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Débora Kantor
CAPÍTULO 2
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El acceso desigual
La emergencia y la visibilidad de los jóvenes son subsidiarias –entre otros
factores– del mercado de consumo y de la poderosa industria cultural que
contribuyó a constituirlos como tales a mediados del siglo xx. En un proceso
similar, es evidente que, en el ámbito de la moda y la oferta mediática, la
adolescencia temprana se encuentra actualmente en franca consolidación en
tanto segmento teen del mercado. Preadolescentes, adolescentes y jóvenes
conforman un segmento altamente rentable para la industria discográfica,
de indumentaria, los medios y la tecnología.
Así, pibes/as de diferentes sectores sociales viven atravesados por el ideal
del acceso y la ilusión de estar incluidos en un mercado que tiende a homo-
logarlos a la hora de suscitar aspiraciones y deseos, y que diferencia, incluye
y excluye a la hora del acceso.
Es decir, señalar la potencia de los mensajes que homogeneizan no
implica desestimar las diferencias y los abismos que existen entre la experien-
cia cultural de los distintos sectores de la población adolescente y juvenil en
virtud de la profunda crisis económica de las últimas décadas, que definen la
concentración del capital, por un lado, y la concentración de la pobreza y
la indigencia, por otro. La oferta cultural, los consumos y las prácticas se
despliegan también en ese horizonte.
Por un lado: la existencia de una oferta cultural diversificada, dinámica
y unas condiciones materiales favorables para el acceso a casi todo lo dispo-
nible; por otro: una oferta cultural estrecha y precaria, y condiciones de vida
acuciantes que restringen el mundo y las experiencias posibles. Por una parte:
consumos y producciones inscriptos en paradigmas convencionales, donde
lo nuevo se asienta en una hegemonía que perdura y, a su vez, la refuerza;
por otra parte: producciones simbólicas derivadas de posiciones sociales de
exclusión que irrumpen en el mercado cultural con prácticas y significados
también nuevos, también cambiantes, inscriptos en una subalternidad que
se profundiza. Por un lado: la posibilidad de entrar en contacto, de conocer,
de optar, de experimentar; la libertad posible dentro de los condicionamien-
tos del sistema y del mercado. Por otro lado: el acceso a las posibilidades que se
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Identidad y consumo
En este contexto, aparece como evidencia en numerosos campos de estudio
que las cuestiones relativas a la construcción de identidad se vinculan cada
vez más al consumo, en detrimento de las agencias socializadoras tradiciona-
les. Esta nueva configuración adquiere una centralidad notable para el con-
junto de la población, pero en especial en el caso de adolescentes y jóvenes,
para quienes el acceso a ciertos bienes materiales y simbólicos se inscribe en
el proceso que supone una identidad en construcción.
La conformación de agrupamientos en términos de clase, de generación o
de estamentos dentro de ellas se sustenta en elecciones con eje en ciertos con-
sumos, ritos y prácticas, que constituyen claramente propuestas identitarias.
El impacto que el consumo de bienes materiales y simbólicos tiene sobre
la construcción identitaria de adolescentes y jóvenes no refiere solamente a
identidades individuales o de pequeños grupos de pertenencia, remite tam-
bién a identidades de segmentos poblacionales más amplios, a la conformación
de comunidades locales, nacionales y transnacionales.
En los comportamientos, producciones, referencias y preferencias de
adolescentes y jóvenes es posible advertir que las redes sociales, culturales y
de consumo que propician adscripción y reconocimiento no se definen
exclusivamente en relación con coordenadas físicas y geográficas. Lo local se
perfila, en ese sentido, como una adaptación o especificación de lo global
y/o como aquello que se ubica fuera de lo global. Esta inversión de la noción
afuera-adentro, en virtud de la cual lo global es el interior y lo local el exte-
rior, es, para Paul Virilio (2006:78), «la última mutación globalitaria, aquella
que extravierte la localidad».
En este marco, señala García Canclini (1995), se produce la reelabora-
ción de lo propio ante el predominio de bienes y mensajes procedentes de
una economía y una cultura globalizadas, y la consiguiente redefinición del
sentido de pertenencia e identidad, organizado cada vez menos por lealtades
locales o nacionales y más por la participación en comunidades transnacio-
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La concentración del poder económico que rige a los media, a las tele-
comunicaciones, a la informatización es en efecto un peligro para la
democracia pero a la vez una oportunidad de democratización. ¿Cómo
responder al peligro sin anular la oportunidad? No tengo ninguna res-
puesta normativa ni general; creo que hay que resistir inventando una
forma de resistencia que no sea reaccionaria ni reactiva. […] En cada
situación hay que asumir de forma singular la responsabilidad de
inventar una respuesta. […] Ya que estamos atrapados en unos impe-
rativos contradictorios, la respuesta buena no puede tener una forma
general, inamovible, estática. […] quiero ser a la vez de los que militan
a favor del libro, del tiempo del libro, de la pervivencia de la lectura
de todo lo que la vieja civilización del libro ordena, pero al mismo
tiempo no quiero defender el libro contra todo tipo de progreso téc-
nico […]. Quiero hacer las dos cosas a la vez: estar a favor del libro y de
los medios de comunicación. […] He de reconocer que, tomado de esa
forma, lo que digo es contradictorio, pero no veo por qué tendría que
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En línea con estas ideas e inquietudes, y en relación con los asuntos que esta-
mos abordando, no pretendemos cerrar filas con perspectivas detractoras ni
celebratorias de las nuevas prácticas y recursos, o de sus consecuencias más
visibles, sino reconocer el rol que la tecnología está jugando en la creación
de una nueva sensibilidad social y cultural. En virtud de estas nuevas sensi-
bilidades, la realidad se decodifica, se aprehende y se habita desde otras coor-
denadas; corresponde, entonces, analizar algunas implicancias que ellas pueden
tener para nuestro trabajo.
«Los jóvenes de las pantallas no se interesan por nada», describe y acusa
la sentencia paradigmática de los detractores de estas nuevas prácticas y sen-
sibilidades. Como señala Balardini, dos fenómenos inapelables discuten con
ella. Primer fenómeno: la movilización instantánea en ocasión del 11-m
(atentado en la estación de Atocha, Madrid, 11 de marzo de 2004) generada
a partir del mensaje de texto «a las 14 en la sede del pp, pásalo», que exigió
transparencia, colaboró en develar la mentira de la versión oficial que seña-
laba la responsabilidad de eta y contribuyó a revertir el resultado previsto de
las elecciones presidenciales. Segundo fenómeno: el papel clave que desem-
peñaron la información y la comunicación al instante en la movilización de
los estudiantes secundarios en Chile durante el año 2006 a propósito de diver-
sas reivindicaciones, que provocaron decisiones gubernamentales y cambios
de gabinete.
Situaciones de esta naturaleza y de esta contundencia conviven con otras
evidencias o perspectivas que describen, analizan y alertan no sin cierto desen-
canto. Bauman (2005) se refiere al universo chat como escenario de relacio-
nes de nuevo tipo, que caracteriza como efímeras y cambiantes. Para este
autor, el chat constituye el paradigma de las comunidades de ocasión, pro-
pias de los tiempos actuales (de la «modernidad líquida»), que reemplazan,
sin prisa y sin pausa, a las comunidades de afinidad, propias de otras épocas.
En ese universo donde todo es unirse y separarse, se despliega «la exis-
tencia simultánea del impulso hacia la libertad y el anhelo de pertenencia»,
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que ordena las vidas en estos tiempos. «Ambos impulsos –continúa Bauman–
se funden en la absorbente y consumidora tarea de “crear una red de cone-
xiones” y “navegar en la red”, dado que el ideal de conexión […] promete
una navegación segura (al menos no fatal) entre los arrecifes de la soledad y
del compromiso, entre el flagelo de la exclusión y la férrea garra de lazos asfi-
xiantes, entre el irreparable aislamiento y la atadura irrevocable». El chat per-
mite tener «compinches» que, «como bien lo sabe cualquier adicto, van y
vienen, aparecen y desaparecen, pero siempre hay alguno en línea para aho-
gar el silencio con mensajes». Cada conexión, señala este autor, puede ser de
corta vida, pero su exceso es indestructible (54).
Los pibes suelen vivir inmersos en este exceso de mensajes y conexiones.
Entre los niños y niñas de hoy, ansiosos por crecer y moverse en ese mundo
con la autonomía que despliegan los más grandes, se escuchan con frecuencia
diálogos referidos a la cantidad de contactos que tiene (que logró acumular)
cada uno. Cuantos más, mejor, claro está: más conexiones posibles. Mayor
inmersión en la cultura chat representa la conquista de un mundo más
amplio; más contactos simultáneos suponen y permiten más naturalidad y
familiaridad con ese entorno, que los pibes no suelen utilizar para comuni-
carse con unas pocas personas.
En este marco, una profesora de escuela media avisa por chat: «Mañana no
hay clases porque hay jornada de reflexión» y adjunta la imagen de una
carita con risa cómplice. Ocurría que jugaba la selección argentina, eran
tiempos del Mundial de Fútbol 2006. Es difícil imaginar a la misma profe-
sora anunciando por ese medio la toma de una prueba, pretendiendo que los
alumnos acepten sin chistar la mala nueva; ellos seguramente cuestionarían
la legalidad del modo elegido para realizar la comunicación, y ella se vería en
problemas. Pero ¿qué mejor que ese (su) entorno «natural» para comunicar-
les una buena noticia? Nuevas situaciones, nuevas formas y recursos para el
encuentro y la comunicación avanzan sobre las relaciones institucionales entre
adultos y jóvenes obligando a repensar las posiciones de cada uno, las normas
vigentes y los canales habituales para informar y validar mensajes. Algo no
deja lugar a dudas: la profesora dio por sobrentendido que sus alumnos esta-
rían en la red, los buscó… y los encontró.
Cuando los responsables de un programa de campamentos para escuelas
medias a las cuales concurren adolescentes que habitan villas y barrios pre-
carios se encuentran con la iniciativa de los alumnos de armar un periódico
virtual, están enfrentando varias «novedades» o evidencias al mismo tiempo.
Primero: los pibes (incluso «este tipo de pibes», tal como escuchamos o deci-
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juicios y valoraciones sesgadas como advertir que, en virtud del lugar que
ocupan la exaltación del delito y la marginalidad en muchas de estas produc-
ciones, no resulta inocuo que ellas constituyan una referencia simbólica pri-
vilegiada para la adscripción identitaria de los jóvenes, particularmente, los
de sectores populares.
En este sentido, el propósito de abrir horizontes y dar a conocer un aba-
nico amplio de manifestaciones culturales, que tiene gran relevancia para la
educación de adolescentes y jóvenes en general, adquiere significados parti-
culares para los pibes de los sectores sociales más castigados: permite la entrada
en escena de referencias simbólicas que contribuyen a no tornar únicos e
inexorables aquellos contenidos y prácticas a los que pueden empujar las
condiciones de adversidad. Poner a disposición otros espejos posibles despre-
cariza la oferta identitaria.
La discusión en torno a los criterios de evaluación y a los juicios desca-
lificatorios sustentados en parámetros estéticos consagrados en el marco de
relaciones de poder no nos autoriza a sustraer de la experiencia de los pibes
más pobres los bienes culturales socialmente disponibles pero de difícil acceso
para muchos de ellos. Tampoco nos autoriza el mandato del respeto a la
diversidad, ya sea en tanto admisión de lo «subalterno» desvalorizado –pero
imposible de no considerar en virtud de su contundencia– o en tanto reco-
nocimiento convencido, excluyente y reverencial de lo que constituye lo
propio, lo genuino.
Llegado este punto, interesa señalar un asunto que, lejos de poder resol-
verse mediante mandatos generales, exige reflexión y sinceramiento: no inte-
rrogamos del mismo modo las preferencias, los consumos y las producciones
de unos y de otros (tanto en el terreno de la música como en cualquier otro).
Por motivos vinculados a la inequidad, a la injusticia y a la hegemonía cul-
tural, los consumos de los pibes de sectores medios o altos pueden constituir
aquello que queremos ofrecer a los jóvenes de los márgenes, mientras que los
intereses de estos difícilmente serán considerados a la hora de ampliar el aba-
nico de experiencias culturales de los incluidos. En este sentido, cabe pregun-
tarnos, por ejemplo, si acaso ampliar es siempre ampliar, abrir, enriquecer o,
en ciertos casos, es un eufemismo de cambiar, elevar y mejorar… En el capí-
tulo 5 de este libro, abordaremos el tema del respeto a los intereses de ado-
lescentes y jóvenes, y analizaremos las expresiones que este adquiere, con
independencia –o no tanto– del sector social al que pertenecen. Mientras
tanto, junto a las preguntas cuyas respuestas resultan escurridizas, algunas cer-
tezas pueden orientar las intervenciones: educar es, en todos los casos, lo
contrario a sustraer experiencias, oportunidades y referencias.
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Posdatas
Entre la manipulación y la autonomía
Acerca de tiempos y espacios autoadministrados por los jóvenes y/o asediados
por el mercado, veamos las reflexiones de Carles Feixa (1998:141):
Es un hecho evidente que los jóvenes acuden mucho más a los espacios
“ de ocio que los adultos. […] estos espacios aparecen como lugar donde
disfrutar de una cierta autonomía, en contraste con la autoridad adulta domi-
nante en otras esferas de su vida […].
Con todo, conviene no dejarse llevar al engaño de afirmar que «la actividad
que los jóvenes realizan en el tiempo libre es, como su nombre lo indica,
la más libre de todas las actividades del joven» […]. Pues su ocio no es ni
mucho menos libre. Las industrias del consumo juvenil ya se encargan de
explotarlo al máximo, induciendo necesidades y creando modas, reprodu-
ciendo la lógica de la producción y del mercado que asegura doblemente la
subordinación de los jóvenes: sujetándolos mediante el consumo a las nor-
mas del sistema, poniendo límites a su acción, trazando unas fronteras preci-
sas fuera de las cuales se sientan desplazados.
[…] Pero tampoco podemos desdeñar las funciones positivas de sociabilidad
que esos espacios cumplen, ignoradas por los discursos moralistas que culpan
a pubs y discotecas del «pasotismo» y la «perdición» de los jóvenes. Pues es
en ellos donde algunos de ellos encuentran maneras de construir su precaria
identidad social, donde articulan estrategias para escapar a los sutiles contro-
les de la cultura dominante. Instrumento de control, el ocio puede ser tam-
bién incubador de disidencia: permite la convivencia con el grupo de iguales,
que es la mejor defensa contra la autoridad; da lugar a la generación de estilos
de vida diferentes a los hegemónicos. Instrumento de consumo estandari-
zado, en el ocio los jóvenes organizan también su propio consumo diferen-
ciado: manipulan y readaptan los objetos ofrecidos por el mercado y los dotan
de nuevos significados. Se apropian en él colectivamente de espacios urbanos,
reorganizando el mapa significativo de la ciudad, y «ganan terrenos de
autonomía» en los intersticios del sistema.
”
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La vida en la pantalla
Bajo este título, la psicóloga Sherry Turkle presenta los resultados de una intere-
sante investigación en la que, entre otras cuestiones, analiza los procesos que tienen
lugar en los denominados MUD (sigla que en inglés identifica a los Dominios de
Múltiples Usuarios). La investigadora describe a los jóvenes que frecuentan estos
juegos de simulación no solo como consumidores, sino como actores y autores;
autores no solo de un texto, sino de ellos mismos. Quienes frecuentan los MUD se
crean a sí mismos en ese entorno.
La simulación, la navegación y la interacción en entornos de este tipo supo-
nen ir al descubrimiento de nuevas oportunidades y de información requerida o
insospechada. Los juegos de simulación enseñan a pensar de manera activa sobre
fenómenos complejos en la medida en que implican explorar, probar, ensayar, des-
cubrir las reglas de un entorno experimentando a sabiendas de que no hay un solo
recorrido correcto.
El contacto intensivo con las pantallas y con las lógicas que predominan en
ellas, la interacción en entornos generados por los programas de juegos de simu-
lación provocan la renegociación de nuestras fronteras. La vida transcurre, enton-
ces, en el umbral entre lo real y lo virtual, entre lo animado y lo inanimado. De las
numerosas ventanas que están abiertas en los MUD, la vida real (VR) es solo una
más… «y normalmente no es la mejor», señala uno de los entrevistados (1997:21).
Turkle propone las ventanas (los programas abiertos en simultáneo, la multi-
plicidad de entradas, salidas y conexiones dentro de un mismo programa, etc.)
como una metáfora poderosa para pensar el yo como un sistema múltiple, distri-
buido. No se trata de diferentes papeles que se juegan en diferentes escenarios,
en diferentes momentos; no son identidades alternativas: son paralelas, coexisten.
En ese contexto, afloran nuevas formas de subjetivación que, a su vez, distorsionan
los escenarios en los cuales se construye la identidad. Nuevas preguntas acerca de la
construcción de la identidad aparecen en escena: preguntas relativas al yo unitario
y/o múltiple, dada la posibilidad de ser muchas personas al mismo tiempo, de
reinventarse en cada una de ellas, de establecer allí vínculos que no son posibles en
la vida real: la posibilidad de ser allí lo que resulta dificultoso ser «realmente».
Los MUD no son aún una realidad extendida en nuestro medio (aunque
Second Life avanza sin prisa y sin pausa, y ya hay quienes ganan más dinero en sus
transacciones virtuales que en la VR). En cualquier caso, lo que sí ya es habitual es el
contacto intensivo con las pantallas y con las lógicas que predominan en ellas,
donde la interacción con las reglas y con los otros, tal como las generan los pro-
gramas de juegos, constituye una oportunidad de expresar y experimentar múlti-
ples aspectos del yo, a menudo inexplorados.
Pensemos, por ejemplo, en la creciente habitualidad y comodidad con que los
pibes presentan (¿y/o sustituyen?) la propia realidad por sus representaciones a
través de blogs, sitios y fotologs. Se trata de otras oportunidades y otros escenarios
para desplegar los ensayos que caracterizan la construcción adolescente, para pre-
sentarse como les gustaría que se los viera, para conocer a otros del modo en que
esos otros deciden presentarse ante los demás.
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