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* Este trabajo es un avance parcial del proyecto de investigación “La manumisión en Colombia
durante el periodo de Independencia”. Esta publicación está bajo una licencia Creative Commons
Reconocimiento-Compartir Igual 3.0
Introducción
Desde las postreras décadas del siglo XVIII, el sistema esclavista de la costa
caribe colombiana había entrado en franca decadencia1, debido más que todo
a la fuerza del mestizaje que garantizó sobrada oferta de mano de obra libre,
la cual de por sí ahorraba a los empresarios la gravosa inversión destinada
tradicionalmente a la adquisición de esclavizados. El otro factor que explica
el declive de este grupo social fue la introducción, a partir de 1789, de vinos
españoles que arruinaron muchos trapiches productores de la materia prima
para la fabricación de aguardiente a nivel interno2. Las estadísticas disponibles
corroboran esa caída demográfica3.
1 Jaime Jaramillo Uribe, Ensayos de historia social, t. 1 (Bogotá: Tercer Mundo y Uniandes, 1989), 76.
2 Germán Colmenares, comp., Relaciones e informes de los gobernantes de la Nueva Granada, tomo 2 (Bogotá:
Biblioteca Banco Popular, 1989), 243.
3 Para el censo general efectuado en 1778, la cifra de esclavizados que habitaban las provincias de
Santa Marta y Cartagena se ubicaba alrededor de un 8,6 % dentro del conjunto de la población. Para 45
1825 se marcó un descenso brusco, ya que solo se registraba un 3,9 %, es decir, en media centuria
el número había mermado prácticamente a la mitad. Hermes Tovar Pinzón, Convocatoria al poder
del número (Bogotá: Archivo General de la Nación, 1994), 86-88; José Manuel Restrepo, Documentos
A través de los casi tres siglos de dominio colonial, en su búsqueda por la li-
bertad el negro esclavizado había experimentado distintas opciones, tales como
la manumisión por voluntad del amo, la autoliberación por compra e incluso
el mestizaje. Dentro de los factores externos, cabe mencionar las crecientes
voces humanitarias y el ideal progresista de la Ilustración, con el pregón de un
mundo igualitario y libertario, teorías que fueron bien acogidas y que gradual-
mente suscitaron un consenso antiesclavista. Lo cierto es que la posibilidad
de romper las cadenas esclavistas fue un anhelo prácticamente constante entre
7 Gustavo Bell Lemus, “Deserciones, fugas, cimarronajes, rochelas y uniones libres: el problema del
control social en la provincia de Cartagena al final del dominio español, 1816-1820”, en Cartagena de
Indias: de la Colonia a la República, de Gustavo Bell Lemus (Bogotá: Fundación Simón y Lola Guberek,
1991), 75-103.
8 De alguna manera, el cimarronismo se halla ligado al establecimiento de las rochelas que, en la
práctica, eran caseríos en los que confluían negros, blancos pobres, indios y mestizos. Aunque este
fenómeno de poblamiento espontáneo e irregular venía fraguándose desde el siglo XVIII, adquirió
mucho más impulso con ocasión de la confrontación política y militar por la independencia. Bell,
“Deserciones, fugas, cimarronajes”, 78.
9 Vale mencionar aquí la queja del presbítero Juan Miguel Arias, quien relató cómo en 1820 todos los
esclavizados de su hacienda ubicada en María Angola, cerca de Valledupar, se escabulleron ante las
continuas amenazas de las tropas españolas que se habían apoderado de dicha propiedad. Archivo
Histórico del Magdalena Grande (AHMG), Fondo Gobernación del Magdalena, depósito 1, bloque
1, estante 1, bandeja 1, puesto 5, caja 1-14, carpeta 2, f. 114 r., 1824.
10 Juan Ignacio Arboleda Niño, Entre la libertad y la sumisión. Estrategias de liberación de los esclavos en la
Gobernación de Popayán durante la Independencia, 1808-1830 (Bogotá: Departamento de Historia de la 47
Universidad de los Andes, 2006), 17. El inconformismo entre los esclavizados era inocultable, ya que
ni siquiera con las medidas proteccionistas dictadas por la cédula real del 31 de mayo de 1789, aún
vigentes, pudieron ver mejoradas sus precarias condiciones de vida.
1. La manumisión notarial
Durante el periodo de Independencia, los amos continuaron con la costumbre
de otorgar cartas de manumisión, ya fuera por compra o de manera gratuita,
como muestra de agradecimiento. Este tipo de liberaciones se conocen como
manumisiones notariales12. Desde los últimos años de dominio colonial, la
tendencia general había reflejado un aumento creciente de estas concesiones.
11 Sobre la influencia de la Revolución haitiana en la región, véanse los siguientes trabajos: Marixa
Lasso, “Haití como símbolo republicano popular en el Caribe colombiano: provincia de Cartagena
(1811-1828)”, Historia Caribe Vol. III, 8 (2003): 5-18; Dolcey Romero Jaramillo, “El fantasma de la
Revolución haitiana. Esclavitud y libertad en Cartagena de Indias, 1812-1815”, Historia Caribe Vol.
48 III, 8 (2003): 19-32; Aline Helg, Libertad e igualdad en el Caribe colombiano, 1770-1835 (Medellín:
Fondo Editorial Eafit y Banco de la República, 2011), 200-218.
12 Dolcey Romero Jaramillo, Esclavitud en la provincia de Santa Marta, 1791-1851 (Santa Marta: Instituto
de Cultura y Turismo del Magdalena, 1997), 122.
Pero así como las cifras mostraban una tendencia favorable para los negros
ávidos por abandonar su estado de esclavitud, del mismo modo seguían ob-
servándose ciertas resistencias de los amos o de los familiares más próximos a
estos. Hacia el año de 1814, doña María Andrea Bravo acusó a su esclavizada
María Rita de haberse fugado desde hacía un mes de su natal Santa Marta. La
zamba se dirigió a Riohacha, que todavía profesaba fidelidad al rey Fernando
VII, razón por la cual se mantenían vivas las animosidades de los habitantes
de esta localidad con sus vecinos samarios, quienes por ese entonces actuaban
del lado patriota. Allí interpuso esta criada algunas acusaciones contra sus
propios dueños, tildándolos de “insurgentes”. El gobierno de Riohacha dio
crédito a las declaraciones de la esclavizada y posteriormente recibió una pro-
puesta de compra de libertad por valor de 110 pesos. Por estas circunstancias,
consideraba la ama que se habían violentado las leyes y su genuino derecho de
propiedad. Reiteró la lealtad de su casa a la causa monárquica y puso de mani-
fiesto su inconformidad por la manera como el testimonio “calumnioso” de
una servidora de menor estatus había mancillado el honor de su familia. Exigió
que se le reconocieran los 250 pesos en que había adquirido a la esclavizada y,
Durante los sucesivos sitios que padeció la ciudad de Cartagena, Manuela García
logró sustentar con su trabajo a su ama Manuela Ortiz, cuyas condiciones econó-
micas eran deplorables. Hacia 1821, en virtud de estos servicios y poco antes de
morir, la propietaria expresó verbalmente su voluntad de otorgar la libertad no
solo a la esclavizada sino también a los hijos de esta. Sin embargo, aún en 1825
no se había oficializado tal beneficio, en vista de que la dueña no dejó constan-
cia escrita de su decisión. La negra insistió en alegar su derecho legítimo por las
grandes sumas que le había entregado a su señora por cuenta de los jornales que,
según ella, constituían suficiente mérito para ganarse la libertad16.
17 Constitución del Estado de Cartagena de Indias (Cartagena de Indias: Imprenta del Ciudadano Diego
Espinosa, 1812), 115-116.
18 Gaceta Ministerial de la República de Antioquia (Medellín: Imprenta del Estado por el ciudadano Manuel
María Viller-Calderón) 7, 6 de noviembre, 1814, 27-28; Constitución de Mariquita (Santafé: Imprenta
del Estado, 1815), 39. 51
19 Para un análisis comparativo sobre este tema, véase: Roger Pita Pico, “Rumores de libertad entre la
población esclavizada: de la revuelta de los comuneros a las guerras de Independencia de la Nueva
Granada”, Análisis 79 (2011): 135-167.
marítima pues para dicho amo era ya “[…] insufrible la sociedad [sic], altanería
y algunas amenazas criminales de este bribón”22.
54
25 Pedro Salzedo del Villar, Apuntaciones historiales de Mompox (Cartagena: Gobernación del Departamento
de Bolívar, 1987), 100; Helg, Libertad e igualdad, 272.
26 AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Esclavos, t. 3, ff. 187 r.-189 v.
podrían ser condecorados27. Esta no dejaba de ser una medida atractiva para
los esclavizados, aunque eventualmente pudo también resultar peligrosa al abrir
campo a los excesos tras adjudicarles el papel de jueces calificadores del “deli-
to” de patriotismo28. Los esclavizados reclutas también se vieron favorecidos
por las decisiones individuales de sus amos. El hacendado don Toribio Villar
y Tatis otorgó en 1817 en Cartagena la libertad a sus seis negros que habían
participado en el aniquilamiento de las tropas patriotas en la ciénaga de Tesca29.
27 Oswaldo Díaz Díaz, “La Reconquista española”, en Historia extensa de Colombia, vol. VI (Bogotá:
Lerner, 1964), 75-76.
28 Pedro María Ibáñez, Crónicas de Bogotá, t. III (Bogotá: ABC, 1951), 171. 55
29 Romero, “El fantasma de la Revolución haitiana”, 32.
30 AGN, Sección República, Fondo Congreso, t. 24, ff. 160 r.-161 v.
31 Vicente Lecuna, Cartas del Libertador, t. II (Caracas: Litografía y Tipografía del Comercio, 1929), 135.
En términos generales, son muy pocos los testimonios documentales que dan
cuenta sobre los resultados obtenidos en estas sucesivas convocatorias militares.
Los reiterados llamados de los máximos oficiales para dar fiel cumplimiento a
estos pedidos hacen pensar que esa no fue una tarea fácil. Aun con los esfuerzos
56
32 Memorias del general O’Leary, t. 17 (Caracas: Imprenta de la Gaceta Oficial, 1881), 161-167.
33 Francisco Rivas Vicuña, Las guerras de Bolívar, t. IV (Bogotá: Imprenta Nacional, 1938), 246.
34 AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, t. 324, ff. 1036 v.-1037 r.
del Gobierno, fueron innumerables las dudas y obstáculos que les impedían a
los amos recibir oportunamente las indemnizaciones por el servicio prestado
por sus negros reclutados. Algunos se tardaron varios años en obtener ese
pago. Es probable también que, ante la negligencia oficial, otros propietarios
se resignaran a no seguir haciendo sus reclamaciones.
María de Jesús Granados reclamó al año siguiente ante las autoridades de Santa
Marta un esclavizado de nombre Antonio Hoyos quien, estando en 1821 en la
ciudad de Riohacha, había sido “metido” como soldado en el bando republi-
cano. Por lo tanto, exigía la indemnización de dicho negro, correspondiente a
su valor que fue calculado en 250 pesos. La ausencia de su esposo y la respon-
sabilidad de mantener a sus hijos fueron dos de las razones expuestas para que
se le resolviera esta petición con prontitud36.
35 AHMG, Fondo Gobernación del Magdalena, depósito 1, bloque 1, estante 2, bandeja 1, caja 4-2, 57
carpeta 2, f. 107 r., 1824.
36 AGN, Sección República, Fondo Ministerio de Hacienda, t. 268, f. 508 v.
37 Tovar Mora y Tovar Pinzón, El oscuro camino, 61.
El 21 de julio de 1821 fue aprobada una nueva ley por el Congreso de Cúcuta, la
cual se constituyó en la base principal del proceso de manumisión republicana.
En la discusión previa a la aprobación de esta ley, el representante cartagenero
Ildefonso Méndez planteó que los negros liberados por los españoles como
expresión de odio a los republicanos volvieran nuevamente al estado de es-
58 38 Pedro Castro Trespalacios, Culturas aborígenes cesarenses e independencia de Valle de Upar (Bogotá:
Biblioteca de Autores Cesarenses, 1979), 78-79.
39 Adolfo Meisel Roca, ed. Historia económica y social del Caribe colombiano (Bogotá: Uninorte y ECOE,
1994), 169.
clavitud. Esta propuesta quedó descartada por estar en contravía del objetivo
central que era propender por la libertad de este sector de la población40.
40 Actas del Congreso de Cúcuta, 1821, t. II (Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la República, 1990), 35.
41 AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Gobierno Civil, t. 38, f. 514 r. 59
42 Gazeta de Santa Marta (Santa Marta: Imprenta del Seminario por Tadeo Gutiérrez) 19, 15 de
septiembre, 1821, 74-75.
43 Castro, Culturas aborígenes, 146-147.
44 AGN, Sección República, Fondo Ministerio de Hacienda, t. 222, ff. 778 r.-779 r.
45 Mediante ley, los pueblos de Venezuela, Nueva Granada y Ecuador quedaron reunidos en una sola
nación a la que se denominó República de Colombia. Se determinó que habría perpetuamente
una fiesta nacional a celebrarse todos los años en los días 25, 26 y 27 de diciembre, consagrada a
tres “gloriosos motivos”: la independencia absoluta del pueblo de Colombia, su unión en una sola
república y el establecimiento de la Constitución nacional y los triunfos militares obtenidos. Gazeta
de Colombia (Villa del Rosario de Cúcuta: Imprenta de Espinosa) 1, 6 de septiembre, 1821, 4.
46 Este tipo de celebraciones siguieron su curso a lo largo de las tres décadas siguientes. En tiempos
de posguerra, adquirían una connotación especial en la medida en que se convirtieron en eventos
mucho más pomposos y simbólicos, aunque en la práctica seguían siendo escasos los fondos y muy
pocos los esclavizados liberados. Nuevas fiestas se efectuaron con ocasión de la abolición definitiva
60 promulgada hacia el año de 1851, esta vez mucho más majestuosas, enmarcadas dentro del propósito
del gobierno liberal de romper con los tiempos pretéritos del coloniaje hispánico. Véase: Dolcey
Romero Jaramillo, “Manumisión, ritualidad y fiesta liberal en la provincia de Cartagena durante el
siglo XIX”, Historia Crítica 29 (2005): 125-147.
del valor comercial de sus negros, razón por la cual preferían venderlos ya que
así obtenían mayores ganancias.
47 Básicamente se acudió a los periódicos de la época, a los informes oficiales y a otros documentos
que fueron muy útiles para completar la información.
48 Gaceta de Cartagena de Colombia (Cartagena: Imprenta del Gobierno por Juan Antonio Calvo) 183, 12
de febrero, 1825, 2.
49 Castro, Culturas aborígenes, 147-148. 61
50 Este artículo fue reproducido en el periódico capitalino La Indicación (Bogotá: Imprenta de
Nicomedes Lora) 11, 5 de octubre, 1822, 41-42.
51 Gaceta de Cartagena de Colombia 31, 14 de septiembre, 1822, 134.
52 Acuerdos del Consejo de Gobierno de la República de Colombia, 1821-1824, t. I, 147. José de Mier, La Gran
Colombia, t. I (Bogotá: Presidencia de la República, 1983), 210-212.
62 53 Gaceta de Cartagena de Colombia 112, 4 de octubre, 1823, 463-464.
54 Gaceta de Cartagena de Colombia 128, 24 de enero, 1824, 531.
55 Gaceta de Cartagena de Colombia 183, 12 de febrero, 1825, 2.
56 Gaceta de Cartagena de Colombia 127, 17 de enero, 1824, 528.
Para las fiestas nacionales de 1824 las cifras sobre liberados no mostraban signos
claros de recuperación. En Valledupar la junta informó que solo contaba con
67 pesos y 4 reales, monto que no alcanzaba ni siquiera para liberar un escla-
vizado62. Como alternativa ante la escasez de recursos, se optó por nombrar
un secretario para que ayudara con las gestiones propias de dicho organismo
y en el seguimiento de las causas mortuorias. Para ello se escogió a Valentín
Maestre, quien se desempeñaba como tesorero63. En el cantón de Plato, a la
fecha todavía no se había presentado ninguna manumisión pero los impuestos
recogidos fueron enviados a Santa Marta64, en donde, gracias a estos recursos
y a otros más recaudados fueron liberados los esclavizados Antonio Munive,
tasado en 100 pesos, y Antonia Masenet, en 40 pesos. De la junta de Ocaña se
sabe que logró recolectar 54 pesos en 1824 y 76 pesos al año siguiente. Gra-
dualmente fueron conformadas en esta provincia de Santa Marta las juntas de
Chiriguaná, Tenerife, Ciénaga y Remolino65.
60 Gazeta de Cartagena de Indias 125, 3 de enero, 1824, 522; 127, 17 de enero, 1824, 530; 128, 24 de enero,
1824, 534.
61 AGN, Sección República, Fondo Ministerio de Hacienda, t. 222, f. 782 r.; t. 236, f. 789 r.
62 AHMG, Fondo Gobernación del Magdalena, depósito 1, bloque 1, estante 2, bandeja 1, caja 4-2,
carpeta 2, f. 200 r., 1824.
64 63 AHMG, Fondo Gobernación del Magdalena, depósito 1, bloque 1, estante 2, bandeja 1, caja 4-2,
carpeta 2, f. 202 r., 1824.
64 Gaceta de Cartagena de Colombia 183, 12 de febrero, 1825, 2.
65 Romero, Esclavitud en la provincia de Santa Marta, 146, 150.
65
66 Gaceta de Cartagena de Colombia 181, 29 de enero, 1825, 2.
67 Gaceta de Cartagena de Colombia 177, 1.º de enero, 1825, 1-2.
68 Gaceta de la Nueva Granada (Bogotá) 121, 19 de enero, 1934, 3.
Para el cabal cumplimiento de esta ley de partos era necesario contar con
una serie de requisitos que implicaban el compromiso firme de varios actores
involucrados en el proceso. En el referido escrito publicado en 1822 en el
periódico cartagenero El Momo, se hizo un llamado a revisar si efectivamente
69 Mier, La Gran Colombia, t. I, 211; Codificación nacional de todas las leyes de Colombia desde el año de 1821, t. III
(Bogotá: Imprenta Nacional, 1926), 275-280; Hermes Tovar Pinzón, “La manumisión de esclavos en
Colombia, 1809-1851. Aspectos sociales, económicos y políticos”, Credencial Historia 59 (1994): 5.
70 Dolcey Romero Jaramillo, Los afroatlanticenses. Esclavización, resistencia y abolición (Barranquilla:
Universidad Simón Bolívar, 2009), 146-158; Romero, Esclavitud en la provincia de Santa Marta, 148-167.
71 Margarita González, “El proceso de manumisión en Colombia”, Cuadernos Colombianos I, n.o 2 (1974):
194.
66 72 Santander y el Congreso de 1823. Actas y correspondencia. Senado, vol. III (Bogotá: Biblioteca de la
Presidencia de la República, 1989), 44.
73 Santander y el Congreso de 1825. Actas y correspondencia. Senado, vol. IV (Bogotá: Biblioteca de la
Presidencia de la República, 1989), 90.
los curas estaban realizando juiciosamente los registros de los hijos de esclavi-
zadas nacidos después de la ley. También se pidió extremar los controles para
evitar irregularidades en las fechas de nacimientos asentadas en las partidas
de bautizo74.
Dentro de los avances reportados ese mismo año por la junta de manumisión de
Valledupar, se resaltó el hecho de que en los registros parroquiales se hallaban
debidamente estampadas las partidas de bautizo75. Desde luego, no faltaron los
desacatos a los beneficios alcanzados. Un caso particular fue denunciado en la
población de Valencia de Jesús. Allí, la esclavizada María Antonia Campusano
había sido desalojada de la casa de su amo, el presbítero Ignacio Redondo, por
estar contagiada de sarampión. No contento con esta expulsión, Redondo le
negó todo socorro y le prohibió terminantemente a sus otros servidores do-
mésticos proporcionarle algún tipo de auxilio. Abandonada y viviendo de la
caridad, María Antonia dio a luz a una criatura a la que bautizó con el nombre
de María Luisa. En flagrante desconocimiento de la Ley de Manumisión, el
religioso solo se acordó de aquella madre y de su hija para venderlas al jurista
Juan Nicolás Maestre y, de transacción en transacción, al cabo de un año la
niña había pasado por manos de cuatro amos.
En 1829 surgió una duda por parte del juez político del cantón 15.º de la pro-
vincia de Cartagena, ante la pretensión de algunos amos de argüir que los hijos
67
74 La Indicación 11, 5 de octubre, 1822, 41-42.
75 Castro, Culturas aborígenes, 147-148.
76 Castro, Culturas aborígenes, 154-156.
1839 fue el año en que los hijos de las esclavizadas declarados libres en 1821
llegaban a los dieciocho años edad, momento en que debía oficializarse su
paso a la libertad. Para algunos amos seguramente no fue tan fácil asimilar esta
medida, si pensaban en los esfuerzos que habían gastado en el sostenimiento
de esos jóvenes durante su niñez y adolescencia.
A manera de conclusión
El periodo de Independencia fue de gran inestabilidad para la población escla-
vizada, ingrediente que agravaría aún más sus ya trastocadas vidas personales
y familiares. Varias fueron las formas en que la guerra los afectó; entre ellas
cabe mencionar el reclutamiento forzoso y las órdenes de embargo. A esto
habría que agregarle la crisis económica derivada del conflicto militar y político,
68
77 AGN, Sección República, Fondo Miscelánea, t. 201, ff. 37 r.-39 v.
78 Romero, Los afroatlanticenses, 152-153.
Entre los amos, la idea de manumitir a sus servidores fue objeto de agudas
controversias. Algunos, influenciados por las ideas liberales, fueron partidarios
de dar ese paso pero muchos, principalmente los grandes empresarios que
dependían de la mano de obra esclavizada, se resistieron tenazmente. Inocuos
resultaron los esfuerzos iniciales de las instituciones republicanas que en su
retórica política abogaban por la libertad y la igualdad social. Existía entonces
un desfase no resuelto entre las intenciones por implantar un nuevo orden
y las mentalidades aún vigentes79. Esas contradicciones se vieron reflejadas
en los medios escritos que, por una parte, sentaban una férrea defensa aboli-
cionista y, por otra, promocionaban al detal el “mercado humano” que tanto
recriminaban80.
A fin de cuentas, para la población esclavizada fueron muy pocos los avances
en materia de manumisión. Fue un proceso gradual en el cual el Gobierno
central no mostró la suficiente voluntad política para financiar los fondos de
este ramo. En realidad, el aporte del trabajo esclavo a la economía no era ya tan
determinante como lo fue en tiempos coloniales. Entre tanto, las manumisiones
graciosas de carácter masivo fueron muy escasas en esta región costera. Solo
algunos esclavizados pudieron de manera individual acceder a tal beneficio pero
Lo cierto es que la desilusión generada por los exiguos resultados de las leyes
de manumisión propició durante los años posteriores a la Independencia un
nuevo impulso al fenómeno del cimarronaje, que esta vez se extendió mucho
más a los centros urbanos82. Tanto los amos como las autoridades debieron
realizar ingentes esfuerzos para recuperar a estos esclavizados fugitivos83.
Bibliografía
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Fuentes secundarias
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72 Meisel Roca, Adolfo, ed. Historia económica y social del Caribe colombiano. Bogotá:
Uninorte y ECOE Ediciones, 1994.
Para citar este artículo: Roger Pita Pico, “La manumisión en la costa caribe colombiana 73
durante el proceso de independencia: vicisitudes de una ilusión aplazada, 1810-1825”,
Historia Caribe 22 (Enero-Junio 2013): 43-73.