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Teniendo en mente los estudios de Jesús de San Román (1975), de Alberto Chirif (1975,
197, 1983), Chaumeil (1990) entre otros se podría dividir en términos generales la política
indígenista en la amazonia peruana en cuatro grandes períodos: el de la colinización entre
1535-1820); el de la sociedad nacional entre 1820 y 1870; el del período de la extracción
del caucho entre 1870 y 1915, y el de la penetración masiva del Estado peruanao a través de
distintos frentes entre 1920 hasta el presente (Agüero 1994).
I. La sociedad colonial
también los impuestos al rey de quien eran súbditos desde el momento de la conquista. A
pesar de que los encomenderos apoyaban la acción evangelizadora, los misioneros no
pudieron dejar de constatar la situación de opresión que los indios vivían en las haciendas.
Así uno de ellos testimonió la esclavitud que imperaba en las haciendas en las cuales los
indios eran tratados como “piezas” de caza, se los separaba de sus mujeres produciendo
entre ellos una gran mortandad (Figueroa 1904:...).
Cabe observar aquí que la expulsión de los misioneros jesuitas en 1768 de la región oriental
de la Amazonía peruana dejó el control sobre los indígenas presumiblemente ya reducidos
al cristianismo, en manos de los agentes colonizadores del campo secular; es decir a los
pastrones y “regatones” (comerciantes de los ríos). Esta nueva situación permitió a éstos
agentes profundizar una economía mercantil en la selva inspirada en la ideología
secularizante del éxito individual y las necesidades del mercado europeo.
que migraron para la selva amazónica enganchando a los indígenas como peones dentro del
llamado sistema de crédito. En definitiva. Como afirma Chiriff (1975: 270, cit. Por
Chaumeil ib.), la proclamación de la independencia por la elite criolla y el adevenimiento
de la República no significaron para las sociedades amazónicas mejora alguna de su
condición de vida ni siqwuiera un reconocimiento jurídico y político. La independencia -
continua Chaumeil- fue sinónimo de incorporación al nuevo Estado, al “ser peruano”
supuesto fermento del “nacionalismo” naciente. La elite criolla de turno se preocupará de
incorporar al indio no más como un bloque sino como individuo y ciudadano al Estado-
nación a través de una sistemática política de desmantelamiento de las comunidades
indígenas ( 1993: 95)
A partir de 1943 se inició una nueva etapa de penetración en la selva peruana. Los sectores
del poder nacional y estatal recrearon un discurso que ideológicamente proponía a la selva
como eje del desarrollo para la nación peruana en cuanto región “libre, fértil y deshabitada”.
Con este discurso se intentó postergar reformas en la estructura de la tenencia de la tierra en
la costa y la selva para dar una salida ventajosa a los terratenientes y a los campesinos
serranos que querían recuperar sus tierras. Con este propósito se inició la apertura de
carreteras para unir costa-sierra-selva y facilitar así el traslado masivo de colonos a esta
última (Chiriff 1983: 58-60). La selva siguió siendo objeto de extracción de madera
combinando ésta con el cultivo del arroz y del yute (“corchorus capsularis”) para ponerlos
en el mercado nacional. Uno de los proyectos orientados por esta nueva estrategia fue la
construcción de la llamada “carretera marginal” durante el primer gobierno liberal de
Belaunde Terry entre 1963 y 1968.
Hacia 1971 la selva sufrió una nueva invasión, siempre bajo los auspicios de la política
estatal. La selva se convirtió ahora en fuente posible del enriquecimiento y desarrollo
“nacional” a través del “oro negro” supuestamente almacenado en abundancia en la selva.
En 1973 se firmaron 18 contratos relacionados con la exploración y explotación del
petróleo en los que intervinieron 27 compañías extranjeras: 19 norteamericanas, 2 japonesas
y el resto europeas (Uriarte López 1976: 17). Los territorios de las sociedades indígenas
fueron nuevamente delimitados a raíz de la apertura de pozos petroleros y campamentos de
las Compañías y los indios fueron convertidos de “chiringueros”, “madereros”, en
“trocheros” (abridores de senderos). De esta manera los modos de vida tradicionales ya
debilitados en el proceso anterior fueron destruidos por la creación de espectativas de
consumo que transformaron una masa indígena en población desocupada alrededor de
centros urbanos como Iquitos, Nauta, Pucallpa, etc.
Cabe añadir aquí que el sector social que administra el Estado se propuso mantener y
fortalecer el control social sobre los indígenas de acuerdo a sus intereses a través de sus
agentes y del ofrecimiento de nuevos servicios. En primer lugar se extendió el control
militar por medio de Guarniciones militares en toda la región. En segundo lugar, se aplicó
la represión penal según el derecho de la sociedad blanca con la intervención de la Guardia
Civil y jueces pertenecientes a la sociedad nacional en todos los conflictos, ya sea entre
indígenas ya entre éstos y los mestizos o blancos. El Código Penal de 1924 estableció
castigos diferenciados de acuerdo al origen étnico-cultural: es decir según el reo sea
“civilizado”, “semicivilizado” o “salvaje” (Ballon Aguirre 1980: 15-21). Esta clasificación -
añade B. Aguirre- responde a la necesidad de construir sujetos específicos de represión,
uno de los cuales es el indígena al que se procura transformar en civilizado según la ética de
lo legal occidental. Las diferencias étnicas establecidas son aquellas que por su importancia
política y económica, permiten un control “cualitativamente más refinado”. Finalmente, en
la mayoría de los casos las autoridades de Distritos y principales centros poblacionales no
provienen del indigenado. En el campo económico, se han multiplicado los funcionarios y
las instituciones gubernamentales (ingenieros, topógrafos, escuelas bilingües, funcionarios
del Ministerio de Salud, filiales del Ministerio de Agricultura y del Banco Agrario y de
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La segunda fase del gobierno militar (1975-1980) controlada por el General Morales
Bermudez. Marcó un retorno al modelo capitalista, congelándose progresivamente el
proceso de entrega de tierras y se derogó la ley de las comunidades indígenas permitiendo la
entrada de capitales extranjeros a los que poco o nada les interesaba los derechos de los
indios. En 1978 se disolvió SINAMOS retornando la política indígena a manos de los
burócratas del Ministerio de Agricultura. A fines de los años 80 se contaban 16
federaciones indígenas dirigidas por dos organismos inter-étnicos: AIDESEP y
CISA(Consejo Indio de Sud América).
La “democracia” retornó al Perú con Belaunde entre 1980 á 1985 con la cual se acentuó el
proceso de colonización y conquista de la selva. El primer gobierno liberal de Belaunde
(1963-1968) ya había, como se dijo, impulsado la construcción de la carretera marginal
con la consecuente desarticulación de los territorios étnicos, y también se había ideado el
Plan Nacional de Integración de la Población Aborigen orientado densamente a la
integración de dicha población al Estado-nación peruano. En 1980, por la Ley de desarrollo
agrario se emprendió uno de los mayores projectos de colonización en el cual gran cantidad
de indios fueron tratados como invasores de sus propias tierras.
En fin, Chaumeil concluye que a pesar de todo, está claro que el indigenismo o
“neoindigenismo” que apareció luego del proceso y aplicación de políticas estatales para la
Amazonia tiene un futuro mejor en la medida que se da un lugar en ésta para una dinámica
inter-étnica impulsada por los mismos indios que afirman su pleno derecho de intervenir
más allá de la simple “participación”, sobre el tablero político regional (ib:99).
Considero de suma importancia también escuchar la voz de los propios indios amazónicos,
como la de los tupí-cocama del Departamento de Loreto, sobre la politica gubernamental
del Estado peruano en relación con ellos. Cuando yo moré con los tupí-cocama en distintos
momentos entre los años 1984 y 1987. Uno de ellos, don Ramón, ya con 52 años comentaba
con cierto resentimiento: “Ellos [los representantes del Banco estatal agrario] prefieren a
los gringos y a nosotros que podríamos decir que somos sus hijos, nos hacen trabajar para
los gringos que cobran en dólares y a nosotros nos pagan en soles [moneda nacional
peruana] y muy poco...”
El ex-teniente gobernador del caserío de Santa Fe, próximo a la ciudad de Nauta, me dijo:
“Teníamos problemas con el Banco [agrario] ... Los campesinos que sembramos arroz
pedíamos prestado dinero al Banco, pero la cosecha del arroz es muy insegura, pues
depende de las lluvias y de que no haya inundaciones... Cuando viene la inundación se
pierde todo lo sembrado y no podemos devolver el dinero al Banco...Entonces no nos
prestaban más dinero y perdíamos... El que tenía suerte de sembrar su yuca podía
completar para la comida con pescado, sino se comía pescado solito o carne del monte,
pero en el invierno [época de crecientes] es difícil pescar, entonces el invierno, a veces era
duro y se pasaba hambre...”
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Muchos otros testimonios me han sido dados sobre la “maldad” de las instituciones
estatales y sus agentes en la selva, por eso los tupí-cocama peinsan que un inminente
cataclismo universal acabará con su desgraciada situación y ellos, sobrevivientes, volverán
a recuperar sus tierras y vivirán en abundancia en una “Tierra sin Mal”.
Tít. 1, art. 2, parag. 19 [Toda persona tiene derecho...] “a su identidad étnica y cultural. El
Estado reconoce y protege la pluralidad étnica y cultural de la Nación”.
Tit. II, cap. I, art. 48: “Son idiomas oficiales el castellano y, en las zonas donde predominen,
también el quechua, el aimara y las demás lenguas aborígenes, según la ley.”
Tit. III, cap. VI, art. 88: “El Estado apoya preferentemente el desarrollo agrario. Garantiza el
derecho de propiedad sobre la tierra, en forma privada o comunal o en cualquier otra forma
asociativa. La Ley puede fijar los límites y la extensión de la tierra según las peculiaridades
de cada zona.
Las tierras abandonadas, según previsión legal, pasan al dominio del Estado para su
adjudicación en venta”.
Art. 89: “Las comunidades campesinas y las Nativas tienen existencia legal y son personas
jurídicas.
Son autónomas en su organización, en el trabajo comunal y en el uso y la libre disposición
de sus tieraras, así como en lo económico y administrativo, dentro del marco que la ley
establece. La propiedad de sus tierras es imprescriptible, salvo en el caso de abandono
previsto en el art. Anterior.
El Estado respeta la identidad cultural de la Comunidades Campesinas y Nativas.”
Tit. IV, cap. VIII, art. 149: “Las autoridades de las comunidades Campesinas y Nativas, con
el apoyo de las Rondas Campesinas, pueden ejercer las funciones jurisdiccionales dentro de
ámbito territorial de conformidad con el derecho consuetudinario, siempre que no violen los
derechos fundamentales de la persona. La ley establece las formas de coordinación de
dicha jurisdicción especial con los Juzgados de Paz y con las demás instancias del poder
judicial.”
Bibliografía
San Román, Jesús Victor. 1975. Perfiles históricos de la Amazonia peruana. Lima: Ed.
Paulinas/CETA.
Stoll, David. 1985. Pescadores de hombres o fundadores de imperios? Lima: Centro de
Estudios y Promoción al Desarrollo.
Uriarte López, Luis. M. 1976. Poblaciones nativas de la Amazonia peruana. In: Amazonia
Peruana, vol, I, n. 1. 9-58.