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The mask you live in – Alberto Prado

¿Somos realmente conscientes del grado de influencia que puede tener el


constructo social en nuestra identidad personal? A medida que nos sumergimos en
una vida cada vez más arraigada a la monotonía del cumplimiento de las tareas que
nos imponen nuestros roles, perdemos la visión e instancias de conocernos mejor
como personas y entender que nuestra integridad va más allá de lo que llegamos a
expresar a los demás. El documental The mask you live in nos permite
reencontrarnos con todas aquellas experiencias que marcaron cambios en nuestras
vidas, forjaron nuestras personalidades, pero que sin lugar a dudas, difícilmente
formaron parte de un proceso consciente del cual pudiésemos ser protagonistas.
Son nuestros amigos, nuestra familia y los seres que nos rodean los arquitectos de
un código de conductas que se ha impregnado en nuestra forma de reaccionar
frente a la vida y frente a nosotros mismos. He disfrutado cada minuto, cada
experiencia y no pude evitar cuestionarme hasta qué nivel somos capaces de
aceptarnos y convivir con nuestras propias cualidades si no hacemos más que
sobrellevarlas en su conjunto, como una condición estática que nos viene dada y nos
permite desenvolvernos en cada uno de los espacios sociales que nos incorporan
más por el rol temporal que jugamos, como alumnos, compañeros o trabajadores,
que por los valores que nos pudieron haber formado como personas y que lo
seguirán haciendo a lo largo de toda nuestra vida. Es cierto, en lo personal muchas
veces me he preguntado por qué es tan difícil exteriorizar nuestros sentimientos,
nuestras experiencias y en innumerables casos, nuestras opiniones. Nos excusamos
en la falta de tiempo, falta de instancias que llevan a estancar una escasez de
confianza, de cercanía, y nos mantenemos en un constante ciclo de relaciones en
tiempos libres basadas en la reiteración de hábitos, objetivos e intereses que
tenemos los unos con los otros. Sin embargo, no progresamos, no vemos la forma
de escalar una armonía de relaciones que nos hagan más humanos, conscientes de
nuestras virtudes, talentos y defectos que nos hacen a todos seres únicos e
igualmente valorables, hombres y mujeres capaces de dedicar más tiempo e
intención a compartir y disfrutar de manera más sensible una vida honesta con los
demás y con nosotros mismos. El machismo y la discriminación de géneros seguirán
siendo las barreras que coartan nuestra necesidad innata de sentirnos libres. Destaco
el énfasis que se dio a la feminización de aquellos elementos que, por el contrario, sí
nos permitirían liberarnos de tantos estigmas sociales: las relaciones, las emociones
y podría agregar la búsqueda de desarrollo cultural, mental e interpersonal. La
velocidad con la que en la adolescencia estos elementos se abandonan en el
desarrollo de la personalidad masculina puede ser intervenida por la acción de
referentes que abran el diálogo y enfoquen de manera crítica la importancia del
respeto a la dignidad, el derecho de cada uno a expresarse por su propia naturaleza
y en forma cómoda. Contar con el apoyo de al menos un ser cercano, el modelo a
seguir que tantos hombres buscan, puede hacer la diferencia y ayudar a que una
persona tome el control de su identidad y logre sentirse libre por el resto de su vida.

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