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Créditos
Moderadoras
Caro & Mona

Traductoras
Brisamar58 Maria_clio88
Cjuli2516zc Mimi
Clau Mona
Gerald Nayari
JandraNda Nelly Vanessa
Kane Olivera
Kath Rosaluce
Leidy Vasco VillaTesa
Lingos05 Yiany
Lvic15

Correctoras 3

Caronin84 Maye
Ivettelaflaca KatyKat
YaniM

Revisión Final
Kath

Diseño
Lectora
Índice
Sinopsis Capitulo 15 Capitulo 31

Prólogo Capitulo16 Capitulo 32

Capitulo 1 Capitulo 17 Capitulo 33

Capitulo 2 Capitulo 18 Capitulo 34

Capitulo 3 Capitulo 19 Capitulo 35

Capitulo 4 Capitulo 20 Capitulo 36

Capitulo 5 Capitulo 21 Capitulo 37

Capitulo 6 Capitulo 22 Capitulo 38

Capitulo 7 Capitulo 23 Capitulo 39

Capitulo 8 Capitulo 24 Capitulo 40

Capitulo 9 Capitulo 25 Capitulo 41

Capitulo 10 Capitulo 26 Capitulo 42 4

Capitulo 11 Capitulo 27 Capitulo 43

Capitulo 12 Capitulo 28 Epilogo

Capitulo 13 Capitulo 29 Sobre la autora

Capitulo 14 Capitulo 30
Sinopsis
U
n imperio de la moda de mil millones de dólares, y está a punto de ser
mío...
He trabajado una década para esto. He vendido mi alma y mi
reputación. He vivido una mentira, sonreí para las cámaras y me odié,
todo por esta herencia.
Y luego... ella aparece. Una misteriosa heredera con una hoja de antecedentes
penales, botas de combate y una boca que quiero cerrar con mi...
No importa. He jugado este juego durante una década. Puedo continuar la farsa
un poco más, mantener mis manos para mí y su cuerpo fuera de mi mente. Puedo
mantener mi secreto hasta que la tinta se seque y todo sea mío.
O no.

5
Prólogo

O
diaba estos eventos. Habitaciones atestadas de oro y brillo, todo el mundo
luciéndose, pavoneándose, sonriendo. Había una mujer en la barra del bar,
con el escote de su vestido hasta el ombligo, mirándome fijamente. La miré
a los ojos, y luego miré hacia otro lado. Ella sería perfecta. Inclinada sobre el
lavamanos del cuarto de baño, con ese vestido levantado sobre la espalda, los pies
bien abiertos, la espalda arqueada. La follaría rápido, arrastrando mis manos por los
tirantes de su vestido, dejando sus senos a la vista, y luego mirándolos en el espejo
mientras la follo. Me giro y acepto una copa de champagne, mi ritmo cardíaco se ha
acelerado, y camino hacia delante, alejándome de ella y deseando que mi polla se
relaje.
Sería muy escandalosa cuando me corriera sobre ella. Tendría que silenciarla
con mis dedos, amortiguar sus gemidos, silenciarlos con un beso. Su piel estaría
sonrojada, el lápiz labial corrido, y se retorcería contra mi polla, contrayéndose
fuertemente antes de dejarse caer sobre sus rodillas y abrir su boca para mí.
Jesús. Abro la puerta del cuarto de baño y saludo levemente al chico de servicio,
escojo el cubículo que está más alejado y cierro la puerta. Mis manos bajan
rápidamente la cremallera, sacan mi polla y la aprietan. Cerrando los ojos, pensando
en sus senos, el reflejo de ellos balanceándose mientras golpeo dentro de ella… llega el 6
orgasmo, rápido y repentino, y me inclino hacia el inodoro descargando toda
evidencia dentro de él.
Respirando pesadamente, me permito un momento para serenarme, un
momento para recomponerme, todas las piezas que forman a Marco Lent vuelven a
ocupar su lugar. Saliendo del cubículo, me lavo las manos y acepto una toalla.
—Gracias. —Abro la cartera, sacando un billete de cincuenta y se lo doy sin
hacer contacto visual.
De regreso en el salón, la multitud se dirige hacia el auditorio, la mujer se ha ido
del bar, y encuentro a Vince en las puertas, su mano agarra la mía, la multitud vitorea
mientras salimos a través de las puertas y nos dirigimos hacia la sala de prensa.
—¡Señor Horace! —Alguien planta una cámara frente al rostro de Vince y él se
detiene, un segundo reportero llama mi atención con su micrófono extendido,
llamándome por mi nombre. Me giro hacia él con la famosa sonrisa de Marco Lent
puesta en su lugar.
—Señor Lent, ¿qué siente al ver a su compañero ser galardonado con el premio
Hombre Gay de la Década?
Amplio mi sonrisa.
—Te lo haré saber dentro de unos minutos.
Alguien más grita mi nombre, y una docena más de flashes son disparados.
—¿Durante cuánto tiempo han sido, Vince Horace y usted, una pareja en
exclusiva?
—¿Para mí? —Me rio—. Tres años. Para Vince… —Hago una mueca y el propio
hombre me da un codazo juguetón, pone una mano sobre mi hombro dándome un
apretón y frunce el ceño a la prensa.
—No escuchen a este tipo. ¡Mírenlo! ¿Cómo siquiera podría ser tentado por
alguien más? —Me da un beso en la mejilla y sonrió, los flashes de las cámaras se
vuelven locos, la multitud tras ellos aclamando.
Tres años. Tres años, y estaba muriéndome por dentro.

7
Capítulo 1

SIETE AÑOS DESPUÉS

O
dio la moda. No por la ropa, sino por la gente, la falsedad; esta industria nos
fue dada por los grandes, y la hemos envenenado con la codicia, las
opiniones desmesuradas y clases sociales. La pieza de ropa parece ya no
importar, solo la etiqueta que tiene cosida en el cuello. Un traje brillante puede ser
arruinado si tiene el pedigrí equivocado, desterrado al colgador de algún
supermercado TJ Maxx, para ser llevado en alguna fiesta de graduación de instituto
celebrada en un granero. En este mundo, los diseñadores son los dioses y las vidas
están orquestadas, puñaladas por la espalda, promesas y tratos son hechos, todo para
tratar de subir a uno de esos tan deseados tronos.
Soy el peor del grupo, y conozco los sacrificios más que nadie. Los últimos diez
años de mi vida han sido orquestados, con una red de engaños y mentiras, todo por
uno de esos tronos.
Estoy sentado en un Vince Horace original, un símbolo de dios, el traje de mezcla
de seda se ajusta perfectamente a mi constitución. Debería. Me tomó las medidas él
mismo, estirando esa cinta métrica roja y dorada, con sus gafas apoyadas sobre la
punta de la nariz, y sus ojos admirando las líneas de mis músculos mientras trabajaba.
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Ahora, lo miro mientras duerme, la colcha de piel está metida bajo sus delgados
brazos, las extremidades están flojas y los tubos y cables casi lo engullen. Entre
nosotros, puesto contra una pared de oro y cortinas de terciopelo, suena un monitor,
mostrando sus constantes vitales con tranquila claridad.
Han pasado cuatro días desde la última vez que habló. Cuatro días que he estado
sentado en esta silla viendo como uno de los únicos hombres que he amado, muere.
—¿Ha terminado con su cena, señor?
No giro la cabeza para mirar al hombre o a la bandeja de plata que hay sobre la
mesa que está a mi lado, la ternera está fría ahora, las verduras blandas.
—Sí. Me gustaría tomar otra copa.
—Por supuesto. Me he tomado la libertad de llamar a Tony para que venga.
Llegará pronto.
—Está bien. —En otra situación, habría rechazado al masajista, pero aún si le
queda cualquier rastro de energía a Vince, no tiene que malgastarla regañándome por
no tomar las cosas buenas de la vida. Si supiera que estaba aquí sentado con la espalda
tensa y el cuello rígido, le reventaría una vena, sus labios farfullarían, y las cejas
subirían, mostrando una severa desilusión en esos penetrantes ojos marrones.
—Marco. —Cuando habla, dice mi nombre tan bajo que casi se pierde con el
ruido de la plata siendo recogida, el mayordomo se detiene, y nuestras cabezas giran
hacia el sonido. Me levanto, acercándome a la cama y entrelazando mis dedos con los
suyos, un contraste de fuerza contra debilidad, bronceado contra palidez. Mantengo
mis ojos fijos en su rostro, sus parpados se remueven un momento, pero sin llegar a
abrirse—. Creo que ha llegado mi hora.
—Lo sé. Deja de postergarlo, viejo.
El fantasma de una sonrisa alza la esquina de su boca, una boca que conozco tan
bien, tanta sabiduría y amistad han pasado a través de esos labios; una década de
maldiciones y brillantez.
—Vive bien, Marco —resuella las palabras, su mano aprieta la mía por el suspiro
de un momento.
Trago.
—Te quiero, Vince. —Conozco la respuesta antes que llegue, aun así necesito
oírla una vez más.
—Siempre, vecchio amico.
—Siempre, vecchio amico. —Me inclino hacia delante y presiono mis labios
contra su frente—. El mundo te echará de menos.
Espero una burla, un intento de protesta de algo que ambos sabemos es verdad,
pero tan solo hay un ligero suspiro, un momento de paz cayendo sobre esas facciones
fuertes, los músculos en su rostro se relajan, el apretón de mi mano no obtiene
respuesta.
El mundo pasó cinco décadas aprendiendo su nombre, y en tan solo unos
cuantos segundos, Vince Horace se ha ido. Cierro los ojos e intento sentirlo en la 9
habitación, la presencia en la que me he apoyado tanto. Pero no hay nada. Me agacho
cuidadosamente, mi mano sigue en la suya, me pongo de rodillas, apoyando mi mejilla
contra la palma de su mano rasposa como el papel de lija, y cierro mis ojos, elevando
una plegaria a Dios con respeto a sus elecciones, como hizo honor a su estilo de vida, y
para que lo acepte en su reino. Rezo, en la sombría habitación a seis pisos de altura
sobre la Quinta Avenida, para que me guie y nos dé paz; para él y para mí.
Me quedo de rodillas junto a mi mentor, hasta que los médicos llegan, un
sirviente de la casa pálido con el rostro ceniciento me ayuda a ponerme de pie y me
acompaña a mi habitación, la cama ya ha sido abierta para dormir, mi pijama está
preparada sobre unas almohadillas calientes, un vaso con agua fría al lado de una
pastilla para dormir listo en la mesilla de noche. Miro hacia las cortinas, cerradas del
todo, y me pregunto por la ciudad que hay tras ellas, la cháchara de los servicios de
noticias y reporteros, los blogs, Twitter. La muerte de Vince Horace no será ignorada.
Esta noche, un trono está vacante, y todos en el mundo de la moda se darán codazos y
lucharán para tener una oportunidad de ocuparlo.
Me siento en el borde de la cama y quito mi reloj de pulsera, el Cartier vintage se
ve apagado con la luz tan tenue. Me quito la chaqueta, entrando lentamente en el gran
armario vestidor y cuelgo la prenda cuidadosamente, ignorando la fila de trajes
similares, cada uno contiene una historia diferente, una fabricación diferente, un viaje,
o un recuerdo.
Para cuando me dirijo a la cama estoy desnudo, mis ojos se cierran mientras me
recuesto en la cama de plumas de ganso.
Pienso en el futuro, pero solo me siento perdido.

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Capítulo 2
Avery

PRIMAVERA

T
omo las dos bolsas de comida china y le doy al chico una propina de veinte.
Cerrando la puerta, pongo los tres cerrojos y luego enciendo la alarma.
Corriendo a la cocina, saco la caja superior en cada bolsa y las pongo en
la estufa. Ignorando la tentación de la comida, agarro una galleta de la fortuna y la
abro.
La riqueza y la buena fortuna vienen en tu dirección.
Ja. Sonrío y sujeto el papelito con mi suerte a la nevera con un imán de pingüino,
luego me llevo la galleta a la boca. Mientras la muerdo, me pongo un par de guantes de
látex y regreso a las bolsas de comida para llevar.
La primera tapa de espuma de poliestireno se abre, revelando el efectivo, tres
filas altas, perfectamente apiladas y amarradas con cuerdas. Saco las pilas del
contenedor y las alineo en el mostrador, contando a medida que avanzo. Cinco, diez, 11
veinte... sesenta grandes en la primera caja. Arrojo la caja de cartón vacía a la papelera,
saco la segunda y repito el proceso hasta que el tramo de granito se llena de
ordenadas hileras de efectivo. Lo cuento todo por segunda vez. Doscientos cinco de los
grandes. Perfecto.
El dinero en efectivo no siempre viene con carne de res y arroz frito con
camarones y brócoli. Solía provenir de una viejecita que dio a luz a un monstruo y a
quien le gustaba sentarse en mi sala de estar y hablar sobre sus problemas médicos. Y
tenía muchos problemas médicos, suficientes como para llenar noches enteras. Y no
podía quejarme con su empleador porque ningún gánster querría saber que su madre
es consumidora de mucho tiempo.
Ese arreglo murió cuando ella lo hizo. De cada parte médico que escuché... fue un
tramo de escaleras lo que la mató. Resbaló, cayó hacia atrás golpeándose la parte
incorrecta de su cuello, y murió instantáneamente.
No sé cómo están conectados con Ralph los chicos del restaurante chino, pero
me atrevería a decir que le deben dinero y que lo pagarán a través de mis entregas. Me
funciona bien. Llegan a tiempo, me dan toda la comida cargada de aditivos que quiero,
y el repartidor no habla ni un pepino de español, por lo que si tiene problemas de
cadera y las uñas encarnadas, soy ajena a ello.
Envío el mensaje de confirmación de recibido y cambio el efectivo a bolsas
Ziploc, luego a una bolsa de lona. Agarrando la comida, me dirijo a la sala de estar.
Sentándome con las piernas cruzadas en el sofá, tomo el control remoto y encuentro la
última mitad de un drama médico.
Necesito un novio. Decido eso cuando saco un trozo de brócoli y veo a enfermeras
aburridas que se ponen juguetonas en un cuarto de suministros. Por mucho que me
encante tener el control total del control remoto, y una dieta constante de platos
salteados, se está volviendo aburrido. Se ha vuelto aburrido.
Tal vez debí haber sido enfermera. Como enfermera, ya habría conocido a
alguien. Alguien que no estuviera a un paso de ser asesinado o arrestado. Ese es el
problema en mi negocio. Cualquier tipo bueno terminará muerto o tras las rejas. Y los
malos... agarro mi refresco y le quito la tapa. Con los malos no vale la pena salir. Lo
hice una vez. Me enamoré de sus bonitos ojos azules y miré hacia otro lado cuando le
dio una paliza a alguien. Me gustaría decir que era joven y estúpida, pero realmente no
avancé en una dirección mejor. Todavía estoy aquí, pasando sola las noches, contando
dinero de otra persona, sin opciones de relación plausibles a la vista. Podría estar con
el uniforme de enfermería en este momento, recibiendo un masaje, en las plantas de
mis pies casados, de un hermoso marido con una sombra de barba y el sonido de una
niña dormida en el hueco de su brazo.
El programa termina, y comienzan las noticias, la historia principal es sobre la
muerte de un tipo rico. La apago y me levanto.
Tiro el contenedor vacío a la basura, luego tiro de los lazos de la Hefty1 y la saco
del basurero. Agarro la bolsa de lona y lo llevo todo al garaje. La bolsa va al cubo de la
basura. Me meto debajo de la Tahoe y traigo conmigo la bolsa de lona.
O tal vez consiga un perro. Probablemente eso curaría este estúpido anhelo de un 12
hombre. Meto la mano en la bolsa de lona y saco un par de bolsas de dinero en
efectivo. Apilándolas dentro del parachoques delantero del Tahoe, pienso en un
posible perro. Tendría que ser algo grande y aterrador. Tal vez uno de esos pastores
alemanes entrenados militarmente. Me gustaría una hembra, y le pondría un nombre
absolutamente tierno. Como Ethel. O Joyce. Tal vez, tal vez consiga dos.
Meto las bolsas en un compartimiento oculto, uno instalado allí hace dos años.
Lo puse después que un policía demasiado entusiasta me detuvo, luego sintió la
necesidad de hurgar en mi cajuela, descubriendo suficiente efectivo para comenzar
una franquicia de McDonald’s. Casi pierdo ese dinero, el policía lo confiscó y se negó a
devolverlo hasta que demostrara tener una fuente legítima del efectivo. Esa fue una
contorsión interesante, una que apenas superé.
Ahora, ¿si alguien me detuviera? Necesitarían un perro olfateador de efectivo
para encontrar a estos chicos malos. Coloco el último paquete de efectivo, cierro la

1 Hefty: bolsa para basura con cordón.


puerta oculta en su lugar y salgo de debajo de la camioneta. Listo. Dinero asegurado.
Me pongo de pie y vuelvo adentro. Cerrando la puerta, me estiro y toco el interruptor
de luz con la palma de mi mano.
En la cama, navego por los artículos de chismes, deteniéndome en una imagen de
un playboy sexy que acaba de heredar mil millones de dólares. Me salto el artículo y
me concentro en sus fotos; de pie en la parte delantera de un yate, sus abdominales en
exhibición, su hermosa sonrisa tira del dolor entre mis piernas. Dejo el teléfono y
cierro los ojos, imaginando el sol en mi rostro, las olas rompiendo en la distancia,
tirada sobre una toalla y él besándome en todas partes.

Desenvuelvo el McMuffin, el vapor sale y lo sostengo frente al conducto del aire,


arreglándomelas en el giro cerrado con una mano. Bajo la mirada al sándwich de
desayuno y casi golpeo a los dos hombres que salen de las sombras, con las armas en
alto que han arrojado una tira de púas.
Gruño, piso los frenos, patinando hasta detenerme y pienso en el dinero en el
parachoques. Un hombre, lo suficientemente grande como para aplastar a un pequeño
caballo, camina hacia la camioneta.
Abro la ventana y miro al hombre.
—¿En serio?
Levanta su AK en respuesta, como si eso me asustara. Tengo ventanas a prueba
de balas en este bebé. Puertas reforzadas de acero. Un protector de parrilla frontal
que un ariete tendría problemas para romper. Miro hacia adelante, a los tres matones
de pie frente a mi auto. Debería acelerar. Pasar sobre ellos y continuar mi camino.
Dejarlos intentar dispararme. Pero eso causaría una escena. Incluso en esta parte de
Detroit, los cadáveres en la calle atraen a la policía. A la policía... y preguntas. Además, 13
está la tira de púas. Recorrería un kilómetro antes de estar al lado de la carretera,
tratando de explicarle eso a alguien.
Revoluciono mi motor y las tres armas frente a mi levantan sus miras en señal de
advertencia. Oh. Qué aterrador.
El cañón golpea mi ventana y suspiro, mirándolo. Él levanta una mano
enguantada y apunta hacia mi volante.
—Apaga el auto.
Es blanco. Esa es mi primera pista. Sin acento, lo cual es mi segunda pista. Estoy
en las afueras del centro, justo en medio del territorio italiano, que es la tercera. Bajo
la ventanilla un poco más y lo reto a que me dé un maldito tiro.
—Llama a Tony.
Estoy segura que hay muchos Tonys en el mundo, probablemente mil en este
código postal. Pero en este vecindario, solo hay uno que no necesita apellido. Tony
Bruno. Hay un momento de vacilación en el rostro del hombre, y sus ojos se vuelven
hacia uno de sus amigos. Levanto el McMuffin a mi boca, pruebo la temperatura con la
lengua y luego lo muerdo.
—¿Quieres que lo llame? —ofrezco, un pedacito del McMuffin sale volando y
golpea el volante. Miro su dedo moverse a lo largo de la AK y presiono el icono de
teléfono en mi volante, el sonido de asistencia de voz suena.
—Llama a Tony B —digo en voz alta. Él se acerca y alza una mano a sus amigos,
diciéndoles que esperen.
—Ave. ¿Qué pasa? —La voz de Tony llega a través de los parlantes y subo el
volumen para que mi nuevo mejor amigo pueda escucharlo.
—Tus chicos están tratando de invadir mi auto.
—No son mis chicos.
—Ajá. —Paso mis dedos sobre las costuras en el volante—. Diles que se vayan.
—Déjame hablar con ellos.
Alcanzo mi teléfono y apago el Bluetooth, deslizando la ventana hacia abajo y
pasando el celular a través de ella.
El chico lo toma con precaución.
—¿Hola?
Sus ojos se mueven rápidamente a mí y hace un gesto con la cabeza a sus
secuaces. Se intercambian palabras y se fruncen ceños, y lo que sea que Tony dice lo
hace regresarme el teléfono y el arma se pierde de vista.
—Continúa.
—¿Cuál es tu nombre? —Me inclino hacia adelante y le doy mi mejor sonrisa, la
que solía ganarme ojos morados de los abusadores de la preparatoria.
Ignora la pregunta, y apostaría a que era de ese tipo de chico que solía repartir
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esos ojos morados
—Soy Avery. —Sostengo el teléfono en mi oreja, alejando la boquilla de mi
boca—. Vengo mucho por aquí. Entonces, ¿estamos bien?
Asiente irritado y me hace señas para que avance como si fuera un policía
dirigiendo el tráfico y no un ladrón de autos ansioso por su próxima víctima. Miro el
espejo retrovisor y quito mi pie del freno.
Tony se aclara la garganta.
—Siento eso. Solo son negocios. ¿Lo entiendes?
No entiendo, el margen de beneficio por robo de autos no justifica la molestia ni
el riesgo. Pero no voy a preguntarle a uno de mis mejores clientes. Paga sus cuentas a
tiempo y mantiene la boca cerrada. Si quiere dirigir su negocio como un matón, es su
problema.
—Entiendo. —Alzando la mano, tiro mi visor y paso mis dedos por la pieza más
valiosa de este automóvil, asegurándome de su presencia. Es una foto, una tomada
hace tres décadas, un punto gastado corre por en medio y casi corta a mi madre a la
mitad.
En la foto, tiene diecisiete años y está en un concierto de LiveAid. El fin de
semana en que fue tomada, bailó con Bono, se acostó con un hippie y luego corrió a su
casa, sin darse cuenta del pequeño feto que estaba creciendo en su estómago. Siete
meses después, sus padres la enviaron a unas discretas instalaciones en Virginia
Occidental y; tres meses más tarde; firmaron sus documentos de adopción mientras
todavía estaba drogada por mi nacimiento. Era una bebé linda. No pasó mucho tiempo
antes que me envolvieran, me llevaran al norte y me entregaran a un abogado y a su
linda esposa.
Kirk y Bridget McKenna habían querido tener la vida perfecta y habían
imaginado una hija obediente que encajara perfectamente. Había sido de la raza
correcta, del género correcto y la edad correcta. Todo lo demás sobre mí estaba mal. Si
hubieran sabido lo que estaban recibiendo, probablemente me hubieran enviado de
regreso, con una nota cuidadosamente escrita al frente de mi babero. No, gracias. Por
favor, encuéntrennos a alguien más. En cambio, me conservaron. Me llenaron de amor
y vestidos rosados y me pusieron tutores privados. Cuando escapé a los doce, me
encontraron y me llevaron de vuelta. A los trece años, encontré mejores lugares para
esconderme, pero me atrapó un iraní robando golosinas y bocadillos de un 7-Eleven.
Sacó una escopeta de debajo del mostrador e intenté correr. Cargó la recamara del
arma y me detuve.
Los policías me devolvieron a los McKenna y me enviaron a una escuela privada,
del tipo con monjas y uniformes a cuadros, el lugar donde las chicas ricas esnifan coca
y se quejan sobre política y hablan latín porque es su segunda lengua. Cuando escapé
de allí, no escuché nada de los McKenna. Hice autostop en dos estados y cuando
finalmente encendí mi teléfono, mi buzón de voz estaba vacío y mi teléfono no sonó.
Mis tarjetas de crédito funcionaron durante un mes, luego se detuvieron. Utilicé mi
tarjeta de débito, observé que el saldo se reducía y luego se vaciaba, sin que se
realizaran reposiciones. Empecé a revisar mi teléfono semanalmente, luego 15
mensualmente. Finalmente, en un momento de borrachera en el borde del Puente
Ambassador, lo tiré todo; mi licencia de preparatoria, mis tarjetas de crédito y mi
teléfono; sobre la baranda. Adiós, vieja vida. Adiós, Kirk y Bridget.
Miro de mi joven madre al hombre que está a su lado, examinando su rostro,
memorizándolo por enésima vez.
La luz cambia y cierro la visera. Al presionar el acelerador, el potente motor salta
a la vida. Enciendo la radio y omito una noticia sobre el magnate de la moda Vince
Horace, deteniéndome en algo de música con ritmo.
Capítulo 3
Marco

E
stoy cinco pisos arriba, y puedo escuchar a la multitud. Corean, unos vítores
alegres que cambia cada diez minutos más o menos. En algún momento, uno
pensaría que sus gargantas se cansarían, sus pulmones se desvanecerían, su
energía cesaría. Pero no es así. Han pasado horas desde el anuncio, y aun así, corean.
Camino hacia la ventana y aparto las cortinas, mirando hacia la calle, nuestra cuadra
llena de cuerpos, pancartas y letreros, un arco iris de colores y rostros, levantando y
agitando las manos cuando me ven. Me quedo en mi lugar, encontrándome con sus
rostros vueltos hacia arriba. ¿Qué hace alguien en este momento? ¿Sonríe? ¿Saluda? Sé
lo que Vince habría hecho. Me habría atraído hacia él, me pasaría el brazo por los
hombros y me besaría. En la última década, tuvimos muchos momentos como éste,
cuando nuestra calle estaba cerrada, la policía controlaba a la multitud y la
celebración o protesta se volvía una fiesta a medida que la noche crecía. Hace unos
años, Vince trajo una docena de modelos al garaje, les roció todo el cuerpo con oro y
los envió a la multitud con bandejas de Cristal. Pusimos las máquinas de confeti en los
porches y rociamos a la multitud con serpentinas de espuma. La última semana del 16
Orgullo, teníamos a los acróbatas del Cirque De Soliel girando sobre la multitud,
suspendidos de cuerdas de seda.
Un hombre de espectáculo, eso es lo que Vince había sido, en eso se basaba toda
su marca. Excesos coloridos, pero refinados. Costoso. Audaz. Divertido. Sé lo que hay
que hacer; comenzar los preparativos para el funeral, pero es lo último que me siento
capaz de hacer. Apartándome de la cortina, miro a la persona más cercana.
—Llama a Mario. Dile que lo tenga listo el jueves a las cuatro.
La pequeña figura del hombre corre velozmente fuera de la habitación. Tendrá a
Mario en el teléfono en un minuto, el planificador de eventos estaba preparado. Un
triste efecto secundario de la enfermedad de Vince; teníamos una clara cuenta
regresiva de su muerte, con mucho tiempo para hacer los arreglos adecuados. Y Mario
necesitaba tiempo. Esto no será solo un funeral, será una de las fiestas más grandes
que Nueva York haya visto jamás.
—¿Necesita ayuda para vestirse, señor?
Me giro ante la pregunta del mayordomo, luego miro en dirección al dormitorio
principal.
—Me gustaría afeitarme en treinta minutos. Que abran la ducha ahora.
Doy un paso adelante y me detengo frente a la mesa, una selección de frutas y
crepas en hileras ordenadas y perfectas a lo largo de platos chapados en oro. Tomo
una rebanada de mango y un sorbo de café, cerrando los ojos ante el sabor familiar de
la mezcla favorita de Vince. Afuera, los cantos alcanzan un nuevo crescendo.
—¿Qué hora es?
—Diez y cinco, señor.
Diez de la mañana. Al menos una docena de horas más hasta que este día
termine. Extiendo una mano y Edward coloca una toalla caliente, perfumada y blanca
en mi palma. Uso la pequeña toalla para limpiar mis dedos y se la devuelvo.
Moviéndome hacia la puerta, inhalo profundamente y pienso en Vince.

Hace once años, conocí a Vince Horace en un espectáculo de Dolce & Gabbana en
Milán. Fue en una fiesta posterior, y prácticamente rozamos nuestros penes en el baño
de hombres enchapado en oro que estaba habilitado como un dispensario de coca.
Esperó hasta que terminé de orinar, me permitió cerrarme la cremallera y lavarme las
manos, luego se presentó. Su apretón de manos fue firme, su contacto visual
profesional, y me relajé en su presencia, a pesar del sequito que se apiñaba a sus
espaldas.
—¿Qué se necesitaría para alejarte de Frank? —Frank Foster, el director creativo
en Dolce.
—No mucho. —Sonrío, y es un aspecto que me funciona bien, uno que me ha 17
abierto innumerables puertas en esta industria en que las apariencias importan más que
el talento.
—Tomemos algo esta noche y hablemos.
Las bebidas esa noche son en un bar tranquilo, lleno de directivos de la industria.
Bebo un vino tinto que cuesta más que mi alquiler y discuto tendencias y rumores con un
grupo de mujeres que trabajan en mercadeo. Me interrumpe un chico con una camisa de
cuero rojo y un mohawk.
—El señor Horace le pide que suba.
Cada boca cubierta de lápiz labial se cierra de golpe, los ojos se amplían, y me
excuso y sigo el cabello con puntas rosas por un tramo de escaleras hasta un balcón
privado donde está sentado Vince Horace.
Es como conocer un dios. Es un rebelde en un momento en que nuestra industria se
está estancando y traspasa los límites continuamente con sus diseños. Es controvertido,
no solo en esos diseños, sino también en su vida personal. Es promiscuo de una manera
sin arrepentimientos, extremadamente gay de manera tal que ha abogado
congregaciones grupales y fanáticos aglomerándose. Se ha convertido en una cultura
completa, una con un millón de miembros, cuyas esperanzas, sueños y expectativas,
descansan en un hombre delgado y digno. Un hombre que está sentado, tranquilo y
sereno, en una pequeña mesa en un balcón de Milán y hace un gesto hacia el asiento a su
lado.
Me siento, y bebe de su copa de vino, en silencio por un largo rato. Cuando habla, su
voz es melancólica, como la de un hombre mayor de cuarenta y cinco años.
—¿Tienes hijos, Marco?
—No.
—Bien. Aún eres un poco joven. ¿Cuántos años tienes, treinta?
—Veintiséis, señor. —Es un error común. No aparento mi edad. Tampoco mi
currículum, ni mi posición.
Sus ojos permanecen en mi rostro.
—¿Eres soltero?
No me muevo en el asiento, pero la urgencia está presente, varios músculos de mi
cuerpo se tensaron para huir.
—Sí.
—Parece haber un variado nivel de opiniones con respecto a tu sexualidad.
—Mi sexualidad no es el maldito asunto de nadie.
La esquina de su boca se levanta, y frunce los labios, el indicio de una sonrisa
desaparece.
—¿Incluyéndome?
Miro hacia otro lado, desde el balcón y afuera a la noche, la ciudad mirándonos
entre edificios delgados, la música de la planta baja flotando hacia nosotros, junto con
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los aromas y los perfumes de cientos de extraños.
Descruza las piernas, estira su delgado cuerpo, y sacude una mota de algo del puño
de su manga.
—A menudo encuentro que aquellos que no discuten sobre su sexualidad se
confunden por esta.
—No estoy confundido por nada. —Me adelanto y tomo un pedazo de queso de la
bandeja que se encuentra entre nosotros, llevándomelo a la boca y dándole suficiente
contacto visual para enunciar el punto—. Si quiere contratarme, y la condición de ese
trabajo es ser uno de sus juguetes sexuales, no lo haré. Si una condición de mi empleo es
que sepa si soy heterosexual o gay, o algún área gris entre ellos, entonces dígamelo
ahora y aclararé su curiosidad.
Sonríe.
—No quiero tu polla, Marco. Solo tu talento e inteligencia. Perdona mis preguntas
entrometidas. Solo quiero saber un poco más sobre el hombre que traeré a mi marca.
—Potencialmente —objeto, extendiendo la mano y recojo una uva de la bandeja,
mis dedos ruedan la fruta morada entre las yemas de mis dedos—. Potencialmente me
llevara a su marca.
Se ríe.
—No seas tímido. Si te quiero, estarás aquí. Puede que no te conviertas en mi
juguete sexual, como lo señalaste tan crudamente, pero trabajarás para mí. Es el lugar
correcto para ti, Marco.
Tenía razón. Su compañía era el lugar para mí. Y vine sin dudar, ni negociar.
Pero también se equivocó. Sí me convertí en su juguete sexual, de nombre, si no
de acción. Se necesitó un año de amistad para construirlo, pero finalmente sucedió, y
cuando ocurrió, todos lo supieron.

19
Capítulo 4
Avery

Hank Williams canturrea desde la máquina de discos y hecho un vistazo a mi


reloj, el restaurante está vacío dado que es casi mediodía. Abro un cacahuete y miro al
motero que decide acomodarse en el taburete junto a mí. Capta la indirecta y elige uno
un poco más lejos.
—Aquí tienes. —La camarera desliza una hamburguesa con queso en mi
dirección—. ¿Quieres otro refresco?
Asiento y levanto la hamburguesa, mis uñas se entierran en el pan suave y una
gota de salsa de tomate y mostaza cae de un extremo. La llevo a mi boca y me acerco,
inclinándome sobre el plato en un intento por mantener mi camiseta limpia.
—Bonito reloj —comenta la chica, con los ojos fijos en el reloj de platino.
—Gracias. —Me llevo una papa frita a la boca.
—Es una lástima. —Suspira, con los ojos todavía pegados a la cara del reloj. Odio
cuando la gente hace eso. Terminar una oración de tal forma que esperan una 20
respuesta. No me doy por aludida, centrándome en mi comida y en el intento de
ahogar el blues de una leyenda de la música country—. Quiero decir, es tan joven. —
Se inclina hacia adelante y baja la voz—. Quiero decir, ¿cincuenta y cinco? Tengo casi
esa edad.
Me doy por vencida en el juego de adivinanzas.
—¿Quién?
Sus ojos finalmente dejan mi reloj y se encuentran con los míos.
—Vince Horace. ¿No escuchaste? Murió el domingo por la noche —dice murió en
un tono bajo, como si no estuviera familiarizada con el concepto. Hace un gesto hacia
la televisión tras de sí—. Es de lo único que han estado hablando durante dos días.
La televisión está en un programa de entrevistas de entretenimiento, y veo que
la pantalla muestra a un hombre ridículamente guapo saliendo de un Rolls Royce,
levantando una mano para evitar que la cámara le enfoque el rostro. Entrecierro los
ojos, tratando de imaginarlo en pantalones cortos, en la parte delantera de un yate. Sí.
Es mi chico de fantasía de anoche.
—¿Ese es él? —No hay forma que tenga cincuenta y cinco.
—No, ese es su novio. Dicen que va a heredarlo todo. ¿Puedes creerlo? —Se
vuelve hacia la televisión con los codos apoyados contra la barra—. Ese pedazo de
belleza está a punto de ser un multimillonario.
Miro al hombre caminar hacia un edificio de ladrillos, el sol de la tarde se refleja
en sus facciones. En primer plano, y en un traje, se ve diferente que en el barco. Más
viejo, más refinado. Es atractivo de una manera casi dolorosa, del tipo que te apuñala
en el estómago y te recuerda que eres inferior, y cada ángulo solo lo hace más
atractivo. No es justo que existan hombres así, y mucho menos que hereden mil
millones de dólares.
La foto cambia, mostrando a un guapo hombre mayor que debe ser Vince
Horace. Me parece conocido, y me enderezo en el taburete, mirando mientras una
presentación de diapositivas de fotos parpadea en la pantalla. Él y el novio sexy en el
escenario de los VMA. Él, en una pasarela junto a un equipo de modelos. Él, con un
bolígrafo colocado detrás de una oreja, al lado de un maniquí. Me levanto a medias,
apoyándome en la barra, y parpadeo, tratando de mejorar mi vista, tratando de calmar
mis pensamientos y observar el contenido, sin sacar conclusiones precipitadas.
Pero el hombre mayor es él. Estoy casi segura de ello. Los ojos son los mismos, el
hoyuelo en su mejilla derecha, la sonrisa de labios cerrados. De acuerdo, hay algunas
diferencias. Su cabello es corto, sus rasgos más maduros, y está bien afeitado, su ropa
está limpia y sin arrugas. Pero si le quitas algunos años, un poco de la compostura, el
refinamiento... Rebusco en mi bolso la foto que guardo allí, la fotocopia de la que está
en mi camioneta. Apenas la saco a tiempo, el segmento termina y una imagen final de
él llena la pantalla del estudio mientras la cámara hace una pausa para incluir a los
dos presentadores que conversan enfrente del rostro del hombre.
Aliso la foto en la barra y miro frenéticamente hacia el televisor, con el dedo en 21
el rostro, las otras personas en la foto no importan. Coincide, una coincidencia
suficiente para que mi corazón martillee contra mis costillas, mi respiración se
entrecorta mientras prácticamente jadeo, mi concentración fija en la imagen que he
llevado durante los últimos siete años.
Es una foto de tres personas, todas agrupadas en una manta con latas de cerveza
cubriendo la tela escocesa, el resplandor de un fuego colgando del extremo izquierdo
de la foto. La rubia está sentada con las piernas cruzadas junto a una hielera, su
mirada fuera de la cámara y en el hombre a su derecha. El chico sonríe a la cámara,
tiene el cabello largo y los ojos cálidos, una de sus manos sujetando el brazo del
hombre a su lado. La rubia es demasiado joven para estar allí, y el tipo parece
demasiado viejo para ella, pero puedo verme a mí misma en ambos. Mis dedos se
tensan en el borde de la foto y echo un vistazo al televisor, pero la historia ha
cambiado.
Me pongo de pie y meto una mano en el bolsillo delantero, saco un fajo de
billetes y tomo dos de veinte. Los coloco en la barra y tomo mi bebida, terminando el
refresco mientras bajo la mirada al rostro que he pasado memorizando siete años. Mis
ojos se mueven hacia mi reloj, el reloj comprado por capricho durante una juerga de
compras en Nueva York. Conocía la marca, conocía las historias del hombre, pero
nunca me había molestado en buscar su imagen.
Vince Horace. Un nombre famoso, y uno de los diseñadores de moda más ricos
del mundo.
Mi padre. Un hippie en un concierto, uno que embarazó a mi madre adolescente.
Vince Horace. Un hombre gay bien reconocido. Ahora muerto.
Mi padre. Nunca encontrado.
¿Podrían ser realmente la misma persona?

22
Capítulo 5
Marco

o me siento más rico. Tal vez porque he pasado diez años en esta casa,
N con Billy planchando mis malditas sábanas, Edward llevando el
teléfono en una bandeja de plata, y un equipo de veinte personas
atendiendo todas nuestras necesidades. Echo de menos las noches en que todo el
mundo se iría, donde finalmente tendríamos privacidad, y si Vince o yo necesitábamos
algo, simplemente lo obtendríamos por nuestra maldita cuenta.
Parte de mí quiere despedirlos a todos, limpiarme el trasero con un trozo de
papel higiénico que no haya sido estampado en la punta. Colocar mi cabeza sobre una
almohada que no ha sido esponjada. Pelar mi propio huevo cocido o responder mis
propias llamadas. A una parte más grande de mí no le importa lo suficiente como para
cambiar nada. Desde su muerte, no me he preocupado lo suficiente por nada.
Paso mis manos por mi cabello, enjuagando el jabón de romero, el aroma llena el
espacio mientras el vapor limpia mis pulmones. Pienso en esa noche en la casa de
Vince, a un año en nuestra relación de amistad y trabajo, cuando había estado en la
23
ducha y él había entrado al baño.
Cierro la llave del agua y miro hacia la puerta, espiándolo a través del vidrio
empañado, mis músculos se tensan cuando pone la cerradura. Se da vuelta, sus manos se
posan en la encimera de mármol y habla en voz baja.
—Marco, tengo una propuesta para ti.
Una proposición. Salgo de la ducha, saco una toalla del estante y considero
cuidadosamente las mejores palabras para usar, que no ofenderán al hombre. Conozco
las normas; cualquier otro interno o empleado de la casa estaría emocionado al pensar
en un momento con la leyenda. El distinguido hombre de cuarenta y cinco años tiene un
físico destacado a la perfección por sus diseños, su atractivo mejorado con su fama,
talento y dinero. Pero había sido claro, en nuestra entrevista inicial y en el tiempo
transcurrido desde entonces, sobre mi orientación sexual. Tenía talento y pasión por la
moda masculina, no por la polla. Y no pareció molesto por ese hecho, asegurándome que
cualquier estancia en su casa de Nueva York sería absolutamente profesional.
Me envuelvo una toalla alrededor de la cintura y espero inseguro. Cuando
comienza a hablar, escucho. Y cuando propone un arreglo entre nosotros, lo considero.
Ahora, cierro la llave del agua y me limpio el rostro, buscando la toalla calentada
y pisando el suelo tibio. Mis pies se flexionan sobre la piedra, mis ojos quedan
atrapados en el gran espejo que se extiende a lo largo de la habitación.
Decir que Vince me quería por mis habilidades de diseño era una mentira. Mi
cuerpo, mi rostro... esas fueron las razones por las que me había elegido. Froto la
toalla sobre mi polla y la veo responder, engrosándose por costumbre. A él también le
había gustado y le gustaba presumirlo. Las fiestas a las que asistimos, las fiestas al
desnudo que organizamos los domingos... la mitad de los homosexuales en Nueva
York sabían que el novio de Vince Horace tenía una polla que rivalizaba con su rostro
perfecto.
Solía fruncir el ceño ante la idea, mi reputación pública casi no valía la pena por
el alto estilo de vida, el asiento delantero en el proceso de diseño y pensamiento de
Vince, su confianza, su respeto. Casi no vale la pena. Pero a medida que pasaba el
tiempo, aprendí que me importaba una mierda. Sabía quién era, y Vince también,
nuestro respeto y nuestros vínculos se hicieron más fuertes a medida que pasaron los
años, mi acceso fue mayor y mi opinión más valorada con cada nueva temporada.
Vince me había dado las llaves de un reino y yo le había dado mi reputación.
Había sido un intercambio equitativo, en mi opinión.
Tirando la toalla a un lado, entro al vestidor. El sastre aparta la mirada, colgando
el primero de tres conjuntos en los ganchos.
—¿Estas son las opciones para la entrevista? —Me detengo, mirando el cuello
del primer traje vintage.
—Sí, señor Lent. —Retira la chaqueta para mostrarme la camisa, y me muevo al
siguiente.
—Este. —Es azul pálido, un color que Vince usó en innumerables campañas, y se
combina con un jersey de cuello alto negro. Saco el pañuelo de la percha y lo tiro a un 24
lado—. ¿Está listo?
—Sí, señor. Por supuesto.
Me alejo, moviéndome para abrir un compartimento cercano y sacando ropa
interior de su percha. Me pongo el bóxer y abro el cajón para seleccionar un par de
calcetines.
—Espérame en la estación de zapatos. Y prepara los Patek Phillippe.
—Por supuesto.
Cuando se va, vuelvo al traje, quitándolo cuidadosamente de la percha y
vistiéndome, cada momento casi reverente, los pensamientos de Vince pesados en mi
mente. Por las mañanas, vestirnos había sido un ritual, ideas e inspiraciones sacadas
con tanta frecuencia de esta habitación como de la sala de dibujo. Miro hacia el frente
de la habitación, donde está el espejo largo, los estantes del vestidor vacíos, las luces
apagadas. Cuando la condición de Vince había empeorado, su necesidad de
correctores, bronceadores y el equipo de maquillaje había crecido. Ahora, no hay
necesidad de nada de eso.
Presiono un botón y el estante de las correas se mueve, una rotación suave de
cuero, todo deslizándose. Recuerdo que construimos esta habitación, tumbando
paredes y haciendo el diseño. Cada gabinete había sido diseñado y construido a
medida, la iluminación discreta resaltando las piezas como si fueran joyas. Más de
quinientos pares de pantalones. Mil camisas. Abrigos y chaquetas de todos los
diseñadores conocidos por el hombre. Más piezas personalizadas en su mayoría. Una
habitación separada dedicada a los zapatos. Una colección de relojes y gemelos
asegurada por cien millones de dólares.
Detengo la acción y saco un cinturón de color caramelo de la exhibición,
deslizándolo a través de los bucles y abrochando la hebilla. Colocándome la chaqueta,
me subo en la plataforma y me miro al espejo.
—Dios, eres puro sexo. —La voz de Vince viene detrás de mí y me encuentro con
sus ojos en el espejo, trabajando en el cuello de la chaqueta para que quede plano—.
Ven. —Se acerca y levanta sus brazos, alejando mis manos y tomando el control de la
acción—. Sabes, si alguna vez te despido como diseñador, podrías trabajar como modelo.
—Intenté eso. —Hago una mueca—. No pude evitar que esos vivarachos
diseñadores intentaran manosearme.
Se ríe, alisando sus manos sobre la tela.
—Puedo ver el problema. —Se mueve a mi lado, mirando su propio reflejo, junto al
mío—. No es justo, cómo te queda la ropa. Hace mi trabajo demasiado fácil.
—No le diré a nadie si tú no lo haces.
Sonríe, y me rio y, en este momento, no parece haber nada malo en nuestro estilo
de vida o en nuestra mentira.
Este traje, como todos los demás, me queda perfectamente. Parte de eso se debe
al ajuste personalizado creado por la aguja de nuestro sastre. La otra mitad de la 25
ecuación es mi construcción. Vince tenía razón. Tomas un hombre de metro ochenta,
uno con complexión atlética y proporciones perfectas, y la ropa se comporta. No hace
daño que mi bonito rostro esté pegado en la parte superior. Frunzo el ceño ante el
espejo y el paquete solo se perfecciona. Todos los días, durante la última década, mi
aspecto ha tenido un propósito, uno que Vince y yo explotamos para beneficiar su
reputación y marca. Ahora, me miro en el espejo y no sé qué hacer conmigo mismo.
—La entrevista no durará mucho. —Paulie viste una chaqueta de gamuza con un
bolsillo que choca contra su cinturón. Miro el cinturón y me obligo a no mencionarlo—
. Una hora como máximo. —Se detiene frente a mí, y asiento distraído por el nervioso
agarre de sus manos, el jugueteo de sus articulaciones y los dedos y la torsión de las
muñecas. Jesús. ¿Siempre ha sido tan hiperactivo?
—¿Para quién es?
—GQ.
—¿Y esto tenía que ser hoy? —Observo al personal preparar el área alrededor
del sofá con pantallas de luz y soportes. Un grupo separado está junto a la ventana,
mirando a la multitud y discutiendo el ruido. Como si fuera una señal, comienza un
nuevo canto del nombre de Vince—. ¿Haremos las fotos antes o después?
—Lo que prefieras. —Una gota de sudor baja hasta la mitad de su sien antes que
la atrape con un pañuelo de seda.
—Prefiero almorzar.
—Sí, señor. —Se aclara la garganta, luego asiente. Lo miro irse, susurrando la
orden a los asistentes como si mi petición de almuerzo fuera muy secreta. Escucho el
tono femenino de una voz y vuelvo la cabeza, viendo entrar a una pelirroja de piernas
largas, sus tacones repicando en el piso. Me mira y la encuentro a mitad de camino,
extendiendo mi mano para aceptar la de ella.
—Peggy Nance, GQ.
La periodista. No me dijeron que era una mujer. Aprieto mi mandíbula y fuerzo
una sonrisa.
—Marco Lent.
Se sonroja, y no paso por alto la mirada con que me recorre.
—Es un placer.
Una cosa estúpida para decir, considerando que está aquí para hacerme una
entrevista sobre mi novio muerto. Dejo que mi descontento se muestre y retiro mi
mano.
—Terribles circunstancias.
—Sí. Por supuesto. —Sus manos se aferran a los bordes de su portafolio, y se las
arregla para mostrar un ceño fruncido.
No quiero pasar una hora con esta mujer. No quiero responder sus preguntas,
sentir sus ojos y mirar esa boca. 26
—¿Señor Lent? —Una asistente apunta hacia el comedor—. El almuerzo está
listo.
Asiento, quitándome la chaqueta y entregándosela a Edward.
El almuerzo es un elaborado desastre de gastos, como lo es cada comida en
nuestras vidas. Una vez le pregunté a Vince sobre eso, su lengua, aflojada por el vino y
el éxito y con su guardia baja. Confesó que en sus primeros trabajos de diseño, solía
colarse en el baño y comer allí su almuerzo. Estaba avergonzado de sus sándwiches de
mantequilla de maní y jalea, de su incapacidad para permitirse comer fuera con los
otros diseñadores. Cuando triunfó por primera vez, se habituó a salir a comer en los
restaurantes más populares, pedir los artículos más costosos y dar excesivas propinas
a los meseros. A medida que su riqueza aumentó, también lo hizo su presupuesto de
comidas. Entraron los chefs privados, la cocina comercial, las comidas de cinco platos.
En esta casa tenemos más de tres docenas de vajillas de porcelana y cientos de
arreglos de mesa. Me siento en la cabecera de la mesa, en el antiguo lugar de Vince, y
tomo la servilleta del asistente.
—Traigan la entrevista aquí. —Miro hacia abajo al pequeño huevo pasado por
agua, brillantemente exhibido en un soporte plateado de Tiffany, sobre un plato de
Versace—. Coloquen un segundo lugar.
—Ciertamente, señor. —Se produce una ráfaga silenciosa de movimiento, plata y
porcelana rápidamente colocadas, flores frescas traídas para enmarcar la escena.
Disfruto de mi huevo y dejo caer la cuchara mientras la mujer se sienta a mi lado, con
una grabadora en la mano.
—¿Le importa? —Levanta la grabadora.
—No. —Me recuesto mientras mi plato es retirado—. Adelante.
—Genial. —Rebusca en su bolso y saca un bolígrafo y una libreta, colocándolas
en la mesa junto a su plato.
Llega el siguiente plato, franjas de aderezo sobre un filete cortado en rodajas
finas. Despido al camarero y miro mientras ella mira la carne.
—Es carpaccio. Carpaccio de solomillo.
—Nada para mí, gracias. —Mira la libreta, luego a mí—. Señor Lent, estamos
muy familiarizados con la vida de Vince Horace, pero sabemos muy poco acerca de su
relación personal con él.
Giro el tenedor a través de la carne, apilándola antes de llevarla a la boca. Me
tomo mi tiempo masticando y me pregunto si hay alguna pregunta por venir. Ella
permanece en silencio, y me limpio la boca con la servilleta antes de hablar.
—La privacidad es algo que era importante para ambos.
—¿Privacidad? —Se le escapa una pequeña risa—. Discúlpeme por decir esto,
pero su estilo de vida no es privado.
—Nuestro estilo de vida. No nuestra relación personal. —Dejo mi tenedor y 27
encuentro su mirada abiertamente—. Si bien Vince fue ferozmente leal a la comunidad
gay y sus causas, nuestra historia no tuvo que jugar un papel publicitario en eso.
—No lo vería como publicidad. —Cruza los brazos, apoyando los antebrazos
sobre la mesa, y la mujer debe haber sido criada en una perrera—. Lo vería como el
documental de una bella historia de amor.
Una hermosa historia de amor. Ja. Recojo mi tenedor y presto mucha atención a
mi plato, recogiendo delicadamente el siguiente bocado.
—¿Sabía que Vince Horace contrató a un historiador?
—Por supuesto. —Ese maldito hombre había pasado miles de horas con Vince,
moviéndose laboriosamente a través de cada día de su vida, como si a alguien le
importara la fecha de graduación de la escuela secundaria de Vince o el momento en
que pasó la noche en un albergue de Cincinnati—. Si quieres ahorrarme una gran
cantidad de tiempo, puedes leer su libro. —El libro había sido escogido
cuidadosamente de las historias de Vince, cada extracto seleccionado cuidadosamente
para poner a Vince en la mejor luz posible. El resultado fue una historia brillante que
hacía parecer que Vince había iniciado el movimiento del orgullo gay por sí solo, junto
con todas las tendencias de la moda más importantes de las últimas tres décadas.
Sus labios se tensan, y me alegro que sea una perra. Hace que esta experiencia
sea mucho más fácil y cualquier tentación mucho más manejable. No es que tenga
ninguna tentación, eso desapareció en cuanto sacó la grabadora.
—Lo he leído. —Alisa la parte delantera de su camisa, tirando de ella con fuerza
sobre su amplio pecho—. Quiero hablar con usted sobre lo que no está en el libro.
—Tendrá que ser más específica. —Estiro la mano, levantando mi copa de vino y
me pregunto si tragarlo de golpe mostrará debilidad.
—No hay nada en el libro sobre ustedes.
Niego con la cabeza y me llevo la copa a la boca.
—Eso no es verdad. —Estoy en todos los capítulos finales, menciones
minuciosas que me pintan como un Adonis sexual y a Vince como un semental bien
cuidado. Piensa en Hugh Hefner, finalmente estableciéndose y casándose: esos somos
nosotros, en texto blanco y negro, en ese maldito libro.
Se adelanta, toca suavemente mi brazo, y retrocedo, la reacción es lo
suficientemente obvia como para que lo piense mejor y retrocede.
—No hay nada personal sobre ustedes. ¿Su amor fue instantáneo? ¿Cómo era su
relación? Nuestros lectores quieren saber los detalles.
Detalles íntimos. Eso es lo que quiere. Observo las señales de la multitud,
meciéndose por la ventana y me arrepiento de haber aceptado esta entrevista.
—¿Marco?
Mis ojos se clavan en los de ella.
—Es señor Lent.
—Está bien. —Ajusta la servilleta en su regazo—. ¿Cuándo se enamoró de 28
Vince… del señor Horace?
Nunca. Aunque amaba a Vince como a un hermano, estar "enamorado" nunca fue
parte de esa ecuación. Recojo el utensilio más cercano, un cuchillo para cenar.
—Sabe, señorita Crawford, cuando conocí a Vince, no era más que un diseñador
en apuros, tratando que alguien me escuchara. —Miro cómo la luz se refleja en la hoja.
Este es un juego de cubiertos presidencial, del mandato de Kennedy. Probablemente él
manejó este mismo cuchillo. Cortó su carne con él. Levantó el tenedor a su boca.
—Y Vince le dio una oportunidad.
Pongo cuidadosamente el utensilio en su lugar. Echando un vistazo hacia la
cocina, asiento al uniforme más cercano, listo para el próximo plato.
—Sí. Me dio una oportunidad.
Mi oportunidad no había estado en el piso de diseño, había estado en ese baño, la
oportunidad surgió de mi aspecto y no de mi talento. Vince había sido un hombre
vanidoso, y tuve que superar mi apariencia para que viera mi talento. En ese primer
año de “citas”, peleamos más de lo que nos habíamos llevado bien. Y había estado lejos
de él más de lo que había estado a su lado. Recojo el pequeño tenedor que se
encuentra a la izquierda de mi disposición y lo sostengo.
—¿Sabe qué es esto?
Se enfoca en el utensilio y veo que no lo sabe. Lo dejo.
—Es un tenedor de ostras. Antes de empezar a trabajar para Vince, no podía
distinguir la diferencia entre ese y un tenedor de ensalada. —Seis semanas de
capacitación en etiqueta, ocho horas al día, me habían enseñado eso—. Antes de Vince,
hablaba inglés y algunas frases rudimentarias de español. —Ahora, hablo italiano y
francés con fluidez. La mitad de nuestro personal es italiano, y puedo orientarme por
Roma y París completamente borracho.
—Entonces... ¿qué? —Apoya su barbilla sobre su puño—. ¿Vince le enseñó
cosas?
Muevo mis manos fuera de la mesa, recostándome mientras el lomo de cordero
es servido.
—Vince me enseñó todo. Sobre la moda y la vida.
Frunce sus labios.
—No suena muy romántico.
No lo había sido. Su proposición, hecha por primera vez en ese baño opulento,
posteriormente legalizada en una pila de documentos, había sido simple. Vince
acababa de someterse a una cirugía por cáncer de próstata, las complicaciones le
habían impedido actuar sexualmente, y carente de deseo de hacerlo. Su imagen y
reputación; una construida cuidadosamente a través de tres décadas de follar a la
mitad de los hombres más guapos de Nueva York, no estaba listo para renunciar.
—No entiendo. —Me paso una mano por el rostro y evito su contacto visual—.
¿Por qué no encuentras un novio, alguien a quien no le importe...? —Mi mente se da por 29
vencida, dejándome varado y sin la palabra adecuada.
Descarta la idea con una mano bien cuidada.
—La mayoría de los hombres homosexuales no saben cómo mantener la boca
cerrada y sus pollas para ellos mismos. Especialmente no el tipo de hombre que
necesitaría. Uno con tu... —Sus ojos recorren todo mi cuerpo, y el significado es tan claro
como un cartel del Times Square.
Quería un semental que no intentara follar con él. Un semental que no intentaría
follar a nadie más. Un semental que pudiera mantenerse leal y callado, y darle la
credibilidad y la reputación que siempre había tenido.
Acerco más mi plato.
—A ninguno nos interesaba parecer románticos con los periodistas, señorita
Nance.
Sus mejillas se sonrojan y miro hacia abajo, cortando mi carne con el aire
distante que he perfeccionado.
—Éramos hombres. Disfrutábamos la compañía del otro. Aprendimos el uno del
otro, yo más que él. ¿Nos enamoramos a la luz de las velas y el champán? No. ¿Nos
leímos poesía o compartimos conversaciones profundas de manera tal que usted la
creería? No. —Pincho la pieza tierna y la llevo a mis labios, deteniéndome y mirándola
a los ojos—. Creo que hemos terminado aquí.
Su mirada se dirige a su lista de preguntas y luego vuelve a mí.
—No he terminado.
Mastico la pieza lentamente, centrando mi atención en el plato, dividiendo el
resto del filete en cuatro pedazos pequeños.
—¿Qué va a extrañar más del señor Horace?
La ignoro, levantando mi copa y tomando un sorbo. Me aclaro la garganta y
Paulie da un paso adelante.
—Señorita Nance, gracias por su tiempo. Si pudiera seguirme.
—NO he terminado. —Levanta la voz, balbuceando cuando Paulie prácticamente
la saca de la silla, su viaje fuera de la sala es ruidoso y argumentativo. Espero hasta
que se van y el silencio regresa, luego pincho el siguiente trozo de cordero con mi
tenedor.
Tal vez sea demasiado pronto para la prensa. O tal vez nunca estaré listo para
ellos. Vince siempre manejó las preguntas sobre nosotros. Yo solo tenía que aparecer,
verme bien y sonreír para las cámaras.
—¿Debo cancelar la sesión de fotos? —pregunta Edward suavemente,
inclinándose sobre la mesa para volver a llenar mi bebida.
—Deja que los asistentes hagan eso —respondo—. Y sí. —La idea de posar,
seguir posando, en este punto, me vuelve loco—. Has que el equipo ejecutivo se reúna.
30
Quiero una reunión en la oficina de Vince en treinta minutos.
—Por supuesto. —Mira mi vino—. ¿Debo traerle una bebida más fuerte?
—Diablos no. —Me llevo el último trozo de cordero a la boca, malditos modales,
y alcanzo mi servilleta—. Y pídeles que traigan el resto de los platos.
Tres días. Se había ido hacía tres días, y todo ya se estaba cayendo.
Capítulo 6
Avery

M
e paso la noche investigando a Vince Horace. Usando calcetines mullidos,
escuchando música de los ochenta, compro un libro electrónico titulado Vince
Horace: The Real Story. Contiene una historia detallada de la vida del hombre,
y tengo la intención de desplazarme hasta los años ochenta, pero soy absorbida por el
capítulo uno, y pierdo cuatro horas leyendo. Me detengo a eso de las dos de la mañana,
estiro la rigidez en mi cuello y me dirijo a la cama.
No puedo dormir, mi mente está sumida en las historias de una familia
conservadora y de clase alta. No habían entendido ni apoyado a un joven Vince que
disfrutaba vistiendo muñecas, más que chocando camiones, y que había pasado horas
planificando sus atuendos. Había fotografías al final de cada capítulo, imágenes
granuladas de un niño serio, que a menudo parecía recién sacado de un anuncio. Me
había concentrado en cada foto, intentando emparejar sus mejillas regordetas con las
mías, y casi había descolgado el teléfono y llamado a los McKenna para pedir algunas
fotos de mi infancia.
31
No lo hice. Habría sido demasiado tarde, y una llamada inesperada para pedir un
favor después de diecisiete años de silencio... probablemente no sería apreciada.
Giro sobre mi costado y le doy vuelta a la almohada, tratando de calmar el nudo
de emociones en mi pecho. Es estimulante, la idea de finalmente encontrar a mi padre.
Vince Horace es alguien que todos conocen, incluso yo, una chica que compra sin
pensar y se viste sin preocupaciones. Es enorme. Famoso. Talentoso. Venerado.
Si Vince es mi padre, entonces soy alguien especial. Nací de alguien genial, tengo
sangre especial en mis venas y fama en mi historia. Al diablo Kirk y Bridget McKenna,
su club de campo y las servilletas de lino. Soy una condenada Horace, y mi padre cenó
con presidentes, festejó con estrellas de rock, y creó un imperio de miles de millones
de dólares con talento natural y determinación.
Y... si Vince es mi padre, entonces mi padre está muerto. Justo como mi madre. Y
estoy descubriendo todo esto, dos días demasiado tarde. Dos días me separan de
abrazar a mi padre versus visitar su tumba. Dos días que me separan de un recuerdo
versus un duelo. Tal vez, si hubiera sabido de mí, podría haber durado un poco más.
Tal vez, si hubiera sabido de él, hubiera vivido mi vida de manera diferente.
Ruedo sobre mi espalda y miro el techo, observando el giro lento del ventilador.
Cuando era niña, solía acostarme lo antes posible. Dormir durante la mayor parte de
mi adolescencia, fue mi escape. Una vez se lo conté a un psiquiatra y de inmediato me
sentí estúpida por ello. ¿De qué tenía que escapar? Tenía una habitación llena de todo
lo que una chica de mi edad podría querer. A los doce años, tenía un caballo en la
mejor academia de equitación de la ciudad. Tenía todo excepto la sensación de una
familia.
No fue de ellos. Por un lado, yo era una malcriada y un dolor en el culo. En
segundo lugar, no creo que Kirk y Bridget sean los moldes con los que se construyen
las familias. Se amaban de la manera narcisista que un hombre ama a su primer
automóvil deportivo. Eran un símbolo de estatus el uno para el otro, una forma de
impresionar, una manera de recordarse a sí mismos que tuvieron éxito. Eran la
encarnación perfecta de un cónyuge, y yo era el hilo suelto en su vida sin fisuras.
Cuando tenía siete años, me entrené para quedarme dormida recitando la lista
de presidentes. Si llegaba de Washington a Clinton, comenzaba de nuevo, esta vez
empezando desde atrás, recitándolos e imaginando cada uno de sus rostros en mi
mente. Si eso no funcionaba, comenzaba con Washington y me obligaba a recitar un
hecho interesante sobre cada uno de ellos a medida que avanzaba.
Los “dientes de madera” de George Washington en realidad estaban hechos de
marfil de hipopótamo, huesos, dientes de animales y humanos, plomo, tornillos de
bronce y alambre de oro.
John Adams culpó a un día de ayuno por su derrota en la reelección.
Thomas Jefferson fue uno de los primeros agricultores estadounidenses en
emplear la rotación de cultivos.
A efectos de este ejercicio, pasé todo un verano memorizando dos hechos
interesantes sobre cada presidente. Era el verano antes del quinto grado, y si eso 32
suena como una actividad de verano sombría, lo fue. Pero valió la pena, dándome la
capacidad de aburrirme hasta dormir, una habilidad que he usado desde entonces.
Empiezo con Washington y solo llego a Grant antes de dormirme.

—No soy un servicio de taxi, Kate. —Abro el paquete de pop tart con mis
dientes—. Es por eso que tengo un servicio de transporte. Si lo perdiste, usa una de las
bicicletas en el vestíbulo.
—Anna dijo que las chicas en bicicletas son acuchilladas. —La sabiduría se
expresa en el inglés vacilante de una rusa recién llegada, rompo un trozo de la tarta y
me la meto en la boca.
—Ignora a Anna. —Me siento en un taburete y me pongo un calcetín—. Ella vive
en Herman Gardens. Todo el mundo es apuñalado allí.
—¿No puedes recogerme?
—No. —Miro el reloj, tiro del segundo calcetín, empujo el taburete y me pongo
las zapatillas de tenis—. Estoy atrasada. O bien subes a una bicicleta o tomas un
autobús, pero te necesito allí.
Termino la llamada, murmuro una serie de maldiciones y tomo mis llaves y mi
billetera.
El lavado de dinero es un juego bastante simple, suponiendo por supuesto, que
las personas, como Kate, conserven sus trabajos. La alta rotación aumenta mis riesgos,
y los empleados descontentos tienden a hablar, lo que no es bueno para nadie en
nuestro negocio. Por lo tanto, aunque el lavado de dinero es mi principal negocio, en
realidad solo soy una niñera glorificada. Una niñera bien pagada y altamente ilegal.
Hay una docena de maneras de lavar efectivo, pero la mía es bastante simple.
Soy dueña de una compañía de empleo, una que ofrece visas legítimas de empleo a
corto plazo bajo la apariencia de prácticas en Estados Unidos. Tengo socios en Rusia y
Ucrania, y traigo más de cuatrocientas chicas cada año. Cuatrocientas chicas que viven
en tres complejos de apartamentos diferentes que poseo, las hipotecas son pagadas
con el dinero sucio de mis clientes. Las chicas trabajan en una variedad de trabajos,
principalmente en centros comerciales, todas propiedades de mis clientes. De acuerdo
con los registros de contabilidad e impuestos, las chicas trabajan como pasantes no
remuneradas, con un estipendio de dos dólares por hora para cubrir el alquiler. En
realidad, y de acuerdo con el efectivo incluido en mis entregas de comida china, ganan
diez dólares por hora. Cuatrocientas chicas, cincuenta horas por semana, diez dólares
por hora. Doscientos grandes por semana de gastos no oficiales para mis clientes. Casi
once millones por año en ingresos adicionales para sus negocios principales que
pueden reclamar, pagar impuestos y registrar contablemente.
El estipendio de dos dólares por hora: ¿el que está en los libros? Esa es mi 33
ganancia, transferido legítimamente a mis cuentas bancarias y cubre los costos del
complejo de apartamentos, más el servicio de autobús y la seguridad, dejándome con
un beneficio de unos cuatrocientos de los grandes al año. No es dinero de Vince
Horace, ¿pero en Detroit? Soy rica.
Al entrar al auto y abrir la puerta del garaje, enciendo la camioneta y meto
marcha.
Capítulo 7
Marco

E
stoy acostado desnudo sobre la mesa, con pepinos y una toalla perfumada sobre
mis ojos. Aquí, detrás de los muros de piedra y la construcción que amortigua el
ruido, la música de afuera es inaudible, y lo único que escucho es el rechinar de
las sales y el suave golpeteo de los pies contra el suelo de piedra del spa. Inhalo
profundamente, el estrés del almuerzo ya se está diluyendo incluso antes que la
primera gota del exfoliante toque mi piel.
—¿Quién es? —pregunto, las manos comenzando en mis tobillos y un segundo
par esparce el exfoliante a lo largo de mi pecho.
—Somos Rocco y Andy, señor.
No digo nada, los nombres son familiares, mis favoritos de nuestro equipo de
spa. Hay un suave masaje de azúcar y aceite en mis pies, dedos talentosos que trabajan
en los puntos de presión de mis plantas, y por un momento me olvido de la entrevista
de GQ y las preguntas con las que había luchado.
—¿Tienes problema con que un hombre te toque? —Vince está a mi lado, mirando 34
críticamente mientras me pongo la corbata, anudándola con perfecta precisión.
—Vas a tener que aclarar eso —digo, extendiendo mis brazos y permitiendo que
me ponga la chaqueta.
—En público, apoyaré mi mano en tu brazo, te abrazaré y sostendré tu mano. —
Tira de la chaqueta, demasiado cerca para mi comodidad, y me enfrenta directamente—
. No te besaré, no ahora, no hasta que estés cómodo.
—No estoy seguro que alguna vez me sienta cómodo con eso.
Sonríe de una manera que no es una sonrisa, sino más una amenaza. Un
recordatorio que esta situación es una en la que tengo la suerte de estar, y necesito
recordar eso.
—Aprenderás a estar cómodo. —Me aprieta los hombros con ambas manos—. Son
labios rozándose. No es nada. Pero te daré unos meses para adaptarte a la idea.
Mis labios, rozándose contra los de otro hombre. Mi piel se eriza ante la idea.
Los dedos talentosos recorren mis muslos, extendiendo el exfoliante sobre mis
músculos, trabajando en la mezcla aceitosa. No me estremezco cuando se acercan a mi
pene, no lo pienso dos veces acerca de su dirección, o el hecho que estoy desnudo ante
sus ojos. Hubo varios factores que contribuyeron a mi lenta aceptación del estilo de
vida de Vince. Ciertamente no había sido gentil en mi inmersión. Mudarme a su casa
había sido un salto al fondo de una piscina muy gay. Trabajar en la industria de la
moda ya me había expuesto a estar rodeado de hombres homosexuales, y que me
coquetearan se había vuelto tan común como las costuras rotas. Pero la exposición
que había recibido en el lugar de trabajo y la escuela de moda... había sido una
quemadura de sol en comparación con la hoguera que existía en el mundo de Vince
Horace. Una hoguera de hedonismo, exhibicionismo y un comportamiento que
cruzaba los limites. Hubiera sido tentador si hubiera habido mujeres involucradas.
Pero siempre fueron hombres. Solo hombres, donde fuera que miraras.
—No tardaremos mucho. —Vince se inclina hacia delante, saca un par de vasos de
un compartimiento lateral y los coloca en las mesas de la bandeja del Rolls—. Quince
minutos. El tiempo suficiente para ser visto, entonces podemos escapar a uno de los
dormitorios.
Lo miro llenar los dos vasos y agarrar el que está más cerca de mí, bebiéndolo de
un rápido trago. Levanto el vaso.
—¿Voy a necesitar esto?
—Probablemente. —Se sienta, cruzando las piernas por el tobillo y mirando por la
ventana, la palaciega mansión de los Hamptons iluminada de rojo, el patio ya salpicado
de trajes negros—. Solo prepárate para las pollas.
Me río, empujando el vaso hacia adelante.
—Mientras no estén buscando la mía.
—Quédate a mi lado y no tendrás nada de qué preocuparte. —Traga el vodka con
el aire pausado de un hombre sin paladar. Tragando el licor, me pasa el vaso—.
Llénanos de nuevo. 35
Veo una pareja besarse contra una de las columnas.
—¿Extrañas esto?
Sonríe.
—Un poco. Para ser honesto, estoy recibiendo más atención contigo. Resulta que es
bastante atractivo ser inalcanzable. —Mira el licor que estoy sirviendo en su vaso y
levanta la mano cuando está medio lleno—. Es suficiente.
Muevo la botella a mi propio vaso y vuelvo a tapar la botella cuando habla.
—¿Alguna vez has estado enamorado, Marco?
—No puedo decir que sí. —Dejo la botella ámbar y lo miro.
—Eso está bien. —Pasa su mano por su muslo, alisando la disposición de la tela—.
Será más fácil conservarte si no sabes lo que te estás perdiendo.
Él había estado enamorado antes. Conocía la historia de su aventura de tres años,
que había fracasado inesperadamente, ayudado por el deseo de Vince, antes de la
cirugía, de cogerse todo lo que se movía.
Sonrío contra el borde del vaso.
—Es difícil enamorarse cuando no hay mujeres a la vista.
Se encoge de hombros afablemente.
—Siempre apilo el mazo a mi favor. —Levanta el vaso y gesticula hacia el mío—.
Tomemos esto y vayamos adentro. Terminemos con esto.
Levanta su vaso para brindar.
—Por mi amante falso, y un verdadero amigo.
Toco mi vaso con el suyo y vierto el fuego en mi garganta.
Las manos vagando por mis hombros amasan suavemente el área, que en las
próximas horas, trabajarán hasta que se relaje. Otro par, en mi pantorrilla, se abre
camino más arriba. Esa noche en los Hamptons había sido mi primera fiesta, mi
primera exposición real a lo que sucede cuando las inhibiciones al cero y el alcohol se
encuentran. Me había pegado a Vince, miraba ceñudo a cualquier hombre que miraba
hacia mí y dejaba que Vince me tocara sin quejarme. Rodeamos la habitación y conocí
a algunos de los hombres más influyentes en el mundo de la moda. Nos habíamos
retirado a un dormitorio en el piso de arriba y habíamos llevado a cabo una aburrida
conferencia de dos horas con el jefe de fábrica de Vince en China. Después, con mi
corbata suelta, el botón superior de mi camisa artísticamente arrancado, y mi cabello
despeinado, nos fuimos, un ladrillo de la leyenda de Vince Horace se agregó a la pila.
Era triste, su búsqueda obstinada de una reputación.
Fue patético, mi acuerdo para participar.
Pero en aquel entonces, no se había sentido así. Se sintió razonable. Tenía
sentido. Y con cada actuación, se había vuelto más fácil.
36
Todo lo que conocía se erosionó, mis estándares y la normalidad se disolvieron.
Pasó un año y me besó, nuestro primer roce de labios frente a una multitud, llena de
manifestantes del orgullo gay, y se sintió casi natural. Pasó otro año, luego dos, y la
primera vez que un hombre se arrodilló ante mí, casi dejé que sucediera.
Luz de una vela. La caricia de una brisa, los sonidos de Ámsterdam siguiéndolo
dentro de la puerta del balcón. Vince me quita la camisa, la abre y se lo permito, un
trago que el hombre a mi derecha lleva hasta a mis labios. He bebido demasiado, he
fumado demasiado. Todo se vuelve borroso, y chasqueo los dedos hacia el modelo a
nuestra derecha, que tira del cinturón de Vince.
—Vete a la mierda.
Incluso con el alcohol, evito que las vocales suenen arrastradas, la orden sale
fuerte, y él me mira pero obedece, alejándose. El Dom. Así es como me llaman, es el apodo
que todos los maricas han inventado. Piensan que soy activo, y estoy seguro que lo sería
si tuviera sus inclinaciones. Ellos saben, por las tres décadas de la polla de Vince
bailando a través de América, que también es uno. Dos activos no van bien, y he
escuchado los rumores de especulación y disfrutado de su intento de descubrir cómo
follamos.
Hay una mujer aquí. La hermana de uno de estos chicos franceses, y me ha follado
con los ojos desde el momento en que entramos. La encuentro, la veo inclinarse hacia
adelante contra la barandilla del balcón, su culo levantado, esperando por ser cogido, y
siento que mi polla se endurece. El idiota a mi izquierda se da cuenta y su mano se
mueve a lo largo de mi muslo, y cuando sus dedos rozan el bulto, reacciona.
Él dice algo, se acerca, y miro los senos de ella balanceándose, pesados contra ese
suéter ajustado. Quiero follarla. Dios, quiero ponerme detrás de ella, agarrar esos pechos
en mi mano, y meterme en su interior. Me vendría en un minuto por sus gemidos, por los
dulces sonidos femeninos de su orgasmo. Su cuerpo apretándome, caliente, húmedo y
perfecto.
Mi polla está rígida, empujando contra mis pantalones, y no noto la mano, su
agarre en el exterior de la tela hasta que es demasiado tarde. Aparto mis ojos de la
burbuja de su culo, los llevo a mi polla, y veo al hombre entre mis piernas, su mano en mi
cremallera.
Le doy una patada en el pecho, un duro golpe de cuero italiano contra algodón
barato, y se cae. Me enderezo, mis manos empujando mis mangas hacia arriba, con mi
camisa abierta, y obligo a mi polla a ablandarse. A que la habitación deje de dar vueltas.
Hago que esa mujer se largue de aquí antes que arruine todo.
—Vince —hablo lo suficientemente fuerte como para llamar la atención de todos
en la sala.
—¿Sí? —dice las palabras, pero escucho la insinuación de advertencia en ellas. No
jodas esto. No dañes la fachada. No pierdas la calma.
—Te quiero desnudo, en este momento. —Las palabras son para ella y son tan
convincentes como una funda de seda en cachemira.
Vince se quita su traje y se para, su mano va a mi hombro con un agarre posesivo. 37

—Suena bien para mí. Salgamos de aquí.


Esa noche, estuve parado en la ducha y me masturbé hasta que mi polla estuvo
dolorida, pensando en ella. Ese día, crucé una línea de la que nunca volví. Ese día,
después de esa fiesta, comenzaron los rumores, crecieron las historias de nuestro sexo
y la leyenda de Vince Horace y Marco Lent tomó vuelo.
Ese día, perdí mi vida anterior y me entregué a él.
Me doy la vuelta sobre la mesa y me pregunto si alguna vez la recuperaré.
Dos horas después de mi masaje, se lee el testamento. El evento se lleva a cabo
en la oficina de nuestro abogado, una gran sala con una vista para impresionar, la
larga mesa de nogal llena de trajes negros y rostros sombríos. Asiento al montón y
tomo la silla en la cabecera de la mesa, sentándome con un suspiro.
Los contenidos no son una sorpresa. Como en cualquier otra acción en la vida de
Horace, había estado a su lado cuando creó el testamento, estuve presente en
reuniones donde se habían catalogado los activos, se habían firmado documentos y se
habían establecido fideicomisos. Ya estoy al tanto de los impuestos a las herencias de
los que seré responsable y del grueso del imperio que estoy heredando.
Les lleva horas a los abogados avanzar por el documento. Horas para explicar
que recibiré el ochenta y ocho por ciento del patrimonio de Horace Mann. El diez por
ciento irá a varias organizaciones LGBT, programas de moda y bibliotecas. El dos por
ciento se dirige al personal y a los sirvientes fieles. El resto, para mí. Para un hombre
que tocó a tantos, amó a muy pocos. Sin hijos. Sin familia. Solo yo.
Cuando terminamos, me aparto de la mesa y me pongo de pie, con la espalda
rígida mientras le doy la mano a extraños y tomo copias de la documentación.
Tres horas y media. Ochocientos cincuenta millones de dólares más rico. Aflojo
el botón superior de mi camisa y salgo de la habitación, flanqueado por un mar de
trajes.

38
Capítulo 8
Avery

N o se menciona el concierto de LiveAid en 1985. De hecho, desde 1984 hasta


1986, Vince Horace estuvo en Miami. Si fue a Filadelfia durante esos años, no
hay anotación al respecto. El libro trata superficialmente sobre su tiempo en
Miami con pocos detalles, y abro las fotos al final del capítulo con un miedo reacio. Tal
vez estoy equivocada, tan ansiosa por encontrar a mi padre que estoy persiguiendo
pistas ciegas. Vince Horace se parece a una foto de los años ochenta, ¿y de repente
creo que es mi padre? He sido estúpida. La primera foto carga, una foto sin valor de un
edificio de apartamentos en Miami, y me desplazo a la siguiente, acercándome a un
perfil lateral borroso.
—Estos son asientos de cuatrocientos dólares y estás leyendo.
Tomo un puñado de maníes sin levantar la vista de mi teléfono.
—¿Qué hay que ver? No hay nadie en la base. Dos outs. Kinsler está arriba.
Andrei suspira, recostándose en su asiento, y levanta su cerveza.
39
—Púdrete.
Me rindo, bloqueando el teléfono y metiéndolo en el bolsillo de mi chaqueta.
—Listo. ¿Contento?
—Sí. —Kinsler batea y vemos una pelota nula pasándonos—. ¿Qué estabas
leyendo?
—Algo tonto.
El libro es tonto. La forma aduladora con que describe a Vince Horace es de
fanático. Y Horace claramente es gay. Cada interacción, desde su primer beso en sexto
grado a la aventura en la escuela secundaria con el jugador de fútbol americano, hasta
su relación a principios de los años ochenta con su director creativo... todas tenían
algo en común. Gay. Homosexual, amante del pene, homosexualidad. No he leído una
palabra que haya insinuado un coqueteo, una confusión o un encuentro amoroso con
una mujer.
Y nuevamente, no se menciona a Filadelfia. Ni LiveAid. Ni conciertos en absoluto.
El libro apesta. Mis esperanzas fueron estúpidas. Todo esto, una gran pérdida de
tiempo y energía.
Alcanzo mi cerveza, me desplomo en mi asiento y veo a Kinsler ser sacado.
—¿Tienes planes mañana? Tengo un edificio para mostrarte.
Me sacudo un cascarón de maní del muslo.
—No necesito otro edificio.
—No es para ti. —Se inclina hacia adelante, juntando sus manos—. Estoy
pensando en mudar nuestra oficina.
—¿En serio? —Observo su perfil, la forma en que las luces del estadio se reflejan
en el borde del aro de sus gafas—. ¿Qué pasa con el palacio verde?
La compañía de Andrei absorbe la esquina de un antiguo centro comercial, el
edificio de color verde lima invade uno de los rincones más deseables del centro de la
ciudad. El letrero de afuera anuncia los servicios legales, pero la inmigración y las
visas ocupan la mayor parte de su facturación. Maneja a todas mis chicas, y me hace el
trabajo fácil como para continuar nuestra amistad, con un boleto de temporada de los
Tigers incluido. Hemos soportado cinco años de juegos, y llorado y celebrado con
cientos de cervezas. Le gusta hablar mal de su esposa, a mí me gusta echar un vistazo a
los jugadores. En toda la ciudad, no hay nadie en quien confíe más.
—El palacio verde está empezando a oler mal.
Sonrío.
—Gracias a Dios. Pensé que era Marcia. No quería decir nada pero...
—Oh no, ella también huele mal. Esto es otra cosa, como un olor mohoso. Creo
que me está enfermando.
Gruño y empujo su hombro.
—Eres terrible.
40
—Oye, fuiste tú quien dijo que huele mal. Simplemente estuve de acuerdo
contigo.
Chase Stern sale del banquillo y me inclino hacia adelante, admirando el ajuste
perfecto de sus pantalones, su paso confiado a la banca.
—Entonces, el edificio está a unas pocas cuadras, donde solía estar el taller de
reparación de calzado.
Asiento, medio escuchando mientras veo a Chase agarrar un bate, haciendo
algunos golpes de práctica. Miro el marcador. No es un buen momento para batear, no
con el marcador empatado y un corredor Ranger que ya está en la base.
—Lo voy a ver mañana a las dos.
—¿Dos? —Me muerdo el interior de la mejilla—. No lo sé.
—No tienes ninguna mierda que hacer. Vamos.
Estiro las piernas hacia adelante y pienso en Vince Horace, en la estupidez de mi
esperanza, una esperanza que parece que no puedo evitar.
—¿Qué sabes sobre el derecho de sucesión?
—¿Derecho de sucesión? —Su voz se agudiza, su interés despertó y el edificio ha
quedado olvidado—. ¿Qué hay de eso?
—Hablando hipotéticamente... —Me pellizco el labio inferior, tirando de un trozo
de piel seca—. Si descubriera que estaba relacionada con alguien, alguien que falleció,
¿cuáles son mis derechos?
—¿Derechos a qué? ¿Su patrimonio?
—O un análisis de sangre. O... sí, supongo. Su patrimonio.
No había pensado tanto en el patrimonio, en la línea de la moda ni en los activos
que Vince Horace había dejado atrás. De repente recuerdo la camarera, el clip de
noticias del joven novio, saliendo del Rolls Royce. ¿Billón? ¿Eso fue lo que ella dijo? Ese
pedazo de belleza está a punto de ser un multimillonario. Sí. Siento un momento de
desesperación. Probablemente hay docenas de “niños” saliendo quién sabe de dónde,
en busca de esa fortuna. Seré vista como una loca, y tal vez lo sea.
—¿Podemos dejar de hablar hipotéticamente por un momento? —Se da vuelta
en su asiento para mirarme—. ¿Esto se trata de tu padre? ¿Tu verdadero padre?
Asiento.
—Sí. —Él ya conoce esa historia, la historia compartida cuando comíamos
nachos en el piso del club de los Tigers hace un puñado de años.
—¿Crees que lo encontraste?
—No lo sé. —Veo al chico de la cerveza y levanto la mano, hurgo en mi bolsillo
por diez y se lo paso a Andrei. Se pone de pie, medio gatea sobre el pasillo detrás de
nosotros, y obtiene mi Bud Light—. Pensé que sí, pero ahora estoy investigando, y…—
Le hago una mueca y le quito la cerveza—. Gracias.
41
—¿Estás haciendo una investigación y crees que estás equivocada?
—Probablemente.
—Entonces, investiga más. ¿Dijiste que el tipo murió?
Asiento.
—¿Has contactado a su familia? ¿Te presentaste?
—No hay familia. —Le devuelvo la botella y me permito un sorbo saludable—.
No hay niños.
—A menos que cumplas con los criterios.
—Correcto.
—¿Cuánto sabes sobre él?
Debería simplemente decirle. Solo decirlo, sin importar qué tan estúpida o
inmadura pareceré. Mis labios se abren, mi lengua se mueve, pero no puedo. También
podría decirle que la reina de Inglaterra es mi madre, y me voy a ir a mi castillo ahora,
con una parada rápida en una sala de psiquiatría de camino ahí.
—Le dejará todo a un amigo suyo. —Es todo lo que Andrei debería necesitar
para aconsejarme.
—Necesitas descubrir quién es su albacea. Contáctalos, o mejor aún, yo los
contactaré. Hazles saber que vas a impugnar su testamento y que eres es un heredero
potencial. Lo primero que harán es hacer que te realicen una prueba de paternidad.
Pero congelará cualquier activo hasta que lleguen los resultados de esa prueba. —Se
encuentra con mis ojos—. ¿Crees que hay algún activo?
—Sí. —Tomo otro sorbo de cerveza para mantener mi boca ocupada, y
reflexiono sobre la idea que Andrei envíe la carta en mi nombre. Tiene razón, sería
mejor que viniera de un abogado que de mí. Y la forma en que lo explica suena
sencillo. Enviamos una carta, solicitan pruebas y luego lo sabré. No es necesario el
ensamblaje de pistas de Sherlock Holmes. No más preguntas—. Es Vince Horace. —No
lo miro cuando dejó caer la bomba, y él pierde su explosión por completo.
—¿Qué es Vince Horace? —Chase Stern golpea una línea que nuestro campo no
puede tocar, y Andrei gime.
—Creo que es mi padre.
Ladea la cabeza hacia un lado y me estudia.
—¿El tipo de la moda?
—Sí.
—Pero es gay.
—Sí.
—Entonces... ¿estás segura?
Me encojo de hombros.
—No. 42
Se pasa ambas manos por la barba recortada.
—Avery.
—Lo sé. —Pongo un pie en la pared de concreto frente a nosotros—. Es ridículo.
—No es ridículo.
Levanto la esquina de la etiqueta de mi cerveza.
—Lo es.
—¿Qué te hace pensar que es él? ¿La foto?
—Sí. —Quito la mitad de la etiqueta antes que se rompa.
—Déjame verla. —Extiende su mano y suspiro, inclinándome hacia adelante y
buscándola en el bolsillo de mi chaqueta, sacando mi billetera.
—No es una gran foto. —Saco la foto laminada y se la paso. La apoya en su
regazo y abre un navegador web en su teléfono, buscando en Google el nombre de
Vince y haciendo clic en una imagen de él.
—Esa no. —Me acerco, pasando por los resultados de la imagen hasta que veo el
que más se asemeja a la foto de la fogata.
—¿Quién es el chico guapo con él? —murmura Andrei, haciendo zoom en la
imagen y luego sosteniendo la foto al lado.
—Su novio. —Me inclino, el béisbol ha quedado olvidado, y miro a Andrei, sus
ojos parpadean entre las dos imágenes.
Suspira y me entrega la foto.
—¿Novio? ¿Cuánto tiempo han vivido juntos?
—No lo sé —respondo, devolviendo cuidadosamente la foto a su lugar detrás de
mi licencia de conducir—. ¿Se parece a él?
—Sí.
Estoy tan preparada para escuchar una negación que mi cabeza se sobresalta
cuando ofrece lo opuesto.
—¿Se parece?
—Sí. —Hace una mueca—. Pero Avery, esto es un desastre si lo único que tienes
es una foto. Para ser honesto, ni siquiera estoy seguro que un juez ordene una prueba
de paternidad por una foto. ¿Tienes alguna prueba de que él estaba en el concierto
durante el cual se tomó esa foto?
—No. —Me desplomo en el asiento—. No que haya encontrado. —Todavía. No
que haya encontrado todavía.
—De cualquier manera. —Su voz se suaviza—. Deberíamos intentar.
—¿Sí? —Lo miro.
43
—Diablos, sí. —Sonríe—. ¿Sabes cuánto necesito trabajar? Exprimir este
desastre podría cubrir el primer año de alquiler en ese edificio.
Por primera vez en toda la noche se me escapa una risa y levanto mis manos en
señal de rendición.
—Bien. Saca ventaja de una huérfana. Si eso te saca a ti y a Marcia de ese
caparazón de tortuga de complejo, estoy dentro. Y si heredo mil millones de dólares,
te compraré ese maldito edificio.
—Trato. —Extiende su puño y lo golpeo, nuestra camaradería es interrumpida
por la multitud que explota en un grito de alegría. Olvidando el golpe de puño, nos
ponemos de pie, nuestros ojos en el campo, nuestro mundo vuelve a la normalidad
durante al menos tres entradas más.
Marcia fue mi primera chica. Cuando la vi, era una bonita morena, caminando en
un callejón justo antes del anochecer. Pasé junto a ella, vi a dos chicos salir de una
estación de gasolina a una cuadra de distancia, y giré en U. Cuando me detuve a su
lado, se estremeció. Cuando le ofrecí un aventón, dudó, pero eligió mi cálido automóvil
sobre la oscurecida calle de Detroit. Chica inteligente.
La llevé a Brightmoor y le hice muchas preguntas, sus respuestas entregadas en
un intermitente ruso que apenas entendí. Pero conseguí suficiente del punto esencial.
Le restaban once meses a su visa. Horas de explotación. Un jefe que parecía hacer las
veces de un proxeneta. Llevaba dos semanas, de alguna manera le debía a su
empleador doscientos veinte dólares y parecía que estaba a un pelo de ser vendida al
comercio sexual. Pasé junto a Brightmoor y la llevé a mi casa. Le di una cena
precocinada e hice algunas llamadas. Encontré un abogado de inmigración en el
centro de la ciudad que me dijo que se reuniría con nosotras de manera gratuita y nos
daría algunos consejos.
Ese tipo era Andrei. Marcia era su kryptonita sexual y mi nueva dependiente. Le
encontré un subarrendamiento a corto plazo, le pagué a su jefe y le conseguí un
trabajo legítimo en la hamburguesería de la calle. Me limpié las manos, me di unas
palmaditas en la espalda y lo consideré mi buena acción del año.
Una semana después, se presentó con una amiga, ésta marcada por un labio
hinchado y ojos negros, su cadera marcada con un tatuaje de una de las pandillas más
desagradables de Detroit. Yo solo era una camarera, alguien que sabía cómo usar un
arma y había estado en la ciudad el tiempo suficiente para conocer a los jugadores. No
sabía qué hacer con ella. No sabía qué hacer con ninguna de ellas. Aun así, vinieron a
mí. Me necesitaban. Me contó historias de condiciones de vida en hacinamiento,
trabajo esclavo y asalto sexual. Agotaron mi dinero, favores, emociones y miedo.
Entonces, una murió. La había visto dos días antes. Compartimos pizza y una
cerveza. Aprendí algunas palabras en ruso mientras intentaba hablar sobre las
estrellas de cine. Dos días, y luego estaba muerta en la calle, asaltada y asesinada por 44
dinero que no tenía.
Alguien tenía que hacer algo. Alguien tenía que protegerlas, administrarlas,
encontrarles mejores trabajos y mejores tipos malos, del tipo que necesitaban
empleadas y no prostitutas, del tipo que les pagarían de manera justa y no las harían
chupar una polla para que les pagaran.
No quería ser ese alguien. Quería que Andrei fuera ese alguien. Me quedé allí,
mientras Marcia se acurrucaba junto a él en el sofá, y le hice una jodida y perfecta
presentación de PowerPoint de una forma fácil para que se encargara de todo.
—¿Por qué no? —Lo había acusado—. ¿Por qué no ganar todo este dinero y
ayudar a la gente? ¿Qué eres, egoísta?
Debí haber moderado mi presuntuoso remordimiento. Porque cuando él dio
vuelta a la situación, dejándome a cargo del proyecto, no tuve ni mierda qué decir en
términos de refutación. Cuando dijo que él haría los primeros dos años de visas pro
bono, sentí que apretaba la soga.
Bajo el volumen de la televisión. En la pantalla, el especial de Entertainment
Tonight muestra un primer plano de Marco Lent, la cabeza inclinada hacia atrás y el
champán fluyendo por sus labios. Miro hacia abajo al eBook y estudio la imagen, una
de Vince Horace y Marco Lent, inclinados sobre la barandilla de un edificio y mirando
a una multitud. Ambos sonríen, sus cuerpos están relajados, la foto es festiva. Paso a la
siguiente imagen, una de un desfile de modas, Vince en la pasarela, saludando a la
multitud. Cerrando la aplicación de lectura, coloco mi teléfono a un lado y desbloqueo
mi computadora.
Imprimo las hojas de cálculo de la nómina y los depósitos de cheques, pago unas
cuantas facturas y luego me dirijo a las máquinas de conteo. Lavar once millones en
efectivo al año es laborioso, especialmente cuando se trata de cuatrocientas chicas,
cuatrocientos paquetes de efectivo, dos veces al mes. Sería fácil si las chicas trabajaran
exactamente cincuenta horas, pero eso nunca sucede. La gente se enferma, es
perezosa y algunos trabajan horas extras. Lo que significa que tengo cuatrocientos
dolores de cabeza, dos veces al mes. Solía tener un equipo de dos personas que lo
manejaban, pero los dedos se ponen pegajosos cuando no hacen nada más que contar
efectivo. Ahora, lo hago todo yo misma, ayudada por quince contadores electrónicos
de efectivo. Cuatrocientos sobres, cada uno con un nombre, metidos en una papelera
para su edificio de departamentos. Hago las entregas yo misma, acompañada por
Bruce y Eddie. Dos tipos cargados de suficiente calor y músculo para derribar un
pequeño ejército.
Encendiendo la radio, recojo mi cabello largo en una cola de caballo, tomo la
primera hoja de cálculo de la impresora y me muevo a la línea de contadores,
ingresando montos de nómina en cada pantalla de la línea.
Cuando mi madre murió, mi verdadera madre, nadie se molestó en contactarme,
el funeral ocurrió sin mi presencia. No fue hasta que llamé a su celular, unos meses
después, que descubrí la noticia. Un accidente automovilístico, colisión frontal. Estaba
lloviendo a cántaros, y estaba sola en el auto, mi hermano y hermana estaban sanos y
salvos en casa. Su esposo fue bastante frío por teléfono y no dio ninguna explicación 45
por no haberme contactado. Tal vez pensó que no merecía que me lo dijeran.
Ciertamente no había sido una hija comunicativa, una vez que la encontré. Hubo esa
visita inicial, las galletas de jengibre, la sesión de álbumes de fotos, y luego otra
reunión, una media hora incómoda en un Starbucks a diez minutos de su casa. Me
había ido de ese encuentro y decidí que no seguiría la relación más allá. Simplemente
no podía ver nada de mí en ella y cada interacción parecía empeorar la sensación de
solitario desapego.
Trabajando con guantes de látex, saco los fajos delgados de efectivo de las
máquinas y los inserto en sobres, sellándolos y escribiendo los nombres de las chicas
en el exterior. No solía ser completamente feminista. Al principio, cuando era joven y
tonta, también contraté hombres. Ese primer año fue un desastre. A los hombres no
les gustaba reportarle nada a una mujer, y parecían no tener que llevar un sobre en
efectivo sin ofrecer un comentario astuto o desvestirme con sus ojos. Entre el acoso
sexual, la flagrante falta de respeto a mis reglas y las inexactitudes de las tarjetas de
tiempo, casi me retiro del negocio. Se requirió de un trago fuerte y una sesión de
quejarme con Andrei para encontrar la raíz de la causa... los penes. Los quité de la
ecuación y mi cordura y rentabilidad se dispararon. Ahora solo trato con hormonas y
drama femenino. Puedo manejar eso.
Canto junto con Eddie Money y trabajo rápido, la actividad calma mis nervios.
Tachando nombres a medida que avanzo en la lista, evito cuidadosamente la carta de
Andrei, impresa y colocada en medio de mi escritorio, esperando mi aprobación.
Había trabajado rápido, encontrando al abogado a cargo del testamento de Horace. La
carta solicita registros médicos, información financiera reciente y una prueba de
paternidad. Solo leyéndola, me sentí invasiva, exigente y fuera de mi liga. El correo
electrónico de Andrei que la acompañaba había sido breve y dulce. Por favor revisa y
aprueba. La he revisado, simplemente no puedo apretar el gatillo para aprobarla.
Cyndi Lauper empieza, y tarareo junto con el alegre ritmo mientras acabo otra
docena de sobres, lanzándolos a la papelera mientras trabajo. Llego a los primeros
cien, luego tomo un descanso, corriendo por la escalera y hasta la máquina
expendedora del primer piso. Agarro una bolsa de Doritos y una soda de uva,
tomándome mi tiempo en mi escalada de regreso, bloqueando el cerrojo con mi codo
cuando vuelvo a entrar. Sentada en mi silla y mascando un chip, miro la carta y giro,
usando mi pie para dar vuelta en un círculo lento, inspeccionando los montones de
dinero en efectivo, listos para su distribución. Es curioso lo poco que puede ser medio
millón de dólares, qué poco espacio ocupa.
Debería pedirle a Andrei que envíe la carta. ¿Por qué no? No es como si yo
tuviera que hacer algo. Él se encargará de todo. Si se ríen de mí, si se burlan de mi
pedido, nunca lo sabré. Estaré protegida e inconsciente, desde aquí en Detroit.
Completo el giro y la carta vuelve a aparecer. Conozco el problema. Es miedo. El
temor a estar equivocada y que mi euforia por tener un padre famoso y talentoso esté
fuera de lugar. Es miedo de ser normal, y que lo descubriré a través del método más
embarazoso posible. ¿Qué pasa si la prensa se entera? ¿Qué pasa si mi nombre se
filtra? ¿Qué pasa si estoy equivocada, y todos se enteran?
La pobre niña huérfana. Tan desesperada por el amor y atención, trató de 46
reclamar la fortuna de un tipo gay muerto.
Mastico un chip por la mitad y estudio la computadora, mi correo electrónico
está minimizado en un pequeño icono en la parte inferior de la pantalla. Inclinándome
hacia adelante, hago clic con el cursor y se expande para llenar mi pantalla. Abro su
correo electrónico y lo vuelvo a leer.
Por favor revisa y aprueba.
Miro el reloj. Apenas la una. Mucho tiempo para que él meta la carta en un sobre
durante la noche y se dirija a Nueva York. Podría llegar mañana por la mañana, paso
uno del proceso completado.
Primer paso de mi redención o vergüenza, completado.
Estirando los brazos, coloco ambas manos sobre el teclado y escribo.
Mándala.
Capítulo 9
Marco

N
unca nos toma mucho organizar una fiesta, poseemos ambos lados de la
cuadra, ¿con luces colgadas entre los edificios, un permiso legal, la calle
cerrada y un escenario en una de las esquinas? Listo.
Al menos, así es como siempre nos pareció a Vince y a mí. Todo transcurre sin
problemas cuando tienes personal, uno bien capacitado para nuestro estilo de vida y
presupuesto ilimitado. Cada empleado de la casa fue entrenado según los estándares
de servicio del Ritz Carlton, un programa que predica dominar las tareas y problemas,
junto con modales perfectos y un compromiso inquebrantable con el servicio. Los
asistentes disfrutarían durante toda la fiesta de los beneficios de nuestros agasajos y
estilo de vida, atisbando el mundo sobre el que reinó Vince Horace.
Me había llevado años acostumbrarme a la opulencia de su mundo, el buffet de
constante desnudez, drogas y excesos. Ahora, ni siquiera lo noto. Tal vez eso sea un
testimonio de mi tolerancia, o tal vez sea un triste efecto secundario de mi digresión.
Miro en retrospectiva, al hombre que fui cuando Vince me conoció, y apenas puedo
47
identificarme en ese individuo.
—¿Señor?
Alzo la mirada para encontrar a Mario en la entrada, con un portapapeles de oro
en la mano.
—¿Sí?
—La Celebración de la Vida está a punto de comenzar.
Ah, sí. No será un funeral, ya que eso es algo que tienen los viejos estirados. En
cambio, será la Celebración de la Vida. Vince tendrá una alineación repleta de estrellas
como oradores, luego comenzará la fiesta. No habrá exequias, sus restos ya fueron
cremados, las cenizas serán enviadas de vuelta a Connecticut y enterradas junto a su
hermano.
—Todo ha progresado como se esperaba, y los oradores casi han terminado.
Asiento.
—Bien.
—Lo necesitamos en el escenario, siempre que esté listo.
Observo mi reloj y miro la hora, el segundero se arrastra más allá de la media
hora. Ya han pasado cuatro días sin él. Siento su ausencia en la casa, en el silencio del
personal, la falta de vida en el aire. Me levanto y aliso el frente de mi chaqueta.
—Iré ahora.

La calle está llena, cuerdas de luces de brillantes colores y flores se extienden


entre los edificios y el mar que pulula debajo de estas. Más entrada la noche, habrá un
desfile en la pasarela que se extiende hasta la mitad de la calle, a través de los miles de
cuerpos que actualmente atestan el lugar. Miro hacia el final de la calle, donde la
multitud continúa congregada.
—¿La vía principal está cerrada? —pregunto a Mario bruscamente, viendo las
líneas de la policía, los oficiales a caballo moviéndose entre la multitud.
—Sí. También han llenado la siguiente cuadra. Estamos coordinando con la
policía el control de la multitud y avanzan hacia el este para tratar de mantener a la
muchedumbre fuera de la avenida.
Es la afluencia más grande que hemos tenido, y siento un agudo estallido de
dolor porque que Vince no puede verlo, el flujo de amor, la prueba visual de que vivió,
afectó e inspiró. Subo al escenario y asiento hacia The Who, estrechando las manos de
cada miembro de la banda. Comenzarán la fiesta, tocando sus éxitos de los años 60,
antes de ceder el escenario a los Kinks. La Celebración de la Vida durará más de diez
horas y evolucionará tanto en música como en decoración, abarcando las cinco
décadas de la vida de Vince, el tema cambia cada dos horas.
48
Miro mi reloj, luego vuelvo a la multitud, sus cantos disminuyen a medida que
me acerco al micrófono.
—¡Te queremos, Marco! —Desde el medio de la calle, una mujer grita y hay una
risa general que se mueve entre la multitud.
Sonrío y suelto el micrófono de su soporte. Acercándolo a mi boca, hablo.
—Hace cuatro días, perdí al hombre al que amé durante una década, un hombre
al que muchos de ustedes también amaron. Perdimos a un hombre que se preocupaba
por esta comunidad en formas que no encuentro como explicar. Ustedes apoyaron su
estilo de vida. Apoyaron su marca. Apoyaron su pasión, y sobre todo, apoyaron su
moda.
Una ovación comienza al final de la calle incrementándose en instantes, miles de
manos aplauden y voces se levantan dando apoyo. Alguien enciende la linterna de su
celular y la tendencia se propaga, miles de luces se levantan repentinamente y se
agitan en el aire, iluminando el crepúsculo con un mar de motas blancas.
—Esta noche es el primer evento anual en memoria de Vince Horace —continúo,
tragando un poco de la emoción que viene con la ola de apoyo físico—. Pasaremos las
próximas dos horas celebrando la década de 1960, y todo lo que trajo a nuestro
mundo y a la industria de la moda. —En el telón de fondo del edificio norte, una
imagen parpadea, una fotografía de treinta y dos pisos de un bebé Vince—. Esta es la
década en la que vino Vince Horace a nuestro mundo. Fue el comienzo del movimiento
de Liberación Gay. —Ante la mención del movimiento, los vítores aumentan, la
energía aumenta. A mi lado, un mayordomo me tiente una copa de champán y la
tomo—. Ahora brindaremos y celebraremos el nacimiento de la liberación gay y al
hombre más grande que yo, o la moda, hayamos conocido alguna vez. —Levanto mi
copa y espero un momento, mirando que un océano de trajes se mueve entre la
multitud—. Vince, te amamos y te extrañamos muchísimo.
Se escucha el sincronizado sonido de cientos de botellas de champaña, y la banda
comienza su actuación, los vítores alcanzando una nueva cúspide mientras bebo la
champaña de mil dólares.
Qué curioso cómo, entre tantos, un hombre puede sentirse tan solo.

49
Capítulo 10
Avery

E
l lugar vacío más cercano está a dos cuadras de distancia, estaciono la
camioneta y salgo volando. Cierro la puerta de un portazo y corro,
tropezándome con el dedo del pie en el bordillo oculto por las sombras del
crepúsculo. Me enderezo, respiro profundamente y sigo corriendo, el edificio de
Andrei flotando a la vista mientras cruzo las dos calles restantes sin ser golpeada.
La puerta de su oficina se pega, y la empujo con el hombro, mi entrada es más
una caída descoordinada, que un paso.
Marcia mira hacia el sonido, su saludo se corta cuando me ve.
—Está hablando por teléfono.
Me enderezo, resoplo un poco mientras avanzo y casi colapso sobre su
escritorio.
—Por favor dime que mi carta no se fue.
—¿La nocturna a Nueva York? —Levanta una ceja peluda e indomable, su acento 50
ruso sigue siendo denso a pesar de los años—. Ya fue recogido. Por un delicioso
cartero.
—Noooooo —gimo, deslizándome por el frente de su escritorio de aglomerado y
sobre la alfombra barata—. Dime que estás bromeando.
—No. Dee-licioso. Un apretado culo jugoso. Es uno nuevo.
—No el cartero. —Le frunzo el ceño, me gustaba más antes que dominara el
idioma español—. El paquete. Dime que estás bromeando sobre el paquete.
—Se ha ido, apyr2. —Golpea mi mano, empujándola fuera de su escritorio con
una palmada aguda de su pluma—. Ahora vete. Tengo trabajo que hacer.
Se fue. Puf. Metida en la parte posterior de la camioneta de un cartero con un
trasero jugoso. Esta noche, estará en un avión, volando a Nueva York para una entrega
por la mañana.

2 Ruso para “amigo”.


—¿Lo puedes redirigir? —digo.
—¿Con la oficina de correos? —resopla de una manera que inspira poca
confianza en el servicio de correo de nuestra nación. Este es mi error, usar al tacaño
de Andrei. Cualquier otro abogado usaría FedEx, mi paquete se encontraría al instante,
se detendría y volvería a donde pertenece, a la papelera.
Me quejo, derrumbándome en el suelo y cruzando los brazos. Escucho pasos y
me deslizo hacia la derecha, echando un vistazo por el borde del escritorio de Marcia y
mirando la delgada contextura de Andrei moverse por el pasillo.
—Andreeeei... —gimo.
—Oh Dios. —Se detiene a mi lado, con las manos en las caderas, y mira hacia
abajo—. Dime que tienes una especie de capa protectora entre tú y esta alfombra.
—Dime que no enviaste esa carta.
—Enviamos la carta por correo. —Se vuelve hacia Marcia—. ¿Fue recogida?
—Le dije. Ya fue recogida.
Me mira.
—Ya fue recogida.
—Gracias —espeto.
—¿Tienes dudas? —Se agacha, pone sus manos bajo mis axilas levantándome del
suelo.
Me niego a sostenerme, manteniendo mis piernas flácidas, recargando mi peso
en él.
—No deberías haberla enviado. Sabías que me arrepentiría.
—¿Quieren mover esta conversación a otro lugar? —indica Marcia en voz alta—.
Tengo trabajo que hacer.
Miro en su dirección, luego miro hacia Andrei. 51
—No me gusta —susurro en voz alta.
—Sí, lo sé. —Sonríe—. Lo has mencionado varias veces.
—Estaba mirando al cartero —digo en voz alta—. Mencionó su trasero jugoso.
—Perra —murmura Marcia.
Andrei lucha un poco tratando de controlar mi peso inerte, y no lo ayudo,
recargándome intencionalmente a un lado, mis brazos colgando como péndulos.
Tropieza a un lado e intenta apoyarme contra la pared.
—Sabes que te estoy facturando por esto.
—¿Qué pasa si estoy equivocada? —Levanto la cabeza, mirándolo a la cara.
Sonríe.
—Entonces lo superaremos.
Superarlo no es un plan aceptable. Empujo su pecho y le saco la lengua a su
esposa.

Compro el boleto sin pensarlo, la aplicación de la aerolínea hace que el proceso


sea demasiado fácil, gasté mil dólares con unos simples movimientos de mi dedo
índice. Bum. Listo. Voy a ganarle al USPS a Nueva York, recogeré mi sobre antes de que
tenga la oportunidad de abrirlo y conservaré mi cordura… y mi reputación.
—Estás loca —comenta Marcia, sentándose en mi silla de oficina, el plástico
crujiendo bajo su peso.
—Probablemente. —Observo las máquinas contadoras trabajar y miro el reloj,
avanzando por mi línea de tiempo. Estoy quedándome sin tiempo. Ya son las seis.
Necesito terminar de empacar los sobres, dejarlos en los tres edificios, regresar a casa
para empacar y estar en el aeropuerto a tiempo para el vuelo de las diez en punto—.
Toma esa pila. Tú llenas, yo etiquetaré.
Gime, se pone de pie y se mueve sin ningún tipo de urgencia.
—No van a darte el sobre. ¿Lo sabes?
No respondo. Me darán el sobre. Si tengo que abordar al repartidor y luchar para
sacarlo de sus manos, lo haré. ¿Qué va a hacer, llamar a la policía?
—Dios, esto es aburrido. —Empuja una pila de billetes de veinte dólares en el
sobre con todo el cuidado de un hipopótamo borracho.
—Vas a recibir cincuenta dólares por hora por aburrirte. Piensa en todos los
bolsos falsos de Vuitton que puedes comprar.
—Oye. —Me apunta con una uña esmaltada—. Mi mierda es real.
52
—Oye. —La señalo—. Llena esa mierda más rápido.
Es por eso que no la uso; habla más de lo que trabaja. Pero es confiable, estuvo
disponible en el último minuto, y estoy oficialmente desesperada. Paso la mano por la
hoja de cálculo y paso la página.
—Vamos. Nos quedan unos cincuenta. Apúrate.
Me alejo de ella y llamo a mis matones, diciéndoles que estén aquí en media
hora. Al pasar a la computadora, abro mi correo electrónico e imprimo mis tarjetas de
embarque. Miro el reloj. Cuatro horas. Si Detroit se comporta, podemos hacerlo.

Llego al vuelo, gracias a un enérgico trote con mi mochila a través del aeropuerto
de Detroit. Mi boleto de último minuto me ubica en el asiento del medio, aplastada
entre un hombre regordete y un niño con apenas edad para estar sin pañales. Me
arrastro a mi lugar, pateo mi bolso debajo del asiento del frente y saco mi teléfono.
Faltando unos minutos para el despegue e ignoro la presentación de seguridad
repasando las noticias recientes sobre Vince Horace. No hay niños sorpresa
apareciendo. Tal vez soy la única lo suficientemente estúpida como para dar ese salto.
Hay un video reciente de su novio, y hago clic en la imagen enchufando los
auriculares.
—Vince, te amamos y te extrañamos muchísimo.
Miro como el novio de Vince levanta su copa de champán, los preciosos
movimientos de esa boca. Cuando inclina la cabeza hacia atrás, la copa se encuentra
con sus labios, mi cuerpo involuntariamente se retuerce de necesidad. Me remuevo en
mi asiento. No debería mirar sus labios. Hablando de ser raro y espeluznante. Cambio
de página y encuentro otro artículo, uno que muestra la casa de Vince, una gran
edificación en Manhattan. Miro en el pie de foto, la dirección clara como el día,
disponible para que cualquier turista o acosador tome nota y visite. Tomo una captura
de pantalla.
La azafata pasa, advirtiéndome con la mirada; guardo el teléfono en el bolsillo de
mi chaqueta y ajusto el cinturón de seguridad sobre mi regazo. Mi reloj atrapa mi
atención y lo observo. Su nombre brilla en la esfera, y recuerdo la tienda en la que lo
compré, el altivo vendedor y el alto precio en la etiqueta. Me gustó su apariencia
vibrante, la mezcla lujosa de pequeños picos y finos toques.
Es gracioso cómo funciona la vida. Es un reloj que no uso a menudo, mi distraída
elección es una ficha de dominó que comenzó todo este desastre. ¿Y si la camarera no
se hubiera dado cuenta y señalado la noticia? Probablemente debería haberle dado
una propina más grande. Dejo caer la mano en mi regazo y pienso en el hombre del
video, el novio de Vince Horace. Sus labios. Su garganta.
El tipo de al lado empieza a estornudar y me deslizo más abajo en el asiento,
descansando la cabeza en el espaldar. 53
Probablemente no sea mi padre, solo un hombre que se parece a él. En toda
América, tiene que haber mil tipos que se parecen a las descoloridas fotos de hace
treinta años.
El avión avanza, ganando velocidad, pienso en la carta y todo lo que pide.
Finanzas. Registros médicos. Una prueba de paternidad. Andrei tenía razón.
Podríamos descubrir la verdad, saber la respuesta con seguridad.
Aprieto el cinturón y tiro de él, comprobando su seguridad mientras el avión
comienza a inclinarse, los motores sonando, nuestro despegue en progreso.
Es muy tarde ahora. Ya sea que debiera o no, me voy a Nueva York. Por la
mañana, en algún momento antes de la entrega, podré resolver qué haré allí.
Medianoche y la fila de taxis en el JFK está tan llena como un parque temático en
julio. Se necesitan veinte minutos y una conversación dolorosamente aburrida con
una pareja alemana sobre cabras para llegar al frente de la fila. Me despido de ellos,
deslizándome en el asiento trasero de un sucio taxi amarillo y leo la dirección de Vince
Horace. En algún momento entre el despegue y el aterrizaje, había captado
publicaciones en el blog y artículos de noticias sobre su Celebración de la Vida, una
fiesta que parece continuar. Suponiendo que no sea demasiado tarde, espero llegar
para algo de eso.
Un gruñido suena desde el lado del conductor y es acompañado por un
movimiento violento de cabeza.
—¿Cuál es el problema?
—Demasiado loco. —El hombre agita su mano.
—¿Demasiado loco? ¿Qué quiere decir?
—Demasiada gente. No puedo llegar allí. —Empuja la hoja de papel hacia mí.
—Solo acércame lo más que puedas. —Cierro la puerta y me muevo al centro del
asiento, sin querer aceptar un escenario en el que deba volver a esa fila. Después de un
momento, con un suspiro excesivamente ruidoso y molesto, arranca.
Cincuenta minutos después, avanzamos poco a poco en el tráfico. Miro por la
ventana y busco una calle transversal, trato de ver algo a través de la multitud de
gente en el bordillo, la acera y la calle.
—¿Estamos cerca?
—Hay demasiadas personas. —Frena y se inclina hacia adelante, maldiciendo a
la multitud y ondeando sus manos para que salgan de su camino. Nos ignoran, un
hombre escuálido con un tutú me lanza un beso, y el conductor se inclina hacia
adelante y enciende el interruptor del taxímetro—. Baje aquí.
Qué amable. Apuesto a que este tipo tiene certificados de Empleado del mes
empapelando su casa. 54
—¿Aquí es? —Miro por la ventana delantera y saco mi billetera.
—Por allá. —Señala hacia adelante, gesticulando hacia una dirección en general,
sin una indicación de si necesito ir a media cuadra o seis—. Tendrá que caminar.
Saco ochenta dólares y se los paso, abriendo la puerta y cerrándola con mi pie,
sujetando mi mochila. Salgo del auto y me detengo, la noche fresca, los sonidos de la
ciudad dominados por una canción, la música que viene de adelante, donde la
multitud empeora. Subiendo la bolsa más arriba en mi espalda, avanzo trotando,
bajando por una acera rota y rodeando a la gente, el área animada, la energía arriba.
Es un cambio refrescante de Detroit y sonrío a un grupo que pasa, sorteando a dos
hombres besándose y levantándome de puntillas, tratando de ver qué es lo que está
más allá de la multitud.
Capítulo 11
Marco

E
l amor está en el aire. Observo mientras Madonna ondea los brazos sobre
el escenario, y veo a dos hombres besándose, paso la mirada sobre una
pareja con el cuerpo pintado retorciéndose juntos cerca del escenario. Al
límite de la fiesta, un turista chino con un palo de selfie consigue un beso en la mejilla
de una chica con los senos al aire, con cabello gris y alas de ángel. Levanto la mirada al
cielo, las estrellas ocultas por las luces de la ciudad, e intento sentir la presencia de
Vince en la multitud.
—Disfruta del espectáculo —murmuro—. Desearía que estuvieses aquí. —Le
habría encantado la energía de la multitud. Le encantaba la música. Le gustaba
cualquier cosa que hiciese sentir a una persona. Era lo que intentaba evocar en su
moda y lo que nunca había encontrado en el amor.
La canción termina y la luz cambia, los focos giran sobre la multitud y se
concentran en la pasarela. Comienza el ritmo de un bajo, algo lo suficientemente
fuerte para sacudir el suelo, las suelas de mis zapatos vibran contra la terraza. Me
55
enderezo, cruzándome de brazos y observo a la primera mujer moverse por el gran
escenario, vestida con un diseño de principios del 2000, el primero de una serie de
trajes elegidos por Vince.
La modelo es una profesional, una que hemos usado antes. La observo girar en
sus tacones de doce centímetros y delicadamente dirigirse al final de la pasarela, que
comienza a alzarse, sale humo mientras la plataforma gira. Ella permanece en el lugar,
con la mano en las caderas, y mira hacia la multitud. Me ve en la terraza y me lanza un
beso. Asiento a cambio, permitiéndome pasar la mirada por su cuerpo. Es demasiado
delgada para mí. Todas las modelos lo son; nuestra industria prefiere la estructura de
gacela que nunca me atrajo. Personalmente, siempre me gustó una mujer con curvas.
Un cuerpo que no se rompiese cuando lo follase como deseaba.
Me obligo a apartar la mirada de la modelo antes que mis pensamientos se
desvíen demasiado. Pero Dios, necesito follar. La última vez fue hace dieciocho meses
en las Bermudas. Vince se quedó dormido en una cabaña privada con vistas al Pacífico,
y yo fui al bar. Le compré una bebida a una divorciada de cuarenta años y fue en su
habitación quince minutos después. Montó mi polla como una campeona, me la chupó
como una puta y nunca me preguntó mi nombre. Fueron cuarenta y cinco minutos de
perfección, y lo deseé de nuevo menos de una hora después.
Excepto que una hora después, Vince estaba despierto y nos estábamos
vistiendo para la cena y luego en el jet encaminándonos a Nueva York.
Ahora se ha ido y estoy luchado con permanecer en esta vida, en este papel que
ya no tiene un propósito.
La multitud comienza a cantar el nombre de Vince como un latido, uno que late
más y más rápido en mi pecho.
Mi sentencia todavía no ha terminado.
Me aparto de la barandilla y me giro, entrando en la casa y encontrándome con
la mirada de Edward, quien espera, como siempre, para asistirme.
—Prepara el auto.

56
Capítulo 12
Avery

H
abía subestimado enormemente a mi posible padre.
Me doy cuenta de eso en el momento en que paso bajo la barricada
y entro en la Celebración de la Vida, la cual no solo continua, sino que
está en pleno apogeo. Es una fiesta callejera de proporciones
extravagantes, y me lleva cuarenta y cinco minutos abrirme paso entre la multitud, y
comienza a sonar un canto, “Vince, Vince, Vince, Vince”, un mantra que no parece
tener fin. He vivido treinta y un años sin conocer su rostro, y esta gente, todas estas
personas parecen adorarlo. Tal vez sea una cosa de gays, la mayoría de la multitud son
hombres, ahí donde miro veo banderas y ropa con los colores del arcoíris. Alzo la
barbilla, pasando la mirada al edificio contrario, las puertas del balcón se abren, son
visibles unos extraños y cantan junto con la multitud, todo el mundo ignorando la
hora tardía. ¿Cómo es permitido? ¿No hay ordenanzas contra el ruido y leyes que
seguir? ¿Esta gente no tiene trabajos, niños y obligaciones? Me abro paso entre la
multitud, necesitando algo de espacio, alguna libertad del sonido, y encuentro el
camino al otro lado de la calle. Me detengo en el primer lugar libre de la acera que 57
encuentro y me tomo un momento para recuperar la respiración y recobrarme.
Una completa locura. Digo una plegaria silenciosa de agradecimiento porque
Andrei no hubiese enviado la carta aquí. Me apoyo contra una farola y miro a la
muchedumbre, mi mirada moviéndose y viajando sobre la casa, mitad de esta
iluminada por la fiesta. La mitad de atrás está a oscuras, la parte superior del edificio
demasiado alto para mirar dentro. Dejo mis ojos vagar por las ventanas y me pregunto
dónde estaba su habitación. Me pregunto si solía sentarse en alguno de esos balcones,
leyendo el periódico o mirando la calle. Me enderezo y sigo caminando por el lateral
de la casa libre de multitudes, la calle es más silenciosa aquí y me detengo frente a una
gran verja de hierro y madera, una enmarcada con una enredadera lo que hace
imposible ver alrededor.
Mmm. Sigo adelante y miro hacia atrás, intentando orientarme desde la verja
hasta la casa, la calle me quita la mayor parte de la visibilidad del callejón que debe
haber tras la casa.
Comienza una nueva canción y la multitud se vuelve más ruidosa, la atención de
todo el mundo puesta en el espectáculo. Examino el entorno de derecha a izquierda,
luego me agarro a las barras y comienzo a subir.
Estoy en la cima en menos de treinta segundos, empujo la enredadera y aterrizo
en el camino de adoquines. Sacudiéndome las manos, me enderezo y espero, con el
cuerpo tenso, preparada para correr.
Silencio. Bueno, silencio no. Están Madonna y Lady Gaga, y luego cientos de
personas, trompetas y cánticos, y suficiente ruido para despertar a un bebé… pero
nada desde el callejón. Ningún alarido de una alarma, nada de guardas de seguridad
corriendo al exterior, nada de culatas de pistola y fuertes gritos de advertencia.
Camino lentamente, pasando junto a un contenedor comercial y una docena de
motonetas. Hay una fila de puertas de garaje, y estoy pasando junto a la más grande de
todas cuando suena un clic, zumba y comienza a levantarse.
Oh mierda. Retrocedo de prisa y me escondo en la sombra más cercana,
agachándome y observando mi reloj.
Son casi las dos de la madrugada. Alguien está llegando o marchándose, y
considerando que la verja está cerrada, estoy asumiendo lo último. Podría ser cientos
de individuos diferentes. Un empleado, o alguien de seguridad, o tal vez uno de los
artistas. Estrecho más la lista, este garaje es el más grande de la fila. Los empleados no
estacionarían aquí, no en este lugar exclusivo. Es alguien importante. La parte trasera
de un Rolls Royce retrocede, el gigante plateado alumbrado por el brillo de la farola
del callejón, me tenso, replegándome a gachas hasta que me meto más dentro en la
sombra del contenedor. Solo tengo un momento para tomar una decisión…
permanecer escondida y permitir que el vehículo se vaya, o adelantarme y dar a
conocer mi presencia.
Me tenso, trago saliva, y en mi mente me debato contra una docena de conflictos.
La verja resuena y observo los faros del Rolls encenderse y el motor revivir mientras
se pone en marcha. 58
Está casi a mi lado cuando hago mi movimiento.
Capítulo 13
Marco

N ecesito salir, lejos de esta fiesta, de sus cantos, de la presencia de Vince


que cuelga en cada pasillo, en la puntada de cada prenda, el olor de cada
habitación. Dondequiera que mire, hay recuerdos. Todo lo que siento es
el peso de la obligación y las expectativas, la fiesta es una breve distracción antes que
comience el verdadero trabajo, dirigir una de las marcas de moda más grandes del
mundo. Me he preparado para ello durante años, pero aun así, en este momento de
inseguridad, es desalentador.
Paso los dedos por mi cabello y los hundo agresivamente en mi cuero cabelludo,
deshaciendo el efecto del fijador. El Rolls avanza, saliendo del garaje y cuando patina
hasta detenerse, es con la gracia y suavidad de una bola de boliche aterrizando sobre
nueve pilas de almohadas. Miro hacia el frente justo a tiempo para escuchar a Edward
maldecir y ver una combinación silenciosa de brazos y tela rodar sobre el capó del
auto.
Mierda. Por primera vez en años abro mi propia puerta y salgo a la fresca noche.
59
La casa apenas aísla el sonido de la multitud y la música, y en el aire está el olor a
sudor y colonias, perfumes y gases de vehículos. Mis zapatos repican en los adoquines
mientras me apresuro al frente del auto. Allí, en una pila de botas de combate, jeans
ajustados y una chaqueta de imitación de la línea Burberry del 2014, está una mujer.
Con los brazos extendidos, la espalda torpemente inclinada sobre una bolsa de alguna
clase, sangre, roja viva y brillante, en lo que podría ser un rostro hermoso.
Edward palidece al verme.
—Señor. Por favor. Si vuelve al automóvil, puedo…
Detrás de nosotros, escucho el débil sonido de la asistente del Rolls
preguntando, a través de los altavoces del automóvil, si necesitamos ayuda.
—Edward, háblales. —Señalo el auto y me agacho al lado de ella, apartándole
con cuidado el cabello oscuro del rostro, abre los ojos, sus pupilas se mueven
violentamente y luego se enfocan en mi rostro.
Hace contacto. Sonríe, y coloco una mano en el suelo para evitar reaccionar
gateando hacia atrás.
No puedo estar cercar de una sonrisa como esa. Incluso cubierta de sangre, es
peligrosa. Tentadora. Maliciosa.
—¿Estás bien? —Me esfuerzo en apartar la mirada de su rostro, y examino el
resto de ella, palpándola cuidadosamente, contando cada miembro y articulación,
todos los cuales parecen, milagrosamente, estar en buen estado de funcionamiento.
—¿Puede oler un gran búho cornudo?
La miro sin expresión, arruga el rostro y se ríe. La acción produce que fluya
sangre de nuevo, y se detiene inmediatamente, llevando la mano a su rostro en el
mismo momento en que la sujeto.
—Mierda. —Parpadea rápidamente, mirando hacia el cielo, su peso laxo en mis
brazos—. Eso duele.
—¿Puede oler un gran búho cornudo? —cuestiono, y si no es la conversación
más idiota que he tenido en todo el día, sin duda es la más interesante. Es suave.
Femenina. Debajo de la desastrosa combinación de moda punk y a cuadros, tiene
curvas. Calidez. Me acerco bajo el pretexto de mirar su nariz y capto su olor por
encima de los gases de automóvil y los aromas del callejón… un ligero aroma. Me
obligo a alejarme. Debería subir al auto y dejar que el personal se encargue. Necesito
poner tanta distancia como sea posible entre ella y yo.
—No. —Cierra sus ojos, luego los vuelve a abrir—. No pueden.
—La mayoría de las aves no pueden. — La acotación viene de Edward, quien ha
reaparecido a nuestro lado—. ¿Debo llamar a una ambulancia, señor?
—No. —Extiendo mi mano hacia él—. Dame un pañuelo.
—Hablando de un ariete. —Sonríe y, a pesar de la sangre, es hermosa. Ojos
grandes. Labios llenos. Una delicada nariz y pómulos con los que podría diseñar una
línea completa. 60
—¿Disculpa? —Me acerco, y se estira hacia mí, su mano se balancea en el aire de
la noche antes de cerrarse sobre mi chaqueta, arrugando la fina tela como si fuera una
servilleta.
—Ayúdame a levantarme. —Tira de la chaqueta y Edward está de repente a mi
lado, disculpándose mientras intenta liberar su mano.
—Señora, por favor. Permítame ayudarla.
—Estoy bien —increpa, y me mira—. ¿Puedes decirle a este idiota que me deje
en paz?
—Edward. —Suspiro, y se aleja, la preocupación se refleja en su rostro.
—Debería llamar a los abogados.
La mujer agita las manos en un frustrado intento de atención.
—Dios, ¿entiende el concepto de caballerosidad? Ayúdeme a levantarme.
—No estoy seguro que debas moverte —indico incluso mientras la tomo por
debajo de los brazos y la levanto—. Acabas de ser atropellada por un auto.
—Un tanque —corrige, haciendo una mueca mientras ve hacia abajo. Sigo su
mirada y noto la rasgadura empapada de sangre en sus jeans, a la mitad del muslo y
muy probablemente causada por la parrilla con punta de diamante del Rolls—. Un
tanque con dientes.
Un lema que Rolls Royce debería considerar. Se tambalea hacia la izquierda y
estira la mano, tocando con cautela su nariz. Maldice.
—Parece estar rota. —Edward afirma lo obvio, las malas noticias entregadas en
el altivo acento británico que acompaña perfectamente su vehículo, su postura y su
excesivo salario.
—Sí —contrataca, tomando el pañuelo de mí—. Puedo notarlo.
Mi atención es atrapada por una pequeña multitud, una que se ha reunido al
final del callejón, frente a la puerta todavía abierta. Nos miran fijamente, y puedo
discernir la discusión sobre si intervenir o no.
—¿Se dejó la puerta abierta? —Me giro hacia Edward, quien balbucea su
respuesta.
—Por supuesto que no, señor.
Mis ojos se dirigen a la chica, que lleva el pañuelo a su nariz y luego lo retira,
examinando el resultado, una mancha de sangre en la tela blanca bordada.
—¿Cómo pudiste entrar? —No debería haber estado en posición de ser golpeada
por nuestro auto. Ella…
—Estaba... —Sus palabras vacilan mientras mira la sangre, una rodilla se dobla, y
miro como sus ojos giran hacia atrás, su cuerpo se tambalea hacia adelante. Hay un
momento de pausa antes que se desmaye, y extiendo la mano, impidiendo su caída, mi
pecho choca contra el suyo mientras lucho para mantenernos a los dos en posición
vertical. 61
Huele a peras, y maldigo los elementos de esta situación.
Capítulo 14
Avery

—M
ierda.
Escucho la maldición con los ojos cerrados, mis
extremidades tan pesadas y flojas como puedo. Escogí un
buen momento para desmayarme. La acción tiene su
cuerpo contra el mío y si no fuera gay queDiosmeayude… las cosas que le haría a este
hombre. Un cuerpo duro debajo de ese traje. Su cara colonia aviva mi excitación y
entorpece cualquier proceso de pensamiento razonable. Sus fuertes manos me
levantan fácilmente, a pesar del peso muerto de mis extremidades.
Quiero echar un vistazo, para ver a dónde me lleva, pero eso destruiría cualquier
ilusión, así que solo me desplomo, mi cabeza colgando hacia adelante, contra el frente
de su camisa, robando una olfateada. Síp. Si el orgasmo tuviera un aroma, sería este.
Masculino. Viral. Costoso, pero moderado. Para explorarlo completamente,
necesitarías rasgar su camisa, trepar por su pecho y mordisquear un camino a lo largo
de su cuello.
62
Lo cual, por supuesto, una mujer inconsciente nunca haría. Levanta mi torso,
alguien me agarra de los tobillos y avanzo flotando.
—¿Deberíamos llevarla adentro?
—No. Ponla en el asiento trasero.
¿El asiento trasero? Tal vez desmayarse no fue una buena idea. Tuve visiones de
entrar a la casa y que me ofrecieran una habitación, una excelente oportunidad para
espiar antes de decidir revelar, o no, mi verdadero propósito. Ponerme en el auto
presenta un conjunto de escenarios completamente nuevo, ninguno que me emocione.
Aun así. Estoy con Marco Lent, el hombre que conocía a Vince Horace mejor que
nadie. Tomaré eso en cualquier forma o manera que pueda obtenerlo. Me trago el
instinto de hablar y tratar de entender lo que está sucediendo. La puerta de un auto se
abre y percibo un movimiento brusco mientras soy deslizada en el asiento, con el
cabello atrapado incómodamente debajo de mis omóplatos. La puerta se cierra, el
silencio cae y hago trampa un poquito, levantando la cabeza para liberar mi cabello. Se
abre la otra puerta y mis pies son levantados, manos se envuelven alrededor de mis
tobillos, y la puerta se cierra. Algo se mueve debajo de mis pies y siento el
aflojamiento del cuero cuando mis botas son desatadas.
—Puedes dejar de fingir. —Esa voz fuerte, la reverberación profunda en su
tono... es el tipo de voz que podrías servir sobre helado y atiborrarte durante horas.
Mantengo mi rostro relajado y fuerzo la ilusión dejando escapar un poco de
baba, la evidencia haciendo un largo e irritante viaje lento por un costado de mi
rostro. Se oye el golpe sordo de mi zapato, mientras sale completamente y golpea el
piso.
—Por el amor de Dios. —Hay un crujido de tela, y luego algo suave cruza por mi
rostro, la saliva limpiada, una parte untada en mis labios—. Para. No voy a sentarme
en tu saliva cada vez que entre en este auto solo para que puedas continuar con la
farsa. Ahora siéntate, antes que sangres por todo el interior.
No me muevo. Está mintiendo. Adivinando. No hay forma que mi acto dramático
apestara a algo más que un desmayo inducido por la visión de la sangre. La cosa de la
servilleta estaba cubierta de sangre. Un centenar de mujeres, u hombres, o cualquiera
con un estómago débil, hubiera hecho lo mismo.
La puerta de un vehículo, en algún lugar frente a nosotros, probablemente la del
chófer, se abre y cierra, y se escucha el suave sonido mientras se pone en marcha. El
automóvil avanza, y es casi espeluznante lo silencioso que es. No hay sonido del
motor, ni ruidos de la ciudad. Supongo que eso es lo que medio millón te compra. La
mejor ingeniería de sonido en el mundo.
Se queda en silencio, quitándome el calcetín y me relajo, creyó mi farsa.
Probablemente podría haberlo hecho sin todo este teatro. Pero necesitaba distraerlo
de la puerta y mi presencia no autorizada en el callejón. Desmayarme fue lo primero
que se me ocurrió. Y afortunadamente, pareció funcionar. Si no estuviera falsamente
desmayada, sonreiría.
Entonces mueve su dedo, y rápidamente entiendo el potencial problema. 63
Capítulo 15
Marco

T
iene lindos pies. En otra vida, en la que le hice sexo oral a Stephanie
Nelson en el baño durante el baile de graduación, una donde sonreía y las
chicas, no los chicos, se desmayaban; en esa vida, me gustaban los pies. Me
gustaban los tobillos estrechos y envolver mis manos alrededor de ellos. Me gustaban
los dedos bonitos y ver con qué color estaban pintados. Me gustaban las plantas
suaves y pasar las palmas a lo largo de ellas y la diferencia entre sus arcos femeninos y
mis grandes manos. Me gustaba el suave suspiro de una mujer mientras pasaba mis
dedos por su pantorrilla y sus ojos se entornaban, su cuerpo se relajaba, sus piernas
abriéndose para mí.
No era un fetiche, pero era una de esas cosas que amaba sobre el cuerpo de una
mujer. Una de las cosas que extrañé, como el peso suave de un seno, el olor de su
champú, la suavidad de su piel.
Este extraño desastre de mujer tiene lindos pies. Esmalte azul oscuro. Un arco
alto, dedos simétricos. Sonrío y paso mi dedo por su talón y por su arco hasta la punta
64
de su planta. Miro su rostro, la veo tensarse concentrada en su actuación, su cuerpo
siguiendo el ejemplo, y suavemente palpo las yemas de mis dedos antes de rozarlas
contra su piel.
Grita, pateando hacia el frente, mi mano detiene el impacto el instante antes que
me golpee en el rostro.
—Ah... —Arrastro la palabra con satisfacción—. Entonces, la belleza desmayada
se despierta.
Se apoya en sus codos, y mi humor mengua con la sangre que aparece en su
nariz.
—Hacer cosquillas no es justo —espeta la frase con el aire presumido de una
lunática.
—¿No es justo? —cuestiono—. No sabía que estábamos jugando, señorita…
Hace una pausa, sus ojos se lanzan hacia un lado, y si esto es un juego, está muy
superada.
—¿Hartsfield…? —Hay casi un signo de interrogación al final de la palabra, y alzo
las cejas demandando una respuesta.
—¿Hartsfield? —repito.
—Ese es mi apellido.
—¿Estás segura? —Sonrío a mi pesar.
—Sí. —Asiente como si estuviera consolidando la decisión en su mente—. Mi
nombre es Avery Hartsfield.
—Marco. —Extiendo mi mano, y la sacude con eficacia enérgica. Señalo con la
cabeza la parte delantera del auto—. Ese palo viejo de severidad británica es Edward.
—Encantado de conocer a su conocida —murmura el aludido—. ¿Puedo
preguntar hacia dónde nos dirigimos, señor?
—Aún no.
Él resopla y la esquina de la boca de ella se contrae con una sonrisa.
—Le pago extra por la altanería. —Siento que me inclino, hacia su sonrisa, y
obligo a mi espalda a enderezarse, sacando sus pies de mi regazo y dejándolos en el
piso. Estiro mi mano—. Incorpórate. Déjame mirar tu nariz.
Duda, luego cautelosa se inclina hacia mí. Avanzo y toco suavemente la piel justo
arriba y alrededor del tabique.
—El sangrado se ha detenido, lo cual es bueno. Sin embargo, deberías estar
elevada. Inclina tu cabeza hacia atrás para mí.
—¿Supongo que eres médico? —dice bruscamente, levantando la barbilla
obedientemente.
Acerco la hielera, tomando un puñado de cubos y envolviéndolos en una
servilleta.
—Boxeé en la escuela secundaria. Las narices rotas eran la norma más que la
65
excepción. —Presiono el paquete de lino contra su tabique nasal—. Presiona
suavemente. Mantenlo ahí.
Obedece, haciendo una mueca ante el contacto del frío y recostándose contra el
asiento.
Devuelvo la hielera a su lugar, luego me giro hacia ella.
—¿Puedo preguntar por qué sintió la necesidad de simular un desmayo, señorita
Hartsfield?
—Ah. —Hace una pausa, su voz ligeramente amortiguada por la servilleta—. No
creo que hayamos determinado que me mi desmayo fue falso.
—Ciertamente simuló desmayarse.
—Siento que estamos abusando de ese verbo. —Me mira, la comisura de su boca
se levanta en una sonrisa contenida.
—¿Desmayo falso? —Frunzo el ceño burlón, y se ríe. El sonido es denso, sin
disculpas y me sorprende aún más al dejar caer la compresa fría y mirar alrededor del
automóvil.
—¿Dónde está mi bolso?
—Dejé su mochila en el maletero —interrumpe Edward.
—Gracias, Edward. —Extiendo la mano, presiono el botón para levantar el vidrio
de privacidad.
—Debe ser agotador —comenta—. Siempre llamándose por el nombre.
Todo es agotador No debería serlo, no en esta vida donde todo está hecho para
mí. La mayor parte de la irritación proviene de la espera, la respuesta a las preguntas
y el explicar todo. Es una de las razones por las que hemos tenido el mismo personal
en la casa durante tanto tiempo. Una vez que aprenden toda la peculiaridad de
nuestras vidas, es demasiado arduo comenzar de nuevo.
Estiro mis piernas y la miro.
—¿Dónde vives? Te dejaremos allí.
—Detroit. —Sonríe—. Es un largo camino para conducir.
Detroit. No debería decepcionarme que sea una visitante. No debería
importarme de dónde sea. Aun así, la respuesta no me satisface.
—¿Dónde te vas a quedar en Nueva York?
Se encoge de hombros, y presiona suavemente el hielo en su corte.
—Acabo de llegar. Todavía no he conseguido una habitación. —Vuelve la cabeza
y mira por la ventana—. ¿A dónde te dirigías?
Me dirigía a la casa de Vince en Nueva Jersey, queriendo estar lejos de los
fiesteros, el ruido, los recuerdos. Quería dormir en paz, correr en la playa, caminar
hasta la ciudad y follar a una turista que no supiera mi nombre. Una turista como ella.
66
—Me voy a casa.
—¿A casa? —Levanta sus cejas—. Solo asumí que vivías… quiero decir... —Sus
palabras vacilan y observa su regazo como si la respuesta estuviera allí.
—Solo estaba asistiendo a una fiesta. —Extiendo la mano saco una botella de
Perrier de la hielera y se la ofrezco. Rechaza mi ofrecimiento negando y destapo la
botella. No sé por qué mentí, excepto que si sabe quién era Vince y que vivo allí, no
tomará demasiado poder mental para descubrir quién soy. Y esta noche, con esta
mujer, no tengo la energía para esa farsa.
—Vi a todas las personas. —Gira la parte superior de la servilleta que sostiene el
hielo y la extiende hacia delante, poniéndola en el cubo—. Parecía una buena fiesta.
—Estaba listo para irme. —Tomo un largo sorbo de agua burbujeante y voy al
grano—. ¿Necesitas un lugar para quedarte esta noche?
Eso la toma con la guardia baja. Puedo ver la rigidez de su espalda, la forma en
que observa en mi dirección sin verme a los ojos, su mirada se mueve sobre el
automóvil en un movimiento lento y calculado. No soy ciego. No he estado con una
mujer en un año, pero puedo decir cuando una se siente atraída por mí, he captado el
aprecio persistente de su mirada, el rubor de su piel cuando me acerco. Si quisiera,
podría tenerla. No es eso por lo que estoy haciendo la oferta. Es un viaje de unos
noventa minutos a Spring Lake, y sería agradable tener algo de compañía.
—No tienes que ofrecerlo. —Observa sus botas y recoge el primer calcetín—.
Pero sí, apreciaría un lugar donde quedarme.
—Es un poco lejos para regresar caminando. Por si acaso mañana necesitas estar
en la ciudad.
Lo piensa por un momento y luego asiente.
—Estoy bien con cualquier lugar.
Algo está mal, su aceptación voluntaria de irse a casa conmigo. Tal vez es mi
asombrosa apariencia y la química que surgió entre nosotros desde que nos
conocimos. Pero, aun así, somos extraños. Es una mujer soltera en una ciudad
peligrosa. "Estoy bien con cualquier lugar". Una gran manera de ser raptada por un
psicópata y cortada en pedazos.
Presiono un botón en la puerta y le indico a Edward que se dirija a la casa de
Spring Lake, una orden que acepta en silencio y sin preguntas. Tal vez lo mantendré
cerca.
—¿Qué haces en Spring Lake? —Se calza el calcetín y observo el proceso.
—Soy arquitecto. —No tengo idea de dónde viene eso, pero se me escapa antes
de poder contenerlo, y una vez hecho, lo dejo fluir. Con suerte, no me preguntará nada
más. No sé casi nada sobre arquitectura.
Hace una pausa, con el calcetín a medio camino, luego continúa la acción.
—No luces como un arquitecto.
—De verdad —señalo secamente—. ¿Y cómo lucen la mayoría de los
67
arquitectos?
Se encoge de hombros.
—¿Por qué me quitaste los zapatos?
—No podía hacerte cosquillas con ellos puestos. —Otra mentira. Le quité los
zapatos porque quería, necesitaba, tocarla de alguna manera, poner mis manos en su
piel. Dieciocho meses han sido demasiado largos. Soy un adicto, y las mujeres son mi
dosis. Una dosis por la que estoy prácticamente temblando. Tomo un sorbo de agua y
fuerzo mis ojos lejos de ella y hacia la ventana, sin mirar el arco desnudo de su pie
izquierdo mientras calza el segundo calcetín—. ¿Qué haces en Detroit?
—Gestión de fondos.
—No sabía que alguien en Detroit todavía tuviera fondos.
Ríe.
—Sí, bueno. La gente todavía lo hace. —Pasa una mano por el flexible cuero del
asiento—. No este tipo de dinero, sin embargo.
No respondo ¿Gestión de fondos? ¿Qué diablos es eso?
—¿Como, fondos fiduciarios? ¿O fideicomiso de inversiones inmobiliarias?
—No exactamente. —Juega con los botones en la puerta—. ¿Qué hacen estos…?
—Deja de hablar cuando el cojín del asiento comienza a masajearla—. Oh, es
agradable.
—Espectacular —concuerdo inexpresivo y miro su rostro, todavía
ensangrentado—. Ven aquí. —Me acerco, deshaciendo el pañuelo de Edward y
sumergiéndolo en el cubo de hielo.
Obedece, y la observo disimuladamente mientras con cuidado limpio el área
alrededor de sus heridas. Sus jeans están desgarrados, con desgastes adicionales en la
tela, en un intento barato de agregarles personalidad. La blusa es de algodón delicado,
con un corte de encaje que revela un vistazo de escote.
—Me estás mirando.
—A ti no —indico, volviendo la vista a su rostro, irritado por la diversión en sus
ojos—. Estaba detallando tu ropa. Déjame adivinar: ¿Forever 21? ¿H&M? ¿Una oferta
de Walmart?
—Dios, eres un esnob —resopla, y eso hace que lágrimas fluyan. Sisea, y percibo
el aroma a menta en su aliento.
—Solo frente a opciones de moda terribles. —Presiono la tela contra su mejilla,
atrapando las lágrimas, y sus ojos se encuentran con los míos.
—Estás usando una BUFANDA —espeta, y el desprecio en su tono no coincide
con la mirada en sus ojos. Humedece sus labios y todo en lo que puedo pensar es
besarlos.

68
Capítulo 16
Avery

S
e retira a su lado del auto y me acomodo en el asiento, disfrutando de la
sensación del masaje del asiento contra mi espalda y trasero. No es mi
primera experiencia con uno, tuve un Nissan hace unos años que tenía un
interruptor que sacudía todo el asiento y hacía que tu trasero se entumeciera en diez
minutos. Esto no es nada parecido. Este es un movimiento mecánico suave que parece
buscar cualquier músculo tenso en mi trasero y muslos, y masajearlos suavemente
hasta la sumisión. Lo juro, la cosa es interactiva, y un gemido se me escapa. Me
observa y capto el asomo de una sonrisa.
—¿Lo disfrutas?
—Así es, muchas gracias. —Extiendo mis piernas y brazos y veo una bisagra en
el forro del techo. Presiono y aparece un espejo. Examino la herida en nariz, que sin
duda ha empeorado—. ¿Crees que necesito puntos de sutura?
—Probablemente.
Cierro el espejo y lo miro. Descansado en su lado del auto, con sus largas piernas 69
estiradas, su brazo ocupando toda la consola central y su mano al alcance de mi
pierna. Si muevo la rodilla un poco hacia la derecha, sus dedos la rozarán.
Hice todo mal. Desde el principio, tan pronto como lo vi, debí presentarme y
decirle porqué estaba aquí y quién creía que era Vince. Ahora, estamos empezando
con una mentira. Una mentira de la que también parece ser parte, aunque no sé por
qué. ¿Por qué mentir acerca de ser un arquitecto? Incluso si no lo hubiera investigado
en el vuelo, me habría dado cuenta. Lo sabría por la forma en que sus ojos se
apartaron de los míos, una señal tan llamativa como alguna vez he visto. Una señal que
me guardé en el bolsillo trasero para más tarde.
Es peligroso darle a una chica como yo ese tipo de conocimiento.
Casi tan peligroso como es estar tan cerca de un hombre como este, lo
suficientemente cerca como para tocarlo. Ha pasado mucho tiempo desde que fui
tocada. Querida. Besada.
La última vez fue hace dos años; una aventura de una noche en Filadelfia. Nos
conocimos en el avión, disfrutamos de unas bebidas en la cena, luego caminamos por
el parque. Me contó historias de Europa, su equipo de softbol y su perro. Regresamos
a su cuarto de hotel, recibimos servicio a la habitación, bebimos vino e hicimos el
amor. Fue rápido, pero bueno, se disculpó, pero fue dulce. En medio de la noche, me
desperté para encontrar la puerta del baño cerrada, su voz en susurros mientras
hablaba con su esposa. Me acosté en la cama y me sentí estúpida. Por la mañana,
sonreí cuando habló de volver a vernos y actuó como si existiera alguna posibilidad de
futuro entre nosotros.
Debería haberlo echado. Debería haber interrumpido la charla con su esposa y
llamarlo imbécil sucio e infiel. Debí haberle arrancado el teléfono de la oreja y contarle
a su esposa todo lo que hicimos. Debí hacer cualquier cosa, pero regresé furtivamente
a mi hotel, hice las maletas, cancelé mi reunión y volé a casa.
No debería ser tan difícil encontrar a alguien. No debería tener que pedir
prestado al marido de otra mujer mientras él está en un viaje de negocios.
Miro por la ventana mientras el auto se mueve sobre un puente, el tráfico es
ligero, las luces de Nueva York un colorido telón de fondo sobre el agua.
—¿Por qué vives en Spring Lake?
Se remueve y parece fuera de práctica en mentir. Es algo bueno, y me agrada. No
quiero que sea un idiota. Si Vince Horace fue realmente mi padre, quiero que haya
elegido a un hombre agradable, que pasara la última década con algo más que una
cara bonita.
—Spring Lake no es mi hogar a tiempo completo —señala finalmente—. Solo
necesitaba salir de la ciudad esta noche. Necesitaba algo de espacio.
Puedo entender eso. Estuve en la multitud por menos de una hora y había
necesitado el espacio, el escape.
—Entonces, ¿la fiesta en la que estabas era sobre ese hombre de la moda? —Es
la forma más segura de abordar el tema, y se gira para mirarme, sorprendido. 70
Intencionalmente opté por una elección despistada de palabras en mi referencia a
Vince, y sus ojos se posaron en mis botas. Asiente como si recordara el hecho que no
soy parte de su mundo consciente de la moda.
—Sí —responde con el cuidado con el que tratarías una bomba—. Lo conocía.
Éramos viejos amigos.
—¿Viejos amigos? —Alzo una ceja—. No pareces lo suficientemente mayor como
para tener un viejo amigo. —No responde; abro mis ojos y uso mi mejor voz inocente,
divertida por este ridículo juego, uno que ni siquiera sabe que estamos jugando—.
¿Diseñaste una de sus casas?
—No.
Espero por alguna explicación adicional, una elaboración de la mentira. Nada.
—Entonces... ¿cómo lo conociste?
—Nunca me dijiste por qué estabas en el patio trasero de la casa. —Cambia
inesperadamente la conversación y fija en mí su mirada severa, que casi me derrite las
bragas. Gay o no, este hombre tiene un atractivo sexual serio.
—Tenía que usar el baño. —La mentira sale suavemente, y agrego un sonrojo a
la mezcla para aumentar la credibilidad.
—La fiesta tenía baños privados —acota, mirándome más de cerca de lo que me
gustaría.
Me encojo de hombros.
—Bueno, no estaba en la fiesta. Pasaba caminando y la vi. Me detuve para ver de
qué se trataba el alboroto.
—Entonces, ¿no estuviste allí mucho tiempo? —pregunta, y probablemente se
esté preguntando si estuve allí para su discurso, el cual vi en el avión, cortesía de
YouTube. Si lo hubiera hecho, sabría que no es un arquitecto de Spring Lake y, para
ser honesta, no sé por qué mantiene su verdadera identidad en secreto. ¿Por qué
importa si sé quién es? ¿Le preocupa que haga preguntas personales sobre Vince? ¿Le
preocupa que lo demande por su dinero, su inminente herencia? Nada de eso tiene
sentido, y el misterio de su evasión levanta mis sospechas.
—Pareces que estás escondiendo algo. —Enfrento a la bestia y recibo una
sonrisa.
—Parece que tú estás ocultando algo —contesta.
No digo nada, y no dice nada, y el hecho que ninguno de nosotros niegue la
acusación, persiste en el automóvil.
Lanzo un cebo.
—Tal vez debería encontrar mi propio lugar para quedarme esta noche.
Resopla.
—¿En Spring Lake a las tres de la mañana? Buena suerte con eso. 71
Tiene un punto. Siento que estamos recorriendo una distancia ridículamente
lejana, cada kilómetro es un impedimento adicional para regresar a Manhattan por la
mañana. No he pensado en esto, no he encontrado un plan, una forma de estar
presente y esperar, cuando llegue el cartero. Pero no podía no ir con él, no podía dejar
pasar esta oportunidad de ver detrás de la cortina de la vida de Vince.
—¿Qué te trae a Nueva York? —Hay un desapego silencioso en su voz, como si
no le importara demasiado la respuesta, sino que buscara un cambio en el tema.
Sopeso mis opciones y decido ir con una versión modificada de la verdad.
—Estoy aquí para conocer a alguien, que creo que podría ser mi padre. —Una
persona muerta. Es lo más cercano a una confesión que puedo dar sin compartir todo.
Su interés se despierta, y gira su cabeza, encontrando mi mirada, sus ojos se
alejan para recorrerme. No sé cuál es la obsesión con mi ropa. Tal vez es algo de la
moda, pero parece que, con cada examen, saca nuevos detalles de la mezcla.
—¿No sabes si es tu padre?
Tiro de las mangas de mi camisa.
—Fui adoptada. —Me enderezo en mi asiento, un hábito defensivo nacido de
años de lástima y comentarios condescendientes—. Encontré a mi madre hace unos
años, pero no tenía mucha información sobre mi padre.
Cuando era joven, usé mi estado adoptivo con orgullo. Era una prueba que no
pertenecía al acérrimo conservadurismo de los McKenna. Aprendí rápidamente que la
mayoría de las personas se sienten incómodas con la idea de los adoptados. No saben
las preguntas que deben hacerse, cómo obtener las respuestas que desean sin la
sensación que están fisgoneando.
En algún momento, dejé de comentarlo y de tener el tipo de relaciones cercanas
donde la gente preguntaba por mis padres. Mi lenta separación de la sociedad, no fue
intencional. Es solo que en una industria como la mía, no hay espacio para muchos
amigos. Mi círculo son en su mayoría hombres y no del tipo con el que quiero pasar el
rato. No se parecen en nada a este hombre. Es una copa de suave Chardonnay versus
mi buffet de cerveza Pabst y tequila barato. Y... si tengo que adivinar, apuesto a que
tampoco tiene muchos amigos.
—¿Cuándo te dieron en adopción? —Te dieron. Una elección interesante y
degradante de palabras.
—De niña. —Extiendo la mano dentro del cubo de hielo, saco una botella de agua
y miro el armario a su derecha—. ¿Tienes algo más fuerte que esto?
—Claro. —Desliza el compartimento y revela una hilera de decantadores de
cristal—. ¿Cuál es tu veneno?
—Vodka, si tienes.
—Tendrá que ser un trago —señala—. No abastecieron el auto.
—¿No bebes?
72
—No mucho. —Presiona en otro compartimiento lateral y revela dos vasos
pequeños, grabados con un monograma de iniciales. Saca una bandeja y alzo las cejas,
impresionada por lo que ofrece el auto. Pone dos vasos en la plataforma y llena los
dos, empujando uno en mi dirección. Sin brindar, inclina su cabeza y bebe. Es sexy,
observar la flexión de su cuello, el corte de su mandíbula, el movimiento de su mejilla
mientras traga el licor sin estremecerse. Para un hombre que no bebe mucho, lo toma
como un campeón.
Se limpia los labios con el dorso de la mano y me mira, sus ojos se fijan en mi
bebida sin tocar. La llevo a mis labios y pruebo. Siento una suave quemadura, un
costoso deslizamiento de fuego por mi garganta, y apenas hago una mueca cuando
dejo el vaso.
—Mi madre se embarazó joven. —Lamo mis labios—. Su familia no estaba
interesada en agregar otro niño a la mezcla.
—¿Pero la conociste?
—Sí. —Empujo el vaso vacío hacia él—. Hace unos cinco años, me dio curiosidad
y busqué el centro de adopción. Mi madre había completado un formulario,
solicitando que me contactaran si alguna vez preguntaba sobre mi paternidad. —
Tomó veinte minutos obtener su nombre y número, y recuerdo estar enojada por lo
simple que era, y pensar en todos los muchos años que había perdido.
Extiendo la mano y tomo una botella de agua de la hielera, retiro la tapa y bajo el
licor.
—Ni el centro ni mi madre tenían información sobre mi padre.
Vuelve a llenar el vaso y no pregunta por mi madre, probablemente no pensó en
la importancia de la primera reunión de su hija con su madre. Lo he pensado
demasiado. De camino a verla, tuve que detenerme al costado de la carretera. Allí,
vomité en una bolsa de Subway vacía, el sabor del sándwich de jamón vomitado aún
se sentía espeso en mi lengua cuando finalmente la conocí. No debería haber estado
nerviosa. Ella fue amable. Muy nerviosa y silenciosa. Me invitó a su casa y me presentó
a sus hijos, dos niños pequeños con el rostro mugriento que me miraban con
desinterés. Eran mis medios hermanos, y los miré e intenté sentir algo por ellos. Nos
sentamos en ese pequeño hogar de ladrillo en el norte del estado de Nueva York,
escuché una historia sobre ella y un concierto, y quise huir de allí.
Me escapé de los McKenna porque sentía que no pertenecía a su mundo. Pasé mi
adolescencia culpando de esa comezón, de esa sensación de incomodidad, al hecho
que no eran mi sangre, no eran mis verdaderos padres, eran muy diferentes de mí.
Pero luego me senté en esa acogedora casita y miré los ojos de la mujer que me dio a
luz, y no vi nada de mí misma. Miré a una mujer ordinaria ligeramente agotada. Una
con una mancha de salsa en la camisa y cupones medio cortados en la mesa del
comedor. Cuando fui al baño, fisgoneé a través de sus gabinetes y encontré una caja
gigante de tampones, una copia gastada de una revista de entrenamiento para mujeres
y un limpiador de inodoros. Me senté en su baño, pasé las manos por mis brazos y
sentí ese mismo picor incómodo, esa misma decepción, esa misma sensación de no
pertenecer. 73
—Entonces, ¿cómo encontraste a tu papá? —Marco se lleva el vaso a los labios,
hace una pausa y luego, lentamente, casi con ternura, bebe. Lo miro e intento no
imaginar sus labios entre mis piernas, su lengua moviéndose, sus ojos encontrándose
con los míos.
—Tenía una foto de él —digo—. Alguien lo reconoció en la foto, me dijo dónde
podía encontrarlo. —No era una mentira, pero casi. Pienso en mi madre, sacando la
foto con una reticencia que sugería que no quería separarse de ella. Nunca supe su
nombre, explicó. O si lo supe, lo olvidé. Se sonrojó y recordé su descripción de las
drogas. Me sorprende que incluso recordara el sexo.
—¿Sabe que viniste? —Empuja el vaso vacío hacia adelante, alineándolo junto al
mío, un par gemelo de demonios.
—No. —Trago—. Había planeado pasar unos días en la ciudad y reunir el coraje
para hablar con él.
—Es una gran ciudad para encontrar a un hombre —comenta.
Miro por la ventana del auto de Vince Horace.
—No será muy difícil.
—¿Vive en Greenwich? —La pregunta me toma por sorpresa, y giro la cabeza
para encontrarlo mirándome—. Me preguntaba cómo descubriste la fiesta.
—Oh. —Mis dedos encuentran la herida en mi nariz, y paso mis dedos con
cuidado sobre esta, la sangre todavía húmeda y manchando mi piel. Retiro mis dedos
y, sin pensarlo, chupo la mancha de sangre de ellos.
Tira de mi mano, deslizando los dedos suavemente fuera de mi boca.
Solo he estado rodeado de un puñado de homosexuales en mi vida. No es que
tenga nada en contra. Es solo que la vida como lavadora de dinero en Detroit… No
estoy exactamente topándome con ellos con regularidad.
Muevo la vista de su mano a sus ojos, que sostienen los míos en una mirada
seriamente caliente. Como dije, los homosexuales y yo no nos conocemos bien. Pero a
menos que esté confundida, y esa es una posibilidad muy grande, estoy bastante
segura que este tipo está interesado en mí.
Me humedezco los labios y sus ojos se posan en ellos.
Sí.
Trago y hablo para llenar el vacío.
—Solía tener un amigo que vivía en Greenwich. Estuve dando vueltas, tratando
de encontrar su casa, cuando vi la multitud. Me acerqué para echar un vistazo a lo que
estaba pasando. Mirar de qué se trataba el alboroto. Además —agrego—, amo a Lady
GaGa. —Sonrío—. Solo en Nueva York puedes conseguir un concierto gratis así.
Sonríe, pero es una respuesta automática, sus ojos aún en mis labios. Cuando nos
sirve otro trago, no me opongo.

74
Capítulo 17
Marco

L
a atmósfera en el auto está cambiando. Tal vez es el alcohol, tal vez es el
hecho que estoy agotado y delirando, pero sea lo que sea, ahora ella está
apoyando su peso en el reposabrazos entre nosotros. Sus piernas están
cruzadas, y cuando ocasionalmente rebota su pie, roza mi pierna. Tomamos tres
copas, y puedo sentir los bordes de mi control diluyéndose.
¿Es un error llevarla a Spring Lake? Absolutamente. Probablemente. Ni siquiera
sé. No me gusta lo conveniente que fue, literalmente toparme con ella cuando
salíamos. Un hombre más joven, más optimista, podría haber pensado que fue el
destino. Pero no necesito el destino. Y no necesito un alma gemela. Estoy buscando a
una mujer para follar de una puta vez. Y ahora, con ella a mi lado, me resulta difícil
descubrir por qué no es la candidata perfecta.
No sabe quién soy. No parece del tipo chismosa, para saltar a las redes sociales y
alardear, o investigar, sobre mí. No ha sacado un teléfono ni una vez desde que nos
conocimos. No habrá fotos de Instagram del Rolls Royce, ni tweets sobre la fiesta de
75
Vince Horace.
Es perfecta. Entonces... ¿por qué estoy dudando?
Miro hacia Edward, la división entre nosotros todavía cerrada. No podrá
quedarse en Spring Lake, tendré que enviarlo a casa y se preguntará por qué. Tal vez
incluso sospeche la verdad. No es estúpido, y ha pasado una década con nosotros. ¿Si
no ha descubierto la verdad hasta ahora? Podría poner a esta mujer en el capó del
auto, follarla hasta dejarla sin sentido, y todavía no tendría ni idea.
Aun así, independientemente de lo que Edward pueda sospechar o saber, tendré
que enviarlo a casa. No podré pensar bien con él allí, no lograré divertirme, sabiendo
que está en algún lugar de la casa, y exista la posibilidad que escuche el absolutamente
asqueroso comportamiento en el cual planeo participar. Necesito esto. Lo necesito
tanto que me pican los dedos, me bombea la sangre y late el corazón. No puedo dejar
de mirarla, la forma en que la camiseta se aferra a sus curvas, y el asomo de piel
desnuda que puedo ver a través de la rasgadura de sus jeans. No puedo dejar de
pensar en lo suave que se sentía su piel cuando le toqué el rostro, su cálido aliento
cuando me incliné, el leve olor a fruta y miel que se desprendía de ella.
Lo necesito.
Se mueve en el asiento y permito que la punta de mis dedos roce su rodilla. Sus
ojos se posan en el contacto y luego se mueven de golpe a los míos. Puedo ver algo
pesado en sus labios, el comienzo de una frase fluyendo de su garganta, pero se lo
traga y no dice nada.
El auto gira, subiendo la colina hasta Spring Lake, y debería hacer mi
movimiento ahora o retroceder.
Inclina su pierna hacia mí, una clara señal de querer más, y deseo deslizar mi
mano hacia arriba, a lo largo de su muslo interior, hasta llegar al botón de sus jeans
baratos. Me limito a imaginar las próximas fantasías, unas que la involucran de
rodillas, mi polla en su boca. En mi regazo, desnuda. Rebotando. Mis manos sobre sus
pechos desnudos, mi boca sobre su piel enrojecida.
Suelto su rodilla y me paso la mano por la boca, forzando mi mirada hacia la
ventana. Señalo las tenues luces de la ciudad.
—Eso es Spring Lake. Ya casi estamos allí.
Necesito controlarme.

76
Capítulo 18
Avery

M
e enredé con una chica una vez. Me encontraba en el bar de un hotel en
Atlanta, tomando chupitos de menta con una hermosa rubia de
Ámsterdam. Nuestros cuerpos se acercaron más con cada trago,
nuestros codos se rozaron, su cabello se enredaba en las lentejuelas de mi parte
superior. Ella consiguió un taburete de bar y lo compartimos, arrojó una de sus
piernas sobre la mía, y discutimos sobre ex novios y la ciudad mientras sus manos
vagaban sobre mí. Primero, fue solo el cosquilleo de sus dedos a lo largo de la parte
superior de mis jeans. Luego, el deslizamiento de su mano sobre mi pecho. Dejé que
mi mano descansara sobre su muslo desnudo, y me incliné más cerca de lo necesario
cuando le susurré algo al oído. Entre nosotras, el aire se calentó, y cuando fuimos al
baño a refrescarnos, dejé que me llevara al cubículo más grande, su mano moviendo la
cerradura, su risa llenando el aire.
Sabía a alcohol y a chicle. Había besado de la manera dudosa de una estudiante
de secundaria. Yo había bajado la parte superior de su vestido y me maravillé ante la
apariencia de sus pechos, su sensación suave y tierna. Pasé mi lengua sobre su pezón y 77
sentí el agarre de su mano sobre mi cabello.
La anticipación y la acumulación habían sido como una droga. Una droga
extraña, prohibida. Pero, ¿el acto en sí?
No me había hecho absolutamente nada.
Divertido. Diferente. Pero poco impresionante de todos modos.
Veo a Marco Lent alejarse y me pregunto hasta qué punto este chico gay piensa
llegar con esto. Tal vez es el alcohol. Tal vez es su dolor. Tal vez es la agitación en su
vida, y mi llegada inesperada en medio de una crisis personal. Pero no hay manera de
que esté lo suficientemente confundido como para follarme.
Creo.
Lucho contra el impulso de hurgar en mi bolso por mi teléfono, buscar en Google
su nombre y reconfirmar cada detalle que he leído sobre él. Porque en cada artículo
que he leído, definitivamente es gay. No es un individuo bisexual confundido que agitó
una bandera de arco iris una vez. Él es como... súper gay. Habla en convenciones
anuales. Él y Vince organizaron y fueron anfitriones de casi todos los eventos de
orgullo gay que se produjeron en la última década. He visto fotos de ellos besándose,
fotos en las que Vince lo rodea con los brazos en la cubierta de su yate, he leído
artículos que describen orgías en su piscina y fiestas llenas de sexo en los Hamptons.
No hay manera, de acuerdo con todo lo que he leído sobre Marco Lent, que sea
algo más que 100% gay.
Y no hay manera, de acuerdo con todo lo que he sentido en este automóvil, que
no esté planeando arrancarme la ropa con los dientes una vez que lleguemos a su casa.
El auto desacelera, el océano oscuro aparece a la vista, y encuentro el botón en la
puerta, bajando la ventanilla. El latigazo del aire del océano llena el automóvil, y
escucho un sonido proveniente de Marco que suena sospechosamente como un
gruñido. Lo ignoro, mis ojos en la puerta que se estremece a la vida, separándose
frente al auto.
Les gustan sus puertas. Pienso en la de Nueva York, y esta es casi risible en
comparación, un marco bajo que excluiría a los vehículos, y no mucho más. Una fuente
aparece a la vista, el auto gira alrededor de una entrada circular hasta que mi puerta
queda justo al lado de esta. Mi visión se adapta a la oscuridad, y me río cuando veo la
pieza central de la fuente, un hombre desnudo, en una pose similar a la de David, si el
paquete de David hubiera sido cinco veces más grande.
—Interesante. —Abro la puerta y salgo, mirándola, sorprendida de ver que el
rostro de la estatua es el de Marco. Dejo que mis ojos vuelvan a caer en la
masculinidad de mármol y alzo las cejas—. ¿De verdad? —Le indico y lo miro por
encima del hombro.
Marco sale y apoya su muñeca en la puerta abierta del auto, mirándome por
encima del Rolls.
—Ignora eso.
—Es difícil ignorar. —Me río—. Quiero decir, en serio. —Me vuelvo para 78
enfrentarlo—. Sabes que esto es realmente extraño, ¿verdad?
Debe haber sido algo que Vince encargó. Y si lo fue, me agrada más mi padre
potencial por eso. No puedo culparlo exactamente. Si estuviera saliendo con un chico
que se veía de esa forma estando desnudo, le pondría estatuas en cada habitación.
Pero Marco no sabe que yo sé sobre Vince, y lo uso para mi ventaja, acercándome a la
estatua y cruzando mis brazos, dándole un examen detallado.
—Dios, tu ego es… —Dejo que mis ojos caigan sobre el enorme órgano que
cuelga entre musculosos muslos de mármol—. Enorme —Termino, volteando hacia él,
y me hace una mueca en respuesta—. ¿Posaste para esto? O... —Me estremezco—. ¿Es
una cosa de pene pequeño? Así como cuando no quieres que la gente sepa cómo te ves
realmente, por lo que lo sobre compensas con esta gigante… representación.
Me ignora, subiendo los escalones de la entrada de la casa, y soy golpeada por
una mirada fulminante de parte de su conductor, quien levanta mi bolso con una
mueca de disgusto.
—Señorita, su mochila.
Agarro la bolsa, apresurándome por la parte posterior del automóvil y corro
escaleras arriba para alcanzar a Marco.
—O... ¿es tu estilo arquitectónico distintivo? Como, ¿compra una casa en planos y
obtén una estatua de tu pene gigante gratis? —Hago la pregunta de la manera más
inocente posible y me gano una mirada oscura. Al ingresar un código en el teclado de
la cerradura, me agarra del brazo y abre la puerta, prácticamente empujándome hacia
adentro.
—Quieta —ordena, levantando una mano como si fuera un perro. Resoplo, una
respuesta que probablemente no capta en el momento antes de cerrar la puerta y
dejarme adentro. Trota de regreso al auto, y lo miro hablar con Winston Churchill, una
discusión que probablemente me involucra. Tomo ventaja del momento y me giro
para mirar la casa.
Es, en cada espacio, esquina y puntada, grandiosa. Había esperado una paleta de
colores estilo Versace, todo chillón y exagerado. Esto era todo lo contrario. Pisos de
granito blanco con vetas de oro y chocolate oscuro arremolinándose a través de la
enorme extensión. Sofás de cuero gigantes salpicados por petates blancos y mullidas
almohadas. Una chimenea de piedra que se extiende tres pisos de altura y está
enmarcada por una vista de piso a techo del agua que domina la habitación. Pienso en
mi vista y lo que alcanzo a ver de la habitación, la mezcla de filo y clase presente en
ambas. Me acerco y noto los detalles más pequeños que da la habitación. La gigantesca
cabeza de oso polar montada en la chimenea tiene un gruñido que delata los dientes.
Las lámparas, suspendidas del techo, que son más góticas que playeras. Los globos de
vidrio en la mesa de café que sostienen los dientes de tiburón y los ojos de tigre.
Entro en el comedor, mirándolo todo. Es una orgía visual y desearía tener
tiempo para revisar cada habitación y examinar cada pieza. La mesa del comedor está
servida, la vajilla de cristal adornado con porcelana roja y hueso, un arreglo de flores
frescas que se extiende por el centro. En ambos extremos de la habitación, con vista al
océano entre ellos, pinturas al óleo gigantes muestran más desnudez. Me detengo ante 79
el primero, un primer plano de dos torsos masculinos, uno al lado del otro, una mano
sobre la polla del otro, los órganos aún visibles entre sus dedos extendidos.
La puerta de la calle se cierra y me giro cuando Marco entra a la habitación con
expresión tranquila y el cabello revuelto. Se quita la chaqueta, luego la camisa, y los
tira al sofá en un movimiento fluido que podría haber ocurrido en una pasarela de
Milán. Se quita la bufanda del cuello, mostrando su pecho, y Dios, es hermoso. No es de
extrañar que, fuera de toda Nueva York, fuera de toda la industria de la moda, Vince lo
eligiera. No puedo imaginar un espécimen más hermoso, no puedo mirarlo y
encontrar defectos. Y si lo que está debajo de sus pantalones coincide con el exterior...
Dios mío. Mis rodillas casi se doblan ante la sola idea.
—Pareces estar un poco obsesionado con los penes —bromeo, observándolo
rodear el final de la mesa y acercándose a mí. Asiento hacia la pintura y me toma
desprevenida cuando no baja la velocidad. Sus manos agarran mi cintura y me
levantan. Mis botas se elevan del suelo y agarro sus hombros para mantener el
equilibrio—. Qué estás…
Apenas escucho las palabras antes que mi trasero llegue a la mesa. Los puestos
servidos vuelan mientras barre con su antebrazo la superficie, y miro que una pila de
vajilla de porcelana cae al piso y explota en pedazos.
—¿Quieres esto? —Jadea la pregunta, sus manos deslizándose por la parte
trasera de mis jeans, agarrándome el culo, y me arrastra hasta el borde de la mesa,
ajustando su cuerpo entre mis rodillas abiertas.
No sé lo que está preguntando, pero sé que lo quiero. Incluso si eso es el intento
de un gay borracho de una aventura de una noche. Asiento, y sus labios se estrellan
contra los míos.

80
Capítulo 19
Marco

H
ay fuego en su beso, un impulso eléctrico que se dispara a través de mi
boca, quema mi pecho y golpea directamente mi polla. Estoy duro incluso
antes que me agarre, antes que sus manos choquen con mi pecho,
recorran mi estómago, y sus uñas raspen mis abdominales. Mueve sus piernas,
rodeándome con ellas, y planto mis manos sobre la mesa detrás de ella, inclinándome
hacia adelante hasta que la mesa se clava en mis muslos, y profundizo el beso,
empujándola hacia atrás, un intento inútil que enfrenta con la energía de un semental.
Joder, me encanta su beso. Es salvaje e indómito, sin arrepentimiento mientras
captura mi lengua, prueba lo que tengo y me devuelve todo. ¿Alguna vez me han
besado así? ¿Alguna vez me encontré con una boca tan adictiva? Pienso en esta
envuelta alrededor de mi polla, esa lengua salvaje contra mi punta, y casi me vuelvo
loco con solo pensarlo.
Me enderezo un poco, echándome hacia atrás, y sujeto su cabello, tirando de ella
más fuerte, y me lanzo de nuevo en su boca.
81
Solía odiar los besos. Solía odiarlos y ahora, con ella, nunca quiero nada más.
Desliza sus manos más abajo, encontrando ciegamente la parte superior de mis
pantalones. Afuera, el tenue rayo de una linterna se mece a lo largo de las olas y me
llama la atención, un recordatorio que estamos en una pecera de un millón de dólares,
en exhibición para cualquiera que camine por la playa. Me estiro, detengo su mano y
me alejo de su boca.
—Espera. —La levanto de la mesa y la traigo contra mi cuerpo—. No quiero
hacer esto aquí.
Echa un vistazo al desastre de porcelana y vidrio, y luego me sonríe.
—Tal vez deberías haberlo decidido antes de destruir tres servicios.
—Que se jodan los servicios —gruño las palabras, y esa sonrisa, esa luz en sus
ojos, hace algo en mí.
—Prefiero joder otra cosa.
Cinco simples palabras sucias que destruyen cualquier pensamiento de alejarme
y ser un caballero. Dejo escapar un profundo suspiro y asiento hacia el frente de la
casa.
—Subiendo las escaleras. Cualquier habitación a la derecha. Ahora.
Casi corre por las escaleras. En el dormitorio, sus zapatos caen al piso con unos
rápidos tirones de cordones. Sus calcetines se remueven fácilmente. Se recuesta en la
cama, se desabrocha los pantalones, y entrelazo mis dedos bajo la tela y deslizo el
material sobre sus caderas, mi boca encuentra la piel expuesta y la besa, la chupa, la
muerde. Se retuerce debajo de mí, trabajando su pelvis y ayudándome a quitarle los
jeans. Cuando se los quito, cruza las piernas, y todo lo que puedo ver es una V de
algodón rojo, medio escondida por la tanga que usa. Envuelvo una mano alrededor de
cada tobillo, la acerco al borde de la cama y cuando alcanzo su camisa, me detiene.
—No.
No. La sílaba más dolorosa que he escuchado.
—Por favor. —He perdido toda la compostura y la palabra es prácticamente una
súplica. Me deshago de mis pantalones, empujándolos hacia abajo y salgo de ellos.
Paso la palma de mi mano por la parte exterior de mi ropa interior, agarrando mi polla
a través del fino algodón, y observo cómo baja los ojos y se calientan sus mejillas. Me
acerco y retiro los bóxeres, dejándolos caer al suelo, y me quedo completamente
desnudo ante ella—. Por favor. —Coloco mi mano sobre mi polla, apretando el eje con
una mano mientras gentilmente tiro de mis bolas con la otra—. No tienes idea de lo
mucho que deseo verte.
Sus ojos son enormes, y no puedo esperar para verlos cuando empuje dentro de
ella, cuando sienta cada centímetro de mí, y todo lo que esta polla es capaz de hacer.
Ella vuelve a la cama, estira la mano y tira del cable de la lámpara de noche. La
habitación se oscurece, un profundo silencio cae, y todo lo que puedo escuchar es su
respiración, suaves ráfagas de aire que me acercan hasta que mis rodillas chocan
contra el colchón. 82
—Ven aquí —susurra desde la oscuridad, y me arrastro hacia la cama y hacia
ella.
Está tan oscuro. Las cortinas opacas hacen su trabajo, el reloj Tiffany se
encuentra apagado y no hay fuente de iluminación en ninguna parte. Si hubiese
preparado apropiadamente la casa, habría fuego en la chimenea, velas brillando a lo
largo del manto, y las cortinas estarían abiertas, la cama bajada, flores frescas en el
alféizar.
No hay nada de eso y maldigo, luego domino mi frustración, porque también hay
perfección en la oscuridad. No puedo ver nada, lo que me obliga a ir completamente
por la sensación, el olor, el sonido. Sus manos son vacilantes, acariciándome
suavemente, y cuando su mano roza contra mí, puedo ocultar la fractura de mi rostro,
la pérdida del control. Casi, pero no del todo, reprimo el gruñido. Una segunda mano
se une a la primera, y toma mi eje con ambas manos, una encima de la otra, mi cabeza
saliendo por la parte superior. Cuando aprieta su agarre, casi me corro, el delicado
toque de sus manos junto con la absoluta oscuridad en la habitación... me pellizco el
rostro para concentrarme y me extiendo, acercándome, mis rodillas se hunden en la
cama, rozando contra la piel suave, y cuando mis manos la encuentran en la oscuridad,
su blusa se va, no puedo encontrar un sujetador, y deslizo las palmas sobre su
estómago y sobre la curva de un pecho desnudo y perfecto.
—Eres tan grande —susurra las palabras y me siento perdido por ellas, perdido
por todo menos en la sensación de su cuerpo debajo de mis manos. Soy un maldito
adolescente otra vez, un adolescente con una erección tan fuerte que duele, uno cuyo
orgasmo es apenas contenido, y que está fascinado, jodidamente fascinado, por la
sensación de esta mujer. No fue así la última vez, o las últimas diez veces que estuve
con una mujer. Es una jodida experiencia religiosa, y no sé si lo es porque Vince no
está, o porque ha pasado demasiado tiempo, si porque el cuerpo de esta mujer es una
clase de droga, pero me arrodillo ante ella, su toque explorando mi polla, y navegando
su cuerpo con mi toque.
Bajo mis manos, deslizando mis dedos por el suave y delgado algodón de su ropa
interior y tiro gentilmente de la tela.
—Necesito esto fuera.
Sus manos dejan mi polla, y su ausencia es casi dolorosa. Se endereza alejándose
de mí, y me muevo más arriba sobre su cuerpo, arrastrando el peso de mi polla sobre
su estómago. Encuentro sus pechos en la oscuridad, los acuno a cada lado de mi polla,
y los aprieto juntos, luego deslizo mi polla más arriba, llevándola hasta el lugar en el
que imagino estará su boca, y espero.
Es una jodida lectora de mentes, y cuando la introduce en su boca, no hay
señales de duda. Cierra sus labios alrededor de la cabeza, succiona duro y la desliza
hasta su garganta, sus músculos húmedos flexibilizándose a su alrededor, su lengua
cede el paso, la sensación perfecta.
—Dios —juro, retirando mis caderas, luego me empujo más lejos, su mano
manteniéndome donde me quiere, el suave sonido de su arcada empujándome más
cerca de la liberación. No puedo controlarme alrededor de esta mujer, apenas puedo 83
mantener mi orgasmo bajo control. ¿Cómo voy a manejarlo cuando esté entre sus
piernas, mis manos en sus caderas, sus muslos, sus pechos? ¿Cómo podré empujarme
en su interior y no correrme inmediatamente?
Siento el oleaje de un orgasmo inminente y retrocedo, saliendo de su boca, y bajo
por su cuerpo, mi pecho sobre el suyo, mi boca encontrando sus labios. Se encuentran
húmedos y sucios y la beso como desearía haberla follado. Esta nueva posición tiene
mi polla húmeda y pesada entre sus piernas, su suave vello púbico rozando el eje de
mi polla, y estoy tan cerca de estar dentro de ella que casi me corro. Bajo mi mano,
encontrándola, y curvo mis dedos contra el suave mechón de vello entre sus piernas.
Memorizo la sensación de su coño, los pliegues apretados de su cuerpo, el nudo duro
de su clítoris, y me torturo con cada detalle de ella excepto la parte que más necesito.
Separa sus muslos, se curva hacia arriba con sus caderas, y me suplica, mi nombre es
un jadeo en sus labios, sus uñas arrastrándose por mi espalda, sus dientes
mordisqueando mi cuello.
—Por favor... —gime y me rindo, separando sus piernas y metiendo un dedo
dentro.
Un dedo. Un dedo que prueba el coño más dulce de este mundo.
Sus músculos calientes y apretados se reúnen alrededor del dedo, su cuerpo
resbaladizo y flexible, flexionándose alrededor de mi dedo como si lo chupara dentro
de ella.
Empujo otro dedo adentro, y el ajuste es perfecto, su cuerpo se aprieta debajo de
mí, y su respiración se detiene en mi piel.
—¿Te gusta? —Las palabras salen más duras de lo que intento, mi mente apenas
tiene control de sí misma, y la necesidad de encender la luz, de ver su rostro... es
enorme y solo está detrás de cada deseo salvaje que tengo para posicionar mi polla en
su entrada e ir jodidamente emocionado a su coño. Trabajo mis dedos, gimo ante la
sensación, y cuando responde, apenas la escucho a través de los latidos en mi cabeza.
—Necesito más —susurra la súplica y una de sus manos encuentra mi polla, sus
dedos se envuelven alrededor de mí, su agarre comienza a moverse, para apretar,
girar y sacudirse. Me pellizco los ojos, digo el alfabeto latino al revés y pierdo cada
batalla que intento.
La beso porque la necesito, me conecta, me enfoca, y cuando vuelvo a la vida, mis
dedos encuentran la curva de terciopelo de su punto G y presiono sobre este, una
acción que hace que sus caderas se levanten de la cama, su mano cayendo de mi polla,
su cuerpo sacudiéndose de placer.
—Ese punto… Marco…
—Lo sé. —Bajo mi boca, bombeando a lo largo de su piel hasta que mis labios
encuentran su seno y los cierro sobre la piel, mi lengua golpea el pezón, mis dedos
comienzan a trabajar a través del manojo de nervios, todo dentro de ella calentándose
con la acción—. No te preocupes. No me detendré.
Toma menos de un minuto, y cuando se corre, es con una serie de sollozos 84
suaves, una y otra vez, su cuerpo golpeando debajo de mí, su piel caliente a mi
alrededor. Lo estiro mientras pueda, y cuando termina, abro sus piernas, me muevo
entre ellas, y, en el momento antes de empujar dentro de ella, me doy cuenta del
problema.
Capítulo 20
Avery

—J oder.
Escucho su maldición en la oscuridad y no suena como el
resto, el excelentísimo sonido de un hombre apenas en control. Esta
maldición suena a enojo y me salgo de mi neblina inducida por un
orgasmo lo suficiente para encontrar su localización en la oscuridad.
—¿Qué?
—No tengo un condón. —Hay un roce inesperado de dedos, golpeando mi
estómago deslizándose al húmedo trozo de vello y luego los rueda suavemente por mi
clítoris antes de deslizar, lo que se siente como un pulgar, en mi interior—. Joder,
joder, joder, joder, JODER.
Casi le digo que simplemente lo haga. Que me sujete por los muslos, empuje su
polla en mi interior y me deje experimentar el cielo. Casi le digo que no importa, que
confío en él, que estará bien. Pero luego recuerdo. Recuerdo cada historia que he leído,
la clase de vida que lleva. Drogas. Fiestas sexuales. Diez años con Vince Horace, que 85
aparentemente era la zorra más grande de Nueva York hasta que se estableció con
Marco. No puedo tener sexo sin protección con él. No sé en qué estaba pensando, subir
las escaleras y quitarme la ropa sin pensar dos veces en un condón.
—¿No hay ninguno en la casa?
—No. —Cierra una de las manos sobre la mía y la lleva a su polla—.
Mastúrbame.
No quiero masturbarle. Lo quiero a él. Mi cuerpo lo necesita… sobre mí, detrás de
mí, dominándome. Rodeo su gruesa erección con la mano y mi buen sentido lucha
contra mi necesidad salvaje. Bombeo la mano, y deja salir un gran suspiro de
aprobación.
—Más rápido.
Desliza la mano sobre mi estómago y me sujeta los pechos, su otra mano
imitando la acción. Me arqueo en su toque, adicta inmediatamente a la forma tierna en
que me acaricia la piel, sus dedos callosos moviéndose por mis pezones, la forma casi
reverente en que los toca. Aprieto su dureza y muevo la mano arriba abajo, su polla
tensándose bajo la estimulación, endureciéndose hasta el punto en que debe ser
doloroso.
—Mantén las manos quietas. —Me suelta los pechos y siento sus manos sobre
las mías, poniendo una sobre la otra, cubriendo la mayor parte de su polla—. Agárralo
fuerte. —Las aprieta, luego lo siento moverse, la cama ajustándose a su peso adicional,
el roce de sus musculosos muslos contra los míos. Empuja las caderas y su polla se
desliza entre mis manos. Adelante y atrás. Adelante y atrás. Folla mi agarre y salto
ligeramente cuando su boca aterriza en mi hombro, luego en mis senos, una línea de
suaves besos moviéndose sobre mi pecho. Encuentra mi boca, profundiza el beso,
luego se aleja, moviendo más rápido las caderas, mi agarre apretándose—. Voy a
correrme. Joder, Avery. Quiero verte.
En ese momento, su respiración se acelera, el cuerpo le tiembla, moviendo las
caderas… desearía no haber apagado la luz. Había estado tan preocupada que dejase
de estar excitado por mis curvas femeninas… había temido que se echara atrás, o que
recuperase el sentimiento gay, o viese mis pechos, chillase a todo pulmón y huyese. Y
ahora, desliza la mano a mi cintura, apoyándose por equilibrio, su respiración fuerte
en la oscuridad, solo quería darle todo. Yo, la luz. Mi cuerpo, con condón o no. Su
orgasmo y el mío, y cualquier cosa que quisiera.
En la oscuridad, solo con el oído y el toque entre nosotros, es muy hermoso.
—Avery. Joder. —Lo aprieto más fuerte y me agarra la cintura, gruñendo cuando
su liberación golpea mi estómago, un disparo en mis pechos, mi mejilla, mi oreja. Es
larga y plena, y para cuando termina estoy riendo, su corrida está en todas partes,
cubriéndome las manos, el cuerpo, el cabello. Gime, cayendo a mi lado en la cama y me
deslizo hacia arriba, encontrando el interruptor de la lámpara y encendiéndola.
—Oh, Dios mío. —Logro decir las palabras a través de una risa mientras estudio
los daños, cuatro o cinco largos chorros salpicados sobre mis pechos. Me giro hacia él,
tiene los ojos cerrados, su cuerpo desnudo tumbado a lo largo de la cama, y hay un 86
momento cuando se me para el corazón, cuando se me entrecorta la respiración, y me
pregunto qué demonios me hice al apagar la luz.
No hay palabras para un hombre como él, no hay explicación para lo
perfectamente que está creado, las líneas de su cuerpo, el corte de su mandíbula, sus
gruesas pestañas, el áspero puchero de sus labios. Debería ser muy guapo, pero no lo
es. Es duro en los bordes, musculoso donde otros hombres son suaves, y… deslizo la
mirada a su polla, todavía gruesa y dura contra su estómago. Añadiendo eso a la
mezcla lo hace imposible. Tal vez era algo bueno que apagase la luz. Si hubiese visto
todo esto sobre mí, mirándome, duro contra mí…se me habría derretido el cerebro.
Extiendo un dedo y lo toco, en parte para comprobar si es verdad, y en parte
porque quiero que alguien más, otro aparte de mí, vea el desastre que ha creado.
—Oye.
Abre los ojos, curvando la boca y se apoya sobre un codo, bajando la mirada a
mis pechos desnudos.
—Oye.
Lucho contra la urgencia de taparme.
—¿Viste cuánto te corriste? —Señalo mi cuerpo—. Lo lanzaste hasta mi cabello.
Su boca se curva y se acerca unos centímetros, deslizando una mano sobre mi
estómago y me acerca hasta que me encuentro aplastada contra un costado de su
cuerpo. Me dejo caer y aterrizo de espaldas, mirándolo.
—Lo siento. —Mueve la mano hacia arriba, esparciendo la mancha blanca sobre
mi piel, y desliza la mano sobre mi pecho más cercano, ahuecándolo. Baja la boca y me
chupa el pezón suavemente, el gesto es tan inesperado que jadeo con sorpresa,
cerrando mis ojos ligeramente, el chasquido de su lengua sobre mi delicada carne, los
suaves movimientos de su boca… chillo a pesar de mi mejor intento de permanecer
tranquila.
El sonido llama su atención y levanta la mirada, moviendo la boca a mi otro seno,
deslizando la mano por mi estómago hacia mi entrepierna. Separo los muslos sin que
me lo pida, alzando la pelvis para él y estiro el brazo, sujetándolo del cuello, acercando
su boca a la mía, y tensándome en el momento en que vuelve a introducir los dedos en
mi interior.
—La última vez me perdí esto. —Habla con suavidad, apartándose de mi boca y
pasando la mirada por mi cuerpo, mi piel pegajosa por sus fluidos, mis caderas
moviéndose incontrolablemente al ritmo de sus dedos—. Me perdí la forma en que se
ve tu cuerpo desnudo. —Se permite mover la mirada sobre mí, mis pezones se
endurecen y están enrojecidos por su boca, me comienzan a temblar los muslos por su
toque. Fija los ojos en los temblores y se queda mirando fijamente, su voz pastosa—.
Tócate el clítoris. Frótalo.
No dudo. Deslizo mis dedos entre los húmedos rizos, mi mano acariciando la
suya, mi toque suave mientras paso las yemas de los dedos sobre mi clítoris, golpes
rápidos y cortos que hacen que se me cierren los ojos, el placer, combinado con su
toque, es casi demasiado. 87
Casi.
—Joder, eres hermosa.
Le creo cuando lo dice. Lo dice con voz áspera, su tono marcando las sílabas, y
abro los ojos, atrapando el ardor en su mirada, su mirada agudizándose cuando gimo,
acelerando sus dedos cuando comienzo a jadear. Mi cuerpo se curva ante su toque e
intento advertirle que no puedo, intento hablar pero solo me congelo, un grito bajo
emerge, una y otra vez, una y otra vez, mientras el orgasmo explota, un destello
brillante de placer que me traspasa, cegándome la mente, la visión, todo.
Desciendo de ello, toda confusa y relajada, su sabor en mis labios, mi esencia en
el aire, sus manos deslizándose por mi cuerpo de forma audaz, un drogadicto
consiguiendo su dosis, su boca brusca sobre la mía, su necesidad todavía evidente en
su polla, ahora dura como una roca apuntando hacia delante.
No pienso, solo me muevo. Salgo de debajo de él, clavando la mano en su
hombro, empujándolo en la cama. Pasando la pierna sobre sus caderas, sujetándole la
polla con la mano, colocándola donde lo necesito, bajando mi cuerpo sobre él, su
erección es tan gruesa, tan larga, que grito. Mi cuerpo no está acostumbrado a su
tamaño, y aprieto los dientes mientras me asiento completamente sobre él. Gime mi
nombre y me inclino hacia delante, clavándole las uñas en el pecho, alzando mi cuerpo
ligeramente de su pelvis y luego hago lo que he estado deseando durante las últimas
horas.
Monto salvajemente esa polla.

88
Capítulo 21
Marco

D
urante diez años, viví según el horario de Vince. Comíamos cuando él
tenía hambre. Viajábamos cuando él estaba aburrido. Llegábamos a los
sitios cuando él reservaba y nos marchábamos en cuanto era apropiado.
Ahora, en su gran terraza, con vistas al agua, con una hermosa mujer junto a mí, me
encuentro perdido; por una parte eufórico por la libertad, por otra, aterrorizado por
los riesgos.
Ella se estira en la tumbona, un pie descalzo escapa de la manta, y a pesar de mí
mismo, mi polla hace un tímido intento de moverse. Sonrío, alcanzo mi vaso y escondo
la expresión detrás de un trago de whisky.
Me gusta que no sea habladora. Se ríe demasiado, hace demasiadas preguntas,
pero a veces, como en este momento, permanece callada. Lo que es bueno, ya que
ahora mismo necesito algo de espacio para hablar. Necesito averiguar cómo es una
vida sin Vince, y cómo puedo disfrutarla sin destrozar su imagen.
—Esto es hermoso. 89
Asiento, mirando hacia el agua, las crestas blancas reflejando la luz de la luna.
Esto está alto, no puedes ver la carretera entre nosotros y el agua, el sonido de los
autos es disminuido por las olas.
—Sí, lo es.
—Si fuese tú, estaría aquí afuera toda la noche.
No digo nada. Vince y yo rara vez salíamos al balcón. Nuestras visitas a Spring
Lake se basaban sobre todo en recuperar el sueño perdido y discutir sobre negocios,
alejados del sonido y las distracciones de la ciudad. Aun así, había unos cuantos
recuerdos; cigarros en esta terraza, conversaciones sobre amores perdidos e historias
de la infancia. Mucho whisky y discusiones sobre la marca, la industria y nuestro
futuro.
—¿Alguna vez has estado enamorada? —Apoyo los antebrazos en la barandilla y
bajo la mirada, observando la cima de los autos mientras giran la curva debajo de
nosotros, los faros brillando e iluminando las rocas.
Niega.
—No realmente. Hubo un tipo una vez… —Deja la frase sin terminar, levanta su
vaso de vino y toma un sorbo. Espero a que continúe—: No era un tipo agradable. Me
llevó demasiado tiempo averiguarlo.
No era un tipo agradable. Me da un vuelco en el estómago antes las palabras.
—¿Te golpeó?
—No. —Habla rápidamente—. No. Solo… —Se encoge de hombros—. Él pensaba
que era un gánster, o quería serlo. Y cuando lo conocí, estaba perdida, y realmente no
tenía un lugar donde quedarme o un trabajo sólido. —Vuelve a colocar el pie bajo la
manta—. Fue agradable, al principio, tener a alguien cuidándome. No tener que
preocuparme por nada.
Pienso en mi primer mes en la casa de Vince, la forma en que mi vida, en un
periodo de días, había cambiado tan drásticamente. Adiós al estudio que apenas podía
permitirme. Hola mansión gigantesca y mayordomo personal dedicado a mí. Adiós
comida rápida y para llevar. Hola chef privado y cenas improvisadas en España. Había
cambiado los taxis por Rolls Royce, y Banana Republic por Brioni.
Mis préstamos de estudiante fueron pagados con un cheque de Vince. Mis gastos
mensuales de repente habían desaparecido. Mi salario anual, triplicado. Me había
asentado agradablemente en la vida de los súper ricos, y en unos pocos meses, me
había acostumbrado al estilo de vida, mi gratitud menguando en algo mucho más
peligroso… la expectativa.
Deja el vaso en una mesa auxiliar.
—Ignoraba mucho de él. Lo que estaba haciendo, las mujeres que estaba
follando… —Bosteza—. Y finalmente me di cuenta que no lo amaba lo suficiente para
compensarlo todo. Probablemente no lo amé en absoluto. —Gira la cabeza y la apoya
en el respaldo de la silla, mirándome—. ¿Qué hay de ti?
Bajo la mirada, girando la muñeca para mirar el reloj y me alejo de la barandilla. 90
—Dios, es tarde. Me iré a la cama.
También se levanta y la sigo por las escaleras, preguntándome qué dicta el
protocolo en este momento. ¿Se supone que durmamos juntos? No he dormido junto a
una mujer en una década. Vince y yo dormíamos juntos, una situación a la que me
llevó semanas acostumbrarme. Las primeras noches las pasé tenso como un palo en su
cama, preocupado por cada sacudida o movimiento, que me estuviese alcanzando, o
intentando hacer algo. Finalmente, mientras nuestra relación se hacía más cercana, y
mi nivel de confort se ampliaba comencé a relajarme y a dormir durante la noche.
Después de unos meses, no pensaba dos veces en meterme en la cama por la noche, o
hablar con él momentos antes de quedarme dormido.
Cualquiera podría acostumbrarse a todo. Hubo un tiempo en que no lo creía,
pero soy la prueba que puede suceder. La prueba que un hombre heterosexual puede
ser besado y no estremecerse. Prueba que, después de ver muchas cosas, una mente
puede entumecerse.
Nuestra cama de Manhattan había sido hecha a medida, lo suficientemente
grande para contener a cuatro hombres. Él y yo habíamos dormido en lados
separados, y podíamos girarnos y movernos sin que nuestras extremidades se
chocasen. Y cuando veníamos a Spring Lake, una casa sin miedo a ser interrumpidos
por la mañana, habíamos dormido separados. Él en la habitación principal y yo en una
de las de invitados.
Ahora, alcanzamos el rellano y ella entra a la habitación de invitados, mirándome
de forma expectante.
—Todo lo que necesites estará en el baño o en los cajones del armario. —Doy un
paso hacia la habitación principal, miro hacia atrás y la veo observándome—. Buenas
noches.
—Buenas noches. —Hay un trazo de diversión en su tono, uno que me irrita y lo
ignoro, entrando en la habitación y echando el pestillo de la puerta, bloqueándola.
¿Qué esperaba ella? ¿Qué hiciésemos la cuchara? ¿Mi cuerpo envolviendo el
suyo? ¿Más charlas de almohada?
Camino hacia la cama de Vince y me detengo, tomando un momento para pensar
en él antes de apartar el cobertor.
Vive bien, Marco.
Probablemente es solo esta habitación, los fantasmas de los recuerdos y todas
sus cosas, pero juro que en alguna parte de la oscuridad lo escucho reírse entre
dientes.

91
Capítulo 22
Avery

C
ierra la puerta y escucho el sutil sonido de una cerradura girando. Me
dirijo de vuelta a mi habitación, el olor a sexo persiste en el aire, y veo la
cama. Sábanas arrugadas. Mis pantalones en una pila en el piso. Camisa
lanzada sobre la cama.
Vine a Nueva York para evitar que la carta de Andrei llegara a su destino. ¿En
qué punto esa misión se había perdido? ¿Con los tragos? ¿Con el beso?
Caigo sobre la cama y pienso en la forma que Marco me sostuvo, sus ojos
oscuros, su boca desesperada. Había actuado como un hombre hambriento, el calor en
su mirada suficiente para incendiar mi piel, encender mi deseo, y limpiar mi mente de
todo menos el placer.
Me doy vuelta y veo fijamente al techo. Si soy la hija de Vince Horace, esta
situación es más que espeluznante. Si no soy la hija de Vince Horace, entonces esto es
confuso. De cualquier manera, necesito salir de esta casa y regresar a la ciudad.
Extiendo mi brazo y encuentro mi bolso. Buscando a través de él, saco mi celular y 92
ajusto la alarma a las cinco en punto. Eso me dará una o dos horas de sueño, y
suficiente tiempo para escabullirme de aquí y encontrar un taxi de vuelta a Nueva
York.
Cierro mis ojos. Dios, él estuvo tan bien. La forma en que mi cuerpo cobró vida
bajo su toque, nunca me había venido tan fuerte antes. Todo lo de esta noche, la forma
tan cruda en que me folló, la química imprudente que surgió entre nosotros dos, la
extensión de mi cuerpo alrededor de su pene. Había jadeado mi nombre, rugido
cuando se vino y estado listo para hacerlo de nuevo.
Fue una equivocación, una que no tenía ningún sentido, un acto que ocurrió
entre posiblemente las dos peores personas.
Pero no me arrepiento. Más que eso, lo quiero de nuevo.
Abro mis ojos, y aún está oscuro. Lo cual no puede ser cierto, ya que me siento
despierta. Me siento, tratando de encontrar un poco de luz en la habitación. Dando
palmaditas encima de las mantas, encuentro mi teléfono, enciendo la pantalla y
maldigo cuando veo la hora. 9:42 a.m.
—No, no, no, no, no. —Desbloqueo y abro la aplicación de mi alarma,
maldiciendo cuando veo la alarma. Mis dedos borrachos la habían establecido a las
cinco en punto P.M., no A.M.—. ¡Mierda! —Salgo de la cama y torpemente camino
hacia las cortinas, la habitación es demasiado grande, y tengo que moverme al otro
lado de la mitad de un campo de fútbol solo para encontrar las cortinas de terciopelo.
Las abro y gimo cuando veo el brillante sol iluminando una playa ya llena de familias y
bikinis, una pelota inflada flotando de un grupo a otro, todos ajenos al hecho que debe
hacer cincuenta grados afuera.
Debería estar sentada en los escalones de la oficina de su abogado ahora mismo,
con una magdalena y un café en la mano, mis habilidades coquetas preparadas y listas
para el hombre del correo. Suelto las cortinas y me apresuro de vuelta, agarrando mis
pantalones del piso y saltando en ellos, una pierna dentro, luego la otra, mi camisa
puesta al revés. No importa. Dios, ¿qué pasa si él entra? ¿Llama a la puerta? ¿Qué si
está abajo, esperando a que despierte? Rápidamente pienso en excusas. Una abuela
enferma. Una cita médica urgente. Olvidé… argh. Mi cerebro se retuerce, sacándome la
lengua, y no me da nada. Me pongo mi chaqueta, paso mis brazos a través de las
correas de mi mochila y me coloco las botas. Tiro de los cordones en un nudo y
silenciosamente giro la manija y abro la puerta de la habitación.
El corredor está quieto y vacío, la puerta cerrada en el otro extremo del pasillo.
Dejo la puerta entreabierta y silenciosamente avanzo por el pasillo hasta la parte
superior de la escalera, mis botas rechinan un poco mientras tomo las escaleras.
Escucho una voz viniendo en dirección del comedor y me agacho, medio
arrastrándome al final de los últimos escalones. Alcanzando el final, me mantengo
agachada y corro, mis muslos estremeciéndose cuando llego al otro lado del gran 93
salón. Ya casi. Mi espalda duele y no veo hacia la sala, mis ojos en las gigantes puertas
dobles de la entrada. Cinco metros. Tres.
—¿Vas a algún lado? —El aburrido y arrastrado acento hace que me congele, un
pie frente al otro, mis manos sujetando las correas de mi mochila en un intento por
evitar saltar. Aún me encuentro agachada y tengo que elegir entre caer hacia adelante
o enderezarme. Decido enderezarme, y aparto el cabello de mis ojos de la manera más
casual que puedo manejar.
—Oh. Hola. Buenos días. —Sonrío, y me las arreglo para ver a todos lados en la
habitación menos a él. Desde solo la periferia, puedo ver un pecho desnudo.
Pantalones blancos de algún tipo. Levanta una mano y dirijo mi mirada hacia él,
preparada para la batalla.
No es un arma, o un teléfono, o un sobre de Prioridad. En cambio, veo una taza
de café. Una gran taza de cerámica, para nada delicada u ornada, un logotipo de algún
tipo en su costado. Se está volviendo más masculino con cada minuto. La siguiente
cosa que sabré, es que estará usando gorras de camionero y escupiendo tabaco.
—Linda taza. —Sonrío, a pesar de mi mejor intento por comportarme.
—No respondiste mi pregunta. —Se acerca un paso, llevando la taza a sus labios,
y vea como me estudia, con sus afilados e inteligentes ojos mientras echa un vistazo
por encima de la taza. Tan hermosos ojos. Cejas perfectas. Un desordenado cabello
que, incluso ahora, parece estar listo para una sesión fotográfica. Me sonrojo y miro la
puerta—. ¿Vas a algún lado?
—Lo olvidé. —Tomo las correas de mi mochila y las junto—. Mi abuela está
enferma. Tengo una cita a la cual llevarla, ah, con el podólogo. —Mis mentiras corren
juntas en una espectacular falla.
Su boca se curva desde detrás de la taza y luego la baja. Intento no ver su pecho,
los cortes definidos de músculos que se flexionan con cada movimiento.
—Eso suena serio. ¿Es esta cita de enfermo con el podólogo aquí o en Detroit?
No me cree. Puedo escuchar el tono sarcástico en la pregunta. No lo culpo. Si no
descubriera la mentira, sería un idiota. Un dolorosamente hermoso, fenómeno de la
naturaleza sexual, idiota. Cambio mi peso de un pie a otro e ignoro la pregunta.
—Gracias por darme un lugar para quedarme. —Extiendo mi mano de la manera
más profesional posible. Es un movimiento cuidadosamente calculado, diseñado para
entretenerlo y distraerlo.
Funciona. Ve hacia mi mano y sus labios se aprietan, en un intento de contener
su diversión. La dejo colgando en el aire, y finalmente transfiere su café a su mano
libre y extiende la palma de su mano hacia adelante encontrando la mía,
produciéndose una sacudida rígida. Cuando trato de alejar mi mano, mantiene el
contacto, levantando mi mano hacia su boca y colocando un beso en mis nudillos.
Un movimiento galante por parte de un tipo gay. Tan galantee como la forma en
que sus ojos sostienen los míos, el calor en ellos un recordatorio de la noche pasada. 94
Dejo caer mi mano y me acerco a la puerta.
—Gracias de nuevo —grito, despidiéndome de él con un movimiento de mi
mano, en la forma animada de una persona mentalmente inestable.
—¿Necesitas que te lleven? —Está descalzo, sus pies bronceados contra el
blanco suelo.
Doy un paso hacia adelante y envuelvo mis manos alrededor de la manija de la
puerta.
—No, gracias. Estoy bien.
Se encoge de hombros.
—Entonces… esto es un adiós.
Debe creer que soy una gran zorra. Una que subió a su Rolls Royce, bebió todo su
vodka y luego se desnudó y rebotó alrededor de su pene. Probablemente esté
sorprendido que no estoy pidiéndole un pago.
—Sí. —El agarre de mi zapato se queda atrapado en el borde de la puerta y
medio me tropiezo, agarrándome del marco de la puerta—. Está bien. Adiós.
—Adiós. —Cruza sus manos sobre su pecho y sus bíceps sobresalen en una
forma que probablemente haga babear a todos los chicos gay. Pero no a mí. Nop. Me
estoy yendo, y rápidamente, para poder llegar a Manhattan, rescatar mi estúpida carta
y luego correr velozmente de vuelta a Detroit, todo este viaje ridículo, y este sexy
hombre enloquecedor, todo olvidado. De vuelta a la vida normal. De vuelta a mi
búsqueda de un normal, no famoso y no gay, padre.
Salgo al porche delantero y cierro la puerta.

95
Capítulo 23
Marco

E
sta mujer es un desastre andante. La observo escabullirse por la puerta y
detenerse en la acera, mirando de izquierda a derecha en la transitada
calle. Fue atropellada por mi auto hace menos de doce horas, y ahora está
jugando Frogger3, sin razón aparente más que la de apartarse de mí. Sonrío ante la
idea.
Quizás he perdido mi toque. La última mujer que follé había cantado mi nombre
antes que le sacara mi polla. Ella… era extraña. Escabulléndose por la escalera y
saliendo por la puerta como si tuviera un huevo Febergé4 escondido en su sujetador.
Mierda, quizás lo tenía.
Me dirijo hacia la cocina, y miro por la ventana, observando como corre por la
calle, su atención en su teléfono, su mochila rebotando. Rebotando.
Inclinó su culo ante mí, empujando sus curvas mientras entraba en ella, su espalda
rígida, la cabeza levantada, mi mano tomándola del cabello. Me inclino hacia adelante y
siento el balanceo y rebote de sus senos. 96
Deslizo mi mano por mi estómago, bajo el elástico de mis pantalones, y tomo mi
polla. Ella había sido increíble. Tan sexy y segura. Se había reído en medio de eso,
sonriéndome cuando se dio la vuelta. Había trabajado mis caderas, usado mis dedos y
le mostré mi propia sonrisa cuando llevé su risa a un gruñido, y un llanto de placer.
La misma mujer que ahora atraviesa cuatro carriles del tráfico y salta una zanja.
Literalmente corriendo por Spring Lake, para evitar aceptar que la lleve. Quizás está
loca. Con mi suerte.

3 Frogger: Videojuego cuyo objetivo es guiar una rana hasta su hogar. Para hacerlo, la rana debe evitar
autos mientras cruza una carretera congestionada y luego cruzar un río lleno de riesgos.
4
Un huevo de Fabergé es una de las sesenta y nueve joyas creadas por Carl Fabergé y sus artesanos de
la empresa Fabergé para los zares de Rusia, así como para algunos miembros de la nobleza y la
burguesía industrial y financiera, entre los años 1885 y 1917. Los huevos se consideran obras maestras
de la joyería.
En realidad… me recuerdo, esa sería mi suerte. Había querido una noche
divertida sin ataduras. Debería de estar agradeciéndole a Dios que ella estuviera
saliendo de mi vida sin siquiera pedir mi número. Le doy un largo sorbo a mi café, veo
su mochila desaparecer entre una multitud de bañistas, y me pregunto si alguna vez
volveré a verla.
Bajando la taza, tomo el teléfono de la casa y selecciono el botón para el
personal.
—Buenos días señor. —Una voz que no reconozco habla con firmeza en el
teléfono—. ¿En qué puedo ayudarle?
—Me gustaría tener mi desayuno en veinte minutos. Una tostada de vainilla
francesa y jugo verde. Comeré en el porche.
—Por su puesto. ¿Algo más en que pueda ayudarle?
—No. —Cuelgo y tomo una manzana del tazón que se encuentra en la encimera,
dándole una mordida mientras me dirijo hacia la sala familiar. El comedor aún está
hecho un desastre, pedazos de cerámica y cristales por el piso. Pienso en la expresión
de sus ojos cuando caminé hacia ella. El tono juguetón en su voz, tornándose ronco.
Me gusta ver al desastre. Es tan raro ver cosas fuera de lugar e imperfectas.
También sé que cualquiera de nuestro personal moriría antes de dejar una habitación
en este estado. El desastre es prueba positiva que me obedecieron y se mantuvieron
alejados de la casa.
—Señor —habla Edward detrás de mí—. ¿Cenará solo?
Me giro, y sus ojos se abren mientras reconoce el desastre.
—Lo lamento, señor. No nos dimos cuenta…
Lo interrumpo con un movimiento de la mano.
—Está bien. Perdí el temperamento anoche. Solo… pensando en todo.
Cree la excusa, sus facciones suavizándose. 97
—Por supuesto, señor. Yo mismo estoy batallando sin el señor Horace.
Siento un momento de culpa, una puñalada de emociones que me recuerda que
mi mejor amigo ha muerto. Que rápido olvidé eso. Ella se había desmayado entre mis
brazos y mis sentidos, mis responsabilidades, mi dolor… se había disuelto.
—Sí —respondo a su pregunta anterior, regresando la mirada al desorden,
luchando con reemplazar la imagen de ella, su pecho moviéndose, sus ojos en
llamas—. Comeré solo.

Mi mentira, desde el inicio, nunca se extendió hacia mis padres. No fue necesario.
Ellos tienen un estricto odio hacia el internet, revistas de chismes, y todo lo inventado
después de los sesenta. Viven en una comunidad en el medio de Nevada, bebiendo
agua filtrada de lluvia, y tejen jodidas canastas en su tiempo libre. Literalmente.
Jodidas canastas. Las venden en medio de la carretera, cerca de El Camino. Su
comunidad consiste en redescubrir la naturaleza, dejar ir las posesiones físicas, y
hablar con las estrellas. Me hablan cada quince días desde un teléfono público que se
encuentra en medio de su comunidad. En cualquier momento, alguna compañía
telefónica entrará en razón, y arrancará ese teléfono del suelo, y tendré que
rastrearlos y obligarlos a tener un celular.
Deslizo el dedo por mi celular y encuentro el número, presiono el botón de
llamar, y lo pongo en altavoz. Suena, y corto una porción de tostada francesa y crema
batida, llevando un bocado a mi boca. Suena, y le doy un sorbo a mi jugo, tomando un
trozo de fresa, y disfrutando de la vista. Suena, y me recargo en la silla, apoyando mis
pies en la silla contigua, y coloco los lentes de sol sobre mi cabeza, recibiendo un poco
de sol en mi rostro.
—Hola —habla un hombre, su voz lánguida y suave, como si se hubiera tomado
su tiempo para responder el teléfono.
—¿Podría hablar con Marilyn o Keith por favor? —Hay movimiento a mi lado,
mientras veo como un camastro es llevado al porche, una cubeta de hielo junto a él,
una toalla y una almohada. Es casi molesto, la constante atención a mis movimientos,
el continuo esfuerzo en anticipar mis más mínimas necesidades. Casi molesto.
Considero el cambiarme de lugar, pero no lo hago. Espero, escucho al hombre
suspirar, y me obligo a mantener la calma.
Las llamadas a mis padreas son un continuo ejercicio de paciencia. El primer
obstáculo, aquel que lentamente estoy atravesando en este momento, es simplemente
lograr que se pongan al teléfono. Lo más probable es que estén en medio de su
meditación. O cocinando. O juntando materiales para canastas. O celebrando al sol o
algo más ridículo.
—No estoy seguro de dónde se encuentran en este momento. —Cada palabra
con una cadencia poco entendible, arrastrando las vocales y chocando con la otra,
como las multitudes moviéndose a través de un peaje. 98

—¿Podrías buscarlos? —Junto los dientes en un intento de no gritar las


palabras—. Es importante.
—Debes ser su hijo. —Un perezoso diría las palabras más rápido.
—Sí. Y es importante. Por favor. —Dios, la próxima vez que mis padres se vayan
a los extremos, espero que escojan un culto que sea un poco más eficiente.
—Está bien, está bien. Relaja las tetas. —Escucho un golpe sobre el receptor, e
imagino que lo están colocando sobre la cabina, el teléfono negro lleno de gérmenes
de cientos de aspirantes a hippie.
Me muevo hacia adelante y tomo mi bebida. Moviendo el jugo lo suficiente para
que su contenido se mezcle, levanto el vaso y me termino su contenido, haciendo una
mueca al sentir el jengibre.
—¿Toalla caliente? —Salto al escuchar la voz y giro. Edward me extiende una
pinza plateada que sostiene una toalla blanca enrollada.
Maldigo y muevo la mano.
—Voy a ponerte una campana.
—Brillante idea, señor. —Su rostro permanece intacto, y sonrió a pesar de todo,
dejando caer la toalla en la bandeja.
—¿Marco? —La voz de mi madre se escucha por la línea y levanto un dedo hacia
mi boca, haciéndole una seña a Edward para que calle. Señalo a la casa y él retrocede,
sus pies moviéndose rápidamente, el sonido de la puerta deslizante seguido de su
salida.
—Buenos días, madre. —Me estiro, colocando mis manos detrás de la cabeza
entrelazando mis dedos.
—¿Qué sucede? Kermit dijo que era importante.
—Es un chiste, ¿verdad? Su nombre no es Kermit. Por favor dime que no están
compartiendo espacio con un hombre que se llama Kermit.
—Nuestros nombres no nos definen, Marco. Son simples etiquetas, colocadas
para el reconocimiento social.
Resoplo en respuesta. Ella solía trabajar en un banco. Usaba pantimedias, laca
para el cabello, y me daba chupetines. Comía cenas preparadas y leía ridículas novelas
antes de dormir. Ahora, duerme en una hamaca amarrada entre dos árboles y tiene
una rata de mascota. Una RATA mascota.
Escucho a mi padre en el fondo y espero a que hable, su atención siendo
distraída por más tiempo del necesario.
—Mamá.
Me ignora, hablando con él, y escucho las palabras “cactus” y “limpieza”. Miro a
la playa y me pregunto si debería quedarme otra noche. Es pacífico aquí. Privado.
Cierro los ojos y casi puedo escuchar el canto del nombre de Vince desde Manhattan.
—MAMÁ. 99
—¿Sí?
—Vince falleció.
—Oh, cariño. —Le repite las noticias a mi padre, y escucho su voz, de repente
cerca al teléfono.
—Somos energía, Marco. Vince está contigo en este momento. Se encuentra en el
aire, en la brisa. Inhala, y estará dentro de ti.
—Por Dios, papá. —Hago una mueca—. No estás ayudando.
—Fue un muy buen amigo tuyo —dice mamá, y su voz tiene ese tono airoso,
alargado que adoptó desde hace unos años. Un muy buen amigo mío. No lo sabe, pero
tiene razón—. ¿Cuándo es el funeral? Vamos a ir.
—No —habla mi padre antes que pueda hacerlo—. No podemos volar con la luna
nueva.
Gracias a Dios por la luna nueva.
—Bueno, quizás no será durante luna nueva —lo calla—. Marco, ¿cuándo es el
funeral?
—Fue ayer.
—Oh rayos. —Suspira—. Pero tu padre tenía razón. No hubiéramos podido volar
durante la luna nueva. Y esta noche, tenemos planeada una celebración.
Escucho un beep, y miro mi teléfono, el nombre de mi abogado en la pantalla.
—Tengo otra llamada entrante. Solo llamaba para decirles de Vince.
Escucho un coro de apresuradas despedidas, cambio la línea y respondo a la otra
llamada.

—Tienes que estar bromeando. —Me pellizco el puente de la nariz y escucho el


tono profundo de John Montreal, el abogado privado de Vince desde hace dos
décadas—. ¿Una hija?
—Eso es lo que dice la carta. No es una gran sorpresa. Personas salen de sus
escondites cuando se tiene un patrimonio de este tamaño.
—Pero no es legítima, ¿verdad?
—Vamos, Marco. —El hombre se ríe—. Conoces a Vince mejor que nadie.
¿Alguna vez lo viste con una mujer?
No. Vince tenía una mirada que se detenía en cada hombre que veía. Pero
mujeres… a menos que les estuviera probando alguno de sus diseños, eran invisibles
para él. La idea que hubiera tenido sexo, un encuentro que tuviera la mala suerte de
producir un hijo… imposible.
—¿Quién es la chica? 100
—Estamos revisando su historial. Dice que su madre y él se conocieron en un
concierte de LiveAid en 1985.
¿Un concierto de LiveAid en 1985? Eso me preocupa un poco. Vince fue a LiveAid
en 1985. He escuchado sus historias. Drogas por todos lados. Sexo por todos lados. En
ese ambiente, la idea que su polla hubiera sido generosa y se hubiera deslizado en una
mujer… Siento un dolor en el pecho y me dirijo a la silla de la sala de estar, me
acomodo y me inclino hacia atrás. Protejo mis ojos del resplandor y hago un gesto
para que uno de los asistentes acomode el paraguas hacia adelante.
—Entonces… ¿ella decide sacar esta información recién ahora? 1985… tiene,
¿cuánto? ¿Treinta y uno? ¿Esperó treinta y un años, hasta cinco días después de su
muerte, y ahora quiere que le paguen?
—Según la carta, fue adoptada. No encontró a su madre biológica hasta hace seis
o siete años. Nunca supo el nombre de su padre, solo la foto. Con Vince estando en los
medios por tanto tiempo estos últimos días, lo reconoció. Es débil a lo mucho. Según
nos consta, Vince nunca estuvo en LiveAid en 1985, y el que se parezca un poco a una
foto que tiene treinta y dos años… realmente no importa.
Pero él estuvo en LiveAid, un hecho que decido, por ahora, dejar pasar. Dios,
mataría por ver esa foto. Adoptada. Algo en mi mente me molesta y miro hacia el agua,
intentado comprender ese pensamiento.
Avery, su espalda recta, sus rasgos rígidos. Su confesión de ser adoptada, de
estar en Nueva York para encontrar a su padre. Había mencionado algo sobre su
madre… de encontrarla. Cierro los ojos e intento recordar la conversación, una a la
que solo había puesto muy poca atención. No es que importara. Nueva York es una
ciudad con billones de personas, millones de adoptados, padres perdidos, y madres
encontradas. Pienso en ella saliendo de la puerta, tropezándose en el escalón,
desesperada por escapar. La tensión comienza a aumentar.
—De todos modos, solo queríamos hacerte saber. Lo manejaremos por nuestra
cuenta, pero la distribución de la herencia se detendrá un poco, hasta que podamos
descartar la paternidad.
—¿Cuál es su nombre? —La pregunta escapa, y puedo escuchar el miedo. No
debería tener miedo. Estoy a punto de ser el rey de esta ciudad, señor de uno de los
nombres más grandes en la industria de la moda. No existe lugar para el temor en el
trono.
—Eh… —Me vuelvo un año más viejo para cuando encuentra su nombre—.
Avery McKenna —dice finalmente—. De Detroit.
Avery McKenna. De Detroit.
Mierda.
Cierro los ojos y, si existiera una mujer peor a la que pude haber follado anoche,
no puedo imaginarla.

101

Conduzco. No he conducido en años, pero me pongo detrás del volante del Rolls,
ignoro las protestas de Edward, y me dirijo a la ciudad. En el camino, observo las
calles, mirando entre los grupos de turistas y niños, buscando una gigantesca mochila
y botas estropeadas. Creo que la he visto una docena de veces, pero no. Ha sido
tragada por la ciudad. Quizás tomó un taxi, y ya se encuentra en Manhattan, y está
arruinando mi vida desde ahí.
Aparto la mirada de la multitud y me concentro en el camino. Encontrarla, ahora
mismo, quizás no sea lo mejor. ¿Qué le diría? No puedo pensar en nada; mis
pensamientos han sido tomados por el vacío gigante que mi estupidez ha creado.
Han jugado conmigo. Me sedujo con esos jodidos ojos de gacela y su esencia
femenina, esa nerviosa vulnerabilidad y esos tragos de vodka. ¿Acaso ella los sugirió?
Quizás lo hice yo. No puedo recordar, no puedo recordar mucho de anoche más que el
sabor de su boca, la manera en que se derritió en mi beso, sus manos tirándome del
cabello, arañándome la piel. Dios, pasé horas en su cuerpo.
Un cuerpo que había estado detrás de nuestra casa. Fue golpeado por nuestro
auto. El número de coincidencias en esta situación es sospechosamente alto. Pienso en
ella pretendiendo desmayarse, la manera en que evitó mis preguntas, su duda antes
de darme su nombre. Supe que Avery Hartsfiel no era correcto, había olido la mentira
en su cuidadosa presentación. Pero la dejé en mi auto. Aun así, la llevé a mi casa, la
desnudé, y le permití verme. Al verdadero yo. Al hombre que había escondido de todos
durante una década.
Y ella podría ser la hija de Vince. Habla de joder las cosas en cientos de formas
diferentes.
Veo la salida al puente, corto cuatro carriles de tráfico y casi choco contra un
camión.
No tengo a nadie. A nadie para hablar, a nadie a quien pedirle ayuda, nadie en
quien confiar. Millones de dólares en mi cuenta bancaria, y no puedo comprar jodidos
consejos en este momento. Quizás debería decirle a John. Él sabe acerca de Vince,
preparó nuestro contrato, sabe que no soy gay realmente. Al menos podría darme una
opinión legal, algún tipo de reconocimientos por mis acciones y sus consecuencias.
Observo el flujo del tráfico frente a mí, los caminos se separan y convergen, y me
doy cuenta que no tengo ni puta idea de cómo moverme en esta ciudad.

102
Capítulo 24
Avery

—T
engo un salami gigante en mi mano, así que hazlo rápido. —La
voz de Marcia rueda por el receptor con toda la dignidad de
una ardilla de basurero.
—Necesito el número de seguimiento del paquete. —Bajo del taxi y resoplo
mientras corro por las calles de Manhattan, por poco pierdo la vida por un Volvo. El
conductor hace sonar el claxon, y le muestro mi dedo medio.
—Buenos días, Avery. —Entona las palabras, y este no es el momento ni el lugar
para una clase de etiqueta—. Estoy biennnn. Gracias por preguntar. ¿Cómo estás?
—Necesito el maldito número de seguimiento.
Deja escapar un largo gemido.
—Santo Dios. Estoy cocinando en este momento.
Oh bien. Me preocupaba que la referencia del salami fuera sexual, y esa es una
imagen de Andrei que nunca, nunca, podría sacar de mi cabeza. 103
—Por favor —le ruego—. Cuidaré los niños durante una semana. Solo envíame
el número por mensaje de texto.
Hay silencio, el ruido de una sartén, luego el atormentado gruñido de Marcia
haciendo el favor. Permanezco en la acera, mirando pasar el tráfico, y veo el
rascacielos a media manzana de distancia. Busco un camión de USPS, pero no veo
ninguno. Quizás no sea demasiado tarde.
—Está bien, lo tengo —recita el número, luego hace una pausa—. Pero…
Odio el sonido de esa palabra, pesar cubre las sílabas.
—¿Pero qué?
—Pero... ha sido entregado. Fue firmado a las 9:14 por alguien llamado Waters.
—Mierda. —Me alejo de la calle y choco con alguien.
—Está bien —ofrece—. Esto es bueno. Ahora lo sabrás con certeza.
—Sí. —Pero no sabe que hace siete horas, Marco Lent estaba dentro de mí, su
boca sobre la mía, sus manos sobre mis senos, sus caderas empujando contra las mías.
—Entonces, ¿vuelves a casa? —habla con un bocado de comida en la boca, y me
alejo de la calle, paso apretadamente entre la multitud y lucho por un lugar despejado
en la acera.
—No lo sé. —Me abro paso y me desplazo hacia el norte, tratando de pensar en
la situación.
—Oh, Andrei quiere hablar contigo —le dice algo, luego él está en la línea.
—Avery.
—Hola. —Me detengo y me apoyo contra la pared—. Dame algunas buenas
noticias.
—Están haciendo una investigación de tus antecedentes.
Maldigo.
—¿Por qué?
—No saben nada de ti. Son cautelosos. Están preocupados por demandas y
fraudes. No es ridículo, especialmente si te dan acceso a una prueba de paternidad.
¿Incluso quiero que sea mi padre? Pienso en Marco, sus ojos pasando a lo largo
de mi cuerpo, sus caderas empujando... era el amante de Vince. Durante diez años
estuvieron prácticamente casados. ¿Y Vince puede ser mi padre? La posibilidad se
amarga en mi lengua.
Quizás debería decírselo a Andrei. No tomaría mucho. Sabe quién es Marco,
entiende su papel en todo esto. Podría sacarlo en una frase rápida. Me acosté con
Marco anoche. Balbuceará. Me pedirá que lo repita. No me creerá Probablemente
reirá. Y luego podría aconsejarme, me haría saber cómo esto afecta todo, en términos
de mi posible herencia y participación en el patrimonio de Horace.
—¿Estás allí? —habla Andrei, y vuelvo a pensar en Marco, enterándose de la 104
carta. La culpa se asienta como un peso en mi estómago.
Me muerdo el labio, mirando pasar a una chica con cabello azul y piercing en la
nariz, y me trago los acontecimientos de la noche anterior.
—Estoy aquí.
—Si lo autorizan, tendrás que proporcionar una muestra de ADN. Una muestra
bucal, o cabello, algo así. El encargado... —escucho un crujido de papeles e imagino a
Andrei, con la cabeza apoyada en la punta de sus dedos—… el señor Montreal. Quiere
encontrarse contigo. Le dije que ya estabas en Nueva York.
—¿Qué? —Giro un mechón de cabello suelto alrededor de mi dedo—. ¿Por qué le
dijiste eso? —No es que importe. Yo y mi vagina excesivamente amistosa no hemos
sido exactamente discretos desde que salimos de LaGuardia.
—Supuse que querrías hacer esto rápidamente. No tenemos mucho tiempo antes
que se tomen medidas en la distribución de la herencia. Si quieres una parte, tenemos
que movernos con rapidez.
Si quieres una parte. Suena tan frío, como si esa fuera la razón de todo esto. Como
si la búsqueda de mi padre fuera secundaria en cuanto a determinar quién puede
obtener todo su dinero.
Me alejo de la pared y miro hacia la izquierda y hacia la derecha, tratando de
orientarme. Cuando mis ojos se mueven sobre el horizonte, veo una imagen gigante de
Vince Horace, una que ocupa todo el lado de un edificio, el hombre en una pasarela,
flanqueado por modelos. En la parte delantera de la imagen, dos palabras que ocupan
seis pisos de espacio. SER AUDAZ.
Es una señal. Quiero decir, obviamente. Es literalmente un cartel gigante. Pero
también es una señal. SER AUDAZ. Puedo escuchar al hombre decirlo desde la tumba.
No sé lo que significa SER AUDAZ, pero estoy bastante segura que no implica
volver corriendo a Detroit con la cola entre las piernas.
Interrumpo a Andrei, que está hablando sobre los tutores y la debida diligencia.
—Me reuniré con el abogado. ¿Cuál era su nombre?
—Montreal. John Montreal.
—Genial. ¿Es la misma dirección a la que enviamos el paquete?
—Lo es. Pero Avery, debería ir allí. No me gusta que te encuentres con ellos sin...
—Solo envíame un mensaje de texto. No esperaré a que llegues aquí, Dre. —
comienza a decir algo, y levanto una mano que no puede ver—. Solo hazlo.
Termino la llamada, me dirijo a la derecha, y veo el letrero de un hotel,
resaltando en la siguiente cuadra.
Sé audaz.
Iba con audacia a tomar una ducha y una siesta. Comprar algo decente que
ponerme, y darme una charla muy motivacional.

105
Capítulo 25
Marco

N o necesito estar aquí. Tengo personas para esto. A seis, cada uno
cobrando cientos por hora, ubicados alrededor de esta mesa. El de traje a
mi izquierda es mi perra. John Montreal. Antes la perra de Vince y mío, de
manera estrictamente heterosexual. Puede manejar esto. Entrevistar a la chica,
desnudarla hasta dejarla en nada y despedirla haciéndola sentir como un fraude
idiota.
Los otros de traje son profesionales de bienes raíces. Revisaron el testamento de
Vince, analizaron la carta de Avery hasta cada puntuación, y casi me dijeron que estoy
jodido si es su hija. No jodido-de-clase-media-usando-jeans-Gap, pero jodido de todos
modos. Adiós ochocientos cincuenta millones de dólares. Adiós control total sobre la
línea de Vince Horace. Si es su hija, estaré prácticamente casado con la perra por el
resto de mi vida. Escuchándola. Trabajando con ella. Fingiendo que su opinión
importa y cediendo a esta.
Si es su hija. Hablando de un gran SI en un mar de No Es Jodidamente Posible.
106
—Se lo dije. —John se inclina y comienza a pronunciar las palabras, apuñalando
con su dedo el escritorio—. ¿Estabas allí? Creo que estabas allí. Le dije que era un
riesgo, y que necesitábamos incluir un lenguaje aplicable en eso.
Excepto que Vince incluyó un lenguaje aplicable. Esa fue la sorpresa que me
lubricó el trasero y me metió un pene del tamaño de una budweiser dentro. Dos frases
estúpidas, plasmadas en la página 42.
Si alguna vez aparece un heredero, probado por paternidad, la distribución de mis
activos será determinada y manejada por Marco Lent. Al menos, el heredero debe tener
un asiento permanente en el consejo de administración de Vince Horace, Inc.
Me lee la mente.
—Ese párrafo es un campo legal minado. No te preocupes. Te protegeré.
Por supuesto, lo hará. Por ochocientos dólares por hora, hará lo que sea
necesario.
—No es su hija.
—Por supuesto, que no lo es. —Se abre la puerta al final de la habitación, y se
pone de pie, cerrando el botón de su saco—. ¿De Vince? Por favor.
Entra una secretaria, sosteniendo la puerta abierta, y uno por uno, todos los
hombres alrededor de la mesa se ponen de pie. Menos yo. Me quedo en la pesada silla
de cuero, en mi lugar en la cabecera de la mesa. Mi pie se estremece contra el piso, un
indicio de debilidad, y lo dejo quieto. No debería estar nervioso. Debería tener el
control. No tengo nada por qué avergonzarme. “Toca tu clítoris. Frótalo”. Arranco el
recuerdo y observo cómo la puerta se abre de par en par, y la perdición de mi
existencia aparece a la vista.
Se cambió. Su revoltijo de cabello, oscuro y lleno, apretado en mi puño, ahora se
encuentra liso contra su cabeza, contenido en un moño bajo. Sus botas de combate y
sus jeans rotos ya no están. Tiene tacones bajos, una falda estilo lápiz y blusa
abotonada que grita que es de los grandes almacenes Calvin Klein. Es un disfraz, uno
que grita un poco más chica buena y menos puta loca. O tal vez estoy equivocado. Tal
vez el traje de anoche fue el disfraz, y este es el original. Uno conservador y lúgubre
con mis bolas en su bolsillo. Ella se adelanta y comienzan las presentaciones, se
estrechan las manos y se intercambian los nombres.
Va rodeando la mesa, y si me vio, aún no reacciona. El chico calvo a mi derecha
se mueve y se encuentra allí, sonriéndole, estrechándole la mano. Quiero estirarme y
romper su contacto. Agarrar sus hombros y preguntarle cuál demonios es su juego.
—Y... este es Marco Lent. —John me señala, con la voz tensa, las presentaciones
de cada hombre de traje toman demasiado tiempo. No me levanto, no le ofrezco mi
mano, y cuando me mira, hay un largo momento en el que nos miramos el uno al otro.
—Señor Lent. —Sus ojos se posan sobre mí, y cuando mira hacia abajo, sé que
está pensando en mi pene—. Es un placer conocerlo.
Estoy seguro que lo fue. Estoy seguro de eso.
—Señorita... ¿McKenna?—Alzo las cejas—. Gracioso. El apellido no le sienta bien. 107
—Es una puñalada a su mentira anterior, el apellido falso que me proporcionó en el
asiento trasero de mi auto. La puñalada se queda corta, y ni siquiera veo la
oportunidad que le doy hasta que sonríe.
—Tal vez es porque debería ser Horace. —Es un punto limpio, uno que le di, y
frunzo el ceño en respuesta, viendo como el chico calvo le retira la silla hacia atrás
como si fuera la maldita reina de Inglaterra. Ella se sienta, cruza las piernas por el
tobillo, y se encuentra con mi mirada de frente.
—No debería. —Una respuesta débil de mi parte, y debería ser mejor que esto.
Antes que entrara por esa puerta, estaba seguro que sería mejor que esto.
No me gusta esto. No me gusta el hecho que no parezca asustada. No me gusta
que, en este ángulo, su perfil me recuerde un poco a Vince. No me gusta nada de esto.
Hace dos días, me senté en esta misma habitación, aburrido, y escuché un largo y feo
recital de todo lo que heredaré. Ahora, gracias a un maldito concierto de LiveAid y al
pene errante de Vince... la última década podría haber sido en vano.
Todo eso. Diez años de ver un desfile de hombres desnudos pasar por nuestra
casa. Diez años de ser prácticamente célibe, enfocado en la marca Vince Horace y
siendo una tapadera para él. Diez años, y ella... esta perra burlona de mujer... podría
destruirlo todo.
Se inclina, apoyando los codos sobre la pulida superficie de madera y junta las
manos.
—Entonces —dice lentamente, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo—.
¿Querían conocerme?
—Recibimos su carta, señorita McKenna. —John empuja su carta hacia adelante,
la leí una docena de veces en los pasados quince minutos. Es corta y dulce. Piensa que
Vince es su padre y no tiene nada más que una historia endeble y una foto como
evidencia.
—Me gustaría ver la foto —hablo justo cuando ella comienza a hablar. La
interrupción la irrita, y miro que sus manos hacen pequeños puños debajo de la mesa.
Es lo que quiero. Quiero ver a la tigresa debajo de ese disfraz conservador. Sé que está
allí. Unos pocos golpes bruscos, y gruñirá.
Me ignora. Se humedece los labios y... no escuchó la primera frase de su boca.
Estoy demasiado distraído con la idea de mi pene entre esos suaves labios,
deslizándose contra mi eje, la forma en que su garganta se había flexionado alrededor
de mi pene; gira la cabeza y trato de volver a concentrarme.
—... tan interesada como ustedes en la verdad. —Extiende las manos, y lo que
sea que acaba de decir es una mierda. Está aquí por el dinero.
—Me gustaría ver la foto —hablo más fuerte, mi voz retumba en la habitación, y
cuando abre la parte superior de su bolso y busca dentro, la camisa se abre y puedo
ver su sujetador. Encaje rojo. Sé qué sujetador es. Es de nuestra línea actual, las
costuras ocultas que sostienen la pieza juntas, esas costuras que abrazan sus pechos,
empujándolos hacia arriba y con fácil acceso a mi boca. Levanta la cabeza y me atrapa
mirando. 108
No dice nada, pero siento la pérdida de una pequeña batalla, el cambio de peones
a medida que mi posición se debilita y la suya crece. Usa mi diseño, la parte del
sujetador de mi línea de lencería, aunque ningún extraño lo sabría. Mis líneas están
contra su piel, sosteniendo esos bellos pechos, y no puedo borrar esa imagen de mi
mente. ¿Estará usando las bragas también? Pienso en el encaje y en el satén, y me
pregunto si el forro de algodón estará húmedo entre sus piernas.
Se endereza, saca una foto de la bolsa y me la da. Está maltratada, los bordes son
débiles, el color se encuentra desteñido, y la tomo, agradecido por algo que mirar, algo
que no sea de carne y hueso, sexualidad y lujuria, tentación empaquetada en tacones
baratos de cuatro centímetros. Bajo la mirada y pierdo otra batalla con el primer
vistazo.
Es Vince. Está sentado sobre una manta, con el codo apoyado sobre una rodilla.
Sonríe, su barba unos días demasiado larga, y vistiendo jodidos jeans. Todo en la foto
no es él. Hay tierra en su ropa. Tiene el cabello sin productos. Una sonrisa casual.
Hubiera dicho que él moriría antes de usar pantalones con ese corte barato. Habría
apostado mi testículo izquierdo a que Vince Horace nunca tuvo este nivel de mugre en
sus manos, o una cantimplora colgando de un lazo en su cinturón.
Y hubiera perdido ese testículo porque es él. Lo sé desde el momento en que veo
su mano, el único centro muerto en la foto. En esa mano sucia, una que agarra un
sombrero de vaquero como si planeara usarlo, hay un anillo. Un anillo que he visto
cientos de veces. Un anillo que conozco.
Dejo la foto y la deslizo hacia ella.
—Buena foto. Podría ser cualquiera.
—No lo creo. —No baja la mirada, sus ojos fijos en los míos—. Creo que es él.
Resoplo, reclinándome en la silla y alisando la parte delantera de mi traje,
tranquilizado por el peso de la costosa tela, la caída de líneas perfectamente cortadas
y hechas a medida.
—Tiene una vieja foto mugrienta y espera que solo... ¿qué? —Alzo las manos y
las entrelazo detrás de mi cabeza—. ¿Qué quiere? ¿Dinero? Puedo hacerle un cheque
ahora mismo, y podrá seguir su camino. No vale la pena el tiempo que está
desperdiciando en mi día.
—Marco —advierte John, y lo ignoro, inmovilizándola con una mirada
expectante.
—¿Qué quiere de mí? —pronuncio claramente cada vocal y observo mientras sus
manos se desdoblaban debajo de la mesa, sus ojos brillan. Echa hacia atrás su silla
mientras se pone de pie.
Ahí está. La tigresa dada a conocer. Lista para la batalla.
—No quiero nada de usted —masculla—. Quiero saber quién es mi padre.
Me río
—Entonces, ¿eso es todo? Solo una chica buscando a su papá. Y piensa que su 109
papá era Vince Maldito Horace. De todas las personas en el mundo. —Muevo la mano
en el aire y me fulmina con una mirada que podría cortar lana.
—No quiero decir lo obvio — interrumpe John—. Pero se da cuenta que el señor
Horace era un hombre homosexual, con un estilo de vida que llevó durante toda su
vida. La probabilidad de tener una relación sexual con una mujer... —Mueve sus
manos en el aire—. Es muy poco probable.
—¿Lo es? —Da vuelta a su silla para mirarme, levantando sus cejas—. ¿Qué
piensa, señor Lent?
No digo nada, pero no me gusta a dónde va esto.
—¿Cree que es muy “poco probable” que un hombre gay tenga sexo con una
mujer? —Dios, quiero meter mi pene más allá de esos labios. Quiero agarrar la parte
posterior de su cabeza e ir despacio, sus uñas clavándose en mi nalga, sus ojos en los
míos mientras su lengua se presiona contra mi eje.
—Creo que el alcohol puede hacer que mucha gente haga cosas poco probables
—hablo de manera uniforme, pero siento el escozor del marcador cuando ella
consigue otro punto.
—Quiero decir… —Se encoge de hombros, levantando las manos en un gesto
inocente—. Es gay, ¿verdad? —Mira a los otros hombres alrededor de la mesa—. Soy
nueva en esta situación, pero creo que usted y el señor Horace fueron...
—Compañeros. —Me aclaro la garganta y tomo el bolígrafo de oro que se
encuentra en la cartera que tengo ante mí—. Sí. Lo fuimos.
—Entonces, es gay. ¿Verdad? —Se inclina, estirando el codo sobre la mesa y
apoya la barbilla en su puño, mirándome con fingido interés.
—No estoy seguro de cuál es la relevancia, señorita McKenna. —John se aclara la
garganta—. El señor Lent no es el tema de la reunión de hoy. Usted lo es.
Levanto una mano para detenerlo.
—Si no te importa, me gustaría hablar con ella a solas.
John me mira como si hubiera perdido mi maldita cordura.
—Marco. —Baja la voz y se inclina hacia adelante—. Sugiero fervientemente…
—Esperen afuera. —Asiento a los otros hombres—. Les diré cuándo puedan
volver.
No la miro. Miro hacia la mesa y observo cómo los hombres, uno por uno, se
ponen de pie y salen de la sala de conferencias. John es el último en irse, y se toma su
dulce tiempo, abrochándose la chaqueta y dándome una larga mirada de advertencia.
No sé qué daño cree que podría hacerme. Esta situación, sin saberlo, ya está jodida
más allá de toda creencia. Cuando cierra la puerta, el pesado roble se encaja en su
lugar con una finalidad que hace eco, giro mi silla hasta que la enfrento por completo.
—Deja el acto. ¿Qué es lo que quieres?
—Te lo dije. Quiero saber... 110
—Tonterías. —Mis manos aprietan el brazo de la silla, y lucho contra el impulso
de ponerme de pie—. Eres una chantajista.
—¡¿Qué?! —Parece confundida, y no me lo creo—. No estoy aquí para
chantajearte.
—Entonces, ¿realmente crees que eres la hija de Vince Horace?
—Sí. —Aparta la mirada, y puedo oler la mentira. No cree que sea su hija. O no
está convencida de eso.
—¿Y quieres cogerte al novio de papá? ¿Eso fue lo que hicimos anoche?
—¡Qué asco! —Se aparta de la mesa y se levanta—. No. —Cruza los brazos frente
a ella—. Anoche fue... solo quería saber más sobre él.
—Es curioso, no recuerdo que hayas hecho muchas preguntas sobre él.
—Sí, bueno. —Gira la cabeza, como si el otro extremo de la sala de conferencias
fuera interesante.
—Sí, bueno... ¿qué? —Me acerco y, a pesar de la ropa, el cabello huele igual. Si la
desnudo, si le quito el moño y el labial de la boca, se verá igual que ayer. Jadearía igual.
Se vendría igual.
—Nada. —Aprieta sus brazos sobre su pecho—. Eres muy... distractor. Estoy
segura que lo sabes.
Distractor. Vince me llamó así más que unas pocas veces. De él era un cumplido
lúdico. De ella, es una excusa, una diseñada para eludir.
—Además, pensé que eras gay. —Se gira hacia mí, y el bulto de sus codos se
hunde contra mi pecho.
—Soy gay.
—¿Estás seguro? —Levanta la barbilla y el deseo de besarla es abrumador.
—¿Qué estabas haciendo en ese callejón detrás de la casa?
—Tratando de entrar.
Parpadeo por la rápida honestidad, entonces pregunto rápidamente ya que está
diciendo la verdad.
—¿Fuiste golpeada por el Rolls a propósito?
—Sí.
—¿Te gustó cuando te follé?
Inhala, una respiración rápida antes de contestar.
—Mucho.
Una palabra que destruye mi mundo. Doy un paso atrás y deslizo mis manos en
los bolsillos de mis pantalones. Alejándome de ella y luchando por recuperar mi
cordura.

111
Capítulo 26
Averu

N o entiendo a este hombre. Se da vuelta, y no puedo decir si quiere


besarme o estrangularme. He estado descolocada desde que entré y lo vi
sentado al final de la mesa, como en un trono. Bajo la mirada a la foto que
he memorizado en cada centímetro. Antes de entrar, había estado segura que el
hombre se parecía a Vince Horace. Pero ahora, viendo la forma en que Marco se había
burlado de ella, la veo bajo otra luz. Una foto descolorida, tres décadas de antigüedad.
Algo endeble para construir un caso de paternidad.
—Vine a Nueva York para detener la carta. —Me doy vuelta y él se queda quieto,
con las manos en el bolsillo, levantando la cabeza para escuchar—. Mi abogado envió
la carta, y entré en pánico. Pensé que estaba siendo estúpida, y... —Busco la palabra
correcta—. Ingenua. Así que, vine aquí para intentar recuperar el paquete antes que
fuera entregado esta mañana.
Permanece en su lugar, y odio su silencio. Odio el aspecto estúpido de ese traje,
la forma en que abraza su constitución, el brillo de la tela, la forma en que cae
112
perfectamente sin ningún defecto.
—Continua.
Trago.
—No esperaba que estuvieras en el callejón. Cuando tu automóvil salió del
garaje, no pensé. Yo solo…
—Solo saltaste delante de un vehículo en movimiento. —Se da vuelta, pero
mantiene la distancia y se acerca a la ventana.
Hago una mueca. Cuando lo pone así, suena estúpido.
—Más o menos.
—Hiciste exactamente eso.
—Está bien, sí —modifico—. Salté delante del automóvil.
—Me mentiste.
—¡Me dijiste que eras arquitecto! —espeto las palabras—. ¡Y no mencionaste
que eras GAY!
—Lo que ya sabías —contesta.
—Pero tú no sabías que yo sabía.
Mira hacia el techo y exhala un suspiro de frustración.
—Si viniste a Nueva York para detener la carta, entonces... ¿qué? ¿Te quedaste
dormida?
—Sí.
Se encoge de hombros.
—Entonces, destruyo la carta. La trituro. Puedes usar nuestro jet para ir a casa.
Problema resuelto.
Tiene razón. Mi pánico de antes, mi loca carrera por Spring Lake para recuperar
el paquete, podíamos fingir que nunca sucedió. Podría volver a casa en unas horas,
ponerme un par de calcetines mullidos, soltarme el cabello de este diabólico moño, y
la vida podría volver a la normalidad.
Excepto que aún no sabría quién es mi padre.
Excepto que aún me quedaría con la duda.
Excepto que SER AUDAZ no significa un viaje gratis a casa en el jet de Horace.
—¿Qué? ¿No te gusta esa idea?
Niego y no confío en mi voz. ¿Qué puedo decir? ¿Que le prometí a un afiche de
pared que me esforzaría más?
—Dios, eres exasperante. —Se detiene frente a un banco de ventanas y apoya las
manos en la repisa del alféizar. Mira por la ventana y no dice nada.
Soy exasperante. Dios, estoy exasperándome a mí misma. No sé lo que quiero,
aparte que quiero saber algo. Quiero saber, sin lugar a dudas, si Vince Horace es, o no 113
es, mi padre. Y pensé que podría ser fácil, pensé que una carta de Andrei podría poner
un proceso en marcha y solo tendría que esperar unas semanas y luego recibir una
carta por correo. Tarea hecha. Pregunta resuelta.
Pero ahora, con el montón de abogados en esta reunión, con él mirándome como
si hubiera matado a su cachorro, no parece simple.
—¿Estás usando las bragas que combinan con ese sujetador?
Todavía me está dando la espalda cuando hace la pregunta.
Me muevo y trago, pensando en la pequeña boutique de Vince Horace VH que
había encontrado, su departamento de lencería dominado por un póster de tamaño
natural de Marco, en donde sonreía a la cámara, un sujetador colgando de su boca.
Envalentonada, me había saltado las opciones conservadoras en algodón y había ido
directamente a la sección pecaminosa.
Consideré las opciones y pensé que el número rojo y dorado me daría coraje. No
había planeado que sus ojos encontraran el sujetador. No esperaba que mi piel se
calentara, que nuestros ojos trabaran la mirada, que mi mente se volviera loca.
Pensé que ya habíamos superado eso, y teníamos los pies plantados en terreno
sólido que avanza hacia un objetivo común. Formula esa pregunta y estamos de vuelta
en su casa, en la alocada mentalidad en la que las manos tiran de la ropa, los labios se
encuentran y las sensibilidades salen volando por la ventana.
—Solo tengo curiosidad. —Se endereza y se aleja de la ventana, girando sobre
las suelas de sus botas de vestir. Paseando por la mesa de conferencias, el espacio
entre nosotros se amplía.
—¿Curiosidad? —Lo sigo con mis ojos.
—Tengo curiosidad de saber cuán lejos planeas llevar este ridículo intento de
seducción.
Mi mandíbula literalmente cae. Puedo sentir el hueco de mi boca y la cierro.
—¿Crees que usé esto para seducirte? Ni siquiera sabía que estarías aquí.
—Hay muchos otros hombres en la habitación. —Sonríe de la manera más
condescendiente posible, y sería una lástima romper esa hermosa nariz, pero lo haría.
Un gancho rápido haría maravillas por esa sonrisa.
No voy a morder su anzuelo. Sé que eso es lo que es lo que pretende. Me está
molestando y una reacción que no sea ignorarlo de forma fría sería equivocada.
—Que te jodan. —De acuerdo, ignorarlo de forma fría no ganó esta vez. Eso está
bien. Me aliso la parte delantera de mi camisa de vestir y tomo una respiración
profunda, irritada por su facilidad para meterse bajo mi piel y joderlo todo. No debería
ser quien está nerviosa. Él es quien ha actuado inapropiadamente. Es quien… bueno.
Tal vez anoche fue un evento conjunto.
—Que te jodan... —repite lentamente—. Una noción interesante, pero ya lo he
hecho. La experiencia no fue lo suficientemente buena como para repetirlo. Creo que 114
volveré con los hombres.
El comentario, deliberadamente destinado a provocar, aun así quema como un
cuchillo caliente. Me alejo, caminando hacia la misma ventana desde la que había
mirado y dejo escapar un suspiro.
—¿Siempre eres tan idiota?
—Sí. —Escucho el chirrido de una silla—. Y es por el interés de la continuidad
que debo insistir en que vuelvas a tu ciudad de mierda y dejes que los grandes se
encarguen de esto.
Me vuelvo y lo miro fijamente, preguntándome si me está incitando
intencionalmente a clavar los talones en el suelo de la ciudad de Nueva York y
quedarme, o si realmente espera que esa orden lo lleve a algún lado.
—¿Los grandes? —repito.
—Sí. —Sonríe—. ¿Sabes qué significa grande, verdad? —Inclina la cabeza hacia
un lado como si estuviera pensando—. Creo que esa es la palabra que usaste anoche.
¿Grande? ¿O era enorme?
—Tu pene no tiene nada que ver con esta conversación.
—¿No? —Frunce el ceño—. Eso es interesante. Entonces, ¿cuál fue exactamente
el propósito de emborracharme y forzarme anoche?
—¿Quéééé? Yo... yo... yo... —Mis palabras se mezclan en un nudo, incapaces de
encadenar una respuesta coherente—. Es una broma, ¿verdad? Estás bromeando.
—Oh, no estoy bromeando. —Su sonrisa cae y me mira como si realmente
hablara en serio—. No sé si culpar al alcohol o a la lástima, pero lo que sea que me
jugaste anoche fue una mierda, y no lo aprecio.
—¿No lo aprecias? ¡Parecías apreciarlo muy bien cuando me estabas partiendo
en la mitad con tu polla! —escupo la respuesta, más fuerte de lo que había pretendido,
y ambos miramos hacia la puerta cerrada de la sala de conferencias. Cuando nuestros
ojos se encuentran de nuevo, su mandíbula está apretada, sus labios finos, y cualquier
humor ha desaparecido de sus facciones.
—Vince es, era, gay. No gay como yo, que puedo arreglármelas para follar a una
chica y correrme. Gay. Pasé diez años en su cama. Diez. Años. Desayuné con él todas las
mañanas. Viajé por el mundo con él. Escuchando cada historia e interviniendo en cada
decisión. Fuimos a orgías juntos, por el amor de Dios. A todos los festivales sexuales
masculinos. Él era GAY. Me quería, no... —Se acerca y clava un dedo en la foto, en el
rostro de mi madre—. No a esta campesina ignorante.
No es gay como yo, que puedo arreglármelas para follar a una chica y correrme.
Pienso en sus dedos entre mis piernas, la manera hambrienta en que su boca se
encontró con la mía, el jadeo de su aliento en la oscuridad, la rígida sacudida de esa
polla, el silbido que había hecho cuando empujaba dentro de mí.
No estoy loca. Puede decir lo que quiera, pero todavía estoy dolorida por él, 115
todavía puedo recordar cada detalle de la noche anterior, y no tuvo que arreglárselas
para follarme y correrse. Había estado desesperado por ello.
—Creo... —Cierra los ojos y se serena. Cuando los abre, su voz es tranquila y
mesurada, con un nivel de control casi sobrenatural—. Creo que estás tomando esto
como una especie de juego. Esto no es un juego. Esta es mi vida y tu intrusión en ella
me ha jodido las cosas seriamente. Si todo lo que te importa es si Vince es tu padre,
entonces debes alejarte de la situación ahora. Deja que el patrimonio se establezca y
luego regresa a mí en unos meses y podremos determinar la paternidad.
No sé cómo responder. Ni siquiera sé qué quiero más. ¿Mi paternidad es lo único
por lo que estoy aquí? ¿Estaré bien si recibo la noticia de que Vince es mi padre y me
voy? Puede que no lo sea, y eso terminará todo. Pero si lo es... si es mi padre, ¿entonces
qué?
—No puedo hacer eso —digo—. No puedo irme ahora mismo. He pasado los
últimos dos días con esta esperanza... —Mi voz se resquebraja con la palabra y odio
mostrarle esa debilidad—. No sabes lo que es pasar años buscando en cada rostro de
un extraño para ver si es tu padre, para ver si se parece a él. Me doy cuenta que
parezco una loca. Me doy cuenta que esta es una posibilidad remota. Probablemente
pienses que anoche fue un intento de forzarte de alguna manera, pero incluso si esta
es una pequeña posibilidad, es la única que tengo. Este es, él es, el único hombre, en
los años desde que obtuve esta foto, que realmente se parece a él. Todo lo que te pido
es que me ayudes a tacharlo como una posibilidad.
Estudia mi rostro y veo el movimiento de un músculo en su mandíbula. Baja la
mirada a la foto, mi dedo todavía está clavado en el rostro del hombre, y luego vuelve
a mirarme.
—No podemos simplemente dar muestras de ADN a cada persona que aparece.
No cuando todo lo que tienes es una foto y alguna historia que no podemos validar. ¿Y
si supiéramos, con absoluta certeza, que este era Vince? —Se encoge de hombros—.
Entonces ¿qué? Se encuentra sentado en un tronco con tres personas más. Y tu madre,
quien supuestamente te contó esta historia, está muerta. ¿Verdad? Ni siquiera sabes su
nombre, ¿cierto?
Escupe las palabras como si fueran flechas, y aterrizan donde está apuntando
con el dedo, desinflando mi esperanza, perforando mi corazón e hiriendo mi orgullo.
—Él era gay. Tu madre probablemente folló con cinco tipos ese fin de semana y
llegó a casa con una foto. Señaló a un hombre y te dijo que era tu padre. Tienes una
historia y yo tengo diez años, además de cuarenta más de un estilo de vida bien
documentado, uno que nunca menciona LiveAid, o una aventura al azar con una mujer.
Entonces, no. No te voy a dar su sangre. Y no voy a dejar que arruines su legado.
Se acerca, y donde sentí tensión sexual antes, ahora solo siento amenaza.
—Sigue con esto, Avery, y mañana tendré un equipo en Detroit. Destruirán cada
parte de tu vida y descubrirán cada secreto que hayas enterrado. Encontrarán a tu
madre y a tus padres adoptivos, y harán lo mismo allí. Tengo ochocientos cincuenta
millones de razones para enterrarte a ti y a tu foto en un escándalo. Dale a tu madre, y 116
a quien sea tu verdadero padre, un poco de respeto. Renuncia a esta estúpida teoría y
vete a casa.
Empuja la foto contra mi pecho, su fuerza casi me hace caer de espaldas.
Dándose vuelta, se acerca a la puerta y se va.
Capítulo 27
Marco

L
os viernes por la noche solían reservarse para las orgías. Siempre iniciaban
en la gruta del sótano, alrededor de la piscina, el tramo azul de la
perversión sexual, las frías profundidades llena de los cuerpos más bellos
de Manhattan; hombres y mujeres por igual, sus figuras desnudas brillando en la
pálida iluminación, sus chillidos juguetones que se volvían más carnales a medida que
avanzaba la noche y aparecía más champán. A Vince le encantaba todo, la belleza del
cuerpo de una mujer, la fuerza de un hombre; y bebería, coquetearía y nadaría hasta el
momento en que subíamos y dejábamos a todos con su libertinaje.
Odiaba los viernes, me aburrí del buffet constante de cuerpos desnudos y de los
hombres, las ofertas, las presiones, del acoso que venía con tener un cuerpo y un pene
con el que no se les permitía jugar. ¿Decirle a una mujer o a un hombre gay que no
podían tocar algo? Era lo mismo que sumergirlo en oro y espolvorearle cocaína
encima.
Y yo siempre era intocable, esa regla se estableció desde ese primer momento en
117
ese baño. Era de Vince, de nadie más. Y él era mío. No éramos una pareja que
intercambiábamos o compartíamos. Y no era, como solía decirme, su maldito asunto lo
que hacíamos cuando estábamos solos.
Ahora, entro al área de la piscina e intento recordar la última fiesta de viernes
que tuvimos. Fue antes de ese viaje a Francia, en el que Vince se mareó, y me
preocupé, y visitamos esa clínica en París. Ese fue el viaje en el que una resonancia
magnética entregó malas noticias, y llegamos a casa con una línea de tiempo marcada.
Una línea de tiempo que era incorrecta, demasiado optimista, su fecha de vencimiento,
una que todo el dinero en el mundo no pudo extender.
¿Hace diez meses? ¿Eso era todo lo que había pasado? La puerta detrás de mí se
abre y veo a Paul, uno de los mayordomos de la casa, hacer una pausa en la entrada.
—¿Va a tomar un baño? —Duda—. Puedo calentar toallas y preparar la sauna.
—No. —Niego—. Me voy a ir a la cama.
—Ciertamente. ¿Cierro la cocina por la noche?
Asiento, volviendo a la piscina y mirando el agua girar lentamente. Vince amaba
esta piscina, solía nadar todas las noches en ella. A menudo tomamos decisiones
dolorosas con una carrera, nuestro talento era muy igual a pesar de las diferencias en
nuestra edad. La había llamado su “Fuente de la Juventud”, una frase que siempre
decía con una sonrisa irónica, la broma era tanto sobre las fiestas como de los
beneficios para la salud.
Ahora, la broma cae. Miro hacia arriba y pienso en los seis pisos encima de mí, el
personal en todos los niveles, los almohadones de relleno, las superficies con polvo y
esperando su próxima oportunidad de dar servicio.
Vive bien, decía.
Pienso en Avery y me pregunto qué estará haciendo.

No tenía que ser tan idiota. Lo sabía, incluso mientras lanzaba insultos y
amenazas. Podría haber sido más amable con ella. Pero en la década pasada, ser un
idiota se había convertido en mi arma. Evitaba que mi personal se volviera mi amigo,
que alguien se acercara demasiado. Construir un muro entre el mundo exterior y yo
ha sido la forma más fácil de mantener mi secreto a salvo. Y a Vince realmente le
gustaba mi espinosa personalidad. Le gustaba ser el mejor de los dos. Le gustaba ser el
único que pudiera hacerme sonreír. Le gustaba el aire de inalcanzable que retrataba. Y
le gustaba cuando era su perro guardián, su protector de privacidad, su valla de púas
que mantenía a raya a los plebeyos.
Siempre fue el policía bueno y yo siempre fui el malo, y es difícil apagar ese
interruptor solo porque está muerto.
Entro en el ascensor, aprieto el botón del último piso y me apoyo contra la pared.
Cuando sube, pienso en su rostro, la forma en que sus pupilas se dilataron, su rostro 118
pálido. Probablemente esté en el avión a Detroit ahora, aplastada entre gordos
hombres de negocios, con una bolsa de anacardos a medio comer en su regazo, una de
esas estúpidas almohadas acunándole el cuello. O tal vez ya aterrizó, con sus botas de
combate cruzando una terminal abarrotada, en camino hacia su auto.
Es bueno para los dos que ella se fuera. Quise decir todo lo que dije. Desgarraré
la privacidad de su vida, de su familia y de sus amigos. Tengo, como le mencioné,
ochocientos cincuenta millones de razones para hacerlo.
Todo lo que ella tiene es una foto.
El ascensor suena silenciosamente, deteniéndose en nuestro piso, y salgo. Las
puertas de la suite principal están abiertas, pero las ignoro y me dirijo al vestidor. Al
entrar, las tenues luces iluminan las filas de ropa, la mitad protegidas por vitrinas de
vidrio.
—¿Qué pasa con el anillo? —Sostengo mis brazos con fuerza y miro el agua, mi
aliento empaña el aire, las puntas de mis orejas helándose con el viento.
Vince mira su mano y acerca el puro, sosteniéndolo entre sus labios y prendiendo el
encendedor. No dice nada, intenta encender el puro y, una vez que lo hace, inhala
bruscamente y luego me lo pasa.
—Sostén esto.
Se pone los guantes, el derecho, luego el izquierdo, y el anillo desaparece bajo el
cuero y piel italianos.
—Fue de mi hermano.
—No sabía que tenías un hermano. —Inhalo del puro y observo el agua, un iceberg
que se materializa en la oscuridad, uno cinco veces más grande que nuestro barco.
—Síp. —Termina y extiende la mano, tomando el puro nuevamente—. Murió
cuando estaba en Japón. Lo golpeó un conductor ebrio mientras trotaba.
Me estremezco mientras salto un poco, tratando de mantener el calor.
—Lo siento, V.
Se encoge de hombros.
—Ya sabes cómo es. Décadas pasan antes que lo sepas. El tiempo desvanece todo.
—Chupa el puro y luego lo mira—. ¿Este es uno de los Gurkha? El sabor es extraño.
—No lo sé. Eso es lo que me dieron. Está jodidamente helado aquí.
Y eso fue todo, dos oraciones que compartían una parte de él que no conocía.
Dos oraciones en medio de Islandia.
Abro el primer joyero y miro los anillos. No era un gran portador de anillos. Era
por eso que la banda, una pieza de plata barata estampada con un patrón de algún
tipo, se había destacado. No se parecía a él, no se ajustaba a ninguno de los moldes de
moda a los que tan firmemente se adhería.
Encuentro la banda, exactamente donde debería estar, en la primera fila. Tirando
de ella, la pongo sobre mi palma, sorprendido de lo ligera que es.
119
Pienso en el Vince que conozco, un hombre tan diferente del hombre salvaje y
descuidado de esa imagen. Y sin embargo... este anillo. Cierro mi mano alrededor y
cierro el cajón. Girándome lentamente, inspecciono la habitación, buscando un lugar
donde esconder la evidencia.

—No puedes cogértela.


Me giro hacia la declaración, un vaso de brandy medio levantado a mi boca.
—¿Disculpa?
—Con la chica de Detroit. Por la que te agitaste en la reunión. No puedes tener
sexo con ella. —John Montreal está de pie en la entrada de la biblioteca, con la
chaqueta colgando de un brazo, la corbata desabrochada y el rostro desencajado. En
este momento, no se ve como uno de los abogados más poderosos de la ciudad. En ese
punto, parece que ha sido atropellado por un tren.
—No me agité. —Hago una mueca, luego inclino el vaso hacia atrás, tomándolo
todo en un solo trago fluido.
—Por favor. —Lanza su chaqueta a la barra y asiente a Tony—. Dame dos de lo
que sea que tengas. Y luego danos algo de privacidad.
Sonrío, viendo los tragos golpear la parte superior de la barra, los cubitos de
hielo se distribuyen rápidamente.
—No puedes seguirme el ritmo, viejo.
—Oye. —Me señala en advertencia—. Respeta a tus mayores.
Es gracioso que no sea mucho más grande que yo. Tal vez diez años, máximo.
Comparado con Vince, es prácticamente de mi edad. Digo eso y niega.
—Tengo al menos tres veces la sabiduría que tú. Tienes que contar eso.
Ignoro esa lógica y empujo mi vaso vacío al lado de los otros dos, mirando
cuando se llena.
—Gracias, Tony.
—De nada, jefe. —Limpia la barra y se va, saliendo de la habitación y dejándonos
solos.
Miro a John.
—¿Por qué me siento como si estuviera en la oficina del director?
Toma un gran sorbo de la primera bebida, mantiene el licor en su lengua durante
un largo momento, luego traga.
—Voy a cortarte el pene si no mantienes las manos para ti mismo. Tiene
cincuenta tipos diferentes de responsabilidad, todas dentro de ese cuerpo sexy. —Me
mira—. ¿Entiendes?
120
—No es que haya algo ilegal sobre lo que tú y Vince hicieron. O que cualquier
parte de ello anulara su testamento. Pero no tengo que decirte lo mal que se verá si
eso se sabe. No quiero que eso sea su legado.
—¿Crees que yo sí? —Me siento en el taburete más cercano y paso una mano con
fuerza por mi cabello—. Pero tampoco quiero que sea mi sentencia por el resto de mi
vida.
—Sabías esto. Lo supiste, cuando estuviste de acuerdo con todo esto, para qué
firmaste.
Pero no esperaba que Vince muriera tan joven. Pensé que sería viejo cuando
pasara. Y no pensé que estaría tentado. Esa era la verdad del asunto. Pensé que, por el
resto de mi vida, sería feliz con sexo ocasional con extraños que nunca volvería a ver.
Pensé que era feliz con una vida que no implicara amor, relación o algo parecido.
Siempre lo fui antes. Nunca, en los veintiséis años anteriores a conocer a Vince, nunca
había deseado algo de eso. Había sido, por mis primeras dos décadas de vida, frío y sin
corazón. Y asumí que siempre lo sería.
Pero ahora, solo cinco días después de la muerte de Vince, he cogido con una
extraña y he sido abandonado a mi suerte. Se siente como un yunque sobre mi pecho,
inmovilizándome en el suelo, y la idea de ocultar mi sexualidad por el resto de mi
vida... me mata.
¿Cómo cambió todo tan rápido?
Me inclino, mis antebrazos apoyados contra la madera.
—No lo sé. Ignora lo que estoy diciendo. Probablemente es el dolor hablando. Yo
solo... necesito unos días para entender esto.
—Pero entiendes por qué necesitas alejarte de esta mujer.
Mantengo mi cabeza baja, pasando las uñas a lo largo de mi cuero cabelludo, y
preguntándome cuánto decirle. Por un lado, podría usar el consejo. Por otro lado, mi
orgullo está recibiendo un gran golpe por esto. Finalmente miro hacia arriba y
encuentro sus cansados ojos.
—Puede… ser demasiado tarde para eso.
Para un hombre entrenado para no reaccionar, hace un mal trabajo.
—Pasaron cuatro horas, Marco. ¿Qué hiciste, hacerla tropezar en el
estacionamiento con tu pene?
Frunzo el ceño.
—No. Fue... antes de eso. Antes de saber quién era. La encontré en la calle de
nuestra casa. Necesitaba un aventón. Una cosa... una cosa llevó a la otra.
—¿Y tuviste sexo con ella?
—Sí.
—Maldita sea. —Camina alrededor de la barra, toma la primera botella que ve y
121
sirve una generosa porción en su vaso—. No tienes idea…
—Tengo todas las ideas. —Interrumpo—. Confía en mí. Todo lo que he estado
haciendo, desde que descubrí quién era, ha sido imaginar las posibilidades. ¿Crees que
no entiendo lo que está en juego?
—Entonces, sabe que eres heterosexual. —Levanta el vaso, su nuez de Adán se
balancea. Cuando lo baja, chasquea los labios y sisea ante la quemadura, una cuarta
parte de la bebida se fue.
—No —le digo, corrigiéndolo—. No creo que piense que soy heterosexual. No lo
sé... mierda. No sé lo que piensa. Pero no me ha acusado de ser heterosexual. Y, no
importa. Si se trata de eso, tenemos el contrato entre Vince y yo.
—Y si va a la prensa, ¿entonces qué? ¿Qué pasa si no es su hija, se enoja, y en un
ataque de ira va a la prensa? ¿O te chantajea?
Chantaje. Eso es lo principal que me ha atormentado, desde que escuché su
nombre. Tiene razón. Es una preocupación válida. Y, si esa era o no su intención desde
el principio o un gran regalo que aterrizó en su regazo, no importa. Estaría ciega para
no verlo. ¿Y cuánto pagaría para mantener este secreto?
¿Diez millones? ¿Cincuenta? ¿Cien?

122
Capítulo 28
Avery

—N o puedo soportarlo más, Andrei. No tengo trabajos para ellas.


—Paso por la lista de mujeres y me siento enferma. Cuarenta
y dos. Cuarenta y dos mujeres llegando al JFK en una semana,
sin ningún sitio adónde ir—. No entiendo cómo sucedió esto. ¿Es culpa de Koruk?
—No sé dónde se rompió la comunicación. Solo sé que tengo un montón de visas
aprobadas con la fecha de la semana que viene en ellas.
Joder. Necesitaba estar en casa. Necesitaba estar encontrando compañeros de
piso y llamar a clientes, encontrando cuarenta y dos puestos donde pudiese ponerlas.
—Déjame resolver esto.
—Lo siento. Odio ponerte en esto.
—Lo resolveré. —Cuelgo el teléfono y aparto el pensamiento de las llegadas de
mi cabeza, estirándome hacia delante y poniendo el video en marcha. Miro la
grabación, las palabras de Marco todavía sonando en mi mente. 123
Vince es, era, gay. No gay como yo, que puedo arreglármelas para follar a una
chica y correrme. Gay. Pasé diez años en su cama. Diez. Años. Desayuné con él todas las
mañanas. Viajé por el mundo con él. Escuchando cada historia e interviniendo en cada
decisión. Fuimos a orgías juntos, por el amor de Dios. A todos los festivales sexuales
masculinos. Él era GAY. Me quería, no... no a esta campesina ignorante.
Rebobino y vuelvo a ver el video, una grabación corta donde Vince Horace
sujetaba el cuello de Marco y se inclinaba, besándolo en la mejilla. Se detiene, su rostro
muy cerca del de Marco y hay un momento donde los hombres se miran a los ojos.
Marco dice algo y Vince sonríe. Se giran hacia la multitud. Rebobino el video, lo pongo
en marcha y lo miro de nuevo.
No sé qué estoy buscando. Es el vigésimo video que he observado y son todos lo
mismo. Dos hombres, cariñosos el uno con el otro. No puedo encontrar un tórrido
beso en los labios o manoseo, pero ninguno de estos eventos son lugares donde
esperaría algo así. Todas estas grabaciones son de escenarios, entrevistas, premios y
desfiles de moda.
Cierro el ordenador, alejándolo de mí. Saco un pie de la manta y me tumbo de
espaldas, apretando la almohada debajo de mí y mirando el techo. No sé por qué
todavía estoy aquí. Estaba en el aeropuerto, tenía el billete en la mano y no pude
subirme al avión. Solo permanecí allí, como una idiota, recibiendo codazos y siendo
empujada por pasajeros ansiosos, todos apresurándose hacia las puertas. No pude
montarme en el avión y huir con el rabo entre las piernas.
No soy el juguete de Marco Lent para que me dé órdenes.
No estoy loca.
Y no soy de las que se asustan.
Pero… tampoco estoy deseando poner mi vida en peligro. No estoy preparada
para cualquier bola de demolición con la que él esté amenazando aplastar mis
negocios y las vidas de las mujeres que confían en mí. Si algo me ocurre, si la policía se
entromete y lo descubre todo, serán deportadas, yo seré encarcelada, e Ivan K., o
algún otro imbécil, tomará mi lugar.
No puedo dejar que eso suceda, menos en esta ciudad, mi terquedad los pone a
todos en peligro.
¿Es equivocado que quiera saber quién es mi padre? Claro, Vince Horace es gay.
Pero también lo es Marco Lent. Y el escozor entre mis piernas es una prueba que los
hombres gays pueden cometer errores. Los hombres gays pueden ser tentados. Los
hombres gays pueden tener momentos de locura.
Giro en la cama, me llevo las rodillas al pecho y pienso en mañana. No tengo ni
idea qué haré. Tal vez por la mañana, esta pelea no parecerá que merezca el riesgo. Tal
vez entonces, retirarse parecerá una mejor opción, y mi terquedad, por una vez en mi
vida, se rendirá convenientemente.
Cierro los ojos y pienso en él. Sus manos en mis caderas, su polla dentro de mí.
Gruesa. Llenándome. Su torso apartándose mientras llevaba su boca a mis pechos,
dando besos a lo largo de sus curvas y chupando los pezones en su boca. Tan diferente
del hombre que se había enfrentado a mí en la sala de conferencias. Cierro los ojos y la 124
necesidad arde entre mis piernas.
Capítulo 29
Marco

—D
ios, estás mimado.
Me giro en mi asiento y veo a John entrar en la cocina,
su traje planchado y su limpio afeitado no delatan su ruda
noche, una en la que estuvo involucrado demasiado alcohol
e historias de Vince que hicieron que mis mejillas dolieran de tanto sonreír. Ahora,
solo mi cabeza duele. Me estiro y toco el taburete junto al mío.
—Siéntate. Paul te atenderá.
El abogado se sienta en el banco, buscando un lugar para colocar su chaqueta y
uno de los asistentes aparece.
—Gracias. —Acercándose a la isla, mira hacia el otro lado del mostrador y
asiente hacia el chef—. ¿Tú eres Paul?
—Sí, señor. Le estoy haciendo al señor Lent una tortilla de cangrejo, ¿le gustaría
una? 125
—Eso estaría muy bien, gracias.
—También tráiganle un jugo. —Levanto mi vaso y capto la atención del
ayudante del chef—. Betabel extra.
—No me gusta el betabel —gruñe John, inclinándose hacia atrás mientras una
servilleta es colocada sobre su regazo.
—Sí, pero a tu resaca sí le gustará.
Paul empuja hacia adelante un plato de peras rebanadas, cada una cubierta con
queso azul y envuelta en prosciutto.
—Para la espera.
—Jesús. —John se estira y levanta una del plato—. ¿Sabes que alguien planchó
mi traje y lustró mis zapatos anoche? Y había un tipo en mi baño esta mañana.
—¿No tienes ayudantes en el baño de tu casa? —Sonrío y hago un gesto ante el
dolor que punza en mi sien.
—Anda y búrlate. Si no tuviera mi estilo de vida de soltero que proteger, me
mudaría. —Observa el vaso frío que es colocado ante él, levantándolo tentativamente
como un niño aproximándose al brócoli—. ¿Tienes una Tablet por algún lado? La
revisión de antecedentes de tu novia llegó.
—Ellos conseguirán una. —Mastico una pera y tomo de mi jugo, una mezcla de
naranja y zanahoria, ignorando su referencia de “novia”—. ¿Ya sabes algo sobre ello?
—Intenté abrirlo en mi teléfono, pero el archivo era demasiado grande. Mi
asistente no dijo nada al respecto.
Observo mientras Paul levanta el sartén y toma un plato.
—¿Todavía no recibes nada de parte de su abogado?
—Nop. —Revisa su teléfono—. Justo en este momento, todavía están esperando
avanzar. Tal vez no fuiste tan convincente como pensabas.
Una Tablet es entregada, desbloqueada y colocada ante él.
—Gracias.
—Tienes que dejar de agradecerle al personal. A este ritmo, se acostumbrarán a
ello y su lengua se caerá por uso excesivo. —Eso le digo y se ríe, sin mirarme mientras
ingresa a su correo electrónico.
—Eres un idiota, ¿lo sabes?
Me encojo de hombros, terminando lo último de mi jugo y llevándolo hacia
adelante.
—Les pagamos lo suficiente para compensar por ello. —Yo. Yo les pago lo
suficiente. ¿Cuánto tiempo le tomará a mi cerebro entender que Vince se ha ido?
—Eh. —Da un vistazo a la Tablet, su dedo deslizándose por un documento.
—¿Qué? —Extiendo mi mano pidiendo la Tablet.
Me despide con su mano.
126
—Espera un segundo. Déjame terminar.
Es una agonizante espera, una que utilizo para ir al baño. Para el momento en
que regreso a la cocina, la Tablet está frente a mi asiento y él está comiendo, su
tenedor raspando la porcelana.
—¿Cuál es el veredicto? —Me siento y levanto el aparato.
—Tu chica es una criminal.
—¿En serio? —Reviso la primera página, que es un montón de contenido
aburrido. Altura. Peso. Hospital donde nació. Sigo bajando.
—La mayoría son delitos menores. Agresión. Huir de la escuela secundaria
cuando tenía quince. Robos insignificantes. Parece que tiene nexos con algunos
mafiosos en Detroit.
—Pensaba que los mafiosos ya no existían.
Se ríe.
—¿En serio? ¿El niño bonito con calcetines calientes junto a su cama cada
mañana no sabe sobre los bajos fondos criminales de la sociedad?
—Oye… —digo bruscamente, levantando la mirada—. No me digas que no te
gusta eso. A todos les gustan los calcetines calientes. Esos son calcetines de cachemira
de Vince Horace, por cierto. Podrías venderlos en eBay si tienes problemas de dinero.
—Y son la perfección. Aun cuando se deshacen a la sexta o séptima puesta. Hay una
razón por la que nadie compra las malditas cosas, además de nosotros. Por doscientos
dólares el par, la gente tiene esta ridícula expectativa de longevidad. En calcetines.
Calcetines. No lo entiendo. O eres adinerado o no lo eres. O vistes calcetines de nueve
dólares o conscientes a tus malditos pies.
Vi el primer arresto y dejé de avanzar. Detenida por sospecha de prostitución.
—¿Es una prostituta? —Oh Dios mío. Me dejé atraer por una maldita prostituta y
follé con ella sin condón. He estado aquí sentado, con una polla que probablemente
esté a punto de…
—No. Sigue leyendo. Estaba con una prostituta, se involucró en una discusión
con un proxeneta y alguien llamó a la policía. Se aclaró en la estación. ¿Tienes algún…?
Oh, gracias. —Toma la mantequilla.
—¿Quiere que ponga la mantequilla en su pan, señor?
Duda, con una pieza de pan tostado en la mano.
—Ah, no. Gracias. Yo lo haré.
—Entonces, no es una prostituta.
—Nah. —Embarra una generosa cantidad de mantequilla en el pan—.
Desafortunadamente para nosotros. Quiero decir, si fuera el caso. —Lo fulmino con la
mirada, se ríe, llevando al pan hacia arriba—. ¿Qué? Mi lealtad es con la herencia, no
con tu… —Mira hacia la ocupada cocina y detiene la declaración—. Sigue leyendo.
El segundo roce de Avery McKenna con la ley fue un año después cuando fue
arrestada por comportamiento alborotador e indecente. Nuevo Orleans. Marzo 2012. 127
Esta vez leo las notas sin preguntarle a John. McKenna expuso sus pechos a la multitud.
Se involucró en una disputa verbal con el oficial, luego le ofreció favores sexuales. El
sujeto dice que estaba bromeando.
—Dios. ¿Cuánto más de esto hay ahí?
—¿Ya llegaste a Nueva Orleans?
—Sí.
—Solo uno más. Está interesante. —Se levanta del banco y viene para pararse
detrás de mí, mirando por encima de mi hombro.
Incautación de efectivo. Hace dos años. Parece que una revisión encontró…
setenta mil dólares en efectivo. Lo incautaron hasta que pudiera comprobar el origen
del dinero. McKenna mostro retiros en el banco que equivalían a una suma mayor al
monto, con fecha de un mes atrás y los fondos fueron regresados.
—¿Qué pasó con eso?
—No lo sé. Drogas, si tengo que adivinar. Lo que sea que sea, es bueno para
nosotros, algo con que presionarla.
—Sí.
—Sigue bajando, hasta sus activos.
Bajo, viendo la identificación de tres propiedades. Hago clic en el primero.
—¿Qué es… un complejo de apartamentos? Eso es inesperado.
—Pago tres millones por él. Hay un segundo por el que pagó casi cinco.
Aparentemente, está en el negocio de los bienes raíces.
Así que, la inversión… o como jodidos fuera que lo llamara… era una mentira.
Hice clic en la tercera propiedad, que parecía ser su casa. Tres dormitorios, tres baños.
Pagó… bajé. Doscientos nueve mil dólares por ella, hace seis años.
Las preguntas aumentan y Avery McKenna, kamikaze de Rolls Royce, seductora
de hombres homosexuales, peleadora contra proxenetas y magnate de los bienes
raíces, acaba de volverse mucho más interesante.
Hago a un lado la Tablet.
—Así que, la mala noticia es que, no está en bancarrota. Tiene los fondos para
pelear contra nosotros por esto. Y sabes… —John se inclina hacia adelante, tomando
un tenedor y girándose hacia mí—. Simplemente puede ser más fácil hacer una prueba
de paternidad y terminar con esto, sin tener que volverse desagradable.
—Ordenamos una prueba de paternidad y estamos arriesgando a que la prensa
se entere y dándole validez a su reclamo. Tiene una maldita fotografía, John. Nada
más. Una foto que luce vagamente como Vince.
Me mira y en esos ojos inyectados en sangre, veo un dejo de miedo.
—Es más que vaga, Marco. Se parece mucho a él.
—No estaba en LiveAid —insisto y la mentira se siente amarga en mi lengua.
Como un poco de huevo y cangrejo y mastico furiosamente. 128
—¿Estás seguro de eso? —Me fija con una mirada y nosotros, yo, no le pago a
este tipo para interrogarme.
—No haremos la prueba de paternidad. —Me giro hacia mi plato—. Y escucharás
de su abogado hoy. Se terminará todo. Ella se irá. —Arranco un pedazo de pan con los
dientes y evito su mirada.
Detrás de mí, alguien se aclara una vieja garganta, y me giro para ver a Edward,
quien juro por Dios que tiene una sonrisa en su rostro.
—Señor Lent, tiene un invitado en la puerta principal. Una tal señorita Avery
McKenna.
—Me puedo quedar. —John habla en un susurro, mientras caminamos por el
amplio pasillo y hacia la sala del frente.
—No tienes que quedarte.
—Creo que sí.
Le ignoro, rodeando la esquina y caminando por el amplio pasillo, mis botas de
vestir repicando sobre el suelo de mármol. A ambos lados, hay Warhols alineados en
el pasillo.
—Ve. Ve y maneja todas las cosas que tienes que cubrir por mí en este momento.
Hablaré con ella. Puedo con esto.
—En realidad, no puedes manejar esto, o no estaríamos en esta situación. —
Agarra mi brazo y se pone delante de mí, bloqueándome el camino—. Tenemos que
tener un frente unido y organizado, y podemos hacerlo a través de cartas y
documentación, y llamadas telefónicas a su abogado. Créeme cuando digo que nada
bueno puede salir de ustedes teniendo una conversación.
—No estoy de acuerdo. —Me agacho y libero mi brazo de su mano—. Ahora ve.
Te llamaré esta tarde.
Se queda en su sitio y me mira como si me pudiera controlar con solo la fuerza
de su mirada. Nuestra base es desigual, él y yo, nuestra relación, sin Vince, todavía
nueva. Está acostumbrado a diez años de mí siendo el subordinado que rara vez habla.
Pero ése ya no es mi papel y si tengo que físicamente arrojarle fuera de mi casa para
probarlo, lo haré. En este momento, no estoy del todo cuerdo. En este momento, me
estoy volviendo loco.
—Bien. —Levanta sus manos en señal de rendición, las palmas de sus manos
frente a mí—. Me iré. Simplemente, por el amor de Dios, no la toques. —Duda, da un
paso atrás y se va.
Edward espera, una mano en la puerta de la sala, y una digna ceja levanta.
—¿Vamos, señor? 129
—Sí —espeto—. Creo que vamos.
Ella está sentada en la sala, enmarcada por Monets originales, que valen dos
millones cada uno. Vuelve a llevar unos vaqueros rotos, botas de combate, y una
camiseta holgada de cuello redondo con una versión tatuada de Marilyn Monroe
grabada en la parte delantera. A medida que me acerco, se levanta, una cadera hacia
afuera y sus brazos cruzados sobre su pecho.
—Pensé que te dije que te fueras. Que volvieras a Detroit.
—Lo hiciste. —Inclina su cabeza hacia un lado, y su cabello está como la noche
en que la conocí. Salvaje e indomable, en extrema necesidad de un tratamiento de
acondicionamiento profundo y un servicio en nuestro salón—. Y no lo hice.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Podrías, pero sería redundante. Ya sabes por qué estoy aquí. Y sabes lo que
hace falta para que me vaya. —Se encoge de hombros—. No estoy pidiendo mucho.
—Solo la sangre de hombre más grande de la moda.
—Eh. —Ella cambia su peso y arruga su rostro—. No es para tanto. Tengo un
montón de él corriendo por mis venas.
Ja. Me reiría en voz alta si viera algo de humor en esta situación.
Se da la vuelta, girando lentamente hacia un lado y observando la habitación.
—Bonito alojamiento.
¿Bonito alojamiento? No creo que nuestra casa haya sido jamás descrita de esa
manera. Aprieto mis labios antes que un insulto salga.
—Así que... —Me sonríe—. ¿Puedo tener un recorrido?
Absolutamente no. Probablemente esté inspeccionando el lugar, y tenga algún
dispositivo de grabación pegado a la blusa, abrazado a esos deliciosos pechos. Apuesto
a que…
—Ciertamente, señorita McKenna. —Edward da un paso adelante, su altivo
acento inglés casi cálido mientras habla—. Si me siguen por aq… —Levanto mi mano.
—Absolutamente no. ¿Qué demonios haces aquí? Déjanos solos.
—Señorita McKenna. —La vieja cabra me ignora, como si no hubiese estado a mi
servicio durante una década, como si no dependiera de mi cheque para su, oh espera.
No lo necesita. Gracias al generoso testamento de Vince, el personal de la casa
obtendrá el dos por ciento de su patrimonio. El dos por ciento del valor antes de
impuestos de mil millones de dólares, no puedo hacer las jodidas matemáticas, pero si
tomas ese número, y lo divides por veinte, estoy bastante seguro que el viejo Edward
aquí tiene un montón de pechos falsos y champán en su futuro—. ¿Puedo traerle algo
de té? ¿O tal vez café?
—Té sería muy bueno, gracias. —Ella sonríe, él sonríe, y aquí nadie parece
recordar que esta es mi casa, y ella se está yendo.
Se gira, y chasqueo mis dedos hacia él. 130
—No le traigas su té. Vete… lejos a algún lugar. Déjanos solos.
Resopla, y voy a tener que despedirlo. No entiendo cómo todo se puede ir a la
mierda cuando Vince muere. El personal está fuera de lugar, hay una extraña
frustrante en nuestra casa, un imperio aparentemente en juego… esto no es lo que
quería Vince. Vive bien, dijo. Vive jodidamente bien.
Esto no es bien. Esto es anarquía.

Ella agarra la taza de té como una bárbara, y cuando la levanta a su boca, veo el
esmalte oscuro astillado en sus uñas. Edward deja una servilleta limpia y un plato de
bollos de arándanos, y juro por Dios que, si le ofrece una cosa más, voy a tirar el bollo
más cercano a su cabeza.
Se endereza, hace su pequeña reverencia de mayordomo, y se va.
—Así que. —Deja la taza de té y alcanza un bollo—. Estaba pensando que tal vez
podríamos negociar. —Veo como rompe una esquina del bollo y se la lleva a sus
labios. Dios, esos jodidos labios. Todo lo que se necesita es una mirada a ellos, una
acción suya, y soy un desastre furioso de hormonas.
Aparto mi mirada y pretendo quitar algo de la manga de mi traje.
—¿Negociar sobre qué?
—Bueno. —Hace una pausa para terminar de masticar—. Estaba pensando que
podrías dejarme hacer una prueba de paternidad, y podría mantener tu pequeño
secreto.
—No tengo un pequeño secreto. —Me siento en la silla frente a ella, los sillones
lo suficientemente lejos como para sentirme seguro.
—¿En serio? —Examina una pieza de pastel de arándanos antes de metérselo en
la boca, y jódeme, ella es agravante—. Siento como si lo tuviera.
—Siento como que estás conjeturando.
Mi mirada la sigue cuando se pone de pie, sacudiéndose las palmas, las migajas
del bollo cayendo a la alfombra como brillantina. Da un paso hacia mí, y me tenso
cuando no se detiene, una pierna balanceándose sobre la mía, su peso bajando
mientras se pone a horcajadas sobre mi regazo.
—Siento que deseas follarme en este momento —susurra.
Tiene razón. Tengo los antebrazos sobre el terciopelo, con mis manos colgando
de los extremos de los reposabrazos, y adopto la expresión más aburrida que puedo.
—Eres terrible leyendo a la gente.
Me mira e inclina su cabeza. La última vez que estuvo en esta posición, mi polla
estaba dentro de ella, una rígida y gruesa dentro de una perfección caliente. Mis
manos aprietan los brazos de la silla y luchan por no moverse. 131
—Así que... ¿no estás duro ahora?
—No. —Pone su mano en mi pecho, deslizándola por el jersey de cachemir y
hacia mi polla, que es un ariete apenas contenido por los pantalones. Libero mi agarre
de la silla y atrapo su mano derecha antes que llegue a mi cinturón—. Para.
—¿Parar con qué?
—¿Es esta la forma de negociar las cosas en Detroit?
—Estás cambiando el tema.
—Estoy tratando de conseguir que salgas de mi regazo.
—Volvamos a nuestra negociación. —Libera su mano de la mía y la apoya en el
respaldo de mi silla, inclinándose hacia delante, su rostro cerca del mío.
El cuello de su camisa se desliza sobre un hombro y veo el tirante de su
sujetador. Rojo. Costura de oro. El mismo de ayer. Alargo mi mano y pongo la camiseta
de nuevo en su lugar. Sus ojos encuentran los míos y mi autocontrol se agrieta, mi
palma arrastrándose hacia abajo por la parte delantera de su camisa, ahuecando la
tela contra su cuerpo, sintiendo todo lo que quiero ver. Ella inhala, y quiero darle un
tirón a su camisa y tirar abajo su jeans. Apuesto a que sus bragas están mojadas.
Me aclaro la garganta, mi mano colocándose y apretándose alrededor de su
cintura, estirando la tela prieta contra sus pechos.
—Te dejaré negociar conmigo, si… —Elevo mi mirada y la fijo en su rostro.
—¿Si qué?
—Si puedo hacer lo que quiera, mientras propones tus términos.
Su rostro se ruboriza, su respiración se acelera, y abre sus labios mientras lo
piensa. Sus ojos me miran, mi mano se aprieta en su cintura, y asiente, un movimiento
rápido de aceptación.
Muevo mi otra mano a la cintura de sus vaqueros y abro la cremallera.
—Habla.

132
Capítulo 30
Avery

S
u mano se agarra a mi cintura, sus dedos acarician la piel a través del
delgado material de la blusa. Miro hacia abajo, viendo cómo su mano abre
la cremallera de mis jeans. Arrastra la cremallera hacia abajo y el satén rojo
de la tanga aparece a la vista. Sus ojos se oscurecen, su mandíbula se tensa, y las
yemas de sus dedos se deslizan por las costuras de encaje de las bragas.
Habla. Debería estar hablando, presentando mi caso de una manera lógica e
inteligente. Cierro los ojos, levanto la cabeza y trato de encontrar un proceso de
pensamiento que no implique desnudez.
—No crees que Vince es mi padre.
—No, no lo creo. —Suena tan tranquilo y en control. Desliza su mano más lejos,
trabajando en el apretado ajuste de mis jeans. Sus dedos encuentran mi clítoris y lo
acaricia a través de la seda.
—Entonces, ¿cuál es el daño en...? —Oh Dios. Mi mano cae sobre su hombro y
clavo mis uñas en la suave tela de su suéter. 133

—No estás negociando. Estás pidiendo un favor.


—Bien. —Tomo su cinturón, mis dedos arañan la hebilla, y permite que
suceda—. Como crees que es una idea estúpida, déjame hacer la prueba. A cambio, no
le diré a nadie que el novio de Vince Horace, me folló.
—¿En qué momento? —Desliza sus dedos más hacia abajo, la presión firme
empujando la seda contra la humedad. No sé cómo lo hace. Con solo mirar, estoy
húmeda. Con un toque, soy arcilla.
—¿Qué?
Se sienta de repente y tira de mis jeans hacia abajo, el nuevo ángulo le da a su
mano más libertad. Pone las bragas a un lado y empuja dos dedos hacia adentro.
—¿Sobre cuál ocasión vas a contarles? ¿En Spring Lake, o ahora?
La pregunta engreída, justo cuando sus dedos se hunden dentro de mí, me
molesta un poco. Mi cuerpo se derrumba de placer, pero mi mente lucha,
retrocediendo.
—No. —Retiro mi mano de su hebilla y agarro su muñeca. Sus dedos dejan de
moverse, sus ojos se mueven hacia los míos. Empujo su pecho y su mano se afloja
mientras empujo su cuerpo y me levanto—. No vas follarme. —No sé de dónde viene
la declaración o por qué, justo ahora, me siento tan resuelta, pero es en serio. No va a
follarme. No aquí, con sus mayordomos parados al otro lado de la puerta. No ahora,
mientras trato de negociar algo que afecta mi vida entera.
Fue una decisión ridícula, montarme a horcajadas sobre él, intentar usar mis
artimañas femeninas para influir en él. En esa batalla, yo era un ratón que venía a una
pelea de perros, más propensos a ser devorados que a asestar un golpe.
Doy un paso atrás y sus ojos arden. Se inclina hacia adelante y levanta una
servilleta caída, mi estúpido bollo todavía medio devorado en un plato al lado de mi
silla. Manteniendo esa mirada en mí, se limpia la mano.
—Entonces continúa con esta propuesta.
—Esa es. Mantendré la boca cerrada y me dejarás hacer la prueba. Obtendré los
resultados y seguiré mi camino. —Me arreglo el pantalón y lo cierro, y abrocho el
botón. ¿Qué había esperado que sucediera? Dijo que lo dejara hacer todo lo que
quisiera.
—Tengo que decir —reflexiona—. Esta no es la reacción que esperaba que
tuvieras.
—Sí. Yo tampoco. —Tiro del cuello de mi camisa—. ¿Hace calor aquí? Se siente
caliente.
No responde, y me alejo, hablando demasiado rápido en un momento en que
debería callar.
—No quiero que vayas a Detroit. O que husmees mi negocio. Pero no puedo 134
dejarlo así. Simplemente no puedo... —Dejo escapar un suspiro—. Me destrozará. El
no saber. No me gusta no saber las cosas.
—No es tu padre. Confía en mí en eso.
Dejé escapar una breve risa.
—Sí. Sin ánimo de ofender, pero no confío en ti en absoluto.
—Eso nos hace dos. —Acaba de limpiarse los dedos y arroja la servilleta a la
mesa, fallando la superficie. Se cae al suelo y la ignora por completo.
Yo tampoco confiaría en mí. Desde el principio, he sido muy mala, aunque no fue
intencional. No había esperado saltar delante de su auto, pedir un aventón, pasar la
noche y tener sexo con él; todo sin decirle quién era o por qué estaba allí. Y aún hoy,
apareciendo sin anunciarme, haciendo toda esta ridícula rutina de subirme a
horcajadas en él con galletas y migas en mi boca, me sorprende que incluso tenga esta
conversación conmigo. Me sorprende que no haya llamado a la policía, me haya
echado a la calle y me haya acusado de chantaje. Porque eso es lo que estoy haciendo,
de alguna manera retorcida. Estoy amenazando con contarle a alguien acerca de
Spring Lake a menos que me otorgue acceso a una prueba de paternidad.
A lo que debería tener acceso de todos modos.
Que podría obtener, si Andrei y yo los llevamos a la corte.
¿Es un chantaje si recibo lo que se me debe? Sí. Creo que todavía lo es. Y decir
que se me debe es exagerar, teniendo en cuenta mi hipótesis tan débil.
—Aquí está el problema. —Echa un vistazo a su reloj y luego continúa—. Tu
palabra no significa mierda. Me dices que mantendrás la boca cerrada, te doy una
prueba de paternidad, y luego hablas sobre mi pene gigante a GQ. —Se pone de pie, se
lleva una mano al bolsillo y saca un teléfono celular—. Entonces, esto es lo que
haremos. Firmarás un acuerdo renunciando a tu derecho a cualquiera de los activos
de Vince Horace, y te daré tu prueba. ¿En cuanto a contarle a alguien sobre lo que
sucedió en Spring Lake? —Se encoge de hombros—. Al diablo. Te pintaré como una
prostituta con una hoja de antecedentes penales tan larga como mi pene. Soy un
maldito muchacho de coro que está de luto por la pérdida de su compañero. Nadie te
creerá. Y si lo haces público, haré lo que te dije antes, destrozaré tu vida y enviaré todo
lo que encuentre a los medios. —Escribe algo en su teléfono, con la cabeza gacha, su
despido tan claro como un cartel de Times Square.
Finalmente, mira hacia arriba.
—Eres una chica inteligente. Estoy seguro que verás el camino correcto a seguir.
—Se guarda el teléfono en el bolsillo—. Ahora, si me disculpas, tengo una reunión de
personal que dirigir que comenzó hace diez minutos.
No espera una respuesta. Avanza, su zapato roza la servilleta usada, y da vueltas
en el piso. Lo veo avanzar por la larga habitación y espero una mirada hacia atrás, un
reconocimiento final, algo. Espero, luego me deja sola.
Presiono mis labios y lucho contra el impulso de gritar. En cambio, pisoteo la
servilleta, mis botas suenan fuerte en el piso de mármol, cada salto dañando un poco
más el delicado papel. 135

Lo odio. Odio, odio, odio, odio, lo odio.

Es rápido. Cuando camino cuatro cuadras hacia el parque, tengo un correo


electrónico de John Montreal. Abro el archivo adjunto y me desplazo por el
documento, uno que es muy largo y parece cubrir todas las bases imaginables. Se lo
paso a Andrei, gasto diez minutos buscando algo para comer, y luego lo llamo.
—No me gusta. —La voz de Andrei es plana, y puedo imaginarlo, sentado en su
escritorio y tirando del lóbulo de su oreja. Me acerco al borde de un banco, un perro
caliente en la mano, y apoyo el teléfono celular contra mi oreja.
—Si firmo este documento, tengo la prueba de paternidad, y si soy su hija,
entonces... ¿No obtengo nada? ¿Estoy en la misma situación que ahora? —No es que
mi situación actual apeste. Hace tres días; dejando la soledad, el peligro y la vida
sexual obsoleta a un lado; estaba feliz con mi vida.
—Bueno. —Suspira—. Esta es la cosa, Avery. Puedes luchar contra cualquier
cosa. Y ellos pueden luchar contra cualquier cosa. Eso es lo jodido del asunto. Y sé que
tienes dinero, pero no tienes su tipo de dinero. Te enfrentas cara a cara con ellos en la
corte, y podrían extender esto a los próximos cinco años. Entonces, se tratará de, si
eres su hija, cuánto quieres pelear. Y si bien hay una buena posibilidad que un juez
deshaga lo que firmes, también existe la posibilidad que no lo haga, y tendrás que
ceñirte a esa decisión. Y recibir ese veredicto podría costarte un par de millones en
honorarios legales.
¿Un par de millones de dólares? No tengo un par de millones de dólares para
honorarios legales. Y lo que sí tengo está escondido en una cuenta que Hacienda
Pública, y cualquier otro cuerpo gubernamental que alguna vez sienta la necesidad de
apoderarse de mis activos; no conoce. Sacar algo cercano a esa cantidad para pagar los
honorarios legales provocaría banderas rojas que no quiero que se levanten. Tomo un
bocado del perro caliente y mastico la comida en el lado de mi mejilla para hablar.
—¿Qué crees que debería hacer?
—Bueno... estoy pensando que es mejor saber quién es tu padre y no obtener
ningún dinero, que no saber quién es tu padre. —Hace una pausa—. ¿Tengo razón?
Sí, tiene razón. Pero todavía odio firmar cualquier cosa para darle a Marco esa
victoria. Se lo digo, y Andrei se ríe.
—Tengo que decir, Avery. Nunca te he visto tan alterada. Debe ser un completo
idiota.
Dejo pasar el comentario, y pienso en Spring Lake, preguntándome cuánto de mi
ira es causada por lo que sucedió, y las cosas odiosas que Marco ha dicho desde
entonces. No sé lo que esperaba, pero supuse, después de esa noche juntos, que habría 136
un poco de afecto entre nosotros, una familiaridad que podría suavizar nuestros
intercambios. En cambio, es un cable expuesto, caliente con electricidad y a un paso de
encender todo en llamas.
—Entonces, ¿estás diciendo que debería firmar esto?
—Como tu abogado, nunca te aconsejaría que firmes algo como esto. Pero como
tu amigo... sí. Creo que deberías. Como te dije antes, podríamos ir a los tribunales y
obtener una prueba de paternidad sin esto. Pero si amenaza con profundizar en tu
vida, no estoy seguro que sea un riesgo que quieras tomar. Y sé cómo te sientes con
respecto a las chicas. No estoy seguro que sea un riesgo que quieras que ellas tomen.
No lo es. Pellizco un trozo de pan y lo tiro a una paloma que parece que está
teniendo un mal día.
—Siento que me están jodiendo en cada dirección que tomo. —Él, poniéndome de
pie, volteándome, su boca áspera contra mi cuello, sus manos empuñando mi cabello. El
empuje crudo y desnudo de él dentro de mí.
Suspira.
—Solo recuerda que hace una semana, no sabías quién era tu padre, y estoy
bastante seguro que, en tu búsqueda por él, su valor neto no era de tu incumbencia.
Mira a Vince Horace como si fuera pobre. Ignora los millones, y solo mira si es tu
padre. Porque no creo que los millones, o los miles de millones, o lo que sea que valga,
es por lo que estás en Nueva York en este momento. Quieres saber quién es tu padre.
Esta es tu oportunidad de tachar a Horace de la lista o marcar con un círculo su
nombre. Así que hazlo.
Puse el perrito caliente en mi regazo y retiré la tapa del agua embotellada.
—Estoy empezando a pensar que no te pago lo suficiente.
—¿Por esta mierda? —Se ríe—. No lo haces. Pero me pagas demasiado por otras
cosas, así que lo dejaremos pasar.
—Vaya, gracias.
—Ahora ve. Ve a ver un espectáculo de Broadway y toma selfies en Time Square.
Haz toda esa mierda de turista que le gusta a Marcia. Y envíame un mensaje de texto
una vez que tomes una decisión.
—Creo que me has convencido.
—¿Vas a firmar el acuerdo?
—Así es. —Dos palabras que parecen una sentencia de prisión.
—Bien. Busca un notario o ve a la oficina de Montreal. Envíame una copia una
vez que se haya ejecutado.
Asiento, me despido y cuelgo el teléfono. A mis pies, la paloma inclina la cabeza
confundida.
—Lo sé —digo—. He perdido la jodida cabeza.

137
Capítulo 31
Marco

N o hay ninguna reunión de personal, pero necesitaba escapar antes de


empujarla hacia delante y doblar su hermoso trasero sobre esa silla.
Camino rápidamente por la sala principal y entro en el tocador. Cierro la
puerta, me desabrocho el pantalón y agarro mi polla en un puño. Suelto un suspiro
mientras aprieto el órgano rígido que palpita hasta el punto del dolor.
—Eres tan grande —susurra las palabras, y estoy perdido en ellas, perdido en todo
menos en la sensación de su cuerpo debajo de mis manos.
La quiero de rodillas, esa expresión de nuevo en su rostro, la inseguridad en esos
rasgos cuando me agarró con ambas manos. Hago ir y venir mi mano sobre mi eje,
apoyando mi peso en el lavabo, gruñendo de alivio cuando el dolor se va al contacto.
—Por favor… —dice gimiendo y me rindo, separando sus piernas y metiendo un
dedo dentro.
Pienso en ella, tendida delante de mí, con la melena suelta y salvaje en el suelo,
sus ojos cerrados mientras la trabajaba con un dedo, luego con dos. 138

—Necesito más —suplica en un susurro y una de sus manos encuentra mi polla, sus
dedos se envuelven alrededor, su agarre comienza a moverse, para apretar, girar y
sacudirse.
La presión se acumula, oprimiendo la base de mi polla, y agito más rápido mi
mano, el agudo orgasmo, tan doloroso como placentero. Exhalo, viendo otro disparo
de esperma, la sensación se desvanece, mi polla ya está perdiendo parte de su rigidez.
Mierda. Pierdo la cabeza cuando estoy con ella. Pasé diez malditos años sin ser
afectado por las mujeres, diez jodidos años ignorándolas y centrándome en el trabajo,
y ahora no puedo estar cerca de ella durante cinco minutos sin tratar de quitarle la
ropa. La tuve en Spring Lake. La quería en esa sala de conferencias. Casi la forcé hace
un momento.
La empujé demasiado lejos, tratando que se corriera en medio de una
negociación. Eso era bastante malo, mis dedos deslizándose en sus bragas, rodeando
su clítoris, empujando en su coño mojado. Fui demasiado lejos al asumir que ella me
dejaría hacer más.
Me vuelvo a meter dentro del pantalón, tomándome mi tiempo mientras subo el
cierre y me lavo las manos. Me detengo y miro en el espejo, secándome las manos. Me
pregunto cuándo podré mirarme y no sentirme sucio. Pensé que parte de eso se iría
con la muerte de Vince, pero solo parece empeorar.
Estirándome hacia delante, apago la luz y sumerjo la pequeña habitación en la
oscuridad.

Nuestro mundo, sin Vince Horace, continúa girando. Paso una hora con cada uno
de nuestros directores creativos. Camino por el piso de diseño y miro a nuestros
diseñadores juniors, reviso su progreso y hago críticas puntuales. Evalúo pedidos,
analizo nuestro trimestre y reviso diseños para la próxima campaña publicitaria.
Vince una vez se jactó que su imperio gana mil dólares por minuto. Él estaba
equivocado. Gana cien dólares por minuto en promedio. Aun así, es suficiente para
equiparnos en diamantes y llenar el tanque del avión, simplemente no lo suficiente
para comprar la maldita aerolínea.
Me siento en la silla de Vince, tomo sus decisiones y dirijo su compañía. Abro su
cajón, tomo su pluma favorita y garabateo mi propio nombre en formularios, pedidos
y documentos. Puedo sentirlo en esta oficina, sentir su mano en mi espalda mientras
camino por el área de diseño, sentir su apretón en mi hombro mientras firmo
formularios bancarios y traspaso millones de dólares de su nombre al mío.
Me las arreglo, con puro tesón y determinación, para no pensar en Avery
McKenna. No pienso en el modo en el que su cuerpo responde tan fácilmente al mío, ni
cómo, cuando la puse en su lugar, logró parecer herida y furiosa. Bloqueo cualquier 139
pensamiento sobre sus ojos marrones oscuros y me concentro en los dobladillos, citas
publicitarias e informes financieros. Miro el catálogo más reciente, más allá del
conjunto de lencería roja y dorada, y no me detengo en la foto, no imagino la forma en
la que el satén se adhirió entre sus piernas.
Justo antes de las cinco, con mi cabeza en un nudo de tensión y estrés, recibo un
mensaje de texto de John. Ella está aquí y lista para firmar el contrato. Estamos
recibiendo al notario ahora.
Me pongo de pie y escribo una respuesta mientras me dirijo a la puerta y llamo a
Edward. Mantenla allí. Voy en camino. Le envío el mensaje de texto, presiono el botón
para llamar el ascensor y trato de calmar el martillazo en mi pecho.
Se cambió de ropa otra vez, y yo podría diseñar una colección completa en torno
a su imprevisibilidad. Una falda corta de pana, medias con estampado y un suéter.
Lleva zapatos nuevos de plataforma Doc Martens, y tengo que apartar los ojos de sus
piernas para poder entrar en la habitación sin chocar contra el marco de la puerta.
Entro a la oficina y cierro la puerta, asintiendo hacia ambos e ignorando al secretario
que está sentado a su derecha.
Avery evita el contacto visual, su mirada centrada en el contrato que tiene
delante. Su cuerpo está tieso, y me doy cuenta, por la posición de su mandíbula y la
atención fija en la página, que está enojada conmigo. Tal vez debería disculparme,
pero, sinceramente, en este punto, la lista de cosas por las que disculparme es un poco
larga. Podría hacer que uno de los chicos de la casa lo escriba todo, pero abarcaría tres
putas páginas.
Ella firma con sus iniciales la parte inferior de una página y la voltea. Lee por
encima la siguiente, luego hace lo mismo. El contrato es un laberinto de palabras, jerga
complicada diseñada para cubrir nuestros traseros de todas las formas posibles.
Contiene, al menos tres léxicos sobre la confidencialidad, cláusulas que cubren la
paternidad de Vince, pero también la cagada mía en Spring Lake. Hay una razón por la
cual John es el mejor, y miro cómo su pluma se desliza a lo largo del documento y sé
que este será hermético en un tribunal. Si cree que puede pelear contra esto más
adelante, está equivocada. Si cree que puede alegar desequilibrio emocional temporal
o alguna otra condición femenina, está equivocada. ¿Si ella firma en la última página?
Nos da su alma.
Un mechón de cabello se le ha soltado de la cola de caballo y casi alargo la mano
y se lo coloco detrás de la oreja. En cambio, saco la silla a su izquierda, me acomodo en
ella, mis piernas se extienden y casi la toco. La veo concentrarse en el documento.
Desde este ángulo, es hermosa. Lo que no quiere decir que no sea hermosa desde
otros ángulos, pero este... la inclinación de su mandíbula, sus labios parcialmente
entreabiertos, la forma en la que los mueve ligeramente mientras lee. Cuando sus ojos
me miran, es inesperado, y me toma desprevenido. 140
Vuelve a mirar el contrato y veo que un tono rosado oscurece sus mejillas. Me
recuerda lo expresivo y receptivo que era su cuerpo, la lámpara del dormitorio que
dejaba al descubierto todo el rubor y el temblor de su perfecta piel de porcelana. Ella
gira la página y lleva su pluma al lugar de la firma. Vacilante, mira a John y luego al
secretario que retira un sello de notario y lo coloca sobre la mesa. Echo de menos sus
ojos en mí. Me gustan, incluso cuando me fulminan, incluso cuando me atraviesan. Me
gusta tener su atención, y mi necesidad parece crecer con cada interacción.
Firma con su nombre. Avery McKenna. Su firma es más delicada de lo que
hubiera esperado. Formal y correcta, de parte de una mujer salvaje e indómita.
Deja el bolígrafo, desliza las páginas hacia el notario y mira a John.
—¿Ahora qué?
—Ahora —dice John, abriendo un cajón lateral retira una caja pequeña—. Ahora,
necesitamos sacarle una muestra de ADN. Ya tenemos una muestra de sangre de la
autopsia del señor Horace.
Autopsia. Odio esa palabra, odio la idea que pongan a Vince sobre una mesa y lo
abran. Me había resistido a ello, ocho meses de exámenes médicos, resonancias
magnéticas y tomografías, pruebas más que suficientes de la enfermedad que lo mató.
Pero el principal heredero puede oponerse solo hasta cierto punto, antes que surjan
las sospechas. Entonces, lo dejé y se practicó una autopsia, una que mostró
exactamente lo que sus médicos ya sabían.
Gracias a esa autopsia, tenemos un vial de su sangre, uno que puede revelar a un
heredero o hacer añicos este problema. La miro y esta vez, es ella quien me está
mirando. Desvía la vista.

141
Capítulo 32
Avery

D
ieciocho horas, eso es todo lo que tomará. Dieciocho horas, y sabré si
Vince Horace es un extraño o mi padre biológico. Había anticipado una
semana de espera, tal vez dos. Pero todo en esta ciudad parece moverse
rápidamente. Me pasan un hisopo por la mejilla, me arrancan unos cuantos cabellos,
me pinchan el dedo y luego se llevan todo. Marco firma el contrato, me dan una copia,
y luego estamos afuera, su auto al ralentí en la acera, el viento de Nueva York
azotando su suéter contra su pecho.
No se mueve hacia su automóvil, solo se queda allí, con las manos en los bolsillos
y la cabeza gacha. Miro hacia la calle en busca de un taxi, aprovechando el momento
para rascarme la parte posterior de la rodilla.
—¿Te gustaría ir a cenar? —Me mira, las palabras casi se pierden en el rugido de
un Ferrari que pasa. Eso es algo que no ves en mi vecindario. Autos exóticos o
enemigos jugando amablemente.
—No particularmente. —Veo un taxi amarillo girar, a dos cuadras de distancia, y 142
doy un paso adelante, levantando mi brazo.
Él se acerca y su cuerpo me protege el viento.
—¿No tienes hambre?
Resoplo.
—No estoy realmente interesada en la compañía.
—Puedo comportarme. —Envuelve una mano alrededor de mi brazo, tirando un
poco para llamar mi atención—. Deja de llamar a un taxi. No necesitas uno.
Muevo mi mano más vigorosamente en el aire e inclino mi cuello a su alrededor,
mirando como el auto se acerca.
—Déjame llevarte a cenar. Por favor. Incluso me disculparé mientras estemos
allí.
Mi mano pierde algo de su vigor y me dejo caer a los dedos de mis pies,
encontrando sus ojos.
—¿Te disculparás?
Su boca se curva.
—Te daré la mejor disculpa que tendrás.
—¿De corazón?
—Absolutamente.
—¿Sincero?
—¿Qué disculpa no lo es?
Muchas. La mayoría. Probablemente cada una que alguna vez dio.
—Pareces muy seguro sobre la calidad de esta disculpa.
—Estoy seguro de la mayoría de las cosas, señorita McKenna.
Pasa el taxi, el conductor ni siquiera mira en mi dirección, y dejo caer la mano,
rindiéndome.
—Bien. Pero yo escojo el lugar. —Casi tropiezo con el auto, dando un alegre
saludo al viejo, quien tiene abierta la puerta. Me ignora y hago una mueca. Aquí estaba
yo, pensando que nos habíamos unido con el té y los bollos. Tal vez, solo le gusta
enojar a Marco.
Él cierra la puerta y miro alrededor, dándome cuenta que este es un automóvil
diferente. Mismos detalles finos, pero un interior de cuero marrón rico en lugar de
blanco. Doblo un pie debajo de mi trasero y deslizo el cinturón sobre mi pecho,
asegurándolo. La puerta opuesta se abre, Marco entra, e inhalo antes de pensar, el
aroma de él es tan embriagador como la primera vez que lo olí. ¿Fue realmente hace
solo dos días? Se siente como semanas.
Espero hasta que el conductor entra, luego me inclino hacia adelante y agarro el
asiento.
—Chaykhana, por favor. Está en Brooklyn.
143
—¿Brooklyn? —Marco se acomoda en su asiento—. Esto será interesante.
Sí, será interesante. Chaykhana es propiedad de algunos amigos ucranianos,
maridos de chicas que una vez traje, y un fuerte vínculo en la cadena de comunicación
que corre hacia el otro lado del mundo. Es un lugar donde me siento segura, en el que
tendré la ventaja, por una de las primeras veces en esta relación. Después de firmar
ese contrato, me siento violada. Sería bueno verlo con cierta incomodidad. Y si me está
invitando a cenar… uno de mis amigos también podría beneficiarse de eso.
El Rolls se aleja de la acera y pongo mis manos debajo de mis muslos, las medias
me hacen cosquillas en el dorso de las manos.
—Entonces… dieciocho horas.
—Sí. —Me mira—. ¿Nerviosa?
Su tono es amistoso y carece de la crueldad de antes. Desde que firmé su
contrato, ha sido diferente, un recordatorio del hombre que conocí esa primera noche,
cuando no me veía como el enemigo. Extraño esa noche, extraño el juguetón coqueteo
que existía, las sonrisas que cruzaban su rostro. ¿Ha sonreído desde entonces? No lo
creo. Muchos ceños fruncidos. Muchas maldiciones murmuradas, miradas solemnes y
alguna que otra sonrisa cruel, pero no sonrisas. Trago saliva y levanto los hombros
encogiéndome de hombros.
—Sí. Estoy nerviosa. Bastante ansiosa. —Me inclino hacia adelante y cierro el
respiradero de aire más cercano—. ¿Qué pasa contigo? Contrato o no, no puedo
imaginar que no desordenaré tu vida si los resultados son positivos.
—Mi vida ha sido un caos desde que conocí a Vince. No me hacía ilusiones que
las cosas irían bien solo porque murió.
Quiero hacerle muchas preguntas. Quiero saber todo sobre Vince. Cada recuerdo
Cada rasgo de personalidad. Cada éxito y fracaso Me las trago y guardo las preguntas.
Cuando llegamos al restaurante, está lloviendo, una llovizna ligera que no tiene
sonido dentro del automóvil. Es espeluznante, estar tan completamente desconectado
del mundo exterior. Extraño mi barato Tahoe. En este momento, la lluvia salpicaría el
techo, cada gota cayendo, miles de ellas combinándose para crear una cadencia
tranquilizadora.
Marco se inclina hacia adelante, mirando por la ventana.
—¿Es aquí? —Suena cauteloso, y no lo culpo. Chaykhana está atrapado entre una
sastrería y una tintorería, el letrero rojo brillante de neón que lo rodea. Hay cortinas
blancas sucias que esconden el interior y un póster en la puerta frontal que anuncia un
especial de ¡Compra una, obtén una cena gratis! Está muy lejos del panecillo de esta
mañana, el té caliente entregado por el mayordomo inglés, en la habitación que
albergaba un millón de dólares en arte.
—Entonces… vamos a comer aquí.
—Sí. —Mi puerta se abre y su conductor extiende una mano enguantada, un
paraguas extendido, protegiéndome de la lluvia. Le tomo la mano, saliendo y pasando
muy cerca de un charco.
144
Alex y Vasyl me saludan con grandes abrazos, cada uno me aprieta con fuerza y
le sonríen ampliamente a Marco. Me muestran una mesa en la parte de atrás, una
metida en la esquina y encienden una vela al centro. Parecen pensar que es una cita, y
cuando traen una rosa roja dentro de un jarrón delgado, los despido.
—Esto es un negocio, Alex. Deja esa mierda.
—Ah. —Retira la rosa y pone una mano carnosa en mi hombro—. Ha pasado
mucho tiempo. Extrañamos tu rostro bonito.
—Volveré pronto. —Lo prometo—. Tal vez consiga un lugar en Nueva York,
venga y te moleste todos los días. —Sonrío, Marco frunce el ceño, y podría pasar el
resto de mi vida haciéndolo fruncir el ceño. Me encanta la forma en que aprieta sus
facciones, el fuego que enciende en sus ojos, la forma en que aprieta la mandíbula.
—Sí, haz eso. —Alex asiente con entusiasmo—. Sabes, mi hermana está
vendiendo su casa. Está a solo cuatro cuadras de distancia. Deberías ir a verla.
Marco casi habla. Puedo ver su boca abierta, una objeción saliendo, luego se
detiene.
—Les traeré un menú. —Alex se da vuelta, moviendo su grueso cuerpo entre las
mesas, tirando un salero en su camino.
—No vivirías en Brooklyn. —Marco se inclina hacia adelante, con la voz baja—.
Quiero decir, si vienes aquí. Dime que no vivirías en Brooklyn.
Es una respuesta tan divertida que me río.
—¿De qué estás hablando? ¿Por qué te importa dónde vivo?
—Es solo… —Mira hacia un lado—. No es seguro. Para alguien como tú.
Su concepto erróneo de mí está tan lejos de la realidad que me río. Casi me
gustaría que viniera a Detroit con sus "investigadores" y caminara por mi vecindario.
Su traje personalizado habría sido arrancado antes que cruzara dos cuadras. Su reloj,
confiscado. Su billetera, vaciada. Vivo en un rincón sin ley de la ciudad, uno que los
policías ignoran y alguien respetable evita. Es lindo, pensando que Brooklyn es
peligroso. Está loco, pensando que no estaría a salvo aquí.
—No sabes nada de mí. —Le sonrío a Alex mientras deja dos aguas heladas.
Saca dos menús laminados de debajo de sus brazos y los golpea contra la mesa,
su grueso dedo índice golpea la parte superior.
—Esta es la sección de Compra uno y obtén uno gratis. Todos están bien. Yo hago
el tercero.
—Gracias. —Le sonrío—. Nos llevará unos minutos.
—Tengo un poco de vino en la parte posterior. ¿Quieren un poco? Acabo de
abrirlo hace una hora.
—Ah, no. —Marco hace una mueca, y encuentro su pie y lo piso.
—Déjame adivinar —tararea Alex—. Prefieres la cerveza. Ese eres tú, ¿verdad?
145
Escondo una sonrisa detrás de un sorbo de agua helada.
—Por supuesto. La mejor que tengas.
—Tengo una cerveza rusa que te encantará. A ti también. —Me señala—. Estás
bebiendo, ¿verdad?
Levanto mis manos fingiendo confusión.
—¿En serio? ¿Perdiste aire al preguntarme eso?
Golpea la mesa con aprobación y todo en ella se estremece.
—Esa es mi chica. —Agarra mi hombro de nuevo, y lo sacude, sonriendo a Marco
como si acabara de encontrar la cura para el cáncer—. Es de las buenas. ¿Estás de
acuerdo?
La pregunta de Alex se queda allí, sus ojos en Marco, esperando una respuesta.
—Uh… sí. —Marco baja la cabeza—. Es de las buenas. —De las buenas. ¿Qué soy?
¿Un buey apreciado?
—Y bonita, también, ¿cierto?
—Muy bonita. —Suspira Marco.
—Mmm. —Se queda en nuestra mesa y lo miro—. Solo digo. Eres una mujer
bonita. —Levanta las manos en señal de rendición—. Pero me voy.
Reviso el menú y lo ignoro, mi visión periférica revela el momento en que
finalmente se da vuelta y se aleja.
—No eres bonita. —La voz de Marco es baja, y me tenso, levantando mi mirada
hacia él—. Eres hermosa. Bonita… para una mujer como tú. Es un insulto.
Miro de nuevo el menú.
—No lo quiso decir de esa manera.
—Sé que no lo hizo, pero sigue siendo un insulto. —Levanta la página laminada y
la mira—. Ahora. ¿Qué sugieres que ordene?

Llegan nuestras cervezas, y ordeno por los dos, llenando la libreta de Alex con la
mitad de los artículos ofrecidos. Marco no discute, devolviendo su menú, con una
expresión de resignación en su rostro.
—¿Me arrepentiré de esta invitación?
—Probablemente. —Retuerzo la tapa de mi cerveza—. Pero ni la mitad de lo que
me arrepentí de haber subido a un avión y venir aquí.
—Auch. —Examina la etiqueta de su cerveza—. Eso no dice mucho sobre mis
habilidades en el dormitorio.
—Oh, por favor. —Pongo los ojos en blanco—. Tus habilidades en el dormitorio
estaban bien. Es el caos al que condujeron esos eventos de dormitorio. Eso es lo que 146
lamento. —Extiendo la mano, agarro una rodaja de lima y la aprieto en la botella—.
Debería haber sido honesta contigo sobre quién era. —Lo miro—. Lo siento.
—Mis habilidades en el dormitorio estaban bien —repite Marco sin entusiasmo.
Deja su cerveza, apoya los codos sobre la mesa y se frota la frente con ambas manos—.
Oh Dios mío. Lo sabía. Perdí mi toque.
Me río y le tiro la tapa de la cerveza, la pieza rebota en sus manos y cae en el
suelo del restaurante.
—¿Me oíste? Me disculpé. Y una disculpa de Avery McKenna es… —Me
detengo—. Tiene mucha importancia. Un trato mucho más grande que el hecho que
apestas en la cama.
Gime, sus manos cayendo.
—Dios, y pensé que te odiaba antes.
—Vamos. —Me reclino cuando un cocinero deja un plato humeante de pelmeni
de ternera—. Puedo pensar en algunas veces la otra noche en las que no me odiaste.
¿Y oíste mi disculpa? Porque no está sucediendo de nuevo.
—Escuché tu disculpa. Gracias.
Lanza la palabra corta como si no significara nada. Tal vez él está por encima del
engaño, o tal vez no estaba tan enojado por eso. Cualquiera que sea el motivo, dejo el
tema y agarro mi tenedor, inclinándome hacia adelante y pinchando un trozo de
pelmeni. Me mira, y levanto el tenedor hacia él.
—Toma. Inténtalo. Es como una empanada.
Me sorprende inclinándose hacia adelante, su boca cerrándose sobre el tenedor,
el metal tirando un poco de mi agarre. Se echa hacia atrás y mastica.
—No está mal.
—Cállate. Está bueno.
Me acerco al borde de mi asiento y tomo otra pieza. Hay un lapso de silencio
amistoso, y miro hacia arriba después que se entrega el pan, y lo veo mirándome.
—¿Qué?
—Nada. —Mira hacia otro lado, centrándose en su cerveza—. Simplemente no
puedo creer que esté bebiendo algo con una tapa rosca.
—Lo sé. Demasiado ordinario de tu parte.
Casi sonríe, las comisuras de sus labios curvándose de la manera más débil
posible, pero tomo la victoria e inclino mi propia cerveza hacia atrás.

—No te rías. —Sumerge el trozo de pollo en la salsa—. Me marcó. Contraté a un 147


psiquiatra para que me ayudara a superarlo.
—Eres un mentiroso. —Retuerzo la tapa de una cerveza fresca y la tiro sobre la
mesa—. No hay forma que ella haya dicho eso.
—Lo hizo —insiste, levantando su mano—. Lo juro por Dios.
—Un tronco de árbol. No hay forma que tu madre haga el amor con un tronco de
árbol.
—¿Crees que inventaría esa mierda? Se llama eco-sexualidad. Me quedé
atrapado en un tren y tuve que escuchar diez minutos de ella y papá hablando de eso.
Ni siquiera quieres saber la mierda diferente en la que él ha metido la polla.
Me río.
—Creo que sí.
—Bueno, búscalo. —Se estremece, y cuando se acerca, robando un trozo de mi
hígado, empujo el plato más cerca de él.
—¿Sabes? —reflexiono—. Tal vez ese es mi problema. Detroit no tiene
suficientes árboles. Quiero decir —corrijo—, tienen árboles, solo están en algunas
áreas públicas. En ninguna parte donde una chica puede obtener un tiempo de calidad
uno a uno con alguno.
—Sí. —Drena el resto de su cerveza y atrapa la mirada de Alex, levantando la
botella en el aire—. Si ese es tu problema. Bang. Múdate al bosque. Problema resuelto.
—¿Pero no se le clavan astillas? Quiero decir… —Arrugué mi rostro, imaginando
un escenario donde una mujer se acariciaba contra un madero—. Parece que la
fricción causaría serias…
—Cierra. La. BOCA. —Me señala con su cerveza vacía—. Lo juro por Dios, cállate.
Me estás dando imágenes que he pagado una gran cantidad de dinero para borrar.
Sonrío.
—Bien. Come en paz. Voy a estar aquí, fantaseando con la sesión masiva que voy
a tener esta noche con el árbol de ficus en el vestíbulo de mi hotel.
—Nos estamos desviando del punto de mi historia.
—Correcto. ¿Que tus padres son hippies demasiado generosos y amorosos?
—No. —Me mira de forma severa—. El punto es que no es necesariamente malo
no conocer a tus padres.
—Oh, por favor. —Resoplo—. Tus padres no parecen tan malos. Un poco locos,
pero aún dignos de ser amados. —Soy mentalmente lenta en todas las cosas
parentales, e incluso yo pude ver el afecto en su rostro cuando me contó sobre ellos.
Era dulce, en realidad, la forma en que sus rasgos se habían suavizado, sus ojos se
habían calentado, y su postura se había relajado. Incluso cuando se estaba burlando de
ellos, y despotricando sobre su comportamiento… los ama. Es entrañable y doloroso,
todo al mismo tiempo.
Echo un pedazo de pan en aceite.
148
—¿Qué pensaron de Vince? —Es la primera vez que lo menciono, y no miro hacia
arriba, no respiro demasiado fuerte, no hago nada para arruinar la atmósfera amistosa
que de alguna manera, mágicamente, existe.
—Solo lo vieron un puñado de veces. Fue interesante. Las interacciones con
Vince siempre fueron interesantes. —Levanta un camarón frito y lo sostiene entre el
índice y el pulgar, sus ojos se mueven hacia mí como si sopesara una decisión. Pone el
camarón en su boca, y toma un sorbo de cerveza y lo miro masticar, dándole tiempo
para resolver lo que sea que vaya a decir a continuación—. Vince era un camaleón. —
Levanta un nuevo camarón, mojándolo en un tazón de salsa de tomate—. Si quisiera
que alguien le gustara, lo haría. Y podía convencer a cualquiera de casi cualquier cosa.
—Se come el camarón, luego lo baja con el resto de su cerveza.
Siento algo en esa última frase, algún indicio que me estoy perdiendo, pero no
puedo, a través de toda la comida y la cerveza, encontrarlo.
Capítulo 33
Marco

—A
dmítelo. —Avery sostiene la botella de cerveza por el cuello y
me apunta con una uña astillada. Necesito llevarla a casa. El
personal del salón podría tenerla en una manicura perfecta en
veinte minutos—. Te gustó ese lugar.
—No me molestó —digo, apoyando los antebrazos en la barra e inclinándome
hacia delante—. No era el tipo de lugar que habría elegido, pero estaba bien.
—¿Estuvo bien? —Se ríe—. Dios, eres una gran molestia. —El bar está
abarrotado, los televisores a lo largo de la pared llenos de béisbol de los Yankee, y de
vez en cuando, el lugar estalla en vítores. Nos mudamos de Brooklyn al Bronx,
dejándola dictar el itinerario, y estoy seguro que está tratando de hacerme sentir lo
más incómodo posible. No importa. Me estoy divirtiendo con ella más de lo que lo he
hecho en años.
No me recuerda a Vince, sin embargo, hay suficientes pequeñas similitudes para
hacerme pensar. En algún gesto o ángulo ocasional, hay una pequeña punzada de 149
reconocimiento, probablemente más inferida que real. Cuando miras a alguien cuatro
mil días seguidos, empiezas a verlos en todas partes. Levanta una mano, arañando su
cuello, y la manga de su camisa cae, revelando un reloj grueso. Extiendo la mano y
agarro su muñeca.
Me deja tomarlo, y trato de no distraerme con la sensación de su piel.
—Bonito —le digo, volteando su mano para que pueda ver el frente del reloj. Es
grande, casi del tamaño del de un hombre. Recuerdo que peleamos por la cara, Vince
juraba que ninguna mujer lo compraría. Se había equivocado, y habíamos vendido
miles de ellos.
—Lo he tenido durante algunos años. Lo compré aquí, en realidad. En la tienda
de la Quinta Avenida.
—Conozco la tienda. —Pienso en lo que hubiera pasado si hubiéramos estado
allí, Vince y yo, en una de nuestras visitas trimestrales. ¿La hubiéramos visto? Sí. Al
menos, yo lo hubiera hecho. La habría visto en una multitud de miles.
Retira su muñeca.
—No funciona muy bien. —Abre el broche y lo saca de su muñeca, acercándolo a
su rostro y usando su otra mano para girar el pequeño dial a un lado de su rostro—.
Siempre funciona lento. Listo. —Establece la hora correcta y se lo quito antes que
vuelva a ponérselo.
—Ven. Permíteme. —Recojo el reloj y lo coloco sobre su mano, disfrutando de la
excusa para tocarla, para deslizar mis dedos sobre los de ella. Demasiado pronto, el
reloj está en su lugar, el broche establecido.
—Gracias. —Se da vuelta y mira hacia la televisión, revisando el puntaje del
juego. Es oficial. He perdido por completo mi habilidad con las mujeres.
—¿Eres una fanática del béisbol?
—Sí. —Señala la pantalla—. Mira en las gradas detrás de la tercera base. Primera
fila. Ahí es donde están mis asientos.
Sigo sus instrucciones, la sección abarrotada con cuerpos.
—¿Ves a la chica con el suéter rosa?
Su sincronización es buena, la mujer de pie, las manos ahuecadas en la boca y
gritando algo a los jugadores
—Sí. ¿Tus asientos están cerca de allí?
—Justo ahí. Esa es Marcia. Es una amiga mía. Y el tipo flaco junto a ella es Andrei,
mi abogado.
—¿El tipo que nos envió la carta?
—Sí.
El ángulo de la cámara se corta al bateador, y no consigo un buen vistazo del
abogado.
—¿Es amigo tuyo también?
150
Mi tono suena raro, como si estuviera celoso. Ella no lo deja pasar, y me mira, su
boca se curva en una sonrisa juguetona.
—El mejor tipo de amigo.
¿El mejor tipo de amigo? ¿Qué diablos se supone que significa eso? Miro hacia
abajo a mi cerveza antes de hacer la pregunta, y me obligo a dejarla fuera de mi mente.
Me está jodiendo, tiene que ser eso. Sentí su cuerpo, lo apretado que estaba cuando se
sentó en mi polla, la forma en que había respondido cuando había deslizado mis
manos sobre su piel. Estaba en carne viva y descuidada, tan hambrienta por el
contacto como yo. De ninguna manera un abogado experto en Detroit se acostaba con
ella. De ninguna manera la dejaría ir a Nueva York, sola, por algo como esto. Cualquier
amigo, cualquier amigo verdadero, amigo de mierda o no, habría venido para ayudar,
proporcionar apoyo moral, haber hecho algo más que sentarse en un estadio de
béisbol, a novecientos kilómetros de distancia, e ignorarla.
—Cuéntame una historia de Vince. —Deja su cerveza y apoya su codo en la
barra, apoyando la barbilla en su palma.
Arrugo la frente.
—Compra su libro. Están todas allí.
—Tonterías, leí su libro. Quiero saber una historia. —Se acerca y tira de la parte
delantera de mi suéter, y si me inclinaba hacia adelante, podía besarla.
Me siento, me llevo la cerveza a la boca y me prometo, por quincuagésima vez en
la noche, que me estoy comportando.
—Una historia.
—Sí. Algo estúpido.
—Hmmm. —Probablemente no debería, pero estoy ansioso por hacerlo—. Bien.
Una historia.
—Una buena.
—Son todas buenas. —Sonrío, porque lo son. Tengo mil recuerdos con ese
hombre, y cada día a su lado había una aventura diferente.
—Entonces comienza a hablar —desafía.
Hablo. Sorbo de la Heineken y le cuento sobre África, los safaris allí y la
insistencia de Vince para quedarnos con una familia local en cada pueblo que
visitamos.
—Entonces, Edward, tú conoces a Edward, ¿verdad? ¿El viejo mayordomo? —
Sonríe—. Entonces, él se está quedando en el Ritz, en nuestra lujosa suite, y Vince y yo
compartimos una estera de paja en una tienda de campaña en el medio del Serengueti.
—Busco mi teléfono, luego me detengo, forzándome a continuar la historia sin
mostrarle las fotos.
—Eres un mentiroso —acusa—. Apenas podrías sobrevivir esta noche sin que
nadie te limpie la boca después de la cena. De ninguna manera lo hiciste. 151
Al diablo. Saco mi teléfono, me desplazo a través de mis álbumes, y luego, con
ella inclinándose, su cabello haciéndome cosquillas en la mejilla, reviso las fotos. Vince
y yo, sin camisa, junto a una docena de niños, las sonrisas más grandes que sus rostros
deberían haber permitido. Vince, su brazo alrededor de mis hombros, una selfie
tomada con un elefante. Otra foto, la trompa del elefante envuelta alrededor del pecho
de Vince, su sombrero torcido, doblado de la risa.
Alzo la mirada y veo sus ojos, fijos en la pantalla, la concentración en ellos casi
desgarradora. Para mí, son recuerdos agridulces de un viejo amigo. Para ella, son
experiencias perdidas con un padre que nunca conocerá. Quiero tranquilizarla, decirle
que no es su padre, que el hombre de estas fotos es un extraño, pero no puedo. Sé
cosas que nadie más sabe. Sé que estuvo en ese concierto de LiveAid. Sé que ese es él,
en su foto, con ese anillo en su mano. Y a pesar de la certeza inquebrantable que Vince
Horace es gay, sé que cada hombre es susceptible, incluso el hombre comete errores, y
nada es lo que parece.
Avanzo, a través de nuestro viaje hacia el norte, y me doy cuenta de cuánto lo
extrañaré. Durante diez años, ha sido mi constante, mi mentor, mi amigo. Durante diez
años, fue quien me dijo cuando estaba equivocado, aplaudió cuando tenía razón y me
aseguró, a pesar de todas mis dudas, que estábamos haciendo lo correcto.
Durante diez años, no cuestioné la mentira que estaba viviendo. Ahora, sin él,
mis fragmentos no encajan bien, no funcionan bien. Un Marco Lent, con Vince vivo,
nunca la habría hecho firmar ese contrato. Un Marco Lent, con Vince vivo, no estaría
sentado aquí, en este bar, tentando al destino.
Sin él, puedo ver los caminos que debo tomar. Simplemente no puedo dar un
paso al frente y avanzar.
Cierro mi teléfono y espero que no se aleje.
Tan pronto como mi pantalla se apaga, se endereza, acercando su taburete a la
barra y agarrando la botella de cerveza fresca que el camarero le da. No sé dónde la
pone. No sé cómo puede beber tanto y mantenerse lúcida.
Vince, por todas las historias que me contó, era un bebedor. Corría en su familia,
y cuando un conductor ebrio mató a su hermano, ese fue el catalizador que lo llevó a
alejarse del alcohol. Aunque a menudo lo había visto tomando una copa, nunca había
tenido más de dos, el hábito regulado con la severidad de un sargento instructor. A
veces me preguntaba cómo había sido antes. Me contó historias de él y su hermano,
las fiestas, las aventuras… en ellos, parecía un hombre completamente diferente: una
oveja negra contra un caballo de batalla obstinado.
—Trabajó mucho. —Sentí la necesidad de decirle eso, después de mostrarle
tantas fotos de lo contrario—. Jugamos, pero también trabajamos duro. Me enseñó
que un día de catorce horas era normal. Nunca se acostaba sin devolver todos los
correos electrónicos. Y tenía una obsesión fanática por la calidad. —Tomo un largo
trago de cerveza y hago una mueca—. Dios, los argumentos que utilizamos para
obtener más de calidad. ¿Lo que acabas de decirme sobre tu reloj? ¿Si él hubiera
estado en este bar, y hubiera escuchado ese comentario? Se habría ido 152
inmediatamente, y se habría quedado con tu reloj. Se habría subido al auto y habría
llamado a todos los ingenieros de la empresa, independientemente de la hora. Habría
reuniones mañana, evaluaciones de calidad, pruebas y discusiones sobre retiros de
relojes. Todos los empleados de la compañía, hasta los conserjes, habrían sabido que
el reloj Matilda funcionaba lento, y una chica, en algún bar, en el Bronx, fue la que
causó todo este trabajo para todos. —Me río—. Habríamos estado maldiciéndote por
semanas.
Sonríe, y apuesto a que lamenta haberme pedido historias. Estas no son buenas
historias, estas son aburridas. Debería haberle contado sobre la época en que
estábamos haciendo caída libre en Nueva Zelanda y estábamos rodeados de tiburones.
O sobre la misión de Vince para escalar el Everest, y su insistencia en que el equipo
ejecutivo se uniera a él. Podría haberle contado sobre nuestros concursos de cocina de
chile contra Ralph Lauren, o el momento durante la tormenta de nieve cuando
tomamos todo un autobús escolar lleno de niños en la casa, y los mantuvimos allí
durante dos días hasta que pasó la tormenta. Podría haberle contado algo de eso, y en
su lugar, estoy hablando de lo fanático del control que era.
—Gracias —dice ella—. Sé que no tienes que decirme eso, nada de eso, pero lo
aprecio. —Sonríe, y esta vez, el gesto está lleno de tristeza. Quiero atraerla hacia mí,
abrazar su cabeza contra mi pecho y envolver mis brazos alrededor de ella. Siento que
no ha sido abrazada lo suficiente en la vida. Mi madre era una abrazadora. Antes de
sus bailes de fuego y orgasmos inducidos por los árboles, cuando pasaba días con
cuentas corrientes y recibos de retiro, siempre me abrazaba, lo quisiera o no. Esos
abrazos son probablemente la razón por la cual, por debajo exterior de imbécil, una
persona todavía existe.
—De nada. —No debería estar agradeciéndome. Miro hacia otro lado, viendo un
desacuerdo comenzar entre una pareja en el otro lado del bar, y pienso en todo lo que
le he hecho pasar
La sala vitorea y levanta la vista hacia la televisión, su cuerpo se pone tenso
cuando ve un Yankee rodear la primera y dirigirse a la segunda.
—¡No, no, NO! —La tristeza deja su rostro, reemplazada por energía, y se apoya
en la parte superior de la barra, su trasero abandona el asiento, y gime cuando él logra
llegar con seguridad a la tercera—. Maldito jugador de campo —le dice al hombre a su
lado.
—No me digas. —Se inclina hacia ella y veo su mirada arrastrarse por el cuello
de su suéter—. ¿Eres una fanática de los Tigers?
—Absolutamente. No es que parezca estar ayudándolos.
Se ríe un poco demasiado fuerte y mis dedos se tensan sobre mi cerveza, los
pensamientos sobre las madres y los abrazos son reemplazados por sacar a este idiota
de su taburete. Debería haberme sentado al otro lado, entre ella y este idiota. Me
inclino hacia adelante y deslizo mi palma por su muslo, mis dedos rozando a lo largo
de las pequeñas mariposas impresas en las medias. Mira mi mano y luego a mi rostro.
—Oye. 153

—Oye. —Extiendo la mano entre mis piernas y tiro mi taburete hacia adelante,
más cerca de ella.
—¿Qué estás haciendo?
Me inclino hacia adelante y apoyo mi mano en el respaldo de su asiento, mi
pulgar no puede resistir deslizarse a lo largo de la piel desnuda, expuesta justo encima
de su falda. Bajo mi boca a su oreja.
—Este imbécil está tratando de coquetearte.
—Ah, ¿es eso lo que está haciendo? —Sonríe—. ¿Qué haría yo sin ti?
Tiro de la parte inferior de su taburete, haciéndola sonrojarse, y le lanzo al
hombre una mirada que lo hace volver al televisor. Cobarde.
—Sabes, para ser un chico gay, tienes una gran cosa alfa masculina en ti.
—¿Sí? —Mantengo mi voz baja, mis ojos en los de ella.
—Es muy atractivo. —El alcohol la ha dulcificado, suavizando esos bordes,
debilitando su resolución, y cuando se inclina, estoy listo. Solo que no me besa. En
cambio, simplemente se derrite, su cuerpo se curva en el mío, y presiona su cabeza
contra mi hombro—. Vámonos.
Una excelente idea. Busco en mi bolsillo dinero en efectivo para pagar la cuenta y
se endereza, poniéndose de pie, con los ojos puestos nuevamente en el juego. Descarto
algunas billetes, le paso el efectivo al barman, y regreso a ella.
—¿Lista?
—Sí. —Da unos pasos, todavía con la cabeza volteada, viendo el juego, y luego
frunce el ceño—. Malditos Yankees. —Toma mi chaqueta y se la coloca sobre los
hombros, la prenda de gran tamaño cuelga de su espalda, y es un agudo contraste de
refinamiento y punk. La miro dar un paso adelante, sus curvas se asoman a través de
la chaqueta, y necesito un bolígrafo y papel, esbozar este diseño, convertirlo en
comercial y darles clase a todas las chicas punk ricas de la ciudad.
Camina junto a mí, moviéndose entre la multitud y hacia la puerta, y hay un
momento en el que me pregunto cómo he vivido sin ella.

Me imagino a Vince, imagino esos caminos claros y bien marcados, y sé que estoy
tomando el equivocado. Aun así, avanzo, llevándola en mis brazos, sus manos unidas
detrás de mi cabeza, su cabeza sobre mi hombro, las piernas colgando sobre mi
antebrazo. Al entrar a la casa, me dirijo al elevador.
—Prepara la suite verde. Y llama a la cocina. Consíguele algo para su cabeza, en
caso que se despierte durante la noche. —Hablo en voz baja, y el asistente de noche
asiente, luego da un paso atrás, fuera del camino de las puertas del elevador.
154
Las puertas se cierran, y hay un momento de pausa, el tiempo justo para que
cambie de opinión, para detenerme y dar un paso atrás, sacarla de mi casa y llevarla a
donde sea que se esté quedando.
No me muevo. El momento pasa, el ascensor sube, y cambio su peso ligeramente,
obteniendo un mejor agarre. Sus manos se desenredan, y levanta su cabeza,
mirándome a los ojos.
—Estás en mi casa. Te llevaré a una de las habitaciones de invitados ahora.
—¿Vas a arroparme en la cama?
Frunzo el ceño en señal de desaprobación.
—Oh no. Tengo personas para eso. Mi arropador. Raoul. Él es excelente en eso.
Mantiene la almohada esponjosa a la perfección.
Cierra los ojos y suena el indicio de una risa suave.
—Soy demasiado pesada para que me lleves. Puedes bajarme, puedo caminar.
—Tranquila. Ofenderás mis habilidades masculinas. —No la estoy bajando.
Cargarla en mis brazos, su aliento suave contra mi cuello, su mano curvándose en un
suave puño contra mi corazón… se siente como lo mejor que he hecho en meses. La
cargaría a través de la ciudad.
Las puertas del ascensor se abren y entro al quinto piso.
Hay un mayordomo uniformado junto a la puerta de la suite verde, y lo
reconozco, asintiendo mientras abre la puerta, la habitación débilmente iluminada por
la luz del ambiente
—¿Le gustaría un pequeño fuego, señor?
Considero la idea y sacudo la cabeza, quiero privacidad sobre la atmósfera y la
llevo a la cama lo antes posible.
—No. Gracias. Por favor cierra la puerta detrás de ti.
—Su habitación está lista, señor. ¿Debería despedir al personal por la noche?
—Sí. Llamaré si necesito algo durante la noche.
—Muy bien, señor. Buenas noches.
Buenas noches. Miro el reloj, hago los cálculos y me sorprende que ya hayan
pasado seis horas. Mañana, lo sabremos. Sabremos si Avery es una Horace, y si estoy
oficialmente jodido.
La bajo a la cama y se voltea hacia un lado, luego se levanta.
—Vaya, estoy borracha.
—Sí. Si vas a vomitar, avísame ahora. Tendré un ama de llaves sentada cuidando
de ti.
Tose una risa.
—No voy a vomitar. Y creería que estás bromeando… pero parece que hay
demasiadas personas tropezando consigo mismas sin nada que hacer.
155
—A Vince le gustaba un gran personal. —Me arrodillo ante ella y trabajo en los
cordones de sus Doc Martens, deslizando el primero y poniéndolo a un lado—. No he
tenido el tiempo o el deseo de pensar en reducirlos.
—Sabes, puedo quitarme mis propios zapatos. —Se inclina hacia adelante y me
mira—. Lo he estado haciendo por mi cuenta durante casi… cielos. Dos o tres años
ahora.
Sonrío, levantando la lengua en el segundo y deslizándolo.
—Impresionante. —Apoyo mis manos en mis muslos y la miro—. Entonces
supongo que probablemente no necesitas que te desvista.
—Oh, no lo sé. —Se deja caer en la cama—. Estoy comenzando a sentirme débil.
Y sabes que tengo una propensión a desmayarme.
—¿Cómo podría olvidarlo? —Me levanto y juro por cada rosario con el que crecí,
que no la follaré. No la complaceré, no cavilaré pensamientos sucios, seré el caballero
perfecto que mi madre, una vez conservadora, me enseñó a ser. Avanzo, mirándola, y
parpadea cerrando los ojos, inclinando la cabeza hacia un lado.
—Hiciste un mejor trabajo fingiendo cuando estabas en el callejón.
—No puedo oírte porque estoy inconsciente. —Susurra las palabras por la
comisura de su boca—. Ahora tienes que desnudarme.
—Eres un dolor en el culo… —Me adelanto y la ruedo hasta que está boca abajo,
y chilla un poco en señal de protesta—. Debería haberte dejado en el auto.
No responde, y encuentro la costura de la cremallera en la parte posterior de su
falda y desabrocho el gancho y el cierre. Su suéter se ha levantado un poco,
exponiendo una tira delgada de su espalda, y no puedo evitar deslizar mis dedos sobre
el espacio, un rápido roce de contacto que podría ser inocentemente accidental.
Es una cremallera corta, y la saco rápidamente, sin darme tiempo para pensar, o
para prepararme para ver su tanga de algodón negro, desapareciendo en las mejillas
de su culo, sus medias transparentes una barrera entre mis manos y su piel. Agarro los
lados de la falda, poniéndola sobre sus caderas, y ella levanta su pelvis en un intento
de ayudar a mi causa.
No ayuda. No ayuda nada cuando su espalda se arquea, su trasero sale de la cama
y se ofrece a mí, la posición perfecta para agarrarle el culo, asaltar su coño, penetrarlo.
Levanto la falda por sus piernas, concentrándome en un pequeño diseño en la colcha,
centrándome en el punto e intentando ignorar la vista más hermosa que conoce el
hombre.
Dejo caer la falda al suelo y mantiene su culo en alto, con el pecho plano sobre la
cama, y gracias a Dios por sus medias con estampado de mariposas porque necesito
toda la ayuda para mantener mi polla bajo control.
Solo ahora, necesito quitarle esas medias, dejándola en esa tanga. Miro la puerta,
luego el armario, y me pregunto si primero debería encontrar su pijama. Algo con lo
que pueda cubrirla inmediatamente, en el momento en que le quite estas.
156
—Lo siento —murmura—. Debería haber usado de ese tipo con ligas.
—Créeme —exhalo—, estoy muy contento porque no lo hiciste.
Gira la cabeza y me mira a través de un montón de cabello y ropa de cama.
—Esto no… le está afectando, señor Lent. ¿O sí?
Mueve su culo en el aire, y estiro la mano, deteniendo el movimiento, mi mano
agarrando su culo y manteniéndolo en su lugar.
—Para eso —respondo.
Se ríe, y quiero callarla con mi polla, su risita vibrando a lo largo del eje de mi
pene.
En lugar de eso, la levanto, trabajando con movimientos rápidos y clínicos, mis
dedos se sumergen bajo la parte superior de la pretina de las medias, bajándolas por
ese delicioso culo dulce, y deslizándolas por sus muslos. Tengo que empujarla sobre la
cama para hacerlo, mi mano casi áspera en su culo, y grita en protesta cuando cae
hacia adelante. Tiene suerte que no sea mi novia. Si lo fuera, me rendiría con las
medias tan pronto como se revelara su trasero. En este momento, tendría una mano
en su espalda, otra en mi polla, y estaría empujando dentro, sintiendo su apretón,
poniendo mis rodillas en el colchón, mis manos sobre ella, y estaría hablando en
lenguas en minutos. Las medias de mariposas y las colegialas Doc Martens se merecen
una follada dura, rápida, del tipo que sacude las tetas, balancea las pelotas y hace que
el coño de una mujer explote alrededor de mi pene.
En vez de eso, tiro las delgadas medias de nailon, sobre sus rodillas y deslizo el
material por sus pantorrillas, sus pies se levantan, los tobillos, los talones, y luego los
dedos de los pies, expuestos. Dejo caer la media, fijo mi mirada en el techo para evitar
mirar su trasero y encuentro su cuerpo con mis manos, haciéndola rodar sobre su
espalda.
Se apoya sobre sus codos. El suéter, que me jodan hasta el infierno, es un tipo de
cardigan, que se abotona en la parte delantera, el tejido color crema se extiende
apretado sobre sus pechos, la extensión interrumpida por una fila de cierres, y no
puedo decir desde aquí sí son ojales o broches. Broches sería mi preferencia. En un
tirón fuerte, ella podría estar expuesta, y podría estar un minuto más cerca de estar en
mi habitación, con mi polla en mi mano, masturbándome como un adolescente en celo.
Aparto mi mirada del suéter y de su rostro, que es imposible de leer. Es seguro, pero
tímido, el gato siamés de la seducción, y me siento como un juguete para gato,
moviéndose entre sus patas, incapaz de alejarme.
—¿Te importa si te hago una pregunta personal?
Mis ojos de alguna manera han caído en sus bragas, el corte alto de ellas
alrededor de su cadera. Los levanto de nuevo a su rostro antes de responder.
—Por supuesto.
—¿Con cuántas mujeres has estado?
Debería estar desabotonando su camisa. Levantando sus manos, avanzando,
deshaciendo los botones. Un idiota podría hacerlo, pero no puedo. En este momento, 157
parece que no puedo moverme. Se empuja con los codos y se sienta derecha,
deslizándose hacia delante sobre la cama hasta que sus piernas desnudas cuelgan de
un lado, sus pies chocan contra mis pantorrillas. Repito la pregunta en un intento de
comprar más tiempo.
—¿Con cuántas mujeres he estado?
—Sí. Simplemente no sabía si yo era algo de una vez, o si has sido bisexual toda
tu vida. —Puedo verlo, en un quiebre del contacto visual, la rápida mirada hacia abajo
durante el comentario, cuál es la respuesta correcta. Quiere que le diga que ella es la
única. Quiere pensar que, de cada mujer con la que he estado en contacto, era la única
que me había atraído sexualmente.
Sé lo que ella quiere que le diga, pero no lo hago. No quiero mentirle. Al menos,
no más de lo necesario.
—Siempre me he sentido atraído por las mujeres.
—¿De verdad? —Mueve sus manos hacia el botón superior de su suéter y mi
polla pulsa con el primer giro de sus dedos.
—De verdad.
—Entonces… ¿cuántas? —Mueve sus manos hacia abajo y deshace el segundo
botón. Más piel.
—¿Con cuántas he tenido sexo? —Trago en un intento de aclarar mi garganta.
—Sí.
—Muchas. ¿Diez? ¿Veinte? Algo como eso.
—¿Cuántos hombres?
Se mueve más abajo en la línea de botones, y la inclinación entre sus senos, la
curva de cada uno, queda expuesta. No lleva sujetador, y noto, por primera vez, lo
ajustado del suéter, la tela escondiendo la forma de sus pezones. No respondo. Tal vez
tendré que follarla. Tal vez tenga que renunciar a mis aspiraciones caballerescas,
olvidar el hecho que ha tomado seis o siete cervezas, y follarla solo para evitar
responder a esta pregunta.
En lugar de eso, me adelanto y aparto sus manos del camino. Deshago el
siguiente botón, mis nudillos rozando su escote. Sigo adelante, mis ojos se centran
estrictamente en la tarea, y pienso en los senos caídos de una anciana para evitar
endurecerme. Abro el último botón y dejo escapar un suspiro.
—Listo. Permanece allí. Te traeré algo para ponerte.
Voy al armario, que está completamente equipado con las últimas colecciones de
Vince Horace. Me muevo hacia el lado femenino del armario, reviso la ropa interior y
selecciono un conjunto de pijama de seda rojo, la cosa más modesta que veo. Camino
de regreso a la habitación y coloco el colgador a su lado en la cama.
—¿Entonces? —pregunta, y ya no parece borracha. Parece interesada. Tal vez
desperté su interés al evitar la pregunta. Mierda. Debería haber mentido,
158
rápidamente, y luego decirle que estaba listo para ir a la cama—. ¿Cuántos hombres?
—Esa es una pregunta personal, que no me siento cómodo compartiendo. —
Retrocedo y camino hacia la puerta, de una manera que espero parezca casual.
—Oh, Dios mío. —Se cubre el rostro con una mano y se deja caer en la cama, el
movimiento hace que un lado del suéter se abra y que un solo pecho perfecto quede
expuesto—. Es malo, ¿no?
Es hermoso. Ella es hermosa. La longitud de sus piernas. Sus muslos. Sus
caderas. Las curvas femeninas. Ese pezón rosado. Su delicada garganta.
—Dime que no son cientos. ¿Son cientos? —Mueve los dedos y me mira a través
de un ojo—. Por favor dime que no es así. No usamos condón, Marco.
—Lo sé. —Me aclaro la garganta—. Lo recuerdo. —Ah, lo recuerdo. Fue mi
primera vez desnudo, la primera vez que sentía lo caliente y sedosa que se podía
sentir, cómo los músculos internos se agarraban y se flexionaban alrededor de mi eje y
la sensible cabeza de mi polla. Nunca olvidaré eso.
—Entonces… ¿es más que cientos? ¿Miles? —Deja caer sus manos de su rostro y
me mira desde su lugar en el medio de la cama.
—No es… —Hablo cuando no debería, me muevo para tranquilizarla cuando
debería correr—. No tienes que preocuparte. No lo hice, no he tenido relaciones
sexuales con ningún hombre.
—¿Qué quieres decir? —No ha cubierto su pecho, y no puedo apartar los ojos de
este, no puedo evitar imaginarlo en mi boca.
—Nada. —Señalo el pijama—. Usa esos. Me voy a la cama.
—Detente. —Se sienta y se pone el suéter en su lugar—. Espera. ¿Qué quieres
decir con que no has tenido relaciones sexuales con ningún hombre? No entiendo.
PORQUE NO SOY GAY. Quiero gritar las palabras a todo pulmón. Abrir las
ventanas y gritarlas de nuevo, para que toda la ciudad pueda escuchar. Menos de una
semana desde que él falleció, y esta mentira está sentada en mi pecho como una roca.
—Estás borracha. —Doy otro paso hacia la puerta y ella está de pie, parada entre
la puerta y yo, su suéter todavía está abierto, pero la prenda en su lugar, cubriendo
todas las partes que quiero ver.
—No lo estoy.
—Vete a la cama. —La tomo de los brazos y la muevo hacia un lado. En el
momento en que la solté, volvió a estar en mi camino, tan resbaladiza como una
concha de caracol.
—¿No tuviste sexo con Vince?
—Aunque creo que las posibilidades que él sea tu padre son ridículamente
delgadas, todavía no creo que sea apropiado para mí hablar sobre nuestra vida sexual.
—Casi llego hasta la puerta.
Su pie se engancha, sus dedos de los pies se enroscan, y me pone una zancadilla,
mi mano se mueve para agarrar el tocador, una lámpara de cristal se interpone en el
159
camino y patina sobre la superficie. Maldigo, intentando saltar sobre su pie, y su mano
se sujeta alrededor de mi antebrazo. Para ser algo tan pequeño, es fuerte, y luchamos
por un momento, vistazos de pechos desnudos balanceándose, y me detengo antes
que todo esto se convierta en una rutina de payasadas de Laurel y Hardy5.
Siento como si mi corazón latiera a un ritmo antinatural. Está casi desnuda, su
suéter colgando abierto, una de sus piernas todavía enredada en la mía, en una
postura que indica entrenamiento en artes marciales en algún momento de su vida.
Estoy a la defensiva, tanto física como emocionalmente, mi polla dura como un
ladrillo, mi cabeza confundida y mi lengua suelta.
—Háblame —exige, y es lo peor que puede pedir. No puedo hablar con ella. No
puedo hablar con nadie. Tengo el resto de mi vida para esperar esta continuación de
una mentira—. Explícame cómo saliste con Vince durante diez años y no has tenido

5 Fue un dúo cómico de los años 20, conocido en español como El Gordo y el Flaco.
relaciones sexuales con él, sin embargo, estás tratando de follarme en cada
oportunidad disponible.
—No estoy tratando de follarte esta noche. —No estoy obteniendo ningún
crédito por esto. Es como si al universo le importara una mierda lo difícil que estoy
tratando de comportarme.
Ignora la respuesta y mantiene el contacto visual como si literalmente pudiera
ver la verdad en él. Extiendo la mano, retiro sus dedos, y suelta su agarre de mi brazo.
Podría correr. Podría llegar a esa puerta antes que ella, correr a través de ella y
cerrársela en la cara. Podría correr, como un niño asustado que no sabe cómo
mantener una conversación. Es tentador, y miro hacia la puerta sin querer.
Se endereza, su pie se desengancha del mío, y cuando se cruza de brazos, sus
pechos se posan en sus antebrazos como si estuvieran sobre una repisa. Yo miro.
Ningún hombre de sangre roja en el mundo podría haber evitado mirar.
—No eres gay.
—No. —No puedo evitar la palabra, que cae por sí sola, pero no me arrepiento
cuando aterriza. Ya no puedo hacer esto, no con ella, y no estoy seguro de cómo
continuaré haciéndolo con todos los demás.
—¿Él lo sabía?
—¿Vince? —Me trago la risa—. Sí. Lo sabía. Fue por eso que me eligió. Nuestra
relación, a pesar de lo que hayas visto en una revista, no fue romántica. Él fue… —
dudo—… casi como un padre para mí, pero más como un amigo. Un amigo muy rico,
muy talentoso, muy sabio.
—Y fingieron. —Tiene problemas para decir la palabra, como si estuviera
pegajosa en su boca—. Fingieron estar juntos.
Veo el momento en que la esperanza golpea su rostro, su mirada se dirige hacia
mí con el ansia esperanzada de un niño.
—¿Él tampoco era gay? ¿Esto fue toda una fachada? ¿Para el… para el mundo de 160
la moda?
Sé lo que está haciendo. Está pensando que si soy heterosexual, y Vince es
heterosexual, entonces su madre no está loca, y en ese concierto, él podría haberla
llenado con tanto semen que podría haber tenido tres Averys.
—No. —La interrumpí antes que su esperanza creciera—. Vince definitivamente
fue gay. Ridículamente, de todo corazón, sin poder hacer nada, gay. Confía en mí en
eso.
Da un paso atrás y tropieza un poco cuando lo hace, su peso golpea la puerta
cerrada.
—Entonces, qué. —Suspira—. Yo… no entiendo, y no creo que sea porque estoy
borracha. Creo que esto es un caos, y no sé si me estás mintiendo o diciendo la verdad,
pero eso no lo hace…
—No te estoy mintiendo, pero no puedo decirte todo ahora mismo. Estamos a
una docena de horas de averiguar si eres su hija. Si es así, te contaré todo sobre la
situación. ¿Pero si no lo eres? —Niego—. Entonces ya te dije demasiado. No debería
haberte contado nada de esto. Pienso en John y en el arrebato que tendrá.
Levanta sus manos a su rostro, sus dedos se clavan en su frente y gime.
—Ojalá no estuviera borracha en este momento.
Doy un paso adelante, mis manos se deslizan por el costado de su cintura, y la
acerco hacia mí, sus manos caen de su rostro.
—Vete a la cama. —Me inclino hacia adelante y la beso en la frente—. Ve a
dormir, y podemos resolver esto por la mañana.
No debería haberla besado en la frente. Era demasiado íntimo, demasiado tierno,
y cuando me alejo, agarra mi camisa y me mantiene en su lugar.
—Espera —susurra.

161
Capítulo 34
Avery

l me mira, y nunca había visto tanta emoción en el rostro de un hombre.

É Tiro de su suéter, y sus ojos se posan en mis manos, luego se arrastran hacia
mis pechos, evitando mi rostro. ¿Me está mintiendo? No puedo pensar en
una razón para que un hombre como Vince tenga una falsa relación. Podría haber
tenido una docena de novios, podría haber escogido cualquier hombre gay en América
del Norte. Tampoco puedo pensar en una razón para que Marco mienta al respecto.
Así de cerca, puedo ver cuán gruesas son sus pestañas, las pequeñas arrugas en
las comisuras de sus ojos, la combinación perfecta de rasgos que ahora se contraen en
un ceño fruncido.
—No puedo…
Levanto mi rostro hacia el suyo y aprieto mi agarre, lo acerco más, y cuando
tropieza hacia adelante, puedo sentir la presión de su erección contra mi muslo.
—¿No puedes qué? —susurro.
162
—Estás borracha. —Su mano se desliza desde mi cintura hasta mi cadera, y pasa
un dedo por debajo de mis bragas y gira el algodón alrededor del dedo, apretando la
tanga.
—Tú también.
—Estoy intentando ser un caballero.
Extiendo la mano y libero su dedo de mi tanga, levantando su mano y
colocándola sobre mi pecho izquierdo.
—No lo seas.
—Avery... —suplica, y su mano aprieta, el cálido calor de su palma cerrándose
sobre mi pezón. Me levanto de puntillas, mis manos arañando hacia arriba su suéter y
envolviéndole el cuello, y cuando sus ojos se posan en mis labios, su otra mano
encontrando mi otro pecho, se acaba.
La presa de resistencia se rompe y las aguas de la crecida se agitan. Su boca
golpea la mía, y es menos un beso, y más un reclamo. Clavo las uñas en su cabello,
llegamos a la cama, me quito el suéter de un tirón y busco su cinturón.
Es diferente, esta vez, de lo que fue en Spring Creek. Entonces, él era un poco
imbécil. Un dominante imbécil, sexual, dador de placer, liberador de mis orgasmos.
Ahora, es más suave, más reverente. Me besa a lo largo del estómago, baja mis bragas,
y se toma su tiempo con su boca. Me vengo y él se mueve hacia mis pechos, sus
movimientos son pacientes, a pesar de su rígida protuberancia que se balancea contra
la cara interna de mi muslo. Me deja, saca un condón de su bolsillo, y vuelve, mis
piernas envolviéndose alrededor de su cintura. Su beso es suave contra mis labios y
me encanta la expresión de su rostro, el endurecimiento oscuro de sus rasgos cuando
empuja dentro de mí.
Podría enamorarme de él. La realización llega tan rápido como mi orgasmo
había venido, y es igual de cegador, mi mente hojea una docena de imágenes de lo que
quiero. Él, en un esmoquin, en el altar. Él, mi niño en sus brazos. Él, con canas y un
ceño fruncido.
Mira hacia abajo, al lugar donde nuestros cuerpos se encuentran, y empuja
lentamente, casi con devoción, sus manos en mis caderas, sus ojos volteando hacia los
míos. Sostengo su mirada, mira en la mía, y en el contacto visual, llega mi segundo
orgasmo.

Duerme desnudo, y nunca he visto un espécimen más perfecto. Me acuesto de


costado, acurrucada contra él, mi cabeza sobre su brazo. Está estirado, con la cabeza
vuelta, su respiración pesada y constante, en sintonía con los ruidos de la ciudad. Paso
la mano por su pecho y miro más allá de él, a la ventana, las cortinas abiertas, la
habitación suavemente iluminada por la ciudad. 163

Si me duermo ahora, la mañana llegará más rápido. La llamada con los


resultados vendrá más rápido. La respuesta a la pregunta que ha resonado en mi
cabeza durante tres días, por fin entregada. Quizás por eso estoy luchando contra el
sueño. Tengo miedo de obtener esa respuesta, temo una situación sobre la que no
tengo ningún control. Tengo miedo de lo que empiezo a sentir por Marco. Tengo
miedo de lo que sentí anoche, miedo porque me puedo estar enamorando de él.
Temerosa que cualquier futuro entre nosotros sea imposible, dadas las circunstancias
que existen.
Siento que viene el sueño y lucho contra este, abriendo grande los ojos, forzando
mi mirada a moverse por la habitación, tratando de mantenerme despierta. No estoy
lista. Necesito resolver esto, necesito despertarme en la mañana con algún tipo de
plan de juego. Necesito armarme, emocionalmente, para cualquier resultado que
pueda venir y resolver...
Llaman a la puerta del dormitorio y siento que la sábana se mueve por mi
cuerpo, la pierna de Marco deslizándose entre las mías, su mano envolviéndome y
tirándome hacia su pecho.
—¡Vete! —grita Marco, y su aliento calienta mi cuello, sus dientes se deslizan a lo
largo de la piel, un suave mordisco antes de besar el área—. No te despiertes —
susurra.
—Demasiado tarde. —Sonrío.
—Maldito sea. —Bosteza contra mi cuello—. Te asaltaría de nuevo, pero tengo
un dolor de cabeza espantoso en este momento.
Me doy la vuelta y lo miro.
—Pobre bebé.
—No me digas eso. Tienes que estar adolorida también. Bebiste más que yo. —
Sube la manta más, cubriendo nuestros cuerpos y hace una mueca ante la luz del sol,
entrando por las cortinas abiertas—. Me pregunto qué hora es.
Me estiro, gateando lo suficiente para alcanzar mi teléfono en la mesita de noche.
Miro su pantalla.
—Son las diez.
Gruñe en respuesta.
Las diez. Tres horas más hasta que escuchemos los resultados de la prueba.
Desbloqueo mi teléfono y busco una llamada perdida, o un mensaje de texto, o un
correo electrónico. Nada. Vuelvo la cabeza.
—¿Revisarás tu teléfono? ¿Solo por si acaso te llamaron a ti?
—Sí. Pero mi teléfono murió durante la noche. —No se mueve, pero levanta la 164
voz y habla en la dirección general del techo—. Kmart, necesito un mayordomo. —
Hace una pausa, y antes de que tenga la oportunidad de preguntarle con quién diablos
está hablando, una voz responde, el sonido parece venir de todas las direcciones.
—Llamando a un mayordomo. —La voz es altamente precisa y modulada, del
tipo que proviene de un robot.
Me río.
—¿Qué es eso?
—Es el mayordomo virtual —dijo—. La llamamos Kmart. Tuvimos que elegir un
nombre que nadie diría en una conversación natural, a menos que...
—Disculpe. No entendí esta orden.
Hace una mueca.
—¿Ves? Cuando dices su nombre, la hace escuchar. Es como lo de Alexis en
Amazon, salvo que hemos instalado la tecnología hace años. De hecho, ella… —Mira
hacia el techo, luego baja la voz a un susurro de escenario juguetón—. Ella está un
poco desactualizada.
—Todavía no he oído una orden.
—Kmart, vete.
—Por supuesto. Tu deseo es mi orden, maestro Marco.
Empiezo a reír.
—Oh Dios mío. Dime que no la has programado para que dijera eso.
Se burla.
—Por supuesto lo hice. Puede aprender tu voz también. Aquí, mira esto. Kmart,
agrega un nuevo usuario.
—Nuevo usuario —entona—. Para fines de verificación de voz y aprendizaje, por
favor repita las siguientes oraciones después de mí.
Disparo a Marco una mirada irónica, pero espero, sintiendo como si estuviera a
punto de hacer una audición para una especie de papel.
—Vince Horace es el mejor diseñador de moda del mundo. No hay rival para él.
Hace de todos los otros diseñadores de moda su perra. —Hace una pausa, y mi risita
se convierte en una risa en toda regla.
—Repítelo —me urge Marco y me pellizca en el costado.
—Yo… —Me río—. No puedo recordarlo.
—Kmart, repite.
Ella repite el ridículo mantra, y lo repito, la repetición ocasionalmente
estropeada por una serie de risas. Pongo mis ojos en blanco a Marco y él sonríe.
—¿Qué? —dice, levantando las manos con fingida inocencia—. Eso fue todo
Vince. Fue quien la programó.
Espero que sea mi padre. La idea me golpea de forma tan inesperadamente que 165
me toma desprevenida, mis defensas bajas, y me impacta el repentino dolor de que me
recuerden que nunca tendré la oportunidad de conocerlo. Nunca conoceré al hombre
que nombró a su mayordomo virtual Kmart y exigió que todos los nuevos usuarios
alaben sus talentos para obtener entrada.
—Nuevo usuario registrado. ¿Cuál es su nombre?
Comienzo a decir mi nombre y Marco cierra una mano sobre mi boca,
levantando la cabeza y hablando con el techo.
—Perra Sexy.
—Perra Sexy ya está tomado.
Me río más fuerte, el sonido amortiguado bajo su mano y hace una mueca. Quito
sus manos de mi boca.
—Diosa Tetas Dulces —susurro, bastante segura que nadie, en la historia de la
base de datos de Vince Horace, ha sido descrito alguna vez de esa manera. Echa un
vistazo debajo de la sábana a dichas tetas azucaradas con una mirada evaluadora,
asiente con aprobación y luego repite el nombre.
—Bienvenida, Diosa Tetas Dulces —entona la voz—. Ahora está guardada en mi
base de datos de usuarios. ¿Hay algo con lo que la pueda ayudar?
—No, gracias —digo, y suena un tono, indicando su salida.
—Diosa Tetas Dulces —repite, tirando de la sábana, exponiendo mis pechos—.
Me gusta eso. Sin embargo, podemos tener que restringir su uso en compañía mixta.
—Se inclina y presiona un suave beso sobre el pezón más cercano.
Suena un golpe y sube la sábana con una mirada de arrepentimiento.
—¿Deberías esconderte? —susurro.
—Joder, no. —Se relaja contra las almohadas—. Adelante —llama, y se abre la
puerta del dormitorio. Es una persona que aún no he visto, vestida con el traje blanco
que he llegado a reconocer como el uniforme de la casa.
—Buenos días, señor Lent. —Si el hombre se da cuenta de mí, no reacciona, con
las manos cruzadas delante de él, su tono de completo respeto. Es joven, de
veintitantos años, y tiene la complexión de un gimnasta—. ¿Cómo puedo ayudarle esta
mañana?
—Necesito un cargador para mi teléfono. Despeja este piso de todo el personal,
excepto el salón y el vestidor, y deja que la cocina sepa que pronto bajaremos a
desayunar.
—Por supuesto. —El hombre se va, cerrando la puerta detrás de él, y me pongo
de lado, colocando mis palmas juntas y metiéndolas debajo de mi cabeza.
—¿No te cansas que todos te besen el culo?
Se ríe.
—No, todo lo contrario. Lo odiaba cuando me mudé a la casa. Pero después de
unas semanas, cualquier cosa diferente se volvió inaceptable. —Me mira de reojo—. 166
Excepto contigo. Nunca me has besado el culo. De hecho... —Se inclina hacia adelante y
presiona un beso en mi mejilla—. Has sido más bien un gran dolor en el culo desde
que saltaste enfrente de mi automóvil.
—Oye —resoplo—. Una chica tiene que llamar la atención de un hombre como
pueda en esta ciudad.
—No una chica como tú. —Mueve su beso a mi boca, luego se levanta de la cama,
encontrando los pijamas de la noche anterior y lanzándomelos—. Toma. Vamos a
tomar algo de desayuno.
—¿No te sirven el desayuno en la cama? —Hago una mueca—. ¡Vaya! Cuán
positivamente civilizado de tu parte.
—No somos hombres de las cavernas. —Emerge del armario con unos ajustados
calzoncillos y se pasa una camiseta por la cabeza—. Además, es muy jodido esperar a
que las cosas suban cinco pisos. Si pides mantequilla, y esperarás cinco minutos por
ella.
—Ah. La verdad sale a la luz. —Me estiro, luego paso las manos por la parte
superior del pijama y me lo paso por la cabeza. Al llegar al final de la cama, busco mis
bragas de la noche anterior.
—Toma. —Sostiene un nuevo par.
—Gracias. —Me los pongo y le echo un vistazo—. No es por hacer que todo sea
incómodo, pero...
—Quieres saber en qué situación estamos. —Se pasa una mano por el cabello.
—Sí. Quiero decir... no es como si estuviera tratando de tener una conversación
sobre una relación contigo, pero parece que hemos hecho un completo giro de ciento
ochenta grados desde ayer.
—Ayer, cuando estaba siendo un idiota.
—Sí. Un completo idiota. —Le echo una miradita—. Como, enorme. Cretino total.
Asiente y tose una sonrisa.
—Acepto eso. —Se sienta a mi lado en el borde de la cama—. Y deberías saber,
primero, que soy un idiota. Ser uno ha sido mi modus operandi durante los últimos...
—hace una mueca—. Docena de años. Y era algo que le gustaba a Vince. Entonces,
parte de eso es solo un hábito. Pero la otra parte... —Suspira—. He estado
pretendiendo ser gay por mucho tiempo. ¿Y lo que hice contigo en Spring Lake? Eso
me expuso a mí, y a Vince, de una manera alarmantemente negativa. Y esa exposición
empeoró, una vez que me di cuenta de tu potencial conexión con la herencia.
Entonces, cualquier crueldad que demostré fue un jodido intento de control de daños.
—Inclina su cabeza, haciendo una mueca.
—Además, eres un idiota —agrego, y él sonríe.
—Exactamente. Pero prometo ser menos idiota, en lo que se refiere a ti. —Se
acerca y agarra mi rodilla, dándole un suave apretón—. Estoy sorprendido que
accedieras a cenar anoche, después de todo lo que te hice pasar.
167
Me encojo de hombros, deslizando mis pies dentro del pantalón y los subo.
—Creo que fui por la misma razón por la que comenzaste a ser un cretino.
Control de daños. —Me giro y vuelvo a mirarlo—. Si Vince es mi padre, deberíamos,
como mínimo, llevarnos bien el uno con el otro. —Me pongo el cabello en una cola de
caballo—. ¿Y... solo para confesar algo? Me alivia escuchar que tú y él solo eran
amigos, y no... más.
Descansa su peso sobre sus manos, y su camiseta se estira ajustada sobre su
pecho.
—No es una gran sorpresa escucharlo.
—Sí. Estaba un poco asustada conmigo, después de esa primera noche, por
haberme acostado con el amante de mi posible padre. —Resoplo—. Dios, odio esa
palabra. Amante. Suena tan medieval.
—Sin embargo, te acostaste conmigo.
—Bueno. —Levanto una mano y lo señalo—. Tienes un paquete tentador. Y
había pasado... —Suelto un suspiro de dolor y me dejo caer en la cama junto a él—. Un
tiempo.
Estudia mi rostro.
—Eso parece imposible. ¿Cómo no tienes a la mitad de Detroit bajo tu hechizo?
—Excelente pregunta. —Abro más los ojos y levanto las manos—. Es un misterio
total. Tal vez será por mis catorce gatos.
Gime y se pone de pie.
—No tienes gatos.
—O... —Levanto los pies y me siento con las piernas cruzadas sobre la cama—.
Podría ser mi propensión por volverme loca de remate en la tercera cita.
—Te volviste loca de remate en nuestra primera cita —señala.
—Bueno. —Me encojo de hombros—. A veces, si el potencial es alto, saco esa
tarjeta temprano.
Se dirige al armario y admiro los músculos de sus piernas.
—Mientras estamos siendo amistosos... —digo.
—¿Sí? —Resurge, un pantalón con cordón en la mano, y lo despliega.
—¿Qué piensas realmente? ¿Crees que es mi padre?
—¿Honestamente? —Se pone el pantalón y niega—. No lo sé. No creo que seas
ridícula por hacer la pregunta. —Me mira avergonzado—. A pesar de las cosas que
dije antes.
Se acerca a donde está su pantalón, todavía en un montón de la noche anterior.
Alzando la mano, saca su celular y su billetera, y los mete en sus bolsillos.
—Pero las cosas estaban mucho más sencillas cuando Vince no tenía un hijo. —
Evita mi mirada, se acerca a la mesita de noche y recoge su reloj, mirando la hora—. 168
Espero que no seas su hija. Haría mi vida mucho más fácil. —Me mira de nuevo—. Y sí,
me doy cuenta que hace de mí un imbécil egoísta.
—Está bien. —Me encojo de hombros—. Espero ser su hija, y eso va a apestar
para ti, así que supongo que los dos queremos lo que no es bueno para la otra persona.
—Examino la parte inferior de mi pie—. Pero... ¿realmente te va a fastidiar? Quiero
decir, firmé ese contrato. ¿Por qué te importa si es mi padre?
No dice nada, y la pregunta flota en el aire. Se pasa el reloj sobre la muñeca y
lucho contra el impulso de repetir la pregunta.
—No es solo el dinero —dice finalmente—. Disfruto mirándote. Disfruté de la
cena de anoche contigo. Y realmente, realmente, disfruto follándote.
—Oh. —Este es un giro inesperado de la conversación, y siento que mis mejillas
se calientan con la reveladora sensación de un rubor.
—Cuando firmaste ese contrato, fue la primera vez que pensé que podrías estar
metida en esto por algo más que dinero o chantaje. —Me mira—. Eso me quitó un gran
peso sobre los hombros. Y cambió lo que sentía por ti. Lo cual es irónico, ya que
probablemente te hizo odiarme.
—Lo hizo. —Estoy de acuerdo—. Pero superé eso, en algún momento durante la
cena de anoche.
—Mira, tengo un montón de mierda personal que resolver. Antes de conocerte,
pensé que podría continuar con... —Agita una mano en el aire—. Todo esto. Pero
ahora... —Termina con su reloj y me mira—. De repente me doy cuenta que no puedo
tener mi propia relación, mi propia vida... no, a menos que viole mi acuerdo con Vince.
Y no creo que sea eso lo que pretendía, pero así es como se siente. Y no esperaba
sentirme así tan pronto. Pensé... —Se frota la mandíbula—. Pensé que tendría cinco o
seis años antes de estar en esta situación. —Niega y mira hacia otro lado—.
Simplemente ignora lo que estoy diciendo. Lo que digo no tiene ningún sentido. ¿Estás
lista para ir abajo?
—Sí. —Me arrastro hasta el final de la cama y me levanto, siguiéndolo hasta la
puerta y sintiéndome aún más confundida que antes.

El desayuno resulta ser una producción, y rápidamente entiendo por qué no nos
lo sirvieron en la cama. La cocina para comer es enorme, una gran chimenea en un
extremo, la cocina abierta a una gran isla que alberga una estufa en un lado y media
docena de plazas en el otro extremo. Hay cuerpos uniformados por todas partes, y
tengo un camarero personal, al igual que Marco. Siento una especie de obligación
demencial para justificar el trabajo de todos, y pido cuatro cosas sin pensarlo, cada
solicitud encontró un asentimiento agradable, como si la selección de la despensa
fuera ilimitada y el salmón Benedict se pudiera crear tan fácilmente como un cuenco
de Frosties.
169
Marco levanta una ceja hacia mí.
—¿Hambrienta?
—Muerta de hambre —miento, y miro el reloj de la pared, consternada al ver
que apenas han pasado quince minutos.
Me acerco al mostrador y recibo una mirada curiosa del chef, un hombre de piel
oscura que muestra una sonrisa y no hace preguntas. Mientras observo, corta
manzanas y limpia limones y los introduce en un exprimidor.
—¿Necesita ayuda? —ofrezco.
Marco tose a medio sorbo de un capuchino.
—No necesitan ayuda —dice bruscamente—. Díselo, Frances.
—Es cierto, señora —dice, con voz educada y teñida de acento francés—. He
estado esperando toda la mañana para hacer algo, y me temo que se verá mucho
mejor que yo haciéndolo. —Él guiña un ojo, y Marco gruñe en respuesta. Es muy
adorable, la naturaleza quisquillosa que proyecta. Entiendo por qué a Vince le gustaba.
Siento, al ver sus interacciones, como si fuera parte de un club exclusivo, uno que
permite ver a la persona detrás de los ceños fruncidos.
Su teléfono se enciende y lo recoge, desplazándose por las diferentes
aplicaciones, y luego sacude la cabeza.
—No hay noticias todavía.
Asiento y saco mi propio teléfono, revisando, por quinta vez, mis propios
mensajes. Todavía nada de Andrei.
—Quedan unas pocas horas más. Intenta ser paciente.
Intenta ser paciente. Debería ser fácil. ¿Cómo he aguantado treinta y un años tan
fácilmente, sin embargo, estas horas parecen tan interminables?
Marco se limpia la boca y se levanta.
—Pensé que podrías vestirte en el salón. ¿Edward?
El mayordomo da un paso al frente.
—¿Sí, señor?
—Lleva a Avery al tercer piso y haz que la ayuden con su vestimenta.
—Por supuesto. —Asiente, me hace un gesto y me quedo en el taburete.
—¿Ayudarme con mi vestimenta? ¿Es esa una palabra clave para golpearme en
la cabeza y enterrarme en el sótano?
El anciano me mira fijamente con una mirada arrogante de amonestación.
—Puedo asegurarle, señorita McKenna, que nunca sería parte de tales cosas.
El hombre no tiene ningún entendimiento del sarcasmo. Ninguno. Si alguna vez
contrato un mayordomo, tendré uno con un sentido del humor perverso.
—Solo llévala al tercer piso —dice Marco—. Y trata de no ser un completo dolor
en el culo mientras lo haces. 170

Edward asiente como si estuviera acostumbrado a tal abuso.


—Muy bien, señor. ¿Supongo que se vestirá por su cuenta esta mañana?
—Sí.
Esta es una existencia ridícula. El péndulo se balancea hacia atrás y casi espero
que Vince no sea mi padre. ¿Estas personas necesitan ayuda para vestirse por la
mañana? Me levanto del taburete y miro en dirección a Marco y me recompensa con
una sonrisa, una que me toma desprevenida y me recuerda lo dolorosamente guapo
que es. ¿Cómo podría una persona permanecer enojada con un hombre así? ¿Cómo
podría una mujer mantener su distancia, proteger su corazón y evitar caer bajo su
hechizo?
Tengo que salir de aquí, después que descubramos las noticias, y antes que me
enamore de él. Un hombre como este podría destruir mi corazón. Un hombre como
este hará que cualquier otro hombre, cada otro beso, y cualquier otro amor, parezcan
débiles en comparación.
Me aparto de esa sonrisa y sigo al mayordomo fuera de la cocina.

Es una caminata al tercer piso, bajar un largo pasillo, atravesar una pequeña
escalera, subir a un ascensor, y luego llegar piso. A pesar de todo, Edward no dice
nada. Intento una conversación sobre el clima y no logro nada. Le pregunto cuánto
tiempo ha estado en Nueva York y se hace un silencio sepulcral. Me recuerda a mis
instructores en la escuela preparatoria, un surtido de mujeres y hombres que, si se les
apoyara un cuchillo en la garganta, aún no pasarían una prueba de personalidad. Le
menciono esto, menciono que podría conseguirle citas con una variedad de jóvenes y
sexys profesoras de inglés, en caso que deseara a alguien tan rígido y aburrido como
él. No responde, no sonríe, no se involucra, una reacción que solo hace que aumente
mis esfuerzos.
—Vamos a ser amigos —insisto, luchando por seguirle el ritmo, con los pies
acortando el camino enérgicamente a lo largo del pasillo—. Todavía no lo sabes, pero
seremos amigos. La gente como yo, ¿sabes?, soy una persona muy agradable.
—Felicitaciones —reflexiona, su rostro flojo con desinterés. Se detiene al lado de
una puerta doble y agarra la manija, abriéndola con una floritura que probablemente
practicó un millón de veces en las escuelas de mayordomo—. Aquí está el salón.
Avanzo y me detengo, genuinamente impresionada. Hay un espejo largo que se
extiende a lo largo de un lado, un mostrador delante, luces de escenario presentes y
tres asistentes masculinos, cada uno de pie al lado de su propia silla como si
estuvieran en posición de firmes.
El primero del grupo avanza, extiende su mano y se presenta, sus ojos me 171
recorren con la mirada crítica de un profesional experimentado. Me quito un cabello
errático del rostro y miro por encima de mi hombro, pero Edward se ha ido.
Capítulo 35
Marco

M
e tomé mi tiempo en la ducha, dejando que el agua caliente golpeara mi
espalda y pensé en lo de anoche. Es injusto ponerle toda la presión a
ella. Es ridículo esperar que ella, con unas simples interacciones, tenga
sentimientos por mí, y no tengo razón para pensar en un futuro con ella en este.
Aun así, lo hago
Algo entro nosotros inició, en Spring Lake, y se intensificó cuando firmó ese
contrato, algo que se está apoderando de mí. Es algo más que una conexión física y
que me maldigan si soy el único que lo siente. Pero quizás lo soy. Quizás he pasado
una década sin pasar más de un par horas con una mujer, y ahora, con mi primera
interacción con una, mi corazón está expuesto, es demasiado tonto, y joven, y soy
como un niño con su primer enamoramiento. Quizás de eso se trata. Un
enamoramiento. Y cuando regrese a Detroit, voy a sobrevivir. Voy a regresar a mi vida,
a mi castidad y olvidar que ella sucedió.
Por este momento, tengo que apagar mi cerebro. Necesito apartarme y darle
espacio. Probablemente en este momento está entrando en pánico. Estuve hablando
172
tonterías en esa habitación. Pasé la noche besándola y acurrucado como si fuéramos
algo, como si tuviera derecho a obtener más que solo placer de ella y ella de mí. Ella
posiblemente salió por la ventana y escapó por las escaleras de emergencias, saliendo
a las calles de Nueva York descalza, su cabello oscuro moviéndose con el viento.
Probablemente había corrido a la oficina de John, llenando una orden de restricción
contra mí y posiblemente nunca la volvería a ver sin abogados y seguridad presente.
—¡Mierda! —Golpeo mi mano contra la ducha, recordándome el hecho que, en
caso que sí le guste, ¿qué demonios voy a hacer? ¿Salir con ella? ¿Decirle a toda la
población de Nueva York que soy heterosexual? Había estado en Oprah, por el amor
de Dios. Me senté junto a Vince mientras discutía la homosexualidad y como no era
una opción, y como no deberíamos temer compartir nuestros sentimientos, compartir
nuestras preferencias sexuales con el mundo. Me senté en su estúpido sillón y fui el
peor hipócrita, un insulto a su estilo de vida, y fui de ese modo con su chico dorado. Lo
hice por él, y lo hice por mí, y lo hice por esta fortuna de miles de millones de dólares,
y ahora todo parecía inútil. Todo parecía un desperdicio.
Cerré la ducha y abrí la puerta. Caminando al closet, pasé los ganchos y elegí un
traje purpura oscuro, el color casi negro por su intensidad. Vince había amado este
traje. Lo había llamado el color de la realeza. Y lo era. Un color “hecho para nuestro
estilo de vida”. Volví a guardar el traje y elegí uno gris oscuro. Algo monótono y
completamente ordinario, que hubiera hecho que Vince chasqueara su lengua en
desaprobación. Tomé mi celular y marqué el número de John, sosteniéndolo entre mi
hombro y cabeza y saqué el pantalón del gancho.
—Dime que ya sabes algo.
—No he escuchado nada, pero te haré saber cuándo lo sepa. Vamos a ser los
segundos en saber. Ellos llamaran a sus abogados primeros.
—Bueno, ella está aquí conmigo. —Me pongo el pantalón—. Se quedó aquí
anoche. Y sí, es complicado.
John permanece en silencio por un largo tiempo.
—¿Entiendes lo que estás arriesgando al involucrarte emocionalmente con ella?
—Estoy intentando no hacerlo. —Pienso en lo que sucedió anoche, mi intento de
meterla en su pijama, la tortura de intentar ser un caballero, y el momento cuando se
inclinó sobre mi cuerpo y me miró, sus ojos suplicando por un beso. En ese momento,
ninguna amenaza me hubiera mantenido alejado de besarla. Ningún riesgo, ninguna
situación que me cambiara la vida. Su cuerpo contra el mío, esos labios… perdí la
batalla al minuto que la seguí a la habitación. Demonios, perdí la batalla cuatro horas
antes cuando se subió a mi auto.
—Estás jugando con fuego.
—Lo sé. —Saco una corbata azul y la lanzo a la isla—. Pero en este momento, no
me importa.
—Que no te importe puede ser muy peligroso para el imperio de Vince, y su
legado —me advierte John—. Ella te está engañando. Te está seduciendo y estás
cayendo justo en su trampa. 173
—No. —Muevo la cabeza—. Firmó un contrato, no va a decir nada.
—Los contratos no significan nada si las partes resultan afectadas. ¿No crees que
pueda convencerte de romperlo? ¿No crees que te convenza de darle algo?
Tiene razón.
—Si le doy algo, será mi decisión. No va a engañarme para eso.
Me detengo a mitad de embotonarme la camisa y hablo claramente al teléfono,
asegurándome que entienda.
—Este es mi dinero. Esto es ahora mi compañía y voy a hacer lo que tenga que
hacer. Tu trabajo es hacer lo que te pida que hagas y me aconsejes si necesito tomar
una decisión. No me importa si es pariente de él o no, y voy a tomar mis propias
decisiones sin pensar con mi polla. No me digas lo que mi corazón deba de hacer. Tú
no estás a cargo de mi corazón. Estás supervisando esta herencia. Y me has conocido
lo suficiente para saber que no soy impulsivo o un individuo emocional. Y si quiero
follarla, voy a follarla. Y si me quiero enamorar de ella, lo voy a hacer. Y no quiero
escuchar tu opinión al respecto. ¿Lo entiendes?
—Estoy de tu lado, Marco. He estado de tu lado desde el inicio. Recuérdalo.
—En este momento, mi lado se siente solo.
—No lo está. Esto… vamos a pasar esto juntos, y voy a apoyar tus decisiones.
Solo necesito saber esas decisiones para que pueda hacerlo. ¿Está bien?
No sé por qué demonios está diciendo esto. Lo estoy manteniendo informado. El
único que sabe más detalles sobre la actividad de mi polla es mi mano. Aun así,
asiento.
—Sí, está bien. Sé que la contactaran, pero solo… —Dejo escapar un suspiro—.
Solo llámame si escuchas algo.
—Lo haré.
Cuelgo y me termino de vestir. Cierro los ojos y deseo que Vince estuviera aquí.
Me siento en el escritorio y miro los números. Las órdenes han aumentado y le
envío un correo a la bodega para advertirles. No es inesperado. Sabíamos que esto
podría pasar con la muerte de Vince. Habíamos tenido tiempo para prepararnos, para
tener excedente de inventario y las tiendas llenas, aumentando a los trabajadores y
haciendo publicidad. La muerte, al menos en el mundo de la moda, es bueno para los
negocios. Es una victoria amarga y suspiro ante los complicados números en el
reporte. Será nuestra mejor temporada y no está aquí para verlo, y estaba demasiado
enfermo para supervisar la implementación de todo. Al menos la visión es suya, los
diseños en los que trabajó hace ocho meses, cuando estaba sano. La línea de invierno,
que se develó en septiembre, la que sería la última con su sello personal. Después de
eso, cada diseño sería mío, y nuestro equipo de diseñadores alrededor del mundo, un
equipo que había pasado más de una docena de temporadas bajo su tutela.
La compañía estará bien, y sus visiones continuaran, conmigo al frente. Estoy
listo. Él pasó diez años enseñándome para esto, y cuando se trata de moda, puedo 174
tomar las decisiones de Vince Horace con los ojos cerrados. Cuando se trata de la vida,
me siento mucho más perdido.
—¿Señor Lent? —Kmart habla y levanto la cabeza.
—Sí.
—La Diosa Tetas Dulces, está esperando en el primer piso. —El nombre me
provoca sonreír, y me levanto, cerrando el reporte y tomando la chaqueta.
Me muevo por la casa y miro mi reloj. Otras dos horas. Evito el elevador,
tomando las escaleras, y cuando doy la vuelta ella está en la ventana, observando algo
en la calle. Me detengo.
Yves St Laurent una vez dijo que lo importante de un vestido es la mujer que lo
usa. Ella no está usando un vestido, pero ella es todo lo que veo. Es hermosa.
Impresionante. No que no lo fuera antes, pero ahora. Su cabello es más oscuro, más
lleno, una cascada de rizos en su espalda. Mueve un poco la cabeza y puedo ver su
blusa sin tirantes, y una falda en línea A de lana, una que reconozco de la colección
Couture de hace tres años. Mientras se mueve, la falda flota, y mis ojos se levantan de
esta a su rostro. Su piel brilla, sus cejas depiladas y esculpidas. Su maquillaje es sutil,
pero es la primera vez que la he visto usarlo, y lleva su belleza natural o un nivel que
hace que se detenga el corazón de un hombre.
Doy un paso al frente y ella sonríe, señalando su cuerpo.
—¿Qué te parece? —Hace una pose y me doy cuenta de los tacones que usa.
—Creo que me gustas mejor de botas.
—Sí. —Saca la lengua—. Yo también, pero, no iba a dejar pasar los zapatos
gratis. —Se ríe, luego se detiene, la preocupación marcando su hermoso rostro—.
Puedo quedarme con estos, ¿verdad?
Podría pasar cada día del resto de mi vida vistiéndola, cada día inspirado por
una docena de sus peculiaridades y construir cientos de colecciones.
—Puedes quedártelos.
—Tengo que decir… —Se coloca un mechón de cabello detrás de su oreja—. Me
estaba burlando de todo eso de “personas ayudándote a vestir”, pero… —Se balancea
y levanta las manos dándose por vencida—. Esa experiencia fue increíble. No es de
extrañar que te veas tan sexy. ¿Hacen eso por ti todos los días? —Está tan sorprendida
por el concepto que me rio.
—Sí. —Hago un gesto de dolido—. Para ser honesto, sin mi personal soy un
horrible hombre elefante. Por favor no le digas a nadie.
Junta los labios y mira su reloj, en un movimiento tan rápido que alguien mas no
lo hubiera notado.
—¿Nerviosa?
Hace una mueca.
—Se siente como si las horas se estuvieran moviendo en cámara lenta.
Detrás de mí, un teléfono suena, y su cabeza se levanta. 175
—Oh, ese es mi celular. —Se apresura hacia este, buscando en su bolsa y sacando
el teléfono. Lo mira, y luego me mira, con los ojos ensanchados—. Es mi abogado.
Capítulo 36
Avery

E
l mensajero llego antes, y cuando entramos en la oficina, está esperando
con el sobre y el abogado de Marco. Doy un paso adelante y uno mis
manos, torciendo mis nudillos hasta que se sienten a punto de romperse.
—De acuerdo. —El abogado carraspea y hace un gesto hacia el mensajero, que
abre el sobre y saca el contenido—. Su copia, señorita McKenna. —Me pasa los papeles
y se gira, ofreciendo otras al abogado.
El reporte es bastante largo, todo a máquina, y mis ojos se centran en las
palabras en la parte superior de la página, destacadas con marcador naranja.
NO HAY COINCIDENCIA PATERNAL.
La mano de Marco se cierra en mi hombro, sus ojos leyendo la página, y me giro
hacia él sin pensar, mis manos agarrando su camisa, un sollozo saliendo desde algún
lugar profundo en mi pecho. Estoy llorando. No puedo recordar la última vez que lloré,
pero fue antes de ir a la escuela, y sobre algo insignificante. Ahora siento el dolor en
mi pecho, tan crudo y doloroso como la muerte. Y eso es lo que es, ¿no es así? La 176
muerte de una posibilidad. La única posibilidad auténtica que he tenido hasta ahora.
El brazo de Marco me rodea y es tan fuerte. Su agarre, su pecho. Es una dura
presión de consuelo, suavizada por los besos que coloca sobre mi cabeza, y el
movimiento de sus brazos por mi espalda.
—Eh. —La voz del abogado suena extraña, como si estuviera confuso, y giro mi
cabeza, todavía aferrada al pecho de Marco, y lo miro—. Marco. Mira esto.
Doy un paso hacia él, mis ojos intentando seguir el punto que señala el dedo del
hombre, pero sigo volviendo a la cima. NO HAY COINCIDENCIA PATERNAL. ¿Esas
palabras dejarán alguna vez de repetirse en mi cabeza?
—Dice… —Marco toma la página y me mira—. Dice que Vince no es tu padre,
pero que once de los quince marcadores coinciden.
—¿Qué significa eso? ¿La prueba está mal? —La esperanza brilla, y lucho como el
infierno por mantenerla bajo control.
—No. Hay una nota aquí, enumerando los marcadores. —Se acerca más a mí y
señala.
El alto número de marcadores que coinciden, indica que el individuo probado es
probablemente un familiar cercano del padre biológico, mas probablemente un padre o
hermano.
No entiendo.
Marco mira al abogado.
—¿Podría darnos un poco de privacidad?
—Claro.
Tomo el asiento más cercano, el papel sujeto en ambas manos, y releo la frase. La
puerta se cierra y Marco se apoya contra el borde del escritorio.
—Avery.
—No… No…
—Avery. —Se inclina hacia delante—. Escúchame.
Alzo la mirada del papel.
—Creo que el hermano de Vince podría ser tu padre.
Esa esperanza arde de nuevo, aplacada solo por la expresión en su rostro, una de
arrepentimiento.
—¿Tienes esa foto?
Vuelvo a mirar al papel, más probablemente un padre o hermano, entonces con
entumecimiento alcanzo mi bolso y rebusco en los contenidos hasta encontrar la foto.
La saco.
—Mira. —Alza la foto, su dedo posado en el pecho del hombre—. Mira el anillo
en su dedo.
Miro, veo el anillo, luego me encojo de hombros. 177

—Sí. ¿Y?
—Tengo ese anillo. Vince solía llevarlo a veces. Me dijo que era de su hermano.
—¿Quién es su hermano?
Suspira.
—Su nombre era James, y murió hace veinte años, golpeado por un conductor
borracho cuando estaba trotando.
Murió. Lo esperaba, sabía que había algo mal con la entrega de las noticias por
parte de Marco, pero aun así… aun así siento un poco de paz ante estas noticias.
—Entonces… —Señalo a la foto—. ¿Ese no es Vince? ¿Es James?
Asiente.
—Eso creo. Está llevando el anillo y por las fotos que he visto de él, se parecían
muchísimo; James solo era un par de años mayor.
Sí. De repente recuerdo el libro, la foto de los dos chicos uno junto al otro, su
parecido asombroso. Además de esa foto, y unas pocas menciones aisladas, había
habido poco más sobre su hermano.
—Entonces, Vince no estuvo en LiveAid. James sí.
Marco no dice nada.
—¿Verdad? —insisto.
—Bueno… Vince estuvo en LiveAid. Supongo que ambos estuvieron. No te lo dije
porque no creí que hubiera manera que pudiera haberse acostado con una mujer. —
Hace una mueca—. No lo pensé, y no quise…
—No quisiste arriesgar tu fortuna —termino—. No hasta que accediera a dejarlo
todo. —Miro de nuevo a la foto—. ¿Y el anillo? ¿Lo notaste en la foto antes?
—Sí. —Asiente—. Lo reconocí la primera vez que vi la foto. Y no te lo dije
entonces porque era codicioso y un bastardo egoísta, y dar credibilidad a tu idea no
funcionaba para mí.
—Me hiciste sentir estúpida —susurro, mis dedos trazando el rostro de mi
padre. James Horace. Tengo un nombre. Un nombre que puedo usar para descubrir
más.
—Tengo algo que podría, en cierta pequeña manera, compensar eso. —Levanta
mi bolso y me lo pasa—. Vuelve a la casa conmigo. No puedo traer a tu padre de
vuelta, pero hay algo que puedo mostrarte.

Entro en la casa como una mujer diferente. Sin darme cuenta, me había dado
algún tipo de propiedad mental de la casa, me había imaginado viviendo allí,
poseyéndola. Ahora, estoy en mi verdadero y permanente rol… solo una invitada, un 178
familiar del hombre que una vez la tuvo.
Marco me lleva a un ascensor de servicio en la parte trasera de la casa y las
puertas chirrían al abrirse con un temblor. Entramos y es un espacio pequeño,
nuestros hombros rozándose.
—No me estás llevando a una tumba, ¿verdad?
—No exactamente —presiona el botón B—. Te llevo a la sala de archivos.
La sala de archivos. Me animo y las puertas se abren a un pasillo de concreto, el
aire es más frío aquí abajo. Marco espera a que salga, luego hace un gesto hacia un par
de chaquetas negras colgadas en ganchos ante nosotros.
—Toma una chaqueta. Hace frío aquí abajo.
Me pongo una, el tamaño un poco grande, y la abrocho, apreciando el calor que
provee. Marco abre el cajón superior de un escritorio y hace una pausa, mirando los
contenidos.
—¿Qué?
—Yo… —Sus palabras se interrumpen y saca un par de guantes rojos,
sosteniéndolos en su palma—. Siempre pensé que era estúpido, su insistencia en que
lleváramos estos guantes aquí abajo. Le dije que estos objetos vivirían más que
nosotros. Y ahora… jódeme si no puedo no ponérmelos. —Regresa los guantes rojos al
cajón, sacando dos pares blancos… me pasa un par y se pone el otro. Cierra el cajón
con cuidado, luego me mira, su rostro tenso—. Vamos.
Estamos ante una enorme puerta de acero, un teclado numérico puesto en la
pared junto a la misma.
—El código es 87224. —Presiona los números, luego duda antes de girar el
pomo—. Nadie sabe ese código, aparte de ti, el archivista y yo.
Asiento, y cuando abre la puerta, doy un paso adelante y entro en la habitación.
Es hermosa, como cada habitación en la casa que he visto. Hay una larga mesa de
madera a la izquierda, con luces por encima que brillan sobre su superficie. Dos
sillones a la derecha, colocados frente a una pantalla de proyección. Estanterías de
libros se alinean en las paredes, y cada una está llena con archivadores, sus etiquetas
perfectamente niveladas unas con otras. Debe haber miles y doy un paso a la más
cercana, una luz iluminando las estanterías, y leo los primeros títulos.
Enero 1981 — Marzo 1981
Abril 1981 — Mayo 1981
Junio 1981
Julio 1981
Agosto 1981 — Septiembre 1981
Saco el último archivador y lo abro, cada página dedicada a una foto, una
explicación escrita a máquina debajo de la imagen. Miro a un joven Vince, de pie con
una modelo, y me inclino, examinando su rostro, permitiéndome ver las diferencias
179
entre su rostro y la imagen en mi bolso. Miro el pie de foto.
Vince Horace con la modelo Candace Whitmore de 19 años, en Miami. Esta foto fue
tomada antes del show Candelabra en la plataforma Lux en South Beach. El diseño que
ella usa es de su colección de otoño de 1981, y fue titulado “White Tunic”.
Miro a Marco.
—¿Dónde está el álbum de LiveAid? ¿Lo has visto?
—No lo he visto aún. —Sus facciones cambian en una atractiva mueca—. Para
ser sincero, hasta este punto, tenía miedo de lo que pudiera encontrar. —Avanza,
levantando la barbilla, con los ojos desplazándose sobre los estantes—. ¿Cuál era la
fecha?
—Mediados de Julio. 1985.
—Aquí. —Se pone de puntillas y tira de una carpeta a la que habría tenido
problemas para llegar. Me la pasa y respiro profundamente para despejar mi pecho.
—Llévalo a la mesa. —Señala, y me muevo, mis finos guantes se estiran en la
ornamentada cubierta de cuero, el libro pesado, mi anticipación; y miedo, tensándose.
¿Qué pasa si no hay fotos? ¿Qué pasa si solo hay fotos de Vince? ¿O qué pasa si Marco
está equivocado, Vince no estaba allí y no hay fotos de Live Aid?
Dejo el libro sobre la mesa y Marco levanta la mano y ajusta la luz del techo.
Brilla sobre el libro y lo abro, luego aguanto la respiración.
Fotos. Tantas, pero ninguna que quiera. Fotos de Vince con maniquíes. Vince con
las telas. Bocetos cortados de libros de diseño e insertados en el libro. Hay tanta
atención en la ropa como en los recuerdos, y hojeo las páginas más rápido, mi pánico
aumentando.
—Espera. —Marco me detiene, justo antes de pasar una foto de Vince, junto a
una furgoneta de Volkswagen. Señala—. Ese es el auto de James. O, era su auto.
Me detengo, inclinándome hacia adelante y examinando primero la foto,
buscando a alguien más en el marco, cualquier pista sobre el dueño de la furgoneta.
Luego me muevo al pie de foto.
Vince Horace, justo antes de irse con su hermano James Horace, a viajar a
Filadelfia para el concierto de LiveAid. El concierto benéfico fue en dos locaciones por la
hambruna en Etiopía.
Miro las palabras hasta que se desdibujan. Está justo aquí. En blanco y negro.
James estaba allí y también Vince, aunque esa parte ya no importa, en términos de mi
paternidad. Paso la página. Vince, en una pequeña ciudad, una parada en el camino.
Vince, en una tienda de segunda mano, sacando prendas de un estante de descuento.
Vince, comiendo una hamburguesa en el capó de la furgoneta. No hay fotos de James y
gruño de frustración.
—Sé paciente. —La mano de Marco se posa en mi hombro—. Habrá más. En esta
sala, siempre hay más.
Lo intento. Me giro más lentamente, leo más pie de fotos y una docena de fotos
más tarde, soy recompensada con una sola foto de James, solo, apoyado contra la 180
furgoneta, con una bomba de gasolina en la mano. Está mirando a la cámara y
sonriendo. Es largo y delgado, viste vaqueros ajustados y una sudadera, una con un
logo en el frente. Se parece a mi foto: la misma piel bronceada, la barbilla desaliñada y
el cabello revuelto. Tomo la punta de mi cabello, ahora liso y recto, gracias al equipo
de belleza de Marco. En la foto, tiene una mano metida en el bolsillo, los hombros un
poco encorvados, como si se estuviera protegiendo del viento.
—¿Qué hacía? ¿Para trabajar?
Marco niega.
—No lo sé. Vince dijo que siempre encontró la manera de ganar dinero.
Además... —se gira hacia mí como si de pronto recordara algo—, era dueño de parte
de la compañía.
—¿Parte de qué compañía?
—Mierda. —Busca en su bolsillo y saca su teléfono celular, haciendo una mueca
cuando ve la pantalla—. El servicio apesta aquí. Dame un minuto. —Se mueve hacia la
pared y levanta un teléfono fijo, mirando su teléfono celular y marcando un número—.
Habla Marco Lent. ¿Puedes buscar a John por mí?
Espera, y sus ojos se encuentran con los míos. No dice nada, y miro hacia abajo a
la foto.
—John. ¿Cuánto poseía James de la compañía? —Asiente—. Está bien. No,
entiendo. Verifícalo por mí, ¿quieres? Se lo diré a Avery. —Cuelga el teléfono y una
sonrisa se dibuja en su rostro.
—¿Qué? —Estoy siguiendo suficiente de la conversación para entender que
probablemente heredé algo.
—James, antes de morir, poseía el cinco por ciento; es lo mejor que John puede
recordar; de Vince Horace. Cuando murió, dejó eso, y su casa, a Vince, ya que no tenía
otra familia o... —asiente hacia mí—... hijos.
—¿Lo que significa?
—Lo que significa que tienes derecho a ese cinco por ciento, que es alrededor de
treinta y cinco millones de dólares cuando excluyes todos los activos personales de
Vince del patrimonio. Además de la casa.
Esa última parte, incluso más que el dinero, me llama la atención.
—¿Todavía eres dueño de su casa?
—Sí. —Sonríe—. Y ya has estado allí. Spring Lake.
—Cállate.
Levanta una palma.
—Lo juro por Dios.
—La casa en Spring Lake, ¿era la casa de James?
181
—Sí. Puedes deshacerte de la estatua desnuda del frente si quieres.
Miro al álbum, moviendo mis manos enguantadas sobre la imagen.
—No tienes que darme nada. Firmé ese contrato y…
—Ese contrato involucraba la posibilidad que Vince fuera tu padre, no James.
—No importa. No es para lo que vine aquí. —En mi visión periférica, lo veo
acercarse, sentir su calor mientras se detiene a mi lado, con las manos en las caderas.
—Sé que no es así.
—Esto. —Paso a la página siguiente, no veo a James, y retrocedo, presionando un
dedo en la foto—. Esto es todo lo que necesito. Una respuesta. Una historia.
—Lo sé.
No lo sabe. No sabe lo que se siente no tener una familia o tener dos padres
adoptivos que lamentaron su decisión. Envuelve un brazo sobre mis hombros,
acercándome a su lado, y lo acepto.
No sabe, pero está tratando de entenderlo.
Voltea la página hacia adelante. Lo hace de nuevo. De nuevo. Me apoyo contra su
hombro y veo fotos de la entrada al evento. Fotos de las multitudes. Una toma de Vince
mientras caminaba entre la multitud y se giraba hacia la cámara, haciendo un gesto
para avanzar. Me detengo en una foto de cinco chicas sin blusa, pintura manchada
sobre sus pechos, mostrando signos de paz a la cámara. Hay más fotos, una de Vince
sosteniendo un porro y riendo, y Marco se queda en esa por un largo momento.
—Este. —Toca la imagen—. Este es el hombre que conocí.
Finalmente llegamos a una foto de los dos, abrazados, copas en mano, levantadas
en un brindis. Lado a lado, puedo ver las diferencias en ambos hombres. James es más
grande, más desarrollado, su rostro más lleno, mirada más segura. Vince es el más
elegante de los dos y está mirando a su hermano mayor con una sonrisa, con la mano
fuertemente agarrada a su hombro. Ahora recuerdo una escena del libro, en la que
Vince le había contado primero a su hermano, antes que a nadie, sobre su
homosexualidad. En esta foto, veo lo cercanos que eran. Duele ver, la conexión entre
hermanos que nunca tuve, el amor entre ellos. Pude haber tenido ese amor con él si
hubiera sabido que existía.
—Te conseguiré copias de todas estas.
Asiento, demasiado abrumada para responder. Paso la página y allí, a todo color
y gloria, está mi madre.
Está bailando, sus brazos balanceándose, su falda ondulando, una multitud a su
alrededor, sus manos levantadas como si fuera a aplaudir. Se ve hermosa y salvaje, su
cabello girando en el aire, su boca abierta en una carcajada. En el borde de la multitud
está James, y está sonriendo, su mirada en ella.
—Esa es mi madre —digo en voz baja.
Marco se inclina más cerca.
—Puedo verlo. Tiene tu fuego. 182
Tiene tu fuego. Pienso en la mujer que conocí y en lo diferente que parece de esta
mujer. Pienso en su pequeño hogar, la niña tirando de su brazo, el estrés y el
cansancio que había mostrado. Parecía tan ordinaria. Había sido tan decepcionante, y
siento una punzada de culpa por lo rápido que la había juzgado y descartado. Bajo la
mirada al pie de foto.
Mujer no identificada, bailando en el concierto LiveAid de 1985, justo antes de una
hoguera.
Mujer no identificada. Mi madre.
—Y mira... —Señala a James—. No puede dejar de mirarla. Como yo, contigo.
Me sonrojo.
—Oh, por favor.
—No puedo. —Se inclina hacia adelante, y los dedos de su mano se tensan
alrededor de mi espalda, tirando de mí hacia adelante. Me besa, y el calor se extiende a
través de mi pecho por el contacto. Cuando se aleja, está sonriendo—. Tengo algo más
que vas a amar.

183
Capítulo 37
Marco

—E
stá bien, ya me cansé. —Se mueve y me quita el control,
pausando la pantalla—. Déjame algo para ver más tarde.
—¿Estás segura? —Doy la vuelta y miro las cajas, los
cientos de cajas de DVD brillando bajo las luces discretas de la sala.
—Estoy segura. Estoy saturada. —Gatea en el sillón hacia mi regazo,
acurrucándose contra mi pecho, sus brazos moviéndose alrededor de mi cuello—.
Gracias.
No estoy seguro qué me agradece, pero lo acepto. La abrazo más fuerte y me
inclino para besarla.
—De nada, señorita Horace. —Hago una pausa—. Mmm. Tendré que
acostumbrarme a ese nombre.
Se ríe.
—Sí. Yo también. —Su teléfono suena, lo toma y mirando la pantalla, lo tira—. 184
Ugh.
—¿Trabajo? —Deslizo una de mis manos sobre sus piernas desnudas, desde el
tobillo a la rodilla, y me muevo un poco más bajo el dobladillo de su falta—. ¿Los
fondos de alguien necesitan ser manejados?
—Algo así. —Me mira—. Tengo que regresar a casa.
Odio esa frase, odio la idea que se vaya y perdamos este momento de conexión.
¿Qué pasa si olvido cómo ser humano? ¿Y si ella olvida lo que sea de mí que la hace
sonreír? ¿Qué pasa si regresa, y somos extraños de nuevo? Muevo mi mano más
arriba, pasando sobre su rodilla, quizás puedo distraerla con sexo.
—¿Por cuánto?
—No lo sé. —Me estudia, y me pregunto si puede ver mi miedo—. Tengo que
resolver algunas cosas.
Mierda. Odio esa frase mucho más. Resolver algunas cosas suena mal. Deslizo mi
mano entre el espacio de sus piernas, la piel cálida debajo de la falda de lana, y me
detengo cuando mis dedos tocan seda. Sus piernas se apartan, solo un poco, y
aprovecho la oportunidad. Miro su rostro, y mierda, es hermosa. Sus ojos suaves
cuando mis dedos gentilmente se mueven sobre la seda. Su boca se abre un poco,
dejando escapar un suspiro, y observo su cuerpo moverse.
—La cosa es… —digo cuidadosamente, mirándola de cerca—. Tengo algunas
cosas que resolver por mi cuenta. Cosas que te involucran.
Contiene la respiración cuando deslizo mi mano aún más y tomo sus bragas.
Puedo sentir su humedad, siento lo fácil que su cuerpo se deja llevar cuando acaricio
la seda.
—¿Qué cosas?
—Como si te gusta esto… —Uso mi pulgar para hacer círculos en su clítoris, la
seda todavía entre nosotros, el contacta causando un murmullo de placer—. O esto…
mejor. —Muevo un poco sus bragas, fuera del camino y uso dos dedos, empujándolos,
haciéndole cerrar los ojos ante mi súbita entrada, su pelvis se eleva y sus rodillas se
abren.
Estoy enamorado. Estoy jodidamente enamorado de esta mujer. Tiene la sangre
de Horace, el temperamento de un león, y las inclinaciones sexuales de todas las
fantasías que he tenido.
—Necesito más. —Jadea, arqueándose contra mí y agarrándome el pecho en
busca de atención.
Le daré más. Le daré todo. La tomo entre mis brazos, robo un beso de esos
labios, y cambio de posición en el sofá. En tres rápidos movimientos, estoy dentro de
ella, mis caderas meciéndose, nuestro beso desordenado, su respiración jadeante, su
cuerpo presionado contra el mío. Jadea mi nombre y entro lentamente, más profundo,
me doy un momento para sacar su camisa y liberar sus senos.
La miro, y en el momento antes de besarla, casi le digo lo que siento. 185

No puede irse todavía. Acabo de encontrarla. Trago el pensamiento y la observo


hacerse un moño. Termina y se inclina hacia adelante, enredando su cargador en la
mano.
Es doloroso verla empacar y saber que se va a ir. Es incluso peor cuando el
proceso es tan corto, solo toma minutos, su nueva ropa en una de nuestras bolsas de
viaje, como si no importara. Me inclino hacia la pared y la observo, mi mente pensando
en miles de maneras de intentar y evitar su salida. Muevo la mano a mi bolsillo y
cierro la mano alrededor del anillo que todavía tengo que darle.
Cierra la bolsa y me mira.
—Creo que es todo. ¿Estás seguro sobre el avión? Porque puedo tom…
—Estoy seguro. Piensa en el avión como tuyo. —Doy un paso hacia adelante y
saco el anillo de James. Le he puesto una cadena de plata, y una moneda de Atocha que
Vince tenía, haciendo que combine bien con el anillo—. Toma. —Abro la cadena y la
levanto, amarrándola alrededor de su cuello.
Mira hacia abajo, levantando el anillo girándolo, examinándolo.
—Vaya. —Me vuelve a mirar—. Tengo algo de mi padre. Eso es… eso es bastante
genial. —Se ve afectada, su voz rompiéndose en la última palabra, y de pronto me odio
por haberlo tenido los últimos días. No debió haberme importado la cadena. Debí, al
minuto en que sume dos más dos sobre su paternidad, haber corrido y conseguir esto
primero.
—Vas a tener mucho más que ese anillo, una vez que el papeleo se haga. Hay una
unidad de almacenaje en algún lugar de Nueva Jersey que está llena con sus cosas de
Spring Lake.
—Sí, pero… —Pasa un dedo por el anillo y lo jala—. Esto estaba en la foto. Es
especial.
Da un paso hacia adelante y me besa, la acción me toma por sorpresa, la tomo de
la cintura, acercándola y alargando el beso. Quiero suplicarle que se quede, pero no lo
hago. La beso, la libero, y veo el anillo de James en su escote.

Camino a lo largo de la mesa, cada página colocada en el cristal. Me detengo


junto a una y niego.
—Esta no. Usa la foto del parque en su lugar.
Vera mueve la pieza y comienza a dar una explicación sobre la idea detrás de la 186
campaña de invierno y el trabajo en las redes sociales. Asiento, mis ojos observando la
siguiente chica de catálogo, una chica dando la espalda, botas a la rodilla, caminando
hacia un tren que se aproxima.
Pienso en Avery, en su carrera por la autopista de Spring Lake, el plateado de sus
botas reflejando el sol.
Pienso en ella, de pie al final de la mesa de conferencia, sus ojos encontrándose
con los míos, el desafío en ellos.
Pienso en ella inclinándose sobre la mesa en el restaurante ucraniano, y cuando
se rió tan fuerte que la mesa tembló.
Aparto la mirada de las muestras y camino hacia la ventana, las nubes bajas y
escondidas en las calles. Miró mi reloj y no entiendo cómo un simple día sin ella
parece eterno.
—¿Señor Lent? —Se acerca Vera—. ¿Le gustaría ver el reporte demográfico de la
campaña anterior?
—Sí. —Me alejo de la vista y me concentro en el rostro de la mujer—. Por favor.
Se mueve hacia el computador, presionando un botón y abriendo una
presentación en Power Point. Miro la pantalla y me pregunto qué está haciendo Avery.

187
Capítulo 38
Avery

—T
e estoy pidiendo que trabajes conmigo —le suplico a la rubia
escuálida—. Son sólo dos semanas. Apenas sabrás que está allí.
—No confío en los rusos. —Kata se burla de la mujer que
está detrás de mí y me muevo entre ellas para bloquear la vista.
—¿Qué va a hacer ella? ¿Robarte? Tienes un candado en la puerta de tu
habitación. Úsalo. —Cruzo los brazos y le dedico mi mirada más seria—. Matilda dijo
que estaba bien, así que necesito que te portes bien o voy a encontrar un hueco en el
cementerio y te pondré allí.
La rubia explota en una serie de palabras ucranianas, y conozco lo suficiente de
esas palabras para comprender que me está maldiciendo.
—¡Oye! —interrumpo—. ¡OYE! —La señalo—. Detente. Nunca te he pedido una
mierda, aparte de esto. Sé malditamente agradecida por una vez y trabaja conmigo.
Recuerda cómo era cuando aterrizaste. Ella necesita un lugar para quedarse, y no
tengo más habitaciones en Herman Gardens. 188

He ubicado veinte de las llegadas sorpresa de Andrei. A este ritmo, tendremos


ochenta años antes de encontrar alojamiento para el resto de ellas. Empujo la puerta
para abrirla y me detengo, algo dentro del apartamento me llama la atención.
—Bruce —digo por encima de mi hombro.
—¿Sí, jefa? —El hombre aparece, grande y corpulento, y Kata da un paso hacia
atrás.
—Dile a Eddie que mantenga a las novatas en el pasillo, y entra conmigo.
—¿Entrar? —Kata niega—. No. Este es mi apartamento privado…
Bruce entra al lugar y ella salta hacia atrás con una maldición.
—¿Qué pasa? —Me mira.
—Esos zapatos deportivos en la puerta. Revisa su habitación por más.
—¡Compré esos zapatos! —Kata protesta y lo sigo hacia el dormitorio pasando
las brillantes Nikes que reposan en la alfombra. Él abre la puerta y enciende la luz.
—Maldita sea. —Maldigo a la pila de cajas a lo largo de su pared del extremo
opuesto, luego la miro por encima del hombro—. ¿Es una broma?
—Los compré —protesta.
—¿De talla para hombres? —Abro la parte superior de la caja, mirando hacia
abajo a los Mizunos6 de doscientos dólares—. Jesús, Kata. ¿Sabes a quién le estás
robando?
Arroja su cabello sobre un hombro.
—Matt me quiere.
—No estoy hablando del maldito cara-de-grano de Matt. —Tengo la valentía de
decir—. Estoy hablando del jefe de Matt. Frankie Martello. ¿Has oído hablar de él?
Se encoge de hombros.
―Sí. Ha venido antes.
Pongo mis palmas juntas, presiono los dedos contra mis labios y trato de
explicar esto de la manera más simple posible.
—Te cortará los dedos del pie. —Doy un paso hacia adelante—. Si es que no te
viola antes.
—Son zapatos —protesta.
—No se trata de los zapatos. Se trata de respeto, el cual no tienes hacia mí, y
seguro como la mierda no tienes hacia él. —Miro alrededor de la habitación, cada
superficie cubierta de objetos. Olvida los zapatos. Creo que ha estado robando de
todas las tiendas de Detroit—. Esto es lo que haremos. Bruce, quédate con ella y mira
lo que empaca. Se llevará lo que trajo aquí y nada más. Si parece algo nuevo, se queda
aquí. Kata, tienes —miro mi reloj—, una hora para empacar todo.
—¿Empacar todo para qué? 189
—Te vas a casa. Te llevaremos a tomar un vuelo al aeropuerto JFK esta noche y
luego a Boryspil7.
—No. —Niega rápidamente, con los ojos húmedos, sus labios fuertemente
apretados—. Por favor. Lo devolveré todo.
Un año aquí. Un año y pensarías que era un salvavidas.
—Te sacaré de aquí porque rompiste las reglas, pero también para que no te
lastimen. —Me encuentro con los ojos de Bruce y él asiente.
Cuando paso al lado de Kata, agarra mi brazo, rogando quedarse, y me libero de
su agarre. Al entrar en el pasillo, miro a Eddie.
—Llevemos a todos a almorzar y regresemos en una hora.

6 Marca de zapatos deportivos


7 Aeropuerto Internacional de Ucrania.
Si alguna vez tengo hijos, seré genial para los viajes de clases de campo. Me
inclino contra el autobús y reparto los boletos para los Tigers a las cuarenta y dos
novatas que salen. Una vez hecho, me giro para entregar a Eddie, Bruce y Marcia los
suyos.
—¿Qué diablos? —Se queja Marcia, leyendo el número de asiento—. ¿Por qué no
puedo sentarme con ustedes, chicos?
—Porque tu ruso es mejor que el de los chicos y te estoy pagando trescientos
dólares para que me ayudes. —Cuento mil quinientos dólares en efectivo y se lo
entrego a Eddie—. Esto es para las meriendas. Trata de mantener a Marcia feliz.
—Sería feliz en tus asientos. —Hace un mohín, metiendo sus brazos en una
chaqueta deportivo con cuello afelpado.
—Sí, yo también. —Miro a las chicas, que se reúnen alrededor del autobús, un
coro de voces rusas llenando el aire—. Simplemente no pierdas a nadie. —Miro mi
reloj—. Tengo que llamar a Frankie para hablar sobre Kata. Me veré contigo en la
quinta entrada8 y me reportaré.
Mientras pasan las chicas, levantan sus manos, y choco los cincos con docenas de
ellas antes que se vayan, llenas de color y energía. Eddie y Bruce me saludan, sus
rostros solemnes y serios, sonrío, la sonrisa se ensancha cuando veo que Marcia
frunce el ceño. Me saca la lengua e imito el gesto. Extiende la mano y me pellizca
cariñosamente el brazo. Miro abajo hacia mi teléfono y tomo una respiración
profunda, cualquier ligereza es reemplazada por ansiedad cuando me desplazo por
mis contactos y hago clic en el nombre de Frankie.
He estado en esta situación antes. La última vez, no lo manejé bien, haciendo la
llamada antes de sacar a la chica de la ciudad. A esa chica la maltrataron tanto que 190
tuvo que pasar tres días en el hospital antes que sanara lo suficiente como para volar a
casa. Mantengo fotos de ella en mi teléfono y se las enseño a cada grupo de novatas,
combinando la pantalla con una severa advertencia acerca de infringir las reglas. Y, sin
embargo, siempre hay, de muchas, una perra sabelotodo.
Ahora, con ella en un avión, será demasiado tarde para que Frankie haga algo.
Estará enojado, pero me aseguraré que el inventario robado sea devuelto esta noche y
renunciare a mis honorarios por el próximo mes. Cuento con ese regalo, más mi
denuncia del robo antes que él mismo lo descubriera... esperando que eso amortigüe
cualquier caída.
Levantando el teléfono hacia la oreja, me apoyo en el autobús y espero que
suene. Mirando hacia el cielo, me pregunto qué estará haciendo Marco.

8
En ingles inning, término utilizado en el béisbol para definir las etapas del juego.
—Y este tipo James, tu padre, ¿era dueño de una parte de Vince Horace, Inc? —
Andrei lleva un perrito caliente a su boca, ahuecando una servilleta debajo de él para
atrapar el desastre.
—Síp. Regresó a la compañía cuando murió, pero Marco está firmando para
devolvérmelo.
Andrei me mira, con la boca llena pero levantando las cejas. Espero mientras
mastica, el bocado gigante tragado con un sorbo de cerveza.
—Eso es muy amable de su parte.
—Síp.
Se limpia el rostro con una servilleta.
—Pensé que era un imbécil.
—Bueno. —Estiro mis piernas—. Lo era en el principio. O... —Me pongo las
mangas sobre las manos—. En el medio.
Lo que digo es ignorado por completo por Andrei, quien está concentrado en su
perro caliente, logrando otro mordisco antes que se desbarate.
—Pan de mierda —murmura a través de un bocado de comida.
No digo nada, mirando la gran pantalla mientras la cámara se mueve sobre la
multitud.
—Entonces, ¿qué vas a hacer con todo tu dinero? —Se sienta, su codo
golpeándome.
—Encontrar un mejor abogado.
—Sí, sí, sí. Lo he escuchado antes. —Hay un sonido de bateo y ambos nos
inclinamos hacia adelante. 191
—Qué mal. —Me recuesto—. Estoy pensando dejar Detroit.
—No me digas. —Me mira—. ¿Por qué?
No estoy lista para decirlo, ni siquiera estoy lista para admitirlo. Pasé cuatro días
en Nueva York. Cuatro días con él. No era el tiempo suficiente como para tomar
cualquier tipo de decisión. Y ahora, de vuelta a casa, rodeada de todo lo que conozco,
parece un sueño. Un sueño loco y seductor. Los sueños no son reales. La gente no se
enamora en días. Las vidas no cambian de la noche a la mañana.
Sin embargo, la mía lo hizo. Encontré a mi padre. Heredé una fortuna. Dormí con
un multimillonario. Y perdí mi corazón.
—Oye. —Me da un codazo—. ¿En qué estás pensando?
—Nada. —Me inclino y levanto mi cerveza, escondiendo mi rostro con ella
mientras tomo un sorbo.
—No puedes simplemente mudarte —dice—. Quiero decir, mierda. Tengo un
montón de solicitudes de visa que se extenderán hasta el próximo año.
—Lo sé.
—Además... —Levanta sus manos y apunta hacia el juego—. No puedes
abandonar a los Tigers para ir a descansar en bikini a la playa.
Sonrío.
—No estoy abandonando a nadie. Y podría no irme. Sólo depende.
—¿Depende de qué?
Es tan jodidamente lento. Lo juro, si Marcia estuviera a mi lado, habría olido mi
indecisión y habría etiquetado la fuente de esta en tres minutos. He dejado caer pistas
hasta la cuarta entrada y lo único que le importa a Andrei es la logística de la
transferencia de la herencia.
Probablemente sea lo mejor. Todavía no estoy preparada para defender mis
acciones, o explicar mis sentimientos hacia Marco, sentimientos que probablemente
no sean recíprocos, al menos no a nivel extremista. Es como si, con él, mi corazón
olvidara cómo protegerse, corriendo hacia él y nadando con el entusiasmo de un
cachorro Golden Retriever.
Me levanto y estiro.
—Voy con los demás para aliviar a Marcia por un tiempo.
Asiente, con los ojos en el campo.
—Dile que me compre un pretzel cuando venga.
—Romance puro, entre ustedes dos.
—Tú sabes. —Hay un strike y se inclina hacia adelante para ver el lanzamiento
final.

192
Capítulo 39
Avery

P
aso por encima de un colchón de aire, luego de otro, y cruzo mi sala de
estar en cuatro pasos gigantes.
—¿Señorita Avery? —Una voz suave viene desde detrás de mí.
—¿Sí?
—Mi cama... —La chica se sienta y señala la parte inferior del colchón de aire,
luego hace un sonido silbante.
—Está bien. —Abro el gabinete debajo del fregadero y saco un rollo de cinta
adhesiva—. Usa esto. —Lo lanzo al otro lado de la habitación, golpeando casi a una
chica de cabello rosado cuyo nombre aún no conozco. Levanto mis manos en señal de
disculpa y ella se encoge de hombros—. Bien. —Suelto un suspiro, mis ojos recorren
la habitación, donde se alojan seis chicas, entre los colchones de aire y el sofá. Tengo a
tres muchachas más en cada habitación de invitados, más una en la mía. Mi teléfono
vibra contra mi trasero y me estiro hacia atrás, sacándolo para echar un vistazo la
pantalla. Mi corazón brinca por el número de teléfono de Nueva York. Atravieso la 193
cocina y entro al garaje, cerrando la puerta detrás de mí—. ¿Hola?
—Hola. —Marco se aclara la garganta—. Soy Marco. Estoy llamando desde el fijo.
—Oh, gracias a Dios. No estaba segura si eras tú, o mi otro novio—. Otro novio.
¿Por qué dije eso? No estamos en una relación. Al menos no creo que lo estemos. He
diseccionado nuestras conversaciones incómodas una docena de veces y me he
convencido que estamos ya sea, a punto de casarnos, o de ser nuevos socios de
negocios que por accidente durmieron juntos, en tres ocasiones distintas.
—Espero que no sea demasiado tarde.
Enciendo las luces, iluminando las escaleras hasta el garaje, y me siento en el
primer escalón.
—No, está bien.
—Te vi en la televisión. Teníamos el partido puesto en la cocina.
—Me sorprende que recuerdes dónde estaban mis asientos.
—Es fácil notarte en la multitud.
Sonrío, disfrutando la idea de él buscándome.
—No me di cuenta de que eras aficionado al béisbol.
—No lo soy. Soy un fan de Avery. Y, para ser totalmente honesto... —Hace una
pausa—. Puede que le haya pedido a uno de los empleados verlo por mí y de poner en
pausa el video cuando aparecía una imagen tuya.
Me río.
—Oh Dios mío. Acabas de aniquilar lo romántico de esa acción.
—Pero es mucho menos espeluznante —señala.
—Sí. —Asiento—. Un poco menos espeluznante.
—Te echo de menos.
Se me corta la respiración, la confesión es tan inesperada.
—¿En serio?
—Sí.
Debería decirle que también lo extraño, que he pensado en él en distintos
momentos y que pasé la mitad del día queriendo enviarle un mensaje de texto. Mejor
no.
—Y, en este momento... creo que deberías desnudarte.
Me río y miro alrededor del garaje.
—No me puedo desnudar en este momento.
—Bueno, esto se volverá realmente incómodo si soy el único tocándome.
Sonrío.
—Cállate.
—Lo digo en serio. Edward me está fusilando con la mirada ahora, como si 194
estuviera haciendo algo malo.
—No me puedo desnudar —susurro—. Tengo compañía.
—¿Compañía masculina?
—No. —Tiro de un hilo suelto en mi pijama—. Desgraciadamente no.
—¿Quieres?, puedo estar allí en dos horas.
Me imagino la reacción de doce chicas rusas, la mitad con crema para el acné y
protectores bucales, si Marco apareciera.
—Esta noche no. Además —bromeo—, ¿no tienes un imperio que dirigir?
—Mi imperio parece... —Suspira—. Parece no tener sentido sin su rey.
—Tú tienes que ser el rey. ¿No es eso lo que querías?
—No estoy seguro de lo que quiero. Eso es parte de mi problema.
—¿Cuál es la otra parte?
—Es más bien un quién. Es esta morena. Tiene una boca en la que no puedo
dejar de pensar. Labios pálidos que quiero envueltos alrededor de mi polla.
—Vaya. —Respiro—. Es como si ni siquiera supieras cuando estás siendo
ofensivo.
Se ríe entre dientes.
—Oh, la mayoría de las veces lo sé.
Pasa un largo momento, y suspira en el receptor.
—Quiero que regreses a Nueva York. Hay decisiones que tomar, papeleo para
firmar, posiciones en las que follar.
Sonrío.
—No puedo volver ahora mismo. Las cosas están complicadas en el trabajo en
este momento.
—Entonces renuncia. Cierra el negocio y conviértete en una mujer de ocio.
Tengo veinte empleados muriendo de ganas por besar otro culo.
Aún no sabe nada de mi trabajo, no sabe que tengo cuatrocientas; ahora
cuatrocientas cuarenta y dos; chicas que dependen de mí. ¿Cree que puedo cerrar el
negocio y comer huevos rellenos todo el día? Está loco. Esta conversación es una
locura. Tengo que olvidarme de Nueva York, olvidarme de él y volver a mi vida.
—Te extraño de verdad. Simplemente a ti. No a esa deliciosa boca ni ninguna
otra tentadora parte de tu anatomía.
¿De verdad? ¿Era posible? Me inclino hacia adelante, los escalones de hormigón
duro a través de la fina franela de mi pijama, y descanso mis codos sobre mis rodillas.
—También te extraño.
Es una charla loca. Pero se siente, de una manera ridícula, honesta.
195
Pasan cinco días más. Tres llamadas de Marco. Una cesión de derechos de
propiedad de una mansión de Spring Lake. Firmo el papeleo en la oficina de Andrei y
él me da un llavero de Vince Horace con tres llaves de plata en este. Cuelgo las llaves
en un gancho en la cocina y me pregunto qué hacer con ellas. Abro la puerta y sonrío
al repartidor chino.
Extiende las primeras bolsas y ve a las chicas en el fondo, su sonrisa se ensancha,
una mano levantada en señal de saludo. Escucho una risita venir detrás de mí y dejo
las bolsas en el suelo, para volver a tomar el segundo lote.
—Gracias. —Le paso la propina y cierro la puerta antes que las flechas de Cupido
den en el blanco.
Hay más bolsas que de costumbre, mi entrega normal aumentada gracias a mis
nuevas invitadas. Invitadas que, para el miércoles, deberían estar fuera de mi casa y
en habitaciones de hotel, mis negociaciones con un motel local finalmente llegando a
una resolución que me ayudará durante las próximas semanas hasta que un grupo de
mis chicas actuales se vaya y las cosas vuelvan a la normalidad con los niveles de
mano de obra.
Miércoles. Sin duda, puedo aguantar dos días más sin matar a una. Anoche, una
discusión por lo que querían ver en la televisión había llevado a una pelea a gritos que
tardó veinte minutos en resolverse.
—¡Fuera de la cocina! —Hago un gesto con la mano hacia las chicas—. Eddie.
Ayúdame con esto.
Eddie se instala en la cocina y asiente a las chicas, discutiendo con ellas en ruso.
Me muevo rápidamente, sacando las cajas, toco la parte inferior de cada uno y traslado
todas las cajas calientes a la estufa y guardo las frías en las bolsas. Rápidamente echo
un vistazo a cada caja en la estufa, confirmando que todos contienen comida, luego
tomo la bolsa con las cajas llenas con el efectivo y corro escaleras abajo, revisando las
cajas y comprobando su contenido. Abro el carro y tiro las bolsas a la parte de atrás,
luego cierro las puertas. Suena el timbre, levanto la cabeza, y empiezo a sentir una
sensación de pánico.
No he interactuado con la policía en mucho tiempo, pero momentos como este;
cuando el dinero no está oculto, cuando está en mi casa y mi sala de estar está llena
con una docena de recién llegadas; me preocupo. Guardando la llave del carro, corro
escaleras arriba, esperando ganarle a Eddie hasta la puerta.
Abro la puerta de la cocina y escucho la voz de Marco. Moviéndome entre todos,
me detengo al lado de Eddie.
—Marco.
Eddie protege la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho, y lo aparto del
camino. Saliendo al porche delantero, cierro la puerta y miro a Marco.
Luce bien. Pantalones blancos. Corbata fina. Camisa abotonada, enrollada hasta
la mitad de los antebrazos. Me olvidé, en la última semana, de lo lindo que es. Olvidé
cómo puede inclinar la cabeza en señal de saludo y parecer un modelo de portada.
196
Trago saliva, consciente que no me he duchado en dos días.
—Hola.
—Hola. —Echa un vistazo a la puerta cerrada—. ¿Quién es el musculoso?
—Ese es Eddie. Él es... —Intento pensar en una descripción para Eddie—. Hace
de niñero ahora mismo, pero también de guardia de seguridad para mí.
—¿Por qué necesitas protección? —Su expresión se ensombrece, y da un paso
adelante como si arrojara una manta protectora sobre mí.
—Oiga, señorita Avery. —La puerta se abre y una de las chicas asoma la
cabeza—. ¿Tienes más papel higiénico? —Al ver a Marco, le echa un vistazo—. Hola.
Él no dice nada, y ella abre más la puerta, apoyándose contra el marco de la
puerta en una pose seductora que efectivamente muestra la exageración de su escote.
—¿Nos traes más comida?
—¿Yo qué?
—No. No lo hace. Solo entra. —Llamo a Eddie, y ella pone los ojos en blanco con
fastidio. Le indico suavemente que se vaya e ignoro la chispa de celos que surge
cuando sus ojos vuelven a recorrerlo. Jesús, ¿yo hice eso? ¿Salivar sobre él como si
fuera un pedazo de carne cruda?
Tal vez. Probablemente. Por otra parte, había estado un poco ocupada
desmayándome en sus brazos y babeando en los asientos de su auto.
Eddie aparece, la fulmina con la mirada hasta que se rinde y estamos, una vez
más, solos en el porche. Echo un vistazo a la calle y veo un Escalade último modelo,
estacionado en el bordillo.
—¿De quién es el coche?
—Del servicio de automóviles del aeropuerto.
Probablemente debería invitarlo a entrar. Solo que invitarlo involucra a muchas
mujeres y explicaciones.
—Entonces... —Cruzo mis brazos sobre mi pecho y miro hacia él—. Eso fue…
Mis hombros golpean el ladrillo, su boca sobre la mía, su beso caliente y
codicioso. Agarro su camisa, siento sus dedos en mi cabello, sus caderas contra las
mías, nuestras lenguas trabajando en un concierto caliente, jadeos sin aliento entre
dos besos frenéticos.
¿Cómo he pasado toda mi vida sin esto? Lo beso y lucho para no pensar en su
partida. Lo beso y me olvido de las chicas, el trabajo, el dinero. Lo beso y todo lo que
quiero, durante los próximos cien años, es esto. Él. Nosotros. Familia. Seguridad.
Amor.
Creo que lo amo.
Pasa un carro, desacelera, y pienso en nosotros, bajo la luz del porche, y
retrocedo. Examino su rostro y me gusta la mirada vidriosa de excitación en sus ojos.
Yo lo hice. Echo un vistazo a su carro y pienso en mi casa llena de invitados
indeseables. 197
—No puedes quedarte aquí. —Veo la expresión de su rostro y me apresuro a
explicar—. Quiero decir, me quedaré contigo si tienes una habitación de hotel.
Simplemente no tengo espacio para ti aquí. Literalmente estoy compartiendo una
cama con una camarera rusa en este momento. Pero puedo pedirle a Eddie que vigile a
las chicas y escaparme a tu habitación de hotel por la noche. —Deslizo mis manos bajo
su camisa, trazando las hendiduras de sus abdominales con las yemas de mis dedos.
—Entonces vamos. Prepara una bolsa y te tendré desnuda en una cama en veinte
minutos.
—Bueno... —Cambio mi peso, la alfombra húmedo contra mis calcetines, y
pienso en el dinero en efectivo—. Hay algo que tengo que hacer primero.
—No entiendo. —Marco mira el efectivo, la pila tirada en la plataforma trasera
de la camioneta—. ¿A quién pertenece esto?
—Las chicas. No esas chicas. —Asiento hacia la casa—. Diferentes chicas. Es el
sueldo de la semana.
—Pensé que trabajabas en algo con fondos.
—Eso hago. Sus fondos. Lo tomo de sus empleadores, lo empaqueto y lo
distribuyo entre ellas.
—Esto parece... ilegal.
Formo los paquetes y me tomo un momento para contar las pilas. Cuando
termino, alcanzo la primera pila y la meto en una bolsa Ziploc.
—Lo es. Un poco. Quiero decir, todo el proceso es ilegal, pero mi parte en esto no
es necesariamente ilegal; es más que estoy contribuyendo a las actividades ilegales de
otra persona. Principalmente, les estoy otorgando ingresos bajo cuerda a las chicas y a
sabiendas ayudo en la evasión fiscal. Pero ese ingreso está siendo declarado, solo que
como un beneficio adicional de sus empleados.
—Y así es como ganas dinero, este es tu trabajo. —Se escucha un grito alegre
desde adentro y mira hacia la puerta de la casa.
—Bueno, normalmente no tengo la casa llena de chicas. Eso fue un error de
logística. —Completo la tarea y me tiro al piso, llevándome el dinero en efectivo
cuando paso debajo de la camioneta.
—¿Y los tipos que te dan este dinero en efectivo, son criminales? —Desde mi
lugar en el suelo, puedo ver sus zapatos, las sombras proyectadas por ellos mientras
camina al lado de la camioneta y se detiene.
—Sí. —Meto las bolsas en el compartimiento, moviéndome más rápido de lo que
suelo hacerlo, lista para terminar con esta conversación.
—Y ese grandote ahí dentro, te protege. —Sus zapatos se arquean, los talones se
198
levantan, y se agacha, una mano yendo hacia delante y equilibrando su peso. Miro su
reloj, la esfera llena de diamantes brilla en la oscuridad.
—Sí. —No menciono a Bruce. Parece bastante alarmado por Eddie.
Sus piernas se mueven y, de repente, está en el suelo, deslizándose debajo del
vehículo hasta que está a mi lado.
Me estremezco, tapándome la boca con una mano.
—Ese piso está sucio. —Levanto su camisa azul con la mano—. Y esto parece
caro.
—No importa. —Levanta la vista hacia el parachoques, a los montones de
efectivo alineados—. ¿No se caerán cuando manejas?
—Así, lo harían. —Agarro las últimas bolsas y las coloco en el parachoques,
luego enrollo el compartimiento, oculto el dinero y lo aseguro en su lugar. Mirándolo,
abro mis ojos—. Bastante impresionante, ¿eh?
—Supongo. —Mira el motor, y desde este ángulo, no puedo leer su expresión—.
¿No puedes hacer otra cosa como trabajo?
No quiero entrar en eso, no tengo tiempo para explicar cómo me metí en este
problema, ni la obligación emocional que siento por estas mujeres.
—Esto funciona para mí. En este momento, al menos. —Sé que no puedo hacer
esto para siempre. Si alguna vez tengo hijos, tendré que renunciar. Una familia sería
una enorme responsabilidad que podría ser utilizada en mi contra, su seguridad en
peligro cada vez que molestara a alguien.
—Está bien. —Se inclina hacia adelante y me besa—. Me reservaré el juicio por
ahora. Nunca he estado con una chica mala antes y la Avery Criminal me está
poniendo muy caliente.
Extiendo la mano, mis manos espolvoreadas con la mugre del motor y trazo una
raya de color negro en su mejilla.
—Bien. Porque el Mecánico Marco es bastante sexy. —Lo jalo del cuello y lo
beso, luego salgo rodando y me alejo de él—. Ahora. Busquemos una habitación de
hotel sin una docena de rusas y resolvamos todas las fantasías que tengo.
Él consigue salir de abajo del vehículo y se quita la camisa.
—¿Debo volver por la cocina? —Parece realmente preocupado, dada la atención
que se le prestó a su entrada. Uno pensaría que las mujeres nunca habían visto a un
hombre con sangre en las venas. Eddie había llegado a irritarse con su adulación,
Marco lo había tomado con una aceptación casi aburrida, una reacción que me hizo
darme cuenta que probablemente babearon sobre él durante toda su vida.
—No, no tienes que volver a pasar por eso. —Extiendo la mano y presiono el
control de la puerta del garaje—. Vamos a escaparnos por acá.

199
Capítulo 40
Marco

E
lla conduce su Tahoe como si fuera un Lambo, y pasamos por calles que
parecen zona de guerra. Veo grupos de personas sin hogar, sentados
contra tiendas cerradas, carritos de compra arrastrados tras ellos, y me
pregunto cómo alguien no puede tener hogar con tantas casas abandonadas en todos
lados.
Esta tan llena de vida. Ese es un pensamiento extraño, pero es como me siento a
su alrededor, como si fuera una fuente de energía. Cada momento es impredecible,
cada interacción una experiencia diferente, su presencia es un arcoíris de colores en
un mundo lleno de gris. Cuando se fue de Nueva York, fue como si viera los colores
monocromáticos de mi vida por primera vez.
Mira sobre su hombro y me sonríe, e intento con todas mis fuerzas no sonreírle
como un idiota enamorado.

200

Avery sale del baño, una toalla rodeando su cuerpo, y lucho para mantener la
mente en el juego. Jugueteando con una pequeña botella de loción, deja caer un poco
en sus manos. Cuando las frota, todo lo que puedo pensar es como mi polla se sentiría
entre esas resbaladizas palmas.
Me siento más arriba en la cama, y tocó el lugar junto al mío.
—Hablemos por un minuto.
—Hmmm. —Gatea hasta el final de la cama y se deja caer en la almohada sin
importarle su apariencia—. Suena serio. —Frunce el ceño, y le sonrío.
—Tu trabajo es peligroso.
—No lo es. —Jala una almohada y se acomoda, sus ojos sobre los míos—. Lo era
al inicio, pero tengo buenas relaciones con todos ahora.
—¿Y qué sucederá cuando alguien quiera tu trabajo? ¿Qué va a detener a un
ladrón de matarte y llevarse todo?
—Es un riesgo en cualquier trabajo.
No es tan estúpida. Puedo ver la mentira en sus ojos, y si piensa que va a
continuar su profesión sin un equipo de seguridad alrededor de ella, está loca.
Le digo eso y gruñe. Me da una historia de cómo entro al negocio, y por qué es
importante para ella. La observo hablar, viendo el fuego y la energía en sus ojos, y la
amo aún más por su pasión protectora por esta porción de las calles. Pero tiene que
detenerse. No voy a perderla por uno de esos delincuentes, o por la cárcel.
Cambio de tema, acercándola a mis brazos y confesándole sobre Vince, sobre el
acuerdo que firmé hace diez años, y las razones de Vince para quererme como su
novio. Le hablo de su patrimonio, y sobre todas las reuniones a las que he acudido,
todos los discursos que he hecho y las mentiras que dije. Le cuento todo, y escucho,
con mis propias palabras, lo horrible que todo eso suena.
—No es horrible. —Se aparta de mí y se vuelve a acomodar, sentándose a
horcajadas—. Hiciste una decisión de negocios. Fue una situación de ganar para los
dos.
—Solo que se siente como si estuviera perdiendo ahora.
Una sonrisa aparece en su rostro.
—Acabas de heredar un… imperio entero. No estás perdiendo nada.
Me vale mierda el imperio. Quizás es porque lo tengo, pero esta última semana,
cada pieza se siente arruinada. Cada pieza es inútil sin ella. Evito ese pensamiento y
deslizo mis manos sobre sus muslos, apreciando la vista sin su ropa interior, el suave
cepillar de su cuerpo contra mi estómago cuando mueve su pelvis.
Deslizo las manos bajo su toalla, tomando su culo y apretándolo fuertemente, sus
ojos brillan un poco al contacto brusco. Se echa para atrás, envuelve su mano en mí, y
me olvido del siguiente pensamiento. 201

—Entonces… ¿Por qué Detroit? —Paso por encima de una rama y extiendo mi
brazo, ayudándola pasar.
Se encoje de hombros, moviéndose al camino del parque, apresurando sus pasos
para evitar la multitud de niños que se ha formado.
—Era una ciudad en la que podía desaparecer. Cuando dejé la escuela, esta
ciudad me adoptó. Hice amigos, encontré un lugar donde quedarme y nunca me fui.
La miré mientras se inclinaba, tomando un Frisbee del suelo y lo lanzaba a la
dirección de su dueño.
—¿Qué te haría mudar?
Me mira.
—No lo sé. —Mira hacia el camino—. Tendría que pensar qué hacer sobre el
trabajo.
—Creo que deberías mudarte a Nueva York.
Se detiene y me mira, el viento haciendo que su rostro se llene de cabello, y se
mueve del lado contrario de la brisa para detenerlo.
—¿Por qué?
Porque te amo. Quiero decir, pero no puedo. En su lugar, le doy todo lo que
puedo de mí.
—No quiero perderte. Si no puedes… —Miro sus ojos—. No puedo imaginarme
seguir adelante sin tenerte en mi vida.
—¿Y qué hay de Vince? —pregunta cuidadosamente.
—Vince… —Miro alrededor, acercándome a ella y bajando la voz—. Una vez me
dijo que no era asunto de nadie lo que hacíamos cuando estábamos solos.
—Así que, ¿me mantendrías como un secreto?
—No. Joder no. —No le haría eso a ella. Después de la última década, no podría
hacerle eso a nadie—. Puedo decir la verdad de ti sin dar detalles de Vince y yo. Él
tenía razón. No les incumbe. Lo amé como a un padre y un amigo. Pero ellos no tienen
que saber eso. Y a ti… —Tengo que detenerme. No puedo… cierro los ojos y aparto la
mirada—. Te amo de una forma completamente diferente.
—¿Lo haces? —Está pensando, puedo verlo en el entrecejo de sus cejas, la
manera en que sus dientes muerden su labio.
—Sí.
—Como… ¿del tipo amor odio? —Busca mi mirada, y puedo ver el temblor de su
boca, su intento de ocultar una sonrisa.
202
—No.
—¿Cómo amar a la sobrina de tu novio?
Gruño fuertemente.
—No.
Da un paso hacia adelante e inclina su cabeza, mirándome con inocencia sucia.
—¿Como amar a la Diosa Tetas Dulces?
—Como, amar a mi futura esposa, más o menos.
Se detiene.
—Vaya —susurra—. Esa es una gran manera.
—Lo es. —Me muevo hacia adelante y me froto el cuello—. ¿Demasiado grande?
Sonríe.
—Me gusta grande. Me gusta grande… —Se mueve a ras contra mí, sus manos
deslizándose por el frente de mi camisa—. Y largo. Y…
Atrapo su mano antes que llegue a mi entrepierna.
—Y... estás intentando distraerme con sexo
Frunce la nariz hacia mí.
—¿Lo hago?
—Sí.
—Creo que tú eres el que empezó a hablar sobre pollas. —No me ama. Está bien.
Soy un jodido gatito cuando se trata de estos temas. Por supuesto, me apegué a ella.
Por supuesto, ahora va a regresar a casa, y solo está interesada en orgasmos y chistes.
Puedo soportarlo, aunque parezca que no puedo. Yo…
—También te amo. —Su nariz detiene esa arruga, y habla con tanta confianza
como la chica que una vez se tiró delante de un Rolls Royce.
—¿Lo haces?
—Sí. —Se levanta de puntas y roza sus labios con os míos—. Pero no voy a irme
de Detroit sin un plan.
Le conseguiré un plan. Voy a tener un plan tan perfecto que no va a ser capaz de
decir que no. Le voy a dar todo lo que quiera en este mundo, solo para escuchar esas
palabras de nuevo.

203
Capítulo 41
Avery

VERANO

—E
s taller de explotación.
—No es taller de explotación. —Marco cruza sus
brazos y me mira fijamente—. Es una fábrica. Una que va a
tener todas las regulaciones del gobierno que existan.
Salarios justos. Horas justas. Tiempo extra razonable.
—Aun así voy a traerlas aquí y… —Muevo la cabeza—. No lo sé. Se siente como
un taller de explotación.
—Debería sentirse como una ex fábrica de Nike. —Me da la vuelta, haciéndome
mirar el edificio—. Tienes que usar tu imaginación e imaginar algo diferente.
Intento. Entrecierro los ojos al edificio cuadrado gigante e intento imaginar algo.
—Nop. —Doy la vuelta—. Quizás una estatua gigante al frente ayudaría. Tengo
una en mi casa. Puedo obtener una orden de envío para moverla. 204
—No vamos a mover la estatua —dice sin expresión—. Mi novia ama esa estatua.
Resoplo, y le doy la espalda al edificio, frotando mis manos juntas en un intento
de calentarlas.
—¿Podemos ir adentro?
—Es nuestro. —Saca un par de llaves y las sacude frente a mí—. Así que sí.
Podemos hacer lo que queramos.
—¿La compraste? —Gruño y tomo las llaves—. Bueno, ahora ¡tiene que
gustarme! —Entro furiosa al edificio, mirando sobre mi hombro y señalando los otros
edificios al costado—. ¿Qué es eso?
—Casas —dice, regalándome una sonrisa y tratando para alcanzarme.
—Ya tengo alojamiento —gruño.
—Bueno, ahora tienes más.
Me detengo en la puerta delantera y muevo las llaves, todas claramente
etiquetadas. Encontrando la correcta, la meto en la cerradura y abro, la puerta
abriéndose con un fuerte sonido. Cuando entro, las luces se encienden.
Esta vacío. Había imaginado maquinas gigantescas, líneas de producción y cintas
trasportadoras. Pero no veo nada. Bajamos a un escalón y miro hacia abajo a la grande
habitación.
—Espero que no pagaras mucho por esto.
—Debí de haberte llevado a una fábrica primero. Entonces podrías imaginarlo.
Solo… confía en mí. En seis meses, esta habitación será el más hermoso espacio de
producción.
—Y podrás darle empleo a cuatrocientas chicas.
—Sí. —Me lleva hacia él y coloca un beso en mi frente—. Vamos a tener como
empleadas a tus chicas. Por ahí tienes una cocina comercial donde vamos a alimentar
a todos los trabajadores. Ellas pueden trabajar aquí en la cafetería. También tenemos
una lavandería y un cuarto de uniformes para los empleados. Vamos a mover nuestros
departamentos de recursos humanos y contabilidad de Nueva York a aquí, y el
departamento de limpieza para las oficinas y fábricas va a ser enorme. Además,
empaquetar, enviar y recibir… —Sonríe—. No te preocupes.
—¿Y también vas a contratar locales?
—Sí. —Me toma del cabello—. Deja de preocuparte. Casi todos nuestros
empleados de tiempo completo van a ser locales. Le estamos prometiendo a la ciudad
mil quinientos empleos. Vamos a tener cosas buenas para todos.
Miro hacia el piso de planta. Parece demasiado fácil, aunque, en realidad, no lo
es. Marco está moviendo una fábrica entera para esto, cerrando su planta italiana y
mudando todo a Detroit. No sé cuánto le está costando, aunque jura que ahorrara
dinero en producción, una vez que todo se diga y haga.
—Así que… seis meses. —Lo miro—. Y entonces estaré fuera de los negocios de 205
dinero.
—No. —Mira hacia su reloj—. Como… justo ahora, estás fuera de los negocios de
dinero.
Me alejo de la barandilla, quejas formándose, y él me detiene antes que pueda
decir algo.
—He hablado con Andrei. Él va a trabajar con Matt y se encargara de las cosas
hasta que la transacción de la fábrica termine.
Matt. Pienso en el ex agente de fuerzas especiales, una apuesta fortaleza que me
ha seguido desde que Marco visitó Detroit y descubrió mi empleo. Matt puede
claramente manejar las cosas por su cuenta, y he visto de cerca sus interacciones con
las chicas en las últimas seis semanas. Es bueno con ellas y entiende que es lo que
hago, aun así…
—No estoy lista. Solo ha pasado…
—Avery. —Marco me mira seriamente—. Tu trabajo, y tus clientes son
peligrosos. Has tenido mucha suerte hasta ahora, que nadie te haya herido de
gravedad. Pero ahora, saliendo conmigo, te he expuesto a una nueva clase de riesgos.
Alguien podría secuestrarte por una recompensa. Tus clientes… —Señala hacia la
dirección de mi vecindario—. Podrían matarte para que salgas del negocio. Estás
incordiándolos al sacarles su mano de obra. Y te estás arriesgando, por mí. Entiendo
eso. Me odio por decirte qué hacer, pero no puedo pasar otro día preocupándome por
ti. Tú eres demasiado valiosa para mí.
—Ellos ni siquiera saben que estoy saliendo contigo —discuto—. Nadie lo sabe.
—Nos hemos estado volviendo locos al mantener esto en secreto, estando de acuerdo
en poner seis meses de separación entre la muerte de Vince y volver publica nuestra
relación, por respeto a su legado.
—No me importa. —Cruza los brazos sobre su pecho—. No voy a arriesgarlo.
Estoy cansado Avery. Estoy harto de cualquier cosa que te ponga en el más mínimo de
los riesgos. Y quizás eso me convierte en un imbécil, pero realmente me vale un…
Lo callo con un beso, y baja los brazos, abrazándome y jalándome contra su
pecho. Él profundiza el beso y finalmente me aparto. Riéndome.
—Tú eres un imbécil, pero lo entiendo.
Y lo hago. He vivido en peligro desde que escape de los McKenna. No tenía nada
que perder, y había tomado decisiones peligrosas por eso. Es agradable ser valorada.
Cuando dice que no puede perderme, y veo la preocupación que llena sus ojos… me da
algo que nunca había tenido… esa sensación de ser valorada por alguien.
Muevo mi mano bajo su brazo y giro, junto a él y mirando la fábrica.
—Así que… —me pregunto—. Este es el futuro hogar de Vince Horace.
Se inclina para besarme la cabeza.
—Ahora vamos a hacer que empaques y te mudes al nuestro.
206
Capítulo 42
Avery

T
res meses después de mudarme, y todavía me siento como una invitada.
Quizás eso es normal cuando constantemente se te está complaciendo.
Giro sobre la cama, mirando las noticias, y observo a las dos mujeres abrir
las cortinas, mover la ropa de noche de Marco, y colocar el periódico y una taza
caliente de café junto a mí.
—Ven. —Me siento—. Dame.
Ella me pasa la taza, y me muevo hasta recargarme en la cabecera, sorbiendo la
mezcla colombiana y haciéndoles una seña para que se vayan. Demasiados empleados.
Hemos tenido muchas discusiones al respecto. Pero Marco no tiene lo necesario para
correr a nadie. Detrás de ese arrogante y caro exterior, es un blando. Además, lo
quiera admitir o no, le gusta la atención constante. No estoy segura que pueda
sobrevivir sin la habilidad de aclarar la garganta y tener a alguien corriendo hacia él
para ayudarle.
Alguien llama a la puerta, y miro hacia arriba para ver a Edward, de pie
rígidamente en el umbral de la puerta.
207
—Señorita Horace, su invitada desea subir.
Muevo la mano.
—Adelante.
—Bien, porque estoy aquí. —Marcia saca la cabeza desde atrás de Edward—. No
gracias a este chico, que piensa que ustedes dos son de la jodida familia real. —Entra
corriendo a la habitación y salta en la cama, las sabanas moviéndose por su peso.
Edward suspira, uno de esos llenos de decepción, y oculto una sonrisa detrás de
mi siguiente sorbo de café.
—Gracias, Edward. Mantendré un ojo sobre ella desde aquí.
—Por favor hágalo. —Vuelve a exhalar, luego gira, cerrando la puerta.
—¿Vas a tener un ojo sobre mí? —Marcia se burla—. ¿Qué soy un bebé?
—En realidad no eres tan diferente de uno. —Busco el control y apago la
televisión—. ¿Dormiste bien?
—¿Estás bromeando? —Gira y gatea hacia mí—. Alguien se ofreció a ponerme
las mantas. Andrei casi le patea el trasero.
Sonrío, su inglés a veces es raro, y pateo los pies de las cobijas.
—Debiste de haber aceptado. Demonios, Andrei debió de haberlo aceptado. Es en
realidad una gloriosa actividad.
—¿Lo es?
—Síp. Ellos calientan las cobijas y te sirven chocolate caliente y una galleta para
bocadillo de media noche. Luego, una vez que te arroparon, te dan un masaje de
manos y cabeza.
—Son mentiras. —Levanta la mano—. Espera. No importa. Me llevaron hilo
dental en una bandeja de plata esta mañana, así que… sí. Lo creo.
—Es loco, lo sé.
—En realidad, es demasiado genial, Andrei está bien… pero cenamos anoche una
canasta de KFC. Eso… —Levanta su brazo—. Esto es vida.
Sonrío, porque ella no tiene idea ni de la mitad. Está emocionada por hilo dental
en una bandeja. No sabe que esta noche vamos a tomar un jet a Bimini. El yate ahí,
equipado y listo, para llevarnos por el Caribe. Es mi manera de agradecerle a Andrei, y
a ella, por levantar mis cosas y trabajar con Matt en la transacción. No puedo esperar a
ver su rostro cuando vea el bote. Es excesivo en cada sentido de la palabra.
—Vamos. —Bajo mi café en la bandeja y salgo de la cama, empujando mis pies en
mis pantuflas—. Bajemos a encontrar a nuestros hombres.

208
Capítulo 43
Marco

FINALES DE OTOÑO

V
ersace una vez dijo que la moda no debería poseerte. Dijo que decidimos
quiénes somos y que nos expresamos por la forma en que vestimos y la
forma en que vivimos. Respetaba a Vince por muchas cosas, pero estoy
avergonzado de la forma en que permitió que su imagen gobernara su vida. Estoy
avergonzado de la forma en que contribuí a esa imagen, y de cómo renuncié a mi amor
propio en el proceso.
Es hora de decir la verdad lo mejor que pueda, respetando sus deseos.
Miro a Avery, parada a un lado, detrás de todas las cámaras y el equipo, y veo su
mirada moverse hacia la mía. Asiente, y sé que no tengo que hacer esto. Sé que puedo
seguir ocultándola del mundo y de la prensa. Pero eso no es justo para ella, y no es
justo para nosotros. Han pasado siete meses desde la muerte de Vince, y no puedo
ocultarla ni un momento más. No cuando planeo proponerle matrimonio esta noche.
Las luces se encienden, bloqueando mi vista de Avery, y miro a la mujer, sentada 209
frente a mí, el terror de GQ. Hice que Paulie la llamara, con la idea que esto podría
cerrar el ciclo.
No espero que esto sea fácil. No le gustará mi vaguedad en las áreas de mi
relación con Vince, pero esta entrevista no trata de eso. Esta entrevista trata de mi
nueva vida, la nueva fábrica estadounidense de la compañía y la mujer de la que me he
enamorado. Si me presiona, diré la verdad, que amé a Vince, pero que amo a Avery de
una manera completamente diferente. Si fuera necesario, citaré al mismo rey: nuestra
relación no es de tu maldita incumbencia.
En preparación para la tormenta mediática que esta entrevista creará, hemos
hecho algunos arreglos. La primera fue una desviación de su pasado, un proceso que
comenzó con una visita a Kirk y Bridget McKenna, que resultó ser una pareja muy
educada, semi-jubilada, que todavía, diecisiete años después, no tienen interés en ser
padres. Avery hizo las paces con ellos, les hizo un cheque que pagaría su mansión
frente al lago, y un acuerdo de confidencialidad que garantizaba que el mundo nunca
conocería la conexión entre Avery McKenna y Avery Horace. Aunque no creía que el
cheque, ni el acuerdo de confidencialidad fuera necesario, Avery parecía necesitar el
cierre de una “separación” oficial, así que mantuve la boca cerrada y la besé cuando
regresó.
Su cambio de nombre fue presentado en California por John hace meses, y el
decreto fue sellado por el tribunal por razones de privacidad. Si alguien busca lo
suficiente, llegarán a la verdad, pero California tiene más de quinientas Avery
McKenna, por lo que investigarán hasta que sus ojos se caigan antes que se den cuenta
que están en el estado equivocado.
Su apartamento y casa en Detroit ahora están en fideicomisos y están llenos de
residentes legítimos que pagan impuestos, vienen con visados de trabajo de Andrei y
son empleados de Vince Horace, Inc.
Creo que es feliz, pero estoy aterrorizado que no sea suficiente, que he olvidado
alguna tarea, un pedazo de su corazón que no se ha llenado. Ella ha completado cada
parte de mí. Solo quiero hacer lo mismo. Pongo mi mano en mi bolsillo y toco la caja
del anillo, verificando su presencia.
—Señor Lent. —La periodista sonríe y me obligo a devolver el gesto—.
Empecemos.

210
Epílogo
Avery

6 AÑOS MÁS TARDE

—¿D ebo hacerlo? —Edward resopla en desaprobación, su cara


larga y rasgos sosos.
—¡SÍ! —Ella salta para alcanzarlo, su cola de caballo
rebotando, el globo de agua extendido—. Tienes que hacer
la primera, porque eres el mayor —susurra la última palabra y echa un vistazo
alrededor, para asegurarse que nadie escuche.
—Muy bien. —Edward toma el globo de agua rosa brillante de su mano
extendida y gira, su espalda rígida, sus zapatos de vestir moviéndose hacia adelante,
hasta el borde de la piscina—. ¿Y ahora?
—Ahora. —Se acerca a él, sus flotadores chocando con sus pantalones—. Ahora...
—dice con cuidado—. ¡Te echas hacia atrás y lo lanzas! —Le da una demostración
cuidadosa, su mano vacía, el imaginario globo de agua aterrizando en algún lugar en el
medio de la piscina—. Pero intenta golpear a alguien. 211

—¿Así? —Edward lentamente echa su brazo hacia atrás, su rostro


completamente desprovisto de emoción, y luego, con velocidad y agilidad
sorprendentes, arroja el globo de agua hacia adelante, golpeando a Marco justo en el
centro de su pecho.
Me echo a reír, viendo como Marco mira hacia abajo desde su asiento en el borde
de la piscina. Sus ojos se entornan y busca en el cubo más cercano y agarra un puñado
de globos.
—¡SÍ! —Vina grita, saltando de arriba abajo, el tutú de su traje de baño
rebotando—. ¡Le has dado a papá! —Ve la acción de Marco y extiende un dedo
severo—. ¡No! ¡Nada de darle al abu! —Se aprieta entre él y el borde de la piscina,
extendiendo sus brazos como para protegerlo. Solo que, dada su baja estatura, solo lo
está defendiendo desde el muslo hacia abajo—. ¡Es VIEJO! —grita, y luego sus ojos se
abren, una mano sobre la boca mientras lo mira—. No quise decir viejo, viejo —le
susurra.
Edward retrocede, lejos de la piscina, y junta las manos frente a él. Lo miro de
cerca, y puedo ver, en el más mínimo movimiento de rasgos faciales, el borde de su
boca levantándose.
Ella lo amansó. Desde el momento en que nació, vi el comienzo del
desmoronamiento. Insistía en ir a buscar sus teteros, examinar sus baberos y pañales
antes de usarlos, desinfectar sus juguetes constantemente. Cuando comenzó a hablar,
insistiendo en que él era su abuelo, la grieta en su fachada se ensanchó en una
caverna.
Siento algo detrás de mí y me doy vuelta, viendo el pie de Marco enganchar mi
cintura y atraerme hacia él. Permito el movimiento, el agua tibia de la piscina
salpicando contra el costado mientras me mueve entre sus rodillas abiertas. Se inclina
hacia adelante, envolviendo sus brazos a mi alrededor y presiona un beso sobre mi
hombro. Observo cómo nuestra hija da severas instrucciones a las filas opuestas de
niños de cuatro años, un momento de compostura hasta que se desate el infierno,
brillantes globos de agua de colores volando entre las dos filas de niños.
—Desearía que Vince pudiera haber visto esto. También tu papá. —Me aprieta.
—¿La gruta sexual, convertida en un campo de batalla de globos de agua?
—Sí. —Se ríe contra mi cuello—. Pero también, nuestra vida. Los cambios.
Me doy la vuelta en sus brazos y miro hacia él.
—¿Crees que sería feliz?
Asiente, y veo el atisbo de tristeza que le llena los ojos. Mi esposo está
envejeciendo. Ahora hay plata en su cabello, patas de gallo aparecen cuando sonríe, y
una paz que ha disminuido sus ceños fruncidos. Siguen apareciendo, con bastante
frecuencia, pero no tienen el mismo veneno; su efecto sigue siendo devastadoramente
sexy cuando golpea.
Frunció mucho el ceño durante nuestro primer año juntos. Después de esa
entrevista, en la que dejó el legado de playboy de Vince intacto, y confesó haberse 212
enamorado de mí... hubo una fuerte reacción de parte de la comunidad gay. Las
tiendas fueron acosadas, hubo burlas y las ventas tuvieron problemas. Perdimos el
apoyo de uno de los mercados más fuertes de Vince, y Marco luchó con la culpa de ser
un fraude.
Pero durante los últimos cinco años, ha canalizado esa culpa en organizaciones
benéficas. El Hospital Vince Horace Memorial, creado hace dos años, está financiado
directamente por Vince Horace, Inc. Aunque atiende a personas y familias necesitadas,
tiene seis centros urbanos acondicionados para el bienestar físico y mental y la
atención de personas gay, lesbianas, bisexuales y transgénero. Además, el dinero se
invierte todos los meses a los centros para jóvenes homosexuales fugitivos y al litigio
y apoyo en materia de igualdad.
Él sigue siendo un fraude. Todavía hay un puñado de personas que saben la
verdad, que su relación y amor por Vince era estrictamente platónica y no llena de
pasión. Pero creo que, detrás de las largas horas, evitando la prensa y grandes
donaciones... Creo que Marco ha empezado a perdonarse a sí mismo. Vina ha sido, en
gran parte, el motivo de eso. Irrumpió en nuestras vidas y se hizo cargo de cada parte
de ella.
La observo mientras se ajusta las gafas para nadar, su diminuta ceja fruncida en
concentración, sus palmas presionando contra el frente de las gafas para colocarlas en
su lugar. Se pellizca la nariz con una mano y salta en el aire, lanzándose como una bala
de cañón en la piscina, el chapoteo resultante apenas se nota.
Recuerdo hace unas horas, cuando caminamos por la calle para comprar los
globos, y ella bailaba entre los copos de nieve, esquivando cada uno en un intento
imposible de no ser alcanzada. Es una chica con suerte. Me pregunto si alguna vez se
dará cuenta. La llevé a Detroit, a las zonas desfavorecidas y le mostré la forma en que
viven tantos en nuestro mundo, pero no comprende. En su mente de cuatro años, es
normal que pueda tener una fiesta en la piscina en diciembre, o pedir una copa helada
a un chef en su cocina, o caminar por una pasarela en París en su propia línea de
pijamas.
Es mimada. Puedo notarlo y lo temo. Sigo diciéndole que no, pero cada parte de
este mundo grita que sí.
—Deja de preocuparte. —Se quita la camisa, la parte delantera mojada por el
ataque de Edward, y la arroja a un lado, moviéndome hacia delante y deslizándose en
el agua a mi lado—. Puedo sentir que te preocupas.
—No me estoy preocupando. —Dejo que me lleve a la parte más profunda, mis
brazos y piernas se envuelven alrededor de él—. Solo…
—Ella está bien. Tiene los veranos en Spring Lake para mantenerla a raya.
—Claro. —Lo clavo con una mirada—. Una mansión en la playa. Una vida difícil.
—Sin personal —me recuerda—. Nadie para recoger detrás de ella, buscar sus
cosas o atraparnos haciendo algo travieso... —Desliza su mano por la parte de atrás de
mi bañador y me agarra del trasero. Me río y retuerzo, mis piernas flotando en el agua
antes que me atraiga a él de nuevo.
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—¡Mami! —Mi nombre es una orden, severa y desaprobadora, y me giro para
ver a Vina, sentada a horcajadas sobre un unicornio flotante con un collar de púas.
—¿Sí? —Me agarro al cuello de Marco y la miro.
—Tengo un regalo para ti. —Se acerca remando, el unicornio en peligro de
volcar, y me entrega un globo de agua. Inclinándose hacia adelante, se arrastra en mis
brazos, su pequeño cuerpo se enrolla contra mi pecho, sus brazos envolviendo mi
cuello. Suelto a Marco para darle un poco de espacio, y ella me mira—. ¡NO!
Emparedado.
—Entendido. —Marco me atrae hacia él, su suave tutú chapoteando entre
nuestros cuerpos, su cabeza apoyada en su pecho. Sus brazos se tensan a mi
alrededor, y siento como si mi corazón se rompiera.
Esto. Es todo lo que siempre quise, pero es mucho más de lo que pensé que sería.
Su mano se extiende hacia abajo, buscando la mía, sus pequeños dedos
levantando mi mano en el aire, y cuando mueve los ojos hacia su padre, una sonrisa
traviesa ilumina su rostro, entiendo lo que quiere.
—Te amo, papá —dice en voz baja, dándole palmaditas en el brazo.
Él encuentra mis ojos, y veo la felicidad inocente allí, el amor que no tiene idea
de lo que está por venir.
—Te amo, Vina —dice roncamente, y presiona sus labios sobre la parte superior
de su cabeza mojada.
—Lo siento —articulo, y luego muevo mi mano de arriba y abajo, estallando el
globo lleno en la parte superior de su perfecto cabello.
El agua salpica, y él maldice, el grito de alegría de ella llena el aire en el momento
antes que él me sumerja bajo el agua.
Contengo la respiración y abro los ojos, tomándome un momento en la quietud
del agua para admirar la imagen apagada y borrosa de ellos, la risa de él, la risita de
ella, la cercanía y la conexión que comparten. Nado a su alrededor y salgo a tomar aire
junto a ellos, y justo antes que salga a la superficie, siento como si las costuras de mi
corazón se rasgaran.
El amor, en este momento, no tiene límites. Vince, James, Andrei, Marcia, Marco y
Vina... me lo han enseñado. Finalmente soy amada. Finalmente soy feliz. Y finalmente,
en su húmedo y desordenado abrazo, entiendo el significado de la familia.

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Alessandra
Torre
Soy una autora independiente y publicada
tradicionalmente. Cuando escribo romance erótico
contemporáneo y suspenso erótico lo hago bajo el nombre de
Alessandra Torre (para romance erótico) y A.R. Torre (para
suspenso erótico.

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