuando alguien habla en fe, llama Su atención. Él
debe detenerse, pues se encuentra bajo órdenes divinas. La voz de la fe
demanda Su poder.
Entonces una vez que pedimos que el poder de Dios se manifieste, Jesús se
detiene… pero ahora vea lo que Él hace: «…Jesús entonces, deteniéndose,
mandó…».
Cuando pedimos algo, Dios da una orden a nuestro favor. Él libera poder
sobrenatural para cambiar las situaciones naturales y pervertidas, provocando
que éstas se alineen con lo que creemos. Su poder se somete a nuestra fe.
Como ve, Dios mismo se ha dispuesto para que nuestra fe lo controle a Él, así
como también a todos Sus recursos en el cielo. Usted y yo tenemos la habilidad
de lograr que Dios y todo el cielo obren; en cualquier momento: en el
supermercado, en el carro, en la casa, en el patio o en el trabajo.
Por tanto, Jesús no pudo ir a ningún lado ese día, ni realizar nada más; sino
hasta después de que respondió a la voz de fe que clamaba por Él.
Sólo reciba
Después de que el ciego fue traído delante de Él, le preguntó: «… ¿Qué quieres
que te haga?...». Observe que Él no dijo: “Permíteme ver qué puedo hacer por
ti”. O “Claro, deseo ayudarte, pero no te dejes llevar por la emoción”.
No, Jesús no le puso límites a su petición. De hecho, los límites dependían del
ciego. Entonces le pidió a Jesús: «…Señor, que reciba la vista…». A lo que Jesús
respondió: «…Recíbela, tu fe te ha salvado». Recibir, sólo necesitamos recibir.
Hoy en día, los cristianos carecen de muchas cosas, pues no reciben —y no
debería ser así—. Como creyentes, tendríamos que gozar de tanta libertad, al
punto que las personas sean atraídas constantemente hacia nosotros. Y ¿por
qué no? Si nosotros poseemos algo que puede captar la atención de Jesús, el
que obra milagros, en cualquier momento… y por cualquier razón.
Jesús se detuvo en Jericó el día que Él escuchó la voz de la fe. Esa voz lo detuvo
en su camino. No necesitó pensar u orar al respecto. Él no tenía opción, debía
responder; pero la clave fue la fe.
Jesús no utiliza Su poder milagroso al azar. Él necesita una invitación de fe. Si
no la tiene, pasará de largo.
Muchos milagros se han alejado de nosotros, pues aunque Jesús se manifieste
entre nosotros lo hemos dejado pasar sin llamarlo con la voz de la fe que se
necesita para detenerlo.
¡Deténgalo! No permita que Jesús sólo pase a su lado. Hable palabras de fe,
llore, grite, hágalo con más intensidad si es necesario; pero hágalo con ¡la voz
de la fe!
Y una vez que Jesús se detenga, no retroceda. No lo limite, o no se limite a sí
mismo. Vaya y dígale lo que desea obtener de Él. Luego reciba. Sí, nosotros le
servimos a un Dios que obra milagros, y las bendiciones del cielo se manifiestan
en nosotros. Sin embargo, recibir su milagro depende de usted. Por tanto, no
permita que Jesús pase de largo. ¡Deténgalo!

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