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Max Weber y la sociología de la religión

Ivana Castañón Vázquez

Índice

1. Max Weber
2. La ética protestante
3. Consecuencias de la ética protestante
4. Conclusiones

5. Bibliografía

Resumen:

El presente trabajo consiste en una aproximación a la figura de Max Weber y sus trabajos
sobre sociología de la religión, tomando en especial consideración su obra La ética
protestante y el ‘espíritu’ del capitalismo. Además de explicar las relaciones que Weber
establece entre el sistema económico capitalista y la doctrina de la predestinación, se
analizará la relación entre el materialismo histórico desarrollado por Marx y la teoría
weberiana, poniendo especial énfasis en las dos posibles interpretaciones de esta y su
relevancia para la teoría sociológica clásica.

Palabras clave: Max Weber, ética protestante, espíritu del capitalismo, sociología de la
religión, idealismo histórico, ascetismo protestante.



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1. Max Weber

Max Weber es considerado uno de los padres fundadores de la sociología. Sus


contribuciones a la teoría sociológica clásica han tenido una gran influencia en autores
posteriores como Schumpeter, Marcuse y Habermas. Además, sus obras marcaron una
línea de investigación de orientación micro-sociológica muy diferente a la expuesta por
Durkheim y Marx. Weber desarrolló su propio paradigma, el paradigma de la acción,
según el cual la realidad social es resultado de las acciones individuales y el significado
subjetivo que los sujetos dan a sus propias conductas.

Las investigaciones sociológicas de Weber tuvieron lugar tras sus investigaciones


históricas. Para la práctica de la sociología, Weber utilizaba un método basado en el
análisis individualista sin dejar de lado el estudio de conceptos colectivos como los tipos
ideales, que consideraba el reflejo de la acción subjetiva individual y la interpretación que
se da a la propia acción. Así, el enfoque de Weber estudia tanto la acción de los hombres
como las superestructuras, que terminan por ser algo más que la suma de acciones
concretas y particulares. La acción social se diferencia a su vez de la conducta automática
en que la primera necesita de un proceso de reflexión en el que el individuo da una
significación propia a sus actos. El sociólogo debe interesarse por los procesos mentales
y las motivaciones personales que determinan la acción desde un enfoque sociológico, no
psicológico, e incluso las colectividades han de ser estudiadas como si se tratasen de seres
humanos autónomos.

Weber desarrolla un planteamiento epistemológico subjetivista en el que reconoce la


especificidad de las ciencias sociales y propone el empleo de métodos de investigación
cualitativos en lugar de cuantitativos. Los datos estadísticos y los experimentos propios
de la sociología funcionalista no formaron parte del corpus weberiano. En su lugar,
encontramos explicaciones de carácter historicista e interpretativo. A través del
paradigma de la acción, Weber establece una metodología exclusiva para las ciencias
sociales basada en la interpretación y la hermenéutica. Su posición respecto a las
cuestiones metodológicas discutidas en Alemania fue contraria a la mantenida por los
positivistas lógicos, quienes pretendían incorporar el método de las ciencias naturales a



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la sociología y la historia. Weber no consideraba que la historia y la sociología se rigieran
por leyes generales, pero tampoco veía los acontecimientos históricos como aleatorios.
Es decir, se situaba en un punto intermedio entre las visiones nomotéticas y las
idiosincrásicas. Además, valoraba positivamente los recursos heurísticos, entre los que se
encuentran los tipos ideales. Mediante ellos el sociólogo puede aprehender y
conceptualizar de forma más efectiva los fenómenos empíricos. Weber diferenciaba las
ciencias naturales de las ciencias sociales y humanas porque, mientras las primeras tan
solo pueden explicar los fenómenos que tratan de analizar, las ciencias sociales deben
comprender también aquello que analizan. El término verstehen fue el utilizado para
designar esta particularidad de la historia y la sociología. Con él Weber hacía referencia
a la forma de analizar los fenómenos sociales de las ciencias humanas frente a la erklären
(explicación) propia de las ciencias naturales.

En la obra de Weber también destaca un marcado carácter historicista. Para él la


sociología y la historia no son dos disciplinas diferenciadas de forma clara porque la
sociología aparecer supeditada a la historia como una herramienta de la misma. El papel
de la sociología es aportar los conceptos con los que el historiador debe trabajar. La
relevancia de la historia está a su vez relacionada con la importancia de la causalidad en
Weber porque desarrolla el análisis de los fenómenos sociales desde un enfoque
multicausal en el que los valores y las creencias toman un papel predominante pero no
exclusivo. De nuevo, toma un punto intermedio entre el conocimiento idiográfico y
nomotético, tomando la ‘causalidad adecuada’ como el punto de vista según el cual las
relaciones entre fenómenos sociales no son necesarias, pero tampoco azarosas.

El pensamiento de Weber se construye en torno a la capacidad de los valores y creencias


para influir en la realidad social y transformarla. En su obra La ética protestante y el
espíritu del capitalismo desarrolla esta idea analizando la relación entre la doctrina de la
predestinación y el ethos surgido a partir de la misma: la ética protestante. También
describe el sistema capitalista y el ethos que permite la aparición del mismo, es decir, el
espíritu capitalista. Siguiendo su razonamiento las dos grandes estructuras que busca
explicar (la doctrina religiosa y el sistema capitalista) no estarían relacionadas
directamente entre sí, sino que entre ambas se encontrarían estos dos ethos.



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2. La ética protestante

Weber utiliza el concepto de ética protestante para hacer referencia al conjunto de hábitos
diarios adquiridos por los individuos que pertenecían a cuatro movimientos religiosos
concretos: el calvinismo, el pietismo, el baptismo y el metodismo. La doctrina de la
predestinación fue para Weber el dogma que diferenció a estos cuatro movimientos del
protestantismo luterano. A partir de su publicación en la Confesión de Westminster
(1647) se produce un punto de inflexión cuyos efectos continuarán a pesar de la posterior
flexibilización de la doctrina de la predestinación y el final abandono de la misma.

Según el dogma de la predestinación el hombre carece de libre albedrío, es un mero


instrumento de Dios, el cual pasará a considerarse como el único ser con voluntad. El
destino del hombre y su gracia son decididos por Dios al comienzo de su vida. Para
Calvino el don de la salvación no puede perderse, pero tampoco puede ser alcanzado por
quien ha nacido como réprobo. De esta manera, las buenas obras y las demostraciones de
fe que aseguraban la vida eterna con Dios en el cristianismo católico dejan de cumplir su
función como técnicas de salvación. El estado de gracia es, además de un designio divino,
inescrutable por permanecer a los misterios de Dios considerados inaccesibles para el
hombre.

Las consecuencias psicológicas que tuvo la doctrina de la predestinación en las


comunidades religiosas son fundamentales para comprender su influencia dentro de los
múltiples factores que propiciaron la aparición de la ética protestante. Weber ve en esta
negación de la voluntad del hombre el origen de un desasosiego que condujo al
aislamiento del individuo, además de una negación de la cultura de los sentidos. Dios ya
no aparece como un padre fraternal y cercano que perdona las faltas de sus fieles. El
nuevo Dios de Calvino es un Dios autoritario que se presenta como el único ser libre y
con voluntad para decidir cómo han de ser la vida de los hombres. El amor al prójimo
había dejado de ser un requerimiento divino y el individualismo había encontrado
allanado el camino para su posterior desarrollo. El hombre calvinista sólo pertenece a la
Iglesia y sirve a su comunidad para poder alcanzar la gloria divina que asegure una vida
tras la muerte.



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Ante esta situación la práctica pastoral desarrolló dos tipos de consejo que pretendían
aliviar la carga psicológica de los fieles. Según el primer consejo, el creyente no debía
dudar de su propio estado de gracia porque toda desconfianza era una tentación del
demonio. El segundo consejo contradecía las enseñanzas de Calvino y afirmaba que el
estado de la gracia particular sí podía llegar a conocerse a través de un signo: el éxito
laboral. Este segundo consejo tuvo consecuencias inesperadas que permitieron el
nacimiento de una nueva mentalidad a la que Weber denominó ‘ascetismo protestante’.
El trabajo pasó a ser considerado una demostración de fe y los fieles comenzaron a
trabajar de forma compulsiva para asegurar su propia gracia. La sistematización y la
racionalidad pasaron a aplicarse a la vida cotidiana, negando así todos los placeres
mundanos por ser una ofensa a Dios. Siguiendo esta ética de la auto-perfección, el ocio,
la sexualidad y todo aquello que no fuera enfocado hacia el trabajo pasaría a ser
considerado como moralmente reprobable. Aunque los pastores protestantes pudiesen
casarse, los matrimonios puritanos por excelencia vivían en una asexualidad completa,
manteniendo la pureza de espíritu y el alejamiento de los placeres carnales requeridos por
la ética protestante.

Benjamin Franklin aparece representado en La ética protestante y el espíritu del


capitalismo como un ejemplo de hombre ascético. Su obsesión por la eficiencia y el buen
uso del tiempo y el dinero representan una muestra clara de aquello a lo que Weber hace
referencia en su obra. El empleo de registros y tablas de contabilidad con las que controlar
la conducta diaria fue un elemento indisociable de la nueva mentalidad protestante.
Existía una preocupación fundamental por alcanzar la perfección en una serie de virtudes
que elevarían al hombre hacia Dios y lo alejarían del mundo material.



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3. Consecuencias de la ética protestante

La nueva ética tendrá para Weber dos consecuencias fundamentales. Por una parte, la
ética protestante hizo posible la aparición de un nuevo ethos: el espíritu del capitalismo.
Por otra, la sistematización y el excesivo control de la vida cotidiana facilitaron el
desarrollo de los procesos de racionalización instrumental, el individualismo y el
desencanto del mundo.

El trabajo compulsivo como signo de gracia es considerado por Weber como una de las
ideas que permitieron la justificación religiosa de la riqueza. Si con anterioridad la riqueza
y el lucro económico habían sido considerados moralmente reprobables por el
cristianismo, tras el surgimiento del ascetismo protestante pasan a ser justificados y
necesarios. La acumulación de capital como fin en sí mismo, no como medio para la
obtención de bienes materiales, era un deber para con Dios. El aprovechamiento de las
oportunidades de lucro también es una obligación religiosa porque perseverar en la
pobreza es una ofensa hacia Dios tan grave como el gasto de riqueza en productos de lujo
y ocio. Ahora el hombre ascético debe aprovechar al máximo no solo su tiempo, sino
también su dinero.

Al disponer de una riqueza amulada tan significativa y no poder hacer uso de la misma,
los calvinistas comenzaron a invertir su riqueza aspirando a recuperar sus aportaciones
económicas y verlas aumentadas. Estas primeras inversiones fueron para Weber los
comienzos de la lógica económica capitalista, que necesitaba de fuertes inversiones de
capital en infraestructura. De esta manera, los hombres ascéticos pasaron a convertirse en
los dueños de los medios de producción y vieron multiplicadas las ganancias económicas
que aseguraban su estado de gracia. Los obreros y trabajadores no cualificados no
disponían de la formación y el capital necesarios para realizar estas inversiones, pero
también querían seguir la ética protestante y se guiaban por el mismo ascetismo puritano
que los hombres de negocios. Mientras que la burguesía encontraba el aumento de su
gracia en la obtención continua y sistemática de capital, los obreros debían conformarse
con alcanzar la gratitud de Dios a través del trabajo infatigable. La idea de profesión como
requerimiento divino no solo fue interiorizada por los empresarios calvinistas, sino que



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todo hombre creyente debía honrar a Dios desempeñando su profesión de forma eficiente
y productiva. El impulso psicológico del trabajador para ser productivo provenía de su
deber religioso y no por encontrar un sentimiento de auto-realización en su profesión, que
había tomado un carácter totalmente impersonal. Esto explicaría, según Weber, por qué
los empresarios del capitalismo industrial tenían a su disposición una mano de obra
masiva dispuesta a trabajar durante largas jornadas a cambio de una retribución
económica muy reducida. La ética protestante no solo facilitó el desarrollo del espíritu
capitalista, sino que también permitió que se estableciera el tipo de relación laboral
característico del capitalismo entre asalariados y aquellos que poseían la propiedad de los
medios de producción. Para dar cuenta de estas relaciones laborales Weber utiliza el
término marxista ‘plusvalía’, ligando su propia teoría al análisis materialista realizado por
el marxismo.

En el siglo XVIII, en pleno proceso de secularización, el sistema capitalista de libre


mercado ya se había asentado como modo de producción. El orden económico ya no
necesitaba de los valores ascéticos y los dogmas religiosos que habían facilitado su
nacimiento, es decir, era autónomo. La secularización también llegó a la idea de riqueza,
que dejó de ser considerada como una obligación para con Dios y pudo emplearse como
un medio para obtener bienes materiales. Así explica Weber el creciente desarrollo de la
economía de lujo y del ennoblecimiento burgués. La lógica utilitarista se asentó y se llevó
a cabo una deformación de las iniciales doctrinas religiosas que habían dado lugar a todos
estos fenómenos. El capitalismo pasó a ser una estructura reificada que se situaba por
encima de los valores religiosos y los dominaba a pesar de haber sido estos uno de los
factores que posibilitaron su aparición.

Una de las mayores aportaciones de Weber fue su preocupación por los diferentes
procesos de racionalización que estaban teniendo lugar en el mundo occidental. El
desarrollo del capitalismo y de la burocracia como superestructuras era para él un ejemplo
de la creciente racionalidad del mundo social. La acción individual se guía también por
esta racionalización, de forma que pueda ser una acción con arreglo a fines
(zweckrational) o una racionalidad con arreglo a valores (wertrational). Mientras que la



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primera se encuentra dirigida hacia la obtención de propósitos individuales, en la segunda
la acción es un medio que sirve a un fin superior, a una creencia o ‘valor absoluto’.

La racionalidad con arreglo a fines, llamada también racionalidad instrumental, posee una
mayor capacidad para dominar y transformar el mundo, y será incentivada por la ética
protestante. Así, la unión de los procesos de industrialización y la nueva mentalidad
protestante facilitaron el desarrollo de la racionalidad orientada a fines, en la que el resto
de personas son consideradas un medio para alcanzar el fin último y que Weber llegó a
considerar amoral. El capitalismo se da como uno de estos procesos de racionalización y,
aunque lejos de dar una explicación teleológica, Weber lo considera como el sistema
económico más racional posible. La búsqueda de la eficiencia, el control y una mayor
predictibilidad de la economía junto con un uso inédito de fuerzas de producción
tecnificadas serán las características principales de este nuevo sistema.

La religión, al igual que la economía, se ve afectada por los procesos de racionalización


a la vez que facilita o dificulta el desarrollo de los mismos. El surgimiento de un panteón
limitado es considerado por Weber un paso hacia la racionalización, como también lo son
la visión antropomórfica de Dios y el monoteísmo. Los sacerdotes y los profetas serán los
grupos que se encarguen de impulsar la racionalización, al contrario de los magos y
hechiceros, que fomentarán la irracionalidad y la falta de sistematización.

A nivel individual, la racionalización tuvo dos claras consecuencias que se enlazan


directamente con las consecuencias de la doctrina de la predestinación. El aislamiento del
individuo que había tenido lugar tras la promulgación de la doctrina de la predestinación
hizo que la comunidad cristiana tradicional perdiera su función y su razón de ser. El
hombre ya no necesitaba del prójimo para ser grato a Dios y el amor hacia los demás era
visto como una debilidad, una emocionalidad innecesaria más cercana a la cultura de los
sentidos que a la productividad metódica. Así, la sociedad pasa a tomar la forma de una
asociación en la que los individuos se relacionan entre sí buscando únicamente sus
propios fines. Esto será lo que más adelante el sociólogo Ferdinand Tönnies analizase
como el paso de la sociedad de organización comunitaria (gemeinschaft) a la sociedad
asociativa (gellesschaft). Reinterpretando a Weber, Tönnies considera este paso esencial



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para explicar el cambio social. Mientras en la gemeinschaft la sociedad se da como una
construcción natural en la que encontramos individuos relacionados por vínculos de
parentesco y con un fuerte sentimiento de pertenencia al colectivo, la gellesschaft se da
como construcción artificial, en poblaciones de mayor tamaño donde los vínculos se
establecen en base al intercambio económico, la impersonalidad y el interés. El paso de
la familia como institución principal al mercado y el abandono de la religión como forma
de control social también serán explicados por este fenómeno. En la gellesschaft la acción
individual orientada a fines encontrará su máximo desarrollo. La instrumentalización de
la acción y la negación de todo valor e ideal permiten al individuo encaminarse
únicamente hacia sus propósitos personales, utilizando a los demás como medio si es
necesario. Este individualismo será considerado por Weber como amoral por no atenerse
al imperativo categórico kantiano. La pérdida de valores religiosos y comunitarios
condujo a su vez a lo que Weber denominó el desencanto del mundo. El individuo se
encuentra sometido dentro de una jaula de hierro que ha sido creada por él mismo pero
que ha ido tomando una forma inesperada. Así, las estructuras que surgen de la
interacción micro acaban llegando a ser estructuras macro que dominan la acción
individual y de las que es completamente imposible escapar. La visión de la modernidad
de Weber se encuentra marcada por este profundo pesimismo que cuestiona el valor del
progreso y la racionalidad humana.

4. Conclusiones

Los trabajos de Max Weber sobre sociología de la religión suponen una importante
aportación a la teoría sociológica general, sobretodo en el campo de la micro-sociología
y el estudio de la influencia de las ideas religiosas en estructuras de la sociedad como la
burocracia y el capitalismo. Desde un enfoque interpretativo, hermenéutico y multicausal
Weber busca el origen del capitalismo en la ética protestante y la doctrina de la
predestinación. Conectando la doctrina religiosa calvinista y el sistema capitalista a través
de dos ethos (la ética protestante y el espíritu capitalista) Weber establece una relación
entre los valores religiosos y los modos de producción económicos que no es
unidireccional ni monocausal. La teoría weberiana puede interpretarse como un punto



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medio entre las teorías que valoran únicamente la economía como motor del cambio
social y aquellas que tan solo consideran las ideas como vehículos transformadores. De
esta manera, la visión negativa de Weber como un idealista que solo considera los
procesos mentales de los individuos deja paso a una interpretación más completa y
acertada. La sociología de la religión de Max Weber y su obra La ética protestante y el
espíritu del capitalismo se desvelan como enriquecedoras y capaces de aportar un análisis
esclarecedor sobre los diferentes fenómenos que permitieron el desarrollo del capitalismo
en Occidente.

5. Bibliografía

1. W. Max, La ética protestante y el ‘espíritu’ del capitalismo (1904)

2. J. Macionis, K. Plummer, Sociología (1999)

3. M. Lessnoff, Political Philosophers of the Twentieth Century (1999)

4. G. Ritzer, Sociología clásica (1993)

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