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Copete:

A medio siglo de aquella oleada de protestas que sacudió el mundo con el rechazo común a
la guerra de Vietnam, esa enorme cantera de experiencias sociales que fue el Mayo del 68
sigue trayendo a escena la energía creadora del descontento.

Historia social
Mayo del 68, los relatos oficiales y el culto a la juventud

Julián Sorel
juliansorel20@gmail.com

Contra las lecturas narcisistas, generacionales, del Mayo del 68, esa oleada de protestas que
recorrió el mundo y que suele cifrarse en el Mayo Francés como el más representativo, ya
es hora de rescatar la complejidad enterrada en el relato oficial bajo los tópicos del grafiti y
el desmelenamiento, el culto a la juventud y el protagonismo acaparado, a través de la
figura de los estudiantes universitarios, por las clases medias.
En realidad, para ir al Mayo Francés, lo que ocurrió fue que entre nueve y diez millones de
personas dejaron de trabajar en la huelga más importante de la historia de Francia; durante
varias semanas, el país se detuvo. Este movimiento de masas sin distinción relevante entre
sectores laborales, «generaciones», clases sociales y otras estupideces, fue reducido durante
las décadas siguientes, en el relato oficial, a un conjunto de figuras, expresiones, imágenes
que presentan el Mayo del 68 como un cambio de costumbres y valores acorde en el fondo
con el paso de un viejo orden burgués autoritario a la hegemonía de una burguesía moderna
y económicamente liberal.
Este relato convierte un movimiento de alianzas entre diversos sectores para luchar juntos
por solucionar problemas sociales en una rebelión generacional de la «juventud» –noción
cara al sistema; propia, de hecho, de la cultura dominante antes que de la sociología– contra
la rigidez que bloqueaba el cambio cultural. ¿Cómo pudo –se pregunta, por ejemplo, Kristin
Ross– ser reducido Mayo del 68 a categorías «sociológicas» tan estrechas como «jóvenes»,
«estudiantes» o «generación»?
La respuesta que da Ross es que el relato oficial nos ha hecho ver en Mayo del 68 el cliché
de una «rebelión juvenil» con acentos poéticos mediante recursos reduccionistas. El primer
reduccionismo es temporal: se interpreta la expresión «Mayo del 68» literalmente, como un
solo mes de un solo año: habría empezado el 3, con las primeras detenciones de estudiantes
en la Sorbona, que desencadenaron las manifestaciones en el barrio Latino en las semanas
siguientes, y habría terminado el 30, cuando De Gaulle disolvió la Asamblea Nacional. No
llegaría a junio, cuando los diez millones de trabajadores de todos los sectores y de todo el
país prosiguieron la mayor huelga general de la historia de Francia, en este relato relegada
así al último plano, al igual que el origen del movimiento: la emergencia de una oposición a
la guerra de Argelia y de un radicalismo político manifiesto en recurrentes revueltas obreras
durante los años precedentes. Se ocultan décadas de lucha para «salvar» el lindo mes en el
que brilla la «libertad de expresión» gracias a los «jóvenes rebeldes», pues, como escribe
Hobsbawm, el movimiento «de los trabajadores fue mucho más significativo que el gran
estallido de descontento estudiantil», pero los jóvenes estudiantes brindaban «a los medios
de comunicación de masas un material mucho más dramático».
El segundo reduccionismo que Ross señala es geográfico: el escenario se reduce a París, al
barrio Latino ante todo –de las manifestaciones en mayo y junio en provincias, poco o nada
dice el relato oficial–. Se pierde de vista a los trabajadores en huelga en todo el país, al
igual que los lazos entre obreros, campesinos y estudiantes, al igual que lo vivido en las
fábricas de Caen o Nantes, al igual que las prácticas e ideas que no caben en el paradigma
liberal adoptado por antiguos protagonistas de Mayo del 68 posteriormente (el movimiento
campesino del Larzac, prolongado en nuestros días en los ataques de la confederación
campesina contra los productos modificados genéticamente, por ejemplo, no dejó rastros en
el relato oficial de Mayo del 68).
En las décadas siguientes, la oposición a la guerra de Vietnam pierde importancia en las
representaciones y la iconografía de Mayo del 68 frente a la revolución sexual, y se crea en
compensación otra dimensión «internacional», una serie de rebeliones amorfas e imprecisas
de jóvenes de todo el mundo en pos de libertad y autonomía personales, eso que Serge July
llama la «gran revolución cultural liberal/libertaria». Las reducciones temporal y geográfica
ayudaron a dar a los estudiantes la exclusividad del papel de representantes y símbolos de
Mayo del 68, con su escenario de barricadas y pintatas.
Aunque la politización de los estudiantes se había desarrollado en medio de relaciones con
otros sectores, estos están ausentes o relegados al fondo del cuadro, cuyo primer plano llena
la dorada imagen de las juventudes de las clases medias. Después de Mayo del 68, en vez
de esos actores ausentes o relegados crece en el discurso sobre los derechos humanos la
imagen abstracta de los «excluidos», que, privados de subjetividad política, son reducidos a
figuras de la pura alteridad: o víctimas, o victimarios.
Fuera de su breve resurgir en la contracultura burguesa de mediados del siglo pasado, quizá
la apuesta por la juventud podría haber sido progresista en sociedades gerontocráticas. Tras
la revolución industrial, extinto ese orden, no dejó sin embargo de ser una apuesta política,
y lo sigue siendo. Una apuesta política de derecha, por supuesto, históricamente asociada
por su propio espíritu al fascismo y al nazismo, en cuyo desarrollo cumplió un interesante
papel. Hoy es un síntoma de las transformaciones sociales que ha acarreado el avance del
modelo neoliberal más duro y una parte central del discurso de la prensa, del discurso
empresarial, del discurso político, del publicitario, del estatal... De uno u otro modo, está
presente en todas las expresiones de la ideología hegemónica, en todas las variantes del
discurso del poder. Un nuevo análisis del proceso de construcción retrospectiva del relato
oficial del Mayo del 68 también ha de servir para analizar de un modo nuevo este tema, del
cual aún no se ha escrito lo decisivo ni lo suficiente.
Hace hoy, domingo 13 de mayo del 2018, exactamente medio siglo del llamado a la huelga
general convocado por los sindicatos el 13 de mayo de 1968, respuesta de los trabajadores a
la represión de la revuelta estudiantil. Cerca de un millón de personas se echaron a la calle
mientras los estudiantes tomaban La Sorbona. Fue la manifestación más grande que París
había visto desde la liberación de la ocupación alemana. Fábricas, empresas, talleres eran
tomados por obreros, que alzaban en ellos banderas rojas. El 20 de mayo diez millones de
personas estaban en huelga, lo que suponía una situación revolucionaria.
De Mayo del 68 rescatamos precisamente lo contrario del relato oficial, el descubrimiento
de la mezquindad y la estupidez de todas esas divisiones artificiales y ridículas, excluyentes
e insolidarias, que favorecen la concentración de más poder en menos manos, el rechazo del
absurdo y de la trampa de todas esas oposiciones de clases, de «generaciones», de naciones,
de lo que sea, el salir a la calle a escuchar otras voces y a tomar la palabra.

Referencias
Kristin Ross: «Mai 68, la mémoire et l’oubli», en Le Monde Diplomatique, abril de 2008.
Disponible en: https://www.monde-diplomatique.fr/2008/04/ROSS/15843
Eric Hobsbawm: Historia del siglo XX, Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, Col. Crítica,
1998, 612 pp.

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