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Esperare diez minutos más, el cielo esta gris, llena de nubes amenazando con ser tormenta, ella me

dijo que llevara paraguas, pero, aun así, no es por la lluvia por lo que me iría, sino más bien porque
ya sería la tercera vez que me falla y si es así tengo que salir rápido de su desaire, algo ya
acostumbrado, algo ya adolorido.

Llegó un mensaje, una chica con la que hable muy poco y en tono distante, la conversación anterior
solo se basa en quetales y holas, en preguntas generales y en respuestas monosílabas. Ahora es
diferente, una pregunta personal, directa, salida de lugar y de tiempo, nunca hablamos en persona,
pero la he visto de lejos reconociéndola, pasando desapercibido, y su pregunta por lo tanto me
sorprende, no hablamos ya hace medio año y lo poco que recuerdo es un desenlace no premeditado
sobre algunas confesiones melancólicas de su parte y recuerdo el sentimiento de impotencia,
también el dolor ajeno que me transmitía, una pena muy lejana que me hacía sentir un distante
observador de su rostro triste, donde solo podía uno contestar con mensajes flojos y vacíos de
intención verdadera, faltos de realidad. Me pregunta si estuve en un lugar, si es que ese que vio era
yo, me extraño un poco y comento que no, ese error en su observación, esa gama de sucesos que se
enmarañan en solo ese instante, donde ella ve algo falso y aparezco yo, tanto es el asombro que me
causa ahora, tanto es el sentido que quiero darle a ese error, un sentimiento que no puede ser más
que el de ser especial en el eterno instante de su hermoso error al no verme.

Saco un libro y leo esperando que el tiempo pase más rápido, traicionándome y teniendo fe en su
llegada, avanzo unas cuatro páginas, no hay nada nuevo en la lectura, me siento ya del lugar, parte
del paisaje, el libro se va de mis manos intempestivamente, subo los ojos y la veo, ella trata de hacer
escapar el libro grueso, lo hace con cuidado de no botar el separador que por milagro se quedó
dentro mientras ella lo tenía más para ella, mi reacción se limita a levantar mi mano al ritmo que
ella se aleja y parece luchar contra mi deseo fantasmal de mantener el libro entre mis manos, me
mira, mira la tapa del libro y me dice Conversación en la Catedral, sonríe y me devuelve, lo guardo
en mi bolso, llegó, me doy cuenta de ello, no la veo hace ya buen tiempo tan cerca, raras veces la vi
de causalidad, pero no tan cerca, no tanto como ahora que pude sentir sus dedos arrebatadores.

Empieza a llover, no es tan intensa, pero amenaza con serla, la noche no es tan noche por las nubes
que cubren el cielo y la torna gris clara, la llamo y me dice que ya está en el carro, estoy como a
cinco cuadras de donde pasara el carro, apuro mi paso, camino rápido, bajo la lluvia, no me hace
frio, siento más un calor saliendo en cada respiración agitada, frio en las manos, ya estoy cerca y
vuelvo a llamar, está a una cuadra, baja, no sé cuál será el carro, lo hará, espero un momento
impaciente y aparece, mirada perdida y labios rojos, ropa negra y una voz aguda, como una niña,
pido un taxi y la invito a pasar, no soy un caballero y por lo tanto no sé porque abrí la puerta para
que pasara, ¿Qué te pasa?, entramos e inmediatamente pido disculpas por lo tonto que fue pedirle
que bajara cuando pude yo subir e ir juntos, no importa me dice, revisa la hora en el celular y miro
una biblioteca de libros virtual, me emociono y pregunto de inmediato sobre lo que leía,
conversamos sobre libros, siento la coincidencia inmediata, me siento cómodo, en su lejanía de ser,
en su desconocida apariencia encierra ya un halo de hospitalidad, su perfume no es fuerte, es solo
recordable, inolvidable.

¿Por ahí?, me indica con un dedo hacia la avenida principal, digo que está bien y a la vez algunas
indicaciones recordando el objetivo de nuestro encuentro, tenemos que ir donde pensamos que
podría ir un perro con las características que describe el cartel de búsqueda, caemos en cuenta que
lo más realista es pensar que ya esté muerto, cinco días son mucho para una pequeña mascota que
está acostumbrada a una vida cómoda y además con enfermedades que requieren atención
constante, no nos desanima, no pensamos ya en el motivo, pues ya no es motivo si no más ya una
excusa, me esfuerzo en pensar en la línea del motivo, argumento ideas para tener éxito en la
búsqueda, vamos caminando, pero ya no siento lo que nos llevó ahí, no la veo hace mucho y solo
deseo escuchar más esa vocecita contándome cosas graciosas y curiosas, respondiéndome,
haciéndome creer que tengo la razón, hablo solo para que me hable, volvemos al mismo lugar, miro
hacia otra esquina del parque de donde partimos, ahora yo la indico, ahora ya sin motivo, solo
excusa, hablamos, ella me mira cuando lo hago, me mira cuando dice algo, me dice las cosas como
si fueran importantes, o las tomo yo así, hace tanto que no la he visto, no la he oído y pienso que ya
no tendré la misma oportunidad, estiro el camino con vagabundeo circular, solo quiero que sigamos
hablando.

Un restaurante japonés a unas cuadras hacia arriba, solo comí ramen cierta vez y me gusto, me dejo
llevar por la curiosidad y me dejo guiar, los silencios son cortos, retomamos la charla cada
momento con un tema cada vez más inacabable, el último fue sobre un dulce japonés, palillos de
galleta recubiertos de chocolate, existía un juego de ello, recuerdas la película de esos perros que se
enamoran y en una escena empiezan a comer espagueti hasta que en un instante se dan un beso sin
querer, supuestamente, me dice, claro que lo recuerdo, me rio y pienso en lo que sería, ¿acaso no es
algo más evidente hacerlo con estos palillos? Me refiero a la intención del beso, consulto, ella ríe,
entramos al restaurante, me sudan las manos y la veo cansada, no debes hacerla caminar tanto me
digo, ¿No hay acaso otra manera de exprimir el tiempo?, ¿No es preferible que se cansen los pies a
que las palabras lo hagan?, no lo sé, que egoísta era.

Caminemos ahora por los rieles del tren, tu miraras hacia la derecha y yo a la izquierda, es probable
que no se haya alejado tanto, con voz convincente, acepta con un gesto de afirmación, dejamos de
hablar, la simetría del camino me emociona, riel, arbustos crecidos alrededor, ella caminando al
medio, jugando y mirándome de reojo observando que no avanzo a su ritmo, ¿Te puedo tomar una
foto? Se sorprende y se detiene, está bien, se aleja más, busco un buen ángulo, me hago al experto
con la cámara de mi celular, ¿Ya?, me pregunta, con un gesto niego, tomo cinco fotos, quizá una de
ellas bien, se va en ellas, en una voltea y me mira con extrañeza e ingenuidad, son bunas tomas, la
luz es mala y la rebajo, siento que son pésimas, las odio, se las pasare luego.

Compro las galletas en forma de palillos, me da uno y los pruebo, no son nada del otro mundo,
saben cómo esperaba que sabieran, caminaremos bastante otra vez, a medio camino recuerdo sobre
el juego, se lo comento, se ríe, me mira, son esos ojos los que le dan sentido por primera vez a mi
concepción de bellos ojos, pequeños y llenos de un sentimiento que oculta, ingenuidad otra vez, me
da la sensación de saberlo todo, como si estuviera en contacto con el arge, con el ser, una
experiencia ontológica, me dice que ya, saca una de las galletas y se la coloca en la boca, me invita
a tomarla del otro lado, lo hago y poco a poco nos acercamos, me mira, no dejo de mirarla, siento su
labio y razono que besarla es lo correcto, error, se aleja, caminamos de nuevo.

Llevas una cartera nueva, le digo, si, y no sé porque traje este libro, me ensaña solo el abultado
bolso, ¿Cuál es?, uno de Conan Doyle, insisto que me lo preste, me lo prometió hace buen tiempo,
esta ya tan postergado como los helados que te debo, duda, lo saca lentamente, es un libro viejo, es
lo que uno piensa cuando escucha la palabra libro viejo, forrado de falso cuero y un cordel de
separador, como las que tienen algunas biblias caras, me lo tienes que devolver, me dice, claro y
como no lo voy a hacer, a veces te molestas y dejamos de hablarnos, ese es mi temor, me dice.
Reviso el libro y huele bien, lo cuidare niña, pienso en el libro que ella beso y dejo su labial en sus
hojas blancas, ¿Cómo podría devolver el detalle? Ya no se puede, fueron distintos instantes,
momentos lejanos de circunstancias otreras.

Esta feliz, la librería la hizo feliz, y yo doblemente feliz por su sonrisa, no me doy cuenta de la
reacción instintiva del juntar nuestras manos, se siente bien, es bueno estar junto a alguien en el mar
del cambio, nuestros seres comparten entonces algo, su compañía es ya más cercana, pero a ella le
preocupa, es muy poco tiempo para hacer esto, sin ser nada, una cuadra más allá de la avenida
principal vuelve su mirada de hechizo, no se detiene y atino a abrazarla, de la misma forma que las
manos se juntaron para fundirse, los brazos exigen una reacción sin explicación similar, nos
besamos, no distingo mi ser del suyo, mi pensamiento le pertenece, rasgar algo de cielo es pues no
sentirse.

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