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SIN RUMBO

Escrita en 1885, Sin Rumbo es una de las obras más logradas de la narrativa argentina decimonónica. Acomodada a las
premisas del Naturalismo, representa no una vuelta de tuerca más a ese fenómeno literario, sino la perfecta adaptación de los
rasgos definitorios del mismo sin caer en la monotonía ni en la reiteración saturada.

Con esta obra, Cambaceres conquista por sus propios méritos un puesto eminente en la literatura argentina, puesto que se le
había negado tras su primera obra (Silbidos de un vago) a la que se quiso equiparar con esas obras pornográficas que
devoraban los adolescentes de la época; también se pensó que dicho texto no tendría continuidad. Pero cuando salió a la luz
Música Sentimental la indignación se hizo general; se insinuó que el autor buscaba en la invectiva una vena inagotable y se le
presentó como un cortesano de las bajas pasiones de la humanidad. Sin embargo, con su tercera obra se impone la fuerza de
voluntad de Cambaceres y comenzarán a oírse voces en defensa del autor de Sin Rumbo, aunque seguirán las críticas hacia el
mismo, exhibiéndolo como un fabricante de escritos afrodisíacos y achacando su éxito y popularidad al escándalo presente en
sus obras.

Centrándonos en la obra que nos ocupa, Sin Rumbo es el estudio claro, intenso y desgarrador de una existencia
desaprovechada para el bien y para la felicidad. Un vividor fatigado de la vida (Andrés), retirado en una estancia donde
fortalece su cuerpo marchito, deshonra a una humilde campesina y después del estregamiento de la posesión, la abandona
embarazada, con el fruto de su falta en las entrañas por los encantos y atractivos de la capital. Allí se siente atraído por un
nuevo antojo. Se encapricha de una prima donna casada y trata de hacer revivir en sus brazos las sensaciones que creía
aletargadas para siempre.

Pero el hastío se encarniza en su existencia. Retraído, adusto y desencantado, interrumpe, por fin, aquella dolorosa ilusión, y
regresa al campo impulsado por un sentimiento cuya existencia no sospechaba en el fondo de su ser. Allí se encuentra con su
hija, cuya madre murió al dar a luz sin revelar la identidad del padre de la criatura, pero él, desde el principio, asume esa nueva
condición. La paternidad lo ennoblece y purifica; su única felicidad, su único porvenir, el norte de su vida, la esperanza de su
salvación, todo se encierra para él en la pequeña cuna en que reposa el cuerpo de su hija. Una primavera insospechada cubre
de flores las fisuras de aquel corazón en ruinas.

Pero un día se levanta violenta la expiación. Aquel ángel inocente muere ahogado por la enfermedad del crup (difteria) y su
padre, ante la visión de una vuelta a una existencia solitaria, vacía sin su Andrea, se abre el vientre delante de su cadáver aún
tibio, algo que jamás imaginó que sería capaz de hacer por nadie. Al mismo tiempo, una mano criminal incendia sus bienes, y
en el fondo de aquel cuadro sombrío "la negra espiral de humo, llevada por la brisa, se despliega en el cielo como un inmenso
crespón!"

En Sin Rumbo, Cambaceres se complace en pintar escenas de la vida cotidiana burguesa mediante la buscada perfección de
detalles y la introducción de cuadros realistas que definen y destacan su potente originalidad literaria. El viaje a caballo, bajo el
sol del mediodía, hasta el rancho de la campesina que le entrega el cuerpo y el alma; el furor imponente de la tormenta que
cambia los arroyos en torrentes y pone en peligro la vida de Andrés; la agonía de Andrea, su muerte y el suicidio de su padre;
todos los cuadros son dignos de un escritor de un talento brillante.

Estilo y Características

El texto de Eugenio Cambaceres está dividido en dos partes que, además de en la extensión (la primera de ellas es bastante
más extensa que la segunda), difieren también en el carácter del protagonista. Al principio de la obra, Andrés es el prototipo de
burgués vividor, mundano, frívolo y superficial preocupado única y exclusivamente por él mismo. Sin embargo, observamos
una transformación en la segunda parte, donde debido a su nueva condición de padre su carácter se torna amable y alegre y
ese sentimiento de egoísmo e indiferencia hacia los demás es sustituido por un profundo amor hacia su niña Andrea.

Además, hay quien atribuye al texto un cierto esquema circular al observar que el inicio y el final del mismo es similar en tanto
en cuanto que se vale de la técnica feísta para la construcción de ambos. Así, al comienzo de la obra Cambaceres nos
presenta la imagen de un grupo de gauchos ejercitando la faena del esquileo en la calle:

“ las carnes, cruelmente cortajeadas, se mostraban en heridas

anchas, desangrando”

Y al final, cuando Andrés se quita la vida, nos encontramos de nuevo con ese feísmo, esta vez, quizás, más evidente y
grotesco:

“ y recogiéndose las tripas y envolviéndolas en torno de las manos,

violentamente, como quien rompe una piola, pegó un tirón.

Un chorro de sangre y de excrementos saltó, le ensució la cara,

la ropa, fue a salpicar la cama del cadáver de su hija, mientras

él, boqueando, rodaba por el suelo”


Este feísmo, además, pone de manifiesto una constante en el texto de Eugenio Cambaceres: el animalismo, esto es, la
constante comparación que hace entre el hombre, el ser humano en sí y los animales. En este caso en concreto, vemos que
del mismo modo que anteriormente eran las ovejas las que se desangraban, ahora es el propio Andrés quien lo hace.

No es exclusivo de este pasaje ese animalismo, sino que lo observamos a lo largo de toda la obra en momentos como la
descripción que realiza al comienzo del gaucho: “con la rabia impotente de la fiera que muerde un fierro caldeado al través de
los barrotes de su jaula”, o la que realiza sobre Donata: “con la gracia ligera y la natural viveza de movimientos de una gama”;
o incluso, ya al final de la obra, cuando al tiempo que enferma Andrea se mueren las reses por el temporal.

Como vemos, Cambaceres se vale de este recurso más propio del Romanticismo que del Naturalismo durante toda la obra;
continuamente existe una equiparación entre la naturaleza del ser humano y la del animal, especialmente la del animal salvaje,
en libertad, resaltando de esta manera la participación que sobre nuestra forma de ser y nuestra personalidad tienen esos
consabidos instintos naturales y primarios, difícilmente superables o, más bien, completamente inherentes al propio ser
humano “racional”. Esa herencia de género, de la raza humana, es imposible de eliminar de nuestro interior. Aunque sí es
posible ocultarla o enmascararla mediante la educación; pero cuando esos instintos afloran se convierten en fuerzas
avasalladoras que anulan cualquier tipo de norma civilizada.

El autor argentino no nos presenta aquí a personajes excesivamente animalizados -a excepción del ya citado momento del
suicidio de Andrés-, sin embargo, esa idea está constantemente presente para que el lector sea consciente de que, incluso en
las clases más altas o en la burguesía, los instintos animales son parte indivisible e inseparable del individuo. Cuando ese
animalismo se endurece y es llevado a sus máximas consecuencias, es entonces cuando del animal se pasa a la bestia: “en el
brutal arrebato de la bestia que está en todo hombre”. Ya no estamos solamente ante un animal irracional e instintivo, sino ante
un verdadero monstruo perverso, depravado, casi antinatural, dominado por la locura: “y era un desequilibrio profundo en su
organismo [....] como un estado mental cercano a la locura”; consecuencia última, esa locura, del dejar hacer de los instintos,
del no saber, no poder o no querer dominarlos.

Existe, por otro lado, una implicación constante del elemento natural en el devenir de la obra y sus personajes, una interacción
entre éstos y la propia naturaleza. De este modo, cabe aludir de nuevo al pasaje donde al mismo tiempo que enferma la hija de
Andrés, las reses de la hacienda mueren; o en el mismo sentido, el día en que Andrea enferma, tras una mañana calurosa y
soleada, se ven venir las nubes, se siente silbar el viento y finalmente llueve de forma intensa.

Además, la descripción que Cambaceres hace de la naturaleza en cada momento es detallada y preciosista; cargada de
adjetivos y metáforas, así como del elemento sensorial que salpica cada una de esas descripciones: “un olor a claveles y
mosquetas”, “el aroma capitoso de las flores”. Las mismas, son en ocasiones exageradamente minuciosas y extensas, más
propias de la literatura Romántica, pero que se hacen imprescindibles para la total comprensión del texto en sí y en el conjunto
de toda la obra de Eugenio Cambaceres.

En tales descripciones se vale el autor de muchas enumeraciones y oraciones compuestas, así como de gran cantidad de
aposiciones y ablativos absolutos, como la que realiza sobre el casucho de la calle Caseros donde se ven a escondidas Andrés
y la Amorini en el capítulo XVIII de la primera parte de la obra, o ,dos capítulos después, la que realiza sobre las calles
bonaerenses tras una lluvia copiosa.

Por último y antes de estudiar las características de los diferentes personajes femeninos que aparecen en Sin Rumbo y su
indudable influencia en la obra, cabe resaltar también el concepto del destino e incluso de la divinidad omnipotente: Dios. A
este respecto observamos un cambio radical entre el Andrés de la primera parte y el de la segunda; la despreocupación por
todo lo ajeno a su persona de la que hacía gala al inicio, contrasta con las dudas acerca del porvenir y el futuro que se plantea
una vez que ya es padre, cuando ya no ocupa su persona la totalidad de sus pensamientos, sino que ese puesto es
conquistado ahora por Andrea. Ese cambio jerárquico trae consigo la preocupación y la curiosidad sobre el mañana, sobre qué
le deparará su futuro, su destino.

Toda la segunda parte de la obra está plagada por esas dudas de Andrés respecto a su futuro, pero sobre todo respecto al
futuro de su hija; y ese continuo temor hacia lo que estaba por venir, terminará por convertirse en realidad con la enfermedad y
posterior muerte de la pequeña Andrea:

“pero como si entre las leyes ocultas que gobiernan el

universo existiera una, bárbara, monstruosa,

exclusivamente destinada a castigar por el delito de

haber gozado alguna vez, el sueño acariciado por

Andrés no debía tardar en disiparse convertido en

una ironía sangrienta del destino”


Cuando la enfermedad de Andrea se hace patente, Andrés, lejos de aceptar su destino, se encomienda a Dios, actitud que
nunca antes había mostrado. Es al darse cuenta de que nada puede hacer él ante ese golpe del destino cuando recurre a la
oración, último recurso para la salvación de su querida niña: “sólo un milagro, sólo Dios podía salvarla”. Pero ante la esterilidad
de sus rezos e intentos por hacer que Él la salvara, se cuestiona Su identidad e incluso Su existencia: “Dios... pero, ¡dónde
estaba ese Dios [....] el Dios omnipotente que miraba impasible tamañas iniquidades!”.

Tras esa negación de la divinidad, Andrés realiza un último intento y vuelve a recurrir a Él, rezando y reafirmándose como
creyente: “sí, creo en ti, creo en todo, con tal de que me la salves”. Pero todo es inútil y Andrea finalmente muere.

Ese arrepentimiento final y la vuelta a la fe es una característica propia de la novela naturalista, como vemos, por ejemplo, en
Santa de Federico Gamboa. Sin embargo, en ésta se concluye que Dios perdona a todo aquel que se arrepiente de corazón y
la muerte de la propia Santa será, al final, su salvación. En Sin Rumbo no es fructífera esa reconversión al catolicismo, puesto
que Andrea muere por los pecados de su padre y éste finalmente se suicida, algo completamente impensable para un buen
católico, quizás como venganza contra ese mismo Dios que no quiso ayudarle. El proceso destructor de Andrés se relaciona
con las teorías filosóficas decimonónicas, está condicionado por un determinismo psicológico y físico

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