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NARRACIÓN Y NACIONALISMO

Todo régimen político, desde las monarquías más absolutas como fueron las dinastías
chinas o los grandes imperios de la antigüedad, pasando por el nazismo y el stalinismo
soviético, el capitalismo anglosajón y norteamericano, o las democracias liberales europeas,
hasta los socialismos más nimios del siglo XXI, ha recurrido a las narraciones o la
construcción de relatos para transmitir, adoctrinar y buscar perpetuarse en el poder.
La cultura de manera amplia debemos entenderla como la actividad o la manera en que el
ser humano es capaz de transformar su entorno natural. En este sentido, no puede existir ser
humano al margen de la cultura o sin ella; pero, tampoco es posible concebir la cultura sin
el ser humano.
En este contexto, todo ser humano, sin importar el estatus que tenga, puede ser extranjero o
nacido en suelo propio de una cultura, el modo de transformar su entorno se da a través del
aprendizaje, es decir, se apropia de la cultura. Y el primer núcleo en el que se fomenta esto
es la familia. Pero, no hay duda, que tal aprendizaje comienza con los nombres propios así
sean genéricos.
Las ideologías y sus promotores conocen de sobra este mecanismo, por eso los relatos de
legitimación del poder, están plagados de nombres. Por tanto, no es gratuito, que los
regímenes insistan tanto en que los ciudadanos vayan introyectando los nombres propios de
los héroes nacionales, los lugares históricos, las gestas de emancipación, las fechas patrias,
en pocas palabras, la anamnesis es importante para las ideologías.
Ahora bien, tales nombres propios no son introducidos en la conciencia colectiva de manera
genérica, sino necesariamente pasan a ser insertados en pequeñas historias, localizadas de
manera precisa en un tiempo y espacio concreto, para que su valor de legitimación del
relato englobante (la ideología en su conjunto).
Algunas ideologías contemporáneas de corte populista o las teocracias del mundo árabe,
para redoblar su fuerza de control y su coherencia elaboran mecanismos astutos de
transmisión del relato, de tal forma que no quede espacio para la disidencia. En primer
lugar siempre confrontan radicalmente el presente y el pasado, sobrecargan el estatuto del
nosotros particular y deslegitimizan cualquier otro discurso que confronte el relato o
narración englobante (o hinchado) que sostiene la ideología imperante.
Los mecanismos de transmisión recurren con frecuencia a la propaganda, y va precedido,
generalmente, de fórmulas del tipo: “He aquí la historia o es así como se los voy a contar”;
“antes se hacía esto o aquello, pero ahora hacemos esto o nosotros hacemos esto, los otros
hicieron tal cosa”; en este cometido, los gobiernos invierten ingentes cantidades de dinero,
por encima de las inversiones en salud o educación.
En los relatos construidos por una ideología dominante, los ciudadanos aparecen o se busca
que aparezcan nombrados o por lo menos aludidos, de modo que la repetición torne en
verdad inapelable los nombres propios.
Así, la comunidad va interiorizando los hechos del pasado para actualizarlos en la
reproducción acrítica de los mismos; las élites gobernantes aseguran su permanencia y
legitimación en el poder; por esta razón, la recurrencia a las historias, las fechas y los
nombres, adormecen la sensibilidad social; pues, el objetivo de toda ideología es hacer de la
mentira, que, a fuerza de ser contada tantas veces, torne en verdadera. Otro elemento
fundamental en la historia del relato englobante es que se cuentan historias de dominación,
saqueo, explotación, para que la autoridad emita y aplique las normas que legitimen el
origen de su autoridad.
Por tanto, la legitimidad del régimen y su autoridad, pasa necesariamente por la
potenciación del dispositivo normativo, que asegura que el nosotros particular sea
indestructible, por encima de los otros, aunque sea a costa de los derechos más elementales.
Los relatos de legitimación, en último término, no admiten la pluralidad.
De ahí que no es posible construir un Estado Plurinacional a partir de la priorización de un
solo relato hegemónico, y mucho menos cuando el héroe de ese relato tiene pretensiones de
divinidad. Este es un vicio muy común en las ideologías populistas.

Iván Castro Aruzamen es teólogo y filósofo.

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