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En esta nueva entrega de Mecánica básica, te explicamos cómo funciona el embrague de un coche.
Aunque lo uses a diario y muchas veces por kilómetro recorrido, a lo mejor no te has parado nunca
a pensar de qué manera actúa en el conjunto del automóvil. Por eso, esta vez, en nuestro
subsección de Mecánica básica, te contamos cómo funciona el embrague de un coche manual.
Cuando arrancas el motor, este gira al ralentí a unas 1.000 RPM. Pero para que el par pase por la
transmisión hacia las ruedas motrices, algo tiene que 'conectar' bloque y transmisión... pero no de
forma permanente (porque si no, las ruedas se moverían todo el rato o el motor se calaría en cuanto
frenaras). Ese elemento de que conecta ambos elementos es el embrague.
Cuando estás en punto muerto, el motor gira 'libre' y el vehículo no se mueve por más que lo
aceleres (véase cómo funciona el motor de gasolina). Por eso, cuando engranas la primera y
levantas un poco el pie izquierdo, el embrague acopla la caja de cambios con ese piñón y se
transmite el movimiento del cigüeñal a las ruedas. Pero claro, como la primera se queda corta
enseguida y hay que usar el resto de relaciones (segunda, tercera, cuarta, quinta...) a medida que
necesitas menos potencia y más velocidad, entre una y otra se pisa el embrague para desembragar,
es decir, para 'desconectar' puntualmente el conjunto y poder seleccionar durante breves instantes
las distintas marchas (pincha aquí para ver cómo funciona una caja de cambios manual) antes de
embragar de nuevo (levantar el pedal). Por eso hay que pisar el pedal izquierdo tanto al subir
relaciones como al reducir.
Los coches utilizan un embrague a fricción que funciona por medio de líquido (hidráulico) o lo que
es más común, mediante un cable. Un 'plato de presión' atornillado al volante motor ejerce fuerza
constante por medio de un resorte de diafragma sobre el plato de transmisión. Muchos vehículos
antiguos tienen una serie de resortes reguladores en la parte posterior del plato de presión, en vez
de un resorte de diafragma.
El plato de transmisión (o fricción) funciona en un eje de entrada acanalado, a través del cual la
potencia se transmite a la caja de cambios. El plato tiene forros de fricción, similares a los forros del
freno, sobre sus dos caras. Esto permite que la transmisión funcione sin problemas cuando el
embrague está accionado.
Busto de Herodoto
En los nueve libros que componen su obra, titulada Historias, Herodoto narró detalladamente el
decurso de las Guerras Médicas (Grecia frente al todopoderoso Imperio persa), que terminaron con la
victoria de los griegos sobre Darío el Grandey su hijo Jerjes. Aunque un sentido moral y religioso
orienta su relato, en el que se intercalan frecuentes excursos descriptivos y etnográficos sobre los
pueblos bárbaros, ya la misma Antigüedad supo apreciar la novedad y el valor de su obra, y otorgó a
Herodoto el título de padre de la historia.
Biografía
Herodoto nació en Halicarnaso (actualmente Bodrum, pequeña ciudad turca del Asia Menor) en fecha
incierta, probablemente hacia el año 484 antes de Cristo. La colonia dórica de Halicarnaso se hallaba
por aquel entonces bajo dominio persa y era gobernada por el tirano Ligdamis; los padres de Herodoto
eran, por consiguiente, súbditos del Imperio persa, pero en sus venas corría sangre griega, y de hecho
es probable que la familia perteneciese a la aristocracia de Halicarnaso.
Cuando todavía era un niño, y con motivo de una revuelta contra Ligdamis en la que murió Paniasis,
tío o primo del futuro historiador, la familia de Herodoto hubo de abandonar su patria y dirigirse a
Samos. Allí pudo Herodoto tener un contacto más estrecho con el mundo cultural jonio. Según la
tradición, fue en Samos donde aprendió el dialecto jónico en el que redactó su obra; pero los
investigadores modernos han comprobado que este dialecto era empleado también comúnmente en
Halicarnaso.
Es casi seguro que, poco antes del 454 a.C., Herodoto regresó a Halicarnaso para participar en el
derrocamiento de Ligdamis (454 a.C.), hijo de Artemisia, representante de la tiranía caria que
dominaba en aquella época la vida política de la colonia. La siguiente fecha conocida con certeza de
la biografía de Herodoto es la de la fundación, en el 444-443 a.C., de la colonia de Turios, junto a las
ruinas de Síbaris. No se sabe si Herodoto formó parte de la primera expedición fundadora (que dirigió
Pericles), pero sí que obtuvo la ciudadanía de la colonia.
Algunos de sus biógrafos informan de que, entre esos diez años que median entre la caída de Ligdamis
y su llegada a Turios (454-444), Herodoto realizó viajes por varias ciudades griegas, en las que ofrecía
lecturas de sus obras; incluso se dice que recibió diez talentos por una lectura ofrecida en Atenas, dato
que hoy parece bastante improbable, aunque manifiesta la buena acogida que tuvo Herodoto en la
ciudad.
Su estancia en la Atenas de Pericles le permitió contemplar el gran momento político y cultural que
vivía la ciudad: en Atenas, Herodoto pudo conocer a Protágoras, abanderado de la revolución de la
sofística, y a Sófocles, el gran poeta trágico que tanto influiría en su obra histórica. También en la
época previa a la fundación de Turios Herodoto hizo aquellos viajes de los que nos habla en su obra:
se sabe que estuvo en Egipto durante cuatro meses y que, después, fue a Fenicia y Mesopotamia.
Otro de sus viajes le llevó al país de los escitas.
Todos estos viajes estuvieron inspirados por el deseo de aumentar sus conocimientos y de saciar sus
ansias de saber, acicates constantes del pensamiento de Herodoto. Éste aparece a través de su obra
como un hombre curioso, observador y siempre dispuesto a escuchar, cualidades que combinaba con
una gran formación enciclopédica y erudita. Sus peregrinaciones continuarían después de
establecerse en Turios, donde residió al menos unos cuantos años, si bien se sabe muy poco acerca
de esta última etapa de su vida.
La parodia que realizó Aristófanes de la obra de Herodoto permite suponer que ésta era ya conocida
en torno al año 425 a.C. Los últimos acontecimientos mencionados en las Historias de Herodoto
acerca de Grecia se refieren al año 430 a.C.; se piensa que el historiador falleció en Turios entre los
años 426 y 421 a.C.
Las Historias de Herodoto
La obra por la que Herodoto de Halicarnaso mereció el sobrenombre de padre de la historia no recibió
de él ni el título ni la división; la división actual, en nueve libros, cada uno de los cuales aparece bajo
la denominación de una musa, procede de los eruditos alejandrinos. Los cinco primeros libros
describen los aspectos de fondo de las Guerras Médicas; los cuatro últimos contienen la historia de la
guerra, que culmina con el relato de la invasión de Grecia por el rey persa Jerjes, y las grandes victorias
griegas de Salamina, Platea y Micala.
Las Guerras Médicas y sus preliminares son, pues, el tema de esta primera gran historia narrativa de
la Antigüedad. Pero si se renuncia a la simplificación, hay que advertir que la crónica de Herodoto,
múltiple y compleja, es difícil de resumir: su finalidad y sus narraciones son varias y muy diferentes
entre sí, por lo que, en un primer momento, cuesta ver el principio unificador de tan diversos materiales.
Herodoto
Para reunirlos, Herodoto recurrió a sus muchos viajes a lo largo del mundo conocido; de ellos extrajo
sus fuentes de información y sus datos: unas veces, Herodoto recoge aquello que ha visto con sus
propios ojos; otras, lo que le han contado; otras muchas, el resultado de sus pesquisas e indagaciones
tras contrastar las tradiciones orales recibidas con los restos arqueológicos y monumentos o tras
recurrir a los sacerdotes y estudiosos de los lugares visitados. Así, por ejemplo, su investigación sobre
el mito de Hércules le llevó hasta Fenicia. Llama la atención ver cómo Herodoto va engarzando estos
elementos tan distintos entre sí y cómo, en ocasiones, los recoge aun cuando, en su opinión, no son
fiables: "Mi deber es informar de todo lo que se dice, pero no estoy obligado a creerlo todo igualmente"
(lib. 7, 152).
Ya desde el comienzo de la obra, el propio Herodoto anuncia que su cometido es narrar los sucesos
y hazañas de los hombres y, más en concreto, la guerra entre bárbaros y griegos. El núcleo central
del relato es, ciertamente, la narración de las Guerras Médicas, aquellas que enfrentaron a Oriente
con Occidente, pero ello da pie a Herodoto a insertar a lo largo de su obra numerosas digresiones.
Éstas permitían a su público acercarse a esos países extraños y alejados, que estaban relacionados
en mayor o menor medida con los persas. De esa manera, su narración no es unitaria, sino que se
rompe siguiendo un principio asociativo, según el cual los distintos países y regiones aparecen en el
momento en que se relacionan de algún modo con los persas.
Sin embargo, si bien estas digresiones son especialmente frecuentes en los primeros libros de la obra,
se observa que disminuyen en la parte central de la misma, aquella en la que se narra el enfrentamiento
entre Grecia y Persia. Se inicia entonces un relato bastante más escueto y objetivo, con un análisis e
investigación mucho más detenida de los datos. Se descubre de este modo en la obra de Herodoto
una gran multitud de estilos en dependencia directa con sus fuentes: para su descripción de países
exóticos, Herodoto tuvo que recurrir a sus viajes y a informaciones de segunda mano, bien orales o
bien escritas (como los relatos de otros logógrafos); por el contrario, para narrar la guerra, centro de
su relato, Herodoto dispuso de documentos más accesibles y fiables sobre esos acontecimientos.
Herodoto aúna así las dotes de un gran narrador y las de un historiador (esto es, investigador) en su
intento de dilucidar la verdad a través de la maraña de sus múltiples fuentes.
De la etnografía a la historia
Esta heterogeneidad de materiales ha permitido aventurar hipótesis sobre la génesis de la obra. Así,
las características internas y externas de los estudios dedicados a los diversos pueblos que
sucesivamente fueron sometidos por los persas se explicarían con la premisa de que debieron
originalmente coordinarse en una descripción etnográfica e histórica del imperio persa, y que no se
convirtieron en parte de la obra hasta que, en el desarrollo de la narración, Herodoto se vio arrastrado
por el apasionante interés que para él y para sus lectores tenía el conflicto militar con Grecia.
Después de compuestos, estos pasajes fueron incorporados al programa narrativo de las Historias con
varios aditamentos: algunos fueron situados en el lugar por completo adecuado, según la crónica de
la expansión persa (como el referente a los atenienses en Egipto, que tanto interés encerraba para él);
otros, como el que se refiere a los lidios, fueron cambiados de sitio según las exigencias del nuevo
tema; otros, finalmente (y así sabemos que sucedió con uno sobre los asirios) fueron suprimidos. Es
bastante seguro, pues, que cierto número de pasajes, concebidos originariamente como lógoi o relatos
independientes y destinados a la lectura ante un auditorio, fueron sometidos con posterioridad al plan
historiográfico de la obra.
Herodoto
Tal explicación de la génesis de la obra de Herodoto da idea de su principal originalidad, ya que nos
permite comprender cómo el autor fue pasando de la especulación teológica y de la curiosidad de los
compiladores de noticias geográficas y etnográficas a la investigación de los hechos humanos
averiguables mediante una tradición digna de fe. Antes de él, los escritores en prosa, que fueron
denominados logógrafos, se habían preocupado meramente de investigar y sistematizar, siguiendo el
ejemplo de la poesía épica, los míticos relatos de los orígenes divinos y humanos en genealogías y
crónicas, y de recoger noticias sobre los sucesivos descubrimientos geográficos.
Naturalmente, Herodoto se halla todavía muy cerca de los logógrafos, tanto por su estilo fácil y fluido
de narrador como por su lengua (escribe todavía en dialecto jónico), y también por su mentalidad. Si,
en realidad, concede escasa importancia a la mitología, la concede muy grande, en cambio, a las
noticias geográficas y etnográficas, sacando provecho de sus múltiples viajes. Sobre todo, sus
intereses en el terreno de la geografía y la etnografía se orientan hacia todo cuanto le resultaba extraño
y maravilloso, y sus descripciones, en sustancia, son un índice de las curiosidades recogidas,
directamente o de oídas, sobre pueblos y países. Y como le atrae el detalle concreto y pintoresco, sin
sutilizar demasiado sobre la importancia de los hechos referidos o sobre su credibilidad, su obra tiene
a veces el encanto de una fábula.
A pesar de los rasgos arcaicos de su historia, su método era ya decididamente crítico: supo relativizar
las noticias que le llegaban sobre Egipto o distinguir los acontecimientos de los que él mismo había
sido testigo (autopsía) de aquellos que le fueron contados o que había conocido por tradición oral. De
hecho, el término historia deriva de un vocablo griego, ístôr, que designaba al que relata algo que ha
visto personalmente, aquello de lo que ha sido testigo. No por ello está exento de subjetividad (se han
hallado huellas, incluso, de la enseñanza sofística), pero sólo en raras ocasiones se permite dar su
opinión, y prefiere que el lector juzgue por sí mismo.
Herodoto comete también errores, y graves, por mera precipitación o por ignorancia; pero las tentativas
repetidamente hechas para demostrar una mala fe han fracasado. Incluso en la historia humana busca
lo maravilloso: los grandes fenómenos políticos, sociales y económicos encierran para él escaso
interés. Los acontecimientos registrados en un reino se diluyen frecuentemente en la biografía
anecdótica del rey o de los principales personajes; las causas primeras de los grandes
acontecimientos, que, sin duda, no ignoró Herodoto, quedan relegadas tras las causas secundarias o
personales. También en los hechos más importantes, como la batalla de Salamina o la de Platea,
desbordan los detalles acerca de aventuras individuales, de heroísmos, astucias y frases memorables,
que casi hacen olvidar la visión de conjunto.
La perspectiva ética y religiosa
La filosofía de la historia de Herodoto tiene sus raíces en las ideas morales y religiosas del viejo mundo
jónico. La expansión imperialista persa termina con una catástrofe porque así lo desean los dioses,
envidiosos de la excesiva prosperidad humana; ninguna fuerza del mundo, ningún suceso, podía
salvar a los hombres, que habían incurrido en la envidia de los dioses; tal es su moral, semejante a la
de las tragedias de Esquilo.
Herodoto es un espíritu religioso arcaico, e impone a su historia un esquema de hybris o desmesura
(Jerjes desafiando los condicionamientos de la naturaleza al tender un puente de barcas entre Oriente
y Occidente, o atreviéndose a azotar el mar) que se hace merecedora de un castigo, de una némesis o
redistribución por parte de los dioses, que restablecen una situación equitativa. Los dioses
desempeñan aún un papel importante en la narración de Herodoto, en la medida en que son envidiosos
de la fortuna humana, sumamente frágil e inestable, como se desprende de la historia de Creso
y Solón en el libro I.
Políticamente destaca su repulsa de las tiranías griegas y su inequívoca toma de partido por la libertad,
que hizo posible aquella autodisciplina libremente querida que posibilitó la victoria de los griegos frente
al despotismo oriental. En cuanto a su posible parcialidad, se observa que Herodoto expresa con
frecuencia una cálida simpatía hacia los griegos en general y los atenienses en particular, engendrada
probablemente durante el período en que residió en la Atenas de Pericles, y exalta la superioridad
ética de las libertades cívicas griegas y el heroísmo que su cultivo permitía a sus ciudadanos; pero con
la misma frecuencia admira la cultura de los pueblos que él reúne bajo el calificativo de bárbaros, y así
exalta el poder persa, las grandes figuras de sus reyes o los admirables hechos de sus soldados.
La crónica de Herodoto se cierra precisamente con un elogio, por cierto bellísimo, de los persas (que
prefirieron ser pobres, dominando a los demás, que vivir en la comodidad, pero sirviendo a otros),
elogio que guarda semejanza con el tributado a los héroes de Maratón ("En Grecia, la pobreza fue
siempre congénita, pero con el valor, con el buen sentido, con la fuerza de las leyes, los griegos
combatieron no sólo la pobreza, sino también la sumisión al extranjero"), detalle que parece poco
adecuado para terminar una historia de griegos y persas escrita por un griego. Pero todo lo que era
grande atraía la simpatía de Herodoto, que con su arte aparentemente ingenuo sabe comunicarla al
lector.
Su influencia
A pesar del enorme éxito obtenido por Herodoto, pronto comenzaron las críticas por parte de los
historiadores posteriores, que le acusaban de ser poco riguroso con los datos. Uno de sus primeros
críticos fue Tucídides, quien se refiere a su método como algo efímero y válido sólo para un instante,
es decir, apto únicamente para la lectura y el disfrute.
Lo cierto es que Herodoto se convirtió en una fuente inexcusable para todos los historiadores del
mundo antiguo, que poco a poco fueron rectificando algunas de sus informaciones sobre países
lejanos y exóticos. Con el helenismo, la obra de Herodoto adquirió una mayor relevancia gracias al
carácter un tanto novelesco de algunos relatos (algo muy del gusto de la época); un célebre estudioso
alejandrino, Aristarco de Samotracia, realizó un comentario de sus obras. Así, la obra de Herodoto fue
siempre, como se ha dicho, un punto de referencia, bien como modelo consciente o simplemente como
anti-modelo.
También los romanos se rindieron ante la figura de Herodoto; fue Cicerón quien lo llamó "el padre de
la historia". Muchos historiadores romanos se sirvieron de él como fuente, y abundan las citas sacadas
de las Historias. Durante la Edad Media, período en que la lengua griega se convirtió en un verdadero
arcano, Herodoto dejó de leerse, aunque de una manera indirecta, gracias a los historiadores latinos,
se conocieron algunas de las anécdotas insertas en sus relatos. Su estrella volvió a brillar gracias a
los logros del humanismo: fue Lorenzo Valla el primero que se atrevió a traducir su obra al latín, y, ya
a comienzos del siglo XVI (en 1520), salió de las prensas de Aldo Manuzio la primera edición de
sus Historias, con lo que el texto original de Herodoto entró de nuevo al caudal de la erudición de los
siglos siguientes.
Zoroastro o Zaratustra
Profeta persa, fundador del mazdeísmo o zoroastrismo (Media o Bactriana ?, h. 628 - ?, 551 a. C.).
También conocido como Zaratustra, Zoroastro predicó una nueva religión basada en la adoración de
una deidad suprema llamada Aura Mazda u Ormuz («el Señor Sabio»), acompañada de los seis
espíritus de la verdad, la justicia, el orden, la docilidad, la vitalidad y la inmortalidad.
Homero
Las más antiguas noticias sobre Homero sitúan su nacimiento en Quíos, aunque ya desde la
Antigüedad fueron siete las ciudades que se disputaron ser su patria: Colofón, Cumas, Pilos, Ítaca,
Argos, Atenas, Esmirna y la ya mencionada Quíos. Para Semónides de Amorgos y Píndaro, sólo las
dos últimas podían reclamar el honor de ser su cuna.
Aunque son varias las vidas de Homero que han llegado hasta nosotros, su contenido, incluida la
famosa ceguera del poeta, es legendario y novelesco. La más antigua, atribuida sin fundamento
a Herodoto, data del siglo V a.C. En ella, Homero es presentado como el hijo de una huérfana
seducida, de nombre Creteidas, que le dio a luz en Esmirna. Conocido como Melesígenes, pronto
destacó por sus cualidades artísticas, iniciando una vida bohemia. Una enfermedad lo dejó ciego, y
desde entonces pasó a llamarse Homero. La muerte, siempre según el seudo Herodoto, sorprendió a
Homero en Íos, en el curso de un viaje a Atenas.
Los problemas que plantea Homero cristalizaron a partir del siglo XVII en la llamada «cuestión
homérica», iniciada por François Hédelin, abate de Aubignac, quien sostenía que los dos grandes
poemas a él atribuidos, la Ilíada y la Odisea, eran fruto del ensamblaje de obras de distinta
procedencia, lo que explicaría las numerosas incongruencias que contienen. Sus tesis fueron seguidas
por filólogos como Friedrich August Wolf. El debate entre los partidarios de la corriente analítica y los
unitaristas, que defienden la paternidad homérica de los poemas, sigue en la actualidad abierto.
La obra de Homero
La iconografía grecorromana ha consagrado el noble rostro barbado de un anciano ciego como el de
Homero. Esta es la imagen que ha atribuido la tradición al poeta que escribió la Ilíada y la Odisea, los
dos poemas épicos con que se inaugura la literatura griega y la occidental y cuyo vigor lírico y narrativo
permanece fresco desde hace miles de años. Su nombre y sus obras han alcanzado la gloria y
alimentado mitos, narraciones y leyendas a través de los siglos, sin que hayan perdido su fuerza
original.
La mayor parte de la literatura griega se nutrió del inmenso caudal de leyendas y tradiciones que desde
tiempos remotos se transmitía oralmente de generación en generación. También la poesía épica se
transmitía oralmente en sus orígenes: un aedo o un rapsoda la cantaba o recitaba de memoria ante
un público que desconocía la escritura. Los aedos eran músicos ambulantes que cantaban poemas
épicos acompañándose con instrumentos de cuerda; los rapsodas recitaban sin cantar, llevando el
ritmo con los golpes de un bastón.
La perfección y la calidad de la Ilíada y la Odisea, considerados obras maestras de la literatura
occidental, sólo se explica por la existencia de toda una tradición previa sobre la Guerra de Troya que
aedos y rapsodas fueron elaborando y refinando durante siglos y que culmina en los grandiosos
poemas homéricos. A pesar de que Homero se sirve de los procedimientos de la tradición oral, es
indudable que en ambos poemas hay un propósito poético, un plan y una estructura que revela la
actividad de un poeta consciente de su arte.
La naturaleza oral del estilo de la Ilíada y la Odisea es indudable. Esta certidumbre se debe a la
repetición cada cierto tiempo de unas determinadas fórmulas ("la Aurora de dedos rosados", "Aquiles,
el de los pies ligeros"), siempre en las mismas condiciones métricas. Después de un largo período de
transmisión oral, el texto se habría fijado en su forma definitiva en Atenas durante el siglo VI a.C., por
iniciativa del tirano Pisístrato.
En sus poemas, Homero no trazó una historia completa de la Guerra de Troya (que conocemos por
otros fuentes), sino que escogió dos episodios de la leyenda troyana para recrearlos. Así, en
la Ilíada se narra el último año de la Guerra de Troya, aunque el episodio central sea la disputa entre
dos héroes griegos: Aquiles y Agamenón. La Odisea, que parece ser la más moderna de las dos
composiciones atribuidas a Homero, relata las aventuras y penalidades de Ulises (héroe que
desempeña un papel secundario en la Ilíada) en el viaje de regreso desde Troya hasta su patria, Ítaca,
y el castigo que inflige a los pretendientes de su esposa, Penélope, que le creían muerto.
Homero fue el poeta más admirado de la Antigüedad. Sus obras transmitían conocimientos y
enseñanzas relativas a variados aspectos (estratégicos y militares; los astros y el firmamento;
cuestiones morales y comportamientos de los seres humanos; las relaciones de los dioses con los
hombres) y dieron la forma considerada canónica de la genealogía de los héroes y dioses griegos. Por
todo ello sirvió de referencia cultural y religiosa para las generaciones posteriores.
La Ilíada
La Ilíada relata el décimo año de la Guerra de Troya (o de Ilión, nombre griego de la ciudad, de donde
procede el título de Ilíada). Su núcleo argumental es la célebre Cólera de Aquiles. El héroe griego
Aquiles ha sido despojado de su esclava Briseida por Agamenón, jefe del ejército aliado griego que
tiene sitiada la ciudad de Troya para rescatar a Helena. A causa de esta decisión injusta, Aquiles se
enemista con Agamenón y resuelve no participar más en los combates.
Gracias a su ausencia y a otros sucesos, los troyanos, liderados por Héctor, consiguen importantes
victorias, y aunque el mismo Agamenón se humilla y le pide que regrese a la lucha, Aquiles se niega.
Será precisa la muerte de Patroclo, su mejor amigo, a manos del héroe troyano Héctor (hijo de Príamo,
rey de Troya), para que Aquiles deponga su actitud. Aquiles jura vengar a Patroclo, se lanza
ferozmente a la lucha y vence a Héctor. Su furia parece irrefrenable: ata a su carro por los pies el
cadáver de Héctor y lo arrastra con la cabeza por el polvo alrededor de la tumba de Patroclo.
El viaje de Ulises
Dentro de este apartado, en los cantos IX-XII Ulises relata a los feacios, en el transcurso de una cena,
todas sus aventuras desde que partió de Troya hasta llegar a la Isla de Ogigia. Estos cantos
constituyen por lo tanto una analepsis, o en terminología moderna tomada del cine, un flashback. Por
ello se dice que la ordenación temporal de la obra es del tipo in media res, es decir, empieza por el
medio, relata luego los antecedentes (creando así un efecto de retardación) y continúa hasta el final.
Estas dos primeras partes confluyen en la tercera, que relata la venganza. Ulises desembarca en Ítaca
y se reúne con su hijo Telémaco. Ambos trazan un plan para eliminar a los pretendientes. Ulises,
disfrazado de mendigo, vence en un concurso de tiro con arco que había convocado Penélope para
escoger marido, y a continuación se da a conocer y mata a los pretendientes. Y, finalmente, tiene lugar
el feliz reconocimiento de Penélope y Ulises (cantos XIII-XXIV).
En la Ilíada encontramos personajes heroicos, que se guían por su valor militar y su sentido del honor,
sin que sea posible decantarse por ninguno de ellos, ni establecer culpables ni inocentes. En la Odisea,
en cambio, vemos claramente un protagonista, Ulises, que se enfrenta a otros personajes
caracterizados negativamente: los pretendientes.
Las cualidades de Ulises son básicamente dos: la inteligencia, que le permite sortear los peligros y
salir vencedor en todas las situaciones, y la humanidad, que se percibe en su amor a su familia y la
nostalgia por su patria. Pero ya no es un héroe militar, sino un hombre que lucha por su vida y su
familia. Y puede usar engaños y trucos para lograr sus objetivos, lo cual lo distancia de la ética heroica
y militar de la Ilíada. De Penélope destaca su ya proverbial fidelidad, y en Telémaco se advierte cómo
la situación de Ítaca lo curte y lo va haciendo un hombre. Los pretendientes, en cambio, son un
compendio de defectos. Orgullosos y egoístas, sólo buscan apoderarse de las riquezas del reino de
Ulises.
El estilo de ambos poemas se caracteriza por el uso de fórmulas épicas y comparaciones. Las fórmulas
épicas son repeticiones de expresiones, versos o grupos de versos. Héroes y dioses, por ejemplo,
suelen ser siempre descritos con la misma expresión: se habla entonces de epítetos épicos. Y del
mismo modo, el poeta suele emplear las mismas expresiones o incluso los mismos grupos de versos
para describir el amanecer, la preparación de un banquete, la muerte de un combatiente, el
lanzamiento de las flechas o las picas, etc.
Durante mucho tiempo se pensó que ello era una falta del poema, y por esta razón se consideraban
superiores poemas épicos como la Eneida de Virgilio. Sin embargo, el uso de fórmulas épicas es
característico de la poesía épica oral de todas las épocas y países: facilita la memorización al recitador
y sirve como recurso para rellenar el verso manteniendo su métrica (las fórmulas siempre cumplen los
requisitos rítmicos del hexámetro) o cubrir olvidos. Las comparaciones son también abundantes y a
menudo extensas. Por otra parte, las diferencias entre la Ilíada y la Odisea en materia de lengua y
estilo son notables. En la Odisea, por ejemplo, se observa una mayor sensibilidad hacia el paisaje,
que se materializa en frecuentes descripciones.
La cuestión homérica
La concepción de la Odisea por Aristóteles como un trabajo de la vejez de Homero no es para nada
imposible según la crítica actual; y si la Ilíada es el más temprano de ambos poemas (como parece
probable por su estructura más simple y por la mayor frecuencia en la Odisea de formas lingüísticas
relativamente tardías), la Odisea podría haberse creado siguiendo el mismo modelo de composición
monumental que estableció la Ilíada. Como ambas epopeyas difieren no sólo en su construcción sino
en varios otros detalles, no resulta inverosímil considerarlas obra una de la madurez y la otra de la
vejez del poeta, como señalaron algunos eruditos en la Antigüedad.
Pero también es aceptable, sostienen otros, la propuesta de ciertos gramáticos alejandrinos, los
llamados corizontes (separatistas) que atribuyen la Odisea a otro poeta, el cual, siguiendo el modelo
homérico de la Ilíada, habría compuesto esta obra alrededor del año 700 a.C. La llamada "cuestión
homérica" adquirió gran importancia con la escuela alemana, en los trabajos analíticos de Fiedrich
August Wolf (1795), de Karl Lachmann (1837), de Gotfried Hermann y de numerosos continuadores
que negaban, por diferentes razones, la existencia histórica de la figura de Homero, o bien le
reconocían, a lo sumo, una modesta intervención como compilador. Bajo la óptica histórico-filológica
todo aparecía anónimo y Homero sólo era un nombre. La crítica moderna rectificó esta perspectiva
volviendo a considerar la muy probable existencia de un único y extraordinario poeta, sin que por ello
pueda hablarse de unanimidad en las innumerables cuestiones que suscita el problema de la autoría.
El fondo histórico
No es frecuente encontrar en la historia de las civilizaciones que una de ellas se inicie, en el terreno
literario, de forma tan brillante como la civilización griega. Hoy día se sabe la razón de ello: los dos
poemas atribuidos a Homero, la Ilíada y la Odisea, hunden sus raíces en el mundo micénico, en esa
cultura griega del II milenio a.C. Los poemas de Homero no reflejan ninguna civilización real, pero en
ellos hay indudables vestigios de una sociedad y de unos acontecimientos que, aunque idealizados,
encierran un núcleo de verdad histórica. Así, más que el inicio de la cultura literaria griega, Homero
fue la culminación del mundo griego del II milenio a.C. Es evidente que la civilización micénica o aquea
produjo, entre otras formas de expresión artística, epopeyas que, transmitidas por tradición oral, fueron
el núcleo a partir del cual los poetas jónicos crearon la Ilíada y la Odisea.
La ciudad de Troya o Ilión se encontraba situada en la parte asiática del Helesponto y controlaba todo
el comercio de la zona al ser ruta obligada en el paso de los Dardanelos. El enfrentamiento armado
conocido como Guerra de Troya, de claro carácter comercial, pudo haber sido el último esfuerzo del
mundo micénico, en franca decadencia, contra un poder extranjero. Sin embargo, en el relato
homérico, la guerra fue entablada por los aqueos, dirigidos por el rey de Micenas, Agamenón, con la
intención de rescatar a Helena, esposa de su hermano Menelao y la mujer más hermosa del mundo,
que había sido raptada por el príncipe troyano Paris. El sitio se prolongó durante diez años;
la Ilíada narra únicamente una parte del décimo año.
Tras la muerte de Aquiles, herido en el talón por Paris, la guerra concluyó gracias a la estratagema
ideada por Ulises, quien construyó un caballo de madera para introducirlo en la ciudad de Troya con
los más valientes de entre los griegos en su vientre. La ciudad fue saqueada, incendiada y reducida a
cenizas. La Odisea es el relato del regreso de Ulises, y su mundo es distinto al de la Ilíada; el poema
parece más tardío e idealiza la experiencia de la colonización griega a lo largo del Mediterráneo.
Ruinas de Troya
Durante mucho tiempo se creyó que las historias de la Guerra de Troya no eran más que mitos y
leyendas creadas o transmitidas por Homero. Pero en el siglo XIX, el joven alemán Heinrich
Schliemann se sintió tan fascinado por la lectura de la Ilíada y la Odisea que, convencido de que tenían
una base real, se propuso descubrir la antigua Troya.
Se dedicó a los negocios y trabajó duramente para conseguir el dinero para las excavaciones, al tiempo
que estudiaba arqueología y lenguas antiguas para adquirir los conocimientos necesarios. Finalmente,
con cuarenta y ocho años y dueño de una fortuna, Schliemann se estableció en una aldea de Turquía
cerca de la cual supuso que debían hallarse los restos de la ciudad. Inició las excavaciones en la colina
de Hissarlik y poco después descubrió no una, sino seis ciudades superpuestas. Hubo que rendirse a
la evidencia: un arqueólogo aficionado había descubierto Troya.
Entre los muchos tesoros que encontró, el más famoso es una máscara de oro, a la que Schliemann
llamó la Máscara de Agamenón (sin ningún fundamento, obviamente). No contento con ello, viajó por
la Grecia continental y descubrió nada menos que la antigua Micenas. La muerte le sobrevino antes
de poder establecer cuál de los distintos niveles encontrados en Troya correspondía a la ciudad del
relato homérico. Algunos de sus colaboradores propusieron que la Troya homérica coincidía con los
niveles VI o VIIa. Este último ofrecía evidencias de haber sido destruido por un incendio en una fecha
próxima al año 1250 a.C.
La Máscara de Agamenón
Gracias a los descubrimientos de Schliemann sabemos hoy de la existencia de la llamada civilización
micénica. Ésta se desarrolló entre los siglos XVIII y XI antes de Cristo, y se extendió por toda la Grecia
continental, las islas y Creta. Era una civilización avanzada, que conocía la escritura (se encontraron
inscripciones con nombres de algunos dioses y héroes de la Ilíada), y lo suficientemente poderosa
para medirse con los egipcios y los hititas.
Es casi seguro que, hacia el año 1200 antes de Cristo, las ansias expansionistas de la civilización
micénica toparon con Troya. Troya, por su poder y su situación estratégica, controlaba las ricas rutas
comerciales entre el Mediterráneo y Mar Negro. Al dominar los estrechos que unían ambos mares, los
troyanos podían comerciar libremente e imponer elevados peajes a los barcos extranjeros, lo cual
aseguraba su prosperidad. Los intereses comerciales provocarían, por lo tanto, numerosos
enfrentamientos entre Micenas y Troya.
Con toda probabilidad, pues, la Ilíada nos habla de unas civilizaciones y de unos conflictos que
verdaderamente existieron, y que, al cabo de varios siglos, eran aún conocidos por transmisión oral.
Tanto la Ilíada como la Odisea reflejan en tono épico las gloriosas hazañas de un pasado poblado de
héroes, pero a la vez, aunque sin aludir a un periodo histórico claramente identificable, encierran un
núcleo de verdad histórica: la expansión micénica por Oriente y la colonización griega.
Zeus - Quién es
Cuando se piensa o aborda la mitología griega aparece él en primer lugar, y esto es así
porque es el dios de dioses, el más importante por la autoridad máxima que representaba a
instancias del Olimpo.
El Dios más importante del Olimpo. Autoridad máxima de los hombres, los dioses y todo lo
que está presente en el universo
En la Grecia clásica, Zeus, era de alguna manera el dios más importante y destacado, porque
era al mismo tiempo el padre de los dioses y de los hombres; Zeus era algo así como un
padre de familia, incluso aquellos que no eran hijos suyos, se dirigían a él como si en verdad
él lo fuese.
Su principal función era la de gobernar a los dioses del monte Olimpo y supervisar el
universo.
Por otra parte, Zeus era considerado como el dios del trueno y del cielo.
Omnipresencia
Nada se le escapaba a este Dios y todo pasaba por sus ojos y manos, una omnipresencia que
podría igualarse a la que se le atribuye a los Dioses de las grandes religiones monoteístas,
porque Zeus, estaba en todos lados, presenciando los actos de los dioses y de los hombres y
listo para intervenir cuando era necesario, como por ejemplo para purificar a los asesinos,
para garantizar que se cumplan los juramentos y los deberes contraídos, y asimismo era el
encargado de decidir el bien o el mal de todos sus gobernados.
Las leyendas cuentan que muchas veces Zeus adoptaba formas diversas a la humana, por
ejemplo animales, para de esta manera ocultarse de su esposa y poder vivir romances con
otras diosas y criaturas que lo atraían.
Iconografía
Por caso es que cuando se lo representa gráficamente aparece como un hombre con una gran
cabellera y prominente barba y con sus atributos más importantes: el cetro y el rayo, pero
también se lo ha representado en varias de sus transformaciones.
Tradicionalmente se lo representó en dos posturas bien distintas entre sí, por un lado,
avanzando con un rayo levantado en la mano derecha y por otro sentado de manera
majestuosa, como buen dios de dioses. Entre sus atributos se cuentan: el rayo, el águila, el
toro y el roble.
Orígenes y amores
Zeus era hijo de Crono y de Rea y en el aspecto sentimental, de acuerdo a la mayoría de las
tradiciones, Zeus, estaba casado con Hera, con ésta habría engendrado a otras deidades
como Ares, Hebe y Hefesto, sin embargo, si tenemos en cuenta al oráculo de Dódona su
esposa era Dione y con ella habrían sido los padres de la diosa Afrodita.
Culto
Así como sucedió con cada dios griego y Zeus no iba a ser menos dada su relevancia, se lo
veneró en diversos lugares y a través de diferentes maneras, aunque el principal centro en el
cual se concentró la rendición de pleitesías y honores fue Olimpia; durante el festival
cuatrienal que se desarrollaba allí y que incluía los famosos juegos olímpicos se llevaba a
cabo el culto a Zeus.
También había un altar dedicado a él, construido de la ceniza producto de los restos de
animales sacrificados allí.
Pero como bien indicáramos líneas arriba, Zeus, fue un dios supremo ampliamente popular
que asumió la autoridad de diversas áreas: era el patrón de la hospitalidad y los invitados,
vengador de injusticias, vigilante de los juramentos, vigilaba los negocios y castigaba a los
comerciantes deshonestos, era portador de la libertad, entre otras cosas y fue veneradísimo
en diversos e importantísimos puntos de Grecia: Creta (reconocida como su lugar de
nacimiento), Caria, Etna, Isla de Cefalonia, Esparta.
Zeus habría llegado a ser el dios de dioses tras recuperar a sus hermanos tragados por su
propio padre Crono, en recompensa por su acción, los cíclopes le entregaron el trueno. Tras
imponerse en la batalla de los Titanes, Zeus se repartió el mundo con sus hermanos mayores,
a Zeus le tocó el cielo, a Hades el inframundo o mundo de los muertos y a Poseidón las
aguas.
Esquilo
(Eleusis, actual Grecia, 525 a.C. - Gela, Sicilia, 456 a.C.) Trágico griego. Esquilo vivió en un período
de grandeza para Atenas, tras las victorias contra los persas en las batallas de Maratón y Salamina,
en las que participó directamente. Tras su primer éxito, Los persas (472 a.C.), Esquilo realizó un viaje
a Sicilia, llamado a la corte de Hierón, adonde volvería unos años más tarde para instalarse
definitivamente.
Esquilo
De las noventa obras que escribió Esquilo, sólo se han conservado completas siete, entre ellas una
trilogía, la Orestíada (Agamenón, Las coéforas y Las Euménides, 478 a.C.). Se considera a Esquilo el
fundador del género de la tragedia griega, a la que dio forma a partir de la lírica coral introduciendo un
segundo actor en escena, lo cual permitió independizar el diálogo del coro, aparte de otras
innovaciones en la escenografía y la técnica teatral.
Esquilo llevó a escena los grandes ciclos mitológicos de la historia de Grecia, a través de los cuales
reflejó la sumisión del hombre a un destino superior incluso a la voluntad divina. Tal destino es una
fatalidad eterna (moira) que rige la naturaleza y contra la cual los actos individuales son estériles, puro
orgullo (hybris, desmesura) abocado al necesario castigo.
En sus obras el héroe trágico, que no se encuentra envuelto en grandes acciones, aparece en el centro
de este orden cósmico; el valor simbólico pasa a primer término, frente al tratamiento psicológico. El
género trágico representó una perfecta síntesis de las tensiones culturales que vivía la Grecia clásica
entre las creencias religiosas tradicionales y las nuevas tendencias racionalistas y democráticas.
Esquilo fue el primero de la tríada de grandes dramaturgos (Esquilo, Sófocles y Eurípides) que, a lo
largo del siglo V a.C., llevarían la tragedia griega a su máximo esplendor. Amén de las citadas, las
tragedias de Esquilo que se han conservado son Las suplicantes (c. 490), Los siete contra Tebas (467)
y Prometeo encadenado, obra sobre cuya autoría existen aún dudas.
Sófocles
(Colona, hoy parte de Atenas, actual Grecia, 495 a.C. - Atenas, 406 a.C.) Poeta trágico griego. Hijo de
un rico armero llamado Sofilo, a los dieciséis años fue elegido director del coro de muchachos para
celebrar la victoria de Salamina. En el 468 a.C. se dio a conocer como autor trágico al vencer a Esquilo
en el concurso teatral que se celebraba anualmente en Atenas durante las fiestas dionisíacas, cuyo
dominador en los años precedentes había sido Esquilo.
Sófocles
Comenzó así una carrera literaria sin parangón: Sófocles llegó a escribir hasta 123 tragedias para los
festivales, en los que se adjudicó, se estima, 24 victorias, frente a las 13 que había logrado Esquilo.
Se convirtió en una figura importante en Atenas, y su larga vida coincidió con el momento de máximo
esplendor de la ciudad.
Amigo de Herodoto y Pericles, no mostró demasiado interés por la política, pese a lo cual fue elegido
dos veces estratego y participó en la expedición ateniense contra Samos (440), acontecimiento que
recoge Plutarco en sus Vidas paralelas. Su muerte coincidió con la guerra con Esparta que habría de
significar el principio del fin del dominio ateniense, y se dice que el ejército atacante concertó una
tregua para que se pudieran celebrar debidamente sus funerales.
La obra de Sófocles
De su enorme producción, sin embargo, se conservan en la actualidad, aparte de algunos fragmentos,
tan sólo siete tragedias completas: Antígona, Edipo Rey, Áyax, Las Traquinias, Filoctetes, Edipo en
Colona y Electra. A Sófocles se deben la introducción de un tercer personaje en la escena, lo que daba
mayor juego al diálogo, y el hecho de dotar de complejidad psicológica al héroe de la obra.
En Antígona opone dos leyes: la de la ciudad y la de la sangre; Antígona quiere dar sepultura a su
hermano muerto, que se había levantado contra la ciudad, ante la oposición del tirano Creonte, quien
al negarle sepultura pretende dar ejemplo a la ciudad. La tensión del enfrentamiento mantiene en todo
momento la complejidad y el equilibrio, y el destino trágico se abate sobre los dos, pues también a
ambos corresponde la «hybris», el orgullo excesivo.
Edipo rey es quizá la más célebre de sus tragedias, y así Aristóteles la consideraba en
su Poética como la más representativa y perfecta de las tragedias griegas, aquella en que el
mecanismo catártico final alcanza su mejor clímax. También es una inmejorable muestra de la llamada
ironía trágica, por la que las expresiones de los protagonistas adquieren un sentido distinto del que
ellos pretenden; así sucede con Edipo, empeñado en hallar al culpable de su desgracia y la de su
ciudad, y abocado a descubrir que este culpable es él mismo, por haber transgredido, otra vez, la ley
de la naturaleza y de la sangre al matar a su padre y yacer con su madre, aun a su pesar.
El enfrentamiento entre la ley humana y la ley natural es central en la obra de Sófocles, de la que
probablemente sea cierto decir que representa la más equilibrada formulación de los conflictos
culturales de fondo a los que daba salida la tragedia griega.
Eurípides
(Salamina, actual Grecia, 480 a.C. - Pella, hoy desaparecida, actual Grecia, 406 a.C.) Poeta trágico
griego. De familia humilde, Eurípides tuvo como maestros a Anaxágoras, a los sofistas Protágoras y
Pródico y a Sócrates, cuyas enseñanzas se reflejan en su obra.
Eurípides
En el 455 a.C. Eurípides presentó a concurso su primera tragedia, Los Pelíadas, con la que obtuvo el
tercer puesto. Seguirían 92 obras más, de las cuales se han conservado diecisiete tragedias, que, sin
embargo, poca fama y reconocimiento le aportaron en vida: sólo obtuvo cuatro victorias en los
festivales anuales que se celebraban en Atenas, por lo que hacia el final de su vida decidió trasladarse
a Macedonia para incorporarse a la corte del rey Arquelao (408 a.C.), donde según la leyenda fue
devorado por unos perros.
Las obras de Eurípides representan un cambio de concepción del género trágico, de acuerdo con las
nuevas ideas que había aprendido de los sofistas; así, su escepticismo frente a las creencias míticas
y religiosas es manifiesto en sus obras, que rebajan el tono heroico y espiritual que habían
cultivado Esquilo y Sófocles a un tratamiento más cercano al hombre y la realidad corrientes.
El héroe aparece retratado con sus flaquezas y debilidades, dominado por oscuros y secretos
sentimientos que le impiden enfrentarse a su destino, del que finalmente es liberado por la intervención
de los dioses al término de la obra (recurso llamado deus ex machina, por los artilugios escénicos que
usaba para introducir al dios); otras innovaciones suyas son la introducción de un prólogo y la
asignación de un papel más reducido al coro. En sus tragedias pasa a primer término el tratamiento
psicológico de los personajes, de gran profundidad.
Incomprendido en su época, Eurípides se convirtió en modelo a imitar ya por los trágicos latinos, y
luego su influencia prosiguió durante el neoclasicismo y el Romanticismo alemán, en la obra de autores
como Gotthold Ephraim Lessing, Friedrich von Schiller o Goethe.