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CASA DE JORGE. LLORA UNA GUAGUA.

JORGE OFF.- ¡Susana!


SUSANA.- No puedo dejar la mayonesa. ¿Quieres que se corte? (Aparece Mamá Cora con su
aire “ido” como si flotara)
MAMÁ CORA.- Tiene hambre. Le prepararé la mamadera.
JORGE.- (viniendo con el bebé en brazos) Hace media hora que tomó la última.
MAMÁ CORA.- Entonces le dolerá la guatita. Le voy a preparar una aguita de hierbas.
SUSANA.- (molesta) No le dé nada, Mamá Cora. Métanle el chupete en la boca y déjenla
tranquila. (Jorge pasea a la guagua)
MAMÁ CORA.- Pero Susana, si le pongo el chupete lo escupe. Para mí que es tu leche.
Has estado muy nerviosa últimamente.
SUSANA.- ¡Ideas suyas! ¿Dónde me ve nerviosa? (A Jorge) Fíjate si se ensució.
JORGE.- (fijándose) Se ensució.
SUSANA.- Entonces cámbiale el pañal.
JORGE.- Susana, sabes que no sé.
MAMÁ CORA.- La cambiaré yo.
SUSANA.- ¡No! Deje, Mamá Cora, voy yo. ( Sale con la guagua)
MAMÁ CORA.- ¡Gran ciencia! ¡Cambiar un pañal! (Hacia adentro) ¿En qué puedo ayudarte,
Susana?
SUSANA OFF.- En nada. No me ayude en nada. ¿Por qué no lee el diario tranquila?
JORGE.- (yendo hacia dentro) Susana, deja que te ayude. Haces que se sienta inútil.
SUSANA OFF.- Prefiero que se quede tranquila.
MAMÁ CORA.- (Mirando la mayonesa) ¡Ya sé, le ayudaré con los flancitos! (Saca leche, se la
echa mientras revuelve) “no haga eso”, “no haga aquello” Como si yo nunca hubiese tenido
una casa. Como si yo nunca hubiese mudado una guagua. Voy a meter estos flancitos a los
moldes y al horno. (Va a la cocina con el recipiente.)
JORGE.- Mamá Cora, ¿vio el alfiler de gancho?... ¡Bah!
SUSANA OFF.- ¡Jorge! ¡El alfiler!
JORGE.- No lo encuentro. Ven a buscarlo tú.
SUSANA.- Velo debajo del sillón.
JORGE.- Debajo del sillón, ¿de cuál sillón?
SUSANA.- (entrando) De este sillón. (Sacando una marraqueta) ¿Me quieres explicar qué hace
este pan debajo del sillón?
JORGE.- Pero, por qué me preguntas...
SUSANA.- Como la matamos de hambre esconde comida hasta debajo de la almohada
(Saliendo).
JORGE.- (Saliendo tras ella) Susana, deja que te ayude. Deja que se sienta útil.

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SUSANA.- (Entrando con la guagua) No quiero que me ayude.(Suspira cansada) Bueno,
tesoro, a dormir hasta la próxima mamadera, ¿me oyó? (A Jorge) ¿La acostamos en el
cochecito?
JORGE.- ¿Me estás preguntando a mí?
SUSANA.- Mis otros maridos no están en este momento. ¿A quién quieres que le
pregunte?
JORGE.- ¡Y yo qué sé!
SUSANA.- Arregla el asientito.
JORGE.- Pero Susana, si sabes que no sé.
SUSANA.- No puedo acomodar el asiento y tener a la niña en brazos al mismo tiempo.
JORGE.- (hace los arreglos y descubre una empanada a medio comer) ¡Una empanada! ¡La niña
tiene ocho meses y ya come empanadas!
SUSANA.- ¡No seas estúpido! Esa empanada fue la que sobró anoche. Con razón que no la
encontraba. A mí se me está acabando la paciencia.
MAMÁ CORA.- (Apareciendo) ¿Se durmió?
SUSANA.- Todavía no, pero está más calmada.(Acuesta la guagua en el coche) Jorge, llévala
al cuarto y cierra la persiana.(Jorge se lleva el cochecito. Susana busca y rebusca sobre la mesa)
¡Qué raro! ¿No ha visto la fuente honda?
MAMÁ CORA.- ¿Cuál?
SUSANA.- La que dejé aquí. La fuente donde estaba haciendo la mayonesa.
MAMÁ CORA.- ¿Eso era una mayonesa?
SUSANA.- No, era cazuela. Ocho huevos tenía esa mayonesa y casi un litro de aceite.
MAMÁ CORA.- Yo creí...
SUSANA.- ¡Qué creyó!
MAMÁ CORA.- No parecía mayonesa.
SUSANA.- ¡Qué hizo con mí mayonesa!
MAMÁ CORA.- Flancitos de chocolate. (Susana corre a la cocina) Tú hablaste de flancitos
anoche.(Aparece Jorge) Tú la oíste, Jorge. ¿Iba o no iba a hacer flancitos? (Susana regresa)
SUSANA.- (dramáticamente) Ocho huevos, litros de aceite, litros de leche, sal, mostaza y
seguramente kilos de azúcar para tirar a la basura.
JORGE.- ¿Qué quieres decir?
SUSANA.- Quiero decir que tu mamacita me ha hecho perder la mayonesa.
JORGE.- Mamá, ¿Por qué hiciste eso?
MAMÁ CORA.- Es que, Jorge... No tenía cara de mayonesa.
JORGE.- ¿Por qué no preguntaste? No hagas nada sin preguntar primero. (Susana se saca el
delantal, lo arroja al suelo y sale de la casa. Jorge siguiéndola) ¿A dónde vas? ¿Susana? ¡Para!.
MAMÁ CORA.- No tenía cara de mayonesa.

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CASA DE ELVIRA Y SERGIO. ESTE EN PIJAMA, ACOSTADO EN EL SOFÁ, LEE UN
DIARIO. SE OYE LA RADIO DANDO NOTICIAS)

SERGIO.- (Suena el teléfono) ¡Matilde! (Sigue sonando el teléfono) ¡Teléfono!


ELVIRA.- ¡Qué acaso tú no puedes atenderlo!
SERGIO.- Elvira, por Dios. Es domingo.
ELVIRA.- (Levantando el teléfono) Aló. ¿Qué José? (Colgando) Huevón ocioso.
SERGIO.- Otra vez te la hicieron.
ELVIRA.- Para la próxima contesta tú.
SERGIO.- Ni soñarlo. Que atienda Matilde, siempre es para ella.
ELVIRA.- Está durmiendo. No sabes que se acostó a las cuatro de la mañana la pobre.
SERGIO.- ¿Dónde estuvo hasta esa hora? ¿La vieron entrar los vecinos? ¿Quién la trajo?
¿Tú le diste permiso?
ELVIRA.- ¿Cuál de las cuatro preguntas quieres que te conteste primero?
SERGIO.- Yo no pienso moverme de este sillón.
ELVIRA.- Yo también quiero descansar, pero a ti se te ocurrió la excelente idea de invitar a
tu hermano Antonio y a Nora.
SERGIO.- Ellos nos invitaron la semana pasada.
ELVIRA.- Nosotros los habíamos invitado la anterior.
SERGIO.- Les hubieras dicho que no vinieran y basta.
ELVIRA.- ¿Y privarte de los mimos que te hace?
SERGIO.- ¿Qué mimos?
ELVIRA.- (imitando a Nora) “Mi amante maravilloso”, “cosita mía”.
SERGIO.- Creí que apreciabas a Nora.
ELVIRA.- ¡A esa hipócrita! Sí. Le tengo cierta simpatía. Porque es fina y tiene clase, que es
algo que no sobra en la familia.
SERGIO.- Entonces déjate de protestar.
ELVIRA.- Deben estar por llegar. ¿Por qué no te vistes?
SERGIO.- ¿Tengo que ponerme smoking para comer con mi familia?
ELVIRA.- En pijama no comes. Y anda a darte un baño que hace varios días que lo estás
necesitando.
SERGIO.- Por favor, me bañé la semana pasada.
ELVIRA.- Te bañas o esta noche no entras en mi cama.(Se va a la cocina)
MATILDE OFF.- ¡Mamá!
ELVIRA OFF.- ¿Qué quieres?
MATILDE OFF.- Cierra la llave.
ELVIRA OFF.- No estoy ocupando el agua.
MATILDE OFF.- Estoy toda enjabonada. (Aparece envuelta en una toalla, toda mojada y
jabonada) Cortaron el agua.
SERGIO.- Y después viene tu madre insistiendo en que me bañe. Sin agua no se puede.

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MATILDE.- ¿Con qué me quito el jabón?
ELVIRA.- (Viniendo de la cocina) Otra vez cortaron el agua. (Va al teléfono y marca un número)
¿Señora Juanita? Soy yo, la Elvira. ¿Qué pasa con el agua? A mí no me avisó nadie. ¡Cuatro
horas! ¿Desde cuándo? ¿Desde ahora mismo? Tengo que hervir los ravioles. ¿Usted
también está haciendo ravioles? ¡Qué coincidencia! ¿Le pido un favor? No bote su agua.
Hiérvalos y me llama para ir a buscarla. Gracias, Juanita. Usted es un ángel.(Cuelga) ¡Vieja
de mierda! Yo hago ravioles, ella hace ravioles, yo hago porotos ella hace porotos.
SERGIO.- Vélo por el lado positivo, ella nos va a convidar el agua de sus ravioles.
ELVIRA.- Matilde, vas a tener que ir al negocio a comprar unas botellas de agua mineral.
MATILDE.- Estoy toda enjabonada.
ELVIRA.- ¡Mejor! Así vas más rápido.
MATILDE.- Me acosté a las cuatro de la mañana.
SERGIO.- De eso, casualmente, quería hablar. ¿Se puede saber donde estuviste hasta esa
hora?
MATILDE.- (yendo furiosa a su cuarto) En un cabaret con doscientos sicópatas sexuales.
SERGIO.- A ésta lo que le hace falta es un puro “tatequieto”
ELVIRA.- (Sentándose) Estoy cansada.
SERGIO.- ¿De qué?
ELVIRA.- ¿Acaso no sabes el trabajo que da una casa?
SERGIO.- ¡No lo voy a saber! ¡No hablas de otra cosa! Mi pobre madre quedó viuda a los
treinta y cinco años y con seis hijos...
ELVIRA.- ¡Ese tango lo conozco! Cocinaba, zurcía, tejía, bordaba y jamás se le oyó una
queja. Me lo contaste mas de un millón de veces. Pero yo soy de carne y ella era de hierro.
SERGIO.- ¡Pobre vieja! ¡Pobrecita! Cuando pienso en todo lo que sufrió y en la poca
felicidad que tuvo...
ELVIRA.- Cuando piensas en todo eso no pasa nada. Lo pensaste un millón de veces y
jamás pasó nada. (Entra Jorge y detrás de él, furiosa, Susana) ¿Qué pasa?
SUSANA.- Pasa que yo ya no doy más. Pasa que yo sólo tengo treinta años y que no me
resigno a vivir en una casa que no es mi casa y en la que no soy nada más que una
sirvienta.
ELVIRA.- Oigan, ¿por qué no van a lavar la ropa sucia en su casa?
SUSANA.- Porque sucede que esta ropa sucia también es de ustedes. (A Elvira) Hace
cuatro años que tu suegra vive en mi casa y parece que tiene el firme propósito de no
moverse de ella.
ELVIRA.- ¡Mi suegra!
SUSANA.- Sí, tu suegra (A Sergio, aún más furiosa) Y tu madre.
SERGIO.- Pero, ¿en qué te molesta la pobre santa?
SUSANA.- ¿Quieres que te diga en qué me molesta? No puedo moverme sin tenerla
encima y tú me preguntas en qué me molesta.

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SERGIO.- ¿Cómo puedes hablar así de una pobre anciana qué quién sabe sin le quedan
unos tres años de vida?
SUSANA.- Eso es lo mismo que me dijeron hace cuatro años cuando se vino a vivir con
nosotros. Yo no quiero que se muera. ¡Que viva otros doscientos años, pero que viva en
otra parte!
JORGE.- Susana estaba preparando una mayonesa y tuvo que dejarla un rato porque la
guagua lloraba. Cuando volvió se encontró con que mamá había transformado la mayonesa
en flancitos de leche con chocolate.
ELVIRA.- ¿Y por eso tanto escándalo?
SUSANA.- (a Jorge) ¿Y lo de los merengues? (A Elvira y Sergio) Huevo que compro le quita
la clara para hacer merengue.
SERGIO.- Pero si el merengue es tan rico.
SUSANA.- ¿Y qué hago yo con todas las yemas que se van acumulando en el refrigerador?
ELVIRA.- ¡Mayonesa!
SUSANA.- Mira, Elvira. Esto no es un chiste. Tráela a vivir una semana a tu casa y vas a
ver si tengo o no tengo razón.
SERGIO.- ¡Pobre mamá!
SUSANA.- Sí, pobre mamá. Ahora más encima se ensucia.
SERGIO.- ¿Se ensucia? ¿Cómo se ensucia?
SUSANA.- ¿Quieres que te haga un dibujito? ¿No sabes como se hacen caca los cabros
chicos?
SERGIO.- ¿Quieres decir que...
SUSANA.- Sí, se caga. Y no le voy a poner unos calzones de goma. Tengo que andar todo
el santo día con el trapo en la mano.
JORGE.- ¡Por favor, Susana!
SUSANA.- ¡Por favor nada! Se va ella o me voy yo.
SERGIO.- ¡Pobrecita!
SUSANA.- Sí. Es muy fácil decir pobrecita a cuatro cuadras de distancia. Pero ella no es mi
madre y yo no tengo por qué aguantarla. Mete las manos en todas partes, manosea todo...
SERGIO.- Te querrá ayudar.
SUSANA.- ¡Que se quede quieta! Yo no quiero ayuda. Si agarro una olla chica, ella dice
que agarre una más grande. Me quita las cosas de las manos, prueba la comida mil veces
para ver si está condimentada. Hace quince días, aprovechando que nosotros no
estabamos, quiso bañar a la niña.
ELVIRA.- ¡Que ternura!
SUSANA.- ¡Casi me la ahoga!
JORGE.- Sergio, hazle un sitio aquí.
SERGIO.- Pero, Jorge...
JORGE.- Hazle un sitio. Tú también eres su hijo y tu mujer es mucho más paciente que la
mía.

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ELVIRA.- Paciente hasta por ahí no más, mijito. Porque yo también tengo mi genio y no
estoy como para andar...
JORGE.- Espero, Elvira, que nunca te pase ésto. Y si algún día te pasa, ojalá tu hija tenga
paciencia para aguantarte. Mi madre fue una mujer tan dinámica como tú.
ELVIRA.- ¿Por qué no hablan con Antonio y Emilia?
SUSANA.- Emilia es viuda y trabaja como una negra para mantener al vago de su hijo.
ELVIRA.- Miren. Hoy viene Antonio. Háganle la oferta a él, a lo mejor se tienta.
SUSANA.- (resentida) ¿Los invitaste a comer?
ELVIRA.- Ellos nos invitaron la semana pasada.
SUSANA.- Evidentemente nosotros no pertenecemos a la familia.
ELVIRA.- Pero, ¿por qué dices eso?
SUSANA.- Desde que me casé con Jorge, comí una sola vez en tu casa. Y fue hace tres
años.
ELVIRA.- ¿Y tú? ¿Cuántas veces nos invitaste?
SUSANA.- Más de una vez.
ELVIRA.- No me saques en cara tus tallarines ni tu ensalada de apio que no gozan de gran
reputación en el barrio.
SERGIO.- ¡Elvira!
ELVIRA.- ¿Y qué? Si sólo hace tallarines y ensalada de apio. (Entran Antonio y Nora. Ella
viste de pieles y cuero aparatosamente, luce unas gafas oscuras que nunca se saca. Trae en la mano
una bandejita muy pequeña) ¡Pasteles! Que mala eres, con lo que engordan.
NORA.- ¿Qué le hace el agua al pescado? ¡Más invitados! ¡Qué sorpresa más agradable! (A
Susana) ¿Cómo estás linda?
SUSANA.- Mal.
NORA.- Yo estoy muerta de calor.(A Jorge) ¿Qué tal, cariñito? Tienes la felicidad pintada en
la mirada. ¡Cuánto me alegro! (Besa a Sergio) ¿Cómo está mi amante maravilloso?
ELVIRA.- Ésta insiste mucho con lo del amante maravilloso. Está empeñada en que
empiece a sospechar algo.
NORA.- Todo es cierto, querida. Todo es cierto. ¡Pero que idea maravillosa tuviste de
invitarlos Elvira! ¡Hace tanto tiempo que no nos veíamos! ¡Con lo que yo los quiero! ¡Que
bien se te ve, Susana! Siempre con esa serenidad que te caracteriza.
ANTONIO.- ¿Cómo están esos ravioles que me prometiste?
ELVIRA.- Parece que lo único que vamos a comer son estos pastelitos. Es que nos
quedamos sin agua y no tengo en qué hervirlos.
ANTONIO.- ¡Ah, no! ¡Con la ilusión que traía!
NORA.- ¡Antonio vive soñando con tus comidas, Elvira! Te recuerda cada vez que se ve las
manchas de grasa que le quedan en las camisas. (Ríe) ¿Cuál es el secreto de tu grasa? No
sale con nada.
ELVIRA.- ¿Es un halago o me estás criticando?

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NORA.- Al contrario, Elvira. ¡Halago la estupenda idea que tuviste de invitar a Jorge y a
Susana! Hace siglos que no los veía.
SUSANA.- Termina de una vez, Nora. Nosotros no estamos invitados. Hay que tener
dinero para que lo inviten a uno. Nosotros somos pobres.
ANTONIO.- Por favor, queremos pasar un plácido domingo familiar.
SUSANA.- Entonces llegaron en mal momento.
ELVIRA.- No, querida. Quien llegó en mal momento eres tú.
SERGIO.- ¡Por favor! (A Nora) Me pasé toda la semana añorando que llegara el domingo y
ahora, miren lo que tengo.
ELVIRA.- Si no te gusta, ya sabes lo que puedes hacer.
NORA.- (abrazando a Sergio) ¿Cómo te atreves a hablarle así a mi amante preferido?
ELVIRA.- ¿No te lo dije? (A Antonio) ¿No te parece que aquí puede haber algo?
NORA.- Pero cariño, ¿qué puedo hacer para que me creas?
ELVIRA.- Nada. No es necesario que hagas nada.
NORA.- ¿Será posible que nadie me tome en serio?
ELVIRA.- Dame tus cosas y siéntate.
NORA.- Las gafas no. Odio la luz del mediodía.
ELVIRA.- ¡Ah, sí! ¡Es cierto! (Yendo al dormitorio) Sergio, ocúpate de los drinks.
NORA.- ¡Drinks! Parece que están funcionando las clases de idioma.
SERGIO.- Sí. Dice “no” en cuatro o cinco idiomas.
NORA.- Malo. Daría mi reino por un martini. A ver si así me despejo un poco.
ANTONIO.- (A Susana) ¿Cómo está la niña?
SUSANA.- (Agresiva) Bien.
NORA.- Todavía no cumple el añito, ¿no? Siempre me olvido de preguntar por ella. Pero
éso no significa que yo no la quiera. Ella ocupa un sitio muy importante, tanto en mi
corazón como en mis pensamientos. ¿No es cierto que siempre hablo de ella, Antonio?
ANTONIO.- (Distraído) ¿De quien?
NORA.- De la niña. Siempre le digo a Antonio que nunca en mi vida había visto a una
criatura más preciosa. ¿No es verdad, Antonio?
ANTONIO.- ¿Qué cosa?
NORA.- Todavía no cumple el año, ¿no?
SUSANA.- No. Acaba de cumplir los ocho meses. (Entra Matilde vestida con un lindo vestido
primaveral).
NORA.- Contigo se completa el cuadro familiar. Sospecho que éste va a ser el día más
entretenido de mi vida. Esta criatura me devuelve la juventud.
MATILDE.- Buenos días, tío Jorge.
JORGE.- (besándola) ¿Cómo estás? Nunca tienes un rato para ir a visitarnos. Estamos a
cuatro cuadras de distancia y creo que todavía no conoces ni a tu prima.
MATILDE.- ¡Claro que la conozco! ¿No te acuerdas que fui al hospital a ver a tía Susana?
(Besa a Susana) Hola, tía. (A Nora, después de besarla) ¡Qué bonito vestido!

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NORA.- ¿Te gusta? (Dando vueltas de jactancia) Fue diseñado por el mismísimo Pierre
Cardín. ¿No es precioso?
MATILDE.- ¡Un sueño!
ANTONIO.- (Tocándole el trasero a Matilde) ¿Y a mí no me saludas, cosita rica?
MATILDE.- ¡Ah! Disculpa tío. (Lo besa. Él le pone los labios)
SERGIO.- (Que ha sacado varias botellas del barcito) Matilde, llévale este Martini a tu tía.
(Matilde va a buscarlo) Susana, ¿Qué vas a tomar tú?
SUSANA.- (Molesta) Si las tías toman Martini, creo que yo no voy a tomar nada.
NORA.- ¿Por qué dices éso?
SUSANA.- Porque mi cuñado dijo: “Matilde, llévale este Martini a tu tía” Pudo haber
dicho “a tu tía Nora”. Pero no. Él da por hecho que la única tía que tiene Matilde es Nora.
Después de todo, yo soy pobre.
MATILDE.- Enseguida te sirvo, tía Susana.
SUSANA.- ¿No sabes que no tomo alcohol?
SERGIO.- ¿Y para qué armas tanto escándalo entonces? ¿Dónde está la botella de Cognac?
MATILDE.- Mamá la tiene guardada.
ANTONIO.- Sírveme un Whisky, Sergio.
SERGIO.- ¡Whisky! ¡En estos tiempos! (A gritos) Elvira, ¿dónde guardaste el cognac?
ELVIRA OFF.- ¡En el ropero! Ven a buscar la botella, Matilde. (Matilde va al dormitorio)
NORA.- (A Susana) ¿Cuando van a llevarme a la chiquita? ¡El jardín está tan maravilloso!
Tienen que ir. ¿Cuándo van a ir?
SUSANA.- Cuando nos inviten. (Matilde regresa)
NORA.- Vayan mañana. (Rápidamente) ¡No! Mañana, no. Vayan el martes... ¡Ah! Tampoco,
tengo un compromiso. Llámame el miércoles y nos ponemos de acuerdo, ¿o.k.? La niña
podrá correr por el jardín y tomar un poco de aire puro.
SUSANA.- Recién tiene ocho meses; todavía no corre.
NORA.- Pero imagino que respirará, ¿no? (Ríe) Adoro a los niños. Debe ser por éso que
Dios me hizo estéril.
MATILDE.- ¿No consultaste al médico? A veces son los hombres los que no sirven.
SERGIO.- ¿De dónde sacaste éso?
ANTONIO.- ¡Épale! (Toma la mano de Matilde) Yo sirvo todavía, ricurita.
MATILDE.- ¿Cómo lo sabes? El hecho de que la tengas grande no quiere decir...
SERGIO.- ¡Matilde! ¡No estás hablando como una señorita!
MATILDE.- Estoy hablando de cosas naturales.
SERGIO.- En mi casa no quiero que hables de cosas naturales. ¿Éso es lo que te enseñan en
la escuela?
NORA.- (Riendo) ¡Miren la cara que puso Sergio!
SERGIO.- ¡Así no hablan las señoritas que estudian en colegios religiosos!
MATILDE.- No pensarás que porque estudió en una escuela de monjas todavía soy virgen,
¿no?

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SERGIO.- Por tu bien, espero que lo seas. ¡Elvira!
ELVIRA OFF.- Quiso decir que no es tonta. ¿Verdad que sólo quisiste decir éso?
MATILDE.- Sí, mamá.
SERGIO.- Esta mañana volvió a las cuatro de no sé dónde.
ANTONIO.- (Acariciando las nalgas de Matilde) ¿Pero dónde estuviste hasta tan tarde?
MATILDE.- Fuimos a una fiesta de la parroquia con una amiga y la señora Juanita. No
hicimos nada malo.
SUSANA.- ¿A qué le llamas hacer algo malo?
MATILDE.- A dar besos con lengua y a esas cosas. (Suena el teléfono)
ELVIRA OFF.- ¡Contesten ese teléfono!
MATILDE.- (Contestando) Aló. ¿Sí? Hola, señora Juanita. Espere un ratito. (Deja el auricular
descolgado sobre la mesa y se acerca a la puerta del dormitorio) ¡Mamá! ¡Es la vieja de al lado!
SERGIO.- ¡Idiota! ¿Quieres que te oiga? (Aparece Elvira con otro vestido más a tono con los
invitados)
MATILDE.- Doña Juanita ya hirvió los ravioles, pero dice que el agua se le consumió un
poco y que tiene demasiado almidón.
ELVIRA.- Anda a buscarla y ten cuidado de no quemarte.
MATILDE.- Siempre tengo que ir yo. (Matilde sale)
ELVIRA.- Menos mal que esa vieja me imita en todo. Hago cazuela, hace cazuela. Hago
tallarines, hace tallarines.
SERGIO.- ¡Elvira! El teléfono. (Elvira mira el teléfono con espanto).
ELVIRA.- ¿Habrá oído? ¡Ay, Dios mío, que no haya oído! (Toma el auricular. Se lo lleva al
oído y cuelga rápidamente) Sí. Oyó. ¡Cabra estúpida! (Matilde regresa)
MATILDE.- La señora Juanita dijo que nos fuéramos todos a la conchesu...
ELVIRA.- (A Matilde) ¡Minusválida mental! ¿Quién te enseñó a dejar el teléfono
descolgado?
MATILDE.- Nadie. Aprendí sola. (Todos ríen menos Susana y Elvira)
ELVIRA.- ¡Estúpida! (Disimulando) ¿Quién se iba a imaginar que el teléfono estaba
descolgado? ¡Qué horror! ¡Con la lengua que tiene esa mujer! Siempre me pasan estas
cosas. (Nora y Antonio ríen)
SUSANA.- Eso te pasa por la increíble facilidad que tienes para juzgar a todo el mundo.
ELVIRA.- Que yo sepa, Susana, a esta fiesta nadie te invitó. ¿Cómo quedarán los ravioles
hervidos en agua mineral?
ANTONIO.- Supongo que bien.
ELVIRA.- (a Matilde) Anda a comprar media docena de botellas de agua mineral. (Matilde
hace un gesto de fastidio y sale)
NORA.- Ay, Elvira, yo creo que viviría en tu casa. Me divierto tanto aquí. (Ríe) ¡Siempre
pasan cosas tan descabelladas!
ELVIRA.- Sí. Me pasan muchas cosas y ésta es la peor de todas. No conoces a mi vecina. Es
capaz de decir que me vió, con sus propios ojos, en la cama con el portero.

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SERGIO.- ¡Cómo te pones el parche antes de la herida!
NORA.- ¡Cómo se descubren las cosas!
SERGIO.- Ya me parecía que el portero me saludaba con más amabilidad estos últimos
tiempos.
ELVIRA.- ¿Por qué no se van a la misma mierda?
NORA.- Ay, ¡se puso colorada! (Ríe) Por fin podemos perder nuestros escrúpulos, amante
mío adorado. (Abraza a Sergio. Ríen todos, menos Susana y Elvira)
ELVIRA.- (Yendo a la cocina) Váyanse al diablo.
JORGE.- ¿Vamos Susana?
NORA.- ¿Qué apuro tienen? No nos vemos nunca.
SUSANA.- Yo no tengo sirvienta.
NORA.- (asociando) ¿Cómo está mamá Cora?
SUSANA.- (encantada de tener una oportunidad de retomar el tema, vuelve sobre sus pasos)
¡Maravillosa!
ANTONIO.- Después de comer la llevaré a dar un paseo en auto. El aire le va a hacer bien.
SUSANA.- Lo que le haría bien es que la invitaras a pasar un tiempo en tu casa.
NORA.- ¡Ay, no! ¡Pobre! Se aburriría como una ostra. (Con intención) ¿No se siente feliz en
tu casa?
SUSANA.- ¿Cómo se va a sentir feliz en esa ratonera? Sin aire, sin luz... ¡La pobre sería tan
feliz cuidando las flores de tu jardín!
NORA.- ¡Pero si nunca estamos en casa!
ANTONIO.- Además, confieso que tengo muy poca paciencia con los viejos.
SUSANA.- Pero con tu madre deberías tener un poco más. Hace cuatro años que vivo con
ella y sé que la pobre sería muy feliz si pudiera descansar por un tiempo en la casa de otro
hijo.
NORA.- Pero, ¿cómo puedes decirle a la pobre y querida anciana que se vaya a la casa de
otro hijo, sin herirla?
SUSANA.- No tengas miedo, no se sentiría herida.
JORGE.- Mamá cumplió la semana pasada ochenta y tres años, Antonio.
ANTONIO.- ¡Puta! ¡Se me olvidó el cumpleaños! ¿Por qué no me llamaste para
recordármelo?
JORGE.- Tienes una sola madre y pudiste haberte acordado sin ayuda.
ANTONIO.- Tengo otras cosas más importantes que el cumpleaños de mamá.
JORGE.- Nada debiera ser más importante que mamá.
ANTONIO.- No digas éso. Hiciste mal, Jorge. Debiste avisarnos. Al fin y al cabo ella vive
en tu casa y por esa razón tienes más obligaciones que nosotros.
SUSANA.- Encima de que vive en casa, somos nosotros los que tenemos que cargar con
todas las obligaciones. (Furiosa) En cuatro años fueron incapaces de preguntarle si
necesitaba algo.
ANTONIO.- Supongo que Jorge le dará lo que ella necesita.

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SUSANA.- ¿Sabes cuánto gana Jorge?
JORGE.- Bueno, basta.
SUSANA.- Me pasé todo el invierno con mi abrigo viejo, juntando peso por peso para
reunir la cantidad necesaria para comprarme otro. Cuando por fin logre reunirla, tu madre
tuvo un ataque a la vesícula y la fortuna se me fue al diablo entre médicos y
medicamentos. A ninguno de ustedes se les ocurrió preguntarnos si necesitábamos ayuda.
NORA.- Sí, realmente... creo que la manutención de mamá Cora, es algo que nos concierne
a todos.
SUSANA.- Tampoco es sólo una cuestión de plata, Nora. No es sólo eso. Es que... bueno...
yo estoy un poco cansada y quisiera vivir sola con mi marido y mi hija por un tiempo. ¿No
tengo derecho a un mes de vacaciones?
NORA.- Estoy de acuerdo, pero insisto. Creo que sería muy cruel decirle a mamá Cora que
se vaya a casa de otro hijo por un tiempo.
SUSANA.- Ella se sentiría feliz de que los hijos se la disputaran un poco.
ANTONIO.- Yo estaría dispuesto a pasarle una plata mensual. ¿Cuánto te parece, Jorge?
SUSANA.- No necesitamos tu dinero. Lo único que queremos es que te la lleves por un
tiempo a tu casa.
MATILDE.- (Entrando con dos botellas de agua) ¿Se puede saber qué fue lo que dijo mi madre
para que la vecina me mire con ojos de asesina?(Se va a la cocina)
NORA.- ¿Y si la lleváramos a la casa de Emilia?
SUSANA.- Emilia vive con su hijo en una habitación.
ANTONIO.- La pobre Emilia tiene unos problemas terribles.
NORA.- Pero sería la solución, incluso para Emilia, que entre todos le pasáramos una
mensualidad.
JORGE.- Emilia es tan amargada. Mamá se moriría a los dos días de estar con ella.
NORA.- Realmente. ¡Qué horrible el carácter de esa mujer!
SUSANA.- Tiene sus motivos.
NORA.- ¡Sí, claro, pobre! Si yo no quise decir...
SUSANA.- Emilia es viuda y muchas veces no tiene qué comer.
ANTONIO.- Por eso no voy a verla. No puedo soportar que pase hambre.
ELVIRA.- (Volviendo) Ya se está quejando la mosquita muerta. No haces más que quejarte y
¿quieres que te diga algo? No tienes derecho. Tú pudiste comprarte un televisor color y
nosotros no.
SUSANA.- El televisor fue un regalo de casamiento. Y maldito sea el momento en que nos
lo regalaron.
NORA.- ¿Por qué? Es una compañía maravillosa cuando uno está sola.
SUSANA.- Gracias a él, siempre tenemos la casa a oscuras. Mamá Cora se pasa todo el día
mirando esos estúpidos programas. Y a todo volumen, claro, porque como está casi sorda...
(Breve silencio) Antonio, se lo pedí a Sergio y ahora te lo pido a ti. Por favor, denme unas
vacaciones sin mamá Cora. Nada más que un mes. (Silencio, Susana sale)

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JORGE.- Está muy nerviosa y yo estoy desesperado. Si quieren lo pido de rodillas.
Llévensela por un tiempo. Se los ruego. No aguanto más. (Sale. Silencio)
NORA.- ¡Qué histéricos!
ELVIRA.- ¿Ahora entiendes lo que te digo cuando hablamos de ella?
SERGIO.- ¡Pobre Jorge!
ELVIRA.- ¡Pobre! Es un estúpido. Un hombre de cincuenta años, en sus cabales, no se casa
con una mujer veinte años más joven. Después de todo, a ella yo la comprendo. Susana es
una mujer joven y no creo que Jorge la haga demasiado feliz.
NORA.- ¿Por qué? ¡Es tan bueno!
ELVIRA.- ¿Bueno? ¿Para qué? No precisamente para lo que ella quiere. Con el
temperamento que tiene, tan volcánico, se casa con ese cadáver viviente. (Nora ríe)
ANTONIO.- ¡Qué horrible! Llegar a cierta edad y ser nada más que un estorbo en el
camino de todos.
NORA.- ¡Pero qué estás diciendo! Mamá Cora no es un estorbo, ni nada que se le parezca.
ANTONIO.- Llevémosla a casa, Nora.
NORA.- ¡Claro! ¡Por supuesto! El próximo domingo la invitaremos a pasar el día.
ANTONIO.- No me refiero a pasar un día. Sino... por un tiempo.
NORA.- ¡Éso si que no!
MATILDE.- (Entrando) Mamá, el agua está hirviendo.
ELVIRA.- Voy (Sale)
NORA.- Matilde, ¿tú quieres a la abuelita?
MATILDE.- ¡Claro!
NORA.- ¿Ven? Matilde sí tiene sentimientos y no dirá que “no” si le ponen una cama en su
pieza para la pobre y querida abuela.
MATILDE.- Yo no quiero dormir con viejas.
NORA.- ¡Ay criatura! ¡Cómo puedes ser tan egoísta!
MATILDE.- La abuela está muy bien dónde está.
ANTONIO.- No, no está bien. Ya oíste a Susana. La pobre está muy vieja y quien sabe
cuánto tiempo le quede de vida.
MATILDE.- ¿Y si se muere en mi pieza? ¿Quieren que me de un ataque? (Todos ríen)
ELVIRA.- (reapareciendo) Matilde, ¿quieres poner la mesa? ¿De qué se ríen?
MATILDE.- Quieren meter a la abuela en mi cuarto.
ELVIRA.- ¿Con qué? ¿Con fórceps? (Cambiando tema) No se hable más del asunto. El que
tenga necesidad de lavarse las manos o de hacer algo parecido, que lo haga. (A Sergio) Y tú,
anda a ponerte decente, ¿quieres?
SERGIO.- Yo me siento decentísimo así como estoy.
ELVIRA.- ¡Te digo que te cambies! (Yendo a la cocina)
SERGIO.- (a Nora) ¿Y tú, qué opinas? ¿Me cambio?
NORA.- ¡Ay sí! Me deprimen tanto los hombres en pijama. (Sergio alza la mirada al techo y se
va al dormitorio)

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MATILDE.- Falta un cuchillo.
ELVIRA.- (desde la cocina) Ven a buscarlo. (Matilde sale)
ANTONIO.- ¿Por qué no lo dejaste comer en pijama?
NORA.- Bastante me deprime la idea de comer ravioles preparados por esa arpía, como
para soportar...
ANTONIO.- Baja la voz.
NORA.- A ti tampoco te gustan los ravioles que hace esta estúpida, pero con tal de
halagarla... (Matilde vuelve con un cuchillo y una panera con pan)
MATILDE.- Los ravioles quedaron durísimos.
ELVIRA.- (entrando desalentada) Los ravioles quedaron durísimos. Y están pegados como
con poxipol. El agua debe ser la culpable. Era poca y era con gas. Esta estúpida fue incapaz
de pedir sin gas.
MATILDE.- ¡Y qué sabía yo!
ELVIRA.- Nunca sabes nada. (Muy preocupada) ¿Qué les doy de comer ahora?
NORA.- Abre una lata de cualquier cosa.
ELVIRA.- No tengo latas de cualquier cosa. Matilde...
MATILDE.- Yo no voy...
ELVIRA.- Matilde, anda a comprar medio kilo de...
MATILDE.- ¡Qué no! Y esa es mi decisión final. (Se va al dormitorio. Elvira la persigue)
ELVIRA.- (a gritos persiguiéndola) Anda a comprar vienesas y huevos.
MATILDE.- (Reapareciendo por la puerta del dormitorio y luego se dirige a la cocina. Elvira la
persigue) No voy a ir a comprar otra vez.
ELVIRA.- ¡Matilde! ¡Qué van a decir tus tíos!
NORA.- Y ahora va a empezar a largar una indirecta tras otra para que vayas a comprar un
pollo asado o algo así.
ANTONIO.- No seas mal pensada.
ELVIRA.- (Entrando) ¿Antonio, no podrías ir a comprar un pollo o algo así?
NORA.- (Aparte a Antonio) ¿No te dije? (A Elvira) No te preocupes. Comeremos la carne tal
como está. A nosotros nos encantan los ravioles pegoteados.
SERGIO.- (Apareciendo) ¿Cómo me veo ahora?
ELVIRA.- Como para salir con Antonio a comprar un pollo asado.
SERGIO.- ¿Qué te pasó? ¿Se te quemaron?
ELVIRA.- Sí. ¿Y qué?
SERGIO.- Por una vez que Antonio y Nora vienen a comer...
ELVIRA.- ¡Por una vez! Vienen domingo por medio.
SUSANA.- (Entrando con Jorge detrás) ¿Está aquí?
SERGIO.- ¿Buscas a alguien?
SUSANA.- A mamá Cora. ¿Está aquí?
SERGIO.- No. ¿Dijo que venía?
SUSANA.- Se fue. La puerta estaba abierta y ella no estaba.

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ELVIRA.- ¿Se fue de tu casa? (Mira a Nora)
SUSANA.- ¡Quién sabe para dónde se habrá ido!
ELVIRA.- ¿Y ahora te preocupas? (Elvira se va para adentro)
SUSANA.- Yo sabía que esta víbora iba a pensar lo peor. (Gritando) Nadie la echó.
NORA.- ¡Pobre señora!
ANTONIO.- Debe haber ido a casa de Emilia.
JORGE.- No te quedes ahí. Toma el auto y anda a ver si está allí.
SUSANA.- ¿Nos puedes dejar en la casa? Dejamos a la niña sóla.
ANTONIO.- Claro. Vamos. (Los hombres y Susana salen. Nora se vuelve hacia la puerta de la
cocina de donde sale Elvira)
NORA.- ¿Qué me dices? ¿No te asusta?
ELVIRA.- A mí ya no me asombra nada.

15
UNA HORA MAS TARDE. CASA DE SERGIO. SUSANA, NORA Y ELVIRA EN EL
SOFÁ. JORGE EN UNA SILLA.

NORA.- Mamá Cora debe estar en casa de Emilia y los hombres habrán ido a comprar algo
para comer.
ELVIRA.- Esperamos por tu bien, Susana, que no le haya pasado nada.
SUSANA.- ¿Qué quieres decir con éso?
ELVIRA.- Que si algo le pasó, es por tu culpa. Eso quise decir.
SUSANA.- Si Mamá Cora hubiese vivido contigo y no conmigo la hubiéramos enterrado
hace años.
NORA.- Por favor, sean buenas. No hablemos más de Mamá Cora hasta que los hombres
regresen y sepamos de ella. ¿Con quien dejaste a la niña, Susana?
SUSANA.- (A Elvira ) Desde el primer día que te ví, supe que eras...
JORGE.- ¡Ya basta!
SUSANA.- Supe que eras una chismosa, una peleadora de mierda.
NORA.- ¿Con quien dejaron a la niña?
ELVIRA.- Yo cuando te conocí le dije a Jorge “¿Con ésto te vas a casar? Esta calentona te
pone el gorro al primer mes de casados” (A Jorge) ¿Te lo dije o no te lo dije?
JORGE.- ¿Quién habrá inventado a las mujeres? ¿Dios mío, por qué les diste lengua?
SUSANA.- ¿Se puede saber por qué le dijiste que lo iba a engañar en el primer mes de
casados?
NORA.- ¡Susana, son cosas que pasaron hace cuatro años!
ELVIRA.- En primer lugar lo dije porque tengo lengua, en segundo lugar porque somos
libres y en tercer lugar... porque quise.
SUSANA.- Si yo me aprovechara de las tres estupideces que nombraste y dijera una cosita
que yo me sé, te aseguro que perderías las ganas de hablar de la gente gratuitamente.
ELVIRA.- Si sabes algo, dilo ya.
JORGE.- ¡Córtenla de una vez! ¡Cotorras!
ELVIRA.- ¡Cotorra será tu abuela!
NORA.- Susana, te lo pregunto por tercera vez. ¿Quién se quedó con la niña?
JORGE.- Mis suegros.
NORA.- ¿Cómo están tus maravillosos padres, Susana?
JORGE.- Están bien.
NORA.- Hace siglos que no los veo. ¡Con lo que los quiero! Deben estar chochos con la
nieta.
JORGE.- Los tiene hasta la coronilla, porque la niña llora. Llora todo el día, no sabemos por
qué llora tanto. Yo no duermo hace ocho meses.
MATILDE.- (Entrando) ¿Quieres que te vaya a comprar ahora, mamita?
ELVIRA.- No. Tráeme una aspirina.
MATILDE.- Sí, mamá. (va a la cocina)

16
ELVIRA.- (yendo tras Matilde) No te preocupes, Matilde. Yo voy.
JORGE.- No debiste.
NORA.- ¡Cómo pudiste inventar una cosa así!
SUSANA.- No inventé nada.
NORA.- ¿Y con quién?
SUSANA.- Yo sé con quien.
NORA.- Hay que tener valor para engañar al marido. ¡Pobre Sergio! ¿Fue hace mucho?
SUSANA.- No.
JORGE.- No le hagas caso, Nora. ¿No ves que Susana está inventando?
NORA.- ¡Pero Jorge! Yo no voy a contar nada a nadie. (Vienen de la calle Sergio y Antonio)
JORGE.- ¿Y? ¡Hablen! ¿Estaba con Emilia?
SERGIO.- No. Emilia no sabe nada. Ya hicimos la denuncia en carabineros.
ANTONIO.- ¡Pasamos una vergüenza! No nos acordábamos del nombre. ¡Como siempre le
hemos dicho mamá Cora!
SERGIO.- Ni siquiera recordamos los años que tiene.
ANTONIO.- ¿Cuántos dijiste que cumplió?
JORGE.- Ochenta y tres.
ANTONIO.- Yo dije noventa.
SERGIO.- El oficial puso “tirando a vieja”.
NORA.- ¡Qué vergüenza!
ANTONIO.- ¿Y Elvira?
NORA.- Se acostó un rato. No se siente bien.
SERGIO.- ¿Le pasó algo?
NORA.- Nada grave. ¿Por qué no vas a verla? (Sergio va para adentro. A Jorge) Tú también
debieras ir a ver cómo está. Después de todo la discusión fue con tu mujer.
JORGE.- Tienes razón. Intentaré calmarla.
ANTONIO.- ¿Qué pasó?
NORA.- Si quieres enterarte, anda con ellos. Además, Elvira te quiere tanto que necesita de
tu compañía. (Antonio sale. A Susana, inteligentemente) Me dejaste helada con la historia de
Elvira.
SUSANA.- Yo no eché a Mamá Cora.
NORA.- Lo sé. Lo sé. (Silencio) ¿Te dije que me dejaste helada con la historia de Elvira?
SUSANA.- Nora, no pienso decirte nada. No pierdas el tiempo tratando de sonsacarme
algo. Soy cualquier cosa, menos chismosa.
NORA.- ¡Pero Susana!
SUSANA.- Enviaste a todo el mundo adentro para hablar del asunto con comodidad. Pero
te equivocaste. Yo no hablo.
NORA.- Está bien. Si no quieres hablar, no hables.
SUSANA.- ¿Para qué quieres saber con quién se acostó Elvira?
NORA.- ¡Para saber qué clase de mujer es!

17
SUSANA.- ¡Vamos Nora! Las mujeres no cambiamos por ser más o menos fieles a nuestros
maridos. Ya ves, tú tienes amores con Sergio y para mí sigues siendo la misma. (Nora la
mira espantada)
NORA.- ¡Cómo te atreves! ¡Esa es una infamia!
SUSANA.- No es una infamia. Lo sabe todo el mundo. Elvira es la única que no lo sabe.
Como se ocupa tanto de la vida de los demás, descuida la suya.
NORA.- Esa es una más de tus mentiras.
SUSANA.- ¿Mentira? Los ví salir de un hotel. Ibas con lentes negros, pañuelo en la
cabeza... Hace una año que lo sé y jamás dije nada.
NORA.- ¡Pero cómo puedes insistir! Viste hace UN año a una mujer con lentes negros,
pañuelo en la cabeza y una capa negra y...
SUSANA.- Yo no dije que ví a una mujer con capa negra.
NORA.- (Aterrorizada) Susana yo te juro que fue una sóla vez.
SUSANA.- No jures nada (Suena el teléfono. Susana atiende.) Aló. Sí. Diga, soy la cuñada.
Bueno, espere un momento. (Llama) Sergio, te llaman del retén de carabineros.(Vienen
corriendo Sergio, Antonio, Jorge y Matilde. Luego aparece Elvira con el pañuelo sobre la frente.
Sergio toma el teléfono)
SERGIO.- ¿Aló? Sí, soy yo. Dígame. (Pausa dramática) ¿Dónde?
SUSANA.- ¿Qué pasó?
SERGIO.- ¡Mamita! ¡Pobrecita!
SUSANA.- ¿Qué pasó, Sergio?
SERGIO.- Sí, sí, por supuesto. (Cuelga. Guarda silencio. Todos esperan que diga algo) Una
anciana se tiró al tren, cerca de la estación. (Todos se remecen) Tenemos que ir a la morgue a
reconocer el cuerpo.
JORGE.- No puede ser ella, no fue para tanto.
ANTONIO.- Sergio...
SERGIO.- Vamos. (Se dirigen a la puerta los hermanos y Susana)
SUSANA.- (Saliendo) ¡Qué no sea ella, Dios mío! Que no sea ella. (Salen)
ELVIRA.- ¡Ojalá sea ella! ¡Ojalá sea ella! Sólo para que la conciencia le remuerda como se
merece por haber echado a la calle a esa pobre vieja.
EMILIA.- (Entrando desesperada) ¿Y? ¿Apareció?
ELVIRA.- (Sin darle importancia a la recién llegada) Tus hermanos fueron a la morgue a
reconocer el cadáver. (Emilia se desmaya) ¡Pero Emilia, por dios! Matilde, anda a buscar el
frasco de colonia a mi dormitorio. (Matilde va. Emilia vuelve en sí) No, Matilde. Ya no vayas,
no es necesario (Matilde se devuelve)
EMILIA.- Pero,... ¿Qué pasó?
ELVIRA.- Nada. Se tiró a la línea del tren (Emilia se vuelve a desmayar.) Ahora sí, Matildita.
Anda a buscar la colonia. (Elvira cachetea a Emilia, ésta vuelve en sí desvanecida) No te pongas
así. Todavía no se sabe si es ella. (Matilde vuelve con el frasco de perfume)

18
EMILIA.- ¡Cuatro hijos! Y de los cuatro no hace uno. El infierno nos merecemos en el juicio
final. No merecemos que Jehová nos lleve a su reino.
ELVIRA.- No nos vengas con tus prédicas que los católicos nos guardamos las palabras.
EMILIA.- Ella. Ella que sacrificó toda una vida por nosotros. ¡Que el nazareno la tenga en
su santo reino!
ELVIRA.- (Burlándose) ¡Aleluya! (Amenazándola) ¡Ándate a canutear a otra parte! ¿Quieres?
EMILIA.- Está bien... pero que Dios las perdone y las ampare en su santo reino. (Sale. Suena
el teléfono.)
ELVIRA.- (Contestando) Aló. ¿Quién es? Eres tú, Sergio. No te reconocí la voz. ¡Qué!
NORA.- ¿Es ella?
ELVIRA.- (Asiente) ¿Y no podríamos velarla en casa de Antonio? ¿Aquí? Sergio, sabes lo
sensible que es Matilde. ¿Quieres traumatizarla? Sí, querido, ya sé que es tu madre. Bueno,
¡Qué le vamos a hacer! ¡Pero que Susana no me pise esta casa, eh! (Cuelga) ¡Qué vida, Dios
mío!
MATILDE.- ¿La van a traer aquí?
ELVIRA.- Tú te callas. ¿Dónde quieres que la velen? ¿En la casa de la bruta de tu tía? Anda
a comer algo antes de que lleguen, después no vas a poder. ¡Pobre Sergio! ¡Tenía una voz!
Dice que quedó tan destrozada que apenas se le reconoce. Por los zapatos supieron que era
ella. La traen para acá.
MATILDE.- ¿Por qué la tienen que traer aquí? ¿No pueden velarla en la morgue?
ELVIRA.- Es la madre de tu padre, Matildita. No seas dura de corazón. (Entran
violentamente Jorge y Susana)
JORGE.- Elvira, no pueden hacerme ésto. Vivió conmigo toda la vida. Mamá no sabía lo
que hacía. Nora,... ¿Puedes imaginar lo que será de mi vida de ahora en adelante?
ELVIRA.- Un calvario. Como debe ser.
JORGE.- Las cosas no sucedieron como ustedes se imaginan. No pueden hacerme ésto.
NORA.- ¿Qué te estamos haciendo, Jorge? ¿Quieres explicarte?
JORGE.- Sergio y Antonio decidieron velarla aquí y no en mi casa.
ELVIRA.- Se mató por culpa de ustedes, ¿no?
SUSANA.- No sé para qué vinimos a pedir el apoyo de ésta. Tú eres el mayor y por lo
tanto tienes más derechos que los otros.
ELVIRA.- ¿Por qué no pensaron en éso antes de echarla a la calle?
JORGE.- ¿Pero, quién la echó? (Se deja caer de rodillas, presa de la desesperación) ¿Quién la
echó? Susana había preparado una mayonesa para hacer...
ELVIRA.- Ya lo sabemos. Ahora no te molestará más. ¿No querían que alguien se la llevara
por algún tiempo? Pues bien, Dios los oyó y se la llevó para siempre. ¿De qué se quejan?
SUSANA.- ¿Por qué no te ocupas de tus asuntos, en lugar de hociconear cómo lo sabes
hacer?
ELVIRA.- ¿De qué asuntos debiera preocuparme, por ejemplo?
SUSANA.- De Nora y de Sergio, por ejemplo.

19
NORA y JORGE.- ¡Susana!
JORGE.- Debería darte una...
ELVIRA.- ¿Qué pasa con Nora y Sergio?
NORA.- ¿Cómo puedes inventar cosas así, Susana? Sobre todo en este momento.
ELVIRA.- ¿Pero qué quiso decir con éso? (A Nora) Que tú y Sergio...
MATILDE.- Yo mejor me voy, porque aquí la cosa se está poniendo negra... (Se va)
ELVIRA.- ¿Qué quisiste decir?
SUSANA.- Lo que dije. (Se dirige a la puerta) Vamos, Jorge. Antes que tenga que hacerle un
dibujito para que se dé cuenta.
ELVIRA.- ¿Ahora te vas? (La detiene) Arrojaste la piedra, no escondas la mano ahora.
NORA.- Elvira, no hay que olvidar a la pobre vieja.
ELVIRA.- ¿Qué vieja?
NORA.- Mamá Cora.
ELVIRA.- ¡Ah!
NORA.- ¡Pobrecita! ¿Cómo puedes ofenderte por lo que diga Susana en este estado? Yo la
perdono. A mí, que me ha ofendido más que a ti, yo la perdono.
ELVIRA.- ¿Yo soy la cornuda y a ti te ofende más?
JORGE.- No te preocupes hoy por ti, Elvira. ¿No te das cuenta de que hoy pasaron cosas
mucho más importantes? (Susana se acerca a Elvira mas calmada, pero seca)
SUSANA.- Perdóname. Inventé esa mentira para hacerte sufrir.
NORA.- (Rápidamente) Que no se hable más del asunto. Las palabras son sólo palabras y se
las lleva el viento.
ELVIRA.- No para mí. (A Susana) Guárdate tu perdón en un bolsillo y sal de esta casa
inmediatamente.
JORGE.- Pero ¿Qué hacemos con mamá? (Elvira va a contestar, pero Nora le tapa la boca)
Nosotros no hicimos ni la mitad de lo que debimos haber hecho por la pobre vieja, pero a
tu lado, Susana y yo, somos dos santos.
ELVIRA.- Sí, pero salgan antes de que los canonice. (Antonio irrumpe violentamente)
ANTONIO.- Ya la bajan. ¿Prepararon la pieza?
NORA.- ¡Antonio! (Se abrazan)
SERGIO.- (entrando) ¡Elvira! (Ella abraza a su marido. Se abrazan todos, incluidos Susana y
Jorge. Hay intercambio de abrazos durante algunos segundos. Matilde viene de su cuarto)
SERGIO.- ¡Murió la abuelita, Matilde! (Abraza a Matilde)
JORGE.- ¡Por favor! ¡Por favor! Dejen que me la lleve a casa.
SERGIO.- Ya es tarde.
JORGE.- (desesperado) ¡Antonio, por favor, por favor!
ANTONIO.- (hacia afuera) ¡Apúrense con el cadáver!
JORGE.- (enloquecido) No me hagan ésto. ¡Ladrones! (Saliendo) ¡Ladrones!
ELVIRA.- (arreglándose el pelo) ¡Ay, todo se hace a última hora! No tuve ni tiempo de llamar
a la familia! (A Nora) Hagamos la lista de invita... quiero decir... ¿a quién llamamos?

20
CUATRO HORAS MAS TARDE . LA PUERTA QUE COMUNICA CON LA HABITACIÓN DE MATILDE ESTÁ ABIERTA. ALLÍ
VELAN AL CADÁVER Y POR LO TANTO DE ALLÍ LLEGAN LOS LLANTOS Y LOS REZOS. MATILDE ESTÁ SOLA.
LLORA, PERO SOSPECHAMOS QUE LO HACE MÁS IMPULSADA POR EL HECHO DE QUE VELAN A LA MUERTA EN SU
CUARTO, QUE POR UN AUTÉNTICO DOLOR. LA PUERTA DE CALLE ESTÁ ABIERTA. POR LAS PERSIANAS BAJAS
ENTRAN LOS ANARANJADOS RAYOS DEL SOL DE LA TARDE.

VOCES.- Dios te salve María. Llena eres de gracia... (Siguen oyéndose las voces salmodiando
el rezo, mezcladas con llantos. Tío Felipe viene del cuarto de Matilde y se dirige a un mueble. De allí
saca una botella de Cognac. Bebe de la botella)
TÍO FELIPE.- ¡No te pongas así, Matildita!
MATILDE.- Pero, tío Felipe...
TÍO FELIPE.- Que no sigas llorando, hija.
MATILDE.- Es que los muertos me asustan, tío.
TÍO FELIPE.- Así es la vida, ¿qué se le va a hacer? Un traguito. Con este calor uno se
deshidrata y se le seca la garganta. (Vuelve a tomar, pero se atraganta porque en la puerta
aparece un jovencito con una corona de flores. El viejo esconde la botella debajo del saco y se va a la
cocina)
JUNIOR.- ¿Es aquí dónde hay una dama muerta?
MATILDE.- Una vieja muerta.
TÍO FELIPE.- (Deteniéndose brevemente al oír a Matilde) ¡Esa no es manera de tratar a tu
abuelita! (Desaparece en la cocina)
JUNIOR.- ¿Dónde la dejo? (Matilde lo mira sin comprender) La corona.
MATILDE.- Llévala para adentro.
JUNIOR.- No podría. Perdóneme, pero los muertos me asustan. (Matilde gritonea un llanto)
La acompaño en el sentimiento y le dejo la corona aquí, si no le importa. (Elvira viene del
cuarto de Matilde)
ELVIRA.- No llore más, m’hijita. Se va a enfermar.
MATILDE.- ¿Por qué la tenían que poner en mi pieza?
ELVIRA.- ¡Matilde!
MATILDE.- Los muertos me asustan.
ELVIRA.- ¡Es tu abuela!
MATILDE.- Eso no impide que sea un muerto.
ELVIRA.- Cállate de una vez. (Al jovencito) ¿No esperarás una propina en un día de dolor
como el de hoy, no?
JUNIOR.- No señora. De todos modos la acompaño en el sentimiento.
ELVIRA.- Gracias, hijo. ¿Quieres entrar a ver a la muertita?
JUNIOR.- No señora.
ELVIRA.- Tienes que ver cómo quedó esa pobre cristiana, toda desmenuzada. Imagínate
que se tiró al tren.
JUNIOR.- Señora, es que...

21
ELVIRA.- Pero, anda, hijo. No es ninguna molestia. (Prácticamente empuja al jovencito
adentro. Luego se acerca a la corona) Que haga un poco de bulto. ¡Vino tan poca gente!
(Leyendo la tarjeta de la corona) Dora y Alfonsina.
NORA.- (Viniendo de dentro) ¿Quién es ese chiquillo que acaba de entrar?
ELVIRA.- No sé. Trajo esta corona.
NORA.- ¡Está que vomita! ¡Tiene una cara de espanto! Tuve que interrumpir mi llanto para
reírme de él. He llorado tanto que ya estoy prácticamente deshidratada.
ELVIRA.- Es que habría que ser de piedra para no llorar. (Entra Doña Gertrudis) ¡Doña
Gertrudis! ¿Qué me dice de esta tragedia?
GERTRUDIS.- (Con leve acento francés) Aún no lo puedo creer.
ELVIRA.- Nadie lo puede creer. (A Nora) ¿Conoces a la profesora de francés de Matilde?
Esta es Nora, mi cuñada.
GERTRUDIS.- Enchantée.
NORA.- Enchantée.
GERTRUDIS.- ¡Quel tragedie! Aún no lo puedo creer.
ELVIRA.- Nadie lo puede creer. ¡Que perdida tan irreparable!
GERTRUDIS.- Era una santa. ¡Y qué condiciones tenía para el francés!
ELVIRA.- Estaba llena de condiciones para muchas cosas. Sí, era una santa.
GERTRUDIS.- ¿Pero pourquoi? ¿Pourquoi?
ELVIRA.- Es lo que todos nos preguntamos. (Llorando falsamente) ¿Sorcua? ¿Sorcua? Vaya a
verla, que le dará una gran alegría. (Gertrudis se dirige al cuarto)
GERTRUDIS.- ¡Ay, pobre mamá Cora!
ELVIRA.- (a Nora, burlándose) ¡Pobre mamá Cora! ¡Tenía ochenta y tres años! ¡Qué querían!
¿Qué llegara a los cien? Si yo llegara a vivir un día después de los ochenta, me suicido.
NORA.- Es lo que ella hizo.
MATILDE.- Mamá, ¿puedo ir a la casa de la Pati?
ELVIRA.- ¡No! ¿Qué va a decir la gente? Quédate y llora un poco más o ándate a mi cuarto
y acuéstate un rato en mi cama. (Matilde sale)
TÍO FELIPE.- (Apareciendo desde la cocina) He perdido el sentido de la orientación, Elvirita.
¿Dónde está el velorio?
ELVIRA.- (Indicándole) Por ahí. (El tío sale) Este viejo se va a tomar hasta el agua de las
flores. (Aparece Sergio, desde la pieza de Matilde) ¿Qué hace nuestra querida cuñadita?
SERGIO.- Está llorando. (Toma un vaso de agua)
ELVIRA.- ¡Hipócrita! ¿Sabes qué me insinuó esta tarde? Que tú y Nora eran amantes
(Sergio se atraganta con el agua)
NORA.- ¿A quién le importa lo que diga? Yo tengo la conciencia tranquila.
SERGIO.- ¡Mujeres! ¿Cómo pueden ir y venir con chismes en un momento así? (Entran
Doña Juanita, con un enorme recipiente de plástico con agua, y su nieta Patricia)
JUANA.- En momentos así no hay lugar para el rencor. Te traje el agua de los ravioles.

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ELVIRA.- ¡Qué corazón el suyo, Doña Juanita! (A Pati) Patita, agarra éso y llévalo a la
cocina. (La jovencita va a la cocina con el recipiente)
JUANA.- Mi más sentido pésame.
SERGIO.- Gracias, doña Juanita.
JUANA.- ¿Para qué nacerá uno? Es tan corto el tránsito por la vida que sinceramente no
vale la pena.
ELVIRA.- Es lo que decimos todos. No vale la pena, no. Pase, doña Juanita. Pase, que el
alma de la pobre se sentirá muy reconfortada. (Juanita va adentro. Pati vuelve de la cocina)
PATRICIA.- ¿Y Matilde?
ELVIRA.- Matilde está en mi cuarto. Anda a distraerla un poco, tesoro. ¡Qué linda estás
con ese vestidito nuevo! Pareces una modelo. (Pati sonríe y se va) ¡Qué horrible está esta
cabra chica! Cada día se parece más al padre. ¡Otra vez me duele la cabeza! Voy a tomarme
una aspirina.(Sale hacia la cocina)
SERGIO.- ¿Por qué aprovecharía Susana un día como el de hoy para hablar de lo nuestro!
NORA.- ¡Nos vió saliendo del Niágara, pero yo lo negué! Si Antonio se enterará...
SERGIO.- ¡No! ¡Sería terrible para mi pobre hermano! ¡Con lo que yo lo quiero!
NORA.- Parece que ella también te está poniendo cuernos.
SERGIO.- (que hasta ahora estuvo susurrando, explota a gritos) Mi esposa jamás me ha puesto
cuernos. (Emilia viene del velorio)
EMILIA.- ¡Un poco de respeto por la madre muerta!
JORGE.- (apareciendo con el junior desmayado en brazos) ¿Quién dejó entrar a esta criatura?
Los velorios no son para niños. (Jorge lo acuesta sobre el sofá. Elvira viene de la cocina)
ELVIRA.- (gritando) ¿Qué pasó?
EMILIA.- No grites.
JORGE.- (a Elvira) ¿Por qué lo dejaste entrar?
ELVIRA.- ¡Yo no lo dejé entrar! ¡Él quiso verla! (El jovencito vuelve en sí) Bueno m’hijito,
recupérate luego y ándate, que un velorio es algo serio. ¿Te sientes mejor?
JUNIOR.- Sí. (se incorpora) Los acompaño en el sentimiento. (Sale, mientras Emilia y Jorge
vuelven al velatorio y Susana viene desde allí)
ELVIRA.- (a Nora) Explícale que ésto no es una fiesta, por si no lo sabe.
SUSANA.- (a Nora) Dile que ya que se está dando el gusto de velarla aquí, que por lo
menos traiga más sillas.
NORA.- ¿Quieren dejarse de hueviar? Tengan piedad de mis nervios.
ELVIRA.- ¡Nora!
NORA.- (tratando de recomponer su imagen) Tengo los nervios destrozados.
ELVIRA.- Si te sientes así, no es culpa mía.
SUSANA.- Ni mía tampoco. Yo no eché a mamá Cora. Perdí la paciencia, eso es todo...
ELVIRA.- Si vuelves a contarme lo de la mayonesa, te juro que pego un grito. (Suena el
teléfono) ¡Qué falta de respeto! ¡Llamar en un día de duelo! (Atiende) Aló. ¿Sí? Yo soy la
esposa. Hable. ¡No! Repítamelo. (Nora y Susana se le acercan. Emilia se asoma. Elvira ríe)

23
EMILIA.- ¿No te da vergüenza reírte en un día como hoy?
ELVIRA.- Pero... ¿está seguro? No, yo no me fijé y si los propios hijos no se dieron cuenta...
EMILIA.- ¿De qué no nos dimos cuenta?
ELVIRA.- De que se equivocaron de muerta. Ese cadáver es de otra persona. (Emilia vuelve
a desmayarse, pero ya nadie le hace caso porque están acostumbrados)
SUSANA.- tenía los mismos zapatos.
ELVIRA.- (al teléfono) Bueno, venga a buscarla enseguida. Que la estamos velando en la
pieza de mi hija y ya hemos llorado como locos. (Cuelga)
ANTONIO.- (Viniendo del velatorio) ¿Qué pasa? (Al entrar tropieza con Emilia) ¿Emilia, qué
haces aquí? ¿Te parece el momento apropiado para dormir una siesta? (Aparecen todos)
EMILIA.- (gateando y gimiendo como una niña) ¡Mamá! ¿Dónde está mi mamá?
ELVIRA.- ¡Que alguien le tape la boca a esa mujer! La muerta que estamos velando es una
húngara que antes de suicidarse dejó una carta a la policía.
EMILIA.- ¿Dónde está mamá? ¿Dónde? (Aparecen Matilde y Patricia)
MATILDE.- ¿Qué pasa?
ELVIRA.- Que esa muerta que estamos velando, no es tu abuela. Es una húngara.
MATILDE.- (histérica) ¡Yo no duermo más en esa pieza!
SEÑORA SORDA.- (Entrando desde la calle) ¡Que tragedia! Acabo de enterarme. ¿Por qué lo
hizo? Pobre santa. ¿Dónde está? ¿Dónde está mi amiga?
ELVIRA.- No se preocupe, que no es ella.
SEÑORA SORDA.- ¡De cuánto dolor está sembrada la vida! (Va al cuarto de Elvira, vuelve a
salir y se dirige al de Matilde, ante la mirada de todo el mundo que le sigue los pasos) Tú que fuiste
una santa entre todos los santos y que nos dejaste antes de tiempo para bendecirte...
ELVIRA.- Déjenla llorar. ¿Que hacemos? Sáquenme a esa húngara de la pieza de la niña.
JUANA.- No nos apuremos, Elvira. Quizás ese llamado haya sido una broma. Llamen a la
policía, sólo así sabremos la verdad.
MATILDE.- Yo no duermo más en esa pieza.
ELVIRA.- ¡Cállate! (Sergio busca el número en la guía) ¡Tanta lágrima inútil! ¡Tanto dolor
malgastado! (A Sergio) ¿Lo encontraste? (Sergio marca un número de teléfono)
EMILIA.- ¡Pobre mamá! Si llegara a ser ella... ni un velorio tranquilo pudo tener la pobre.
ELVIRA.- No llores más hasta que sepamos. ¿Para qué derramar lágrimas por muertos
ajenos?
SERGIO.- (Hablando por teléfono) Aló. Buenas tardes. Mire... esta tarde denunciamos la
desaparición de una señora anciana y dos horas más tarde nos llaman para decirnos que la
habían encontrado y que estaba en la morgue. ¿Cómo? Sí. Muerta, claro. Entonces nos
fuimos a la morgue y la reconocimos por los zapatos, porque el resto estaba desfigurado.
Imagínese, se tiró al tren. Después de llenar no sé cuántos trámites, conseguimos traerla a
casa con este calor. Hace cuatro horas que la estamos velando y ahora resulta que recibimos
otra llamada y nos dijeron que el cadáver que tenemos en mi casa no es el de mi madre,
sino el de una húngara. ¿Averigüemelo, por favor? (Tapa el auricular) Fue a ver.

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ELVIRA.- Por Dios, no se aglomeren. Hace un calor de perros.
SERGIO.- (volviendo al teléfono) ¿Sí? Ah. Pero no sabe quién... ¿Está seguro?... Bueno.
Gracias. (Cuelga) Dice que no sabe nada de ninguna húngara.
GERTRUDIS.- Voilá.
ELVIRA.- ¡Cuánta gente baja hay en este mundo, madre mía! Bueno, a seguir entonces con
el velorio, que aquí no ha pasado nada. (todos vuelven automáticamente a llorar mientras se
dirigen nuevamente al velatorio. Los únicos que quedan son Elvira, Nora, Matilde, Pati y Sergio)
MATILDE.- Mamá, ¿podemos ir a la casa de...
ELVIRA.- ¡Qué no! Te he dicho mil veces que no. (Matilde vuelve a la pieza de Elvira con Pati)
NORA.- Se me parte la cabeza. Nunca había pasado un domingo más miserable.
TÍO FELIPE.- (apareciendo desde el velatorio) Tengo la garganta seca, Elvirita. ¿No tendrás
algún licorcito por ahí?
ELVIRA.- No, ya se los tomó todos. Vaya a rezar por mamá Cora como buen cristiano.
(Sergio lleva a tío Felipe al velatorio. Mientras entra mamá Cora, como si flotara en el aire. Elvira se
incorpora automáticamente) ¿Qué me dice usted de esta tragedia (Nora se incorpora aterrada) Se
cono... (reaccionando espantada) ¡Mamá Cora!
MAMÁ CORA.- ¿Qué tal, hijas?
ELVIRA.- ¿Dónde estuvo metida todo el día? ¡Qué inconsciente! Tenemos la casa llena de
gente.(se escuchan los rezos desde dentro. Nora abraza a la vieja llorando histéricamente)
MAMÁ CORA.- ¿Qué sucede?
ELVIRA.- ¿Qué hacemos ahora? ¿Qué hacemos, Nora?
NORA.- Llévala a tu dormitorio.
ELVIRA.- Venga, mamá Cora. ¡Pero qué inconsciente! (Elvira la guía hasta su cuarto, pero
mamá Cora se detiene al escuchar los rezos y llantos)
MAMÁ CORA.- Alguien está llorando en la pieza de Matilde.
ELVIRA.- No se preocupe. Es la televisión. (A la vieja se le ilumina el rostro)
MAMÁ CORA.- ¿La televisión? (Intenta encaminarse hacia el velatorio. Elvira la detiene)
ELVIRA.- Es la tele de la casa de al lado. Venga, recuéstese un ratito en mi cama. (La lleva.
Silencio. En ese momento se escuchan los gritos histéricos de Matilde y Pati. Aparecen gritando
como poseídas. Corren alrededor de Nora que está al borde de una crisis. Los parientes y amigos de
mamá Cora se asoman. Las niñas dan una ultima vuelta y salen a la calle, siempre gritando)
TODOS.- ¿Y ahora qué pasa? ¿Qué es ésto? ¿Qué pasa?
SERGIO.- ¿Qué pasa?
ELVIRA.- (viniendo de su habitación) ¿Dónde hay un voluntario que quiera darle unas
cachetadas a esas cabras? El barrio se va a alborotar. (Gritando a la calle) ¡Matilde!
SERGIO.- ¿Qué pasa?
ELVIRA.- Pasa que el llamado de hoy era del departamento de policía.
GERTRUDIS.- Pero ma fille, no hagas caso de ese llamado. Deja que la pobre tenga un
velorio tranquilo.
ELVIRA.- La que tiene un velorio tranquilo es esa húngara. Mamá Cora está en mi pieza.

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SUSANA.- ¡Ay Dios! (Susana, Emilia, Jorge, Sergio y Antonio corren hacia dentro)
ELVIRA.- ¡Qué domingo! ¡Madre! ¡Qué domingo!
TÍO FELIPE.- (Apareciendo) ¿Qué pasa? He oído gritos. ¿Pasa algo, Elvira?
ELVIRA.- Sí. Pasa algo. (Mamá Cora vuelve con sus hijos)
TÍO FELIPE.- ¡Dios! Este es un aviso. No tomo más. (Sale tambaleándose a la calle)
GERTRUDIS.- ¡Mamá Cora!
MAMÁ CORA.- ¡Gertrudis! ¿Qué pasa aquí? ¿Alguien está de cumpleaños?
JUANA.- ¿Dónde estuvo todo el día?
MAMÁ CORA.- En el cine. Era un programa triple con películas de Carlos Gardel.
JUANA.- ¡Pero todo el día!
MAMÁ CORA.- Para no molestar a Susana y a Jorge. Los pobres están nerviosos y quise
dejarlos solos por unas horas. (A Elvira) ¿Por qué gritó Matilde cuándo me vió entrar?
ELVIRA.- No sé. ¡Esa niña está tan rara!
MAMÁ CORA.- Ni que yo fuese un fantasma. Pero,... ¿qué hace toda esta gente aquí?
JUANA.- Venimos para ver si querías acompañarnos a un velorio.
MAMÁ CORA.- ¿Quién murió?
JUANA.- Una pobre húngara.
MAMÁ CORA.- Yo conocí a una húngara hace muchos años.
JUANA.- Seguro que es la misma.
MAMÁ CORA.- No hay que dejar de ir, entonces. ¡Ay, qué corta es la vida! ¡Dios mío!
SEÑORA SORDA.- ¿Qué pasó? ¿No te habías muerto?
MAMÁ CORA.- ¡Qué cosa!
ELVIRA.- La húngara las está esperando. Vayan rápido. Si se apuran, encontrarán buenos
sitios. (Los viejos comienzan a movilizarse) Adiós a todo el mundo. No se despidan que no
terminaríamos nunca. Qué Dios los bendiga. (Los ancianos van saliendo)
JUANA.- Elvira, la niña se me escapó con Matilde. Cuando vuelva la envías a casa.
ELVIRA.- ¿Por qué no me la presta hasta mañana? Para que acompañe a Matilde. La pobre
va a tener miedo de dormir sóla en su pieza.
JUANA.- Está bien. Quédate con ella. Yo le aviso a su papá.
MAMÁ CORA.- ¿Será la misma húngara?
ELVIRA.- No cabe duda. (A Nora que recoge sus cosas como una zombie para irse) Nora,
planeemos algo divertido para el próximo domingo. ¿Qué te parece? Cuando nos juntamos
no lo pasamos tan mal, ¿verdad? (Susana ríe histéricamente) ¿Y tú? ¿De qué te ríes?
SUSANA.- ¿De qué me río? De ti. De todos nosotros me río. (Y se echa a llorar al mismo
tiempo que se deja caer sobre el sillón desesperada)

CAE EL TELÓN

FIN

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