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Generación del 98

También llamada generación del desastre en alusión a la pérdida de Cuba por España.
Habrá que esperar hasta 1934, con la conferencia de Pedro Salinas sobre 'El concepto de generación literaria aplicado
a la del 98', para que se fije definitivamente esta manera de identificar a una generación que representó un
fenómeno importante por cuestionarse la tarea intelectual frente a España y la política española, y plantearse el
dilema de una literatura acorde con esas inquietudes. Muchos de sus representantes estaban ligados a la Institución
Libre de Enseñanza, que dirigía Francisco Giner de los Ríos. Sobresalen autores como Ángel Ganivet (1862-1898),
autor de Ideariumespañol (1897); Joaquín Costa (1846-1911); Miguel de Unamuno (1864-1937), con obras como En
torno al casticismo (1895), Vida de Don Quijote y Sancho (1905) y Del sentimiento trágico de la vida (1913); Ramiro de
Maeztu, quien enumeraba los engaños que dominaban a España en el campo de la prensa, la política, la oligarquía y
el caciquismo, la literatura y la ciencia, las supuestas glorias históricas, y, como otros jóvenes rebeldes de su tiempo
(el mismo Unamuno o Martínez Ruiz, Azorín), rechazaba la guerra colonial en todas sus manifestaciones; José Ortega
y Gasset, que, en realidad, trascendió el marco de esta generación. Debe mencionarse también la obra de Azorín (El
alma castellana (1900); La ruta de don Quijote (1905), Antonio Machado (Soledades y Campos de Castilla, sobre
todo), Pío Baroja (La raza; La lucha por la vida, 1904), Ramón María del Valle-Inclán, Vicente Blasco Ibáñez, Gabriel
Miró.
La generación del 98, a veces asociada con el modernismo literario, reflejó en gran medida las oscilaciones
ideológicas de algunos de sus integrantes, según lo ha estudiado Carlos Blanco Aguinaga en su Juventud del 98 (de las
posturas socialistas y anarquistas a cierto énfasis nacional de corto alcance) y en no conseguir siempre resolver el
ajuste entre su preocupación por el casticismo y el problema español, y las preguntas estrictamente ligadas al
ejercicio de la literatura. Este ejercicio sólo fue posible a través de búsquedas más individuales y en el tránsito hacia
propuestas estéticas de las generaciones próximas en el tiempo: la del 14 y la del 27.
AUTOR OBRA
Ramón María del Valle-Inclán
Aromas de leyenda (1907)
(1866-1936)
Soledades (1903)
Campos de Castilla (1912)
Antonio Machado (1875-1939)
Nuevas canciones (1914)
La guerra (1937)
Baladas de primavera (1910)
La soledad sonora (1911)
Diario de un poeta recién casado (1917)
Juan Ramón Jiménez (1881-1958) Eternidades (1918)
Piedra y cielo (1919)
Estación total (1946)
Animal de fondo (1949)
Seguro azar (1929)
Fábula y signo (1931)
La voz a ti debida (1933)
Pedro Salinas (1891-1951) Razón de amor (1936)
Largo lamento (1939)
El contemplado (1946)
Todo más claro (y otros poemas) (1949)
Cántico (1928)
Clamor (1957-1963)
Jorge Guillén (1893-1984)
Homenaje (1967)
Final (1982)
Manual de espumas (1924)
Versos humanos (1925)
Gerardo Diego (1896-1987) Fábula de Equis y Zeda (1932)
Poemas adrede (1932)
Ángeles de Compostela (1940)
Alondra de la verdad (1941)
Limbo (1951)
Canciones (1959)
Libro de poemas (1921)
Poema del cante jondo (1922)
Federico García Lorca (1898-1936) Romancero gitano (1928)
Poeta en Nueva York (1929-1930)
Tierra y Luna (1934)
Ámbito (1928)
Espadas como labios (1932)
Pasión de la tierra (1935)
Vicente Aleixandre (1898-1984) Sombra del paraíso (1944)
Mundo a solas (1950)
Nacimiento último (1953)
Historia del corazón (1954)
Poemas puros, poemillas de la ciudad (1921)
Hijos de la ira (1944)
Dámaso Alonso (1898-1990)
Hombre y Dios (1955)
Oscura noticia (1959)
Perfil del aire (1927)
Un río, un amor (1929)
Luis Cernuda (1902-1963)
Los placeres prohibidos (1931)
Donde habite el olvido (1934)
Marinero en tierra (1924)
El alba del alhelí (1927)
Cal y canto (1929)
Rafael Alberti (1902-1999) Sobre los ángeles (1929)
El poeta en la calle (1938)
Coplas de Juan Panadero (1949)
Roma, peligro de caminantes (1968)
La estancia vacía (1944)
Leopoldo Panero (1909-1962) Versos al Guadarrama (1945)
Escrito a cada instante (1949)
Perito en lunas (1933)
El rayo que no cesa (1936)
Miguel Hernández (1910-1942) Viento del pueblo (1937)
El hombre acecha (1938)
Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)
Abril (1935)
Retablo sacro del nacimiento del Señor (1940)
Luis Rosales (1910-1992)
La casa encendida (1949)
Rimas (1951)
Ángel Ganivet (1865-1898), ensayista y narrador español, precursor de la generación del 98.
Nació en Granada en 1865. Entre sus obras destacan las novelas La conquista del reino de Maya por el último
conquistador español Pío Cid (1897) y Los trabajos del infatigable creador Pío Cid (1898), en las que, utilizando al
protagonista como álter ego, realiza una sátira del proceso de colonización. Su obra teórica más importante es el
Idearium español, donde su visión anticapitalista se enmarca en una utopía situada en el pasado medieval: artesanía
frente a industria, usureros frente a banqueros. Algunas ideas ya estaban presentes en su obra filosófica de juventud,
España filosófica contemporánea (1889), ensayo en el que ataca la ausencia de ideas madres y la abulia consiguiente,
responsable de la falta de un proyecto español vertebrador. Próximo su pensamiento a En torno al casticismo de
Miguel de Unamuno, son constantes de la obra de Ganivet el senequismo, el individualismo y el pesimismo que roza
lo apocalíptico. Fue autor también de Cartas finlandesas, Granada la bella y Hombres del Norte. El porvenir de
España, así como del drama místico El escultor de su alma. Importante es el Epistolario, que contiene las cartas
dirigidas a Francisco Navarro Ledesma. Se suicidó en 1898 en Riga, Letonia.
Ramiro de Maeztu (1875-1936), ensayista español. Nació en Vitoria en 1875. Uno de los integrantes de la generación
del 98, Maeztu se dedicó sobre todo al periodismo, actividad manifiesta en sus abundantes artículos. De las ideas
socialistas de su juventud fue avanzando hacia una posición promonárquica y defensora del modelo de la España
católica y autoritaria. En su libro Defensa de la hispanidad (1934) sostiene que la comunidad con los países
americanos ha de ser espiritual, no racial ni geográfica, y se manifiesta en contra del espíritu de secta y a favor del
espíritu universal, que identifica con el catolicismo. En Don Quijote, Don Juan y La Celestina (1926) representa,
respectivamente, al amor, el poder y el saber o la verdad, tríada cuya unidad sólo es posible mediante la función
organizadora del poder. De la misma época de esta última obra es la serie de artículos Norteamérica desde dentro.
Cercana a la ideología de estos libros y a su posición con respecto a Estados Unidos está El sentido reverencial del
dinero. En una obra más temprana, La crisis del humanismo, de 1920, ya está contenida su defensa del catolicismo y
del sistema corporativo como modelo de sociedad, resultado de su viaje a Londres. Fue embajador en Argentina
durante la dictadura de Primo de Rivera. Murió fusilado en Aravaca, Madrid, en 1936, al comienzo de la Guerra Civil
española.
Miguel de Unamuno (1864-1936), filósofo y escritor español, considerado por muchos como uno de los pensadores
españoles más destacados de la época moderna y miembro de la generación del 98.
Vida
Nacido en Bilbao, Unamuno estudió en la Universidad de Madrid, donde se doctoró en Filosofía y Letras con la tesis
titulada Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca (1884), que anticipaba sus posturas
contrarias al nacionalismo vasco de Sabino Arana. Fue catedrático de griego en la Universidad de Salamanca desde
1891 hasta 1901, en que fue nombrado rector.
En 1914 fue obligado a dimitir de su cargo académico por sus ataques a la monarquía de Alfonso XIII; sin embargo,
continuó enseñando griego. En 1924 su enfrentamiento con la dictadura de Miguel Primo de Rivera provocó su
confinamiento en Fuerteventura (Islas Canarias). Más tarde se trasladó a Francia, donde vivió en exilio voluntario
hasta 1930, año en que cae el régimen de Primo de Rivera. Unamuno regresó entonces a su cargo de rector en
Salamanca, que no abandonaría hasta su muerte. Aunque al principio fue comprensivo con la sublevación del Ejército
español que en seguida encabezó el general Francisco Franco, pronto la censuró públicamente: en un acto celebrado
en la Universidad de Salamanca, su comentario “venceréis, pero no convenceréis”, provocó la respuesta del general
Millán Astray, uno de los sublevados: “¡Viva la muerte y muera la inteligencia!”. Terminó sus días recluido en su
domicilio de Salamanca.
Obra filosófica
Su filosofía, que no era sistemática, sino más bien una negación de cualquier sistema y una afirmación de “fe en la fe
misma”, impregna toda su producción. Formado intelectualmente en el racionalismo y en el positivismo, durante su
juventud simpatizó con el socialismo, escribiendo varios artículos para el periódico El Socialista, donde mostraba su
preocupación por la situación de España, siendo en un primer momento favorable a su europeización, aunque
posteriormente adoptaría una postura más nacionalista.
Esta preocupación por España (que reflejó en su frase “¡Me duele España!”) se manifiesta en sus ensayos recogidos
en sus libros En torno al casticismo (1895), Vida de Don Quijote y Sancho (1905), donde hace del libro cervantino la
expresión máxima de la escuela española y permanente modelo de idealismo, y Por tierras de Portugal y España
(1911). También son frecuentes los poemas dedicados a exaltar las tierras de Castilla, considerada la médula de
España.
Más tarde, la influencia de filósofos como Arthur Schopenhauer, Adolf von Harnack o Søren Kierkegaard, entre otros,
y una crisis personal (cuando contaba 33 años) contribuyeron a que rechazara el racionalismo, al que contrapuso la
necesidad de una creencia voluntarista de Dios y la consideración del carácter existencial de los hechos. Sus
meditaciones (desde una óptica vitalista que anticipa el existencialismo) sobre el sentido de la vida humana, en el que
juegan un papel fundamental la idea de la inmortalidad (que daría sentido a la existencia humana) y de un dios (que
debe ser el sostén del hombre), son un enfrentamiento entre su razón, que le lleva al escepticismo, y su corazón, que
necesita desesperadamente de Dios. Aunque sus dos grandes obras sobre estos temas son Del sentimiento trágico de
la vida (1913) y La agonía del cristianismo (1925), toda su producción literaria está impregnada de esas
preocupaciones.
Obra literaria
Cultivó todos los géneros literarios: fue poeta, novelista, autor teatral y crítico literario. Su narrativa comienza con
Paz en la guerra (1897), donde desarrolla la “intrahistoria” galdosiana, y continúa con Niebla (1914) —que llamó
nivola, en un intento de renovar las técnicas narrativas—, La tía Tula, y San Manuel Bueno, mártir (ambas de 1933).
Entre su obra poética destaca El Cristo de Velázquez (1920), mientras que su teatro ha tenido menos éxito, pues la
densidad de ideas no va acompañada de la necesaria fluidez escénica; en este terreno destacan Raquel encadenada
(1921), Medea (1933) o El hermano Juan (estrenada en 1954).
Generación del 27
Nombre con el que se identifica al grupo de escritores españoles ligados históricamente por el homenaje a Luis de
Góngora, al cumplirse, en 1927, el tricentenario de su muerte.
La recuperación del poeta barroco plantea una diferencia sustancial con el movimiento ultraísta (véase Vanguardias):
mientras éste proponía una búsqueda constante de lo nuevo, en la generación del 27 se produce un encuentro entre
ciertos principios de las vanguardias literarias y la poesía española clásica, desde la lírica popular, Gonzalo de Berceo
o Gil Vicente, hasta poetas barrocos, además de Góngora, como el conde de Villamediana, Pedro Soto de Rojas,
Bocángel, Polo de Medina y, entre otros, Gustavo Adolfo Bécquer y fray Luis de León, a quien la revista Carmen,
dirigida por Gerardo Diego, rindió homenaje en 1928, con ocasión del cuarto centenario de su nacimiento. En efecto,
como muy bien definiera al grupo del 27 uno de sus poetas representativos, Rafael Alberti, ellos eran 'vanguardistas
de la tradición'. Tienen incluso una actitud de reconocimiento hacia la generación del 98 aunque, más interesados por
una literatura de alcance universal, no se ocuparon tanto de asuntos relacionados con las debilidades de la estructura
social española. No obstante, un escritor joven del 98, el filósofo José Ortega y Gasset, aporta con La
deshumanización del arte (1925) una visión crítica y en cierto modo descriptiva de la estética del 27.
Además de la recuperación de Góngora y de la influencia del pensamiento de Ortega y Gasset, la generación del 27
tuvo especial admiración por Juan Ramón Jiménez, sobre todo por su idea de la poesía pura, que implicaba, en su
afán de superar las formas del realismo, un culto de la imagen (que también realizó, a su manera, el ultraísmo) y una
elaboración del sentimiento ajeno al desborde y a la emoción fácil. Al mismo tiempo proponían la pluralidad de
estilos y de lenguajes, sin renunciar a las formas clásicas. Pero también se hizo visible la presencia del surrealismo,
que permitió incorporar nuevos temas e imágenes a la poesía, desde el mundo de los sueños hasta otros lenguajes
(las hipérboles numéricas en el poeta Federico García Lorca o los juegos matemáticos en Alberti), sin desdeñar
impurezas tales como la denuncia y la burla dirigidas contra las instituciones. Destacan, por su clara filiación
surrealista, obras como La flor de California (1926) y La sangre en libertad (1931) de José María Hinojosa (1904-1936);
Sobre los ángeles (1929) de Rafael Alberti (1902); Los placeres prohibidos (1931) de Luis Cernuda (1902-1963); Poeta
en Nueva York (1929-1930) de Federico García Lorca. Esta obra de Lorca, así como sus piezas teatrales El público y
Comedia sin título, y el guión cinematográfico Viaje a la luna, fueron el resultado del viaje del poeta a Nueva York en
1929 y revelan una afinidad con las búsquedas estéticas de Luis Buñuel y de Salvador Dalí, cuyo cortometraje Un
chien andalou (Un perro andaluz) se había estrenado ese mismo año en París, al que siguió L’âge d’or (La edad de
oro), con guión sólo de Buñuel.
Los componentes:
La diversidad de la generación del 27 queda suficientemente probada porque en ella se incluyen autores como Pedro
Salinas, traductor de Paul Valéry y Marcel Proust, autor de Presagios (1924), Fábula y signo (1931), La voz a ti debida
(1933), Razón de amor (1939), entre otras obras; Jorge Guillén, premio Cervantes 1976, ejemplo de poesía casi pura,
en la que abunda el 'esprit géometrique' del que hablaba Valéry y una visión afirmativa de los seres a través de una
emoción que depura y condensa en libros como Cántico (1928) y Clamor (1957-1963), obra esta última donde se
detiene en ciertas personalidades históricas y en algunos horrores contemporáneos, sin renunciar a un 'Resumen'
alentador:
'Amé, gocé, sufrí, compuse. Más no pido.
En suma: que me quiten lo vivido'.
Otros autores, ligados directa o indirectamente a la generación del 27, son: Vicente Aleixandre, premio Nacional de
Literatura en 1934, premio Nobel en 1977, autor de Ámbito (1928), Espadas como labios (1932), Pasión de la tierra y
La destrucción o el amor (1935), Sombra del paraíso (1944), Historia del corazón (1954), Diálogos del conocimiento
(1974); Dámaso Alonso (1898-1990), premio Cervantes en 1978, estudioso de Góngora, especialmente de la Fábula
de Polifemo y Galatea y las Soledades, de quien cabe mencionar El viento y el verso (1923-1924), Hijos de la ira
(1944), Duda y amor sobre el Ser Supremo (1985); Luis Cernuda (1902-1963), entre cuyas obras sobresalen La realidad
y el deseo (1936-1964) y sus estudios críticos sobre poesía en general, poesía española y poesía inglesa del siglo XIX;
Rafael Alberti (1902), premio Nacional de Literatura en 1925 por Marinero en tierra, premio Cervantes en 1983,
autor, entre otros, de un poemario como Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929), en el que
rinde homenaje a actores del cine mudo (Buster Keaton, Charles Chaplin, Harold Lloyd); Gerardo Diego (1896-1987),
partícipe junto con Juan Larrea del ultraísmo, realizó en 1932 una antología de la Poesía española contemporánea
1915-1931 y escribió Versos humanos (1925), canciones, sonetos, odas y una Fábula de Equis y Zeda (1932),
homenaje paródico al gusto barroco por las fábulas mitológicas. Mención aparte merecen escritores como Emilio
Prados y Manuel Altolaguirre, fundadores de la revista Litoral (véase Revistas literarias). Muchos de los escritores del
27 debieron exiliarse al estallar la Guerra Civil española: Salinas en Puerto Rico, Emilio Prados y Luis Cernuda en
México, Rafael Alberti en Argentina e Italia, Manuel Altolaguirre en Cuba y México.
Aunque siempre se habla de poesía al hacer referencia a la generación del 27, cabe recordar que algunos de los
poetas ya citados también escribieron en prosa narrativa y no sólo poética. Es el caso de Pedro Salinas (Víspera del
gozo, La bomba increíble), Luis Cernuda, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, José María Hinojosa. Hubo dos vertientes
principales: la novela lírico-intelectual y la humorística. En la primera destacan Benjamín Jarnés (Paula y Paulita y
Locura y muerte de Nadie, de 1929; Teoría del zumbel, de 1930); Antonio Espina (Pájaro pinto, 1927, y Luna de copas,
1929); Mauricio Becarisse (Las tinieblas floridas, 1927, y Los terribles amores de Agliberto y Celedonia, 1931), entre
otros. Dentro de la novela de humor, un buen ejemplo es el de Enrique Jardiel Poncela, sobre todo con Amor se
escribe sin hache, ¡Espérame en Siberia, vida mía! y Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, escritas entre 1928 y
1931, muy próximas a la obra de Gómez de la Serna y Fernández-Flórez.
AUTOR OBRA
Ramón María del Valle-Inclán
Aromas de leyenda (1907)
(1866-1936)
Soledades (1903)
Campos de Castilla (1912)
Antonio Machado (1875-1939)
Nuevas canciones (1914)
La guerra (1937)
Baladas de primavera (1910)
La soledad sonora (1911)
Diario de un poeta recién casado (1917)
Juan Ramón Jiménez (1881-1958) Eternidades (1918)
Piedra y cielo (1919)
Estación total (1946)
Animal de fondo (1949)
Seguro azar (1929)
Fábula y signo (1931)
La voz a ti debida (1933)
Pedro Salinas (1891-1951) Razón de amor (1936)
Largo lamento (1939)
El contemplado (1946)
Todo más claro (y otros poemas) (1949)
Cántico (1928)
Clamor (1957-1963)
Jorge Guillén (1893-1984)
Homenaje (1967)
Final (1982)
Manual de espumas (1924)
Versos humanos (1925)
Fábula de Equis y Zeda (1932)
Poemas adrede (1932)
Gerardo Diego (1896-1987)
Ángeles de Compostela (1940)
Alondra de la verdad (1941)
Limbo (1951)
Canciones (1959)
Libro de poemas (1921)
Federico García Lorca (1898-1936) Poema del cante jondo (1922)
Romancero gitano (1928)
Poeta en Nueva York (1929-1930)
Tierra y Luna (1934)
Ámbito (1928)
Espadas como labios (1932)
Pasión de la tierra (1935)
Vicente Aleixandre (1898-1984) Sombra del paraíso (1944)
Mundo a solas (1950)
Nacimiento último (1953)
Historia del corazón (1954)
Poemas puros, poemillas de la ciudad (1921)
Hijos de la ira (1944)
Dámaso Alonso (1898-1990)
Hombre y Dios (1955)
Oscura noticia (1959)
Perfil del aire (1927)
Un río, un amor (1929)
Luis Cernuda (1902-1963)
Los placeres prohibidos (1931)
Donde habite el olvido (1934)
Marinero en tierra (1924)
El alba del alhelí (1927)
Cal y canto (1929)
Rafael Alberti (1902-1999) Sobre los ángeles (1929)
El poeta en la calle (1938)
Coplas de Juan Panadero (1949)
Roma, peligro de caminantes (1968)
La estancia vacía (1944)
Leopoldo Panero (1909-1962) Versos al Guadarrama (1945)
Escrito a cada instante (1949)
Perito en lunas (1933)
El rayo que no cesa (1936)
Miguel Hernández (1910-1942) Viento del pueblo (1937)
El hombre acecha (1938)
Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)
Abril (1935)
Retablo sacro del nacimiento del Señor (1940)
Luis Rosales (1910-1992)
La casa encendida (1949)
Rimas (1951)

Rafael Alberti
Rafael Alberti (1902-1999) es el representante de la generación del 27 que ha desarrollado una obra más amplia y
variada aunque siempre muy ceñida a su sociedad y con aspectos formales surgidos del regionalismo popular
andaluz, lo que no le ha impedido introducirse en los mundos surrealistas y vanguardistas.
Luis de Góngora
La poesía innovadora del poeta español Luis de Góngora (1561-1627) suscitó desde sus orígenes enormes
controversias entre sus defensores y detractores que duraron hasta 1927, año del tercer centenario de su muerte,
cuando una nueva generación de poetas españoles, entre ellos, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Federico García Lorca,
Rafael Alberti, lo aclaman como a uno de sus maestros rindiéndole un homenaje que las autoridades academicistas se
habían negado a realizar. Este fragmento, recitado por un actor, pertenece a los primeros versos de Soledades. El
retrato de la ilustración fue pintado por Diego de Silva Velazquez.
Poetas andaluces
El poeta sevillano Luis Cernuda (en el centro), junto con los también poetas, andaluces, amigos y adscritos a la
generación del 27, el granadino Federico García Lorca (a la izquierda) y el malagueño Vicente Aleixandre.
Federico García Lorca
Sin ninguna duda, el poeta español del siglo XX más universal es Federico García Lorca (1898-1936). A ello han
contribuido circunstancias extraliterarias, como el hecho de que fuera asesinado en los primeros días de la Guerra
Civil española por elementos franquistas; y literarias, en especial, el Primer romancero gitano, ejemplo genial de
poesía compuesta a partir de materiales populares, y que ofrece una visión de Andalucía de carácter mítico por
medio de unas metáforas deslumbrantes y símbolos, como la luna, los colores, los caballos, el toro, el agua,
destinados a transmitir sensaciones de amor y muerte, es decir, pasión española.
Juan Ramón Jiménez
La poesía del premio Nobel español Juan Ramón Jiménez (1881-1958) es original e independiente de cualquier
escuela poética, aunque el simbolismo, interpretado de una manera personal es la única constante de toda su obra.
Con el paso de los años su estilo se fue haciendo cada vez más depurado, siempre en busca de la belleza absoluta, de
la poesía y del espíritu que intentó fundir con su lirismo esencial interior, sin dejar de ser al mismo tiempo metafísico
y abstracto. El retrato de la ilustración fue pintado por Daniel Vázquez Díaz.
La obra poética de Juan Ramón Jiménez es muy extensa, con libros que, a lo largo de su vida, en un afán constante de
superación, fue repudiando o de los que salvaba algún poema, casi siempre retocado en las sucesivas selecciones.
Entre sus principales antologías se encuentran Poesías escojidas (1917), Segunda antolojía poética (1922), Canción
(1936) y Tercera antolojía (1957).
La influencia del modernismo se percibe en los primeros libros, aunque su mundo poético pronto apunta, como el de
Bécquer, hacia lo inefable, con unos poemas elaborados a partir de sensaciones refinadas, sutiles estados líricos y el
énfasis en la importancia de las relaciones entre palabra y música.
Pero el arte de Juan Ramón Jiménez se hace independiente de cualquier escuela, aunque el simbolismo, ya
totalmente asumido, siga influyendo en su poesía casi hasta el final. Con el paso de los años su estilo se hace cada vez
más depurado, siempre en busca de la belleza absoluta, de la poesía y del espíritu que él intenta fundir con su lirismo
esencial interior, sin dejar de ser al mismo tiempo metafísico y abstracto, como se aprecia en Baladas de Primavera
(1910) o La soledad sonora (1911).
Diario de un poeta recién casado (1917) fue escrito durante su viaje a Estados Unidos, donde conoció y se casó con
Zenobia. Contiene ritmos inspirados por el movimiento del mar, verso libre, prosa, sugerencias humorísticas e
irónicas. El libro supone un canto a la mujer, el mundo marino y Estados Unidos.
Siguen Eternidades (1918), Piedra y cielo (1919) y uno de los puntos más altos de su poesía, Estación total, un libro
escrito entre 1923 y 1936, aunque no llegó a publicarse hasta 1946. La identificación del poeta con la belleza, con la
plenitud de lo real, con el mundo, es casi absoluta. La palabra aúna abstracción y realidad, y el poeta se hace “poeta
total”, ejemplo de fusión entre el sujeto y el universo, sin que ello implique abandonar la singularidad de la propia
voz.
Los escritos en prosa que formarían posteriormente la vasta galería Españoles de tres mundos (1942) empezaron a
publicarse en diarios y revistas en los años inmediatamente anteriores a su exilio. Otro libro suyo escrito en prosa
poética —y al que le debe gran parte de su fama universal— es Platero y yo (1917), donde funde fantasía y realismo
en las relaciones de un hombre y su asno. Es el libro español traducido a más lenguas del mundo, junto con Don
Quijote de Miguel de Cervantes.
Escribió ya en América los Romances de Coral Gables (1948) y Animal de fondo (1949). Con ellos y el poema
“Espacio”, Juan Ramón Jiménez alcanza lo que se ha llamado su “tercera plenitud”, determinada por el contacto
directo con el mar.
En Animal de fondo construye el símbolo con un lenguaje próximo a una religiosidad inmanente y panteísta. La poesía
antes que palabra es conciencia; inteligencia que permite al poeta nombrar. El tiempo acaba fundiéndose con el
espacio. El poeta simbolista y romántico, metafísico después y puro —que configuran al Juan Ramón Jiménez más
hondo e intenso—, se revela finalmente como un visionario y metafísico que mantiene una alta tensión poética a
partir de iluminaciones nacidas en lo profundo de su sensibilidad.
Su interés por simplificar la ortografía (eliminar la g y sustituirla por la j cuando su sonido es el mismo, o renegar de la
x en palabras como “estraño”) atiende, más que a una mera preocupación de gramático, a un mayor acercamiento
entre el fonema y la grafía que lo representa, seguramente en la línea de las vanguardias que experimentaron con el
valor plástico de la palabra en la página. La letra, al fin y al cabo, es la representación pictórica de un sonido, del
mismo modo que las notas en una partitura reproducen los acordes de una composición musical.

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