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La ironía de Sor Juana

En la nueva versión de la historia, Sor Juana todo lo dice de manera literal. La ironía, esa
figura retórica que le permite al discurso distanciarse de sí mismo para implicar lo contrario
de lo que se está diciendo, no existe.
Jorge Téllez
19 Agosto 2016, en Letras Libres

Cuando una persona dedica cierto tiempo de su vida a la lectura, tarde o temprano alguien –
una encuesta en internet, probablemente, o algún periodista cultural– va a hacerle la siguiente
pregunta: ¿Y tú, qué libros te llevarías a una isla desierta? Pero esa pregunta, además de por
los libros, podría tomarse por el lado de la soledad: ¿estamos solos cuando leemos?, ¿alguien
más comparte nuestros gustos y aficiones? Para aterrizar con el tema: ¿quién lee a sor Juana
actualmente?

Preguntarnos por la figura del lector es preguntarnos por contextos tanto como por
individuos: para responder a la pregunta de quién lee, hay que investigar también en dónde,
o cómo, o incluso por qué. La última entrada de este blog daba noticia de la atención que en
estos días se le ha puesto a la vida y obra de sor Juana: una miniserie y varios estudios críticos.
Apenas hace unos día me he enterado de otro libro más: una nueva edición en inglés de
“obras selectas” que, además de tener la portada más fea de la historia, incluye varios estudios
clásicos sobre la monja y otros tantos más recientes.

Algo que sucede con la crítica literaria es que nos permite sentirnos acompañados en la
lectura. Más: nos dice claramente cómo otra persona está leyendo lo que nosotros hemos
también leído. En 2003, por ejemplo, apenas terminando la universidad, yo fui víctima de
una de las mejores ficciones novelescas relacionadas con los últimos años de la vida de Sor
Juana ¿En qué consiste esta historia de los años finales? Para explicarlo más y rápidamente:
que hacia el final de su vida, Sor Juana fue obligada por la alta jerarquía eclesiástica a
abandonar el estudio y la escritura de poesía. Esa, digamos, es la trama central. El acomodo
de buenos y malos, según la historia, es el siguiente:

-Sor Juana: Monja protagonista. Personaje bondadoso e indefenso.

-Manuel Fernández de Santa Cruz: Obispo de Puebla. En unos relatos, amigo de la monja;
en otros, falso amigo que la traiciona y publica sin su consentimiento lo que hoy conocemos
como la Carta Atenagórica, documento que detona la crisis de los años finales.

-Antonio Núñez de Miranda: Confesor de Sor Juana. Encarnación del demonio. Vive y
muere envidiando el talento de su hija espiritual

-Francisco de Aguiar y Seijas: Arzobispo de la Nueva España que obliga a sor Juana a
deshacerse de su biblioteca.

En fin: de esa historia trató mi tesis y algún artículo que se publicó hace años. Esta trama,
con muchos más detalles, particularidades y problemas pasó de un libro a otro, de un salón
de clases a otro, hasta que poco a poco la gente se convenció de que hacía falta más evidencia
documental para asegurar o negar lo que había pasado. Esa evidencia llegó en 2014 (según el
pie de imprenta) con el libro de Alejandro Soriano Vallès Sor Filotea y Sor Juana. Cartas del
obispo de Puebla a sor Juana Inés de la Cruz, que incluye dos cartas de Fernández de Santa Cruz
que comprueban que:
1) La Respuesta a sor Filotea, un texto donde Sor Juana habla de su vocación por los libros, no
fue un arrebato del que la monja posteriormente se arrepintió y escondió en un cajón, sino
que en efecto la mandó a su destinatario.

2) Que el obispo de Puebla no interpretó ese texto como un texto agresivo o contestatario,
sino su relación amistosa con la monja permaneció igual de cariñosa que antes. Más aún: que
fue él mismo quien le pidió a sor Juana escribir la respuesta en formato de biografía.

Estos son los hechos.

Algo que siempre me gustó de la trama de los años finales fue la importancia que se le daba
al perfil irónico de Sor Juana. Cuando ella escribe en su carta, por ejemplo, que una de las
dificultades que encontró al escribirle al obispo fue “saber responder a vuestra doctísima,
discretísima, santísima y amorosísima carta”, era común leer estas hipérboles como queja y
disgusto más que como agradecimientos. Cuando sor Juana le dice al obispo que el hecho de
haber publicado sin su consentimiento la Carta Atenagórica es una “merced tan sin medida”
que “excede la capacidad de agradecimiento” yo siempre leí entre líneas: “no te voy a
agradecer esta locura de haber publicado mi texto”. La Respuesta a Sor Filotea abunda en
ejemplos de este tipo.

El libro de Soriano Vallés, además de aportar invaluables documentos, también se puede leer
como la historia de la polémica sobre los años finales entre lo que el autor llama una “crítica
posmoderna”, “anticlerical” y otra de orientación católica con la que él comparte más
acuerdos. El autor insiste en describir la trama de los años finales como resultado de un
“desprecio de la virtud”, “mala fe o el desconocimiento de la esencia de la cristiandad” de
parte de esa crítica que escribe desde la idea posmoderna de que no hay una verdad, sino
diferentes interpretaciones de un hecho.

En la nueva versión de la historia, Sor Juana todo lo dice de manera literal. La ironía, esa
figura retórica que le permite al discurso distanciarse de sí mismo para implicar lo contrario
de lo que se está diciendo, no existe. Aquí es donde no me gusta este nuevo final de la historia
por dos razones. La primera, porque el autor insiste en oponer su lectura correcta de todas
las demás equivocadas, lo que incluso se ve en el abundante y muchas veces excesivo aparato
de notas, uno de los mecanismos del libro para intentar controlar la lectura e interpretación
de hasta el más mínimo signo ortográfico. La segunda, porque en esta insistencia se le pide
al lector que lea de manera diferente las palabras de la monja –de manera literal– y las palabras
del obispo de Puebla –en su sentido “espiritual”. En resumen: que lo que dice el obispo no
es lo que quiere decir, y lo que dice sor Juana es exactamente lo que dice.

Todas las dudas y comentarios que tengo sobre la interpretación de Soriano Vallès, a quien
como lector de Sor Juana le agradezco profundamente haber escrito este libro, parten de esta
inconsistencia. No voy a afirmar, en espíritu posmodernista, que la verdad no existe; pero sí
me interesa defender la libertad de la escritura y la lectura para crear espacios en contra de
los discursos oficiales. Por eso he decidido escribir mi propia versión, porque para eso la
lectura también ofrece pasaporte.

En el final de mi historia, nadie obliga a sor Juana a renunciar a nada, sino que es ella la que
ha tomado sus propias decisiones, como sujeto privilegiado que era. Esto, sin embargo, no
niega mi lectura de una Sor Juana burlona, profundamente inteligente e irónica,
independientemente de que su amistad con el obispo siguiera en pie. Los textos que Soriano
Vallès ha editado prueban y comprueban cómo leyó Manuel Fernández de Santa Cruz
la Respuesta a Sor Filotea, pero no nos obligan a leerla en los mismos términos. Que el autor
piense que leer según los contemporáneos de la monja es leer bien, mientras que leer según
nuestro tiempo implica leer erróneamente es una opinión debatible. Hasta donde sé, sin
embargo, ni el mejor crítico literario ni el más anónimo lector han podido o sabido escaparse
de sí mismo

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