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EL SEXO EN CUANTO A RECOMPENSA.

Una de las partes más


controversiales del libro es cuando Vilar muestra a la mujer como
prostituta, es decir, cuando la mujer hace: «…que un hombre trabaje
para ella, a cambio de poner intermitentemente a su disposición,
como contraprestación, la vagina…».

«Toda doma se basa en el principio del látigo y el terrón de azúcar.


La aplicabilidad de una u otra punta del método depende en cada
caso de la correlación de fuerzas entre el domador y el objeto de la
doma. Pero incluso en la doma de niños pequeños se advierte que
predomina la tendencia al terrón de azúcar: éste tiene, en efecto, la
ventaja de que conserva mejor la confianza de los niños en sus
padres; los niños siguen acudiendo con sus problemas a sus padres y
se dejan manipular más fácilmente que si fueran enderezados con
palizas sistemáticas. Cuando un delfín ejecuta correctamente uno de
los actos de su doma, el domador le premia con un pez. El delfín se
tiene que alimentar, y hace por su alimentación lo que le exigen. En
cambio, un varón es capaz de procurarse por sí mismo su alimento: el
dinero pasa, al menos, por sus manos. Por eso sería hasta cierto
punto insobornable si no sintiera otra necesidad muy intensa que no
puede satisfacer por sí mismo: la necesidad de contacto físico con el
cuerpo de una mujer. Es una necesidad tan intensa y el hombre
experimenta tanto gusto al satisfacerla que aquí se encuentra quizás
el motivo más robusto de su sumisión a las mujeres…».

El hombre: «…tiene que satisfacer su necesidad, y el fundamento de


la economía sigue siendo el trueque. El que pide la prestación de un
servicio tiene que ofrecer a cambio algo igualmente valioso. Ocurre,
empero, que los varones han llegado a encarecer hasta precios
insensatos la utilización en exclusiva de una vagina. Esto permite a la
mujer ejercer una explotación intensísima que supera ampliamente al
sistema capitalista más conservador. Ni un solo varón se salva de
ello. Y como lo femenino es ante todo un hecho social, y no tanto un
fenómeno biológico, ni siquiera los varones homosexuales se libran
de esa explotación. Entre ellos, el miembro menos instintivo de la
pareja descubre pronto la manipulabilidad del más fuerte
sexualmente y adopta el papel de explotador -o sea, de mujer- incluso
en su comportamiento externo: ser femenino quiere decir ser el de
menos impulso sexual. Del mismo modo que no se pueden permitir
grandes sentimientos, las mujeres renuncian también a una libido
intensa (si no, ¿cómo se podría explicar que las chicas se nieguen al
amigo que les gusta, pero sigan hablando de amor con él y respecto
de él?). La mujer reprime la libido -siguiendo los consejos de su
madre- ya durante la pubertad, en interés del capital que eso ha de
rentarle más adelante. Antiguamente la única novia valiosa era la
novia virgen, y todavía hoy se considera que una muchacha de
pocos amantes vale más que una que haya tenido muchos.»

EL SEXO Y LOS ANTICONCEPTIVOS. Con respecto a estos


temas, Esther Vila opina que el hombre: «…sigue siendo víctima de su
costumbre de aplicar sus propios criterios a la estimación de la
mujer. Ahora cree que, como la mujer cuenta con un método
anticonceptivo seguro, no va a tener más obsesión que la
de recuperar todo lo perdido y dedicarse exclusivamente a lo que él
mismo -por la eficacia de su doma- considera el más alto de todos los
placeres, el sexo. Error evidente. El sexo es, desde luego, un placer
para las mujeres, pero no el mayor. La satisfacción que produce a la
mujer un orgasmo se encuentra en su escala de valores muy por
debajo de la que le procura, por ejemplo, una cocktail-party o la
compra de un par de botas acharoladas de color calabaza.»

«Se puede decir que las mujeres ninfómanas existen casi


exclusivamente en el cine y en el teatro. El público tiene curiosidad de
ellas precisamente porque son muy escasas en la vida (por la misma
razón son tantas las películas y novelas que tratan de gentes
riquísimas, cuya proporción en la población total es muy baja).»

«Las mujeres se interesan -cuando se interesan por la potencia


masculina principalmente por razón de los hijos que quieren tener. La
mujer necesita hijos -como veremos más adelante- para poder
realizar sus planes. Es de presumir que muchas mujeres se alegrarían
de que la potencia sexual de su marido se agotara tras haber
engendrado dos o tres niños. Esto le evitaría una enorme cantidad de
pequeñas complicaciones. Que la importancia que da la mujer a la
capacidad física del varón es escasa lo prueba, finalmente, el hecho
de que los varones que ganan o tienen mucho dinero se pueden volver
a casar y seguir casados con toda normalidad cuando ya son
impotentes (en cambio, es casi imposible imaginarse que una mujer
sin vagina tuviera posibilidad alguna de casarse con un hombre de
predisposiciones normales).»

***

Son palabras muy interesantes las que ha escrito Esther Vilar, ¿no lo
creen? Y esto que no les he puesto aquí ningún fragmento sobre lo
que Esther piensa, por ejemplo, de la relación que hay entre la
religión y las mujeres. Aquí sólo les estoy presentando la punta del
iceberg. Ojalá que alguna mujer al leer esto comentara con alguna
idea contrapuesta y creativa.

Por mi parte, he tenido la oportunidad de hablar con algunas mujeres


cuya conversación es muy estimulante desde el punto de vista
intelectual y artístico, y creo fervientemente que las mujeres tienen la
capacidad de alcanzar todo lo que deseen, en cualquier campo de la
vivencia y del trabajo humano.

Pero también me he encontrado muchas veces con mujeres


tan banales que se ajustan muy bien (desgraciada y vergonzosamente)
a la visión que tiene Esther Vilar de las féminas.

Sin embargo, este libro tiene una evidente contradicción y es que la


misma Esther Vilar, quien trata en su ensayo de tontas a las mujeres,
es también una mujer y ella ha sido capaz de escribir un libro muy
original, brillante y, en muchas de sus partes, bastante cercano a la
realidad. Yo entiendo también que ella se refiere al grueso de las
mujeres indiferentes con su formación espiritual e intelectual,
apáticas al estudio e inclinadas a las cosas más superfluas de la vida.

A mí me parece que este libro de Esther Vilar debería ser abordado


por las mujeres y los hombres con un poco de humor y lo deberían de
ver y sentir como una crítica a nuestra sociedad.

Quiero dejar claro, también, por cualquier duda morbosa, que no


estoy de acuerdo con la violencia en general, y tampoco, por
supuesto, con la ejercida contra la mujer. Y digo esto porque algunas
feministas creen que no estar de acuerdo con ellas en todo, es estar de
acuerdo con la violencia contra ellas. Nada más lejos de la verdad.
Estoy además en pro de que las mujeres alcancen altos cargos
políticos, artísticos o ejecutivos en una empresa, toda vez que el
puesto lo consigan porque están capacitadas para ello.

Por eso, en estos tiempos de reivindicaciones femeninas y en donde se


habla tanto de la mujer como un ser superior al hombre, en estos
tiempos de excesos como el de ciertas feministas radicales (no todas,
por supuesto) que han llegado a convertir su bandera en un machismo
al revés, es muy apropiado leer a Esther Vilar, para no menospreciar
a los hombres y más bien alcanzar un equilibrio entre los dos sexos.

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