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estrada
Angelica, la protagonista de
muchas cosas en pocos dias,
A medica que avanzamos
por las paginas dela novela,
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——_Una finca en Salta
——— —dormitorios
de los trabajadoreLa autora
aq Ruth Kaufman nacio en 1961, en la Ciudad
‘Autonoma de Buenos Aires. Es escritora edi-
tora, maestra y licenciada en Letras. Desde
2007 escribe los guiones de Pakapaka, progra-
ma de televisién para chicos del Canal
Encuentro, También coordin6 talleres para nifios, adoles-
centes y adultos, y trabajé en la formactén de maestros en
cl rea de lectura y escritura,
‘Algunos de sus libros son La ciudad de fos magas
(2984); Nade de tus, mi siquiee velas (1992); Los rimaqué
(2002); cQuiéw corre conmigo? 2003); Las aoenturas de
Bigote, el gato sin cola (2004); Tom y Nimo son amigos (2004).
En coautoria con el dibujante Pablo Sapia publicé las his-
torietas de Gritar los goles (2003); unto a Cristian Turdera,
a Reina Mab, el hada de las pesadillas (2007); con el itus-
trador Diego Bianchi, Los leones no comen banana (1999),
‘May lejos de ta tierra (2000), Como pez en el cielo (2008) y
‘Mucho més que miedo ls fantasmas (2008),
EXTRANA MISION
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reso estas muy xecimente, « Mga Sunland
ule vio ex aos de meni.
‘Ale bobo, scr ste lataLas definiciones de las palabras resaltadas aparecen en
el Glosario de las paginas 56, 57 y 58,
Angélica y Casilda
Avngetca recorri6 el huerto a los gritos:
—;Casilda, Casilda, Casildal, gd6nde diablos
te has metido?
Nadielecontest6. Fue hasta los chiqueros, don-
de una criada les daba de comer a los chanchos,
ppero no era Casilda, Fue hasta la casa y cruz6 el
primer patio con la boca bien cerrada: mil veces le
habia dicho su madre que una nifia no debia an-
dar a los gritos. Cruz6 el segundo patio y entré en
la cocina: dos criadas preparaban empanadas y su
hermanita, Maria del Carmen, las estaba ayudan-
do.con los repulgues. Ninguna era Casilda, Entr6
enel tercer patio. Bajo la sombra de un molle, ca~
si escondidas entre las ramas que cafan hacia el
suelo, estaban Casilda y su abuela Ignacia.
Casilda arrimaba la lefia y cortaba las ramas
largas en trozos parejos. Su abuela revolvfa Io
que habia dentro de la paila que estaba sobre el
fuego. Ignacia le acercé un banquito a Angélica.
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i32 Ruth Kaufman
—Siéntese, nifia; Casilda ya termina,
Gracias, Ignacia, En qué puedo ayudar?
—Nada, nifia, nada,
—Puedo revolver —insistié Angélica pidien-
do la cuchara.
=No se vaya a quemar —le advirti6 Igna-
cia—. Mire que si se descuida y le salpica una go-
tita de dulce hirviendo... jay!, le va a quedar la
‘marca en la piel para toda la vida.
‘Angélica se puso a revolver como le habia
ensefiado mama Ignacia: siempre en la misma
direcci6n, No necesitaba mirar dentro de la olla
para saber que ese aroma, que daba ganas de co-
merse el aire, era el del dulce de higos
—Por la tardecita va a estar listo —dijo la
abuela—. A ver, como se dan cuenta de que tie-
nen que sacar el dulce del fuego?
Por el color ~contesté Angélica. Cuan-
do esta listo, es oscuro y transparente.
—No ~dijo la vieja—, no es por el color. Y ti,
Casilda, ge6mo lo sabes?
Yo lo pruebo —respondis Casilda— y me
doy cuenta por el sabor.
—Tampoco, mi hija, tampoco. Atiendan bien,
que no puede ser que a su edad no lo sepan:1 Rath Koufman
Angélica, ya tienes ocho atos y ti, Casilda, jvas
a cumplir los doce...! Sacan un poco de dulce
con la cuchara y lo dejan caer sobre un plato. Si
se desparrama, deben cocinarlo mas; si se hace
‘una bolita redonda, esta en su punto justo y es
hora de sacarlo del fuego.
Para reforzar la lecci6n, la abuela dejé caer
una cucharada de dulce que se desparramé so-
bre el plato, Angélica limpié el plato con el dedo,
y el dedo con la lengua.
—Esté muy bueno, pero le falta un poco de
fuego— dijo, haciéndose la importante.
—jA usted le falta, y mucho... todavia! —le
contesté la abuela, quitandole la cuchara de la
mano—. Ve con la nifia, Casilda, que ya no te
preciso mas.
{Vamos al rfo? —propuso Angélica—. Asi
1nos quitamos el calor del fuego...
Atravesaron el tercer patio, el segundo y,
cuando les faltaban dos pasos para salir de la ca-
sa y largarse corriendo hasta el rfo, escucharon
la voz.agriada de la tia Herminia:
—jAngélica, la leccién!
P
La lecci6n
Avcgetica siguio adelante, haciéndose la
que no habia ofto. Estaba a dos pasos del portén
del primer patio, el que daba hacia afuera de la
casa.
Angélica, que si voy a buscarte yo, ser
mucho peor para ti!— grité la tfa Herminia con
esa voz que pinchaba los ofdos.
‘Angélica tocé la madera del portén, pareci6
que la acariciaba, y dio media vuelta. Casilda, en
cambio, Io atraves6 y se fue hacia los huertos.
jCémo envidi6 a su amiga! Casilda no tenia que
pasar horas con la tfa Herminia copiando letras
y repitiendo silabas y silabas de memoria. Para
peor, la letra le salia horrible. Angélica habia
probado escribir a escondidas con la mano iz~
quierda, la misma que usaba para hacer todas las.
cosas, y la letra le habia quedado mucho mas bo-
nita, Pero la tia le tenia prohibido usarla, “La iz-
‘quierda es la mano del diablo —le habia dicho,16 Rath Kaufman
nada bueno podrias escribir con ella”. Angélica
pensaba que las cosas buenas o malas venian del
pensamiento, que nada tenfan que ver con la ma-
no que las escribiera; pero las nifias no podfan
discutir y, menos que menos, con la tia Herminia.
Alentraren la habitacién, vio que su tia la es-
peraba arrodillada frente ala Virgen. Herminia le
seftal6 con la cabeza el lugar donde debfa arrodi-
Hlarse junto a ella y Angélica lo hizo. Levanté la
tela de su vestido y dejé que los maices esparci-
dos por el suelo se le clavaran en la piel. Rezaron
juntas cinco padrenuestros y diez. avemarias. La
‘fa pronunciaba cada palabra con una lentitud
exagerada, como si disfrutara con el dolor de la
penitencia. Con la cabeza agachada, Angélica le
miraba de reojo los dos pelos negtos y duros que
salian de la verruga que tenia en la mela
‘Al terminar los rezos se sentaron a la mesa.
La tia tom6 un gran papel blanco, la pluma, el
tintero y dibujé las maytisculas A, B,C, hasta lle-
gar a laM. Cada maydiscula tenia distintos ador-
nos; uno més dificil que el otro.
—Copia un renglén de cada letra —orden6.
Entonces, empez6 el sufrimiento. La mano
derecha, torpe y dura, no respondia a las érelenes
strata mision 17
del cerebro. Angélica le decia “basta” y la mano
seguia de largo; Ie pedia un ruloy la mano le ha-
fa una raya, Tratando de dominar mejor los mo-
-vimientos, Angélica apreté los dedos y, entonces,
Ja pluma solt6 una burbuja de tinta y un man-
chén azul inunds el rengion.
—Linea con manchén, debe empezarse desde
el comienzo —ordené la voz agria de la tia.
‘Angélica empez6 de nuevo. La mano dere-
cha temblaba y, al intentar el trazo de la D, ya la
pluma habia dejado caer otra gota azul.
‘Angélica se concentré, Asoms la punta de la
Iengua y agach6 el cuerpo sobre el papel. Pero,
entonces, un golpe en la espalda le empujé la
mano, que rayé la hoja en cualquier direccién.18 Ruth Kauinan
—Enderézate; si te sientas asf te saldra una
joroba. Y entra esa lengua, que ya no eres una ni-
fa pequefta —le grité la tia.
Un lagrimén redondo y transparente cayé
sobre la hoja y se unié a los manchones de tinta
desdibujando las pocas maydisculas que atin po-
dian leerse.
La tia tomé una hoja en blanco, le quité la
pluma de las manos y dibujé bellas y prolijas le-
tras mayésculas.
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