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Mi Autodisfrute

La única preocupación del mundo hasta el presente ha sido solo vivir, uno puede dirigir
toda la actividad hacia las cosas de aquí abajo o hacia el más allá, hacia la vida temporal o
hacia la vida eterna, ya se aspire al pan cotidiano (dadnos nuestro pan cotidiano), o al pan
sagrado (el verdadero pan del cielo, el pan de Dios que ha bajado del cielo y que da la vida
al mundo, el pan de la vida).

El mundo moderno quiere que las necesidades de la vida ya no sean un tormento para nadie
y se enseña que el hombre debe ocuparse de este mundo y vivir su vida aquí sin
preocuparse del más allá.

Consideremos la cuestión desde otro punto de vista: quien sólo trata de vivir, no puede
pensar en gozar de la vida. Mientras su vida depende de si consigue comida para el día de
hoy no puede consagrar todas sus fuerzas al goce de la vida. Pero ¿cómo gozar de ella?
Usándola, como se quema la vela que se emplea. Usa uno de la vida y de sí mismo,
consumiéndola y consumiéndose. Gozar de la vida es devorarla y destruirla.

Pues bien, ¿qué hacemos? Buscamos el goce de la vida. ¿Y qué hacía el mundo religioso?
Buscaba también la vida. ¿En qué consiste la verdadera vida, la vida bienaventurada, etc.?
¿Cómo alcanzarla? ¿Qué debe hacer el hombre, y qué debe ser para ser un verdadero
viviente? ¿Qué deberes le impone esta vocación? Estas preguntas y otras semejantes
indican que sus autores todavía se buscan, buscando su verdadero sentido, el sentido que su
vida debe tener para ser verdadera. ¡No soy más que sombra y bruma. Lo que seré, será mi
verdadero Yo! Perseguir ese Yo, prepararlo, realizarlo, tal es la pesada tarea de los
mortales.

Sólo cuando estoy seguro de mí y cuando no me busco ya, soy verdaderamente mi


propiedad. Entonces me poseo y por eso me utilizo y disfruto de mí. Pero mientras creo,
por el contrario, tener que descubrir todavía mi verdadero Yo, mientras me esfuerzo porque
en mí no viva Yo, sino el cristiano, o cualquier otro Yo espiritual, es decir, cualquier
fantasma tal como el Hombre, la esencia del Hombre, etc., me está para siempre prohibido
gozar de mí en el aquí y el ahora.

Un abismo separa ambas concepciones: Yo soy mi fin – Yo soy mi punto de partida; según
la primera, yo me busco; según la segunda, yo me poseo y hago de mí lo que haría de
cualquier otra de mis propiedades, gozo de mí a mi agrado. No tiemblo ya por mi vida, la
prodigo. La cuestión, en adelante, no es ya saber cómo conquistar la vida, sino cómo
gastarla y gozar de ella; no se trata ya de hacer florecer en mí el verdadero Yo, sino de
consumir mi vida.
¿Y ustedes todavía se buscan? Eso quiere decir que todavía no se poseen. Su vida no es más
que una larga espera, durante siglos se ha suspirado por el porvenir y se ha vivido de
esperanzas. Es cosa muy distinta vivir del disfrute.

Quien tiene que buscar su vida para conservarla no puede gozarla y quien la busca no la
tiene y tampoco puede gozarla. Ambos son pobres, pero ¡bienaventurados los pobres!

Pobres seres, que podrían ser tan felices, si no se someten a los pedagogos. Repiten
mecánicamente la lección que se les ha apuntado. ¿A qué soy llamado? ¿Cuál es mi deber?
Inmediatamente la respuesta se impone a ustedes: Ustedes tienen una vocación que el
Espíritu ha presentado de antemano. Con relación a la voluntad, eso puede anunciarse así:
Yo quiero ser lo que debo ser.

El hombre no tiene vocación a nada; no tiene más deber y vocación que la tienen una planta
o un animal. La flor que se abre no obedece a una vocación, pero se esfuerza en gozar del
mundo y consumirlo tanto como puede; es decir, saca tantos jugos de la tierra, tanto aire del
éter y tanta luz del sol como puede absorber y contener. El ave no vive para realizar una
vocación, pero emplea sus fuerzas lo mejor posible; caza insectos y canta a su gusto. Esa
rosa es, desde que existe, una verdadera rosa, y ese ruiseñor es y ha sido siempre, un
verdadero ruiseñor; igualmente Yo; no sólo cuando cumplo mi misión y me conformo con
mi destino, soy un verdadero hombre; lo soy, lo he sido siempre y no dejaré de serIo.

El verdadero hombre no está en el porvenir, no es el objetivo de un afán, sino que está aquí,
en el presente, existe en realidad; cualquiera que Yo sea, alegre o apenado, niño o anciano,
en la confianza o en la duda, en el sueño o la vigilia, soy Yo. Yo soy el verdadero hombre.

Pero si soy el Hombre, si he encontrado realmente en Mí aquel de quien la humanidad


religiosa hacía un objetivo lejano, todo lo que es verdaderamente humano es, por eso
mismo, mi propiedad. Todo lo que se atribuía a la idea de humanidad me pertenece.

Todo me pertenece y recobraré todo lo que quiera sustraerse a Mí; pero ante todo me
recobro a Mí mismo, si una servidumbre cualquiera me ha hecho escapar de mí mismo.
Mas eso tampoco es mi vocación, es mi conducta natural.

En resumen, existe una gran diferencia entre considerarme como punto de partida o como
punto de llegada. Si no me poseo todavía soy extraño a mí. Si Yo no soy aún yo, otro (Dios,
el verdadero Hombre, el verdadero devoto, el hombre racional, el hombre libre, etc.), es el
Yo, mi Yo, es el Yo que me posee. Todavía bien lejos de Mí, hago de Mí dos partes, de las
que una, la que no es alcanzada y tengo que realizar, es la verdadera. La otra, la no
verdadera, es decir, la no espiritual, debe ser sacrificada; lo que hay de verdadero en Mí, es
decir, el Espíritu, debe ser todo el hombre. Eso se traduce así: El Espíritu es lo esencial en
el hombre o el hombre no es Hombre más que por el Espíritu. Uno se precipita ávidamente
para atrapar al Espíritu como si al mismo tiempo fuera a atraparse él mismo, y en esta
persecución desatinada del Yo se pierde de vista el Yo que uno es.

Al precipitarse en pos de sí, el inalcanzable, se olvida de la regla de los sabios que


aconsejan tomar a los hombres tal como son; se prefiere tomarlos como deberían ser y en
consecuencia galopa uno sin tregua sobre la pista de su Yo tal como debería ser y se
esfuerza en volver a todos los hombres igualmente justos, estimables, morales o razonables.

Si los hombres fueran como deberían y como podrían ser, si todos los hombres fueran
razonables, si se amasen los unos a los otros como hermanos, la vida sería un paraíso. Pero
los hombres no son como deben ser y como pueden ser. ¿Qué deben ser? Lo que pueden ser
y nada más. ¿Y qué pueden ser? Nada más de lo que pueden, es decir, de lo que tienen el
poder o la fuerza de ser. Pero eso, lo son realmente, puesto que lo que no son, no son
capaces de serlo; porque ser capaz de hacer o de ser, quiere decir hacer o ser realmente.
Uno no es capaz de ser lo que no es; uno no es capaz de hacer lo que no hace.

No es el individuo el que es el Hombre; el Hombre es un pensamiento, solamente un ideal.


El individuo no es al Hombre lo que la infancia es a la edad madura, sino lo que un punto
hecho con yeso es al punto matemático, lo que una criatura finita es al Creador infinito, o
en términos más modernos, lo que el ejemplar es a la especie. De aquí el culto de la
humanidad eterna, inmortal, a cuya gloria (ad maiorem humanitatis gloriam) debe
sacrificarlo todo el individuo, convencido de que sería para él un honor eterno haber hecho
alguna cosa por el Espíritu de la humanidad.

Los sacerdotes y los pedagogos piensan en un ideal humano que no tiene realidad
provisionalmente más que en su pensamiento, pero piensan después en la posibilidad de
realizar este ideal, y es indisputable que esa realización es realmente pensable: es una Idea.

Razón, justicia, caridad, le son presentadas al hombre como la vocación del hombre, como
el objeto a que deben tender sus esfuerzos. ¿Y qué significa ser razonable? ¿Es razonarse
uno mismo, comprenderse? No; la Razón es un gran libro repleto de artículos de leyes,
todos atestados contra el egoísmo.

La historia no ha sido hasta hace unos siglos más que la historia del hombre espiritual. El
hombre se pone entonces a querer ser algo. ¿Ser qué? Bueno, bello, verdadero, o más
exactamente moral, piadoso, noble, etc. Quiere hacer de sí mismo un verdadero hombre: el
Hombre es su objetivo, su imperativo, su deber, su destino, su vocación, su ideal: el
Hombre es para él un futuro, un más allá. Y si llega a ser lo que sueña, no puede serlo más
que gracias a algo, que se llamará veracidad, bondad, moralidad, etc. Desde entonces mira
de través a cualquiera que no rinda homenaje esos mismos ideales, no siga la misma moral
y no tenga la misma ley. La sociedad lo persigue como enemigo público.

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