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Coleccién dirigida por Julio Schvartoman Alexander Gillespie / John y William Parish Robertson / Samuel Haigh John Miers / Francis Bond Head / Joseph Andsews William Mac Cann J Xavier Marmier / Lina Beck Bernard VIAJEROS AL PLATA (1806-1862) Incroduccién, seleccién y notas MARTIN SERVELLE @ connzcwor ‘Bond Head, Francis Viajeros al Plata, 1806-1862: Francis Bondt Head ; William Mac Cann y John Miers «seleccionado por Martin Servelli- Ia ed. - Buenos Aires : Corregidor, 2006. 320 p. : 20x14 om. (Voces y letras del Plata; 2 dirigida por Julio Schvarteman) ‘Tradueido por: Carlos A. Aldao ISBN 950-05-1652-7 1. Crénicas, 2. Retatos de Viajes. I. Mac Cann, William 1B. Miers. John TH, Servelli, Martin, selec. IV, Carlos A. Aldao, trad. V. Titulo cpp 9104 Disefto de tapa: PP. Ediciones Corregidor agratlece a los respectivos editores la autorizacién para publicar fragmentos de las tradueciones de las siguientes obras: Cartas de Sud-Amética. Andanzas por el litoral argentino (1815-1826) de Jobn y William Parish Robertson, y El rio Parand. Cinco aiios en ta Confederacién Argen- tina. 1857-1862 de Lina Beck Bernatd, a Emecé Editores, Viaje a caballo por las provincias argentinas de Willian Mac Cann, Buenos Aires y Montevideo en 1850 de Xavier Marmier, a El Ateneo. Viaje al Plata (1819-1824) de John Miers, ata familia Weinberg, Se reservan tos derechos de esta traduceién, Seagradece la gentileza del Arq, Hernén Busaniche. Buenos Aires y el Interior de Alexander Gillespie, Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Peri de Samuel Haigh, Las Pampas y los Andes de Francis Bond Hoad y Viaje de Buenos Aires a Potosi y Arica en las ailos 1825 y 1826 de Joseph Andrews, todo traducido por Carlos A, Akdao, se reservan los derechos por no existit herederos derechohabientes conocidos. faurus. ‘Todos los derechos reservados © Ediciones Comegidor, 2006 Rodrfguez Petia 452 (C1020ADJ) Bs. As, Web site: www.corregiclor.com e-mail: corregidor@corregidor.com Hecho el depésito que marca a ley 11.723 ISBN-10: 950-05-1650-0 ISBN-13: 978-950-05-1650-1 Impreso en Buenos Aires ~ Argentina Este libro no puede ser reproducide total ni pucialmente en ninguna forma ni por ningin medio © procedimiento, sea reprogritico, fotocnpia, microfilmacisn, mimedgrafo 0 cualquier otro sistema mecénico, fotoquimico, electrénico, informstico, magnético, clectrosptico, ec, Cualquier reproducein snl permiso previo por esrito de la editorial viola derechos reservados, es ilegal yeonstituye un delito, InTRODUCCION Ojos de viajero para la literatura argentina todo es raro, todo es nuevo, tedo nunca visto pars el ntiguo mundo: las Ilsnuras sin horizonte como el Océano: las montafias que encumbran més all de Tas nubes {..-. Preciso ha sido que el genio y Io constancia de Humboldt miostrasen al munde tas maravillas que por tres desgracia- dos siglos habfan mirado los espaiioles con indiferencia, Juan Maria Gutiérrez! Los treinta voltimenes publicados originalmente en Paris y en francés, entre los altos 1805 y 1834, correspondientes al viaje americano que el genial explorador y cientifico Alexander yon Humboldt emprendiera junto al médico y botinico Aimé Bonpland a principios del siglo XIX, dan cuenta del cardcter doblemente épico de Ja empresa acometida, La magnitud de la publicaci6n cientifica y literaria se equipara con la ambicién del proyecto expedicionario Hevado a cabo entre 1799 y 1804 por la regi6n del Orinoco, las cumbres andinas, México y Cuba. Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent, fait en 1799-1804 es el titulo de esta obra monumental e innovadora- mente ilustrada, que comprende una descripcién exhaustiva del \ Juan Masia Gutiérrez, “Fisonomia del saber espaol: Cudl deba ser entte hosotros”, en Félix Weinberg, Bl saldn literario de 1837, Buenos Aites, Hachette, 1977, p. 152. 8 Maar SeRvELL “Nuevo Continente” bajo sus més diversos aspectos: boténica, zoologia, mediciones astronémicas y barométricas, geografia, historia, geopolitica y narrativa de viajes. ‘Mas que los tratados cientificos incluidos, fueron los eseritos no especializados los que obtuvieron una enorme repercusion tentte el pilblico europeo ¢ hispanoamericano, partieutarmente [a selacion de} viaje (Relation historique”) que serfa ampliamente Conocida con el titulo modificado de la versi6n inglesa Personal Narrative of Travels to the Equinoctial Regions of the New Continent. Esta ligera enmienda sobre el original francés narracién personal- no era indiferente, desde que introducta un aspecto central de Ja cualidad narrativa que el texto de Humboldt presentaba de manera novedosa, La imbricacién del discurso racionalista (propio de la idea iluminista del viaje wtii- tatio, encarnado primordialmente en la figura del naturalista) con el discurso roméntico producfa una original combinacion gque se resumfa en la formula de tratar estéticamente los sujelos de la historia natural. Adolfo Prieto caracteriz6 este doble dis- ‘Curso como “un poderoso montaje textual en el que la anotacion cientifica, ia efusi6n estética, la preocupacién humanistica podi- an acoplarse 0 desglosarse, alternativamente, de ta vor del harrador y de su cautivante relato de revelaciones y accidentes personales”. ‘Doce altos después de su partida de Europa Humboldt encare un tramo undario fa su juicio) de st obra americana: la redacci6n de la relaci6n Historica del viaje siguiendo el itinerario recorrido, La edicién original ‘comprende jos volimenes XVI a XXX: Refation historigne du Yosuke sur régions équinoxiales du Nowveats Continent fit en 1799, 1800. 1804 “i802, 1803 et 1804 par A. de Humboldt et A. Bonpland. Réd. par A. de Humboldt, 3 vol, Paris, 1814, 1819 y 1825. Véase {a traduccién espariola Viaje alas regiones equinacciales det ruevo continente trad de Lisa Alvarado, 3 vols, Caracas, Biblioteca Venezolana de Cultura, 194}. Part th detalle completo del contenido de Jos treinta voliimenes véase A. Humboldt, Cartas Americanas, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980. pp. 415-416. Malfo Prieto, Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argent fina, 1820-1850, Buenos Aires, Sudamericana, 1996, p. 17. (0205 DE VIAJERO PARS LA LITERATURA ARGENTINA 9 América redescubierta La extensa difusién de 1a obra de Humboldt convirtié al autor en él interlocutor de mayor influencia en el proceso de reimagi- nacién y redefinicién de América del Sur, que coincidié con la emergencia de los movimientos independentistas hispanoameri- canos. El fin del dominio colonial espaiiol implied un acerca miento y una negociacion de relaciones entre la América espa- ‘ola y Europa, no s6lo de cardcter politico y econémico (donde se verifica el impacto mas intenso); también las relaciones de representacién mutua precisaron ser reformuladas: emo imagi- na Europa a América y como imagina América a Europa, Las nuevas acciones requeridas por el expansionismo comer- cial europeo se asentaron sobre el tripode mancomunade de ciencia, exploracién y narracién. El paradigma marftimo vigen- te hasta entonces se desplazé hacia la exploracién y documenta- cin de los territorios interiores, a través del instritmento privi- legiado de la historia natural: recurso indispensable que reducia una regién entera a un sistema de variables susceptible de ser identificado, incluso en sus diferencias, con las entidades natu- rales conocidas. La mirada cientifica implicé asimismo un método de control que subsumié la diversidad cultural y la his- toria de las sociedades otras en el universo natural. Los pueblos fueron privados de su historia para producir una imagen de ‘América como pura naturaleza, disponible para una nueva inter- vencidn transformadora de Europa‘, En este sentido, los relatos de viaje configuraron un nexo mediador entre el mundo cien fico y el pablico general, dando significado social a una opera~ cién cultural de gran escala. $ Vease Mary Louis Pratt, Ojos imperiates. Literatura de viajes y transcul- suracn Buenos Aes, Univeidad Nacional de Ques, 1997, pp. 197- 10 Magri ServeLut La formula establecida por Humboldt, tensada entre Ja infor- macién y la nartacién, sirvid de modelo para el aluvién de cr nicas de viajeros al Rio de la Plata publicadas principalmente en Londres entre los afios 1800 y 1850, conocidas genéricamente como “travel accounts”. También fue tomado del canon hum- poldtiano el repertorio basico de imagenes que para estos viaje~ ros, tanto como para el piblico lector europeo y sudamericano, llegaron a significar “América del Sur’, fundamentalmente auellasreeridas a fos bosques topical, las cadens monta- jiosas andinas y los Hanos venezolanos. La extrapolacién de dichas imagenes a un territorio no recorrido por Humboldt y Bonpland, como era el del Rio de la Plata, no mind el éxito de tal operacidn de desplazamiento, que tuvo en la asimilacién des- criptiva de la Hanura pampeana a los Ilanos venezolanos su més reiterado hallazgo, a partir de la célebre imagen que equipara la superficie de la pampa a la del océano: Hay algo grandioso, ast como triste y higubre, en et aspecto uniforme de estas estepas. Todo parece inmévit;raramente una pequedia nube, que eruza el cenit anunciando la proximidad de ta estacién Haviosa, post su somibra sobre Ia tierra, No sé sila primera impresién que causan los Llanos exc menos el ason- bro que aquella que causa la cadena de los Andes. Los paises tmontiosos, no importa cual sea la alura de sus mas alts cum bres, tienen une fisonomia similar: pero a nosotros nos cuesta acostumbrar Ia vista als llanos de Venezuela y Casanare, alos de is Pampas de Buenos Aires y de Chaco, que traen ala mente incesantemente, durante viajes de veint o ent dis, la super ficie lisa del océano> : Ane oun in pa, Pena ana of es asec refs of mei daring the ert 1799 Fee ee ortieaacin NS) ATURA. ARGENTINA n Qj0s DE VIAIERO PARA LA Lt Como se observa en fa cita, fa mirada que el narrador hums poldtiano construye es claramente una mirada paisajista. & el vorkide de que designa doblemente un espacio material y S¥ representacion figurativa, cargada de subjetivisme: La idea de paisaje supone siempre un escenario ¥ Un espectador, asf como rina abrie de valores que el espectador deposita en el escenario. yun conjunto de técnicas para representarlo 0 construirlo segiin 2h propia mirada, Si las cieneias humanas intentaron FON las, pages estéticas que informan la nocién de paisaje, to que puede viriese considerando la visiOn de un territorio que brindan los mapas o cartas geograficas (de Ta naturaleza como Sue 8 st ‘ontemplacin como objeto), con Humboldt Ie antinomia tiende s.esolverse en una integraci6n de la mirada subjetiva ©” la bbjetiva; en tn estrechamiento de las relaciones Ente ciencia, técnica y mirada artistica; entre el impulso de Ie ilustraci6n y la sensibilidad roméntica. Es en la fuente de 1a Naturphilosophie seamana (ilosofia natural) donde debe buscarse a rat 6fi- att de eate enfoque comprehensive y holistico, que conforma wna Sensibilidad particular hacia el paisaje y la naturaleza, y env vie al hombre subsumido en el medio vital, integrado al cosmos: elacercamiento al mundo y sus distintas esferas es siempre ter seaethtmente organicsta, ya sea que se tate de fa sociedad vena, de la vida moral o sentimental ode tos procesos fsico Trimcos Subyace siempre wh postulad® wnitaro: 8 ape sn del mundo, sea por los sentides, por el intelecto, por e sen vercnto, levard necesariamente a un tnico onigen, a una Gnica finalidad, a una armonéa [...}° pe acuerdo con este postutado, et entomo natural brindaré también al observador las claves para una comprensin de 10s tipos humanos y de las formas de asociacién, si bien en el caso © Femando Alita y Graciela Silvest, Bl paisae en el are 9 tas Caras Ferman nos Ales, Centr Editor de America Tatina, 1994, pS 2 Maxriiy SERVELLE de los viajeros al Rio de la Plata esa comprensi6n se enfrentard con la barrera ideolégica impuesta por la civilizacién y el pro- _greso que estos viajeros pretenden encarnar. No obstante, fa percepeién del hombre de América intima- mente ligada al escenario fisico americano determinaré un foco de interés que, para el tervitorio rioplatense, encontraré en la figura del gaucho un referente ideal y obligado. Ningtin viajero escaparé a 1a atraccién ejercida por este tipo humano, ni dejaré de pronunciarse valorativamente eni el extenso arco que va de la fascinacién al desprecio. Y de un segundo plano, difuso y fan- tasmal, surgira la presencia amenazadora del indio, més bien mediatizada -escuchada, leida— que confrontada. Misioneros del capitalismo Sofé que tenia una entrevista con Montezuma, que habia vuelto de las minas de Potosf en un barco carga do de duros y comprado al contado las propiedades del marqués de Stafford. ‘Samuel Haigh En 1936, el historiador argentino Carlos J. Cordero realiza el primer intento de sistematizacién bibliogréfica de los relatos y erénicas de viajeros extranjeros del siglo XIX vinculados a la historia nacional. En el apéndice de la obra, un indice clasifica- torio agrupa un total de 55 viajeros, de los cuales 37 son de nacionatidad britinica (el resto se divide entre franceses, norte- americanos, alemanes, italianos y suizos, en proporciones simi fares)’. Las profesiones indicadas en el cuadro resumen son variadas: marinos, militares, comerciantes, naturalistas, diplo- 7 Carlos J, Cordero, Los relatos de los viajeros extranjeros posteriores a la revolucién de Mayo como fuentes de la historia argentina, Buenos Aires, Coni, 1936. (O10 DE VIAIERO PARA LA LITERATURA ARGENTINA B maticos, literatos, industriales, geégrafos, simples turistas, aun- que sobresalen las actividades vinculadas al comercio y ta industria, Es que el impacto de la revolucién de Mayo de 1810, con la politica enféticamente librecambista adoptada por la Junta revolucionaria de Buenos Aires, habia operado como un imén para los comerciantes extranjeros y particularmente para Jos briténicos. De hecho, fa penetracién econémica britdnica se habia producido paulatinamente a lo largo de la centuria ante~ rior’, y tuvo su accién culminante con las invasiones inglesas, un intento de conquista militar con claros objetivos comerciales, Durante el breve periodo de dominio briténico en Buenos Aires, el general Beresford procedié a declarar la libertad ‘comercial entre Gran Bretafia y las colonias hispanoamericanas, garantizando para éstas el derecho a Ja propiedad privada y la libertad para la religién catética, con la esperanza de ganar un nuevo mercado para los bienes briténicos, No pocos criollos concibieron entonces la posibilidad de Ja independencia bajo un protectorado inglés. Lo cierto es que en los afios inmediatamen- te posteriores a la revolucién de Mayo la radical apertura eco- ndmica implantada desde Buenos Aires facilité enormemente el desarrollo del comercio briténico. El peso avasallante de las importaciones gener6 asimismo una extensién del consumo a fos sectores populares de la provincia de Buenos Aires. Los pro- 8 Porel trtado de Utrecht, firmado en 1713, Espafia le concedi6 « Inglaterra ‘al derecho de abastecer a la América Espatiola con negros escavos, privé Tegio que de manera indireeta beneficié enormemente a Inglaterra, al faci litarle los medios y pretextos necesarios para mantener un extenso y fre- ‘cuente comercio de contrabando, Respecto de tos representantes de esta particular avanzada comercial en la época colonial, seftala William Mac Cann: “Tales eran los personajes principalmente contrabandistas,piratas y convictos~ que aparecfan ante los nativos como representantes de los Jibditos briténicos, en una época en que sus relaciones con Jas naciones textranjetas habian sido prohibidas por el gobiemo espafiol”. (W. Mac Cann, Viaje a caballo por las Provineias argentinas, tad. y nota pretirni- nar José Latis Busaniche, apéndice documental de Félix Weinberg, Buenos Aires, Hysparaérica, 1986, p. 271.) 4 Magri SERVE ductos manufacturados de ese origen, competitivos y baratos, desplazaron la produccién artesanal del interior. Con un estilo dindmico y aventurero, los comerciantes ingleses introdujeron una profunda innovacién respecto del periodo colonial, que faci litaria la observaci6n y el reconocimiento del territorio riopla- tense: a diferencia del comerciante espafiol 0 criollo, el impor- tador briténico no hacia sentir su presencia en el interior mediante agentes intermediarios, sino que él mismo se transfor maba en transportista y vendedor. Los hermanos John y William Parish Robertson encaman en este sentido el paradigma del perfodo referido. Ya a la edad de catorce afios John habia concebido la idea de tentar fortuna en Buenos Aires seducido por las noticias que, tras 1a conquista de la ciudad por las tropas del general Beresford, habfan legado a Inglaterra anunciando una etapa promisoria para las especula- ciones comerciales en el Rio de la Plata. Si bien la rapida recon quista de Buenos Aires truneé las expectativas det joven Robertson, al punto de que ni siguiera logré desembarcar, la cambiante situacién politica posibilitarfa en 1809 su instalacién en Buenos Aires como consignatario de articulos manufactura- dos para los comerciantes briténicos. Siguiendo un derrotero signado por la versatilidad comercial, to encontramos en 1811 traficando mercaderfas a la ciudad de Asuncion, asociado con el Dr. Francia, ¢ inicidndose en el comercio yerbatero; en 1815, instalado en Corrientes junto a su hermano William, dominando el mercado pecuario de la regién del litoral (cueros, cuernos, sebo, lana) merced a los privilegios comerciales acordados con el mismo Artigas; pocos afios después, extendiendo su red comercial al Pacifico, siguiendo los pasos del general San Martin, fibertador también de ex para el capital extranjero; ya negociando un empréstito con la Baring Brothers para Buenos Aires, ya promoviendo la poco exitosa Compaitfa Minera de Famatina, ya fundando la primera colonia agricola escocesa en Monte Grande: millonario en 182: clentes mercados emergentes (O00S DE VIATERO PARA LA LITERATURA ARGENTINA Is arruinado en 1830, “continuamente en viaje, de Inglaterra al Paraguay, de Corrientes a Buenos Aires, de Buenos Aires a Inglaterra. A veces, mientras uno de nosotros limitaba sus pere~ grinaciones a tos lugares indicados, el otro cruzaba los Andes y se daba a recorrer las costas det Pacifico desde Concepcién, en Chile, a Trujillo, en el Pert, y viceversa”.? Dirfa José Luis Busaniche, en el “Prélogo del traductor” a las, Cartas de Sud-América (aportando el testiménio de una carta dirigida a William Robertson por un agente comercial suyo en Corrientes, que reclamaba el pago ~"en yerba suave y a la pri- mera oportunidad” por la venta de una mulata entregada en consignaci6n): “Ellos no representaban la civilizacién, sino el comercio y el dinero, que no siempre son aliados de aguélla. Comerciantes, sacaron de la situacién cuantas ventajas podia ofrecerles, y como ocurre a menudo con los predicadores, no siempre ajustaron sus hechos a sus teorfas”. Vetas minerales y literarias Zn 1825 John Parish Robertson integr6 el circulo de capita- listas vinculado a las gestiones que Bernardino Rivadavia leva- ba a cabo en Inglaterra como agente diplomstico del gobierno argentino, a partir de las cuales quedaron constituidas dos socie- dades para la explotacién minera del territorio argentino y para el fomento de la inmigracién inglesa: la River Plate Mining Association y la River Plate Agricultural Association. La fiebre especulativa generada por una desmedida expectativa en torno a la riqueza mineral acarrearfa, luego de un rotundo fracaso cuyos motivos exceden el marco de este trabajo, serias consecuencias politicas y econémicas. El capitin Francis Bond Head, agente de 9 1.P y GP Robertson, Cartas de Sud-América. Andanzas por el litoral argentino (1815-1816), wrad., prOlogo y notas José Luis Busaniche, Buenos Aires, Emecé, 1950, p. 56. 16 Maxriny SERVELLI la compafifa minera recientemente creada bajo los controverti- dos auspicios de Rivadavia, darfa un informe lapidario: La experiencia, al fin, se ha adquirido a costa de pérdidas gran- mediante ella sabemos hoy que tanto la formacién de fas como su fracaso han provenido de una causa tinica, a saber: nuestra ignorancia del pafs que iba a ser teatro de especulacién.'? Pero sobre el reverso del fracaso comercial los agentes mine- ros supieron construir sus hazaiias narrativas, estructuradas sobre la base del esfuerzo insumido en agotadoras jomadas de viaje. La cr6nica del itinerario argentino ~y al galope~ del capi- tan Head se transforms répidamente en un suceso editorial en Londres, al punto de convertirse en referencia obligada de los viajeros europeos posteriores. Si bien la ret6rica cientifica haba sido reemplazada por una de carcter utilitario, centrada en las posibilidades de explota- cidn econémica que oftecian los diversos recursos (naturales y humanos) de las regiones exploradas, podfa reconocerse tanto ‘en Bond Head como en el capitan Andrews (agente de ta Chitian and Peruvian Mining Association) Ia tensi6n caracterfstica de un discurso narrativo oscilante entre el racionalismo y Ia efusién estético-roméntica, tal como vimos establecido por Humboldt en su “narracién personal”. Y de hecho éste es el término que retoman los viajeros de fa avanzada capitalista en Sudamérica, demostrando un conocimiento explicito del género y su perte- nencia a una comunidad de lectores en la cual participan al mismo tiempo como autores. En la carta preliminar de sus Andanzas por el litoral argentino, fechada en 1842, los herma- nos Robertson ofrecen una descripeién de sus pautas narrativas: 1 Francis Bond Head, Las Pampas y fos Andes, trad. Catlos A. Aldao, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, p. 7 O10 DE VIATERO PARA LA LITERATURA ARGENTINA 7 Bien advertimos que ninguna especie de escritos exige mayor ‘circunspeccién que el Hamado narraci6n personal. Por eso nos empefiamos en reducir el relato, primero, a todo aquello, que importe alguna avci6n encaminada a instruir al tector o a des pertar su interés; en segundo lugar, a la descripcién de episo- dios o cuadros de viaje que puedan ser amenos o divertidos, Hablaremos de nosotros lo estrictamente necesario para com- pletar los caracteres del drama en el curso de su desarrollo (Carta 1. “Los autores a Tos lectores”,)"" Basicamente, lo que pone en juego la cita es el control narra- tivo por sobre el equilibrio inestable en que se desenvuelve el relato personal, y la clara orientacién de las estrategias expresi- yas de acuerdo con las expectativas de lectura de la audiencia metropotitana, principal destinataria de las obras. La informa- cién suministrada al lector debe balancearse con ta amenidad de los cuadros; io autobiogrifico, limitarse a Lo estrictamente nece- sario: las descripciones, desenvolverse de manera fluida, de ah las imagenes que estos viajeros proponen para referitse @ sus textos: “El presente volumen no se propone una descripeién his t6rica, estadistica o politica de los paises vistos por mi; es sen- cillamente el resultado de observaciones anotadas en mi carte- ra y estrictamente hablando puede Hamarse relato personal, como que contiene detalles de las variadas impresiones grabadas en la mente de mi primera visita al Nuevo Mundo”.!? Los titu- {os originales revelan también la pertenencia genérica, al propo- ner un campo seméntico emparentado con la observaci6n al paso, la nota espontnea, el borrador o el bosquejo: rough notes, sketches, journal, letters. 1 5.p. y GP. Robertson, op. cit. p. 58. | 12 Samuel Haigh, Basquejos de Buenos Aires, Chile y Perd, trad. y prologo Carlos Aldao, Buenos Aires, La cultura argentina, 1920, p. 18, Bi destaci- ‘do me pertencee (M.S.) 18 Maxrin Servi El fantasma del indomable Aunque publicado en el mismo aiio que el popular libro de Head (1826), el Viaje al Plata de John Miers, otro viajero del grupo de los mineros, se encuentra més ligado a {a vertiente tra- dicional de la literatura de viajes que a la fluidez narrativa de los, “travel accounts”, y de hecho puede leerse en perfecto contraste con el viaje de Head, siendo que ambos recorrieron un itinerario idéntico, a través de las pampas y cruzando los Andes hasta Chile. Miers ignora el pacto de lectura que impone un sazonado equili- brio entre Ia aventura, la informacién y la mirada subjetiva, para entregar un relato moroso, detallista y obsesivo: posta por posta, ala manera de El Lazarillo de ciegos caminantes'*. Pero sino la forma narrativa, la voluntad inquebrantable de Miers para cum- plir un itinerario signado por dificultades constantes ¢ inconta- bles obstéculos a vencer se inscribe de leno en la clase de logros que estos viajeros, ni exploradores ni cientificos, ostentaron como resultado de sus viajes, proporcionando un paradigma identitario del espiritu emprendedor propio del cardcter nacional inglés que sus relatos contribuyeron a configurar. Como dice Ricardo Cicerchia, en un estudio dedicado a los viajeros ingleses ala Argentina: “EI fantasma del indomable John Miers es parte de la mistica de tos relatos de viaje”, Entonces, mas que la valiosa contribucién de Miers al conocimiento de la flora local (después de sus viajes publics un conjunto de litograffas de plan- tas sudamericanas, muchas de las cuales fueron descubiertas por él, que las describi6 y clasific6 por primera vez), es el impulso casi irracional que lo Heva a intentar el cruce de la cordillera de los Andes con su esposa embarazada de ocho meses, el que lo ' Concolorcorvo [Alonso Carti6 de la Vanderal, El Lacarillo de ciegos caminantes. Deside Buenos Aires hasta Lima, Buenos Aites, Espasa-Calpe, 1946. ¥ Ricardo Cicerchia, “Journey, rediscovery, and narrative, british travel accounts of Argentina”, London, [LAS/London University Press, 1998. | | (0008 DE VIAJERO PARA LA LITERATURA ARGENTINA 19 coloca en un puesto de vanguardia en la serie de viajeros ingle- ses. Cottiendo contra el tiempo que lo acecha doblemente, pues Se acerca la estaciGn en que las montafias se tornan intransitables acausa de los temporales de nieve, ocurre el previsible parto pre- maturo en la posta de Villavicencio, dos dfas después de iniciado el cruce. Doce dias més transcurren, espera agravada por la Ilu- via, el frfo, el hambre y la fiebre de la parturienta, que le impide amamantar. El general San Martin, interesado en la situacién, intercede para enviarles un ama de leche y algunos peones: “Al decir ama de leche no vamos a imaginarnos una joven agradable, sana, limpia, deseosa de ofrecer sus servicios, sino una mujer de aspecto sucio, con la cabeza y parte de la cara cubierta con el rebozo (0 chal) de lana, cuya primera preocupacién al llegar fue sentarse, en la cocina, a tomar mare” !5, comenta Miers. La comi- liva se ve forzada a iniciar el descenso de més de setenta kiléme- tos de escarpado sendero, con Ia madre convaleciente, cargada junto a la criatura en una suerte de litera arreglada para el trans- Porte manual. Los seis peones enviados desde Mendoza para Prestar ayuda, al advertir la envergadura de la tarea, inician una imprevista huelga en reclamo de una gratificacién adicional de diez pesos. La reacci6n del indomable exime de comentarios: “Irritado por su conducta los despaché a todos y el doctor y yo Partimos solos, llevando la litera con nuestras manos por medio de palos, en forma parecida a fa que se Hlevan las sillas de manos” El final de esta historia se lo debemos a Head, quien aiios mis tarde se cruza en la posta de Uspallata con una dama inglesa, un nifio de siete aitos, dos o tres mas pequeftos y algunos peones. No era otra que la ahora experimentada esposa de Miers y sus hijos. Siete afios habfan transcurrido desde los sucesos narrados y vol- via a cruzar los Andes sin otra proteccién, “andando aquel dia doce 0 catorce horas a caballo hasta Hegar a Uspallata”.!6 'S John Miess, Viaje al Plata (1819-1824), estudio peeliminar, trad, y notas Cristina Correa Morates de Aparicio, Buenos Aires, Solat-Hachette, 1968. Head, op. cit. 9. 94, 20 Magri SeRvELLE Un Edén industrial ‘Todos los viajeros ingleses aqui tratados dedicaron tramos importantes de sus crénicas de viaje a brindar informacién de cargcter netamente uilitario. Produjeron de hecho un releva- miento de las potencialidades econémicas del territorio recorri- do, cumpliendo la fancién de agentes imperiales, al servicio de los accionistas cuyas inversiones representaban. Muchos de ellos exhibieron a su vez una franca disposicién al relato, un gusto por Ja narracién que establecfa una pauta a seguir por quienes continuaran incursionando en el género. Practicaron un, exotismo calculado en la presentacién de costumbres y curiosi- dades, particularmente aquellas que violentaban los. c6digos europeos de urbanidad. En este sentido explotaron al maximo el espacio intercultural en que se traman los textos de viaje. Algunos prestaron atenci6n primordial al paisaje y sus relacio- nes con la poblacién autéctona, para presentar un registro de la influencia que la naturaleza fisica ejerce sobre la condicién moral y el destino de los hombres. Otros supieton percibir y representar (cuando no repetir!’) la novedad del paisaje nativo recurriendo a categorias estéticas propias del romanticismo, para dar cuenta del cardcter sublime de la naturaleza americana. Aquellos que lograron imbricat y dosificar estos elementos pro- dujeron los relatos més caracterfsticos de la serie. EI capitulo que Joseph Andrews dedica a Tucumén en su Viaje de Buenos Aires a Potosi y Arica da un ejemplo acabado '7 La imagen de la Pampa como mar parece haber sido una comparacién ineludible para nuestro corpus. En muchos casos la mencién sélo se justi- fica por acatar el cardeter “obligatorio” de la recurrencia, Es el caso de Haigh: “El pafs llamado las Pampas es completamente llsno y sin atract: ‘vos en cuanto a paisaje, se va de posta a posta sin el minimo cambio de vista; pareve (si puede usarse la expresisn y se tolera un disparate) un “mar de tierra."(op. cit, p. 41), Véase el apéncice de este volumen, "; Humboldt en el Rio de la Plata?”, pp. 249-258, QW0S DE VIATERO PARA LA LITERATURA ARGENTINA 21 de la posibilidad de combinar puntos de vista en principio anta- gGnicos, pero inherentes a la tensién constitutiva del modelo: ‘Nunca anteriormente habia visto maravilla de vegetacién seme- jante. Contemplé hasta saciarme aquellos viejos patriarcas de la selva, mohosos con los afios, abrazados por enredaderas y achonados sus troncos y ramas con plantas parisitas que seme- jan estrellas. Contempordneos de las viejas edades, parecfan reunir en si la sucesi6n de Jos tiempos, produciendo la misma fimpresisn que dejan en el espiritu Ins ruinas de castillos euro- eos, que en vano se buscarfan aquf. Si aquellos érboles hubie- ran podido hablar, les habria preguntado, y de ello sentta irre- ible deseo, cudnto tiempo habian estado alli y si habfan naci- do.en los albores de la creacién, Fuera cual fuese su respuesta, tengo para mi que la hubieran dado temblando, si hubieran Ile- gado a penetrar las intenciones que nos animaban a mf y adon Tomés, que caleulabamos ya los estragos que entre ellos pro- ducirfa la inversién del capital de una compafifa durante varios fios, Hay gran demanda de la madera de estos lugares como he mencionado ya, aun en Buenos Aires,!8 Del jardin del Edén al programa industrial: todo el capitulo del cual se ha extractado el pasaje esti construido desde esta misma duplicidad de miradas. Desbordado por la naturaleza exuberante de las montafias boscosas del subtrépico, Andrews recurre para su descripcién a un vademécum personal de citas culturales que intentan suplir, o complementar, la representacién de la bellezs de un paisaje que lo subyuga. La selva tucumana es Saludada con versos del Edén de Milton; un paseo trasmuta en escena de “fantastico ensuefio” que recrea para el viajero “las fantasias de Las mil y una noches”. El registro roméntico impo- ne la impresin sensible de las ruinas europeas como parangén '8 Joseph Andrews, Viaje de Buenos Aires a Potost y Arica en los afias 1825 y 1826, trad. ¢ introd. Carlos A. Aldao, Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1920, p. 110, 22 Manrin SeRVELLE posible del efecto de sublimidad despertado por la recepcién estética del objeto. Pero el efecto poético cae abruptamente para ensayar un didlogo imposible con la racionalidad econémica, VisiGn y profecia no surgen, finalmente, del éxtasis poético que provoca la contemplacién a la distancia de la precordillera de los Andes, “esas columnas de! universo”, sino de la afiebrada ima- ginacidn industrial entregada a edificar sus mundos futuros: “Excavabamos ricas vetas de mineral, construiamos hornos de fundicién, vefamos con la imaginacién multitud de obreros movigndose cual insectos laboriosos alrededor de los promonto- rios, y suponfamos esa vasta y desierta regién poblada por las energias inglesas”!”, La frontera Una hipétesis critica propone que en el Martin Fierro la accién prima en detrimento del ambiente; Ja enuncia Borges, parcialmente, en Discusién (1932). Al enumerar los errores recurrentes de los criticos del poema, el tercero de los cuales postularfa que el Martin Fierro es una presentaci6n de la pampa, Borges contrargumenta que el procedimiento de Hernéndez, “presupone deliberadamente la pampa y los hébitos diarios de la pampa, sin detallarlos nunca -omisi6n verosimil en un gaucho, que habla para otros gauchos"”?. Ezequiel Martinez Bstrada la retoma para desarrollarla in extenso en su obra dedicada al poema de Hernandez. De hecho radicaliza tal hipstesis al pro- poner que el Martin Fierro es un poema de abstracciones, que deja intacto el temario de la pampa: 1 Andrews, op. cit, p. 106, 20 Jorge Luis Borges, “La poesfa. gauchesca Barcelona, Emecé, 1996, p. 19 Obras completas, vol. 1 ‘OJOS DE VIAERO PARA LA LITBRATURA ARGENTINA 23 Es un libro de evocaciones y, por lo tanto, las cos: con mayor razén evocadas, aludidas, presentadk han de ser en desvanes cencius, en nieblas, en ausencias. Con lo cual, inesperadamen- te, la accidn adquiere un relieve singular, y concentra, por con- traste, todo el interés que en otras obras se diluye en el ambier te. Si lo que sugiere es superior a lo que cuenta, y si sentimos que en el Poema hay muchisimas més cosas de las que enume- ra y describe, es porque ha suprimido cuanio no era estricta- mente fundamental; por ejemplo, el paisaje?! De ahi la propuesta del ensayo, de reponer los hechos y los elementos ausentes de la accién de! poema, para comprender sus configuraciones generates y el entramado de relaciones en que esa accién toma lugar. Martinez Estrada compone su Ensayo de interpretaci6n de la vida argentina (tal el subtitulo de su obra), pattiendo de la premisa de que el sentido cabal del Martin Fierro se encuentra al conectar la obra con una serie mayor, con una historia y una literatura que el ensayista juzga marginadas por encarnar un estado social abominable: Sin una fiteratura de fondo; sin por to menos centenares de obras esctitas y profusamente leidas, con el mismo propésito de explorar nuestra realidad, el Santos Vega de Ascasubi, el Facundo, e Martin Fierro, El matadero, Amalia, muchas obras dde Hudson y tos informes de los Viajeros Ingleses, sumados a to que escribimos no pasan de ser cuerpos extraios en el orga- nismo de nuestra literatura. De este todo tangencial los viajeros ingleses ingresan al corpus de la literatura argentina del siglo XIX de la mano de 4 Ezequiel Martinez Estrada, Muerte y rransfiguracidn de Martin Fierro, Ensayo de interpretacidn de la vide argentina (con el texto integro del poema}. México, Fondo de Cultura Beonsmica, 1948, vol. 1, cap, “El pai- sale”, p. 108, 2 Op. cit, vol. 2, cap. “Lo yauchesco en el intento no viable de una gran lite~ ratura”, p. 485, 24 MARTIN SERVELLI uno de sus criticos més notables. Martinez Estrada no des- atiende la cuestién del idioma, antes bien la encara de manera mis que controvertida al proponer que el mundo de la fronte- ra, del cual Martin Fierro recoge algunos elementos, no se deforma al ser trasladado a otto idioma, sino que puede servir de base a una “literatura de gran calidad” sin perder su esencia ni sus “notas tipicas y verndculas”. Siguiendo provocativa- mente el hilo del razonamiento, llega a colocar en un pie de igualdad el habla gauchesca y el inglés frente a la lengua culta castellana.?3 Para recomponer el orbe histérico, el mundo diumo que la nocturnidad del poema sélo deja entrever, Martinez Estrada dedica gran parte de Muerte y transfiguracién de Martin Fierro @ describir la imprecisa zona de contacto denominada fronte- ra. En el cumplimiento de este cometido tos viajeros ingleses * Explica Martinez Estrada: “El nuevo idioma ~en este caso et inglés~ con- twibufa, con ef aporte de su propia aptitud de expresar, al relieve y colon. Crei que se trataba de dos de los peores bandidos dela gente de 5 Conviene observar que el gaucho al apearse del cabalio arroja las riendas por sobre la eabeza del animal y esto proviene de que monta siempre caba- Hlos ariscos que hay que dominar desde abajo con las riendas, Aseguradas las patas delanteras del caballo por encima det menuditlo, con una correa de ‘cuero -la mane’ que tiene el aspecto de dos grilletes, deja las riendas en el suelo y el caballo en ka puerta, Sucle verse el caballo tratando de caminar asi, maniatado, a saltos pero piss las tiendas y se sofrena por sf mismo brus- ccamente en cuanto quiere avanzar. Para hacerlo volver. el gaucho no fe saca Ja manea sino que: levanta fas riendas y lo Heva hacigndolo carninar a saltos hasta ef lugar donde estaba. All lo deja in statu quo. Rara vez se ve aun gau- ccho castigande el caballo con el rebenque. pero en ciertos casos, cuando, ‘doma ¢ esta de mil humor, suele espolear al animal sin piedad. 80 ViaieRos AL PLATa (1806-1862) Artigas y, suponiendo que vendrian seguidos por otros de la misma calaiia, dije para mi: Ave Marfa, ora pro nobis. No esta- ba yo acostumbrado a recibir tales visitas y me levanté pidiendo a los huéspedes que se sentaran, Verdad es que me habia tocado andar en lances parecidos con ottos artiguefios pero jamas con dos soldados de aspecto tan feroz como éstos que tenia delante. Me dirigé al interior de la casa para ordenar que trajeran cerve- za 0 aguardiente, y algunas monedas de plata, pero cul no seria mi sorpresa (y también diré mi satisfaccién) cuando el que hacia de superior se sacé respetuosamente la gorra, hizo una cortesia bastante desmaiiada y me dijo en mal espaitol y con acento que no era de gaucho criollo: —No se aflija, setor Robertson, esta- mos bien agut. £] acento con que habl6 en espafiol, el rostro mismo, el pelo rojo y los ojos grises y brillantes, me revelaron en seguida que se trataba de un hijo de {a isla hermana (Irlanda), transformado en gaucho y en un gauicho de aspecto mas impo- nente que todos los natives conocidos por mi. Recobrado de mi sorpresa, pregunté al extr quién tenfa el honor de hablar?. Por Dios! -exclamé~. {No conoce a Pedro Campbell, 2 ‘Canbél ~agregé acentuando mucho la diltima silaba~ Pedro Can- bél (pronunciaba Peitro) como me dicen los gauchos. ;Asi es que nunca me oy nombrar por ahi...? Entonces® Vd. es el tinico caballero que no me conoce en Ia provincia —Oh, Mister Campbell ~le contesté~, no solamente lo cono- cia de nombre, sino también por su faina, aunque esta es ta pri- mera vez que tengo él honor de saludarlo, —EI honor es mio, sefior ~dijo don Pedro~ y si me permite voy a presentarle a mi amigo don Eduardo. (Este era el “paje”) Don Eduardo va a Hevar los caballos al corral y yo voy a ocu- parme de un negocito con Vd. 10 huésped ga (Sulvo indicacidn en contrario, las notas de fos textos antologizados perte- rnecen a sts Fespectivos autores.) © Novepetiré cl juramento con que acentus esta fase. Joun ¥ WILLIAM PaRish ROBERTSON 81 Don Eduardo, el asistente de don Pedro, fue presentado como un compatriota de Tipperary y como su segundo en jerarquia entre Jos gauchos. Dijo también que era gran allegado a don Pepe. ——Perdone -le dije~, ;y quién es don Pepe? —{Pepe...? ;Cémo...! Pero, José Artigas... —contest6-. Somos como uita y carne; amigos de ley come dicen en Purificacién.’ Y... a propésito... ,No estuvo Vd. por allf hace un mes...? ZY no me he venido yo cortando campo para verlo y para preguntarle -si es que puedo~ qué anda por hacer después que lo desterraron del Paraguay...? No es un condenado el Francia ese, y quién sino yo le dije a Pepe que era una vergiien- za haberlo tratado su gente en La Bajada lo mismo que lo trata- ron en el Paraguay? Y no los hubiera yo castigado a los cobar- des esos y lo hubiera puesto a Vd. en su bote de este lado de Goya? Si no que mi gente llegé con un dfa de atraso al pueblo y no pudimos tomar el bote para llegar a su barco Le Inglesita. La verdad es que se perdié la ocasién. Pero si alguna vez lo pesco ese Iadrén de sargento que le robs sus cosas, se ha de arrepen- tis, y Va. pierda cuidado que nunca més han de asaltar aun com- patriota mio, Esto mismo fue lo que le dije a Pepe la diltima vez gue hablé con él. Pepe dice siempre “Dios lo ayude” y que por qué no ha de hacer uno fo que quiere en el campo. Pero, sin embargo, yo creo que Pepe es un caballero honrado, y si se ve obligado a arrear animales por aif ;a quién le hace dao si todo es por el bien del pais...? ‘Acsta altura de la arenga de don Pedro, llegé el gobernador Méndez acompaiiado por un ayudante y escoltado por dos mili- cianos de su guardia, Venfa, como de costumbre, a beber algu- nas botellas de cerveza. El deieite con que empinaba un vaso tras otro, se traducfa por un chasquido que hacia con los labios, exclamando después: “Qué bueno...!" Con esto demostraba ‘Campamento de Artigas « orillas det Uruguay. 82 Viaseros AL. PLATA (1806-1862) que a las puras aguas del Parané preferfa las barrosas del Tamesis, siempre que tuvieran malta y lipulo y formaran wna cespuma espesa al pasar de ta botetla al amptio vaso que se levan- taba para recibirlas. . “Tan pronto como S.E. el gobemador advirti6 a mi huésped, se apes del caballo y corrié hacia él para darle un abrazo de cor- dialidad.y respeto. Don Pedro devolvié el saludo con unas pal- madas tan fuertes en la espalda que sacudieron toda la humani- dad del gobernador. El gaucho irlandés asumié entonees un tono de protecci6n y un aire de importancia muy contrario a la defe- rencia con que me habia tratado hasta ese momento. Sentése en tuna silla y golpeando con la mano el asiento de otra que estaba proxima lo invité a sentarse al gobernador con el ton més fami- liar: compadre”® le dijo-. “y vamos a beber por la prosperidad y larga vida de don Pepe y por su tocayo mi gau- chito ef ahijado”. Don Pedro recordé entonces al gobernador que debia decir: Hip, Hip, Hurra y cémo debia repetizto tres veces, a la inglesa Es de observar que, si bien he dado el coloquio de don Pedro en idioma inglés, muchas palabras las decia en espaftol, cuando no podia, después de varios intentos, encontrar la palabra ingle- sa equivalente. Pidigndome disculpas por ta libertad que se tomaba, Mr. Campbell me declar6 que terminarfamos de hablar al dia siguiente y difirié hasta entonces fa apertura del negocio. Sin otra ceremonia, me hizo una desgarbada cortesfa, Hamé a st ayudante don Eduardo, le dio un vaso de cerveza, estrech6 cor dialmente la mano del gobernador con otra palmada en la espal- day de un salto se puso a caballo con todo su aparejo alejando- se entre los saludos amistosos de los correntinos ~ya fueran de ‘© de humilde condicién— que le veian pasar. cierta categori ® Don Pedro era padrino de uno de tos hijos de Méndez, JOHN y WILLIAM PARISH ROBERTSON 83 —~jHombre guapo! ~dijo el gobernador con aire de profundo respeto levantando los ojos, y meneé la cabeza pareciendo insi- nuar también que en fa bravura de don Pedro algo habfa de equi- voce. Lo cierto es que el coronel Méndez, al despedirse, me aconsej6 en toda forma que cultivara la amistad de mi compa- triota, “porque -dijo~ después de Artigas, nadie puede hacerle un servicio en la provincia como Pedro Campbell” Yo habfa ofdo hablar bastante de don Pedro y el goberna dor me conté mucho mis. De todo ello, he podido sacar este resumen de su vida: Pedro Campbell era uno de los muchos desertores del ejército del general Beresford y habfa nacido en Irlanda, de familia catélica, Fue aprendiz de curtidor en su juventud y cuando sus compatriotas abandonaron el Rio de la Plata, 61 tomé rumbo a Corrientes y entré a trabajar en una gran curtiduria, propiedad de don Angel Blanco, vecino prin- cipal de la ciudad. Antes de la revolucién, don Pedro se habi conducido siempre como hombre sobrio, tranquilo y de buena conducta. Pero én su fuero intimo era inquieto y emprendedor. Y asi, tan pronto como dio comienzo la guerra civil, ofrecié sus servicios a Artigas y Hevé a cabo tales hazafas, que su nombre se difundié mucho, inspirande terror. En poco tiempo vino a ser en Corrientes un hombre temible y en consecuencia influyente, Sus actos de valor se hicieron proverbiales; tenia el arrojo del ledn y ningan gaucho le aventajaba como jinete ni en las habilidades propias de la gente de campo, tales como pelear con un gran cuchillo y el poncho arrollado al brazo a guisa de escudo. Nunca of decir que en ninguno de estos sin- gulares lances don Pedro hubiera matado a su adversario, por- que no hacia mas que herirlo inutilizandolo de modo que jamis volviera a provocarlo. Cuando entraba en una pulperfa donde habfan salido a relucir los cuchillos en una de esas comunes refriegas que terminaban con la muerte de uno o dos de los combatientes, a la sola presencia del irlandés huesudo y pelirrojo que aparecia con su poncho arrollado al brazo a4 ‘YViaseRos AL PLata (1806-1862) izquicrdo y su espadin en fa derecha reparticndo tajos, los gauchos pendencieros se acobardaban y la reyerta daba fin. No existian tribunales para juzgar esos hechos. Los cadéveres eran Hlevados de Ia pulperia a fa puerta de la iglesia y alli se es cubria hasta que los gastos del entierro se pagaban por subscripcién. Sin lo cual no habia entierro decoroso y esto pasa lo mismo en Londres que en Corrientes: se nos impone tasa para el bautismo antes de venir al mundo, como despué cuando nos vamos de él. ‘Don Pedro Campbell era tal cual acabo de describirlo. En la cocasién en que vino a yerme ya era temido por ef gauchaje, admirado por los extranjeros y respetado por todos los habitan- tes de la provincia. Siendo hombre de confianza de Artigas, a sus titulos propios agregaba la protecci6n de aquel omnipotente caudilio, De sterte que no era para tenerlo de enemigo y por el contrario su amistad resultaba muy benéfica en tiempos tan agi- tados como aquellos. At hacer la historia de don Pedro, no puedo dejar de pensar en las extrafias ocurrencias que se dan con las revoluciones. En efecto: de aprendiz de curtidor -y mientras no tendria otra ambicién que llegar a jornalero-, don Pedro se vio convertido fen soldado raso de! ejército britanico y vino a ser después uno de los hombres que imponia mas temor y fespeto en una pro~ vineia lena de bandoleros muy peligrosos para la misma gente del pais, pero que se amedtrentaban ante el gaucho extranjero a punto de que éste los calificaba de “mont6n de bribones y cobardes” {Quién habria de decirle a Campbell que iba a estallar una guerra en un lugar del mundo ignorado por é1; que iba a ser arrastrado de Ta curtidurfa al campo de batalla y mas tarde se verfa transformado en gaucho y en el héroe de un territorio més grande que Inglaterra; que de simple gaucho pasaria a coman- dante de marina hasta desafiar ef poder naval de un hombre como Francia y a ser celebrado como un verdadero Dirck Jonn v WILLIAM PARISH ROBERTSON 85 Hatterick® por los navegantes que salfan de cualquier puerto det Paraguay? ;Quién hubiera creédo en tales cosas? {Quién hubie- ra escuchado esas profecfas? Y sin ‘embargo, todo eso se cum pli literalmente con Pedro Campbell, Cudtas veses el germen Buna ambiciOn inaata madura silenciosamente en To ras itis ca del hombre sin que él mismo ni los demés To adviertan, Rasta jue alguna ocasion inesperada To hace fructificar {Qué hubiera yo Bonaparte, de no haber Ilegaco en los tiempos bosrascosos Jota Revolucién Francesa? Quizas un buen coronel de artilen y nada més. Pero encontré ~como é1 10 dijo Ia corona de Francia a sus pies y Ja recogis. Existir’n muchos Bonapartes como también muchos Milton que pormanecen mudos y sin gloria porque las crcunsianclas no ios han puesto en el camino de la Fortuna para coavertirlos en grandes conquistadores 0 en bardos immortals. Que se inttrT= ue cada uno a sf mismo sobre la parte de bien y de mal de siversidad y de fortuna que cn st vida fue determainada por 1 pridencia y el cfculo, Tengo pare mi que, hablando con verdad, Hira que a menudo el éxito Mego cuando menos To espera y gue cayé con esteépito cuando ereia ms eercano el triunfo En eas palabras, como ya he tenido ovasidn de decirlo, [homme propose et Dieu dispose. LPR. andista holandés de fa novela de Welter Seott Guy Mannering 0 Fl Astrdioge. (N. det T-) 86 VIAMEROS AL PLATA (1806-1862) Carta XX Filosofia prictica, si no profunda, El correo Leiva, En la correspondencia que mantenfamos con mi hermano, cuando él se encontraba en Corrientes y yo en Goya, hubiera podido advertirse una mezcla de actividad mercantil y de ese recreo espiritual que posee tanto atractivo para las naturalezas juveniles ardientes ¢ imaginativas. No diré que este Gitimo merecia calificarse de solaz literario; pero hubiera sido facil- mente apreciado por los lectores jévenes; y aquellos que, como nosotros, se marchitan al igual que las hojas amarillas, to com- prenderfan trayendo a la memoria sus impresiones de juventud, no embotadas todavia por los golpes que reserva el mundo ni por las vicisitudes a que nos condena este valle de légrimas. A. los veintidés o veintitrés affos carecemos todavia de experiencia suficiente para valorar la verdadera naturaleza del viaje que vamos a emprender en la vida. Colmados de jabilo y alegres esperanzas, todo se nos presenta couleur de rose; mas que un valle de ligrimas, el que se abre ante nosotros es un valle de feli- idad y deleite; nos inclinamos a pensar que el camino esté sem- brado de flores y nunca pensamos que se trata de una senda espi- nosa y aspera. La vejez es majadera, no porque haya comproba- do que todo es “vanidad y molestia del espiritu”, sino porque las. enfermedades le impiden gozar de aquellos placeres y deleites con que el mundo se place en regalar a las almas jévenes. Después de todo, triste y envidiosa es la tarea de refrenar el entusiasmo juvenil y apagar el brillo estival de ta vida, exhi- biendo el invierno que ha de venir después, Yo también he teni-~ JOHN ¥ WutiaM PaRisit ROBERTSON, 87 do mi lote de penas y cuidados, pero no me enoja ver fa alegria exuberante que busca los placeres propios de la juventud; ni he de negarla por el sole hecho de saber que al final todo lo encon- tramos anticuado, aburrido e inititil; tanto valdrfa famentar que el tierno follaje de los rboles, Hegada la primavera, haya de ponerse verde y lozano por el solo hecho de saber que llega ‘otofio para despojar a las hojas de su savia, y luego el in a quitarle su belleza estival. Pero estoy divagando... Con todo lo que tenfamos que comu- nicamnos en asuntos de negocios y en otros de distinta naturale- za, mi hermano y yo caimos en la cuenta de que el tardio servi- cio semanal de postas establecido entre Goya y Corrientes, era impropio para nuestra correspondencia epistolar y que debiamos buscar un medio més adecuado de comunicacién. Por eso decidimos pagar un correo propio que Hevara ta correspondencia entre Corrientes y Goya. Elegimos a ese pro- pésito a un criollo de apellido Leiva, Era éste un hombre formal, grave, imperturbable. Leiva nunca pareeia estar aparado y era al mismo tiempo ek més exacto de los mensajeros. Creo que nunca lo vi sonreir pero no por eso era grosero ni brusco en sus moda- Jes. Funcionaba como una maquina jamas descompuesta, era cexacto a la manera de un reloj y hasta se movia con movimien- 10 de péndulo, Si encontraba obstaculos en su camino, nunca lo sabfamos, porque allanaba todas las dificultades, se hacfa justi- cia por sf mismo y prosegufa su camino habitual, De tal mane- ra, en una comarca tan poco segura, nunca se dio el caso de que preguntaramos: —; Qué fe habra pasado a Leiva? Porque sabi mos que una vez salido de Corrientes o Goya, habria de llegar a la hora sefialada. Durante nueve meses viajé con tiempo bueno y malo, Hlevando consigo no solamente 1a correspondencia sino monedas de oro en gran cantidad. Leiva viajaba solo, en una dis- tancia de ciento cincuenta millas y nunca perdié una carta ni tuvimos un momento de inquietud por la suerte del dinero que 88 ‘ViasEROS AL. PLATA (1806-1862) condueia, Leiva, “el correo de los ingleses”, era conocido por todos y el viajero mejor atendido en todas las postas del camino. Cuando Hlegaba, con su aire indiferente y algo melancélico, le recibfamos con intima satisfacci6n. Traia en sus alforjas los paquetes de cartas, Jos rolios de doblones, y al dejar caer todo aqueilo sobre la mesa, habja un extrafio contraste, entre el rostro alegre de los patrones y su plécida y severa expresién. —Vea (decfa después de vaciar las alforjas), vea si todo esta bien, patron. Y una ver. seguro de que nada faltaba, dirigiase a la coc na y allf se preparaba el mate, el almuerzo o la cena, saludando ‘a quienes encontraba como si hubiera estado ausente una media hora. Pero respondia sosegadamente a cuanta pregunta se le hacia porque era una especie de gaceta ambulante entre Corrientes y Goya, Parecia, con todo, no poner interés alguno en Jo que contaba y él no preguntaba nada, como seguro de que en su ausencia no habia pasado nada importante. Satisfechas sus necesidades, se presentaba de nuevo al patrén y preguntaba si habia que salir otra vez. Para él era lo mismo hacerlo en el dia o en la proxima noche o en la mafiana siguiente. Alli estaba con su caballo ensillado esperando en ta puerta, listo siempre y puntual. ‘A veces tenfa que esperar varias horas y nunca se le vio un gesto de impaciencia. Hubiera esperado un dfa y una noche en la misma actitud. Cuando lo Hamabamos: —Venga, Leiva, ya esté la correspondencia, empezaba el atregto cuidadoso de los papeles en las alforjas y terminaba diciendo tranquilamente: — Hasta la vuelta, patron, Entonces montaba en su caballo y se alejaba al galope sin detenerse hasta el final det viaje, salvo en las postas para comer y cambiar la cabalgadura. Viajar de noche ode dfa, al sol o al agua, era asunto indiferente. En una sola oca~ si6n, una sola, Leiva, después de Hegar a Goya, rompié su habi- tual laconismo y al entregar Ia correspondencia, me dijo que se habfa retardado tres horas porque su caballo en una rodada muy fea se habia roto el pescuezo, matdndose. Entonces le pregunté con mucho interés si é1 no se encontraba herido. Me miré con / | Jou Y WILLiAM Panisti ROBERTSON 89 sorprest y con cierto aire de disgusto. —;Herido? repitié con aspeteza que nunca habia notado en sus maneras, —g Herido? No, seitor, salf parao. ‘En seguida me di cuenta de que yo habia puesto en duda su condicion de jinete, cosa ofensiva para un hombre de campo, Estos hombres, jinetes de verdad, son tan diestros en el manejo del caballo, que si éste cae a toda carrera, siibitamente arrojan Jas riendas por encima de la cabeza y pasan de Ia silla al suelo, cottiendo sobre sus propios pies. ¥ si la cosa pasa de otra inane- ra, los compaiieros y los que no lo son, se burlan del infortuna- do y rien y gritan con estrépito: —;Vea el jinete! jVea el jine- te...! golpedndose la boca con la mano. Y la burla se-hace més general cuanto mas fuerte es el portazo recibido... Recordando todo esto, traté de amreglar lo dicho y pregunté a Leiva c6mo se habia manejado una vez que se le mat6 el caballo. Lo desensillé —me contesté recobrando su calma- eché a la espalda el recao y me fui caminando a la posta que estaba a tres leguas. No obstante la natural indiferencia de Leiva, en algunas raras ocasiones se animaban sus ojos negros y todo su ser demostra- ba que algo importante le trafa preocupado. Era cuando ti her- mano, 0 yo, tenfamos que acompaitarlo a Corrientes 0 a Goya y se lo anuncidbamos con anticipacién, Entonces, durante el viaje anterior al nuestro, Leiva se desviaba de las postas del camino y ‘comprometfa en las estancias préximas los mejores caballos que debfan estar listos para el dia siguiente porque el patrén anun- ciaba visita, ¥ cuando hacfamos el viaje juntos, todo nos demos- traba el cuidado con que é| habfa preparado lo necesario: tos caballos, los postillones, el almuerzo, la cena, todo estaba en stt lugar y en su punto. El propio Leiva no se apartaba nunca de nuesiro lado. Por su trabajo de correo y la responsabilidad que importaba la conduccién del dinero, pagdbamos a Leiva cuarenta pesos por mes, Sus gastos, siempre moderados, corrian por nuestra cuen~ 90 ‘VIatEROS AL Pata (1806-1862) ta. En qué gastaba sus cinco chelines diarios, es cosa que nunca pudimos averiguarlo. Porque cuando nos fuimos de Corrientes, no tenia més que una suma de dinero que le regalamos y que sin duda desaparecié con la misma rapidez con que habian desap: recido sus sueldos. Creo que nadie en Corrientes gané tanto nuestro afecto como el nombrado Leiva, Hay una maravillosa tendencia en nosotros que nos induce a amar al agente inmediato del placer, aunque exista muy escas relacién entre ese agente y el placer que nos proporciona, Lo mismo da que se trate de un ser viviente o de un objeto inani- mado. Cudntas veces un drbel, un arroyuelo, una escalinata, se identifican en nuestro espiritu con lo que hemos experimentado junto a ellos y al contemplarios, revivimos el placer que goza mos otrora. Leiva, acaso, era poco més que un instrumento inanimado que conducia la correspondencia; pero, sea como fuere, las cartas que él entregaba, los paquetes que él dejaba caer ante nosoiros, adquirian un valor ereciente a nuestros ojos; y en una regién aislada y remota como aquélla, donde habia pocas cosas de interés y ninguna diversidn, sabiendo, como sabfamos, que Leiva invariablemente traia en sus manos cosas agradables para nosotros, bastaba su Hegada para ponernos contentos Porque no s6lo trafa la carta del hermano sino también con fre- cuencia despachos de Buenos Aires, y como éstos contenian a menudo cartas de nuestro hogar, no es de extraitar que “la Hega- da de Leiva” despertara sentimientos muy intimos en nuestros corazones. A ninguna persona, en efecto, vefamos con mayor gusto apearse a la puerta de la casa; y mis lectores habréin de per donarme si, haciendo justicia a un servidor fiel, que no sé si per tenece ahora al mundo de los vivos o al de los muertos, me he detenido tanto en tecordarlo. W.P.R, SAMUEL HAIGH Sin duda ta descripcién que realiza Samuel Haigh de una corrida de toros en 1817 representa el pasa- je mds atractivo de sus estandarizadas observacio- nes sobre Buenos Aires. Su obra fue publicada ori- ginalmente en Londres en 1829 cuando los viajes ‘sudamericanos ya hablan generado un nutrido piiblico lector avezado en las crénicas dedicadas a la ciudad puerto, a tal punto que Haigh debe excu- sarse Hegado el momento de ofrecer su relacién personal: “La ciudad de Buenos Aires ha sido a menudo descripta, y debe estar fresca en la memo- ria de la mayor parte de los lectores". Es que Vidal, Brackenridge, Caldcleuhg, Proctor, Head, Miers, Andrews, Beaumont, Miller, habtan publica- do antes que Haigh, si bien sus viajes correspond. an a periodos cronolégicos posteriores (Haigh arriba por primera vez a Buenos Aires en 1817, en representacién de una importante casa comercial de Londres, para negociar un cargamento de mer- cadertas en Chile): para entonces las corridas de toros ya habian sido abolidas, por lo que el t6pico, fuertemente costumbrista, quedaba excluide para los otros viajeros. BOSQUEJOS DE BUENOS AIRES, CHILE Y PERU* CapiruLo [Los caballeros de Buenos Aires. Modas, Gobierno. Poblacién. Corridas de toros. Teatros. Carreras. Ritias de gallos. Cacerias de gamas, Comercio. Partida para Chile. Ya descriptas Jas damas, conviene hablar de los jOvenes de clase superior. Los caballeros de Buenos Aires se visten tan bien, como los de igual clase en Londres 0 Paris, y sus maneras son sin afectacién © afeminamiento. Todos los jévenes son buenos jinetes y se enorgullecen de poseer un caballo de crfa andaluza. Son valientes, liberales y desinteresados, pero algo orgullosos y atrogantes; las condiciones tiltimas, sino excusables, se com- prenden fécilmente, pues ninguna repiiblica sudamericana ha contribuido més que la suya a la destruccién del poder espafiol en-ei Nuevo Mundo, Han adquirido el epiteto de pintor, 0 bota~ rate, entre sus vecinos, y quizis no son queridos, pero general- mente son superiores en talento ¢ ilustracién a los habitantes de cualquiera de las otras replicas. a lo que puede atribuirse esta animosidad. La sociedad en general de Buenos Aires es agradable; des- pués de ser presentado en forma a una familia, se considera fuel Haigh, Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Pers, tad. y prologo Carlos Aldao, Buenos Aires, La cultura argentina, 1920, 94 ‘Viasetos at. Pata (1806-1862) completamente dentro de la etiqueta visitar a la hora que ung crea més conveniente, siendo siempre bien recibido; la noche 4 hora de tertulia, sin embargo, es la mas acostumbiada, Estas ter. tulias son muy deliciosas, y desprovistas de toda ceremonia, que constituye parte de su encanto. A la noche, la familia se congrega, en Ja sala lena de visi: tantes, especialmente si es casa de tono. Las diversiones consisten en conversacién, valsar, contra: danza espariola, misica (piano y guitarra) y algunas veces canto, Al entrar, se saluda a la duefia de casa y ésta es la dinica cere: monia; puede uno retirarse sin formalidad alguna; y de esta manera, si se desea, se asiste 2 media docena de tertulias en la misma noche. Los modos y conversaci6n de las damas son may Ficiles y agractables y, como es costumbre que sean muy cum. plidas con tos extranjeros, se ha incurtido frecuentemente en error con respecto a esta libertad. Todos, sin embargo, los que conozcan la indole social, admitiran que, si se permitiese en Inglaterra visitar sin restricciones, las maneras serfan tan libres y degagé; y por causa de lamentables mal entendidos de extran- jetos que han sido bondadosamente admitidos en estas tertulias, Ja mejor sociedad, tanto en Buenos Aires como en Chile, se pro. cave mas en recibir visitantes; y la recepcién de extranjeros es més formal y reservada. Los vestidos de recepcién de las damas son de muchisimo buen gusto, y creo que las modas francesas son preferidas. En los bailes y reuniones ptiblicas, se adornan con los artfculos mas finos que Inglaterra, Francia o el “oriente fastuoso” produzcan. Hay en Buenos Aires sastres ingleses y franceses, modistas y tiendas que siguen de cerca las mejores modas europeas; y no hay duda que es ciudad mucho més adelantada que la vieja Espafia en lo tocante a moda y progreso modero; las maneras de los habitantes se asemejan mas a las de fas dos grandes capi- tales, Londres y Paris, que a las de sus mas tranquilos y silen- ciosos vecinos, los holandeses, lo 95 Saget HAIGH Lis ets son reeuentados por la mejor sociedad de hombres sjusivamente; como puede decirse que esta ciudad es cua eae olucién, la politica y el espititu de partido predominan y. Rey ii tsiones, se han humedecido las calles con sangre tt arama, por cuestiones politicas y ene] patibulo, Més proce- sets de sangre se han manifesiado en Buenos Aires que en lai 2c lamericana. cua ota sepetiamente el gobierno en hombres ¥ sispsviones, desde sit emancipcin del despise, qu sera aie oir La forma esas eompons dun gobems dor, amado Presidents. y deun Cab corporacion municipal elegida por el pueblo; pero no es sorprendente gue a mi " {que tan recientemente ha sacudido Ja esclavitud de 2 wet 9 fandtica corona espafiola, no estuviese preparada | me o nn golpe todos Jos benetcios de libertad especitmente cuando nosotros, en el viejo mundo, que tan orguliosmen . nm ny mmos de esa bendicién, apenas podemos decir haberla ol Fa ction de Besos Ares sestina en cen mi habta- tes, inetuyendo blancos, negros, mestizos e indios. Los blancos putes no son numeross,y a masa popular s de cast tan mer dia de blanco, indo y nero, que sera dif fie su oon: Jos gauchos o campesinos descienden originariamente de pa ade india vei cecasce de ovenesen la ciudad, en el fempo gue ss vealli, 1817; pero como la carrera més honorable abierta paral Joven es amity, se compred ke desapaicin de esta rama de Ia plac, por las constanes guerras con Per, Bana Orient as contends evils de menor cut, Bt een gran part, la causa de que esta bella ciudad no haya aumen He su pobasin en ta proporién de otros pases més nuevos gy han disatido, sin interupcin casi, ls Deniiones del pe Las corridas de toros, los teatros y los reitideras generalmen- te estan llenos 96 VialeROs At. PLATA (1806-1862) Un dia, comiendo en compaiiia de varios caballeros ingle- ses, propusieron ir a ver una corrida de toros que prometia sep grandiosa por ser dfa festivo y, en consecuencia, all nos enca- minamos. La calle que conduce a la plaza en las afueras de fa ciudad, de cerca de media milla de Sargo, estaba apifinda de gente en calesas 0 a pie, y damas sentadas en las ventanas‘o batcones, a ambos lados de 1a calle, daban al acceso aspecto muy animado. Encontramos la plaza (area espaciosa rodeada por un anfite- atro) ya repleta de concurrencia bien vestida de ambos sexos y de todas las clases, desde el gobernador y st esposa hasta el gau- cho y su mujer. Los toros se lidian uno por uno y a veces se matan veinte en la tarde. Se abre el toril y un toro salvaje, previamente excitado casi hasta volverlo loco, entra en el redondel dando saltos, lati- guedndose los flancos con la cola, y ta boca espumante; luego se planta inmévil y busca en torno un objeto que atacar. Sus opo- nentes son dos picadores a caballo, armados de pica; ocho o nueve capeadores a pie, y un matador que aparece cuando el toro ha de ser despachado. El especticulo pronto adquiere mucha animacién, pues el toro atropella uno tras otro a sus enemigos. El picador requiere gran fuerza y agilidad para resistir las arremetidas desesperadas det bruto, y he visto el cabatlo de uno de ellos y el toro, ambos con Jas manos en el aire, sostenidos un instante por la sola’pica que ha penetrado en la paleta del segundo, forzdndolo asi a hacerse a un lado, Después los capeadores lo rodean y le colo- can banderillas de fuego en el pescuezo y paletas, y entonces se enfurece como loco y acomete ciego, y embiste al acaso todo lo que encuentra, hasta que, asi molestado y atormentado algtin tiempo, es Hamado a gritos el matador que lo despache y éste aparece con muletilla roja en la mano izquierda y larga espada recta en la derecha. El toro Jo mira fijamente, mientras él ondea fa muletilla, y hace una arremetida que el matador evita con t alo Sautvet, HAIGHT 7 ande agilidad; después de pocos pases, el matador agita la Fuletilia por éltima vez y recibe la arremetida del toro con la éspada, que se alojaen la res dest victim, y ta cae, como pi ha, muerta a sus pies. Grandes aplausos y paftuelos agitados niman a los espectadores, y cuatro gauchos a caballo entran a pe en el redondel revoleando Jos lazos que en un abrir y Berar de ojos se cifien a los cuemnos y patas del toro, y pren~ giéndolos al reeado, sacan aprisa al animal muerto de Ia arena, envuelto en una nube de polvo. . Pronto aparece otro toro y continia la diversién como antes. ‘A.veces es matado un hombre entre aplausos de los espectado- res, y con mucha frecuencia, caen los caballos comeados. En sta ocasién fueron herides dos caballos, y uno corri6 alrededor gel redondel con los intestinos afuera. Esa tarde se mataron diez y seis toros. / ‘A veces, cuando el toro resulta muy valiente, los espectado- res piden stt vida; pero esto es solamente un respiro pata el ani imal, pues se le reserva para torturarlo y matarlo en una corrida vrais de los picadores, hombre retacén de aspecto respetable, de més de sesenta afios, me fue indicado como asesino de varios soldados briténicos en la época que el general Beresford estaba en posesion de Buenos Aires. Cuando se encontraba con alguno solo, acostumbraba invi~ tarlo a entrar en una pulperia y, con pretexto de beber. espiaba la oportunidad de darle de pufaladas y su victima rara ver. hacfa resistencia, con gran placer de los barbaros espectadores, He de confesar gue solamente el secreto deseo de presenciar la des- truccidn de este facineroso me hizo consentir en permanecer en la plaza, porque, después de ver matar dos 0 tres toros, me dis- gusté la diversi6n, que me parecié muy cruel y algo cobarde: | Gste hombre fue sentenciado a muerte en tiempo de Beresford, pero esca~ 16 por haber sido reconguistada Ia ciudad ef dfa antes del sevialado para la Ejecucidn, Sin embargo, puede satisfacer al Jector el saber que dos aos, 98 ‘Viaser0s AL PLATA (1806-1863) El teatro de Buenos Aires es edificio hermoso, pero no fur mas que una vez por no entender el idioma; estaba muy bien concurrido. Las carreras y rifias de gallos me dijeron eran diver. siones favoritas de los naturales, pero acerca de las primeras no tuye oportunidad de abrir juicio, y no me senti inclinado a ver Jas tiltimas. Junto a las puertas de ia gente pobre hay siempre un gallo de rifia atado de la pata, lo que demuestra que las riftas deben ser diversién muy difundida, El populacho de Buenos Aires es muy sucio, menos cuando se endominga. Los hombres se visten con paiio y pana y las mujeres con bayetas y telas de algodén, Se me decia que antes se adomaban el cabelio con oro y plata, pero este metal precioso, en el tiempo a que me refiero, estaba muy escasamente distribuido entre ellos. Ambos sexos son especiales, los dias de fiesta, en tenzar y festonearse el cabello, y se puede ver con frecuencia a los de clase baja senta- dos en la puerta, con Ja cabeza del vecino sobre las faldas de otro cuyos dedos se emplean con diligencia en disminuir la pobla- cin de tan tupidas maraiias Las gamas de la Pampa proporcionan buena caza, pero esta diversin es puramente inglesa y se introdujo por comerciantes que tenfan su club y se vestian con chaquetas rojas. Los perros se importaron de Inglaterra. La diversién en la Pampa es exce- lente, sin mas impedimento que el encontrarse con vizcacheras, que algunas veces arrojan por terra a jinetes y caballos y, cuan. do son hondas, suelen quebrar las patas del caballo. La vizca- chera es una especie de marmota de talla aproximada al conejo: estos animales se juntan en madriguera bajo tierra y se encuen- tran en toda la Pampa. Exceptuando estas trampas, nada es mas lindo, montando un buen caballo, que galopar en estas Hlanuras. La gama con frecuencia recorre veinte millas en linea recta, Se Cuenta que cuando este deporte estaba en su infancia, después de las primeras dos o tres salidas, una mafiana un lindo venado fue después fue comeado y matado por un toro, Las eotridas de toros haan sido abolidas en Buznos Aires por decreto gubernativo. 99 sawuet Haro eparado de Ja tropilla y proporcionaba caza animada, euando on gueho, sendo desde lejos tants perros y netes en pers: icin del animal, se cruz6 al paso, enlazsindolo y degolkindolo jnmediatamente. Al Hegar fos cazadores a increparle por ech peter la diversi, muy inoeentemente observ6 que pensabsa lo pecesitaban para comer, Muchos jévenes del pats ahora partici- pan de este deporte. . Et comercio de Buenos Aires consis! ent expo de cuerosy soho y mach gente #ce4ps en aon ex anenlos en las Pampas. BI charg también renin considerable de comercio, y se exportan con frecuencia mulas pare el Cabo de Buena Esperanza y las Indias Occidentales. bas imporacones de Inglaterra son poncpalments las jas de Helles, Hodder, Leeds, Waketeld, tes algadones de Glasgow, Paisley, Manchester, etc.; ferreteria de Shefticld y « agus ciudad Birmingham) que e elegant subbime Burke fa justamente denomin “jugucteria de Europa”: no olvidanc la alfarerfa de Worcester y Staffordshire,? feégil mercaderfa que ao resiste en Tas greseas doméstias, y tan pronto rota como reemplazada por aquellos infatigables artifices en arcilla. Este sltimo comercio ha sido muy provechoso. Se encuentran tam- bién en abundancia mercaderfas francesas, indianas y chinescas Habia en el rio muchos corsarios (con patentes de Buerios Airés), aunque la mayor parte venfan de los Estados Unidos. El moth”, el “Blooded Yankee” y muchos otros de menor principalmente en cando yo esa en Buenos Aire coi ua insides muy cic » ogo: neligems ste pnsnban gu smc te coe ee au aha verdes, oh gem cme Foe eins coea a arts tention See ts Ste tons Se dnc een fa Alvne + Soca en crnds ing, cme some a See eee eee ie len portant x seat ao mo seta ec el Meee ee eee Scnse 100 VIAIEROS AL PLATA (1806-1862) cuantfa, estaban anclados con sus respectivas presas tomadas a Jos espafioles, la mayor parte barcos procedentes de fa India 6 Manila, Una presa, el Tritdn, apresado frente a Madeira por el capitin Monson que zarpé directamente de Baltimore, en un. corsario con patentes de Buenos Aires, se avaluaba en un millén de duros, Todos los cargamentos apresados se vendian en rema- te ptiblico y los agentes ingleses y americanos levantaron cose cha lucrativa de este trafico, Los alrededores de Buenos Aires son Hanos; forman parte de as grandes pampas que se extienden, con poca variedad, desde el mar hasta el pie de los Andes; y al sur, hasta los confines de Patagonia, El viento sudoeste Ilamado pampero sopla en el desierto con asombrosa violencia, Estos pamperos se parecen a los tornados de las Antillas pero son de mayor duracién; los marinos temen su furia, que rara vez amaina sin causar mucho perjuicio a los barcos del rio, y su fuerza se siente a veces lejos mar afuera. Los habitantes principales, asi como los ingleses, tienen sus casas de campo, o quintas, a inmediaciones de la ciu- dad, donde en ocasiones se organizan fiestas campesires, Las casas-quintas son de tapia y catia; su. moblaje es inferior al de las residencias urbanas, pero son muy frescas para retirarse durante los meses calurosos del verano. Varios de estos refugios vera niegos estén sobre la barranca dei rio y dominan un lindo paisa~ je de muchas millas a la redonda. Los cereales, maiz y legum- bres se cultivan solamente en las cercanfas de la ciudad. La pita sirve de cercado a los sembrados y aunque son tan grandes que abarcan una superficie de veinte a veinticinco pies, no obstante ser la tierra abundante, no las respetan los intrusos; la pita y tuna que @ menudo aleanzan altura de treinta pies, presentan una barrera infranqueable para hombres y bestias, Los gauchos son los habitantes cristianos de las pampas, mestizos de blanco e indio. Esta gente siempre esta en rifia implacable con los aborigenes, y constantemente en tren de ata- gue o defensa con ellos. Los salvajes habitan las pampas. ma a HAIGH toh ‘samt alla de la frontera cristiana, Son hombres independientes y auda- ies, pero feroves y crueles con sus enemigos, y nunca dan cuar- tel, pues su sistema de guerra es de exterminio. Los prodigios que hacen a caballo son tema de elogio y asombro aun entre los gauchos. Como, afortunadamente, nunca me he topado con una partida de ellos en Tas Hanuras y, como en esta obra me propon go deseribir (inicamente lo que he visto, os semito a la relacién muy inteligente del capitin Head en sus Rough Notes on the Pampas, de cuya exactitud puedo atestiguar, pues la misma des- cripeién me ha sido hecha tanto por mis paisanos como por los paturales que han tenido oportunidad de ver esta gente. Vi unos pocos venidos a Buenos Aires desde Patagonia para deshacerse de sus ponchos y plumas de avestruz permutiindolos por fraza- ddas, cuchillos y tabaco. Me sorprendié particularmente el aspec- to de un cacique, de més de seis pies de estatura, que estaba apo- yado en un poste de la plaza del mercado, con los brazos erw Gos, y en tan silenciosa grandeza de reposo, que evocs en mi mente la dignidad de Juan Kemble en su representaci6n del gran papel de Coriolano. 'Es ahora oportuno dejar Buenos Aires, donde, debido al vien- to, mal tiempo y otros tropiezos, mi barco habfa estado detenido diez dias. En la época de que hablo, 1817, muy pocos ingleses pabian atravesado aquellas inmensas lanuras, las Pampas, y las dificultades y peligros que encerraba el viaje por la Cordillera se consideraban casi insalvables. Sin embargo, acudi a un inglé: mister Eduardo Lawson, que las habia cruzado dos veces, y aun- que me asegur6 que estaba lejos de constituir un viaje de placer, lo preferi, no obstante, a doblar el Cabo de Homos. En efecto, no deseaba hacer ese viaje en el barco que me habfa traido: era un buque angosto muy ligero construido en Baltimore, de 180 toneladas de porte, que primero s¢ habia empleado en el trafico negrero, pero fue apresado frente a Sierta Leona por un erucero inglés, mientras se ocupaba en ese comercio horrible ¢ ilfcito, y después fue vendido en Inglaterra como presa. Habia sido tan to VIASEROS AL PLATA (1806-1862) sobrecargado en Londres para este viaje, que el agua estaba casi a nivel de tos imbornaies, y.con Ia brisa, el mar siempre barra la cubierta sobre fa que encontré imprescindible durante la mayor parte del viaje andar descalzo. No se habia tenido en cuenta la comodidad para pasajeros ni la seguridad de! barco, en la avidez desplegada para cargarlo de mercaderfas que se espe- raba rindieran ciento por ciento. Me vi obligado, en consecuen- cia, a descargar parte del cargamento para comodidad de Ja gente y seguridad del barco, en viaje tan peligroso como el del Cabo de Hornos, Habiendo arregiado estos asuntos, despaché el barco con destino a Valparaiso y resolvi ir a Chile por tierra, Un caballero sudamericano, don Manuel Valenzuela, natural y yecino de Mendoza, estaba 2 punto de regresar en su carruaje, modo de traslacién que me fue recomendado como muy preferible a la fatiga del caballo; esto, unido a mi ignorancia del idioma, hizo que aceptase un asiento en el carruaje de ese caballero, por el que pagaria Ia misma tarifa que si hubiese alquilado caballos. EL fa de la partida legé y el coche salié temprano porque habia que cruzar varios pantanos y hacer alto en Ia primera posta a siete leguas de la ciudad; pero me quedé hasta Ia tarde, resuelto a hacer la primera etapa a caballo y, de acuerdo con esto, se dejé tun baquiano para que me guiase. Después de comer, pasando la cabeza por primera vez por la boca de un lindo poncho, estreché las manos de mis amigos ingleses y, montando a caballo, sali de la ciudad. Bra casi obscuro cuando me encontré comenzando el camino de mil doscientas millas sin perspectiva de topar alma viviente con quien hablar en todo el trayecto; porque, como he dicho antes, en aquel tiempo apenas sabia una silaba de espaiiol, y el caballero en cuya compaiiia iba a ir ignoraba inglés o fran- és, Esto se oponia a toda sociabilidad, y después de tratar en vano de hacer comprender una pregunta a mi adusto guia, me di cabal cuenta de mi situacién desesperada y descubri que mi len- guia estaba condenada a largo reposo. Ciertamente esto no ofte- sane. HAIGH 108 ‘ia los mejores auspicios, ni era calculado para sentirse enamo- ‘ado de} pais, cabalgar en lugares desconocidos, de noche, en tn fedomén peludo cuyo solo paso era el galope trabado, yendo por pajonales que Hegaban al encuentro, y acompatiad por un guia {ue chillaba y cantaba como demonio selvético. A veces, yo queria disminuir la velocidad; pero mi salvaje no podia 0 no querfa entender. Adelante, adelante!, gritaba siempre, en toda la velocidad, y yo seguia a todo lo que daba mi caballo, para no quedarme airs y perderme. Este paso continus cerca de tres horas, cuando divisé una luz que felizmente me demostré estar orca de la posta donde Hegué muerto de eansancio, enojado, molido y mojado (porque habia Hlovido copiosamente). y asf ter- rind esta etapa de veintiuna millas. Desmonté a la puerta de un rancho miserable donde mis compafieros ya estaban en cama; se procuré luz de una ramada cercana que hacia de cocina, y alrededor de las brasas medio apagadas del fogén, yacian artebujados un grupo de gauchos semidesnudos anidados para pasar la noche. Por lo que habia ofdo en Buenos Aires, no esperaba encontrar sino comida y ‘cama ordinarias; pero una mera transicién de la capital a la pr mera posta, leva a esperar, si no buen alojamiento, al menos algo tolerable —no habfa tal cosa. Cualquier toldo de indios es tan bueno como este conato de casa. Al entrar yo, mi amigo don Manuel y su compaiiero (otro exballero que también iba a Mendoza), estaban estirados en colchones puestos en ef suelo. No haba mesa ni silla en el rancho y las paredes eran color barro obscuro, con agujeros capaces de admitir un cali6n de 48, pre~ sentando todo una angustiosa escena de desdicha que de ningtin modo contribuia a aliviar mi cansancio y fastidio. Las gentes sudamericanas se cuidan tan extraordinasiamente de su comodidad que, una vez metidas en cama, solamente an terremoto las hace levantar; por consiguiente, no habia que pen sar en conseguir comida‘a esa hora de Ia noche, y mi gufa, des- 104 ‘ViaseRos Al, PLata (1806-1862) pués de pegar en la pared Ja misera vela de bafio ~pues no habia candelero~, desapareci6 para pasar la noche, ‘Aninguno de mis compafteros se le ocurrié levantarse, y per- manecimos mudos por fuerza; asi me vi obligado a procurar reposo, en defensa propia, poniendo mi colchén, que habfa sido traido adentro del rancho, en un cueto vacuno sobre el piso, y con frio, humbriento y abatido me eché sobre él. Después de apostréfar mi mala estrella y proferir varios reniegos sabios, pronto olvidé mi desdicha en un suejio profundo, JOHN MIERS John Miers desembarcé en las costas rioplatenses en 1819 con el propésito de instalar una refineria de cobre en Chile, La premura de su traslado por tierra obedecia al avanzado estado de gravidez de su mujer y a la necesidad de arribar a Santiago de Chile anies que las maquinarias de su industria, que habian seguido por mar la ruia del Cabo de Hornos. La urgencia del viajero se traduce textual: ‘mente en una tematizada paranoia fijada en guias y postillones que practican, segtin Miers, un enga- Tio sistemdtico tendiente a “obligarle a uno a vie- Jar lo menos posible cada dia, a fin de mantenerlo ‘en ruta para su propio beneficio”. En un viaje paw tado por constantes dilaciones (reales y alucina- das), la narracién también sufre demoras y se complica en un relato detallista y obsesivo, posta por posta, que entrega como contrapartida una muestra acabada del espiritu inquebrantable de aquellos empresarios aventureros que encarnaran la vanguardia capitalista en Sudamérica VIAJE AL PLATA* Capfruo TIT (fragmento) De Mendoza a Villavicencio 1° de mayo. — Nos levantamos al alba a fin de preparar nuestras cosas para una jornada tan pesada como la que tenfa- mos por delante, pero se perdi6 tanto tiempo en Jos preparativos gue no partimos hasta las ocho: formabamos para ese momento tuna gran caravana; mi esposa soporté 1a primera parte del viaje mucho mejor de Io que yo esperaba y esto aument6 mis espe- ranzas de que podria cumplir un programa tan pesado como el que habfa emprendido, El camino era muy bueno durante cerca, de cinco leguas, tanto que un coche habria marchado por él sin dificultad; més alld a rodada estaba lena de pozos profundos y monticulos y cubierta con gran cantidad de piedras, grandes y pequefias, en su mayorta de caliza negra primitiva, esquistos arcillosos, esquistos de hornablenda y pérfitos. Dejamos a ta izquierda el redondo cerro Hamado La Calera, del cual se surte de cal la ciudad de Mendoza. Continuamos mis 0 menos hacia el norte faldeando el pie de una alta cadena de montafias y He- gamos @ otra cadena aislada, baja, Hamada Los Cerrillos; deja- mos €sta a nuestra derecha, y volteando mis hacia el oeste dimos en una abertura dentro de la alta cadena sobre nuestra John Miers, Vigje al Plara (819-1824), Estudio preliminar, tad. y notas. Cristina Correa Morales de Aparicio, Buenos Aires, Solar-Hachette, Biblioteca Dimension Argentina dirigida por Gregori Weinberg. 1968. 108 ‘Viaseros AL PLata (1806-1862) izquierda; nuestro camino se tendia siempre sobre la desierta travesfa donde no se da otra cosa que bajos arboles espinosos, tales como el chafiar, atamisque, retortuno y arbustos balsémi- cos de diferentes variedades, llamados jarilla; plantas salinas, llamadas jume, vidriera, eteétera, y algunas variedades de cac- tos. Mi esposa conservaba el dnimo y segufa con mucho entu- siasmo, aunque se quejaba de fatiga. A una distancia de diez leguas de Mendoza entramos en Ia cadena de montaiias, y dos leguas més adelante nos encontramos completamente encerra- dos entre las sierras de laderas muy empinadas, cubiertas de arbustos y Arboles bajos, entre los cuales revoloteaban numero- sos picaflores. El escenario era nuevo para nosotros y nos mara- villébamos ante fa variedad de temas que a cada paso activaban nuestra fantasia, Hasta ese momento habiamos estado expuestos a los quemantes rayos del sol, pero en cuanto nos encerramos dentro del angosto y tortuoso valle, nos vimos envueltos por una niebla espesa, que empapé nuestras ropas, tanto que pareeia que hubiéramos soportado un chaparrn. A medida que avanzéba- mos mi esposa empez6 a fatigarse mas y més: pero conservaba su dnimo hasta que, a una media milla de Villavicencio, se des- may6 sobre la mula. Habjamos legado, precisamente, a un pequefio arroyuelo, et primero que encontrabamos desde Mendoza, en un tramo de cuarenta y cinco millas, y un trago de agua con un poco del vino que Mr. Burdon trafa en sus chifles, le dio un poco de vigor y continuamos lentamente hasta llegar a los ranchos donde pude acostarla en la cama def maestro de posta: después de un pequeiio descanso recupers el dnimo pri- mitivo. Entretanto nuestros compajieros comenzaron a preparat la comida, y nosotros empezamos a encontrar, nuevamente, que nuestra cantina nos proporcionaba grandes servicios cada vez que debjamos convertitnos en nuestros propios cocineros. Una pequefia cantidad de alimento y un poquito de vino con especias contribuyeron a que mi esposa se recuperara y otra vez tuvimos esperanzas de que tal vez serfa capaz de realizar el viaje. Jou Miers 109 Mientras comfamos Hegé un oficial naval britinico que venia precisamente de Chile en viaje a Buenos Aires y de allf a Rfo de Janeiro, pues se lo habia destinado a la fragata Andrémaca y ebfa reunirse con el comodoro en este tiltimo puesto. Se Ikama- tba Eranklin, nos hizo un buen relato del estado de los pasos de ia montafia, suministréndonos las dltimas noticias referentes al Jado opuesto. Armé nuestra cama de viaje para mi esposa y Ia instalé lo mis confortablemente que podia permitirio ta habita- cin del maestro de posta. Tendf las pilchas de mi montura sobre el piso haciendo asi una cama para mi, Nuestros compaiieros dormieron en un rancho separado, donde dificilmente habfa lugar para todos cuando se tendian, Estaba a medio techar, no tenia puertas y en tales circunstancias tan estrecho estibamiento les proporcionaba mds calor. Mi esposa fue a la cama mas des- cansada y satisfecha ahora que habia cumplido tan bien el pri- mer dfa de viaje, de manera que se sentia con fuerza suficiente como para soportar la fatiga del resto sin temor. No pude dormir de fifo, pues la habitacién careofa de puerta; el viento soplaba en forma desagradable, y aunque estaba vestid, cubierto de fraza- das y con un gran sobretodo, no pude entrar en calor. Mi esposa durmié profundamente toda la noche, pero a eso de las cuatro de la mafiana del dia domingo 2 de mayo, se quejé de gran dolor: aument6 y fui a Mlamar al doctor; tuve gue pasar tropezando y despertando a cuatro 0 cinco de los compafieros antes de descubrirlo. Con gran dificultad consegué despertarlo, tan profundamente dormido estaba; cuando recuperé su sentido salié gateando apresuradamente y me siguid; el aire era de un {rio penetrante y cuando Hegé junto al lecho de mi esposa los dientes le castafieteaban y temblaba por entero en tal forma que apenas podia hablar. Me dijo que se daban todos los sintomas de un proximo alumbramiento; aconsej6 que mi esposa permane- ciera completamente quieta con ta esperanza de que pasarfa, Después de amanecido, como los sintomas no desaparecieran y ef lugarteniente Franklin se preparaba para salir hacia Mendoza, U0 ‘VIAJEROS AL. PLATA (1806-1862) escribi una carta al Dr. Colesberry informdndole acerca de mies: tros temores y rogdndole enviara una enfermera y una serie de cosas esenciales para nuestra permanencia en tan miserable fugar. Escrib/ igualmente a don Cruz Vargas, pidigndole colabo- rara con el Dr. Colesberry y le informaba de que, aun cuando nuestros temores carecieran de fundamento, estaba decidido a Hevar a mi esposa de vuelta a Mendoza Nuestra situacién era critica y en extremo embarazosa; esté- bamos por el momento, a cuarenta y cinco millas de todo lugar habitado, y habia legado la época en la cual, generalmente, las montaiias son intransitables a causa de la nieve que cae en esa estacién del afio, Me parecia absolutamente indispensable regre~ sar con mi esposa a Mendoza, si ella se ponia en condiciones de poder iniciar el viaje; y temfa que esto me produjera un retardo tal que pudiera obligarme a permanecer en el lado oriental de la Cordillera hasta que las montaiias fueran nuevamente transita- bles, lo que rara vez acontece hasta Ilegado octubre 0 noviem- bre, es decir, un perfodo de seis meses. Ante este dilema resolvi enviar por delante a los artesanos que habian venido conmigo desde Inglaterra; con ellos envié bagaje, instrumentos y todo aquello que no era absolutamente indispensable para nuestra instalacién; a fas ocho y media partieron con los muleteros.! Todos considerdbamos este episodio como muy desgraciado. Los hombres que marchaban hacia un pais desconocido, queda- ban sin ocupacion, desconociendo el lenguaje y sin el control tan necesario en semejantes circunstancias: todo hacfa suponer que yo también quedaria desocupado lamentando la pérdida y demoras que, aun cuando habfan sido inevitables, no eran menos perjudiciales. Mis temores aumentaban sabiendo que legaria a | Me. Burdon y mi ingeniero principal permanecieron hasta las once espe: rando conocer los resultados. Mr. Burdon insistfa afectunsamente en dejar sus almohadas y parte de su cama esperando que pudieran ser tiles. Joun Miers mn Valparaiso el barco cargado de maquinaria pesada, la cual, en mi ausencia, no podria ser desembarcada. Solamente el doctor permanecié con nosotros. Mi esposa siguid con grandes sufrimientos hasta cerca de las dos y media de Ia tarde, hora en que fue aliviada de sus penas por el prema- {uro nacimiento de mi primer hijo (ahora en Chile con su madre, amigo y compafiero suyo en el solitario retiro de Concén, duran- te mi estada en Inglaterra); el pequeiio, después de haber queda- do pacientemente arropado unas tres horas sobre la cama del maestro de posta, fue lavado y vestido por el doctor. 3 de mayo. — Bl dia estaba muy lindo y tibio; mi esposa se encontraba en excelente estado de dnimo y se recobraba mucho mejor de lo que, con raz6n, nosotros podefamos haber esperado, dada la terrible situaci6n en que se encontraba. El hombre que cuidaba esos ranchos miserables quedaba dignificado con el nombre de maestro de posta. La posesidn perteneefa a un men- docino que criaba ganado y caballos all; el deber de Antonio Fonseca -éste era el nombre del maestro de posta~ era vigilar los movimientos de los forasteros para que no pudieran robar ganado, y reunir los caballos para los viajeros, que podian alqui larlos, fuera para Uspallata o para Mendoza. Estos ranchos estan sitados cerca de la desembocadura de un vallecito que se abre dentro de la quebrada principal, remontando fa cual sube fa ruta general que leva al Paramillo, sobre el camino a Uspallata y, descendiendo por ella, se va a la planicie de Mendoza. Corre alli un arroyuelo permanente que nace en la parte superior del valle- cito, en el cual se encuentran las fuentes calientes que deseribo en otra parte. El fondo del vallecito, en el lugar en que se encuentran los ranchos, es de unas 200 yardas y por alli corre ef arroyito en un cauce profundo a unos diez pies por debajo det nivel del terreno, frente a las casas: las margenes han sido rel Jadas para facilitar el acceso para cruzarlo, La cadena de monta- fias que se ve frente a la casa de la posta se encuentra, tal vez, a 112 ViaseRos at. PLATA (1806-1862) 800 pies sobre su nivel; desde la parte superior de ella se domi. na el hermoso panorama de toda la travesfa y tas lanuras de Mendoza, Nunca subi durante mi estada en et lugar, pues no podia dejar sola a mi esposa tanto tiempo, pero el doctor lo hizo varias veces y decia que la vista era muy hermosa. Los cultives de los alrededores de Mendoza aparecfan como una isla verde en medio de un mar ilimitado, que tal es el aspecto que presenta la travesfa como consecuencia de su nivel uniforme y esterilidad y més parece mar que tierra. La posta, si asi puede Hamarse, se componfa de tres ranchos: la habitacion de Fonseca, la cocina y el cuarto donde duermen tos pasajeros. El rancho de Fonseca estaba construido con fragmentos de piedra, apilados en seco unos sobre otros para formar la pared. Originalmente tuvo dos habitaciones de veinticinco pies de largo, una a continuacién de Ja otra. Pero todo el techo y buena parte del propio armazén del cuarto mayor habian desaparecido dejando solamente una pequefia celda baja de menos de doce pies cuadrados. En un rin- én se encontraba el lecho de Fonseca, formado por cuatro esta- as horeadas hundidas en el piso, sobre fas cuales se habjan dis- puesto cuatro palos en forma de marco y tendido sobre éste habia un cuero de vacuno sobre et cual estaba la cama propia- mente dicha que consistfa en unos veinte cueros de leén y gua- nnaco y unas cuantas pilchas de ia montura, PrOxima se vefa una mesa y, encima de ella, tres botellas ordinarias para vino que contenfan aguardiente, un crucifijo y unos vasos para vino. En el suelo se vefan dos petacas, o cajas de cuero de vacuno, en las cuales guardaba pan y otros articulos vendibles a los pasajeros que cruzaban la Cordillera y se detenian por falta de provisiones. Habia solamente una puerta que daba al espacio donde anterior- mente Se encontraba la habitacién grande. Como no tenia batientes, colgué, como sustituto, un poncho, y a fin de formar una habitacién separada para mi esposa, dividi la celda colgan- do, a modo de cortinas, las mantas desde el techo. Mi propio lecho consistia en tas pilchas de la montura puestas sobre nues- i U3 Joan Miexs tras dos maletas. El doctor confeccion6 su cama sobre las dos sacas de Fonseca, Tal era la miserable instalacién que, dadas fas particulares y eriticas circunstancias, nos vefamos obligados garedes construidas con fragmentos de piedra sobre tres lados; ado abierto quedaba al frente mirando al arroyo; sendos tron- Gos levantados del suelo mediante piedras, colocados a lo largo sobre ambos costados, servian de asiento. El fuego se encendia con matorrales en el centro del piso, La habitacién donde debi fan dormir los pasajeros estaba construida en una forma similar, pero la techumbre aparecia casi por completo destruida Miserable como era nuestra instalacisn, fue fortuna que este desastre nos ocurriera en un lugar tan habitable, Durante el dia pasaron varias tropas de mulas, unas hacia Chile, otras hacia Mendoza. Por la tarde lego, en viaje para Chile, un francés maestro de esgrima que iba a reunitse con la armada patriota, y tun estanciero cordobés, de Calamuchita, que, en otros tiempos, habla hospedado algunos de los prisioneros pertenecientes al ejército del general Beresford. 4.de mayo, — Todo el dfa estuvo nublado, muy Huvioso y excesivamente frio. Mi esposa recuperaba sus fuerzas con rapi- dez. A eso de mediodfa recibimos la visita de un tipo fanfarron, ‘en viaje de Chile a Mendoza; se llamaba Martinez y era lugarte- niente del 1° de Cazadores de los Andes; llevaba consigo a su esposa. Pronto me aburri6 con sus relatos, porque. segiin sus propias palabras, parecia ser aquel espafiol canalla, sargento de las tropas enviadas desde Espaita al Peri en el trasporte llamado La Trinidad, quien, ayudado por otro sujeto temerario, habia cerrado las escotillas y dado muerte a todos Ios oficiales a medi- da que subian a cubierta. Parecia enorgullecerse al contar sit barbarie, jactandose de haber matado, con sus propias manos, a tiece oficiales. Habfa a bordo 220 soldados y 100 marineros, que hid Viaiekos AL PLATA (1806-1862) se unieron con él en el motin: levaron el barco a Buenos Aires, donde fueron actamados todos como patriotas, asignados a las lineas patriotas y nombrados la mayor parte en calidad de ofi- ciales subalternos. Martinez recibid en seguida el nombramien- to de lugarteniente, en recompensa de sus sangrientos hechos Habia dejado una esposa en Buenos Aires, dijo, y pescado en Chile fa casquivana compaiiera actual 5 de mayo, — Para nuestra desgracia el tiempo empeors; tenfamos un serio temporal, 0 tormenta de nieve; gran cantidad de cellisca cay por la mafana, mezclada con la Huvia; pero a eso de las tres nev6 tan copiosamente que antes de la puesta del sol la nieve acumutada sobre el suelo alcanzaba mis de dos pul- gadas de espesor. Me sentfa muy desilusionado de no haber reci- bido alguna respuesta a mi muy urgente recado, fuera del Dr. Colesberry o de don Vargas; por lo tanto despaché a uno de los peones de Fonseca hasta Mendoza con una carta para el Dr, Colesberry, pidiéndole enviara sin tardanza una ayudante mujer, juntamente con una provisién de came y pan, que ya nos falta- ba, con un poco de arrurruz y algunos otros elementos esencia- les. Escrib{ también a don Cruz Vargas con el mismo fin. A pesar de la severidad del temporal, el doctor y yo nos vefamos obliga- dos a oficiar de lavanderas. Nos dirigiamos al arroyo con |; cosas necesarias para uso inmediato; luego las secébamos ante cl fuego humoso en el hogar de la cocina; el agua del arroyo estaba en esos momentos a punto de congelarse, y las montafias, en todas direcciones, completamente cubiertas de nieve. Por la tarde legé un oficial patriota, en direecién a Chile, teniente corone! Torres, un criollo sumamente inteligente y agradable que hablaba bastante bien el francés y el inglés; habia estado en jos Estados Unidos de Norte América; con su conversacién chis- peante ¢ inteligente nos alegré en aquella soledad, y su presen- cia fue particularmente bienvenida, Decia que los gauchos de Buenos Aires y los guasos de Chile eran los mejores y més fuer- | | ' e jon Mens ns tps soldados del mundo; para la campatia y el verdadero servicio ninguna tropa puede igualdrsele: ningtin otro, dijo, puede sopor- tar la fatiga y tolerar las privaciones a las cuales ellos se han jcostumbrado desde que nacen; son bravos y fécilmente disci- plinables, y cuando estén dirigidos por oficiales valientes y capaces, ningéin europeo puede resistirlos. La gran dificultad para formar las tropas patriotas era encontrar oficiales compe- tentes. Estos soldados son individuos que poco se preocupan det dinero, y no mucho por la calidad de los alimentos, cuya falta no se considera como una penuria, siempre que estén provistos de té del Paraguay y unos pocos cigarros: munidos de estos ele- mentos pueden soportar espléndidamente toda otra privacién; son resistentes por encima de toda comparacién; los soldados de caballeria wtilizan siempre sus monturas por cama; pero los sol- dados de infanterfa que en campaita no la tienen pueden dormir tranguilamente al aire libre, con un cuero de vacuno debajo y un poncho encima; jamas se preocupan por el pan, que rara vex prueban; un poco de carne de vaca, medio cruda, es suficiente para satisfacer las exigencias de su apetito; ninguna especialidad se requiere para cocinarla; cualquier cosa comestible es lo mismo para ellos. El habia estado con el ejército inglés en Espafia en la época de las més grandes privaciones y describia a nuestros mas resistentes veteranos como unos regalones en comparacién con los soldados de Sudamérica El coronel Torres insistié en dejarnos un poco de came y pan, que aceptamos complacidos, pues habfamos terminado todas nuestras provisiones. Por la noche tuvimos una tormenta fuerte con rayos, truenos y granizo. La mafana anterior habfamos des- cubierto que nuestra techumbre estaba lejos de atajar el agua, pero por la noche la Iluvia se colé a torrentes; cay6 sobre mi esposa que se hailaba tendida sobre su colchén con el nifio, a pesar de que Ja habfamos colocado en el lugar més seco. Esto era en extremo afligente y en nuestra angustia utilizamos todos los medios que la imaginacién nos sugirié para evitar que la lluvia 116 VIatenos AL PLATA (1806-186: cayera sobre su cama, Ayudados por el maestro de posta, que se Tevanté de su miserable camastro y nos dio algunos de los cue~ ros que componian su lecho, el doctor y yo construimos con cellos una especie de baldaquin sobre la cama, y de esta manera conseguimos, en buena parte, evitar que la liuvia le cayera enci- ma, Por el momento, nuestra situacién era muy desgraciada. 6 de mayo, — La mafiana era may brumosa y en extremo fria; las montafas estaban todas cubiertas de nieve que habia caido también en el angosto espacio que tenfamos delante de nosotros alcanzando un espesor de cuatro pulgadas; Jas paredes de las chozas estaban glaseadas por una capa helada: encerta- ‘dos, como estabamos, por las montafias, el conjunto presentaba, para nosotros, el aspecto mids triste y aplastante. Como habia enviado por delante mis instrumentos, no puedo asegurar Tos grados de frfo, pero no recuerdo haber experimentado nunca uno tan intenso. A mediodia la atmésfera empez6 a actarar y por la tarde el cielo estaba completamente limpio de nubes; el doctor y yo realizamos en el arroyo un lavado completo, gue se seed tapidamente cuando por la tarde aparecié el sol. No obstante tas incomodidades ¢ inconvenientes a los cuales estébamos sujetos, la fortaleza de mi esposa nunca la abandons; estaba contenta y rmejoraba rpidamente: tanto habia recupetado sus fuerzas que permanecia sentada muchas horas; el apetito era bueno, pero para mortificacién mia no tenfamos mas que pan mohoso, por lo menos de un mes atts, lengua seca, tasajo y t€ sin leche; esto era todo lo que podiamos darle, Me alegré al ofr que Fonseca ‘anunciaba la proximidad del pedn de Mendoza, pero puede juz~ grarse de mi mortfieaci6a al verlo retorar sin provisiones, Don Cruz Vargas estaba ausente en su hacienda de Lujan, cineuenta mmillas al sur de Mendoza, y como el estipido mensajero cuando Hlegé no encontré al Dr. Cotesberry en casa se habia vuelto con mi carta en Ia mano sin dejar siquiera un mensaje. Hubiera sali do inmediatamente para Mendoza, pero me era imposible aban- i oun Miers 7 donar a mi esposa; no hubiera podido arreglarse sin tenerme onstantemente a st lado. No tenfamos otra alternativa que Per snanecer alli y Soportar la mortificacién y enviar muevamente al mensajero en cuanto amaneciera el dfa siguiente 7 de mayo. — Me levanté bien temprano y despaché por segunda vez al pesn para el doctor Colesberry, recomendandole “etammente que no volviera sin una mujer y fas cosas indis- pensables de las cuales estabamos muy necestados, EI maestro de posta salié a caballo con lazo y bolas con la esperanza de encontrar un ternero o un guanaco para proveemos de carne Fresca, Partié con sus dos perros. Mi esposa estaba sumamente indispuesta esa maiiana; empeoraba y daba signos evidentes de iran con fiebre; para colmo de desgracias 1a fona del armanin de la cama se raj6; se habia humedecido a bordo y estaba podri- “fe. La trasladamos a la cama de Fonseca mientras cosfamos Is qona lo mejor que se podia con hilo de coser comtin, nico mate ial a nuestro alcance, La trasladamos nuevamente 2 su cam {qe se rompié de nuevo. La invéida Fae trastadada otra ver 2 ia tama del maestro de posta mientras tratébamos de arreglar 1a suya con las pilchas de las monturas, 'El dia era extraordinariamente hermoso; el sol brillaba, pero claire continuaba muy frfo; el deshielo era permanente, pero Is tieve desaparecta con mucha lentitud, Por la tarde el maestro de posta regres cariacontecido, pues no habia podido cazar animal fe ninguna especie. Durante la noche la fiebre de nuestra invée Tiga continu aumentando; estaba intranguila y to podia dormir, 4 lo que amenazaba con transformarse en una calamidad todavia peor exa la gradual desaparici6n de la leche, en cuyo caso seria imposible hallar ningdn sustituto para el nif, Para aumentir ruestray preocupaciones no podfamos mantener Ia Iwz encendi- da; nuestra provision de velas de fa cantina se habla agotade: fabriqué una Mampara con toda la grasa que pude recoger y la cologué dentro de la céscara de una calabaza con un 070 de ug ‘Viaitros AL PLata (1806-1862) algodén; pero se ahogaba continuamente, apagéndose, porque el sebo se congelaba a causa del intenso frio de la noche. A fin de evitar, dentro de to posible, que la débil luz cayera sobre los ojos de Ia enferma, encajé la concha en una piedra que sobresalfa de la pared, pero el viento que soplaba a través de las rendijas, extinguia continvamente nuestra delicada luz. Estos son nada mas que unos pocos de los inconvenientes con que tavimos que luchar en aquellos momentos de dificultad y de peligro. 8 de mayo. — Volvié el tiempo Huvioso y la nieve cayé en abundancia en las alturas de los alrededores. Durante el dia se present un intervalo de buen tiempo, pero al anochecer Huvia y nieve arreciaron, haciéndose mas intensas que nunca. Nada podria sobrepasar nuestra desgraciada situacién en aquellos momentos. Podria suponerse que las muchas personas que habian pasa- do por Villavicencio, viendo la situacién en que nos encontréba- mos habrfan dado cuenta de ella una tras otra~en Mendoza, y que allf se habrfan encontrado personas con bastante buena voluntad como para venir en nuestra ayuda sin esperar a que se Ja solicitase, cosa que, seguramente, hubiers sucedido en cual- quier otra parte de Europa, pero en estas regiones de Sudamérica nadie, sea hombre o mujer, se pone en camino con el tinico fin de ptestat un servicio a otro. Podsfamos habernos quedado y morir aqui sin que ninguna de estas buenas personas de Mendoza se decidiera a venir voluntariamente en nuestra ayuda, aun cuando se supiera que sdlo esa asistencia podria salvarnos. Nuestra enferma no estaba peor, aunque continuaba con fie- bre. Por entonces no sabfa qué enfermedad podia ser; parecia tener fiebre puerperal, enfermedad de la cual, aun en Inglaterra, mueren nueve de cada diez. Solamente con grandes dificultades podia suministrarse algin alimento al nifio y yo esperaba, en medio de la més extrema angustia, el regreso del pen que habia ido a Mendoza. Jou Mies 119 9 de mayo, — El dia era bueno, pero las montaiias y todo lo que nos rodeaba tenfa un aspecto invernal, Nuestra enferma esta- tba mucho mejor esa mafiana, A mediodia comenz6 a tlover de mulevo y el aire se torn6 més frfo. Por la tarde legs et pesn tra- yendo tna mujer con su marido y las cosas mas indispensables que tanta falta nos hacfan. Nuestros amigos habian cometido el grave error de enviar un ama de leche. El doctor Colesberry habia hecho todo Jo posible por encontrar una, cosa que le resulté difi- cil por la antipatia que experimentan las mujeres de Mendoza para conchabarse en cualquier trabajo y mucho més tratiindose de marchar cuarenta millas montafias adentro por un exteanjero, Parece que el general San Martin se interes6 en este asunto insistid ante una mujer para que viniera. Si no bubiera sido por esto:n0 la habriamos conseguido. Al decir ama de leche no vamos aimaginaros una joven agradable, sana, limpia, deseosa de ofre- cer sts servicios, sino una mujer de aspecto sucio, con ta cabeza y parte de la cara cubierta con el rebozo (0 chal) de lana, cuya pri~ mera preocupacién al llegar fue sentarse, en la cocina, a tomar mate. A Ja vista del ama, mi esposa resolvié no permitirle ama- mantar al nifio. Insisti por su bien y con gran dificultad consegut ‘que me permitiera ponerlo en manos de aquella mujer. Con laagi taciGn aumenté la fiebre de nuestra enferma. 10 y 11 de mayo. — La paciente mejoraba lentamente. La mujer era inservible para todo, excepto para amamantar al nifio Taito ella como su marido eran orgullosos, sucios, haraganes y no se comedian para ayudar en cosa alguna. Y sino hubiera sido porque la enfermedad de mi esposa nos hacia indispensable esa mujer, que podia amamantar al nifto, nos hubiéramos arreglado mejor sin ella, 12.de mayo. — El tiempo siguié brumoso y frio. Después de mediodia tuvimos violentas rifagas de viento sur que traia un aire quemante, Este lugar debe ser sumamente malsano para vivir en 120 ViaseROs AL PLATA (1806-1862) de los cambios bruscos del frio extremo al calor, y del calor al frio. 13 de mayo. — Haba escrito al Dr. Colesberry para que con- tratara y enviara diez peones desde Mendoza con el fin de llevar. a mi esposa hasta alli. Por dificil y peligroso que, forzosamente, debia resultar este procedimiento, pues se trataba de trasladar a tuna persona en su estado, con el niflo, por un mal camino de 45 millas, era el nico medio de Hevarla hasta all. El Dr. Colesberry contrat ese ntimero al precio de dos pesos, o sean, ocho chelines por dia, Era éste un precio de lo mas exorbitante, dado que nin- guno de esos hombres, aun cuando pudieran conseguir trabajo en Mendoza, habria obtenido una paga mayor de medio peso, o sean, dos chelines por dia, Pero ni aiin ese precio exorbitante pudo inducirlos a realizar el trabajo que de ellos se esperaba; porque es tal la antipatfa de esta gente, y tales las ideas de lo dificil y degra- dante que es marchar a pie, que sdlo seis de los diez Hegaron a Villavicencio, pues, a pesar de haber salido a caballo, el temor de tener que regresar a pie fue tal, que cuatro de ellos después de haber cabalgado medio camino se volvieron a casa; los otros He- garon por la tarde. EI haber enviado en busca de refuerzo nos hubiera retenido 4s tiempo de 1o que podriamos soportar y, por tanto, mucho ma resolvimos marchar lo mas pronto posible. 14 de mayo. — Los peones que habian Hegado el dia anterior trajeron de Mendoza un cuarto de vaca para el mantenimiento de nuestra numerosa compaiifa: se la colg6 de la cumbrera del techo en la choza fuera de nuestro cuarto, Un cazador de guanacos que se dirigia cordillera adentro con una traflla de perros hambrien- 105, establecié su campamento en fas lomas no muy lejos de nos otros. Durante la noche los perros merodearon por nuestra veein- dad y para desgracia nuestra, descubrieron la came y la devora- ron totalmente: diffcilmente podria describirse nuestra mortifica- cidn: teniamos, fetizmente, un pedacito que habia quedado de la oun MIERS 121 yovisién traida por el ama: era un trozo de pata que habfamos guarcado en lugar més seguro; y teniendo tantos peones que man- {ener {ue necesario establecer la mas estricta economia, Los peo- nes se ocuparon durante el dfa en cortar palos y construir una lite- fa para la invalida, Yo empaqué el equipaje y preparé todas tas, cosas para salir temprano a la mafiana siguiente. 15 de mayo. — Me levanté a las dos y media para despertarlos peones, tratando de partir al rayar el dia a fin de poder Hegar a Mendoza esa noche, de ser posible. A las tres envié a los hombres a buscar los caballos y mulas que pastaban en las colinas. A las ‘uatro mi esposa se habia vestido por si misma, desayunado e ins- talado en la litera arreglada para su transporte, esperando que de un momento a otro Hegarfan los peones, pero no aparecieron y a las seis y media envié al maestro de posta para que los buscara, Jos trajo de Vuelta a las siete y media pidiendo miles de excusas por la dificultad de encontrar los caballos. Tomaron su desayuno y observé entre ellos mucho mathumor y lentitud de movimien- ios. Después de ensillar los animales y atado el equipaje, a eso de Jas ocho y media los peones vinieron en grupo y se rehusaron a seguir hasta Mendoza con la litera, a menos que se consiguiecan, primero, dos ayudantes mds, y que a ellos se les prometiera una gratificacién adicional de diez pesos (cuarenta chelines cada uno). Irritado por su conducta los despaché a todos y e! doctor y yo partimos solos, Hevando la litera con nuestras manos por medio de palos, en forma parecida a la que se evan las sillas de manos, Faltaban solamente veinte minutos para las diez. No habi- amos recorrido ni 200 yardas cuando dos de fos peones que nos seguian ofrecieron aceptar los primitivos términos del contrato. Sin embargo, Hevamos la litera por una milla mas sobre el pedre- ‘goso y dispero sendero, y sélo entances entregamos nuestra carga alos dos peones. Fonseca y su peGn seguian con el equipaje, junto con la mujer y su marido que iban a caballo, mientras nosotros andébamos trabajosamente bajo el calor de un sol ardiente y en una atmésfera sofocante. Después de haber recorrido otra milla, 122 ‘ViasEROS AL PLATA (1806-1862) tres peones mis vinieron a ofrecer sus servicios y yo me sent bas. tante feliz. de poder aceptar su ayuda. El sexto pedn nunca se acer. 6, cabalgando solo y silencioso hacia Mendoza. Se vio que era bastante dificil llevar la litera entre dos personas, y nos pusimos de acuerdo en que cuatro podrian transportarla sobre los hom: bros. A eso de la una habfamos ya abandonado la parte estrecha del valle, y la extensa planicie desierta se abria ahora delante de nosotros; el descenso habia sido bastante acelerado y habfamos adelantado con mayor rapidez de ta que luego pudimos mantener, Nos detuvimos para tomar una ligera colacién; encendimos un fuego, la pequefia cantidad de carne fue espetada en el facén del maestro de posta cuya punta se introdujo en el suclo en direccién oblicua a fin de mantener la carne a una distancia apropiada de lag brasas; una vez. asada se distribuy6 en partes iguales entre todos: su escasez la hizo aceptable a pesar de que era dura y fibrosa, Yo preparé un poco de sopa de arroz. para mi esposa, que soportaba el viaje con fortaleza y paciencia. A fin de aliviar a nuestros hom- bres ei doctor y yo tomabamos nuestro turno para el transporte de la litera; ef marido de la mujer intenté ayudarnos una yez, duran- te el dia, pero le disgusté tanto el trabajo que lo abandons a los cinco minutos y no ofrecid mis sus servicios. A ratos Fonseca venfa en nuestra ayuda y nos aliviaba de nuestra fatiga, Segufamos andando con trabajo sobre aquella Hanura estéril y arenosa, bajo un sol ardiente y un camino pedregoso y fatigante, relevéndonos cuatro a cuatro, cada media legua Asi continuamos nuestro fatigoso viaje agotador, hasta que se hizo tan oscuro que resultaba peligroso continuar sobre un cami= no tan desigual: sin embargo, decidimos descansar hasta que saliera la luna a cuya claridad podriamos marchar con seguridad: todavia no habfamos cubierto tas dos tereeras partes del camino. Encendimos, cerca de la litera, un fuego y nos sentamos alrede- dor para descansar nuestros agotados miembros. El rocio cafa con tanta intensidad que la sdbana que formaba Ia cortina o cubierta de la litera estaba mojada como si se la hubiera empapado en agua. Encendi otro fuego en el lado opuesto de Ia litera mante- ~ barla rea _ Jon Miers 123, niendo constantemente la Hama en ambas hogueras. Hice un poco de té con cl agua que trafamos de Villavicencio, pues hay que recordar que entre aquel lugar y Mendoza, distante cuarenta y cinco millas, no se encuentra ni una gota de agua. Nuestros peo- nes tomaron su mate y se acostaron para dormir hasta que la luna. saliera, cosa que sucedié a las once, Entonces los hice levantar y proseguimos nuestro viaje. Progresébamos con dificultad, tur- findonos nuestra carga sucesivamente, Caminamos toda la noche; a eso de las cuatro de la mafiana yo me encontraba com- pletamente extenuado; mis dos hombros estaban muy sensibles pues a causa del peso y de la constante friecién de las varas que sostenian ta carga se les habia salido toda fa piel. Por momentos me veia obligado a cejar. Pero por deseoso que estuviera de dar demi todo lo que pudiera mi capacidad de resistencia no fue sufi- ciente como para permitirme realizar mi parte en el trabajo, y Quando Hegé de auevo mi turno, caf bajo el peso. Sin embargo, l doctor continud prestando su ayuda hasta el fin. Su esqueleto era més fuerte y mas hecho que el mio a soportar fatig: Aeso de las cuatro y media nos pareci6 escuchar ladridos de perros, y esta seguridad nos infundié nueva alegrfa y vigor a todos. A medida que avanzabamos ofamos distintamente el canto delos gallos que anunciaban la proximidad del dia, y esto confir- maba nuestras alegres esperanzas, Como la proximidad del alba mnateaba sobre el horizonte una débil claridad pudimos compro- idad de aquelias sombras que nuestra fantasfa creia dis~ Linguir a fa débil luz de la luna. A tos lejos se distinguéan los érbo- les y campanatios de las iglesias de Mendoza: la gradual reatiz cidn de nuestras esperanzas despertaba en mi la sensacién més agradable y placentera que yo recuerdo haber experimentado Jamas. Seguimos arrastrndonos, alegres y con el coraz6n liviano hasta llegar a ta casa del pariente de Bera, nuestro arriero en donde nos habiamos detenido a nuestra salida de Mendoza, Aqui hicimos un alto, tomamos mate y partimos nuevamente a las siete, Atrayesamos los suburbios y anduvimos media fegua hasta Negara la casa de un hombre apellidado Zapata, amigo de

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