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¿Por qué centrarse en la equidad ahora?

A medida que los gobiernos de todo el mundo buscan cuál es el mejor modo de cumplir
su compromiso para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en 2030, los
esfuerzos realizados en todo en el mundo durante los últimos 15 años pueden servir de
ejemplo al respecto.
El progreso alcanzado en la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio entre
2000 y 2015 dejó patente cuán poderosa es la actuación nacional, respaldada por las
alianzas internacionales, para generar resultados transformadores. Los niños nacidos hoy
día tienen muchas menos probabilidades de vivir en la pobreza que los que nacieron al
comienzo del nuevo milenio. Sus probabilidades de sobrevivir a su quinto cumpleaños son
un 40% mayores2 y tienen más probabilidades de asistir a la escuela.
Gobiernos y comunidades de todo el mundo celebran, con motivo, estos avances.
Sin embargo, pese a este progreso, millones de niños y niñas continúan viviendo –y
muriendo– en condiciones que son inadmisibles. En 2015, se calcula que murieron
5,9 millones de niños antes de cumplir los 5 años, la mayoría a consecuencia de
enfermedades que pueden prevenirse y tratarse de forma fácil y económica3
. A otros millones de niños más se les sigue negando el acceso a la educación simplemente
porque sus progenitores son pobres o porque pertenecen a un grupo estigmatizado, por haber
nacido mujeres, o porque crecen en países afectados por conflictos o por crisis crónicas.
E incluso aunque la pobreza está retrocediendo a escala mundial, cerca de la mitad de las
personas más pobres del mundo son niños; y muchos otros niños experimentan diversas
dimensiones de la pobreza en sus vidas.
En muchos casos, los desfases se han reducido en el transcurso de los últimos 25
años. Por ejemplo, en todas las regiones, los hogares más pobres experimentaron
mayores descensos absolutos en la mortalidad infantil que los hogares más ricos, y en
cuatro regiones se alcanzó la paridad de los géneros en la educación primaria4
. Pero hay demasiados casos más en que el progreso general apenas consiguió disminuir
disparidades arraigadas y persistentes. Los gobiernos no lograron localizar las brechas de la
equidad que separan a los niños más desfavorecidos del resto de la sociedad. Los promedios
nacionales que apuntaban un progreso general enmascaraban inequidades notorias –en
ocasiones crecientes– entre los niños de los hogares más pobres y los de los hogares más ricos.
No podemos permitir que esta historia se repita. Para alcanzar los objetivos de 2030, el ritmo del
progreso en los próximos 15 años tendrá que ser más rápido que el del período de los ODM. De
lo contrario, las consecuencias y los costes serán enormes. De hecho, si las tendencias de los
últimos 15 años continúan durante los próximos 15 años, se calcula que para 2030 seguirán
viviendo en la pobreza extrema 167 millones de niños, la gran mayoría de ellos en África
subsahariana. Aproximadamente 3,6 millones de niños menores de 5 años morirán ese año,
también por causas en su mayor parte prevenibles. Y puede que aún sigan sin escolarizar más de
60 millones de niños en edad de cursar la enseñanza primaria5 . Los objetivos de 2030 reconocen
de forma más explícita que sus precursores, los ODM, la importancia fundamental de promover
la equidad. Los 17 objetivos y las 169 metas asociadas que los gobiernos del mundo se han
comprometido a lograr son universales, pues se vinculan a la promesa de “que nadie se quedará
atrás… y nos esforzaremos por llegar primero a los más rezagados6 ”. Para cumplir esa promesa
debemos comenzar por lograr el progreso en favor de los niños y niñas que están rezagados. Es
una necesidad urgente. La Organización de las Naciones Unidas prevé un aumento de las
necesidades humanitarias y un panorama desalentador para la infancia en 20167 . Según
estimaciones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, para 2015 habían
huido de sus hogares como mínimo 60 millones de personas debido a los conflictos y la
violencia8 . La mitad de todos los refugiados son niños9 . La cifra de niños que viven situaciones
de desastre prolongadas y complejas, como el conflicto de la República Árabe Siria, va en
aumento10. Los efectos cada vez más intensos del cambio climático también exacerban los
riesgos que amenazan a los niños y niñas más desfavorecidos. En todo el mundo hay más de 500
millones de niños que viven en zonas donde las inundaciones son extremadamente frecuentes, y
cerca de 160 millones viven en zonas donde las sequías son de carácter grave o muy grave11. La
Organización Mundial de la Salud prevé que hasta 2030, cada año se producirán cerca 250.000
muertes más como consecuencia de la desnutrición, el paludismo, la diarrea y el estrés térmico
atribuible al cambio climátic12. Las dificultades que entraña llegar a estos niños para brindarles
servicios esenciales y protección son considerables, pero también lo son los beneficios que de
ello se derivarían. Y es necesario llegar a estos niños, porque si no lo hacemos, es posible que
veamos cómo los avances en materia de desarrollo que con tanto esfuerzo hemos logrado se
revierten, y cómo las consecuencias de este fracaso se propagan por todo el mundo. No hay
duda de que el progreso en favor de los niños y familias más desfavorecidos es una condición
definitoria de los objetivos de 2030, y que determina las oportunidades futuras de las
generaciones por venir. El tiempo de actuar es ahora.

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