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CAP1TULO VII

PROCLAMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DEL PERU

1. Entrada de los patriotas en Lima. - 2. Jura de la Independencia. - 3. El Pro-


tectorado. - 4. Alarde infructuoso de Canterac: rendición de los castillos. - 5.
Desavenencias con Cochrane : retirada del almirante.

BIBLIOGRAFiA: Jorge Corbacho. El 28 de Julio de 1821 según relaciones de testigos


presenciales. Lima, 1911. - Fernando Gamio Palacio. La Municipalidad de Lima y la
Emancipación. 1944. - Odriozola. Docums. Históricos. Vol. 4. - Nemesio Vargas.
Historia del Perú Independiente. Tom. 1. - Mitre. Historia .de San Martín. Tom. 3
edic. 1939). - Cochrane. Memorias. - García Camba. Memorias. - Gaceta del CJo.
bierno de Lima Independiente.

1.- La Serna, decidido a abandonar Lima, resolvió dejar el mando


político y militar en manos del Marqués de Montemira y del Valle de
Oselle; como puede verse en la proclama que el 4 de julio dirigió a los
habitantes de Lima. En la dudad no quedaron para su ·resguardo sino·
200 milicianos del regimiento de la Concordia, fuerza escasa para una
población de 60.000 habitantes y amenazada por todas partes. El Mar·
qués, no bien salieron los españoles, húbo de pedir auxilio a los coman-
dantes de los navíos neutrales al ancla en el Callao, los cuales, como
dice uno de ellos, el capitán Basil Hall, accedieron a su demanda.
Parecía natural que siquiera para proteger las vidas y haciendas de
los . españoles, numerosos en Lima, hubiese · dejado una fuerza compe·
tente, pero no lo hizo y recurrió al menguado .arbitrio de aconsejarles
que se refugiaran en el Callao o buscaran asilo donde mejor les parecie-
ra. A Sa:q Martín le pidió que usára de clemencia con los muéhos enfer-
mos que dejaba en los hospitales y alejara de los alrededores a las par-
tidas de montoneros y ·merodeadores, así en la nota que el 4 de Junio
pasó a sus ·.colegas de la junta de pacificación .y éstos trasmitieron a
los patriotas como en el oficio que el 6 de Julio dirigió. el mismo .San
Martín. Invocaba la generosidad éon que. él había procedido,. pues estan-
do autorizado por las leyes de la guerra para destruir cuantos edificios
y pertrechos de guerra le podían ser. útiles, no lo había hecho, como si
tuviera en poco el desmantelamiento realizado en una ciudad que había
sufrido, puede decirse, los rigores de un sitio.
San Martín comentó por tranquilizar los ánimos de los . habitantes
y dio al mismo tiempo las más eficaces órdenes para que ninguna de las
partidas de montoneros se ~cercase .a los suburbios. Despti,és de esto.. se
preoeupó de abastecer a la capital y el 15 de Julio dirigía al ayuntamiento
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según el mismo Riva Agüero, había incurrido en dos faltas al retirarse por
el camino de Canta, primero, exponiéndose a ser batido en detall, pues
dejaba a San Martín franco el camino más corto para llegar a Jauja en
cinco días, a marchas regulares, mientras él necesitaba doble tiempo para
llegar al mismo punto; segundo, permitiendo a San Martín caer con todas
sus fuerzas sobre el Virrey, que no contaba con fuerzas bastantes para
resistirlo y aun para poder salvar su tren militar. ¿Qué mejor ocasión po-
día pues presentársele a un general aguerrido y deseoso de doblegar a
su adversario? La estación del año era favorable para trasponer la cordi-
llera; al protector no le faltaban medios de movilidad y una marcha rá-
pida sobre Jauja habría desconc.e rtado a La Serna, lo habría puesto en
fuga y, "h,~cho esto, el batir a Canterac, cuyas tropas venían fatigadas y
maltrechas después de su largo y penoso viaje, habría sido empresa fácil.
Con esta victoria habría terminado la dominación española en el Perú. 17
5. - Una vez ocupada Lima por los patriotas, Cochrane insistió ante
San Martín para que se pagase a las tripulaciones de los barcos, a fin de
calmar el descontento que entre ellos cundía y prevenir la insubordina-
ción. Según lo convenido con el gobierno de Chile, una vez tomada Lima,
se abonaría a oficiales y marineros sus haberes atrasados, que represen-
taban cerca de 150.000 pesos; se les había ofrecido, además, otorgarles un
año de sueldo de gratificación y 50.000 pesos, prometidos por Cochrane, a
cuantos tomaron parte en la toma de la Esmeralda. El Almirante había
insistido en la paga y el 7 de Agosto · de 1821, a vuelta de otras muchas
advertencias que hacía a San.Martín, le volvía a repetir que era necesario
cumplir los compromisos· contraídos con la escuadra y que era injusto
que a ésta se la mantuviese impaga cuando al ejército se le concedían
dobles haberes. El 9 le contestaba San Martín, reconociendo la deuda que
se debía a los marinos, por concepto de la gratificación ofrecida y el pre-
mio a los captores de la Esmeralda, pero rehusando pagar los haberes
atrasados, porque en su concepto era Chile quien debía pagarlos. No era
político, dice Nemesio Vargas, hacer objeciones al pago de estos haberes,
si se tiene en cuenta que los marineros se encontraban al servicio del Perú.
Nos adherimos a esta opinión y consideramos que en esta parte San Mar-
tín incurrió en un error.
Mas no sólo por esta causa se dio por ofendido el Almirante, quizá
le dolió más ver la protección que se dispensaba a los desertores de la
escuadra y el favor que se había prestado a algunos de sus subalternos,
como Guise y Spry, que no habían querido acatar sus órdenes. El 24 y
el 27 de Agosto de 1821,,Cochrane se dirigió a Monteagudo como ministro
de Marina y en ambas comunicaciones le da a entender que la situación

17 P. Pruvonena. Memorias y Documentos para la Historia de la Independencia


del Perú. Tom. L Cap. 111, pág. 83 y s.
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de la escuadra es insostenible y que él no se hace responsable de lo que


pueda ocurrir. 18 La solución, si cabe llamarla así, vino por donde no se
la esperaba. La aproximación a Lima de los realistas obligó al Gobierno
a remitir a Ancón y embarcar en los navíos toda la plata piña que había
depositada en la Casa de Moneda, gran parte de la cual pertenecía a par-
ticulares. No bien lo supo el Almirante se apoderó por fuerza de ella y
pagó a las tripulaciones. Corno más tarde se le hiciese cargo de esta tro-
pelía y se le acusase de haberse incautado aun de lo que pertenecía al
capital privado, respondió que había devuelto a sus dueños las sumas que
había comprobado ser suyas y que de lo demás había dispuesto. En este
turbio negocio no es fácil determinar de qué parte estuvo la razón. San
Martín, por medio de Monteagudo, intimó a Cochrane el 26 de Setiem-
bre la orden de retirarse a Chile, pero antes de esto es de saber que el
Gobierno, valiéndose de Paroissien y Spry, trató de seducir a los oficiales
y marineros de la escuadra, a fin de que, abandonando las naves en que
prestaban sus servicios, pasaran a incorporarse en la marina del Perú.
Según el mismo Cochrane, 23 oficiales dejaron el servicio de Chile y se
pusieron a disposición del gobierno peruano. 19 Esta situación no podía
durar y Cochrane, sin hacer el menor caso de la orden recibida, la cual
le fue reiterada el día 3 de Octubre salió para Guayaquil con la O'Higgins,
la Independencia, la Valdivia y el Araucano, en tanto que enviaba a Val-
paraíso a la Lautaro y al Galvarino.
Su intento era apoderarse de las fragatas españolas Prueba y Ven-
ganza que sin rumbo fijo se habían dirigido hacia el Norte. En Guayaquil
no las encontró, por lo que siguió adelante hasta Panamá y Acapulco.
Desde este lugar envió a la Independencia y el Araucano hasta San Fran-
cisco, por si en aquellas costas se hubiesen refugiado y él volvió la proa
hacia el Sur. En la costa de Esmeraldas se le dio aviso del paso de las
fragatas y a toda vela se encaminó a Guayaquil, entrando en la ría el
13 de Marzo. Sólo halló a la Venganza y a la corbeta Alejandro. Los ca-
pitanes Villegas y Soroa habían pasado a Panamá, donde encontraron
a la corbeta. Como en el istmo se hubiese proclamado la independencia,
entraron en relaciones con el gobierno y alcanzaron que se les proporcio-
nase víveres y diese protección, obligándose por su parte a no hacer acto
de hostilidad alguna contra la república de Colombia. Habiendo pasado

11 Mss. C. V. Tom. 25. En otra de 5 de Agosto pide que en un consejo de


Guerra se vea el asunto de la pérdida del San Martín. Cochrane en sus Memorias,
Cap. X, confiesa que, a excepción de tres o cuatro cargamentos con frutos envia-
dos al Callao, él hubo de proveer con su propio esfuerzo a la escuadra, csin que
para estos objetos un solo peso haya venido del erario del gobierno chileno».
19 Fuera de Guise, se incorporaron a la marina :peruana, Roberto Forster, Juan
Spry, Juan Esmond, todos ellos capitanes, el temente Guillermo Prunier, Juan
Young, los tenientes Robinson, Freeman, Price, Homand, Robertson, Bell, Gull,
Reeding y Wickham.
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a Guayaquil, el agente del Perú, coronel D. Manuel Rojas, con el auxilio


de los generales La Mar y Llano, obtuvieron que el capitán José Villegas
entregase las naves al Gobierno Peruano, comprometiéndose por su parte
el Perú a pagar los haberes y gratificaciones que se debían a la tripula-
ción y conducir en navíos neutrales a los que quisiesen volver a España.
Este convenio se celebró el 15 de Febrero de 1821 y lo suscribieron los
comisionados de la junta de gobierno, de los capitanes españoles y el ya
citado D. Manuel Rojas.
Cochrane que soñaba con apoderarse de ambas fragatas no pudo
contener su indignación y ordenó a Crosby que abordara la Venganza y
arriara la bandera peruana, izando al tope la chilena. Hecho esto se situó
en actitud hostil frente al puerto. El atropello indignó a la población,
pero mediante los buenos oficios del General La Mar, se llegó a un acuer-
do; la Venganza quedaría al servicio de la Junta de Guayaquil y la corbe-
ta sería devuelta a sus armadores. El 25 de Abril, después de haber toca-
do en uno de los puertos del Norte, arribó al Callao y reclamó para sí
la fragata Prueba, que ya había sido bautizada con el nombre de Protec-
tor. No se hizo caso de sus representaciones y como unos días más tarde
se presentase la Moctezuma, la abordó e izó en ella el pabellón de Chile.
Era entonces director de marina el chileno Luis Cruz y éste no pudo me-
nos de decir en su informe que Cochrane, «prevalido de la fuerza que se
le había confiado, usaba de ella conforme convenía a sus particulares
intereses».
Por fin, el 1 de Mayo abandonó para siempre las aguas del Callao
este marino, insigne, sin duda, por su bravura y su experiencia náutica,
pero demasiado tentado de la codicia y a quien no sin alguna razón llama
San Martín en carta a O'Higgins, de 29 de Setiembre de 1821, «noble pi-
rata».
Uno de los cuidados del protector fue el dotar al nuevo estado. de
una escuadra propia. No se hacía necesaria, así por hallarse en nuestras
costas la comandada por Cochrane como por la ausencia de naves espa-
ñolas, pero era conveniente mirar el porvenir y nuestra extensa costa,
así como la arbitrariedad y altanería con que procedían los marinos
ingleses y norteamericanos, estaban exigiendo su existencia. Por lo pron-
to, San Martín hizo que viniese de Chile el almirante Blanco Encalada
y a éste y a Cruz les encomendó la organización de la escuadra. La com-
ponían la corbeta Limeña (antes Thais) y los bergantines Belgrano (antes
Guerrero) y el Balcarce (antes Pezuela). Estos barcos recibieron orden de
pasar a puertos intermedios, así para evitar que por ellos pudieran reci-
bir refuerzos los españoles como para favorecer un desembarco, cuando
la ocasión se presentase. A estas naves se unieron luego el bergantín
Spano (antes Nancy) y la goleta Cruz (antes Proserpina). A esta división
habría que añadir las fragatas Protector y la Guayas (antes Venganza) y
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las goletas Castelli (antes Sacramento) y la Moctezuma y Macedonia, en


la última de las cuales pasó San Martín a Guayaquil. Con tal número de
naves y no habiendo en las costas del Perú enemigos que combatir, San
Martín concibió la peregrina idea, que comunicaba a O'Higgins, en carta
de 26 de Junio de 1822, de enviar a Guise con la Prueba y la Venganza
y la Macedonia, a la misma España a fin de arruinar en lo posible el
comercio español y, como si no dudara del éxito, invitaba a O'Higgins,
«a unir a estas fuerzas algunas de este Estado» con lo cual la expedición
tendría los mejores resultados. 20
Guise fue el verdadero organizador de nuestra marina y el que la
sirvió con más desinterés y constancia. Los comandantes de las naves,
en su mayoría eran extranjeros y si bien algunos cumplieron con su de-
ber, no faltaron quienes procedieran como mercenarios u obraran a su
antojo, como aquel capitán Délano, de quien decía San Martín a O'Hig-
gins, «que había salido otro demonio como Cochrane». Con tales ele-
mentos no se podía confiar y la experiencia lo vino a demostrar bien
pronto, pues el 29 de Noviembre una goleta que hacía de guardacostas
en Chorrillos, se sublevó y el piloto con 14 marinos ingleses, dando vivas
a Lord Cochrane, se hicieron a la vela para el Norte, escapando tan sólo
dos marineros que en un bote vinieron a tierra.

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20 Archivo de O'Higgins. Tom. VIII, Santiago, 1951, p. 205-206.

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