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EN GUERRA CIVIL
°mo ra ores
Con todo, hay factores macroestructurales, tanto políticos como sociales,
que facilitan su estallido. El análisis comparado permite asimismo constatar
la tendencia expansiva de la violencia, una vez iniciada la dinámica de
confrontación armada. Decaimiento de la actividad económica, Conflictos violentos de Europa
segmentación del poder y brutalización de las relaciones sociales son
algunas de las consecuencias habituales de cualquier guerra civil. Las y América Latina
soluciones pacíficas pasan por que los actores beligerantes perciban
escasas o nulas posibilidades de imponerse al adversario mediante el
uso de las armas.
Peter Waldmann y Fernando Reinares
Malásitam"
(Compiladores)
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ISBN 84-493-0778-3
45O75 w
23/01/2001
g andhi 1.ory,
PRECIO LIS .: 11 $350.hu
DESCUENTO 3C 0/0 •9
o 1-177R 7 •
Sociedades en guerra civil es un libro
multidisciplinar en el que colaboran
historiadores, sociólogos y politólogos. Su
contenido se divide en tres partes. En la
primera se exploran los rasgos que
caracterizan a las guerras civiles de nuestros
días, analizando las causas de los conflictos
violentos al igual que sus consecuencias tanto
inmediatas como estructurales, para
reflexionar luego acerca del modo en que es
posible detener tales enfrentamientos armados
y alcanzar soluciones aceptadas por los
distintos actores en pugna. La segunda parte
centra su atención preferente en distintas
experiencias europeas. La tercera está
dedicada a diversos países latinoamericanos.
Alguno de los capítulos incide sobre
situaciones que pertenecen a un pasado más
o menos remoto, pero la mayoría corresponde
a casos de manifiesta actualidad.
Aun cuando este libro trata sobre la guerra
civil, a lo largo de sus páginas se abordan
también otras expresiones de conflictividad
violenta. No en vano resulta oportuno llevar
a cabo un tratamiento más flexible de tales
fenómenos, en la medida en que se han
desdibujado sus contornos a lo largo de las
últimas décadas. Los conflictos violentos
siguen variando, sin embargo, por lo que se
refiere a su intensidad.Así, junto al estudio
de las causas, dinámica y consecuencias de
las guerras civiles propiamente dichas, interesa
analizar otras experiencias violentas de
marcada intensidad, así como procesos de
insurgencia que pudieron haber derivado en
el pasado hacia enfrentamientos armados más
generalizados o cuyo curso actual no permite
descartar esa posibilidad. Una mejor
comprensión de los factores que inhiben el
incremento en la intensidad de los conflictos
violentos, así como una aproximación
integrada al continuo de sus manifestaciones,
resulta de especial utilidad para interpretar
diferentes facetas de las guerras civiles.
Sociedades
en guerra civil
PAIDÓS ESTADO Y SOCIEDAD
Últimos libros publicados:
Sociedades
en guerra civil
Conflictos violentos
de Europa y América Latina
1
PA I DÓS
Barcelona • Buenos Aires • México
Traducción de Rogelio Alonso (cap. 7); Monique Delacre (cap. 3); Rosario Jabardo
(cap. 8); Zitta Moncada (cap. 10); Carlos Resa (cap. 2); y Rosa Sala (caps. 1, 4, 5 y 6)
Los capítulos 2 y 3 ya fueron publicados por la revista Sistema, n.° 132-133 (1996), el
último de ellos con una traducción distinta.
ISBN: 84-493-0778-3
Depósito legal: B-42.241/1999
Primera parte
Segunda parte
Tercera parte
Notas 325
INTRODUCCIÓN
Peter Waldmann
(Universidad de Augsburgo)
Fernando Reinares
(UNED, Madrid)
II
Según una definición que puede ser tenida ya como clásica, el término
guerra se aplica a un determinado conflicto violento si éste reúne tres ca-
racterísticas fundamentales. 2 Ante todo, ha de tratarse de un conflicto ma-
nifiesto de considerable magnitud, es decir, de carácter masivo, con mu-
chas personas involucradas y una elevada tasa de víctimas mortales; en
segundo lugar, han de enfrentarse en el mismo dos o más bandos militares,
al menos uno de los cuales corresponderá al ejército regular o fuerza ar-
mada que combata en nombre de la autoridad establecida; finalmente, en
ambos lados de la contienda ha de existir cierta coordinación de las accio-
nes militares, aun cuando se trate bien de una defensa organizada o bien de
ataques por sorpresa llevados a cabo de acuerdo con un plan de conjunto
diseñado con antelación.
En el capítulo con que uno de los compiladores contribuye a la prime-
ra parte del libro se explican detalladamente las dificultades que encuentra
la aplicación de tal concepto a las situaciones actuales de guerra civil. Nos
contentamos aquí con insistir en algunos puntos especialmente críticos.
Por una parte, la aludida definición refleja una época en que predomina-
ban las guerras internacionales. Ahora bien, la amplia mayoría de los con-
flictos violentos contemporáneos son luchas dentro de una nación o un
Estado que escapan en gran parte a delimitaciones precisas. A veces cues-
ta incluso determinar si se trata de un conflicto interno o externo, porque
ambos elementos confluyen en un único escenario bélico. Por otro lado, la
mencionada definición supone un cierto equilibrio mínimo entre los gru-
pos armados enfrentados, exigencia que han planteado asimismo otros
destacados autores. 3 Sin que un grupo sea capaz de defenderse sería un eu-
femismo, según estos analistas, calificar como guerra las acciones violentas
dirigidas contra el mismo, ya que en realidad se trataría más bien de san-
ciones unilaterales que pueden ser tenidas por masacres o genocidios. Sin
embargo, lo cierto es que, en gran parte de los actuales conflictos violen-
tos, las bandas armadas o ejércitos que pretenden un combate mutuo se
enfrentan en realidad muy poco. En cambio, buscan al adversario en la po-
blación civil, a la que suelen oprimir y maltratrar sin escrúpulos.
Para los expertos que emplean la definición elaborada por Istvan Ken-
de, lo importante es la dimensión política o pública de la guerra. Por eso
\ce
14 Sociedades en guerra civil
1 No hay menos de cuarenta ejércitos privados en las regiones sur yeste del
planeta.4 Ejércitos privados dirigidos a menudo por verdaderos warlords
(señores de la guerra), que combaten por su cuenta y en pos de beneficios
privados. Pueden transformarse temporalmente en partidas de ladrones y
criminales para reaparecer de nuevo en la escena pública con proclamas y
pretensiones de índole política. De hecho, se está produciendo en algunas
partes_ del mundo _un renacimiento de la tradicionaltigiura europea del
(-mercenario, qúe presta sus servicios a cualquier líder_políticoson el dine-
ro suficiente como para mantenerlo y pagarle un sueldo adecuado. Hace
tiempo que, de alguna manera, hemos dejado atrás la época en que el Esta-
do, en línea con los argumentos de Max Weber, reclamaba para sí con éxito
el—monopolio de la coacción física dentro de su propio territorio. -
._
Estos tres sucintos comentarios críticos demuestran que tiene poco
sentido apoyarse en un concepto de guerra que sea demasiado estrecho y
dogmático. Diríase, por el contrario, que las delimitaciones clásicas entre
diversas
— situaciones
_ de conflicto armado se han difuminado. Junto a ello,
cada vez resulta mas difícil determinar con exactitud las estructuras y re-
o informales, que caracterizan tales enfrentamientos glas,forme violen-
tos. ¿Acaso no ha ocurrido repetidamente, a lo largo de los últimos tiem-
pos, que ni eLpersonal de las organizaciones no gubernamentales de
carácter
_ humanitario ha sido respetado por los combatientes de una deter-
minada cófifit t'Oí-bélica interna o internacional? De hecho, si las cosas si-
guen por tales derroteros, asistiremos a un número creciente de conflictos
anómicos, es decir, de fenómenos de violencia colectiva ctmó.seLflido y
cuya función es difícil de entender porque parecen carecer de causas u oh-
jetivos claros, adversarios bien definidos o reglas de interacción agresiva
1 reconocidas por las partes implicadas. Son conflictos armadoscuyaímico
rasgo inequívoco es la violencia misma.
III
régimen, o sea guerras civiles que tienen como finalidad la caída del go-
bierno establecido y un cambio profundo deiorden socioeconómico; en
segut
ia-o-Tifi fi
nin-o-,Tas guerras de secesión o desatadas c. on-u-naiiiirdialu-
tonomista; tercero, las guerras entre los Estados qué"-le disputan fronteras,
recut
-7s-Wnaturales o simplemente posiciones de dominio ‹,_es decir, las cláái-
cas guerras internacionales; por último, en cuarto lugar, las guerras de des-
colonización, desarrollad:15_113n la intención de sustraer a un . territorio de
la soberanía ejercida sobre el mismo por una metrópoli distante. Este es-
qtiétria, como cualquier otro. no queda exento de ambigüedades-. Así, por
ejemplo, las guerras civiles del primer o segundo tipo pueden tener como
trasfondo_unasitn2rián colonial, a la que alude el cuarto. Cabe argumentar,
de este modo, en el casó- de Irlanda del Norte, que sólo aparentemente se
trata un conflicto de secesión en el cual se plantea una ruptura con Gran
Bretarta y la unificación con la República de Irlanda, cuando en realidad se-
ría una guerra de desconolizac en la medida en que
. se considere que_Ir-
landa fue la primera colonia británica. O, para tomar otro ejemplo, esta vez
correspondiente al ámbito latinoamericano, ¿en la actividad armada de la
organización Sendero Luminoso contra-elrégimen peruano no se han per-
cibido qualámbién reminiscencias de una rebelión de la población indí-
gena contra los considerados pOr, significativos sectores de la misma como
invasores blancos?
Efectivamente, son muy raros los conflictos bélicos que tienen una
única raíz. Sin embargo, no es menos evidente que, por lo general, se ob-
serva en cualquiera de ellos una orientación prevalente, ya sea la de trans-
formar a fondo el orden socioeconómico existente, el afán de un grupo ét-
nico por beneficiarse de más derechos colectivos o disponer de un Estado
propio, la rebelión contra un orden imperialista y un régimen colonial
(que en el pasado se daba sobre todo en países africanos y asiáticos para
haberse reproducido recientemente también en el área otrora bajo domi-
nio soviético), o la competición entre Estados por posiciones hegemóni-
cas. La ventaja de este esquema, al menos para nuestro libro, consiste en
que permite una primera y sencilla clasificación de los casos que son des-
critos y analizados en sus páginas. Dejando quizá de lado el de Israel, que
es particularmente complicado, todos los otros casos caen dentro de las
categorías primera y segunda apenas descritas. Se trata, por tanto, o bien
de conflictos violentos con un componente revolucionario, en los cuales
no sólo un determinado gobierno sino todo el orden sociocconómico_se
enaiéntra afectado, o bien de insurgencias..armadas en las que una parte
a ganar importantes cotas de autonomía _respecto delapobciónsr
del gobierno central e incluso fundar un Estado propio. Una mirada más
atenta permite también constatar que, con una sola excepción, todos los
conflictos violentos tratados que tienen lugar en Europa pertenecen a la
16 Sociedades en guerra civil
IV
Tras esta breve introducción, el libro inicia su primera parte con un en-
sayo de Peter Waldmann sobre el concepto de guerra civil.Ya hemos men-
cionado en esta introducción algunas de las dificultades que surgen al apli-
car la noción clásica de guerra a las situaciones bélicas de nuestro tiempo,
tanto internas como internacionales. Por eso, insistimos, se aboga en favor
de una concepción abierta y menos dogmática en la definición del térmi-
no, así como en el estudio de las guerras civiles, el cual vendría así acom-
pañado por el de otros conflictos violentos de cierta envergadura que no
giran en torno a la conquista del Estado. De cualquier modo, como fenó-
menos típicos que caracterizan a las guerras civiles actuales, se destacan
por una parte la figura del señor de la guerra, que vive de la guerra y para la
guerra; por otra, la falta de reglas en la contienda armada. El texto termina
poniendo en duda la idea, muy extendida, de acuerdo con la cual las gue-
rras civiles cumplen funciones históricas tales como la de contribuir a los
procesos de construcción nacional o de construcción estatal.
El segundo capítulo se centra en el análisis de las causas de los conflic-
tos violentos nacionalistas, un tema ampliamente tratado y muy controver-
tido. David Laitin, su autor, evita conscientemente recurrir a las grandes
teorías cuya capacidad explicativa estima modesta y por ello busca inter-
pretaciones alternativas investigando empíricamente a fondo, es decir hasta
la microestructura social. En concreto, casos como los del terrorismo na-
cionalista en el País Vasco y la guerra civil en Georgia. Se trata, por tanto, de
casos correspondientes a dos contextos políticos, sociales, económicos y
culturales distintos, España durante la transición demcrática a partir de la
dictadura franquista y un país multiétnico surgido de la extinta Unión So-
viética, respectivamente. Su método es una combinación de comparacio-
nes por similitud y por contraste. Los planteamientos del texto, basados en-
tre otras en la teoría de juegos y la de una cultura de violencia, no pueden
ser resumidos en pocas palabras. Uno de sus resultados más interesantes,
que con firma observaciones similares de otros autores, es que para comen-
zar y mantener un conflicto nacionalista violento de cierta magnitud hace
falta un sustrato de varones jóvenes procedentes de ámbitos rurales o de
pequeñas ciudades que económica y mentalmente escapan al control pre-
tendido por las autoridades centrales.
Mientras los estudios sobre las causas de los conflictos violentos inter-
nos constituyen un tema recurrente en la literatura especializada, sus conse-
cuencias han sido relativamente poco exploradas. En el tercer capítulo, asi-
mismo de Peter Waldmann, dedicado precisamente a ésta última cuestión, se
distinguen las consecuencias inmediatas de las estructurales. Entre las pri-
meras se encuentran los daños humanos y materiales, la subdivisión del
territorio en varias zonas dominadas por distintas bandas armadas y los mo-
vimientos poblacionales de huida. Estructuralmente son importantes el
Introducción 19
Peter Waldmann
Puesto que las guerras civiles son una forma especial del fenómeno gene-
ral de la guerra, se debe partir en primer lugar de una definición de ésta. Acto
seguido habrá que examinar hasta qué punto las guerras civiles tienen
unos rasgos válidos en general. Se mostrará que las guerras civiles dependen
esencialmente en sutanscurso y estructura de la configuración política de
la comunidad en que se declaran. Nuestra tesis es que con la crisis del Esta-
do en grandes zonas del mundo, lassuerras civiles también han perdido su
carácter clásico, ceñido al modelo de la guerra internacional, para ganar
una nueva cualidad o «extraestatal». Esta afirmación se explica con
más exactitud a base de dos cuestiones centrales respecto a las guerras ci-
viles: su sujeción o no a reglas y la motivación u objetivos de los comba-
tientes. De todo ello resulta una nueva definición de la función de las gue-
rras civiles ue las entiende ya no sólo como contribución a la formación
del Estado sino tambien como causa de transformación- ó descon
, --ii— posiCión
del mismo.
1. DEFINICIÓN DE GUERRA
constata que gran parte de las llamadas low intensity wars de nuestro
tiempo consisten esencialmente epa veja_ción, la extórsión _y el saqueó de
la ,población civil, indefensa ante tropas supmestamente enemistadasqLie
entre ellas sólo se infligen perjuicios limitados.
Una segunda observación se refiere a la exigencia de la característica 2
de que al menos uno de los bandos tenga un vínculo con el gobierno. Así,
se subraya abiertamente el carketerpolítico, tocante al bien común, de la
guerra genuina y se evita colocar las querellas privadas o los_merosintere-
ses particulares bajo la rúbrica «guerra». 3 Con todo, esta referencia a un
bando que lucha en nombre del gobierno plantea, precisamente en países
de África, Asia y el Próximo Oriente, donde actualmente se libran la mayo-
ría de conflictos violentos, problemas de no poca consideración, puesto
que es típico de los países del Tercer Mundo que los líderespolíticos sólo
ejerzan un control limitado sobre las fuerzas de . seguridad con lo que su
coordinación puede resultar dificultos_a_.¿Cómo habría que juzgar, por
ejemplo, una situación en la que las tropas gubernamentale s regulares ab-
juraran del gobierno y persiguieran sus propias metas politicomilitares?
¿O una situación en que unas milicias surgidas «espontáneamente» de la
sociedad pretendieran luchar por el Estado y el gobierno? Añádase la cons-
tatación, recurrente en muchos escenarios bélicos actuales, de que con fre-
cuencia los bandos cambian su semblante camaleónicamente: algunas ve-
ces operan como unidades militares, pero otras, dé repente, se convierten
en una mera sarta de bandidos que persiguen exclusivamente ventajas
teriales. ¿Qué nivel hay que considerar, qué procedimiento seguir en el
tema de la clasificación? ¿O es necesaria de entrada una disección que tra-
te la respectiva dinámica total de cada conflicto?
Estas preguntas son importantes no sólo para la adecuada concepción
y clasificación de las guerras particulares sino también porque tras ellas se
halla el problema más amplio de si las guerras civiles, como establece la de-
finición inicial, siempre giran necesariamente en torno a la conquista, re-
fundación o transformación del gobierno y del Estado, o de si, más bien,
escapan tal vez al sistema estatal de referencias y coordenadas.
últimos tiempos se ve cada vez más claro que las familias no son de ningún
modo un idílico espacio de respeto mutuo sino a menudo escenario de
maltratos violentos, ya sea entre cónyuges, sobre todo por parte del hom-
bre sobre la mujer, ya sea por parte de los padres sobre los hijos.
En general hay que concluir que la cercanía —espacial o en determina-
,
que frontal al mismo ya sea que cierto grupo amenace con reventar y aban-
donar la unidad nacional. Todos los códigos penales del presente y del
pasado prevén la posibilidad de sancionar draconianamente este tipo de
desafíos al régimen. Las élites políticas establecidas están por completo in-
teresadas en aplicar dichas leyes del modo más enérgico, esto es, proceden
con todos los medios a su disposición contra los insurgentes mientras és-
tos son todavía débiles con el fin de desarticular sus dispositivos militares
y dar un escarmiento que disuada a eventuales simpatizantes. Los rebeldes,
por su parte, conscientes de su inferioridad inicial, aspiran a ganar territo-
rio y apoyo de la manera más rápida posible, por lo que tampoco pueden
ser muy escrupulosos en sus métodos. La parte más débil en un enfrenta-
miento bélico se siente con frecuencia poco atada a reglas restrictivas,
puesto que cree tener, sólo por su inferioridad, el derecho y la moral de su
lado. Así se llega a aquella espiral de crecientes excesos violentos que dis-
tingue a las guerras civiles.
A ello también contribuye en tercer lugar que las guerras civiles no son
guerras de conquista en el sentido usual, en que se trata de aumentar el po-
der y el territorio, sino que en ellas se pone en juego la existencia de los
grupos contrincantes, su identidad colectiva, en algunos casos incluso su
supervivencia fisica.' 3 Esto atañe sobre todo al bando vencido —hasta aho-
ra una clase social oprimida o una minoría étnica— pero no solamente. Los
contendientes en una guerra civil están más estrechamente ligados entre sí
que, por ejemplo, los Estados nacionales enemistados, razón por la cual, ex-
ceptuando los casos relativamente raros de secesión exitosa, tienen que
llevarse bien tanto en lo bueno como en lo malo." Esto presta a sus hosti-
lidades, al menos desde la perspectiva de sus protagonistas, el carácter de
un saldo igual a cero: puesto que el territorio en disputa está limitado, uno
sólo puede contabilizar a su favor lo que ha sustraído a la parte contraria.
Esta idea no se refiere solamente a la tierra disponible sino que atañe a to-
dos los restantes bienes y «recursos», personas incluidas. La eliminación de
la mayor cantidad posible de enemigos no sólo rinde beneficios en la lucha
sino que además asegura tras una eventual paz una preponderancia numé-
rica en unas elecciones. La faceta existencial de una guerra civil aparece
con más claridad cuando uno de los bandos es empujado a actuar a la de-
fensiva. Entre la espada y la pared, se defiende con el valor de la desespera-
ción, es decir, desarrolla una motivación para la lucha frente a la cual los
agresores no tienen nada que oponer." Éste es uno de los motivos princi-
pales por los que, después de una primera fase de rápidas ocupaciones de
territorio y frecuentes desplazamientos del frente, las guerras civiles en-
tran seguidamente en un estadio en que la rectificación militar de las fron-
teras es relativamente insignificante, una situación que puede alargarse
bastante.16
Guerra civil: aproximación a un concepto dificil de formular 33
5. WARLORDS
andan de un lugar a otro con su séquito; algunos que disponen de sus pro-
pios recursos (por ejemplo, materias primas o drogas), y otros que viven
del comercio, los tributos, los derechos de protección; algunos a quienes la
población local considera una amenaza y una carga, y otros que disfrutan
de una amplia aceptación, etc." A pesar de estas diferencias hay algunos
rasgos distintivos recurrentes en esta clase de poder basado en la guerra.
Primero, los warlords sólo pueden poner pie allí donde las estructuras
estatales son tan quebradizas que se produce un vacío de poder reconoci-
do generalmente. Este caso es más raro en los países latinoamericanos,
existentes desde hace tiempo, que en África o partes de Asia; más improba-
ble en las zonas de influencia de las metrópolis que en las interiores, me-
nos abiertas. En parte los warlords llenan las lagunas de poder al asumir a
bajo nivel unas funciones similares a las del Estado.
Segundo, el warlord surge de la guerra y vive de la guerra, esto es, las
guerras, desde su punto de vista, no son ningún medio para un fin específi-
co sino que son un fin en sí mismas. Haciendo la guerra afirma su posición
dirigente, conserva el poder militar sobre el que se apoya, y controla y pro-
tege a la población, de cuyas contribuciones, en parte voluntarias en parte
involuntarias, depende. Con frecuencia el warlord es a la vez empresario,
general y líder político. Trae a la memoria al príncipe europeo de los co-
mienzos de la modernidad, el cual, tal como lo caracteriza C.Tilly," conso-
lidaba su señorío mediante «protección y extorsión».
De ello resulta, y éste sería el tercer punto, que los warlords no están
interesados seriamente en la paz sino que, al contrario, necesitan prolon-
gar el estado de inseguridad y de guerra. En este objetivo están todos com-
pletamente de acuerdo, por mucho que en lo demás guerreen del modo
más violento. Hablan la misma lengua y pueden entenderse fácilmente en
las cuestiones centrales. Podría decirse que los warlords son expertos en
alargar las guerras civiles, puesto que rehúyen las decisiones definitivas y
siempre encuentran un motivo para seguir luchando. 52
Finalmente, por lo que se refiere al Estado, no ocupa en el pensamiento
y la acción de los warlords ese lugar central que sí le corresponde en las
guerras de la modernidad. En parte, la causa podría ser que sus recursos
militares no bastan para hacerse con el aparato central del Estado, firme-
mente anclado en estructuras burocráticas. Pero aunque esto les fuera en
principio posible, más bien harían caso omiso o se apoderarían del Estado
para saquearlo, es decir, para debilitarlo, en lugar de utilizarlo para dar fuer-
za a sus ansias de poder.
Resumiendo todas estas observaciones, en la figura del warlord en-
cuentran una plasmación cuasi institucional los rasgos y tendencias que di-
ferencian a las últimas guerras civiles de sus predecesoras o guerras inter-
nacionales. Mientras estas últimas se dirigían a la toma y transformación del
Guerra civil: aproximación a un concepto difícil de formular 43
En cambio, muchos Estados del Sur y del Este son entidades nacidas hace
poco. Sus fronteras no han surgido paulatinamente ni después de guerras ex-
ternas sino que son herencia de la época colonial o del dominio de alguna
gran potencia que las estableció arbitrariamente. Una excepción parcial a
esta regla la constituye Latinoamérica, donde, tras la liberación del subcon-
tinente del dominio colonial español y portugués, se produjeron múltiples
—en parte violentas— reorganizaciones territoriales y rectificaciones de
fronteras antes de que los Estados nacionales adoptaran su forma definitiva.
Lo dicho sobre las fronteras es también extensivo en su mayoría a las organi-
zaciones y estructuras políticas de dichos países. Ningún Estado que funcio-
nara con unas instituciones basadas en el modelo europeo o norteamerica-
no ha tenido por regla general un efecto político duradero, ya que no gozaba
de ningún arraigo social profundo. Parlamentos, una administración pública,
una justicia independiente, sin duda todo esto existía nominalmente y de
acuerdo con la letra de las constituciones respectivas, pero el estilo cliente-
lista que se atribuía a estas funciones del Estado no tenía demasiado que ver
con el espíritu de la racionalidad ilustrada al que agradecían su nacimien-
to. Además, la mayoría de estos Estados son pobres y dependientes en alto
grado del exterior. A falta de otros recursos, los mandatarios de estos Estados
se sirven de numerosos medios represivos para forzar a la población a la do-
cilidad, pero sin conseguir imponer un monopolio de poder efectivo. En ge-
neral, no existe una clase social que sustente al Estado, comparable a la bur-
guesía y las clases medias de los países industrializados. ¿Es sorprendente
entonces que en estas criaturas estatales provisionales fermenten por do-
quier, y en muchos lugares estallen, persistentes guerras civiles?
En qué acabarán estas guerras, cuál será su resultado definitivo, todavía no
se puede prever en la actualidad, y presumiblemente tampoco pronosticar de
una forma general. En todo caso, no es en absoluto seguro que siempre en-
cuentren su conclusión y su sentido en la construcción y consolidación del Es-
tado. T. Schieder ha demostrado que en Europa el nacimiento del Estado na-
cional fue el resultado tanto de procesos disociativos (la disolución de los
grandes imperios) como de procesos asociativos (la concentración de peque-
ñas unidades políticas). 54 ¿Por qué no podrían estar en marcha en África y Asia
unos procesos similares que condujeran no sólo a la modificación del orden
estatal existente sino en última instancia a un nuevo tipo de organización polí-
tica que únicamente tuviera en común con el Estado nacional clásico el nom-
bre? Aun cuando no se comparta el pronóstico de Creveld, que ya vislumbra el
fin del Estado como ordenamiento internacional, parece unilateral y reduccio-
nista ver siempre en las guerras civiles sólo una etapa y una contribución a la
formación del Estado. 55 También podrían estar señalando el comienzo de la
desintegración, la disolución o la transformación del Estado, por lo que al atri-
buírseles una función debería juzgárselas con una cierta precaución y cautela.
Capítulo 2
David D. Laitin
(Universidad de Chicago)
1. EL MÉTODO COMPARATIVO
Este ensayo demostrará que las variables identificadas en los casos es-
pañoles ayudan también a explicar las diferencias en los casos postsoviéti-
cos. Esto no significa que ambas parejas sean similares. El final del gobier-
no franquista es muy distinto al derrumbamiento del poder soviético.
Tampoco significa que la naturaleza de la violencia en el País Vasco sea pa-
ralela a la de Georgia. Lo que quiero, por el contrario, es sacar una ventaja
metodológica de las considerables diferencias en el conjunto de parejas
afirmando que si funciona un conjunto similar de mecanismos en una gran
variedad de casos, entonces la teoría que está detrás de estos mecanismos
debe ser igualmente sólida. En la medida en que las comparaciones por pa-
rejas produzcan modelos similares de asociación que sean convincentes
en su deducción, podemos decir que está surgiendo una teoría satisfacto-
ria del nacionalismo. Vayamos entonces a los casos.
Cataluña y el País Vasco son dos regiones de España cuyas culturas con
su peculiaridad lingüística han sobrevivido en la memoria y en la práctica
popular a pesar de siglos de estrategias de racionalización por parte de los
líderes del Estado español." Ambas regiones tuvieron una industrialización
temprana en comparación con el centro político castellano. El resurgi-
miento regional del siglo xviii en las dos regiones está relacionado con su
progreso industrial, aunque en Cataluña la vanguardia nacionalista fue la
burguesía que buscaba autonomía de la España mercantilista mientras en
el País Vasco la vanguardia fueron los aristócratas rurales que temían las
consecuencias de que la alta burguesía vasca se estuviese volviendo espa-
ñola.' Ambas regiones, debido al dinamismo económico de todo el siglo
xx, fueron foco de atracción para los inmigrantes de la España rural, y se
consideró a estos inmigrantes como «extranjeros». Las comunidades de in-
migrantes representaban una amenaza demográfica para las poblaciones
autóctonas, lo que hacía temer a los nacionalistas regionales que se perdie-
sen sus culturas peculiares. Esta amenaza se volvió más real, después de la
guerra civil (1936-1939), cuando el general Francisco Franco impuso polí-
ticas de racionalización coactivas en el País Vasco y Cataluña, y suprimió to-
das las manifestaciones de particularismo regional. En estas condiciones,
los inmigrantes no tuvieron ni necesidad ni posibilidad de asimilarse a la
cultura regional, y las poblaciones autóctonas de casi todas las inclinacio-
nes políticas asociaron la dictadura a la hegemonía castellana. Entre la opo-
sición democrática a Franco llegó a convertirse en dogma de fe el hecho
de que la autonomía regional era un requisito previo para la democracia
española.
50 Sociedades en guerra civil
El juego inclinado, que desarrolló por primera vez Schelling para expli-
car fenómenos como la estabilidad vecinal, 36 puede aplicarse a la dinámica
de reclutamiento para causas nacionales. Para ilustrar el mecanismo de in-
clinación, primero presentaré un modelo que muestre las dificultades a las
que se enfrentan los líderes nacionalistas para buscar apoyo en un cambio
de lengua de la educación pública desde la del centro a la de la región.'
Este modelo puede aplicarse para concretar el punto del proyecto nacio-
nal en el que los líderes tendrán incentivos para utilizar tácticas violentas.
Pensemos en una región de un país en la que durante siglos un porcen-
taje significativo de las personas han empezado a utilizar la lengua del cen-
tro político como idioma de educación, de trabajo, e incluso de la vida co-
tidiana en el hogar. Muchas personas de las pequeñas ciudades y de las
áreas rurales son bilingües, pero sólo unos pocos son monolingües en la
lengua de la región, una lengua que ya no tiene apoyo institucional (en es-
cuelas o en la administración pública) para sobrevivir a largo plazo. Inevi-
tablemente habrá cuerpos de historiadores, poetas y filólogos nacionales
que mantendrán «viva» la lengua nacional; ellos tendrán las semillas para
cualquier movimiento nacionalista contrahegemónico siempre y cuando
los sectores dirigentes de la sociedad regional cultiven un movimiento na-
cional. El renacimiento nacional requerirá, entre otras cosas, que las perso-
nas que utilizan principalmente la lengua estatal para obtener informa-
ción, ver la televisión o escribir cartas comiencen a prepararse (y lo que es
más importante, a preparar a sus hijos) para funcionar en la lengua regia
nal. Será una inversión costosa, en especial si el movimiento fracasa por-
que carece de una masa crítica de portavoces de la lengua regional.Todos
los individuos de la región necesitan calcular los costes y los beneficios del
reajuste a la lengua regional, que se basan en valoraciones subjetivas de la
probabilidad de que los otros tomen la misma decisión. El cálculo para rea-
lizar esta inversión en la lengua regional se basa en: a) la compensación
económica por aprender la lengua regional; b) el estatus adquirido o perdi-
do en la sociedad regional aprendiendo o no la lengua regional; y c) los
cambios en a y b basados en el porcentaje de ciudadanos de la región que
ya han invertido en la lengua regional como idioma de la futura «nación».
Supongamos que la compensación media que reciben los individuos
por cambiar a la lengua local es considerablemente menor que la compen-
Conflictos violentos y nacionalismo 59
FIGURA A
Un juego modelo inclinado
Altas
a
Compensaciones
R
Bajas
Compensaciones colosales Comienzan los mayores beneficios
por descensos de R económicos espetados por escoger R
o 25 50 75 1(X)
Porcentaje de personas en la región que cambian de la lengua del centro como medio prima-
rio de instrucción en su educación a la lengua regional.
CC = Compensaciones para las personas que reciben instrucciones en la lengua central;
RR = compensaciones para las personas que reciben instrucción en la lengua regional.
• = Statu quo antes de comenzar el movimiento nacionalista.
rea más ingente que los catalanes para alterar las compensaciones
subjetivas. Los primeros que se pasaron a los estilos culturales vas-
cos se convirtieron en héroes locales. Cuando se hizo irracional
que más vascos se ajustasen del mismo modo, los radicales tuvie-
ron que aumentar los costes de mantener el statu quo mediante la
intimidación de los que rechazan cambiar. En un cálculo racional
de los radicales pueden encontrarse las fuentes del miedo y quizás
incluso del terror de que el movimiento se estancaría si no se aña-
día el coste del miedo a los que se encuentran cómodos en el sta-
tu quo.
ETA no estaba jugando un juego inclinado de lengua, pero la ló-
gica puede ser la misma. Mi hipótesis es que la violencia estaba diri-
gida contra las autoridades policiales españolas, y los secuestros y el
«impuesto revolucionario» eran acciones instrumentales diseñadas
para reconfigurar la función de compensaciones de los vascos en su
evaluación del valor de mantener una forma de vida «española». La
explicación micro, enlazada con la situación macrosociológica de
una élite vasca dividida y una élite catalana unida, proporciona un
relato coherente de por qué la violencia en el País Vasco se convier-
te en una estrategia nacionalista válida, incluso racional.
3. Mecanismos de mantenimiento: ETA apareció en 1959 cuando una
coalición de grupos juveniles, frustrados con la pasividad de las ge-
neraciones más antiguas del PNV, fusionaron ideas de nacionalidad
etnolingüística con la guerra de guerrillas anticolonial y el marxis-
mo. Los grupos que formaron fueron propensos a cismas de todo
tipo, y sólo suponían un elemento marginal en el movimiento clan-
destino antifranquista en el País Vasco. En 1965, los miembros se pu-
sieron de acuerdo en una teoría de cambio revolucionario: involu-
crar al Estado en una «espiral de acción-represión-acción» que
serviría a los propósitos nacionalistas, puesto que esta espiral atrae-
ría cada vez a un número mayor de vascos al bando revolucionario.
Nueve años después de su formación, con no más de un centenar
de miembros, se les dio el alto en un control de carretera a un par
de etarras tras el robo de un banco. A uno de ellos se le sacó del co-
che y le dispararon; el otro fue encerrado y torturado. Fiel a su ideo-
logía, ETA seleccionó como objetivo a un comisario de policía espe-
cialmente cruel, y lo asesinó. Las consecuencias jugaron a favor de
la ideología de ETA. Franco declaró un «estado de excepción» en
todo el país, poniendo en marcha exactamente el mismo tipo de ac-
ciones represivas que habían aventurado los líderes de ETA, y ETA
atrajo a nuevos miembros. La vasta represión de la policía española,
sin embargo, fue eficaz y en 1970 el número de miembros de ETA
Conflictos violentos y nacionalismo 67
gundo, el rencor entre las naciones estuvo presente, incluso fue predomi-
nante, quizá más en la Ucrania postsoviética que en Georgia; pero se con-
tuvo politicamente.
Es probable que los observadores contemporáneos del escenario étni-
co postsoviético expliquen los diferentes resultados en Georgia y Ucrania
recurriendo a la habilidad política de Kravchuk a la hora de erigir coali-
ciones y su sangre fría a la hora de manejar la crisis en comparación con la
retórica exclusionista y las ambiciones megalómanas de Gamsajurdia.
Otras explicaciones se centran en el miedo georgiano a las amenazas de-
mográficas y regionales que les movilizaron contra los extranjeros en
comparación con un entorno ucraniano más sólido. Aunque seguramente
no vayan desencaminados, estas explicaciones tienen la cualidad de ser a
posteriori. Un analista ve las raíces de la violencia actual en el desgracia-
do pasado de Georgia. Otyrba explica: «En Georgia pueden encontrarse los
ejemplos de todas las causas importantes de conflicto étnico en el Cáuca-
so: el legado de la división nacional-territorial de la Unión Soviética, el pro-
blema del derecho de las naciones a la autodeterminación, la tensión entre
federalismo y unitarismo y las frustraciones de las personas sometidas a la
represión»." Aunque estas cuestiones sin duda tienen su fuerza, no diferen-
cian adecuadamente a Georgia de otras repúblicas que transitaron del go-
bierno soviético a la independencia de una forma menos violenta.
Se ha propuesto una teoría más general que ayuda a diferenciar los re-
sultados en Ucrania y Georgia. Barry Posen, entre otros, sostiene que la
principal minoría en Ucrania eran los rusos, cuya seguridad está garanti-
zada por la presencia de una superpotencia vecina con interés en su pro-
tección." Esto eliminó de raíz cualquier provocación por parte de Ucra-
nia y evitó que los rusos que vivían allí sintiesen la necesidad de armarse.
En Georgia, por contra, los osetios y los abjazios no tenían «madre patria»
que les amparase, y al protegerse provocaron a los georgianos. Ronald
Suny, en su descripción del Cáucaso postsoviético, incluso suministra al-
gunos datos que muestran que el nivel de violencia en las tres repúblicas
caucásicas está en proporción directa al tamaño de la población minorita-
ria no rusa de cada república. 76 La teoría de Posen es sólida porque define
el ámbito de casos relevantes como situaciones de «anarquía», con una se-
lección amplia de casos ya documentados (aunque sólo en relaciones
dentro del Estado) por teóricos realistas. Pero su teoría no podría explicar
con soltura el alto nivel de paz en la región ucraniana de los Cárpatos ni
el alto nivel de conflicto intrageorgiano en la propia Georgia. Tampoco
nos suministra una base para los casos españoles. No desecho las teorías
realistas del conflicto como enfoque antagónico al mío; cada cual se sos-
tiene en ámbitos separados pero coincidentes. De hecho, futuras investi-
gaciones deberían determinar los ámbitos apropiados para cada uno de
Conflictos violentos y nacionalismo 77
estos enfoques. Más que comparar los dos enfoques, aquí trataré de darle
cuerpo a mi teoría micro dando un repaso amplio a los dos casos postso-
viéticos.
11. CONCLUSIÓN
descubrir los mecanismos que hacen que los otros que están inmediata-
mente por encima de la desviación estándar les sigan. El problema de este
enfoque es que da poco juego a la estructura social, que es una clave para
entender los procesos micro. Yo quiero saber por qué fue Sun Yat-sen en
China el primero en formar un movimiento nacionalista. Estoy dispuesto a
arriesgar la tautología intentando determinar cuáles son las matrices distin-
tivas de compensaciones para que se pasen los primeros. La clave de esta
estrategia de investigación es desarrollar mecanismos de codificación para
las compensaciones que tienen como base información diferente de las
observaciones de los resultados subsecuentes. Esto no se ha hecho en el
contexto del presente ensayo, pero es un área por donde necesita ir la fu-
tura investigación sobre política comparada en sintonía teórica. Algunos
teóricos de las redes ya están realizando avances en este sentido."
Para todos estos problemas irresueltos, el método comparativo que se
ha utilizado en este texto ha sido capaz de arrojar algo de luz sobre los pro-
blemas de la violencia y del nacionalismo, y a continuación se resumen los
resultados. La violencia, el terrorismo, la acción de comandos y la guerra de
guerrillas son un conjunto relacionado de tácticas que han utilizado gru-
pos inmersos en movimientos de resurgimiento nacional. Estas tácticas
prevalecieron en el País Vasco desde la década de 1960 hasta la de 1990, y
en Georgia desde 1989. En otros proyectos similares de resurgimiento na-
cional como los que tuvieron lugar en Cataluña desde la década de 1960 y
en Ucrania desde 1989, estas tácticas han jugado un papel mucho más re-
ducido. Politólogos y sociólogos históricos han tratado de explicar estos re-
sultados diferentes sobre la base de variables como la ruptura de la moder-
nización, las actitudes de la población, la situación de «anarquía» y las
ideologías. Estos factores macro han demostrado ser insuficientes para una
explicación de resultados divergentes.
Nada que sea inherente al nacionalismo lleva de por sí a la violencia;
pero puesto que los renacimientos nacionales obligan a las personas a re-
alizar cambios importantes en sus vidas, la violencia y el terror se convier-
ten en una herramienta disponible para los que apoyan o para los que re-
primen el proyecto nacional. La herramienta de la violencia no está
determinada ni histórica ni culturalmente; se desencadena por factores in-
cidentales a los factores macrosociológicos y a la ideología nacionalista
predominante. A la luz de las lagunas en el análisis macrohistórico, este
texto ha tomado un enfoque diferente. Se ha tomado como base el méto-
do comparativo para poner de relieve una variedad de factores micro que
ayudan a explicar por qué ciertos movimientos nacionalistas se convier-
ten en arenas para el terror y otros para negociaciones pacíficas. Sin duda
que los movimientos de resurgimiento nacionalista que ponen en entredi-
cho Estados centrales relativamente débiles pero tenaces dan una oportu-
Conflictos violentos y nacionalismo 85
DINÁMICAS INHERENTES
DE LA VIOLENCIA POLÍTICA DESATADA
Peter Waldmann
y bajo circunstancias felices, las ciudades y los seres humanos poseen me-
jores sentimientos debido a que no son sometidos a situaciones violentas.
Pero la guerra, que impide cubrir las necesidades de la vida cotidiana, agita
la férula de la violencia y dirige las pasiones de la masa según lo manden
las circunstancias. De este modo, las ciudades fueron sacudidas por las lu-
chas entre las facciones y el ejemplo de los que comenzaron empujó a los
que siguieron a cometer excesos siempre mayores y a emplear los medios
más inauditos para realizar astutas maquinaciones partidistas y disfrutar
del placer de la venganza». En estas líneas se hace referencia claramente a
la dinámica inherente de la polarización —Tucídides habla de «luchas en-
tre facciones»— cuando ésta se ha adueñado de la comunidad. En el caso
extremo, afirma Tucídides, puede causar la inversión de todos los valores:
«Ahora se considera que actuar temerariamente es interceder abnegada-
mente en favor de los amigos, que la sabia moderación es disfrazada cobar-
día, la mesura, propia de afeminados, quien emplea el sano juicio es tenido
por perezoso y cómodo, pero aquel que golpea sin razón pasa por ser un
auténtico hombre»."
Nuestros casos de estudio demuestran ampliamente que estas agudas
observaciones no pierden actualidad. Para esta dinámica resulta secunda-
rio el hecho de que el conflicto se agrave como resultado de la iniciativa
de élites influyentes rivales o de las animosidades de vastos sectores de la
población, o que lo alimenten fríos cálculos o arrebatadoras emociones. En
todo caso, hay que constatar que, tras la ruptura de las hostilidades, los es-
píritus conciliantes, que piden paciencia y tolerancia, pierden rápidamente
su influencia. Éste es el momento de los indignados y fanáticos que pro-
pugnan soluciones radicales. Su argumentación obedece siempre a un mis-
mo esquema básico; refleja el creciente temor que se apodera de todos los
grupos u ante la agravación de las tensiones y desarrolla la lógica siguiente:
se corre el peligro de ser oprimido y discriminado; la única posibilidad de
eludir este amenazante destino es anticiparse al adversario, pasando uno
mismo al ataque armado.
Ocasionalmente surgen testimonios de la consternación que se apode-
ra de los grupos pacíficos de la población ante el aparentemente inconte-
nible agravamiento del conflicto. Como M. Cehajic, un prestigioso y prós-
pero musulmán bosnio, que escribió a su familia tras su deportación a un
campo de prisioneros por los serbios poco antes de ser asesinado:' 3 «Des-
de el 23 de mayo en que vinieron a buscarme a nuestra casa he vivido en
otro mundo. Parece que todo lo que me ha sucedido fuese un sueño odio-
so, una pesadilla.Y simplemente no puedo entender cómo puede ser esto
posible».
El desconcierto ante el rigor del cambio producido repentinamente es
típico de los universitarios e intelectuales. Este grupo de gente traumatiza-
90 Sociedades en guerra civil
nica», conocidas con motivo del conflicto yugoslavo, no pueden ser consi-
deradas privativas de la situación específica de esta región.Tales procesos
de segregación pueden encontrarse en cualquier lugar donde las comuni-
dades étnicas tengan altercados violentos.'' La tendencia general consiste
en formar bloques territoriales homogéneos partiendo del «territorio de
origen», en el cual la etnia es demográficamente mayoritaria, que sean inex-
pugnables tanto desde su interior (para la minoría) como desde el exte-
rior.' Cuanto más numerosas son las zonas en las que las etnias se encuen-
tran mezcladas y cuanto más estrecho es el entrelazamiento mutuo de los
grupos étnicos que en ellas conviven, tanto más dificil es realizar estos pla-
nes. Sobre todo, las grandes ciudades cuya expansión es el resultado de la
afluencia sucesiva de diferentes grupos étnicos, tras la ruptura de las hosti-
lidades se convierten, a menudo, en focos de conflicto. Las animosidades
existentes, alimentadas además por la concentración territorial de diferen-
tes etnias, pueden ser amortiguadas en algunos casos mediante muros de
separación —en Belfast se lo denomina eufemísticamente «peace-line»—
los cuales dividen la ciudad en diversos segmentos.
Por lo general, el empeño que ponen los grupos en redondear «su terri-
torio» lo más rápidamente posible produce al comienzo de las guerras civi-
les una agitación particularmente agresiva. Más tarde, cuando, debido a que
ningún grupo más se deja arrollar, la probabilidad de obtener nuevas gana-
cias territoriales existe únicamente en situaciones excepcionales —por
ejemplo, gracias al apoyo externo—, los impulsos agresivos iniciales hacen
sitio a una estrategia defensiva."' De todos modos, desde el principio, el ob-
jetivo exclusivo que tenía cada grupo de defenderse al verse amenazado
era puramente retórico.
La subdivisión de un país en zonas dominadas por las diversas faccio-
nes en pugna durante una guerra civil tiene para cada uno de los ciudada-
nos una importancia trascendental. Según donde viva y trabaje, puede sen-
tirse seguro con su familia o puede ser aconsejable que abandone su hogar
y se traslade al «territorio de origen» del grupo al que pertenece. General-
mente, las guerras civiles tienen por consecuencia migraciones masivas.Ya
la guerra de los Treinta años provocó en Alemania un incremento de la emi-
gración de la población campesina a las ciudades, detrás de cuyas fortifica-
ciones se sentía más segura. 2° Durante la primera fase de la guerra civil co-
lombiana, caracterizada por el enfrentamiento entre los dos grandes
partidos (liberales y conservadores), la seguridad de cada individuo depen-
día decisivamente de que, dentro de la comarca en la cual vivía, «su» parti-
do tuviese la superioridad militar. Los terratenientes liberales, cuyas pro-
piedades se encontraban en zona conservadora, se apresuraron a mar-
charse, arrendando o vendiendo sus tierras. Se calcula que, entre 1949 y
1953, en total dos millones de colombianos, es decir, alrededor de una sex-
92 Sociedades en guerra civil
alto, no obstante, las considerables diferencias que existen entre las dife-
rentes guerras civiles. Es así, por ejemplo, que el conflicto de Irlanda del
Norte, que en 25 años ha causado alrededor de 3.000 muertos (esto equi-
vale a 8 muertos anuales por cada 100.000 habitantes), es considerado más
bien una «guerra de baja intensidad» (low intensity war), mientras que la
lucha en Bosnia-Herzegovina, donde, en dos años y medio escasos, perecie-
ron 145.000 personas (el equivalente de 1.300 muertos anuales por cada
100.000 habitantes), presenta una imagen mucho más sangrienta. 25 Por lo
demás, a través de la comparación de estas cifras se percibe que las guerras
civiles de carácter sociorrevolucionario y las que tienen una motivación ét-
nica no se diferencian unas de otras en cuanto a la crueldad y la tendencia
destructiva. Ambas pueden ser moderadas o despiadadas.
El elevado número de civiles inocentes que se encuentran entre las víc-
timas se debe, por un lado, al ambiente social de odio mutuo que engen-
dran las guerras civiles y, por otro, son el resultado de la estrategia político-
militar practicada por las facciones beligerantes. Ésta se reduce, en lo
esencial, a aplicar la violencia para mantener a raya al propio campo y para
intimidar y disuadir al potencial adversario o enemigo. Si además tenemos
en cuenta que las milicias que participan en una guerra civil operan en me-
dio de la sociedad civil y que los guerrilleros no se distinguen precisamen-
te por su disciplina y valentía, no es sorprendente que el blanco principal
de sus ataques y abusos no sean los grupos armados mismos sino los indi-
viduos indefensos.
Para caracterizar la arbitrariedad de las guerras civiles, las sociedades in-
volucradas han inventado fórmulas muy pegadizas. En Irlanda del Norte reza
tit for tat, lo cual equivale al «ojo por ojo» testamentario. En concreto, era
aplicada cuando un atentado del IRA contra los protestantes era respondido
inmediatamente por el asesinato de algún católico que casualmente se había
cruzado en el camino con una banda de matones protestantes. En el Líbano
tienen una función similar los «asesinatos del documento de identidad». 26
Detrásdéminoapet burcáiosltapde
asesinar a personas que tienen la mala suerte de atravesar el límite hacia el
territorio de otro grupo confesional justamente en el momento en que éste
busca una víctima expiatoria para vengar a alguien de sus propias filas ase-
sinado poco antes. En este contexto, no obstante, hay que cuidarse de exa-
gerar cuando se aplica el atributo de «arbitrario». Aunque, desde nuestra
concepción occidental del derecho, estos homicidios nos parezcan mani-
fiestamente injustos, ellos se encuentran en consonancia con una moral ar-
caica, según la cual al individuo se le imputa la conducta de la totalidad de
su propia comunidad, incluyendo la de sus grupos militantes y militares.
El aumento de la violencia no se produce en una guerra civil de una
forma continua. La típica imprevisibilidad, de esta clase de conflictos (una
94 Sociedades en guerra civil
con su beneplácito y sólo pueden ser recaudadas a través del potencial coac-
tivo de la organización rebelde. Por otro, debido a estos manejos financie-
ros poco convencionales, se produce una mezcla de formas políticas y pri-
vadas en el empleo de la violencia que puede desembocar finalmente en la
desaparición del límite entre ambas.
Todas las organizaciones insurgentes, sea cual fuere su motivación, se
encuentran frente al interrogante de cómo justificar su existencia cuando
el conflicto se prolonga demasiado. 3I Al respecto se abren varias posibili-
dades. Una de ellas consiste en evocar permanentemente el peligro que
amenaza al grupo. El argumento es que mientras no se haya consumado la
revolución ni estén aseguradas las posesiones étnicas, se puede producir
en cualquier momento un revés de consecuencias imprevisibles. Las con-
diciones ideales para el mantenimiento de los privilegios de las unidades
de combate irregulares las constituyen, en particular, las situaciones en las
que se produce un equilibrio de poder entre las diferentes facciones de
una guerra civil." En cuanto el adversario muestra síntomas de fatiga o
hasta de estar dispuesto a transigir, se lo provoca lo antes posible para que
se vea obligado a defenderse. De esta forma se crea un «equilibrio del te-
rror», en el que las diferentes milicias, so pretexto de combatirse entre
ellas, lo que realmente hacen es mantenerse mutuamente en vida.
Otra posibilidad menos macabra para legitimar la existencia de las or-
ganizaciones insurgentes consiste en asumir efectivamente funciones casi
estatales. La lógica de este paso es evidente: tras haber usurpado una parte
importante de la soberanía estatal con el apoyo de un determinado grupo
de la población, es natural que se reemplace también en otros ámbitos al
Estado oficial claudicante, por ejemplo, en el mantenimiento del orden y la
seguridad pública. De esta manera, el IRA ha asumido en las barriadas cató-
licas de Belfast y de Londonderry importantes funciones policiales y judi-
ciales: castiga a criminales, zanja conflictos familiares, dirige el tráfico, lleva
a los niños que faltan a clase hasta las escuelas, etc."
La última posibilidad que tienen las organizaciones violentas insurgen-
tes de reaccionar ante el perceptible alejamiento de su «base» consiste en
ignorar y reprimir las eventuales protestas. Esta vía es también la más có-
moda ya que corresponde al principio más inherente de estas organizacio-
nes que es no confiar en el consenso, sino en la utilización de la coacción.
Al seguir este curso, se acercan al siguiente nivel de la escala de progresión
de la violencia.
En general, hay que retener que el vínculo que tienen las organizacio-
nes violentas con los sectores sociales que sustentan el levantamiento, sea
éste de naturaleza sociorrevolucionaria o étnica, representa al mismo tiem-
po cierta garantía de que los objetivos lejanos del movimiento no se pier-
dan de vista. Ambas circunstancias son características del primer nivel de
Dinámicas inherentes de la violencia política desatada 97
Según T. Hanf, las circunstancias reinantes en este país durante la guerra ci-
vil son comparables a la dominación mercenaria de los lansquenetes en
Alemania durante la guerra de los Treinta años (1618-1648). 3' Hanf conti-
núa diciendo que las milicias de los diferentes grupos confesionales, surgi-
das al principio de manera espontánea, terminaron actuando por su cuen-
ta, adoptando todas el mismo estilo y manera de proceder. Se dividieron en
numerosos grupos, dirimiendo constantemente sus disputas de manera
sangrienta. Se apoderaron del control de la administración y de los parti-
dos, recaudando impuestos dentro de su propio grupo confesional, sin im-
portarles la disminución de su popularidad. Es decir, se establecieron como
un «Estado dentro del Estado». Aún más lejos va S. Khalaf al afirmar que,
tras una década de guerra civil, la violencia ha penetrado en todos los po-
ros de la sociedad libanesa." Este autor afirma que esto se puede percibir
en los cambios arbitrarios de los objetivos y alianzas de las milicias y, sobre
todo, en el hecho de que la violencia se ha convertido, también fuera del
conflicto étnico, en un instrumento corriente, utilizado para lograr todo
tipo de fines. Asimismo, señala el alarmante incremento de toda clase de
delitos violentos, desde el vandalismo hasta el robo con homicidio. Sigue
diciendo que es cada vez más frecuente la aparición de bandas de ladrones
armadas que asaltan a los ciudadanos y les roban hasta los pocos objetos
que hayan podido salvar de la guerra.
Como podemos constatar en las opiniones emitidas por ambos auto-
res, la expansión de la violencia en este nivel de la guerra civil provoca ve-
hementes sentimientos de desaprobación e indignación. Emerge la imagen
terrorífica de una sociedad como la descrita por Hobbes, en la cual todos y
cada uno se sienten permanentemente amenazados por todos y cada uno,
pero en la que también desempeña un papel importante el hecho de que
numerosos ciudadanos todavía recuerden vivamente aquellos tiempos pa-
sados en los cuales el derecho, y no la violencia coactiva, determinaba las
pautas del comportamiento.
Estos recuerdos desaparecen casi por completo en el tercer nivel de la
escala de la agravación y difusión de la violencia. En Colombia, que consti-
tuye el modelo del tercer nivel de nuestra escala, la violencia ya no produ-
ce escándalo, y esto a pesar de que en este país anualmente más de 20.000
personas encuentran la muerte por causas forzadas intencionadamente
—más que en ninguna otra parte del mundo—. i6 Existen muchos intentos
de explicar el incesante aumento de la violencia en Colombia. El último de
ellos culpa al tráfico de drogas de haber convertido el empleo de la violen-
cia en un negocio. 37 Es posible que haya algo de verdad en esto, pero, en
realidad, los cárteles de drogas constituyen sólo una de las muchas organi-
zaciones violentas, como veremos más adelante. Lo probable es que cinco
décadas, casi ininterrumpidas, de conflictos políticos y sociales hayan acos-
Dinámicas inherentes de la violencia política desatada 99
atención. No hay nada más apropiado para ilustrar esta cotidiana, discreta y
masiva tendencia a cometer acciones violentas que la amplia difusión de
masacres que existe en este país. 39 Se denominan masacres aquellas matan-
zas en las que se produce un mínimo de cuatro víctimas. Entre 1980 y 1992
se produjeron en Colombia alrededor de 1.030 masacres, distribuidas por
casi todas las provincias. En estas matanzas, ejecutadas generalmente por la
noche en regiones rurales, se suele asesinar a familias enteras, sobre todo
de campesinos. Sólo en contados casos se encuentran en juego emociones
acumuladas o un fanatismo político o ideológico. Lo más corriente son las
masacres motivadas por razones «sociales» o «económicas»: se elimina a una
persona en el cercano entorno social junto a sus familiares (para evitar ac-
tos de venganza), sea para apoderarse de sus bienes, sea para suprimir a un
rival en los negocios o a un acreedor molesto. La violencia se transforma así
en el sustituto de conversaciones y negociaciones y evita tener que sopor-
tar situaciones conflictivas. Una importante diferencia —característica del
caso colombiano— en relación a la fase precedente reside en la posibilidad
de «hacer matar». Cuando la violencia se encuentra en el «segundo nivel»,
sirve como instrumento para obtener ventajas personales; en cambio, en el
tercer nivel se convierte en un servicio adquirible, en un negocio profesio-
nal. Quien desee asesinar a alguien no tiene necesidad de matarlo personal-
mente, sino que puede hacerlo por encargo. Solamente en Medellín existen
docenas de «oficinas» que viven de estos encargos. 4° Es suficiente entregar
una foto de la futura víctima y pagar por adelantado la mitad del precio
convenido, que dependerá del rango y del grado de protección de que dis-
frute la persona en quien se ha puesto la mira. En Medellín viven varios mi-
les de asesinos profesionales llamados sicarios. En la mayoría de los casos
se trata de jóvenes de entre 13 y 25 años que sueñan con dar el gran «gol-
pe» asesino que los convierta en ricos de la noche a la mañana.'"
El ejemplo colombiano demuestra que al espectacular descarrilamien-
to de la violencia al abandonar el ámbito político —característico del se-
gundo nivel— sucede otro nivel donde la violencia se vuelve profana y pe-
netra en los entresijos cotidianos de las interacciones humanas. Por esta
razón, mirándolo bien, la sucesión de niveles en la difusión de la violencia
no se puede concebir como un proceso continuo en el cual ésta se va in-
dependizando y vaciando de funciones, sino como una evolución en forma
de espiral: la violencia inicialmente vinculada al ámbito político trasciende
en un primer paso sus límites y restricciones (la «privatización») para vol-
ver a convertirse, en un segundo paso, en un valor calculable y «firme»,
como servicio adquirible por dinero en el mercado de las relaciones socia-
les. Se sobrentiende que este proceso no es forzoso y que, cuando se efec-
túa, no transcurre de manera ininterrumpida ni determinada. El esquema
de varios niveles sirve para demostrar que sería equivocado negar que las
Dinámicas inherentes de la violencia política desatada 101
que, a partir de cierto punto, los bandos en conflicto tienen más interés en
mantener el estado de posesión territorial que en aumentarlo corriendo
riesgos considerables. Las milicias de este tipo de guerras son excelentes
en la defensa pero débiles atacantes, sobre todo en los casos en que no se
enfrentan a una población indefensa sino a adversarios que luchan por la
existencia.
Mirándolo bien, no sorprende la opinión de que las guerras civiles
sólo producen desplazamientos muy limitados en las relaciones de poder
entre los bandos en conflicto, ya que ello se desprende implícitamente de
la propia definición de la guerra civil como conflicto bélico prolongado.
Si uno de los bandos fuera claramente superior, podría vencer, es decir,
poner fin a las operaciones de combate. No en vano, en el caso de México
—en donde, aunque sólo después de muchos años, se obtuvo un resulta-
do final definitivo— se ha adoptado el término de «revolución» y no de
guerra civil.
Paradójicamente, los principales cambios de poder debidos a las gue-
rras civiles no se producen entre los bandos en conflicto sino que son el
resultado de desplazamientos de fuerzas dentro de ellos mismos. Este he-
cho es paradójico debido a que las élites que se encontraban en el poder y
que son las que frecuentemente desencadenaron el conflicto con el objeti-
vo de obtener pequeñas ventajas, resultan ser generalmente las principales
perdedoras. Algunos informes y análisis dan la impresión de que se ha
producido un cambio completo de las élites dominantes. En ellos se suele
leer que los jefes tradicionales, los que tomaban las decisiones, han sido re-
legados ya que sus aptitudes mediadoras se han vuelto innecesarias ante
una confrontación armada; su lugar ha sido ocupado por una nueva clase
dirigente, que procede esencialmente de las unidades militares y de los
cuadros administrativos estrechamente vinculados con ellas. Las conclusio-
nes de este tipo pueden resultar precipitadas. Si bien, a lo largo del conflic-
to, hay que contar con la relegación de la antigua camarilla política diri-
gente, cuyos puestos serán ocupados por homines novi, expertos en
cuestiones de conducción bélica. Sin embargo, las viejas élites dominantes
son correosas y difíciles de eliminar definitivamente. Tras algún tiempo, so-
bre todo cuando se propaga un cansancio general de la guerra, pueden
recuperar el terreno político que habían perdido. A largo plazo, se produ-
ce generalmente una fusión de las viejas y las nuevas clases altas, pudién-
dose mantener únicamente los grupos políticos dirigentes que tienen en
cuenta los intereses de ambas.
Para concluir, resta sólo hacer algunas observaciones sobre el desarro-
llo cultural y moral de aquellas sociedades que se encuentran en guerra ci-
vil. Éste es el ámbito que provoca más comentarios terminantes en la lite-
ratura especializada, todos los cuales condenan las consecuencias que
106 Sociedades en guerra civil
estos conflictos han tenido en las costumbres y los espíritus de los seres
humanos. Como ejemplo de una opinión relativamente moderada, citare-
mos un pasaje del libro de H. C. E Mansilla sobre la guerra civil en Colom-
bia y Perú: «La inseguridad general, la disminución de la producción agra-
ria, el descenso de los precios de las casas, los terrenos y las fincas en las
zonas de combate, así como el aparente escaso valor de la vida humana
abren el camino a una desmoralización colectiva, puesto que el futuro se
presenta sombrío y la vida no parece prometer mucho. La utilidad del aho-
rro, la necesidad de comportarse tanto social como económicamente de
una manera previsible e, incluso, el valor de los vínculos familiares y de
amistad son puestos en duda. Esta dolorosa relativización de normas funda-
mentales y de pautas de orientación que no son sustituidas por nuevos va-
lores hace que la población caiga en una profunda crisis sociocultural y
ética)." Juicios similares emiten la mayoría de los autores. ¿Se puede con-
cluir por tanto que las épocas de guerra civil son generalmente períodos
de decadencia moral?
El hecho de que este tipo de generalizaciones pueden ser peligrosas se
puede deducir, por ejemplo, de investigaciones sobre Irlanda del Norte, las
cuales demuestran que sólo con reservas se puede afirmar que las normas
morales hayan perdido su valor y que el control social haya disminuido
desde 1969 en el seno de ambas comunidades confesionales." Ante todo,
en lo relacionado con la evolución moral y ética, resulta importante distin-
guir entre las normas de comportamiento social, por un lado, y, por otro,
las concepciones básicas sobre el bien y el mal. El hecho de que las guerras
civiles produzcan cierto debilitamiento del control social se puede consta-
tar, por ejemplo, en el incremento de la cuota de criminalidad que acompa-
ña estos conflictos. 53 El creciente egoísmo que se deplora en todas partes,
los cada vez más toscos modales, la propagación del miedo, de la descon-
fianza y de una falta total de consideración, todo esto no es sólo la mani-
festación de la debildad moral general de los seres humanos, sino que res-
ponde a la necesidad de adaptarse a la nueva situación, así como a la de-
sensibilización ante el sufrimiento humano.
Sin embargo, de estas reacciones no se puede deducir sin más que las
personas afectadas por tales presiones externas también modifican sus
convicciones más profundas. Puede darse el caso, no obstante, este tipo de
reacción no se puede generalizar. Sabemos que otras situaciones de extre-
mo desconcierto normativo, como las hiperinflaciones, 54 no debilitan los
preceptos morales ni los modelos de referencia más arraigados, sino que, al
contrario, contribuyen a fortalecerlos. Tan difícil como es, en las socieda-
des que nunca han conocido un duradero monopolio estatal de la coac-
ción, desarraigar de la mente colectiva la contingencia de recurrir a las ar-
mas para lograr un propósito, es, por otro lado, borrar de la memoria en
Dinámicas inherentes de la violencia política desatada 107
¿Tienen las guerras civiles una función o carecen de ella? De esta pre-
gunta se han ocupado también los autores de las monografías que hemos
citado. Hanf señala, al final de su obra, que la principal consecuencia de la
guerra podría ser la formación de una nación libanesa unificada y Burk-
hardt resume su trabajo afirmando que la guerra de los Treinta años no fue
un conflicto interestatal, sino que sirvió para crear un Estado. Otros auto-
res niegan que las guerras civiles que han analizado tengan algún sentido."
La formación de naciones o Estados son los temas principales que sur-
gen en la discusión sobre las consecuencias o funciones de las guerras ci-
viles. Sin embargo, estas discusiones dejan un interrogante pendiente: ¿qué
conclusiones se pueden sacar de estas interpretaciones ex post facto sobre
las peculiaridades de las guerras civiles? ¿Por qué las guerras civiles han
sido en determinados casos la condición necesaria para la formación de un
Estado o una nación y, en cambio, en otros no? Y, sobre todo, ¿cómo se han
de clasificar las guerras civiles que no encajan en este esquema pues no
han contribuido a formar ni un Estado ni una nación, como la guerra civil
norirlandesa o la permanente matanza colombiana?
Volviendo a nuestras hipótesis iniciales, proponemos contemplar las
guerras civiles no tanto a la luz de sus causas y efectos, sino, más bien,
como sistemas propios, cuya dinámica se encuentra esencialmente deter-
minada por la lógica que desarrolla una violencia expansiva tendiente a
perpetuarse. Como hemos mostrado, es característico de estos sistemas el
hecho de que la violencia desborde los estrechos límites estatales y políti-
cos para inundar otros sectores, procurando someterlos a sus propios me-
canismos de coacción, obediencia y ejecución. Cuando esto sucede, se for-
man diferentes amalgamas sociales generalmente inestables. No obstante,
nos hemos encontrado con casos en los cuales la violencia ha conseguido
establecerse de forma relativamente duradera fuera de las esferas políticas;
afectan justamente a aquellos países que rompen el esquema de las clasifi-
caciones funcionales de las guerras civiles: Colombia e Irlanda del Norte.
La violencia se ha convertido en Colombia en un servicio que se puede
comprar. Con ello está subordinada al dinero y tiene en el mercado un va-
lor calculable. Estandarizada y comercializada, no está bien vista como ins-
trumento social para imponer intereses, pero, sin embargo, por el momen-
to no se sabe cómo extirparla del mercado y someterla al exclusivo control
108 Sociedades en guerra civil
Heinrich-W. Krumwiede
(Fundación Ciencia y Política, Ebenhausen)
1. Sólo ellos, acallando las armas, pueden finalizar la guerra civil. Sin
embargo, la orden no puede provenir del exterior sino que la deci-
sión tiene que surgir del propio convencimiento.
2. A causa de su disposición al uso de la violencia, pasan por defensa
res tenaces de los intereses de su bando, por lo que gozan entre sus
filas de especial credibilidad. Sus correligionarios no denuncian
como capitulaciones las concesiones —tampoco las importantes—
hechas al bando contrario sino que las juzgan necesarias. En cam-
bio, a los pacíficos, a los que no están por la violencia, sí se les haría
esta clase de críticas en el caso de que hicieran concesiones seme-
jantes al otro bando sin el plácet explícito de los contendientes.
Con esta hipótesis se supone que los beligerantes atienden a cálculos ra-
cionales que son al fin y al cabo decisivos. Del analista se espera —lo que no
es de ningún modo fácil— que penetre en el pensamiento de los conten-
dientes, los cuales tienen una relación moralmente despreocupada, sobre
todo instrumental, con la violencia como medio para conseguir objetivos
políticos, y además disimulan a menudo sus propios objetivos. Hay que to-
marse a pecho la divisa de Sherlock Holmes de que sólo puede comprender-
se al culpable si se intenta pensar como él. Por lo tanto, hay que reconstruir
la peculiar racionalidad de los contendientes, distinta a la propia.
La hipótesis general es naturalmente poco concreta. Formular hipóte-
sis más concretas, sin embargo, sólo sería posible en el caso de determina-
dos tipos de guerra civil. Por eso hay que precaverse de declarar válidas en
general y adecuadas a cualquier tipo de guerra civil hipótesis de esta clase,
cosa que se verá con claridad tomando por ejemplo las hipótesis concretas
de Zartman. En la discusión que sigue se diferenciarán dos tipos de guerra
civil: bipolares con dos protagonistas y multipolares con varios.
Para predisponer a los contendientes a buscar una solución negociada
a la guerra civil, Zartman ve condición necesaria, aunque no suficiente, que
desde un punto de vista militar se dé una situación de tablas (stalemate),
caracterizada por el hecho de que los adversarios tienen un potencial de
victoria equivalente. El propio Zartman ha indicado algunos problemas de
esta concepción del stalemate.' 5 Por ejemplo, no puede tratarse de un sta-
lemate que uno o ambos bandos acepten como alternativa a una derrota
militar, sino que tiene que tratarse de un mutually hurting stalemate, es
decir, un stalemate en que ambos bandos sufren. Por lo que respecta al
«potencial de victoria» se trata de un problema de percepción. Entre la
situación militar «objetiva» y su percepción hay a veces una considerable
discrepancia. También hay contendientes que pueden creer tener una
oportunidad de victoria aunque un militar experto no les concede «objeti-
vamente» ninguna. Además, los avatares de la guerra normalmente fluc-
túan, así que los mutually hurting stalemates estables son muy raros.
Según el parecer del autor, el concepto del mutually hurting stalema-
te apenas puede aplicarse en las guerras de guerrillas en las que la guerri-
lla persigue la victoria a nivel nacional, t6 pues las derrotas no consiguen
por regla general debilitar la confianza en la victoria de los guerrilleros, los
cuales, dado que piensan en largos intervalos de tiempo, las consideran
más bien como una especie de «aprendizaje» provechoso. Una característi-
ca del guerrillero es precisamente que no maneja los conceptos de proba-
bilidad usuales.' Si así fuese, ya no hubiera emprendido una lucha en la
que la victoria quizá es posible, pero no probable. También hay que pre-
guntarse hasta qué punto tiene sentido el mutually hurting stalemate en
las guerras civiles étnicas, puesto que las etnias no piensan normalmente
Posibilidades de pacificación de las guerras civiles: preguntas e hipótesis 115
1. Aun cuando por supuesto la desigualdad social es una causa del conflic-
to importante, es dudoso declararla de entrada la más importante.'
2. También es dudoso el parecer, vinculado a la «argumentación de la
autenticidad» pero a menudo no explícito, de que los conflictos cle
clase tienden en especial medida a convertirse en violentos.'
Los conflictos étnicos que se dirimen por la violencia 39 son por regla
general más dificiles de pacificar que otros conflictos sociales. Son varios
los argumentos que abonan esta hipótesis.
Una argumentación prototípica: la desigualdad social puede interpre-
tarse en categorías individuales apolíticas (por ejemplo, como reflejo de di-
124 Sociedades en guerra civil
to, los actores externos deberían ser conscientes de que sus posibilidades
de influir en la pacificación de guerras civiles son básicamente limita-
das." Cuando intentan intervenir, los actores externos se ven generalmen-
te enfrentados al problema de que sólo con las «palomas», que siempre re-
chazan la violencia y aspiran a la paz, no se puede ni acabar una guerra
civil ni instaurar regímenes pacíficos. Más bien lo que se necesita es la
aprobación de los contendientes relevantes, que utilizan la violencia. Por lo
tanto, sobre los cálculos de pros y contras de éstos tienen que intentar in-
fluir los actores externos con una política de carrots and sticks (zanaho-
rias y palos).
Requisito fundamental para una influencia bien encauzada es que se
intente entender a los contendientes penetrando en su peculiar ideario.
Sobre todo, no se puede cometer el error de atribuirles la propia manera
de pensar, a modo de un mirror imaging. Habría que comprender, como
punto de partida, que la paz no es obvia para los contendientes, ya que a
veces les comporta desventajas en comparación con el estado de guerra.
Una pacificación, para ser atractiva, tiene que ofrecer al menos recompen-
sas a tales «desventajas». Tampoco debería suponerse que los contendien-
tes piensan en los conceptos temporales de uno mismo. Así, hay grupos ét-
nicos que parecen incluir en sus cálculos de pros y contras el destino de la
generación siguiente o la posterior, con lo que los cálculos referidos al pre-
sente y al futuro más inmediato pierden relativa importancia.
En los capítulos precedentes se ha apuntado a qué principios de un or-
den pacífico debería orientarse la influencia de los actores externos intere-
sados en una paz estable. Cuando se intentan concretar intelectualmente
las posibilidades de los actores externos de influir en la pacificación de
guerras civiles, queda bien claro lo limitadas que son en realidad. (No se en-
trará aquí en el problema de que tal vez los actores externos pueden evitar
el surgimiento de guerras civiles y de que sus medidas son especialmente
efectivas precisamente en la fase embrionaria.) 46 En situaciones de guerra
civil cuyos «costes» son en la percepción de los combatientes relevantes ta-
les que aconsejan una solución negociada, las carrots, ofrecidas por ejem-
plo por los países industrializados a países en vías de desarrollo inmersos
en una guerra civil, pueden ser, si no decisivas, sí muy atractivas. Por eso al
firmar la paz se ofrece por regla general un apoyo económico especial. Hay
que destacar que los programas de apoyo internacional abarcan también
ámbitos que son de especial significado para las perspectivas de estabilidad
de los órdenes pacíficos: ayudas para la integración de antiguos combatien-
tes en la vida civil, ayudas al establecimiento de un Estado de derecho y a la
democratización.También pueden considerarse hasta cierto punto carrots
las ofertas de la comunidad internacional de contribuir al cumplimiento
del acuerdo de paz encargándose de verificarlo imparcialmente.
Posibilidades de pacificación de las guerras civiles: preguntas e hipótesis 127
de «regla de oro» que podría sugerir a los actores externos que el «camino
real» hacia la pacificación de una guerra civil consistiría en contribuir al
surgimiento de una situación de tablas militares, mediante, por ejemplo, el
suministro/no suministro calculado de armas. Ahora bien, frente a la con-
fianza ingenua en esta supuesta «regla de oro» política hay que hacer una
advertencia por el motivo siguiente: se está presuponiendo un conflicto bi-
polar con dos contrincantes que pugnan en cada caso por la victoria fren-
te al rival y que sufren por una situación de tablas militares en que una vic-
toria les parece imposible. Por lo tanto, la «regla de oro» sólo puede
reclamar validez plena en un tipo de guerra civil muy determinado. Ade-
más, hay que preguntarse si al fin y al cabo éste es el tipo más frecuente, si
no predominan las guerras civiles multipolares con más de dos conten-
dientes, ninguno de los cuales aspira a la victoria a nivel estatal sobre los
demás (tal victoria sería de todos modos imposible). En semejantes guerras
civiles queda poco claro en qué consistirían las «tablas».También es difícil
de juzgar desde fuera cuáles de los contendientes son realmente relevan-
tes y a cuáles podría renunciarse en caso de necesidad.
E incluso en las guerras civiles bipolares la concepción de las tablas no
está exenta de problemas, ya que, por un lado, tiene que tratarse de unas ta-
blas duraderas, en cierta manera de unas tablas «estables». Sin embargo, qui-
zá son más frecuentes las tablas fluctuantes. Por otro lado, también en el
caso de unas tablas «estables» lo significativo no es tanto la situación mili-
tar «objetiva» cuanto su percepción «subjetiva». Así, puede haber bandos
que, «objetivamente» en inferioridad frente al enemigo según la opinión de
los expertos, vean posible una victoria en el futuro y valoren una situación
de tablas como la conquista exitosa de un objetivo parcial (quizá los gue-
rrilleros piensen de este modo). Incluso en guerras civiles de estructura
relativamente simple, que parecen relativamente sencillas de entender, es
dificil pronosticar la reacción de los actores internos a las medidas prove-
nientes del exterior. Por eso hay que advertir frente a los intentos externos
de influir en la solución de una guerra civil mediante una política del palo.
Completamente desconcertantes son, como hemos expuesto más arri-
ba," las guerras civiles que se asemejan a las clasificadas por Waldmann
como «anómicas». 49 Es difícil comprender cómo los actores externos po-
drían contribuir efectivamente a su pacificación, puesto que no está claro
cómo hay que pacificarlas. En estos casos es recomendable que los actores
externos se limiten a la oferta de carrots y en lo restante a una política de
hands off'
El análisis se ha concentrado, como es usual en las ciencias sociales, en
probabilidades. Hirschmann tiene toda la razón cuando señala que lo que
sucede a veces es lo ciertamente improbable pero en principio posible, y
recomienda a las ciencias sociales tener más en cuenta el «posibilismo»."
Posibilidades de pacificación de las guerras civiles: preguntas e hipótesis 129
Así, puede parecer improblable que una paz plagada de defectos estructu-
rales y más o menos forzada desde fuera, como la de Bosnia-Herzegovina,
presente unas perspectivas de estabilidad favorables. No obstante, según el
«posibilismo» no se puede excluir en principio que haya algo así como una
dinámica autónoma de la paz (¿por qué debería concederse sólo a la vio-
lencia una dinámica autónoma?) y que pueda surgir una paz estable de un
ordenamiento pacífico imperfecto.
SEGUNDA PARTE
Capítulo 5
RECONSTRUCTION Y FRANQUISMO:
COMPARACIÓN DE LOS EFECTOS DE LAS GUERRAS
CIVILES ESTADOUNIDENSE Y ESPAÑOLA
Walther L. Bernecker
(Universidad de Erlangen-Nuremberg)
senta idearon los propagandistas del régimen para atraer a los nórdicos y
centroeuropeos hambrientos de sol, muestra también esta autoconciencia
ideológica y política. La singularidad política que diferenció a la España
franquista de la evolución europea occidental se mantuvo hasta la muerte
del dictador: una vez que Franco, ya pocas semanas después del final de la
guerra civil, había caracterizado programáticamente las relaciones de Espa-
ña con el exterior en términos de defensa contra un contubernio mundial,
el régimen ya no se separó nunca de esta valoración básica.
Cuán contrario a los valores «europeos» era el sistema represivo del
franquismo se infiere del hecho de que las reflexiones sobre Europa de los
intelectuales españoles en aquellos años fueran mayoritariamente una de-
fensa de la apertura del país. Europa se convirtió en patrón de medida y la
alusión a la diversidad europea en crítica a la forzada uniformidad política
y cultural de España. La referencia a Europa fue (directa o condicionada)
expresión de la disconformidad y perspectiva de una alentadora esperanza
de libertad y democracia. Esta aspiración no se dirigía a la mejora económi-
ca sino al desarrollo social, político y cultura1. 31
Si se considera la evolución del régimen vencedor en su primera fase,
parece evidente una imposición de las metas proclamadas en la guerra.
Pero el resultado es completamente distinto si en la consideración se in-
cluye toda la era franquista. La perspectiva a largo plazo aproxima el caso
español al estadounidense en cuanto se plantea la pregunta por la imposi-
ción de las metas proclamadas en la guerra. Los efectos a largo plazo de la
política practicada por el régimen fueron más consecuencias no intencio-
nadas que intencionadas. Cuando a finales de los años cincuenta el régi-
men franquista se vio al borde del colapso económico como consecuencia
de la política de autarquía practicada hasta entonces, el gobierno dio un
giro económico-político radical y se decidió (por necesidad) por la liberali-
zación económica y la apertura hacia Europa.
El despegue económico de los años sesenta trajo tras de sí importantes
transformaciones de los ámbitos socioeconómico y sociocultural. La demo-
grafía adoptó paulatinamente el modelo de las naciones industrializadas:
elevación de la esperanza de vida, descenso de la natalidad, envejecimiento
de la población, racionalización de la conducta generativa. Los movimien-
tos migratorios llevaron a una elevada concentración de la población es-
pañola en pocas provincias, a grandes asentamientos en barrios y, como
consecuencia de ello, a una alta urbanización. La estructura de la población
activa, con su predominio de empleados en los sectores secundario y ter-
ciario en detrimento de la agricultura, se adaptó progresivamente a las
otras sociedades industriales. A causa de la industrialización y de la espe-
cialización de los puestos de trabajo, la profesionalización y la movilidad la-
boral se incrementaron en casi todos los sectores. La alfabetización alcanzó
Reconstruction y franquismo 149
6. CONCLUSIÓN
Marie-Janine Calic
(Fundación Ciencia y Política, Ebenhausen)
2. LA DESINTEGRACIÓN DE YUGOSLAVIA
2. LA DESINTEGRACIÓN DE YUGOSLAVIA
vida propia. Cada una de las repúblicas de Yugoslavia poseía una identidad
histórica y regional particular y cada uno de sus pueblos cultivaba una
pronunciada conciencia nacional. Los prejuicios étnicos y las traumáticas
experiencias vividas durante la Segunda Guerra Mundial se habían graba-
do profundamente en la conciencia colectiva de los yugoslavos creando
una desconfianza latente que se expresaba abiertamente en las épocas de
crisis. 6
Desde la fundación del Estado, las élites de los diversos pueblos yugos-
lavos se habían ido quejando cada vez más de supuestos perjuicios y exigi-
do más presencia en la política federal. El federalismo, que al principio sólo
figuraba en el papel, se convirtió en los años sesenta en un refinado sistema
de representación étnica en los órganos superiores de decisión política de
la federación y sus repúblicas. En virtud de una reforma constitucional los
partidos y el Estado fueron completamente federalizados en 1974, y algunas
decisiones importantes, entre ellas la secesión o la modificación de las fron-
teras, debían tomarse de común acuerdo entre los distintos pueblos del Es-
tado.Tito concedió a las repúblicas y a las provincias autónomas unos dere-
chos tan amplios que incluso se ha hablado de sobrefederalización. Por
ejemplo, las repúblicas podían vetar individualmente las decisiones de la fe-
deración, un derecho del que hicieron gran uso, sobre todo en los años
ochenta. Debido a ello, el gobierno federal acabó siendo inoperante.'
Sin duda, detrás de los impulsos autonomistas de los pueblos y repúbli-
cas había distintas visiones políticas pero también intereses sociales y eco-
nómicos.Yugoslavia adoleció desde su fundación de unas diferencias extre-
mas en cuanto al desarrollo de sus regiones, desigualdades que tampoco
allanó la forzada política industrializadora de Tito en los años sesenta y se-
tenta. Muchos conflictos surgieron de los abruptos desniveles económicos
que recorrían el país de noroeste a sudeste. Entre Eslovenia y Kosovo, dos
r egiones con aproximadamente la misma cantidad de habitantes (1,9 mi-
llones), la diferencia de ingresos era máxima. En 1989 la renta de Eslovenia
ascendía a 36,55 millones de dinares, mientras que la de Kosovo era tan
sólo de 3,97 millones. 8 Las luchas estructurales por la distribución de la ri-
queza entre las zonas ricas y las zonas pobres del país se agudizaron en los
años setenta al ralentizarse el crecimiento económico. Entre 1980 y 1986
el producto interior sólo creció un 0,6 % anual y la renta real fue en 1985
un 27 % inferior a la de 1979. La duradera crisis socioeconómica sometió a
Yugoslavia a una dura prueba: cada vez menos gente estaba dispuesta a
158 Sociedades en guerra civil
tra las otras partes. Los objetivos principales eran romper el cerco de Sara-
jevo, reconquistar la Bosnia central y abrir un corredor hacia el Adriático.
6. LA «LIMPIEZA ÉTNICA»
ban a largo plazo en llevar la voz cantante, como grupo de población más
numeroso, en un Estado central.
Cuanto más duraba la guerra, con más fuerza se adaptaban las pro-
puestas de paz internacionales a los hechos consumados por las acciones
militares y los movimientos de refugiados. Paulatinamente, se impuso el
criterio serbio y croata de dividir étnicamente Bosnia-Herzegovina. El plan
de paz presentado por los mediadores de la ONU y la UE, Cyrus Vance y
Lord David Owen, en 1992-1993 fue el último intento de mantenerlas
como Estado unitario. Preveía descomponer el Estado en diez regiones au-
tónomas pero étnicamente mezcladas bajo un gobierno central común. Se
prohibía la anexión de territorios aislados a los Estados vecinos, cosa que
los serbobosnios no quisieron aceptar. Así pues, en el verano de 1993 se
elaboró la propuesta de una confederación bosnia triestatal (plan
Owen/Stoltenberg). Bosnia-Herzegovina se convertiría en una union de
tres Estados, musulmán, croata y serbio. Después de un período de transi-
ción, cada uno de los tres Estados mantendría la opción a decidir sobre su
anexión a las repúblicas vecinas. Pero esta vez fueron los musulmanes
quienes rehusaron.
Desde 1994 el grupo de contacto compuesto por representantes de Es-
tados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Alemania y Rusia trabajó en un plan
que contemplaba mantener formalmente el pequeño Estado pero dividido
en dos mitades. Bosnia se convertiría en una unión de dos Estados confe-
derados con un gobierno central común. La federación croatamusulmana,
creada en febrero de 1994, administraría el 51 % del territorio del Estado, la
república serbobosnia el 49 %. Pero esta última rechazó obstinadamente
contentarse con el territorio previsto para ella. A comienzos de 1995 se
veía claramente que también esta iniciativa había fracasado. Sólo a finales
de año se colocaría la primera piedra para la paz.
Al renunciar al uso de la violencia militar, la guerra yugoslava se conci-
bió más como una guerra humanitaria que como un problema de seguri-
dad política. A comienzos del año 1992 la ONU envió tropas de pacifica-
ción a Croacia y en el verano también a Bosnia-Herzegovina. En Bosnia, en
principio, sólo debían colaborar en la distribución de la ayuda humanitaria.
Por la resolución 761 se le confió la seguridad del aeropuerto de Sarajevo
con el fin de posibilitar el suministro de asistencia humanitaria a la
UNHCR. Pero puesto que desde el verano de 1992 la escalada de enfrenta-
mientos fue creciente, la misión de la UNPROFOR se reformulaba sin cesar.
Al final abarcaba cometidos tan diferentes como la protección de convo-
yes del UNHCR, la disuasión de ataques contra «zonas protegidas», la imple-
mentación de zonas de exclusión militar y la mediación y supervisión de
treguas. El Consejo de Seguridad de la ONU dictaminó más de 200 resolu-
ciones sobre la guerra yugoslava desde 1991. Muchas de ellas eran, no obs-
174 Sociedades en guerra civil
tante, poco claras y contradictorias, sobre todo por lo que se refería al tema
de en qué situación podía aplicarse la fuerza militar de los cascos azules.
Además, los Estados miembro de la ONU no estaban dispuestos a faci-
litar personal y recursos suficientes para la misión bosnia. El ejemplo más
craso de esto fueron la llamadas «zonas de seguridad» para la población ci-
vil declaradas por el Consejo de Seguridad de la ONU: Srebenica, Gorazde,
Fepa, Tuzla, Sarajevo y Bihac. Se encargó a los cascos azules que evitaran
los ataques a dichas zonas, para lo cual podían reclamar a la OTAN apoyo
aéreo. Pero estas zonas de protección no podían defenderse desde el aire.
A pesar de las múltiples protestas del secretario general, el Consejo de Se-
guridad envió para defender las zonas protegidas, en lugar de los 34.000
soldados necesarios —solicitados ya en junio de 1993—, sólo 7.600 hom-
bres con armas ligeras. En definitiva, la ONU tuvo que presenciar, impo-
tente, cómo los serbios asaltaban en junio de 1995 Srebenica y Fepa y ase-
sinaban a miles de prisioneros. Según la comandancia de la ONU, los
ataques aéreos de la OTAN hubieran podido, sin duda, frenar el avance
serbio pero hubieran causado muchas víctimas injustificables entre civiles
y personal de la ONU.
Paradójicamente, la caída de los enclaves del este de Bosnia posibilitó
un mayor compromiso militar del exterior, pues se retiró a las tropas de la
ONU del territorio controlado por los serbios. Desde entonces los cascos
azules ya no estuvieron expuestos directamente al peligro de los ataques
de represalia. Después de los ataques aéreos de la OTAN los serbios siem-
pre habían tomado rehenes entre los colaboradores de la ONU para evitar
la acciones de castigo.
9. DESPUÉS DE DAYTON
Adrian Guelke
(Universidad Queen's de Belfast)
Rogelio Alonso
(Universidad Complutense de Madrid)
1. LA PARTICIÓN DE IRLANDA
Irlanda del Norte, formada por seis de los treinta y dos condados de los
que está compuesta la isla de Irlanda, fue establecida en 1920 como una
entidad política autónoma dentro del Reino Unido. Con esta medida se
pretendía acomodar el rechazo de los protestantes a las reivindicaciones
autonomistas de los nacionalistas irlandeses. Dicha oposición reflejaba la
intensidad de las divisiones sectarias en Irlanda, especialmente en el nores-
te de la isla, donde los protestantes constituían la mayoría de la población.
Miedo a una guerra civil: la experiencia de Irlanda del Norte 181
dos por la bienvenida que los católicos brindaron a la nueva política gu-
bernamental. El SDLP la recibió de forma favorable y apeló a «aquellos in-
volucrados en la campaña de violencia a cesar inmediatamente». I° Este lla-
mamiento fue ignorado por el IRA, pues los republicanos entendían que la
violencia era la causa que había forzado a los británicos a modificar su po-
lítica hacia la región. En consecuencia, los Provisionales presentaron su
propia propuesta de alto el fuego condicionándola a la retirada británica y
al establecimiento de una Irlanda federal. Su triunfalismo les había llevado
a determinar 1972 como «el año de la victoria»." Sus expectativas no llega-
ron a materializarse en un año durante el que se produjeron 470 muertes
como resultado de la violencia, la cifra más alta a lo largo de «los distur-
bios» (véase el cuadro 1). Los temores de los protestantes a una rendición
por parte del gobierno británico, junto con la reacción católica a los suce-
sos arriba descritos, habían degenerado en una peligrosa combinación con
trágicas consecuencias para Irlanda del Norte.
El elevado número de víctimas civiles durante 1972 y los cuatro años
posteriores se debió en parte a la campaña de indiscriminados asesinatos
sectarios llevada a cabo por miembros de organizaciones paramilitares lea-
listas, que costó la vida a varios centenares de católicos. Esta práctica inti-
midatoria ayudó a consolidar la segregación geográfica de ciertas ciudades
al forzar a ambas comunidades a la seguridad de sus propios guetos. La se-
lección de este tipo de objetivos facilitaba la descripción de los paramilita-
res lealistas como puramente sectarios. Aunque el IRA también causaba
víctimas protestantes, se defendía de las acusaciones de sectarismo alegan-
do que su violencia no estaba deliberadamente dirigida contra la comuni-
dad protestante. Sin embargo, en un contexto como el norirlandés, la vio-
lencia perpetrada por los paramilitares de ambas bandos debe calificarse
por igual como sectaria en su naturaleza y en sus efectos. 12
Los paramilitares protestantes entendían que Irlanda del Norte se hallaba
en un estado de guerra y, como aseguraba una de sus publicaciones, consi-
deraban que los católicos, prácticamente sin excepción, estaban de parte
de «los asesinos, los terroristas, la intimidación y la absoluta destrucción de
todos los lealistas»." Desde su punto de vista la comunidad protestante se
encontraba bajo asedio y dependía exclusivamente de sus propias fuerzas
para sobrevivir. Este sentimiento fue sintetizado con precisión en un comuni-
cado de la UDA en 1973: «Nos han traicionado y nos han calumniado. Nues-
tras familias viven constantemente aterrorizadas y en sufrimiento. Somos
un estorbo para los que se consideran nuestros aliados y no tenemos sim-
patías en ninguna parte. Una vez más en nuestra historia tenemos las espal-
das contra la pared, nos amenaza la extinción en una u otra forma. Éste es
el momento de estar alerta, pues en una situación como ésta los hombres del
Ulster luchan sin piedad hasta que o ellos o sus enemigos caen muertos»."
Miedo a una guerra civil: la experiencia de Irlanda del Norte 187
1
CUADRO
Muertes en Irlanda del Norte como resultado de la situación
de violencia, 1969-1996
Año RUC (1) RUCR (2) Ejército UDR/RIR(3) Civiles (4) Total
1969 1 13 14
1970 2 23 25
1971 11 43 5 115 174
1972 14 3 105 26 322 470
1973 10 3 58 8 173 252
1974 12 3 30 7 168 220
1975 7 4 14 6 216 247
1976 13 10 14 15 245 297
1977 8 6 15 14 69 112
1978 4 6 14 7 50 81
1979 9 5 38 10 51 113
1980 3 6 8 9 50 76
1981 13 8 10 13 57 101
1982 8 4 21 7 57 97
1983 9 9 5 10 44 77
1984 7 2 9 10 36 64
1985 14 9 2 4 26 55
1986 10 2 4 8 37 61
1987 9 7 3 8 68 95
1988 4 2 21 12 55 94
1989 7 2 12 2 39 62
1990 7 5 7 8 49 76
1991 5 1 5 8 75 94
1992 2 1 4 2 76 85
1993 3 3 6 2 70 84
1994 3 0 1 2 56 62
1995 1 0 0 0 8 9
1996 0 0 1 0 14 15
La UDA llegó a contar con unos 25.000 miembros, 15 de los cuales sólo
una minoría estaban involucrados en los citados asesinatos sectarios. Las
principales actividades de la mayoría de sus integrantes consistían en pa-
trullar barrios protestantes y participar en paradas militares con la inten-
ción de exhibir la capacidad de la organización. El papel de esta formación
fue decisivo en el triunfo de la huelga general decretada en 1974 por el
Ulster Workers Council (Consejo de los trabajadores del Ulster). Durante
dos semanas del mes de mayo los lealistas bloquearon carreteras, erigieron
barricadas y provocaron restricciones en el suministro de energía, gasolina
y otros productos básicos, colocando a Irlanda del Norte al borde de la
anarquía. Con esta movilización pretendían derribar un ejecutivo puesto
en marcha a principios de año, basado en un sistema de poder compartido
entre unionistas y nacionalistas. Esta iniciativa política contemplaba ade-
más la creación de un Consejo de Irlanda a través del cual la República de
Irlanda y dicho ejecutivo cooperarían en cuestiones de interés mutuo. Esta
institución despertó las hostilidades de los lealistas, quienes la interpreta-
ron como un primer paso hacia la temida unificación de la isla.
El sistema de poder compartido apenas sobrevivió unos meses. El fra-
caso del experimento supuso un duro revés para la política británica, así
como para sectores unionistas y nacionalistas que podían definirse como
moderados y que habían sido capaces de acomodar sus diferencias para
constituir dicho ejecutivo, que finalmente sería destruido por la violencia
de los extremistas de ambas comunidades. Tras esta decepción, el gobier-
no llegó a considerar la retirada de la región y promovió una convención
en la que los partidos políticos constitucionales debatirían un posible acuer-
do político. Las diferencias entre ellos resultaron imposibles de reconciliar,
obligando a los británicos a aceptar la continuación del sistema de gobier-
no directo desde Londres como el menor de los males para las dos comu-
nidades.
5. CRIMINALIZACIÓN
7. EL ACUERDO ANGLOIRLANDÉS
8. LA INICIATIVA BROOKE
nes: entre las dos comunidades norirlandesas; entre Irlanda del Norte y la
República de Irlanda; y entre el Reino Unido y la República de Irlanda.
A pesar de la aceptación de estas bases, desde el primer momento sur-
gieron obstáculos que impidieron poner en marcha las negociaciones en-
tre todas las partes. Uno de ellos fue la pretensión de los unionistas de sus-
pender el Acuerdo Angloirlandés que tanto rechazo había generado en su
comunidad. Finalmente Brooke logró una fórmula de compromiso según la
cual las negociaciones tendrían lugar durante un intervalo de 11 semanas,
entre finales de abril y mediados de julio de 1991, en el que la Conferencia
Intergubernamental diseñada en dicho acuerdo no mantendría reuniones.
El mero hecho de que por fin los partidos fueran a sentarse a la mesa de
negociaciones alumbró las esperanzas de que pudieran llegar a resolverse
las diferencias que habían creado la situación de punto muerto en la que
se encontraba Irlanda del Norte." Ese clima de optimismo se vio favoreci-
do por la decisión del Combined Loyalist Military Command (CLMC),
formación que aglutinaba a las principales organizaciones paramilitares
lealistas, de decretar un alto el fuego durante el transcurso de las negocia-
ciones. Sin embargo, el desacuerdo entre los partidos sobre cuestiones de
procedimiento bloqueó la negociación en importantes materias. Las obje-
ciones planteadas por los unionistas en este sentido sirvieron para que
gran parte de la opinión pública en Gran Bretaña les culpara por el escaso
progreso de las conversaciones al concluir el plazo estipulado. 37
El fracaso de la primera ronda de negociaciones fue seguido de una
nueva espiral de violencia lealista. En 1991, los paramilitares protestantes
fueron responsables de 40 de los 93 asesinatos ocurridos durante ese año,
el nivel más alto de muertes por su parte desde mediados de la década de
los setenta.' Este tipo de violencia continuó su escalada durante 1992, en
parte como consecuencia de las órdenes de un nuevo liderazgo más joven
∎ militante que se había hecho con el mando tras la muerte de McMichael.
Con la intención de demostrar que su efectividad no tenía nada que en-
vidiar a la de sus predecesores, decidieron tomar represalias por cada una
de las acciones del IRA. Un importante cargamento de armas procedente de
Sudáfrica a comienzos de 1988 les proporcionó los medios. 39 En agosto
de 1992 el gobierno británico respondió ilegalizando a la UDA.
Aunque muchas de las víctimas de los lealistas seguían siendo católicos
sin conexión alguna con los paramilitares del bando contrario, también di-
rigieron sus ataques hacia prominentes republicanos. Esta táctica provocó
la respuesta del IRA, que justificó así los asesinatos de protestantes a los
que acusaba de estar involucrados en la campaña lealista. Como conse-
cuencia de esta especie de guerra entre los paramilitares de ambos ban-
dos, 1991 fue el año en el que se produjeron menos víctimas entre las fuer-
zas de seguridad desde el comienzo de «los disturbios». Al mismo tiempo,
196 Sociedades en guerra civil
en zonas más afectadas por la violencia como Belfast aumentaron los te-
mores a que de nuevo se alcanzaran los terribles niveles de indiscrimina-
dos asesinatos sectarios que tan populares habían sido durante mediados
de los años setenta.
9. ALTO EL FUEGO
paña terrorista. Así lo había reconocido un portavoz del IRA durante una
entrevista en 1990 al admitir que, aunque dicho grupo no podía ser derro
tado, cada vez era más dificíl persuadir a los nacionalistas de que podía
vencer. 40
Un discurso pronunciado en junio de 1992 por el dirigente del Sinn
Fein Jim Gibney sugería también una significativa evolución en la filosofía
política dentro del movimiento republicano. En él parecía darse una mayor
consideración a las aspiraciones unionistas y a la necesidad de un proceso
de negociación." Otra muestra de dicha tendencia la proporcionó la publi-
cación por parte del Sinn Fein de un informe, titulado Towards a lasting
peace in Ireland,42 en el que los republicanos exponían su visión sobre la
forma en la que podía concluirse el conflicto. Estos factores alentaron el
diálogo que diversos dirigentes religiosos mantuvieron durante 1992 con
dicha formación con la finalidad de persuadirles de que abandonaran la
violencia.Ya en 1989 Peter Brooke había planteado la posiblidad de que el
gobierno británico entablara negociaciones con los republicanos si éstos
decretaban el fin de la violencia.'13
Miedo a una guerra civil: la experiencia de Irlanda del Norte 197
Pero la indicación más clara de que las conversaciones del Sinn Fein
con otros grupos o individuos podrían desembocar en un alto el fuego del
IRA se produjo en septiembre de 1993, cuando Gerry Adams y John Hume
elaboraron un documento conjunto en el que se recogían propuestas que,
en su opinión, podían poner punto final a la violencia. Estas deliberaciones
fueron el fruto de los intensos contactos que ambos habían mantenido du-
rante meses. A pesar de que Hume definió su plan como el camino hacia la
paz, los gobiernos británico e irlandés lo recibieron con escepticismo, pues-
to que planteaba condiciones inaceptables para la comunidad unionista. En
su lugar, Londres y Dublín impulsaron una alternativa propia en unos mo-
mentos en los que la confluencia de diversos factores aumentó la presión
sobre ellos para introducir una nueva iniciativa política. Por un lado, en el
otoño de 1993 los paramilitares republicanos y lealistas protagonizaron una
violenta espiral de asesinatos sectarios que acrecentaron la desesperación
de las dos comunidades. Además, en noviembre se hizo público que el go-
bierno británico había mantenido contactos secretos con la cúpula del IRA
en contra de su reiterada política de no negociar con terroristas.
El resultado fue la Declaración de Downing Street, hecha pública con-
juntamente por el gobierno británico e irlandés el 15 de diciembre de 1993.
En ella se ofrecía al Sinn Fein su inclusión en negociaciones sobre el futuro
de Irlanda del Norte con el resto de los actores involucrados en el conflicto,
una vez el IRA anunciara el final de su campaña. Al mismo tiempo se subra-
yaba una vez más que Irlanda del Norte no dejaría de ser parte del Reino
Unido sin el consentimiento de la mayoría de la población norirlandesa. Aun-
que en julio de 1994 una conferencia del Sinn Fein rechazó el documento, el
31 de agosto el IRA anunció el «cese completo de sus operaciones milita-
res».44 Tan histórico anuncio fue seguido del alto el fuego decretado por el
Combined Loyalist Military Command el 13 de octubre de ese mismo año.
Resultaba muy significativo el hecho de que el cese de la violencia de
los paramilitares se hubiera producido finalmente en ausencia de un acuer-
do político sobre el futuro de Irlanda del Norte. A pesar del optimismo que
las noticias generaron en ambas comunidades, el proceso de normaliza-
ción tras tantas décadas de conflicto planteaba todavía numerosos obstácu-
los. Desde algunos sectores unionistas se cuestionaba seriamente las impli-
caciones que podía tener su participación en negociaciones políticas con
el Sinn Fein. Estas preocupaciones se vieron complementadas por las sos-
pechas unionistas sobre un posible pacto secreto entre el gobierno británi-
co y los republicanos en recompensa por el alto el fuego. Puesto que los
dos bandos tenían expectativas contrapuestas sobre los resultados políti-
cos que el cese de la violencia debería traer consigo, no es de extrañar que
muchos norirlandeses lo interpretaran como una mera tregua de incierta
duración.
198 Sociedades en guerra civil
Este escenario varió con la llegada al poder del Partido Laborista tras
las elecciones generales de mayo de 1997. La amplia mayoría de la que dis-
frutaban los socialistas en el parlamento le permitía a su líder, Tony Blair,
una mayor movilidad en la política gubernamental hacia Irlanda del Norte.
200 Sociedades en guerra civil
CUADRO 2
Distribución de fuerzas en la Asamblea de Irlanda del Norte
Bloques Escaños Votos en primera Escaños obtenidos
opción (%)
Nacionalistas 42 39,8 38,8
Unionistas «Sí Acuerdo» 30 25,0 27,7
Unionistas «No Acuerdo» 28 25,5 25,9
Otros 8 9,4 7,4
Total 108 99,7 99,8
Fuente: Brendan O'Leary, «The 1998 British-Irish Agreement: Power-Sharing Plus», Scottish Af-
fairs, n° 26, invierno de 1999, pág. 19.
Dentro de las filas unionistas muchos fueron los que brindaron un apo-
yo condicional al Acuerdo, amenazando a Trimble de que modificarían su
postura si el Sinn Fein era admitido en el ejecutivo sin que el IRA hubiese
entregado previamente sus armas» Esta circunstancia restringía enorme-
mente los movimientos de Trimble, como el propio Gerry Adams llegó a
Miedo a una guerra civil: la experiencia de Irlanda del Norte 203
reconocer al afirmar en mayo de 1999 que «si a los unionistas se les diera
espacio para maniobrar, maniobrarían». 52
En el momento de escribir estas líneas, todavía no se había logrado for-
mar el ejecutivo norirlandés ante la ausencia de desarme por parte de los
paramilitares. A pesar de las incógnitas que el futuro del Acuerdo plantea,
las demoras en su puesta en práctica no deben entenderse como un signo
de que la vuelta a los niveles de violencia presenciados en el pasado resulta
inevitable. Después de tres décadas de conflicto, en amplios sectores repu-
blicanos y lealistas se acepta que el Acuerdo de Belfast es el mejor resulta-
do que los paramilitares pueden obtener. Ambos bandos podrían mostrarse
interesados en derribar los andamiajes sobre los que se sostiene el Acuerdo
si la alternativa a sus estructuras sirviera para acercar más sus objetivos úl-
timos. Sin embargo, los gobiernos británico e irlandés han dejado muy claro
que su modelo de gobierno para Irlanda del Norte admite mínimas varia-
ciones. Para decepción de los republicanos, la espectacular violencia de to-
dos estos años no ha logrado que el gobierno británico asuma una política
de persuasión encaminada a convencer a los unionistas de que la mejor so-
lución al conflicto se encuentra en la unificación de la isla. El principio del
consentimiento continúa siendo el eje de su política hacia la región que in-
cluso el Sinn Fein aceptó de facto al respaldar el Acuerdo.Tampoco es pro-
bable que los dos gobiernos intentasen imponer un nuevo Acuerdo con
provisiones más favorables para los unionistas, lo que necesariamente pro-
vocaría el rechazo de nacionalistas y republicanos.
Al mismo tiempo no es posible descartar que determinados grupos
continúen con acciones armadas. El proceso de paz no ha hecho desapare-
cer el antagonismo utilizado por los paramilitares para justificar inicial-
mente sus campañas. Desde el punto de vista republicano, la partición de
la isla y la presencia británica en Irlanda continúan vigentes. Igualmente,
para ciertos sectores unionistas, Irlanda del Norte sigue siendo una entidad
en permanente estado de amenaza. En la mentalidad de algunos republica-
nos y unionistas la violencia no ha dejado de ser un recurso útil y legítimo
para perseguir objetivos políticos. En una entrevista con uno de los auto-
res, Bernadette Sands, dirigente del 32 County Sovereignty Movement, for-
mación considerada como el brazo político del «IRA Auténtico», una esci-
sión del IRA Provisional, se mostraba convencida de que la lucha armada
había forzado a los británicos a la mesa de negociación. En su opinión, la
lucha armada no había «fallado» al movimiento republicano, sino sus diri-
gentes, que no habían logrado aprovechar en las negociaciones la fortaleza
(pie la violencia les habría brindado, llevándoles a aceptar en 1998 algo
muy similar a lo que ya se les ofreció años antes. 53
El mismo Acuerdo de Belfast contiene el potencial para prolongar el
conflicto si su puesta en práctica no va acompañada de una progresiva
204 Sociedades en guerra civil
13. CONCLUSIÓN
CUADRO 3
Organizaciones responsables de las muertes a lo largo del conflicto
paz como a los cambios que están ocurriendo en el ejército israelí. Estos gru-
pos fomentan faccionalismo y el peligro de pretorianismo. El análisis de este
cambio social es vital a nuestro esfuerzo por responder a la pregunta plantea-
da en el título del capítulo, ¿acaso existe en la actualidad en Israel la posibili-
dad de una guerra civil?, y, si así fuera, ¿cuáles serían sus implicaciones?
Si bien el militarismo puede ser confinado a grupos relativamente pe-
queños: casta, clase, estatus, grupo étnico o élite 3, en algunos casos, sin em-
bargo, el militarismo dirigido por el Estado llega a ser el proyecto de la so-
ciedad entera, dando lugar a la «nación-en-armas» (la nation armée). Su
característica definidora es la movilización psíquica o material de toda la po-
blación para el proyecto conocido como guerra; sus atributos son la coope-
ración entre las élites militares y políticas, una confusión de los límites entre
la sociedad y el ejército, y la constitución de un «ejército-nación» (armée
nation). La posición central de un ejército de estas características en la so-
ciedad, tanto a nivel político como simbólico, normalmente impide fomen-
tar un golpe militar. Los ejemplos más relevantes de la nación-en-armas y del
ejército-nación no pretoriano los representan Prusia-Alemania en el siglo
=Japón (hasta 1931) y, por supuesto, Francia en diversos períodos desde
la Revolución francesa y el Estado jacobino. Un ejemplo más reciente, que
tuvo lugar durante la segunda mitad del siglo xx, lo constituye Israel. 4
La nación-en-armas israelita, como se describirá con mayor profundi-
dad posteriormente, se constituye después de la guerra de 1948 y el es-
tablecimiento del Estado de Israel. Las siete guerras en las que Israel ha
estado involucrado desde entonces también han contribuido al manteni-
miento del modelo. Pero en los últimos años, y a consecuencia del proceso
de paz, se ha percibido un cambio sustancial; el declive del militarismo is-
raelí, que abarcaba la forma de nación-en-armas en toda su amplitud. Más
concretamente, el cambio se ha manifestado en el surgimiento de una se-
paración entre el ejército y la sociedad, y en la transformación del ejército-
nación en unas fuerzas armadas más profesionales. Contra esta experiencia
es legítimo interrogarse sobre si las FDI, en la actualidad, plantean una
amenaza para la comunidad civil. ¿Y si no todo el ejército, quizá partes de
él. Y, de todas maneras, ¿aquellos que manejan los instrumentos de la vio-
lencia organizada también tratan de dictar la política de su país? ¿Y acaso
este hecho podría involucrar a la sociedad israelí en una guerra civil que
sustituye el enemigo externo por un enemigo interno?
Este capítulo esboza una comparación entre los casos de las históricas
Francia e Israel para contribuir a determinar si un golpe militar y una gue-
rra civil en este país constituyen realmente una probabilidad. Desde los
tiempos de Napoleón Bonaparte, el ejército-nación francés nunca supuso
un peligro concreto para el gobierno y fue conocido cariñosamente como
La Grande Muelle.
¿Acaso hay posibilidad de una guerra civil en Israel? 213
rra del Líbano para vencer a las fuerzas palestinas en el sur y la falta de per-
cepción en la Intifada, en cuanto que se estaba luchando contra mujeres y
niños que utilizaban piedras como armas, deterioró tanto su imagen exter-
na como su autoestima interna.
El desprestigio del ejército permitió que diversos grupos se organiza-
sen. Por primera vez en la historia de Israel, los reservistas rehusaron servir
a gran escala en la guerra del Líbano.' Los padres cuyos hijos fueron lla-
mados a filas para esa guerra exigieron poner fin a las acciones militares
accesorias —una reacción a la autocomplaciente descripción del entonces
Primer Ministro Begin sobre la guerra del Líbano como una «guerra de
elección»" israelí—. Los mandos más jóvenes del ejército también habían
sido objeto de una gran crítica por los accidentes ocurridos durante ejerci-
cios de entrenamiento en los últimos años. Aunque incluso las estadísticas
ponen de manifiesto una tendencia decreciente en estos accidentes, los
airados padres, incluyen a madres y padres que perdieron a sus hijos en ac-
tividades fuera de combate, se han organizado para dirigir la dura crítica
contra el ejército. Una de sus demandas es que el ejército transfiera la in-
vestigación de los accidentes a un organismo externo, neutro, un mecanis-
mo clásico para profundizar la fisura entre ejércitos y sociedad. Los que
protestan han demostrado un nivel de combatividad que nunca antes se
había visto en las relaciones del ejército con los padres de los soldados. En
noviembre de 1993, por ejemplo, los desconsolados padres, cuyos hijos
murieron en accidentes de entrenamiento, irrumpieron en un mitin orga-
nizado por las FDI para la preinducción de alumnos de escuelas medias.
Los padres se subieron al estrado, tomaron los micrófonos y advirtieron a
los jóvenes sobre el ejército que muy pronto les llamaría a filas. El mitin se
convirtió en un gran pandemonium. 39 La participación de los padres, que
inicialmente era un mecanismo de mediación entre el ejército y la socie-
dad, y estrechó la distancia entre ellos, cada vez más se convierte en un ins-
trumento que ensancha la brecha; el ejército, por su parte, está intentando
poner punto final al fenómeno o reducir el ámbito de influencia»
Una de las más extraordinarias manifestaciones de la nueva perspectiva
hace referencia a una cuestión de gran sensibilidad en Israel: las lápidas de
los soldados que murieron durante el servicio militar. Durante los últimos
años, los afligidos padres organizaron una protesta en cuanto a la uniformi-
dad, esto es, las inscripciones estándar que se gravaban en las tumbas de los
cementerios militares. Demandaron el derecho a gravar inscripciones infor-
males que pudieran reflejar su dolor personal." La «nacionalización de la
conmemoración» es una característica pronunciada del moderno naciona-
lismo, así como también señala un destacado interés del Estado-nación y, es-
pecialmente, de la nación-en-armas, que desea que el luto en los cemente-
rios militares sea colectivo y no individual.A1 principio, en Israel se dio por
¿Acaso hay posibilidad de una guerra civil en Israel? 223
hecho que cada sufrimiento individual era una parte del conjunto de la re-
glamentación colectiva, un texto oficial en la narrativa de los propios sacri-
ficios desplegados por la nación y el Estado. 42 Cuando el ejército rechazó
las demandas de los padres, éstos litigaron y en 1995 la Corte Suprema se
pronunció a favor de las familias. La protesta de los padres puede ser inte-
pretada como un cambio sobre aquella perspectiva y como un signo del de-
clive en la cultura militarista practicada por la nación-en-armas. De hecho, la
Corte escribió: «El tiempo ha llegado a constituir un balance adecuado en-
tre la necesidad de dar expresión personal a las familias de los desapa-
recidos y la necesidad de uniformidad en los cementerios militares». Y, de
nuevo, «la demanda para la estandarización absoluta representa un colecti-
vismo y paternalismo estatales que ya no resulta relevante». 43
Las políticas de diferenciación entre el ejército y la sociedad dan testi-
monio de la reorientación del discurso general en Israel hacia la emergen-
cia de una sociedad civil dominada por el impulso liberal, suplantando la
abrumadora orientación colectivista de la democracia israelita: 44 Los ejem-
plos expuestos anteriormente muestran la posibilidad de que con el decli-
ve gradual del modelo de la nación-en-armas, el ejército de Israel, transfor-
mado desde un ejército-nación en una fuerza profesional, debería ser
separado y, en cierto grado, alienado desde la sociedad; todo ello bajo el im-
pacto de una crítica implacable. En otros países, estos cambios serían con
seguridad caldo de cultivo para el surgimiento del pretorianismo; en Israel,
en cambio, es todavía un probable escenario potencial.
La cuestión es que muchos aspectos de la nación-en-armas continúan
existiendo en Israel, los más notables son el reclutamiento y el servicio de
reserva.También resulta sorprendente que ninguna fuerza social antimilita-
rista significativa haya aparecido en Israel, y que las unidades del ejército
continúen glorificándose por frustrar ataques terroristas o por tomar parte
en otras operaciones militares. En tanto persistan los actos de violencia en
el sur del Líbano y en los Territorios Ocupados, así como ciertos grupos
continúen alarmándose por el proceso de paz en Israel, será prematuro ha-
blar de la desaparición del militarismo en el país o sobre el cambio en la
conciencia colectiva hacia una gran receptividad para la paz.
Una barrera adicional para el surgimiento del pretorianismo en Israel lo
constituye el mecanismo todavía potente que catapulta a los antiguos gene-
rales a los puestos de cabeza de la arena política o a los puestos de dirección
tanto en el sector privado como en el público. El antiguo Jefe del Estado
Mayor, Ehud Barak, por ejemplo, fue nombrado ministro del Interior en el
gobierno de Rabin. Tras el asesinato de Rabin mejoró su posición convir-
tiéndose en el ministro de Exteriores con el gobierno de Peres." Posterior-
mente se convertirá en Primer Ministro del gobierno de Israel. En tanto que
persista la concepción de que la carrera militar es una garantía de éxito en
224 Sociedades en guerra civil
la política, que llega a ser un tipo de recompensa por un largo y arduo servi-
cio, los generales tendrán pocas razones para derrocar el liderazgo político.
En Francia la historia fue diferente: en el golpe de Estado contra De Gaulle
tomaron parte famosos oficiales, como el general Andre Zeller, Jefe del Esta-
do Mayor de las Fuerzas de Tierra; el general Jouhaud, de la Fuerza Aérea; el
comandante Juin, y el general Salan. Las guerras coloniales se libraron con
estos oficiales en Indochina, Madagascar, Marruecos y Argelia, lo que les pro-
porcionó una considerable influencia política en las colonias, pero los sepa-
ró del gobierno de París. Estos generales conocían el sabor de la victoria en
la batalla —por ejemplo, en la famosa «batalla de Argel» en 1957— pero tam-
bién sintieron que habían perdido la guerra contra los políticos. 46
Con objeto de evitar la reproducción de esta situación en Israel, el
Primer Ministro Rabin decidió implicar al Estado Mayor en el proceso de paz
desde el principio. La explicación inicial era que desde el momento en que
concurrían los intereses estratégicos, resultaba obvio volverse hacia los ex-
pertos en estrategia. Pero pronto se hizo evidente que en realidad se buscaba
algo más que un limitado asesoramiento profesional. Los generales fueron
convocados para asegurar que el ejército no se opondría a las maniobras de
paz del gobierno. No casualmente, la oposición objetó enérgicamente contra
la participación de las FDI en las conversaciones de paz. Su argumento era
que violaba el principio de separación entre el ejército y la política (aunque
un principio de estas características nunca se había aplicado en Israel) y
como tal era antidemocrático. 47 La oposición tenía en sus manos un caso que
no podía ser pasado por alto en absoluto porque el motivo de la participa-
ción de altos oficiales en el proceso de paz suponía inducirlos a aceptar una
acción política muy controvertida. No obstante, la oposición ignoró la posibi-
lidad de que el ejército pudiera comenzar a mostrar signos de pretorianismo,
manteniendo éste una perspectiva profesional y ostensiblemente apolitica.
De hecho, si el peligro de pretorianismo existe en Israel, y si una de sus
secuelas fuese la creación de una situación de agitación social, aquél no re-
side necesariamente en el Estado Mayor. Un peligro de estas características
descansa en el hecho de que no todos los miembros de la FDI aceptan el
proceso político en curso. El ejército, como podremos observar ahora, está
experimentando un proceso de sectarismo y faccionalismo, aunque gra-
dual y a menudo imperceptible.Y, de todas maneras, como un reflejo de lo
que ocurre a nivel social.
3. EL COLONO-SOLDADO
El sectarismo afectó a las fuerzas judías anteriores a 1948. Diferentes
grupos del interior de aquellas fuerzas se identificaron con partidos y
¿Acaso hay posibilidad de una guerra civil en Israel? 225
graduado en el curso médico de las FDI para oficiales y como colono devoto
de la disciplina del rabino Kahane, el loco líder de un movimiento fascista
que clama por el traslado de los árabes de la Tierra de Israel."
El origen de esta capacitación dual se localiza en la decisión tomada en
la década de los setenta por el Jefe del Estado Mayor, Rafael Eitan, para or-
ganizar a los colonos en los Territorios con unidades de reservistas espe-
ciales, un sistema conocido como «área de defensa». Estas unidades son el
núcleo principal del plan del ejército para defender el área a través de sus
residentes locales (judíos). De hecho, como ya ha mencionado anterior-
mente, estas unidades siempre han formado parte de las disposiciones de
la nación -en - armas, pero nunca en los Territorios. Eitan tuvo una visión dis-
tinta y, desde entonces, los colonos han realizado su servicio de reserva en
los Territorios, cerca de casa, y legalmente poseen armas, uniformes, recep-
tores y emisores de radio, y vehículos."
La idea de un «área de defensa» puesta en práctica por los colonos en
los Territorios recuerda el caso francoargelino. Las «Unidades Territoriales»
(UT) eran una muestra de la cooperación entre los colonos y el ejército
francés. Pero lo que allí empezó como una táctica militar orientada a la
protección de los colonos, al tiempo que también se persuadía a los resi-
dentes locales a través de la asistencia, se tornó en una política que tenía
por objeto la consecución del control del territorio argelino-francés. Así,
en septiembre de 1959, cuando por primera vez De Gaulle habló en públi-
co sobre la separación entre Francia y Argelia como una posibilidad real,
los Pieds Noirs, en Argelia, empezaron inmediatamente a desplegar su solu-
ción militar. Los que se habían integrado ya en las UT bajo la supervisión
del ejército francés junto a otras milicias locales como las FNF, se convirtie-
ron en el núcleo fuerte de los luchadores que resistían la política de De
Gaulle en activa connivencia con el ejército. 56
En el caso israelí también el área de defensa atestigua una estrategia
militar que, convertida en una forma política, refleja una relación especial
entre los colonos y el ejército. Lo que había sido parte de los mecanismos
que difuminaban la frontera entre el ejército y la sociedad, y un aspecto de
la constitución de las FDI como ejército-nación, se tornó en un problema
cuando se comenzó a aplicar en los Territorios Ocupados en conexión con
una controvertida población. De esa manera, y similarmente en el caso ar-
gelino, también en Israel se ha hecho un uso cínico del ideal de «ejército-
nación», y de los mecanismos que vinculan el ejército y la sociedad, para fo-
mentar una política sectaria en nombre de una nación toda. Esta política
legitimó la contienda de los colonos, que habían sido un factor central en
la formación de la nación, aunque no así para sus intérpretes marginales y
extremos. Una razón que explica este hecho es que los colonos no asumen
como autoridad suprema al Estado o al gobierno electo, sino los preceptos
228 Sociedades en guerra civil
4. CONCLUSIÓN
La guerra de 1967, conocida como «la guerra de los Seis Días» abrió, sin
lugar a dudas, una nueva etapa en la historia del Estado de Israel. La ocupa-
ción territorial, interpretada por parte del público judío en Israel no sólo a
través del prisma nacionalista sino también religioso, ha dividido y sigue di-
vidiendo a la sociedad israelí. El ejército, que a través de los años ha sido
concebido como una institución «intocable», erguida por encima de los de-
bates políticos e ideológicos, se ha transformado gradualmente en un ejér-
cito fisurado, una especie de reflejo de lo que sucede en la sociedad. Esta
transformación no es circunstancial o carente de explicación. Como he tra-
tado de demostrar a lo largo del capítulo, grupos religiosos de derecha que
han penetrado en el ejército durante la última década han logrado promo-
ver a su gente con el fin de llegar a logros políticos, de prevenir todo cam-
bio político que amenace al statu quo territorial y que pueda traer a cabo
la constitución de un Estado palestino. Esta penetración carga en su seno
un peligro amenazante. ¿Acaso lograrán los mandatarios de Israel encon-
trar un compromiso entre las demandas de los palestinos por un lado y las
de los colonos por el otro? O está Israel cautiva entre dos posibilidades ne-
fastas: por un lado, satisfacer las demandas de los colonos (no retirarse de
los Territorios Ocupados e interrumpir el proceso de paz) a fin de dismi-
nuir la amenaza de violencia interna. El precio de esta opción es renovar el
círculo de violencia externa, de terror, de rebelión palestina, de guerra en-
tre Estados e inclusive, de guerra nuclear. Por otro lado, continuar el proce-
so de descolonización y de reconciliación con el pueblo palestino y con
los Estados árabes puede desencadenar en la emergencia de pretorianismo
y, eventualmente, en una guerra civil que traslade la violencia externa a la
esfera interna.
TERCERA PARTE
Capítulo 9
Para comprender las raíces de la violencia argentina de las décadas del se-
senta y el setenta es necesario remontarse al golpe militar de 1955 que de-
rrocó a Juan Domingo Perón. Con la proscripción del peronismo Argentina
se transformó en una semidemocracia.' Para los militares y sus aliados civiles,
un gobierno peronista era algo impensable. Pero gobernar efectivamente, ex-
cluyendo al electorado peronista, se convirtió en algo imposible, ya que los
sindicatos identificados con el «tirano prófugo» respondieron a la proscrip-
ción con «Planes de Lucha», ocupaciones fabriles, sabotaje industrial y huel-
gas. Entre 1955 y 1966 Argentina fue gobernada por cinco presidentes, dos
generales y tres civiles. Ninguno concluyó su período: los civiles fueron de-
puestos por golpes militares y los soldados se vieron obligados a retornar a
los cuarteles y llamar a elecciones. Para responder a esta situación, que ha
sido hábilmente descrita como empate hegemónico y pretorianismo de ma-
sas,' el general Juan Carlos Onganía tomó el poder en junio de 1966.
Éste fue el quinto golpe militar en Argentina desde 1930. Sin embargo,
la situación era ahora distinta. Los anteriores golpes pueden encuadrarse
en lo que Alfred Stepan ha llamado «pauta moderadora», gobiernos militares
con objetivos limitados y de corta duración. En cambio, en 1966 Onganía y
la oficialidad hablaban de 15 años de gobierno y de profundos cambios po-
líticos, económicos y sociales. 3 Según una encuesta de opinión realizada a
una semana del golpe, un 66 % de la población se declaraba contenta con el
236 Sociedades en guerra civil
evento. Según otra encuesta, un 77 % creía que el golpe militar era «necesa-
rio». Sin embargo, dos años después un 70 % de los encuestados considera-
ban que Onganía era igual o peor que su predecesor civil, Arturo Illia. 4 Es-
tos datos son importantes porque apoyan un tema central en este análisis:
amplios sectores de la sociedad argentina vieron en el onganiato, el nom-
bre que popularmente se le dio al régimen, el instrumento para superar el
inmovilismo de 1955-1966, y el desencanto produjo una profunda radicali-
zación social que se expresó de diversas formas, violentas y no violentas.
Entre los factores que produjeron esa radicalización cabe citar: a) el ca-
tolicismo ultramontano del presidente y sus intentos de regenerar moral-
mente a la población; b) la política cultural (por darle un nombre) del go-
bierno, que se expresó en la quema de libros considerados peligrosos, la
clausura de publicaciones, y la «Noche de los Bastones Largos», la represión
contra los estudiantes que habían ocupado la Facultad de Ciencias Exactas
en Buenos Aires en protesta contra la abolición del gobierno universitario
autónomo; c) la respuesta oficial represiva contra los diversos episodios de
protesta social; d) la política económica. 5
La radicalización social quedó de manifiesto en 1969, año en que se
produjo el primer gran estallido social, el cordobazo, y la aparición de seis
organizaciones armadas: las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), el Comando
Descamisados, los Montoneros, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR),
las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), y el Ejército Revolucionario del
Pueblo (ERP). Las primeras cuatro organizaciones se declaraban peronis-
tas, y las dos últimas, marxistas. Estas seis organizaciones se fusionaron y di-
vidieron varias veces en los años siguientes: Para 1974 quedaban en pie
sólo los Montoneros y el ERP. Las tácticas también sufrieron varios cam-
bios, como veremos en el apartado siguiente. El número total de comba-
tientes fluctuó drásticamente: aproximadamente 200 en 1969, 600 hacia fi-
nes de 1972, 5.000 en 1975, y 1.000 en 1979. Pero a pesar de estos
cambios, durante la década 1969-1979, las organizaciones armadas fueron
protagonistas claves de la lucha política argentina.`'
El cordobazo en 1969 y el accionar de las organizaciones armadas, en
especial el espectacular secuestro del general (y ex presidente) Pedro
E. Aramburu en mayo de 1970, terminaron con la pax onganiana. Onga-
nía fue suplantado por el general Roberto M. Levingston, a su vez suplan-
tado por el general Alejandro A. Lanusse. Le tocó a Lanusse planificar el re-
greso a los cuarteles de la manera más ordenada posible. Se ha sugerido
que lo que el gobierno temía era «la posibilidad de que se produjera un real
engarce entre la reactivación popular y la guerrilla»: Ésta puede haber
sido la razón por la cual Lanusse anunció elecciones generales para marzo
de 1973, libres de condicionamientos (es decir, sin proscripción del pero-
nismo). Si el objetivo era contener la radicalización, el resultado fue el
Argentina: guerra civil sin batallas 237
opuesto. Es muy difícil, a una distancia de casi 30 años, recrear el clima ideo-
lógico de la época. Bastará notar que una encuesta de opinión realizada en
1971 reveló que el porcentaje de encuestados que opinaba que la lucha ar-
mada era «justificada» era del 45,5 % en el Gran Buenos Aires y del 49,5 %
en el interior del país. 8 Este apoyo a la lucha armada se daba además entre
los estratos medios y altos, aliados naturales de los gobiernos militares.
Como última expresión de la radicalización de la época podemos citar al-
gunos resultados electorales. El candidato presidencial peronista, Héctor J.
Cámpora, obtuvo el 49,56 % del sufragio. El peronismo conquistó 20 de las
22 gobernaciones, 45 de las 65 bancas en el Senado, y 146 de las 243 ban-
cas en Diputados. 9
Si el eje del enfrentamiento durante el período 1966-73 había sido
«pueblo contra militares», a partir de 1973 el conflicto se daría en el seno
del peronismo. «Patria Peronista versus Patria Socialista» fue el eslogan de
la época que capturó la esencia del problema. El peronismo se encontraba
dividido entre un ala derecha (la Patria Peronista, constituida por la casi to-
talidad de la clase política y del sector sindical, y grupos minoritarios juve-
niles) y un ala izquierda (la Patria Socialista, la visión radicalizada del pero-
nismo que sustentaban las organizaciones armadas, los sectores juveniles
mayoritarios y una pequeña proporción del sindicalismo). El intento por
resolver este conflicto, por vías frecuentemente violentas, llevaría tres años
más tarde a otro golpe militar. i°
Con la asunción de Cámpora el 25 de mayo de 1973 la izquierda pera
nista parecía triunfante, ya que había conseguido colocar a varios de sus
personeros en puestos clave. Quizás el mayor triunfo de la izquierda haya
sido la amnistía a todos los combatientes y la legalización de las organiza-
ciones armadas, que Cámpora anunció en su discurso inaugural y el Con-
greso votó ese mismo día. Sin embargo, la «primavera camporista» duró
sólo un mes. El 20 de junio, fecha en que Perón regresaba definitivamente
al país, la Patria Peronista y la Patria Socialista se enfrentaron, armas en
mano, en el aeropuerto de Ezeiza, al cual 3 millones de personas habían
asistido para recibir al líder. El enfrentamiento dio un saldo de 16 muertos
y 433 heridos." Pocos días después, Cámpora y su vicepresidente renun-
ciaban, argumentando que estando Perón en el país, nadie más podía ser
presidente. Se organizaron nuevas elecciones para septiembre, en las que
la fórmula Juan Perón-María Estela (Isabel) Martínez de Perón obtuvo el
62 % de los sufragios." En los meses siguientes resultaría obvio que Perón
se apoyaba en la derecha peronista para destruir a la izquierda.
Un ataque del ERP a una guarnición militar dio a Perón el justificativo
para proscribir a la organización. Los Montoneros continuaban siendo una
organización legal. Sin embargo, Perón clausuró varias de las publicaciones
de la izquierda peronista, destituyó a funcionarios asociados con esta co-
238 Sociedades en guerra civil
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... nosotros creemos que lo que tiene que venir acá es un socialismo, sí,
pero nacionalista, no marxista como dice la gente que somos... Yo creo que si
viniera Perón acá y hiciera un socialismo como el pueblo necesita y quiere ...
acá el socialismo tiene que ser de izquierda, ¿no? El que venga un socialismo
de derecha ... de centro, no ... Porque ahora uno va a un hospital y no se lo
atiende ... yo opino que en un socialismo todo eso no existe, hay igualdad de
clases ...
Ni golpes ni elecciones, revolución. Pero ¿cómo la revolución? Nosotros
no tenemos las armas para poder enfrentarnos a ellos. Nosotros quisiéramos
tener las armas como tienen los militares, ¿no es cierto? De la misma forma
que los militares. Entonces, después nos pondríamos iguales y ya veríamos
cómo podríamos luchar.
Es una lucha netamente obrera. Este ... no tenemos ninguna participación po-
lítica, ni nada por el estilo, ni tampoco hemos sido ... somos mandados de afuera.
Es una política netamente obrera, sindicalmente obrera, ... estamos trabajando
con todo el conocimiento de las bases y al servicio de las bases.
Para mí la toma de fábrica es un arma que se puede usar a último momen-
to, para quemar un cartucho, ... es cansar a la gente, porque el día que haga fal-
ta una toma ... con motivos valederos no ... no va a haber gente para ese
caso ... llegado el momento oportuno los obreros son capaces de cualquier
cosa ... quemarle la fábrica, hacer cualquier cosa ... acá lo que hay que tratar
de hacer ... es que el gobierno no haga oído sordo a lo que estamos pidiendo
... porque lo que se pide es una cosa justa y ... a ellos no les importa nada ...
porque ellos viven bien ...25
Argentina: guerra civil sin batallas 243
3. EL DISCURSO BÉLICO
[El cordobazo es] un hecho fundamental pero que también demostró que el
espontaneísmo no es suficiente. Que se necesita la organización de una vanguardia
armada del pueblo.
Quienes nos acusan de carecer de nivel político o de desechar la importancia
de la lucha política por haber elegido el camino de las armas, de la lucha armada,
olvidan que esta lucha no es más que la política por otros medios y no a cualquier
otro medio, sino a los medios eficaces.'
pasado, y momentos de tregua en los que cada fuerza se prepara para el próxi-
mo enfrentamiento."
A este discurso habría que añadirle las prácticas cada vez más militaris-
tas, la introducción de rangos militares, uniformes, y estructuras organizati-
vas cuyo objeto era emular al «ejército burgués». En el ERP, el ex comba-
tiente Luis Mattini recuerda que en las ceremonias en las que se otorgaban
rangos militares
el escuadrón «presentaba armas» ... con saludo militar riguroso, los discursos
pertinentes y cerrando con un brindis. El graduado debía jurar de acuerdo al
reglamento elaborado por Santucho en el castellano jurídico-militar que se
usaba oficialmente ... los combatientes tomaban todo este formalismo muy se-
riamente y pacientemente explicaban [estos rituales] a los nuevos reclutas,
simpatizantes y adherentes que se preguntaban cuál era la diferencia con la
fanfarria del ejército burgués. 34
... la Junta Militar no ha ganado la guerra. Han comenzado a perderla ... nuestro
ejército tiende a ir abandonando progresivamente el uso de explosivos y a ex-
tender un tipo de guerra de infantería con armas ligeras ... Hoy somos un ejér-
cito veterano y curtido que se fijó unos objetivos a largo plazo y los está cum-
pliendo. Nuestro objetivo es obligar a la Junta a retirarse ... Hay contactos
directos hoy en día, de ejército a ejército, entre oficiales superiores nuestros y
oficiales superiores del enemigo.'
4. CONSECUENCIAS
AS DEL
I CONFLICTO de esta
Thomas Fischer
(Universidad de Erlangen-Nuremberg)
rica. En cuanto a los asesinos, sobre los cuales se carece de datos tan con-
cretos, se cree que deben contar con unas edades también muy similares a
las de sus víctimas.
El porcentaje de asesinatos políticos se estima en un 12-15 %. Desde
1970 han perecido o «desaparecido», tras ser capturados, alrededor de
20.000 colombianos en las disputas derivadas de diferencias en la política
nacional. 4 Se cuentan entre ellos guerrilleros, campesinos (pequeños pro-
pietarios y asalariados) y colonos, paramilitares (también denominados
paras o escuadrones de la muerte), 5 hacendados, indígenas, periodistas, di-
rigentes sindicalistas, defensores de los derechos humanos, alcaldes, candi-
datos políticos, profesores, policías y militares. 6 Este conflicto armado se
desarrolla principalmente en el campo, lo que tiene por consecuencia que
en las zonas rurales, el riesgo de morir por motivos políticos sea más alto.'
La mayoría de los asesinatos y «desapariciones forzadas» —en contra de lo
denunciado por el aparato propagandista estatal, que ha culpado durante
mucho tiempo de todo y por todo a la guerrilla— corren por cuenta de las
agrupaciones paramilitares y el ejército. A partir de 1993 se puede obser-
var una disminución de los asesinatos cometidos por las fuerzas armadas y
—paralelamente— un aumento de asesinatos ejecutados por los grupos
paramilitares.'
Los asesinatos en el campo en muy pocas ocasiones tienen lugar duran-
te una confrontación directa entre los frentes guerrilleros y las fuerzas ar-
madas. En la mayoría de los casos, las víctimas son acechadas por un gran
número de hombres armados o atraídas hacia una emboscada, donde son
hechas prisioneras, algunas veces incluso torturadas, antes de ser brutal-
mente ejecutadas. Las víctimas mueren encontrándose casi siempre en una
situación desesperada, sin haber tenido una verdadera oportunidad para de-
fenderse, violando el derecho internacional humanitario. En algunas ocasio-
nes, los asesinos actúan según extrañas reglas de «responsabilidad colectiva
de familia», masacrando núcleos de familias enteras e incluso otros familia-
res más lejanos. Basta con la sospecha de mantener contactos subversivos
para que los escuadrones de la muerte o los militares ejecuten extrajudicial-
mente a campesinos. Además, con cada vez mayor frecuencia tienen lugar
muertes accidentales que afectan a los presentes en el lugar de los hechos.
Existe una alta correlación entre conflicto armado en el campo y des-
plazamiento. La lucha por el control territorial entre la guerrilla y los para-
militares (o el ejército nacional) así como las presiones económicas proce-
dentes del latifundio y el narcotráfico siembran el terror y el miedo entre
la población civil hasta tal punto que ésta se traslada a aglomeraciones ur-
banas o zonas de colonización donde se siente más segura.
Si bien los paras son quienes originan la mayor parte de los desplaza-
mientos, son los guerrilleros quienes cometen el mayor número de secues-
La constante guerra civil en Colombia 257
como la Violencia (con mayúscula). Sólo tras conocer este trasfondo son
comprensibles los siguientes pasajes sobre los más recientes conflictos en
el marco de la guerra de la «moderna» guerrilla y la violencia causada por
el narcotráfico.
3. LA VIOLENCIA
bitantes esta paz ordenada «desde arriba» les recordaría a una dictadura.
Especialmente la cuestión de la tierra exigía una respuesta. Aunque las
administraciones del Frente Nacional procuraban resolver este problema
recurriendo en un principio a una amplia modernización en el sector agra-
rio, proporcionando ayuda técnica y créditos, muchos colonos y campesi-
nos fueron testigos de cómo la burocracia decidía por encima de sus cabe-
zas. Si no se incorporaban a estos programas de reforma tenían que con-
tar con medidas represivas por parte de los militares. La opción represiva
contribuyó a la militarización del aparato estatal. Durante el sistema del
Frente Nacional, la oposición sufrió —con pocos períodos de interrup-
ción— bajo las condiciones del estado de sitio.
La exclusión de «terceros» grupos de la participación activa y el centra-
lismo administrativo, practicados durante la época del Frente Nacional, son
importantes motivos para el nacimiento de la guerrilla «moderna». Desde
un principio, los guerrilleros colombianos lucharon con sus armas contra
estos defectos de la «democracia limitada» (Daniel Pécaut), ya que no creían
en una solución satisfactoria de la cuestión de la tierra y de otros proble-
mas que preocupaban a las clases bajas. Aparte de estas razones «moder-
nas», también aspectos tradicionales, tales como el bandolerismo y las tácti-
cas de guerrilla, conocidas ya de las guerras civiles del siglo xix y puestas
de nuevo en práctica por las tropas liberales durante la Violencia, favore-
cieron la constitución de los grupos alzados en armas."
Las organizaciones guerrilleras rurales más importantes en la actuali-
dad son el Ejército de Liberación Nacional (ELN), fundado en 1964, y las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), creadas un año más
tarde. ;' Las FARC surgían de la tradición de los grupos de autodefensa en
las zonas cafeteras y de colonización al norte del Tolima y del Quindío así
como algunas partes del Magdalena Medio, zonas en las que seguían vagan-
do bandas armadas, los campesinos y los colonos veían amenazada su exis-
tencia por los especuladores de suelo. 40 El Estado contaba con poco apoyo
en estos territorios, por lo que muchos campesinos acogieron la oferta de
protección realizada por la guerrilla que instauró un régimen de extorsión
y amenazas contra los grandes propietarios. Ésta se convertiría pronto en
un factor de orden a respetar." Las FARC recibían apoyo del Partido Comu-
nista, partidario de tendencias políticas ortodoxas y poco arraigado en los
trabajadores de las grandes ciudades.
Solamente a partir de principios de los años ochenta esta organización
guerrillera, caracterizada por estructuras fuertemente jerarquizadas, se
marcó también como objetivo la conquista de las ciudades. Pero éste es
hasta el momento más un sueño que una realidad. Las acciones de los gru-
pos guerrilleros, mientras tanto fuertemente subdivididos en numerosas
unidades (llamadas frentes), lo cual les permite mantener una gran flexibi-
La constante guerra civil en Colombia 267
6. CONSIDERACIONES FINALES
una especial atención. Junto a los grupos alzados en armas con fines socia-
les o políticos, hoy en día también amenazan la unidad nacional organiza-
ciones ilegales armadas con intereses puramente económicos y con una
ideología derechista.
Actualmente la situación se presenta de tal manera, que quienes ha-
cen la guerra y se complacen en ella no van a ganar ni los unos ni los
otros, pero la prolongan y roban a movimientos civiles la esperanza de
cambiar algo por medios democráticos. Los actores de guerra civil, princi-
palmente el Estado en sí, los paras, la mafia y la guerrilla han encontrado,
por muy macabro que pueda parecer, a falta de algo un modus vivendi
para el cual el uso de la violencia física tiene carácter constitutivo. Pese
a que en las distintas regiones del país tienen lugar con cierta regulari-
dad enfrentamientos —en estos momentos especialmente en las regiones
de Magdalena Medio, Urabá/norte de Chocó, Serranía de Perrijá, Llanos de
Yarí y Caquetá/Putumayo—, rara vez se producen verdaderos cambios a
largo plazo en el poder. En ocasiones surge incluso la cooperación entre
los grupos enemigos, cuando de ésta pueden obtener alguna clase de be-
neficio. La mejor evidencia al respecto se aprecia en el caso del Banco de
la República, donde se lavan los «dólares de la droga» procedentes de Es-
tados Unidos para los narcotraficantes. El Estado puede aumentar sus divi-
sas en monedas fuertes mientras que la mafia repatria «dinero caliente»
para reinvertirlo en un marco seguro y así fortalecer su posición en el
país. En las regiones donde el Estado apenas está presente, los «acuerdos»
se negocian directamente entre los grupos enemigos. Asimismo, los «bo-
leteos» para la protección pagados por los ganaderos y las grandes em-
presas, y los impuestos retribuidos por los narcotraficantes a las organi-
zaciones guerrilleras, aseguran en cierta manera esta frágil (y conflictiva)
coexistencia.
Debido a esta situación, en Colombia hay pocas expectativas de una
pacificación duradera, porque los protagonistas en la guerra civil han pros-
perado gracias y pese a la violencia. Mientras que todos los grupos de la
sociedad colombiana no se pongan de acuerdo en un concepto nacional
común con un monopolio de poder firmemente sostenido por fuertes pi-
lares, únicamente se firmarán tratados de paz parciales y acuerdos de al-
cance limitado..' «Pequeños acuerdos» son mejor que nada, pero si no se
encuentra una solución global, con el estallido de cualquier pequeña dis-
puta surgirá el peligro de que la violencia se extienda como un incendio
en llamas hacia otros ardientes conflictos.
Sin embargo, para que pueda madurar un proyecto global de paz son
necesarios la comprensión y el convencimiento de que el problema real de
Colombia no son la guerrilla ni la mafia ni los paramilitares ni la delincuen-
cia cotidiana, sino la estructura que los engendra: la pobreza, la falta de re-
274 Sociedades en guerra civil
table para ambas partes. Teóricamente todos los temas, incluso la justicia
social, la situación campesina, el capitalismo salvaje, los recursos naturales
y los derechos humanos son discutibles. Hasta el despeje de un extenso te-
rritorio para conversar y la convocación de una Convención Nacional ya
no son tabús en la actualidad. 62 Entre los empresarios nacionales, la dispo-
sición de negociar con los grupos alzados en armas también ha aumenta-
do. Los hombres de negocios cada vez más reconocen que los costos de
transacciones causados por la inseguridad global resultan demasiado altos
e impiden ser competitivos en el mercado global. 63 Mientras que este gru-
po tiene un interés vital en las conversaciones de paz, en el cuerpo de se-
guridad todavía no se ha consolidado la conciencia de la necesidad de en-
contrar una solución negociada. Para los generales, que temen la pérdida
de prestigio y de recursos, la reconciliación no es «buen negocio». Sin em-
bargo, los acuerdos de paz en El Salvador y Guatemala han mostrado que
los militares en ciertas circunstancias pueden cambiar de opinión. En un
futuro su labor será medida no solamente según la eficiencia militar sino
también la voluntad de respetar los derechos humanos internacionales."
Otro aspecto a considerar para aumentar la calidad de la paz será una cui-
dadosa investigación de todas la injusticias cometidas con la población ci-
vil. El nombramiento de una Comisión de la Verdad con amplios poderes
será indispensable. El gobierno Samper determinó el marco jurídico para
que los culpables no se salven al firmar los acuerdos internacionales sobre
derecho humanitario dirigidos a proteger a la población civil. Para que se
cumplen las nuevas reglas una vez más será indispensable la vigilancia de
la comunidad internacional que puede ser el vocero de las víctimas.
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Felipe Mansilla
(CEBEP, La Paz)
con el mercado, la escuela y las pocas prestaciones públicas del Estado, acu-
saron a los pequeños propietarios de traicionar el principio de la reciproci-
dad andina; entre ellos obtuvieron Sendero y el MRTA apoyo y partidarios,
sobre todo en lo que concierne al reclutamiento de los militantes de base.
rrer» a todo opositor, dentro y fuera del partido. A las bases se les adoctrinó
en el espíritu de la obediencia ciega a los líderes, del sacrificio más duro y
loable en pro de los objetivos del partido y del menosprecio a la muerte.
Todo esto ocurrió, empero, dentro de una visión claramente elitista de lo
social: el principio rector era «ganar las cabezas», porque así las masas «ac-
tuarán conforme a lo que les imprimamos». 39 No hay duda de que Sendero
Luminoso ha representado en América Latina el ejemplo más patético y
prolongado del procedimiento conocido como «lavado cerebral», el cual
fue facilitado por las tradiciones autoritarias y antiindividualistas prove-
nientes de las herencias incaica e hispanocatólica: en esta «subsociedad ce-
rrada e impermeable a las influencias externas», como la calificó en 1997
Julio Cotler," los adeptos y simpatizantes encontraron nuevos lazos de de-
pendencia que reemplazaron cómodamente sus viejas certezas absolutas.
Por otra parte, Sendero —y en proporción más reducida el MRTA-
hizo siempre gala de un dogmatismo inmune a toda prudencia pragmática.
La juventud de los mandos senderistas y su olímpico desprecio por las
tradiciones y estructuras rurales y, sobre todo, su rechazo de cualquier ma-
nifestación de sentimientos y piedad filial, enfadaron a una sociedad cam-
pesina inmersa aún en el respeto a los mayores y a las jerarquías típicas
(conformadas casi siempre de acuerdo a viejos códigos protodemocráticos)
de las comunidades indígenas. Los partidarios de Sendero y del MRTA en
las aldeas se aprovecharon de sus nexos con el nuevo poder armado para
ajustar viejas cuentas y rencillas personales. No se han comportado, en el
fondo, de manera diferente a los informantes de las Fuerzas Armadas. Sin lu-
gar a dudas se puede aseverar que Sendero Luminoso se ha destacado por
una enorme cantidad de actos de extrema violencia, inútil e irracional,
como la matanza indiscriminada de campesinos en aldeas y comarcas «in-
seguras», atentados contra casi todos los grupos sociales y partidos políti-
cos, destrucción de propiedad privada y estatal, el asesinato de niños pe-
queños y mujeres no involucradas en ningún conflicto.'" Con particular
saña Sendero se dedicó durante largos años a asesinar a modestos dirigen-
tes campesinos y a trabajadores sociales y dirigentes de barriadas pobres
de las ciudades costeras, que se negaban a seguir ciegamente sus órdenes .
En 1965, en la época del auge de las tesis foquistas de Ernesto Che Gue-
■ ara, surgieron en Perú dos movimientos guerrilleros que tuvieron corta
duración y casi ninguna influencia sobre la evolución posterior de la vio-
lencia política. El Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Movimiento
de Izquierda Revolucionaria (MIR) fueron rápidamente derrotados a costes
sociales muy bajos. El ELN, conformado casi exclusivamente por universita-
rios e intelectuales urbanos, tenía una ideología y una estrategia ortodoxa-
mente castristas: trataron de reproducir en la ceja de selva de Ayacucho la
experiencia de Sierra Maestra, pero fueron sorprendidos y aniquilados por
el ejército antes de que realmente empezaran actividades dignas de men-
ción. El MIR tuvo una etapa preparatoria bastante amplia y trató de crear
un apoyo masivo en el campo y las ciudades; provenía de una escisión del
partido populista más importante del país, el APRA Rebelde. Su ideología
«marxista-leninista» le predisponía a acercarse a sectores sociales más am-
plios, incluyendo sindicatos urbanos, movimientos campesinos y partidos
de izquierda. Bajo la dirección de Luis de la Puente Uceda, cuyas destrezas
técnico-militares no fueron justamente brillantes, realizó algunas acciones
bélicas en los departamentos de Junín y Cusco, pero los grupos guerri-
lleros fueron rodeados y destruidos rápidamente por las Fuerzas Armadas,
antes de que lograran iniciar la fase de la «propaganda armada». Su relevan-
cia reside en haber introducido una cuña en los partidos socialistas de iz-
quierda, especialmente en el comunista, contraponiendo una «auténtica
praxis revolucionaria» al reformismo imperante en las jefaturas de los par-
tidos. Estas tendencias radicales lograron generalmente ocasionar divi-
siones importantes en el seno de los partidos comunistas promoscovita y
prochino; no hay duda de que dirigentes de Sendero y del MRTA han per-
tenecido a círculos próximos a los restos del MIR."
Sendero Luminoso empezó sus operaciones el 17 de mayo de 1980, en
el momento en que se celebraban elecciones presidenciales y parlamen-
tarias libres, que daban fin a doce años de dictadura militar, quemando pre-
cisamente material electoral en un pequeño pueblo de la sierra andina."
Este comienzo no fue el símbolo de una lucha proletaria contra una tiranía
antipopular, sino la expresión de repulsa de todo sistema democrático plu-
ralista y un retorno, bajo barniz socialista, de la tradición autoritaria de an-
292 Sociedades en guerra civil
sía y sus fuerzas represivas», 52 resultó un fracaso total: los sectores pobres y
marginales de los barrios que rodean Lima no prestaron la menor colabo-
ración.
Como se sabe, el fundador, ideólogo y jefe máximo de Sendero, Abi-
mael Guzmán, fue capturado en Lima el 12 de septiembre de 1992, cuando
su movimiento ya estaba debilitado en la sierra por la indiferencia de la ma-
yoría de la población rural y la acción de las rondas campesinas, y en el me-
dio urbano por el antagonismo de la sociedad civil. El MRTA ensayó en di-
ciembre de 1996 un último golpe violento, que le produjo efectivamente
una inmensa publicidad, pero no el ansiado apoyo popular. Un comando
del MRTA tomó por sorpresa la embajada del Japón durante una recepción
social, capturando a cientos de prominentes personalidades como rehe-
nes. El MRTA quería obligar al gobierno a negociar con él (es decir: a ser re-
conocido como movimiento beligerante de pleno derecho) y conseguir la
liberación de todos los presos pertenecientes a esta agrupación, pero no
obtuvo ninguna de sus reivindicaciones; una audaz operación del ejército
peruano logró la recuperación de la embajada en abril de 1997, operación
durante la cual murieron todos los miembros del comando del MRTA.Todo
lo que logró con esta acción el MRTA fue una victoria gubernamental: el
presidente Alberto Fujimori tuvo «la oportunidad de jugar una vez más su
papel de líder firme contra el terrorismo», 53 como ya lo había hecho con
mucho talento para mejorar y afianzar la imagen pública del cargo presi-
dencial durante la captura de Abimael Guzmán.
Posiblemente Sendero Luminoso y el MRTA no estén aún totalmente
derrotados y aniquilados, pero es improbable que vuelvan a tener el prota-
gonismo de los años 1985-1992, cuando hicieron tambalear al Estado y lo-
graron damnificar seriamente el tejido social peruano. El motivo para este
diagnóstico negativo reside en la ineptitud de estas organizaciones de con-
citar un apoyo popular masivo y activo: iniciaron la guerra creyendo que
ese apoyo se daría automáticamente, pero —como en la inmensa mayoría
de los casos de guerrillas socialistas a nivel mundial— la población no se
plegó a estas bandas de maniáticos del poder. Su desplazamiento a la ciu-
dad (sobre todo en el caso de Sendero) tampoco sirvió para ganar más cua-
dros o apoyo; lo mismo vale para el MRTA. La línea ideológica ruralista de
este último era, por ejemplo, demasiado alejada de los intereses de los cita-
dinos pobres, que hoy constituyen la mayoría de la población peruana.
Sendero y el MRTA mantienen, aunque muy debilitados, algunos grupos
regionales armados en la sierra central, en porciones de la sierra septentrio-
nal y, muy ocasionalmente, en zonas urbanas de la costa. Ambas organiza-
ciones tienen presencia en la zona cocalera del Alto Huallaga; cooperan
con los narcotraficantes y los productores de coca, cuya conducta política
es errática e imprevisible. Sendero y el MRTA les otorgan protección arma-
296 Sociedades en guerra civil
da contra las Fuerzas Armadas y ayuda en las muchas luchas intestinas entre
las bandas de esta «profesión». Es superfluo añadir que esta actividad, aun-
que financieramente muy fructífera, tiene poco que ver con la política en
general y con proyectos de un socialismo radical en especial."
• La guerra de guerrillas ha producido desde 1980 más o menos treinta
mil muertes violentas (incluidas las debidas a la represión policial y militar,
que pasan de la mitad de esta cifra); los daños materiales y los morales re-
sultan simplemente imposibles de ser cuantificados. La inmensa mayoría
de las víctimas pertenece a las clases populares y al campesinado de la sie-
rra andina; poquísimas víctimas se han dado en el seno de los estratos altos
y dominantes. La guerra no ha logrado modificar en lo más mínimo la es-
tructura social del país y tampoco debilitar el poder de los grupos privile-
giados; lo que sí ha conseguido ha sido descomponer aún más el tejido so-
cial y los nexos de solidaridad en las comunidades campesinas de la sierra
y en las barriadas pobres de Lima. Las Fuerzas Armadas han salido robuste-
cidas y desde 1992 (junto con el presidente Alberto Fujimori) representan
el verdadero poder decisorio en Perú. Su comportamiento cotidiano (por
ejemplo con respecto a los derechos humanos y políticos de los ciudada-
nos «normales») no es más democrático o razonable que antes de 1980: las
transgresiones graves a la ley de parte de oficiales y soldados siguen inscri-
biéndose en la tradicional cultura del autoritarismo y de la impunidad de
los poderosos.
En resumen —y como crítica inmanente— puede afirmarse que la gue-
rra de guerrillas no ha valido la pena desde el propio punto de vista de las
organizaciones revolucionarias: lo que ellas han engendrado ha sido un
enorme esfuerzo logístico, gigantescas pérdidas humanas y materiales, el
desgaste moral de toda la nación y al final el rechazo de la inmensa mayo-
ría de la población, rechazo particularmente fuerte entre aquellos sectores
populares que deberían ser los beneficiarios inmediatos de la pretendida
revolución radical de Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario
Túpac Amaru."
Capítulo 12
EL ORDEN DE LA EXTORSIÓN:
LAS FORMAS DEL CONFLICTO POLÍTICO EN MÉXICO
Fernando Escalante
(El Colegio de México)
ro, tiende a favorecer por sistema a quienquiera que invoque las necesida-
des del pueblo. El Derecho, en consecuencia, viene a resultar cosa muy se-
cundaria y de dudosa validez moral.
Según el léxico habitual de los políticos, los problemas deben resolver-
se mediante «voluntad política», el gobierno debe manifestar «sensibilidad
social»; rara vez la ley resulta ser un argumento suficiente. En general, el
lenguaje políticamente útil es de indudable filiación romántica: voluntaris-
ta, sentimental, justiciero, populista, con aditamentos místicos muy sustan-
tivos. El Estado, pues, no sólo es débil sino que, merced entre otras cosas a
la retórica revolucionaria, forma parte de un sistema que premia la extor-
sión y propicia los arreglos ilegales. Que induce por tanto la desobedien-
cia, la multiplicación de pequeños conflictos, protestas, amagos más o me-
nos violentos. Una situación semejante es ventajosa sobre todo para la
clase política cuyo primer interés consiste en mantener subordinado al Es-
tado: conservar el aparato, los recursos, la legislación, pero teniéndolo todo
relativamente disponible para maniobrar en la gestión cotidiana.Y esto es
casi una perogrullada. Cuanto más autónomo, exigente, inflexible sea el Es-
tado, más reducido el margen de que dispondrán los políticos; cuanto más
blando, manejable, corrupto, ofrecerá ocasiones mejores y más aprovecha-
bles para los intermediarios.
Esto quiere decir que algunos fenómenos característicos de nuestro
arreglo político: la corrupción, la arbitrariedad, la superposición de autori-
dades y jurisdicciones, son consecuencia de la preponderancia de la clase
política y no de un desmedido poder del Estado." Si un funcionario, cual-
quiera que sea, puede torcer la legalidad, significa que puede supeditar la
lógica estatal a su propio interés, lo mismo que cualquier individuo que
paga un soborno o de algún otro modo presiona para evadir el cumpli-
miento de la ley; en uno y otro caso debe ser obvio que la parte débil, su-
bordinada, es el Estado.
No obstante, la clase política no tiene recursos propios: no es una no-
bleza territorial ni una élite económica. Su posición depende de su capaci-
dad para ofrecer recursos públicos: dinero, contratos, empleos, exenciones
o, en general, de negociar la desobediencia, el incumplimiento de la ley
como un «bien posicional». Por todo lo cual necesita una maquinaria esta-
tal aparatosa y complicada, que facilite la politización de los mercados y de
casi toda otra actividad social; mediante el gasto público y la proliferación
de reglamentos se favorece, porque se hace casi indispensable, la interven-
ción de los políticos en universidades, sindicatos, empresas, aparte de que
los sitúa en buena posición para aprovechar los movimientos de protesta.
Las formas típicas del conflicto político en México obedecen a la lógi-
ca del arreglo que he procurado bosquejar. La lógica de ese predominio in-
formal de la clase política conduce a lo que se suele llamar «encuadramien-
302 Sociedades en guerra civil
Todavía es posible reconocer los rasgos básicos del dicho orden políti-
co a fines del siglo xx, a pesar de lo cual ha habido cambios muy conside-
rables. De hecho, entre 1950 y 1990 se ha producido en México lo que sin
exageración puede llamarse un cambio civilizatorio:" el sensacional creci-
miento de la población, el desarrollo industrial, la urbanización y los me-
dios de comunicación masiva han ocasionado un aumento en la compleji-
dad social que afecta, lógicamente, al arreglo político tradicional.
Contra lo que imaginaban las teorías de la modernización, no se trata
de un proceso homogéneo y gradual encaminado hacia la sociedad de
mercado, el Estado de derecho, la democracia representativa. Al contrario:
lo que hay es un movimiento discontinuo, con fricciones, desajustes, y de
resultados más bien ambiguos. Sobre todo porque en la nueva situación es
imposible contentar a todos los grupos sociales acomodados en el anterior
arreglo.
Se ha dicho con frecuencia que entre 1982 y 1994 se intentó en Méxi-
co una reforma para liberalizar la economía pero sin alterar el orden politi-
co." La idea es razonable, incluso muy útil para entender algunas cosas,
siempre y cuando no se exagere: comparar al régimen mexicano, como se
ha hecho, con el soviético o con el apartheid sudafricano es, directamen-
te, un disparate. Por otra parte, las reformas económicas emprendidas por
los presidentes Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari tuvieron
también graves consecuencias políticas.Y no del todo imprevisibles.
Las reformas fueron semejantes a las emprendidas en casi todo el resto
del mundo durante las décadas de los ochenta y los noventa. Como res-
puesta a las nuevas condiciones del comercio mundial, la crisis de la deuda
y las deformidades del llamado Estado de bienestar, se procuró dar mayor
flexibilidad a la producción, mejorar la competitividad, mantener en equili-
brio las finanzas públicas, controlar severamente la masa monetaria, priva-
tizar empresas paraestatales y modificar la estructura del gasto social. Poco
más o menos lo que se hizo, insisto, en todas partes, con las variaciones y
peculiaridades imaginables.
El orden de la extorsión: las formas del conflicto político en México 303
con sus clientelas. Eso hace que la inconformidad no pueda seguir el curso
que era normal: protesta, amenaza, extorsión y arreglo local; los conflictos
con mucha facilidad escalan hasta el gobierno federal u ocasionan enfren-
tamientos y motines más o menos violentos.
Esa volatilidad, por llamarla de algún modo, es indicio de una situación
inestable, transitoria, no la causa sino una consecuencia superficial y osten-
sible del movimiento general de la sociedad hacia formas más complejas.
Encerrar su significación en el tópico de la «transición a la democracia» pa-
rece descaminado porque omite algunos temas fundamentales. En particu-
lar, el tema del Estado y la obligación política. 22
La situación del fin de siglo es más o menos la siguiente. Sigue sin exis-
tir, de manera definitiva, el Estado como autoridad incondicionada; las le-
yes, muchas de ellas, siguen siendo impracticables. Pero ya no puede con-
tarse con la eficacia de los mecanismos tradicionales de gestión del
conflicto, que dependían del partido. Los intermediarios no tienen más re-
medio que buscar otras formas más directas de presión y exhibir sus recur-
sos de manera explicita, material.
Sobre la traza general de esa situación, digamos, de estructura, ponen lo
suyo unos cuantos fenómenos más superficiales pero también decisivos: el
aumento de la delincuencia organizada asociada al tráfico de drogas, la ro-
tunda ineficacia de las policías, las problemáticas secuelas de la larga crisis
centroamericana, 23 el resurgimiento de una izquierda radical enemistada
con el reciente Partido de la Revolución Democrática y la existencia de un
confuso, incontrolable, mercado de armas.
Las formas del conflicto en México no han variado mucho en los últi-
mos doscientos años. Relativamente, sobre todo, a los cambios demográfi-
cos, económicos, jurídicos. En general se trata de motines y revueltas de
poco alcance: frecuentes, breves, de orientación local y, por lo común, ne-
gociables. 24 Cuyas características responden, como es natural, a los dos ras-
gos básicos de nuestro arreglo: la heterogeneidad política de la sociedad y
la inexistencia del Estado.
El proceso de los grandes conflictos, que resultan en una quiebra gene-
ral, definitiva del orden político, no se asemeja al que supone el modelo
más clásico de la revolución; no al menos en cuanto aquél requiere una ho-
mogeneidad considerable. Lo que suele haber en México, por regla gene-
ral, es un hundimiento progresivo, lento, confuso; comienza con algún pro-
nunciamiento, una serie de motines, y sigue con la generalización del
bandolerismo, la desobediencia sistemática, el desbaratamiento administra-
306 Sociedades en guerra civil
tivo. Por cuya razón es algo imposible de anticipar, desde luego, pero tam-
bién confuso, incierto, en su orientación sustantiva.
En ningún caso se trata de una confrontación general, ordenada, a gran
escala, entre dos bandos claramente distintos. Pueden formarse coaliciones
en el proceso de un conflicto, por coinciencias más o menos accidentales,
pero su cohesión es precaria y superficial, decidida sobre todo por las pe-
ripecias de la lucha. Ha sucedido así incluso en las grandes guerras civiles:
la guerra de independencia, las guerras de reforma, la revolución de 1910;
todas ellas se han convertido en «guerras nacionales» sólo después de la
victoria y con propósitos justificatorios bastante obvios. 25
La independencia, por ejemplo, es resultado de un proceso largo que
comienza con la reacción de los criollos contra la invasión de España,
que toma una forma similar a la de las Juntas Patrióticas de la península;
sigue con la insurrección monárquica de Hidalgo, con apoyo campesino
del centro del país, a la cual José María Morelos añade acentos tradiciona-
listas: un movimiento masivo, más o menos ordenado, que se dispersa en
una serie de gavillas de guerrilleros y bandidos (con frecuencia indiscer-
nibles). Finalmente se consuma, diez años después, por un golpe de mano
obra de la oficialidad criolla, con apoyo del clero y los grandes propieta-
rios rurales. Se adivina siempre, sin dificultad, bajo la aparatosa retórica de
la gran causa, la trama menuda de los intereses locales, la influencia de los
caciqUes y el arreglo improvisado, dudoso, también cambiante, provisional,
que define a los dos bandos. 2''
Es posible que el fenómeno no sea tan extraño. En cualquier sociedad
hay numerosas oposiciones que podrían servir, llegado el caso, para organi-
zar en términos simbólicos una gran confrontación: gobernantes y gober-
nados, ricos y pobres, fieles de una y otra religión, miembros de uno y otro
grupo étnico, norte y sur o campo y ciudad. Oposiciones todas ciertas y re-
conocibles, aunque superpuestas y entrelazadas de manera a veces indis-
cernible para los propios sujetos.
En el caso de México, aunque haya diferencias étnicas y regionales más o
menos sustantivas, la oposición más obvia es económica, entre pobres y ri-
cos; 27 no obstante, la que ha sido más explotada políticamente es otra más
ambigua, entre el sistema y la sociedad (o el pueblo). Útil en la medida en
que puede asimilarse vagamente a otras distintas y en particular porque pa-
rece verosímil por el continuado predominio del PRI en el gobierno. En muy
resumidas cuentas, el sistema resulta ser culpable de la desigualdad, la po-
breza, el desempleo, también de la corrupción, la arbitrariedad, la violencia.
La vaguedad de la expresión permite todo eso. En particular, que la crítica no
se reduzca a un programa político, a una gestión de gobierno, a cualquier as-
pecto concreto, susceptible de análisis racional. Hay además un referente
material para la inconformidad, cualquiera que sea su naturaleza: el PRI.
El orden de la extorsión: las formas del conflicto politico en México 307
catorce grupos guerrilleros cuya acción es tan limitada que a duras penas
consigue aparecer en la prensa alguna vez. Violencia dispersa, pues, sin una
orientación general, definida, que prevalecerá en tanto no se reorganice un
sistema de intermediación eficaz para hacer gobernable la heterogeneidad
política. La alternativa, el imperio definitivo del Estado de derecho se anto-
ja todavía algo remoto.
A modo de conclusión:
NOTAS COMPARATIVAS SOBREIAS GUERRAS CIVILES EN EUROPA Y AMÉRICA LATINA
En lo que se refiere al transcurso de las guerras civiles así como, por ex-
tensión, la evolución de los otros conflictos violentos tratados en el volu-
men, también existe una serie de rasgos paralelos en ambos continentes.
Entre ellos destaca sobremanera la tendencia expansiva de la violencia. En
distintos casos analizados, a uno y otro lado del Atlántico, una vez iniciada
A modo de conclusión 315
que se reconoce con frecuencia en ellos es, sin embargo, la figura del inte-
lectual desilusionado que se rebela contra el orden existente. En muchos
casos, ese intelectual desilusionado corresponde al emprendedor político
que inicia un movimiento de protesta del cual surgen formas violentas de
acción colectiva. Moviliza gente y elabora los marcos cognitivos que sirven
como referencia al levantamiento armado. Si bien esta presencia del inte-
lectual desilusionado se detecta con facilidad tanto en los movimientos et-
nonacionalistas europeos como en las organizaciones sociorrevoluciona-
rias latinoamericanas, su papel se diferencia según uno u otro escenario en
fases ulteriores del proceso insurgente.
En los conflictos europeos de raigambre etnonacionalista, cuando em-
pieza a hacerse uso de la violencia, los intelectuales suelen perder el lide-
razgo hasta entonces ejercido, deben contentarse con rangos de segun-
do orden y a veces se retiran voluntariamente de la contienda en curso.
Las posiciones hegemónicas pasan típicamente a ser asumidas por varo-
nes jóvenes procedentes de las clases media baja o baja, gentes con cierto
pragmatismo, provenientes del campo o las pequeñas ciudades.5 Como
bien lo describe David Laitin en su capítulo, frecuentemente tienen un
código de honor propio y una mentalidad particular, uno y otra formados
al margen de las grandes instituciones políticas y económicas que pene-
tran la sociedad. Para personas con vocación de mando en este ámbito,
que puede ser calificado como populista, las organizaciones armadas y las
estructuras paraestatales creadas por ellas ofrecen una excelente oportu-
nidad de ascenso social y posibilidades tangibles para el ejercicio de cier-
to poder.
En América Latina el panorama es distinto. Alli, los intelectuales no per-
tenecen a los grupos rebeldes sólo al comienzo, sino que suelen quedar a
la cabeza de los mismos durante mucho tiempo. Esto tiene que ver tanto
con el tipo de conflicto violento predominante en aquella región como
también con la población de referencia que se pretende movilizar, princi-
palmente el campesinado.6 Por lo general, los académicos que están dis-
puestos a participar en un movimiento radical de corte marxista están de
antemano más predispuestos a tomar las armas, cuando son incitados a ha-
cerlo, que los intelectuales interesados en el patrimonio cultural o el lega-
do institucional de su pueblo. Además, por lo común no hay quien contes-
te su liderazgo en el seno de las organizaciones rebeldes. A los campesinos
y demás grupos marginados, entre los que estas organizaciones encuentran
sus seguidores, por lo general les falta la formación básica y la ambición ne-
cesarias para ocupar posiciones de mando en el sector insurreccional.Así
se explica que a la cabeza de los grupos guerrilleros latinoamericanos, sal-
vo escasas excepciones, se encuentren regularmente estudiantes y profe-
sores universitarios, y también muchos sacerdotes. Lo antedicho sólo se
320 Sociedades en guerra civil
IV
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I
vil War, Internal War, and Intrasocietal Conflict. A Taxonomy and Typology», en Ro-
bin Higham (comp.), Civil Wars in the Twentieth Century, Lexington, 1972, pág.
19; asimismo Ekkehart Krippendorff, Staat und Krieg. Die historische Logik poli-
tischer Unvernunft, Francfort del Meno, 1985, pág. 40: « ... más bien es ante todo
el Estado quien convierte el uso de la violencia entre los hombres, la guerra, en una
institución».
4. En vez de consultar toda la bibliografía véase el artículo ya citado «Bürger-
krieg» en el Staatslexikon de D. Schindel, col. 1051.
5. Cayo Julio César, Der Bürgerkrieg, 3" ed., Munich, 1993, págs. 47 y sigs.,
págs. 111 y sigs., pág. 120; en general, por lo que respecta a las astucias y tretas bé-
licas en la antigüedad, véase Frontin, Kriegslisten, en latín y alemán por Gerhard
Bentz, 2' ed., Darmstadt, 1978.
6. Gerhard Schulz, «Die Irreguláren: Guerilla, Partisanen und die Wandlungen
des Krieges seit dem 18. Jahrhundert», en t'Ad (comp.), Partisanen und Volks-
krieg. Zur Revolutionierung des Krieges im 20.Jahrhundert, Gotinga, 1985, págs.
9-35 y 11.
7. Michael Fellman, Inside Wan The Guemlla Conflict in Missouri cluring
the American Civil War, Nueva York/Oxford, 1989; en general, respecto a la guerra
civil norteamericana, véase James M. McPherson, Battle Cry of Freedom.The Civil
War Era, Nueva York/Oxford, 1988, así como Stig Fürster, «Vom Volkskrieg zum to-
talen Krieg? Der Amerikanische Bürgerkrieg 1861-1865, der Deutsch-Franzósische
Krieg 1870/71 und die Anfánge moderner Kriegführung», en: W L. Bernecker y V
Dotterweich (comps.),Detaschland in den internationalen Beziehungen des 19.
und 20. Jahrhunderts, homenaje a Josef Becker en su 65 aniversario, Munich,
1996, págs. 71-92.
8. Howard I.Taubenfeld, «The Applicability of the Law of War in Civil War», en
J.N. Moore (comp.), Law and Civil War in the Modern World, Baltimore/Londres,
1974, págs. 499-517, 506 y sigs.; en general, respecto a la guerra civil española, véa-
se Manuel T'uñón de Lara y otros, Der SpanLsche Bürgerkrieg. Eine Bestandsauf
nahme, Francfort del Meno, 1987.
9. Roy Licklider, «How Civil Wars End: Questions and Methods», en: ibíd.
(comp.), Stopping the Killing. How Civil Wars End, Nueva York/Londres, 1993,
págs. 3-20.
10. Günther Kaiser, Kriminologie. Eine Einführung in die Grundlagen, 3*
ed., Heidelberg, 1976, págs. 107 y sigs., 175 y sigs.
11. Georg Simmel, Soziologle. Untersuchungen über die Formen der Veme-
sellschaftung, 5' ed., Berlín, 1968, cap. IV, págs. 204 y sigs.; véase también Lewis A.
Coser, Theorie sozialer Konflikte, Neuwied, 1965, cap. 4, tesis 6: «Cuanto más es-
trecha la relación más fuerte el conflicto».
12. El arte de reconocer al totalmente distinto en el aparentemente similar.
esto es, al enemigo potencial, lo ha designado acertadamente un antropólogo brild-
fliC0 con el nombre de «Telling». Frank Burton,«Ideological social relations in Nort
ern Ireland», en British Journal of Sociology, vol. 30, 1979, n° 1, págs. 61-80.
13. Victor E.Walter, al que debemos su ya clásico estudio sobre el terror csta
tal, distingue tres formas y funciones principales de represión violenta por pa El e
del Estado: el castigo (para las infracciones de las normas), la aniquilación de ene
Notas 327
sigs., 157 y sigs.; véase también el ensayo introductorio de Sebastian Haffner, don-
de remarca (pág. 23) que una guerrilla sin un principio político y ordenador pro-
pio degeneraría fácilmente en mero bandidaje.
24. Al respecto véase Trutz von Trotha, «Ordnungsformen der Gewalt oder
Aussichten auf das Ende des staatlichen Gewaltmonopols», en Birgitta Nedelmann
(comp.), Politische Institutionen im Wandel, Opladen, 1995, págs. 129-166; véase
también Peter Waldmann, «Ethnoregionalismus und Nationalstaat», en Leviathan,
21, 1993, n° 3, págs. 391-406.
25. Para Latinoamérica véase Peter Waldmann, «Staatliche und parastaatliche
Gewalt in Lateinamerika», en Detlef Junker, Dieter Nohlen, Hartmut Sangmeister
(comps.), Lateinamerika am Ende des 20.Jahrhunderts, Munich, 1994, págs. 75
-
328 Sociedades en guerra civil
104, especialmente págs. 93 y sigs.; para África Jean Francois Bayart, «L'Etat en Afri-
que. La politique du ventre», París, 1989.
26. Al respecto y para lo que sigue M.van Creveld, The Transformation, págs. 2
y sigs., 10 y sigs., 18 y sigs., 57 y sigs., 124 y sigs.
27. Escribimos conscientemente el concepto entre comillas para indicar que
se trata de un término técnico que no hay que tomar siempre literalmente. Tam-
bién caracteriza guerras que pueden ser extremadamente crueles y destructivas.
28. Véase la conocida cita de von Clausewitz, Vom Kriege, pág. 675: «¿Acaso
no es la guerra otra manera de escritura y expresión de su pensamiento [esto es, de
los pueblos y gobiernos, P W1? Pues la guerra siempre tiene su propia gramática,
pero no su propia lógica».
29. Sobre la continuidad en este último aspecto desde la Guerra de los Treinta
Años hasta las guerras de Bismarck en el siglo xix véase Johannes Burkhardt, Der
Dreissigführige Krieg, Francfort del Meno, 1992; ibíd, «Alte oder neue Kriegsursa-
chen? Die ICriege Bismarcks im Vergleich zu den Staatsbiklungskriegen der Frühen
Neuzeit», en WL. Bernecker und V Dotterweich (comps.), Deutschland in den in-
ternationalen Beziehungen des 19. und 20. Jahrhunderts, escrito conmemorati-
vo para Josef Becker por su 65 aniversario, págs. 43-69.
30. H.I. Taubenfeld, The Applicability, págs. 505 y sigs.; Ivan Orozco Abad,
Combatientes, Rebeldes y Terroristas. Guerra y Derecho en Colombia, Bogotá,
1992, págs. 91 y sigs.
31. Sobre el número y extensión de las guerras declaradas desde 1945 y en
particular las más recientes véase Klaus Jürgen Gantzel yTorsten Schwinghammer,
Die Kriege nach dem Zweiten Weltkrieg — Daten und Tendenzen, Münster, 1995;
Pfetsch, Frank R., «Internationale und nationale Kriege nach dem Zweiten Welt-
krieg», en PolitLsche Viertelfahresschrift, ario XXXII, 1991, págs. 259-285; A. J. Jong-
man y A. P. Sclunid, «Contemporary Conflicts.A Global Survey of High— and Lower
Intensity Confiicts and Serious Disputes», en PlOOM, Newsletter and Progress Re-
port,vol. 7, ti° 1, invierno 1995, págs. 14-24. El artículo citado en último lugar some-
te a un análisis crítico los distintos métodos de cálculo.
32. Joachim Klaus Ronneberger, «Der Partisan im terroristischen Zeitalter.Vom
gehegten Kriegsraum zum reinen Krieg. Carl Schmitt und Paul Virilio im Ver-
gleich», en H. Münkler (comp.), Der Partisan, págs. 81-95; M. Edmond, Civil Wat;
pág. 18 « la guerra civil no sólo es ilegal ... sino que también está fuera de la ley
mientras está en marcha».
33. Para lo que sigue véase M.van Creveld, The Transformation, cap. III.
34. C. Schmitt, Der Begriff des Politischen, pág. 46; «Por eso, en todos los países
hay, más severos o más suaves, aplicados ipso facto o legalmente (en virtud de leyes
especiales), manifiestos u ocultos en circunloquios generales, modos de ostracismo,
de destierro, de proscripción, de exilio, de proclamación hors-la-loi, en una palabra,
de declaración del enemigo interior».Véase también Charles Zorgbibe, La guerre ci-
vile, París 1975, donde (págs. 20 y sigs.) se señala la curiosa ambivalencia de los deli-
tos políticos que, durante un tiempo, en el siglo xlx se juzgaban más suavemente que
los delitos «comunes». Cierto es que esta situación ha cambiado fundamentalmente
desde los arios veinte de nuestro siglo con el ascenso de los regímenes totalitarios.
35. Michel Bothé, «Conflicts Armés Internes et Droit International Humanitai-
Notas 329
págs. 5-29. Sobre Colombia véase P Waldmann, «Veralltáglichung von Gewalt: Das
Beispiel Kolumbien», aparecido en 1997 en un númem especial de la
bre la violencia, editado por Trutz von Trotha. KZfSSp so-
38. Georg Elwert, «Gewalt und Márkte», pág. 4, manuscrito para unas jornadas
en Berlín en diciembre de 1995.
39. Según M.van Creveld, The Transformation,
págs. 87 y sigs.
40. Respecto al comparativamente reducido número de víctimas en Latinoa-
mérica véase el artículo citado (n.31) de Jongman y Schmid; en cuanto al «respeto»
a las mujeres en la guerra civil norteamericana M. Fellmann, Inside War, págs. 199
y sigs.
41. Carl Schmitt, Theorie des Partisanen,
Berlín, 1963, pág. 20; véanse tam-
bién las observaciones de H. Münkler (Die Gestalt des PartLsanen,
pág. 26) respec-
to a la forzosa adaptación de las tropas regulares a los partisanos durante la ocupa-
ción napoleónica de España.
42. María José Moyano, «The "Dirty War" in Argentina: Was it a war and how
dirty was itN, en Hans-Werner Tobler y Peter Waldmann (comps.), Staatliche und
parastaatliche Gewalt in Lateinamerika, Francfort del Meno, 1991, págs. 45
43. Herfried Münkler, «Die Kriege der Zukunft und die Zukunft der Staaten»,
- 73.
en Berliner Debatte. Initial, Zeitschrift für sozialwissenschaftlichen Diskurs,
n°
6, 1996(?). Que no se respete a los heridos y que además se asesine a aquellos cuya
función según la convención internacional es el socorro de los heridos, esto es,
miembros de la Cruz Roja, como ha ocurrido recientemente en Chechenia, es una
clara muestra de una situación cuasi anómica (esto es, sin reglas). Véase N22 del
21/22.12.1996, pág. 3.
44. G. Simmel, Soziologie, págs. 186 y sigs., 199 y sigs.; Lewis A. Coser,
Theorie
sozialer Konflikte, págs. 142 y sigs.
45. M. van Creveld, The Transformation, págs. 35 y sigs.
46. Alan Rake, «Tags Soldaten, nachts Rebellen», en
Der Überblick 2/95, pág.
17. Los comentarios de este apartado se basan en gran parte en los informes y en-
sayos de este número.
47. lbíd., pág. 20.
48. Lo resume Bernd Ludermann, «Grauzonen der Staatlichkeit. Regierungen,
Kriegsherren und Banditen sind oft schwer zu unterscheiden», en Der Überblick
2/95, págs. 5-9.
330 Sociedades en guerra civil
49. Jürgen Osterhammel, «Musterfall der Kriegsfürsten. Das China der War-
lords zwischen Krieg, Zerfall und Modernisierung», en Der überblick 2/95, págs.
38-40.
50. Bern Glatzer, «Selbstzerstórung eines Staates. Afghanistans Warlords
—ICriegstreiber und Stifter órtlichen Friedens», en Der überblick 2/95, págs. 48-52.
51. Charles Tilly, «War Making and State Making as Organized Crime», en P B.
Evans, D. Rueschemeyer, Th. Skocpol (comps.), Bringing the State Back in, Cam-
bridge, 1985, págs. 169-191.
52. T. Hanf ha trabajado este aspecto especialmente bien en su libro sobre la
guerra civil en el Líbano. Desde luego, la paz que se firmó hace algunos años en
este país muestra que la alianza «negativa» de los warlords no es de ningún modo
irrompible.T. Hanf, Koexistenz, págs. 423 y sigs., págs. 492 y sigs.
53. Además del ya mencionado artículo de C.Tilly cítense respecto a este pro-
ceso evolutivo algunas obras modéficas: Bertrand de Jouvenel, Du Pouvoir, París,
1972, especialmente el libro 3; Michael Keating, State and Regional Nationalism.
Territorial Politics and the European State, Nueva York y otros, 1980; Norbert
Elias, Ober den Prozess der Zivilisation, vol. 2, Berna/Munich, 1969; Stein Rokkan
y Derek W Urwin,Economy, Territory, Identity, Londres y otras, 1983.
54. Theodor Schieder, «Typologie und Erscheinungsformen des Nationalstaats
in Europa», en Heinrich August Winkler (comp.), Nationalismus, Konigstein/Tau-
nus, 1978, págs. 119-137, págs. 122 y sigs.
55. M. van Creveld, The Transformation, págs. 192 y sigs. El escepticismo de
Van Creveld es compartido, al menos implícitamente y respecto a varios estados,
por Volker Matthies, quien, refiriéndose a África, habla de procesos de desintegra-
ción del Estado y de implosiones; por el contrario K. J. Gantzel concibe las guerras
civiles como parte integrante de un proceso de modernización de alcance mundial
y de signo capitalista, proceso que prepara en todas partes el camino a la forma-
ción del Estado, oto es, a la consagración del monopolio estatal del poder.Volker
Matthies, «Der Transformationsprozess vom Krieg zum Frieden — ein vernachlás-
sigtes Forschungsfeld», en ibíd (comp.), Vom Krieg zum Frieden. Kriegsbeendi-
gung und Friedenskonsolidierung, Bremen, 1995, págs. 8-38, pág. 9; K. J. Gantzel,
«Kriegsursachen», pág. 8.
CAPÍTULO 2
3. Hans Kohn, The Idea of Nationalism: A Study in its Origins and Bank-
ground, Nueva York, MacMillan, 1944.
4. Ernest Gellner, Nations and Nationalism,
Ithaca, Comell University Press,
1983; E.J. Hobsbawm, Nations and Nationalism Since 1780,
Cambridge, Cambrid-
ge University Press, 1977.
5. Karl Deutsch, Nationalism and Social Communication,
Cambridge, MIT
Press, 1954.
6. Reinhard Bendix, Kings of People, Berkeley, University of California Press,
1978.
7. E. J. Hobsbawm, op. cit., pág. 10.
8. Benedict Anderson, Imagined Communities,
Londres,Verso, 1983.
9. Barry Posen, «Nationalism, the Mass Army, and Military Powe›,
Internatio-
nal Security, vol. 18, n" 2, 1993, págs. 80-124.
10. A. D. Smith, Nationalism in the Twentieth Centuty,
Nueva York, New York
University Press, 1979.
11. Por ejemplo, Emest Gellner, op. cit.
12. Carlton J. H. Hayes, Historical Evolution of Modem Nationalism,
Nueva
York, R. R. Smith, 1931; Ernst Haas, «Nationalism:An Instrumental Social Construc-
tion», Millennium, vol. 22, n° 3, 1993, págs. 505-546.
13. Ted Gurr, Why Men Rebel, Princeton, Princeton University Press, 1970;
James C. Davies, «The J-Curve of Rising and Declining Satisfactions as a Cause of
Some Great Revolutions and a Contained Rebellion», en H. Graham y T. Gurr
(comps.), Violence in America, Nueva York, Signet, 1969, págs. 671-709.
14. Weber explica la racionalización como el proceso mediante el cual un Esta-
do establece un gobierno eficiente y ordenado: un servicio civil profesional, fronte-
ras territoriales claras, emisión de una moneda común y establecimiento de una len-
gua oficial son aspectos de la racionalización. En Max Weber, Economy and Sociely,
Berkeley, University of California Press, 1968, 2 vols., págs. 71, 110, 655, 809-838.
15. Gerson Shafir, Nationalism and Ethnic Exclusivity in Relatively Overde-
veloped Regions:A Comparision of Catalonia, the Basque Country, and the Bal-
tic Republics, Albany, SUNY Press, en prensa.
16. Gabriel Elorriaga, La Batalla de las Autonomías,
Madrid, Azara, 1983.
17. Esprai, n° 2, 1988, órgano de Terra Lliure. Catalunya terra lliure: docu-
ments del moviment de defensa de la terra 1985 - 1988, Sant Bol, Lluita, 1988.
18. Raymond Carr y Juan Pablo Fusi, Spain: Dictatorship to Democracy,
Lon-
dres, George Allen and Unwin, 1979.
19. Richard Gunther y otros, Spain after Franco,
Berkeley, University of Cali-
fornia Press, 1986.
20. Stanley Payne, Basque Nationalism,
Reno, University of Nevada Press,
1975, pág. 250.
21. Raymond Carr en Gerson Shafir, op. cit., pág. 159.
22. Como en J. Romero Maura, «Terrorism in Barcelona and its impact on Spa-
nish politics, 1904-1909», Past and Present, vol. 41, 1968, págs. 130-183.
23. Juan Linz, «Early State-Building and I.ate Peripheral Nationalisms against
the State», en S. N. Eisenstadt y Stein Rokkan (comps.),
Building States and Na-
tions, Beverly Hills, Sage, 1973; Juan Díez Medrano,
Divided Nations: Develop-
332 Sociedades en guerra civil
ment, Class, and Nationalism in the Basque Countty and Catalonia, Ithaca, Cor-
nell University l'ress, 1995, Gerson Shafir, op. cit.
24. Richard Gunther y otros, op. cit.
25. Shabad, comunicación personal.
26. Richard Gunther y otros, op. cit. págs. 318-330. Estudio de Linz citado en
Gerson Shafir, op. cit., págs. 221 y sigs.
27. Richard Gunther y otros, op. cit., págs. 386-387.
28. Presentado en Richard Gunther y otros, op. cit., pág. 331.
29. Juan Díez Medrano, op. cit., págs. 429-430.
Madrid, CIS,
30. Alfonso Pérez Agote, La reproducción del nacionalistno,
1984; Eugenia Ramírez Goicoechea, De jóvenes y sus identidades: socioantropolo-
M'a de la etnicidad en Euskadi, Madrid, CIS, 1991; Joseba Zulaika, Basque Violen-
ce, Reno, University of Nevada Press, 1988.
31. Susan M. DiGiacomo, The Politics of Identity: Nationalism in Catalonia,
tesis doctoral,Amherst, Universidad de Massachussets, 1985.
32. David Llichi y Guadalupe Rodríguez, «Language, Ideology and The Press in
Catalonia», American Anthropologist, vol. 94, n° 1, marzo de 1992, págs. 9-30.
33. Paul Freedman, «Cowardice, Heroism and the Legenclary Origins of Catalo-
nia», Past and Present, vol. 121, noviembre de 1988, págs. 3-28.
34. Serif Mardin, «Youth and Violence in Turkey», Arch. Europ. SocioL, XIX
(1978); págs. 229-254; Peter Waldmann, «Gewaltsamer, Separatismus. Ana Beispiel
der Basken, Franko-Kanadier und Nordiren», Kólner Zeitschnft für Soziologie und
Sozialpsychologie, n° 37, 1985.
tesis doctoral, Universidad de
35. Roger Petersen, Rebellion and Resistance,
Chicago, 1991; Roger Petersen, «A Community-Based Theory of Rebellion», European
Journal of Sociology, )00CIV, págs. 41-78, 1993.
Nueva York, Nor-
36. Thomas Schelling, Micromotives and Macrobehavion
ton, 1978.
World Politics,
37. David Laitin, «The Nation Uprisings in the Soviet Union»,
vol. 44, n° 1, octubre de 1991, págs. 139-177.
38. Roger Petersen, op. cit., 1991.
39. Frantz Fanon, The Wretched of the Earth, Nueva York, Grove Press,
1988.
40. Goldie Shabad y Francisco Llera, «Political Violence in a Democratic State:
Basque Terrorism in Spain», en Martha Crenshaw (comp.), Terrorism in Context,
University Park, Pennsylvania, Pennsylvania State University Press, 1994.
41. Citado en Juan Díez Medrano, op. cit., pág. 449.
42. Fernando Reinares, «Sociogénesis y evolución del terrorismo en España», en
Salvador Giner (comp.), España: sociedad y política, Madrid, Espasa Calpe, 1990.
43. Serif Mardin, op. cit.
44. Peter Waldmann, op. cit.
Madison, Univer-
45. Robert Clark, The Rasque Insurgents: ETA, 1952-1980,
sity of Wisconsin Press, 1984.
46. José María Maravall, comunicación personal.
47. Fernando Reinares, op. cit., pág. 378.
48. Juan Díez Medrano, op. cit., pág. 32.
Notas 333
49. Edward C. Handens,
Rural Catalonia under the Franco Regime, Cam-
bridge, Cambridge University Press, 1977, pág. 115.
50. Hank Johnston, Tales of Nationalism: Catalonia, 1939
- 1979, Nueva
Brunswick, Rutgers University Press, 1991, cap. 4.
51. Goldie Shabad, «Still the exception? Democratization and Ethnic Nationa-
lism in the Basque Country of Spain».Trabajo presentado a la Conferencia de Euro-
peístas, Chicago, Illinois, pág. 39.
52. Fernando Reinares, op. cit., pág. 366.
53. Fernando Reinares, comunicación personal.
54. Para una explicación más amplia, véanse Robert Clark,
op. cit ; Stanley Pay-
ne, op. cit.; y Joseba Zulaika, op. cit.
55. Goldie Shabad y Francisco Llera, op. cit.
La cita está tomada de un manus-
crito anterior.
56. Robert Clark, op. cit., pág. 152.
57. Fernando Reinares, op. cit., págs. 389-393.
58. Esprai, op. cit.
59. Hank Johnston, op. cit, pág. 68.
60. Ronald Grigor Suny, The Making of the Geotgian Nation,
Bloomington,
Indiana University Press, 1988, pág. 299.
61. David Little, Ukraine: The Legacy of Intolerance,
Washington, USIP Press,
1991.
62. Foreign Broadcast Information Service, "Washington, 31 de octubre de 1991.
63. Foreign Broadcast Information Service, Washington, 4 de enero de1991.
64. Radio Free Europe, 15 de marzo de 1991.
65. Radio Free Europe, 2 de enero de 1991.
66. David Little, op. cit., págs. 73-74.
67. Richard Gunther y otros, op. cit.
68. Foreign Broadcast Infigrmation Service, 11
de enero de 1991.
69. Foreign Broadcast Information Service,
16 de marzo de 1992.
70.Gueorgui Otyrba, «War in Abkhazia», en Roman Szporluk (comp.), Natio-
nal Identity and Ethnicity in Russia and the New States of Eurasia, Londres, M.
E. Sharpe, 1994, págs. 281-309.
71. Ronald Grigor Suny, op. cit, 1988.
72. Ronald Grigor Suny, op. cit, 1988, págs. 304-305.
73. Orest Subtelny, The Making of the Georgian Nation,
Toronto, University
of Toronto Press, 1988, pág. 531.
74. Gueorgui Otyrba, op. cit, pág. 281.
75. Bary Posen, «The Security Dilemma and Ethnic Conflict»,
Survival, vol. 35,
n° 1, págs. 27-47 primavera de 1993.
76. Ronald Grigor Suny, «Elite Transformation in Late-Soviet and Post-Soviet
Transcaucasia, or What Happens When the Ruling Class Can't Rule», en Timothy
Colton y Robert C. Tucker, Studies in Post-Soviet Leadership,
Boulder, Colorado,
Westview Press, 1995.
77. Gerald Mars y Yochanan Altman: «The Cultural Bases of Soviet Georgia's
Second Economy», Soviet Studies, vol. 35, n° 4, págs. 546-560, 1983.
78. Gerald Mars y Yochanan Altman, op. cit.,
pág. 548.
334 Sociedades en guerra civil
79. George O. Liber, Soviet nationality policy, urban growth, and identity
change in the Ukranian SSR 1923-1934, Cambridge, Cambridge University Press,
1992, págs. 49-52.
80. Orest Subtelny, op. cit., pág. 528.
81. Orest Subtelny, op. cit., pág. 527.
82. Orest Subtelny, op. cit, pág. 497.
83. Orest Subtelny, op. cit., págs. 387-390.
84. Orest Subtelny, op. cit., pág. 501.
85. David Laitin, op. cit., 1991, pág. 172.
86. Hewitt, en Michael Kirkwood (comp.), Language Planning in the Soviet
Union, Nueva York, St. Martin's, 1990.
87. Radio Free Europe, 15 de febrero de 1991.
88. Ronald Grigor Suny, op. cit., 1988, pág. 303.
89. Radio Free Europe, 15 de febrero de 1991.
90. Gueorgui Otyrba, op. cit., 1992.
91. Con Sísifo quiero decir que incluso si no existen pautas generales, debe-
ríamos continuar en nuestra búsqueda por ellos.
92. Mark Granovetter, «Threshold Models of Collective BehavioN American
Journal of Sociology, vol. 83, 1978, págs. 1420-1443;Timur Kuran, «Now out of Ne-
ver: The Element of Surprise in the East European Revolution of 1989*, World Poli-
tics, vol. 44,n° 1 octubre de 1991, págs. 748.
93. Por ejemplo, Roger Petersen, op. cit., 1992.También Gerald Marwell y Pa-
mela E. Oliver, The Critical Mass in Collective Action:A Micro-Social Theory, Cam-
bridge, Cambridge University Press, 1993.
CAPÍTULO 3
1. Una excepción constituye la obra editada por Robin Higham, Civil Wars
in the Twentieth Century, Lexington, 1972,1a cual plantea preguntas generales sin
abordar casos concretos. En cambio, el concepto de la «guerra interna» introducido
por la escuela norteamericana de la violencia nos parece poco útil pues mete de-
masiado en un mismo saco. Véase, por ej., Harry Eckstein (comp.), Internal War,
Nueva York, Londres, 1964.
2. Sobre la definición de guerras civiles, véase Paul Noack y Theo Stammen
(comps.), Grundbegriffe der politikwisserzschaftlichen Fachsprache, Munich,
1976, pág. 26; Vernon Bogdanor (comp.), The Blackwell Encyclopaedia of politi-
cal Institutions, Oxford, 1987, pag. 106; véase también Staatslexikon,7.' edición,
tomo I, Friburgo y otros, 1985, pags. 1.050 y sigs.
3. La guerra de los Treinta años (Alemania 1618-1648) constituye un ejem-
plo sintomático en este sentido. Al final de este conflicto no sólo las gentes senci-
llas sino muchos dirigentes políticos no recordaban cómo se había llegado a la
guerra ni cuáles habían sido sus objetivos iniciales.Véase Johannes Burkhardt, Do-
Dreif3igitihrige Krieg, Francfort del Meno, 1992, pág. 19.
4. Véase, para el caso del Líbano,Theodor Hanf, Koexistenz im Krieg, Staats-
verfall und Entstehung einer Nation im Libanon, Baden-Baden, 1990, pág. 414:
Notas 335
«Tras quince años de violencia, ninguna de las facciones internas o externas del
conflicto ha logrado vencer».
5. Véase el concepto «madurez para la paz» en William I. Zartmann,
Ripe for
Solution Conflict and Intervention in Africa, Nueva York/Oxford, 1985;
ibíd,
«Conflict and Resolution: Contest, Costs and Changes», en The Annals of the Ame-
rican Academy of Political and Social Science, n° 518, noviembre de 1991, págs.
11-12.
6. Ciertamente, calificar la situación colombiana desde 1948 hasta la actuali-
dad de guerra civil no deja de plantear problemas.Algunos autores conceptúan de
guerra civil únicamente aquellos conflictos de la década del cincuenta que habían
sido avivados por motivos politicos e ideológicos. Como el lector podrá percibir,
• nuestro concepto de guerra civil es, sin embargo, más amplio e incluye formas de
enfrentamiento violento de carácter no político. En este sentido, en Colombia efec-
tivamente impera un estado de guerra civil permanente desde hace décadas.
7. Sin duda, es imposible conocer todos los casos mencionados hasta el últi-
mo detalle, como de hecho sería necesario para realizar un ensayo comparativo
como el que presentamos. En parte, por ejemplo, en lo que se refiere a Irlanda del
Norte y al Líbano, el autor se basa en extensos estudios previos realizados con te-
máticas análogas. Véase P Waldmann, Radicalismo étnico. Análisis comparado de
las causas y efectos en conflictos étnicos violentos, Akal, Madrid, 1997. Asimismo,
Colombia y Perú forman parte desde hace años de sus campos de investigación
preferidos. Sin embargo, estos conocimientos previos no habrían sido suficientes,
de no haber sido por la existencia de algunas monografías excelentes sobre deter-
minadas guerras civiles o revoluciones. En especial, cabe destacar el ya citado am-
plio estudio de T. Hanf sobre la guerra civil en el Líbano, así como H.W Tobler, Die
mexikanische Revolution, Francfort del Meno, 1984 y H. C. E Mansilla,
Ursachen
und Folgen politischer Gewalt in Kolumbien und Peru, Francfort del Meno,
1994. Para el conflicto yugoslavo y, en particular, en relación a la guerra en Bosnia-
Herzegovina, han resultado extraordinariamente útiles los informes y análisis de
M. J. Cake de la Fundación Ciencia y Política (Stiftung Wissenschaft u. Politik).
Asi-
mismo, expreso mi agradecimiento al señor Martin Rósiger por su colaboración
científica al lograr localizar ciertos materiales poco accesibles y ponerlos a mi dis-
posición.
8. Gonzalo Sánchez «La violencia y sus efectos en el sistema político colom-
biano», en Gonzalo Sánchez y otros, Once ensayos sobre la violencia,
Bogotá,
1985, pags. 211 y sigs., y 219.
9. En aquella ocasión, tras el asesinato de J. R. Gaitán, el carismático líder del
Partido Liberal, miles de trabajadores y de pobres de los suburbios de Bogotá aflu-
yeron al centro de la ciudad, atacando todo lo que para ellos encarnaba el poder y
el establishment
edificios del gobierno y de la administración, bancos, iglesias y
conventos.
10. Tucídides, Der Peloponnesische Krieg
(La Guerra del Peloponeso), edi-
ción completa, introducción de Hermann Strasburger, Essen (sin fecha de edición),
pág. 262.
11. !bid., pág. 263.
12. T Hanf sostiene al principio de su monog,rafia que el miedo es la principal
336 Sociedades en guerra civil
(1985), Frieden erndhrt, Krieg und Unfrieden zerstórt, Nürdlingen, 1985, pág. 91
y sigs., 98 y sigs.
43. Jens Reuter, Wirtschaftliche und soziale Probleme im neuen Jugosla-
wien , en Südosteuropa, vol. 43 (1993), n° 5, págs. 257-266; Herbert Büschenfeld,
Schattenwirtschaft in Restjugoslawien, en Osteuropa, 1994, n° 3, págs. 267-274;
Marie-Janine Calic, op. cit. (n. 23), pág. 16 y sigs.
44. Theodor Hanf, op. cit. (n. 4), pág. 449 y sigs.
45. Hans-Werner Tobler, op. cit. (n. 7), pág. 478 y sigs.
46. Reinhard Stoclanann, op. cit. (n. 38), págs. 45, 145 y sigs. La misma com-
binación de elevado nivel de violencia con gran dinámica económica fue caracte-
rística del período de «La Violencia». Véase Gonzalo Sánchez, «La violencia y sus
efectos en el sistema político colombiano», en Gonzalo Sánchez (comp.), Once En-
sayos sobre la Violencia, Bogotá, 1985, págs. 209-258.
47. Para México, véase Hans-Werner Tobler, op. cit. (n. 7), págs. 206, 449 y sigs.;
para el Líbano,T Hanf, op.cit. (n. 4) pág. 456 y sigs.; para Yugoslavia,Wolf Oschlies,
Einführung oder: Nekrolog auf ein unsterbliches Land, en Erich Ratfelder
(comp.) Krieg auf dem Balizan, Hamburgo, 1992, pág. 39; Roy Gurman, op. cit.
(n. 13), pág. 63; Marie-Janine Calle, op. cit (n. 23), pág 70; para Colombia, Mario Aran-
go Jaramillo, op. cit. (n. 3'7), pág. 63; Eric J. Hobsbwm, «La anatomía de "La Violencia"
en Colombia», en Gonzalo Sánchez (comp.), Once En,sayos sobre La Violencia, Bo-
gotá, 1985, págs. 13-23.
48. Sobre Españ'a, véase Francisco López-Casero, «Die Generation des Um-
bnichs. Veránderungen des Lebens- und Produktionsformen in der spanischen
"Agrarstadt"», en Peter Waldmann y otros, Die geheime Dynamik autoritibrr Dik-
taturen, Munich, 1982, págs. 287-400, en particular pág. 342 y sigs. Entre las guerras
civiles que analizamos en este trabajo, llama la atención que los autores señalen so-
bre todo en el caso colombiano los efectos emancipadores y movilizadores cle la
violencia colectiva.Véanse Eric J. Hobsbawm, op. cit. (n. 47), pág. 18 y sigs.; y Gonza-
lo Sánchez, «La violencia y sus efectos en el sistema político colombiano», en Gonza-
lo Sánchez (comp.), Once Ensayos sobre la Violencia, Bogotá, 1985, págs. 248 y sigs.
49. En representación de los demás autores, para Colombia hago referencia a
Eduardo Pizarro Leongómez, «Insurgencia sin Revolución», Violencia Política y
Proceso de Paz en Colombia, manuscrito presentado en Lima en abril de 1994,
pág. 29; para el Líbano,Theodor Hanf, op. cit. (n. 4), pág. 414 y sig.
50. Theodor Hanf, op. cit. (n. 4), pág. 432; Eduardo Pizarro Leongómez (n. 49),
pág. 29, sostiene que existe un equilibrio de poder «negativo» en Colombia: todas
las fuerzas político-militares se paralizan alternativamente y ninguna está en condi-
ciones de imponer tina solución constructiva del conflicto.
51. H. C. E Mansilla, op. cit, pág. 172; Véase también Samir Khalaf, op. cit (n.
35), cap, XI.
52. Véase Peter Waldmann, RadicalLsmo étnico (n. 7), pág. 343 y sigs.
53. Sobre Bosnia-Herzegovina, véase, por ejemplo, Roy Gutman, op. cit, págs.
169-173.
54. Peter Waldmamm, «Lernprozesse und Bewáltigungstrategien in einer in-
flationáren Wirtschaft: Das Beispiel der deutschen Inflation 1914-1923», en Kan',
Heinemann (comp.), Soziologie wirtschaftlichen Handels. Kólner Zeitschrly tul
Notas 339
CAPÍTULO 4
14. Véase I. William Zartman, Ripe for Resolution: Conflict and Intervention
in Africa, Nueva York/Oxford, Oxford University Press, 1989 (red.); M'Id, «The Un-
finished Agenda: Negotiating Internal Conflicts», en Roy Licklider (comp.), Stop-
ping the Killing. How Civil Wars End, Nueva York/Londres, New York University
Press, 1993, págs. 20-34; ibtd., «Dynamics and Constraints in Intemal Conflicts», en
ibíd (comp.), Elusive Peace. Negotiating and End to Civil Wars,Washington D.C.,
Broolcings Institute, 1995, págs. 3-29.
15. Véase en particular Zartman, The Unfinished Agenda.
16. En Zartman se encuentran indicaciones que van en esta dirección.
17. Véase por ejemplo Humberto Ortega Saavedra, 50 años de lucha sandi-
nista, México, Diógenes, 1979.
18. Sin duda, esta hipótesis tiene, como muestran varios de los artículos de
este libro, un valor heurístico considerable.
19. Véase una crítica distinta en parte de Marieke Kleiboer, «Ripeness of Con-
flict:A Fruitful Notion?», en Journal of Peace Research, 31, 1994, 1, págs. 109-116;
Jeffrey Z. Rubin, «The Timing of Ripeness and the Ripeness of Timing», en Louis
Kriesberg y Stuart J.Thorson (comps.), »ming the De-Escalation of International
Conflicts, Siracusa, Syracuse University Press, 1991, págs. 239 y sigs.
20. Según mi parecer, el teorema de la utilidad marginal en esta forma tam-
bién puede aplicarse a la actuación violenta.
21. Véase la contribución de Bernhard Weimer sobre Mozambique, en Hein-
rich W ICrumwiede y Peter Waldmann (comps.), Bürgerleriege: Folgen und Regu-
lierungsmóglichkeiten, Baden-Baden, 1998. También Z,artman hace hincapié en
terceros acontecimientos de esta clase.
22. Con la corriente idea de que «la guerra no vale la pena» (véase Lothar
Brock, «Frieden. Überlegungen zur Theoriebildung», en Dieter Senghaas [comp.],
Den Frieden denleen, Francfort del Meno, 1995, págs. 317-340) no puede captarse
este fenómeno.
23. Véase la aportación de Peter Waldmann sobre las consecuencias y la diná-
mica autónoma de la violencia política.
24. Véase Perthes, Der Libanon nach dem Bürgerkrieg. Se trata, por lo tanto,
de un win-win-outcomes de una clase particular.
25. En la investigación de la democracia se parte hoy día del hecho de que,
normalmente, una cultura política democrática no puede ser precondición sino re-
sultado de la praxis democrática de la política.Véase Philippe C. Schmitter y Terry
Lynn Karl, «What Democracy is... and is not», en Journal of Democracy, 2, 1991, 3,
págs. 75-88.
26. El término está entre comillas porque el autor no considera la idea de la
«solución del conflicto» (véase por ejemplo John Burton, Conflict: Resolution and
Prevention, Basingstokes,MacMillan, 1990), sino la del «arreglo del conflicto» en el
sentido de Dahrendorf (véase Ralf Dahrendorf, Soziale Klassen und Klassenkon-
flikt in der industriellen Gesellschaft, Stuttgart, Enke, 1957).
27. Véase para El Salvador el texto del acuerdo de paz «The United Nations and
El Salvador 1990-1995», en United Nations, Nueva York, The United Nations Blue
Books Series, vol. IV, 1995; para Guatemala «Acuerdo sobre aspectos socioeconómi-
cos y situación agraria» del 6-5-1996 (http://www.lapaz.com.gt/acuerdo.6.htm).
342 Sociedades en guerra civil
28. Véase Giovanni Sartori, «From the Sociology of Politics to Political Socio-
logy», en Seymour Martin I.ipset (comp.), Bolilla and the Social Sciences, Nueva
York, Oxford University Press, 1969, págs. 65-100.
29. Véase para un enfoque relativizador Mir A. Ferdowsi, Dimensionen und
Ursachen der Drittweltkriege — Eine Bestandsaufnahme, Munich, Arbeitspa-
piere zu Problemen der Internationalen Politik und der Entwicklungslánderfors-
chung, n° 19/1996, Forschungsstelle Dritte Welt am Geschwister-Scholl-Institut für
Politische Wissenschaft der Ludwig-Maximilians-Universitát München, 1996.
30. Véase Heinrich-W 1Crumwiede, «Zur vergleichenden Analyse sozialrevolu-
donare Prozesse: Zentralamerika», en lbero-Amerikanisches Archiv, 10, 1984, 4,
págs. 449-521.
31. Véase Roy Licklieder, «How Civil Wars End: Questions and Methods», en
ibíd (comp.), Stopping the Killing. How Civil Wars End, Nueva York/Londres,
1993, págs. 3-19; ibíd., «What Have We Learned and Where Do We Go from Here?»,
en ibíd. (comp.), Stopping the Killing. How Civil Wars End, Nueva York/Londres,
1993, págs. 303-322.
32. Los acuerdos de paz tienen en cuenta por lo general también otros pro-
blemas que son consecuencia de la guerra, como la repatriación de refugiados y
exiliados.Véase en relación a dichos problemas Volker Matthies (comp.), Vom Krieg
zum Frieden. Kriegsbeendigung und Friedenskonsolidierung, Bremen, 1995.
33. Véase en este contexto Priscilla B. Hayner, «Fifteen Truth Commissions —
1974 to 1994: A Comparative Study», en Human Rights Quarterly, 16, 1994, 4,
págs. 597-655, y los demás artículos del mismo número.
34. Véase además de Rustow (Transitions to Democracy), Peter Graf Kiel-
mansegg, «Frieden durch Demokratie», en Dieter Senghaas (comp.), Den Frieden
denken, Francfort del Meno, 1995, págs. 106-123.Véase también Heinrich-W Krum-
wiede, Wie kónnen die jungen Demokratien trotz ungünstiger Bedingungen
überleben?, Ebenhausen, Arbeitspapier, Stiftung Wissenschaft und Politik, 1993.
Generalmente el autor, moviéndose en la tradición de Simmel, Coser y Dahrendorf,
parte del hecho de que los conflictos pueden tener efectos positivos y en este sen-
tido considerarlos algo productivo.Véase Georg Simmel, Soziologie: Untersuchun-
gen über die Formen der Vergesellschaftung, Berlín, Duncker & Humboldt, 1968
(5a ed.); Lewis A. Coser, The Functions of Social Conflict, Londres, Routledge, 1956;
Dahrendorf, Soziale Klassen. Como contribución más reciente, que incluye la ar-
gumentación clásica, véase Albert O. Hirschman, «Social Conflicts as Pilars of De-
mocratic Market Societies», en ibíd., A Propensity to Self-Subversion, Cambrid-
ge/M.A./Londres, Harvard University Press, 1995, págs. 231-248.
35. Véase Heinrich-W Krumwiede, Funktionen und Kompetenxen der Parla-
mente in den Preisidialdemokmtien Lateinamerikas, Ebenhausen,Arbeitspapier
für die Stiftung Wissenschaft und Politik, 1997.
36. Véase Graf Kielmansegg, «Frieden durch Demokratie».
37. Véase Arend Lijphart, «Consociational Democracy», en World Politics, 21,
1969, 1, págs. 207-225; ibíd., «The Power-Sharing Approach», en Joseph V Montville
(comp.), Conflict and Pacemaking in Multiethnic Societies, Lexington, Lexington
Books, 1990, págs. 491-510.
38. Véase Hans-Joachim Heintze, «Wege zur konstruktiven Konfliktbearbei-
Notas 343
1990).
40. Véase Robert A. Dahl, Fblyarchy. Participation and Opposition, New Ha-
ven/Londres,Yale University Press, 1971, cap. 6, respecto a los múltiples supuestos
de la politización del problema de la desigualdad social.
41. Véase Marie Janine Calic, Der Krieg in Bosnien-Hercegowina. Ursachen,
-
SEGUNDA PARTE
CAPíTULO 5
24. Véase Dan T. Carter, When the War Was Over: the Failure of Self-Recons-
truction in the South, 1965-1967, Baton Rouge, 1985; Edmund L. Drago, Black
Politicians and Reconstruction in Georgia: A Splendid Failure, Baton Rouge,
1982.
25. Véase Ida W Pope, Violence as a Political force in the Reconstruction
South, Lafayette, 1982; George C. Rabie, But There Was No Peace: The Role of Vio-
lence in the Politics of Reconstruction, Atenas, 1984.
26. Hans L.Trefousse,Andrew Johnson:A Biography, Nueva York, Londres, 1989.
27. José Luis García Delgado, «Estancamiento industrial e intervencionismo
económico durante el primer franquismo», en Josep Fontana (comp.), España
bajo el franquismo, Barcelona, 1986, págs. 170-191.
28. Albert Carreras, «La producción industrial española, 1842-1981: construc-
ción de un índice anual», en Revista de Historia Económica I, 1984, págs. 127-
157.
29. Al respecto Charles W Anderson, The Political Economy of Modem
Spain. Policy-Making in an Authoritarian System, Madison, 1970; Manuel Jesús
González: La economía política del franquismo 0940-1970). Dirigismo, Merca-
do y Planificación, Madrid, 1979.
30. Véase E. Ramón Arango, The Spanish Political System: Franco's Legacy,
Boulder, 1978, págs. 111-120.
31. Véase Walther L. Bernecker, «Del aislamiento a la integración. Las relacio-
nes entre España y Europa en el siglo xx», en Spagna Contemporanea,Turín,1993,
n° 4, págs. 7-48.
32. Véase al respecto detalladamente Walther L. Bernecker «El franquismo, ¿un
régimen autoritario de modernización?», en Hispania, t. XLIV, n° 157, 1984, págs.
369-406.
33. Gaines M. Foster, Ghosts of the Confederacy Defeat, the Lost Cause, and
the Emergence of the New South, Nueva York, Oxford, 1987.
CAPITULO 6
CAPrFULO 7
1. Andrew Boyd, Holy War in Belfast, Belfast, Pretani Press, 1987, pág. 9.
2. J. Bowyer Bell, The Secret Army: The IRA 1916-1979, Dublín, The Academy
Press, 1979, pág. 362-366.
3. An Phoblacht (Dublín), marzo de 1970.
350 Sociedades en guerra civil
CAPÍTULO 8
breo). Para la emisora de radio de las FDI, Raphael Maan y Tsippy Gon-Gross, Galey
Zahal — «Round the Clock», Tel-Aviv, Ministerio de Defensa, 1991. Sobre la Guardia
Civil, Baruch Kimmerling, «The Israeli Civil Guard», en C.A. Zurcher y G. Harries-Jen-
kis (comps.),Supplementary Forces, Nueva York, Sage Pub., 1978, págs. 107-125. En
cuanto al hesder yeshivot, Yecheskel Cohen, Conscript according to the Halacha,
Jerusalén, Hakibutz Hadati, 1993. En el caso de Nahal, véase, Bowden, op. cit., págs.
135-158; Shlomit Keren, The Plow and the Sword, Tel-Aviv, Ministerio de Defensa,
1991. Finalmente, en cuanto al «área de defensa», véase «Settlement and Security»,
Elazar Papers, n° 3, Amikam-Tel-Aviv Publisher, 1980, págs. 118-124.
15. Para el caso de Prusia-Alemania véase, por ejemplo, Emilio Willems,A Way
of Life and Death. Three Centuries of Prussian-German Militarism, Nashville,
Vanderbilt University Press, 1986, págs. 79-80.
16. Tamar Katriel, «Picnics in a military Zone:Rituals of Parenting and the Poli-
tics of Consensus», en su trabajo Communal Web, Nueva York, SUNY, 1991, págs.
71-91; «The Mother, the Commander, and Soldier», en Davar (periódico), 15 de
mayo de 1992; «The IDF's Mistake for Opening the Army Before Parents», Yediot
Achronot (periódico), 21 de mayo de 1995; «The People's Army Became the Mot-
her'sArmr, en Maariv, 15 de mayo de 1992.
17. Lewis Coser ya se ha relacionado extensivamente a la relación inversa
entre violencia externa e interna. Coser Lewis, The Functions of Social Conflict,
Glencoe, III.,The Free Press, 1956. Sobre la forma en que la violencia externa dis-
minuye la probabilidad de violencia interna en la era moderna y sobre el cambio
que esta relación produjo en el rol del ejército, véase Anthony Giddens, The Na-
tion-State and Violence, Berkeley, University of California Press, 1987; Charles Tilly,
Coercion, Capital, and European States, Cambrige, Basil Blacicwell, 1995.
18. El presidente francés en escasas ocasiones se mezcló con «la gente» y en
público utilizaba un chaleco antibalas. Rabin rehusó tomar esta precaución y lo
pagó con su vida.
19. Alistair Home, A Savage War of Peace, Londres, Macmillan, 1977, caps. 13-
14 y 21; Ian S. Lustick, Unsettled States, Disputed Lands, Britain and Ireland,
France and Algeria, Israel and the West Bank-Gaza, Ithaca, Cornell University
Press, 1970.
20. Alistair Horne, The French Army and Politics, 1870-1970, Londres, Mac-
Millan Press, 1984, págs. 43-65.
21. Raoul Girardet, «Civil and Military Power in the Fourth Republic», en Sa-
muel Huntington (comp.), Changing Patterns of Military Politics, Nueva York
Free Press, 1962, pág. 124.
22. Edgar S. Fumiss, De Gaulle and the French Army. A Crisis in Civil-Mili-
tary Relations, Nueva York,The Twentieth Century Fund, 1964, pág. 23.
23. Edgar S. Furniss, op. cit., págs. 43-49; Bernard E. Borw, «The Army and Poli-
tics in France» en The Journal of Politics, 23 (1961), págs. 262-278; Calude E.Welch
y Arthur K. Smith, Military role and Rule, Massachusetts, Duxbury Press, 1974,
pág. 215.
24. Orville D. Menard, The Army and the Fifth Republic, Lincoln, University
of Nebraska Press, 1967, pág. 35; Miles Kahler, Decolonization in Britain and
France, Princeton, Princeton University Press, 1984.
Notas 355
Modem France, Cambridge, Harvard University Press, 1967, pág. 183; Edgar S. Fur-
niss, op. cit, pág. 68; Orville D. Menard; op. cit., pág. 49.
27.Almirante Ortuli, «Le General de Gaulle, solat-ecrivain-home d'etat», en Re-
vue de Defense National, vol. 15 (abril 1959), pág. 584 (citado por Bankwitz,Ma-
xime Weygand and Civil Military Relations in Modern France, op. cit.,
-
pág. 367).
28. Martin Shaw, Post Military Society, Filadelfia, Temple University Press,
-
1991.
29. Simon Peres, The New Middle East, Tel-Aviv, Stematzki, 1993.
-
curity Needs vs.The Rule of Law, Jerusalén, Nevo, 1991, págs. 326-335.
37. Ruth Linn, Not Shooting and Not Crying, Psychological Inquity into Mo-
ral Disobedience, Nueva York, Creenwood Press, 1989; Leon Sheleff,
The Voice of
Honor: Civil Disobedience and Civic Loyalt),, Tel Aviv, Ramot Pub., 1989; Sara Hel-
-
TERCERA PARTE
CAPITULO 9
su quiebra moral y material». Otro periodista lamenta «que todo atentado, todo se-
cuestro —con o sin asesinato posterior— son vistos por muchos como un pronun-
ciamiento, más aún, como una acción moralmente válida, ... excelentes vecinos, in-
capaces de matar una mosca, gente de paz, ... aplaude como un acto de justicia
social el cobro de un rescate multimillonario y el asesinato de un secuestrado, ...
sus responsables materiales cuentan con una amplia gama de venias, complacen-
cias y connivencias, desde la justificación que procede de los comités y tribunas
partidarias hasta la bendición impartida por "aggiornados" hombres de sotana»
(Raúl Oscar Abdala, citado en Francis Godolphin, «Terrorismo y Anticultura», El
Burgués,III: 55, 23 de mayo de 1973, págs. 7-8: 8).
9. Sobre las elecciones véase Moyano, págs. 30-34.
10. Sobre los gobiernos peronistas de 1973-1976, véase Liliana de Riz, Retor-
no y Derrumbe:El último gobierno peronista, Buenos Aires, Hyspamérica, 1987; y
Juan E. Corradi, Eldon Kenworthy y William Wipfler, «Argentina 1973-1976: The
Background to Violence», LASA Newsletter, 8:3, de septiembre de 1976, págs. 3-28.
11. Moyano, pág. 36 y pág. 177, n. 69.
12. Moyano, pág. 37.
13. Sobre la AAA véase Ignacio González Janzen, La Triple-A, Buenos Aires,
Contrapunto, 1986.
14. «Un muerto cada 19 horas», La Opinión,17 de septiembre de 1974, pág. 32.
15. Véase Arnold Spitta, «El "Proceso de Reorganización Nacional" de 1976 a
1981: Los Objetivos Básicos y su Realización Práctica», en Peter Waldmann y Ernes-
to Garzón Valdés (comps.), El Poder Militar en la Argentina (1976-1981), Buenos
Aires, Galerna, 1983; Prudencio García, El drama de la autonomía militar Argen-
tina bajo las Juntas Militares, Madrid: Alianza, 1995; y María José Moyano, «The
"Dirty War" in Argentina: Was it a war and how dirty was it?» en Peter Waldmann y
Hans Werner Tobler (comps.), Staatlicbe und parastaatlicbe Gewalt in Lateina-
merika, Francfort del Meno,Vervuert Verlag, 1991.
16. Existen otros motivos por los cuales parece razonable considerar a la vio-
lencia de la derecha peronista conjuntamente con la violencia paramilitar: 1) las
fuerzas de seguridad cobijaron y alentaron la violencia de la derecha peronista; 2)
miembros de las organizaciones de la derecha peronista se incorporaron a varios
organismos paramilitares, en especial a la Triple A; 3) debe decirse también que
tanto la derecha peronista como las organizaciones paramilitares mostraron una
tendencia a desarrollar ideologías conspirativas similares. Véase Moyano, «Dirty
War».
17. La violencia de derecha representó 5,6 % del total de violencia durante el
onganiato, 44,35% durante el interregno peronista, y 95,09 % durante el proceso,
hasta 1979. A diferencia de la lucha armada o la violencia de masas, la derecha con-
tinuó perpetrando actos de violencia mas allá de 1979:155 en 1980, 39 en 1981,24
en 1982, 18 en 1983. La tabla 1 se centra en el período en el que la violencia provi-
no de distintos sectores al mismo tiempo.
18. Moyano, Argentina's Lost Patrol, págs. 57-60.
19. Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, NU7lCa MáS, Bue-
nos Aires, Eudeba, 1985, pág. 7.Tanto Alfonsín como su sucesor, Carlos Menem, die-
ron respaldo oficial a esta teoría. Al mismo tiempo que ordenaba el juicio a las jun-
Notas 359
mada, La Subversión en el Continente, Buenos Aires, 1972, pág. 1); «No obstante
ser el desprecio absoluto de los derechos humanos, la expresión más trágica del
fenómeno subversivo, el terrorismo es sólo uno de los procedimientos. La agresión
subversiva existe en virtud de que antes y durante su desarrollo, la ideología de la
violencia se introdujo y dominó la educación y la cultura, el sector del trabajo, las
estructuras de la economía y hasta. llegó a entronizarse en agrupaciones políticas y
en el aparato del Estado» («Documento Final de la Junta Militar sobre la Lucha Con-
tra la Subversión y Contra el Terrorismo», publicado en La Prensa, 29 de abril de
1983, pág. 1). Sobre el concepto de subversión véase también García, págs. 471-490.
41. «Documento Final».
42. Ibíd.
43. lbíd.
44. Ibíd. Véase también Horacio Verbitsicy, El Vuelo, Buenos Aires, Planeta,
1995, pág. 111;Vicente Romero, «Palabra por palabra todo lo que dijo Camps», Siete
Días, XV: 816, 2 de febrero de 1983, págs. f3-11: 11.
45. «Documento Final»;Verbitsky, pág. 38. Véase también «Army wants cleaner
image for dirty war», Buenos Aires Herald, 23 de marzo de 1987, pág. 11.
46. Romero, pág. 10; «Documento Final»; Tina Rosenberg, Children of Cain,
Londres, Penguin Books, 1991, pág. 109.Véase también la entrevista al general Faus-
to González en María Seoane, Todo o Nada, Buenos Aires, Planeta, 1992, págs. 248-
250.
47. Romero, pág. 10; Rosenberg, págs. 125, 130.
48. Ted Robert Gurr, Why Men Rebel, Princeton, Princeton University Press,
1970, capítulo 1. Para tipologías similares véase Paul Wilkinson, Terrorism and the
Liberal State, Nueva York, New York University Press, 1986, capítulo 2; Gerhard
Botz, «Political Violence in the First Austrian Republic», en Wolfgang J. Mommsen y
Gerhard Hirschfeld (comps.), Social Protest, Violence and Terror in Nineteenth-
and Twentieth-Centuty Europe, Nueva York, St. Martin's Press, 1982; y Charles
Townshend, «The Culture of Paramilitarism in Ireland», en Martha Crenshaw
(comp.), Terrorism in Context, University Park, Pennsylvania State University
Press, 1995.
49. Definición adaptada de Christopher Hewitt, Consequences of Political
Violence, Aldershot, Dartmouth Publishing Company, 1993, pág. 1. Hewitt limita la
guerra civil a una confrontación de ejércitos, y no se preocupa por el tema de la
paridad.
50. He redactado esta sección siguiendo muy de cerca la estructura argumental
de Hewitt; Peter Waldmann, Radicalismo Étnko, Madrid, Alcal, 1997, capítulo 7; y Pe-
ter Waldmann, «Sociedades en guerra civil: dinámicas innatas de violencia desatada»,
Sistema, 132-133, junio de 1996, págs. 145-168, artículo recogido en este volumen.
51. En la que de hecho participaron tanto las organizaciones de lucha armada
como las fuerzas del orden. Véase la discusión del «botín de guerra» en Moyano,
«Dirty War».
52. Sobre exilio y emigración véase Ernesto Garzón Valdés, «La Emigración Ar-
gentina.Acerca de sus Causas Ético-Políticas», en Peter Waldmann y Ernesto Garzón
Valdés (comps.), El Poder Militar en la Argentina (1976-1981), Buenos Aires, Ga-
lerna, 1983; y la colección de entrevistas individuales con exiliados y emigrados en
362 Sociedades en guerra civil
Ana Baron, Mario del Carril y Albino Gómez, Por qué se fueron.Testimonios de ar-
gentinos en el Exterior; Buenos Aires, Emecé, 1995. Sobre política y economía du-
rante la última transición democrática (1983- ) véase Carlos H.Waisman y Mónica
Peralta Ramos (comps.), From Military Rule to Liberal Democracy in Argentina,
Boulder y Londres,Westview Press, 1987; David Rock, Argentina 1516-1987. From
Spanish Colonization to Alfonsín, Berkeley y Los Ángeles, University of California
Press, 1987, capítulo 9; Pablo Giussani, Los Días de Alfinsín, Buenos Aires, Legasa,
1986; y Juan J. Linz y Alfred Stepan, Problems of Democratic Transition and Con-
solidation, Baltimorejohns Hopkins University Press, 1996, capítulo 12.
53. Marita Carballo de Cilley, ¿Qué pensamos los argentinos?, Buenos Aires, El
Cronista Comercial, 1987, págs. 43-84.
54. Sobre los testimonios véase El Libro del Juicio, Buenos Aires, Testigo,
1985. En «Dirty War», menciono las consecuencias psicológicas y de conducta para
aquellos que ejercieron la represión ilegal.
55. Guillermo O'Donnell y Philippe C. Schmitter, Transitions from Authorita-
rian Rule.Tentative Conclusions about Uncertain Democracies, Baltimore, Johns
Hopkins University Press, 1986, págs. 48-56.
56. Véase por ejemplo la solicitada en La Nación del 20 de junio de 1989,
págs. 11-13. Bajo el siguiente texto, «RECONOCIMIENTO Y SOLIDARIDAD. Expre-
samos nuestro reconocimiento y solidaridad a la totalidad de las Fuerzas Armadas,
de Seguridad y Policiales, que defendieron a la Nación en la guerra desatada por la
agresión subversiva y derrotaron a las organizaciones terroristas que pretendieron
imponernos un régimen marxista», se incluyen los nombres de 5.352 ciudadanos.
57. Como otra demostración de la manera perversa en la que esta década vio-
lenta trastocó los valores habría que señalar que mientras los militares utilizan el
concepto de guerra para justificar la represión indiscriminada, los familiares de los
desaparecidos siempre han escondido la pertenencia de sus familiares (cuando
ésta se dio) a las organizaciones de lucha armada. De donde los militares y los fa-
miliares de los desaparecidos concuerdan en justificar la tortura de un Montonero.
58. El único autor que ha abordado este tema con valentía es Pablo Giussani.
Véase Los Días, págs. 13-14, 46-48, 77-78, 88-90.Véase también O'Donnell, «Argentina».
CAPÍTULO 10
Sin embargo, en el caso del desplazamiento forzado, las mujeres (y los jóvenes) su-
man más de un 50 %. En un 30 % de los hogares desplazados, el cabeza de familia
es una mujer (Comisión Colombiana de Juristas, Colombia, pág. 68).
4. Comisión Colombiana de Juristas, Colombia, pág. 4.
5. Los grupos paramilitares son organizaciones privadas estrechamente rela-
cionadas ideológica y personalmente con las fuerzas armadas, los grandes propie-
tarios y los narcotraficantes. Sus miembros suelen portar armas del ejército, se les
ve en compañía de policías y tropas uniformadas, suelen trasladarse en vehículos
de las fuerzas armadas y pasan sin problemas los puestos de controles militares.
Estas estrechas relaciones entre los paras y el ejército explica por qué las investiga-
ciones sobre las violaciones de los derechos humanos cometidas por ellos con fre-
cuencia no progresan. La alianza con ciertos sectores de la armada, la cual les tras-
pasa el trabajo sucio dentro de esta guerra, es evidente pese a ser constantemente
desmentida. Además actúan como guardianes de las tierras de narcotraficantes y la-
tifundistas. Varios grupos paramilitares se denominan a sí mismos «autodefensas»
para legitimar sus acciones violentas.También existen grupos paramilitares legales,
las «Convivir», originalmente creadas para garantizar su propia seguridad con auto-
rización legal. Estos grupos armados civiles son controvertidos, no solamente por-
que no existe control alguno sobre ellos, sino también porque contribuyen al des-
monte del Estado (Comisión Colombiana de Juristas, Colombia, págs. 13-18; El
Tiempo, 27 de agosto de 1997, pág. 9A).
6. Véase, por ejemplo: Cien Días, diversos arios; Comisión Colombiana de Ju-
ristas, Colombia; Human Rights Watch/Americas, State of War Political Violence
and Counterinsurgency in Colombia, Nueva York, Human Rights Watch, 1993; Ca-
macho Guizado, Álvaro, «Public and Private Dimensions of UrbanViolence in Cali»,
en Charles Bergquist y otros (comps.), Violence in Colombia. The Contemporary
Crisis in Historical Perspective,Wilmington (Del.), SR Books, 1992, págs. 241-260.
7. Entre las zonas rurales se cuentan no solamente los pueblos pequeños
sino también las ciudades agrarias y los municipios en las zonas de colonización.
En cifras absolutas y debido a la avanzada urbanización en este país la mayoría de
los asesinatos se perpetra en las grandes ciudades.
8. Un estudio actual sobre Antioquia atribuye por ejemplo el 75 % de todos
los casos de «desapariciones» a los paras (Instituto Popular de Investigación: ¿Ha-
cia donde va Colombia? Una mirada desde Antioquia, Medellín, Instituto Popu-
lar de Medellín, 1997, pág. 209). Se cree que las cifras son similares en el caso de las
muertes.
9. La guerrilla rechaza el término «secuestro» y utiliza la palabra «retención».
Con esta utilización del vocabulario, la guerrilla intenta lograr que los secuestros
no sean calificados de capturas de guerra ni delitos punibles de derecho civil.
10. Braun, Herbert, Our Guerrillas, Our Sidewalks.A Journey into the Violen-
ce of Colombia, Boulder (Col.), University Press of Colorado, 1994.
11. Neue Zürcher Zeitung, 5./6. 4. 1997, pág. 48.
12. Human RightsWatch/Americas, Generation under Fire. Children and Vio-
lence in Colombia, Nueva York, Human Rights Watch, 1994, págs. 1-22; Camacho
Guizado, Public and Private Dimensions Vargas Velásquez, Alejo, «Violencia en la
vida cotidiana», en Fernán E. González y otros, Violencia en la región andina. El
364 Sociedades en guerra civil
caso de Colombia, Bogotá, CINEP, 1993, págs. 159-162; Segovia Mora, 1994, págs.
11f3-128; Rojas, Carlos Eduardo, La violencia llamada limpieza social, Bogotá, CI-
NEP, 1995. La «limpieza social» parece haber alcanzado su momento más cruento
Out vez sólo provisionalmente?) en 1992 (Rojas, La violencia, pág. 22). Las cifras
actualmente van en detrimento, a lo que han contribuido visiblemente los intelec-
tuales colombianos y la presión internacional.
13. Aparte de los desplazados a raíz de la violencia física existe una gran can-
tidad de desplazados a consecuencia de procesos económicos. Debido a reestruc-
turaciones económicas tan sólo entre los años 1988 y 1995, 400.000 campesinos
perdieron su trabajo (Londoño de la Cuesta,Juan Luis, «Brechas sociales en Colom-
bia», en Revista de la CEPAL, vol. 61, 1997, pág. 26).
14. SalazarJ. Alonso, en No nacimos pa' semilla. La cultura de las bandas ju-
veniles de Medellín. Bogotá, CINEP, 1990;Atehortúa Cruz,Adolfo León, La violencia
juvenil en Cali, Cali, Facultad de Humanidades, 1992; Segovia Mora, Guillermo, La
violencia en Santafé de Bogotá, Bogotá, ECOE, 1994, págs. 31-36, 67 y sig.; Muñoz
V., Cecilia/Martha Palacios V., El niño trabajador Testimonios, Bogotá, Documen-
tos Periodísticos, 1980; Conto de Knoll, Dolly, Die Strajgenkinder von Bogotá. 'bre
Lebenswelt und ihre Überlebensstrategien, Francfort del Meno, Verlag für Inter-
kultu rel le Kommunikation 1991; Vargas Velásquez, Violencia, págs. 165-172.
15. La expresión «mandar un sicario a alguien» ha pasado hace mucho tiempo
ya a formar parte del vocabulario cotidiano. Por lo general, esta formulación se uti-
liza únicamente para amedrentar; sin embargo, también puede significar —según
el contexto— una clara amenaza para alguien.
16. I.a posibilidad de torturar a alguien hasta tal punto que apenas pueda so-
brevivir para contar a quién o a qué debe «agradecer» este ataque, es otra forma de
violencia por encargo. En argot se denomina «mandar a comer mierda a alguien».
17. Waldmann, Peter, Die Veralltüglichung der Gewalt in Kolumbien, en 101-
ner Zeitschrift für Soziologie und Sozialpsychologie, [Sonderheft 37], 1997, págs.
141-161.
18. Vargas Velásquez, Violencia, págs. 163 y sig.; Segovia Mora, La Violencia,
págs. 109s.; Human Rights Watch/Americas, Generation, págs. 38-42; Pizarro Leon-
gómez, Eduardo, Insurgencia sin revolución. La guerrilla en Colombia en una
perspectiva comparada, Bogotá, Tercer Mundo, 1996, págs. 200-207.
19. Heinz, Wolfgang S., Guemillas, Friederzsprozej3 und politische Gewalt in
Kolumbien 09804988). Hamburgo, 1989 I= Lateinamerika.Analysen - Daten - Do-
kumentation. Beiheft Nr. 6] , págs. 39-41;Vargas Velásquez, Violencia, pág. 158; Human
Rights Watch, State of War, págs. 16-21. En los asesinatos políticos, la cuota de escla-
recimiento de los casos se estima en un escaso 1 % (El Tiempo, 4 de mayo de 1997,
pág. 14A).
20. Respecto a este enfoque véase Albó, Xavier: Cultural Violence, en Mac Gre-
gor S. J., Felipe E. (comp.), Violence in the Andean Region, Assen, Van Gorcum
1993, págs. 1-32.1,a crítica cuestiona este concepto, negando que la violencia haya
de ser considerada como algo endémico, eterno e inevitable y exigiendo que se
busque su nacimiento en situaciones concretas. Se objeta que el enfoque cultural
ayuda muy poco a estimular el deseo de remediar la violencia mediante el análisis
de sus distintas causas (Camacho Guizado, Álvaro, «La violencia de ayer y las vio-
Notas 365
bajas. Por consiguiente, a nivel nacional no se puede hablar de una lucha de cla-
ses.
35. Sánchez, Gonzalo, «Guerre et politique dans la société colombienne», en
Problémes d'Amérique Latine, n° 98, 4" semestre de 1990, págs. 35-38.
36. Pizarro Leongómez, Eduardo (con la colaboración de Ricardo Periarando),
Las FARC (1949-1966). De la autodefensa a la combinación de todas formas de
lucha, Bogotá, Tercer Mundo, 1991, pág. 94.
37. Zelinsky, Ulrich, Parteien und politische Entwicklung Kolumbien
unter der Nationalen Front, Meisenheim, 1978; Dix, Robert H., The Politics of
Colombia. Nueva York, Praeger, 1987; Hartlyn, Jonathan, The Politics of Coatí tion
Rule in Colombia, Cambridge, Cambridge University Press, 1988; Leal Buitrago,
Francisco, Estado y política en Colombia, Bogotá, Siglo XXI, 1989, págs. 155-180.
Es a partir de mediados de los arios sesenta cuando por primera vez algunos sa-
cerdotes, bajo la influencia de escritos del sociólogo sacerdote Camilo Torres y
de la Conferencia Obispal Latinoamericana en Medellín (1968), optaron por to-
mar partido en favor de los pobres y exigir una oposición activa en contra del es-
tablishment. Disputas internas y tensiones dentro de los círculos eclesiásticos
eran inevitables. Los eclesiásticos más influyentes procuraban mantener intacta
la organización eclesiástica, poniendo especial énfasis en los valores morales y
condenando la fundación de organizaciones armadas con fines políticos (Levine,
Daniel H., Religion and Politics in Latin America. The Catholic Church in Vene-
zuela and Colombia, Princeton, Princeton University Press, 1981, págs. 173-201).
38. En la Sabana de Sucre, al norte de Bolívar, en los departamentos de Atlánti-
co y la Guajira, al sureste de Santander, en la Costa Pacífica y Vaupés nunca llegó a
registrarse una presencia masiva de la guerrilla «moderna», pese a que allí también
surgieron conflictos por la explotación de los recursos y a pesar de que la movili-
zación de las clases bajas fue importante. Esto se debía a la falta de capacidad orga-
nizatoria de los trabajadores y campesinos en aquellas regiones.
39. Si bien sólo temporalmente, también adquirió una gran importancia el Mo-
vimiento 19, fundado en 1970. En un primer momento, este grupo guerrillero con-
siguió ganar el apoyo de las clases medias y fortalecer por un tiempo la presencia
de la guerrilla en las ciudades. En ningún momento defendió un programa pura-
mente socialista. En 1990 se incorporó de nuevo en el proceso parlamentario, des-
pués de que el gobierno de Virgilio Barco (1986-1990) prometiese una amnistía.
A nivel regional destacaron también las organizaciones armadas Quintín Lame
(fundada 1984 en las zonas indígenas en el Cauca) y el Ejército de Liberación Po-
pular, EPL (fundado 1967 en Urabá). El Quintín Lame y la mayoría de los miembros
del EPL abandonaron la lucha armada junto con el M-19 en 1990.
40. Pizarro Leongómez, Las FARC; Pizarro Leongómez, Eduardo, Insurgen-
cia sin revolución. La guerrilla en Colombia en una perspectiva comparada,
Bogotá, Tercer Mundo, 1996, págs. 158-168; Medina Gallego, Carlos, Autodefen-
sas, Paramilitares y Narcotráfico en Colombia. Origen, Desarrollo y Consoli-
dación. El caso «Puerto Boyacá», Bogotá, Documentos Periodísticos, 1990, págs.
129-148.
41. En algunas regiones del país —como el Magdalena Medio— se produjo
una escalada de violencia cuando los hacendados fundaron organizaciones parami-
368 Sociedades en guerra civil
población dice entender la violencia como un medio para hacer revolución o para
la autodefensa.» (Ni con Dios ni con el diablo. En: http://www.semana.com.co , 19.-
26.1.1998).
51. Véase por ejeMplo las entrevistas de algunos comandantes de la guerrilla
en El Tiempo, 1 de setiembre de 1996, pág. 8A; El Clarín, 21 de noviembre de
1996, pág. 38; Newsweek, 16. 9, 1996, pág. 33.
52. Archila, Mauricio, «Tendencias recientes de los movimientos sociales», en:
Francisco Leal Buitrago (comp.), En busca de la estabilidad perdida. Actores polí-
ticos y sociales en los años noventa, Bogotá, 1995, págs. 251-301.
53. Betancourt, Darío y Martha L. García, Contrabandistas, marimberos y
mafiosos. Historia social de la mafia colombiana (1965-1992), Bogotá, Tercer
Mundo, 1994, págs. 43-101.
54. El apoyo a la campaña electoral del candidato liberal Ernesto Samper (des-
de 1994 en el cargo) con dinero procedente de las arcas del cartel de Cali así lo ha
demostrado.
55. Krauthausen, Ciro/Luis Fernando Sarmiento, Cocaína & Co. Un mercado
ilegal por dentro, Bogotá, Tercer Mundo, 1991, págs. 82-84.
56. Castillo, Fabio, Los nuevos jinetes de la cocaína, Bogotá, La Oveja Negra
Ltda., 1996, págs. 115-126.
57. Moreno Ospina, Carlos y Libardo Sarmiento Anzola, «Impact du conflit
armé sur la production agro-pastorale en Colombie (1980-1988)», en Problémes de
l'Amérique latine, n° 98, 4° semestre de 1990, págs. 73-94; Reyes Posada, Alejandro,
«Compra de tierras por narcotraficantes», en Francisco E. Thoumi y otros, Drogas
ilícitas en Colombia. Su impacto económico, político y social, Bogotá, Ariel, 1997,
págs. 279-341.
58. Medina Gallego, Autodefensas, págs. 266-271; 301-318; Knabe, Drogen,
págs. 217-290; Reyes Posada, Compra de tierras.
59. Melo, Jorge Orlando, «Los paramilitares y su impacto sobre la política», en
Francisco Leal Buitrago y León Zamosc (comps.),A/filo del caos. Crisis política en
la Colombia de los años 80, Bogotá,Tercer Mundo, 1990, págs. 475-514, págs. 476
y sig., 492-502.
60. Aunque los líderes de los paras niegan que la contrainsurgencia privada
esté financiada por los narcotraficantes, se presupone una vinculación de intere-
ses, ideológica e incluso financiera. (El Tiempo, 8 de septiembre de 1997, pág. 5A).
61. Waldmann, Peter, Internationale Erfahrungen hinsichtlich von Verhand-
lungslósungen bei bewaffneten Konilikten, Ms.Augsburgo, 1996.
62. Al igual que la guerrilla el gobierno también corre un cierto riesgo ya que
todavía no se sabe si la disciplina dentro de las FARC y el ELN basta para que todas
las entidades se subordinaran a las reg,las de la paz y se reintegraran en la vida civil.
63. El Tiempo, 31 de agosto de 1997, pág. 3A.
64. Tan comprometedor como sea para los dirigentes colombianos, en ello
Estados Unidos, el mejor aliado de las fuerzas armadas colombianas en cuanto al
material bélico, la instrucción y la financiación, cumplen un importante papel.
El Departamento de Estado de Estados Unidos emite informes anuales sobre los
derechos humanos en otros países. Los apartados que se refieren a Colombia en
los últimos informes resultan muy críticos con el ejército estatal. De ahí que los
370 Sociedades en guerra civil
CAPÍTULO 11
23. Sobre esta temática véase Alain Labrousse, Le réveil indien en Amérique
latine, Ginebra: Favre/CETIM 1984, págs. 16-27, 89 y sigs.; Marie-Danielle Démélas,
Les indigenismes: contours et détours, en: L'indianité au Pérou. Mythe ou réalité,
París, CNRS, 1983, págs. 9-50.
24. La concepción de la justicia en cuanto castigo efectivo de los pecadores
tiene reminiscencias mesopotámicas y bíblicas («ojo por ojo»); los juicios popula-
res de Sendero Luminoso que terminaban en la pena de muerte (obligatoria) con-
tra los traidores prescribían además la separación de cabeza y cuerpo al enterrar al
condenado, para que estas partes no se volvieran a juntar en toda la eternidad. Es-
tos y otros detalles de la vida cotidiana de esta organización se hallan en la historia
más o menos oficial de la misma: Rogger Mercado, El Partido Comunista del Perú
Sendero Luminoso, Lima, s.e. 1986 (3.a ed.), pág. 23.Véase la crítica de Carlos Iván
Degregori, Sendero..., op. (n. 14), pág. 30 (la ideología de este movimiento en
cuanto fundamentalismo político-religioso).
25. Enrique Bernales Ballesteros, Cultura, identidad y violencia..., op. cit (n.
10), pág. 39. Este largo ensayo constituye una inteligente sinopsis histórica de la
cuestión indígena en el Perú. Sobre la compleja relación entre violencia política e
identidad indígena véase la obra indispensable: Juan Ansión, Desde el rincón de los
muertos. El pensamiento mítico en Ayacucho, Lima, GREDES, 1987; también es in-
teresante el libro de uno de los líderes guerrilleros: Efraín Morote Best, Aldeas
sumergidas. Cultura popular y sociedad en los Andes, Cusco, Centro de Estudios
Rurales Andinos Bartolomé de Las Casas, 1988.
26. Sobre esta temática véase Marcial Rubio Correa, Estado y violencia en el
Perú, en: Violencia..., op. cit. (n. 3), págs. 109-160.
27. Véase Cynthia MacClintock y Abraham E Lowenthal (comps.), The Peru-
vian Experiment Reconsidered, Princeton, Princeton U.P 1983; E.V.K. Fitzgerald,
State and Economic Development in Peru since 1968, Cambridge, Cambridge
U.P 1976.
28. Citado en: Diego García-Sayán, Perú: estado de excepción y régimen jurí-
dico, en: SINTESIS, n° 3, septiembre/diciembre de 1987, pág. 287. Sobre la violencia
que dimana de las agencias del Estado véase Diego García-Sayán (comp.), Demo-
cracia y violencia en el Perú, Lima, CEPEI, 1988; Carlos Iván Degregori/Carlos Ri-
vera, Fuerzas Armadas, subversión y democracia 1980-1993, Lima, IEP, 1995; Phi-
lip Mauceri, Militares: insurgencia y democratización en el Perú 1980-1988,
Lima, IEP, 990.
29. Con admiración y sin horror, en Quehacer (Lima), n° 37, octubre/no-
viembre de 1985, pág. 60; America's Watch, Derechos humanos en el Perú, Lima,
Comisión Andina de Juristas 1986, págs. 19-22.
30. Se trata de aspectos estudiados en las sociedades altamente industrializa-
das. Véase el interesante ensayo de Fernando Reinares, Sociología política de la
militancia en organizaciones terroristas, en Revista de Estudios Politicos (Ma-
drid), n° 98 (nueva época), octubre/diciembre de 1997, págs. 85-114 (y la amplia li-
teratura allí citada).
31. Carlos Iván Degregori, Qué difícil es ser Dios. Ideología y violencia polí-
tica en Sendero Luminoso, Lima, Zorro de Abajo, 1990, pág. 7.
32. Timothy Wickham-Crowley, Guerrillas and Revolution in Latin America.
Notas 373
Susan Eckstein (comp. ), Power and Popular Protest Latin American Social Mo-
vements, Berkeley, California U.P ,1989, pássim.
CAPtrum 12
1. La idea puede parecer poco científica, y seguramente lo es; sucede que, in-
troducirla con el recurso de un tecnicismo, hablar de un adetonadon, por ejemplo,
no cambia nada sustantivo. Finalmente, se trata sólo de reconocer, con toda modes-
tia, que Maquiavelo tenía razón.
2. No hace falta, en principio, ninguna exploración antropológica ni filosófi-
ca para justificar una idea semejante. Basta según creo con el más somero conoci-
miento histórico.
3. Es algo que ha mostrado, con muy buen sentido, Beatriz Martínez de Mur-
guía E, «Insurgentes, bandoleros y enmascarados. Identidades e intereses en la pri-
mera guerra de independencia de México», tesis de maestría, Instituto Mora, Méxi-
co, 1992.
4. José Ortega y Gasset, España invertebrada,Madrid, Espasa Calpe, 1976.
5. Un panorama general muy asequible y acertado aparece en Coatsworth,
John, Los orígenes del atraso, México, Alianza, 1990.
6. Las revueltas campesinas e indígenas, que las hubo y numerosas, se redu-
cían finalmente al mismo patrón básico de los pronunciamientos militares y, salvo
las más recalcitrantes de }raquis o mayas, planteadas como guerras de castas, se re-
solvían por un arreglo de los intermediarios.
7. Véase Antonio Annino, «El pacto y la norma. Orígenes de la legalidad oli-
gárquica en México», Historias, México, INAH, n° 5, 1984.
8. Véase Perry, Laurens B.Juárez y Díaz, México, ERA, 1995, pássim.
9. Las continuidades entre el orden político del porfiriato y el de la posrevo-
lución, en particular por lo que toca a la clase política, han sido estudiadas con de-
talle por E X. Guerra, México, del Antiguo Régimen a la Revolución, México,
EC.E., 1990, 2 vols.
10. La afirmación vale tanto para los empresarios y notables como para los in-
vasores de tierras, comerciantes ambulantes o conductores de taxis.Véase A.Azue-
la de la Cueva, La ciudad, la propiedad privada y el derecho, México, El Colegio
de México, 1988.
11. Es sintomático que los partidos de oposición recurran a la misma imagine-
ría y parecidos estribillos retóricos. Incluso el Partido Acción Nacional ha buscado,
en tiempos recientes, el amparo de la revolución.
12. Aunque es obvio que la clase política se beneficia de la corrupción y la utili-
za de manera experta, parece desatinado asumir que ésta se le impone a la sociedad;
para bien o para mal, en la corrupción del Estado están complicados los políticos y la
sociedad.Véase Lorenzo Meyer, Liberalismo autoritario,México, Océano, 1996.
13. Los rasgos generales del proceso aparecen glosados con detalle y buen
tino en Héctor Aguilar Camín, Después del milagro, México, Cal y Arena, 1988.A1-
gunos indicadores bastan para hacerse una idea del cambio: en 1960 el país tenía
35 millones de habitantes, 50 % de población rural y la Ciudad de México 7 millo-
376 Sociedades en guerra civil
nes; en 1990 tiene 100 millones de habitantes, poco más de 20 % de población ru-
ral y la Ciudad de México tiene 20 millones de habitantes.
14. Véase, por ejemplo, Lorenzo Meyer, Liberalismo autoritario, México,
Océano, 1996, y Enrique Krauze, Tiempo contado, México, Océano, 1996.
15. Fue el caso, sobre todo, de los industriales que se habían visto favorecidos
por el proteccionismo y las políticas de fomento. Sobre las vacilaciones de los em-
presarios, véase Carlos Alba, «Los empresarios y el Estado durante el salinismo»,
Foro Internacional,México,Vol.XXXVI, n° 1-2, enero-junio 1996.
16. Un modelo inspirado en otros intentos del subcontinente; en particular,
de Chile.Véase P Berger y otros, El desafío neoliberal, Bogotá, Norma, 1992.
17. Una exposición razonable del programa y sus consecuencias aparece en
María del Carmen Pardo, «La política social como dádiva del Presidente», Foro In-
ternacional,México,vol. XXXVI, n.1-2, enero-junio de 1996.
18. De hecho, el mantenimiento de algunos de los mecanismos tradicionales
de negociación política fue fundamental para imponer las políticas de ajuste a tra-
vés de una serie de pactos corporativos.
19. La omnipotencia del presidente ha sido siempre una fantasía, pero de tal
manera seductora que buena parte de la clase política ha terminado por creer en
ella. Seguramente el texto más influyente para dar cuerpo a esa idea fue el breve libro
de Daniel Cosío Villegas, El sistema político mexicano, México, Joaquín Mortiz, 1971.
20. Sobre la desarticulación de los mecanismos tradicionales de intermedia-
ción provocada por el estilo personal de gobernar de Carlos Salinas de Gortari,
véase Rogelio Hernández, «Inestabilidad política y presidencialismo en México»,
Mexican Studies/Estudios Mexicanos, Universidad de California, n.1,Winter, 1994.
21. Las políticas de ajuste de la década de los ochenta resultaron también en
un aumento de la pobreza. No obstante, como ha sido demostrado en varias oca-
siones, no es eso lo decisivo para que estalle un conflicto abierto; lo es, en cambio,
la relativa integración política, las formas de organización y liderazgo de los grupos
empobrecidos.
22. En general, las explicaciones que bordan alrededor de la idea de la «Transi-
ción a la Democracia» cuentan con la existencia del Estado casi como un dato. Es-
tado autoritario que transita hacia Estado democrático. Si no se puede contar con
la existencia del Estado —como es el caso en México— lo que hay es una modifi-
cación del arreglo político que no tiene tanto que ver con los derechos de la ciu-
dadanía como con los recursos de la clase política.
23. Como se sabe, durante más de una década la frontera sur del país sirvió
para un abigarrado tráfico de guerrilleros, mercenarios, armas, drogas, que circula-
ban entre Estados Unidos y Guatemala, El Salvador y Nicaragua.
24. Salvadas las guerras «de castas» del siglo XIX contra los apaches, yaquis y
mayas, cuya lógica era distinta: de hecho se planteaban prácticamente como gue-
rras de exterminio.
25. Debe ser casi obvio, para cualquiera que lo estudie con mínimo deteni-
miento, que la intervención francesa sólo da cuenta de una pequeña parte de lo
ocurrido, y que buena parte del país colaboró con el Imperio; asimismo, la idea de
que la revolución de 1910 fiiese un alzamiento general del pueblo contra el «mal
gobierno» es sólo una astucia retórica, por más eficaz que haya resultado.
Notas 377
26. El «consenso ideológico» que ha servido para elaborar los mitos dificulta
también, de manera característica, la comprensión de ese fondo desarreglado y he-
teróclito. Véase Charles Hale, «Los mitos políticos de la nación mexicana: el libera-
lismo y la Revolución» en Historia Mexicana, El Colegio de México,Vol.XLVI, n° 4
(184), abril-junio de 1997.
27. No sólo por la desigualdad relativa, en términos de ingreso, sino sobre
todo por las condiciones de pobreza en que vive casi la mitad de la población (se-
gún la estimación oficial, alrededor de 40 millones de personas).
28. «Las dos piezas principales y características del sistema político mexicano
son un poder ejecutivo —o, más especificamente, una presidencia de la Repúbli-
ca— con facultades de una amplitud excepcional, y un partido político oficial pre-
dominante.» Daniel Cosío Villegas, El sistema político mexicano, México, Joaquín
Mortiz, 1972, pág. 21.
29. Citemos, por citar, un ejemplo: «Unos son los tiempos de la sociedad
cana. Otros los de quienes llevan el gobierno. El desfase niega la democracia», Fe-
derico Reyes Heroles, La democracia difícil, México, Grijalbo, 1991, pág. 54.
30. «De un lado, una sociedad civil que, pese a sus notables esfuerzos por sa-
cudirse el sojuzgamiento en que se la ha mantenido por siglos (según el Marqués
de Croix, los novohispanos eran súbditos que "nacieron para callar y obedecer y
no para discutir los altos asuntos del gobierno"), aún es incapaz de defender sus
derechos e imponer sus prioridades. Del otro, una sociedad política dividida a mi-
tades entre lo viejo y lo nuevo: la parte nueva intenta —todavía sin mucho éxito—
organizarse fuera y en contra del partido de Estado; la otra, la vieja, la de siempre, la
dominante, es la organizada como partido de Estado, como PRI. Esta última es au-
toritaria, está corrupta hasta la médula y se encuentra en crisis.» Lorenzo Meyer, Li-
beralismo autoritario, op. cit. , pág. 90.
31. Acentuada incluso como consecuencia del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte, que favorece el desarrollo sobre todo de la porción septentrio-
nal del país.
CoNCLUSIÓN
TERRORISMO Y ANTITERRORISMO
FERNANDO REINARES