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La Catedral de Morelia

Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos


Colección V
Directorio

Presidente Municipal
Ing. Alfonso Jesús Martínez Alcazar

Síndico Municipal
Dr. Fabio Sistos Rangel

Secretario del H. Ayuntamiento


Mtro. Jesús Ávalos Plata

Regidores
Arq. María Elisa Garrido Pérez
Lic. Jorge Luis Tinoco Ortiz
Dra. Kathia Elena Ortíz Ávila
C. P. Fernando Santiago Rodríguez Herrejón
C. Adela Alejandre Flores
C. Félix Madrigal Pulido
Mtra. Alma Rosa Bahena Villalobos
Mtro. German Alberto Ireta Lino
M. V. Z. Claudia Leticia Lázaro Medina
C. P. Benjamín Farfán Reyes
Lic. Osvaldo Ruiz Ramírez
C. Salvador Arvizu Cisneros

Director de Asuntos Interinstitucionales y Cabildo


Mtro. Germán Rodrigo Martínez Ramos

Jefa del Departamento de Archivo del Ayuntamiento e


Histórico Municipal
Prof. a. Martha Estela Suárez Cerda
La Catedral de Morelia

Archivo Histórico Municipal de Morelia

Ricardo Aguilera Soria

H. Ayuntamiento Departamento de Archivo del


de Morelia Ayuntamiento e Histórico Municipal
La Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos es una edición
del H. Ayuntamiento de Morelia y la Dirección de
Asuntos Interinstitucionales y Cabildo.

Portada: Alzado que revela la relación existente entre


la estructura de la Catedral y los espacios urbanos
circundantes. Tomado de González Galván, Manuel,
Estudio y proyecto para la Plaza Mayor de Morelia, Morelia,
Gobierno del Estado de Michoacán, 1960

Primera edición 2014

La Catedral de Morelia
de Ricardo Aguilera Soria

© 2016, H. Ayuntamiento de Morelia


© 2016, Dirección de Asuntos Interinstitucionales y Cabildo
© 2016, Departamento de Archivo del
Ayuntamiento e Histórico Municipal
Galeana 302 Centro
58000 Morelia, Michoacán

Impreso en Morelia, Michoacán, México


Índice

Presentación 7
Gabriel Silva Mandujano

Reflejo de devoción y admiración colectiva…


fuente de inagotable creatividad 11

Síntesis histórica de la Catedral


Metropolitana de Morelia 11

El monumento en perspectiva… 14

Dos sedes previas, un proyecto magnífico 19

De la indecencia provisional
a la magnificencia permanente 23

Rebosante de riqueza y talento 37

Un botín político que readecuó sus significados 42

Fuentes de información 52

Documentales 52

Bibliografía 52
Portada central del edificio catedralicio como remate
visual de la calle Benito Juárez, en el Centro Histórico.
Fotógrafo: Carlos Martínez Guzmán, Junio de 2011
Presentación

E ntre los edificios que integran el patrimonio artístico


de la ciudad de Morelia resalta en primer lugar la
catedral, por sus dimensiones y ubicación urbanística
privilegiada, en el centro de la plaza principal y
dominando el panorama del valle de Guayangareo
con sus muros y altas torres desde lo alto de la loma
donde tuvo origen la población. Tal circunstancia ha
determinado su obligada mención en los estudios
históricos, artísticos y urbanísticos, dedicándosele
también extensas monografías.
A esta producción historiográfica se une el presente
cuaderno, que no solo recoge lo que se ha escrito sobre
el magnífico edificio, sino que viene a incrementar
su conocimiento, actualizándolo con nuevos datos
y materiales, provenientes principalmente del
Archivo Histórico Municipal, al dar cuenta de las
transformaciones, cambios y remodelaciones del interior
desde el siglo XIX al XXI, revalorando y explicando
dichas acciones como una respuesta coherente con las
circunstancias de la época. Se corrobora de esta manera

7
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

la inagotable posibilidad de investigaciones sobre la


catedral dada su abundante riqueza artística e histórica.
Una de las virtudes del presente estudio es que
menciona las obras que se han escrito sobre el edificio,
sus diferentes intereses, las corrientes historiográficas
que las han inspirado y regido y las necesidades del
momento que las originaron e impulsaron.
El lector encontrará, desde luego, la narración de
los inicios de la catedral del obispado de Michoacán
desde el punto de vista institucional, en Tzintzuntzan y
Pátzcuaro; el relato de la controvertida construcción de
la catedral en su definitivo asiento en Valladolid, para
pasar en seguida a la presentación de sus características
urbanísticas, arquitectónicas, iconográficas o simbólicas,
estilísticas y ornamentales, tanto al exterior como en el
interior, brindando una visión completa del monumento
arquitectónico.
Una obra de tal magnitud como la catedral moreliana
no podía pasar desapercibida por lo que el autor nos
refiere la trascendencia en la ciudad y en la región
circundante, tanto en edificios de carácter civil como
eclesiástico, encontrándose su resonancia en lugares
alejados como Tlalpujahua, importante centro minero
en los límites orientales del antiguo obispado.
A la notable capacidad de síntesis, o a la de explicación
e interpretación cuando se requiere, se agrega una buena
redacción que redunda en una lectura ágil y amena,
resultado de la amplia experiencia que el historiador
Ricardo Aguilera tiene como investigador y reportero
de la cultura michoacana y en las labores de rescate y
conservación del Centro Histórico de Morelia. Además,
la atinada inclusión de varias ilustraciones, antiguas y

8
Archivo Histórico Municipal de Morelia

modernas, contribuyen a la comprensión del texto y a la


delectación visual del lector.
Resulta loable, por tanto, la decisión de publicar este
trabajo sobre el máximo monumento arquitectónico de
Morelia dentro de la serie de cuadernos destinados a
divulgar entre la población los temas más importantes
de la historia de la ciudad y contribuir de esta manera
en la conformación de nuestra identidad como entes
sociales.

Gabriel Silva Mandujano

9
Planta de la Catedral Metropolitana de Morelia y del
edificio de La Mitra. Tomada del expediente enviado a la
UNESCO para inscribir al Centro Histórico de Morelia en
la Lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad, 1990.
Copia resguardada por el Archivo Histórico Municipal de
Morelia.
Reflejo de devoción y admiración colectiva…
fuente de inagotable creatividad

Síntesis histórica de la Catedral Metropolitana de Morelia

L o efímero empieza a afirmarse como una de las


obsesiones humanas en el presente: se vuelven
desechables los recursos de la técnica y las novedades
tecnológicas son añoradas o esperadas aún antes de
existir, como reflejo de la obsolescencia inmediata
en la que se sumerge la vida cotidiana; la cultura
del supuesto máximo provecho —invirtiendo el
mínimo esfuerzo— tiene en los productos light y en
las maravillas mercadotécnicas de las pantallas a sus
más claros representantes; en la misma perspectiva, el
atentar contra el Medio Ambiente, contra la fuerza los
sentimientos y hasta contra la integridad de la vida
humana se convierten en otras pruebas fehacientes de
esa ligereza que acompaña y define a la fascinación por
el ahora.
Sólo que estas particulares formas actuales de
construir imaginarios —aceptados de forma colectiva
y asumidos como una expresión de vanguardia, de

11
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

esperanza en el futuro— ceden ante la segura presión


del pasado: lo consumado se convierte en experiencia
irrefutable, en muestra clara de que los alcances de la
actualidad y de lo venidero son solo el producto de los
logros conseguidos, en otro tiempo, por seres humanos
que aparentan ser inexistentes y lejanos. Pero la fuerza de
ésta herencia ancestral tiene un medio que garantiza su
afirmación: sin importar su tamaño o su antigüedad, los
testimonios del ayer se niegan a perder sus posibilidades
de impresionar, de seducir con sus calladas voces… se
disponen a mantenerse vivos como parte de la memoria,
con una vigencia irrefutable.
En la capital michoacana toda intencionada
posibilidad de amnesia se desvanece ante la presencia
de un poderoso antídoto: mirar hacia el corazón urbano
y prestar atención hacia las alturas: la extensión ocular
queda ocupada por la grandeza de un inmueble, ese
que en su rosada pesadumbre se convierte en el símbolo
y motivo de orgullo de la ciudad del presente, en la
expresión de la religiosidad del pasado y en el lazo de
unión entre la ciudad del ayer y del hoy; esa obra que se
vuelve atemporal cuando se le asume como la revelación
tangible de religiosidad, de fascinación creativa y de
identidad de todos los sectores sociales, más allá
de sus convicciones ideológicas o espirituales. Aunque
la presentación previa se presenta como muy larga, el
elemento en cuestión es un inmueble que no necesita de
presentaciones: la Catedral Metropolitana de Morelia.
Ante la perfecta conjunción de sus elementos —esos
que al exterior y al interior son reflejo de una armonía
constructiva que compensó los avatares y las dificultades
que la sociedad experimentó para que se lograra su

12
Archivo Histórico Municipal de Morelia

consecución— el olvido intencional y la fascinación


por el presentismo se desvanecen en un instante. La
especulación se desborda al querer descifrar las etapas
de su levantamiento, la imaginación se eleva hacia el
cielo —con la misma libertad con se yerguen sus altas
y esbeltas torres— al pretender dar lectura al mensaje
sagrado que subyace a los relieves y esculturas presentes
en sus distintos rincones.
De cara a ella, la tecnología se vuelve el medio o
recurso que hace posible inmortalizar el instante de la
contemplación: para detener en una imagen o escena
la danza de desniveles y arcadas que, al interior, permite
el encuentro con un manifestador de plata, lienzos
barrocos o las ondulantes formas con que la madera se
retuerce en la dinámica carátula del órgano monumental;
para capturar, al exterior, la diversidad cromática de
sus piedras, la sencillez de su ornamentación o el vigor
de sus espacios. Esos que también se vuelven recurso
indispensable en el afirmado y aceptado espectáculo de
encendido de la luz nocturna que otorga otra vista al
monumento, ese que entre pantallas, flashes y aplausos
vuelca los ojos de propios y extraños hacia lo que allí se
difunde como el vestigio histórico más importante de la
capital de Michoacán.1

1
La iluminación escénica de la Catedral empezó a concebirse
en 2002, como resultado de las acciones institucionales que
buscaban revitalizar el área monumental a un año de lograrse
la reubicación del comercio informal que, durante décadas,
invadió los principales espacios públicos del Centro Histórico de
Morelia. A partir del año siguiente, el espectáculo de encendido
de los reflectores, acompañado con música y pirotécnica, se ha
recreado todos los sábados.

13
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

El monumento en perspectiva…

Todavía no iniciaba su construcción, al mediar el siglo


XVII, y ésta expresión arquitectónica de una ciudad,
de una provincia y de una demarcación religiosa u
Obispado, ya se había convertido en un motivo digno
de elogiarse para la sociedad que la concibió y empezó
a observar la elevación de sus muros. Basta con recordar
que la administración virreinal y la propia jerarquía
eclesiástica novohispana llegaron a considerarla como
el más ambicioso proyecto del territorio colonial para
esa centuria.2 Aún no estaba terminada, en las primeras
décadas del siglo XVIII y en los altos círculos de la corte
hispana el inmueble vallisoletano también daba mucho
de qué hablar, pues su largo proceso constructivo y las
fuertes sumas de dinero invertidas habían levantado
ámpula entre aquellas personas que, en lo administrativo,
se habían involucrado en el proceso de su culminación.3
Pero esas impresiones externas, provenientes
fundamentalmente de la Península, no determinaron la
creación de una idea futura sobre el impacto del templo
en la ciudad, más cuando muchos de esos individuos ni
siquiera la observaron. Fueron los primeros viajeros, esos
que llegaron a la antigua Valladolid desde mediados del

2
Una visión en torno al asunto fue presentada en: González
Galván, Manuel, Trazo, proporción y símbolo en el arte virreinal.
Antología personal. México, UNAM-Gobierno del Estado de
Michoacán, 2006, p. 375
3
Las posiciones de la Corona al respecto pueden conocerse en:
Sigaut, Nelly (coord.), La Catedral de Morelia, México, Gobierno
del Estado de Michoacán-El Colegio de Michoacán, 1991, pp.
44-60

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Archivo Histórico Municipal de Morelia

siglo XVIII y en décadas posteriores, quienes empezaron


a puntualizar la dignidad del inmueble y sus valores
concretos, como su posición privilegiada entre dos
espacios abiertos, la riqueza de su tesoro interior, el
derroche en su decoración o la impresionante altura
de sus torres. Así, desde el hispano fray Francisco de
Ajofrín, pasando por el alemán Alejandro de Humboldt,
el matrimonio inglés de los Ward, la escocesa Madame
Calderón de la Barca o el belga Jules Leclercq, la
apreciación de la Catedral se convirtió en motivo de
orgullo para sus habitantes, al tiempo que ésta se hacía
más sólida gracias a la promoción que se lograba por
parte de aquellos que tenían posibilidad de compartir su
visión desde el exterior.
Con la llegada del siglo XX los académicos se
encargaron de ofrecer nuevas formas de acercamiento
a esta obra. Sin que se perdiera a la sorpresa como el
principal motivo para reconocerla, el trabajo intelectual
empezó a acicatearse por nuevas preocupaciones:
éstas ya no se dirigían a dar luces sobre la maquinaria
financiera y devocional que hizo posible el lento
progreso de las obras del templo; el objetivo de esas
acuciosas conciencias se dirigió a reconstruir el proceso
del templo desde múltiples ángulos. Por lo tanto,
Roberto Benítez4 llegó a asegurar que se trataba de unas
torres con templo, ante el hecho de que la altura de los

4
Benítez, José Roberto, Las Catedrales de Oaxaca, Morelia y
Zacatecas, México, Talleres gráficos de la Nación, 1934. En
adelante se hará una alusión parcial a las obras consultadas y,
en la sección de bibliografía, se ofrecen los datos completos en
torno a ellas.

15
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

campanarios le pareció desproporcionada frente al


tamaño del resto del edificio; Manuel González Galván5
se lanzó a la aventura de triangular la estructura
completa para demostrar la rigurosa relación entre
cada componente del cuerpo construido y de éstos
con el entorno circundante. Por su parte, Esperanza
Ramírez Romero6 describió a cabalidad los detalles
arquitectónicos y estilísticos, mientras que el equipo
coordinado por Nelly Sigaut7 penetró hasta las entrañas
del archivo capitular resguardado por el templo para
darle una nueva vida a su historia, recobró el sentido
del mensaje bíblico presente en sus relieves y esculturas
y hasta dio cuenta de los progresivos despojos que el
templo ha sufrido a más de dos centurias y media de
su culminación. Para completar el panorama, Gabriel
Silva asumió el reto de dar cuenta pormenorizada de
las razones sociales e ideológicas que condicionaron
su construcción; Mónica Pulido Echeveste exploró
la composición material y la génesis económica de
sus viejos retablos de barroca estructura retorcida
con madera; Carlos Mendoza desentrañó la forma en
cómo los tratados del Renacimiento influyeron en su
composición estética, para contribuir a la consecución
de una obra perfecta; mientras Juan Cabrera hizo
posible revelar el tamaño de sus muros y sus bóvedas

5
González Galván, Manuel, op. cit, pp. 477-501
6
Ramírez Romero, Esperanza, Catálogo de construcciones
artísticas, civiles y religiosas de Morelia.
7
La obra en cuestión agrupa cuatro capítulos escritos por:
Óscar Mazín Gómez, Herón Pérez Martínez y Elena I. Estrada
de Gerlero.

16
Archivo Histórico Municipal de Morelia

a partir de la definición técnica de las estructuras


construidas.8
Bajo estos planteamientos queda claro que el cuerpo
catedralicio y sus muy distintos misterios han atraído la
atención de autorizadas y agudas conciencias, además
de las más expertas plumas, tanto en lo local como en
lo nacional. Sin embargo, por la época en que fueron
producidos, muchos de esos materiales son de difícil
acceso ahora ante el hecho de que se editaron hace varias
décadas; por generarse dentro del ambiente académico,
la mayoría de ellos resultan poco accesibles al general
de los lectores. A esto se debe sumar que buena parte de
las publicaciones en que dieron a conocer los resultados
de sus investigaciones —sobre todo los que no datan
de la primera década del siglo XXI— son reliquias
bibliográficas de difícil acceso, pues los ejemplares se
encuentran agotados y ni la obsesión presente por los
libros electrónicos hace posible encontrarlos en línea.
A estas razones se debe sumar una más: los materiales
existentes ofrecen visiones parciales o fragmentarias en
torno a una presencia histórica y arquitectónica que, para
el próximo 6 de agosto, cumplirá 354 años de existencia.
Es tentador suponer que la ausencia de una visión de

8
Silva Mandujano, Gabriel, La Catedral de Morelia. Arte y
sociedad en la Nueva España. Pulido Echeveste, Mónica, El proceso
de ornamentación de los espacios de culto en la Catedral de Valladolid
de Michoacán. 1705-1745. Mendoza Rosales, Carlos Eduardo, “La
Catedral de Morelia. Armonía pura, la misma de las sirenas”,
en: Azevedo Salomao, Eugenia María (dir.), Del Territorio a la
Arquitectura en el Obispado de Michoacán. Cabrera Aceves, Juan,
Templos novohispanos de Valladolid/ Morelia. Historia y teoría de su
dimensionamiento estructural.

17
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

conjunto responde, en buena medida, a la concepción


que se tiene del devenir de la Catedral a partir del inicio
de la Guerra de Independencia de México. La mayor
parte de los estudios, incluso el generado por Elena I.
Estrada de Gerlero,9 aluden que el templo fue sometido
a una continua sucesión de pérdidas: esas que, de una
u otra forma, la privaron del tesoro acumulado durante
décadas o centurias, la devastaron de la áurea riqueza de
sus retablos barrocos de madera e, incluso, la privaron
de su armonía original al suplantar con nuevas modas
estéticas sus principales elementos y componentes.
Sin embargo, empieza ser momento para que esos
cambios periódicos que ocurrieron bajo circunstancias
concretas se aprecien como parte fundamental de un
edificio vivo. Porque a pesar de la visión tradicionalista
sobre el arte virreinal (esa que buscaba detener la
carrera de la arquitectura en un momento bien definido)
el templo máximo de la capital michoacana es desde su
origen el espejo fiel de una sociedad cambiante, producto
de la animación y la vitalidad que le imprimen sus
pobladores y, por lo tanto, prueba fehaciente de que el
dinamismo de una sociedad no se detiene. Por lo tanto,
las obras de restauración del mismo, iniciadas en 1991,
o la instalación de un nuevo sistema de iluminación
externo e interno —incluida la reposición de dos
grandes lienzos en el crucero que estuvieron ocultos por
más de 150 años—, son aportaciones que los últimos
años han dejado su huella en la larga carrera de lo que

9
Estrada de Gerlero, Elena I., “El tesoro perdido de la catedral
michoacana”, en: Sigaut, Nelly, op. cit., pp. 129-168

18
Archivo Histórico Municipal de Morelia

Manuel González Galván10 denominó la “presencia y


voz catedralicias” (Figura 1).

Figura 1. Panorámica del templo desde la avenida Madero


Poniente, hacia donde apunta su fachada principal.
Fotógrafo: Gustavo Adolfo Vega García, febrero de 2014.

Dos sedes previas, un proyecto magnífico

Cifrar las esperanzas de un grupo de creyentes, de


amantes del arte o de interesados en el estudio —las

10
Al respecto consúltese el apartado que, bajo ese título, el
arquitecto moreliano presentó en: Figueroa Zamudio, Silvia
(editora), Morelia. Patrimonio Cultural de la Humanidad.

19
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

pasadas, las presentes y las futuras— en un solo espacio


ha sido la constante que matiza la esencia de la Catedral
Metropolitana. Eso explica, en parte, el hecho de que
a mediados de 1536, a través de la Bula Illius Fulciti
Praesidio, el pontífice Paulo III erigiera al Obispado de
Michoacán como la tercera demarcación religiosa de la
Nueva España. Al respecto, el investigador Ricardo León
Alanís11 ofrece un completo panorama: después de que
la titularidad de este recayó en la persona del abogado
Vasco de Quiroga (1470-1565), la primera sede de esta
jurisdicción religiosa sería el convento de Santa Ana de
Tzintzuntzan. Así, la antigua capital purépecha afirmaba
su prestigio no sólo como el primer sitio michoacano
donde la Corona española sentó sus reales, sino también
como la primera sede religiosa de esta tierra.
El gusto para la vieja ciudad lacustre duraría muy
poco debido a que, a mediados de 1538, el mismo
prelado definió un cambio profundo en la apreciación
del territorio: el antiguo barrio religioso de la sociedad
michoaque, al sur del vaso de agua, era el sitio
simbólicamente correcto para efectuar el traslado de la
Catedral. Y la lámina que ilustra el hecho en la Crónica
de Michoacán, escrito dieciochesco del franciscano Pablo
de la Concepción Beaumont, resulta más que evidente
al revelar cómo la población nativa recorre un camino
donde las campanas son arrastradas, mientras en
andas se traslada el órgano que acompañaría al cabildo
religioso en su labor de protagonizar la vida litúrgica
del templo. De esta manera, solio y administración

11
León Alanís, Ricardo, Los orígenes del clero y la Iglesia en
Michoacán, 1525-1640

20
Archivo Histórico Municipal de Morelia

religiosa empezarían a amparar, en la nueva sede, un


nuevo proyecto que, crónicas del ayer e investigaciones
del ahora, se jactan de referir como “La octava maravilla
del mundo”.
Los estudios emprendidos por Manuel Toussaint,
Mina Ramírez o Esperanza Ramírez12 dan cuenta del
segundo proyecto catedralicio, el que Tata Vasco
planteó erigir sobre el antiguo centro ceremonial
purépecha (a la mitad de la ladera donde se yergue la
ciudad de los muros de adobe y los techos inclinados
de teja) y que, bajo la dirección del arquitecto hispano
Toribio de Alcaraz, le permitiría demostrar sus dotes
como planeador de obras de arquitectura: la Catedral
de San Salvador, cuya primera piedra se puso el 6
de agosto de 1545. Se trataba de un ambicioso plan
compuesto por cinco naves transversales, unidas y
coronadas por una impresionante cúpula inspirada
en la girola (capilla posterior) de las catedrales góticas
de la vieja Castilla. En la grandeza éste proyecto llevó
la penitencia y, dos décadas después de que inició
la construcción del impresionante recinto religioso,
fue el blanco de acusaciones de los más grandes
constructores que residían en la Nueva España para el
momento, entre ellos Claudio de Arciniega, maestro
mayor de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de
México.

12
Toussaint, Manuel, Pátzcuaro. Edición facsimilar. Ramírez
Montes, Mina, La escuadra y el cincel. Documentos sobre la
construcción de la Catedral de Morelia. Ramírez Romero, Esperanza,
Catálogo de monumentos y sitios de la región lacustre de Pátzcuaro. La
ciudad de Pátzcuaro.

21
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

Con la firme idea de desacreditar el proyecto


quiroguiano, cuyo diseño de la planta aún puede
apreciarse en el escudo de armas de Pátzcuaro,
los argumentos fueron contundentes: la tradición
constructiva de los indígenas fue incomprendida por los
hispanos al revelar que el templo carecía de cimentación,
lo cual ponía en riesgo a los feligreses y a la estructura
misma, más si se consideraba el declive que en esa
zona tiene la colina donde se asienta la ciudad lacustre,
problema que se engrandecía con la inestabilidad que
significaba haberla levantado sobre antiguos basamentos
piramidales. Esto explica el hecho de que únicamente
se haya concluido la principal y única de las naves del
grandioso proyecto, esa que ahora posee la identidad de
Basílica de Nuestra Señora de la Salud.
Sin embargo, el verdadero motivo para interrumpir
el proyecto no era técnico, sino de orden político: con
la muerte de Quiroga estaba garantizada una idea
presente en tierra michoacana desde años antes y que
se relacionada con la inminente amenaza de trasladar
su capital, civil y religiosa, de ese enclave indígena a
un núcleo completamente hispano, situado en el valle
de Guayangareo, y que desde el 18 de mayo de 1541
albergaba a una nueva ciudad fundada por instrucción
del virrey Antonio de Mendoza para contrarrestar la
fuerza demográfica, económica y social afirmada por el
primer obispo.
Pero aún antes de que este cambio de residencia se
convirtiera en una realidad, Don Vasco contó con vida
y energías para defender su proyecto, auxiliado por la
ilusión y el trabajo de la población purépecha. Una lucha
que, en parte, se animaba por la definición de la sede

22
Archivo Histórico Municipal de Morelia

eclesiástica o el levantamiento de una espectacular nave


para acrecentar la fe. Desde el antiguo corazón purépecha
el prelado hizo lo posible para delimitar la extensión de su
obispado frente a los aires expansionistas que revelaron,
al oriente, el Arzobispado de México y, al poniente, su
símil de Guadalajara. Así las cosas, desde mediados del
siglo XVI quedó demarcado el límite de una tierra para
pastar ovejas en la religiosidad y que, para las décadas
siguientes, empezó a extenderse conforme los límites
de la Nueva España se volvían inmensos e indefinidos
hacia el norte. Y más allá de la sede final, la Catedral ya
era centro y cabeza, foco de unión de remotas regiones y
variados paisajes, esos que en la configuración territorial
de hoy son estados que responden al nombre de Guerrero,
Michoacán, Colima, Jalisco, Guanajuato, San Luis Potosí,
Nuevo León y Tamaulipas, en otros tiempos ligados —
parcial o totalmente— a una sola cabeza que cambió de
asentamiento: de Tzintzuntzan a Pátzcuaro y de ésta, a la
ciudad que asumió en nombre de Valladolid.

De la indecencia provisional a la magnificencia permanente

La fuerza vital de un territorio episcopal en proceso de


afirmación, la devoción de sus habitantes y los productos
económicos que el clero obtenía por concepto de
donaciones voluntarias —léase el diezmo— tendrían una
nueva dirección a partir de 1580: los prelados sucesores
de Vasco de Quiroga, frailes agustinos, cumplieron con
la ilusión planteada 39 años atrás por el primer virrey
de la Nueva España al hacer posible que, en la puerta
del Bajío, la ciudad de Valladolid dejara de ser “un ruin

23
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

cortijo”, para que afirmara sus “aires de corte”. Aunque


los poderes civiles habían llegado un lustro antes, la
instalación de la Catedral en su sede definitiva hizo
posible que funcionara en la nueva capital michoacana
el Colegio de San Nicolás; además, el carácter religioso
de la urbe se afirmó notablemente al permitir la atracción
de nuevas comunidades religiosas, como las dominicas,
los carmelitas y mercedarios, quienes sumaron sus
casas conventuales a las ya existentes de franciscanos,
agustinos y jesuitas.
Al centro simbólico y real de la atmósfera conventual
que definía el carácter de la capital michoacana, para
1574 iniciaron los trabajos de la Catedral provisional, esa
que recibiría a las dignidades eclesiásticas que estaban
dispuestas a abandonar la ciudad de Pátzcuaro. Pero
como bien lo explican los trabajos de Mina Ramírez
Montes y Carlos Herrejón Peredo:13 se trataba de una
obra religiosa “de prestado”, espejo fiel de una ciudad en
ciernes: con sus muros de adobe y su cubierta con madera
y paja, el máximo recinto sagrado de la diócesis estaba
destinado a reproducir las cualidades arquitectónicas
del resto de las construcciones levantadas en la urbe
para el momento. Esta imagen era producto vivo de
una razón bien definida, pues el valle de Guayangareo
carecía de la población indígena necesaria y suficiente
para asumir las actividades ligadas al sostenimiento de
sus pobladores y a la construcción de sus inmuebles.
Pero las precarias condiciones materiales del edificio
no podían poner en duda su preeminencia social y urbana:

13
Ramírez Montes, Mina, op. cit.; Herrejón Peredo, Carlos, Los
orígenes de Morelia: Guayangareo-Valladolid.

24
Archivo Histórico Municipal de Morelia

la estructura primitiva se levantó en el flanco sur de la


Plaza Mayor, con un tamaño que no resultaba colosal
pero que sí denotaba su jerarquía respecto a todas las
construcciones de la ciudad por el hecho de que se eligió
la planta basilical como la adecuada para posibilitar el
desarrollo de las actividades litúrgicas (Figura 2), pues
quedaron bien definidos el Altar del Perdón (inmediato
al acceso principal), el coro de canónigos al centro y el
área del altar mayor cercana al muro posterior. En uno
de sus laterales se proyectaron espacios fundamentales,
como la sacristía para el resguardo de los objetos y
vasos sagrados, así como la sala capitular para las
reuniones periódicas del obispo y su cabildo alusivas a
la administración de la jurisdicción religiosa.

Figura 2.- Planta de la Catedral primitiva de Valladolid.


Tomada de: Silva Mandujano, Gabriel, La Catedral de
Morelia. Arte y sociedad en la Nueva España, Morelia,
Gobierno del Estado de Michoacán, 1984.

25
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

El aparente triunfo conseguido por la nueva sede


catedralicia y civil de la tierra michoacana con prontitud
evidenció su carácter endeble. Ya por descuido, ya por
el empleo de materiales endebles en su construcción, en
1584 la Catedral quedó envuelta por un incendio que,
si bien, no redujo a cenizas la estructura fundamental,
imprimió una huella de desolación y pobreza que se
mantuvo durante más de media centuria y se agravó con
el paso de los años. El hecho de que los prebendados se
negaran a acudir a los oficios litúrgicos, ante la amenaza
de ruina en el templo, además de la presencia de una
poderosa grieta sobre la única torre que ostentaba las
campanas dejó claro que la ciudad estaba lista para
sumergirse en las adecuaciones económicas y sociales
que definieron a buena parte del siglo XVII y que son
el tema principal de análisis del estudio que Carlos
Juárez Nieto14 desarrolló sobre el clero vallisoletano
durante esa centuria. De poco sirvió al recinto religioso
que, desde 1603, la ciudad haya sido dotada con varias
centenas de pobladores indígenas congregados en los
barrios periféricos si, por un lado, las órdenes religiosas
estuvieron prestas a levantar sus nuevos conjuntos
conventuales; por el otro, las condiciones financieras
del territorio eran insuficientes para emprender su
reconstrucción, a pesar de las rogativas, informes y
peticiones que el clero hizo a la Corona para convencerla
de que se apoyara la conclusión del principal emblema
de la urbe.
El estado de las cosas para esta ilusión colectiva
cambió hacia 1640, pues el solio de Vasco de Quiroga

14
Juárez Nieto, Carlos, El clero en Morelia durante el siglo XVII.

26
Archivo Histórico Municipal de Morelia

fue ocupado por un hombre de fuertes convicciones:


el franciscano Marcos Ramírez de Prado y Ovando. La
labor que desarrolló durante más de dos décadas en
esta tierra —y que pocos meses antes de su deceso lo
elevaron al más alto cargo de la jerarquía eclesiástica
en Nueva España, el Arzobispado de México— estuvo
dirigida a atender tres áreas de sobrada importancia: la
reorganización económica de su diócesis, la recuperación
disciplinar de su clero y, sobre todo, la convicción de
lograr que la ciudad de Valladolid contara con un edificio
catedralicio acorde a su rango administrativo y religioso;
aquella que —como ocurrió con las viejas estructuras
americanas de la última fase del período virreinal, como
bien lo contextualiza Jorge Alberto Manrique—15 fue
un recinto único, que podía convertirse en motivo de
orgullo para la urbe, en el máximo crisol de la devoción
popular, en el reflejo de la identidad que ya habían
adquirido los habitantes y, por sobre todas las cosas, la
expresión material de una ciudad que se había impuesto
a todas las dificultades y buscaba proyectarse no sólo en
el panorama virreinal, sino que estaba en condiciones
de dejar una obra perdurable más allá del tiempo y el
espacio.
Como ocurría con todo proyecto de esa magnitud fue
necesario contar con la venia económica del emperador,
la autorización virreinal para el inicio de las obras y el
respaldo simbólico de todos los habitantes del Obispado.
Cumplidas las formalidades indispensables había que
elegir al responsable del proyecto y, entre el cuerpo

15
Manrique, Jorge Alberto, “Del barroco a la Ilustración”, en: Historia
general de México.

27
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

de maestros mayores que residían en el virreinato,


se tomó en cuenta el plan arquitectónico presentado
por el italiano Vicencio Barroso de la Escayola. Éste
hombre había trabajado en el templo metropolitano
de la Ciudad de México, había dejado su huella en el
Palacio de la Inquisición de la misma y fue el que hizo
posible trasladar al papel la ilusión de los michoacanos:
concibió una estructura de planta basilical aderezada con
capillas laterales, con una elevación y esbeltez difícil de
igualar y, sobre el crucero, una poderosa cúpula que fue
cuestionada por la administración pública y los mismos
constructores, incluso por Juan Gómez de Trasmonte,
considerado como el principal arquitecto del territorio
virreinal para esa época.
En sus estudios, Gabriel Silva y Jorge Traslosheros16
coinciden en que dar rienda suelta a una obra de esa
magnitud no fue tarea sencilla, en ninguno de sus
aspectos. A pesar del regocijo que invadió a la ciudad
en la ceremonia de colocación de la primera piedra de
la Catedral, la tarde del 6 de agosto de 1660, con el paso
de los días quedó claro que la empresa debía enfrentar
numerosos avatares: desde un prolongadísimo periodo
para echar sus cimientos, la lentitud con que se colocaron
las hiladas de sillares para elevar los muros, la partida de
su gestor y principal promotor a la capital del virreinato
y hasta la fatídica noticia de que, en 1695, fallecía
el arquitecto responsable de las obras. Como había
ocurrido con sus similares de otras sedes episcopales
novohispanas, la Catedral de Valladolid experimentaría

16
Silva Mandujano, Gabriel, op. cit.; Traslosheros Hernández, Jorge
E., La reforma de la Iglesia del Antiguo Michoacán.

28
Archivo Histórico Municipal de Morelia

desesperantes y prolongados lapsos de interrupción


de sus trabajos, era necesario atender la reparación del
templo primitivo para que no se interrumpieran los
servicios religiosos y, además, una construcción a medias
impedía que se convocara a lo más selecto de los artistas
locales para dotarla del ajuar necesario para exaltar la
devoción y la religiosidad de los fieles. Por lo tanto, el
inmueble dejaba de ser una realidad y se convertía en un
sueño inalcanzable, una edificación utópica.
Sin embargo, la presencia catedralicia empezó a
levantar una voz inconsciente, que fue escuchada
paulatinamente por sus prelados y prebendados.
Como bien lo documenta Óscar Mazín Gómez en su
estudio sobre el cabildo eclesiástico de Valladolid,17
en la transición de los siglos XVII y XVIII empezaron
a afirmarse las devociones y los cultos particulares del
templo, que al final eran la expresión simbólica de una
ciudad que pretendía despuntar y adentrarse en lo que
se ha llamado su época de oro. Bajo esta perspectiva, las
imágenes del Señor de la Sacristía, la de la Virgen de fray
Marcos y la Virgen de Guadalupe se consolidaron como
los magnetos que garantizaron una presencia constante
de los feligreses; pero ninguna de esas representaciones
de lo divino fue tan fuerte como aquella que aludía a la
Transfiguración del Señor, pues éste misterio bíblico se
había convertido en la principal devoción del templo y,
además, en el recordatorio permanente de la fecha en
a más de dos centurias de distancia se había erigido el
Obispado de Michoacán.

17
Mazín Gómez, Óscar, El Cabildo Catedral de Valladolid de
Michoacán.

29
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

Aunque las condiciones se presentaban como adversas,


pues la continuación de las obras en el templo dependió
de escasos recursos económicos y de un permanente
desfile de constructores que pretendían culminarla, el
clero vallisoletano impulsó una situación de alto impacto
simbólico que vendría a reafirmar la esperanza en que la
obra sería llevada a feliz término. Esto explica por qué,
cuando la estructura principal ya estaba en condiciones
de ser aprovechada cuando se cerraron las bóvedas, se
promovió la primera dedicación del templo en 1705.
Además del impacto en la conciencia colectiva, con dicha
acción también se quiso poner fin al pleito recurrente con
los habitantes de Pátzcuaro, quienes no cesaban en sus
aspiraciones de que retornaran a esa ciudad los poderes
de la provincia y que, para ese año, en lo civil ya se había
logrado; aunque en lo religioso ya resultaba imposible.
No obstante, la propaganda política derivada de ese
hecho fue efímera, si se le compara con el efecto que
provocaba la apreciación cotidiana del templo. Aunque
careciera de cualquier elemento decorativo y que en
sus fachadas aún no estuviera definido un mensaje
religioso, el emplazamiento de la obra ejerció un papel
determinante entre los pobladores. Según la experta
posición de Manuel González Galván, el templo rompió
con la ortodoxia general que presentaban las catedrales
novohispanas: su eje principal no apuntó hacia la plaza,
sino que fue concebido para darle énfasis a la antigua
Calle Real (hoy avenida Francisco I. Madero) por
trazarse de forma perpendicular hacia ella; su posición
vino a interrumpir otro de los ejes principales —por lo
que su fachada principal y su ábside o muro posterior
en la actualidad rematan las calles de Benito Juárez, al

30
Archivo Histórico Municipal de Morelia

norte, y García Obeso, al sur (Figura 3)— en una solución


urbana de corte completamente barroco, que con los
años se convirtió en una constante citadina y que afirmó
las singularidades de su sistema vial.18

Figura 3. Captada en los últimos años del siglo XIX, en


esta imagen se aprecia cómo la Catedral remata la calle
Benito Juárez. Archivo fotográfico de José Antonio Romo
Careaga.

18
Además de considerarse su importancia histórica y su
singularidad arquitectónica, la Zona Histórica de Morelia ofrece
un diseño urbano excepcional. Éste último fue entonces un
valor fundamental que se tomó en cuenta para que esta porción
urbana ingresara al Listado del Patrimonio de la Humanidad, el
13 de diciembre de 1991

31
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

Las soluciones urbanas diseñadas por Barroso de la


Escayola al definir su proyecto fueron más allá: según lo
asentado por el mismo González Galván,19 la monumental
composición de piedra quedó aislada entre dos grandes
espacios abiertos, esos que permiten la libre apreciación
de cada uno de los componentes estructurales y que,
desde los costados, la revelan como una verdadera nave
pétrea que conduciría a la salvación (Figura 4). En este
sentido, los ojos agradecían perspectivas que desde la
zona frontal no se pueden abarcar y, además, se topaban
con un diseño perfecto derivado de un juego geométrico
bien proporcionado y donde el triángulo se convierte en
el rasgo primordial.

Figura 4. Alzado que revela la relación existente entre


la estructura de la Catedral y los espacios urbanos
circundantes. Tomado de González Galván, Manuel,
Estudio y proyecto para la Plaza Mayor de Morelia, Morelia,
Gobierno del Estado de Michoacán, 1960.

19
González Galván, Manuel, Trazo, proporción y símbolo… op. cit.

32
Archivo Histórico Municipal de Morelia

Éstas particularidades espaciales no pudieron pasar


desapercibidas para aquel hombre que, a partir de 1739,
llegó desde Puebla para coronar el esfuerzo constructivo
que por décadas había sintetizado los ideales y
la riqueza económica del Gran Michoacán, según la
denominación dada por Óscar Mazín a esta tierra. El
personaje en cuestión era Joseph de Medina, quien con
escasísimos recursos económicos supo traducir a la
piedra las indicaciones religiosas emanadas del Cabildo
Eclesiástico y que, según la inscripción que aparece en
uno de los escudos de la fachada principal, para 1744
puso fin a las obras exteriores del templo al labrarse las
fachadas y rematarse las torres.
El resultado final vino a provocar elogios en su
momento y, también, se convirtió en un motivo de
preocupación estética para los estudiosos de época
reciente. En palabras de Esperanza Ramírez Romero
y Manuel González Galván,20 el resultado ornamental
contradijo los esquemas artísticos aceptados y difundidos
de la época: aunque la Nueva España había caído presa
en las más desbordantes y alocadas formas del barroco
estípite, en la capital michoacana únicamente había
interés por un lenguaje plástico sobrio y completamente
refinado, ese que convirtió a la pilastra en el principal
apoyo arquitectónico, que consideró a la guardamalleta
como un detalle de elegancia perenne y, además, que
logró acentuar el contraste de luces y sombras con el

20
Ramírez Romero, Esperanza, Morelia en el espacio y en el
tiempo. Defensa del patrimonio histórico y arquitectónico de la ciudad.
González Galván, Manuel, Estudio y proyecto para la Plaza Mayor
de Morelia.

33
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

empleo de vigorosos cornisamientos (Figura 5), esos


que señalan la distinción entre los cuerpos de las tres
fachadas y enfatizan las divisiones entre cada sección de
las torres.

Figura 5. Detalle de la portada principal de la Catedral,


donde se evidencian los principales detalles ornamentales.
Fotógrafo: Gustavo Adolfo Vega García, febrero de 2014.

La solidez del suelo donde se fundó la vieja ciudad


—sobre una fuerte loma de piedra de cantera— permitió
que la imaginación del arquitecto Medina se desbordara
a niveles insospechados: la piedra de rosada o violácea
tonalidad invadió cada uno de los rincones del templo,
con un pulido que resultó exquisito al exterior y al
interior, que se manifiesta en cualquier elemento
ornamental o estructural y que, también, hace posible la
apreciación perfecta de relieves y esculturas trabajados

34
Archivo Histórico Municipal de Morelia

minuciosamente en piedra blanca; aportación de él es


la balaustrada que corona toda la estructura, así como
la esbeltez inusitada de sus torres, esas que emularon
a la catedral poblana y que buscaron arrebatarle su
altura, aunque no se haya logrado pues el par de agujas
idénticas de piedra sólo consiguió alcanzar los 66.80
metros de altura.
El plan religioso definido por los capitulares para
transmitirse en el exterior fue claro y perfecto. Por ser la
única catedral novohispana dedicada a Cristo, a través
de las formas debían manifestarse sus dos naturalezas:
la divina y la humana, según la interpretación bíblica
hecha por Herón Pérez Martínez.21 La primera de ellas
protagonizó la cuadrícula de piedra situada al centro
de la fachada principal, a través de los relieves que
revelan el momento de la Transfiguración, en la que
los integrantes de la Santísima Trinidad se aparecen
ante tres discípulos vencidos por el sueño. Como
complemento, la segunda se revela por medio de los
relieves secundarios —sobre las portadas laterales
del mismo frente— en los que se da cuenta de los
momentos en que el niño nacido en Belén es adorado
por los Reyes Magos, a la derecha, y por los pastores,
a la izquierda. Para acentuar esa significación teologal
profunda, dispuesta a establecer una dicotomía entre la
iglesia primitiva y la nueva, otros relieves y esculturas
vienen a profundizar sobre el asunto. Así, en el primer
cuerpo de la fachada quedaron situados San Pedro y

21
Pérez Martínez, Herón, “Un texto iconográfico novohispano:
las fachadas de la Catedral de Valladolid”, en: Sigaut, op. cit., pp.
65-105

35
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

San Pablo, como los pilares de la cristiandad; San Juan


Baustista y San Miguel Arcángel, en el segundo cuerpo,
hacen alusión al carácter diverso y complementario
del Viejo y el Nuevo Testamento; en el último de los
cuerpos, el tercero, Santa Bárbara es la representación
de la iglesia europea, mientras que Santa Rosa de Lima,
como la primera americana canonizada, revela la fuerza
eclesiástica que había adquirido el Nuevo Mundo. Para
cerrar este mensaje, los cuatro Evangelistas fueron
tallados en relieves que tienen estrecha relación con las
carátulas alusivas a la
vida de Jesús, al tiempo
que su rostro se destaca
en el óculo que antecede
la presencia del
imafronte que corona la
fachada. Estos misterios
bíblicos se acentúan con
la colocación de la Virgen
María—en su advocación
guadalupana— y San
José en los relieves de
las fachadas laterales,
mientas que los 32
santos distribuidos en
los nichos que decoran
las caras de los cuerpos
Figura 6. Acentuados por la
iluminación nocturna, relieves
de las torres aluden a
y esculturas de la Catedral dan la fuerza de la fe y la
cuenta de un mensaje cristológico. devoción frente a todas
Fotógrafo: Carlos Martínez las adversidades y
Guzmán, junio de 2011. sacrificios (Figura 6)

36
Archivo Histórico Municipal de Morelia

Rebosante de riqueza y talento

Aunque la carrera en el exterior catedralicio estaba


culminada y era digna de leerse, de reconocerse y
alabarse, los trabajos del interior marcarían los intereses
devocionales y creativos de la segunda mitad del siglo
XVIII. Dedicada por segunda vez el 9 de mayo de 1745,
la estructura estaba lista para recibir una ornamentación
diversa, que hiciera juego con los fuertes contrastes
lumínicos que eran vertidos por las ventanas situadas
estratégicamente entre los desniveles creados por las
distintas alturas de la nave principal, las dos procesionales
y las de las capillas laterales. En estas condiciones se
aseguraba el efecto dramático que poseían las esculturas
y complicadas formas de la veintena de retablos barrocos
colocados sobre los muros del templo, la complicada
composición de las pinturas monumentales dispuestas
sobre los accesos laterales, dedicadas a los martirios de
San Pedro y San Pablo; favorecían la apreciación del
detalle con que fueron talladas las sillas situadas en el
coro resguardado por las impresionantes fachadas de
un impresionante órgano y que, también, favorecían que
se entregaran los fulgores de los cientos y cientos kilos
de metales preciosos empleados en la confección de
candelabros, de la crujía que enlazaba el Altar del Perdón
y el ciprés del Altar Mayor, del manifestador que servía
para exhibir la custodia con el Santísimo Sacramento
o aquellos recipientes sagrados que incrementaban la
religiosidad en cada celebración litúrgica.
El derroche creativo y monetario que se atesoraba
entre los poderosos muros del templo cumplía con
un objetivo: revelar la devoción de todos los sectores

37
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

sociales que componían la ciudad y que, en la Catedral,


contaban con un espacio de representación seguro y
concreto. El sentido de pertenencia a éste mundo y la
aspiración de conseguir un sitio privilegiado en la corte
celestial se acentuaba con la precisión con que funcionaba
la capilla musical del templo, esa que congregó a las
mejores voces infantiles de la urbe —educadas por
la administración diocesana en el llamado Colegio
de Infantes— y que también hizo posible entregar lo
más granado de composiciones e interpretaciones de
prestigiados músicos locales y del Virreinato, asunto
de relevancia indiscutible que llevó a Francisco Javier
Rodríguez-Erdmann a realizar una investigación sobre
esos maestros.22
Pero el deleite estético y el fomento a la religiosidad
se debían afianzar con el uso de otro noble material: la
madera. Como lo han revelado Óscar Mazín y Mónica
Pulido,23 por su abundancia en los bosques cercanos
a la ciudad de Valladolid, que implicó la presencia
de artífices especializados en su tallado, los tablones
quedaron insertos en el piso del recinto, en la imaginería
con que se diseñaron las puertas de los accesos y, sobre
todo, en las dos más grandiosas obras que la construcción
resguardaba en el interior: el ciprés del Altar Mayor y el
retablo del Altar de los Reyes. Las últimas obras referidas,
que se convirtieron en realidad en la sexta década de la

22
Rodríguez Erdmann, Francisco Javier, Maestros de Capilla
vallisoletanos. Estudio sobre la Capilla Musical de la Catedral de
Valladolid-Morelia en los años del Virreynato.
23
Mazín Gómez, Óscar, El cabildo… op. cit.; Pulido Echeveste,
Mónica, El proceso, op. cit.

38
Archivo Histórico Municipal de Morelia

centuria áurea para la ciudad, contaron con la autoría de


Isidoro Vicente de Balbás: el más importante retablista
y dorador de la Nueva España para el momento y
quien, en un proyecto similar a la decoración interior
de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México,
logró que se creara un ambiente donde, al unísono, se
mantenía vigente la idea de la divinidad en la tierra y
—en el muro del ábside— estaba presente el patrocinio
de los reyes hispanos en la labor de extender y afianzar
el cristianismo en cada una de sus colonias.
La síntesis perfecta que se lograba en cada rincón de
la Catedral dejó de ser una simple fiebre particular y se
convirtió en un delirio que se apoderó de la urbe. Sus
componentes decorativos y sus alardes técnicos tenían
que ser replicados, a menor escala, en otras muestras
de arquitectura religiosa que comenzaron a levantarse a
partir de mediados del siglo XVIII. Ahora que se contaba
con un modelo digno de imitarse y que podía afirmarse
como el sello distintivo de Valladolid frente a todas las
ciudades del Imperio —en una modalidad artística que
los expertos han tipificado como barroco tablerado, en la
que la pilastra sencillamente decorada se afirmó como el
principal soporte arquitectónico, a manera de inmortales
tableros pétreos— los templos de Las Rosas (1757), San
José (1765) La Columna (1769) siguieron el sistema. Lo
mismo pasó con las capillas levantadas al centro de los
barrios indígenas, como lo reflejan las que permanecen
en Santiaguito y Santa María, donde la estética
catedralicia se respira íntegra. Dispuesta a trastocar sus
propias fronteras, esa particular manifestación estética
llegó a la fachada del templo de Nuestra Señora de la
Escalera, en Tarímbaro y, aún más lejos, en el frontispicio

39
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

lateral de la Parroquia de San Pedro y San Pablo (1771)


de Tlalpujahua, antigua población minera ubicada en el
límite oriental del Obispado de Michoacán.
Sin embargo, el sentido de imitación del estilo también
se apoderó de la arquitectura civil y palaciega de la capital
michoacana. Su poderoso influjo era armonioso con la
masividad de las estructuras, con el derroche ingenieril
que se logró en las construcciones que jugaban con los
soportes y las formas de los patios, con la ausencia de
ornamentación de las fachadas y con los voluminosos
cornisamientos que ayudarían a definir las partes
fundamentales de cada composición arquitectónica.
En este sentido, los maestros de obras y los canteros
lograron que la huella del templo máximo se impusiera
en el Colegio Jesuita de San Francisco Xavier (1764), en
el Seminario Tridentino de San Pedro (1771), la Factoría
de Tabacos (1895) y en numerosas casas situadas en las
calles que conducen hacia la Catedral, como esa que se
yergue en la esquina formada por la Calle Real y el Portal
del Ecce Homo (actual Hotel Virrey de Mendoza).
Si la conclusión de un proyecto era únicamente la
invitación obligada para iniciar uno nuevo, el obispo y
los capitulares michoacanos proyectaron sus esfuerzos
hacia un par de obras que, aunque desligadas de las
funciones espirituales de la Catedral, mantenían una
estrecha relación con ella. La primera de ellas, iniciada
hacia 1765, se integró al muro poniente del templo, pues
en ella tendrían lugar las actividades administrativas y
más mundanas de la regulación diocesana. Identificada
como La Mitra, esta construcción albergaría las oficinas
de la secretaría del gobierno eclesiástico, la sala del
tesoro y las dependencias correspondientes al archivo;

40
Archivo Histórico Municipal de Morelia

a través de sus sólidos muros, de la cúpula elíptica que


corona la escalera y de la arquería de dos niveles que
define la fachada, esta edificación es producto de otra
acertada gestión episcopal, según el trabajo académico
de Óscar Mazín:24 la del prelado Pedro Anselmo Sánchez
de Tagle.
El que ésta estructura se haya desplantado más allá
del límite espacial que le correspondía al templo hizo
posible que los intereses religiosos se cifraran en otro
sitio fundamental de la ciudad: ese que, en 1541, se
había convertido en el germen del diseño de las calles,
el que había posibilitado la primera organización de sus
espacios y que, por haber albergado centenariamente
al tianguis, debía ofrecer una imagen correspondiente
a la majestuosidad del templo. Ante esa perspectiva, la
Plaza Mayor fue una sección en la que se podían invertir
las rentas decimales y parte de la diligencia de los
arquitectos locales, por lo que a mediados de noviembre
de 1803 —en el ocaso de la administración episcopal
del fraile jerónimo Antonio de San Miguel Iglesias— se
contrató a Joseph María Casillas como comisionado para
que el referido lugar dejara de ser una explanada de
tierra y se convirtiera en una plaza embaldosada. Como
lo explica el apéndice documental que acompaña al
libro coordinado por Nelly Sigaut,25 también se contrató
al cantero Fernando Filiberto para que encabezara al
grupo de operarios, acarreadores y picadores de piedra
que sentó las bases de lo que, durante el siglo XIX,

24
Mazín Gómez, Óscar, Entre dos majestades. El obispo y la Iglesia
del Gran Michoacán ante las reformas borbónicas.
25
Sigaut, Nelly, op. cit., pp. 420 y 424

41
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

sería la principal prioridad de las autoridades civiles


locales: hacer de los espacios abiertos de la ciudad áreas
destinadas al paseo y al descanso.

Un botín político que readecuó sus significados

Tradicionalmente se ha aceptado que, desde el inicio


de la Guerra de Independencia en septiembre de 1810,
la perfección material de la Catedral Metropolitana de
Morelia ingresó a una etapa de declive. Los encargados
de ofrecer perspectivas académicas en torno al templo
aseguran que la consecución de la libertad y la afirmación
posterior del país en ciernes le pasaron una factura
demasiado alta a su riqueza material y a la integridad
plástica que había conseguido al paso del tiempo. Sin
embargo, es evidente que la evolución intrínseca de la
sociedad, la afirmación de nuevas estructuras ideológicas
y la definición de nuevas formas de concebir el arte
no podían pasar desapercibidas en una obra humana
que, a pesar de la fuerza de sus piedras y el derroche
imaginativo de sus componentes ornamentales, era el
reflejo de una vitalidad que no podía detenerse en el
tiempo.
En estricto sentido, los afanes de cambio se
manifestaron en el templo máximo de la ciudad aún
antes de que finalizara el periodo colonial, por lo que
no se le debe apreciar como una manifestación exclusiva
de las últimas décadas. La prueba máxima de esas
adaptaciones la ofrecen los mismos estudiosos de la
estructura: en los últimos años del siglo XVIII el templo
recibió dos obras de arte que, aunque empleaban el metal

42
Archivo Histórico Municipal de Morelia

como su principal materia prima, ya establecían una


diferencia esencial respecto al pasado. Se trata de la pila
bautismal de plata que, a manera de gigantesco copón,
revela un lenguaje estético moderado y racional, libre
de las exageraciones barrocas que se habían apoderado
del templo durante varias décadas; la segunda obra en
cuestión es un grupo de esculturas de Cristo Crucificado
—dos de ellas integradas a la zona litúrgica principal—
fundidos en bronce y que, según los testimonios
recabados por los especialistas, fueron logrados por una
de las más grandes glorias del Neoclásico novohispano:
Manuel Tolsá.
Así como hubo posibilidad de lograr este par
de novedosas integraciones, a partir de octubre de
1810 también tuvo lugar una sucesiva temporada de
saqueos. Con la llegada del ejército de Hidalgo, según
el testimonio de Madame Calderón de la Barca,26 el
templo fue privado de vasos sagrados, objetos de culto,
candelabros y hasta algunas campanas que fueron
fundidas para convertirlas en cañones. Al respecto,
los especialistas consideran que esa merma animada
por fines económicos y por el afán de sostener la lucha
libertaria no fue tan grave como aquella que derivó de
la adopción de nuevos principios estéticos y que, para
1820, ya había despojado al templo de la mayor parte
de los retablos dorados estilo barroco: esos que fueron
sustituidos por sobrios altares de piedra de cantera,
derivados del arraigo que en la ciudad tuvieron las ideas
del movimiento de la Ilustración y que, posiblemente,

26
Calderón de la Barca, Madame, La vida en México. Durante una
residencia de dos años en ese país.

43
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

se proyectaron por tres personajes cuya identidad se


encuentra bien probada: el italiano Luis Zapari, su hijo
homónimo y el michoacano Nicolás Luna.
Sin embargo, la transformación de las formas al
interior del templo no significó que se hayan perdido los
viejos valores religiosos y mucho menos en una época
en que la devoción popular debía ser exaltada para que
—a través de rogativas, novenarios, y solemnísimas
celebraciones— los habitantes de Valladolid obtuvieran
el favor del cielo para el cercano fin de la lucha
libertaria y el término de las calamidades alimentarias
que la acompañaron. Basta con referir que, ante el
retraso en el inicio de la temporada de aguas, en 1812,
autoridades civiles y religiosas promovieron muestras
devocionales colectivas para obtener el amparo del
Señor de la Sacristía.27 Una situación similar se planteó
al año siguiente, ante la amenaza de que la ciudad fuese
asolada por la epidemia de peste.28
El mismo movimiento libertario otorgó una nueva
significación a la perfección, la armonía y la belleza
de esa obra arquitectónica ancestral. Además de ser
relicario de la creatividad, la Catedral era el escenario
idóneo para manifestar las más efervescentes muestras
del enfrentamiento político que vivió la ciudad durante
la lucha insurgente; como referencia, resulta significativo
referir que entre esos muros se verificó una liturgia

27
Archivo Histórico Municipal de Morelia (en adelante
AHMM), Actas de Cabildo, Libro 118, sesión del 20 de junio de
1812, fojas 19v y 20
28
AHMM, Actas de Cabildo, Libro 118, sesión del 4 de
septiembre de 1813, fojas 59 y 59v

44
Archivo Histórico Municipal de Morelia

especial en la que se juró que el tercer domingo de julio,


año con año, se verificaría una procesión solemne con
la imagen del Señor de la Sacristía, pues a él se atribuyó
el triunfo del ejército realista en la toma y posterior
incendio de la ciudad de Zitácuaro.29 Algo similar debía
ocurrir a mediados de cada octubre, mientras la lucha se
prolongara, ante la imagen de Santa Teresa de Ávila que
había sido declarada por la Corona como abogada de las
Españas en ese periodo de inestabilidad.30
Si la expresión abierta de las filiaciones hacia
cualquiera de los dos bandos enfrentados (insurgentes y
realistas) ya era manifestación corriente e inherente en la
vida cotidiana del templo —al grado, incluso, de que el
cabildo civil envió quejas al virrey de la Nueva España
sobre el comportamiento sedicioso de los eclesiásticos—31
para los años posteriores a la Consumación de la
Independencia las diferencias indisolubles entre los
bandos opositores tendrían poderosos efectos en
la composición material y ornamental del templo.
Respecto a la primera, en 1826, las autoridades civiles
decretaron la supresión de todos los escudos nobiliarios
presentes en la ciudad, incluidos aquellos que se habían
distribuido en las fachadas y torres de la Catedral, esos
que aludían a la Corona Española y que eran el fiel reflejo
del privilegio que tenían los reyes para nombrar a las

29
AHMM, Actas de Cabildo, Libro 118, sesión del 12 de enero
de 1812, fojas 5 y 5v
30
AHMM, Actas de Cabildo, Libro 118, sesión del 19 de mayo
de 1813, foja 37 y sesión del 2 de octubre de 1813, foja 64
31
AHMM, Actas de Cabildo, Libro 118, sesión del 19 de abril
de 1814, foja 92v

45
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

principales dignidades eclesiásticas más allá del Océano


Atlántico, o Regio Patronato (Figura 7).

Figura 7. La Catedral de Morelia plasmada en una


litografía de 1840. Imagen tomada de González Galván,
Manuel, Estudio y proyecto para la Plaza Mayor de Morelia,
Morelia, Gobierno del Estado de Michoacán, 1960.

La segunda de las afectaciones a la riqueza acumulada


al paso de los años, ocurrió después de la promulgación
de la Constitución Política de 1857. Como efecto de la
expedición de la Ley de Desamortización de Bienes
Eclesiásticos, las autoridades liberales de Michoacán
estuvieron dispuestas a corresponder con agresividad a
la posición conservadora y tajante que había enarbolado
el obispo de Michoacán: Clemente de Jesús Munguía,
el hombre que desde el púlpito y a través de la pluma
evidenció su rechazo hacia la acciones de gobierno. Ya
por las situaciones que imponía el contexto nacional,

46
Archivo Histórico Municipal de Morelia

ya por la actitud política de los morelianos radicales,


después de disponerse de la fuerza militar en diferentes
poblados cercanos a Morelia, como en Tarímbaro y
Zinapécuaro —para evitar cualquier manifestación
de inconformidad—32 el gobernador Epitacio Huerta
ordenó la ocupación del templo máximo de la urbe;
aunque previamente se tomaron en cuenta las medidas
necesarias en la ciudad para evitar la alteración del
orden público ante el embargo inminente del templo.33
Esta acción estuvo encabezada por el general Porfirio
García de León, cuya tropa echó mano de todo aquello
que pudiera desmantelarse, fundirse y extraerse como
reflejo del saqueo más grande experimentado por el
templo. De la plata conseguida, inmediatamente los
juzgados segundo, tercero y cuarto solicitaron 2,100
pesos para pagar adeudos contraídos durante los últimos
años.34 Otras manifestaciones del saqueo, incluido el
ocultamiento intencional de numerosas obras de arte en
cajones ocultos de la sacristía, fueron analizadas por el
mencionado estudio de Elena I. Estrada de Gerlero.
Desprovista de buena parte de su riqueza interior
y coartada en su influencia pública, la Catedral de la
capital michoacana viviría dos cambios radicales en
la segunda mitad del siglo XIX. El primero de ellos,
derivado de la actuación política que tuvieron los
michoacanos para posibilitar el establecimiento del
Segundo Imperio Mexicano, fue de carácter nominal y

32
AHMM, Fondo Independiente I, Caja 81, Expedientes 4I y
6J, 1858
33
AHMM, Fondo Independiente I, Caja 81, Expediente 4I, 1858
34
AHMM, Fondo Independiente I, Caja 81, Expediente 1J, 1858

47
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

jurisdiccional: con la bula Catholicae Romanae Ecclesiae,


decretada por el pontífice Pío IX, a partir del 26 de
enero de 1863 el viejo Obispado de Michoacán fue
elevado al rango de Arquidiócesis y el templo máximo
de Morelia asumió, como sufragáneas, a las diócesis
de León, Querétaro, San Luis Potosí y Zamora. La
segunda de esas adecuaciones fue de orden estructural
y estético, ya que por iniciativa del arzobispo Ignacio
Árciga y Ruiz de Chávez, todo el interior del templo
fue parte de una renovación integral como prueba de
la revitalización que la institución eclesiástica mantuvo
durante el régimen porfirista.
En apariencia, la nueva decoración se impuso
únicamente en muros, bóvedas y cúpulas de la
edificación, como la última reacción fuerte que el clero
michoacano podía exhibir frente al poder conseguido
por las autoridades civiles y los empresarios locales,
quienes habían fomentado en las fachadas de los grandes
edificios públicos y de las principales residencias de la
urbe, las más variadas y fascinantes muestras del estilo
Ecléctico. Pero la selección del repertorio formal no fue
arbitraria, sino que correspondía con aquella tendencia
que entre 1845 y 1876 convirtió a las expresiones
arquitectónicas de la Antigüedad en el lenguaje
exclusivo con que se expresaron los constructores
locales. Una prueba tangible de la aseveración se refleja
en el enrejado exterior que circunda al templo, ese que
algunos autores aseguran fue colocado en 1854 y que,
con sus siete portadas neoclásicas jerarquizadas según
su distribución con los accesos del templo, definieron el
área del atrio catedralicio ante la inminente separación
de los poderes eclesiástico y civil en esa misma centuria.

48
Archivo Histórico Municipal de Morelia

Además, estos recursos constructivos se hicieron


presentes en numerosas fincas de uso doméstico que se
encuentran diseminadas por diferentes rincones de la
Zona de Monumentos Históricos.35
Las transformaciones interiores de la construcción,
entregadas en 1898, también abarcaron otros ámbitos:
la distribución colonial fue alterada significativamente
al trasladarse el coro, originalmente dispuesto en la
nave central, al sitio ocupado antiguamente por la
capilla del Altar de Los Reyes; parte de la fachada
barroca del órgano virreinal fue colocada en los pies
del templo, en un nivel superior, para cubrir las flautas
de un nuevo instrumento de factura alemana. El
baldaquino y el ciprés del Altar Mayor también fueron
transformados y, después de haberse hecho presente
una estructura de corte neoclásico, fueron sustituidos
por los componentes de mármol que permanecen en la
actualidad (Figura 8).
Con la llegada del siglo XX también inició una nueva
etapa en la historia del monumento. A diferencia de lo
ocurrido en las dos centurias anteriores, los afanes ya
no estarían dirigidos a lo constructivo o a los cambios
de la estética interior, sino a su reivindicación como
testimonio central del pasado y a su valoración como
la más significativa y monumental de las obras de

35
La definición de la cara neoclásica de la ciudad es una de las
líneas de investigación derivadas de un proyecto que se encuentra
en proceso y que busca establecer nuevas pautas de análisis de
la arquitectura doméstica que se levantó, o reconstruyó, en la
capital michoacana durante esta época de inestabilidad política,
económica y social.

49
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

Figura 8. Perspectiva global, vista desde el crucero, de las


transformaciones decorativas y espaciales sufridas por el
templo en 1898. Fotógrafo: Gustavo Adolfo Vega García,
febrero de 2014.

arte y devoción que se conservan en la ciudad. En una


primera etapa, la recuperación de su esencia respondió
a la afirmación del proyecto cultural revolucionario:
ese que para dotar de rostro definido al país escudriñó
en los logros del arte virreinal, a partir de la década de
los 30, y los revitalizó con el orgullo provocado por la
permanencia de la arquitectura ancestral. Para afirmar
esta tendencia —y en clara alusión a la inspiración
que brindó la estética exterior del templo durante
La Colonia— cuando se proyectó la reconstrucción
de la Plaza de Los Mártires entre 1949 y 1952, en un
proyecto en el que intervino el arquitecto mexicano

50
Archivo Histórico Municipal de Morelia

Juan O’Gorman, se planteó la colocación de un grupo de


arbotantes de cantera que sostendrían los dispositivos
de metal para el alumbrado. De sección cuadrada, estos
recursos tomaron en cuenta la estructura decorativa
que poseen las pilastras ubicadas en las fachadas del
templo, para que el principal espacio abierto del Centro
Histórico afirmara la relación simbólica que ha tenido
con él al paso de los siglos.36
Los últimos momentos significativos de esta larga
tradición histórica de la Catedral ocurrieron en décadas
recientes. El primero inició en 1991, producto de las
celebraciones por el 450 aniversario de la fundación
de Morelia y que permitió la restauración integral
del exterior del colosal edificio; aunque algunos de
los resultados derivados del proceso levantaron una
fuerte polémica —como la imposición de una pátina
de color rosado en el cuerpo final de la torre oriental y
en la fachada lateral dedicada a San José—, al final se
logró la limpieza de la totalidad de la piedra, incluida
la reposición de fragmentos dañados por el tiempo
y el clima. El Tercer Milenio le dio la bienvenida con
la implementación de un sistema de iluminación
escénica que, aunque también cuestionado aún antes
de estrenarse, ya se afirma como un potencial recurso
de atracción nocturna al primer cuadro de la ciudad,
pues la explosión sonora y pirotécnica de cada sábado
revela que, a pesar del paso de los años, la existencia de
esta obra artística monumental es un motivo de fiesta
permanente.

36
Ramírez Romero, Esperanza (coord.), Resurgimiento del Centro
Histórico de Morelia. Un espacio en pugna.

51
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

Fuentes de información

Documentales

Archivo Histórico Municipal de Morelia (AHMM)

Actas de Cabildo:
Libro 118, 1812-1815

Fondo Independiente I:
Caja 81, Expedientes 4I, 1J y 6J, 1858.

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_____ Pátzcuaro. Edición facsimilar, Morelia, Gobierno del
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55
La Catedral de Morelia
de Ricardo Aguilera Soria

Se terminó de imprimir
el mes de septiembre de 2016
en Morelia, Michoacán.
Diseño de interior:
Judith Elizabeth Vargas García
Diseño de portada:
Óscar Gonzalo Mendoza López
Área administrativa:
Agustín Cerda Serrato
(Personal del AHMM)

500 ejemplares

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