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De marcianos,

patriotas y liberadas
Néstor Caballero
FUNDARTE
Este libro se compone de las piezas "La semana de la
patria", "Chocolat Gourmet” , "Seis monólogos para
Dalila" y "Los hombres de Ganímedes”, cada una de las
cuales ha merecido diferentes reconocimientos y premios.
Rico mosaico en el que se reflejan las múltiples
inquietudes que impulsan a Néstor Caballero, De
marcianos, patriotas y liberadas funde de manera
admirable dos de las constantes líneas de filena de este
dramaturgo: el humor y la imaginación. La chispa, la
agudeza, lo dramático casi fusionado con lo cómico, el
desenfado, la irreverencia, elementos todos tan comunes en
la expresión diaria, encuentran en estas versiones teatrales
una síntesis adecuada, conformando así una pequeña
radiografía de cómo es, se manifiesta y siente el habitante
de este vasto y apasionante territorio.
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CUADERNOS DE DIFUSION
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NESTOR CABALLERO

DE MARCIANOS,
PATRIOTAS
Y LIBERADAS
Teatro

BIBLIOTECA NACIONAL
CARACAS - VENEZUELA

FUNDARTE
DE MARCIANOS, PATRIOTAS Y LIBERADAS
Néstor Caballero
Colección “ Cuadernos de Difusión” N? 118
Diseño: Blanca Martínez
Corrección: José Ramón Cova España
Impresión: Anauco Ediciones, C. A.
ISBN: 980-253-049-2
Fondo Editorial Fundarte, 1988.
FUNDARTE
Dirección de Publicaciones
Edif. Tajamar (Pent-House)
Parque Central, Avda. Lecuna
Caracas, Venezuela
Apartado Postal 17.559
Caracas 1015-A
a Dalila Colombo de Martínez
y a Juan Bautista Martínez Colombo,
mis dos azoros.
HUMOR E IMAGINACION
EN NESTOR CABALLERO

O r l a n d o R o d r íg u e z B.

Entre los autores nacionales surgidos en la última


década, sin lugar a dudas, Néstor Caballero ocupa un
lugar destacado. A través de textos ágiles, ha incur-
sionado por diversas temáticas, para interpretar y com­
prender la idiosincrasia y comportamiento del hombre
de esta tierra.
Creador de probada versatilidad, su creación transita
fácilmente entre la comicidad y el dramatismo, entre­
verándose la ironía, la sátira, la crítica y el sarcasmo.
Por otra parte, pasado y presente se reencuentran como
construyendo un extenso mosaico que le permita apre­
hender las variadas características que se integran en
el sentir y el hacer de las gentes que han habitado
y habitan esta geografía.
Pero, en Caballero se da una especial particularidad.
E s sabido, y con ello, repetimos simplemente una
verdad dramatúrgica: el monólogo es tarea de autores
de larga experiencia y trayectoria. Porque la difi­
cultad de crear síntesis, situaciones dramáticas, sus­
tentadas por un solo personaje, resulta factible en
quien a lo largo de años ha ido logrando el manejo
de la estructura teatral. Y si bien, muchos autores
jóvenes incursionan en este género, pocos son quienes
alcanzan el objetivo propuesto. Néstor Caballero es
uno de ellos.
El monólogo ofrece múltiples posibilidades de desa­
rrollo: muy breve, un acto, función completa, son algu­
nas de ellas. El joven autor que nos ocupa, se mani­
fiesta indistintamente en cualquiera. Pero, además,

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como el pasado inmediato y el mediato le acucian en
su intento de penetrar la historia, las situaciones coti­
dianas van entremezclándose con alusiones y alcances
a una realidad anterior, pero familiar a las generacio­
nes media y mayor. Las dictaduras de Gómez y Pérez
Jiménez son señaladas con referencia al presente, en
un interesante rescate de ese pasado, que permite com­
prender este presente, lo que a su vez, ha de posibilitar
la construcción de un mejor futuro.
Casi de manera imperceptible, el escritor va creando
el crescendo dramático, tanto en el lector como en el
espectador. E s decir, que se da en él, una ajustada
conjunción de valores literarios y teatrales. Sorprende
la agilidad en que la acción se desenvuelve, más aún,
si tomamos en cuenta la complejidad y exigencia que
involucra este género.
Pero, no basta el manejo de la estructura dramática,
que podría convertirse en una tarea artesanal de no
existir el complemento creativo que transforme ese
dominio en obra artística. Allí es donde se expresa
el verdadero dramaturgo. Por otra parte, hacer inte­
resante lo cotidiano, convertir lo trivial en trascen­
dente, hacer de un antihéroe, el protagonista, constitu­
yen otros tantos desafíos, en los cuales el autor se
impone.
El humor, una constante en la producción de Caba­
llero, se convierte en otro elemento integrante y que
define su teatro. A veces, en situaciones dramáticas
que lindan en lo grotesco, o en otras, en el desenfado
de un personaje que, despojado de sus inhibiciones,
intenta buscar la complicidad del lector o del especta­
dor para compartir sus miserias.
En este grupo de obras, la mayor parte breves,
Néstor Caballero nos entrega varias muestras de su
creación. L a mayoría son monólogos, puros, además
de textos dichos a un intérprete pero donde la presencia
muda de un segundo personaje da una dimensión dis­
tinta, complementándose con un extenso acto, donde
la fantasía, la realidad actual, la visión de un futuro

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en ficción, juegan dentro de una situación casi enaje­
nada con alusiones al mundo sideral.
La calidad de este joven valor de nuestra dramatur­
gia ha sido refrendada en diferentes ocasiones: el
estreno de varios de sus textos o en la obtención de
numerosos premios en concursos de obras teatrales.
A nuestro juicio, la mayor cantidad de montajes sobre
sus obras no han alcanzado los valores expresados en
los textos. Como le ha ocurrido a otros de nuestros
autores, las puestas en escena, con alguna excepción,
han estado lejos de las posibilidades que ofrecen sus
piezas.
“ La Semana de la Patria” , “ Chocolat Gourmet” ,
“ Los hombres de Ganímedes’ ’y “ Seis monólogos para
Dalila” , integran este volumen. El conjunto de ellas,
sintetizan de alguna manera, las múltiples inquietudes
que impulsan a este creador, que aúna a su expresión
teatral, la creación plástica, como además, sus afanes
de investigación y docencia.
Entre las dos primeras obras y las siguientes, ha
señalado el dramaturgo, transcurrió un lapso de tres
años, que responde a su vez, a distintas situaciones
anímicas. Si el autor refleja en su creación persona­
lidad, sentimientos, valores, inquietudes, aspiraciones,
frustraciones y éxitos, este grupo de obras resulta un
testimonio en la etapa creativa de varios años en la
fecunda tarea realizada por Caballero.
En este mosaico de su producción, el humor y la
imaginación son dos valores o características relevan­
tes. Y habría que preguntarse, tal vez, si no son esas
características, junto a otras, las que definen al hombre
de esta tierra, al habitante del Caribe y del trópico.
A l manifestarlas tan claramente, Néstor Caballero se
convierte en su vocero. L a chispa, la agudeza, lo dra­
mático casi fusionado con lo cómico, el desenfado, la
irreverencia, elementos todos tan comunes en la expre­
sión diaria, encuentran en la versión teatral, la síntesis
adecuada, conformando, una pequeña radiografía de
como es, se manifiesta y siente, el habitante de este
vasto y apasionante territorio.

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Néstor Caballero integra una nueva generación de
relevo. Ha tomado, sin imitación, caminos iniciados
por autores que le precedieron. Con una expresión muy
personal, está intentando comprender y testimoniar
comportamientos y actitudes de los hombres que en­
frentan una realidad cambiante.
Este grupo de obras indica que transita por el mejor
camino.

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LA SEMANA DE LA PATRIA
PREMIO COÑAC DE DRAMATURGIA
“ SANTIAGO M AGARIÑOS”

/
Con “ La Semana de la Patria” el actor Ornar Gonzalo
celebró sus 30 años en la escena venezolana. Fue
estrenada en mayo de 1985, en la Sala Juana Sujo
del Nuevo Grupo y contó con el siguiente reparto:

SARGENTO MATUTE . . . Ornar Gonzalo


LA N EGRA . . Zamira Segura
ILUM INACION José Luis Gómez Fra
VESTUARIO . . Elias Martinello
ESCENO GRAFIA José Luis Gómez Fra
ASISTEN TE DE DIRECCION José León
DIAGRAMACION-FOTOS DE
AFICH ES Y PROGRAMAS . Freddy Pereyra
DIRECCION GENERAL . . Armando Gotta

Fue nominada para el Premio Nacional de la Crítica


CRITVEN 1986 como la mejor obra venezolana.

Premio COÑAC de Dramaturgia


“ Santiago Magariños” 1984

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PERSONAJES

Sargento M a tu t e .................................... viste de civil


La N e g r a .................................................. bata de casa

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ESCENOGRAFIA

Estrecho apartamento pintado de gris. Lateral iz­


quierdo: fregadero; cocina eléctrica, portátil, de una
hornilla; nevera repintada a mano con una improvi­
sada aldaba como cerradura; una alacena con algunos
alimentos; toda la vajilla, objetos de cocina, son so­
brantes, viejos, del ejército. Mesa con dos sillas. Sobre
la mesa, soldaditos, tanques de guerra, vehículos mi­
litares, todo de juguete, organizado para una batalla.
Al centro fondo un locker de dos puertas, también
desecho militar. Dentro de éste, algunas armas, tal
vez inservibles. Una muñeca de goma que le falta
un brazo.
Un espejo de medio cuerpo.
Una cama litera, también perteneciente al ejército,
luce muy bien tendida.
Al fondo, el arco de una puerta donde se puede
ver un baño.
En diferentes sitios de la casa uniformes militares.
Grandes bolsas de arena en sitios estratégicos. Las
ventanas están tapiadas con maderas.
Este sitio se mueve entre un pequeño apartamento
y una trinchera donde el Sargento Matute libra su
pequeña y terrible guerra particular.
Vaso de agua sobre la mesa.

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(La Negra, acostada en la parte baja de la litera,
tiene un plato de peltre y una cucharilla la cual golpea
insistentemente. Después de un rato llega Matute. Trae
una bolsa con comestibles, el periódico y una bolsa
más pequeña con soldaditos de juguete) .

M ATUTE: (Después de verla largamente golpear


insistente al plato con la cucharilla). Ya, Ne­
gra. . . ya. Ya lle g u é ... ya llegué. (Va rápida­
mente hacia la cocina y echa los espaguetis que trae
en la bolsa a una olla que hierve) . Al portugués lo
robaron otra vez. Le abrieron un boquete en la parte
de atrás de la bodega, grandísimo. (Busca un frasco
con pastillas. Saca de la nevera un jugo de naranja.
L a Negra vuelve a golpear el plato). ¿Desayuno?
No, Negra, almuerzo. Almuerzo de una vez. (Le
lleva la pastilla, el jugo y con mucho cuidado la
levanta un poco) . T o m a .. . tómate la pastillita con
este jugo y . . . con eso te aguantas. (Ella lo hace.
E l la vuelve a acostar. Matute va y lava el vaso).
Esta es la quinta vez que roban al portugués. Dice
que está pensando regresarse otra vez para Ma-
deira. Le tuve que escuchar todo el cuento. (La Ne­
gra golpea suave el plato con la cucharilla). No,
Negra, no lo he leído todavía. (Matute toma una
lata de insecticida y va hacia un locker donde
guarda varias armas largas. Toma un revólver, lo
observa molesto, se lo guarda al cinto y hace cortas
rociadas con el insecticida en la parte baja del
locker). Esas chiripas no respetan nada. La culata
del fusil tenía cuatro huevos de cucarachas, en línea,
uno tras otro. (La Negra golpea el plato con
insistencia). Y a . . . ya te lo leo. (Guarda el
insecticida. Se lava las manos. Toma el revólver
lo coloca sobre la mesa. Va hacia L a Negra, debajo

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de la cama saca una silla de ruedas pintada en verde
oliva. La sienta y la lleva a la mesa. Toma el pe­
riódico y comienza a leerlo para sí. Ella golpea
m olesta). Y a . . . ya. Está bien. (Lee). Ha fallecido
cristianamente la señora Mariana de Rojas. Mariana
de R o ja s .. . ¿la conoces? (La Negra da un golpe
seco con la cucharilla a la silla de ruedas). Yo tam­
poco. (Vuelve a leer). Petróleos de Venezuela cumple
con el penoso deber de participar. . . tal y qué sé
yo. . . Crisanto M a ta .. . ¿Crisanto Mata? (La Negra
da dos golpes secos con la cucharilla a la silla
de ruedas). Ni id e a .. . (Matute se queda mirando fijo
al periódico. La Negra se interesa, golpea suave.
Vuelve a golpear insistentemente. Silencio. La
Negra da cuatro golpes rápidos con la cucha­
rilla a la silla de ruedas. Silencio. Matute para s í) .
González. . . (La Negra da un golpe suave con la
cucharilla a la silla de ruedas). El mono, Negra.
(La Negra da un golpe seco con la cucharilla al plato
de peltre). El Mono González. (Le Negra da dos gol­
pes secos con la cucharilla al plato de peltre). Aquí
está c la rito ... Mayor retirad o ... (Para sí). Re­
tir a d o ... (Algo molesto). R etirad o ... retirad o ...
con esa palabrita lo arreglan todo. (Quedo). Re­
tirado. (Golpes). Desde Ramo Verde. (Golpes).
Fue mi instructor de tiro con el F.N. 30. El F.N. 30
jugó un gran papel en la Segunda Guerra Mundial.
(Se dirige a los espaguetis que se cocinan. Los
mueve. Comienza a prepararlos). El secreto de la
pasta al dente está en pasarla por agua fría. Luego
se escurren y les echas una pisca de sa l. . . y una
pisca de az ú c ar.. . y . . . y es un fusil muy noble
que resiste las inclemencias del tiempo. Nunca se
te traba como las armas automáticas, es parte de
tu cuerpo, es tu segunda madre, te dicen en el
Cuartel, es después de escurridos que le echas salsa
de tomate en botella. . . es después que duermes
día y noche con él, que te bañas con él, que te
golpean con él, si un Oficial, cuando estás descui­
dado, logra quitárselo, es en ese momento que en­

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tiendes que el fusil y tú, son una misma persona,
que tu vida es el ánima del cañón, que tu hembra
es la culata, que después de la salsa de tomate en
botella, viene la mayonesa en botella, el puñito de
queso blanco rayado y . . . y la rabia, Negra, la
rabia de no tener más que esto para comer sin salirse
del presupuesto de la pensión, la rabia de que tu
fusil sigue ahí, sin canas. . . que la m irá. . . el
gatillo. . . el percutor, el guardamontes, el alza del
cerrojo, el guardamanos, el punto de mira y la
abrazadera, no tienen nada que ver con la pasta
Milani, la más barata, con. . . con rabia, el fusila­
zo, la rabia, el futuro al dente con mayonesa y
salsa de tomate y puñito de queso que se acaba
poco a poco, y entonces, ese maldito fusil no era
tu patria, ni tu madre, ni tu familia. (Se escuchan
disparos y sonidos de sirena en el exterior. Matute
se tira al suelo. Se arrastra hasta llegar a la ventana.
Mira con cautela por ella). Tranquila, Negra. No te
asustes. (Observa) . Son los encapuchados otra vez.
{Pausa corta). Aquí siempre se vive un cuartelazo.
(P au sa). Ya pasó. (Sirve los espaguetis y los coloca
en la mesa. Acerca más a La Negra. Le pone un
tenedor en la mano). Estos gobiernos, Negra, estos
gobiernos, les falta mano dura. (Le toma la mano
que sostiene el tenedor). Come, Negra. Come. (La
Negra, con muchísima dificultad, comenzará a co­
mer. Se ensuciará la cara, caerán espaguetis sobre
la mesa. Matute ve hacia el escaparate, saca una
gorra de militar y se la pone. Disfruta mirándose
al esp ejo). ¿Q ué tal me veo? (Se observa con gozo).
Pepeadito, si señor. Con esta gorra me conociste.
Pepeadito, de punta en blanco, con el uniforme
recién planchadito, botas pulidas, la cara rasurada,
suavecita, como nalga de muchacho chiquito. (Gol­
pes), ¿Por qué quieres olvidarlo, Negra? Yo no lo
digo por ofenderte. A mí nunca me importó que
fueses una mesonera. Nunca. (G olpes). Sí, ya sé, lo
hacías por Freddy, por tu hijo. Bueno, eso no im­

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porta ya. (La Negra golpea con el tenedor en la
mesa, molesta) Te juro que era la primera vez
que iba a ese sitio. (La Negra golpea con el tene­
dor en la mesa. Interesada). ¡Ah!, ese día fui al
Pasapoga porque. . . bueno. . . Chacón ya era Sar­
gento. Sargento, y ya tenía una casita en El Valle.
(Sonríe). Un matadero, más bien. (Golpes) . Que
ahí llevaba sus chances, Negra, sus queridas. Le iba
bien a Chacón, se había comprado un Studebaker.
(Pausa corta). Me dijo: “ vamos a dar una vuelta
Matute” . Yo no quería, yo no q u e r ía ... pero era
pleno Carnaval y . . . y no me vas a decir que alguna
vez hubo en este país, mejores carnavales que los
de mi General Marcos Pérez Jiménez. “ Vamos, Ma­
tute, anímate, vamos a levantar unos culos” . (La
Negra golpea el plato de spaguetti, molesta). No,
así hablaba Chacón, Negra. Y fíjate, te conocí.
(Ríe). ¿T e acuerdas? Chacón me dijo: “ mira esa
morena que te está viendo, Matute” . ¿Tú crees,
Chacón? ¿T ú crees? “ Claro. Echale la caballería
encima” , (La Negra golpea suave, extrañada, el
plato). Es una expresión de combate, Negra. (Pausa
corta). Me acerqué y . . . te hacías la difícil. (La
Negra golpea, triste, la silla de ruedas). Yo sé que
eras una mujer decente. Yo lo sé. Si no, no me hubie­
se casado contigo. (Transición). Mire señorita, hace
rato que la estoy observando y me parece que usted
es la que debería ser la Reina del Carnaval. Más que
eso, usted es más bella que Susana Duijm. Usted es
una Miss Mundo. Sí, sí. (Vuelve al presente). Te
echaste a reír y me saliste con eso de “ dímelo con
flores” , pero de Los Malabares” . (Ríe). Y lo que me
costó bailar. (R íe). Nunca había bailado. (La Negra
golpea con ternura la silla de' ruedas). Te pisé
los pies, ya lo sé. (La observa. Ella tiene la
cara sucia de la salsa. H a ensuciado la m esa). Negra,
Negra, mi amor, mira como te pusiste. (Busca un
paño y la limpia con mucha delicadeza). Pareces una
muchachita. (Limpia la mesa y retira el plato. Lo
lava). Tienes que tener más cuidado mi amor. (Gol­
pes). No, no mi amor, no estoy bravo. (Termina

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de lavar). El Pasapoga, sí señor. (Pausa larga).
Después. . . después me dijiste lo de Freddy, lo
de tu hijo. Lo del tipo de la Seguridad Nacional
que te había engañado y . . . y . . . y no se había
casado contigo. A mí no me importó, Negra, a mí
no me importó que no fuese señorita y. . . y que
tuvieses a Freddy. (Golpes) . Te lo juro. (Golpes).
Nunca. Nunca. Cuándo traté mal a ese cárajito.
¿Cuándo? (Golpes) . Tenía que corregirlo. Sabes
que ese carajito nunca me quiso. (Golpes) . ¿N o le
di oportunidad? Qué va. El sabía que yo no era su
papá. (Golpes) . Lo corregía. Nunca le pegué. (Gol­
pes) . Para que se portara bien. Lo ponía a bailar
todo el día para que se portara bien, nada más,
nada más. Y solamente los sábados, los sábados
cuando le contaba las faltas. Cinco faltas, cinco
horas bailando. Mira negra, cuando uno, en el
cuartel, comete una falta, una falta leve, digo, te
castigan con una mierdera. En realidad no es un
castigo, si te pones a ver. Un Sargento, o un Clase,
se te pone al lado y empieza (lo hace): Flexiones
de Pecho, Salto de Rana, Trote, Flexiones de Pecho,
Salto de Rana, Trote. Y . . . a s í . . . mientras flexio­
nes, piensas, este Sargento es un hijo de la gran
p u ta .. . y así. . . sigues con los saltos de rana y
dices entre d ie n te s... porque no te mueres, cono
de tu madre y . . . sigues trotando. . . y sigues con
las flexiones de pecho y casi no aguantas y te di­
c e s .. . me voy a desertar. (Se detiene). Ahí, en
ese momento, reflexionas de verdad, verdad. (Pien­
sa) . Coño, por qué me voy a desertar, para terminar
de joderme. No, no señor, no me deserto y llegas
inmediatamente a la conclusión: además, estoy ha­
ciendo ejercicios. ( Vuelve a los ejercicios). Y flexio-
nas, saltas y trotas con más gusto. (Termina los
ejercicios, satisfecho). Bueno, muchas veces es injus­
to. Como con El Puma. (La Negra golpea con un
golpe suave y seco la silla de ruedas con la cucha­
rilla). Un Teniente que le decían El Puma. Un
militar cumplidísimo. (Golpes). ¡Ah!, le decían

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así, porque en Ramo Verde, en la Escuela de
Guardias, había dos pumas inmensos, a la en­
trada, dos estatuas altísimas. Y ese Teniente,
cuando cometías una falta, te decía: “ bañado y
enjabonado a las tres de la mañana en el puma” .
¿T e imaginas, en Los Teques, con ese frío, a las tres
de la madrugada, emparamado, empegostado de ja­
bón y encima de un puma? Si te auedabas dormido,
te caías y te partías la cabeza. (Pausa corta). Ese
Teniente me la tenía dedicada. Y yo me dije, te lo
encomiendo Santísima Trinidad, te lo encomiendo.
Qué va, nada. El Puma no le paraba ni a las Tres
Divinas Personas. Hasta que lo cambiaron me hizo
la vida imposible. (Va hacia el escaparate y toma
una pistola). Cuando Betancourt, cuando el Pre­
sidente Betancourt, fue que me cumplió la Santísima
Trinidad: El Puma había llegado a Coronel, Negra,
a Coronel y . . . y tenía tres quintas. . . un yate. . .
carros nuevos. Entonces nos tiramos a investigarlo.
Resulta, Negra, que el bendito Puma era iefe de
una banda de asaltantes de bancos que se hacían
pasar por guerrilleros. (Corre, armado con la pis­
tola y se protege, vigilante, tras las bolsas de aren a).
¡Ah!, que gustazo me di cuando rodeamos la c a s a ...
(Sale de las bolsas de arena. Se coloca encima de
ellas). Cuando le tumbamos la puerta en plena
madrugada, cuando le llego al cuarto y le pongo
la pistola nueve milímetros en la cara para decirle:
bañado y enjabonado a las tres de la mañana en el
puma. (R íe). Se puso pálido. (G olpes). Que va,
ya lo soltaron. Tú sabes como son las vainas en este
país. El billete, el billete. (Pausa corta). El P u m a...
ése es otro enemigo que cargo por ahí. Se está dando
la gran vida. (Matute va hacia la mesa y coloca la pis­
tola sobre ella. Ve con satisfacción los soldaditos. La
Negra vuelve a golpear con la cucharilla). Bueno,
con F re d d y .. . con Freddy yo me dije que no debía
pegarle. Pero el carajito echaba mucha vaina. Y
y o . . . y o . . . bueno, lo que quería era que se diera
cuenta de sus faltas. (G olpes). L a correota era por

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si no quería bailar. (Comienza a molestarse). Se
aprendió todas las canciones el sinvergüenza y nunca
sirvió para nada. (Pausa). Lo mataron por eso. (Gol­
pes. El se inquieta más). Yo no tuve la culpa, era su
deber. (Golpes. El disculpándose). Tuve que mandar­
lo, me lo ordenaron. (Golpes). (Matute acosado hasta
estallar) . Me lo ordenaron, me lo ordenaron. El
militar obedece, no discute. Y él era un militar y
yo era un militar. (G olpes). ¿Tengo yo la culpa
del Porteñazo? ¡No! No. ¡Echale la culpa a Betan­
court si q u ieres.. . a los comunistas, pero a mí no!
(Golpes). Debí haberle pegado, carajo. Debí haberla
pegado. (Golpes). ¿Cuándo? (Golpes). ¿Cuándo?
Cuando dijiste por ahí que le puse un dedo en­
cima. ¡Nunca! Cuando los vecinos te preguntaban
por él, le decías: “ el negro lo tiene bailando solo” .
Pero nunca, nunca pudiste decir, Matute le está
pegando. ¡Nunca! (Pausa. Ella llora quedo. El va
molesto a la cocina. Toma café. Enciende un ciga­
rrillo. Se va calmando lentamente. Apaga el cigarri­
llo. Busca un frasco medicinal y sirve unas gotas
en una pequeña copa para ese uso. Se las lleva
a ella).
Te tocan las góticas, negra. (Ella se niega a tomar­
la s). Vamos, vamos, no te pongas así. Vamos mi
amor, tómatelas, tómatelas para que te cures. (Ella
acepta). Así, así, para que se ponga bella otra vez.
Así. Así. (Matute lava ahora la copita y ella da
golpecitos quedos en el plato). Sí, Negra, yo sé que
son amargas. ( Golpes) . Claro que no me olvidé de
tu bocadillo. (D e la bolsa que trajo del abastos saca
un bocadillo de guayaba y se lo lleva. Le va dando
el bocadillo por pedacitos muy pequeños). Chupa-
ditos . . . chupaditos. (Ella comienza a comérselo
sola. El arregla la cocina. Ella da golpes en el plato).
No sé, déjame ver. (Matute vuelve a leer el perió­
dico) . A las cuatro y media, en el Cementerio Ge­
neral del Sur. (Para s í ) . González, el de los pañue­
los. (Sonríe. Golpes de ella ). Una vaina que pasó
con unos pañuelos. (Golpes. Matute sonríe con

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sorna). Cuando lo de Diógenes Escalante, mi
General Medina organizó una gran recepción para
anunciarlo como candidato del gobierno. Se reunie­
ron en el Hotel Avila todos los Embajadores, las
grandes familias, los políticos, los m ilitares.. . se
preparó una comida, una comida, Negra, especial.
Hecha por uno de los mejores Chefs del mundo.
(Golpes. E l sonríe satisfecho). Claro, claro que no
cocinaba mejor que yo. (Sonríe) . Una comida que
tenía que ser servida a las ocho y treinta minutos,
Negra, a las ocho y treinta minutos. Ni un minuto
más, ni un minuto menos. (Golpes). ¡Ah!, porque
era una comida de platillos exquisitos que no podían
recalentarse después. Por eso era importante la
puntualidad. A las siete y media llegó mi General
Medina. Y a todos estaban presentes. Todos, menos
Diógenes Escalante. A un cuarto para las ocho el
Presidente me llamó. (Toma la posición marcial
de firm e). Sí, mi General. (Como Medina A ngarita).
Búsqueme al Candidato, lo están esperando. (Nor­
mal. Como é l) . Agarré mi moto y salí. Cuando
llegué, la Guardia de Honor lo esperaba afuera.
Le dije a mi Teniente G on zález... (G olpes). Sí,
al mono González. El Presidente espera al hombre.
Mi Teniente González me dijo, yo creo que el Can­
didato está tocado de la cabeza. Entramos. El Doctor
Escalante estaba en interiores, haciéndole cariños y
hablándole a una mata de malanga. Le dijimos que
el Presidente lo esperaba, pero él dijo que no podía
asistir porque no encontraba sus pañuelos. Llamé
al Presidente y se lo dije. El Presidente me pidió
hablar con el Teniente González. El Teniente le
dijo lo mismo que yo. Entonces el Presidente le
ordenó: González, consígale unos pañuelos al Doc­
tor Escalante. (Como González). Señor Presidente,
pero las tiendas están cerradas, ¿cómo hago? (Como
él). González. ¡González! Gritaba el Presidente
Medina por teléfono. ¡González! Quitándole el ran­
go de Teniente, siempre lo hacía cuando estaba
bravo, trataba a la gente por su apellido y no le

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mencionaba la jerarquía. (Como Medina) . ¡Gon­
zález, entre con el ejército si es necesario, tome
una tienda de pañuelos por asalto si es preciso,
pero llévele los pañuelos al Doctor Escalante, porque
aquí todo el mundo lo está esperando. ¿Entiende,
González, la importancia de su misión? Sí, mi Ge­
neral, dijo el mono y cumplió las órdenes. Me dio
los pañuelos para que se los entregara al Doctor
Escalante. “ Entregúeselo usted, Matute. Yo soy un
Teniente de Academia, no le voy a seguir el juego
a un loco” . Entré. El Doctor Escalante cargaba una
hoja de la mata de malanga y lloraba. La tenía
cargada como si fuese un niño. (Transición) . Doc­
tor, aquí están los pañuelos. (Transición) . El los
v i o .. . largo rato. Me miró y dijo: “ ésos no son los
míos. Y después, como si compartiera un gran se­
creto, me llamó hacia la cocina. (Como un secreto).
“ Mire, soldado” . Y yo le dije, soldado no, Guardia
Nacional. Pero él como si no me escuchara. “ Mire
soldado, de la malanga nace mi sabiduría. Yo no
soy el que usted ve, yo soy Torcuato Tasso y
malignos encantadores se han llevado mis pañuelos
para posesionarse de mi alma. Le tienen envidia
a mi Jerusalem Libertada. “ Su esposa lloraba descon­
solada” (Imitándola) D ió g en e s... D ió g en e s... no
hables así. (Como é l). Llamé a mi General y le conté
lo de Torcuato, lo de los pañuelos y lo de los
malignos encantadores. El Presidente Medina dijo
con una voz, con una voz, Negra, que no le había
oído nunca. Una voz como entre asustado y bravo,
bajita pero como amenazante. A mí me pareció
como la voz de ese terrible Torcuato Tasso que
nombraba el Doctor Escalante. Dijo: “ caramba, pero
ese hombre como que está enajenado” . Y yo le dije:
no mi General, con todo respeto, enajenado como
usted dice no. Loco, loco de bola. Bueno, dijo
el General, dígale al Teniente González que rodee
la casa y que no deje entrar ni salir a nadie. Y usted,
véngase para acá y no hable de esto ni con Papá
Dios. (Tomando la posición marcial de firm e). Sí,

24
mi General. (Pausa corta). Después anunciaron que
el Doctor Escalante no había podido asistir porque
se había intoxicado con unos camarones. Después
que era una grave enfermedad y lo tenían que
enviar a un hospital en Miami. Camarones, no si
así que es que. (La Negra comienza a toser, atra­
gantada por el bocadillo. El, desesperado, le da
golpecitos en la espalda. Corre y le trae agua. Ella
comienza a calm arse). Negra, negrita, debes tener
más cuidado cuando comes. (Va hacia la cocina,
toma un pañito. Limpia el sitio de la mesa de ella.
Repentinamente recuerda). ¡Delofre, Negra! ¡Delo-
fre, así se llamaba el Chef! Un francés que decían por
ahí que se había escapado del penal de Cayena
pero y que era amiguísimo de mi General Medina.
Parece ser que el mismísimo General Medina lo
ayudó a montar un Dancing que se llamaba El Tro-
cadero. (Golpes). No, yo nunca fui. (Golpes). A
González no lo volví a ver. (Golpes. El se m olesta).
No lo volví a ver, negra porque pidió cambio para
el Cuartel Urdaneta. Andaba diciendo por ahí: yo
no me fajé a estudiar en el Perú, para terminar
cuidándole el rabo a un pendejo. (G olpes). ¡Ah!,
porque antes se estudiaba para Oficial en el Perú.
Mi General Pérez Jiménez también estudió allá.
(G olpes). No conociste al mono González porque
las Fuerzas Armadas son muy grandes, imagínate.
(Comienza a hacer c afé). Oído, negra, oído. Cuando
cayó Pérez Jiménez, González, que Dios lo tenga
en su santa gloria, apoyaba a los Coroneles Roberto
Casanova y Romero Villate. (Golpes) . Unos chivos
bien pesados, pérezjimenistas hasta la pared de en­
frente, pero así son las cosas (G olpes). Que estos
Coroneles, Negra, también apoyaban y . . . y estaban
en la Junta de Gobierno presidida por Larrazábal.
Ardió T ro y a .. . Troya. Les dieron cien mil dólares
a cada uno para que se retiraran de la Junta. A
González también le mojarían la mano porque salió
con ellos fuera del país. Murió podrido en billetes.
Carajo con suerte ese González, siempre estaba

25
donde había. (Prueba el café) . Me quedó cerrero.
Sabroso. (Golpes), Ajá, ya voy. (Lee el periódico con
atención. L a Negra golpea. E l sigue hojeando. Ella
vuelve a golpear. El molesto le muestra el periódico).
Más muertos no hay, Negra. (Golpes). Míralo tu
misma. (Le enseña el periódico). No hay. (Se sienta
y lee. Tranquilo. Pausa). Siguen con lo del dólar
preferencial. (Lee). El dólar en la bolsa se vendió
a nueve. Parece que lo van a devaluar. (Pausa corta).
Con tal de que no le pase nada al bolívar que
hagan con el dólar lo que quieran. (G olpes). ¿Por
qué dices eso? (G olpes). N o . . . n o . . . yo no creo
que por lo del dólar se vayan a meter con mi
pensión. Lo dices para mortificarme. ¿Qué tiene
que ver el dólar con mi pensión? Esa es una moneda
extranjera, chica. Si yo fuera un militar extranjero,
está b ie n ... p e r o ... (G olpes). No, no lo creo.
(Golpes) . No tengo nada que ver con eso. Lo dices
para mortificarme, Negra. (Un vaso de agua que
está en la mesa es volteado, sin querer, por la Negra
que se lo echa encim a). ¡Ah!, vaina, ya botaste eso,
Negra. (Busca un trapo y seca). Pareces una niñita,
toda mojada. (Mientras seca, recuerda). Te acuer­
das . . . te acuerdas cuando te caíste con aquella lata
de agua. Tuve que llevarte a la Maternidad. Yo
pensaba que el muchacho se te había estropeado
y tú . . . tú haciendo promesas. (Como ella). Si
es varón, se llamará José Gregorio. Sálvalo Tosé
Gregorio Hernández. Si es hembra, se llamará María.
Sálvala, Virgen María. (Como él). Y era hembra
y se llamó María, y era hembra y fue un milagro
después de lo que rodaste por ese cerro para abajo.
(Para s í ) . María Milagros. (G olpes). Le debe ir
muy bien, porque ni llama. Si estuviera mal, aquí
la tendríamos. Así son los hijos. (Pausa). Uno sí
pasa trabajo. Para nada. Cuando tienes tu familia,
cuando sientes que lo has logrado, no lo disfrutas.
Se acaba. Se van. Se retiran. (Para sí). Te retiran.
(G olpes). Sí, se casó bien casada con ese italiano.
(Vuelve a leer en el periódico. Después de hojear.

26
se alegra). Mira, negra, “ Allá en el Rancho Grande” .
(Golpes). En el cine no. En televisión. La pasan
en televisión. (Sonríe satisfecho). La primera vez
que vi esa película, me fui uniformado. (Golpes) .
Porque uniformado uno no pagaba. Estaba contentí­
simo riéndome con las vainas del Chicote y de
repente oí una bulla y . . . y como disparos. Pero
pensé que a lo mejor era una celebración. En el
momento que Tito Guizar agarra la guitarra y co­
mienza a cantar. (Lo hace). “ Allá en el Rancho
Grande, Allá en el Rancho Grande, allá donde
vivía. . . ” . En ese momento se para un tipo cerca
de la pantalla y grita: ¡Tumbaron a Medina An-
garita! ¡Viva Acción Democrática! ¡Viva Venezuela!
(Como él). Coño, me cagué. Allí mismo, en la
oscuridad del cine, me quité el uniforme. Salí en
interiores hacia el baño mientras la gente corría y
gritaba. Y por el muro de atrás, donde estaba el
tanque de agua, salté. Salté para una casa y caí en
el patio, en el lavandera y un perro salió debajo
de la batea y comenzó a ladrarme y a tirarme mor­
discos, cerquitica. Yo como pude descolgué una ropa
y el perro ladrándome y yo trapazos con él. Enton­
ces. .> entonces se aparece una v ie jita .. . como de
ochenta años. .. (con ternura) canosita. . . con un
revólver Smith W esson.. . (con deleite) de cinco
tiros. .. cromado. . . con cacha de nácar, de
esos con cañón largo. Nunca se me olvida.
L a vieja que me apunta, yo que suelto los tra­
pos y el perro del coño que me muerde. Salté
y le di no sé cómo un carajazo al perro que salió
chillando para el zaguán. ¿Señora, qué pasa? Le
digo inmediatamente a la viejita. Abuela, qué pasa,
le digo a ver si la ablando. Y ella se me acerca, con
una sonrisita en la boca. . . (Como la vieja). Pasa,
pasa que al General Juan Vicente Gómez no lo
tumba nadie y menos los pata en el suelo del Mocho
Hernández. (Como él. En la circunstancia). Pero
señora, qué Gómez, qué Mocho Hernández, ésos
se murieron hace años, es el General Medina qus

27
están tumbando. No me venga con frasquiterías,
gruñó la vieja, mientras el perro en el zaguán me
veía. . . y me veía, como diciendo: a ésta si no
le var a dar un trapazo. ¡Vamos, camine para la
policía donde Eustoquio Gómez lo va a arreglar!
Y me sacó, Negra, en interiores, por toda la calle,
desde la Esquina de Principal hasta la Esquina de
Las Monjas donde estaba el Cuartel de Policía.
Cinco cuadras en interiores. La gente en la calle
disparando, gritando, los soldados en las esquinas
matando policías, y yo con los brazos en alto, con
el revólver de la viejita en la espalda y con el
perro adelante, feliz, moviendo la cola el coño
de madre. Me entregó a la policía. (G olpes). No,
no me pasó nada porque la policía también apoyaba
a Gómez, ¡ah! vaina, a Medina, chica (Golpes).
Bueno, le quitaron el revólver- y se fue tran­
quila. (Golpes) . Sí, con su perro. (Golpes).
Después me llevaron al Cuartel Ambrosio Plaza.
Nos arrestaron a todos. Tumbaron a Medina, se
formó la Junta Revolucionaria de Gobierno que
la presidía Rómulo Betancourt, también estaba el
mayor Carlos Delgado Chalbaud. (G olpes). Sí, al
que rasparon después. Bueno, se formó esa Junta,
pues. (R íe). Esa Juntica. Cuando todo se calmó,
nos volvieron a reintegrar a nuestras unidades. Yo
pedí la baja. Yo pedí la baja. No porque tumbaran
a Medina, ni porque estuviera en desacuerdo con
la Junta. Sino por la mamadera de gallo. Imagínate,
los compañeros míos, en el Comando, jodiéndome.
(Como ellos). Matute, andaba con Medina, adelante,
en su motota y no sabía nada del Golpe de Estado.
(Como ellos). Tremendo escolta, que una vieja
lo mete preso. (Como ellos). Matute no puede ver
una vieja porque zuass, se desnuda y le regala el
uniforme. (Pausa corta). Te imaginas, creo que era
el único militar que no estaba enterado del golpe.
Me salí por vergüenza. (Pausa corta). Es muy jodido,
Negra, muy jodido, que estando tan cerca de la Histo­
ria, te dejen fuera de ella. (Pausa larga. Queda ensi-

28
mismado. La Negra, para darle ánimos, golpea la
silla). Sí, ahí fue cuando me puse a trabajar en
la Panadería Las Gradillas, ganando tres cin­
cuenta diarios más los panes que me comía.
(G olpes). No, después de la Junta fue que eligieron
a Gallegos como Presidente. (Golpes) . Yo me mudé
a la pensión de un español. Arteaga, creo que se
llamaba. Una pensión con chinches en el colchón,
con goteras y . . . y . . . y sin cine. . . y . . . y sin
mi mamá. (Toma el revólver de la mesa y lo lim­
pia. Le mete las b alas). Sabes una cosa, negra.
Esa película, “ Allá en el Rancho Grande” , tiene
algo de revolucionaria. (Golpes) . Porque otro día
logré verla y cuando salgo del cine, habían tum­
bado a Rómulo Gallegos. Lo habían tumbado
Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Llovera
Páez. (Pausa). Sí, los golpes de estado tenían que ver
con esa película. Lo pensé, lo pensé en la pensión
y fíjate que pasé otra vez por el cine, al tiempo,
y estuve a punto de entrar para ver que pasaba,
pero me aguanté. Solamente pensé entrar, sólo lo
pensé, y asesinan a Delgado Chalbaud y Pérez Ji­
ménez se montó en el coroto. (P au sa). Más nunca
volví a ver esa película. (Golpes) . De la Panadería
volví al Cuartel. .. Mira, después que le dan el
golpe a Gallegos, yo me dije, la vaina está en el
Cuartel. Uno como civil pasa mucho trabajo. Al
menos yo. (P au sa). Me volví a meter y empezaron
las cosas a acomodarse. Había nacido María Mila­
gros y era como si poco a poco todo se hubiera
arreglado para mí. ¿T e acuerdas que hasta me tocó
decir el discurso de la Semana de la Patria frente
a un pelotón de Guardias nuevos. (Deja el revólver
y se coloca una guerrera militar). (G olpes). No,
que voy a saber quién lo escribió. Yo sólo lo me-
moricé. Pero era algo, Negra, era algo. Yo, hablando
en la Semana de la Patria. Si me hubiera visto mi
mamá. (Con la guerrera puesta, se para sobre una
silla, toma la posición marcial de firme y se dirige

29

)
a los espectadores en su discurso). “ Con el tributo
rendido a nuestros héroes, hubo también la exalta­
ción de todos los valiosos tributarios del engrandeci­
miento nacional: a la juventud estudiantil, forjadora
de hombres recios para un venezolanismo de cara
ley; a nuestros artistas, cuya sensibilidad en la apre­
hensión de la belleza, es la propia sensibilidad de la
Patria, suprema artista de nuestras más dignas ex­
presiones humanas; al obrero compatriota, señor
del esfuerzo imponderable bajo la fosforescencia y la
rudeza del taller en el sol picante, en el tráfico, en los
días fatigosos de la canícula (Golpes). ¡Qué voy a
saber yo lo que es canícula, Negra, no me interrum­
pas! (Sigue). A los empleados públicos, honestos
servidores del Estado, desde el reducto rutinario
de la oficina; a nuestras Fuerzas Armadas, suprema
confianza de la nación en sus cardinales geográfi­
cos, en el ámbito de su moral y su dignidad, en la
altivez de sus pretensiones heroicas y en la altiva
intuición de su destino” . (Se baja alegre de la silla.
Busca un trapo y la lim pia). No me he olvidado
de mi discurso, no me he olvidado. Es que. . . Ne­
gra. . . estab a.. . estaba el Nuevo Ideal N acional.. .
estaba la Siderúrgica.. . la Petroquímica. . . íbamos
a tener un reactor nuclear y hasta una Bomba
Atómica para que ningún país nos jodiera. . . es­
taba nuestro rancho. . . y la radio. . . y estos
muebles. . . y los quince y los último yo co­
braba. . . y María Milagros ya gateaba. (Golpes).
Sí, sí, estaba tu hijo también. . . claro. . . también
estaba é l . . . pero Negra, ¿no lo comprendes? lo que
hice fue por nosotros. . . p o r. . . por la Semana de
la Patria, negra, porque ahí, en ella, en la Semana
de la Patria, yo sentí que pertenecía al mundo y que
era importante con mi discurso, que así, como soy,
c o n .. . con estos huesos, la Semana de la Patria era
también Turmero, y era la leña que cargué cuando
pequeño, y. . . y era sentir, que mi mamá, sobre
ese telar, no se murió de cansancio sino de vida.
Que ella estaba ahí, Negra, ahí, en mi discurso que
yo pronunciaba frente a esas caras chiquiticas, uni­

30
formadas. ¿Entiendes, Negra?, yo no podía permitir
que tumbaran a mi General Pérez Jiménez si me
había dado la oportunidad de un discurso en la Se­
mana de la Patria. No, no podía permitirlo y estuve
pendiente de cualquier golpe para denunciarlo. Es­
tuve con el Nuevo Ideal Nacional de mi rancho que
le íbamos a tirar platabanda, estuve todo el tiempo
pendiente porque ahora, yo, Matute, el niño cargador
de leña en Turmero, entraba en la Historia de Vene­
zuela como un Procer.
( Golpes) . Sí, sí, se decía que torturaban, que habían
desaparecidos. Pero yo no lo sabía. Yo tenía mi
mundo ordenadito y quise que continuara así. Hasta
aquel d í a . . . ¿Quién me manda a andar curucu-
teando las cosas de los Oficiales? Ahí fue que me di
cuenta que había varios que leían los mismos libros.
Sinuhé El Egipcio, El Cáliz de Plata y la Metafísica
de Conny Méndez. (Golpes. El busca en la bolsa que
trajo y comienza a sacar unos soldaditos y tanques
de guerra de plástico. Los observa satisfecho y co­
mienza a ordenarlos estratégicamente entre los solda­
ditos que ya tiene). Bueno, lo sospechoso es que hay
libros que sí tienen que leer todos los Oficiales. . .
que se los dan ahí mismo, en el Comando. Libros
de Entrenamiento, de Tácticas Militares. (Se acuesta
en el suelo, jugando con los soldaditos de plástico).
Pero estos Oficiales que yo te digo tenían esos libros
y otros no. O sea, Negra, déjame que te explique.
(Agarra dos soldaditos y comienza a hablar con ellos,
casi en secretó). Si, eran Oficiales tenían que leer
los mismos libros, todos, todos, los mismos libros.
¿Entiendes? No podía ser que unos los tuvieran y
otros no. Entonces fue que empecé a estar atento.
Y sí, sí era verdad. Los compraban en la misma
librería. Se jugaban entre ellos. (Se levanta. Como
ellos). “ ¿En qué página vas de Sinuhé El Egipcio?” .
(Como otro oficial). “ No, de la Metafísica de Conny
Méndez” . (Como otro oficial). “ Ya la terminé.
O se da la vaina o lanzan otra edición por­
que hay otros compañeros que quieren comprar.
Yo descubro esta vaina. (Pausa corta). Los empecé a

31
seguir hasta la Librería, sin que ellos me vieran. Se
quedaban ahí y salían al rato. Pero para estar segure,
me dije, la otra semana entro y pido los libros. (Gol­
pes). Tenía que hacer una denuncia bien fundamenta­
da. A la semana siguiente, cuando salí de permiso, me
vestí de civil y fui a la Librería. Llego, Negra, y
veo a un hombre bien vestido, perfumadito, se sentía
el olor como de Jean Marie Fariña, sabroso, la
misma colonia que usan los Obispos para que uno
les bese la mano. Me sentí tranquilo. Bueno, llego
y veo a ese señor. Y te juro, Negra, te juro, que
por un segundo me dije, yo conozco a este carajo,
yo lo he visto antes, pero qué va, con ese olor
a Obispo, me confié. “ ¿Q ué desea?” . Me dice, parán­
dose frente a mí. Y yo, rápidamente le contesto:
Sinuhé El Egipcio, El Cáliz de Plata y la Metafísica
de Cony Méndez. Coño, entonces sentí que me cayó
la Librería encima. Era Pedro Estrada, Negra, Pedro
Estrada. El Director de la Seguridad Nacional. Ellos
también habían descubierto el complot contra el
General y en ese momento estaban allanando la
Librería. No me dejaron hablar. Eso fue plan y
plan. Me llevaron a punta de coñazos a la Segu­
ridad Nacional. Golpe y golpe desde que amanecía.
Si amanecía, porque yo no me daba cuenta ni de
qué hora era ya, ni de qué día. Me pararon sobre
un ring, Negra, un ring, de puro hierro, descalzo.
Después los manguerazos y patadas que ellos llama­
ban ablandamiento. Y era verdad, sí era ablanda­
miento, yo estaba vuelto una gelatina y. . . y no
comprendía por qué, porque si yo me veía ya con­
decorado y ascendido a Sargento, por lo menos.
Pero nada, era golpe y golpe y yo trataba de expli­
carles que era una equivocación, que yo era el que
decía el discurso de la Semana de la Patria frente
a mi pelotón. Que yo era un héroe y ellos no lo
sabían. Que yo fui a esa Librería a salvar el Nuevo
Ideal Nacional, que tú estabas en el rancho espe­
rándome con mis medallas, con el ascenso. Pero
nada, nada. Y ese gran carajo llamado Barreto,
Braulio Barreto, me quemó aquí, abajo, en pleno cen­

32
tro de la Semana de la Patria para que yo le dijera
dónde estaba el Teniente Droz Blanco. Me quemó
tanto que me dejó sin hijos, sin discurso, sin ascenso,
era como tu dolor en la cara, pero ab ajo. . . bien. . .
bien abajo. (Pausa). Me dijeron: “ como a Droz Blan­
co no le gustó Guasina, ahí te vamos a mandar de
vacaciones” . Qué carajo sabía yo quién era Droz
Blanco. Si lo hubiera sabido digo todo. (Pausa). Ahí,
en la cárcel, en Guasina, supe quién era Ruiz Pineda.
Supe que era un poeta y lo habían matado en San
Agustín del Sur. No, no era bandido que quería
acabar con el General Pérez Jiménez. N o . . . n o . ..
era, era otra cosa, sé que era otra cosa. . . s í . . .
un poeta. . . En la pared del calabozo estaba un
poema de él. Lo había escrito uno de tantos que
pasaron por ahí. (Pausa corta). Un poema que de­
cía. . . “ su nombre, sangre en España, ruda, roja, ar­
diente, corre por las calles de C aracas.. . ” . Un poeta,
Negra, cómo podía ser malo un poeta. (Pausa). En el
Comando nos hacían creer que Alberto Carnevali y
Pinto Salinas, eran enemigos de la patria y no, no
era así. (Pausa corta). En Guasina aprendí otro poe­
ma y un silbido. “ A través de la sangre, del dolor y la
tragedia, como un magno lucero, entre nubes oscuras,
brillará la justicia para los débiles” . (Pausa corta). Un
poema, Negra. Un poema de Pinto Salinas. . . . de
Pinto Salinas que lo había matado Barreto.. . Barreto,
el que me daba manguerazos, el que me decía que
te había violado, el que me daba patadas, el que me
había dejado chiquito como hombre, ese Negra, ese
Barreto había matado a Pinto Salinas y . . . y yo me
dije: los poetas, los poetas tienen la razón, no él, 110
Barreto. (Coloca, lentamente dos soldaditos de plás­
tico sobre la mesa y los deja ah í). Estando en Gua­
sina, supe que Barreto había ido a Colombia y había
matado al Teniente Droz Blanco. Dos poemas, Negra,
dos poemas y un silbido. Eso, eso aprendí en Gua­
sina. Una cosa era la Semana de la Patria por fuera
y otra cosa era la Semana de la Patria por dentro.
(Silba la Internacional). Ese, ése es el silbido de la
gente que estaba en Guasina. Cuando salí de la

33
cárcel, al tiempo, cuando ya era Sargento, me dijo
un Capitán: mire, no silbe eso, es el Himno Comu­
nista. Pero. . . para m í. . .ese silbido era Guasina.
(Pausa larga. Ve la hora. Se muestra nervioso.
Guarda el quepis). ¿Negra, no tienes sueño? (Gol­
pes) . Tienes que dormir. . . acuérdate de la puntada
en la cara. (Golpes). Sí, no te ha dado, pero tienes
que descansar. (Golpes). Esa puntada, Negra. Esa
puntada. (Golpes). No, no te empezó cuando estuve
preso. Te empezó antes, en el mismo Pasapoga y
me dijiste que era un calambrazo que te daba de
vez en cuando. (Golpes. El muy molesto). No te
acuerdas, yo sí, yo sí me acuerdo. Yo te llevaba
al Hospital Militar. (Trata de calmarse). El Hos­
pital Militar, Negra, ahí, antes quedaba el Cuartel
Ambrosio Plaza, donde nos llevaron cuando el Golpe
de Medina. (Sonríe). Qué vainas con la vida. (Gol­
pes). No, qué va, Negra, yo te llevaba con mucho
gusto. Pero. . . pero esos médicos, Negra. . . es que
han sido veinte años y no te han curado. Negra,
no te han curado. Remedios, hospitalizaciones.
(Golpes. El tremendamente m olesto). Yo sé, yo sé
que no tienes la culpa, Negra, yo lo sé, no me lo
repitas. . . p e r o .. . pero de todas maneras jode,
jode estar veinte años enfermo, porque yo, a veces,
siento tu puntada, tus calambrazos, porque tu pun­
tada, tus calambrazos, me han clavado aquí, a este
esperar que te cures, que tengamos una segunda
oportunidad y nada, Negra, nada. Todo igual. (Gol­
pes quedos y llanto de ella. E l trata de serenarse.
Va y sirve un vaso de agua. Toma una cuchara
pequeña y le da de tom ar). Está bien, está bien,
cálmate. Es que son cosas de adentro, Negra. Cosas
de adentro que se sa le n .. . pero no son verdad. . .
(Para sí). No son verdad. (Silencio. Lava la taza.
La seca. La guarda. Va hacia adentro y se lava
la cara). Y a tengo que irme, Negra. (Golpes). Sabes
que tengo que irme. Esta semana trabajo de seis
de la tarde a seis de la mañana. (G olpes). ¿Pero
qué puedo hacer? Con la pensión no basta. (Gol­

34
pes. El sale con el pelo mojado y peinado. Una
camisa de Sereno). Sí, te voy a dejar la televisión
prendida. (Va hacia el espejo y se v e ). Todo lo
que hice para terminar ahora de guachimán. (Gol­
pes) . Sí, en verdad disfrutamos. ¿Te acuerdas del
avión? Tú sabes lo que es que llegue el propio
Comandante a visitarte al hospital, después que
tumban a Pérez Jiménez y te diga: Matute, no crea
que hemos olvidado a los servidores de la Patria.
Ha sido ascendido a Sargento y va a Panamá a
hacer un curso. A Fort Gullick, Zona del Canal.
No, no podía hablar. Al final dije: ¿y mi familia?
También va con usted y eso no es todo, el Gobierno
Nacional le otorga un apartamento en el 23 de
Enero. Gratis, totalmente gratis. Pero ahora, Ma­
tute, la patria le pide que se levante de esa cama.
Vamos, irá a Panamá para que haga un curso en
los Servicios de Inteligencia. (Ríe). Y o . . . y o .. .
un curso de inteligencia, de inteligencia, bicho más
bruto que yo. Fíjate si era bruto, Negra, que um
vez, estando pequeño, mi mamá me compró una
bicicleta usada para que pudiera entregar la leña
más rápido y un muchacho que se llam aba. . . se
llam aba.. . Pepemí, el bruto del pueblo, me con­
venció para que le cambiara mi bicicleta por un
burro. Para mí era un gran negocio y llegué con
mi burro contentísimo a mostrárselo a mi mamá.
Coño, tremenda paliza me dieron. (Riendo va hacia
la nevera y saca una olla de sopa y la recalienta).
Ahora su sopita. . . Sopa Continental, mientras más
la recalientas, más nutritiva e s . . . (Golpes). Yo sé
que no quieres comer, pero por lo menos, tres cu­
charadas. (Pausa corta. Golpes). Super-Constella-
tion, ese era el nombre del avión. (Golpes) . Bueno,
me asusté cuando se elevó, pero arriba nada. (Gol­
pes). Yo sé que tú sí. Me clavaste las uñas. A María
y a Freddy nada, ellos encantados. (Ríe). ¿¡A h !, te
acuerdas del jamón enrolladito que daban en el
avión? . . .¿te acuerdas? (Ella da golpes satisfecha).

35
Y pan cuadrado. . . (Golpes satisfechos de ella). Y
ensalada con m ay on esa... (G olpes). Sí, un café
en bolsita que uno se lo echaba a la leche. . . lo
había olvidado. Se comía bien en esos aviones.
(Golpes) . Sí, sí, aterrizaba mucho. Pero ahora,
Negra, hay unos aviones que van directo y sin pa­
rarse y no se jamaquean, serenitos. (Golpes) . Te lo
juro. (G olpes). Lo leía en el periódico. (Trae la
so p a ). Tibiecita, como a ti te gusta. (Mueve la sopa
con una cuchara) Panamá. . . Panamá y el Curso,
Negra. Había materias de Investigación, de Procedi­
mientos Criminales, de Guerra Contra Insurgentes
y. . . de Interrogatorios. Interrogatorios era el mis­
mo ablandamiento de la Seguridad Nacional, pero
más terrible, porque tú no sabías lo terrible, porque
lo terrible no se veía. No se veía la sangre, no se
veía porque la sangre y los morados no estaban en
la piel. Era un ablandamiento por dentro, como en
el alma. Había unos que hablaban y otros que no.
Y yo pensé que estaba haciendo un curso equivo­
cado, que eso no era lo que yo iba a estudiar.
(Comienza a darle la so p a ). Que ese Curso era
para otro país, no para el mío, que nosotros ya no
teníamos dictadores, que había democracia y enton­
ces se lo dije al Sargento Wilson, el instructor. El
Sargento Wilson, Negra, un hombre que había estado
en Corea y según decían, tenía catorce formas de
hacer hablar a una persona, de ablandarlo pues,
sin siquiera tocarlo. Le dije al Sargento Wilson lo
del Curso, lo del Curso equivocado y el Sargento
soltó una carcajada. “ Oh, my friend, usted tiene
mucho sentido del humor, será un buen investiga­
dor” . Cuando regresamos a Venezuela, el Coman­
dante me dijo: “ Matute, la Patria se siente honrada,
ahora hay que defenderla, la Patria tiene muchos
enemigos que quieren que vuelva una dictadura.
Muchos enemigos, Matute, hasta en nosotros mismos,
aquí en las Fuerzas. Usted tiene ahora la obligación
de protegerla. Matute, mantenga al enemigo a raya” .
(Pausa. Deja de darle la sopa). Y los mantuve, Ne­

36
gra, los mantuve. (Se coloca un casco militar). Pe­
r o . . . pero eran muchos, había enemigos por todas
partes y . . . y . . . y se alzó Puerto Cabello y . . . y
yo tuve que ir, Negra. Por eso me llevé a Freddy.
P en sé.. . pensé que conmigo estaba m e jo r.. . ¿te
acuerdas del tren de El Encanto? ¿T e acuerdas?
Mataron a los Guardias Nacionales que iban en él.
Los mataron a mansalva. Aquí nadie estaba seguro.
Entonces. . . entonces yo me llevé a Freddy y . . .
y . . . llegamos a Puerto Cabello, en La Araña. La
Araña, Negra, mi patrulla. La única patrulla con
seis antenas, teléfono directo con el Ministerio de
la Defensa, radio con todas las policías, ametrallado­
ras nuevas, granadas fragmentarias, bombas de ga­
ses, de todo. (Ríe). La Araña era una fiesta, Negra.
Llegamos a Puerto Cabello y Freddy .. . (Como si
estuviera en el sitio ). Freddy. . . Freddy. . . man­
tente cerca de m í . . . no te a le je s ... Freddy soy
tu papá, pero antes que nada soy tu Sargento. ..
¡ramplando, Freddy, ramplando, mantén la cabeza
gach a.. .! ¡Métete ese casco hasta las orejas. . . ! ¡Has
bulla con ese M-14. . .! Dispara. .. dispara, Freddy,
d isp a ra .. . no. . . n o . . . ¡no te metas por ahí. . . !
¡Freddy, no te metas por ahí, es una o r d e n ...!
¡F redd y.. .! ¡Freddy. . .! y . . . y se metió, Negra, se
metió, de porfiado. (Pausa corta). No supe de él
hasta que lo vi en la f o t o .. . la foto donde el cura
trata de levantarlo mientras agoniza y . . . y . . . en
ese momento y o . . . yo quise más a Freddy que tú,
que lo pariste. . . porque. . . porque yo sentí, Ne­
gra . . . que él, así, arrodillado, arrodillado en el
Barrio La Alcantarilla, abrazado a las piernas de
ese cura, me llam ab a.. . me llamaba, p a p á .. . por
primera vez. (Se acerca y le da sopa. Ella llora
quedo. La sopa le corre por los labios). H abía. . .
había muchos enemigos, en todas partes y me v i. ..
arrestando oficiales. . . allanando casas. . . ablan­
d a n d o ... ablandando g e n te ... toma, toma la so­
p a . . . colgándoles muertos a los presos para que
hablaran. . . a s í. . . así nos habían enseñado en

37
Panamá. Colgándoles cadáveres de sus fam iliares. . .
amarrándoselos a sus espaldas y . . . y hablaban,
Negra, hablaban o . . . o se quedaban callados.. .
se negaban a comer. (Le comienza a dar la comida
un poco más violento). Come. . . come p ajarito .. .
com e. . . aq u í. . . aquí no viene la gente a morirse
sino a hablar. Habla, habla, come tu so p a. . . no
te m u e ra s... c o m e ... h a b la ... come y habla,
pajarito y. . . y el helicóptero se elevaba y empe­
zábamos a tirarlos uno a uno, eso sí, bien alimen­
tados . . . uno a uno. . . a los menos importantes. . .
uno a u n o ... toma, vuela, vuela p a ja r ito ...
vuela. . . (La suelta. Ella trata de respirar). ¡Ha­
b la . . . ! y el últim o. . . cuando estaba solo, arriba,
en el helicóptero, hablaba. . . ¡hablaba, carajo, ha­
blaba, hablaba todo! Y . . . y hubo uno que no
habló. . . q u e. . . que calló. . . que calló. . . (La
toma por el cuello y la hace tragar la sopa). Ha­
b la . . . habla y tómate tu so p a. . . habla Lovera. . .
habla. . . toma tu sopita y habla. (La suelta intes-
pestivamente. Ella trata de respirar). Calló, no dijo
nada, se murió de silencios, mirándome de frente
y . . . y lo encadenamos. . . le pusimos un pico al
cuello y lo lanzamos al mar y . . . y flotó. . . enca­
denado y t o d o ... flotó. Salió a otra playa y . . .
y . . . ¿Y la Patria? ¿Negra, y la Patria? La. . . la
Patria y . . . N e g r a ... Negra, no entendí, n o . ..
porque. . . porque. . . porque ellos. . . ellos eran
los enemigos y entonces la patria que era. . . y o . . .
yo ablandando igual que la otra patria, la vieja
y . . . y B a rre to ... B a rr e to ... y . . . y empezaron
las cadenas y el pico a hacerme bulla en mi cabeza
y . . . y bulla, y b u lla .. . y tenía que pegar gritos
para no escuchar esas cadenas y. . . y a Freddy
arrodillado pidiéndome la bendición. (Toma la
pistola) y la bulla, la bulla en la cabeza y. . . y la
patria en La A raña. . . y por el ojo derecho Freddy
y por el izquierdo las cadenas. . . y por el ojo
derecho Freddy y por el izquierdo las cadenas, come,
come tu sopa, come y habla, no flotes, come, come

38
Lovera, come, come, apaga la lluvia y por el ojo
derecho Freddy y por el izquierdo las cadenas, apa­
ga la bulla Freddy, apaga la bulla. . . (Dispara
sobre ella. Se queda absorto. Ella muere. Se oye
por lo bajo una marcha militar, soldados que mar­
chan. Se hace silencio y se escucha la voz).
VOZ: Sargento Nelson Matute, con esta fecha pasa
a situación de retiro. Sargento Nelson Matute, con
esta fecha pasa a situación de retiro. (La palabra
retiro comienza a escucharse como un eco. Vuelve
a oírse la marcha militar. Matute, orgulloso, marcha.
Apagón lento).

39
CHOCOLAT GOURMET
PREMIO DE DRAMATURGIA
UNESCO-M INISTERIO DE LA JUVENTUD, 1985
Año Internacional de la Juventud
Chocolat Gourmet fue seleccionada por el Ateneo de
Caracas para inaugurar su Sala de Teatro “ Horacio
Peterson” , la cual se llevó a cabo el 03-12-85 con la
siguiente ficha técnica:

SONIA B A R R I O S ..........................Carolina Espada


* * *

BANDA S O N O R A ..................... ....Alfredo Cedeño


IL U M IN A C IO N .......................... ....Andrés Betancourt
ESCENOGRAFIA
Y V E S T U A R IO ........................... ....Charles Ramos
ASISTEN CIA DE D IR EC C IO N . Ivonne Hernández
PRODUCCION Y DIRECCION. Néstor Caballero
GRUPO “ IM PASSE” .
PERSONAJE:
SO N IA BARRIO S

ESCENO GRAFIA:
En una sala de conferencias: una mesa,
una silla, un atril y un mueble con
utensilios de cocina.
SONIA: Buenas n o c h es... buenas noches. . . encan­
tada, es un placer. G racias.. . gracias por venir.
Quiero pedirles disculpas por mi tardanza. Estuve
grabando la telenovela hasta ahorita y, lamentable­
mente, sólo tengo una hora para estar con ustedes
porque tengo filmación esta noche. Gracias, me
encanta que hayan venido. (P ausa). Bueno, creo
que todas ustedes me conocen, soy Sonia Barrios, la
actriz. Sé que todas, o para ser modesta, casi todas,
me habrán visto en televisión, teatro y afines. Les
confieso, y ojalá no se encuentre ningún miembro
del sindicato, que lo de “ afines” nunca lo he enten­
dido. (Pausa). Lo de presentarme no lo tomen
como una. . . como una pretensión. No, no es nada
de eso, es que siendo la primera actriz de este
país aún hay mucha gente que no me conoce. Me
refiero a la otra gente, es decir, a la gente culta
entre comillas. Esa gente que dice: “ Yo no tengo
televisión en mi casa. ¿Para qué? Es pura basura” .
Esa sí es gente, gente. Como mi tercer esposo. ¡Ay,
qué horror!, como su e n a :., “ mi tercer esposo” .
Suena así como a cuadra de caballos. . . ¿no les
parece? Pues sí, mi tercer esposo, yo, Sonia Barrios,
como dicen por ahí, me encanta coleccionar apelli­
dos. Bueno, les hablé de mi tercer esposo porque
gracias a él conocí la receta del Chocolat Gourmet.
Quiero dar las gracias, muy sinceras, a la Presi­
denta de la Asociación de Damas para el Refinancia-
miento de la Deuda Externa por haberme invitado.
Me parece una idea divina, estupenda, la de traer
aquí a personajes célebres para preparar sus platos
favoritos y, de esta manera, recolectar fondos para
ayudar al Gobierno Nacional al pago de esa horro­
rosa deuda, que es de todos. Pero miren, les juro

45
que yo no me di cuenta que me endeudaba, pero
si lo dice el Gobierno, debe ser verdad. Pero es
increíble, yo me asombro, que sin nunca ir a Miami,
sin tener avioneta y comprando netamente vene­
zolano, me vea hoy con tremenda deuda. Caramba,
veo que hay muchos hombres en la sala. Yo pensé
que ésta era una conferencia sólo para mujeres,
bueno, para damas. (A un espectador) . Pero no, no
se vaya, ya que está aquí, quédese. (Escucha). ¿N o
escucharon una corneta? Debe ser Malola tratando
de estacionarse. Es un desastre, cuando retrocede,
toca la cometa con el brazo. Les hablaba de que
me encanta coleccionar apellidos. He sido de
Zambrano, de Martínez y de Chirinos. (A un
espectador). Pero no, no tiene nada que ver con el
Chirinos que usted piensa, es otro Chirinos y yo
creo que todo lo contrario. El Chirinos al que
usted se refiere es una suerte de marino, una mujer
en cada puerto. Claro, en el caso específico de
Chirinos es una mujer en cada consulta o una mujer
en cada decanato. A ver, ¿quién no ha soñado
aq u í. . . ? de los hombres me refiero. . . ¿quién no
ha soñado en ser una especie de Chirinos, casti­
gador, seguro de sí y con un carisma siempre erecto?
Casi todos. E s más, yo pienso que en cada marido
que se respete se esconde un Chirinos con bisoñé
y todo. Bueno, vayamos a lo nuestro. El Comité
de Damas para el Refinanciamiento de la Deuda
Externa me ha invitado, como parte de su programa
de ayuda al Gobierno Nacional, a esta conferencia
donde les voy a dar mi receta del Chocolat Gourmet.
{Pausa). Mi mamá, cuando se lo conté, dejó de
tejer; se rió primero muy lentamente y después a
carcajadas. “ Chocolat G o u rm e t... Chocolat Gour­
met. . . eso es un vulgar ‘Negro en Camisa’ . . .
¡Claro, pero nadie en la Venezuela de hoy va a
servir un postre que se llame “ Negro en Camisa” .
Ni Matos A zócar. . . Es preferible ser más sofisti­
cado y decir “ Chocolat Gourmet” . Pero mi mamá
es así, venezolana y medinista. Sí, así como lo oyen

46
medinista. Adoraba al General Medina Angarita.
"¿Cuándo, cuándo en tiempos de Medina hubo
presos políticos en Venezuela? Nunca. Y eso no
es todo, el General Medina fue el único presidente
que andaba en mangas de camisa por la calle” .
(P au sa). Ella es de las que están plenamente con­
vencidas que la Revolución de Octubre, la de noso­
tros, no la de los rusos, bueno, ella es de las que
piensan que la Revolución de Octubre no fue tal
cosa sino un vulgar cuartelazo que dio Betancourt
junto con los militares. Y no sólo eso, sino que
la primera medida política de Betancourt en Mira-
flores no fue crear el voto directo, secreto y uni­
versal, no señor, sino mandar a hacer una silla
más pequeña, una silla presidencial más pequeña,
porque con la silla de Medina Angarita le queda­
ban las paticas colgando a Betancourt. Mi mamá
es un ser admirable, de una sola pieza, sin pelos
en la lengua. Ella me cuenta que una vez se con­
siguió a Betancourt en el Pasaje Capitolio. (Imita).
“ Rómulo, ¿usted como que piensa ser alguna ver
Presidente de la República?” . “ Con la ayuda de
todos los venezolanos” . “ Ajá. . . y dígame Rómulo,
¿dónde nació usted?” . "En Guatire” . “ A já . .. ¿y
qué grado militar tiene?’ . “ Afortunadamente ningu­
no, conciudadana” . “ Ni gocho, ni general, perdó­
neme, Rómulo, pero yo no creo que usted llegue
ni a Prefecto” . Le dio la espalda y continuó cami­
nando como si nada. Mi papá fue el que estuvo
riéndose por varios d ía s. . . Ya les dije que mi papá
era comunista y mi mamá medinista, bueno, en ese
tiempo eso no era grave. Comunistas y medinistas
andaban juntos para arriba y para abajo. (Pausa).
Mi papá era tan comunista que cuando .me mandaba
al abasto me decía: “ Agarra un par de kopecs, que
están en el samovar, al lado del libro “ La Madre”
de Máximo Gorki, y vas a la casa del pequeño
burgués dueño del abasto y le pagas unos cigarrillos
y un papelón que me fió. Y de p a s o . . . ” decía
sentencioso, metiéndose la mano en el bolsillo iz­

47
quierdo, por supuesto, y adquiriendo la pose exacta
de Lenin antes de que tomaran el palacio de San
Petersburgo, “ de paso le dices que se los pago
con el sudor de mi plusvalía aún no cobrada” .
(Pausa). Para mí resultaba todo un ejercicio de
cambio monetario, porque mientras las demás per­
sonas sabían el equivalente de un dólar en bolívares,
yo tenía que estar pendiente de las fluctuaciones del
rublo. (Mira la hora). Y a les dije que tengo filma­
ción esta noche, tengo que apurarme, el cine en
Venezuela, al igual que el crimen, no paga. Ingre­
dientes para el Chocolat Gourmet. . . o Negro en
Camisa, lo dejo a su entera Identidad Nacional.
Ingredientes: dos cucharadas de mantequilla para
engrasar el molde; 300 gramos de azúcar; 300 gra­
mos de chocolate semidulce; dos tazas de agua;
300 gramos de mantequilla; seis amarillas de huevo;
seis claras de huevo; tres cucharadas de harina.
Estos son los ingredientes para un Chocolat Gourmet
de doce porciones. ¿Y a les dije que yo aprendí a
hacer el Chocolat Gourmet por mi tercer esposo?
Sí, creo que ya se lo dije. Es curioso, pero mi tercer
esposo está asociado a mi vida por. . . por el postre,
y mi vida con mis otros dos maridos, por la sopa
y el seco, consecutivamente. Pero mi vida. ..
sexual está íntimamente ligada a la política vene­
zolana. Si Sartre decía que la vida es una pasión
inútil, yo lo parodeo diciendo que la vida es, a
veces, una cama inútil. Mi vida sexual está ligada
a la política nacional pero por hondas relaciones
existenciales. Hay en las dos un paralelismo casi
mágico. Bueno, mi vida sexual comenzó exactamente
en el período de Rafael Caldera. Fue la democra­
tización de mi sexo, sí señor. (Pausa). Estábamos
en pleno carnaval y en plena campaña electoral.
Yo me estaba vistiendo para ir a una fiesta de dis­
fraces en la Facultad de Arquitectura. Yo estudiaba
arquitectura y pertenecía al T.U. Es decir, al Teatro
Universitario. El Teatro Universitario era, o es, una
prolongación de la izquierda. . . de la izquierda

48
erótica. Y digo la izquierda erótica porque en ese
tiempo, influenciada por mi papá y por las lecturas de
“ Así se templó el acero” , decidí irme para las guerri­
llas. Era de esperarse. P ero.. . ¿pero qué se puede
esperar de una niña que para celebrarle sus quince
años, el papá, en vez de darle una fiesta con Danubio
Azul y todo, la lleva a conocer la momia de Lenin?
Así es, mi regalo de cumpleaños fue viajar a Rusia
a conocer la momia de Lenin. Les aseguro que fue
inolvidable. Primero, una cola sin fin y, segundo,
un frío que me hizo temer por mi próximo cum­
pleaños, ya que mi papá se mostraba hondamente
entusiasmado por seguir hacia Siberia. Bueno, en
esa cola le hice la indiscreta pregunta a mi papá de
que si en toda la ciudad había momias de Lenin.
Mi papá me dijo: “ No, claro que no. ¿Por qué lo
preguntas?” . “ ¡Ah!, porque en toda esta ciudad hay
unas colas larguísimas” . Mi papá tosió, sonrió al
guía que no se apartaba de nosotros y me dijo:
“ Métase en la cola y ya está” . Al fin llegamos a
la momia de Lenin y ésta no me llamó tanto la
atención como un joven, casi un niño, que miraba
y remiraba a Lenin con lágrimas en los ojos. Ese
niño, ese joven, era algo calvo, lo vi y pensé, debe
ser de las estepas rusas, de Ucrania, posee el impulso
ancestral moscovita o quizá un atavismo tártaro de
generaciones guerreras y nómadas, quizá sea un des­
tilador de vodka clandestino. Sumida en estas hon­
das reflexiones le escucho decir: “ Coño, qué ladilla” .
Sorprendida me negué a entender lo que escuchaba.
Dije para mí, yo no hablo ruso, debe expresarse
en un dialecto antiguo y entendí lo que oí. Pero
no, en breves instantes repitió: "Coño, qué ladilla” .
Enseguida supe que era venezolano: el tropo, el
hipérbaton, la metáfora, la perífrasis verbal eran
completamente criollas. “ ¿Eres venezolano?” . “ Sí,
pero tú no eres comunista” . “ No, ¿y cómo lo sabes?” .
“ Porque todas las comunistas son feísimas” . “ ¿Y
por eso lloras?” . “ No, lloro porque mi papá en
vez de llevarme para Disneylandia me trajo para
esta vaina” . Y ahí nos guindamos a llorar los d o s .. .
El niño era Claudio Nazoa. Desde ese día somos
amigos y donde nos vemos esgrimimos la frase:
hijos de comunistas, unios. (Pausa) . ¿D e qué les
h a b la b a ?.. . ¡Ah! Bueno, les hablaba de la izquier­
da erótica. En 1968 no había para dónde coger:
o eras hippie o eras comunista. Había en ese hecho
una contradicción ideológica insalvable. O eras hippie
o eras comunista. Yo no veía tal contradicción, se
lo aseguro. Pero, claro, mis opiniones políticas, se­
gún papá, eran las de una clásica anarquista inde­
pendiente. (Pausa) . La izquierda erótica. . . la
izquierda erótica era otra izquierda, no la de ahora,
la que llaman “ rosada” . Para mí fue la izquierda
erótica porque mi papá, estando en la clandestinidad,
siendo perseguido político, habiéndonos costado su
militancia más de una amanecida en la policía y
no sé cuantos colchones destrozados por la Digepol,
odiaba la idea de que yo fuese guerrillera. A mí la
idea me parecía atractiva, claro, influenciada por
las amigas de mi generación. Yo, yo creía en Prín­
cipes Azules, yo sí, lo confieso, pero mis amigas,
las de mi generación, no, ellas creían en un Che
Guevara con boinita. Y , claro, me dejé arrastrar
por la historia. Pero en el fo n d o ... en el fondo
mi Che Guevara montaba un caballo blanco. . .
y era un Che G uevara. . . como azu l. . . (P au sa).
Un día, después de haberme memorizado más de
diez páginas del Materialismo Histórico de Martha
Harneker, porque sabía que mi papá, en la cena,
me haría las preguntas que aparecían en la parte
de atrás del libro, me acerqué a su cuarto. Hice
los tres toques correspondientes: dos cortos y uno
espaciado. Había que hacerlo, esa era la contraseña,
porque si no mi papá comenzaba a disparar. “ Pasa” .
Me planté ante él creyendo que lo iba a conmo­
cionar con la noticia; sintiendo que no cabría en
sí de gozo cuando le manifestara mi decisión. Me
sentía una Elsa Troilet, una Rosa Luxemburgo de
Gato Negro. (P au sa). “ Papá, he decidido irme para

50
las guerrillas” . Mi papá, en una actitud marxista
leninista, se levantó de un salto y me dijo: “ Mejor
es que te metas a prostituta de una vez. No, señorita,
usted no se va para ninguna guerrilla. La mujer
que sube a esa vaina sale “ doble p ” . ¿Doble p,
papá, no entiendo? “ Sí, mija, “ doble p” , o presa
o preñada. Nunca te he pegado, pero si te encuentro
militando en una, en cualquiera de las células, te
voy a dar una palamentazón desde el cerro de El
Bachiller hasta la avenida Sucre” . (Pausa). Hasta,
ahí llegó mi carrera de activista política. Esa, esa
era la izquierda erótica. Pero así fue mejor, a la
semana me metí mi primer cacho de marihuana.
A la tercera patada que le di me dije: “ qué plus­
valía, qué dictadura del proletariado, qué super­
estructura ni qué infraestructura. . . ” mira, mi amor,
con el papel de biblia de la edición de lujo del
Manifiesto Comunista se hacían unos tabacos que ni
te cuento. Mira a ése cómo se ríe. Usted sabe que
es verdad. (P au sa). Fue en la Cota Mil, con Malola.
Yo conocí a Malola en el cuarto año de bachille­
rato. . . del Liceo Fermín Toro, por supuesto.
Malola siempre fue una tipa lanzada. Aún lo es.
Yo siempre fui algo quedada. Todas mis amigas
del salón ya habían hecho el amor y yo no. Cuando
se tocaba el tema me tenía que quedar callada.
Ahora es que también, hacer el amor con mis com­
pañeros del Liceo, me parecía una necedad. Claro,
se hablaba del amor libre y de todas esas cosas,
pero si era tu primera vez ellos se enrollaban.
(A un espectador). Usted que tiene cara de ser
de mi generación, dígame si no es verdad. En el
hombre se despertaba el instinto del macho latino­
americano y comenzaba a celarte, a creer que era tu
dueño. Atrás quedaba toda filosofía hippie del amor
libre. (Pausa). “ Tú fuiste mía por primera vez,
no has sido de nadie, pava. Mira, vamos a casarnos” .
Qué va, no había ninguna libertad sexual ni amor
libre. Machismo solapado y eso es todo. (A una
espectadora). A usted debió pasarle lo mismo, segu-

51
rito que fue hippie. (Pausa ) . Ahora bien, yo, ni
sexo ni marihuana, nada, casta marxista medinista
sin daño alguno. Hasta ese día en la Cota Mil que
hablé hasta por los codos, y Malola, paciente, me
escuchaba en la posición de flor de loto. En ese tiem­
po ella estaba haciendo yoga, leía a Paramahansa
Yogananda y era discípula del maestro Mejías. Un
gurú que vivía cerca de la casa en Gato Negro
y que tenía u n . . . u n . . . ¿asraham? ¡asrham! es
la palabra, tenía un asrham en Maracay. Mi mamá
se burlaba de Malola: “ Un gurú en Gato Negro,
Malola. . . A mí lo que me parece es un flojo
barbudo, un hippie” . “ ¿Hippie? ¡Qué va!” decía
mi papá “ese hombre es pagado por la CIA para
idiotizar a los latinoamericanos. Es una táctica del
Departamento de Estado. Fíjense que tiene barba,
igualito a Fidel”. Malola trataba de explicarles que
el maestro Mejías era discípulo del maestro Lafe-
rrier, un avatar, un enviado del Cosmos. Pero mi
mamá, nada. Para ella los gurúes en la India y los
malandros en Gato Negro, cada cosa en su lugar.
Yo fui hasta Maracay y la verdad es que el tal
gurú Mejías parecía más bien un Pachá, con un
harem de muchachas más pálidas por eso del vege­
tarianismo. El gurú Mejías me vio, me puso dos
dedos en la frente y me dijo: “Te espero a las seis
de la tarde” . Para Malola fue una revelación divina
que el gurú me citara para las seis de la tarde,
creyó que yo era una escogida de las divinidades.
A las seis estaba ahí, totalmente vestida de blanco
como lo exige el ritual. El maestro prendió un
incienso con olor a fruna, abrió los brazos en cruz
y me dijo: “ ¿Qué signo eres?” . Escorpio. “ ¿Có­
mo?” . Escorpio. “El escorpio está dominado por
su sexualidad, por sus órganos genitales. Desnúdate,
hay que trabajar tu sexo. Serás discípula amada.
Encontrarás la iluminación en tu Gurú” . (P ausa).
Bueno, me quedé sin alcanzar la iluminación, el
samadhi y el satori, y el gurú debe estar todavía,
con los brazos abiertos, esperándome. Afuera, Ma-

52
lola, emocionadísima, me preguntaba: “ ¿Qué pasó?
¿Qué pasó?”. Le dije: nada, Malola, creo que
no voy a despertar el muladara, mi primer Chacra.
“¿Pero el maestro qué hizo?” . Nada, solamente
levitó alrededor de la habitación y después se hizo
invisible. Bravísima se vino Malola para Caracas.
(Pausa). ¡Ah!, bueno, lo de la fiesta de carnaval en
plena campaña electoral. Yo me había metido un
tabaco para esperar a Malola y me puse a ver tele­
visión. Bueno, con esa trona encima eso era risa
y risa, y mi mamá, ingenua, ella no encontraba tan
gracioso a Bat Masterson. Malola llegó con gran
falda hindú, su cuerito al cuello y sus sandalias
esas. . . las que por más que uno quisiera siempre
se te llenaban de tierra las uñas de los pies. En la
fiesta me sacó a bailar un muchacho disfrazado del
Llanero Solitario. Bailamos “Michael” . Comenzó a
cantar a mi oído en perfecto inglés. . . después, en
francés. Yo le dije: ¿parlez vous français?. “ Oui” ,
me contestó. Después le dije: ¿do you speak En-
glish?. “Yes” , me respondió, “ estudié Business
Administration en los Estados Unidos. Es un país
fabuloso” . Y yo, que me perdone mi papá, le dije
que también me parecía fabuloso. Estuve a punto
de preguntarle: ¿do you smoke grass? cuando me
dijo: “ Lo único malo es que la juventud se está
perdiendo con la fumadera de marihuana” . Me callé
en seco. No quería espantarlo. Era un ser fabuloso.
Le dije que estudiaba arquitectura y que pertenecía
al teatro universitario. “ Debes ser una actriz. . .
fabulosa. . . ” . Me llevó hasta la casa y Malola se
puso fúrica porque la dejé. Pero ¿qué iba a hacer?
El era mi primer empate firmeza. El propio
chévere-cambur. (Pausa). D isculpen... disculpen.
Perdonen mi lenguaje, pero es que me ubico exacta­
mente en la ép o ca... en el personaje. Bueno, José
Angel Zambrano, el que iba a ser mi primer esposo,
comenzó a visitarme. A mi mamá le agradaba, hasta
que supo que era copeyano. Esperaba que él viniera
a buscarme para comenzar con el temita del Golpe

53
de Octubre. Que si Medina no tenía presos políticos.
Que Medina legalizó el Partido Comunista. Que
Medina creó el Seguro Social. Hasta que un día Tosé
Angel, tranquilo, sonriente, le dijo: “ Pero, doñita,
el golpe se dio para crear el voto directo, secreto
y universal. Además, no fuimos nosotros, fueron
los adecos”. “Ajá, ahí mismo lo quería agarrar,
porque Copei en todos esos momentos. . . Copei
o Caldera que es lo mismo. . . en todos esos mo­
mentos permanecieron cómodamente indiferentes.
No, es que los copeyanos son como los zamuros
que comen de todo el mundo pero que nadie come
de ellos”. Y le sirvió una tazota de café hirviendo
que Tosé Angel se tomó a duras penas. Y o .. . yo
estaba enamorada, había encontrado a mi Príncipe
Azul. (Pausa ) . Al día siguiente de las elecciones,
José Angel y yo comenzamos a intentar hacer el
amor. Mi mamá estaba en su cuarto, acostada, en­
ferma con la gripe Mao, que mi papá llamaba la
gripe Nixon. (P ausa). Uno. . . uno la primera vez,
lo que quiere es que la traten bien. . . con cariño. . .
con afecto. . . y José Angel, de verdad, se portó
como un príncipe. Como mi Príncipe Azul. Yo, yo
estaba muy nerviosa. Leían un escrutinio y nosotros
intentándolo. Rafael Caldera: 9.874 votos, y José
Angel y yo, intentándolo. Caldera 460.568 votos,
y José Angel y yo, intentándolo. Caldera: 800.373
votos y José Angel y yo intentándolo. Total es que
cuando anuncian: Rafael Caldera, Presidente de la
República por 1.082.941 v o to s... fui de José Angel.
(P ausa). Bueno, creo que ya tenemos todos los in­
gredientes distribuidos. (Pausa). Mi papá había
regresado de las guerrillas. Se había acogido a la
política de pacificación decretada por Caldera. Me
contó que estando arriba, en el monte, en las gue­
rrillas, los “compañeros” hablaron de la política de
pacificación. (Pausa ) . “Es una maniobra imperia­
lista. El proletariado debe tomar el poder por las
armas. No existen revoluciones por decreto, es más,
camaradas, de aquí bajamos muertos o triunfantes” .

54
Al día siguiente se despertó, extrañado que no lo
hubiesen llamado para su guardia. Cuando salió de
la carpa encontró, alineados, dos granadas piñita;
una ametralladora Madsen; un revólver; un chopo
que le habían robado a un compesino; un chuzo;
una bomba molotov y una ch inita... Por un mo­
mento no entendió. A los quince minutos se dio
cuenta de que estaba rodeado por soldados cazadores.
Se le acercó un Capitán, le palmeó el hombro y le
dijo: “Muy bien, Barrios, abajo lo esperan sus
amigos para almorzar, hoy viaja a Caracas y, a más
tardar, en una semana ya le habremos conseguido
trabajo. Sargento, recoja el arsenal” . (P au sa). Y mi
papá bajó. No les habló más a sus amigos. Ellos
trataban de convencerlo; “Entiende, Barrios, es una
nueva coyuntura política. Es otro el cuadro histó­
rico, legalizados los partidos de izquierda ganaremos
las elecciones. Caldera no es Betancourt” . Mi papá
guardó silencio. En casa. .. en casa nunca fue el
mismo. Un d í a ... el día más terrible de mi vida,
porque solo, en su cuarto, con los ojos aguados y
mi mamá tratando inútilmente que comiera, dijo:
“ Se jodió todo. .. es una nueva coyuntura política” .
(Pausa ) . Al tiempo papá murió. Fue el único muerto
por una política de pacificación. La esperanza le
estalló en el pecho. En pleno centro de sus ideales.
Yo. .. yo pensé que me volvería loca, que no lo
soportaría. . . y tal vez por miedo. . . por sole­
dad . . . me casé con José Angel. Al principio todo
fue color de ro sa s... José Angel traía sus cajas de
sopas Campbels, que le fascinaban. . . era fácil. . .
a una lata de sopa se le agregaban dos de agua. . .
era fácil. Después, José Angel me fue apartando de
mis amigos.. . hasta de Malola que era la única
que se atrevía a visitarme de vez en cuando. No
quiso que estudiara más. Y y o ... yo lo aceptaba
todo porque. .. porque José Angel era mi Príncipe
Azul. . . y a . . . ya yo había perdido a mi papá y . . .
la verdad, es que no quería perderlo a él también.
Me sentía m al. . . mal, con miedo, visité a un psicó­

55
logo, le dio un nombre en latín a mi problema y
siguió cobrándome por mis angustias. (P au sa). Un
día. .. un día yo estaba pasando coleto y tocaron
a la puerta, José Angel, impávido leía el periódico,
yo, para que no se molestara en abrir, para que no
dejara de leer, fui y abrí la puerta. Era Malola. Le
dije: “ Pasa Malola” y continué pasando coleto, sí,
pasando coleto como. . . como que si yo y ese estro­
pajo fuéramos uno solo. Malola me dijo: “ ¿Te estás
realizando, actriz?” . Y . . . y por un momento vi mis
sueños de actriz en ese coleto, mi arquitectura en
un balde con Pinesol. José Angel se levantó y le
dijo a Malola: “ Sabes como es la cosa, que mi
mamá pasó coleto toda la vida y nunca se quejó.
Hazme el favor y no vuelvas” . Y Malola se fue.. .
se fue. . . pero dejó una desazón. . . una calma
extraña. En la noche yo estaba molesta, quería vol­
ver a estudiar y José Angel y yo comenzamos a
discutir. Como era una discusión de altura le cité
a Marcuse, que era el filósofo de moda. “ Mira José
Angel, el instinto de trabajo no existe, el trabajo
produce desplacer y éste se realiza a expensas de
los instintos sexuales” . José Angel sonrió, me pasó
la mano por el cabello y me dijo: “ Sonia, lo que
pasa es que seguro que te va a venir el período.. .
Te invito al cine, están pasando ‘Las Sandalias del
Pescador’, al salir, cenamos con un par de reinas
pepeadas. ¿No te parece una idea fabulosa?” . Yo
me encerré en el cuarto y él. . . él se fue al cine.
Yo, al día siguiente, me volví a inscribir en la Uni­
versidad; saludé a todos mis amigos del Teatro Uni­
versitario y me dieron un papelito en “ La Vida es
Sueño” de Calderón de la Barca. José Angel, cuando
se enteró, armó tremendo lío, amenazó con divor­
ciarse, con suicidarse, con alcoholizarse. .. pero
nada, yo continué con mi idea. (P ausa). En el
Teatro Universitario conocí a un escenógrafo.. .
Nos hicimos muy amigos. Hablamos. . . hablábamos
mucho. Entendí que podía ser oída. .. que era
escuchada otra vez, que lo que yo opinaba no podía

56
ser aminorado p o r ... por dos arepas de reina
pepeada y, advierto, no es que no me guste la reina
pepeada, pero es que hay sentimientos, situaciones,
que ameritan otra envoltura. (Pausa ) . Me acosté
con el escenógrafo y sí, me sentí mal, culpable, todas
esas cosas. El escenógrafo me dijo que no me preocu­
para, que él no esperaba nada de mí sino mi amis­
t a d .. . que. .. que había sido un encuentro. . . una
búsqueda. Aún somos buenos amigos. (Pausa) . losé
Angel estaba trabajando como administrador en una
fábrica de quesos. Yo quería ser sincera, no lo
quería engañar y hablé con él: “ Ojos hidrópicos
creo / que mis ojos deben ser / pues cuando es
muerte el beber / beben más, y desta suerte /
viendo que el ver me da muerte / estoy muriendo
por ver. A propósito, José Angel, ¿qué opinas tú
de la infidelidad? “Es un problema económico” .
¿Económico? “ Sí, económico, porque yo no estoy
de acuerdo en comprarle las pantaletas a mi mujer
para que venga un desgraciado y se las quite. Mira,
están pasando una película de fábula, “ Zorba, el
Griego”, vamos y después te invito a un mondongo
para que no cocines hoy” . (Pausa ) . El se fue al cine
y yo a casa de mi mamá. A la semana le pedí el
divorcio. Yo pidiéndole el divorcio y Caldera que
acaba con las lochas. Pero no crean que yo había
alcanzado un alto grado de conocimiento de mí mis­
ma. Al año y medio me salió el divorcio y yo todavía
creía que Caldera iba a hacer las cien mil casitas
por año. . . (Pausa ) . Con las dos cucharadas de
mantequilla se engrasa el molde de metal de 18
centímetros de diámetro por 10 centímetros de alto.
Aproximadamente. Sobre el fuego se pone un enva­
se de metal un poco más grande que el molde,
con unos 5 centímetros de agua a hervir, donde se
va a meter el molde a cocinar en el homo, es decir,
en baño de María. Se precalienta el homo a 400
grados. (P ausa). Después de José Angel hubo otros.
Yo salía con otros. Bueno, eso de salir es un
eufemismo que tenemos las mujeres para ocultar

57
que nos acostamos con tres o cuatro hombres dis­
tintos. Pero. .. no e s . .. que uno s e a ... una cual­
quiera . . . no es que uno sea así, sino que después
que sales de una relación. . . uno. . . uno siente
que algo no sirvió. .. uno se acostumbró a besar
a un solo hombre y. .. y . . . no sabe. .. no sabe
que hay más allá. . . no sabes s i. . . eres un ser. ..
necesitas... necesitas como cambiar de nombre,
sí, eso es, cambiarte de nombre. .. llamarte. ..
llamarte. . . llamarte vivir. (A un esp ecta d o r). Tú,
sí, tú que me estás mirando como raro. No es que
uno sea una enrollada, no, no es eso. Es que si
uno los ama con sabiduría, con entrega, se enrollan.
Y muchos ni pueden hacer nada. Te dicen: “ No
sé lo que me pasa” ; “ En realidad yo no soy así” ;
“Es la emoción, tú ves” . Y no pasa nada, salen de
tu piel con miedo, desnudos de su virilidad. “Tris­
teza sexual” lo llaman los psicólogos y le cobran por
el concepto. Pero no, es otra cosa. No están pre­
parados para amar de igual a igual. Ahora, hay otros
que te agreden, como Memín. Memín. . . un cama­
rógrafo con quien yo salía. (Pausa ) . Ya yo empeza­
ba a hacer mis primeras incursiones en televisión.
Primero, la amiguita de la protagonista; después, la
maluca, la bicha; hasta que llegué a ser la buena,
la protagonista, la que después de enfrentarse al
mundo se queda con el galán. Bueno, yo gustaba
de Memín y Memín gustaba de mí. Pero nada de
nada. Así que una vez tomé la iniciativa y le dije
que lo invitaba a cenar. Claro, otro eufemismo.
(Pausa ) . Una vez en la cama, en pleno acto ama­
torio, en pleno rito de acoplamiento, me agarró por
el cabello, así, fuerte, me miró a los ojos y me dijo:
“Tienes una cara de ángel, pero en el fondo eres
una trozo de puta” . Coitus interruptus. Es que si
uno lleva la iniciativa, si uno se manifiesta, pierde.
Y en la cama una debe permanecer tranquila, momi­
ficada, porque si no se enrollan. Ellos quieren ser
los primeros y nosotras, para ellos, las últimas.
¿Ustedes ven la desventaja? (A un esp ecta d o r). No

58
chico, si los enrollados son ustedes. Y no te molestes,
ésta era una conferencia sólo para mujeres. A pro­
pósito . .. ¿ya cenaste? (Pausa). Sigamos con nues­
tro Chocolat Gourmet. En una olla se pone el cho­
colate en pedacitos, el agua y el azúcar. Se lleva
a un hervor, se baja un poco el fuego y se cocina
revolviendo, unos treinta minutos, hasta que se es­
pese y caiga, en forma de lámina de una cuchara
de madera. Inmediatamente fuera del fuego se le
agrega la mantequilla, revolviendo hasta que no se
vea la grasa por encima. Se continúa batiendo
mientras se agregan, una a una, las amarillas de
huevo. (P ausa). ¿Alguno de ustedes sabe quién
fue Pedro Pablo G uerra?.. . No, creo que n o . . .
la verdad es que es difícil saberlo, Pedro Pablo
Guerra fue un comerciante merideño, de treinta y
dos años, que, cuando supo del triunfo de Rafael
Caldera, se suicidó de un tiro en la cabeza. ¿A qué
viene todo esto?, pensarán ustedes... Viene a que,
a medida que se iba acabando el período de Rafael
Caldera, nosotros todos, habíamos perdido ya hasta
la posibilidad del suicidio. Pedro Pablo Guerra fue
un anónimo histórico, un visionario desapercibido.
(Pausa). Pero, bueno, no seamos tan pesimistas,
Caldera también hizo cosas maravillosas, puso en
circulación unos preciosos billetes rosados de cinco
bolívares. (P au sa). En el recipiente de una batidora
eléctrica se baten las claras a punto de suspiro y
se mezcla el chocolate con movimiento envolvente.
Se le agrega la harina a través de un cernidor.
Así, en forma de lluvia. (Pausa). Mi amistad con
Malola se estrechó mucho más. Un día fuimos a
Morrocoy, armamos una carpa y nos instalamos.
Quería descansar. . . cuñas. . . telenovelas. .. can­
ciones en los programas maratónicos de los sába­
dos . . . me estaba viviendo el mundo a trescientos
kilómetros por hora. Nos instalamos en una playa
solitaria, nos fumamos un cachito, nos desnudamos
y nos fuimos a bañar. Al rato salimos y nos sentamos
a oír el mar. Malola me dijo. . . "te amo” . . . Y o. . .

59
yo también la quería. . . pero. . . pero yo hablaba
de un amor de otro estilo. .. yo amaba el diseño...
y el diseño es un hombre que nos ajusta en una
elevación de cuerpo y palabra. (Pausa). Malola
besó mi seno y . . . y a mí me pareció hermoso. ..
yo le tomé el suyo y en ten d í.. . entendí que el
cuenco de la mano se hizo para la curva del seno.
(Pausa). Era diciembre de 1973, y Carlos Andrés
ganaba la Presidencia de la República frente a un
debilitado Copei cuyo candidato era el buenazo de
Lorenzo Fernández. Cuando ganó Carlos Andrés
mi mamá dijo: “Es un pobre hombre, un traidor
a su raza, el único andino que ha llegado a la Pre­
sidencia sin revueltas militares y sin golpe de Es­
tado”. Los partidos políticos, todos, habían descu­
bierto la mina de votos que significábamos las actri­
ces, los actores, la gente de farándula. (C anta).
“Ese hombre sí camina” . . . y allí estaba el primer
actor de televisión o la primera actriz; “ Sella las
dos blancas” . Total es que: 2.122.427 votos. Y
ustedes dirán: “ Que tipa tan fastidiosa con eso de
las cifras, de los votos” . Pero no, no es fastidio,
es que todos fuimos protagonistas de una comedia.
La cosa es que, nuevo Presidente y yo conocería
a quien sería mi segundo esposo: Charles Martínez,
mi nuevo romance, mi nuevo Príncipe Azul. (P ausa).
Lo conocí en los pasillos del canal, era escritor de
telenovelas. Al principio no me gustó, todo torcido
él, hablando de medio lado, repartiendo frases ge­
niales. Sin conocerme, es decir, sin habernos tratado
mucho, me dijo: “ La telenovela es el país, y el
país es mágico, y los protagonistas de ese realismo
mágico, que es nuestro país, los protagonistas son:
Daniel Santos, Delia Fiallo, Rómulo Betancourt y
el Dragón Chino” . Yo nunca supe cuando Charles
hablaba en serio o en broma. Su nombre, por ejem­
plo, Charles. Me dijo que se llamaba así porque
su madre no podía tener hijos, entonces su papá
descubrió en una revista un anuncio con ejercicios
de tensión dinámica. Se suscribió a la revista, co­

60
menzó los ejercicios y un mes después su mamá
estaba en estado de él. Al nacer le pusieron Charles
en honor al milagro, a la tensión dinámica, en honor
al curso de Charles Atlas. (Pausa). Yo pensaba que
era una relación madura y al tiempo ya vivíamos
juntos. Realmente yo creí que Charles era un tipo
fuera de serie. Muy venezolano, su debilidad, el
pabellón con baranda. Como era mayor que yo,
aunque muy pocos años, siempre me decía que el
pabellón con baranda había sido la marihuana de su
generación. De más está decir la militancia vertical
accióndemocratista de Charles. .. Nosotros hablá­
bamos mucho, él me contaba de sus anteriores re­
laciones, de lo bichas, de lo perversas, de lo víboras
de los siete mares que habían sido las otras, que se
habían burlado de su amor, que le habían sido
infieles.. . Yo, por mi parte, le hablé de José Angel,
del escenógrafo y hasta de Malola y el viaje a
Morrocoy. Me dijo que esa era una experiencia her­
mosa, que Malola era una gran persona, y hasta me
propuso que podíamos vivir los tres juntos. Malola
cuando se enteró me dijo: “Ahora sí te has conse­
guido a tu Príncipe Azul. Vivirás grandes cosas con
él” . (P au sa). La relación florecía cada día más,
Charles era mío. Es decir, se relacionaba conmigo
como Diego Arria a Carlos Andrés Pérez; Malola
era una suerte de Gumersindo Rodríguez, y mi mamá
una especie de Carmelo Lauría. Todos éramos ínti­
mos. Lo que yo descubriría más tarde es que Charles
se convertiría para mí en una suerte de Alfredo
Tarre Murzi. Todo me lo iba a criticar. Todo y con
una saña impresionante. Yo creo que mi error con
Charles fue la confidencia. ¿No les parece que a
veces la confidencia es un error? (Pausa). Un día
fuimos a ver “ Tu País está Feliz” que yo, con la
ingenuidad que me caracterizaba, la creía una pieza
de teatro revolucionaria y comprometida. Afuera,
en la Librería del Ateneo, Alfredito Escalante fir­
maba su libro de poesía psicodélica. Allí me reencon­
tré con una serie de amigos y nos saludamos con

61
muchísimo afecto. Charles estaba parado por allá,
sólito, entonces me acerqué. Epa, Charles, ¿qué
fue? “Mira Sonia, tú en tus relaciones tienes mu­
cho que ver con Carlos Andrés Pérez” . ¿Cómo es
eso? “Bueno, que has cambiado de pareja como
Carlos Andrés de gabinete. Pérez en Fomento y
Agricultura ha tenido seis Ministros en menos de
diez meses” . (P au sa). A partir de ese momento las
cosas empeoraron entre Charles y yo. Comencé a
trabajar en una telenovela escrita por él y poco a
poco, lentamente, de ser la protagonista me fui
convirtiendo en la perversa de la telenovela. ¡Hasta
me inventó, en la trama, una especie de enfermedad
en los labios que me impedía besar al protagonista!
¡Ah!, no, se trataba de mi profesión, así que me
negué a grabar un capítulo más si él no arreglaba
la trama a mi favor. El Jefe de Programación lo
llamó y Charles vociferó, vociferó a favor de la liber­
tad de creación. El Jefe de Programación le mostró
las cifras del rating, las bajas cifras del rating
que tenía la televisora por culpa de haberme conver­
tido en la mala de la novela, y Charles tuvo que
aceptar. Pero en la noche, en la noche Charles peleó
conmigo: “A ti lo que te gusta es que te besen esos
galanes hepatíticos... y yo no lo voy a perm itir...
no quiero que a mi mujer la bese nadie, para eso se
necesita tener capacidad de voyerismo y yo, Charles
Martínez, no la tengo” . Me molesté muchísimo, yo
no iba a dejar mi profesión, entonces agarró y me
dijo: “Meretriz, mesalina, casquivana, hetaira, ra­
mera” . Hasta que perdió el dominio de su semántica
equilibrada y me gritó: “ ¡Puta!” . Malola intervino
y la sacó de la casa por los cabellos mientras le
gritaba: “ ¡Cachapera, cachapera!” . (Pausa ) . Bueno,
separación, después, explicación.. . p erd ó n .. . llan­
to. .. reconciliación.. . Pero ya no era lo mismo.
Mi mamá, cuando se enteró, dijo una de sus frases
con real tino político: “ Sonia, esa relación que tie­
nes con Charles, que tú llamas “ de igualdad” , se
parece a la nacionalización, es chucuta. . . ”. (Pausa)

62
Para colmo. .. para colmo descubrí que estaba em­
barazada. Pero. . . en el fondo. . . en el fondo me
alegró. . . pensé que con un hijo. . . que con un
hijo todo m ejoraría... Clásico, ¿verdad? (Pausa).
Se lo dije a Charles. “Mira, Sonia, y o ... yo necesito
estar un tiempo separado de t i . . . tengo que pen­
sarlo . . . yo no puedo ahora tener un hijo contigo. ..
tú eres una mujer muy liberal y yo me he descu­
bierto como un hombre muy conservador. Dame
tiem po.. Y se lo di. Ya él estaba saliendo con
la actriz que estaba haciendo de contrafigura y que
él estaba convirtiendo en la protagonista. (P ausa).
F u e ... un lunes. .. el lunes 26 de julio de 1976. . .
el mismo día en que Jorge Rodríguez, del cual sí
deben haber oído hablar, era detenido, torturado
y asesinado por celosos agentes del Estado. “ Infarto
al miocardio”, eso dijeron a la prensa. (P ausa).
N o. . . no podía tenerlo. .. Malola me acompañó. ..
(P ausa). Terminé la grabación de mi última teleno­
vela y decidí aislarme. Me fui a la hacienda de una
tía mía. La pasé tranquila, sin periódicos, sin chis­
mes de farándula, sin maquillaje, sin peinados, dos
meses alejada de todo. Regresé cambiada, pero tan
cambiada, que era la versión femenina de Frank
Niehous después del secuestro. ¿Lo recuerdan? El
de la empresa Owens Illinois. Nuevas elecciones. . .
“ ¡Van a perder los adecos! ¡Van a perder
los adecos! ¿Cómo es posible que alguien vaya a
votar por Piñerúa? Nadie va a votar por un can­
didato que tiene cara de muchachito pujando” .
Bueno, esos eran algunos de los comentarios que se
oían. “Aquí la gente vota por caras”, decía mi mamá,
pero yo no lo creo, de ser así ya Teodoro hubiera
sido Presidente. Nuevas elecciones y yo voté, corrí
y me encerré en mi cuarto. Malola me visitó con
su novio y ahí, frente al televisor, vimos y oímos
el triunfo de Luis Herrera Campíns. 2.469.042
votos. Y vuelvo con lo de las cifras, porque si en
el gobierno de Carlos Andrés Pérez habíamos sido
todos protagonistas de una comedia, en el gobierno

63
de Luis Herrera Campíns seríamos víctimas de una
tragedia. La misma que estamos viviendo ahorita.
Hasta los más fieles seguidores del Presidente Cam­
píns se mostraban alarmados con sus medidas. . .
José Angel, fabulosamente copeyano de cuna, me
llamó por teléfono, furioso: “Espero que no hayas
votado por Luis Herrera, yo voté por él y me
arrepiento, subió hasta las tostadas, ahora una reina
pepeada vale nueve bolívares” . Mi mamá, por su
parte: “Bien hecho, bien hecho, ¿quién los manda
a votar verde? Los copeyanos son peores que los
adecos, los adecos cogen y salpican, los copeyanos
no”. Charles vociferaba: “ Copei no es solamente un
partido cristiano sino crístico, se creen Jesús, en la
cruz, entre dos ladrones. Menos mal que lo único
bueno es que han unido al país, con las medidas
de Luis Herrera hasta los copeyanos van a votar
por A. D.” . Memín era más soez: “ ¿Saben quién
ha sido el Presidente más erótico de Venezuela?
Luis Herrera, porque tiene a todo el mundo ma­
m a n d o ...” . El cine se acabó con Luis Herrera,
el cine venezolano. Lo que sí había eran Orquestas
Sinfónicas. Orquesta Sinfónica Pemona, Orquesta
Sinfónica Maquiritare, Orquesta Sinfónica Munici­
pal Timotocuica. Fuimos el país con más orquestas
sinfónicas del mundo. En televisión se prohibió
fumar, beber, besarse y el Gobierno exigió una
nueva telenovela c u ltu ral.. . Viniendo de Copei eso
significaba que las telenovelas estarían escritas por
Pedro Berroeta y Arturo Uslar Pietri; las miniseries
policíacas, por Vinicio Carrera, donde quiera que
esté. . .; los galanes deberían tener el garbo y la
capacidad de Luis Alberto Machado, Ministro de
la Inteligencia; y las actrices, la velocidad para el
diálogo de una Haydée Castillo de López Acosta.
(Pausa ) . Luis Herrera, tal vez para probar la efica­
cia de los F-16 recién adquiridos, bombardearía
Cantaura, matando no sé cuántos muchachos y aca­
bando, según sus palabras, acabando de una vez por
todas con las guerrillas. (Pausa ) . El Presidente del

64
Viernes Negro.. . (Pausa ) . Yo estuve sola, sin na­
die, dedicada a mi trabajo, hasta que en una fiesta
que hacían en mi honor, por haberme ganado el
Guaicaipuro de Oro, conocí a Antonio Chirinos. . .
s í . .. el que iba a ser mi tercer esposo. Todos
en la fiesta me felicitaban, hasta las actrices argen­
tinas me felicitaban, ¡imagínense qué éxito! Pero
había un hombre alto, de un metro ochenta y tres
de estatura, corpulento, con voz a lo Héctor Mayers-
ton, que no me había tomado en cuenta. Eso me
extrañó. Le pregunté a algunos de los invitados
quién era él y me dijeron: “ ¡Pero, chica, ése es
Antonio Chirinos! Un joven socialista. Un genio en
economía política”. Me acerqué utilizando mi sonrisa
número tres para telenovelas. ¿Le gusta la fiesta?.
“Sí, está muy bien, lo único es que no hay Chocolat
Gourmet”. “¿Chocolat Gourmet?” , parpadeando
con mi mirada lánguida número dos. “Sí, venga
conmigo” . Me llevó hasta su casa, me sirvió un
trocito de Chocolat Gourmet que él mismo hacía,
se sentó, escribió la receta y me volvió a llevar a
la fiesta. (P au sa). Me volví a enamorar. El propio
Príncipe Azul: sobrio, solo y socialista. No había
problemas. Después de eso yo lo invité a cenar.
Cenaba, hablaba un rato y se iba. De nada me va­
lieron tretas, sonrisas, miradas. Cenaba, hablaba un
rato y se iba. Hasta que un día yo le preparé su
Chocolat Gourmet y quedó encantado. Se fue
haciendo tarde y le pedí que no se fuera por eso
de la inseguridad social, del hampa, del peligro en
Caracas de noche, ¡y aceptó! Yo corrí para el baño:
baño violento de espuma, bastante Chanel N? 5,
bata de satén insinuante, A n to ... ¡ah, no!, y salí.
“A ntonio... A n to n io ...” . (Pausa). ¡Y allí estaba,
Antonio Chirinos, dormido en el sofá de la sala!
¡Y no había forma de despertarlo! ¡Ay, no, yo
pasé toda la noche mortificadísima, en blanco y, no.
mi amor, a la mañana siguiente le hablé claro! El
me escuchó con atención, así, monumental, exacto,
igualito al Coloso de Rodas. Cuando terminé de

65
hablar me dijo: “Sonia, yo no quiero una persona
para acostarme con ella, sino para levantarme con
ella” . (Pausa). Me limité a e sp e ra r... Cuando
salíamos a pasear él llevaba una pequeña cámara
super ocho y filmaba tiendas, tiendas de ropa feme­
nina. Me explicó que estaba haciendo un ensayo
sobre el vestir femenino y las clases sociales. Yo
no entendí, pero si venía de un socialista podía
ser verdad. Un día se decidió y se declaró: “ ¿Qué
signo eres?” . ¡Ay, yo enseguida me acordé del gurú
de Maracay y le dije: ¡Escorpio, mi amor, yo soy
escorpio! Y él, sin ponerme los dos dedos en la
frente, me dijo: “Yo soy socialista, vamos a casar­
nos” . Y nos casamos. ¡Al fin, al fin el Príncipe
Azul! No me celaba. Escogía mi guardarropas. Mi
mamá lo adoraba, pasaban horas enteras hablando
sobre la evolución de la moda e, incluso, le explicaba
a Malola como el color de la ropa de las mujeres
hindúes determinaba la clase social. (Pausa). El
novio de Malola, un místico como ella, comenzó a
comportarse en una forma extraña. Se cortó el cabe­
llo cortísimo, se desaparecía por días, hasta que una
vez se presentó en caso de Malola con tres mucha­
chos con el pelo cortado igualito a él, pantaloncito
azul marino brincapozo, camisa blanca manga corta
y corbatica negra. El novio se le acercó y le dijo:
“Malola, vosé e um ser diabólico” . Y salió hacia
la sede del T.F.P., ahora está en Brasil, creo, no sé.
(P ausa). Las televisoras, sintiendo las medidas
económicas de Luis Herrera dejaron de competir
entre sí. Se reunieron y decidieron no contratar más
actores ni actrices sino pagarles de destajo. Yo, por
supuesto, la gran Sonia Barrios, no podía aceptar
tal proposición. Se venció mi co n trato .. . y no me
volvieron a llamar. .. Pero qué importaba, yo era
feliz con Chirinos. Lo becaron y nos fuimos a los
Estados Unidos. Allá vivíamos con la beca de él y
parte de mis ahorros. Aproveché mi estadía para
inscribirme en el Actor’s Studio y así estudiar la
metodología de Stanislavski a profundidad, ya que

66
los chilenos, los argentinos y los uruguayos que esta­
ban en Venezuela la habían puesto de moda, la
rescataron pues. Eran perseguidos políticos stanis-
lavskianos y el venezolano que no conociera el fa­
moso método era una suerte de Pinochet del teatro,
de Galtieri de las artes escénicas. Revolución y Sí
Mágico era su consigna. (Pausa). En los Estados
Unidos vivíamos con muy poco, no gastábamos
mucho. Yo me vestía con mi franela y mi blue-jeans
y Antonio igual. Su único vicio, el Chocolat Gour­
met. {P ausa). Ahora, lo que les voy a contar parece
increíble. . . increíble. Un día regreso a casa después
de una tarde de improvisaciones y ejercicios actora-
les, y me encuentro con la mesa servida. Voy a la
cocina y veo a Antonio, Antonio vestido con una
falda verde y una blusa blanca con volantes. Sí,
así como lo oyen, una falda verde de lino, carísima,
de esas que se arrugan con sólo mirarlas, y una blusa
blanca con volantes. Me besó en la frente y continuó
sirviendo la mesa como si nada. Yo quedé estupe­
facta. . . Entonces lo entendí, era una estupenda
broma de Antonio. El, un hombre serio, con esa voz,
fuerte, se vestía así como un juego, como un home­
naje a ese cambio constante de personajes que somos
las actrices. Y lo amé muchísimo m á s... (Pausa).
Pero. . . días después, sucedió lo mismo, pero esta
vez estaba vestido con un traje taller digno de
Margaret Thatcher. Pero no se afeminaba, no habla­
ba como un homosexual, como una loca. . . El con­
servaba su postura varonil en todos sus actos.
Antes de acostarnos, para colmo, colgó cuidadosa­
mente la ropa en el armario y vi toda una gama
de trajes que yo, ni en mi mejor época, ni en mis
mejores telenovelas y propagandas llegué a usar.
Me besó en la frente y se durmió. Y o ... yo no
sabía qué hacer. . .de verdad no sabía. F u i.. . fui
al psiquiatra y . . . y el psiquiatra me dijo: “Mire,
usted no es la que tiene que venir, que venga él”.
Y yo. . . yo esperé.. . esperé. . . eso no podía estar
sucediéndome a m í.. . a mi Príncipe Azul. . . Y

67
esperé, hasta que una noche, en pleno postre, en
pleno Chocolat Gourmet, sentado frente a mí, con
un precioso traje' blanco, plisado, a lo Marilyn
Monroe, le dije que no lo aguantaba más. El me
miró largo rato y . . . y después se puso a llorar. Se
abrazó a mí, así, vestido como la Novia del Año,
con el rimel corriéndole por las mejillas, lloró y
me rogó que no lo dejara, que él había luchado
contra esa inclinación desde pequeño, que él pensó
que casándose se le pasaría, que analizando las
modas de todas las épocas podría descubrir ese ar­
quetipo que se aferraba a su personalidad. ..
era. .. todo era tan patético. . . ese hombrazo, ves­
tido así, llorando, desmaquillándose. (Pausa). Se
levantó, fue hasta el armario y botó un Lady Diana,
un Liza Minelli, ¡un Carolina Herrera!, y unas mini­
faldas de los Angeles de Charlie. . . Me prometió
que se trataría con un psiquiatra y todo volvió a la
normalidad. (Pausa). ¡Claro, me quedé con una
o dos blusas realmente fascinantes y que era una
lástima que las botara! (P ausa). Al tiempo regresa­
mos a Venezuela. Malola había estado en la India
y ahora estaba plenamente convencida que la vida
espiritual era una pendejada. Llegó el día de mi
cumpleaños y estaban todos mis amigos. . . todos. . .
me habían ofrecido también un interesante contrato
para hacer una película, estaba el director.. . el
productor. . . Charles. . . bueno, había muchísima
gente. En el momento en que íbamos a cortar la
torta todo fue un pavoroso silencio. . . yo. . . por
un momento. . . no entendí. . . Cuando, de repente,
veo hacia la escalera y ahí estaba A ntonio... An­
tonio Chirinos vestido de Dama Antañona. . . Ahora
parece un chiste, pero les aseguro que fue terrible,
terrible. (P a u sa ). Un nuevo divorcio. . . y mi mamá
fue la que menos entendió. (Pausa ) . En diciembre
Lusinchi ganó las elecciones y y o .. . yo no memo-
ricé los votos. (Pausa larga). Y a .. . ya se me acabó
el tiempo. . . a v er. . . a ver qué falta. . . Ajá,
se saca del horno , se deja enfriar 5 se mete en la

68
nevera. Cuando se va a servir, se voltea en una
bandeja y, si se quiere, se baña con crema inglesa.
Si no, queda más o menos así (Señala el postre).
Bueno, queridas amigas, estimado Comité de Damas
para el Refinanciamiento de la Deuda Externa, para
mí fue un verdadero placer estar con ustedes. (Pau­
s a ) . Al principio de la conferencia yo les dije que
creía en Príncipes Azules, que siempre creí en ellos,
lo que no sabía era que para encontrar un Príncipe
Azul había que besar muchos sa p o s... Gracias,
fueron ustedes muy amables. (Sale presurosa).

69
SEIS MONOLOGOS
PARA D ALILA
MANHATTAN

(A l fondo: Puente de Brooklyn. Lateral izquierdo:


poste con las señales “T ow A w ay zone” y “No stand-
ing any tim e”. Lateral derecho: matero de concreto
con pequeño arbusto de escasas hojas.
Una baranda de m etal separa el río del banco de
tres listones donde está sentada Carolina. Todo es
gris, con matices de blanco y negro. Parodia de la
película “Manhattan” de W oody Alien.
Lejanos sonidos automotores se confunden con el
débil murmullo del agua).
CAROLINA: (Sentada. Espera, tranquila. Siempre
hablará d e espaldas al público. Será un ser anónimo.
A l rato llega “E l”. Se detiene, la observa por un
momento. Ella lo m ir a ). Sabía que vendrías. (“E l”
mira el relo j). No tomará mucho tiempo. (Pausa
larga) . Vine porque necesitaba un comienzo. (“E l”
le da la espalda lentam ente ). Pero no, no es lo que .
imaginas. Por fa v o r... por favor. .. no es lo que
imaginas. (“E l” gira hacia ella. La observa ). ¿Po­
drías sentarte a mi lado. . . sólo un momento. . .
por favor. (“E l” acepta. Am bos se quedan obser­
vando el puente. Pausa larga) . Sabes. . . esta Ciudad,
no sé si me encanta o me atemoriza. (Pausa c o rta ).
Me encanta.. . porque nadie me ve. Siendo como
soy, nadie me ve. Está hecha para seres como yo.
Todo a la medida. Los espejos... las aceras... los
cin es... los cementerios. Sí, ya visité al primero.
¿Siempre te molestó, verdad? Lo entiendo. . . lo
entiendo. .. (Pausa c o rta ) . Para ustedes, los baila­
rines, los cementerios son escenarios de fríos. Más
que eso, yo creo que le temen porque en los cemen­
terios, la danza es un gesto apacible. El aplauso

73
se tapa con tierra la cara. Nosotros, los escritores,
los amamos. (Pausa co rta ). Cada palabra es una
lápida, cada escritura un adiós y . . . cuando termi­
namos algo y colocamos esa ansiada palabra que nos
huye, sentimos una cruz o sentimos a ese ángel,
a ese recordatorio, a esa lápida. Varaos armando
cementerios. Páginas y páginas de camposantos nos
doblegan. Vivimos rehaciendo nuestro epitafio.
(Pausa c o r ta ) . Yo. .. i b a .. . todos los viernes a los
cementerios pero por otra cosa. Por los olvidados.
Buscaba las tumbas olvidadas. . . las más sucias,
las que no esperan nada. Aquellas olvidadas hasta
de la muerte. (Pausa c o r ta ). Las limpiaba, conver­
saba con esos hombres y mujeres anónimos que
yacían en ellas. Les hablaba de cómo iba el mundo,
de la confusión de los Dioses y los Sexos. Del
apocalipsis convertido ahora en un reloj de pared.
Les hablaba de tu sombra en las bambalinas, de tu
pax de deux. . . con ella. De la hermosura, múltiple,
sagrada, cuando danzaban. De la escritura de sus
pechos en el aire. . . hasta. . . hasta llegar a tus
manos, simulando olvido por segundos en El Lago
de los Cisnes, donde se conocieron. (“E l” se levanta
m olesto). No, no, por favor. No es reproche, te
lo aseguro.. . no. .. no te vayas. . . no te vayas.
("El” camina un poco hacia la baran da). Sí, esta
Ciudad me encanta. .. pero también me atemoriza.
(Pausa c o r ta ). En la otra, en nuestra Ciudad, no
tengo los espejos, ni los baños, ni los cines, ni las
aceras a mi medida, p e ro .. . pero tengo el asombro.
Lo tengo, aunque me miren como a un extraño
insecto, como un miedo a mi equilibrio, con asco,
con piedad, disimulando mi enfermedad de manse­
dumbre. (Pausa c o rta ). Sienten contagioso mi infor­
tunio. Aquí no, allá tal vez soy un peligro público,
aquí sólo un bulto, un pequeño barranco con dere­
chos, una esponja laboriosa que compra. .. com­
pra y compra. (“E l” camina nervioso ) . C álm ate...
cálmate. .. tú no tienes la culpa. Ya no la tienes.
Yo. .. ahora lo entiendo. Entiendo cuando emergías

74
con ella de las telas, protervos, incontenibles, sa­
ciándose en la certidumbre de sus ritmos en esos
escenarios que parecían ser inventados para ustedes.
Como adoré sus cuerpos. Sí, no te asombres, los
de ambos. Vivían desobedientes del espacio, trans­
formándolo, elogiando lo fugaz, podían amenazar
como tormenta o perderse llenos de paz, en el
azoro. .. p ara. .. para regresar, sudorosos, maravi­
llosamente sucios, exactos, extenuados de música,
de tiempos y de aplausos a los camerinos. Y ahí.
Ahí seguir amándose. . . como aquella vez. Sí, los
v i . . . los vi y . . . apreté los dientes. Reconocí el
odio. . . mordí el alba con ese beso que se dieron.
Sentí que había dejado de ser tu Carolina, tu ar­
monía, el origen de tu comunidad, el principio
de tu tribu, cuando bailabas. (Pausa corta). Me. . .
me hice clandestina... te odié. Tu cuerpo se hizo
para mí un vendaje sucio en nuestra cama, una
viscera danzante, una peste en zapatillas, de punta.
Entonces... entonces Jlo planeé. T o d o ... todo.
(“E l” la mira fijo ). A eso he venido. T ú ... tú
no tienes la culpa. Te libero. Y o ... esa noche. . .
esa noche quise que bebieras. Fui yo con las pas­
tillas molidas en tu trago. .. pero. . . pero no pasaba
n a d a ... nada. Bebiste y danzaron. Era mi fiesta.
Y o ... yo creí que te creaba y . .. y quería casti­
garte . . . yo.. . yo era tu ritmo. . . tu sudor.. .
Bebiste. . . bebiste y no pasaba nada. . . yo.. . yo
la llevo. . . t ú . .. tú quédate. . . quédate. . . no
puedes manejar. .. yo. . . yo sabía que no ibas a
volver. . . que te quedarías con ella y. . . y. . . no
podías. . . no podías manejar y .. . y yo. . . y las
curvas. . . y la certidumbre del asco y del final y . . .
y ella a mi lado. .. c o rre ... c o rre.. . y reía. ..
corre.. . corre. . . los ciento veinte kilómetros por
hora y . .. y el barranco. . . y el barranco al final. ..
yo.. . yo moriría con ella y .. . y me lancé sepa­
rando las palmas de mis manos a la búsqueda de

75
ese último aplauso. T ú . . . tú no sa b ía s... no
sabías. (Pausa corta) . N o . . . no te culpes. . . no
te culpes... ni por e lla ... ni por mí.
(Gran silencio. “E l” se aleja lentam ente hasta salir.
Una vez que sale, Carolina levanta una silla de
ruedas del suelo. Con dificultad se sienta en ella
y se aleja mientras se escucha Rapsodia en A zu l ).

76
NACE UNA ESTRELLA

(Elba está sentada al borde de una escalinata en


el interior de una casa. T iene entre sus manos un
grabador. Se escucha música folklórica chilena que
sale de una guitarra. Ella llora quedo. Apaga el
grabador).
ELBA: Me mentiste, Víctor. Me mentiste. Sí. .. s í . . .
lo hiciste. Y o .. . te creí. . . yo confiaba en ti. . .
p e ro ... pero es cuestión de signos, te lo dije. Tú
eras Cáncer y yo L e o .. . no somos afines. Tu sólo
sonreiste.. . con. . . con esa risa ta n . . . tan des­
velada . . . tan de insomnio. . . tan de otra música. . .
tan de pequeño animal que abriga tanto. . . tanto.. .
y ahora. ¿Ahora? (Transición. Elba camina ale­
gre) . ¿Yo? (A penada) . Cantante. (Escucha) . Elba
Helena. (Escucha) . No, no. Está equivocado. De
Troya no, de aquí mismo, de Santiago. ¿Y usted?
(Apenada) . Es que me cuesta. . . está bien. . . está
b ie n ... ¿Y tú? (Escucha). V íc to r... V íc to r...
bonito nombre.. . Víctor, Víctor. . . parece una
vela larga, larga. . . Víctor. (R íe ). No, no, perdón,
no me refería a esas velas sino a las de barco. ¿Te
gustan los barcos? ¡Ah!, eso es muy bonito. A ti
te bogan los caminos. (Pausa corta). ¿Yo? Elba. ..
Elba por mi mamá y . . . y . . . Helena. . . Helena
p o r. . . no sé. (R íe ) . Es que. .. perdón. . . es que. . .
me da pena decírtelo. . . bueno. . . está bien. . .
me decían Icaro cuando pequeña. N o ... n o .. . no
era por ser esculpida por el s o l.. . no. .. mis pies
tampoco eran alados. . . n o . . . es que me caí una
vez del techo de la casa y . . . y una vez me salí
por la ventana y . .. era la ventana del colegio y . ..
y . . . pues que era un segundo p is o ... no, no sé

77
que me pasó. . . tal vez estaba apurada, ¿no
crees? Mi abuelito me puso Icaro. (Transición.
Se entristece nu evam en te) . Y ahora. . . ahora me
llega esto. .. (Saca un cassette de una bolsita. Lo
coloca en el reproductor p ero no lo enciende).
Víctor. . . Víctor. .. fue tu guitarra la que me
hizo el amor aquella noche. ( Transición. R ecu erd a ).
Tienes unas canciones muy lindas, pero dolorosas.
(Pausa c o rta ). Compone una canción para mí,
Víctor. Una canción. . . una canción, pero que no
hable de balas, de obreros muertos. . . de patro­
n e s .. . de y an k is.. . no. No, Víctor. Eso ya pasó.
No hay que estar tan alerta como tú dices. No,
eso ya pasó. Salvador ahora está en el poder, todo
el pueblo apoya. Y o ... yo quiero ahora una can­
ción de nosotros, yo la quiero cantar. . . yo. . .
(T ransición). Pero no. . . n o . . . esa guitarra tuya
siempre se quedó alerta. . . en vigilia.. . como mi­
rando hondo bajo la tierra, en guardia, esperando
los caballos y los petos, las nuevas carabelas que
venían, según tú, a subyugamos. . . (T ran sición).
V íc to r... Víctor, te tengo una sorpresa. (E spera).
Estoy embarazada. (R íe). S í . . . s í . . . deja Víctor,
no me hagas cosquillas. . . sí.. . sí, mi vientre es
una balada. . . Víctor, Víctor es hermoso que el
vientre nos cante, que dentro de él se mueva un
paisaje, un alba de amapolas y riberas, es sentir
que ha prendado el b e so ... tus besos en mis cos­
tados . . . es sentir que solfeaste en mi piel. . . mi
vientre es tu escenario ahora, V ícto r.. . ven agá­
chate. .. a s í.. . a s í... toca tu guitarra y dime que
canta nuestro hijo. . . s í. . . s í. .. (C a n ta ).

Tus manos, manos manitas


desde m i vientre tanteando días.
Tus manos, manos manitas
despertando lunes
es un consuelo.
Ellas vendrán
trayendo racimos

78
pasos y cielos.
Y yo
con m i guitarra
siem pre en vigilia
espera alerta
el paso d e la fiera
por nuestra puerta.
Ven pronto con tus manos
sostén m i vida
sostén m i canto
que lobos nos acechan
para callam os.
Ven que yo te espero
cam bio de guardia
para entregarte
con cuerdas nuevas
grito y guitarras.
Ven que yo te espero
siem pre llegando
Ven que yo te espero
siembra m i canto.

(Transición. L lo ra ). Nos mentiste, V íc to r... nos


mentiste. ¿Cómo explicárselo a él, Víctor? ¿Cómo
explicárselo a nuestro canto? ¿Cómo explicarle en
su cuna que tu voz se hizo sospechosa, olímpica,
que tuvieron que encerrarla en un stadium? Que
yo quería verte, que yo les hablaba de nuestros
signos zodiacales. . . les hablaba de la partitura que
tenías que terminar escuchando mi vientre y. .. y
no me dejaron verte. .. rogué. . . le pedí a Dios.. .
a Dios, V ícto r... a Dios que aturdido me dio la
espalda. Me tomaron las huellas digitales y por ahí,
por esas líneas que manchaban el papel, querían
entender, en vano, el por qué de tus canciones.
Ahora sé, Víctor, que cansados de mis manos fue­
ron a las tuyas y . . . y se las llevaron para segarlas,
para imprimirles sellos y precios, para separar de
ellas las lluvias y los cantos. Víctor, Víctor, tú me
dijiste que esto era un para siempre, que no te

79
ibas, que te quedabas, pero el trueno arremetió
contra tus manos y has partido. . . te has ido, Víc­
tor y yo no sé que hacer con tantos cantos.
(Enciende el grabador ). (Se escucha la vo z de
V íc to r).
VOZ: “ Ic a ro ... Ic a ro .. . estoy a q u í... en el stadium.
Anoche. . . Enrique. . . un venezolano, se quitó los
zapatos y nos ofreció una función de títeres con
ellos y . . . y nosotros reímos. . . por primera vez el
miedo y el dolor nos abandonó por un instante.
Icaro, se llevan gente del calabozo, de este calabozo
inmenso, improvisado, y no regresan. Ellos hablan
con lenguas de erizos, mordientes, manifiestan que
tienen a su derecha el favor de los siglos. Ellos
no me han reconocido, ciñen sus armas y el sueño
se convierte en un espantajo, un espantajo viscoso
que viene desde lejos. Icaro, debo cantar, entién­
delo, debo cantar para que nazca una estrella,
nuestro silencio es su grito de triunfo. Un General,
por más armas y cómplices que tenga, nunca es un
canto; un General nunca podrá llevar su hiel hasta
el futuro. Yo regreso Icaro, espérame, yo regreso,
pero tengo que cantar. Besos al Nuevo Signo del
Zodíaco, a nuestro hijo. . . te querré siempre. . .
V íctor.. . ”.
(Apagón lento mientras se escucha la g u itarra).

80
EL PADRINO

(Música del film “El Padrino’’. Estáticos, sentados


en sillas para maquillaje y peluquería, varios perso­
najes. Algunos con mascarillas faciales, otros con las
manos m etidas en pequeños recipientes para manicure,
otros con secadores de cabellos. Ninguno se mueve.
Sobre una camilla ligeramente inclinada “El Pa­
drino”. Entra Alicia arrastrando una mesita con ruedas
donde tiene diferentes artículos de maquillaje y
manicure ) .
ALICIA: (O bserva por un mom ento al Padrino. Coloca
una pequeña toalla caliente sobre el rostro. Lo
masajea un p o c o ). ¿No está muy caliente, verdad?
(El mism o procedim iento con otro paño el cual deja
en el rostro dejando un espacio para que el Padrino
pueda respirar con tranquilidad). Ahora se queda
tranquilito un momento. (Le introduce las manos
en pequeños recipientes d e m anicure) . Vamos a
aflojarle las cutículas. ¿Perdón? (Se acerca a éste
com o si le murmurara un secreto). No, no, no te
preocupes, quedarás como nuevo. Tengo unas locio­
nes a base de colágeno para el cutis que son real­
mente milagrosas. Ya me he dado cuenta que a tu
piel le falta elasticidad. . . suavidad en los tejidos
(V uelve a escuchar). Por supuesto, claro que lo
conozco. No sólo de la televisión. ¿Cómo? Sí, sí,
fotografía muy bien. Usted es todo un galán. Pero
por supuesto que ya se lo habrán dicho. (Vuelve
a escuch ar). Bueno, digamos que. . . que. . . se ve
imponente. Sí, eso es. Imponente. Sus trajes de un
corte clásico perfecto. Su cabello milimétricamente
cortado para dar la imagen del hombre siempre
fresco, cómodo, seguro de sus actos. Claro que. ..

81
yo le daría más cuerpo, un poco más de brillo a
sus cabellos y acentuaría un poco más las canas.
(Escucha ) . Sí, sí, las canas brindan una imagen de
sabiduría, de seguridad. ¿Ah? sí, sí, no muchas.
(Revisa las m a n o s). Un poco m ás. . . sólo un poco
más. ¿Quiere que le confiese algo? Estoy muy emo­
cionada. Al principio yo no lo podía creer. No, en
verdad. Después la gran noticia y . .. y yo. Alicia
Mijares, sería la encargada de su tratamiento. Soy
la mejor, le advierto. La mejor, para el mejor.
0Comienza a colocarse una bata p lástica). N o ...
n o ... ahí tam poco... n o .. . tampoco en el partido.
(R íe ) . Digamos que. . . simpatizante. . . simpatizan­
te, solamente. Apolítica, totalmente. (R íe ) . No, no
me va a convencer. (Pausa c o rta ). Hace exactamente
veintiséis años. S í. . . de verdad. . . es usted muy
bueno para los números. A v e r ... a v e r ... cam­
biemos el paño para la mascarilla. . . pero no se
m u ev a ... n o ... quietecito. (L e quita el paño y
comienza a untarle la cara d e una mascarilla verde
que se endurecerá). Una piel grasosa es una piel
con problemas, no conserva el maquillaje y luce
brillante en lugar de suave y tersa. Con esta mas­
carilla de limón concentrado le devolverá a su piel
el aspecto juvenil. (Se concentra en su trabajo. Le
coloca un paño caliente y lim pia su cara. V uelve
a ser otro tanto pero ahora deja el paño sobre los
ojos. Esparce espuma de afeitar y toma una n a va ja ).
F u e ... fue en el Callejón Moscú. Quieto, tran-
quilito. (Pausa co rta ). Ahí te conocí. Todavía
existe. No puede ser que lo hayas olvidado. Que­
daba en la Avenida Sucre. Llegabas a un semáforo,
enfrente quedaba la Panadería Fátima y subiendo
por la panadería quedaba el callejón. Como no vas
a recordarlo. Ahí todos sabíamos de ti. Especial­
mente en las noches. (Com ienza a afeitar muy
len tam en te). Claro, no eras tan famoso como ahora,
no te habías convertido en El Padrino de este País.
Buena frase esa. . . “ Los Libertadores han sido los
Padres de esta Patria. . . yo. . . yo soy humilde­

82
mente el Padrino de esta naciente democracia” .
Muchos creyeron en ella. ¿Yo? Yo no. Yo te cono­
cía. A decir verdad, mucha gente te conocía, pero
quiso olvidar. (Transición). Son otros tiempos,
compañerita, son otros tiempos. ( Transición) . Me
decían algunos amigos de papá. ¡Ay!, disculpa. (T ie­
ne las manos manchadas de sangre. Rápidam ente po­
ne un paño en el corte de El Padrino). Ahorita se te
quita, no es nada. (T iene las manos llenas de abun­
dante sangre. Las la v a ) . Es un tajo. . . considerable.
(R íe ) . Considerable. ¿Qué te parece? Considerable,
tu palabra favorita. “ Considerando que el País está
amenazado por ideologías que no expresan de nin­
guna manera nuestra idiosincrasia de pueblos Li­
b r e s ... Decreto Medidas de Alta P o lic ía ...” .
(Pausa c o rta ). Lo maquillaré, no te preocupes. Me
ha llegado la nueva Simply Perfect Mousse de
Elizabeth Arden. Es a base de espuma, muy fácil de
aplicar. Los tonos vienen numerados. Desde el más
claro que es el uno, hasta el más oscuro, el número
11. Nadie se dará cuenta. Si hubieras visto como
quedaron algunos de tus colaboradores. Siempre me
pasa esto. Nada que la cosmetología no puede arre­
glar. (Recuerda). A ese íntimo amigo tuyo que la opo­
sición quiso hacer ver que tú mismo fuiste el autor
intelectual de s u . . . accidente. A ese, que también
fue forjador y Padrino de este p a ís ... me distraje
y. . . y . . . tuve que hacer una obra maestra con su
nariz. Tú mismo ni te llegaste a enterar y eso que
lloraste sobre el vidrio del ataúd. ¿Y por qué no
te enteraste? ¡Ah!, porque yo contaba con las exce­
lencias de Beautiful Face en su forma Tropical. Ca­
rísima por cierto y de uso exclusivo en este lugar.
(Lo maquilla con la c re m a ). Ves.. . perfecto, ni
se nota. (Como locutora). Para Beautiful Face, la
meta es un rostro. . . perfecto. (Lo observa por un
m o m en to ) . Eres. . . irresistible, lo sabías. Por su­
puesto que lo sabes. Mi mamá lo supo, por eso se
entregó a ti. No, claro que no. No directamente,
pero ahí radica tu grandeza, en . . . en que poseías

83
a través de otros hombres. En ti no había envidias,
ni celos, nada de eso. Eras pleno. Tu cuerpo se
extendía hacia otros hombres que comprendieron la
soberanía plenipotenciaria de tus instintos. (Tom a la
navaja de barbería). Llegaron ellos. (Com ienza a be­
sarlo, a insinuársele, a jugar eróticam ente sobre el
cuerpo del Padrino). Llegaron ellos.. . . llegaste t ú . ..
llegó tu orden de amor, la ineludible majestad
de tus preguntas en ellos, y e lla .. . ella no supo
responderlas. . . n o . . . no sabía dónde se escondía
mi padre. Mi padre el ingrato. El no te supo en­
tender. No vio lo espléndido de tus razonamientos,
tu renuncia infinita sólo por el nuevo ideal na­
cional. T enías.. . tenías que buscarlo. El tenía que
entender tu sobriedad, la encarecida beatitud de
tu renuncia por todo lo que no fuese la estabi­
lidad del régimen. Ella. . . ella no sabía dónde
estaba y tú, tan magnífico, tan excelso, tan su
Santidad, como única respuesta a su terquedad, la
amaste. La amaste a través de ellos. . . uno por
uno. . . uno por uno y yo presente. . . una y otra
v e z ... una y otra v e z ... a s í ... a s í ... a s í...
(O rgasm o). (Pausa larga). N o ... n o . . . (Alicia
esconde algo entre sus m an os). No te harán falta. . .
los sembraré. .. será un teso ro .. . (Guarda lo que
oculta en una caja. Sus manos vuelven a tener ras­
tros de sangre. Se lava cuidadosamente. Se seca.
Saca una de las manos de él. Las seca y comienza
a pintarle las uñ as). E s .. . es sólo b rillo .. . brillo.
(Pausa c o rta ) . Vas a quedar estupendo, te lo aseguro.
¿ Q u ién ?... ¡Ah!, mi padre. El muy egoísta. Tú lo
sabrás mejor que yo. (P ausa) . Al fin .. . al fin con­
siguió tu gracia. . . tu bendición. . . no te lo supo
agradecer, Padrino. (Pausa corta). A ver, la otra
mano. (C om ienza la m ism a tarea en la otra m a n o ).
No te lo agradeció. Y eso que tus lecciones para
su nuevo Don, fueron precisas. La enseñaste a
aparearse como un arrendajo, delineaste finamente
sus brazos hasta convertirlos en plumas. . . en alas
magníficas. .. negras. . . de un precioso morado

84
permanente.. . con refinamiento total para el vuelo
y. .. y después. .. cuando lo lanzaste... el muy
ingrato se negó a volar y se estrelló contra el pavi­
mento. S í .. . fue un desagradecido... pero y o ...
yo, P ad rin o ... yo esperé por t i . .. siempre esperé
por ti. Porque yo sí te reconozco, yo sí sé de tus
méritos. G racias.. . gracias por este honor, Padrino.
Gracias. . . gracias, entrarás perfectamente maqui­
llado al Panteón de nuestros Héroes, gracias,
Padrino. . . gracias. . . ya estás listo. (Música El
P a drin o).

85
MUERTE EN VENECIA

(A l fondo, un mar, gris. Una arena limpia, triste.


Silla de extensión. Laura viste zapatos blancos, pan­
talón de igual color, paltó color canela, som brero de
ala, blanco con cinta de igual color que el paltó.
Pequeño pañuelo en el bolsillo de éste. Exactamente
el mismo cuadro d e color e imagen de M uerte en
Venecia de Luchino Visconti.
Entra Laura, carga una pequeña caja de zapatos,
forrada en papel d e colores y un paraguas negro. Se
detiene un m omento. Se escucha el apacible mar y
lejana, la música d e G ustav M ahler.
Laura observa todo. D eja la caja a un lado de la
silla. A bre el paraguas ).
LAURA: Soy yo. (P au sa). La misma. ( Pausa corta).
Más de veinte años. ( S o n ríe). Lo sé. Tú en cambio
eres el mismo. (Pausa c o rta ). Sí, ya me di cuenta.
El Hotel de papá no está. Entiendo. .. entiendo. ..
pero no podía hacer nada. .. nada. Gracias, me
encanta que te guste. Se llama Eau de Fleurs, lo
compré e n . . . n o . . . no recuerdo. Fue en un ho­
t e l ... en un hotel de cualquier parte del mundo.
T ú . .. tú en cambio siempre usas el mismo perfu­
m e ... el mismo pensamiento. . . la misma sílaba. . .
m ar. . . m ar. . . mar. Soporté todo por esto. . . para
este instante y . . . n o .. . no te alejes. . . no es
reproche pero, a veces. . . en mi celda, parecías no
un recuerdo, sino una cicatriz y . . . y me dolías.
(Sonríe). El hotel de papá. Como me gustab a...
s í . . . s í . . . sé que no era de é l . . . pero, pero
para mí lo fue. ¿Cuánto tiempo vivimos aquí?
(Pausa corta). Diez años. (Para s í). Diez años.
(Pausa corta). Volví. ¿No te dije que volvería?

86
Mamá, la p o b re .. . reía a carcajadas. No entendía
cuando me aferraba a tus arenas, cuando. .. gri­
tando te decía que iba a volver... tú. .. tú fuiste
mi único am igo.. . lo más cierto. Tú eras perma­
nente, mi padre no. Fueron hoteles y más hoteles
y . . . y o ... yo sabía que me esperarías. .. yo. . .
yo me decía. . . allá está é l. . . esperándome. . . él
no se muda tanto como nosotros. . . él no administra
hoteles, como papá. . . é l. . . él es su sol y su mo­
vimiento . . . este gris que me pertenece igual que
a ti. Es mío también, aunque haya estado más tiempo
contigo. . . es m ío. . . porque se pertenece es a los
recuerdos, porque una, a los recuerdos, una a los
recuerdos los hace germinar. . . una se responsabi­
liza por ellos. Este gris es mío tanto como tuyo
porque lo fui vistiendo con altísimos muebles. . .
con mi primer h ijo .. . con besos y con p ie l... le
cambiaba los cortinajes. .. ponía a secar sus pa­
ñales, arrullaba al gris, a nuestro gris. Lo vi crecer,
hacerse hombre y salir con sus delgados pies en
busca de la sal. Fue tu hijo y el m ío. . . este gris
fue habitable. También me pertenece. (Se dirige a
la caja de cartón). Te traigo un regalo. ¡Ah!. . . es
una sorpresa. (R íe ). Sí, sí, sé que no te gustan
las sorpresas. Gruñón. ( R íe ) . Gruñón. Sí, eres un
gruñón. Siempre lo fuiste. Gruñón, gruñón, gruñón.
(R íe a carcajadas). Vamos, vamos, es jugando. No
te pongas así. V am os... una sonrisita.. . eso. . .
e s o .. . a s í.. . así me gusta. (Registra la caja pre­
surosa) . Está bien, está bien, no te impacientes, lo
voy a abrir. (Lo h a c e ). Aquí está. Tu primer regalo.
Tu primer regalo son dos cosas. (Pausa c o rta ).
Adivina. N o .. . n o . . . eso tam poco... n o . . . frío
frío frío. . . n o . . . tampoco. . . está bien, está bien,
no vuelvas a gruñir, te hace daño. (R íe ). Ese humor
tuyo es porque llevas mucha sal por dentro. Está
bien, me enserio. Mira. (Saca un boleto usado de
a v ió n ) . El pasaje de avión. Barajas-Londres, Lon-
dres-Barajas y esto (saca un ticket, picado) el
boleto de la Opera La T raviata... Sí. También en

87
Londres. Esto se lo debo a él. (Pausa corta ) . En. . .
en España lo conocí. E l. . . él fue, algo así como
cantos... como ris a s .. . no gruñía tanto como tú.
(R íe). Era botones. ¿Mi papá? No, no se enteró.
Imagínate el lío que hubiera armado. ¡Botones en
el hotel que administraba papá! (P ausa). F u e ...
fue el único. Sí, te lo aseguro. El único. El con­
virtió ese hotel en un laberinto. . . yo. .. yo me
escondía. . . pero. .. pero él siempre encontraba la
salida. Y ahí, en la salida, estaba yo. Esperándolo.
(Para sí). S iete.. . dos. . . uno. ¿Cómo? (Escucha).
La Suite Presidencial. A esa Suite llegaron Reyes. ..
Ministros. .. Presidentes derrocados. . . a esa Suite
llegó Visconti. No, no, mucho antes de su enferme­
dad. Claro que lo conocí.. . b u e n o .. . conocer no
es la verdad. (R ecu erda) . Siempre con un cigarrillo
en la boca. Mi papá lo atendía personalmente.
¡Conde! (Con gran po m p a ). ¡Conde! ¡Conde! Con­
de, lo llamaba. A Visconti le gustaba el agua bien
caliente. A Visconti le gustaba la manzanilla. ¡Con­
de, su agua! (Pausa c o rta ) . Y o ... una vez. . . lo
vi bañarse. No, mi papá no lo supo. Yo. . . yo me
escondía del botones que me perseguía con uno de
esos carritos donde se llevan las maletas a los
cuartos. C o rrí.. . corrí por uno de los pasillos y . ..
entré a la Suite. Escuché como pasaba el carrito
sin detenerse y . . . y a é l. . . llamándome. . .
Laura. . . Laura. . . hasta que se alejó. (Pausa cor­
ta) . Adentro. . . en la Suite. . . se . . . se escuchaban
murmullos. . . murmullos desde el baño. . . me
acerqué y . . . y estaba é l. . . en la bañera. . . es­
taba el Conde Visconti en la b a ñ e ra ... p e ro ... no
estaba sólo. Cerca, otro hombre, también desnudo. . .
muy joven. . . bebía algo amarillo y espeso en una
copa grande, grande. Era la copa más grande y . ..
y más amarilla y . . . y más espesa del mundo. (Para
s í) . M urm ullos... murmullos. (Pausa larga). Mu­
cho tiempo después, en esa misma Suite. . . tal
vez un año después, entró é l . . . el botones. Y o .. .
yo pensé en otro juego.. . uno más am plio... un

88
juego de desórdenes. Tumbé las lámparas. . . tiré
las manzanas de la fuente, las sábanas volaron,
quebré el espejo, pero é l. . . viéndome. . . así. . .
fijo. . . avanzaba.. . avanzaba. . . el juego. . . se
quedó sin salidas. Sentí que ese cuarto era una
selva y que su piel se convirtió en escarabajos, en
malezas negras, chamuscadas, en pianos desvenci­
jados, en herrumbres, en . . . lento lago d e .. . saliva
por mi cuerpo. E l . . . él se fue. Dejé de ser su
juego. El. El. . . se fue del hotel. Se fue del Hotel
para siempre. Tuvo miedo y esa Suite Presidencial
se cerró para mí en mi v ien tre... en mi vientre,
mar. En mi vientre que se colmó de Reyes y man­
zanas, de espejos quebrados y de Ministros, en mi
vientre que se llenó de la copa amarilla, espesa y
grande de V isconti.. . d e .. . de dolor. Por eso el
pasaje Barajas-Londres, Londres-Barajas. (P au sa).
Ahí, en el avión vi a un matrimonio tomado de la
m ano.. . también vi a una mujer con estola mo­
rada y . . . vi a otra mujer con una vieja falda
limpia. (Pausa corta ) . Llegué a Londres y busqué
la clínica. (Pausa co rta ). Me bajé antes. .. creí. ..
creí que en mi cara se anunciaba lo que iba a
hacer. (Pausa c o rta ). Cuando llegué a la clínica
estaba el matrimonio, el mismo del avión, con las
manos más entrelazadas, esperando en una de las
sillas del consultorio. Después. . . me tomaron el
pulso, me sacaron la sangre y me citaron a las seis
de la mañana. Al salir, ya no estaba el matrimonio
de las manos enlazadas pero. . . del otro consulto­
rio, presurosa, salía la mujer de la estola morada.
C am iné... n o . . . no sabía qué hacer hasta el otro
día. Pasé frente a un teatro y compré este boleto,
el de La Traviata. El de La Traviata para recordar,
para recordar, mar, porque de tanto vivir en hoteles,
mar, ya no tenía recuerdos. . . mar. Y . . . sabía que
iba a olvidar. Entré y vi la Opera. (P ausa). A las
seis estuve ahí. Y. .. y yo sabía que en otro de los
cuartos estaría el matrimonio con las manos entre­
lazadas y que en otro estaría la mujer de la estola

89
morada, entonces. . . entonces le pregunté a la en­
fermera si no había visto a una mujer con una
vieja falda limpia. La enfermera sonrió y yo dormí.
(Pausa co rta ). Al día siguiente tomé el avión de
regreso. (Pausa co rta ). Muchos años después vi a
la otra mujer. A la de la falda vieja limpia. Cami­
naba por la plaza y llevaba un niño de la mano
que intentaba patear a las palomas a su paso. Me
le acerqué. Me le acerqué y le pregunté: ¿cómo se
llama? Juan Bautista, me respondió y le acarició la
cabeza. Juan Bautista, repetí y me alejé. (Se agacha
y entrega su regalo al m a r ). Toma, son tuyos. (Pau­
sa c o rta ) . No, no es todo. Falta. Mira. (Saca un
arrugado papel d e la ca ja ) . F ue. . . fue en Nica­
ragua. En otro hotel, por supuesto, N o. . . n o . . .
no sé. No preguntes tanto. No, no sé. Te digo que
no sé. No coloco fechas, lo siento, no sé de fechas.
Háblame de cuartos. Pregúntame por números de ha­
bitaciones . . . de recepciones.. . del Salón Verde o
del Salón Rosado. . . del bar del hotel o la piscina
pero no de fechas, no soy de fechas. Está bien,
está bien, me calmo, pero no vuelvas a hacerme
esas preguntas. Lo sé. .. s í . .. sé que no lo hiciste
para molestarme. (Camina); Hace calor, mucho
calor. (Se quita el sombrero y el paltó y lo coloca
cuidadosamente sobre la s illa ). Este papel. . . lo
dejaron a mi nombre en la recepción. Sí. . . sí,
no te impacientes, ya te lo leo. (L e e ). “Dear, Laura.
Mi bella amada. Te quiero tanto. Te amo desde
que te vi y no dejo de pensar en ti. Siempre te
amaré, aunque tú no me ames. Daría mi vida por
ti. Te amaré siem pre... firma, Show”. (Pausa).
No, no supe. Traté de averiguar quién pudo escribir
esto p e ro ... nadie sabía. El encargado de la recep­
ción no sabía, el salvavidas no sabía, la ama de
llaves no sabía, el gerente de administración y bebi­
das no sabía, el ascensorista no sabía. Los miraba
a todos. A los huéspedes que se iban, a los recién
llegados. Todos los días salía a mirar, a esperar a
ese amado que no conocía. Dejé de salir. Estuve

90
día y noche en el hotel, viendo hacia la recepción,
esperando una segunda nota, pero nada. No apareció.
(Pausa c o rta ). ¿Quién? ¿Quién era? ¿Quién fue,
mar? ¿Quién podía llamarse Show y ser tan sencillo?
Tan de e sp era s... tan efímero. ¿Quién, mar?
¿Quién podía llamarse Show y abandonar? ¿Quién
era Show, esa eternidad de amor no manifiesta?
F ue. . . fue cuando me hospitalizaron. Cuando vi­
nieron las inyecciones. . . s í. .. s í. . . tienes que
oír, mar. Tienes que oír porque llegaron los buitres
de blancos que me picaban en los senos y me ama­
rraron los brazos a la espalda y . . . y m ar. . . mar,
el dolor en los dientes, el dolor en los dientes y en
las sienes y . . . en las sienes ellos y sus ruidos
y . .. sus. . . sus alas. . . aquí. . . aquí adentro. . .
en mi cabeza. (P ausa) . Show. (Para s í ) . Show.
(Pausa corta. S o n ríe ). Es tuya. (Se agacha y coloca
la carta en el mar). Calor, calor, calor. ¿No tienes
calor, mar? S í ... s í . . . va a p a s a r... ¿Más?
(S o n ríe). Sí, hay un regalo más. (Saca de la caja de
cartón una pequeña bolsa plástica, v a c ía ). ¿Qué
te parece? Sí. Es hermosa. Esa es la palabra. Her­
mosa. (Pausa c o r ta ). Era de ella. Aquí están sus
recuerdos. No, no, me los quitaron. Me los quitaron.
(Para sí). Sólo la bolsa. (Ríe espléndidam ente).
Pero la bolsa es como u n o .. . ¿no te parece?
Fíjate. . . fíja te ... s í . .. s í . .. Ahora escucha. Si
te sacaran los peces. . . la sal. . . los corales.. .
tu arena entera, tú seguirías siendo mar. Sí, segui­
rías. Y ella (Refiriéndose a la bolsa) aquí, sigue
siendo ella. (Ríe y b a ila ). S í.. . s í. . . era hermo­
s a . . . era hermosa y esperaba... sólo eso hacía.
También era hija de hoteles. .. ciudadana de ho­
teles . . . humana de hoteles. .. habitante de un
planeta lejano llamado hotel. (Pausa c o rta ). Empe­
zamos a salir. A entender otro mundo. A entender
que un beso no podía ser un anillo de vacíos. A. ..
a descubrir que nuestros senos podían ser un
torrencial.. . o una lluvia mansa, entre las sábanas.
Que un vientre que escucha nuestra palabra tiene

91
el aroma de la vida y que juntas, volveríamos a
n a c e r.. . a regresar del adiós. Nuestra travesía fue
un para siempre, nuestro juramento un para
siem pre.. . nuestra piel un para siempre y . .. y
nos amamos, mar, como nos amamos. (Pausa. Es­
pera. Se alegra y r íe ) . Sabía que tú lo entenderías.
Sí, nos amamos, mar. Nos amamos, encontré mi
residencia en sus senos y ella encontró una nueva
religión en los míos. Fue a s í.. . perfecto... para
siempre. (Pausa. Se angustia). ¿Entonces? Enton­
ces, mar, las sombras. . . la temible partida. . . el
nuevo cambio de hotel. . . las sombras. . . los bui­
tres blancos asomándose desde el escaparate y . ..
y decidimos nuestra compañía para siempre en dos
pequeños frascos y . . . y fue un beso y una pas­
tilla . . . un beso y una pastilla. . . un beso.. .
una p astilla... un beso final y el frasco vacío.
P e ro ... pero ella partió y yo no pude. . . no me
alcanzó el sueño, las sondas me obligaron a vivir,
sus garras dentro de mi boca me devolvieron a los
buitres y ella. . . ella partió. . . partió sola. .. sola,
sin mí, mar y . .. ella está esperándome, siendo su
propio h o te l... esperándom e... esperándome.
(Coloca la bolsa en el suelo. Se desnuda. Se interna
hasta perderse en el profundo mar, gris. Se escucha
con violencia el rugir d el mar. Se aquieta y se es­
cucha ahora la música d e G ustav Mahler. Apagón
le n to ).

92
CABARET

(Lujoso baño de damas d e un cabaret. Una mesa


con espejo ovalado, Rococó. Sobre la mesa: diversos
artículos de tocador para damas. Un platito donde
se depositan las propinas. A l otro lado del am biente,
gran espejo, al fondo los W .C .
M aría Cristina, con un lujoso abrigo que la cubre
hasta las piernas, se mira en el espejo) . (Música de
la película Cabaret ).
MARIA CRISTINA: Damas y Caballeros, Ladies and
Gentlemen. Bienvenidos a su Cabaret. (Baila con
prestancia. Se d etien e). Generales, Coroneles y sus
ilustres compañías sean bienvenidos. ( Vuelve a
bailar. Se detiene ) . Esperamos que pasen una no­
che . . . diferente. (R íe y b a ila ) . Su primera noche
de 1 9 5 7 ... feliz. . . (Baila por todo el escenario) .
¿Cómo está? Bienvenido. Encantada. .. mucho gus­
t o . . . encantada. . . bienvenidos.. . gracias. . .
gracias. (Cesa la m úsica). Complaciendo peticio­
nes . .. maestro, música, por favor. (Se escucha la
m úsica de M is noches sin t í ) . (C a n ta ).

“Sufro al pensar que el destino,


logró separamos,
guardo tan bellos recuerdos
que no olvidaré. . .

(María Cristina se va callan do). Mi voz está intacta,


Alejandro. In ta c ta ... como t ú . . . ( Ríe). Que tí­
mido eras. (T ransición ). ¿Cómo se llama? (R es­
ponde). María Cristina... ¿no leyó el cartel afuera?
Soy la artista exclusiva. (Transición). S í . .. sí,
claro que sí. (Com o e lla ) . Y tú. (Com o é l ) . Y o ...

93
Alejandro Ramírez. (Pausa co rta ). Me acerqué a
ti, Alejandro Ramírez, me acerqué a ti creyéndote
E m bajador... M inistro... dueño tal vez de un
nuevo Club. . . de otro Cabaret fuera de este país.
De otro Cabaret para mi debut internacional. Me
hablaste de Turmero. ¿Turmero? ¿Dónde queda?
(Como él). Cerca de Maracay. (Pausa co rta ). Me
hablaste de tu mamá. De tu mamá que trabaja en
una casa de familia, pero que no era sirvienta.
Que ahí la querían. Pero que tú te la ibas a traer
para Caracas cuando las cosas se acomodaran. Que
ya habías salido del Cuartel. . . como Cabo Primero
y . . . con conducta irreprochable. Que estabas ha­
ciendo un Curso de Investigación. .. que vivías
de Gradillas a Sociedad.. . que te gustaban las
películas de vaquero. ( Transición ). ¿María Cris­
tina? (Se re sp o n d e) . Sí. (Com o é l ) . ¿Cómo la can­
ción? (Se respon de). Sí, como la canción. (Pausa
c o rta ). Sonreí y me alejé. Yo quería un Ministro. . .
un B anquero... un G eneral.. . ¿lo entiendes? (Se
escucha m ú sic a -L a luna se llama Lola de Bobby
Capó. Ella canta y b a ila ) . Ay, Alejandro.. . Ale­
jandro Ramírez. Seguiste viniendo. (Transición.
Como él). ¿Tú conoces una canción que se llama
Espinita? (Como ella). No, no la conozco, por favor
no me moleste, aquí en el camerino no puede estar,
por favor sálgase. (Com o él ). ¿La puedo esperar
cuando termine? ¿La puedo esperar afuera del
Cabaret? (Como ella ). No, no me moleste. Tengo
una cita. Y t ú . .. tranquilo, respetuoso, te ibas can­
ta n d o ... “ eres como una espinita que se me ha
clavado en el corazón. . . (R íe con ca riñ o ). Que
mal cantabas, Alejandro. (Se vuelve a oír música.
“Espinita”. Ella canta y b a ila ). (P au sa). Dentro de
poco me voy a graduar de investigador de la Se­
guridad Nacional. (Como e lla ). Por favor, no me
moleste. . . me esperan. (Pausa c o rta ). Y te de­
jaba . . . pero. . . tú siempre estabas ahí. . . con el
ramito de flores. . . Floristería Los Malabares.. .
(R ecuerda). ¿Sí? Dímelo con Flores, pero de Lo:

94
Malabares ( Rí e ) . (P au sa) . Y por fin . . . por fin
apareció un Ministro para mí y . .. y fuimos a la
Isla del General. Yo. .. yo me sentí una Reina de
Belleza y. . . y é l . . . él me iba a ay u d ar.. . él me
am aba. . . amaba mi voz. . . mi talento. .. porque
lo tenía. (Corrige m olesta). Aún lo tengo. E l . . .
el me amó, Alejandro. El Ministro me amó en esa
Isla p e ro .. . pero se alejaba. Compromisos... com­
promisos, compromisos, Alejandro. (Recuerda ). El
Ministro tiene compromisos y no la puede recibir.
(Música. Ella baila y canta. “Anoche soñé contigo".
D eja de cantar. P au sa). Y apareció un Senador. . .
y apareció un Em bajador.. . y volvíamos a la Isla
del G eneral... y . . . el General una vez me m iró ...
te lo aseguró. . . me m iró. . . y me sentí grande. . .
grande. . . Y esta vez el Senador sí me iba a ayu­
dar. .. pero se f u e ... y . .. y esta vez el Embajador
sí me iba a ayudar. . . pero se fue. .. el Embajador
no la puede recibir. .. lo siento. . . lo siento, el
Senador está en el interior.. . hasta. . . hasta que
apareció también para mí un General. Alejandro,
un General para m í. . . para m í. . . con todas sus
medallas. . . no, no era como el verdadero Gene­
r a l . . . no mandaba tanto pero mandaba bastante,
Alejandro, mandaba bastante y y o ... y yo me
sentí. . . me sentí Madrina del Ejército. . . Manueli-
ta Sáenz.. . Eva Perón. . . yo. .. yo me sentí liber­
tadora, (Pausa c o rta ) . Pero. . . pero se alejó. . .
se alejó. . . y no hubo pases. . . ni recomendacio­
nes . . . n i. . . ni siquiera un saludo. . . ni un saludo
cuando lo vi en el desfile. . . en Los Proceres. . . el
Día de la Independencia. Y . .. y . . . sentí asco. . .
sentí que él, con su gorra, su espada, su correaje,
empezaba a moverse en mí y . .. y no me dejaron
entrar más al Cabaret. Y . . . tú . .. tú estabas ahí,
con tus flo re s... c o n ... con tu Turmero en la
sonrisa... y . . . y te dije que s í . . . que sí y . ..
terminé cantando en el Cerro de El Amparo, en el
rancho que hiciste para mí. (Transición). No im­
porta . . . no importa que esté perjudicada. . . yo

95
la quiero. Tu hijo será como un hijo para mí. Y .. .
no te graduaste. ( Como ella ). No te graduaste. No
pudiste. ¿Por qué? (C om o é l ) . Me van a volver
a dar una oportunidad. Por ahora voy a trabajar
en los sótanos de la Seguridad Nacional. . . lim­
piando los calabozos. . . pero. . . pero es por ahora,
María Cristina. . . por ahora. M ira. . . y a . . . ya
tenemos un sueldito y . . . y . . . (Como e lla ) . Com­
praste la c u n a .. . y los teteros y . .. y le pusimos
Alejandro, como tú y . . . yo. . . yo fui feliz, Ale­
jandro, te lo juro. Te amé y canté para t i . . . y
para mi hijo. . . hasta ese día e n . . . en que te
gritaban desde a fu e ra ... “ S a l... sal a fu e ra ...
e sb irro ... e s b ir ro ...” . Y . . . n o ... no salgas,
Alejandro, son esos vecinos envidiosos, son ellos,
nos envidian por el corral del niño, la cocina de
kerosene con dos hornillas, el perolón de agua y
los pañales grandes. . . n o . . . no salgas. . . no sal­
g a s ... “E sb irro ... e sb irro ... esbirro” . Era todo
el país el que g rita b a ... y . . . te sa ca ro n ... te
sacaron.. . te perdiste para siempre entre sus patadas,
entre sus cabillazos, entre sus piedras y sus gritos,
no te volví a ver, Alejandro. Y me dolió todo. . .
todo. . . como si esa isla adonde iba estaba expri­
miéndome los senos, el pecho, las sienes. . . toda
esa isla me ahogaba y me dolía. . . pasando. . . es­
perando. . . Alejandro mi Embajador. Alejandro
mi Ministro, Alejandro Mi General que cargaba
latas de agua para el ran ch o .. . por qué. .. por
qué te llevaron si tú no tenías isla, Alejandro.
(Del fondo salen dos señoras. Una de ellas observa
molesta a M aría Cristina. Esta, apenada, le devuelve
el abrigo).
Perdón. .. p e rd ó n .. . e s . .. es. .. muy bonito. . .
perdón...- (Las damas m olestas salen. Una deposita
una propina en el plato. María Cristina se sienta
al lado de la m esa con su uniform e de señora de
lim pieza). Ladies and Gentlemen, Damas y Caba­
lleros. .. (Canta Q uedo M is noches sin ti. Apagón
le n to ).

96
CAZADORES DEL ARCA PERDIDA

(Restos de derrumbe. Barro, un pedazo de techo


de un rancho sepultado. Latas. Un pedazo de mueble,
otro de cocina. La cumbre de un cerro. Se escucha
la música alusiva a la película. La actriz vestida como
Harrison Ford, látigo en mano, revólver al cinto, sucia
de barro, se arrastra hasta lograr subir a la cumbre.
Se levanta satisfech a).
GLADYS: Llegué. .. llegué. He vencido de nuevo.
Esperemos aquí los acordes finales, la palabra fin,
the end al final de la cinta. Llegué, me volví a
salvar. (H ablando hacia el p iso ). Aguanta Juan,
ya falta poco. No, María, no llores. Esta aventura
debe tener un gran final. El llanto es para los
perdedores, el llanto está prohibido en estas pelícu­
las. El llanto no se hizo para el héroe y nosotros
lo somos. Aguanta, Juan. Aguanta Juan, sólo ur.
poco. Los héroes siempre llegamos al final, somos
los buenos de la película. Tú estarás a mi lado Juan,
tú eres el hijo de la heroína, el coprotagonista y tú
María, mi hija, la estrella invitada, tú te quedarás
con el galán y vivirán felices para siempre después
del beso. Aguántate María. Espera el beso final, el
zoom in sobre sus rostros, el fundido en el auto
de lujo perdiéndose por París o Nueva York. Seca
tu llanto, ese llanto no estaba en el guión. Juan,
hijo mío, tú debes seguir este camino de héroe,
este triunfar sobre avalanchas, el rescatar la esme­
ralda perdida, somos los últimos sobrevivientes del
diluvio, un arca de maderas podridas se abrió para
nosotros. Aguanta, Juan. Aguanta Juan, héroe de
derrumbes, héroe que se interpone a los enemigos
que se ocultan para que no podamos encontrar Las

97
Minas del Rey Salomón. Aguanta Juan, no te mue­
ras, te digo que aguantes. Tú puedes, tú puedes,
yo te enseñé a respirar debajo del barro desde niño,
a disfrutar de los ríos de orines que corren desde
nuestro cerro para abajo, a construir nuestras armas
necesarias de los despojos del basurero, de las latas
que bajan llenas de herrumbre, de las latas que
convertimos en nuestros juguetes, en armas nuclea­
res, en tu bracito derecho quebrado y vuelto a
construir con trapos y hierbas, con borra de café
para que se detenga la sangre, hasta que te convertí
en Juan, el niño con el bracito biónico de cal.
Aguanta carajito, disfruta del barro en tus pulmones,
que te arda, así es más fácil, que te arda todo el
barrio que se cae y se levanta todos los años, una
y otra vez. Seguiremos, seguiremos triunfando. No,
cállate, no me hables de tu padre, no quiero saber
de él. No quiero saber de Carlos, él se permitió
morir. El no era de esta casta de héroes, de inmor­
tales, de protagonistas perpetuos de derrumbes y
redadas policiales. Yo, yo le enseñé todo como a ti.
Le enseñé que el hambre es el anonimato, que la
enfermedad no es una cualidad de nosotros, los
héroes de este barrio. El supo del arte de arrebatar
cabalgando en una moto. A inclinarse como el
Llanero Solitario sobre Plata para evitar los dispa­
ros de los malos. El dominó el arte de convertirse
en gato pero. . . pero se confundió, cedió a las
tentaciones de otro estudio cinematográfico. Buscó el
cuello blanco y la corbata y no supo que esa película
estaba completa, no lo supo y en el último minuto
esa corbata le estorbó para su metamorfosis, esa
corbata le estorbó su huida por los tejados, esa cor­
bata fue un blanco perfecto para las balas que le
aplanaron la cara. Y yo, yo se lo dije. Carlos no,
no. . . no Carlos. Cocaína no, eso no es para noso­
tros, eso no es para este barrio. La cocaína ya
tiene sus protagonistas, es una película de lujo, con
ocho bandas de sonido, pantalla superpanorámica,
casting internacional, una superproducción con apoyo

98
gubernamental. No, no Carlos, entiéndelo, noso­
tros . . . nosotros tal vez podamos atracar una carreta
de la West Fargo, detener el tren de Tucson,
Atizona, pasar con nuestras alforjas llenas de oro
por territorio Cheyenne, a lo sumo cruzar el desierto
con la cantimplora vacía y una sola bala en el
revólver, pero hasta ahí, lo demás es territorio de
Mike Hammer, contra él no se puede, cocaína es
una filmación para la cual no fuimos invitados.
No. .. no. (Pausa corta). No me hizo caso, ya lo
ves, fuiste sacado del elenco para siempre. Carmen-
cita, nuestra hija, fue más sabia. Ya María, deja
el llanto, te ves linda, los productores nunca se
equivocan, te queda bien, te hace bien, el champú
de barro en tus cabellos. Carmencita fue más sabia,
ella sabía, desde un principio, que no llegaría a
ser una heroína como tú, María. Carmencita se
quedó quieta, ella lo sabía, lo sabía. . . n o . . . no
importa que sólo tuviese cuatro años, se aprende al
nacer, tú lo aprendiste al nacer. Cuando el barro
te bañe hay que hacer pequeños movimientos, muy
cortos para no cansarse, pequeños movimientos para
que te localicen, para que sepan que te entrenas
debajo del derrumbe. Había que estar pendiente no
importaba la hora del día, del año, de la noche
o de como nos sintiésemos, había que estar atento
al sonido, al habla de la lluvia, al sonido ronco
que anuncia que el rancho del vecino se nos viene
encima, pero no, no, Carmencita era una niña por­
fiada, se quedó dormida, dormida, y la sepultaron
las paredes de las Rodríguez, los cartones y el zinc
de los Aponte, era una floja, no se molestó siquiera
de quitarse de encima la nevera, mucho menos la
tonelada de barro sobre su pecho, no, no, Carmen-
cita siempre fue una niña indiferente, ella no era
una heroína, ella no era de los nuestros. Cálmate
María, ya vienen por nosotros, muévete un poco
para que te localicen los bomberos y tú, Juan, has
un pequeño sonido gutural de triunfo para que te
ubiquen por la voz. Muy bien, muy bien, estos son

99
mis muchachos. Muy bien, muy bien, esta aventura
vuelve a tener un gran final, como todos mis finales
Los héroes, los héroes siempre llegamos al final,
somos, somos los buenos de la película, aguanten,
aguanten, no lloren, no lloren, el llanto es para los
perdedores y nosotros, nosotros somos los buenos
de la película. Allá vienen, allá vienen,, cargan sobre
sus hombros la palabra Fin. Allá vienen.

100
LOS HOMBRES DE QANIMEDES

a mi hermano Freddy Pereira,


por su actitud de conseguir el
Cielo meditando en el Infierno.
P E R S O N A J E S

FE L IPE . . ....................... Gran gabardina remendada,


desgastada, increíblemente
sucia. No usa camisa.
Pantalón grasiento, anchi-
simo, muy sucio y descosi­
do, sujeto a la cintura por
cables.
Botas desechas, de goma, al­
tas.

PEPE . ...................... Tiene puesto varios paltos,


muy viejos, sucios y gasta­
dos como toda su indumen­
taria. Descalzo.

GRACIELA ...................... Le falta una pierna. Usa


una improvisada muleta
hecha de fierros viejos.
Viste lo que en otrora
fuese un traje de noche con
pedrerías y que ahora no
es más que trapo deshila­
cliado.
Collares, exageradamente
maquillada. Carga una vie­
ja caja de herramientas de
metal, oxidada, cerrada con
un gran candado cuya llave
le cuelga al cuello.

ALFONZO GU TIERREZ Frac imoecable. ligeramen­


te arrugado por las circuns­
tancias. Tiene algunos días
sin afeitarse.

103
ESCENOGRAFIA

GRAN BASURERO

Arriba, en sitio privilegiado, se encuentra tapado


por una carpa hecha de los más raros retazos (telas
con avisos publicitarios, cubrecamas, banderas) el
INTERCOMUNICADOR GALACTICO P.F.G . 1.
Este es una suerte de aparato construido con desechos.
Tiene como base dos destartalados sillones de bar­
bería al que le han sido agregados, sin orden ni
concierto, un volante de velocípedo, lámparas, tripas
de caucho, antenas de diferentes clases y tamaños,
una vieja lavadora, audífonos, radios viejos, pedales
de patines, mangueras y cables que conducen a bo­
tellones con aguas de diferentes colores; bombillos
intermitentes que encenderán a su debido momento,
diversos cascarones de televisores, frente al par de
asientos, se alinean para dar la impresión de pode­
rosas computadoras.
El Intercomunicador Galáctico F.P.G . 1, es un
aparato de una intrincada y mágica ingenuidad.
Abajo, en el escenario, chatarras, bolsas de basura.
Una olla destartalada en la que comienza a hervir
algo.
En diferentes sitios, perolones de basura, asientos
de automóviles y grandes relojes antiguos.
Se escuchan, a diferentes distancias, perros que
ladran, aúllan, se pelean o se quejan dolorosamente.
Antes de comenzar la obra, extrañas luces irrumpen
en el escenario como buscando algo. Se alejan, de­
saparecen.
Una vez comenzada la obra la iluminación es ama­
rillenta. Debe dar la impresión de todo un mundo
sepultado en basura, al cual, difícilmente, llega la luz
del Sol en su plenitud.

104
Entra Pepe cargando cajas. Camina con dificultad
por el peso de éstas. No sabe dónde ponerlas. Al fin
se decide y las coloca con sumo cuidado.
Observa cuidadosamente el cielo. Corre hacia una
de las cajas y saca unos viejos binoculares. Observa
nuevamente. Se. alarma, regresa a las cajas, guarda los
binoculares y saca ahora un telescopio con su trípode.
Estudia muy bien dónde colocarlo. Observa atentamente
a través de él. Se concentra en el cielo. Se emociona y
sale presuroso de escena.
Del cascarón de un auto se escuchan quejidos leves
que poco a poco se hacen más fuertes hasta que cesan
de inmediato cuando entra Felipe cargando cajas. Felipe
tropieza con el telescopio, tumbándolo.
No encuentra dónde poner las cajas. Fastidiado las
deja caer a un lado.
Trata de arreglar el telescopio y lo coloca en otro
sitio.
Mira hacia todos lados, al ver que nadie lo observa,
se dirige a la olla. Vuelve a mirar con atención espe­
rando no ser visto. D e su gabardina saca un viejo
pocilio de peltre. Toma un poco de la olla y bebe.
No le agrada y lo escupe. Vuelve a echar el resto de
lo que tiene en el pocilio a la olla. De la gabardina
saca un frasco con picante y lo echa casi todo en la
olla. Vuelve a probar. No le satisface y le echa el resto,
se toma lo que tiene en el pocilio. Saca de la gabardina
un trapo sucio, limpia su pocilio y lo vuelve a guardar
dentro de la gabardina. Se coloca el trapo a manera
de adorno en el bolsillo de arriba de la gabardina.
Entra presuroso Pepe.
PEPE: ¿Felipe, dónde te metes?
FE LIPE: Estaba buscando los materiales restantes pa­
ra la expedición.

105
PEPE: Vi algo extraño en Aleo y Mizar.
FELIPE: ¿Los planetas de los tres soles azulados?
PEPE: Sí, Felipe. Creo que se están separando. Me
parece que las puertas del cielo se están abriendo.
FELIPE: ¿Estás seguro, Pepe?
PEPE: Míralo tú mismo. (Dándose cuenta). ¡E l teles­
copio! ¡Me moviste el telescopio, Felipe!
FELIPE: No, Pepe.
PEPE: Lo había dejado en este sitio y no allá.
FELIPE: ¿Estás seguro?
PEPE: Completamente. No tenías que haberlo tocado.
FELIPE: Y o no he s id o ... tal v e z ... tal vez los
Omeguitas.
PEPE: (Dudando). N o . . . no creo.
FELIPE: Sí. Los Omeguitas. Pudieron ser ellos.
PEPE: Sí, es verdad. Quién si no ellos están interesados
en que no nos demos cuenta del comportamiento
cinemático de los astros.
FELIPE: (Para s í ) . Comportamiento cinemático de los
astros.
PEPE: Pero de nada les valdrá. Armaremos el Teles­
copio de Timonio.
FELIPE: ¿E l de Timonio, Pepe? ¿Por qué no sigues
utilizando éste?
PEPE: Llevaría días encontrar nuevamente la coorde­
nada perfecta.
FELIPE: (Con fastidio). Pero Pepe. . . el de Timonio.
Inténtalo otra vez con éste.
PEPE: No perdamos tiempo, Felipe, Ayúdame a co­
nectarlo.
D e diferentes cajas van sacando cilindros que irán
armando hasta completar un gigantesco y larguísimo
telescopio.
PEPE: ¿Listo, Felipe?
FELIPE: (A regañadientes). Listo, Pepe, listo.
PEPE: ¡Arriba Telescopio!
Felipe carga sobre sus hombros el telescopio mien­
tras por el otro lado Pepe observa.
Se mueven por el escenario a las órdenes de Pepe
quien estará acostado en el piso mirando por la

106
parte de atrás del telescopio, mientras, la pesada
parte de adelante estará sobre los hombros de
Felipe. Pepe tendrá que arrastrarse pero nunca
perderá de observar por el telescopio.
FE L IPE : Nunca, nunca.
PEPE: A la derecha. . . un poco más a la derecha.
FE L IPE : Nunca me ha gustado el Telescopio de
Timonio.
PEPE: Concéntrate, Felipe, concéntrate que el cielo
nos está llamando. A la derecha, cuatro grados a
la derecha.
FE L IPE : ¿Así, Pepe, así?
PEPE: Muy bien, muy bien. Ahora enrúmbalo hacia
Sirio.
FE L IPE : Hacia Sirio, Pepe. Hacia Sirio.
PEPE: Gira la punta hacia abajo, a través de la
Constelación de Lira.
F E L IP E : La punta hacia abajo, hacia la Constelación
de Lira.
PEPE: Bien, muy bien. Ahora, un poco más agacha­
do. . . un poco m ás. . . a sí. . . así, para que las
Variables de Cefeides me dejen ver a través de las
Enanas Blancas.
FE L IPE : (Colocado en una posición incomodisima).
Apúrate, Pepe.
PEPE: A s í ... así.
F E L IP E : Apúrate, apúrate, que siempre me canso
cuando llegamos al área de las Enanas Blancas.
PEPE: Ahí, ahí es. No te muevas ni un milímetro.
F E L IP E : Estoy en posición, Pepe, estoy en posición.
PEPE: Ahí está. La veo claramente a través del halo
esférico.
F E L IP E : Una apuradita, Pepe, una apuradita.
PEPE: Te moviste, Felipe. Te inclinaste hacia Orión.
FE L IP E : Guíame, Pepe. Pero rapidito, rapidito.
PEPE: Inclínate más hacia la izquierda.. . d o b la .. .
dobla un grado la rodilla derecha. . . sube la punta
del pie izquierdo medio grado. ¡Ahí! ¡Perfecto!
¡La puedo ver! ¡Casiopea! ¡Casiopea!
FE L IP E : ¿L a ves? ¿La puedes ver?

107
PEPE: Perfectamente y . . . y . . . más a l l á . . . más
a l l á ...
FELIPE: ¿Más allá, Pepe? ¿Más allá?
PEPE: G an ím ed es... Ganímedes.
FELIPE: Dicta, Pepe, dicta rápido.
PEPE: Pulsares: 8,7 años luz.
FELIPE: (Memoriza). Pulsares: 8,7 años luz.
PEPE: Ondas Ultralumínicas a través del No Eter:
9.468 Punto D6 Eones.
FELIPE: Ondas Ultralumínicas a través del No Eter:
9.468 Punto D6 Eones.
PEPE: Giro o Spin: Cuatro Unidades como Pión a
la enésima potencia.
FELIPE: Giro o Spin: Cuatro Unidades como Pión a
la enésima potencia. ¿A la enésima, Pepe?
PEPE: A la enésima, Felipe. A la enésima. (Observa) .
Kilotrones en grados intermedios azules.
FELIPE: Kilotrones en grados intermedios azules.
PEPE: ¡Los Kilotrones, Felipe! ¡Los Kilotrones en
grados intermedios azules!
FELIPE: ¿L o bajo ya, Pepe? ¿Lo bajo?
PEPE: Kilotrones en grados intermedios azules. Al
fin. . . al fin.
FELIPE: ¿Lo bajo, Pepe? ¿L o bajo?
PEPE: Al fin, Felipe, al fin.
FELIPE: (Baja el telescopio y lo coloca en un alto de
manera que él pueda ver al cielo ). ¿ Y es bueno eso,
Pepe? ¿Es bueno?
PEPE: (Buscando entre diferentes cajas y en la basu­
ra) . La Carta. . . la C arta. . . ¿dónde está la
Carta?
FELIPE: ¿Los Kilotrones son buenos, Pepe?
PEPE: No todos. Los Kilotrones azules sí. Se dejan
ver sólo una vez en miles de eones.
FELIPE: Así es la cosa. (Mira atento por el teles­
copio) .
PEPE: Los Kilotrones nos permitirán medir la en­
tropía.
FELIPE: ¿L a entropía?

108
PEPE: La entropía, Felipe. La medida de grado de
la desorganización.
FE L IPE : ¡Ah!, si claro. Déjame verla bien.
PEPE: La C a r ta ... la C a r ta ... dónde está. Sin la
carta estamos perdidos.
FE LIPE: (Observando por el telescopio). Kilotro-
n es. . . Kilotrones. . . azules. . . entropía. . .
PEPE: La había dejado en el Control de Planes.
FE L IPE : ¡Pepe! ¡Pepe!
PEPE: Sé que estaba por aquí. Yo mismo la dejé.
FE L IPE : Pepe, no veo los Kilotrones.
PEPE: ¿Cómo vas a verlos? Así no lo verás nunca.
Esa es la ruta hacia la Osa Polar.
FE L IPE : ¡Ah!, con razón.
PEPE: (Ajustándole el telescopio). Es hacia allá. . .
hacia a l l á . . . ¿los ves?
FE L IPE : Más o m e n o s... ¿Son todos azulitos?
PEPE: ¿Pero ves los Kilotrones? ¿Los ves?
FE L IPE : Veo todo a z u l.. . azulito.
PEPE: (Moviéndole el telescopio). ¿Y ahora? ¿Ahora
los ves?
FELIPE: Que va, me lloran los ojos. Estoy encan­
dilado.
PEPE: Tienes que acostumbrarte, Felipe. Sigue
viendo. (Busca nuevamente). La Carta. . . La Car­
ta Interplanetaria. . .
Se escuchan quejidos y golpes fuertes. Felipe y
Pepe hacen silencio. Los golpes son más fuertes.
Felipe y Pepe se dirigen hacia donde salen los so­
nidos. Abren la puerta de un destartalado auto y
encuentran a Alfonzo Gutiérrez, quien estará ma­
niatado y amordazado.
Felipe lo saca del auto y lo observan.
Alfonzo los mira aterrorizados.
FE L IPE : ¿ Y éste?
PEPE: No sé. Primera vez que lo veo. ¿ Y tú?
Felipe saca de su gabardina una extraña antena que
utilizará a manera de detector. Se le acerca con
prudencia y lo palpa con la antena por todos lados.

109
FELIPE: No, no lo conozco. Pero no tiene radioacti­
vidad estática.
Pepe comienza a temblar.
PEPE: Tengo frío otra vez, Felipe.
Felipe, presuroso, saca un raído paltó de su gabar­
dina y lo entrega a Pepe.
FELIPE: Toma. Lo encontré ayer. Es para ti.
PEPE: Gracias, Felipe.
Pepe se coloca al paltó. Sigue temblando de frío.
Felipe lo abraza fuerte un rato y se le va pasando.
FELIPE: ¿Estás mejor, Pepe?
PEPE: S í . . . s í . . . mucho mejor. (Refiriéndose al
paltó). ¿ Y éste cómo se llama?
FELIPE: Pepe Sol.
PEPE: Lindo nombre. Me gusta. {Para s í). Pepe Sol.
FELIPE: Sí, le puse Pepe Sol para que ya no sientas
más frío.
PEPE: Gracias, Felipe. Yo también tengo algo para
ti. (Busca entre las cajas y trae cáscaras de naranja).
FELIPE: (Saboreándose) . ¡Cáscaras de naranja! Gra­
cias, gracias Pepe. (Come con avidez).
PEPE: (Se acerca a Alfonzo y lo observa por un mo­
mento) . ¿Será Graciela quien lo trajo?
FELIPE: Eso es. Ese es el sitio de ella. (Pausa corta).
Mejor lo volvemos a dejar donde lo encontramos, no
quiero problemas con Graciela.
PEPE: Tienes razón.
Felipe vuelve a introducir a Alfonzo dentro del auto.
Este se resiste inútilmente. Sigue haciendo ruido.
Pepe vuelve a buscar la carta y Felipe a mirar por
el telescopio.
PEPE: La Carta, Felipe. Necesito la Carta Interpla­
netaria.
FELIPE: (Observando por el telescopio). ¿Buscaste
bien? Kilotrones. . . Kilotrones.
PEPE: Estaba aquí.
FELIPE: Entropía. . • entropía.
PEPE: Estoy seguro que la dejé al lado del Contador
de Quartz.

110
FE L IPE (Apartándose bruscamente del telescopio y
quejándose) . No veo, Pepe, no veo.
PEPE: ¿Qué pasó?
FE L IPE : Algo rae entró por el ojo izquierdo y me
dejó ciego.
PEPE: Ese es un neutrino, no te preocupes.
FE L IPE : ¿Un neutrino?
PEPE: Sí, un neutrino. Son inofensivos. Setenta mil
millones de neutrinos nos atraviesan todos los días
y no nos hacen nada.
F E L IP E : Pero éste me dejó ciego, Pepe. Te lo aseguro.
PEPE: Déjame ver. ( Le examina el ojo). Tal vez fue
por efecto multiplicador del Telescopio de Timonio.
Se te quedó adentro. . . no salió.
FE L IPE : ¿Pero qué hago ahora?
PEPE: Párate sobre una p ie r n a ... la izq u ierd a...
ahora inclina la cabeza hacia la derecha. . . así, muy
bien. . . y ahora, salta.
FELIPE: ¿Salto?
PEPE: Sí, varias veces. De esa forma el neutrino te
saldrá por el oído derecho.
Felipe salta varias veces.
PEPE: ¿ Y ahora?
FE L IPE : Veo punticos. ¿Serán los Kilotrones?
PEPE: No, Felipe. Eso es que ya salió el neutrino.
FE L IPE : Menos mal. (Saca de la gabardina unos
lentes oscuros y se los pone rápidamente). Es mejor
prevenir, hay muchos neutrinos sueltos por aquí.
Entra Graciela con una bolsa repleta. Carga también
su caja de herramientas.
GRACIELA: Im p o sib le... im p o sib le... los perros
están imposibles.
FELIPE: Graciela en ese lado hay. ..
GRACIELA: Debiste haberme ayudado, Felipe, pero
no. No. Preferiste quedarte, pero para comer sí,
para eso sí.
PEPE: ¿Graciela tú no has visto una. . .?
GRACIELA: Y tú, Pepe. Tienes todo desordenado.
No sé que irán a pensar los Ganimedianos, a mí me
da pena recibirlos en este desorden.

111
FELIPE: Tienes que explicarnos qué hace. . .
GRACIELA: Y esto a punto de quemarse. (Revuelve
la sopa). No digo yo, los dejo solos un momentico
y la casa se viene abajo.
PEPE: Es muy importante que me digas si has
visto. . .
GRACIELA: Un momento, un momento. No quiero
que se me queme el hervido.
Alfonzo Gutiérrez vuelve a quejarse y hacer ruidos.
GRACIELA: Se despertó. Al fin se despertó.
Graciela se dirige al sitio donde está Alfonzo. Fe­
lipe hurga en la bolsa que trajo Graciela y come
de los desechos que ésta ha traído.
PEPE: La Carta, Graciela. La Carta.
GRACIELA: (A A lfonzo). Ya voy, ya voy, no te
impacientes. {Se maquilla). ¿L a Carta?
PEPE: La Carta Interplanetaria.
GRACIELA: (A A lfonzo). No te desesperes mi amor.
Graciela se está poniendo bella para ti. (A Pepe).
No he visto ninguna Carta.
Alfonzo continúa golpeando y gimiendo.
PEPE: Son años de trabajo, Graciela, años.
GRACIELA: (Saca a A lfonzo). ¿Dormiste bien,
queridito?
FELIPE: (Descubriendo la carta en la bolsa). ¡La
tengo, Pepe! ¡La tengo! ¡Había envuelto la carne
en ella.
PEPE: (Corre hacia la carta y la toma). No puede
ser, no puede ser.
FELIPE: ¿Le echo más carne a la olla, Graciela?
GRACIELA: (Acariciando el cabello de A lfonzo).
¿Con quién soñabas? Te veías tan lindo.
PEPE: Te prohíbo terminantemente entrar a la sec­
ción de Mapas Siderales, Graciela.
FELIPE: (Comiendo). Está f r e s c a ... aunque algo
delgada.
GRACIELA: No te estés comiendo la carne, Felipe.
Es para el hervido.
FELIPE: No me la estoy comiendo.

112
PEPE: La Sección de Mapas Siderales es sagrada.
¿Lo entiendes? ¡Sagrada!
GRACIELA: (A Felipe). Echa la carne en la olla.
FE L IP E : Está bien, está bien. (La ech a ).
PEPE: ¡Un Paño Termodinámico, Felipe! ¡Un Paño
Termodinámico!
Felipe saca un paño de la gabardina y se lo da a
Pepe quien limpia cuidadosamente el mapa.
GRACIELA: (Acariciando los cabellos de Alfonzo).
Me asusté mucho cuando te vi.
PEPE: (Termina de limpiar). ¡Regla!
FE L IPE : (Sacando la regla de la gabardina y entre­
gándosela a P ep e). ¡Regla!
GRACIELA: D o rm ía s... dormías. ¿Sabes? Pepe no
duerme. Siempre está mirando al cielo.
PEPE: ¡Compás Cuántico!
FE L IPE : (Saca un compás de la gabardina y se lo en­
trega a P ep e). ¡Compás Cuántico!
GRACIELA: Y le dan escalofríos. Anoche tuvimos que
abrazarlo bastante. Un rato Felipe. . . un rato yo. . .
para que se le quitara.
PEPE: ¡Transportador Termodinámico!
FELIPE: (Saca un transportador de la gabardina y
se lo d a ). ¡Transportador Termodinámico!
GRACIELA: Cuando se le pasó el escalofrío, salí.
Salí y todo estaba silencioso. Los perros estaban
callados. (Pausa corta). Eso, eso fue lo raro. Los
perros son mis cartas.
PEPE: ¡Escuadra de Dilatación Temporal!
FE L IPE : (Saca una escuadra de la gabardina y se
la da a P ep e). ¡Escuadra de Dilatación Temporal!
GRACIELA: Entonces te encontré. Tú ahora no te
preocupes por nada. Yo te voy a cuidar. Si quieres
te duermes y yo te llamo cuando esté la comida.
Felipe se acerca a Graciela.
Pepe se concentra en sacar cuentas sobre el mapa.
FELIPE: ¿Y él quién es?
GRACIELA: Es mío, yo lo conseguí.
PEPE: ¿Púlsares?

113
FE L IP E : (A Pepe. D e memoria). ¡8,7 años luz! (A
A lfonzo). ¿Cómo te llamas?
GRACIELA: No le hables así. Es mío, yo lo conseguí
y no te lo voy a prestar, no y no. Ayer tú no me
prestaste tu rata.
PEPE: ¿Ondas Ultralumínicas a través del no éter?
F E L IP E : (A Pepe. D e memoria) . ¡Ondas Ultralumíni­
cas a través del no éter, 9.468 Punto D6 Eones!
(A Graciela). No me gusta nada. (A A lfonzo). Me
pareces que tienes entropía.
GRACIELA : ¿Entropía?
FE L IPE : La entropía, Graciela. La medida de grado
de desorganización.
GRACIELA: (Observando a Alfonzo). No me había
dado cuento p e r o .. . pero podemos ponerle otra
ropa.
FE L IPE : Además tiene un comportamiento cinemático
muy extraño.
PEPE: ¿G iro o Spin?
FELIPE: (D e memoria. A P e p e ). ¡Giro o Spin Cuatro
Unidades como Pión a la Enésima Potencia. (A
Graciela). ¿Quién le tapó la boca?
GRACIELA: No sé. Así lo encontré. ¿Por qué pregun­
tas eso?
PEPE: ¿Kilotrones?
FE LIPE: Puede tener peste. (De memoria a Pepe).
¡Kilotrones en Grados Intermedios Azules!
PEPE: ¡Sí, azules! ¡Azules!
GRACIELA: ¿Tú crees?
FELIPE: A lo mejor. A los perros cuando tienen
peste le cuelgan un limón, quizás a los que están
llenos de entropía le tapan la boca.
GRACIELA: Lo dices para quitármelo.
FELIPE: Es mejor que no te le acerques, puede ser
contagioso.
GRACIELA: Yo lo veo sano.
FELIPE: Y a sé por qué le taparon la boca. Es que
come mucho. No, no se puede quedar.

114
Felipe lo toma por un lado y trata de quitárselo
a Graciela, quien lo tiene tomado por el otro. Ambos
forcejean para quedarse con Alfonzo.
GRACIELA : No, déjalo. Es mío.
F E L IP E : Aquí no hay comida.
PEPE: ¡Ciento Cinco H Punto Declinación Temporal!
GRACIELA : Aquí no, pero en Ganímedes sí.
F E L IP E : Para Ganímedes no te lo vas a llevar.
GRACIELA : Es mío y me lo llevo.
F E L IP E : No, para Ganímedes no.
PEPE: ¡Halo Esférico Doce Mil Seis Panrad en La­
titudes Perpendiculares!
GRACIELA : Sí, me lo llevo.
FE L IP E : (Montándose encima de A lfonzo). No, no va.
GRACIELA: Sí, sí va, es mío.
F E L IP E : (Quitándole la mordaza). No se haga ilusio­
nes, para Ganímedes estamos completos.
GRACIELA: ¡Suéltalo! ¡Suéltalo!
ALFONZO: ¡Agua! ¡Agua! ¡Por piedad, agua!
FE L IP E : (Quitándose de encima de Alfonzo). Te lo
dije, te lo dije. Apenas le destapé la boca y co­
menzó a pedir.
PEPE: ¡Hoy! ¡Hoy!
ALFONZO: ¡Agua! ¡Agua!
GRACIELA: (Acariciándolo) . Ya, mi amor. Ya.
FE L IPE : Traga y traga, por eso le taparon la boca.
PEPE: Hoy, sí hoy.
GRACIELA: (A Felip e). Dame agua.
FE LIPE: (Saca de su gabardina una botella con agua).
Así empiezan, así empiezan y después terminan
tragándoselo todo. (Le entrega la botella a Graciela).
GRACIELA: (Dándole de beber a Alfonzo). Toma mi
amor, toma tu agüita.
PEPE: (Se incorpora, emocionado, dando saltos de
gozo). Hoy, Felipe. Hoy, Graciela. Hoy.
GRACIELA: (A Alfonzo). No te asustes, ése es Pe­
pito. Toma tu agüita tranquilo.
FELIPE: ¿Estás seguro, Pepe?
PEPE: S í . . . sí, Felipe. Hay una conjunción de astros
favorables.

115
FE L IPE : Yo lo presentía, Pepe. Lo presentía.
PEPE: El cielo se ha abierto como una gran puerta.
F E L IP E : Como una gran olla.
PEPE: Se ha abierto de par en par para nosotros.
GRACIELA: Poco a poco, traga poco a poco.
PEPE: Para buscarnos.
FE LIPE: Para llevamos.
PEPE: Sí, sí, hoy viajamos.
FE L IPE : ¡Viva! ¡Viva Ganímedes!
PEPE: ¡Viva !¡Viva!
ALFONZO: Gracias, muchas gracias, así está bien.
PEPE: Años, años esperando, Felipe. Pero hoy, hoy
nos vamos.
Pepe empieza a temblar. Felipe lo abraza.
FE LIPE: Y a no habrá temblores, Pepe. Y a . . . y a . . .
podrás ver a tu Casiopea.
PEPE: S í. . . s í . . . Casiopea.
GRACIELA: (A A lfonzo). Si quieres más me avisas.
ALFONZO: G r a c ia s ... gracias.
GRACIELA: (Se acerca a Pepe y lo abraza de manera
que quedan abrazados los tres. Los temblores de
Pepe continúan). Búscame mi cobija, Felipe.
Felipe sale hacia el sitio de Graciela y busca la
cobija.
PEPE: Hoy. . . hoy es el día, Graciela.
GRACIELA: (Tranquilizándolo) . Sí, Pepito, h o y ...
hoy.
FELIPE: Toma, Pepe.
Lo arropan. Se vuelven a abrazar los tres. Pene
comienza a calmarse.
GRACIELA: Y a . . . ya le está pasando. (Lo suelta
y va hacia A lfonzo). ¿Quieres una abrazadita?
ALFONZO: N o . . . n o . . . gracias. (Pausa corta).
¿Dónde. . . dónde estoy?
GRACIELA: Conmigo, mi amor, no te preocupes.
PEPE: Debemos comunicamos para darles las coor­
denadas.
ALFONZO: ¿Q u ién es.. . quiénes son ustedes?
GRACIELA: Pepe, Felipe y yo, tu Gracielita.
FELIPE: Tenemos un problema.

116
PEPE: ¿Cuál?
F E L IP E : (Refiriéndose a A lfonzo). Ese.
ALFONZO: Pepe, Felipe y Gracielita. Nombres cla­
ves, por supuesto.
GRACIELA: ¿Claves?
FE L IP E : Graciela lo trajo para acá. Ha puesto en
peligro el proyecto.
ALFONZO: El jefe. Quiero hablar con su jefe.
FE L IP E : (Acercándose). Pepe es el jefe.
ALFONZO: (A P epe). Con usted, con usted quiero
hablar.
PEPE: Diga.
ALFONZO: Esto ha llegado demasiado le jo s .. .
demasiado. Exijo que me suelte.
GRACIELA : Si lo soltamos se me va. No quiero
que lo suelten, es mío.
ALFONZO: Y o no soy de nadie. Que me suelten,
exijo que me suelten.
PEPE: ¿Graciela, lo descontaminaste antes de
traerlo?
ALFONZO: ¿Descontaminarme?
GRACIELA: N o .. . es que estaba dormido.
FE LIPE: ¡Y yo lo he tocado! ¡Lo he tocado! (Sale
de escena, Presuroso).
PEPE: No podemos tenerlo aquí sin descontaminarlo.
GRACIELA: No quería despertarlo.
ALFONZO: ¿Cómo descontaminarme? ¿De qué se
trata todo esto?
PEPE: Tú sabes muy bien Graciela que la zona de
aterrizaje debe estar previamente descontaminada.
ALFONZO: ¿Me van a sacar del país? ¿Eso es?
PEPE: Descontaminada. Los Ganimedianos deben pro­
tegerse de nuestros virus.
ALFONZO: Pero de qué está hablando. G a n i.. .
medianos. ¿Qué Ganimedianos?
Entra Felipe con una destartalada máscara y guantes
de apicultura. Carga un destartalado aparato de
fumigación.
FELIPE: Listo para Fase de Descontaminación.
PEPE: ¡Adelante!

117
ALFONZO: No pensará rociarme con pesticida. ¡Se
lo prohíbo!
GRACIELA : No te preocupes mi amor, no te va a
doler.
Felipe comienza a rociarlo.
ALFONZO: ¡Alto! ¡Alto! ¡Auxilio! ¡Auxilio! ¿Qué
hace? ¡Auxilio!
Alfonzo queda completamente empapado de un
líquido espumoso.
ALFONZO: ¡Me han envenenado! ¡Me han envene­
nado! ¡Manrique ¡¡Manrique, estos infames me han
envenenado!
GRACIELA: No es veneno, mi amor. Es Desconta­
minante Ganimediano F-26. Un invento de Pepito.
ALFONZO: ¡Pagarán por esto! ¡Pagarán por esto, lo
prometo!
PEPE: ¿Qué buscas, Felipe?
FE LIPE: Debe haber otro como él por aquí, llamó
a un tal Manrique.
PEPE: Ve a ver.
Felipe sale. Graciela comienza a secar a Alfonzo.
ALFONZO: Usted suélteme, suélteme.
GRACIELA: Tengo que secarte un poquito, mi amor.
ALFONZO: No me llame mi amor. Exijo respeto,
consideración.
GRACIELA: No y no. La segunda Etapa Descontami­
nante es dejarte séquito.
ALFONZO: (A Pepe). Usted es el responsable, pa­
gará por esto.
PEPE: (A Graciela). Las orejas también.
Entra Felipe con su atuendo habitual.
FE LIPE: No hay nadie.
PEPE: Hay que estar alerta.
FELIPE: Yo creo que está loco.
ALFONZO: Ningún loco, ningún loco. Soy el Expre­
sidente Alfonzo Gutiérrez.
FELIPE: Te lo dije, es un loco.
PEPE: Por eso lo abandonaron aquí.

118
ALFONZO: Pueden dejar ya de hablar como si no
supiesen quién soy. Soy el Expresidente Alfonzo
Gutiérrez. Ustedes lo saben.
GRACIELA: (Lo acaricia). Cálmate mi amor. Así
estés loco, yo te quiero.
ALFONZO: Respéteme, señora. Respete mi investi­
dura, mi condición. Soy Alfonzo Gutiérrez, Expre­
sidente de este país. Senador Vitalicio.
PEPE: Loco persistente.
FE L IP E : Persistente y tragón. Quiere estar comiendo
a toda hora.
GRACIELA: Y o me ocuparé de tí, Alfoncito.
ALFONZO: ¡No me llame Alfoncito! ¡Respéteme!
Además no necesito que nadie se ocupe de mí.
Suélteme, eso es lo que tienen que hacer. Ya mi
Partido seguramente pagó el rescate.
GRACIELA: La descontaminación se hace una sola
vez cada tres meses, no te preocupes mi amorcito.
ALFONZO: No soy su amorcito, ¿qué le pasa? ¿Por
qué me tratan así? Manrique. Manrique, maldita
seas tú y tus ideas.
FE L IPE : ¿Oíste? Lo nombró otra vez, debe haber
otro.
PEPE: (A A lfonzo). ¿Manrique?
ALFONZO: Sí, Manrique. Ustedes saben muy bien
quién es Manrique. El Vicepresidente de mi Par­
tido.
FE L IPE : No, no lo conocemos.
ALFONZO: Claro que lo conocen. El mismo debió
haber pagado el rescate.
FE L IPE : ¿Rescate?
ALFONZO: ¡Sí, el rescate! Lo acordado.
PEPE: No creo que sea un loco, Felipe.
ALFONZO: Lo ven, lo ven. Y a el caballero empieza
a entrar en razón.
PEPE: Es un Omeguita.
ALFONZO: ¿Omeguita?
FE LIPE: Lo sospeché desde que lo vi.
Graciela se separa rápidamente de Alfonzo.
ALFONZO: ¿Omeguita? ¿Cómo que Omeguita?

119
GRACIELA: Y yo que estaba tan enamorada de él.
ALFONZO: ¿Pero qué les pasa? ¿D e qué hablan?
FE L IPE : Habrá que hacerle la prueba. Si es un Orne-
guita lo incineraremos. (Sa le).
ALFONZO: ¿ I n . . .incinerarme?
GRACIELA: He sido engañada por un Omeguita.
(Llora sobre el hombro de P ep e).
PEPE: (Consolándola) . Ganímedes te espera, Graciela.
No eres la primera ni la última en ser engañada por
un Omeguita.
ALFONZO: ¿ P e r o ... pero de qué están hablando?
GRACIELA: Yo me había hecho muchas ilusiones
con Alfoncito.
PEPE: En Ganímedes te estará esperando el amor.
GRACIELA: Me engañó, me engañó. Mejor lo incine­
ramos de una vez.
ALFONZO: ¡Incinerarme! ¡Incinerarme! ¿D e qué se
trata toda esta farsa?
PEPE: Tiene derecho a la prueba, si es Omeguita
no habrá más remedio. Cálmate Graci Graci, en
Ganímedes encontrarás un amor que será para
siempre.
GRACIELA: A veces creo que jamás lo encontraré,
Pepe. Jamás.
PEPE: No, no llores mi Graci Graci. En Ganímedes,
jamás es un lugar que está cerca. En Ganímedes
está tu amor y yo te veré desde Casiopea.
ALFONZO: Ablandamiento. ¿A h? Se trata de eso.
Ablandamiento. Así le llaman. Tratan de ablandar­
me, de escindirme. ¿Qué quieren? ¿Más dinero?
E r 'o ... eso es lo que quieren. Han comenzado a
pensar por ustedes m ism os.. . ¿ah? ¿Más dinero?
GRACIELA: ¿Seguro, Pepe? ¿Seguro?
PEPE: Seguro, Graciela. Seguro.
ALFONZO: O . . . o tal v e z ... Manrique. Sí, Man­
rique. Lo entiendo. Es Manrique, c l a r o ... ¿o no?
Los descubrí, por supuesto que es Manrique. ¿A qué
acuerdo llegaron? Díganmelo. Y o . . . y o .. . puedo
pactar con u sted es.. . ¿Es Manrique, no? ¿Fue él?

120
Entra Felipe con ropa verde de cirujano, tapa boca,
guantes de quirófano, un embudo y una lupa.
FE L IPE : Listo para Fase AntiOmeguita.
PEPE: ¿Instrumentación?
FE L IPE : En orden.
ALFONZO: E s . . . está b ie n ... ¿creen que pueden
doblegarme? No me conocen. Ni ustedes ni Manri­
que me con ocen .. . He pasado por situaciones
peores, siendo Presidente. He resistido tensiones
capaces de doblegar a cualquier persona y no he
cedido. En la Dictadura viví en la clandestinidad. . .
amenazado de muerte y . . . y no me doblegué. No
me doblegué. Están equivocados, rotundamente
equivocados si piensan que por un par d e. . . d e. . .
payasadas voy a dejarle mi Partido a Manrique.
FELIPE: ¿Procedo?
PEPE: Primero las manos.
ALFONZO: ¿Las manos? ¿ Q u é .. . qué van a hacer­
me? ¿M u. . .mutilarme?
PEPE: Los Omeguitas son feperospos artrópodos muy
evolucionados.
ALFONZO: ¿Fe p e r o s ... qué?
FE LIPE: Feperospos artrópodos, enemigos de los Ga-
nimedianos.
PEPE: Esa evolución les ha permitido parecerse a
los Ganimedianos
FE LIPE: Pero existen pruebas irrefutables.
ALFONZO: ¿Pruebas?
GRACIELA: Si tú no eres un Omeguita, no debes
preocuparte.
ALFONZO: ¿Pruebas? ¿Cuáles pruebas?
FELIPE: Tú las sabes mejor que nadie. ¡Omeguita!
PEPE: En las manos tienen tres dedos en forma de
garras, flanqueados por dos pulgares prensibles.
ALFONZO: Muy bien, muy bien, lo tenían todo pla­
neado. E s . . . es parte de un juego, de un maldito
juego para volverme loco.
PEPE: Procede, Felipe.
Felipe voltea a Alfonzo que se resiste y le examina
las manos atadas.

121
ALFONZO: Suéltame, suéltame. ¡Suéltame!
FE LIPE: (Soltándolo) . ¡Negativo! Manos completa­
mente normales.
GRACIELA: Yo lo sabía, Alfoncito es incapaz de
engañarme.
ALFONZO: Ustedes están locos, lo c o s .. .
FE LIPE: ¿Seguimos?
PEPE: ¡Segunda Prueba Anti-Omeguita!
Felipe agarra fuertemente la cabeza de Alfonzo.
ALFONZO: D é je m e ... déjeme.
PEPE: Dentro de la boca poseen colmillos huecos
para libar sangre humana y savia de plantas con
hojas lanceoladas.
ALFONZO: ¡No me doblegarán! ¡No podrán h a c e r.. !
Felipe le examina la boca. Alfonzo trata de gritar
inútilmente.
FELIPE: De sospechoso, dos muelas con unos parches
de metal. . . gris. . . (Trata de quitárselos). Están
muy pegados, Pepe. No puedo quitárselos. (Se aparta
de A lfonzo).
ALFONZO: ¡Criminales ¡¡Criminales! (Se queja).
GRACIELA: Has pasado dos, Alfoncito. Dos pruebas
más y volverás a ser mío.
ALFONZO: ¡Auxilio! ¡Auxilio!
PEPE: Prosigue.
ALFONZO: No, no. . . qué. . . ¿qué me van a hacer?
PEPE: Los Omeguitas son vivíparos caracterizados
por la presencia de dos vaginas en sus hembras, las
cuales sirven para procrearlos en su doble condición
de insectos mutantes.
ALFONZO: ¿ Q u é .. . qué quiere decir con eso?
PEPE: Que los machos para acoplarse con sus hembras
deben utilizar dos penes.
ALFONZO: ¡ N o . . . ! ¡No!
Felipe le abre el pantalón y lo revisa.
ALFONZO: ¡Suélteme! ¡Auxilio! ¡Suélteme!
FELIPE: Negativo, Pepe. Tiene uno solo y bien
chiquitico.
ALFONZO: ¡Sádico! ¡Sádico!

122
GRACIELA: No importa, Alfoncito. Yo te quiero así,
no importa.
PEPE: ¡Ultima Prueba Anti-Omeguita!
ALFONZO: Ya verán, pagarán por esto. Todos, todos.
Tendrán que matarme, no cejaré en mi empeño
hasta que me hayan pagado esta humillación.
PEPE: En el ano, bien al fondo, poseen un segundo
hocico romo, lleno de colmillos, ya que deben ali­
mentarse a través de él, de diferentes minerales.
GRACIELA: (Tapándose la cara). ¡Ay!, esto yo no lo
voy a ver.
ALFONZO: N o . . . n o . . .
Felipe lo voltea y trata de ver, colocando el embudo
y mirando con la lupa.
¡N o!, ¡No!
FE L IPE : No puedo ver, Pepe. Aprieta mucho.
PEPE: Inténtalo, Felipe. Estos Omeguitas no resisten
el sabor de los metales, les encanta.
ALFONZO: ¡Degenerados! ¡Degenerados!
FE L IPE : Ahora sí, Pepe. Ahora sí. (Examina). Todo
se ve normal.
PEPE: Está bien, Felipe. Pasó la prueba.
GRACIELA: Lo sabía, desde un principio supe que
era un Expresidente.
FE L IPE : (Quitándose de encima de Alfonzo). Lásti­
ma, siempre he querido incinerar a un Omeguita.
Felipe sale.
ALFONZO: Con su vida. . . pagarán con su vida.
(Llora).
GRACIELA: No llores, Alfoncito. Después ya no duele.
ALFONZO: Me las pagarán, prometo que me las
pagarán.
PEPE: E sc u c h a ... escucha, Graciela.
GRACIELA: ¿Qué, Pepe?
PEPE: Los perros.
GRACIELA: No los oigo.
ALFONZO: (Llorando para s í). S í . . . sí, las pagarán.
PEPE: Eso m ism o .. . están callados.
GRACIELA: No entiendo, Pepe.

123
PEPE: Los perros tienen un oído muy agudo. Están
callados por los sonidos procedentes de Zeta Ursal
Majores.
GRACIELA: Seguro, Pepe. (Para s í ) . Seguro.
ALFONZO: G aním edes.. . Z e t a .. . O m eguitas.. . no.
No puede ser.
GRACIELA: ¿Cómo está el Expresidente más lindo
del mundo?
ALFONZO: Déjeme, déjeme. Por favor no se me
acerque.
Entra Felipe con su indumentaria normal.
FELIPE: ¿Bueno, y es que aquí no se come?
PEPE: (Se acuesta a mirar el cielo). C a sio p ea...
Casiopea. . . no te impacientes.
GRACIELA: (Hacia la olla). A comer, Alfoncito, a
comer.
ALFONZO: N o .. . no tengo hambre. Me niego a
comer.
FELIPE: Mejor así, más rinde. Graciela ya es la hora.
GRACIELA: (Revolviendo en la olla). Enseguida.
Felipe saca una taza para cauchos de automóvil y
se coloca al lado de la olla. Graciela le sirve y Fe­
lipe come con avidez.
GRACIELA: Y ahora para Alfoncito. (Busca un plato
de loza).
ALFONZO: No voy a comer, ya lo dije.
Graciela coloca el plato sobre una lujosa bandeja
y comienza a servir.
FE LIPE: ¿Qué ves, Pepe?
PEPE: Al viejo Orión con su gran garrote en alto.
GRACIELA: Te voy a servir en un plato bellísimo,
Alfoncito.
ALFONZO: No voy a comer, no pueden obligarme.
PEPE: La piel de león sobre sus hombros y la pequeña
daga rutilante al cinto.
GRACIELA: Está rica, te va a gustar. La preparé
especial para ti.
ALFONZO: No voy a comer, no voy a comer.
FE LIPE: (Com iendo). ¿Qué más? ¿Qué más ves,
Pepe?

124
PEPE: Tras él, rondándolo, sus dos canes.
FE L IPE : ¿Perritos?
PEPE: Sí. El mayor y el menor, con las dos lenguas
colgándoles y los ojos despiertos, siempre, eterna­
mente despiertos.
GRACIELA: Después de una prueba Anti-Omeguita,
nada mejor que el hervido de Gracielita.
ALFONZO: (Para sí). L o c o s ... son u n o s ... locos.
FELIPE: ¿Qué perros, Pepe? ¿Qué perros?
PEPE: Un pastor alemán.
FE L IPE : (Relamiéndose). ¡Qué rico! Esos son bien
gordos!
PEPE: Y un dóberman.
FELIPE: ¡Asco! No, no me gustan los dóberman. Son
muy duros y desabridos.
ALFONZO: (Igual). S í . . . s o n .. . son dementes.
GRACIELA: Gracielita comerá contigo. (Trata de
cortar un viejo pedazo de pan). Pancito.
ALFONZO: D em en tes... dementes.
FE LIPE: ¿Qué más ves, Pepe? ¿Qué más?
PEPE: Pegaso desplega sus alas más allá de la eterni­
dad, en lo que parece un golpe etéreo. Pegaso con
el morro inflamado y espumarajos de luz saliéndole
por la boca y . . . y a l l í . . . en fren te.. . enfrente de
Ganímedes. . .
FE L IPE : ¿Quién, Pepe? ¿Quién está enfrente de
Ganímedes?
PEPE: Ella. . . e l l a .. . ¡Casiopea! ¡Casiopea! Mi es­
trella que me llama y me habla.
GRACIELA: Lista la comidita para Alfoncito.
FE L IPE : ¿Qué te dice Casiopea? ¿Qué te dice?
ALFONZO: No, no puede ser.
PEPE: Me d i c e ... Casiopea me d ic e ... “ ¡V e n ...
ven, Pepe!” . “ ¡Ven a mi lado. . . ven, Pepe. Ven
para que vuelvas a darle cuerda al Universo!” . ¡Ven!
GRACIELA: (A A lfonzo). Está riquísima, prueba.
ALFONZO: No, no quiero.
F E L IP E : ¿Puedo repetir?
GRACIELA: Déjale a Pepe. Toma, Alfoncito. Una
cucharadita.

125
ALFONZO: N o . . . no.
FE LIPE: Pepe no quiere, está viendo a Casiopea.
Felipe se sirve.
GRACIELA: (fugando con la cucharilla, a manera
de avión, hasta llevarla a la boca de A lfonzo).
Ahí viene el platillo volador. . . ahí viene. . . ahí
viene. . . volando. . . volando. . . viene viene viene
y entró. (Le introduce la cucharilla en la boca a
A lfonzo).
FELIPE: (Comiendo). S a b ro s o ... sabroso.
PEPE: C a sio p ea ... C a sio p ea ... (Ríe para sí).
ALFONZO: ¡Picante! ¡Picante!
GRACIELA: Picante, Felipe.
FE LIPE: No tengo.
ALFONZO: Picante, picante.
GRACIELA: Picante no hay, Alfoncito. Vamos, otra
cucharadita. (Le introduce nuevamente una cucha­
rada de sopa).
ALFONZO: (Ahogándose). Auxi. . . a u x ilio ...
¡Agua! ¡Agua!
GRACIELA: (Le introduce otra cucharada). No se­
ñor, después no se come la sopa.
ALFONZO: ¡Agua! ¡Agua!
GRACIELA: (L e introduce otra cucharada). Toda
la sopita, toda.
ALFONZO: Auxi. . . está picante. . . terriblemente
p ica n te.. . me ahogo.
GRACIELA: ¿Picante? No puede ser.
PEPE: Gravitones, Felipe. Gravitones alrededor de
Casiopea.
ALFONZO: Agua. . . agua.
GRACIELA: Yo no le eché picante. (Prueba).
F E L IP E : (Mirando al cielo). Me gustan los gravi­
tones, tienen forma de perros, de cachorritos.
GRACIELA: ¿Qué raro? (Vuelve a probar). Eran
perros frescos, recién muertos.
ALFONZO: ¿Perros? ¡Perros! ¡Sopa de perros!
(Intenta vomitar).
GRACIELA: Felipe, le echaste tu picante de bacha-
cos a la sopa.

126
Alfonzo está peor.
ALFONZO: ¡Bachacos!
FE L IPE : Te juro que no. Y o no me he acercado a
la sopa.
ALFONZO: (A punto de desmayarse). No. . . n o . . .
GRACIELA: No lo defiendas, Alfoncito. Yo sé que
lo hizo.
FE L IPE : No, no lo hice.
GRACIELA: Tienes que haber sido tú. Y o misma
recogí los ingredientes y no había picante en ellos.
FE L IP E : Te lo juro. Tú sabes muy bien que en la
basura los ingredientes se mezclan.
GRACIELA: No te quiero ver cerca de la olla.
Aléjate de mi olla.
FE L IP E : Está bien. . . está bien.
ALFONZO: Esto. . . esto no me está sucediendo. . .
no. . . no estoy aquí. Esto es una alucinación. . .
una pesadilla.
PEPE: (Incorporándose) . Los materiales, Felipe.
¿Conseguiste los materiales?
F E L IP E : Casi todos. Faltó la Manguera Cuántica.
Felipe se dirige a las cajas que trajo.
PEPE: No importa. La sustituiremos por un tubo
termodinámico.
ALFONZO: Esto. . . esto no es verdad. Elba. . .
Elba, despiértame.
GRACIELA: (Acariciándolo) . Elba, no. Elba, no.
Gracielita.
ALFONZO: E l b a ... E lb a ... y o . . . yo sé q u e ...
que estás viendo esta pesadilla. . . despiértame. . .
despiértame.
GRACIELA: (Acariciándolo maternalmente). Dime
Gracielita, dime Gracielita.
PEPE: Conexión Punto 6 para Halo Esférico.
FE L IP E : (Le entrega una rueda de bicicleta doblada).
Aquí está.
Pepe la examina.
ALFONZO: E lb a .. . Elba por favor. Y o sé que son
otra vez estas pesadillas. Sí. . . s í . . . es q u e .. .
me persiguen, Elba. Despiértame. . . despiértame.

127
GRACIELA: (Canta). “ Duérmete Alfoncito que tengo
que hacer” .
PEPE (Refiriéndose a la rueda de bicicleta). Aquí
necesita un modulador de Quarts.
FELIPE: (Entregándole un gancho de ropa). Aquí
está uno.
GRACIELA: (Canta). “Duérmete Alfoncito que tengo
que hacer” .
ALFONZO: No, Elba, no, no me pidas eso. Y o . . .
yo sé que. . . que no te he dado vida, Elba. No te
la he d a d o .. . lo s é . . . desde que comencé en la
política no te la he dado. . . y después. . . como
Presidente tam p oco.. . lo s é . . . e s o .. . eso lo inven­
taron para separarnos. . . tú . . . tú siempre fuiste
una Primera D a m a .. . lo de e l l a .. . lo de ella fue
in v e n to ... e l l a . . . ella era una colaborad ora...
Elba, Elba, despiértame. . .
GRACIELA: (Cantando) . “Lavar los pañales, sentar­
me a cocer” .
PEPE: (Ya unido el gancho a la rueda de bicicleta)
Perfecto. ¿Tubos Centralizadores?
FELIPE: (Saca una tapa de poceta a la que le ha unido
unos tubos). Aquí están.
Pepe examina.
ALFONZO: E l b a ... E l b a ... míralos, Elba. Míra­
l o s . . . s o n . . . son e l lo s ... son los Hombres de
Ganímedes, Elba. Despiértame, E lba. . . despiértame
porque si no me llevan. Ahí, ahí están.
GRACIELA: S í . . . sí. . . son Pepito y Felipe, no te
asustes
ALFONZO: S í . . . s í . . . Pepito y F e lip e ... Elba,
Elba despiértame por favor p e r o .. . pero como
a n te s.. . como antes, cuando teníamos tiempo y me
despertabas con b e s o s .. . con besos, Elba.
Graciela lo besa. Tiernamente.
PEPE: Están perfectos. (La vuelve a entregar a Felip e).
¿Visores Interestelares?
FELIPE: (Saca unas viejas pantallas de lámparas).
Aquí están.
Pepe las examina.

128
ALFONZO: Gracias, E l b a ... g ra c ia s ... p e r o ...
pero no despierto, siguen a h í .. . a h í.. . Y o . . . yo
sé que todo cambió, todo, pero, pero no fue por
m í. . . no, E lb a . . . no fue por mí, E llos. . . ellos
me cambiaron, los otros, los que estaban conmigo,
los que me acompañaron. . . ellos, Elba, fueron
ellos.
GRACIELA: Sí, Alfoncito. Ten paciencia, en Ganíme-
des, en Ganímedes todo será bueno otra vez. . .
todo será como a n te s ... ya no te cambiarán.
ALFONZO: Sí, s í . . . será como a n te s.. . como antes
porque y o .. . lo c r e í .. .
PEPE: (Le entrega las lámparas a Felipe) . Muy bien.
¿Espirales Centrífugas?
F E L IP E : (Entregándole un peto y una máscara de
béisbol). Tres, como pediste.
GRACIELA: En Ganímedes volverás a creer.
ALFONZO: Y o volveré a quererte porque. . . porque
serás como antes. . .
GRACIELA: Sí, volveré a ser b e lla ... bella y me
querrás p o rq u e.. . porque en Ganímedes me cre­
cerá otra pierna y . . . y será una pierna rubia, como
a ti te gustan.
PEPE: Muy buen material. (Se lo entrega a Felipe).
Red Interestelar.
F E L IP E : (Saca una gran lona formada por consignas
políticas y avisos publicitarios). ¡Red Interestelar!
ALFONZO: Fue todo tan difícil para nosotros, todo.
H a b ía n .. . habían otras c o sa s .. . secretos.. . Se­
cretos de Estado. . . por ellos. Secretos de Estado
por ellos. Y es q u e ... nos ayudaron, ellos en un
principio nos ayudaron, por ellos tumbamos la Dic­
tadura, en el fondo, la tumbamos gracias a ellos y . . .
y me llené de compromisos. Compromisos y prome­
sas. No podía hacer nada porque. . . porque la
Democracia era frágil, nuestro reinado era frágil
y . . . e llo s ... también podían derrocamos. ¿Lo
comprendes? Era frágil.

129
GRACIELA: S í . . . fr á g il.. . frágil y bella como an­
tes y . . . y volveré a d a n z a r... danzaré para ti
con mi nueva pierna rubia. . . mucha más hermosa,
una pierna mucho más hermosa que la otra. . . la
que se comieron ellos. . . los perros. (Danza por
un momento) .
ALFONZO: ¡Escúchenme! ¡Escúchenme, por favor!
FE L IPE : (A A lfonzo). Más sopa no hay, no moleste.
GRACIELA: No le hables así.
PEPE: Tenemos todo lo necesario para una conexión
perfecta. Hoy podrán venir los Ganimedianos con
toda seguridad.
ALFONZO: Por f a v o r ... por f a v o r ... P e p e ...
Felipe. . . Graciela. ¡Hombres de Ganímedes!
PEPE: (A Felipe). ¿Qué le pasa?
FE LIPE: Debe ser un truco para pedir más comida.
GRACIELA: ¿Quieres que te fría unas presitas de
perro, Alfoncito?
FE L IP E : Yo quiero.
ALFONZO: No, no, por favor, quiero es que me
escuchen por un momento.
PEPE: Pero dese prisa, tenemos que conectar la Red
Interestelar antes del reacomodamiento Orbital de las
Zetas Ursinas Mayores.
ALFONZO: Sí, lo haré. Me daré prisa.
F E L IP E : No te dejes convencer, Pepe. El no puede
ir a Ganímedes.
GRACIELA: Yo no lo voy a dejar aquí.
ALFONZO: Por fa v o r .. . por favor, escúchenme un
momento. Y o . . . yo soy el Expresidente Alfonzo
Gutiérrez.
FE L IPE : Ya empezó otra vez, después pide agua y
después comida.
GRACIELA: Déjalo hablar, Felipe. (Hace silencio).
ALFONZO: G ra c ia s.. . gracias. (Pausa corta). F u i . . .
fui secuestrado. Mataron a mi escolta. . . Manri­
que . . . Manrique, el VicePresidente de mi Partido,
ya pagó el rescate. Estoy aquí por equivocación.. .
por una infortunada equivocación. Yo no debería

130
estar aquí. . . a m í. . . a mí tienen que encontrarme
en otro lado. . . no aquí.
F E L IP E : (A Pepe). Acabo de ver un Kilotrón en gra­
do intermedio azul.
PEPE: ¿Adónde?
ALFONZO: No, miren.
GRA CIELA : ¿Azul claro u oscuro?
FE L IP E : O s c u r o ... oscuro.
ALFONZO: P e r o .. . m ire n .. . y o .. .
PEPE: Sí es oscuro será mejor apuramos.
Pepe y Felipe comienzan a subir los objetos hacia
la lona donde está tapado el Intercomunicador Ga­
láctico P.F.G. 1.
ALFONZO: Pero escúchenm e... no se vayan.
GRACIELA : Yo te escucho mi amor, Pepe y Felipe
no pueden porque los kilotrones están cambiando
de color.
ALFONZO: (A Pepe y Felipe). ¡Hey! ¡E scu chen.. .
escuchen!
GRACIELA : Y es mucho mejor que se apuren. La
otra vez cambiaron de color y se cayeron aquí en
la sala. Me dejaron la casa regada de kilotrones na­
ranjas. Así no se puede, una limpia, y el cielo llenán­
dome la sala de kilotrones naranjas.
ALFONZO: Por favor, por favor, suéltenme. ¡Suélten­
me! Y o . . . yo les prometo que si me sueltan los
ayudaré a . . . yo. . . yo les prometo. (Ríe) q u e .. .
que los ayudaré. . . que los ayudaré a irse a Ganí-
medes. . . (Llora) les prometo, les prometo. . .
GRACIELA : No hace falta, Alfoncito. Mira.
Pepe y Felipe comienzan a halar cuerdas y, primera
vez, se verá el Intercomunicador Galáctico P.F.G. 1.
ALFONZO: E s . . . es in c re íb le ... n o . . . no puede
s e r .. .
GRACIELA : Ese es el Intercomunicador Galáctico
P.F.G . 1.
ALFONZO: El I n t e r .. . in te r .. . n o . . . n o . . .
GRACIELA: Intercomunicador Galáctico P.F.G. 1.
La P es por Pepe, la F por Felipe y la G por Gra-
cielita.

131
ALFONZO: Y . . . y . . . el u n o .. . el u n o .. .
GRACIELA: El uno porque es el primero en su tipo,
fácil.
ALFONZO: Claro, sí, por supuesto. Inter. . . co-
municador. . . n o . . . no puede s e r . . . no. (Llora
quedo).
GRACIELA: Y a no llores, Alfoncito. Tú también
vas a ir a Ganímedes. No le hagas caso a Felipe.
PEPE: ¡Conexión Punto 6 para Halo Esférico!
FELIPE: ¡Conexión Punto 6 para Halo Esférico!
Pepe y Felipe comienban a agregar con cuerdas y
cables la rueda de bicicleta al aparato.
ALFONZO: (Para sí). E s t o ... esto no es Monte-
rrico. . . n o . . . no lo e s . . . no puede serlo.
GRACIELA: Sí, sí lo es. Los Ganimedianos van a
aterrizar aquí, en Monterrico y nos llevarán.
ALFONZO: N o . . . n o . . . mi P a í s ... mi P a ís ...
¿entiende?. . . ¿entiende? N o .. . es que n o . . .
GRACIELA: ¿Ah, tú tienes un País?
ALFONZO: Este, el de nosotros, el de nosotros, el
de mis h ijo s. . . este. . . Monterrico. . . Monterrico
GRACIELA: ¿H ijos? ¿Tienes hijos?
ALFONZO: S í . . . s í . . . d o s ... d o s ... C a ta lin a ...
Catalina. . . , mi n iñ a. . . mi pobre niña que. . . que
cuando me eligieron Presidente de Monterrico co­
menzó a llorar y pensamos que era de felicidad,
lloró. . . lloró. . . y . . . está bien Catalina ya no
llores. . . ya Catalina. . . Catalina. . . y . . . siguió
llorando. . . llorando. . . y no paró de llorar. L a . . .
la llevamos a los mejores médicos del mundo. . .
pero. . . apenas me v e . . . apenas me ve, llora. . .
llora. . . aún continúa llorando.
GRACIELA: Pobrecita. ¿ Y no será que el novio la
dejó?
ALFONZO: No, no, que novio ni que novio. Siempre
estuvo pendiente de sus estudios, le interesaba la
historia. . . y o . . . acaricié la idea de que sería Ja
primera mujer Presidente de Monterrico.
GRACIELA: A lo mejor la dejó el novio. Omeguitas
hay en todas partes.

132
PEPE: ¡Tubos Centralizadores!
FE L IPE : ¡Tubos Centralizadores!
Pepe y Felipe comienzan a agregar la tapa de poceta
con tubos al Intercomunicador Galáctico.
GRACIELA: ¿ Y el otro?
ALFONZO: El o t r o .. . el otro. . .
GRACIELA: Sí, el otro. Dijiste que tenías dos hijos.
FELIPE: ¿Este tubito dónde va, Pepe?
PEPE: En el Código Electrónico de Escalas Cósmicas,
por supuesto.
FE LIPE: ¡Ah!, claro. . . c la r o .. .
ALFONZO: El o t r o ... el o t r o ... Alfonzo Júnior.
E se . . . ese es mi dolor de cabeza. E se. . . ese está
de acuerdo con Manrique. ¿Sabes una cosa? Yo
formé a Manrique. Yo. E l . . . él es la ala joven de
mi partido. E l . . . él tiene sus seguidores, sabes.
No sé . . . no sé . . . no sé cómo pasó, pero ahí
están. . . al acecho. Quiere ser Presidente. Manrique
quiere ser Presidente. ¡Por encima de mi cadáver,
Manrique! ¡Por encima de mi cadáver!
PEPE: ¡Visores Interestelares!
F E L IP E : ¡Visores Interestelares!
Pepe y Felipe comienzan a agregar las viejas pan­
tallas de lámparas al Intercomunicador Galáctico.
GRACIELA: (ju eg a ). ¡Manrique Presidente! ¡Man­
rique Presidente!
ALFONZO: No, Graciela. No. No le creas. Manrique
es un Demagogo. No le creas Graciela, no creas en
sus promesas. No vas a hacer Presidente, Manrique.
{R íe ). No, no los vas a hacer. Todo falló, Manrique.
Todo falló. Aquí e sto y .. . aquí esto y .. . Yo te
hice Manrique. . . yo te hice.
GRACIELA: (Ju ega ). No lo va a hacer. No vas a ser
Presidente, Manrique.
ALFONZO: Eso e s . . . eso. ¿Lo oyes, Manrique?
¿Lo oyes? Mi pueblo me aclam a.. . me a cla m a .. .
¡Viva Alfonzo Gutiérrez!
GRACIELA: ¡Viva! ¡Viva Alfoncito de mi corazón!
ALFONZO: ¡Viva! ¡Viva!
PEPE: ¡Espirales Centrífugas!

133
F E L IP E : ¡Espirales Centrífugas!
Pepe y Felipe comienzan a agregar las máscaras y
el peto de béisbol al Intercomunicador.
ALFONZO: Suélteme, Compañera. Suélteme. El País
entero reclama mi presencia. Monterrico entero me
necesita.
GRACIELA : No, no y no, compañero. Si te suelto
te me vas.
ALFONZO: Suélteme, por favor. Suélteme.
PEPE: ¡Antena Interestelar!
F E L IP E : ¡Antena Interestelar!
Pepe y Felipe comienzan a colocar la antena que
se abrirá cubriendo el techo del escenario.
ALFONZO: E n tién d alo.. . tiene que entenderlo. Tie­
ne que soltarme, sino Manrique se apodera del País.
GRACIELA : Yo te voy a querer más que Elba. Te
voy a querer tanto como a Pepe y Felipe. No ten­
drás que preocuparte más por Manriquito.
PEPE: ¡Lista Antena Interestelar!
La gran antena se abre sobre el techo del escenario
formando una gran vela de barco en la que se puede
leer claramente: “Vota por Alfonzo”. Aparte de
esta pinta hay otras consignas políticas y avisos
publicitarios.
Alfonzo comienza a reír a carcajadas.
GRACIELA : ¡Pepe! ¡Felipe! Alfoncito se está riendo.
PEPE: ¿Será un ataque?
F E L IP E : C á lle s e ... c á lle s e ... ¿por qué hace eso?
Aquí nadie se ríe. E n Monterrico nadie se ríe.
ALFONZO: Perdonen. . . perdonen. . . es que. . .
a h í .. . a h í .. . en esas le tr a s .. . ahí e sto y .. . a h í .. .
¡Vota por Alfonzo!
F E L IP E : La Antena Interestelar la conseguí yo.
Y o . . . yo.
G RACIELA : Yo creo que lo que tienes es hambre,
Alfoncito. Las presitas de perro están ricas.
F E L IP E : Yo quiero, yo quiero.
GRACIELA: No, a tí no. Ya comiste.
FE L IPE : ¡A h!, a él sí, a mí no. Viste, P e p e .. . viste,
PEPE: Hay que compartir, Graciela.

134
GRACIELA : Es que solamente queda un pedacito.
PEPE: Dáselo a Alfonzo, tiene cara de tener hambre.
ALFONZO: No, no gracias. Muy amable.
PEPE: (Sin oírlo). Felipe, en Ganímedes comerás.
Ahí no hay estos problemas.
FE L IP E : Cuéntale, Pepe, Cuéntale.
PEPE: En Ganímedes, cada cinco cuadras, hay unas
fuentes. Pero no de aguas, sino de hervidos.
FE L IP E : Sigue, Pepe, sigue.
PEPE: Hervidos de unas aves que son puro muslo
y pechugas. Hervidos de Gallinímedes.
FE L IPE : Sigue, por favor, Pepe. Sigue.
PEPE: Y cada siete cuadras, postes. Postes de Galli­
nímedes en brasas. Y la gente va con sus pocilios a
la fuente y b ebe. . . b ebe. . . bebe todo lo que
quieren. Y la gente, los Ganimedianos de todo el
Universo, llegan hasta los postes y arrancan presas,
jugosas, de gallinímedes en brasas y com en .. .
com en. . . comen todo lo que quieren. Todos. . .
todos comen, F e lip e ... todos comen.
FE L IPE : ¿ Y yuquita, Pepe? ¿Hay yuquita?
PEPE: Sí, también hay. V ered as.. . avenidas.. . gran­
des autopistas de yuquinímedes.
FE L IPE : (Relamiéndose) . Vamos a echamos una
apuradita, Pepe. Y o ya quiero estar allá.
ALFONZO: (A punto de llorar). Por fa v o r ... por
fa v o r .. . escúchenme.
FE L IPE : Cállese, cállese. ( A Pepe) . Vamos a taparle
la boca otra vez. (A Alfonzo) . Ahora entiendo por­
que se la taparon, los Expresidentes hablan mucho.
ALFONZO: Y o . . . yo los entiendo. Les aseguro que
yo los entiendo. (Llora).
GRACIELA: Y a lo hiciste llorar, Felipe. Ya lo hiciste
llorar.
ALFONZO: No es mi c u lp a .. . no es mi culpa.
GRACIELA: Cálmate, Alfoncito. En Ganímedes vas a
ser feliz. ¿Verdad, Pepe?
PEPE: Así es.
FELIPE: No quise hacerte llorar, Alfoncito.

135
\
ALFONZO: E s t o ... esto es culpa de los otros, no
mía. Esto es culpa de Manrique.
FELIPE: Otra vez el Manrique ése.
GRACIELA: Es un hijo de él que se porta mal.
FE LIPE: ¡Ah!, con que eso era. Hijos no. Más gente
no cabe en la nave.
ALFONZO: No, no, no es un hijo. M ir e n ... escu­
chen . . . Manrique. . . Manrique quiere mi popu­
laridad. E l . . . é l. . . el debía haber pagado el res­
cate p e r o ... pero ahora sé que él organizó todo.
GRACIELA: Manrique lo odia.
PEPE: ¿Su propio hijo?
FELIPE: Claro, si es que come y habla mucho.
ALFONZO: ¡No es mi hijo! Es un trepador, como
su padre. Por eso. . . por eso eliminaron al padre
de Manrique, por trepador. Y o . . . y o . . . no
estuve de acuerdo. Yo no. Y o soy un hombre de
ideas. Fueron los o t r o s ... los otros. Pero es que
el padre de Manrique no seguía las directrices del
partido. E n to n ces.. . entonces lo eliminaron. Quedó
como si lo hubiese eliminado la Dictadura. El padre
de Manrique quedó como un héroe. (Para sí ). Man­
rique, Manrique debe creer que fui y o .. . ahora
lo entien d o.. . quiere hacer lo mismo conmigo.
(Por lo bajo). Quiere desaparecerme como un
h é ro e .. . s í . . . eso e s . . . desaparecerme y ser Pre­
sidente de este País. P e r o ... p e r o ... (A todos).
¿No entienden? Tienen que entender. . . suélteme.
¡Suéltenme!
PEPE: Felipe.
F E L IP E : (Por lo bajo). ¿Está loco, verdad?
PEPE: (Sin responder). Hay que comenzar a trans­
mitir.
Pepe y Felipe suben y se sientan en las sillas de
barbería. Graciela comienza a limpiar.
ALFONZO: ¡Suéltenme! ¡Suéltenme! Ahora lo en­
tiendo. . . lo entiendo. Lo entiendo. V o y .. . voy a
c a m b ia r... n o . . . no permitiré que sigan a s í . . .
y o .. . yo siempre los con sid eré.. . yo introduje la

136
ley de que en los domingos los pobres no podían
ser presos por deudas. Yo, yo fui.
PEPE: ¡Manda primera señal apoyo tierra!
FELIPE: ¡Mando primera señal apoyo tierra!
GRACIELA: Esto tiene que quedar limpiecito. No
quiero que cuando lleguen esos señores del otro
planeta, crean que tengo mi casa descuidada. (Barre)
ALFONZO: Por fa v o r ... por fa v o r ... ya esto no
será más así. Será como antes. . . como antes.
PEPE: ¡Aquí Estación Monterrico!
FELIPE: ¡Aquí Estación Monterrico!
GRACIELA: Dios pone la pobreza y nosotros la
limpieza.
ALFONZO: Será, será, como cuando tenía ideales.
Porque los tuvimos. Lo oyen, Los tuvimos.
PEPE: Aquí Estación Monterrico, responda Ganí-
medes.
FE LIPE: Aquí Estación Monterrico, responda Ganí-
medes.
GRACIELA: Deben encontrarla bien limpia. Bien
limpia.
ALFONZO: P e r o .. . p e r o .. . es que u n o .. . uno. . .
va resolviendo. . . considerando. . . acordando. . .
haciendo. . . reajustes. . . decretando y . . . y de re­
pente . . . no se sabe cómo, uno se d ice. . . ¿por qué
no? ¿Por qué no, si hay? ¿Por qué n o . . . s i. . .
hay? Por qué no. Sí hay. E ntonces.. . en ese instante,
en esa milésima de segundo, cambias. Cambias. . .
y yo cambié. Y o era la h isto ria .. . y cambié. Por
qué no. S í . . . sí hay.
PEPE: Aquí Monterrico, responda Ganímedes. Res­
ponda.
FE L IPE : Responde, Ganímedes, responde.
GRACIELA : (Barriendo) . Así los Ganimedianos no
podrán decir que fue por nosotros. Que si nosotros
no cuidamos, que si no valoramos, que si nosotros no
queremos, que si nosotros no mantenemos. No es
por nosotros, no señor. Gente pobre pero limpia.
ALFONZO: ¡Cambié! ¡Cambié! ¡Y a verán! Ahora si
cambié. Soy el mismo. Pepe, Felipe, Graciela, ahora

137
soy el mismo, el que era. Ya verán, ya verán, pon­
dré a Montérrico a marchar de nuevo. ¡Hacia la
reconquista de Monterrico! ¡Monterrico para todos!
Sí, sí, buen slogan. ¡Monterrico para todos! (Para
s í) . Tengo que prepararme para mi nueva campaña
electoral.
Se escuchan sonidos electrónicos, estridentes, que
provienen del Intercomunicador.
PEPE: S í . . . s í . . . sí, Ganímedes, lo escucho per­
fectamente.
Todos escuchan con atención. Continúan los ruidos.
PEPE: Comunicación fuerte y clara, Ganímedes. Lo
copio perfectamente. Siga transmitiendo. Cambio.
FE L IPE : ¿Qué dicen, Pepe?
G RACIELA : Que no vengan todavía porque no he
encerado esto.
ALFONZO: No. ¡No! E sp e re n ... esperen.
Los sonidos vienen ahora de todas partes y se hacen
más fuertes.
PEPE: No lo oigo bien ahora, Ganímedes, hay inter­
ferencia.
ALFONZO: ¡No, Pepe, no! ¡Escuchen, esperen un
momento!
FE L IPE : (A Alfonzo). ¡Cállese! No deja oír con tanta
entropía.
Graciela le coloca nuevamente el esparadrapo en la
boca a Alfonzo.
GRACIELA: (Colocándoselo). Silencio, mi amor, es
Ganímedes.
PEPE: Sí, Ganímedes. Perfectamente. Conjunción
Astral favorable.
FE L IPE : (Al cielo ). Sí, sí, vengan, todo está listo.
GRACIELA: Y a yo limpié, Ganímedes. Aterricen,
todo está limpiecito.
Graciela comienza a encerar el piso rápidamente.
PEPE: Perfectamente, Ga,nímedes. . . s í . . . sí, Ga­
nímedes.
FELIPE: (Al cielo). Aquí e s . . . aquí e s . . . Aquí
es...

138
PEPE: Muy bien, Ganímedes. Muy bien. Entendido.
Cambio y fuera.
F E L IP E : ¿Qué dijeron, Pepe? ¿Qué?
PEPE: (Bajando del Intercomunicador). Hoy. ¡Hoy,
nos vamos hoy!
Los personajes, emocionados, dan vivas por todo
el escenario.
GRACIELA : (Le quita el esparadrapo a A lfonzo).
Nos vamos mi amor, nos vamos hoy.
ALFONZO: (Visiblemente conmovido). S í . . . está
bien, como usted diga. H o y . . . hoy se van.
PEPE: Tengan listas sus pertenencias.
Pepe se dirige a sus cajas.
Graciela abre la caja que carga siempre y le muestra
el contenido a Alfonzo.
GRACIELA: Y a no voy a necesitar esto, ya no.
ALFONZO: (Mira y se repugna). Dios m í o . . . no.
(Trata nuevamente de vomitar).
Graciela, sin inmutarse, sale con la caja.
FE L IPE : (A A lfonzo). ¿ Y qué le pasa ahora?
ALFONZO: Cargaba. . . cargaba una p iern a .. . carga­
ba una pierna en esa caja.
FE L IPE : Cállese, deje ya de quejarse. Sepa que yo
no estoy de acuerdo con llevarlo.
ALFONZO: ¿No comprende? Cargaba una pierna de
otra persona en esa caja.
FE L IP E : Aquí las piernas son de quien las necesita,
no haga tanto escándalo por eso.
PEPE: (Desde las cajas). F e lip e .. . G ra ciela .. .
FE L IPE : No he recogido mis cosas, Pepe. Me falta
el juego de bolas criollas.
PEPE: Pero. . . ¿cómo se te ocurre? ¿Cómo crees tú
que vas a atravesar el espacio interestelar con un
juego de bolas criollas?
FELIPE: Bueno, Pepe, para jugar, tú sabes.
PEPE: ¡Absurdo ¡¡Absurdo! En Ganímedes cada cien­
to veinte ganímetros hay patios de bolas criollas.
FE LIPE : ¡Viva Ganímedes!
ALFONZO: Habló con Ganímedes entonces.

139
F E L IP E : A sí es. Pepe es un maestro en el lenguaje
del Galacto Morse.
Entra Graciela con una vieja maleta.
GRACIELA: Y a yo estoy lista.
F E L IP E : ¿Dónde te metes, Graciela? No ves que ya
nos vamos.
G RACIELA : Estaba buscando mis Trajes de Noche
y las mallas para ballet.
FE LIPE: ¿T rajes? ¿M allas? ¿Para qué?
GRACIELA : Para bailar. Para bailar de noche con
Alfoncito y pasear por las Ganiavenidas.
FE L IP E : No hace falta. Y a Pepe me lo ha dicho. En
Ganímedes, si tú quieres un vestido de fiesta o . . .
zapatillas o . . . no s é . . . cualquier cosa. Entras
a una tienda y lo pides.
GRACIELA: ¿ Y con qué pago?
FE L IPE : No hace falta que pagues. En Ganímedes
no hay moneda. La única moneda está aquí, adentro,
dentro de ti. Los Ganimedianos Tenderos se le
quedan viendo a uno, así, fijo, sin parpadear, directo
al pecho y te dicen: Graciela puedes llevarte miles
de vestidos. La moneda es de adentro.
GRACIELA: De todos modos me llevo mi maleta.
No quiero llegar a molestar.
Pepe se acerca con unos viejos cascos con abolla­
duras y unas viejas camisas grises.
PEPE: Pónganse e s t o . . . los cascos también.
FE LIPE: Esta no es mi talla, yo tengo la cabeza
pequeña.
PEPE: En el espacio te va a crecer un poco.
FE LIPE: ¡Ah!, bueno.
GRACIELA: ¿ Y las camisas?
PEPE: De reconocimiento. Cuando te vean con esa
camisa en Ganímedes te enseñan, hasta que te
adaptes.
FELIPE: ¿Hasta a leer, Pepe?
PEPE: Y no sólo letras, sino la mente. Aprenderás a
leer la mente.
GRACIELA: (Refiriéndose a A lfonzo). ¿ Y la de él?
PEPE: No tengo más. En la nave le conseguirán.

140
GRACIELA: No importa mi amor, yo te enseño.
ALFONZO: (Abatido). G ra cia s., g r a c ia s ... E s . . .
¿es bonito Ganímedes?
PEPE: Bien lindo. Ganímedes es como. . . como era
antes Monterrico. Como cuando Monterrico era de
verdad.
De arriba comienza a bajar una gran luz que se
centra a un costado del escenario.
FE L IP E : ¡Llegaron, Pepe, llegaron
PEPE: Sí, sí. Vinieron por nosotros.
F E L IP E : (Angustiado. Buscando). ¡Mi aguamanil!
¡Mi aguamanil! No consigo mi aguamanil.
PEPE: Ven F e lip e .. . ven Graciela.
Los toma de la mano y los va conduciendo a la luz.
All á. . . en Ganímedes. . . al llegar. . . al llegar nos
encontraremos con una gran extensión de aguama­
niles. Miles y miles de aguamaniles y . . . y los
Ganimedianos estarán frente a esos aguamaniles
esperándonos, esperándonos. Y . . . cuando llegue­
mos, comenzaremos a lavamos junto con ellos en los
aguamaniles. . . con un agua nueva. . . nueva. . .
nunca vi st a. . . un agua que destella y hace cambiar
de colores los aguamaniles. Nos lavaremos. . . todos
nos lavaremos y . . . y será. . . Felipe. . . G raciela. . .
será como otro bautizo.
Los tres, tomados de la mano de Pepe, llegan a la luz.
FE L IPE : (Hacia el cielo). Ganímedes.. . Ganímedes.. .
GRACIELA: (Hacia el cielo). Ganímedes.. . Ga­
nímedes. . .
PEPE: Ganímedes.. . Casiopea.. . allá vamos.
Un gran viento barre las cosas. Sonido de helicóp­
tero y una ráfaga de ametralladora.
Pepe, Felipe y Graciela, mueren.
Gran silencio.

141
ALFONZO: T e . . . te hundiste, Manrique. (Hacia el
cielo). Te hundiste. (Grita). Eran unos dementes,
Manrique. (Ríe). Se acabó tu carrera política. Te
hundiste, Manrique, te hundiste.
Amenazante, la luz, se dirige hacia Alfonzo.
(Aterrorizado). ¡No! ¡No! ¡No, Manrique, por
piedad! ¡No!
Apagón rápido.

142
Queda prohibida la reproducción total o parcial, así como la
representación de las Obras contenidas en este volumen,
sin la autorización del autor, que puede ser solicitada a la
siguiente dirección:
Néstor Caballero
Apartado Postal 17-057
Ipostel-Parque Central
1015-A-Caracas
Venezuela.

143
INDICE

Humor e imaginación en Néstor Caballero,


por Orlando Rodríguez B ......................................
La Semana de la P a t r ia ...........................................
Chocolat G o u rm e t...................................................... 41

Seis monólogos para Dalila


M an h attan ................................................................ 73
Nace una e s tr e lla ................................................... 77
El p a d rin o ................................................................. 81
Muerte en V e n e c ia ................................................. 86
C a b a r e t...................................................................... 93
Cazadores del arca p e r d id a .............................. 97
Los hombres de G an ím ed es.................................... 101
COLECCION CUADERNOS DE DIFUSION

1 Antología. — José Antonio Ramos Sucre.


2 Manual de Extraños. — Juan Calzadilla.
3 Visión de la Pintura en Venezuela. — Roberto
Montero Castro — Juan Calzadilla.
4 La plataforma continental. — Kaldone Nweihed.
5 La Crisis de la sociedad colonial venezolana. —
Germán Carrera Damas.
6 El tirano Aguirre. La Conquista del Dorado. Suena
el teléfono. — Luis Britto García.
7 La ciencia amena. — Aristides Bastidas.
8 Lao-Tse y Chuang-Tse. — Angel Cappelatti.
9 Espacios en disolución. — Hanni Ossott.
10 Ejercicios narrativos. — José Balza.
11 Cine y política. — Raúl Beceyro.
12 Libro de intervalos. — María Elena Huizi.
13 Ecología: La paradoja del siglo XX. — Carlos
Machado Allison.
14 La lucha corporal y otros incendios. — Ferreira
Gullar.
15 El arte de narrar. — Juan José Saer.
16 La educación superior en Venezuela. — Orlando
Albornoz.
17 Los instrumentos de la orquesta. — René Rojas.
18 El agresor cotidiano. — Ednodio Quintero.
19 Maquillando el cadáver de la revolución. — Julio
Miranda.
20 Trébol de la memoria. — Cecilia Ortiz.
21 Los insectos y las enfermedades. — Carlos Macha­
do - Ricardo Guerrero.
22 Narración del doble. — Gabriel Jim énez Ernán.
23 Indagación por la palabra, — Gabriel Rodríguez.
24 Textos de anatomía comparada. — Mariela Alvarez.
25 Piezas perversas. — Rodolfo Santana.
26 Los pasos por volver. — Luis Masci.
27 El día que me quieras. — José Ignacio Cabrujas.
28 Cadáveres de circunstancias. — Ludovico Silva.
29 Brasa. — Márgara Russotto.
30 El destierro. — María Elena Huizi.
31 Memoria en ausencia de imagen-memoria del
cuerpo. — Hanni Ossott.
32 El poeta de vidrio. — Armando Romero.
33 33 Construcciones de origen japonés. — Andrés
Mellado.
34 Esto que gira. — Vasco Szinetar.
35 Ultima luna en la piel. — Orlando Chírinos.
36 Los espacios del tiempo. — Marilyn Contardí.
37 Apuntes sobre el texto teatral. — Edilio Peña.
38 Un fausto anda por la avenida. — César Rengifo.
30 Los caminos borrados. — Earle Herrera.
40 Transformaciones. — Rodolfo Privitera.
41 Ejercicios para el olvido. — Enrique Mujica.
42 El dado virgen. — Raúl Henao.
43 Bitácora del alcatraz. — Freddy Hernández.
44 Pasturas. — Gelindo Casasola.
45 Textos para antes de ser narrados. — Alejandro
Salas.
40 Mundo Alterno. — Gabriel Arm and.
47 Metales. — Emilio Briceño Ramos.
48 Sol quinto. — Miguel Szinetar.
49 Distancias de la huella. — M anuel Hernández.
50 Los Hermanos. — Edilio Peña.
51 Alfabeto para analfabetos. — Isaac Chocrón.
52 Vida con mamá. — Elisa Lem er.
53 La última actuación de Sarah Bemhardt. — Néstor
Caballero.
54 El sueño de las tortugas. — Pedro Riera.
55 Babel 73. — Jea n Zuné.
56 Fuego de tierra. — María Luisa Lazzaro.
57 El poeta invisible. — Julio Miranda.
58 Libro de mal humor. — Roberto Hernández
Montoya.
59 Alguna lu z. Alguna ausencia. — Santos López.
00 Confidencias del cartabón. — Iliana Gómez Berbesi.
01 El monigote y otros relatos. — Ju a n Antonio Vasco.
02 Antología de la casa sola. — Luis Alberto Angulo.
03 El festín de los muertos. — Víctor Guédez García.
04 Si muero en la carretera no me pongan flores. —
César Chirinos.
05 La otra distancia. — Margaret Pigaro.
08 El viejo grupo. — Román Chalbaud.
07 Nueva crítica de teatro venezolano. — Isaac
Chocrón.
08 Los 1001 cuentos de una línea. — Gabriel Jim énez
Ernán.
09 Difuntos en el espejo. — Chevige Guayke.
70 La sombra de otros sueños. — Gustavo Guerrero.
71 Los andantes. — José Quintero Weir.
72 Cartas de relación. — Antonio López Ortega.
73 Principio continuo. — Alfredo Chacón.
74 Muerte en el paraíso. — Luis Britto García.
75 25 poemas. — Reynaldo Pérez Só.
70 El habitante final. — Adelis Marquina.
77 Poemas. — Francisco Madariaga.
78 A la orilla de los días. — Eleazar León.
79 Reverón. — Levy Rossell.
80 Hasta que llegue el día y huyan las sombras. —
Hanni Ossott.
81 El otro salchicha. — Armando José Sequera.
82 La historia que no nos contaron. — Carlos Pérez
Ariza.
83 El rumor de los espejos. — David Alizo.
84 Del antiguo labrador. — Elizabeth Schon.
85 Dime si adentro de ti no oyes tu corazón partir. —
Laura Antillano.
86 Antología. — José Barroeta.
87 Habitación de olvido. — Ramón Querales.
88 Cuerpo. — María Auxiliadora Alvarez.
86 Las bisagras o Macedonio perdido entre los ángeles.
Néstor Caballero.
90 El vendedor. — Mariela Romero.
91 Oculta memoria del ángel. — Orlando Chirinos.
92 La andariega. — Alicia Alamo Bartolomé.
93 El último regalo. — Edilio Peña.
94 Vida en común. — Manuel Cabesa.
95 Una cáscara de cierto espesor. — Juan Calzadilla.
96 Correo del corazón. — Yolanda Pantin.
97 Teatro. — Ugo Ulive.
98 Viola D’amore. — Márgara Russotto.
99 El bosque de los elegidos. — José Napoleón
Oropeza.
100 Mezclaje. — César Chirinos.
101 Amigos para siempre. — Carlos Moros.
102 Antología poética. — Víctor Valera Mora.
103 Soneto al aire libre. — Miguel Márquez.
104 Visión memorable. — Miguel Comes.
105 Cerrícolas. — Angel Gustavo Infante.
106 Contracuerpo. — Wilfredo Machado.
107 Parálisis andante. — Juan Antonio Calzadilla.
108 Soy el animal que creo. — Santos López.
109 Origami. — Octavio Armand.
110 Guerrero llevado adentro. — Mharía Vázquez.
111 Más cercano al día — José Antonio Yepes Azparren
112 Mi novia Itala come flores — Miguel James
113 Soy el muchacho más hermoso de esta ciudad —
Igor Barreto
114 Cementerio privado — Earle Herrera
115 La línea de la vida — Ednodio Quintero
116 Procesos estacionarios — José Luis Palacios
117 Rodríguez — Gregorio Bonmatí
118 De marcianos, patriotas y liberadas — Néstor
Caballero
119 La audiencia del obispo — Carlos Pérez Ariza
120 Almacén — Rafael Arráiz Lucca
121 La casa en llamas — Milagros Mata Gil
Este libro se terminó de imprimir
en Caracas, Venezuela, en los Talleres
de Anauco Ediciones, C. A., en el
mes de septiembre de mil novecientos
ochenta y ocho.
Néstor Caballero (Aragua de Barcelona, 1953) es conocido
como el dramaturgo más representativo de esa generación
de Autores-Directores que irrumpe en la escena venezolana
a fines de los años '7 0, preocupados por un discurso
dramático donde reconocerse como país pareciese ser la
máxima preocupación que los atañe. Sus obras han sido
representadas tam bién en el exterior: Estados Unidos,
Canadá y España. Ha sido galardonado con diferentes
premios, entre ellos: Premio “ Esther Bustam ante” del
Nuevo Grupo, Premio Municipal de Dramaturgia, Premio
Coñac de Dramaturgia “ Santiago Magariños” , Premio de
Dramaturgia Instituto Internacional Del Teatro y Premio
Nacional “ César Rengifo” . Ha publicado en este Fondo
Editorial La última actuación de Sarah Bernhardt (1981) y
Las Bisagras o Macedonio perdido entre los ángeles (1985).
Caballero desempeña en la actualidad labores docentes en
el Centro de Estudios Latinoamericanos de Creación e
Investigación Teatral, CELCIT.
FONDO EDITORIAL FUNDARTE

CUADERNOS DE DIFUSION N° 11

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