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Los jóvenes sienten más que nunca el atractivo de la llamada sociedad de consumo,
que los hace dependientes y prisioneros de una interpretación individualista,
materialista y hedonista de la existencia humana. El bienestar materialísticamente
entendido tiende a imponerse como único ideal de vida, un bienestar que hay que
lograr a cualquier condición y precio. De aquí el rechazo de todo aquello que sepa
a sacrificio...
Esto se refleja, en particular, sobre la visión de la sexualidad humana, a la que se
priva de su dignidad de servicio a la comunión y a la entrega entre personas, para
reducirla simplemente a un bien de consumo... En la raíz de estas tendencias se
halla, en no pocos jóvenes, una experiencia desviada de la libertad: lejos de ser
obediencia a la verdad objetiva y universal, la libertad se vive como un
asentimiento ciego a las fuerzas instintivas y a la voluntad de poder del individuo...
Incluso en el ámbito de la comunidad eclesial, el mundo de los jóvenes constituye,
no pocas veces, un problema. En realidad, si en los jóvenes, todavía más que en los
adultos, se da una fuerte tendencia a la concepción subjetiva de la fe y una
pertenencia sólo parcial y condicionada en la vida y en la misión de la Iglesia,
cuesta emprender en la comunidad eclesial, por una serie de razones, una pastoral
juvenil actualizada y entusiasta... (n.8).
mujer, son sensibles a los esfuerzos por construir un mundo más justo,
solidario y unido, procuran la apertura y el diálogo con todos, poseen un serio
compromiso por la paz. Para muchos, la caída de las ideologías, el ver a
amigos fracasar y caer por causa de las drogas, se convierte en un impulso para
buscar valores verdaderos y plantearse la cuestión religiosa buscando espacios
de desierto donde descubrir la oración. Es más, se produce un rebrote de
asociaciones religiosas antiguas y nuevas.
Todo esto parece corroborado por la reciente encuesta publicada en El
cooperador paulino (septiembre-octubre 2004) sobre los jóvenes españoles y
la religión. El retrato no pretende ser exhaustivo, pero es bastante cierto. Esta
es la juventud que recibe la llamada de Dios, con sus limitaciones y con sus
valores. Ya en el Evangelio vemos como Jesucristo llamó a los que quiso, no a
los perfectos: Pedro se reconoce pecador cuando el Maestro le señala que le
hará pescador de hombres y ¡cómo se escandalizan muchos! cuando Jesús
escoge al publicano Leví, para hacer de él uno de sus discípulos (Lc 5, 8 y 10;
5, 27-32).
Es a estos jóvenes concretos a los que el Señor llama y a los que han de
educar nuestros Centros de formación y Seminarios. Nuestra pregunta será:
¿En qué puede ayudar o qué papel ha de jugar la Madre de Jesús, nuestra
Madre, en este proceso formativo?
La Virgen intercede, atenta como en Caná a las carencias de los hombres,
pero además su intercesión es maternal, como madre de los llamados. Así su
presencia educa y refuerza las acciones pedagógicas de los formadores.
Conocer, tratar y saber reconocer la presencia de María en la comunidad
formativa será esencial para que ella pueda cumplir su misión.
Al tratar del testimonio profético de la vida consagrada en el mundo el Papa
señalaba la preeminencia del ser sobre el obrar: ser pobres, castos y obedientes
hace de los consagrados un signo profético eficaz ante los ídolos del mundo
presente (cf. VC), que son los mismos que vemos atenazar el corazón de los
jóvenes. María, presente en la vida personal y comunitaria de los seminaristas
será un chorro de aire fresco en el bochorno de las limitaciones de estos
jóvenes; sí, como un riego suave y penetrante que estimule sus potencialidades
más positivas.
Es importante pues presentar a los jóvenes un auténtico retrato de María.
Sin silenciar ninguno de los rasgos de su verdad personal, pero presentando
ésta, conforme al universal designio de salvación de Dios. Ella es una joven
judía del siglo primero. Una mujer profundamente enraizada en la fe de Israel
y en las promesas de Dios. Con un fuerte sentido escatológico que la
proyectaba a dar al Mesías y a su espera y recepción una prioridad absoluta en
su vida. Esposa de José, en un verdadero matrimonio, pero supeditando, aun la
grandeza de éste, a tal prioridad escatológica. Mujer pobre, virgen y obediente,
llena de alegría y caridad, atenta a las necesidades de todos y resuelta ante la
La Virgen María en la formación sacerdotal 13
dificultad y el dolor. De este modo, con esta cercanía y atractivo personal, que
trataremos de estudiar con más detalle en el siguiente apartado de nuestro
trabajo, ella ejerce entre los seminaristas su maternidad de gracia.
En el evangelio de san Juan aparece esta escena que tan profundo calado
adquirió en la vida del Discípulo Amado (Jn 19, 25-27). Juan establece un
cierto paralelismo entre “el primer signo de Jesús” en Caná y este momento “al
pie de la Cruz”. María es llamada “mujer” y se sigue una etapa nueva en la
vida de los discípulos tanto en un episodio como en el otro. No parece que se
trate de una simple preocupación material por la suerte de Madre y Amigo,
sino de algo vinculado a la misión y al acto redentor y creador de la Cruz, una
nueva humanidad, una nueva maternidad, una nueva filiación.
La “casa” del discípulo a la que alude el versículo 27 no es simplemente el
hogar, se trata de lo que el hogar o la propiedad representa, el ámbito de lo
íntimo y más determinante de la propia vida. De este modo se manifiesta que
la maternidad y filiación de la que el Señor habla no es puramente metafórica,
sino una real gestación de virtudes y gracia que renueva la existencia del
discípulo y lo asemeja a la madre, y lo asemeja a Cristo.
Es muy probable que por esta razón la Iglesia recuerde constantemente a
los sacerdotes el papel tan importante que María tiene en su proceso de
santificación, de configuración con Cristo. En la Instrucción de la
Congregación para el Clero El presbítero pastor y guía de la Comunidad
Parroquial (Vaticano 2002) n. 13 leemos:
Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que ella la ejerce
consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo
tiempo, el ejemplo de aquella -peregrinación de la fe-, en la cual es maestra
incomparable. Ante cada misterio del Hijo, Ella nos invita, como en su
Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz,
para concluir siempre con la obediencia de la fe: He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38).
e) Configurarse a Cristo con María (n. 15). Aquí Juan Pablo II nos
recuerda que María «engendra continuamente hijos para el Cuerpo místico del
Hijo. Lo hace mediante su intercesión, implorando para ellos la efusión
inagotable del Espíritu. Ella es el icono perfecto de la maternidad de la
Iglesia».
Y cita Juan Pablo II la doctrina monfortiana:
Como quiera que toda nuestra perfección consiste en el ser conformes, unidos y
consagrados a Jesucristo, la más perfecta de las devociones es, sin duda alguna, la
que nos conforma, nos une y nos consagra lo más perfectamente posible a
Jesucristo. Ahora bien, siendo María, de todas las criaturas, la más conforme a
Jesucristo, se sigue que, de todas las devociones, la que más consagra y conforma
20 Juan Miguel Ferrer Grenesche
f) Rogar a Cristo con María (n. 16). Quien tiene que ser intercesor ¡qué
bueno es que aprenda a orar mucho por su pueblo! En este sentido el Vicario
de Cristo nos dice:
Para apoyar la oración, que Cristo y el Espíritu hacen brotar en nuestro corazón,
interviene María con su intercesión materna. - La oración de la Iglesia está como
apoyada en la oración de María -. Efectivamente, si Jesús, único Mediador, es el
Camino de nuestra oración, María, pura transparencia de Él, muestra el Camino, y
- a partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las
Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la
persona de Cristo manifestada en sus misterios -.
2083. 34. Con esta Carta, la Congregación para la Educación Católica quiere
insistir en la necesidad de dar a los estudiantes de todos los Centros de Estudios
eclesiásticos y a los seminaristas una formación mariológica integral que abarque
el estudio, el culto y la vida. Ellos deberán:
a) adquirir un conocimiento completo y exacto de la doctrina de la Iglesia sobre la
Virgen María, que les permita discernir la devoción verdadera de la falsa, y la
doctrina auténtica de sus deformaciones por exceso o por defecto; y sobre todo que
les abra el camino para contemplar y comprender la suprema belleza de la gloriosa
Madre de Cristo;
2084. b) alimentar un amor auténtico hacia la Madre del Salvador y Madre
de los hombres, que se exprese en formas genuinas de veneración y se
traduzca en -imitación de virtudes- y sobre todo, un decidido empeño en vivir
según los mandamientos de Dios y de hacer su voluntad (cf. Mt 7, 21; Jn
15, 14);
c) desarrollar la capacidad de comunicar ese amor con la palabra, los escritos, y la
vida al pueblo cristiano, cuya piedad mariana debe ser promovida y cultivada (aquí
podría incluirse todo lo que dice sobre el tema el Directorio sobre liturgia y piedad
popular de la Congregación para el Culto Divino).
2085. 35. Efectivamente, de una adecuada formación mariológica, en la que
se unen armónicamente el empuje de la fe y el empeño del estudio, se
seguirán numerosas ventajas:
- en el campo intelectual, porque la verdad sobre Dios y sobre el Hombre, sobre
Cristo y sobre la Iglesia, se profundiza y se sublima por el conocimiento de la -
verdad sobre María;
- en el campo espiritual, porque esa formación ayuda al cristiano a acoger e
introducir a la Madre de Jesús -en todo el espacio de la propia vida interior-;
- en el campo pastoral, para que la Madre del Señor sea sentida fuertemente como
una presencia de gracia por el pueblo cristiano.
36. El estudio de la mariología tiende, como a su última meta, a la adquisición de
una sólida espiritualidad mariana, aspecto esencial de la espiritualidad cristiana. En
su camino hacia la plena madurez de Cristo (cf. Ef. 4, 13), el discípulo del Señor,
consciente de la misión que Dios encomendó a la Virgen María en la historia de la
salvación y en la vida de la Iglesia, la toma como -madre y maestra de vida
espiritual-: con ella y como ella, a la luz de la Encarnación y de la Pascua, imprime
a la propia existencia una decisiva orientación hacia Dios por Cristo en el Espíritu,
para vivir en la Iglesia la propuesta radical de la Buena Nueva y, en particular, el
mandamiento del amor (cf. Jn 15, 12).