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HORA SANTA (41)

LA TRANSFIGURACIÓN
DE LA EUCARISTÍA
San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía

Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)


Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se canta 3 de veces la oración del ángel de Fátima.

Mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.


Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
No esperan y no os aman.

 Se lee el texto bíblico:

D
EL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS Mc 9,2-10
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y
los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró
delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes,
muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de
blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y
conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí,
bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías» —pues no sabía qué responder ya que estaban
atemorizados—.
Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz
desde la nube: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto,
mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que
habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de
«resucitar de entre los muertos».»
*-*-*
LA TRANSFIGURACIÓN EUCARÍSTICA
Et transfiguratus est ante eos
“Jesús se transfiguró ante ellos” (Mt 17, 2)

¡Hermosa es, ciertamente, la fiesta de la Transfiguración de Jesús sobre el


Tabor! Digamos algunas palabras sobre sus relaciones con la
transubstanciación. Todos los misterios tienen alguna relación con la
Eucaristía; y es que la Eucaristía los completa todos. Todos se refieren a la
Eucaristía, y toca a la gracia descubrir lo que hay de eucarístico en los
misterios, para alimentar con ello la devoción al santísimo Sacramento.
Nuestro Señor elige a tres de sus discípulos y se traslada con ellos a una
elevada montaña para manifestar su gloria, la gloria que Él oculta humillado
en su carne. Iba a prepararlos contra el escándalo de su pasión, a mostrarles
quién era real y verdaderamente.
Observad cómo la Eucaristía se instituye también sobre una montaña, la de
Sión, de muy otra celebridad que el Tabor. Jesús tenía cierta predilección por
los montes: en ellos realizó varios de los actos más importantes de su vida. No
le satisfacen los terrenos bajos..., aptos para producir miasmas y engendrar
enfermedades. La tierra es para los que sobre ellas se arrastran: por eso a las
almas que quiere distinguir con especial amor las atrae hacia sí, elevándolas
sobre las cosas de la tierra. La segunda transfiguración es más amable que la
primera y de mucha mayor duración. Se verifica en presencia de todos los
apóstoles. La primera ocurrió al aire libre..., porque la gloria tiene necesidad
de extenderse; la segunda, que es todo amor, tiene lugar en secreto y nuestro
Señor la concentra para hacerla más poderosa. Cuando se quiere demostrar el
afecto que se tiene a un amigo, se le abraza. La caridad que nace del celo por la
salvación de las almas se extiende cuanto puede para hacer bien al mayor
número posible de ellas. El amor del corazón se concentra en el corazón y allí
se le tiene como aprisionado para hacerlo más fuerte. Se reúnen sus rayos
como en una lente..., como hace un óptico cuando prepara su cristal para
reunir en un punto todos los rayos y todo el calor de la luz. Nuestro Señor se
comprime, por decirlo así, en el pequeñísimo espacio de la Hostia, y así como
se produce un gran incendio aplicando el foco ardiente de una lente sobre
materias inflamables, así la Eucaristía hace levantar llamas sobre aquellos que
la reciben, abrasándoles en su fuego divino.
En el Tabor, Jesús se transfigura mientras ora. Sus vestiduras se volvieron
blancas como la nieve y su rostro resplandeciente como el sol; no se podía
sufrir tal esplendor. Jesús ostenta su gloria para dar a entender que su cuerpo,
aunque tan flaco, al parecer, es el cuerpo de un Dios; esta transfiguración, por
consiguiente, se verifica de dentro hacia fuera; Jesucristo dejó escapar al
exterior un rayo de aquella gloria que ocultaba por un milagro perpetuo.
Pero Jesús no vino a darnos lecciones de gloria. Por eso la visión del Tabor
pasa prontamente y apenas dura un instante.
La transfiguración sacramental se hace de fuera hacia adentro, y mientras en
el Tabor Jesús rasgó el velo que ocultaba su divinidad, aquí, por el contrario,
comprime y aun oculta su propia humanidad; la transfigura en una apariencia
de pan, hasta el punto que ni parece Dios, ni hombre, ni practica acto alguno
exterior. Jesucristo se queda como sepultado y las especies sacramentales
vienen a ser el sepulcro de su poder. Con la humildad vela su humanidad tan
amable y tan bella; de tal manera se une a los accidentes que parece el sujeto
de ellas: el pan y el vino se han convertido en el cuerpo y en la sangre del hijo
de Dios. ¿Le veis en esta transfiguración de amor y de humildad? Aunque esté
oculto tras de una nube, sabemos que el sol existe; Jesús es siempre Dios y
hombre perfecto, pero escondido por detrás de esa niebla del pan y del vino.
Así como en el primer milagro todo fue glorioso, aquí es todo amable. No se le
ve, ni se le toca; pero allí está con todos sus dones. El amor, la gracia y la fe
penetran a través de los velos y reconocen sus rasgos divinos. El alma ve por
la fe y creer es verdaderamente ver.
Quisieran algunos ver a Jesús en el santísimo Sacramento con los ojos del
cuerpo...; pero si los apóstoles no pudieron resistir el esplendor de un solo
rayo de su gloria, ¿qué ocurriría ahora? El amor no sabe transfigurarse más
que en bondad, humillándose, achicándose y anonadándose. ¿Dónde hay más
amor, en el calvario o en el Tabor? Comparad y decidme luego si es el Tabor o
el calvario el que ha convertido al mundo. El amor rehúsa la gloria, la oculta y
desciende. Esto es lo que hizo el Verbo cuando se encarnó, cuando subió al
monte calvario, y ahora lo verifica más profundamente en la Eucaristía. En vez
de lamentarnos debiéramos dar gracias a Dios porque no renueva ya su Tabor.
Los apóstoles, temblorosos, yacían en tierra y todas las palabras que salían de
la boca divina eran bastante para aniquilarlos. ¡Los apóstoles apenas si se
atrevían a hablar a nuestro Señor! ¡Aquí, en cambio, se le habla y no se le teme,
porque podemos aplicar nuestro corazón al suyo y sentir su amor!
Además, la gloria, cuando menos, nos perturba el juicio. ¡Ved cómo divaga
san Pedro! Hasta ha perdido el buen sentido. ¡Habla de reposo y de felicidad
en tanto que Jesucristo se ocupa de sus sufrimientos y de su muerte! ¡San
Pedro no se acordaba ya de sus obligaciones!
Si nuestro Señor nos manifestase su gloria, no querríamos separarnos de Él.
¡Estaríamos tan bien allí! Fue necesario que el Padre celestial diese una lección
a san Pedro, y le recordase que Jesucristo era su Hijo, a quien debían seguir
por todas partes hasta la muerte. Tened presente que cuando se educa al
hombre con mucho mimo y regalo, su educación no resulta ni buena ni sólida,
y el niño a quien se prodigan excesivas caricias no llega nunca a ser hombre de
gran corazón. Por esto, la transfiguración eucarística no se verifica en el
regocijo y la gloria, sino en la humillación y en secreto; la gloria le seguirá
después.
En la transfiguración eucarística no se ve a Moisés ni a Elías, porque nada
tienen que hacer allí. La Eucaristía no es para ellos; pero los doce Apóstoles,
que serán los legisladores y los profetas del nuevo pueblo de Dios, sí que
toman parte en ella. Allí está la santísima Trinidad, aunque su operación es
invisible. Legiones de ángeles adoran a ese Verbo de Dios reducido a un
estado tan próximo a la nada. Allí estábamos nosotros, todos nosotros... Jesús
ha consagrado nuestras hostias en su voluntad y en su presciencia. Él las ha
contado y nosotros, por orden suya, os las damos.
Observad ahora cómo la oración de un corazón sencillo y recto es siempre
escuchada, aunque no lo sea en cuanto al modo como nosotros lo habíamos
imaginado. Pedro había pedido quedarse en la montaña. ¿Se lo negó Jesús?
No; no hizo más que retardar la gracia que imploraba. En la Eucaristía ha
instalado Jesús su tienda entre nosotros y para siempre, y de esta manera
podemos habitar con Él en el Tabor eucarístico. No es ésta una tienda que se
levanta y se transporta continuamente día por día. Es una casa que Él
construyó y nosotros la habitamos día y noche. Nosotros hemos conseguido
más de lo que pedía san Pedro. En cuanto a vosotros, hermanos míos, le veis
como de paso, pero le veis todos los días. Además, vosotros habéis fijado
vuestra vivienda cerca de la iglesia del santísimo Sacramento y sentís la dulce
influencia de su vecindad.
Domine, bonum est nos hic esse –¡Señor, ¡qué bien estamos aquí! (Mt 17, 4).
¡Señor, bueno es estarnos aquí! Bien sabéis vosotros venir aquí cuando sentís
alguna pena o cuando os atormenta algún dolor, y Jesucristo sacramentado es
siempre el buen samaritano que os consuela. Él desahoga su corazón en el
vuestro, os espera y os trata, no como a gente extraña, sino como a amigos y
como a hijos de familia.
¿No os ha dicho el Padre celestial: “He aquí mi Hijo muy amado”? (Mt 17,
5). Efecto de un amor incomprensible, nos ha dado a su Hijo. Nos lo ha dado
en Belén, en el calvario y, sobre todo, nos lo ha dado para siempre en el
cenáculo. Jesús, por su parte, se entrega al mismo tiempo. El Padre lo
engendra cada día y nos lo da a cada uno de nosotros. ¡Oh, escuchémosle!
Amemos y miremos con singular afecto esta fiesta de la transfiguración. Es
una festividad del todo eucarística. Venid a esta bendita montaña donde se
transfigura Jesucristo; pero no vengáis a buscar la felicidad sensible ni la
gloria, sino las lecciones de santidad que nos da con su anonadamiento. Venid,
sí, y haced que vuestro amor y abnegación os transfigure en Jesucristo
sacramentado, esperando el día en que os transfiguréis en Jesucristo glorioso
en el cielo.

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