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Sierva de Dios Leonor Sánchez López, mártir

De orígenes muy humildes, Leonor nació en 1918 en Orizaba, Veracruz. Sus


padres fueron don Encarnación Sánchez, obrero textil de la fábrica de Cocolapan,
y doña Catalina López, ama de casa. Esta es la única información que se ha logrado
conseguir; no se conoce de su infancia y de su juventud, ya que su causa de
beatificación se encuentra en la fase de investigación por la Congregación para las
Causas de los Santos de la Santa Sede.

A pesar de que la Guerra Cristera (1926-1929) había terminado con los mal
llamados “arreglos” entre los obispos mexicanos y el gobierno de Emilio Portes Gil
(sucesor del presidente Calles), en algunos estados de la República Mexicana
continuaba, sin menguar un ápice, la persecución religiosa. Entre estas entidades
se encontraban Tabasco –ya vimos los diabólicos atropellos anticatólicos
perpetrados por Garrido Canabal y sus secuaces– y Veracruz. En 1931, el
gobernador Adalberto Tejeda, feroz anticlerical, promulgó una ley (decreto 1927 o
“Ley Tejeda”) para reducir, por enésima vez, el número de los sacerdotes. El día
que entró en vigor la legislación, varios hombres armados entraron al templo de la
Asunción y, sin previo aviso, abrieron fuego contra los presbíteros. El padre Landa
fue gravemente herido y el padre Rosas se ocultó en el púlpito y salvó la vida
milagrosamente. El padre Ángel Darío Acosta Zurita –de quien hablaré en futuras
publicaciones– iba saliendo del baptisterio, ya que acababa de bautizar a un niño;
las balas lo derribaron de inmediato. El eclesiástico, que tenía apenas tres meses
de ordenado y que había cantado su primera Misa hacía dos, alcanzó a exclamar
“¡Jesús!” y murió poco después, tirado en el charco que su sangre había formado;
un compañero sacerdote, un padre apellidado de la Mora alcanzó a darle los últimos
auxilios.

El obispo Rafael Guízar y Valencia, hoy canonizado, protestó contra las medidas
dictadas por Tejeda y por el asesinato de los dos sacerdotes y pidió la derogación
de la ley. El gobierno se negó. En consecuencia, el prelado suspendió el culto en la
entidad. Esta situación se prolongó hasta 1937.
A la par que la práctica de la religión católica en público era imposible, las Misas
clandestinas volvieron a ser parte de la vida cotidiana de los fieles. La joven Leonor
solía concurrir a ellas.

El 7 de febrero de 1937, como de costumbre, Leonor asistió al Santo Sacrificio


en la casa del canónigo y párroco de la Iglesia de San Miguel, Pbro. José María
Flores. Era una mañana oscura y fría; en pequeños grupos, hombres, mujeres y
niños se dirigían al domicilio para participar en la celebración. Se ocupó el corredor
y al final, se puso una tarima que serviría de altar. Mientras el sacerdote oficiaba la
Misa, los fieles oraban fervorosamente por la reanudación del culto público y por el
cese de la persecución.

De improviso, a mitad de la celebración, la policía irrumpió en el recinto. Los


agentes, con lujo de violencia, amenazaron a los fieles y les dieron la orden de
abandonar el lugar. En seguida, sin ningún miramiento o respeto, en medio de
insultos, comenzaron a quitar el altar y se abalanzaron contra el sacerdote y
empezaron a despojarlo de los sagrados ornamentos. Luego procedieron al arresto
de los feligreses, incluyendo mujeres y niños. Algunos trataron de defenderse o de
escapar. En medio de la confusión, los policías comenzaron a disparar. Leonor tomó
rápidamente el copón con las hostias consagradas e intentó escapar para evitar que
el objeto sagrado cayera en manos de los gendarmes y fuera profanado. Sin
embargo, fue rápidamente descubierta por el policía Agustín Saldaña, quien le
disparó intencionadamente. La bala la atravesó, perforando su seno izquierdo y
saliendo en la zona lumbar, lastimándole al mismo tiempo la mano izquierda.
Sintiéndose malherida, la muchacha salió de la residencia del padre Flores hacia la
esquina de las calles de Sur 5 y Oriente 10, entonces ocupada por un expendio de
leche.

Ahí, por la espalda, recibió una segunda descarga. Se desplomó en el acto,


desangrándose; no logré encontrar ninguna información sobre qué sucedió con el
copón, debido a la escasez de datos. Ahí se quedó tirada en plena banqueta, en
dolorosa agonía, llenando el suelo con su sangre, hasta que fue recogida por
miembros de la Cruz Roja. Éstos la llevaron al Hospital Civil, entonces ubicado en
el otrora oratorio de San Felipe Neri y hoy en día Museo de Arte del Estado; ahí, los
médicos intentaron salvarle la vida, pero todo fue inútil. Aun así, la jovencita fue
capaz de hablar: pidió que llamaran a su padre y que le llevaran a un sacerdote para
recibir los últimos sacramentos. La petición le fue rotundamente negada por parte
de las autoridades. Minutos después, la joven émula de San Tarsicio falleció entre
el dolor y la consternación de los habitantes de Orizaba. Tenía 19 años.

Entretanto, el celebrante y setenta y tres fieles fueron conducidos a punta de


bayoneta a la Inspección de la Policía; luego de interrogarlos, los encerraron a todos
en la cárcel municipal. Aquel buen pastor y sus fieles ovejas ocuparon sus celdas
con honor y valentía, confesando todos a una voz que eran cristianos e hijos de un
pueblo libre y soberano.

La conmoción causada por el asesinato de Leonor fue enorme. Numerosas


personas fueron a la casa de la que a partir de ese momento consideraron una
mártir de la persecución religiosa, para darle el último adiós. Los comercios de
Orizaba fueron cerrados en señal de luto. El sepelio tuvo una asistencia tan grande
de dolientes que las autoridades no lo pudieron evitar. Miles de hombres y mujeres
que salían de las fábricas, talleres y hogares se decían: “¡Es la hija de un obrero la
que ha muerto, vayamos!” Y así lo hicieron. El 8 de febrero de 1937 por la tarde,
diez mil personas acompañaron el cuerpo de la heroica muchachita hacia el
cementerio municipal; primero pasaron por la Parroquia de San Miguel (sin poder
entrar al templo) y después frente al entonces Palacio Municipal. La gente, entre
lágrimas, rezaba el Santo Rosario; luego todos entonaron alabanzas a Cristo Rey y
a María Santísima de Guadalupe.

La joven fue sepultada en el cementerio Juan de la Luz Enríquez de la ciudad,


al tiempo que de las gargantas de los asistentes salían, entre trémulas por el llanto
y apasionadas por la convicción religiosa, las notas del Himno Nacional
Guadalupano y del Himno Eucarístico a Cristo Rey. Don Encarnación lloraba
amargamente al lado de la fosa mientras sus lágrimas caían sobre la tierra. He aquí
el epitafio puesto en el humilde sepulcro: «La Mártir Leonor Sánchez aquí reposa
en paz. ¡Acuérdate de nosotros en el cielo donde moras! Murió en el Señor el 7 de
febrero de 1937. Orizaba agradecida. R.I.P.»

El martirio [1] de Leonor fue el comienzo de su triunfo y de la victoria para los


católicos veracruzanos. Estalló una fuerte ola de indignación, en la que miles de
feligreses pidieron que de nuevo se abrieran los templos. Un grupo de obreros
derribó la puerta principal de las parroquias para que el gobierno no pudiera
volverlas a cerrar. Las hostilidades contra la fe católica terminaron poco después.

El obispo Guízar envió un singular y profético mensaje acerca de lo sucedido:

«Lejos de darles el pésame les felicito de la manera más calurosa; pues la joven
mártir ya está en el Cielo y S.S. [Su Señoría] y el grupo de católicos padecieron
encarcelados por amor a nuestro Divino Redentor. Envidio la suerte de Uds. que
padecieron por Cristo [...]. Tengamos muy presente que mientras mayores sean
nuestros sufrimientos en este mundo, más grandes deben ser nuestros esfuerzos
por unirnos a la Cruz de nuestro Redentor Divino, seguros de que así seremos
verdaderos apóstoles de Cristo, y, en medio de las horribles tempestades, subirán
triunfantes al Cielo millares de almas [...]. Trabajemos por Dios hasta morir; ésta es
nuestra misión sobre la tierra; busquemos el reino del Cielo para nosotros y para
nuestros hijos con toda la ansiedad del alma».

El 14 de junio de 2013, con motivo del XIII Aniversario de la erección de la


Diócesis de Orizaba y III de la dedicación de la Catedral de San Miguel Arcángel,
los restos de Leonor Sánchez fueron trasladados a la Catedral en medio de la
veneración popular, siendo recibidos por el Obispo Mons. Marcelino Hernández
Rodríguez. Así, su proceso de canonización quedó formalmente iniciado.

De llegar a convertirse en santa, Leonor Sánchez se convertiría en la primera


laica mexicana en ser canonizada. Qué mejor –comentario de quien esto escribe–
que, andando los años y para la gloria de Dios, compartiera ese honor con la
también Sierva de Dios María de la Luz Camacho.
[1] Al usar este término no pretendo adelantar ni prevenir el juicio de la Iglesia.
Como en el caso de los mártires que hemos estado presentando, me refiero al
hecho que la gente así los consideró desde el momento de su muerte heroica y
ejemplar.

Fuentes consultadas

Blog sobre Leonor Sánchez (7 de febrero de 2013). Señorita Leonor Sánchez


López. Recuperado el 18 de mayo de 2018 de
http://leonorsanchezlopez1937.blogspot.mx/

Preguntas Santoral (12 de marzo de 2016). Sierva de Dios Leonor Sánchez


López, mártir. Recuperado el 18 de mayo de 2018 de
http://www.preguntasantoral.es/2016/03/sierva-de-dios-leonor-sanchez-lopez/

Wikipedia (25 de noviembre de 2018). Leonor Sánchez López. Recuperado el


18 de mayo de 2018 de
https://es.wikipedia.org/wiki/Leonor_S%C3%A1nchez_L%C3%B3pez

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