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PLATÓN reunió por primera vez los diversos aspectos de los anteriores intentos de
interpretación, que entendían como origen del mal: el ÁPEIRON de Anaximandro,
donde todas las cosas son a la vez, las cualidades son comunes y al mismo tiempo
contrarias: lo mismo que provoca lo caliente provoca la frio (las cualidades no son
propias de ningunas y están en todas). El ORFISMO la tensión de lo opuesto en la
realidad de Heráclito, el hombre por una culpa anterior al nacimiento (el mito de
Dionisos hijo de Zeus y Persefones). O bien a causa de una ignorancia
condicionada por el cuerpo (Demócrito, Sócrates). Para Platón, lo mismo que para el
estoicismo, Dios no es en modo alguno autor del mal. Mas como Platón debe
necesariamente quitar realidad al mal (condicionándolo bien cósmicamente, por la
materia, bien antropológicamente, por los afectos) y convertirlo en algo sólo
aparente, a fin de darle así cabida en su sistema monista, su pensamiento también
está determinado ocultamente por el dualismo. Este dualismo aflora en los esquemas
de emanación del -> neoplatonismo, los cuales entienden el mal como un
alejamiento progresivo de las cosas (o de los ámbitos de cosas) respecto de su
origen, o sea, identifican el mal con la existencia propia del ente mismo frente al
Uno, que está por encima de los entes, aunque éstos, sin embargo, desembocan en el
Uno.
3. Con este mensaje del Dios todopoderoso y totalmente bueno, que, sin embargo,
permite el mal, debe ahora el cristianismo primitivo contestar a las preguntas de las
religiones más o menos dualistas que le salen al encuentro. Lactancio (De ira Dei
13) precisa el problema planteado en los términos de que Dios: (1) o quiere impedir
el mal, pero no puede (lo cual suprimiría su omnipotencia); (2) o puede, pero no
quiere (cosa que parece contradecir a su bondad); (3) o no quiere ni puede; (4) o
quiere y puede (lo cual queda refutado por la realidad del mal). Los intentos de
respuesta a (2) recogen los elementos de interpretación de la filosofía griega, con
frecuencia separados imperfectamente del contexto de un pensamiento dualista. Se
recurre ante todo a la interpretación del mal como privación. Se destaca nuevamente
la libertad (y la posibilidad del pecado inherente a ella) en la que Dios debe crear al
hombre (p. ej., IRENEo, Adv. haer. iv 37, 1: — en Dios no hay coacción —;
TERTULIANO, Adv. Marc. ii 6s); pero no parece todavía dilucidada la permisión
del abuso real de la libertad.
Sin embargo, Dios no puede crear nada con el mal; su causa es únicamente «la
voluntad que cae del bien inmutable al mutable, primero la del ángel, después la del
hombre» (Ench. 23). La posibilidad de esto radica en la libertad del espíritu finito, la
cual, sin embargo, constituye la preeminencia de su esencia: «El hombre, que hace
el bien por decisión libre de su voluntad, es mejor que un ser bueno por necesidad»
(De diversis quaestionibus 83, 2). La cuestión del porqué de la permisión fáctica del
pecado sigue en pie (la solución de que incluso el alma pecadora posee dignidad
mayor que todo lo no espiritual [De lib. arb. tii 12, 16, etc.] no es suficiente). Y
sigue en pie precisamente de cara al principio apodíctico: «Es bueno que no sólo
haya bien, sino también mal» (Ench. 96). Ciertamente se puede establecer hasta
cierto punto a priori — en todo caso después de la permisión del mal— que Dios ha
de poder y querer convertirlo en bien: bene utens et malis de malis bene facere
(Ench. 27, 100; cf. De civ. Dei xxii 1; Ep. 166, 15; et in malis operibus nostris Dei
opera bona sunt [De mus. vi 30]). Aunque el mal, y sobre todo lo moralmente malo,
es contra la voluntad de Dios, no se desvincula completamente de ella, pues está
abarcado por una indirecta voluntad permisiva (Ench. 95s; De civ. Dei xi 17, xviti
51, xxri 2; De corr. et grat. 43; Sermo 301, 5, etc.). Agustín se limita a insinuar
cómo Dios transforma el mal en un bien mayor, (p. ej., la negación de Pedro
conduce al progreso en la humildad y el conocimiento [De corr. et grat. 25; Sereno
285, 3]).
Lo que acabamos de decir acerca de la cruz no puede hacernos olvidar que la culpa
— incluso como perdonada y precisamente a la luz de este perdón — se muestra
siempre como aquello que no debe ni puede ser. No puede hacernos olvidar que el
amor no necesita jamás de ella (¡qué clase de amor sería éste!), sino que la victoria
del amor sobre la culpa consiste precisamente en su descubrimiento como tal, es
decir, como lo absolutamente nulo: nulo como contrario y absurdo, y nulo también
como inoperante, o sea, sin sentido bajo cualquier acepción de la palabra. Sólo así la
culpa permanece culpa, sin interpretaciones que la transformen, sólo así lo malo y el
mal son tomados como lo que son.
Y, a pesar de todo, el amor alcanza precisamente así (en vistas al mal) una nueva
dimensión. Lo absurdo (sin posibilidad de justificación por sí mismo) es puesto al
servicio de lo que tiene sentido. Por consiguiente, también aquí, como tantas otras
veces, en último término hemos de mantener firmemente el «hecho» de la
compatibilidad de datos que aparecen como opuestos, sin una visión totalmente
satisfactoria del «cómo». Sin embargo, el problema de la t. no puede caer en el
círculo existencial que precisamente hoy amenaza: el mal que hoy se impone a la
experiencia no permite ver con claridad persuasiva la existencia de aquel Dios que
debe iluminar la sombra de ese mal.
Si hay cuestiones que no quieren ser «respondidas», sino vividas (R. Guardini), una
de esas preguntas es el problema de la t. Aquí el curso del pensamiento hace retornar
a la reflexión «staurológica» (III, 3), no en el sentido de una respuesta que zanja la
cuestión, sino como una audición de la pregunta permanente. Así la pregunta
permanece como llamada: a la acción y a la esperanza («contra toda esperanza»
[Rom 4, 18]) más allá de nuestras obras. Lo que sana el mal y lo malo es el amor.
El problema del mal es, indudablemente, la más compleja y de más difícil solución
que la filosofía puede plantearse. En él no sólo se dan problemas de todas clases
(filosóficos, teológicos, metafísicos, psicológicos, gnoseológicos, etc.), sino que
parece abocado a irreductibles paradojas y antinomias que hacen de tal problema un
abismo vertiginoso para el limitado espíritu humano. Al parecer quienes tienen
osadía de emprender la tarea de encontrar respuestas al problema del mal, deben
correr la misma suerte que el justo Job, el silencio.
Por tanto quienes investigan sobre el mal en sus múltiples direcciones, es decir, en
las diferentes formas que se presenta en el mundo y en la vida humana, deberían
ante todo comenzar preguntándose qué es el mal. Esta búsqueda es conveniente que
se inaugure por una definición del mismo mal. Es imposible acercarse a dicho
problema y dar un juicio sobre las soluciones que dé él se han propuesto, sin
conocer su fondo. Pues quien se arriesga sin considerarlo como evidente, es muy
probable que termine errado tal como inició.
Plotino percibe la importancia de tener una definición del mal y lo plantea como el
primer paso metodológico que se debe dar en esta investigación. Después se podrá
hablar de su origen y causas, naturaleza, sentido y de la razón por la que acontece,
precisamente, sobre lo que versará el siguiente estudio del mal. No obstante, no se
puede considerar como resuelto o reducido, el gigantesco problema del mal por el
hecho de saber qué es, pero si podrá resultar más fácil el presentar soluciones y el
poder elaborar juicios de las respuestas dadas como solución.
El mal se ha definido desde antiguo como privación del ser, es decir, como un no-ser.
En este sentido expresa Gabriel Marcel: “Desde Platón, el mal se define no como “ser”,
sino como “no-ser”. Pero, según Charles Journet, el primero en sacar a la luz plena esta
definición fue San Agustín cuando expresa con toda claridad: « Alejándome de la
verdad, yo pensaba que iba a su encuentro: porque no sabía que el mal no es sino la
privación de un bien, y que tiende hacia lo que no es de ninguna manera. “El mal no es
una sustancia, porque si fuera una sustancia sería bueno”. “El mal no es otra cosa que la
privación de un bien. “El mal no representa ninguna naturaleza y este nombre no
significa sino la privación de un bien».
La aceptación de la definición tradicional del mal como “privación del ser” por un
número representativo de pensadores, puede ser un indicador que garantiza la validez de
la misma. Sin embargo, resulta necesario aclarar los dos sentidos que tiene el término
privación, ya que no toda privación es un mal.
En sentido amplio esta palabra podría designar toda carencia, toda ausencia de un bien.
En sentido estricto, la privación es opuesta a la simple negación o la simple ausencia.
“Privación de un bien debido”, es la definición del mal más aceptada entre los que se
han ocupado de este tema. Entre los que asientan esta definición del mal, encuadramos a
Santo Tomás de Aquino, quien también define el mal como no-ser, sin naturaleza o
esencia, ni causa eficiente, ni formal, es carencia del bien.
Existe privación cuando nos falta algo que la naturaleza exige, es decir, se carece de un
bien que nos es propio y que la naturaleza no rechaza. Así por ejemplo: no supone un
mal la carencia de alas por parte de un ser humano porque no le es propio poseerla
como lo sería en un pájaro; pues esto no es una exigencia de la naturaleza de condición
humana, esto sería un mal en el pájaro, porque se lo exige su naturaleza. En ello
podemos notar que privación no es lo mismo que ausencia; en nosotros las faltas de alas
no representan una privación, ya que no nos es un bien debido por naturaleza sino que
es simplemente ausencia. Sin embargo, el pájaro representa una privación porque se lo
exige su condición. Sí que es malo, por ejemplo, que un hombre este privado de la vista
o le falte una pierna, porque ambas cosas le son propias y debidas por naturaleza. Nadie
encuentra malo el no poder volar, sí la privación de la vista o de un miembro.
Walter Brugger en referencia a lo dicho añade: “El mal no es una cualidad positiva del
mismo, sino la falta de aquella bondad (perfección, plenitud del ser) que debería
corresponderle de conformidad con su esencia total (privación).
En el acápite anterior definíamos el mal como privación del ser de un bien debido; sin
embargo, su ausencia es real, es decir, su no-ser existe. Esta realidad tan diversa y
compleja que inquieta el corazón humano, accede de ser una realidad más del universo a
la condición de problema, pero de un trato difícil. El mismo término de “problema”
supone un hecho exterior con el cual me tropiezo, algo que se me pone por delante. La
mejor definición la ofrece Gabriel Marcel al respecto: “El termino problema tiene la
misma raíz que la palabra latina objetum: algo con lo que me encuentro en el camino,
exterior, sobre lo que inquiero datos, puedo catalogar, especificar, registrar”.
De ahí que el mal es visto como un problema, sobre el cual han reflexionado muchos
autores al respecto, tratando de explicar o describir su naturaleza. En consecuencia, se
ha catalogado el problema del mal en distintas versiones. La versión teórica del mal, que
a su vez se divide en dos: el problema lógico del mal y el problema evidencial del mal;
y la versión existencial del mal. Sin más, veamos en qué consiste cada explicación del
problema del mal.
Esta formulación del problema del mal, insiste en la inconsistencia de un sistema en que
se sostuviera que Dios existe y que existe el mal. De modo que el problema teórico del
mal es el problema de la relación que existe entre determinadas proposiciones sobre
Dios y otra sobre el mal.
1. Existe Dios
2. Dios es omnipotente
3. Dios es omnisciente
4. Dios es absolutamente bueno
Por razones de brevedad, se suelen unir estas proposiciones en una proposición
compuesta, que será fijada en lo adelante.
(D) Existe un Dios omnipotente, omnisciente y absolutamente bueno. De manera que
cuando usemos (D) nos estamos refiriendo a dicha proposición.
La versión lógica del mal también se la conoce como problema a priori o como
problema deductivo, ya que no se parte de un mal concreto o vivido, sino que se plantea
el mal como una realidad existente que afecta una condición. El objetivo principal de
esta versión es poner de relieve la supuesta inconsistencia lógica entre (D) y (M).
Cuando nos referimos a inconsistencia lógica entiéndase dos proposiciones que no
pueden ser verdaderas a la vez. Esta imposibilidad surge cuando una proposición
implica la negación de la otra. Pero debe advertirse que el argumento de la
inconsistencia lógica es independiente a la cuestión de la verdad o verificación. De
modo que, no se requiere saber la verdad o falsedad de las proposiciones para saber si
son lógicamente inconsistentes. Este tipo de argumentación se basa en una estructura
puramente deductiva y su estrategia es mostrar una contradicción a partir de la
existencia de un Dios omnipotente, omnisciente, absolutamente bueno y la existencia
del mal.
San Agustín es otro en hacer un planteamiento lógico del mal. Él advierte en Las
Confesiones que “o Dios no puede abolir el mal o no quiere; si no puede entonces no es
todo poderoso y si no quiere no es perfectamente bueno”. Y siglos más tarde en la
Summa theologiae santo Tomás de Aquino lo plantea de la siguiente manera: “Parece
que no existe Dios. Si de dos cosas mutuamente exclusivas, una existiera sin límites la
otra dejaría de existir. Pero la palabra Dios designa un Bien sin límite. Si Dios existiera,
nadie podría encontrar mal en el mundo. Pero se puede encontrar mal en el mundo.
Luego Dios no existe”.
La versión lógica del problema del mal se reformula con mucha más radicalidad en la
contemporaneidad, tanto así que su único objetivo es de carácter ateológico. Ya no se
propugna por responsabilizar a Dios de la existencia del mal ni por justificarlo, sino que
se argumenta con toda agudeza para probar su no existencia, donde el mal representa al
testigo más incontrastable. Por tanto, sostendrá que (D) y (M) no pueden ser verdad a la
vez.
Mackie presenta dos proposiciones adicionales –que a su vez las considera casi como
reglas lógicas– para mostrar la inconsistencia lógica entre estas dos proposiciones.
(1) El bien se opone al mal; de modo que un ser bueno elimina todo el mal en la
medida de sus posibilidades.
(2) No hay límites (aparte de lo imposible lógicamente) a lo que un ser omnipotente
puede hacer.
Mackie mediante estas dos proposiciones busca demostrar que no existen razones
válidas para justificar a Dios frente al problema del mal. Es decir, no existe ninguna
razón que permita exculpar a Dios como responsable del mal. La primera proposición
plantea cómo el bien combatiría el mal en toda las medidas posibles; luego la segunda
viene siendo el complemento de la primera, no hay nada imposible para un ser
omnipotente, salvo aquello lógicamente imposible: un triangulo cuadrado, por ejemplo,
es algo lógicamente imposible. Entonces, si Dios representa el Bien y no tiene límites
para hacer lo que quiera, más que el de la lógica, ¿por qué permite el mal? La única
respuesta que Mackie cree conveniente, es que Dios no existe.
Mackie concluye, tras hacer un examen de los diversos argumentos que se utilizan para
escapar al problema lógico del mal, afirmando que la posición teísta es inconsistente.
De modo que, la proposición, un Dios omnipotente eliminaría absolutamente el mal,
hace patente que es insostenible (D).
1
John Leslie Mackie (1917-1981) filósofo australiano, oriundo de de Sidney. Perteneció a la Academia
Británica. Es reconocido por sus aportes al campo de la meta-ética, donde adopta la posición de
escepticismo moral. También es conocido por ser un defensor del ateísmo, donde sostiene que el
problema del mal es un hecho insostenible para las principales religiones monoteístas, ya que no pueden
compatibilizar la bondad y omnipotencia de Dios con la existencia del mal.
b) El problema lógico del mal según A. Flew2
Este pensador en la argumentación presenta alguna analogía con Mackie, pero hay que
señalar que fue escrita de modo independiente. Flew va resaltar la contradicción lógica
al afirmarse al mismo tiempo (aquí es donde surge el problema), que existe un Dios
infinitamente bueno, además, de ser creador omnipotente y que al mismo tiempo existan
males; esto es contradecirse a sí mismo.
2
Antony Garrard Newton Flew (1923-2010) filósofo británico y notable por sus contribuciones a la
filosofía de la religión. Perteneció a las escuelas del pensamiento analístico y evidencialista. Fue profesor
de Oxford, y líder defensor del ateísmo; argumentaba que se debía admitir el ateísmo hasta que la
evidencia empírica de un Dios apareciera. Crítico la idea de la vida después de la muerte, la defensa del
libre albedrío para justificar a Dios ante el problema del mal, y el sin-sentido del concepto de Dios. Sin
embargo, al final de su vida renuncia al ateísmo y reconoce la existencia de Dios.
En última instancia, la versión lógica del mal es la formulación en la cual se pretende
mostrar que es contradictoria la coexistencia del mal y Dios infinitamente poderoso y
bueno. Sin embargo, se puede percibir una debilidad en estas argumentaciones,
ningunas de las cuales puede probar que no exista una razón suficiente por la cual Dios
permita la existencia del mal, a pesar de ser un Dios omnipotente y supremamente
bueno.
Si bien la mayoría de las personas está de acuerdo en que un Dios bueno y poderoso es
racionalmente posible, no obstante muchos arguyen que la existencia de tal Dios es
improbable debido a la naturaleza del mal que vemos en el mundo que nos rodea.
Concluyen que si existiera tal Dios es altamente improbable que pudiera permitir la
cantidad y la intensidad del mal que vemos en nuestro mundo. Un mal que
frecuentemente parece ser de una naturaleza tan absurda.
Esta versión parte de la experiencia concreta del mal, en el cual éste se utiliza como
evidencia para probar que un Dios omnipotente, omnisciente y absolutamente bueno sea
posible ya que la existencia del mal lo es. Pues en el plano evidencial “no se afirma ya
la inconsistencia de (D) y (M) sino la probabilidad de que (D) sea verdadero supuesto
que (M) lo es”. La existencia del mal se presenta como un hecho que disconfirmaría (no
confirmaría) la existencia misma de Dios. Por ello, se denomina también argumento
empírico, ya que la existencia de Dios es improbable –según esta versión– dados ciertos
hechos empíricos.
La primera premisa implica un Ser que puede y quiere eliminar el mal o evitarlo, ya que
él posee la pre-ciencia y podría poner condiciones favorables para que el ser humano no
incurra en el mal o no se den ciertos males. Es decir, si existiera un Dios con estos
atributos no existiera ningún tipo de mal; sin embargo, en la segunda premisa no se
puede negar, entonces, la presencia del mal “proporciona una fundamentación racional
para la creencia de que el Dios teísta no existe”.
Cuando hablamos de una variante del mal nos referimos a la existencia de ciertos males
concretos y registrados por la experiencia, que constituirían una evidencia prima facie
contra la existencia de Dios. Los males que se toman en consideración depende de la
preferencia del autor: para algunos basta simplemente el mal natural; mientras que otros
señalan el mal gratuito o absurdo; también apelan a los sufrimientos de seres inocentes
(los niños), o el sufrimiento de los animales.
Pero no importa la cantidad de mal, si es poco o mucho. Sólo es necesario un solo caso
de mal absurdo para negar la existencia de Dios. Ante este hecho Dios parece no tener
escape, o no existe o es responsable del mal. Voltaire expresa después del terremoto de
Lisboa (1755): “no estaría bien, decía acusar a Dios por un ataque de fiebre, pero si por
lo ocurrido en Lisboa”. Voltaire le culpó abiertamente y desgarradoramente de lo
ocurrido, ya que al observar tantas víctimas, dolor y sufrimientos, esto le resultaba
absurdo.
Aquí ya no se propugna por una inconsistencia lógica entre (D) y (M), como en la
versión lógica del mal. Más bien se parte de un dato de hecho: ciertos males. Por ello, a
partir de un hecho no se puede reclamar la contradicción lógica, sino a lo sumo la
improbabilidad de que, dado el hecho –un tipo de mal–, exista Dios. En general, se
considera que la existencia del mal constituye una evidencia contra la existencia de
Dios, ya que supone que el mundo actual no se corresponde con la concepción de un
Dios omnipotente, omnisciente y sumamente bondadoso, pues, su existencia indica un
bien sin límite en el cual no podría tener subsistencia el mal.
James W. Corman y Keith Lehrer desarrollan una formulación del problema, en la que
parten de la concepción teísta de Dios con los atributos mencionado anteriormente y el
mundo existente, en los siguientes términos: “Si fueras absolutamente bueno, si lo
conocieras todo y si fuera todopoderoso y quisieras crear un universo con seres que son
sensibles –es decir, que son felices y están tristes; que gozan y siente dolor; que aman,
se enfadan, se apiadan, se odian–, ¿qué mundo crearías?... Intenta imaginar cómo sería
ese mundo, ¿sería como el actual, como este mundo en el que vivimos?, ¿crearías un
mundo como éste si supieras y supieras cómo crear cualquier mundo lógicamente
posible? Si tu respuesta es “no”, como parece ser, entonces podrás empezar a
comprender por qué el mal del sufrimiento y el dolor en este mundo es un problema tan
grande para quien piense que Dios ha creado este mundo… ahora bien, dado este
mundo, entonces parece que debemos concluir que es improbable que haya sido creado
o sostenido por nada que pueda ser llamado Dios. Así pues, dado este mundo concreto,
parece que debemos concluir que es improbable que Dios –el cual existe, ha creado este
mundo– exista. En consecuencia, la creencia de que Dios no existe, más que la creencia
de que existe, parece que es justificada por la evidencia que encontramos en este
mundo”.
En esta misma línea siguen otros autores ofreciendo razones para demostrar la creencia
en Dios es irracional. Así pues, a modo de síntesis, se puede decir que el problema
evidencial del mal, es el problema de la ausencia de una razón moral suficiente para que
Dios permita el mal, junto a la ausencia, propiciada por el mismo mal, de razones
positivas para pensar que Dios existe, proporciona la base de un argumento inductivo
fuerte contar la existencia de Dios.
No obstante, ante la fortaleza racional de estos argumentos, que al parecer no deja más
camino que admitir la no existencia de Dios o al menos, de un modo más consolador
consentir que está desarmado frente al mal, Dios no es omnipotente, o de serlo es un
malvado –no es bondadoso–, ya que no existe una razón moralmente suficiente que
justifique la causa por la cual Dios permite el mal.
En un principio esta dimensión del mal recibió menos atención, ya que la mayoría se
quedaban en la parte teórica; pero escritos más recientes insisten en la importancia del
problema existencial del mal. En esta dimensión del problema del mal se ven
involucrados el pensamiento, sentimiento y voluntad. En las versiones anteriores (la
deductiva), se da la impresión de que el problema es puramente lógico. No obstante,
este problema –el existencial– tiene un impacto e influencia real en las personas que
experimentan su presencia positiva en algún momento de su existencia, más aún, exige
la pregunta por el sentido global de la vida.
Entre los que se centran a reflexionar en torno a esta versión, atienden a la cuestión de
que existen males que parecen gratuitos, sin sentido o sufrimiento horrorosos, los cuales
ponen en incertidumbre la misma vida de las personas que los padecen. Por eso, no se
pueden pasar por altos los males en el plano existencial, ya que este plano no solo está
en juego una inconsistencia lógica sino la persona en su conjunto. El problema
existencial del mal es, ante todo, el problema de la experiencia subjetiva del mal, es
decir del dolor y sufrimiento, es el problema “de la experiencia personal o el
conocimiento de males horrorosos que, aunque no refuten lógicamente la existencia de
Dios, tienen sin embargo la capacidad psicológica de separar a la persona de la creencia
de Dios”.
Entonces ¿qué sentido tiene mi vida dado el mal? De esta forma puede plantearse este
problema. Nótese que ya no estamos ante un problema teórico, de una inconsistencia
lógica o ante un hecho inductivo desde el cual parto para llegar a la conclusión de que
Dios no existe; nos encontramos en otra dimensión, en el eje de la existencia humana,
en un plano antropológico. El mal afecta mi existencia con toda su aspereza dejándome
en la angustia del dilema ¿tiene sentido o no vivir la vida?, o desearía no haber nacido
nunca como el justo Job: “Entonces ¿por qué me sacaste del vientre? Pude haber muerto
sin que unos ojos me vieran, y sin ser como si no hubiera existido, conducido del
vientre a la tumba”.
Job es el retrato de la persona que experimenta el sufrimiento en carne propia. La
experiencia del mal suscita muchas interrogantes existenciales como: ¿estoy contento de
estar vivo?, ¿rechazo mi existencia en su conjunto?, ¿es mi vida algo que yo afirmo o
me gustaría, como a Job, nunca haber nacido?, si se pudiera volver a escribir el guión de
la vida que vivimos ¿dejaría fuera algunas partes?
Estas preguntas son subjetivas y sus respuestas van a depender del grado de intensidad
de sufrimiento que experimenta la persona; además, aquí influye la educación, cultura,
creencia y psicología del sujeto. Nadie experimenta la misma sensación del mal y lo
interpreta de la misma manera aunque el mal sea el mismo para el conjunto. En esto van
influenciar estos factores mencionados y otras actitudes de los victimas.
Ante esta experiencia del mal también puede surgir la pregunta ¿Dios dónde se ha
metido? Parece ser que no hay razones para creer que Dios, con arreglo a cualquier
patrón que se pueda concebir, es bueno. En efecto, el problema surge con toda crudeza
cuando la experiencia del mal produce una crisis en la fe religiosa, habrá que
preguntarse de que índole es la crisis que produce el mal en el ateo, porque no es de fe
religiosa. Entonces el creyente se pregunta: “¿Cómo puedo confiar (o seguir confiando)
en Dios en el mundo como este?”.
A partir del mal, ¿cómo pensamos en Dios? Job ante su confusión pide una repuesta a su
Dios que nunca recibe, pero a pesar de ello nunca termina rechazándolo. Pero no todos
son tan fieles a Dios como Job. Otros, por el contrario, reniegan de él absolutamente.
Considero que tiene razón Ferrater Mora cuando señala con respecto a Voltaire: “Hasta
1755 había en Voltaire, casi a partes iguales, un poco de ironía, un poco de amargura. A
partir de 1755 no le quedó ya apenas más que la amargura”.
Leibniz parte de una elaboración sistemática del mal, procediendo a darle un orden y a
organizarlo. Para ello, inicia desde su permisión, en conexión con la creación del mejor
de los mundos posibles. Por tal razón, hay que clarificar ahora en qué consiste ese mal y
sus modalidades. Él asume una definición tradicional: “El mal es una privación del ser,
mientras que la acción de Dios se orienta hacia lo positivo”. Es decir, el mal se da por
accidente, por inherencia, no es una realidad positivamente dada, requerida en sí misma,
sino una carencia y privación.
El mal sin realidad positiva, es decir, con un carácter de privación, impiden que sea un
obstáculo a la bondad de Dios. El mal no tiene causa eficiente sino que se da por
deficiencia. Por eso, en su tratado Teodicea expresa Leibniz al respecto: “Pero, hablando
con toda propiedad, lo formal del mal no tiene nada de eficiente, porque consiste en la
privación, como vamos a ver; es decir, en aquello que la causa eficiente no hace. Por
esta razón los escolásticos acostumbran a llamar deficiente a la causa del mal”.
Leibniz, al percibir que no todos los males tienen un mismo origen y una causa material
en común para todos, debido que carecen de causa formal, elabora una sistematización
del mal clasificándolo en tres modalidades: mal metafísico, mal moral y mal físico. De
este modo, esta categorización tríadica que formula Leibniz, se convertirá en clásica en
la filosofía.
En cada una de ellas, Leibniz estudia el significado del mal, su origen, y la acusación a
Dios. De manera que, en lo adelante, se reflexionará sobre estas modalidades que en la
Teodicea ha planteado este filósofo.
La importancia del mejor de los mundos posibles para comprender la existencia del mal.
Esta visión del mejor de los mundos posibles representa una primera repuesta global al
problema del mal. Dios permite el mal por pertenecer a la mejor combinación que él
podría escoger. No es que el mal es una consecuencia de la voluntad antecedente de
Dios, sino de su voluntad consecuente. Es decir, Dios no quiere el mal de antemano,
pero al elegir el mejor de los mundos posibles, el cual lo contenía, tiene que permitirlo.
Dentro de la mejor combinación estaba incluido el mal. De ahí que Dios quiere
antecedentemente el bien y consecuentemente lo mejor, pero su actitud respecto al mal
es permisiva y por ello, permite que se den ciertos males, ya que sin ellos, se podrían
evitar bienes mayores.
La contingencia y la finitud
El hecho de la libertad, es bien mayor en comparación con el mal que pueden provocar
las criaturas en mal uso de su libertad. De no existir libertad no existiría ni bien moral ni
mal moral. Con lo dicho hasta aquí, puede ser suficiente para mostrar que Dios no es
responsable del mal sino las criaturas libres que se apartan del bien y concurren en
acciones malas. Dios no puede más que permite el mal y en esto consiste su concurrir en
él, porque de no permitirlo estaría faltando a su necesidad moral de elegir lo mejor. El
mal se da por concomitancia de venir integrado en el mejor plan posible elegido por
Dios.