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Narciso Pizarro

Metodología sociológica
y teoría lingüística

Comunicación
Indice
Páginas

Introducción ............................................................................................................................................
3

1. El discurso como objeto.

1. El discurso en la perspectiva de la lógica y la retórica.

1.1. Introducción.-1.2. Sobre retórica.-1.3. Lógica. ...............................................................


6

2. Fundamentos lingüísticos de la semiología.

2.1. Orígenes y presupuestos.-2.2. La noción de sistema y la oposición sincronía-


diacronía.- 2.3. Lengua y contrato.-2.4. La lengua y el signo ............................................... 18

3. La semiótica del relato.

3.1. Preliminares.-3.2. Análisis estructurales del relato.-


3.3. La semántica estructural.-3.4. Conclusión. ......................................................................
31
4. Discurso y contenido.

4.1. Lingüística y discurso.-4.2. El análisis del discurso en las ciencias sociales.-


4.3. Métodos de inspiración lingüística ...................................................................................
44

5. Frase y proposición: el sujeto en el discurso: .

5.1. Recapitulación. 5.2. Transformaciones y equivalencias gramaticales.-


5.3. Sujeto y proposición.5.4. Función significadora de las marcas de la subjetividad.-
5.5. Hacia un modelo dialéctico del funcionamiento discursivo .........................................
63

II. Las teorías sociológicas.

6. El sentido y el sujeto en la teoría sociológica:

6.1. Discurso y cultura.- 6.2. Las categorías fundamentales de la sociología.-


6.3. Malinowski y el funcionalismo radical.- 6.4. El estructuralismo
sociológico: Talcott Parsons.- 6.5. Los sistemas de acción.6.6. Auto y hetero-
determinación de la acción: sentido y sujeto ..........................................................................
73

7. Elementos de otro paradigma.

7.1. Introducción.- 7.2. Conceptos de ideología.- 7.3. Efecto de sentido,


significado y «efecto del efecto».- 7.4. Reproducción social e ideología.-

2
7.5. Ideología y conciencia.- 7.6. Ideología y competencia semiótica.
7.7. Vuelta a la problemática. del modelo lingüístico y del estructuralismo .....................
95

Conclusión ......................................................................................................................................... 114

Bibliografía ......................................................................................................................................... 118

3
INTRODUCCION

La relación entre objeto y método, lo sabemos todos, es lo que constituye una disciplina, un «campo
del Saber». Pero esta constitución de la disciplina, esta delimitación de un «campo» es, esencialmente,
el resultado de una diferenciación que sólo es posible efectuar en la continuidad indiferenciada de lo
idéntico..

Estas afirmaciones indican lo que es a la vez el resultado de una búsqueda y el origen de este texto,
sustituyendo las concretas e ingenuas interrogaciones en las que y con las que comenzamos a hacer
sociología por unos términos abstractos que pertenecen a ese otro saber, desencantado y póstumo,
que llamamos epistemología. Y puesto que una introducción es un discurso que precede al discurso,
un proto-saber y un pre-razonar, hagamos de ésta, a la vez una descripción de las condiciones de pro-
ducción del texto que sigue y el trazado de un recorrido que empezó del otro lado del recuerdo del
punto que tomamos como origen y que ha llegado al que damos como final. Como el origen lo vemos
desde un final que debiera ser ficticio, y el final desde la necesidad institucionalmente impuesta de
demostrar que se sabe llegar a algún sitio, el uno y el otro son igualmente arbitrarios.

Hagamos, pues, origen del recorrido que acaba, provisional y convencionalmente en este texto, una
constatación: los datos brutos que maneja el sociólogo, los que transforma después en tablas de frecuencias y
en un discurso que se llama sociología son, casi siempre, fragmentos de discurso, palabras y frases. Respuestas a
preguntas, artículos de periódicos, textos diversos... De esta constatación salió otra, tan obvia como la
primera: el instrumento privilegiado de la investigación sociológica, la encuesta por cuestionario, es un
artefacto para producir frases a partir de frases. Además, cuando el sociólogo, en el hacer de su oficio, no
utiliza el cuestionario para producir fragmentos de discurso es porque, para resolver el problema que
se plantea (o le plantean...) se encuentra con un material lingüístico en el que sólo tiene que escoger,
producido sin esfuerzo propio, por ese continuo hablar que, como veremos después (si no o hemos
entendido ya), caracteriza a los sujetos sociales y los ata a los objetos que designan.

La tercera constatación de esta originaria cadena de evidencias es que la operación que no sin
razón llamamos «codificación» de las «respuestas» inscritas en los cuestionarios, o de los textos
diversos utilizados como datos, consiste en atribuir a los fragmentos discursivos estudiados una
interpretación, en traducirlos -sistemáticamente, eso sí- a otro lenguaje, en el que se escribe el código. Y
dado que la traducción -a menos que sea obra de máquinas-1 supone el pasar por la atribución de un
sentido a los términos y frases del lenguaje objeto, como necesaria mediación para transcribirlo en los
signos del código, no encontrando ni en los manuales de técnicas de investigación ni en los decires de
compañeros y maestros, indicación alguna de cómo se procede para efectuar lo que nos parecía ya la
arriesgada, inevitable e incierta operación de determinar el sentido de palabras y oraciones, acabamos
viendo el atisbo de una pregunta metodológicamente pertinente en ese silencio del discurso socio-
lógico.

La transformación ulterior de los datos ya codificados en tablas de frecuencias, en porcentajes y


medias, en desviaciones standard, en coeficientes de correlación y factores, en probabilidades e
intervalos de confianza y, en suma, en manipulaciones estadísticas, no dio lugar a más constatación
que la de la semejanza con las aplicaciones de ésta en otras ciencias. No hubo más sorpresa que la
producida por el descubrimiento de la constante previsibilidad de los resultados de tan complejas y
fastidiosas tareas. Volvimos, pues, a buscar soluciones a lo que, inicialmente, nos parecía una modesta
cuestión técnica: ¿cómo se determina el significado de las palabras y frases que llamamos datos? Y,
examinando las técnicas del análisis de contenido, acabamos «descubriendo» -como tantos otros- que
si el «cómo» se determina el significado era problema, éste provenía de nuestra ignorancia del «qué»...

Abreviando el relato de este viaje, diremos que llegamos casi simultáneamente a constatar que la
teoría sociológica se ocupaba más de la función social del sentido que de los procedimientos por los que
se le determina o de las especificaciones de su naturaleza. Constatamos también que del sentido de las
frases enunciadas por un sujeto, la teoría sociológica pasaba, casi imperceptiblemente, a las
1
Y a éstas las llamaríamos inteligentes.

4
concepciones, valores y actitudes del sujeto mismo. Y acabamos entendiendo por qué la sociología que,
según Max Weber, es la ciencia de la acción social, intentaba determinar os significados «contenidos»
en los sujetos. Simplemente porque, por definición, la acción social es aquélla que está orientada por el
significado subjetivo que tiene para el actor. Comprendimos también cómo se articula acción social e
interacción, roles y estatutos, sistemas sociales y cultura.

En el edificio armonioso de la teoría encontramos, pues, respuesta a la cuestión de por qué se


estudia el sentido subjetivo de los actos de los actores. Lo que no supimos encontrar fue ninguna
indicación precisa sobre cómo se le identifica (cómo se pasa del discurso analizado a los significados
contenidos en el sujeto) ni sobre qué es.

Pero encontramos, al menos, una referencia que nos orientaba claramente en la búsqueda de
respuestas a esas dos, para nosotros, embarazosas preguntas. La utilización de términos pertenecientes
a las ciencias del lenguaje era una indicación clara de que, estando en la frontera entre éstas y la
sociología, la tan ansiada respuesta se encontraba del otro lado... En el texto que sigue queremos,
pues, describir y mostrar que lingüística y sociología están unidas y separadas por una frontera que
permite a ambas el atribuir a la otra o que pertenece a cada una como propio. Veremos así que las
ciencias del lenguaje utilizan términos sociológicos para constituirse, que la sociología efectúa la
misma operación, sirviéndose de nociones lingüísticas y semánticas como de sólidos cimientos sobre
los que apoyarse. Intentaremos demostrar también que ese intercambio entre disciplinas es un curioso
comercio en el que se compra lo que se vende y se vende lo que se compra, y del que podríamos
concluir que no produce efecto alguno en una y en otra si no hubiéramos constatado que la ilusión del
comercio produce precisamente, a una y a otra. Una y otra consideran la ilusión de su comercio como
el comercio de su ilusión, lo que, para ambas, es un buen negocio.

Lo que lingüística y sociología intercambian y que ambas tienen, viene designado por los términos
de significado y de discurso. Para entender cómo circulan ambos de una a otra, hay que aferrarse no ya a
los términos que mencionamos, sino a su función en ambas disciplinas: veremos así que de lo que
ambas hablan -de discursos- es, para una, método para definir su objeto y, para la otra, objeto con el
que se define el método. Ese ir y venir entre la determinación del sentido por el análisis de su expresión
y la determinación de la expresión por el análisis del sentido no es una excursión dominguera, sino la
conquista del espacio discursivo en ambas disciplinas.

Llegamos, pues, a un punto que si bien es el final de este trabajo, permite atisbar lo que podría ser
un nuevo recorrido que toma en él su origen. El análisis de lo que, por ser breve; llamamos discurso
constituye -un problema decisivo a la vez para la teoría lingüística y para la metodología sociológica. Y
al revés, el sentido constituye un concepto operatorio problemático para la metodología lingüística y la
teoría sociológica.

Pero como teoría y metodología no constituyen más que dos perspectivas complementarias ligadas
en su común delimitación del objeto que, no hay que olvidarlo, es objeto del y en el discurso institucional
de la disciplina, nuestro trabajo cuestiona, pues, los objetos de ambas, al descubrir que ese trasiego de
nociones de una a otra se produce en un común espacio categorial: el de la subjetividad.

El esquema siguiente ilustra, simplificando y reduciendo, las localizaciones y desplazamientos de


las nociones de sentido y de discurso en las dos disciplinas.

ESTATUTO DE LA NOCIÓN

TEORICO METOLÓGICO
(en cuanto al OBJETO) (INTRUMENTO)

SOCIOLOGIA sentido discurso

LINGÜÍSTICA Discurso sentido

Las líneas que separan lingüística y sociología, teoría y metodología son, claro está, ficticias. Las

5
flechas que unen discurso y discurso, sentido y sentido indican que se trata de nociones idénticas en
ambas disciplinas, a pesar de la diferencia de sus estatutos epistemológicos. Este doble desplazamiento
de lo idéntico tiene un punto de intersección en el que se encuentra la categoría del sujeto como
continente del sentido -de todos los sentidos- como actor de todos los actos. Es su presencia la que permite
invertir la expresión «el sentido del discurso» y transformarla en «el discurso del sentido». En efecto, si
añadimos el término «sujeto» a ambas, formamos «el sentido del discurso del sujeto» y «el discurso del
sentido del sujeto». La expresión «discurso del sujeto» transforma el discurso en acto y la de «sentido del
sujeto» hace del sentido un contenido del sujeto que lo contiene. Por lo que la existencia de la línea
horizontal que va, en sociología, del discurso al sentido -y que significa «deducir de»- no impide en
absoluto la existencia de la que va del sentido al discurso en la lingüística y que significa lo mismo.
Basta con considerar en una disciplina que el discurso manifiesta o expresa la estructura del sentido
analizado (sociología) y, en la otra, que el sentido configura y ordena la estructura del discurso analizado,
para que la categoría del sujeto, que permite ambas traducciones de la «deducción» haya resuelto la
contradicción aparente encontrada en el doble sentido de las flechas.

Veremos en el texto que sigue, que este esquema está enmascarado por las terminologías propias
de ambas disciplinas, por la definición de sus objetos respectivos como lengua (o competencia
lingüística) y sistema social y por las mediaciones nocionales entre ambas estructuras y las categorías
fundadoras del sujeto, de la acción y de su sentido. Por ello, el desentrañar las localizaciones y des-
plazamientos de status epistemológicos de las categorías que unifican y diferencian el campo en que
ambas disciplinas se delimitan, supone el efectuar un sinuoso recorrido por el tejido discursivo de
ambas, hecho de curvas, avances provisionales y retrocesos aparentes en la línea argumentativa. La
forma de ese recorrido se traduce en el texto introducido por estas líneas.

Además de una tentativa de elucidación de los fundamentos comunes de las teorías lingüísticas y
sociológicas, este libro es también una exposición (crítica) de los métodos contemporáneos de análisis
del discurso y de sus conexiones con la problemática sociológica, que no nos contentamos con
mencionar, sino que desarrollamos con bastante detalle en la segunda parte.

Para algunos lectores, este aspecto expositivo será de mayor utilidad que las tesis, críticas o
positivas, en las que se traduce nuestra investigación. Al menos, así lo esperamos, pues conviene que
la actividad investigadora tenga subproductos pedagógicamente útiles, ya que lo propio de las ciencias
sociales es que los conocimientos nuevos se yuxtapongan con los que les preceden sin acumulación
-que implica sustitución de una teoría por otra con más capacidad explicativa- auténtica, en una confusión
semejante a esos actos rituales de toma de la palabra en la que todos hablan a la vez y nadie escucha a
nadie...

6
Primera parte
El discurso como objeto

7
1
El discurso en la perspectiva
de la lógica y la retórica

8
1.1. Introducción
Desde que la retórica clásica salió del saber institucional y se transformó paulatinamente en
sinónimo de demagogia, preciosismo y acientificidad, el estudio del discurso quedó relegado a la esfera
de la «literatura». La delimitación arbitraria de este nuevo campo de estudios, permitió a las ciencias
del lenguaje, que se habían hecho sintácticas y subjetivistas en un proceso histórico concomitante con
el que constituye la narración como dominio de la literatura, el sustraer al rigor metodológico todos
los objetos de los que no tenían nada que decir. Así, la literatura se fue constituyendo como un saber
científico, ámbito de un discurso sobre los discursos narrativos y, en general, poéticos, caracterizado
por el recurso a la «explicación» por la biografía del autor, paralela y complementaria del mito de la
«creación» literaria. Con la noción de creación, la producción del texto es inefable y, al mismo tiempo
necesita una continua glosa, un interminable comentario, imagen deformada y deformante, in-
terpretación, exégesis y, casi siempre, pedagogía...

Los estudios literarios, separados de las ciencias del lenguaje y del conocimiento, han llegado a ser
el espacio de una «crítica» cuyos límites han sido suficientemente establecidos desde hace algunos
años.1 Este espacio de la crítica literaria, además de constituir una rama del árbol de la literatura
misma, un «género» literario más, tuvo el importante efecto de impedir toda tentativa de construcción
de teorías científicas del conjunto de productos sociales -y no «creaciones»- incluidas, bastante
arbitrariamente, en su dominio. En estas tradiciones de la crítica literaria encontramos sin dificultad
ejemplos privilegiados de la eficacia de la explicación substancialista como «obstáculo
epistemológico».2

Es inútil detenerse más en la crítica de la crítica, a la que otros investigadores se han consagrado.
Nuestro objeto, además, no es la crítica literaria, sino el examen de algunas de las más significativas
tentativas de explicación científica del discurso. Pero importa el subrayar aquí, que el desarrollo de los
estudios literarios ha coincidido, históricamente, con la eliminación de la retórica del «corpus» de las
ciencias y con el desarrollo de teorías formalistas del lenguaje y del entendimiento.

Antes de examinar los fundamentos lingüísticos de la semiología (capítulo II), y las principales
teorías semiológicas (capítulo III), vamos a dedicar unas páginas al examen de las concepciones
tradicionales, retóricas y lógicas, del discurso en general. Sin ninguna pretensión de exhaustividad, y
con un carácter puramente indicativo, las consideraciones de este capítulo tienen, ante todo, la función
de suministrar un sistema de relaciones más amplio al análisis de las teorías semiológicas del discurso y
de las teorías de la ideología.

1.2. Sobre la retórica


1.2.1. Condiciones sociales de su desarrollo

La retórica era una asignatura obligatoria de la enseñanza clásica en los colegios, cuando ésta no
sólo estaba reservada a las clases dirigentes, sino cuando, además, tenía la función de desarrollar las
capacidades políticas -el sentido menos restrictivo del término- de los alumnos que por ella pasaban.
Pero cuando, a fines del siglo XVIII en Francia y en Inglaterra el viejo aparato del Estado feudal
absolutista estaba ya enteramente desmantelado y, con él, sus instituciones ideológicas y culturales, las
formas de educación y los mismos contenidos de la enseñanza cambiaron. En el contexto de la
ideología liberal característica de las sociedades con hegemonía burguesa, la educación escolar tiene
características diferentes porque tiene funciones diferentes en el orden institucional: la escuela, laica,
obligatoria, pública, sustituye a la Iglesia y, en cierta medida, a la familia. No olvidemos que ya
Rousseau considera al educador como un agente del orden más eficaz y más barato que un policía...
Con estas nuevas funciones del sistema de enseñanza, y dada la necesidad de un mínimo de

1
Macherey, Pierre: Pour une théorie de la production littéraire, París, Maspero, 1966.
2
Bachelard, Gaston: La Formation de l'Esprit Scientifique, París, 1947.

9
coherencia entre sus diferentes niveles y sectores, los contenidos de la enseñanza tenían que cambiar:
formas, funciones, estructuras, procesos, son aspectos complementarios de la realidad social. Y la
retórica no podía seguir siendo enseñada porque las nuevas funciones de la enseñanza exigían un
cambio en sus estructuras, en sus formas y, por lo tanto, en sus contenidos.

Al fin y al cabo, la enseñanza de la retórica tenía en la sociedad clásica la función de desarrollar la


capacidad de producir discursos socialmente eficaces, de mostrar los mecanismos por los que el discurso
produce un sentido dado en el sujeto, sujetándolo así y, por tanto, constituyéndolo de una manera no
menos dada. Obviamente, una de las condiciones de la eficacia del discurso sobre los receptores del
mismo es la ocultación de los mecanismos de producción, del camino que media entre la «intención
de significar» que tanto interesó a la fenomenología (Husserl, Merleau-Ponty) y la experiencia
subjetiva del significado. Por eso, en la escuela laica, gratuita y, no hay que olvidarlo, obligatoria, la
enseñanza de la lengua tenía que reducirse a, primero, la gramática (enseñar las reglas de la lengua
materna) y, después, la literatura: de la imposición del consenso se pasa a la exégesis de la «creación» y el
elogio del «creador», evitando cuidadosamente toda reflexión sobre, primero, los procedimientos por
los que se produce el sentido y, después, sobre la función social de los discursos.

No es aquí cuestión de extenderse más sobre el complejo proceso social (cultural, ideológico,
político, económico...) que llevó la retórica a esos desvanes en los que se conservan tesoros que se
desempolvan y armas que se engrasan cuando hacen falta, que la sustituyó en el campo de la
enseñanza y de la investigación, en suma, en la Academia, institución con su propia coherencia y con
sus mecanismos de legitimación (que Bourdieu estudia en Le Reproduction), y que la sustituyó
precisamente, por una concepción consensual de la lengua, que suplanta al lenguaje. Pero teníamos
que mencionarlo para inscribir este discurso sobre las relaciones entre la ideología y la narración en el
contexto de la reflexión, más amplia, en el que ha tomado cuerpo. Volvamos, pues, al tema que, más
de cerca, estamos aquí examinando.

1.2.2. La retórica, hoy

La retórica se desarrolló en Europa hasta el siglo XVIII, fundada en las concepciones de la alta
antigüedad griega y romana, desde Aristóteles a Quintiliano. Como hemos mencionado ya, la retórica
se definió como el arte de convencer, de persuadir, de provocar la adhesión.3 En este sentido, las diferencias
entre retórica y dialéctica eran insignificantes, tanto que Aristóteles las identificaba.

Para los contemporáneos, la retórica es, esencialmente, la teoría de las figuras v de los tropos. Pero
no es así para los escritores del período neoclásico, que incluían en tratados de retórica
consideraciones sobre materias diversas que, hoy, pertenecen a disciplinas como la fonética o la
psicología del conocimiento.
Desde la antigüedad greco-romana hasta el siglo XIX, se produce una lenta y progresiva desviación
del objetivo confesado de los estudios retóricos: del «arte de convencer» se pasa al examen de los
procedimientos de adornar. Dicho de otra manera: se olvida poco a poco el estudio de los efectos para
reducirse a la clasificación –esteticista- de las «formas».

En tanto en cuanto se fue olvidando la cuestión del efecto sobre el auditor, lector o interlocutor, la
definición de los tropos no fue posible más que como desvíos respecto a un «lenguaje llano», con lo que
los tropos no podían ser más que fenómenos de «estilo», adornos, hechos estéticos. Por eso no es nada
sorprendente que el abandono de la retórica vaya a la par con el desarrollo de la estilística. Bally, uno de
los grandes estilistas franceses, que extiende la lingüística saussuriana a los modos de expresión,
considera las tipologías de la retórica clásica como «pedantes v pesadas», además de poco claras.4 Por
ello, la estilística abandona las tipologías de la retórica, substituyéndolas con la noción de «figura de
estilo», que no distingue entre metáfora, sinécdoque, metonimia, antonomasia, etcétera...
Pero si la figura de estilo es una desviación respecto a una norma, la definición de la norma misma
3
Lausberg, H.: Handbuch der Literarischen Rhetorik, Munich, Max Hueber, 1960
4
Bally, Charles: Traité de Stylistique Française, París, Klincksieck, 1957, 2 vol.

10
es, como veremos, problemática. El «grado cero» de la escritura (R. Barthes) o de la literalidad no es
fácil de definir, aunque se apele al contexto (y al archi-lector), como lo hace Michael Riffaterre. Por ello,
la estilística y la nueva retórica estructural acabarán siendo disciplinas formalistas, de un teoricismo a
menudo estéril. Hablar de «transformaciones de la superficie discursiva» supone, siempre que
definamos de forma clara aquello que se transforma, la materia prima de la transformación.

En cualquier caso, el «estilo», la «literalidad» de la literatura, va siendo concebida como desvío


respecto al lenguaje llano. Dado que no todo desvío es literario -o poético-, el distinguir entre el «buen» o
el «mal» desvío es indispensable. Por eso, se llega a introducir de nuevo la preocupación por los
«efectos» en la estilística literaria. La pregunta «qué es lo que hace que una transformación sea eficaz»
no va acompañada del «¿eficaz para qué»?, ni «y para quién?» Estas preguntas adicionales son esen-
ciales, al menos en la perspectiva clásica de la retórica, arte de persuadir.

Pero no todos los estudios de pragmática del lenguaje se reducen al hecho literario, por lo que no
toda la estilística es estilística literaria. En 1950, Perelman y Olbrechts-Tyteca publican un libro que se
hará un clásico, en el que consideran que la «nueva retórica» es, esencialmente, el estudio de la
argumentación.5 Obviamente, la noción de «argumentación» no es una novedad: la lógica clásica, con sus
clasificaciones de los tipos de silogismos, se había ocupado de ella. Por eso no es de extrañar que sean
investigadores formados en la lógica los que sigan desarrollando las investigaciones sobre la argu-
mentación. Mencionamos aquí el conjunto de trabajos del Centre de Recherches Sémiologiques de l'Université
de Neuchâtel,6 dirigido por Jean Blaise Grize, que se centran sobre el análisis de discursos no literarios
en una perspectiva interdisciplinar, que cubre desde la lógica hasta la sociología.

El desarrollo contemporáneo de la retórica está asociado con el de la semiología y, en particular,


con la semiología francesa. En 1970 se publica en Francia la Rhétorique Générale del «Grupo µ» (Dubois
y otros).7 La ambición de este tratado es la de fundar científicamente la retórica, apoyándose en las
teorías lingüísticas contemporáneas y en la semiología estructural. Tratan, sobre todo, de clasificar los
desvíos (écarts) respecto al «grado cero» de la escritura, fundando la clasificación en criterios racionales,
aplicados de forma sistemática. Para ello, distinguen cuatro niveles de análisis lingüístico y dos
«planos», el del significante y el del significado. La «retórica general» que resulta de estas distinciones
iniciales es una clasificación de las figuras y de los tropos muy homogénea y con una terminología más
sencilla que la de la retórica clásica; es una retórica combinatoria, cuyos fundamentos no son menos
arbitrarios que los de la tipología tradicional.

La importancia del trabajo del «Grupo µ» ha sido considerable, porque representa la tentativa más
completa y sistemática de reconstitución de la retórica a partir de los postulados lingüísticos de la
semiología. Por ello, nos detendremos con más detalle en su retórica literaria.

1.2.3. La retórica literaria del Grupo µ


Existe una «retórica literaria» dentro de la retórica general. No haremos una crítica de ella, dado
que está fundada en la semiología del relato de Barthes, y en los trabajos de Greimas que
examinaremos en el capítulo III. El punto de partida es la distinción de Hjelmslev entre forma y
sustancia tanto del contenido como de la expresión.8 Recordamos que, para Hjelmslev, la «substancia»
no es la materia, «el soporte físico o psíquico de naturaleza no-lingüística», sino un campo de posibilidades
determinadas por el soporte material: el campo fenomenológico del español es una «substancia»
lingüística soportada materialmente por el aparato articulado de emisión sonora. La retórica literaria
utiliza esta distinción para diferenciar los variados aspectos de la estructura semiótica del relato.9

5
Perelman, Chaim, y Olbrechts-Tyteca, L.: La nouvelle rhétorique. Traité de l'argumentation, Presses Universitaires de
France (Col. Logos), 1958.
6
Estos trabajos están publicados en los Cahiers du Centre de Recherches Sémiologiques, Université de Neuchâtel,
Neuchâtel, Suiza. Mencionemos, aparte de los trabajos de J. B. Grize, formado con Piaget, los de Jean Pierre Fiala y de Marie
Anne Ebel.
7
Dubois, J.; Edeline, F.; Klinkenberg, J. M.; Minguet, P.; Pire, F.; Trinon, A.: Rhétorique Générale, Paris, Larousse, 1970.
8
Hjelmslev, L.: Prolégomènes á une théorie du langage, en p. 13.
9
Dubois et al.: Rhétorique Générale, op. cit., página 127.

11
Expresión novela, film, «tebeos» el discurso narrativo

universo real o el relato propiamente


-Contenido imaginado, historias dicho
reales o ficticias

Esta distinción nos parece extremadamente útil para nuestros propósitos, pues el discurso narrativo,
puede tener diferentes «substancias» y materias y seguir siendo un relato. Obviamente, hemos
privilegiado aquí la novela y el cuento, los relatos de una «substancia» gráfica cuyo soporte material es
lo impreso (aunque también pudiera ser lo mecanografiado o lo manuscrito).

La retórica literaria se ocupa de la forma de la expresión y de la forma del contenido: en cuanto a


la primera, la retórica del discurso narrativo se reduce a un examen superficial y mecánico de los
procedimientos de producción «d'écarts», de desvíos que aplica a todos los niveles de análisis retórico
(y que se llama figuras). Estas son:

1ª Supresión.
2ª Adjunción.
3ª Supresión-Adjunción.

El desarrollo narrativo se analiza distinguiendo en él «los diferentes dominios en los que las
figuras pueden tomar forma»10:

1°. Las soluciones de duración.


2°. Los hechos y la cronología.
3°. El encadenamiento de los hechos y el determinismo causal.
4°. La representación del espacio en el discurso.
5°. El punto de vista.

El cruce de estas dos clasificaciones produce una topología de las figuras del discurso narrativo,
que sin carecer enteramente de interés, es, a nuestro entender, de poca utilidad científica. Si la tentativa
del «Grupo µ» hubiera consistido en relacionar la retórica del discurso (de la forma de la expresión)
con la del relato (la retórica de la forma del contenido), el carácter formalista y clasificatorio de su
proceder se hubiera borrado. Pero tal no es el caso, y nos encontramos con una tipología de las figu-
ras del discurso narrativo y del relato en que cada una de ellas, distinguidas con poco fundamento,
carecen de funciones estructurales precisas. Además, de una retórica fundada en la muy dudosa noción de
«desvío» (écart) respecto a un «grado cero» de la escritura. Como lo han apuntado diversos críticos del
«Grupo µ», esto invalida casi enteramente la tentativa de la «Retórica General».11 El trabajo de Dubois y
el «Grupo µ» no ha sido la última tentativa de renovar la retórica: Valga de ejemplo el artículo de
Helmunt Bonheim que, en 1975,12 pretende remodelar la retórica mediante el uso de una clasificación
binaria de las figuras. Con el carácter sistemático de la clasificación y con la amplitud de éste, pretende
resolver el problema de la prolijidad y la pretensión de las tipologías clásicas, así como extender al
grafismo el efecto retórico. Pero Bonheim pierde de vista el objetivo de la retórica clásica: el estudio de
los procedimientos para «alcanzar la adhesión», y se limita a una clasificación sin más fundamento que
la «sistematicidad» de sus criterios.

No continuaremos aquí el examen de la literatura sobre retórica, que ha aumentado


considerablemente en estos años y que no presenta gran interés para nuestro trabajo. Mencionemos,
de pasada, que los estudios de poética han alcanzado un desarrollo envidiable, a pesar de las
limitaciones que reconocen todos los especialistas. Merecen una mención muy especial el libro de Jean
10
Ibid, p. 177.
11
Yllera, Alicia: Estilística Poética y Semiótica literaria, Madrid, Alianza Editorial, 1974.
12
Bonheim, Helmut: «Bringing classical Rhetoric up-to-date», Semiotica, 13:4, pp. 375-388, 1975.

12
Cohen Estructura del lenguaje poético 13 -que desarrolla la noción de la antigramaticalidad y que demuestra
cómo la evolución de la poesía consiste en un aumento de los dominios en que la antigramaticalidad
opera- y de Samuel R. Levin, Linguistics Structures in Poetry,14 que estudia los fenómenos de
emparejamiento (coupling) de los poemas, fundando su estudio en los trabajos de Chomsky. Finalmente,
mencionaremos el importante libro de Riffaterre, Essai de Stylistique Structurale, publicado en 1971, que
examina los desvíos respecto al contexto (y no respecto al «grado cero de la estructura», inalcanzable
norma)15.

Estos trabajos no se definen en el campo de la nueva retórica. Pero las fronteras entre retórica,
estilística y poética son, como lo demuestra Alicia Illera,16 borrosas y movedizas. El «lenguaje poético»
no se limita al verso y ni siquiera al verso libre: la «función poética» es el ingrediente esencial de la
«literalidad» para algunos autores (como R. Jakobson y el Círculo de Praga). La relación entre el
estudio de la poesía y el de la prosa narrativa se establece, pues, mediante esta concepción de la
«función poética del lenguaje». Volveremos a mencionar los trabajos estructuralistas en el capítulo
tercero.

Lo esencial es, pues, que la nueva retórica comparte con la antigua el peor de los defectos de ésta,
que llamaremos la «compulsión taxonómica»; la ciencia no se construye haciendo tipologías en las
que los tipos no conducen a consideraciones sobre la función, la estructura y los procesos que,
efectivamente, se desarrollan. Además, no ha tomado conciencia de lo que, en la intención de la
retórica clásica, era lo más fecundo: la búsqueda de procedimientos para producir efectos determinados en el
Otro (oyente, lector, espectador).

«Hablar por hablar»: el acto de hablar fuera de toda determinación social, psicológica u otra, el acto
de hablar puramente lingüístico es, como veremos, el único objeto de la reflexión del lingüista. Pero
parece ser que el «escribir por escribir», pura combinatoria de «tipos» es el único objeto de la reflexión
del «nuevo retórico» (o, como veremos también después, de la semiología del relato). Nuestro punto
de partida es, justamente, que los relatos concretos no son combinaciones al azar de «elementos»
narrativos, que tienen una estructura tan socialmente determinada como la de los efectos que producen. Por ello,
del estudio del «lenguaje narrativo» -o de la «función poética del lenguaje»- nos parece evacuar el
problema esencial de la determinación social de la producción y de la recepción de ese producto social
que es el relato. Esta evacuación se ha efectuado de dos maneras opuestas y complementarias: una,
haciendo de la estructura y de los procedimientos literarios en la obra algo inefable, resultado del genio
creador del artista. La otra, haciendo de la «obra» una actualización, una combinación específica de los
elementos de una «lengua del relato». Es decir, la enumeración se hace considerando el relato o como
acto individual o como pura manifestación del sistema. Veremos en el capítulo siguiente cómo la oposi-
ción entre sistema y acto es el ideologema constitutivo del pensamiento estructuralista y el mayor
obstáculo para el análisis concreto de los procedimientos que producen tanto los textos como sus
específicos efectos.

13
Cohen, J.: La structure du langage poétique, París, 1966.
14
Levin, S. R.: Linguistics structures in poetry, La Haya, 1962
15
Rifaterre, M.: Essais de stylistique structurale, París, Flammarion, 1971.
16
Yllera, A.: Ob. cit.

13
1.3. Lógica
1.3.1. Orígenes

A otro nivel de análisis, en lo que, aparentemente, es otro campo del saber, se ha estudiado también
las «figuras de la forma del contenido del discurso»: ¿la lógica de las proposiciones no es, desde sus
orígenes, una ciencia de la argumentación? Obviamente sí lo es, y buena prueba de ello tenemos en los
trabajos que, iniciados por Perelman y Olbrechts-Tyteca,17 consideran la retórica como una ciencia de
la argumentación: el Centro de Investigaciones Semiológicas de la Universidad de Neuchâtel, dirigido
por J. Blaise Grize, un conocido especialista en lógica, discípulo de J. Piaget, continúa estudiando las
articulaciones discursivas con los instrumentos de la lógica.18

La moderna lingüística se encuentra en la confluencia de las antiguas retórica y lógica. Veremos


que la lingüística tiene un carácter modélico respecto a otras ciencias: tanto la retórica como la lógica
moderna intentan explicar los fenómenos incluidos en sus campos con una extensión del concepto de
lengua. En el capítulo siguiente veremos cómo se ha construido ese concepto y demostraremos en el
capítulo tercero cómo la semiótica literaria consiste, también, en una extensión del concepto de lengua, sin
modificación alguna de sus características esenciales. Por eso importa que esbocemos en este párrafo
los fundamentos de la moderna lógica, en cuanto son compartidos por el «modelo lingüístico».

1.3.2. La lógica formal


La lógica formal contemporánea distingue tres campos: lógica de las clases, lógica de las
proposiciones y lógica de las relaciones. Pero los sistemas que se construyen en estos tres campos son
rigurosamente isomorfos,19 con lo que consideramos los fundamentos de todos ellos idénticos. Así al
discutir los fundamentos de la lógica proposicional, estamos considerando postulados que, con
formulaciones diversas se aplican en las lógicas de las clases y de las relaciones. La lógica aristotélica
-una lógica de las proposiciones- asentaba los fundamentos de un análisis de las articulaciones
discursivas. Pero esta lógica, que reposa sobre el principio eleático de la identidad, no puede pensar las
leyes que rigen las formas de articulación de los elementos del discurso más que como determinadas
por el «orden del entendimiento». Esta sumisión del orden del discurso al orden del entendimiento,
hace de la lógica proposicional una sintaxis del concepto, a la que el orden del discurso no se somete
más que parcialmente.

En efecto, y sin tener que hablar de Aristóteles para encontrar una lógica ligada a la lingüística y a
la retórica, los trabajos del Círculo de Viena, de Carnap, Tarski, Wittgenstein y el mismo Rusell,
conciben la lógica como una lengua bien hecha y los discursos naturales como imperfectos respecto a esta
«lengua ideal». La lógica proposicional ha sido, desde sus orígenes, una ciencia de las articulaciones
discursivas que se concebía como ciencia del pensamiento. Sus postulados y su funcionamiento son
similares a los de la sintaxis en lingüística, en tanto en cuanto la lógica formal, como la sintaxis, se
oponen a la semántica, definiéndose como disciplinas formales respecto a una problemática del
significado, que, identificado a un contenido de conciencia, es relegado a la semántica.

Bertrand Russell es quien ilustra mejor el proceder del positivismo lógico; en los Principia
Mathematica intenta dar cuenta del modo de construcción del más explicito de los discursos científicos,
del discurso matemático, utilizando para ello la lógica formal del concepto que no es más que una
lógica de la identidad: aunque se pueda demostrar que la lógica proposicional tiene una estructura de
grupo, no se puede por ello describir el discurso matemático en los únicos términos de la lógica.20 Asi-
mismo, todas las tentativas de reducción de los discursos de las ciencias naturales a lenguajes formales,
han resultado ser un fracaso.

17
Perelman, Ch., y Olbrechts-Tyteca, L.: Ob. cit.
18
Ver los Cahiers du Centre de Recherches sémiologiques, que publica las investigaciones de este Centro
19
Ver Piaget, J. (ed.): Logique et Connaissance Scientifique, París, Gallimard (Col. La Pléiade), 1966, y Grize, J. B.:
Traité de Logique, París, Gauthier-Villars, 3 vols.
20
El camino contrario es posible: la lógica matemática ha sido construida a pesar de que las «matemáticas lógicas» no han sido
todavía, y no Toserán probablemente nunca, producidas.

14
1.3.3. Límites de la formalización
En otra perspectiva se había llegado también a la constatación del fracaso del pensamiento formal:
se trata, precisamente, del pensamiento meta-matemático. Recordemos, de pasada, la significación del
célebre teorema de Gödel, que prueba la imposibilidad de construir un autómata que sea capaz de decidir
si un enunciado matemático cualquiera es verdadero o falso, a partir de un conjunto de reglas de
deducción; obviamente, siempre se puede añadir un axioma más para deducir, con un conjunto dado de
reglas de deducción, un enunciado dado, matemáticamente verdadero. Pero no se puede encontrar
ningún conjunto cerrado y finito de axiomas a partir del que se puedan pensar todos los enunciados
verdaderos.

La interpretación de este resultado es de gran interés, pues conduce a afirmar que las matemáticas
no pueden fundarse de una vez para siempre, y una vez fundadas, reducirlas a un puro trabajo deductivo;
esto subraya el aspecto constructivista del pensamiento matemático y, por lo tanto, la imposibilidad de
definir un meta-lenguaje cerrado con el que se pueda describir todo discurso matemático.21 Si la
necesidad de una concepción constructivista del discurso se hace sentir en las tentativas de análisis del
discurso matemático, es obvio que en otros tipos de discurso esta necesidad debiera manifestarse.

El callejón sin salida al que llevó la tentativa de Russell ha planteado con una extremada agudeza el
problema de los fundamentos del pensamiento formal a la lógica y a la filosofía. El positivismo lógico
y la filosofía del lenguaje han encontrado en Wittgenstein a la vez una cima y un límite. Partiendo del
postulado común de la lógica formal (y que tanto Russell como Carnap, por ejemplo, explicitan) que
considera que el objeto es idéntico a la suma de sus propiedades, Wittgenstein llega a la conclusión de que
todo discurso es, o bien una tautología, o bien el enunciado de un hecho. La conclusión del Tractatus muestra
con claridad la inadecuación a la realidad de los postulados semánticos que fundan el positivismo lógico.22

«6.54 Meine Sátze erláutern dadurch, dass sie der, welcher mich versteht, am Ende als
unsinning erkennt, wenn er durch sie -suf ihnen- über sie hinausgestiegen ist. (Er muss
sozusagen die Leiter wegwerfen, nachdem er auf ihr hinaufgestiegen ist.)

Er muss diese Sátze überwinden, dann sieht er die Welt richtig.

7. Wowon man nicht aprechen kann, darüber muss man schweigen.»

Pero la paradoja no puede resolverse ni anularse sin crítica y, como paradoja, no puede fundar una
teoría. Si «de lo que no se puede hablar, lo mejor es callarse» representa la conclusión de una
demostración rigurosa, entonces la forma de hablar o de lo que se está hablando o, incluso, las dos a la
vez, están desprovistas de fundamento. Porque las proposiciones de Wittgenstein no carecen de sentido a
pesar de que, paradójicamente, su discurso sea filosófico. El hecho es que el discurso filosófico
-como el mismo discurso poético- existe, pero que la teoría lógico-filosófica de Wittgenstein no puede
tomarlos en cuenta.

El postulado fundamental de Wittgenstein es:

«3.23 Die Forderung der Moglichkeit der einfachen Zeichen ist die Forderun der
Bestimmtheit des Sinnes.»

Este postulado de la determinabilidad del sentido, de la existencia del significado del signo es, también, el
fundamento de la lingüística saussuriana y del estructuralismo lingüístico. Además, es el postulado
mismo de Russell: «el significado de una proposición resulta del significado de las palabras que la
constituyan: una proposición es una función del significado de las palabras aisladas».23

La lógica formal requiere, en efecto, que todo signo tenga un significado determinado
21
Debo esta interpretación del teorema de Gödel a una comunicación personal del profesor André Joyal, una de las figuras
significativas de la meta-matemática contemporánea.
22
Wittgenstein, Ludwig: Tractatus logico-philosophicus, Madrid, Revista de Occidente, 1957.
23
Russell, B.: «Introducción» al Tractatus, ob. cit., página 23.

15
unívocamente, de tal manera que la diferencia gráfica implique una diferencia conceptual. No hay que
tomar en serio las afirmaciones de los lógicos formales, cuando pretenden que la cuestión del
significado de los símbolos no es una cuestión lógica, sino pragmática o semántica. Lo que sí es
verdad es que poco importa a la lógica formal cuál es el significado de cada símbolo, siempre y cuando
tenga uno cada uno y cuando estos significados sean diferentes para dos símbolos diferentes.

Este postulado tiene graves implicaciones teóricas. Si el significado del signo está determinado era
de la lógica, eso quiere decir que las operaciones lógicas no modifican en nada el significado.

1.3.4. El principio de identidad


El principio de identidad consiste, precisamente, en esto: A = A quiere decir que, en cualquier
contexto que encontremos «A», que hagamos lo que hagamos con «A», su significado seguirá siendo el
mismo. La lógica formal, fundada en este principio, es entonces una combinatoria, y se comprende por
qué en su discurso inicial se ha presentado como ciencia del entendimiento: la lógica de la identidad es
una lógica en la que el concepto está pensado como entidad subjetiva.

Se comprende entonces que la proposición sea concebida como una «forma interna» (empleando
los términos de W. von Humboldt): la lógica formal es un discurso sobre las «formas de los
contenidos», sobre lo que se podría llamar «estructuras profundas».

Estas «formas de los contenidos» que la lógica formal estudia están en una relación determinada con
una teoría semántica: lo menos que se puede decir de la teoría del significado implícita en la lógica
formal, es que ese «significado» es concebido como un contenido no sólo de las formas, sino también y
sobre todo, de la conciencia del sujeto. Es curiosa, en efecto, la posición del sujeto en la lógica formal: la
lógica, que considera sus símbolos como objetos definidos por, determinadas propiedades, no reserva
al sujeto ningún lugar explícito en su discurso. Y es porque el sujeto es necesario para la lógica formal fuera de
ella: continente de los contenidos o significados que los símbolos lógicos deben tener y fuente de las
empíricas atribuciones de valores de verdad a las proposiciones elementales, el sujeto aparece como el
depósito de la substancia de las formas que la lógica estudia.

Esta forma de proceder de la lógica formal, que no conoce más que «objetos», «propiedades» de
«objetos» y «relaciones» entre «objetos» no es compatible con cualquier epistemología: sólo una
concepción idealista y subjetiva de la idea o del concepto puede corresponder al principio de identidad.
Como decíamos más arriba, la aceptación de este principio implica que el discurso sobre «A» no
modifica el sentido de «A», siempre igual a sí mismo...
Claro está que, si se rechaza el principio de identidad, la posibilidad misma de una lógica formal
desaparece.24 Porque eso implica que las operaciones lógicas modifican el significado de los signos y
que, al necesitar saber cómo lo modifican, no se puede continuar relegando los significados fuera de la
lógica....

La dialéctica es, precisamente, esto -aunque no solamente esto-: la tentativa de constituir una teoría
del concepto fuera del principio de identidad.

Hegel había, también, comprendido que la concepción del significado como realidad idéntica a sí
misma en todas sus manifestaciones es complementaria de la concepción subjetiva del significado: esta
comprensión necesitaba un análisis de la función del «Yo» en el discurso, análisis que Hegel esboza
con claridad en la primera edición de su Enciclopedia. Ahora bien, la crítica del subjetivismo no es
suficiente: se puede hacer, como Hegel lo hace, desde una perspectiva idealista, desde el punto de vista
del «espíritu» absoluto.

24
Lo dicho no pretende poner en duda la legitimidad de la lógica matemática como empresa «local», como forma particular de las
matemáticas que no pretende, en ningún caso, ser ciencia del pensamiento ni del lenguaje, y ni siquiera de las matemáticas.

16
1.3.5. Sujeto y objeto en la proposición
Para muchos, este tipo de reflexiones sobre la función de la relación sujeto-objeto en la lógica
formal o en la lingüística son puras distracciones especulativas, sin gran interés científico. Fascinados
por el falso rigor del formalismo olvidan la existencia de algunos problemas que, desde hace siglos, la
lógica no ha podido resolver: las llamadas paradojas semánticas.25

La teoría de los cuantificadores desarrollada a principios de siglo, sobre todo por B. Russell, ha
resuelto las paradojas lógicas, pero hay un grupo de paradojas, las llamadas «paradojas semánticas», que
resisten a los esfuerzos de la formalización. Un caso típico es la paradoja del mentiroso, que se puede
formular así: «Zenón el cretense dice que todos y cada uno de los cretenses mienten siempre». Si
Zenón dice la verdad, la proposición «todos los cretenses mienten siempre» es mentira, pues Zenón
pertenece a la categoría de los cretenses y sólo mintiendo que dice puede ser verdad.26 Este tipo de
problemas no ha podido ser resuelto y se llaman «paradojas semánticas» precisamente porque la lógica
formal no sabe resolverlas. La particularidad de esta paradoja consiste en la doble función del término
Zenón en la formulación: en tanto que cretense, Zenón pertenece a una clase de objetos («todos los
cretenses»). Pero en tanto en cuanto Zenón «dice que... » Zenón es un sujeto y no un objeto. Y no
olvidemos que, para la lógica formal los sujetos no existen nada más que fuera de ella, como continentes
de las representaciones de objetos sobre las que ella trabaja.

El sujeto, además, no tiene más propiedad que la de contener los contenidos. Porque sólo el objeto
tiene propiedades (contenidas en el sujeto): hablar de una característica de un sujeto es hacer de él un objeto
respecto a otro sujeto. Esto es evidente en el texto de la paradoja que examinamos, que se puede traducir
así:

(«Yo digo que)

«Zenón es cretense»
P1

Y
=
«Zenón dice que»
«todos los cretenses mienten siempre»: P2

El término «Zenón» en la expresión «Zenón es cretense» es un objeto de la predicación y esta


expresión es una proposición «sensu stricto», así como «todos los cretenses mienten siempre». Ahora
bien, «Zenón dice que... » no es una proposición respecto a «todos los cretenses mienten siempre»,
aunque sí puede considerarse como tal respecto a «Yo digo que». En efecto, Zenón es un objeto
respecto a mi subjetividad cuando yo hablo de Zenón. Pero Zenón es sujeto respecto a la proposición P2,
pues es él quien la enuncia.

La lógica formal no puede, con sus categorías, tratar este problema, porque precisamente, la
relación sujeto-objeto no pertenece a la lógica formal. Lo malo es que esta relación «pertenece» al
orden del discurso; más aún, es uno de los mecanismos determinantes del modo de producción del
«efecto de sentido» del discurso.

Volveremos después, con algo más de detalle, a este problema de la función semántica de las
articulaciones sujeto-objeto en el discurso. Por el momento nos contentaremos con constatar una
evidencia: que el sujeto aparece como lo que contiene representaciones, o, lo que es lo mismo, que el
objeto no es objeto más que respecto a un sujeto. Si se cambia de sujeto, el objeto no se conserva
necesariamente, a menos, claro está, que los dos sujetos sean idénticos. Dado que la única propiedad del
sujeto es la de contener, la identidad de dos sujetos quiere decir simplemente, la identidad de sus
contenidos y la reserva formulada más arriba es, evidentemente, tautológica. Pero no por ello carece de
importancia, porque clarifica un aspecto esencial de ese sujeto, necesario para el funcionamiento del
25
Semánticas, ya que no paradojas lógicas «sensu stricto».
26
La forma más breve de esta paradoja es: «miento».

17
discurso lógico, y que se sitúa siempre más allá de sus fronteras; se trata de que el sujeto de la lógica es
un sujeto único, universal porque está neutralizado: es el continente del «consensus» colectivo que en-
contraremos en la lingüística saussuriana o chomskyana, en la sociología, en todas las «ciencias
humanas» contemporáneas.

1.3.6. Conclusión
El examen de una paradoja nos ha llevado a establecer la relación entre los postulados
fundamentales de la lingüística y de la lógica. La importancia de esta relación es tanto más grande
cuanto el modo de formalización de la lógica constituye un «modelo»,27 no sólo para la lingüística, sino
para la semiología.

En lingüística encontramos una sintaxis formal que establece la relación entre el orden del
pensamiento, que la lógica estudia, y el orden de la expresión, acompañado de una concepción de este
pensamiento que es idéntica a la de la lógica formal, pues es la de una combinatoria de significados, de
unidades de sentido.

Podríamos avanzar que la lingüística contemporánea y la lógica formal comparten los postulados
fundamentales de las teorías de la acción: el acto de pensar o el acto de hablar están regidos por un
sistema de unidades discretas, entidades interiorizadas, idénticas a ellas mismas, que se combinan entre
ellas siguiendo ciertas reglas, interiorizadas también, puesto que son las formas de la substancia
interiorizada.

La diferencia entre las dos consiste, únicamente, en que la lógica estudia las «estructuras
profundas», las «formas de contenido»; mientras que la lingüística estudia, sobre todo, las relaciones
entre éstas y las «estructuras superficiales», o «formas de la expresión». Pero lo esencial es que, para la
una como para la otra, la significación es el resultado de una combinación de significados que se identifican
y son constantes y permanentes, significados contenidos en la conciencia del sujeto.

En el capítulo quinto volveremos a ocuparnos de la función teórica de la diferencia entre frase y


proposición, absolutamente esencial, a nuestro entender, para desarrollar una teoría científica del
discurso.

27
«Modelo» en el sentido de objetivo a alcanzar, de copia o reproducción a realizar. Ver Badiou, Alain: Le concept de
mmodèle, París, Maspero, 1968.

18
2

Fundamentos lingüísticos
de la semiología

19
2.1. Orígenes y presupuestos
La distinción saussuriana entre la lengua y el habla constituye la lingüística como disciplina
autónoma y ofrece, paralelamente, el modelo sobre el que habrán de basarse los procedimientos
teóricos de las diversas escuelas estructuralistas. En efecto -como se verá más adelante-, la dicotomía
«lengua-habla» será interpretada como un caso particular (y, sin duda, ejemplar) de la dicotomía
fundadora del estructuralismo, a -saber: estructura vs. acontecimiento.

La posibilidad de esta distinción reposa sobre un conjunto de postulados que trataremos ahora de
exponer. La dicotomía lengua-habla no existe fuera de un sistema de nociones en las que es necesario
analizar los componentes y las articulaciones, sistema que se llamará a partir de ahora el «modelo
lingüístico», y que se estudiará a partir de los trabajos de Saussure.

Es necesario introducir aquí algunas observaciones indispensables para comprender el sentido del
proceso a seguir y sobre las que volveremos a continuación.

En principio, el «modelo lingüístico» que tratamos de obtener en la obra de Ferdinand de Saussure,


no puede, en ningún caso, ser identificado con la lingüística. Esta disciplina ha conocido, en efecto, un
importante desarrollo a lo largo del siglo y, aunque los trabajos de Saussure hayan sido un punto de
referencia decisivo para los investigadores que le han seguido, éstos han utilizado nociones que se
alejaban más o menos, según los casos, y en direcciones diferentes, de este modelo. Por tanto, nuestra
crítica del modo de construcción del objeto de la lingüística y del «modelo lingüístico» en Saussure no
pretende de ninguna manera representar una contribución a la lingüística; se propone, simplemente,
proporcionar los instrumentos necesarios para la comprensión y la crítica de las teorías semiológicas
del discurso, que emplean las nociones saussurianas como un «modelo». Sin embargo, el análisis de los
fundamentos de la problemática del modelo, conduce inevitablemente a la formulación de cuestiones
y de críticas que conciernen tanto a la lingüística como a otras disciplinas de las ciencias sociales.

Hay que subrayar también que la coherencia del «modelo lingüístico» que examinamos en los
textos de Saussure, se halla influida por su preocupación por la realidad y su conciencia de la
complejidad de los problemas del lenguaje. Se encuentran así en el «Cours»1 enunciados
contradictorios. Si no existieran, a un cierto nivel de análisis, unas regularidades y unas constantes
operando más allá de las contradicciones entre los enunciados, la expresión «modelo lingüístico» no
tendría ningún sentido fuera de una lectura parcial y sintética. Pero tales constantes existen y puede
verse cómo se articulan de forma coherente en lo que se ha llamado el «modelo lingüístico». La
semiología de los relatos ha utilizado estos postulados y es en este sentido en el que ha tomado
prestado el «modelo lingüístico», a pesar de los diferentes modos de aplicación, a pesar de las
divergencias y de las oposiciones sobre cuestiones más restringidas que, como se ha indicado ya, se
encuentran igualmente en la obra de Saussure.

Antes de adentrarnos en la discusión de las implicaciones teóricas y epistemológicas de esta


distinción, es preciso analizar la manera en que Saussure la concibe. «La lengua -decía Saussure- es un
objeto bien definido en el conjunto heteróclito de los hechos del lenguaje. Se la puede localizar en la
porción determinada del circuito donde una imagen acústica viene a asociarse con un concepto. La
lengua es la parte social del lenguaje, exterior al individuo, que por sí solo no puede ni crearla, ni
modificarla; no existe más que en virtud de una especie de contrato entre los miembros de la
comunidad.»

Así, pues, la lengua constituye un objeto susceptible de ser estudiado independientemente del
lenguaje; mientras que el lenguaje es heterogéneo, la lengua es «de naturaleza homogénea: un sistema
de signos en el que lo único esencial es la unión del sentido y de la imagen acústica, y en la que las dos
partes del signo son igualmente psíquicas».

Dicho de otro modo, la lengua es «un objeto de naturaleza concreta: una institución social», un
1
Entenderemos a partir de ahora por «Cours» Le cours de linguistique générale, de Ferdinand de Saussurere, París, Payot,
1968. (Hay trad. castellana)

20
«sistema de signos que expresa ideas». La lingüística, cuyo objeto es la lengua, forma parte de la
semiología -o ciencia general de los signos-, la cual, a su vez, constituye un sector de la psicología
social y, por tanto, de la psicología general.

La definición de la lingüística como parte de la psicología no es un error; es perfectamente


coherente con la definición de significantes y significados como «esencialmente psíquicos» y, por otra
parte, del sistema de signos como una institución social, «una especie de contrato entre los miembros
de la comunidad». La lengua, como objeto de estudio, se define así en el contexto de una sociedad
pensada como fundamentalmente contractual, en la que los miembros son los individuos.

El habla es, inversamente, «un acto individual de voluntad y de inteligencia en el que conviene
distinguir: 1) las combinaciones por las que el sujeto hablante utiliza el código de la lengua con miras a
expresar su pensamiento personal; 2) el mecanismo psico-físico que le permita exteriorizar esas
combinaciones».

Se ve claramente que la distinción lengua-habla está fundada en la oposición social-individual, y en


una concepción expresiva del habla como exteriorización del pensamiento individual por el uso de la lengua como código
-instrumento. Como nota Paul Ricoeur, esta distinción permite poner entre paréntesis un hecho importante:
que lo propio del lenguaje no es sólo que el sujeto que habla combine «signos», sino que los combine de
forma específica en un discurso significante. Examinaremos más adelante las implicaciones de esta
«puesta entre paréntesis» del discurso.

La lengua, objeto de la lingüística, debe, pues, ser analizada como un conjunto cerrado, autónomo
respecto a los objetos de otras ciencias. Hay que explicar por la lingüística los fenómenos lingüísticos.
La noción de sistema se inscribe en este proceso de cierre, por lo que es importante mostrar su
función teórica y su estatuto epistemológico. Es necesario examinar detalladamente el conjunto de
nociones de las que derivan estas definiciones, así como los diferentes procesos que las legitiman.

2.2. La noción de sistema y la oposición sincronía-diacronía


La distinción en «el conjunto heterogéneo de los hechos del lenguaje»2 de un orden de hechos
sistematizables es una operación esencial en el pensamiento saussuriano.

La lengua «objeto bien definido» es el resultado de una distinción semejante. Para construir este
objeto que es «un sistema que no conoce más que su propio orden»,3 hay que separar decididamente
«todo lo que es extraño a su organismo, a su sistema, en una palabra, todo lo que se designa por el
término de «lingüística externa».4 Pero para separar todo lo que es extraño al organismo de la lengua,
hay que conocer este «organismo» o, al menos, la frontera que permite hablar de un dentro y de un
fuera.

La noción de sistema delimita la frontera entre lengua y habla. Saussure escribe «es interno todo lo
que cambia el sistema en un grado cualquiera».5 Lo que permite distinguir el interior del exterior, es lo
mismo que permite distinguir entre el sistema y el acto en los hechos del lenguaje; es necesario, pues,
conocer los atributos del sistema y los del acto, ver por qué hay unos hechos que pertenecen a
órdenes diferentes y se sitúan en una cierta jerarquía. Esta oposición sistema-acto constituye, como ya
se ha indicado, un caso modélico de la dicotomía estructura-acontecimiento, fundadora del
pensamiento estructuralista.

Con ella se puede efectuar una partición en el conjunto de los hechos del lenguaje; de ella resultan
dos tipos de hechos: los que son hechos del sistema y los que no son más que «actos», y que no
constituyen un objeto de estudio científico. Saussure no se plantea la cuestión -señalada por

2
Ibid., p. 31
3
Ibid., p. 43.
4
Ibid., p. 40.
5
Ibid., p. 43.

21
Malmberg-6 de la posibilidad de la existencia de más de un sistema de hechos en el lenguaje; en esta
perspectiva la oposición sistema-acto se borraría, ya que el acto podría no ser más que la articulación
de unos «hechos de sistema» pertenecientes a dos o varios sistemas diferentes.

Para Saussure el problema se plantea en términos precisos: un solo sistema en el lenguaje es


suficiente, ya que la noción de sistema está de tal forma definida que no se puede concebir la
posibilidad de dos sistemas determinando un campo de hechos. En el «Cours», en efecto, el término
sistema es sinónimo de un conjunto de elementos, el cual, además, no puede ser estudiado más que de
una sola forma, a saber, por la comparación de las combinaciones efectivamente realizadas entre los elementos
-los hechos- con las combinaciones posibles de los «elementos» postulados, para asegurar que las enti-
dades así combinadas son elementos del sistema. Este procedimiento es imposible si se prevé la existencia
posible de dos o más sistemas.

Las consideraciones precedentes necesitan unas precisiones suplementarias a propósito, sobre


todo, de la noción de elemento que es una de las preocupaciones centrales del «Cours». La noción de
elemento plantea el problema de la relación entre entidades y unidades y el del estatuto de la frase. En
suma, está estrechamente ligada a dos cuestiones fundamentales relativas al modelo lingüístico: la
dicotomía sincronía-diacronía y el modo de definición del signo.

Saussure considera que la definición de los elementos del sistema de la lengua está unido a la
cuestión de la identidad: en efecto, ¿cómo se puede decir que dos acontecimientos (o actos) de habla
pongan en juego las mismas entidades lingüísticas? Así, escribe «en todas las ocasiones en que las
mismas condiciones son realizadas se obtienen las mismas entidades»,7 y añade que «las entidades
concretas de la lengua no se presentan en sí mismas a nuestra observación.8 Es necesario, pues, enu-
merar las condiciones realizadas para saber si son las mismas; sin embargo, una vez esta enumeración
efectuada, ¿cómo se puede afirmar que las condiciones son las mismas?

Citando el ejemplo del expres «Génova-París de las 8,45 de la tarde», escribe: «Lo que hace el expres
como tal, es la hora de su salida, su itinerario y, en general, todas las circunstancias que le distinguen
de los otros».9 Esta distinción no es, sin embargo, un dato; las circunstancias que distinguen un expres
de otro para el usuario y para el maquinista no son las mismas. El usuario se interesa por la hora y por
el itinerario, es decir, por las características que tienen para él una función. Para el maquinista, la
locomotora puede ser una característica significativa, y bajo este prisma dos expres pueden ser
diferentes para él.

Saussure define la identidad por la función, dejando de lado la cuestión de saber en relación a qué se
define la función en sí misma. Pero para ver mejor las articulaciones de las nociones de identidad y de
unidad, hay que introducir la noción de valor.

Saussure escribe, en efecto, que «en los sistemas semiológicos como la lengua, en donde los
elementos se mantienen recíprocamente en equilibrio según unas reglas determinadas, la noción de
identidad se confunde con la de unidad, de entidad concreta y de realidad.10

La función de la noción de valor en el «modelo lingüístico» ha sido abandonada por los


semiólogos;11 sin embargo, como acabamos de ver, está vinculada a la definición de los elementos o
unidades del sistema y al problema de la identidad. El vínculo es muy claro: Las entidades son las mismas si
tienen los mismos valores. En otros términos, se dirá que dos entidades son idénticas si «se realizan las
mismas condiciones, es decir, si tienen el mismo valor. Pero no se puede considerar, sin embargo, que
las entidades tengan unos valores absolutos: «Los valores permanecen totalmente relativos», escribe
Saussure, quien añade: «La colectividad es necesaria para establecer unos valores cuya única razón de ser
está en el uso y en el consentimiento general».12
6
Malmberg, Bertil: Los nuevos caminos de la Lingüística, México, Siglo XXI, 1969, p. 42.
7
Saussure, Ferdinand de: Ob. cit., p. 151.
8
Ibid., p. 153.
9
Ibid., p. 151.
10
Ibid., p., 154.
11
Veremos como, en efecto, los semiólogos emplean el término valor sin explicar claramente su función teórica.
12
Ibid., p. 157. Subrayado del autor.

22
Así, es el consentimiento general quien determina los valores y, por tanto, sí se puede decir que
dos entidades son idénticas porque tienen el mismo valor, es el valor que les ha sido otorgado por el
consentimiento de la colectividad. La definición de las unidades del sistema es el fruto de un proceso
que compara unidades en cuanto a su valor y en cuanto a su función de sentido en la conciencia colectiva.

Por lo mismo, lo que permite distinguir dos entidades no viene dado por la observación: dos
significantes son diferentes solamente si la diferencia tiene una función de sentido ratificada por el
consentimiento colectivo. Para Saussure, la diferencia entre dos entidades es siempre una diferencia de
sentido ratificada por el consentimiento colectivo. La diferencia entre dos entidades es siempre una
diferencia de valores: la lengua es así una forma, un sistema de diferencias. Se ve, pues, que los elementos del
sistema están definidos por el valor y que éste es relativo porque está únicamente determinado por el con-
sentimiento colectivo. Una vez dicho todo lo anterior, sólo nos queda por ver cómo el estudio de las
combinaciones de los elementos permite definir las reglas del sistema.

El procedimiento de estudio «sistemático» es siempre el mismo para Saussure: Los hechos del lenguaje
están considerados como unas combinaciones efectivamente realizadas entre los elementos. Postula, en
principio, que ciertas entidades tienen elementos, para estudiar a continuación sus combinaciones
posibles y compararlas con las combinaciones efectivas. La diferencia entre unas y otras combinaciones
permitidas/excluidas efectivamente- define las leyes del sistema. Sin embargo, para llegar a este resultado
es necesario que se realicen las condiciones siguientes:

a. Que se haya definido el conjunto de las unidades, lo que quiere decir que se hayan estudiado los
valores de numerosas entidades y que se haya encontrado un número determinado de entidades
diferentes.

b. Que el número de entidades sea finito, para poder construir el conjunto de sus combinaciones
posibles.

c. Que se disponga de un medio para saber cuáles son las combinaciones efectivamente realizadas.

Estas tres condiciones exigen que se construya la dicotomía sincronía-diacronía y que se considere
la sincronía como condición «sine qua non» del estudio sistemático.

En efecto, si se acepta la noción de intervalo de tiempo, la cuestión de la amplitud del intervalo se


plantea como problema científicamente pertinente. ¿Cuáles son los criterios que permiten definir el
intervalo de tiempo que comprende los hechos a estudiar? O bien el intervalo de tiempo está definido
por unos criterios no-sistemáticos, o su amplitud es arbitraria; en los dos casos, el número de
elementos está indeterminado, pues basta con ampliar el período para encontrar unos elementos
distintos, unos valores diferentes. El problema es el mismo en lo que se refiere a las combinaciones
posibles. En el caso de combinaciones efectivamente realizadas, la indeterminación es total: nada
puede garantizar que una combinación posible, pero no llevada a efecto en el intervalo t1- t2 no lo sería
si se trasladase este intervalo de t2 a t3.

Está claro, en consecuencia, que si se quiere estudiar como sistema un conjunto de hechos, es
necesario incluir solamente hechos simultáneos. En rigor, esto es imposible, pues la sincronía no es de
hecho más que una diacronía encubierta, ya que, de una parte, la simultaneidad de dos
acontecimientos está siempre condicionada por el lugar y las condiciones de observación y, por otra
parte, se produce una diferencia en el tiempo de observación que constituye ya una diacronía. ¿Cómo
se puede escuchar a diez «locutores nativos» simultáneamente? ¿Cómo se puede asegurar la
simultaneidad de observaciones recogidas en lugares diferentes?

2.3. Lengua y contrato


Hemos visto que la lengua es un sistema de elementos, delimitados en el lenguaje en función,
precisamente, de la posibilidad de un tratamiento sistemático del conjunto de elementos así delimitado,

23
procedimiento que exige un estudio sincrónico.

Se trata de precisar, ahora, como define Saussure, los elementos de este conjunto sistemático que se
llama lengua y cuál es su naturaleza.

En la introducción del «Cours», se encuentra una formulación del problema sobre la que Saussure
vuelve después de discutir los problemas de entidad, unidad, identidad y de la diferencia en sus relaciones
recíprocas. Vamos a seguirle en el orden de exposición: examinaremos, pues, ahora, la distinción social-
individual y las dicotomías que le acompañan, así como su función en la definición de la frontera entre
lengua y no-lengua.

En ocasiones sucesivas en el «Cours» se encuentran unos enunciados como los siguientes:

«Mais qu'est-ce que la langue? Pour nous elle ne se confond pas avec le langage; elle n'est
qu'une partie déterminée, essentielle, il est vrai. C'est à la fois un produit social de la faculté du
langage et un ensemble de conventions nécessaires, adoptées par le corps social pour permettre l'exercice
de cette faculté chez les individus».13

Se ve aparecer la noción de «convención adoptada por el cuerpo social», la de «ejercicio», la de


individuo. Es importante precisar la función de estas nociones en la definición de la lengua,
examinando otros enunciados que especifiquen la función de esta dicotomía social-individual que
vamos a analizar detalladamente a continuación. Saussure escribe:

«En séparant la langue de la parole, on sépare du même coup:

1. ce qui est social de ce qui est individuel;


2. ce qui est essentiel de ce qui est accessoire et plus ou moins accidentel».14

Precisa, además, el sentido de la distinción social-individual. La lengua es un hecho social porque


«es el producto que el individuo registra pasivamente»,15 porque es «exterior al individuo, el cual no
puede crearla ni modificarla él solo», porque «no existe más que en virtud de una especie de contrato
suscrito por los miembros de la comunidad».16 Escribe también: «Las asociaciones ratificadas por el
consentimiento colectivo cuyo conjunto constituye la lengua son realidades que tienen su sede en el
cerebro».17

En estas citas se ve que el sentido del «fait social» está estrechamente asociado con la noción de
«contrato», como se ha indicado anteriormente. Pero se puede precisar más todavía con otras citas, el
carácter pasivo de este «contrato» que Saussure considera como equivalente al «consentement
général». Así, la lengua es «un produit hérité des générations précédents et a prendre tel que»,18 es «une
chose dont les individus se servent toute la journée et qui a sont siège dans le cerveau».19
Debemos hacer constar que la naturaleza de las estructuras para Lévi-Strauss es también, en última
instancia, psicofísica; en efecto, las estructuras están definidas en términos de Lévi-Strauss como «un
conjunto de imposiciones de naturaleza psicológica y lógica, que dan forma a nuestro pensamiento y
que se encuentran sustancialmente idénticas, en todo espíritu humano, occidental o exótico, primitivo
o civilizado. La existencia universal de estas imposiciones plantea, evidentemente, el problema de su
naturaleza. A nuestro entender, la hipótesis más verosímil, al menos a título provisional, es que se
expresan directamente en la vida mental, y que de una cierta manera proyectan en ésta aspectos
determinados de la estructura cortical del cerebro y de su modo de funcionamiento».

13
Ibid., p. 25. Subrayado del autor. (14) Ibid., p. 30.
14
Ibid., p. 30.
15
Ibid., p. 30.
16
Ibid., p. 31
17
) Ibid., p. 32. Subrayado del autor.
18
Ibid , p. 105.
19
Ibid., p. 105. Subrayado del autor.

24
Esta afirmación es la conclusión lógica de los postulados del modelo lingüístico.

Se pueden precisar más las dimensiones de esta dicotomía social-individual y la concepción


saussuriana de lo social, examinando en el otro término lo individual. Se lee en el «Cours».20

«La parole est au contraire un acte individuel de volonté et d'intelligence, dans lequel il
convient de distinguer:

1) les combinaisons par lesquelles le sujet parlant utilise le code de la langue en vue
d'exprimer sa pensée personnelle ;
2) le mécanisme psycho-psysique qui lui permet d'extérioriser ces combinaisons.»

Esta cita pone en evidencia un aspecto muy interesante de las contradicciones que hemos
mencionado entre el espíritu de sistema y el respeto de los hechos en el pensamiento saussuriano. En
efecto, está claro que la lengua tiene aquí un aspecto instrumental y expresivo que está vinculado a su
definición como «système de signes exprimant des idées»21 donde los signos son unas «associations
ratifiées par le consentement collectif»22 entre sentidos e imágenes acústicas, realidades que tienen «su
sede en el cerebro». En el capítulo IV de la 2ª parte del «Cours», titulado «La valeur linguistique», se
dice que «la idea del valor así determinada nos muestra que es una gran ilusión considerar un término
simplemente como la unión de un cierto sonido con un cierto concepto»,23 no hay ideas
preestablecidas, y nada es diferenciado antes de la aparición de la lengua.24 «El rol de la lengua frente
al pensamiento no es el de crear un medio fónico material en la expresión de las ideas».25

Se ve en estas citas que si el habla es un acto en el que el individuo expresa su pensamiento, el rol
de la lengua no es un «medio para la expresión». Existe, pues, una separación, así como una
continuidad, entre el proceso por el cual Saussure define la lengua como un sistema de signos, hecho
social, porque las dos caras del signo están vinculadas por el consentimiento colectivo, y aquel otro
por el que llega a la conclusión de que «la lengua no puede ser más que un sistema de valores puros» 26
porque las delimitaciones mutuas del concepto y del sonido se llevan a efecto a través de relaciones
horizontales. La apariencia de una separación está producida por la introducción de la noción de valor,
que quita a la lengua su carácter instrumental en relación al pensamiento y que impide concebirla
como un sistema perfectamente delimitado en relación al habla. Pero la noción de valor asegura
también la continuidad, ya que posee el aspecto positivo, contractual y, por tanto, social, que permite
distinguir la lengua del lenguaje y construir el habla como acto del sujeto individual.

Examinemos ahora las relaciones entre las diferencias en la definición de la noción de signo, antes
y después de introducir la noción de valor. Se podrá demostrar entonces que la distinción entre lengua
y habla no tiene sentido si se descarta el postulado saussuriano de la existencia del consentimiento
colectivo, de un contrato, ratificando las asociaciones de los significados con los significantes y que
constituye lo que Durkheim llamará la conciencia colectiva.

20
Ibid., p. 303
21
Ibid., p. 33.
22
Ibid., p. 33.
23
Ibid., p. 157.
24
Ibid., p. 155.
25
Ibid., p. 156.
26
Ibid., p. 155.

25
2.4. La lengua y el signo
Las unidades del sistema se denominan signos; sólo el estudio de sus relaciones permite definir los
signos.27 No entraremos aquí en una discusión detallada de esta cuestión. Señalemos simplemente que
la formulación del problema en términos de elementos -y de sistema de relaciones que definen estos
elementos- presenta sobre todo unas dificultades de orden semántico y semiológico. No es suficiente
atenerse a los niveles de la fonología y la morfología. El modo de definir las unidades elementales del
lenguaje plantea precisamente el «problema de los niveles» en lingüística, que trataremos a continua-
ción; la solución de esta cuestión exige una concepción más elaborada de la noción de estructura
como sistema de transformaciones.

El problema se plantea, pues, en los términos siguientes: cómo definir los elementos cuyo
conjunto estudiamos como sistema. Saussure nos advierte de cómo las relaciones definen los «elementos». En
otras palabras, se definen los signos estudiando las relaciones del sistema de signos.

El signo es significante y significado; el significante es significante porque existe un significado.


Saussure nos dice que la idea delimita el sonido que la representa, al mismo tiempo que el sonido
(imagen acústica) de la palabra define (delimita) la idea. Así, la idea, el concepto, es el significado de la
palabra (del signo). Se trata de relaciones «verticales» significante-significado. Pero existen también
relaciones horizontales en las que el significante está delimitado en relación a otros significantes y el
significado en relación a otros significados. Estas relaciones están vinculadas a lo que Saussure
denomina el valor del signo y sobre el que volveremos a continuación.

Saussure escribe que «los signos lingüísticos, por ser básicamente psíquicos, no son abstracciones;
las asociaciones ratificadas por el consentimiento colectivo, y cuyo conjunto constituye la lengua, son
unas realidades que tienen su sede en el cerebro». Además, escribe, «el signo lingüístico une no una
cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica. Esta última, no es el sonido material, cosa
puramente física, sino la huella psíquica de este sonido, la representación que nos presta el testimonio de
nuestros sentidos».28 Saussure propone a partir de aquí reemplazar el «concepto y la imagen acústica,
respectivamente, por significado y significante».29

Se llega a la definición del signo como unión del significante y del significado «entidad psíquica con
dos caras». La palabra signo se refiere, pues, a. la totalidad del significante y del significado.

Así definido, el signo posee, según Saussure, dos características principales. Primero, el signo,
como totalidad en la cual están unidos significante y significado, es arbitrario; este carácter se deriva de
la relación entre la idea y la imagen acústica, que no depende de la libre elección del sujeto que habla.
Este «principio de arbitrariedad» requiere, como contrapartida, el carácter convencional del signo; este
carácter de convencionalidad es constitutivo de la lengua, institución social (contractual). El segundo
principio es el carácter lineal del significante: el significante es de «naturaleza auditiva», se desarrolla solo en
el tiempo y tiene los caracteres correspondientes al mismo: a) representa una extensión, y b) esta
extensión es mensurable en una sola dimensión: es una línea.30

Benveniste discute sobre el atributo de «arbitrario» del signo31 y lo atribuye a la confusión de las

27
Esto nos lleva al problema de la diferencia entre las estructuras y la estructuración pensada como proceso. Ricoeur escribe
que «para interpretar correctamente este trabajo, es necesario aprender a pensar como Humboldt, tanto en términos de proceso como
de sistema, de estructuración como de estructura». Ricoeur, Paul: «La Structure, le mot, l'événement», Esprit, núm. 360, mayo
1967, p. 819.
28
Saussure: Ob. cit., p. 98. Subrayado del autor.
29
Ibid., p. 99. Esta sustitución es importante. Gracias a ella se puede dejar de lado el problema de la distinción entre el «concepto
(significado) y la huella psíquica de la imagen acústica (significante), los dos psíquicos». Los sucesores de Saussure identifican el
sonido con su «huella psíquica», escamoteando así el problema que esta distinción saussuriana trataba de resolver. Ver, por ejemplo,
Lévi-Strauss, «La Structure des Mythes», en Anthropologie Structurale, o Barthes, «Eléments de Sémiologie»,
Communications, 4. (Hay traducción castellana de ambas obras.)
30
Ibid., p. 103. Subrayado del autor .
31
Benveniste, Emite: Problèmes de linguistique générale, París, Gallimard, pp. 49-55. (Hay traducción cast.)

26
diferencias entre los significantes del mismo significado (la cosa) y las diferencias en las formas de
unión necesaria del concepto y del sonido en las diferentes lenguas: «Lo arbitrario no existe aquí más que en
relación al fenómeno y al objeto material y no interviene en la constitución del signo».32 La posición de
Benveniste es exacta, pero no deduce todas las consecuencias que se derivan de la misma: la negación
de la pertinencia de la distinción entre significante y significado y el abandono de la noción de signo
como concepto científico.

Saussure afirma, por una parte, que el significado y el valor de un signo son realidades distintas.
Por otra parte, que el valor define el significado. Esta distinción se basa en otra distinción, la del concepto
y de su «imagen acústica».

Saussure escribe: «Se ve a partir de aquí la interpretación real del esquema del signo. Así:

Significado «Juzgar»

quiere decir que en castellano el concepto juzgar está unido a la imagen acústica juzgar; en una palabra,
simboliza la significación, pero, por supuesto, este concepto no tiene nada de inicial, no es más que un
valor determinado por sus relaciones con otros valores similares, y sin ellos la significación no
existiría».33 Se ve claramente que para Saussure no existe un significado del signo sin el valor del signo, y
que este valor depende de las relaciones con los otros valores.

La noción de valor, en el modelo lingüístico, tiene la función de factor positivo: debido a que las
entidades tienen unos valores, los signos son las unidades del sistema de la lengua. Los valores de los
significantes y de los significados son relativos a las otras entidades de la misma naturaleza

«Un système linguistique est une série de différences de sons combinés avec une série de
différences d'idées; mais cette mise en regard d'un certain nombre de signes acoustiques avec
autant de découpures faites dans la masse de la pensée engendre un système de valeurs; et c'est
ce système qui constitue le lien effectif entre les éléments phoniques et psychiques à l'intérieur
de chaque signe. Bien que le signifié et le signifiant soient, chacun pris à part, purement
différentiels et négatifs, leur combinaison est un fait positif; c'est même la seule espèce de faite
que comporte la langue, puisque le propre de l'institution linguistique est justement de maintenir
le parallélisme entre ces deux ordres de différences».34
El término «institution» indica claramente que es el consentimiento colectivo quien fija los valores y
constituye los signos, ratificando las asociaciones de los sonidos con los conceptos. Esta concepción
saussuriana es de extremada importancia y es conveniente precisar los contornos y especialmente lo
concerniente a las relaciones de los valores con la colectividad, el individuo y el habla. Saussure
escribe:

«Mais en fait les valeurs restent entièrement relatives, et voilà pour quoi le lien de l'idée et du
son est radicalement arbitraire.

A son tour, l'arbitraire du signe nous fait mieux comprendre por quoi le fait social peut seul créer un
système linguistique. La collectivité est nécessaire pour établir des valeurs dont l'unique raison d'être
est dans l'usage et le consentement général: l'individu à lui seul est incapable d'en fixer aucune».35

32
Ibid., p. 53.
33
Saussure: Ob. cit., p. 162.
34
Ibid., p. 166.
35
Ibid., p. 157.

27
El acto de hablar es un «acto de voluntad y de inteligencia en el que conviene distinguir: las
combinaciones por las cuales el sujeto parlante utiliza el código de la lengua con vistas a expresar su
pensamiento personal».36

Saussure afirma que la lengua es una forma hecha de identidades y las diferencias son así unos
hechos de conciencia. A la pregunta ¿qué es un hecho de lenguaje?, Saussure responde: Lo que es
significativo para un sujeto. En otras palabras: «Un hecho de conciencia». Diferencias y entidades no
existen en sí; hay identidad cuando las entidades tienen el mismo valor y el valor es relativo, es una
convención, un contrato que regula los intercambios verbales de tal manera que las diferencias y las iden-
tidades que constituyen la lengua definen unidades, los signos, que tienen un significado. Se podría
invertir a propósito de Saussure el enunciado célebre de Marx y Engels en La ideología alemana y decir
qua para él, el lenguaje es la conciencia.

Estos dos párrafos nos permiten mostrar la forma de articularse la noción de valor con el acto de
hablar: Los valores delimitan los signos, la lengua es el sistema de signos, el código que constituye la
«herencia», «el tesoro», «la cosa de la que se sirven los individuos durante toda la jornada».37 Como
hemos indicado anteriormente, para Saussure, el habla es una combinación de signos para expresar el
pensamiento individual, pero estos signos están definidos por el consentimiento colectivo. Los
significados sin los sonidos no existen y los sonidos están delimitados y diferenciados por los
significados: por tanto, una concepción expresiva del habla viene acompañada del rechazo de la
existencia de ideas puras, de conceptos separados de los significantes e independientes de ellos. Lo
arbitrario del signo y su carácter convencional son dos aspectos de la misma realidad: la determinación
social de los significados en la lengua.

Malmberg subraya con razón que Saussure ha tenido el mérito de introducir el significado en la
lengua; pero es necesario comprender que esto ha sido posible gracias a una concepción
convencionalista de los valores de los signos en el que el consentimiento colectivo llega a ser una
realidad mental que se inscribe en el cerebro de los individuos, al mismo tiempo que se constituye un
sistema que no conoce más que su propio orden, que es autónomo en relación a los fenómenos no
lingüísticos. Y, sin embargo, los valores, como acabamos de ver; no tienen otra «razón de ser» que «el
uso y el consentimiento general». Por tanto, el uso -el habla- no puede ser pensada como únicamente
expresiva; la función social de «la expresión de las ideas» individuales no es necesariamente expresiva.
La ambigüedad del término expresión es manifiesta cuando se considera con Jakobson las seis
funciones del lenguaje: referencial, emotiva, cognitiva, práctica, fáctica, metalingüística.38 Incluso si no
se acepta la clasificación de Jakobson, sigue siendo cierto que el habla no es un fin, sino también, y
sobre todo, un medio. En otras palabras, el habla es un producto destinado a un uso particular: las
órdenes -forma imperativa- no tienen un fin expresivo, son unos instrumentos que, en unas relaciones
sociales dadas, producen efectos específicos, actos.

La especificidad del habla no depende, como dice Paul Ricoeur, de que los sujetos combinen unos
signos, sino de que los combinen de forma específica en un discurso significante. Por tanto, reducir el
habla a la combinación de signos, es reducir la significación al significado, infravalorando
precisamente que la producción o la reproducción de una frase por un individuo es siempre un hecho
social concreto que tiene lugar en el seno de relaciones sociales determinadas donde este producto
cumple una función precisa; producir un efecto dado, que se inscribe en el contexto del conjunto de
las prácticas sociales. El habla es un instrumento de la producción material, en la medida misma en la
que esta producción es social, colectiva. La coordinación de las operaciones de los agentes, que se
lleva a cabo a través de «actos del habla», hace de estos actos unas operaciones del proceso de
producción. La significación está ligada a la del proceso y a las relaciones sociales en el seno de las cuales
tiene lugar y no se puede de ninguna manera reducir a la combinación reglada de los significados de
los signos.

Estas últimas consideraciones, cuyo carácter indicativo y somero es evidente, permiten, sin
embargo, situar mejor la teoría convencionalista de los valores y de los signos, que se halla en la base
36
Ibid., p. 31.
37
Ibid., p. 107.
38
Jakobson, Roman: Essais de linguistique générale, París, Ed. Minuit, coil. Points, 1970, pp. 213-222. (Hay traducción
cast.)

28
de la dicotomía lengua-habla. Incluso si el significado es inmanente en la lengua, el modelo lingüístico
es una teoría idealista de la significación, ya que la lengua es un hecho de conciencia «colectiva».

En suma, Saussure, negando la existencia de las ideas fuera del lenguaje, desplaza el lugar de las
ideas de la conciencia individual a la conciencia colectiva, pero pese a ello no abandona una
concepción idealista de la idea.



Los fundamentos de la lingüística generativa no difieren, en lo esencial, de lo que acabamos de


exponer.

La enorme cantidad de libros y artículos que resultan del desarrollo contemporáneo de las ciencias
impiden que, en el estrecho espacio de que disponemos, discutamos de forma extensiva esta cuestión
de los fundamentos. Dejamos al lector el verificar la exactitud de nuestras afirmaciones y vamos a
contentarnos con el examen de la posición de Chomsky.

La teoría chomskyana del lenguaje se funda en la distinción entre la competencia lingüística y la


realización (performance). La competencia es el objeto de estudio de la lingüística. Pero la competencia es
siempre la competencia del locutor nativo idealizado.39 Y la teoría lingüística es, para Chomsky, una
descripción de esta competencia, lo que quiere decir -y Chomsky lo dice- que el conjunto de reglas
generativas y estructurales que constituyen la sintaxis de una lengua están interiorizadas por el locutor y
constituyen lo que él llama competencia.40

Chomsky plantea el problema siguiente: el estudio de la competencia «pasa por» el análisis de las
realizaciones lingüísticas, de la «perfomance» del sujeto. Y esta realización, nos dice Chomsky, está
determinada por factores extragramaticales, emotivos, sociológicos, etc. La única manera de resolver
este problema consiste en hacer abstracción en el estudio de la «performance» de todo lo que no esté
gramaticalmente determinado. Sólo así el estudio de la «perfomance» nos permite elaborar una teoría
de la competencia.

Vemos entonces en qué consiste el locutor nativo idealizado: se trata del locutor cuya
«perfomance» está determinada exclusivamente por la competencia lingüística. ¿Pero cómo saber,
estudiando la «perfomance» para conocer la competencia, si esta «perfomance» está determinada de
forma exclusivamente gramatical? Para decidir, es necesario conocer la gramática -descripción de la
competencia- y si se la conoce..., ¿de qué vale estudiar la «perfomance»?

Chomsky da otra solución: el locutor nativo ideal es el mismo lingüista. Y el lingüista sabe, en tanto
que locutor nativo, lo que es lingüística y lo que no lo es en la determinación de la «perfomance»...
No insistiremos más en este aspecto de la cuestión, dado que Chomsky mismo en Cartesian
Linguistics se considera un continuador de la escuela de Port Royal, de su lógica y de su gramática, y
que reconoce además el carácter mentalista de su teoría del lenguaje. Está claro que la competencia, objeto
de estudio, es un sistema (de reglas) interiorizado por el sujeto, que este sistema está interiorizado por
cada uno y por todos los locutores de una misma comunidad, y que este sistema es un instrumento en
la acción de hablar o «perfomance», cuya finalidad es la comunicación. Con esto, las categorías funda-
mentales de la teoría gramatical chomskyana hacen de ella una teoría de la acción.

Hay otro aspecto de la teoría chomskyana sobre el que conviene insistir, pues va a permitirnos
establecer la relación entre la lingüística moderna y la lógica formal. Se trata de la conocida distinción
entre estructura profunda y estructura superficial de la frase. La estructura profunda es la estructura del sentido, la
cual es transformada en una estructura de superficie por la aplicación de las reglas transformacionales
que constituyen el componente sintáctico de la gramática de la lengua interiorizada por el sujeto. La
estructura profunda «contiene toda información pertinente a la interpretación semántica» y la estructura
39
Idealizado es un término de Chomsky mismo, y no un adjetivo calificativo usado por mí de forma peyorativa.
40
Chomsky, Noam: Aspects de la Théorie Syntaxique. «Tout sujet parlant une langue a maîtrisé et intériorisé une grammaire
générative ou se formule sa connaissance de la langue», p. 19.

29
de superficie «toda información pertinente a la interpretación fonética».41 A pesar de que la noción «re-
presentación semántica» está lejos de ser clara»42 y que depende «de un tipo de relaciones gramaticales
que está lejos de ser transparente»,43 las «estructuras profundas» de las frases son, en la teoría
chomskyana, proposiciones o frases elementales lógicamente articuladas entre ellas. Por eso decíamos más arriba
que la estructura profunda es la estructura del sentido, la estructura del significado: porque la noción
lógica de proposición designa, precisamente, la estructura de la unidad mínima del significado
intencional.

La consecuencia de lo dicho es que la sintaxis, las reglas generativas de la superficie fonética de la


frase, es lo que establece la relación entre esta superficie y la profundidad (interior) del sentido
estructurado. Esta estructuración del sentido es explicada, según Chomsky, en los términos de una
semántica general -que no existe todavía-. La estructura profunda podría ser caracterizada, afirma
Chomsky, por la expresión de Humboldt «forma interna» 44 y no debe ser confundida con la
estructura superficial, «forma externa», confusión que caracteriza las gramáticas estructurales
distribucionales o taxonómicas: la lingüística generativa distingue las dos estructuras, que, engendradas
por el componente sintáctico, son relacionadas por este componente, este conjunto de trans-
formaciones gramaticales.

La estructura profunda «determina completamente ciertos aspectos extremadamente significativos


de la interpretación semántica»,45 y añade Chomsky, «Pero la imprecisión de ese último concepto hace
imposible una afirmación más tajante», y las estructuras profundas de dos frases distintas pueden ser
las mismas, mientras que una misma estructura superficial puede corresponder a dos estructuras
profundas distintas».46

Chomsky describe las estructuras profundas utilizando la relación sujeto-predicado y definiendo las
relaciones «sujeto de» y predicado de»47: así «en esos términos, John es el sujeto, y saw Bill (leave) el
predicado de John saw Bill (leave), y la relación sujeto-predicado opera entre los dos.48 La estructura
profunda será descrita como una «parentecización etiquetada» que «expresa la relación sujeto-
predicado».49

Vemos entonces que las categorías de sujeto y de predicado, y la relación entre los dos, constituyen
los elementos de la estructura profunda.

La noción de predicado es fundamental en lógica: la preposición elemental o atómica de la lógica


formal moderna consiste, precisamente, en una predicación, es decir, en la atribución de una
propiedad a un objeto (en el sentido lógico), o en el enunciado de una relación entre dos o más objetos.50
El «sujeto» de Chomsky es casi siempre51 el objeto de la lógica, con lo que la estructura profunda es casi
siempre una proposición.

Así, la distinción chomskyana entre estructura profunda y estructura superficial no es más que una
nueva formulación de una concepción tan vieja como la historia misma de la gramática: la de la
equivalencia entre la frase y la proposición. El análisis gramatical de la frase ha consistido siempre en
descomponerla en frases simples, en proposiciones ligadas por relaciones de coordinación y de
subordinación. La teoría sintáctica consiste, entonces, en la formulación de las reglas que transforman
la superficie frástica en «profundidad» proposicional y recíprocamente. Estas transformaciones son,

41
Chomsky, Noam: La linguistique cartésienne suivie de la Nature formelle du langage, París, 1969, página 138.
42
Ibid., p. 139.
43
Ibid., p. 138.
44
Chomsky, Noam: Aspects de la Théorie Syntaxique p 32.
45
Chomsky, Noam: La Linguistique Cartésienne, página 139.
46
Ibid., p. 152.
47
Ibid., p. 153.
48
Ibid., p. 153.
49
Ibid., p. 154.
50
Ver, por ejemplo, en Logique et connais scientifique, J. Piaget Ed.. el artículo de lean-Blaise Grize, «Historique. Logique
dés Classés et des Propositions Logique des Prédicats. Logique Modales».
51
Veremos más lejos por qué, precisamente, es casi siempre y no siempre...

30
claro está, de naturaleza expresiva, pues dado que la estructura «profunda» proposicional es la
estructura del significado, la transformación que va de la «profundidad a la superficie» es una
exteriorización.

Otro eminente lingüista post-saussuriano, E. Benveniste, considera que el nivel de la frase es el


único nivel del análisis lingüístico relativamente autónomo, porque el sentido de la frase está
determinado por la proposición que ella contiene y porque la proposición es la mínima unidad
autónoma (no definida por relaciones horizontales en el mismo nivel) de significación.52 Las cadenas
lingüísticas mayores que la frase no pertenecen ya al orden de la lengua, sino al del discurso. Veremos
después cómo el pensamiento estructural concibe este orden del discurso. Por el momento, basta para
nuestro propósito el indicar que, explícita o implícitamente, la lingüística moderna, distribucional o
transformacional, identifica la estructura semántica de la frase a la proposición «forma interna» y el
análisis de la frase a la relación entre su manifestación «superficial» y su sentido más o menos oculto.

Las variaciones de las concepciones teóricas entre las diferentes escuelas lingüísticas son mínimas:
todas consideran que el objeto de la lingüística es un sistema de entidades psíquicas interiorizadas por el
conjunto de locutores de una lengua, sistema que determina los actos de habla. Y este sistema
instrumental respecto al intercambio intersubjetivo de significados, respecto a la comunicación, cuyo
carácter instrumental hace de él una realidad social. Las diferencias se sitúan al nivel siguiente: ¿qué
entidades psíquicas componen el sistema? ¿Signos y relaciones combinatorias entre signos o reglas de
transformación y de generación de frases?

Por otra parte, todas consideran que los significados que el sistema, en tanto que aparato
instrumental, exterioriza, constituyen un repertorio ordenado de entidades interiorizadas, de contenidos
de conciencia. Este repertorio de significados y el aparato instrumental analizado por la lingüística están
relacionados de manera más o menos estrecha (como en la noción de lengua en Saussure o como la
concibe Chomsky, que distingue sintaxis y semántica...). Pero para todas las teorías lingüísticas, el
fenómeno de la significación se analiza en términos de intercambio de articulaciones de significados
de una conciencia a otra, de un sujeto a otro.

Esto implica que los repertorios de significados son más o menos iguales en todos los sujetos y
que es la mayor o menor amplitud de la parte común de dos repertorios lo que determina la
posibilidad de comunicación. Y estos significados son representaciones de objetos o de propiedades de
objetos.

52
Benveniste, Émile: «Les Niveaux de l'Analyse Linguistique», en Problèmes de Linguistique Générale, Paris, Gallimard,
1966. (Hay trad. castellana.)

31
3
La semiótica del relato

32
3.1. Preliminares
Hemos visto cómo, a partir de su definición de signo y de su método de análisis de los sistemas de
signos, Saussure concibe una ciencia nueva, la ciencia de los signos o semiología, en la que la lingüística no
es más que una sección. Esta ciencia de los signos constituye una parte de la psicología social, pues el
signo -todo signo- es una entidad psicológica.1 La lengua es «solamente el más importante de estos
sistemas de «signos», escribe Saussure2 y el lugar de la semiología, que estudiaría las leyes generales de
los signos, estaría determinado por la psicología. Saussure precisa «que considerando los ritos,
costumbres, etc., como signos, los hechos aparecerán bajo otro prisma, y se sentirá la necesidad de
agruparlos en la semiología y de explicarlos por las leyes de esta ciencia». Esta profecía define un
proyecto cuya importancia es decisiva en la historia de las ciencias.

La tentativa de realización semiológica de Saussure se plasmó sobre todo en Francia en los últimos
veinte años. Fascinados por las pretensiones de rigor de ese proyecto, numerosos son los
investigadores que intentaron analizar diversos hechos sociales como «sistemas de signos». Sin
embargo, los resultados no son nada concluyentes, particularmente en lo que concierne directamente a
los relatos que, por tanto, como subraya Barthes, constituyen para el «estructuralismo naciente», una
de «sus primeras preocupaciones».3

En este capítulo nos proponemos mostrar cómo el conjunto de postulados que hemos analizado
anteriormente, fundamentan las teorías y los métodos estructuralistas aplicados al estudio del relato, al
tipo de discurso más estudiado. Podremos así constatar la pertinencia de la fórmula empleada por
Barthes cuando caracteriza el proyecto estructuralista como una tentativa «de dominar el infinito de
las hablas llegando a describir la «lengua» de la cual ha salido y a partir de la cual se puede engendrar».4

Llegaremos, además, a reconsiderar el problema del signo y de la significación en sus diferentes


variantes post-saussurianas, que han sido elaboradas como instrumentos en la Teoría del relato o por
los semiólogos, o por los lingüistas. Este examen permitirá resaltar la constancia en la utilización de
los postulados sobre los que reposa el modelo lingüístico.

3.2. Análisis estructurales del relato


Las primeras tentativas de análisis estructural de relatos, que emplean el «modelo lingüístico» para
la construcción del objeto, son las de Claude Lévi-Strauss. Desde la «Anthropologie Structurale» hasta
sus obras más recientes, el trabajo de Lévi-Strauss se centra en el análisis estructural de los relatos
míticos. De «Le Cru et le Cuit» a «L'origine des manières de table», la serie de las «Mythologiques» se
extiende progresivamente, con una constancia metodológica importante.
Sin entrar en un análisis detallado del trabajo de Lévi-Strauss, se puede indicar que trata de
constituir una meta-lengua mítica, un sistema autónomo, que no requiere consideraciones exteriores
para explicar los hechos que constata (y esto a pesar de que Lévi-Strauss, para dilucidar la significación
de ciertos mitos, utilizada las relaciones de parentesco, la preparación de los alimentos y otras técnicas
y costumbres).

Las unidades del sistema son los mitemas, «grandes unidades de significación» que «se definen como
relaciones» 5 y que reagrupan los «semantemas»; de la misma manera, estos últimos están compuestos
por los «morfemas», y éstos, a su vez, por los fonemas. El método de análisis consiste en
descomponer todo mito en una serie de mitemas, y en estudiar las articulaciones de estos mitemas en el
discurso. Se trata, a partir de aquí, de considerar el mito como un elemento de un conjunto más
amplio: una mitología. El mito particular es estudiado entonces como una de las variaciones posibles
1
Saussure: Ob. cit., pp. 33-34. Subrayado del autor.
2
Ibid., p. 33.
3
Barthes, Roland: «Introduction a l'Analyse Structurale des Récits», Communications, 8, p. 1.
4
Ibid., p. 1.
5
Lévi-Strauss, Claude: L'Anthropologie Structurale, París, Plon, 1954. (Hay traducción castellana.)

33
sobre un mismo tema; se pasa por transformación de uno a otro dentro de una mitología.

Lévi-Strauss estudia relaciones de dos tipos: relaciones entre actores en el mito v relaciones entre
las conductas de los actores. Por ejemplo, se puede mencionar el célebre estudio de los mitos bororo,
tupi. y ge, en los que Lévi-Strauss prueba que se puede definir una serie de transformaciones
reversibles, que permiten el paso de un mito tupi a un mito bororo y recíprocamente.

t1 t2
TUPI GE BORORO
t3

Los mitos tupi, ge y bororo pueden, pues, ser considerados como un grupo cerrado de
transformaciones.6

Lévi-Strauss persigue actualmente el análisis de conjuntos de mitos cada vez mayores. Su proyecto
es definir la estructura del pensamiento mítico: es decir, el sistema (cerrado) de transformación de
todos ellos.

El citado autor reconoce que este tipo de análisis lo hace posible la específica situación del relato
mítico -literatura oral- entre la lengua y el habla (curioso sentido para una meta-lengua... ), entre la
sincronía y la diacronía.7 En efecto, si el mito no perteneciese más que al orden del habla -en el
sentido rigurosamente saussuriano del término- no poseería más que una organización sintagmática, y
no se podría estudiar un conjunto de mitos como sistema. Dado que se sitúa a mitad de camino entre
los dos registros, el mito posee también una organización paradigmática, que determina su construcción y
permite la elaboración de la mitología como objeto sistemático, como meta-lengua. Pues el mito es
también un tipo de discurso que hace posible y legítima un análisis exclusivamente semántico, dejando
de lado la configuración fonética, fonológica, sintáctica y morfológica. Es, al menos, la opinión de
Lévi-Strauss:

«On pourrait définir le mythe comme ce mode de discours où la valeur de la formule traduttore, -
traditore tend pratiquement à zéro ( ...) La substance du mythe ne se trouve ni dans le mode de
narration, ni dans la syntaxe, mais dans l'histoire qui y est racontée».8

La posibilidad de análisis depende, pues, de una propiedad del objeto de análisis.

El estudio del mito como historia, el modo de organización de los mitemas como traducción en una
proposición simple de los acontecimientos narrados en el relato, es posible, porque, en los mitos, sólo
el contenido importa.9
Este contenido que se encuentra en la historia contada por el mito -pero que no es la historia- es
concebido como una serie de oposiciones constitutivas del universo semántico, condición de posibilidad
de la historia mítica. Los mitemas establecen -manifiestan o expresan- las relaciones entre las
categorías del universo mental que estructura los relatos míticos.10

Para Lévi-Strauss, las unidades del relato mítico, los mitemas, contienen en sí mismos una
significación, en tanto que se definen como manifestación de las oposiciones constitutivas de «la
arquitectura del espíritu» (oposiciones como lo crudo y lo cocido, lo puro y lo impuro, el animal y el vegetal). El
método de Lévi-Strauss está, pues, inseparablemente unido al postulado de la existencia, más allá de
los relatos estudiados, de una estructura de los significados (forma del contenido) que los relatos
expresan, y de la que es una condición de posibilidad. Por ello, los mitemas están identificados con los

6
Ver Lévi-Strauss, Claude: Le cru et le cuit, París, Plon, 1964, y también Pouillon, Jean: «L'Analyse des mythes»,
L'Homme, vol. VI, febrero-marzo 1966, páginas 100101. (Hay traducción castellana.)
7
Lévi-Strauss, Claude: L'Anthropologie Structurale, París, Plon, 1969, p. 231.
8
Ibid., p. 232
9
Ibid., p. 233.
10
Esto es discutido por Makarius, R. y L., en «Des Jaguars et des hommes», L'Homme y la société, número 7, p. 231.

34
signos; unen un significante, el acontecimiento del relato mítico, y un significado, articulación de los
sementemas.11

Esto le permite concebir la metodología como meta-lengua, situada entre la lengua y el habla. El
mitema, aunque sea una frase, constituye para Lévi-Strauss un signo (Lévi-Strauss ignora completamente
el problema de los niveles en el lenguaje, discutido por Benveniste). Si la frase (mitema) es signo, hay
articulaciones de los significantes que permiten el acceso a las articulaciones del significado. Estas
«articulaciones del significado» forman la estructura del relato mítico, en la medida en la que la misma
estructura del significado, por transformación de las relaciones entre significantes, se encuentra detrás
de los mitos diferentes.

Podemos darnos cuenta de la envergadura de los problemas que plantea la metodología de Lévi-
Strauss, considerando las implicaciones de los postulados que subyacen en la misma. Apuntemos
provisionalmente que el autor, como ya se ha subrayado, llega a concebir que las estructuras que
explican los relatos implicados tienen una naturaleza psico-física y que están inscritas en el cerebro
humano, como la de la lengua en Saussure.

La crítica de las nociones de «sistema» y de unidades y de la forma de relación de las unidades -los
mitemas- en el relato mítico, según los actores y según las conductas, no encontrará, sin embargo, un
lugar más que al término de un examen de las teorías de otros autores como Greimas y Barthes, que
emplean las mismas nociones y las desarrollan.

Encontramos en la metodología de Greimas los mismos supuestos que los que fundamentan la de
Lévi-Strauss: una concepción del signo como recipiente de un contenido cuya «estructura» está hecha de
oposiciones. Esta concepción trae consigo un análisis esencialmente formalista del relato. El examen
detallado de la citada teoría de Greimas permitirá la comparación con Lévi-Strauss. Llegaremos, en
consecuencia, a la Teoría General de la Significación de Greimas y a su «semántica estructural», que
representa la generalización y sistematización de los postulados de Lévi-Strauss.

Inspirándose en los trabajos de éste, Greimas considera que es necesario tener en cuenta, en la
descripción del relato mítico, tres elementos fundamentales: a) armazón, b) el mensaje, c) el código.

Por armazón, Greimas entiende «la lengua del relato», es decir, «el conjunto de propiedades
estructurales comunes, de todos los mitos-relatos»,12 conjunto que, según él, implica dos planos:

a) El plano discursivo: «el mito considerado como unidad discursiva transfrásica».13


b) El plano estructural: «la estructura del contenido que se manifiesta por medio de la
narración».14

Según Greimas, la lingüística se limita al estudio de la frase. Y el análisis estructural de los relatos
no puede considerar al discurso como una pura adición de frases, sino que, al contrario, lo debe
considerar como «un todo de significación». El plano discursivo del relato (horizontal) es concebido
como «una sucesión de enunciados cuyas funciones-predicados simulan lingüísticamente un conjunto
de comportamientos que tienen una finalidad».15 El plano discursivo posee una dimensión temporal.

En cambio, el plano estructural, la estructura del contenido, es la articulación de «estructuras


elementales del contenido» -las «categorías sémicas»- oposiciones de «semas».

El mensaje es, para Greimas, la significación particular de cada mito, significación que se sitúa en
los dos planos, discursivo y estructural. En el plano discursivo, el relato es una sucesión de acontecimientos
implicando actores.16 La descripción del relato en el plano discursivo se hace mediante una serie de
11
Lévi-Strauss construye el mitema como traducción de una «frase simple» del acontecimiento narrado.
12
Greimas, A. J.: «Eléments pour une théorie de l'interprétation du récit mythique», Communications, número 8, Seuil, p. 29.
13
Ibid., p. 29.
14
Ibid., p. 29.
15
Ibid., p. 29.
16
Esta definición del relato es, en lo esencial, adecuada, aunque el uso de «categorías actanciales» en el análisis del plano discursivo
la haga inoperante. (Ver N. Pizarro, Análisis estructural de la novela, Madrid, siglo XXI, 1970.)

35
categorías actanciales: los actantes son individuales o colectivos, y dentro de esta clasificación, héroes-sujetos
u objeto-valores,17 destinatarios o destinadores, oponentes-traidores o ayudantes-fuerzas benéficas.18 Pero los actores o
los acontecimientos son para Greimas lexemas (significantes) «organizados por las relaciones sintácticas en
enunciados unívocos».19

A estos lexemas corresponden, en el «plano estructural», ciertos «rasgos pertinentes» de


significación, ciertos semas (o unidades de significación) que constituyen propiedades
«antropomórficas» de esos significantes-actores y significantes-acontecimientos.

El código es la estructura formal de las unidades narrativas, es decir, de los significantes y de los
«rasgos pertinentes de significación» que corresponden a esos significantes.20

Sin entrar en más detalles, vemos ya que, para Greimas, como para Lévi-Strauss, la estructura del
relato mítico (y del relato en general)21 es la estructura del significado concebida como articulación de
oposiciones de «unidades de significado», los semas dentro de categorías sémicas (S - negación de S).

En análisis del discurso es, para Greimas, el análisis de la manifestación de la estructura del universo de
la inmanencia.

Se puede resumir la «semántica estructural» de Greimas con sus propias palabras:

«El centro de toda nuestra reflexión teórica reside en la hipótesis ingenua de que, partiendo
de la unidad mínima de significación, se puede llegar a describir y a organizar los conjuntos de
significación más amplios. Esta unidad mínima, sin embargo, que hemos llamado sema, no tiene
existencia propia y no puede ser imaginada y descrita más que en relación con algo que no es ella
y en la medida en que forma parte de una estructura de significación».22

El análisis del relato conduce a una estructura que es la articulación de los semas que el relato
manifiesta a través del código.

Mensaje (código) estructura de la significación = articulación de categorías sémicas.

Hay que notar que la concepción del código es inseparable de un análisis formalista, y de la
concepción de lo social como contractual.

Greimas emplea en su análisis de los relatos la tipología que Propp elabora para el análisis de los
cuentos rusos.23 Describiré rápidamente esta tipología de los actores y de las funciones porque ha sido
empleada por Greimas, y también por Bremond -que la modifica ligeramente, introduciendo la
noción de deseo- y porque inspira los análisis más complejos de R. Barthes.
Lo esencial del análisis de Propp es que para comparar los cuentos (relatos) hace falta una unidad
de medida invariable. De esta manera se podrán considerar los cuentos como transformaciones regidas
por ciertas leyes de composición.

Los invariantes de los cuentos son las funciones de los personajes:


«Se puede observar que los personajes de los cuentos fantásticos, permaneciendo diferentes en
apariencia, edad, sexo, tipo de preocupación, estado civil y otros rasgos estéticos y atributivos,

17
Esta discusión es inoperante. Veremos cómo los actores son simultáneamente sujetos y objetos.
18
Ver en Greimas, A. J., Langue et Langage, París, Larousse, 1966, el capítulo «Réflexions sur les modèles actantiels», pp.
172-189, más general. Usamos el artículo citado porque es más reciente y más simple.
19
Greimas, A. J.: Eléments pour une théorie de L'interprétation du récit mythique, p. 30.
20
¿Por qué «rasgos pertinentes»? Porque la atribución de una unidad de significado es una operación arbitraria.
21
Ver Greimas, A. J., Sémantique Structurale, París, Larousse, 1966, pp. 172-189. (Hay trad. castellana.)
22
Greimas, A. J., p. 103. Estructura de significación -categoría sémica-, oposición de un sema y su negación. Por ejemplo, fuerte-
débil.
23
Ver Todorov, Théorie de la littérature, París, Seuil, 1965, y el artículo de V. Propp, «Les transformations des contes
fantastiques», pp. 234-262.

36
ejecutan, en el curso de la acción, los mismos actos. Esto determina la relación de las constantes con
las variables. Las funciones de los personajes representan las constantes, el resto puede variar».24

A partir de esta comprobación, Propp encuentra treinta y una funciones distintas.25 Las funciones,
únicas constantes del relato, permiten la clasificación de los actores en siete clases de actantes, cada clase
agrupando un cierto número de las treinta y una funciones. Como se ha dicho, Greimas hace suya esta
clasificación y la emplea en el plano discursivo del análisis del mensaje, plano discursivo que constituye la
forma específicamente narrativa de la estructura del contenido.

Claude Bremond toma también la función como unidad de base para el análisis de los relatos. La
función es, según Bremond, el «átomo narrativo» de las «acciones y acontecimientos que reunidos en
series, engendran un relato».26

Las series elementales, combinadas entre ellas, forman las series complejas que poseen «configuraciones
variables». Las configuraciones típicas son: el encadenamiento la inclusión de un proceso en otro, la
articulación de dos series elementales en un mismo acontecimiento con funciones diferentes para dos
agentes diferentes.

Bremond emplea tres nociones que definen los elementos de todo relato: la sucesión, la noción de
unidad y el «proyecto humano» de los agentes. Estos tres elementos se definen, según Bremond, en
relación con la unidad básica, la función, y no pueden definirse más que en relación con ella, y entre
ellos.

Los conceptos de Bremond son importantes. A pesar del uso de la noción de función, ligada a una
concepción formalista del relato (categoría morfológica), Bremond se interesa por las sucesiones de
acontecimientos, sus articulaciones y el proyecto humano del «personaje».27

La importancia de estos conceptos para una teoría de la novela, ha sido expuesta en otro libro
nuestro.28

La obra de Roland Barthes constituye una de las tentativas serias de elaboración de una teoría del
relato que se inscribe explícitamente en una semiología.

El punto de partida de la tentativa de Barthes está claramente enunciado en su artículo


«Introduction à l'analyse structurale des récits». Escribe:

«Quoique constituant un objet autonome, c'est à partir de la linguistique que le discours doit
être étudié; s'il faut donner une hypothèse de travail à une analyse dont la tâche est immense et
les matériaux infinis, la plus raisonnable est de postuler un rapport homologué entre la phrase et
le discours».29
Este postulado de la «relación homológica» entre la frase y el discurso es también, como hemos
visto, el postulado implícito de las teorías de Lévi-Strauss, de Greimas, y de Bremond. No tiene
sentido más que en función de una concepción exclusivamente combinatoria de los hechos de
articulación en todos los niveles de análisis. Esta concepción es inseparable de la noción de «unidad
elemental», empleada en cada nivel, y que se apoya, en última instancia, como veremos más adelante,
sobre la existencia de «unidades mínimas de sentido».

Barthes considera los relatos como hechos del habla. Busca un modelo que describa la «lengua» de la
que surge este habla, y «a partir de la cual se la puede engendrar».30

24
Propp, Vladimir: Morphologie du conte, París, Seuil, 1970, p 235. (Hay traducción castellana.)
25
Greimas, A. J.: Sémantique Structurale.
26
Bremond, Claude: «La logique des possibles narratifs», Communications, núm., 8, Seuil, 1966, páginas 60 y 76.
27
Ibid., pp. 60-71.
28
N. Pizarro: Análisis estructural de la novela, Madrid, Siglo XXI de España, 1970.
29
Barthes, Roland: Ob. cit., p. 3.
30
Ibid., p. 1.

37
Esta definición del modelo es interesante. Por el contrario, la definición de estructura presentada
después es contradictoria y bastante pobre.

Para Barthes, una estructura es «un sistema implícito de unidades y de reglas». La pobreza de esta
noción, excluye que Barthes pueda utilizar de una manera coherente la distinción de Benveniste de los
niveles del análisis lingüístico, incluso si escribe:

«Et pourtant il est évident que le discours lui même (comme ensemble de phrases) est
organisé, et que par cette organisation il apparaît le message d'une autre langue, supérieure à la
langue des linguistes: le discours, ses unités, ses règles, sa "grammaire": au-delà de la phrase et
quoique composé uniquement de phrases».31

En el mismo texto, Barthes afirma que la lengua no puede ser definida más que con la ayuda de
«dos procesos fundamentales»: a) la articulación que produce unidades (es la forma según
Benveniste),32 y b) la integración que recoge las unidades en unidades de rango superior (es el
sentido).33

A pesar de tomar de Benveniste la idea según la cual «ningún nivel puede por sí mismo producir
un sentido»34 y a pesar de su noción de fragmentación del significado entre varios significantes,
«distantes los unos de los otros y que no pueden ser comprendidos si se los toma separadamente»,35
Barthes no llega a construir una teoría correcta del relato. En lugar de analizar el discurso, este tipo de
discurso que se llama relato -como un nivel específico en la totalidad del lenguaje-, Barthes trata de
distinguir tres niveles en el relato: un nivel de las unidades narrativas, el de las acciones y un tercero de
la narración. Así, no se queda de la teoría de Benveniste más que con el término «nivel» separado de la
problemática de la producción del sentido.

En Benveniste, la unidad del sentido no es, como en Lévi-Strauss, Greimas y Barthes, el «sema»,
«semema» o «semantema», sino la proposición identificada con la frase. Sin embargo, Benveniste define
las unidades, de la frase hasta los rasgos pertinentes, de arriba a abajo. Barthes, al contrario, al igual
que Greimas, analiza el discurso como homólogo de la frase, la frase como homóloga de la palabra; la
homología se basa en la presencia, en todos los niveles, del binarismo de las oposiciones semánticas.

«La unidad narrativa» es para Barthes una «unidad de contenido»: es «lo que quiere decir», «un
enunciado que la constituye en unidad funcional».36 Distingue dos tipos de relaciones entre las unidades:
las relaciones que corresponden a una «funcionalidad del hacer»: las funciones; las relaciones
interpretativas, verticales, que corresponden a «una funcionalidad del ser»: los índices. Las funciones
están, por su parte, divididas en dos tipos: las que son los nudos del relato, las funciones cardinales y las que
sirven para cubrir el espacio narrativo entre los nudos: las catálisis. Las funciones-nudos son
conjuntos finitos de términos poco numerosos que constituyen el armazón del relato. Los nudos son
elementos de sucesiones. Lo que le aproxima al uso corriente de la noción de función.

Barthes se plantea el problema de las reglas del encadenamiento de las unidades -las funciones- en
el sintagma narrativo. Estas reglas darían lugar a una sintaxis funcional, cuyo problema central, en su
perspectiva, es el de las relaciones entre el tiempo y la lógica, entre la consecución y la consecuencia. Entrevé
la solución de este problema en «la explicación estructural de la ilusión cronológica».37 Pero
«estructural» y «lógico» en este contexto son sinónimos para Barthes, lo que indica la existencia de un
problema fundamental: el de la reducción de la «lógica del relato» a la lógica formal.38 Esta reducción

31
Ibid., p. 1.
32
Ibid., p. 23.
33
Ibid., p. 23.
34
Ibid., p. 5.
35
)Ibid., p. 5.
36
Ibid., p. 7.
37
Ibid., p. 13.
38
Esto, incluso si Barthes distingue tres vías para esta lógica: la de Bremond, las de Lévi-Strauss y Greimas y la de Todorov,
quienes combinan unos predicados de base. Ibid., p. 13.

38
trae consigo complicaciones serias respecto al problema de la significación. Como veremos más ade-
lante, esta concepción todavía está ligada a una teoría contractual de la lengua y al conjunto de los
postulados ideológicos del «modelo lingüístico»; implica que se desdeña la diferencia entre la frase y la
proposición y, por lo tanto, el lugar del sujeto en el discurso.

El no reconocimiento del lugar del sujeto en el discurso está relacionado con el desplazamiento del
análisis del problema de la significación del discurso a las estructuras de la conciencia colectiva, a la
«forma del contenido». Puesto que el sujeto no está en el discurso, los discursos son manifestaciones
de la inmanencia del sentido en la lengua, sistema de entidades subjetivas establecidas contractualmente.

El nivel de las acciones está centrado sobre el problema del estatuto estructural de los personajes.
En el relato burgués el personaje, según Barthes, es una esencia en tanto que en su teoría es un agente
(inmanente y no trascendental), sometido a la noción de acción.

Escribe: «lo principal, hay que repetirlo, es definir el personaje por su participación en una esfera
de acciones, estas esferas son poco numerosas, típicas, clasificables; por todo ello se le ha llamado aquí
el segundo nivel de descripción, a pesar de que es el nivel de los personajes, nivel de las acciones».39

El problema que esta perspectiva resalta es el de los criterios de clasificación empleados en las esferas
de acción. Las categorías empleadas para las clasificaciones son «grandes articulaciones de la praxis
(desear, comunicar, luchar)».40 Pero nada nos indica que estos términos, tomados prestados del
lenguaje de la vida cotidiana, puedan convertirse en conceptos científicamente construidos y aptos
para explicar el estatuto estructural de los personajes en el relato.

Afirmando que el personaje es un agente, Barthes confunde todavía la vida real y el relato, aunque
pretenda lo contrario. El término acción en sí mismo, no lleva más que a tentativas de clasificación
tales como las de Greimas, Bremond y Todorov, que permiten la construcción de combinaciones más
o menos complejas de tipos de acciones. Pero estos modelos actanciales acaban siempre en la misma
cuestión frente a los textos concretos: ¿qué es una acción en los textos narrativos? ¿El viento que
arranca las velas del barco es un agente? ¿O la acción está solamente ligada a los agentes
antropomorfos? Dejaremos provisionalmente en suspenso estas cuestiones que no pueden encontrar
una respuesta adecuada más que en el cuadro de una teoría del sujeto que sobrepasa las observaciones
superficiales que Barthes consagra a este problema.41

El tercer nivel es el de la narración. Se le puede caracterizar brevemente en los mismos términos de


Barthes: «el nivel narrativo está ocupado por los signos de la narrativa, el conjunto de los operadores
que reintegran funciones y acciones en la comunicación narrativa, articulada sobre su donador y su
destinatario».42 Para Barthes no hay más que «dos sistemas de signos: personal y el a-personal»43 en la
narración. El estudio de las formas de los signos de la narrativa está ligado a la problemática de la
comunicación; el código narrativo «está situado entre» el mundo donde el relato se deshace (se
consume) y el de su producción, puesto que culmina los niveles anteriores.

Después de este breve resumen de los tres niveles de análisis estructural, nos queda por ver cómo
se articulan para formar el sistema del relato. Sobre este punto sabemos poca cosa, incluso nada, pues
el sistema del relato no puede encontrar unas reglas, más que en función de su pertenencia a la
realidad completa de las producciones sociales. Barthes se interroga sobre la función del relato y,
siguiendo a Saussure, identifica esta cuestión con la del sentido del discurso narrativo. Así, «la función
del relato no es la de «representar», es la de constituir un espectáculo que permanece todavía muy
enigmático, pero que no podría ser de orden mimético».44 He aquí, pues, lo que el relato no es. Para
tener una idea de su función, del sentido producido por este producto específico que es el relato, sería
necesario discutir el problema del discurso en sus relaciones con la ideología del sujeto. Barthes no
puede siquiera formular este problema por la sencilla razón que se sitúa fuera de esta problemática. El
39
Ibid., p. 17
40
Ibid., p. 51.
41
Ibid., pp. 17-18.
42
Ibid., p. 21.
43
Ibid., p. 20.
44
Ibid., pp. 88-114.

39
examen de su teoría semiológica, que abordaremos más adelante, lo muestra sin dificultad. A falta de
una formulación y de una respuesta a la cuestión del modo de producción del sentido por el discurso
narrativo, «los niveles» que componen la teoría del relato de Barthes no pueden llevar más que a
descripciones y a clasificaciones presentadas bajo la forma de una combinatoria.

Antes de pasar a analizar la teoría de la lengua y de la significación que subyace en los modelos
estructuralistas que hemos descrito brevemente aquí, conviene resumir las constantes que sobresalen
en el análisis precedente. Los modelos del análisis estructural del relato utilizan la distinción lengua-
habla como punto de partida. Se sirven simultáneamente de la noción de signo como unión de
significante y del significado. La teoría del relato está, en todos los casos, constituida como un
conjunto de reglas de combinación de unidades de la «lengua del relato». Finalmente, estas unidades
están definidas en relación con la noción de acción, que está desprovista de toda definición. Esta
última está ligada, a su vez, a la de personaje.

En efecto, el análisis estructuralista del relato reduce el acontecimiento a la acción. El personaje llega
a ser entonces un actor, y el problema del encadenamiento de los acontecimientos en el relato, es
entonces tratado como derivado de una tipología de las acciones-actores. Las tipologías actanciales
ocultan así la cuestión que se deriva del análisis de Muir; ¿las características del personaje están
sometidas a la lógica de los acontecimientos?, ¿o bien esta última está sometida a las características de
los personajes? Para Muir, las relaciones entre las características de los personajes y el orden de los
acontecimientos, constituyen el problema fundamental de la estructura del relato novelesco; la
solución de este problema no puede ser la reducción del acontecimiento al personaje. Hay dos
términos distintos -personaje y acontecimiento- y ligados.

La semiología del relato suprime la distinción entre acontecimiento y personaje reduciendo el


acontecimiento a la «acción» del «actor», el encadenamiento de los acontecimientos a una tipología
«actancial», considerando el relato como una combinación de actantes. Volvemos a encontrar este
proceso en la sociología estructural-funcionalista de Talcott Parsons, que reduce la sociedad a «un
sistema social», combinación de «roles», cuya «integración» armoniosa está garantizada por la
existencia de un sistema de valores compartidos por el conjunto de los actores. En la sociología
funcionalista, como en la semiología del relato, la unidad de análisis es el acto unidad («unity-act»).
Vincula el actor a las orientaciones (normativas) de la acción que definen los fines y los medios de la
misma, definidos a su vez por los valores. Los valores, en la sociología parsoniana son signos.45 En
semiología los signos son valores.

El análisis estructural del relato se basa en una teoría de la significación -una semántica- sin la cual
la pareja acción-actor y el análisis combinatorio del relato, que se deriva del uso de esta dicotomía, no
serían utilizables. Para reducir el «personaje» al «actor de la acción», y el «acontecimiento» a «la acción
del actor», hay que postular que el conjunto de los acontecimientos -y cada uno de los mismos- tiene
un sentido en sí. La unidad del sistema del relato es una unidad porque es inmanente a la función, la de
manifestar un sentido, inmanente a la lengua del relato y determinada por la estructura -«la forma del
contenido»- combinación de oposiciones de unidades elementales del sentido.

Es necesario, para completar nuestro examen de la semiología del relato, examinar la semiología
general en la que se funda, y particularmente las relaciones entre la cuestión del significado de los
signos y la de los niveles de análisis del discurso.

45
Véase The Social System. New York, The Free Press, p. 12. Parsons define los valores como un conjunto de signos comunes a
una colectividad.

40
3.3. La semántica estructural
El pensamiento estructuralista se apoya en concepciones semánticas, implícitas o explícitas, que
hemos ido enunciando a lo largo del texto, caracterizadas esencialmente por una solución
convencionalista del problema de la delimitación del sentido y por la consideración de éste como una
propiedad inmanente de la lengua.

El convencionalismo y la teoría de la significación inmanente son complementarias. La «semántica


estructural» de Greimas presenta los dos caracteres. Considera que, «como observa Russell», «si esto es
rojo es una proposición que afirma una cualidad a una sustancia, y si una sustancia no se define por la
suma de sus predicados, es, pues, posible que esto y aquello tengan exactamente los mismos
predicados, sin que sean idénticos». El principio de identidad se encontraría así puesto en cuestión.46

Aceptando el principio de identidad, Greimas postula que «las cualidades definen las cosas, es decir,
que el sema S es uno de los elementos que constituyen el término-objeto A, y que éste, al cabo de un
análisis exhaustivo, se define como la colección de los semas S1, S2, S3, etcétera».47

Este texto nos muestra que es la teoría de la significación la que sirve de punto de partida tanto para la
semántica estructural como para la lógica formal; analizaremos las implicaciones de este hecho.

Las relaciones entre la concepción «estructuralista» de la estructura y el problema de la significación


se precisan considerablemente, si se tiene en cuenta el rol de la noción de «identidad» como
fundamento de la «entidad»-unidad constituida por las «relaciones estructurales». En efecto, si se
ignora el concepto de estructura como sistema de transformaciones -simultáneamente estructurante y
estructurado- y se considera como una combinatoria, más o menos completa, de unidades cuyas rela-
ciones forman un sistema, es necesario admitir que estas «unidades» se definen «a priori» y que el
significado depende de las relaciones entre «unidades de significación» -los semas de Greimas- cuya
existencia es postulada más allá de su manifestación.

De hecho, Greimas lleva las contradicciones del pensamiento saussuriano a su conclusión, conclusión
que excluye las alternativas presentadas por Saussure mismo. Greimas considera que la significación de las
palabras (términos-objetos) resulta de la articulación de unidades elementales de significación, los
semas. Esta articulación, el sema (o término-objeto) se manifiesta por las relaciones del término-objeto
con otros términos-objetos, otros semas. Pero, y es lo que importa, la relación es posible porque se
puede postular la existencia de una identidad entre los términos-objetos puestos en relación. Esta
identidad, que Greimas llama continuidad, resulta de la existencia de una categoría sémica, de un eje
semántico. Los términos «chico» y «chica» se ponen en relación en la continuidad dada por la categoría
sémica «sexualidad», dentro de la cual se oponen, por la presencia de semas contrarios masculinos y
femeninos.

Las categorías sémicas son, para Greimas, las estructuras elementales de la significación. La categoría
sémica está definida por la oposición de dos semas (S y S) en la continuidad de un mismo «eje
semántico». Así, utilizando su notación, si A y B son dos términos-objetos (chico y chica, por
ejemplo).

A / r(S) /B

r(S) designa el «eje semántico» (en el ejemplo: sexo), y la ecuación se analizará así: A(s1) r B(s2).

s1 = masculinidad =no s2, y, s2 = feminidad = no s1,

lo que conduce a la definición de la categoría Claude Saint «sexo» como dado por: si (en relación a) r2.

Este modo de análisis implica que se postula la existencia de unidades de significación, definidas «a
46
Greimas, A. J.: Ob. cit., p. 42.
47
Ibid., p. 27.

41
priori», cuya forma de existencia es la relación entre los términos. Este postulado implica la existencia de
un lugar de articulación sémica,48 de un «lugar» donde los «semas» están articulados y que no es el discurso
concreto. La inmanencia del sentido es posible en la medida en la que la estructura de la lengua está
identificada a las «formas del contenido» de la conciencia colectiva.

Cuando Greimas discute el problema de la «significación práctica», es decir, del sentido contextual de
las palabras, lo resuelve de manera igualmente idealista. Toda palabra en un relato y se analiza, piensa
Greimas, de la manera siguiente. La palabra, «término-objeto», posee una significación que se puede
dividir en: 1) un núcleo sémico, compuesto por la articulación de los semas que forman la
significación de la palabra en la lengua; 2) los semas clasemáticos, que dependen del contexto en el que la
palabra es utilizada en el relato.

El análisis del relato es, desde entonces, el estudio de las oposiciones e identidades de los semas
clasemáticos, de los semas contextuales... Esta concepción coincide con la de Lévi-Strauss. Hemos
indicado que Greimas formula en términos más generales el método Levi-straussiano de análisis de los
relatos míticos. Se puede ilustrar este método citando de nuevo un texto de Greimas que pone en
evidencia el postulado común de la lógica formal y del estructuralismo:

«Le centre de toute notre réflexion théorique réside dans l'hypothèse naïve qu' en partant de
l'unité minimale de signification on peut arriver à décrire et à organiser des ensembles toujours
plus vastes de signification. Cette unité minimale cependant, que nous avons dénommée sème n'a
pas d'existence propre, et ne peut être imaginée et décrite qu'en relation avec quelque chose qui
n'est pas elle, que dans la mesure eu elle fait partie d'une structure de signification».49

Es, pues, evidente que la distinción entre lengua y habla en Greimas implica la existencia de
«unidades» de significación, es decir, de ideas puras, que existen al nivel de la lengua en la conciencia
colectiva. Esta hipótesis es necesaria para explicar el funcionamiento de la lengua como sistema
autónomo.

En Barthes, se encuentra la misma concepción. Acepta con matizaciones la distinción lengua-


habla. Las matizaciones -más de erudición que de contenido- no afectan en nada el fundamento, la
condición de la posibilidad de la distinción: la lengua es un sistema de signos, que tiene como aspectos
fundamentales el significante, el significado y el valor, y lo que es esencial, «en la lengua, el vínculo del
significante y del significado es contractual en su principio, pero este contrato es colectivo, inscrito en
una temporalidad larga (Saussure dice que «la lengua es siempre una herencia») y, en consecuencia, en
cierta manera naturalizada».50

Es todavía una concepción convencionalista y contractual del problema de la significación, incluso


si «la significación puede ser concebida como un proceso». Pues para Barthes, proceso quiere decir acto.
En efecto, el «proceso de significación es el acto que une el significante y el significado» 51 y, por tanto,
la manifestación del contrato social, o el efecto de condicionamiento. Así la significación es inmanente
al lenguaje, como en Greimas: el habla manifiesta la articulación de los significados, «la forma del
contenido», pues esta articulación lingüística existe en el cerebro, resultado del amaestramiento, y
única forma de existencia del contrato social.

3.4. Conclusión
El examen que acabamos de consagrar a la semiología del relato es suficiente, pensamos, para
mostrar que los análisis estructuralistas del discurso narrativo utilizan todos el «modelo lingüístico»
que hemos descrito anteriormente. Para construir las nociones destinadas al análisis de la forma
narrativa y de sus articulaciones discursivas específicas, emplean todos la distinción lengua-habla en
que se basa este modelo. El uso de esta distinción trae consigo, como lo hemos mostrado en este
capítulo, el uso de los postulados que hacen posible la delimitación de un «objeto bien definido» en el
48
Greimas, A. J.. Sémantique Structurale, París, Larousse, 1966, y particularmente las pp. 102-104.
49
Ibid., p. 103.
50
Barthes, Roland: Communications, núm. 4, página 111.
51
Ibid., p. 110.

42
conjunto de los hechos del lenguaje -que este objeto- sea la «lengua» o la «lengua del relato». Los
postulados más importantes son los que conciernen: 1°) al carácter contractual del sistema de signos;
2°) la reducción del habla a la noción de acto individual de voluntad e inteligencia, manifestando la
estructura de los valores que define el sistema de la lengua, y 3°) el análisis de los discursos en
términos de unidades elementales -de niveles diferentes- cuya definición reposa sobre el postulado de la
existencia de unidades elementales de significación cuyas articulaciones constituyen «la forma del
contenido». Esta -como principio de clasificación- es idéntica al sistema de valores que define la
lengua y que rige los discursos.

Hemos constatado, además ciertas analogías entre los postulados de base del análisis estructural del
relato -el «modelo lingüístico»- y la lógica formal. La lógica formal, al igual que la filosofía positivista
del lenguaje y del conocimiento en la que se inscribe, comparten el modelo lingüístico los postulados
convencionalistas. Estos postulados nos llevan a la definición del signo, así como al análisis del sentido de
los enunciados en términos de combinación de «sentidos» (fijos e idénticos a sí mismos), unidades
elementales que componen estos enunciados. Estas observaciones no tienen más que un carácter
indicativo, pero pensemos que muestran el interés de un análisis simultáneo de la lógica formal y de la
semiología del relato como tentativa de explicación de las articulaciones discursivas.

Hemos indicado cómo los postulados que componen el «modelo lingüístico» aplicado a diferentes
órdenes de hechos del lenguaje resultan de un proceso basado en la utilización de categorías
semejantes a las que se utilizan para el análisis de otros conjuntos de hechos sociales. Hacemos
referencia aquí, en particular, a la concepción de la totalidad de los hechos sociales en sistemas de
acción tales como el «sistema social», el «sistema de la personalidad y de la cultura», que delimitan los
campos de estudio de diversas disciplinas de las ciencias «humanas». En efecto, las categorías que
condicionan la posibilidad de elaboración del modelo lingüístico son las mismas que componen el
«cuadro de referencia» de la teoría general de la acción de Talcott Parsons. Este «cuadro de referencia»
constituye y delimita conjuntos de hechos sociales; estos hechos son considerados como actos que
manifiestan las relaciones entre las «unidades» de un sistema, calificado precisamente de sistema de
acción. Estas relaciones definen supuestamente las «unidades». Las relaciones en sí mismas se definen y
se explican por la simple «evidencia» de su presencia en la conciencia del conjunto de individuos, los
actores, los actos. Las relaciones entre estas «relaciones» -los valores- están establecidas en la conciencia
por una especie de contrato. Ciertas variantes de esta concepción, no necesitan incluso explicación:
sirviéndose de las mismas para explicar la existencia de un orden, este orden por sí mismo justifica su
existencia.52

Los procedimientos y los métodos empleados en la semiología del relato no pertenecen


exclusivamente a esta «disciplina». Los mismos métodos y los mismos procedimientos permiten la
delimitación en la totalidad de los hechos sociales de conjuntos de hechos que constituyen los objetos-
sistemas, las diferentes disciplinas de las ciencias humanas.
Es inútil insistir de nuevo sobre el carácter ideológico de este proceso y de las nociones que
produce; la ideología burguesa reduce al «contrato» las formas de existencia concreta de las relaciones
de producción. La noción de signo como la de valor de la mercancía, representa los procesos de
producción de los productos (materiales o significantes) como entidades de cambio o de significación.
La lengua, como la economía o el sistema social, aparecen como un sistema de relaciones
contractuales en las que las voluntades individuales se someten a las leyes abstractas y convencionales
que permiten y favorecen el intercambio.

Estas consideraciones exigen que se busquen soluciones a los problemas planteados por el
discurso narrativo, fuera del estructuralismo, pues, dejando otras consideraciones aparte, la esterilidad
científica de este «método» es incuestionable.53
52
Es el caso, en particular, de Talcott Parsons. El cuadro de referencia que hemos descrito aquí someramente se encuentra
explícitamente desarrollado en The Structure of the Social Action, de Parsons (New York, Free Press Paperback, 1968), en
el que la unidad de acción está definida en términos de actor, medios, fines, orientaciones normativas de la acción y de sus valores-
criterios que orientan la elección de los medios y de los fines por los actores. Veremos en la segunda parte de este trabajo y con el
necesario detalle, la función teórica de estas concepciones.
53
Se trata a menudo de reducir a cuestiones «metodológicas», el uso de categorías idealistas efectivamente utilizadas en los trabajos
sociológicos que se inspiran en la teoría general de la acción.

43
La explicación estructural impide la formulación de nuevas cuestiones y deja fuera del campo de lo
«científico» la cuestión del «por qué» y del «cómo» de las estructuras que descubre. La respuesta
estructuralista es siempre la misma: existe un cierto número de significados que se articulan de manera
específica y cuyas combinaciones se manifiestan en los fenómenos estudiados. Postular la existencia
de «unidades de significación», es recurrir -como la publicidad moderna y la medicina antigua- a la
explicación de la propiedad por la sustancia,54 a la explicación por la característica substancial de la
sustancia («la virtud adormecedora» del opio o el «principio de limpieza» del detergente). Este tipo de
explicación, radicalmente anti-científica, que Bachelard denomina substancialismo, ha sido siempre
perfectamente compatible con la noción de combinación.

Antes de concluir esta crítica -somera y provisional- del estructuralismo, hay que señalar que, a
pesar de las hipótesis científicas sobre las que se funda y los callejones sin salida a los que nos llevan,
las investigaciones estructuralistas han abierto una alternativa importante en la investigación de las
ciencias humanas. Su exigencia de rigor, a pesar de que haya conducido a este falso rigor tan nefasto,
ha conseguido vencer una serie de obstáculos que trababan el estudio científico de las producciones
culturales.

54
Greimas define los ejes semánticos como «unidad de sustancia del contenido» (subrayado del autor), ob. cit., p. 27. Todos
los estructuralistas, desde Saussure, consideran la forma (opuesta a la sustancia) como la manifestación del contenido significante.

44
4
Discurso y contenido

45
4.1. Lingüística y discurso
La frase suele ser el nivel superior, la unidad de mayor tamaño comprendida en el dominio o
campo de la lingüística.1 Hay, evidentemente, excepciones a esta afirmación: La más significativa para
nuestros propósitos es, sin duda alguna, la de la lingüística estructural y transformacional de Z. S.
Harris,2 en cuyos trabajos se han fundado buena parte de las modernas tentativas de «análisis del
discurso».3 Pero, aun teniendo en cuenta estas excepciones, la afirmación precedente tiene funda-
mentos que sobrepasan en general la distinción de niveles en el análisis lingüístico.

En efecto, y como hemos visto en el capítulo II, la lingüística estructural saussuriana se funda en la
distinción entre lengua y habla, entre sistema y acto. El habla, «acto individual de voluntad e inteligencia»,
está excluida del análisis lingüístico porque sus determinaciones son ajenas al sistema de la lengua. Es
obvio que «hablar de algo», de lo que sea, de cualquier manera, es un acontecimiento determinado por
una serie de condiciones sociales, individuales e históricas que caen enteramente fuera del ámbito de la
lingüística saussuriana. Lo que se dice, el cómo, cuándo y por qué se dice, son cuestiones que no
tienen cabida en una reflexión sobre la lengua, concebida como instrumento, universal y consensual,
condición de posibilidad de todo decir.

Además, la lengua es un sistema de signos, y los significados de estos signos tienen un carácter
igualmente sistemático. Todo sentido o contenido de un elemento de lenguaje (y no de lengua) que no
sea reductible al sistema está excluido de él y asignado a la libertad combinatoria del sujeto del acto de hablar.
Para Saussure, el hablar es enunciar una frase; con lo que la sucesión de frases que constituye el
discurso está enteramente fuera de toda reflexión lingüística. Y aunque algunos lingüistas post-
saussurianos -Bloomfield entre otros- consideran que el encadenamiento sintáctico de las frases
pertenece al dominio de la lingüística, el sentido del discurso está siempre excluido de este campo.

Si, en lugar de referirnos a la lingüística estructural saussuriana nos atenemos a la lingüística de


Chomsky y su escuela, no modificamos en nada la situación de exclusión del discurso. En efecto, para
Chomsky el objeto de la lingüística es la competencia lingüística, o, lo que es lo mismo, lo que determina
la «performance» del locutor nativo idealizado. Pero, como hemos visto, el «locutor idealizado» está
idealizado precisamente porque su decir no está determinado por ningún factor extra-lingüístico como
la posición social, la personalidad, las emociones, la específica situación en la que el discurso se
produce. Además, en la lingüística chomskyana, lo que se analiza es la generación de la frase, de todas
las frases gramaticales. Y, aunque nada impide que se plantee el problema de los encadenamientos
entre frases dentro de la sintaxis generativa,4 el estudio generativita de las sucesiones de frases excluye,
por definición, toda consideración sobre la determinación «extra-lingüística» -es decir, social,
psicológica e histórica- de las formas específicas del encadenamiento discursivo. Ahora bien, es en este
encadenamiento específico, «extra-lingüístico», en donde se encuentran las no menos específicas
estructuras discursivas, los «contenidos» del discurso, su temática, sus efectos sociales y psicológicos, y,
aunque el adjetivo sea discutible, sus efectos estéticos...

Para la lingüística generativa, pues, las condiciones de producción -por no mencionar también los procesos
de producción- del discurso son irrelevantes, ya que no dependen únicamente de la competencia
lingüística, de la actividad enunciativa del locutor nativo idealizado. Como lo formulan bien unos
analistas franceses contemporáneos de octavillas políticas, el estudio del discurso supone «la passage
d'un locuteur idéal (dont l'idéalité permet la congédiement) à des émetteurs implantés dans l'espace
social et le temps historique».5

La noción de discurso aparece así en los huecos dejados por la lingüística contemporánea,6 no tanto

1
Benveniste, E.: «Les niveaux de l'analyse linguistique», en Problèmes de linguistique générale, París, Gallimard, 1966.
2
Harris, S. Z.: «Discourse Analysis», Language, vol. 28, 1952, pp. 1-30.
3
Ibid., «Discourse analysis: a sample text», Language, vol. 28, núm. 4, p. 424.
4
El libro de Levin, Linguistic structures in Poetry, ob. cit., es un ejemplo de aplicación en la perspectiva chomskyana al
análisis del discurso poético.
5
Demonet, M. y otros: Des tracts en mai 68, París, 1978, p. 35.
6
En la época clásica, lingüística, lógica y retórica se distinguían menos, con lo que se puede considerar que el discurso estaba menos

46
como problema asociado con el de la existencia, en el lenguaje, de unidades de mayor tamaño que el
de la frase, sino como concepto asociado a la interrogación sobre las condiciones y los procesos de
producción de enunciados, así como a la investigación sobre los efectos sociales y psicológicos de !os
enunciados.

4.2. El análisis del discurso en las ciencias sociales


4.2.1. El análisis de contenido
Lo que hoy constituye un objeto de estudio para ciertas escuelas lingüísticas, para la semiología y
para la «pragmática del lenguaje», ha sido -y sigue siendo un índice, dato o síntoma para numerosas (o
todas) las disciplinas de las ciencias humanas. En efecto, el análisis de secuencias verbales o textuales
de longitud superior a la de la frase es un medio de conocimiento de la realidad histórica, social y
psicológica del que es superfluo hacer una reseña histórica, pues se confunde con los orígenes de
nuestra propia historia. Además, el análisis de textos y su explicación han constituido la actividad
principal de filósofos y estilistas...

No volveremos a transcribir aquí la historia, harto conocida, del análisis de contenido. De ella
encontramos amplios resúmenes en textos ya clásicos,7 así como inventarios de trabajos en esta
perspectiva que mencionan, entre 1900 y 1958, más de 1.700 títulos.8 Nos contentaremos con indicar
que el «análisis de contenido» hoy codificado y definido en numerosos estudios, no se caracteriza tanto
por la cuantificación de elementos básicos o estilísticos en los textos, como por la utilización del análisis
del texto como medio para la verificación de hipótesis, definidas adecuadamente en una investigación dada,
histórica, sociológica, psicológica, literaria u otra. Es esto, precisamente, lo que distingue la perspectiva
del «análisis de contenido» de la estadística lingüística.

Si insistimos sobre este aspecto del análisis de contenido del discurso es porque nos interesa sobre
todo el subrayar aquí que es esta característica la que apunta hacia la problemática de las condiciones de
producción del discurso, aun cuando en los textos clásicos9 no encontremos una referencia explícita a este
concepto. Los trabajos americanos emplean preferentemente términos psico-sociológicos como
actitudes, valores, motivaciones, etcétera, aunque también se mencionan el «cuerpo de creencias» o «los
factores que determinan la difusión o restricción de doctrinas».10

En investigaciones recientes, sobre todo francesas, este concepto está explícitamente utilizado para
designar las características de la entidad o entidades consideradas como determinantes o factores de la
especificidad del corpus analizado.11
excluido de la lingüística.
7
Citemos el capítulo II «Trends and Issues in Content Analysis Research», en Stone, P. J., Dunphy, D. C., Smith, M. S., Ogilvie,
D. M.: The general Inquirer. A computer approach to content analysis, Cambridge (Mass.), The M. I. T. Press, 1966.
8
Barns, Francis E.: Communication Content: Analysis of the Research 1900-1958, Tesis Doctoral, Universidad de
Illinois, Ann Arbor, Mich.; University Microfilms Inc., 1959.
9
Me refiero a los siempre citados trabajos de Laswell, Berelson, de Sola-Pool y Osgood, que cito para recordarlos.
Laswell, H. D.; Leites, N., et alter: Langages of politics studies in quantitative semantics, New York, Steward, 1949.
Berelson, B.: Content Analysis in Communication Research, Glencoe, The Free Press, 1952.
Stone, P., Dumphy, Smith, Ogilvie: The general inquirer a computer approach to content analysis, Cambridge
(Mass.), M. I. T. Press, 1966.
Sola-Pool, I. de: Trend in content analysis, Urbana, Univ. of Illinois Press, 1959.
10
Lasswell, H. D.; Leites, N., et alter: Langages of politics: studies in quantitative semantics, ob. cit., página 14.
11
Entre ellos pueden ser mencionados los siguientes:
Culioli, A., Fuchs, C., Pêcheux, M.: «Considérations théoriques à propos du traitement formel du langage», en Documents de
linguistique quantitative, 1970 (7).
Demonet, M., et alter: Des tracts en mai 68, París, 1978.
Haroche, Cl., Henry, P., et Pêcheux, M.: «La sémantique et l, coupure saussurienne: langue, langage, discours», «Langages,
1971; 6 (24).
Pêcheux, M.: Analyse automatique du discours, París, 1969. Les Vérités de la Palisse. Linguistique, sémantique,
Philosophie, París, 1975.
Robin, R.: Histoire et linguistique, París, Colin, 1794.

47
Obviamente, el término «condiciones de producción» del discurso, sin excluir los fenómenos de
comunicación, no forma parte de una teoría exclusivamente comunicacional de los fenómenos
discursivos. En las concepciones del lenguaje como «comunicación» priman los términos de «emisor»
y «receptor», subordinados al imperio del «código», lo que conlleva el considerar como factor
primordial en la estructuración del «mensaje» (lo que se analiza) la existencia, en la conciencia del
emisor, de un significado previo, que no está codificado o que lo está en un código distinto al del
mensaje. Las teorías comunicacionales, en suma, hacen del sujeto (individual o colectivo) el origen de la
estructura del discurso; Dado que el sujeto es, en ellas, un continente de significados, estas teorías acaban
afirmando que el contenido del discurso está determinado... por su contenido.12

El que buena parte de los análisis de contenido estén inscritos en un esquema como el que hemos
esbozado más arriba es, probablemente, la causa de que su lectura produzca esa desazón característica
en tantos lectores bienintencionados. Es difícil considerar afirmaciones del tipo «el análisis del corpus
X producido por Y, evidencia que X contiene la concepción Z, do que demuestra que Y cree (o piensa,
o defiende) en Z» sin que parezca una perogrullada, por muy cuantitativa y metódica que ésta sea...

No es aquí lugar de profundizar más la cuestión de das relaciones entre el sujeto y el discurso, pues
do hacemos en los capítulos siguientes. Volvamos, pues, a la definición del análisis del contenido.

En dos párrafos precedentes hemos apuntado que el análisis del contenido no es -¡o no debe ser!-
una descripción más o menos sofisticada de un «corpus», ni tampoco una pseudo explicación de las
características del contenido de éste por la presencia de las mismas características en la conciencia del
emisor. Philip J. Stone considera que el

«content analysis is any research technique for making inferences by systematically and
objectively identifying specified characteristics within text».13

Obviamente, todo el problema del valor heurístico del método está, más que en su «sistematicidad»
y su «objetividad», en la posibilidad de hacer, precisamente, inferencias a partir de las características pre-
especificadas que se identifican en el texto.

Las más acerbas críticas del análisis de contenido provienen, precisamente, del uso de categorías
previas para describir el «corpus» textual sometido a examen. En efecto, das «características
especificadas» que se utilizan en el análisis de contenido del texto son de carácter-semántico, y su
utilización presupone que la inferencia se apoya en el presupuesto de la significación dada, sociológica,
psicológica, estadística o histórica, de la presencia (o de la ausencia) en el texto de la característica previamente
especificada.14

Antes de que Stone y sus colaboradores hubieran desarrollado el General Inquirer, método
informatizado de análisis de contenido, dos críticos apuntaban, sobre todo, da importancia de la
subjetividad del analista, de cuya interpretación del texto dependía la identificación de da característica
pre-especificada. Con el desarrollo de las técnicas informatizadas, este aspecto del problema está
resuelto, pues el programa de ordenador no hace nada más que contabilizar las presencias de índices
tan absolutamente explícitos como lo son das letras del abecedario (más los signos de puntuación). La
«subjetividad» de un análisis de contenido informatizado no estriba, pues, en las variaciones de
interpretación del analista, sino en da utilización de un «diccionario» que empareja las categorías
analíticas, de carácter semántico, con los índices léxicos. Obviamente este emparejamiento constituye
una interpretación, que no por efectuarse de una vez por todas deja de ser subjetiva.15 Y no por el hecho
de que los términos -lexemas- empleados como índices sean polisémicos. La polisemia de dos lexemas se
12
En otros lugares hemos hechos ya una crítica de estas “teorías de la comunicación” que, bajo pretexto de la evidente circulación
de discursos –más o menos transformados de un sujeto al otro- y apoyados en la evidencia subjetiva de la «intención de significar»,
pretendan reducir esta circulación a los nudos que recorre. Ver Pizarro, N.: «Reproduction et Produits Signifiants», Stratégie, vol.
I, pp. 2-50, 1972.
13
Stone, P. J., et alter: Ob. cit., p. 5.
14
Un ejemplo típico de esta crítica se encuentra en Pêcheux, M.: L'Analyse Automatique du discours, París, Dunod, 1969.
15
A este respecto la discusión que se encuentra en Gross, R. C., Gardin. J. C., Levy, F.: L'automatisation des recherches
documentaires, París, Gauthiers-Villar, 1964, es ejemplar.

48
resuelve empleando un subprograma de desambiguación16 como el que ha sido añadido en 1973 al
General Inquirer. A pesar de su decidido empirismo, dos subprogramas de desambiguación logran
identificar automáticamente el sentido adecuado de dos términos polisémicos barriendo, a derecha e
izquierda, el contexto inmediato17 en el que aparece el lexema analizado. La proporción de iden-
tificaciones correctas supera el noventa por ciento.

Si la utilización de diccionarios que asocian ciertos lexemas -o combinaciones de lexemas- con una
categoría analítica dada implica una interpretación subjetiva, no se trata, pues, esencialmente, de una
distorsión inducida por la polisemia de muchos lexemas en las lenguas naturales. El fenómeno tiene
un origen más profundo, que se asienta en la naturaleza misma del lenguaje.

Se trata, en efecto, de lo que en términos idealistas se ha llamado el aspecto «creativo» de la


actividad discursiva. A pesar de la indudable existencia de códigos, de asociaciones normadas entre
significantes y significados, el lenguaje, la práctica discursiva, tiene la virtualidad de rompe, las asociaciones
codificadas entre el lexema y su significado y de generar nuevas relaciones. Esta función del lenguaje no está
limitada al lenguaje poético, como lo pretenden algunos autores. El funcionamiento del discurso
científico es una evidencia permanente del hecho de que la enunciación de proposiciones articuladas
en discurso genera significados para los términos que componen las proposiciones mismas. ¿O el
término «átomo» está asociado hoy con el mismo concepto que en tiempos de Bohr o de Mendeleiev?
¿O «geometría» significa lo mismo hoy que en tiempos de Euclides?.18

Hemos examinado este problema, bajo el ángulo de la lógica, en el primer capítulo de este trabajo,
y no es necesario insistir sobre la equivalencia existente entre el «postulado de la identificabilidad del
significado del signo» y los fundamentos, implícitos, del análisis de contenido. Lo que importa
subrayar aquí es que la objeción a las consideraciones precedentes, consistentes en afirmar que el
análisis de contenido se aplica a textos en los que esta función creadora del lenguaje es prácticamente
inexistente (dejando aquellos en los que es primordial para otro tipo de análisis), conduce a afirmar
que el análisis de contenido no sirve más que para constatar la presencia del código... allí en donde no
hay nada más. Y dado que el «código» es el diccionario previo, no se encontraría con él más que lo que
se ha, previamente, depositado en él...

4.2.2. Preocupaciones semánticas en el análisis de contenido


La exposición y las críticas del párrafo precedente, no agotan la totalidad de las perspectivas
teóricas y de las técnicas de análisis de contenido que se han ido desarrollando -sobre todo en los
Estados Unidos- hasta nuestros días. Merecen especial atención los, trabajos de C. Osgood y,
particularmente, su «Evaluative Assertion Analysis».19 Con esta técnica, Osgood y sus colaboradores
intentan sobrepasar el puro recuento de juicios de valor, positivos o negativos, que se emiten en un
corpus respecto a un objeto dado, para tener en cuenta las diferencias de intensidad en la valoración,
positiva o negativa, del objeto valorizado. Los signos de estos objetos valorizados, los «attitude
objects» son substituidos por pares de letras en el texto, para que el codificador que juzgue evaluaciones
de estos objetos no se deje influenciar por sus propias actitudes respecto a ellas.

El análisis de los enunciados valorativos pasa por una segunda etapa, consistente en transformar
las frases del texto en proposiciones evaluativas estandarizadas «standard evaluative assertions»). Esta
transformación pretende ser exclusivamente sintáctica, conservando la significación.20 En tercer lugar, las
diferentes evaluaciones de un mismo objeto son clasificadas en una escala de tres puntos positivos y
tres negativos. Finalmente, se establece la evaluación del objeto ponderando las proposiciones
evaluativas.
16
Los programas de desambiguación se apoyan en un diccionario de términos polisémicos y de las características contextuales que
permiten la distinción de las diferentes acepciones.
17
Generalmente basta con «barrer» cinco términos a derecha e izquierda del lexema analizado. Se trata, pues, de contextos definidos
numéricamente.
18
En Gros. R. C., el alter ob. cit., encontramos este problema en la investigación documental automática en ciencias naturales.
19
Osgood, C. E., Saporta, S., y Nunnally, J. C. «Evaluative Assertion Analysis», Litera, vol. 3, 1956, páginas 3-47.
20
Veremos en el siguiente párrafo cómo esta idea de Osgood -la utilización de formas sintácticas estandarizadas para comparar
contenidos- ha sido empleada por otros autores.

49
Si mencionamos aquí el «Evaluative Assertions Analysis», no es tanto por su utilidad real como
instrumento de análisis, como por que en él aparece ya un procedimiento para resolver un problema
tradicional del análisis de contenido: la diversidad de estructuras sintácticas que aparecen en los textos y las
dificultades de comparación de términos situados en estructuras diferentes. El procedimiento -que
como veremos es discutible- consiste en transformar las diversas estructuras sintácticas en una
estructura estandarizada, una forma canónica. Osgood la hace únicamente para los juicios de valor,
pero otros autores generalizan este procedimiento a todos los enunciados.

Dejando de lado, por el momento, el problema planteado por los efectos de las transformaciones
sintácticas del texto inicial, el «evaluative assertion analysis» es un método cuyo ámbito de aplicación es muy
restringido. Las características que tienen que tener los textos para que este método sea aplicable no se
encuentran más que en los textos-artefactos, producidos por las preguntas abiertas en cuestionarios o
en propaganda poco útil. En efecto, para que la técnica de Osgood sea aplicable, el texto objeto debe
contener enunciados evaluativos explícitos, juicios de valor sin máscara retórica alguna (como «Los chinos son
malvados» o «Las huelgas son malas»). Cuando se aplica este método, por ejemplo, en análisis de
editoriales de periódicos, no produce, a menudo, ningún resultado, pues aunque la «lectura inteligente»
de los textos ponga de manifiesto actitudes positivas o negativas respecto a «objetos de actitud» dados,
estas «actitudes» no se manifiestan siempre por enunciados explícitos de juicios de valor. Suele suceder
que un editorial intente convencer al lector, produciendo la adhesión mediante procedimientos retóricos. En un
estudio efectuado por el autor de este trabajo, comparando las posiciones de diferentes periódicos de
Montreal respecto a una huelga de funcionarios, no se logró encontrar ni un solo juicio de valor explícito
en un corpus de 50 editoriales sobre el tema.21 Los procedimientos argumentativos empleados
consistían esencialmente en figuras de carácter metafórico, en sinécdoques, antonomasias y
contraposiciones poéticas diversas. Este caso no constituye una excepción improbable. Los
procedimientos retóricos y argumentativos son procedimientos discursivos normales: como
mencionamos en el capítulo primero, el «discurso llano», «el grado cero de la escritura» es un ideal que
no se realiza en ningún discurso real.

Los problemas planteados por las consideraciones precedentes sobrepasan con mucho el ámbito
del «Evaluative Assertion Analysis», pues están ligados con una característica universal de la práctica
discursiva, ya mencionada: el que el discurso produzca y rompa asociaciones significantes entre los
términos y los significados. Y, aún más, que el sentido del discurso no pueda reducirse al significado
de sus unidades constitutivas, de cualquier nivel que éstas sean.

Debemos también a Osgood y sus colaboradores el desarrollo de otra técnica importante para el
estudio psico-sociológico del discurso. Se trata de la de las diferenciales semánticas, que constituyen una
sofisticación adicional en los métodos de análisis de contenido, restringida a los cuestionarios.22

Esta técnica presupone la introducción en la problemática psico-sociológica del análisis del


discurso de una tentativa de solución al problema que planteamos en el apartado anterior: que la
universalidad del «diccionario» que asigna interpretaciones a los signos que se van a identificar después
en un «corpus» de discursos borre diferencias semánticas entre los mismos términos en diferentes
discursos.

La técnica de los «diferenciales semánticos» consiste en pedir a los sujetos encuestados que definan
los términos analizados, atribuyéndoles una posición en escalas de siete puntos en las que los extremos
son cualidades antitéticas, atributos del término-objeto analizado. Tanto los términos analizados como las
«dimensiones atributivas» -que son de naturaleza similar a los «ejes semánticos» en la Semántica
Estructural de Greimas23 puedan ser definidos por el investigador o extraerse del vocabulario del
sujeto.

A partir del posicionamiento que el sujeto atribuye al término en las diferentes escalas semánticas,
21
Investigación efectuada en el Seminario de Análisis Automático del Discurso dirigido por el autor. Departamento de Sociología,
Univ. du Québec a Montréal, 1973. Se emplearon, además, diversos métodos automáticos aplicados al mismo corpus: AAD, S. A.
T. O., etc.
22
Osgood, C. E., Suci, G.J., y Tannembaum, P. H.: The Measurement of Meaning, Urbana, Univ. o f Illinois Press, 1957.
23
Greimas, A. J.: Sémantique Structurale, ob. cit.

50
se pueden comparar los mismos términos en diferentes sujetos, así como definir la «distancia» entre
diferentes términos en un espacio multidimensional, utilizando las técnicas del análisis factorial.24
Osgood y sus colaboradores han buscado, con el análisis factorial de los datos suministrados por la
técnica de los «semantic differentials», los universales semánticos. Encontraron tres, a partir de datos
americanos. Aplicando la misma técnica a sujetos de otras lenguas, los «universales semánticos» se
quedaron en dos -los dos primeros-: «evaluación positiva versus negativa» y «fuerte versus débil». La
tercera era «activo versus pasivo». Aunque estas categorías hayan sido utilizadas como «marco teórico»
para los «diccionarios», utilizados en análisis de contenido, su origen nos parece, si no invalidarlos, al
menos generar varias dudas sobre su validez. Porque, no lo olvidemos, el análisis factorial empleado
por Osgood, análisis clásico, utiliza datos numéricos (y distancias definidas en espacios cartesianos): el
carácter numérico de los datos brutos -los valores en las escalas semánticas- es más que dudoso.
Además, el análisis factorial genera siempre factores...

Si hemos mencionado aquí las dos técnicas desarrolladas por Osgood, no es porque consideremos
que resuelvan problemas esenciales del análisis del contenido del discurso, sino porque son tentativas de
solución -y constataciones de la existencia- de problemas sintácticos y semánticos decisivos. Obviamente la
semiología francesa y la semántica estructural que hemos examinado en el capítulo precedente son,
también, «análisis de contenido», aunque no en el sentido original del término -el de los años
cincuenta- sino en el que se va desarrollando en los Estados Unidos en los años sesenta, con
preocupaciones lingüísticas y semánticas. Lévi-Strauss, con su modo de construcción de los mitemas,25
hace la misma operación que Osgood en el «Evaluative Assertion Analyis»: transformar estructuras
frásticas complejas en «frases simples» (un sujeto, un verbo, un complemento): en predicaciones. Y,
como lo hemos mencionado anteriormente, los «ejes semánticos» de Greimas son semejantes a las
categorías de Osgood.26

En un cierto sentido, la semiología estructural es otra escuela de «análisis de contenido», fundada en


concepciones teóricas de tradición diferente, pero que conduce a análisis concretos que no difieren
mucho de los, del análisis de contenido americano. La «obsesión cuantitativa» -que critican incluso los
investigadores americanos más sofisticados- es, quizás, la diferencia esencial entre las dos
aproximaciones. O, si se quiere, el teoricismo de la sociología francesa...

4.2.3. Los métodos y el objeto de estudio


El «análisis de contenido» se desarrolló como un conjunto de procedimientos de análisis del
discurso, centrados, ante todo, sobre las «inferencias» que, a partir del análisis podían hacerse sobre
una «situación» social, psicológica o histórica. Inicialmente, la reflexión sobre la naturaleza de lo
analizado -precisamente, el discurso estaba casi completamente ausente-. Se fue tomando conciencia
de su importancia en cuanto que de esta «naturaleza» se derivaban obstáculos, dificultades metodológi-
cas y técnicas.
Los fenómenos sintácticos y retóricos en la generación discursiva del sentido fueron apareciendo
como los obstáculos mayores en el proceso del análisis de contenido. Dado que lo real se constata,
entre otras cosas, como resistencia a los proyectos humanos, las ciencias sociales fueron tomando
conciencia de la necesidad de una teoría del lenguaje. En un primer momento, esta necesidad fue
exclusivamente instrumental; la teoría lingüística era un puro medio para alcanzar el mismo objetivo:
analizar el «contenido» del discurso.

Aunque, desgraciadamente, buena parte de las investigaciones en ciencias sociales no hayan aún
sobrepasado ese primer momento de la constatación de la necesidad instrumental de conocimientos
24
Benzegri, J. C. L'analyse des données, París, Dunod, 1973. En este libro se encuentran los modernos desarrollos del análisis
de correspondencias, particularmente útil para datos cualitativos, para categorías semánticas. El análisis factorial clásico exige
variables numéricas.
25
Lévi-Strauss, C.: Anthropologie Structurale, París, Plon, 1958.
26
Es interesante apuntar que en los «ejes semánticos» de Greimas sólo hay dos valores, mientras que en los de Osgood hay siete:
esta diferencia numérica es, fundamentalmente, una diferencia teórica. El eje semántico de Greimas es el espacio-vacío-definido por
un atributo y su negación lógica (la «feminidad» es para Greimas simplemente la «no-masculinidad»), y este atributo es una
entidad, mientras que para Osgood el atributo es un índice de una dimensión semántica oculta.

51
lingüísticos para analizar el contenido, la mera existencia de trabajos como el de Pierre Fiala y C.
Ridoux,27 nos autorizan a suponer que estamos entrando en un nuevo período de desarrollo de la
problemática. En efecto, la interrogación sobre la relación entre el discurso y las ciencias sociales está
llegando a cuestionar la función social del sentido y el concepto mismo de significado. Fíala y Ridoux, en un tra-
bajo empírico, constatan que el efecto social específico de la difusión de un discurso dado -la octavilla del
Dr. Charpentier- no puede ser atribuido al contenido del texto, pues un análisis demuestra que el
contenido de la mencionada octavilla es idéntico al de otros textos que circulaban en Francia en el
mismo momento y cuyos efectos sociales eran de diferente naturaleza. Los investigadores de
Neuchâtel acaban considerando que el «contenido» de un texto, el «significado interno» no es el único
factor que determina los efectos sociales observables de su circulación.

Al problematizar la relación entre el «contenido» o «sentido» de un texto y sus efectos sociales, se


está cuestionando el objetivo mismo del análisis de contenido. Si dos textos de «contenido» idéntico
producen efectos diferentes, puede suceder que textos con contenidos diferentes produzcan efectos
idénticos. Es decir, que tanto en el texto mismo como fuera de él deben existir estructuras y procesos
que co-determinan los efectos sociales de un mensaje y que no son reductibles al contenido. En el texto
mismo existen estructuras efectivas, que pudiéramos llamar significadoras, pero qué no tienen significa-
ción propia, que no son estructuras del significado. Fuera del texto existen fenómenos sociales, en
sentido estricto, como la forma de las redes de comunicación y la relación de estas redes con la
reproducción de categorías sociales específicas.28

No es aquí lugar de extenderse más sobre este «segundo período» del cuestionamiento de las
relaciones existentes entre las estructuras discursivas y los procesos y estructuras sociales. Pero sí
importa mencionar ahora que la distinción entre estructuras significativas y estructuras significadoras es de
primera importancia para profundizar nuestra comprensión del funcionamiento y de la producción social de
los discursos. En efecto, y aunque esta distinción no sea de carácter ontológico, sino metodológico, las
primeras designan aquellos aspectos de la estructura discursiva que producen un efecto consciente en el
receptor: el sentido del discurso, siempre subjetivo.29 Las segundas, que llamamos «estructuras signi-
ficadoras», se refieren a aquellos aspectos de la estructura discursiva que son, a la vez, condiciones
objetivas de la producción de efectos conscientes, del significado, y productores de efectos que, por no ser
conscientes, no son menos detectables.30 Las estructuras significadoras, además, no están compuestas
por elementos ni por relaciones de carácter semántico o sintáctico. Su descripción exige la utilización
de conceptos algebraicos.31

Si admitimos que, en la estructuración del discurso actúan estos dos niveles estructurales, cuya
eficacia en los receptores no es de la misma naturaleza, podemos, entonces, plantearnos el problema
de la importancia relativa de uno y otro nivel en los diferentes tipos de textos y discursos. En un extremo
tendríamos aquellos discursos en los que las estructuras significativas son (casi) enteramente
dominantes: discursos científicos -cuyo ideal tipo es el teorema con postulados y reglas de deducción
explícitas, o artefactos construidos con «lenguas formales»-, descripciones «llanas», juicios de valor
explícitos. En el polo opuesto de lo que, provisionalmente, consideramos una dimensión única,
encontraríamos la «literatura» -poesía, novela, teatro-, en donde las estructuras significadoras serían
dominantes.

Los discursos en los que las estructuras significativas son dominantes32 son aquellos en los que el

27
Fíala, P., y Ridoux, C.: «Essai de pratique sémiotiquee», Travaux du Centre de Recherches Sémiologiques, núm. 17,
Neuchâtel, 1973.
28
Pizarro, N.: «Reproductions de Produits Signifiants», Stratégie, vol. 1, pp. 2-50.
29
Jacques Lacan formula esta concepción diciendo que el sentido solamente existe para el sujeto (Ecrits, París, Seuil, 1966).
Como mencionamos en otro lugar, la distinción hegeliana entre el concepto como entidad subjetiva y como entidad objetiva, plantea un
problema real, todavía por resolver.
30
Empleamos la expresión «no conscientes» porque es más general que la de «inconsciente». Existe un inconsciente «freudiano» y un
inconsciente «ideológico». En N. Pizarro, Crimen y suicidio, Barcelona, Bruguera, 1978, discutimos este tema.
31
Un ejemplo de una de estas estructuras se encuentra en el capítulo V de nuestro Análisis estructural de la novela, ob. cit.
32
Empleamos el término dominantes para indicar que, en todo discurso, ambos niveles estructurales -significativo y significador-
están presentes. Lo que varía de un discurso a otro es el ámbito de eficacia de uno y otro nivel estructural, tanto en la producción como
en los efectos de cada discurso específico.

52
«análisis de contenido» es más fecundo.33 Aunque conviene retener que, cuando se controlan las
condiciones de producción de un conjunto de discursos, la estructura significadora puede mantenerse
constante, y el análisis de contenido puede suministrar una aproximación suficiente de la descripción de
variaciones en las estructuras significativas de éstos. Los artefactos discursivos generados por
cuestionarios adecuadamente construidos y administrados puedan constituir un ejemplo privilegiado
del caso que acabamos de mencionar.

Por el contrario, cuando se utiliza el análisis de contenido para describir discursos en los que
priman las estructuras significadoras, la descripción producida por esta técnica no da cuenta más que
de aspectos secundarios del objeto estudiado, cuya relación tanto con el emisor como con el receptor
puede ser contingente y carecer de significación psicológica, social, histórica o literaria. El análisis de
contenido de textos literarios ha producido resultados extremadamente pobres. No hace falta ser un
estudioso de la literatura para entender que ni la estructura ni los efectos de un gran poema o de una
gran novela se reducen a su «contenido», y esto, aunque se matice la definición del «contenido» hasta
incluir en ella categorías como las de «temas» o «imágenes».

4.3. Métodos de inspiración lingüística


4.3.1. El análisis del discurso y la lingüística
El artículo que Z. S. Harris publicó en 1952 bajo el título «Discourse Analysis»,34 fue el origen de
una serie de trabajos sobre el análisis del discurso, de considerable importancia para las ciencias
humanas. En este artículo, Harris aborda el análisis del discurso en una perspectiva que se puede
caracterizar como una extensión del distribucionalismo hjelmsleviano.

No resumiremos aquí este trabajo, bien conocido y de fácil acceso, pero recordaremos el principio
metodológico esencial en el que se basa. Se trata de considerar como equivalentes los segmentos
discursivos que, en el corpus analizado, se presentan enmarcados en contextos idénticos o equivalentes.

Esta definición contextual de la equivalencia tiene el mérito de suprimir la necesidad de un diccionario


para establecer clases de equivalencia de morfemas- Como lo hemos indicado anteriormente, la utilización
de diccionarios para el análisis del discurso implica que el significado de los morfemas se da por
definido fuera del discurso, en y por la lengua, con las consecuencias que esto implica en cuanto al
examen de las diferencias entre dos o más discursos y a la interpretación sociológica del análisis.

Harris concebía, además, el análisis del discurso como un método capaz de permitir el examen de
las relaciones entre la «cultura y la lengua», entre el «comportamiento no-verbal y el verbal». La
lingüística que se limita al estudio de la frase, de «conjuntos arbitrarios de frases», pero no de
sucesiones de frases articuladas entre ellas y producidas en una situación definida, excluye, por ello, toda
posibilidad de «tener en cuenta la situación social». Considera también que «la lengua no se presenta
en palabras o frases independientes, sino en un discurso seguido» y que, por lo tanto, del análisis de
tales conjuntos arbitrarios de frases aisladas, sólo se puede extraer una verificación de descripciones
gramaticales. La crítica que hemos hecho de las lingüísticas saussuriana y chomskyana coincide
enteramente con las posiciones defendidas por Harris en cuanto a las consecuencias, para la
lingüística, de limitarse al estudio de conjuntos arbitrarios de frases y de separar, no menos
arbitrariamente, el enunciado de sus condiciones sociales y psicológicas de producción.

Harris, sin embargo, piensa que el análisis del discurso es, metodológicamente, independiente de la
gramática. La única relación que reconoce entre uno y otra es puramente contingente, de carácter
exclusivamente práctico: la conveniencia, para efectuar las necesarias comparaciones de contextos en
el análisis del discurso, de «transformar ciertas frases del texto en frases gramaticalmente
equivalentes». Esta transformación de una frase en otra, «gramaticalmente equivalente», plantea
problemas de difícil solución al análisis del discurso. Esencialmente porque la «equivalencia
gramatical» de dos frases sólo puede establecerse tomando en cuenta el sentido de las palabras que la
33
Ver, en el párrafo anterior, nuestra crítica de los límites del «evaluative assertion analysis»: en editoriales de periódicos puede no
haber enunciados evaluativos explícitos.
34
Harris, Z. S.: «Discourse Analysis», Language, vol. 28, 1952, pp. 1-30.

53
componen. Por el momento, no existe, a nuestro entender, ninguna gramática distribucional,
transformacional o generativa que sea capaz de producir una frase «equivalente» a partir de cualquier
frase dada, sin recurrir a consideraciones semánticas sobre los elementos que la componen.

El «análisis del discurso», de Harris, acaba utilizando el sentido, reposando sobre él. Aunque el
«análisis del discurso pretenda determinar no tanto «lo que el texto dice», si no «cómo lo dice», el «cómo»
y el «qué» acaban estando asociados en los procedimientos de transformación de una frase en su
equivalente.

La «equivalencia gramatical», generada por la «transformación gramatical», es una de las nociones


que fundan el actual pensamiento lingüístico. Como veremos en el capítulo siguiente, su utilización
implica la reducción de la frase (hecho lingüístico) a la proposición (entidad lógica). En el mismo capítulo
tratamos de demostrar cómo esta reducción de la frase a la proposición -que funda la posibilidad de
distinción entre sintaxis y semántica hace imposible todo análisis del discurso como hecho social. Pero
no es aquí lugar de extenderse en estas consideraciones, que tienen únicamente la función de designar
un problema que surge en el análisis del discurso cuando se acepta, desprevenidos, el transformar una
frase en otra para homogeneizar los contextos de substitución. Esta solución es tan «natural» que
suele ser aceptada sin critica.

4.3.2. El «Análisis automático del discurso»


En su célebre artículo, Harris, un profesional de la lingüística, definió el discurso como «un
enunciado seguido (escrito u oral)».35 Pero en esta definición, aparentemente sin consecuencias,
introducía en la lingüística, confortablemente instalada en el análisis de frases aisladas y, por lo tanto,
separadas de sus condiciones sociales y psicológicas de producción, el problema de la determinación social de los
hechos concretos de lenguaje. En efecto, en cuanto que se examina una sucesión de frases que se
extiendan en un discurso, oral o escrito, la necesidad de atribuir a «factores extralingüístícos» la
determinación de las características estructurales del objeto analizado surge naturalmente.

En efecto, cuando se añade a la pregunta de «qué» dice el discurso, la de «cómo» lo dice -objetivo
del análisis de Harris-, es imposible evacuar las cuestiones del «para qué» (lo dice así) y del «por qué».
Si la cuestión del «cómo» puede reducirse a la estilística, esto sólo puede hacerse desligándola del «por
qué» y del «para qué». Si no se desligan estas diferentes cuestiones que pueden plantearse respecto al
discurso, entonces su análisis se inscribe en preocupaciones retóricas, psicológicas y sociológicas. Cuando se
piensa, además, que la relación entre el «cómo» se dice y el «por qué» y «para qué» se dice, es una
relación necesaria y no una pura contingencia, se cuestionan radicalmente los fundamentos de la
lingüística.36 No es de extrañar, pues, que el análisis del discurso haya interesado más a los sociólogos
que a los lingüistas...
La sociología -una cierta sociología- comparte con la lingüística el postulado de la libertad del
sujeto de la acción,37 libertad de elegir entre las alternativas ofrecidas por los diferentes niveles
estructurales de los sistemas simbólicos interiorizados que constituyen la cultura.38 Para esta sociología, el
discurso es un acto que manifiesta o expresa los valores, u orientaciones normativas, que le
configuran. El análisis del discurso se reduce entonces al análisis de contenido que hemos examinado ya
en este capítulo, interesado en detectar la presencia de actitudes y valores del sujeto del acto.39

Pero cuando se concibe que el individuo ve sus actos determinados por la específica posición que
ocupa en las redes de relaciones sociales, «su» discurso aparece como determinado también por esta
posición social. Dado que ésta sólo puede definirse en la estructura social, el discurso viene
condicionado por ella. Entonces, el discurso es más un producto social que un acto individual y, como
35
Harris, Z. S.: Ob. cit., p. 1.
36
La lingüística, estructural o generativa, admite que hay relaciones entre el «qué», el «cómo», el «por qué» y el «para qué» se dice.
Pero estas relaciones las concibe como contingentes, resultados de la libertad de selección de alternativas del sujeto soberano...
37
Discutimos estas cuestiones en la segunda parte de este libro.
38
Parsons, T., et alter: Toward a General Theory of Action, New York, Harper Torchbook, 1962
39
El «Evaluative Assertion Analysis», de Osgood, no busca otra cosa. Y un examen de los diccionarios empleados por el «Inquirer»
o de los objetivos de la gran mayoría de los investigadores que usan el análisis de contenido constituye una prueba suficiente.

54
todo producto, tiene una «utilidad» (o productividad) y resulta de un proceso de producción
socialmente determinado.40

Dentro de esta segunda concepción de lo social y de lo discursivo, existen variantes importantes.


Una de ellas, la más generalizada, consiste en utilizar como mediación entre la estructura social y la
estructura discursiva, la noción de ideología, asociada a la de clase social.

Evidentemente, esta variante de la segunda concepción, de la social mencionada en el párrafo


anterior, es la defendida por la sociología marxista. Ha sido dentro de esta «escuela» sociológica donde
el «análisis del discurso» que Harris propuso en 1952 se transformó en alternativa al «análisis de
contenido» y se vinculó, por una parte, a la teoría de la ideología y, por otra, a las modernas tentativas
de aplicación de la informática en ciencias sociales.

En efecto, en 1969, Michel Pêcheux publica en París su tesis de doctorado de tercer ciclo, bajo el
título de Analyse Automatique du Discours.41 Redactada en 1967,42 defendida en 1968, la tesis de Pêcheux
es el origen de numerosos trabajos que han venido realizándose -sobre todo en Europa- desde
entonces.43 El método propuesto en ella puede resumirse como una automatización -parcial- de los
procedimientos de Harris, ligada -a veces más declarativa que realmente- con la teoría «marxista» de la
ideología.

Michel Pêcheux es un discípulo de Louis Althusser, que trabajó con él en la «Ecole Normale
Supérieure», que nunca rompió sus vínculos intelectuales, políticos y amistosos con su maestro. De
formación filosófica, preocupado por cuestiones epistemológicas, pero con una clara vocación
científica, Pêcheux intenta plasmar en protocolos de observación y de análisis empírico la concepción
de la ideología que su maestro ha ido desarrollando en los seminarios de la calle de Ulm. Para ello
utiliza «materiales» diversos desde teorías lingüísticas hasta investigaciones psico-sociológicas, pasando
por el análisis de contenido americano (cita I de Sola-Pool y P. Stone) y por la problemática de la
traducción automática.

El trabajo de Pêcheux suscitó un gran interés sobre todo en Francia, pero también en Suiza,
Bélgica e Italia. Probablemente este interés era debido más a las intenciones que a los resultados del
método en él propuesto. La influencia de la escuela de Althusser era muy grande entre los sociólogos
europeos y el «Analyse Automatique de Discours» (que, siguiendo la detestable moda del uso de
iniciales entre los discípulos de Althusser, Pêcheux designa por AAD) prometía transformarse, nada
menos que en un instrumento -¡automático!- para el análisis empírico de las ideologías, en la
definición marxista, versión Althusser, de estas últimas.

Como decíamos, y dejando de lado por el momento las cuestiones teóricas que legitiman su uso, el
AAD se funda en concepciones similares a las de Harris. Dada la amplitud del interés que ha suscitado
y el número de artículos e investigaciones diversas que, a partir de él, en pro o en contra de él, se han
publicado, vale la pena examinar con algún detalle sus diferentes etapas, los conceptos utilizados y los
supuestos que fundan su articulación.

Pêcheux define el problema que se ha planteado y en el que el AAD nos es propuesto como una
solución en los términos siguientes:

«Étant donné un état défini des conditions de production d'un discours-monologue Dx (soit
Ґx), et un ensemble fini de réalisations discursives empiriques de Dx (soit Dx1, Dx2, ..., Dxn)
(1), représentatives de cet état, déterminer la structure du processus de production (∆x) qui
correspond à Ґx, c'est-à-dire l'ensembles des domaines sémantiques mis en jeu dans Dx ainsi que
les relations de dépendance existant entre ces domaines».44
40
Ver Pizarro, N.: «Reproduction et Produits Signifiants», op. cit.
41
Pêcheux, Michel: Analyse Automatique du Discours, París, Dunod, 1969.
42
El «Inquirer», de P. Stone y colaboradores, se desarrolló poco tiempo antes, y la exposición del método se publicó en 1966. Parece
ser que los desarrollos de la aplicación de la informática no son frenados por barreras ideológicas...
43
El número 37 de la revista Langages, de marzo de 1975, está enteramente dedicado al análisis del discurso. Dirigido por
Pêcheux, constituye un balance de la investigación y da una buena idea de su amplitud y de sus protagonistas.
44
Pêcheux, M.: Op. cit., pp. 27-28.

55
Los conceptos que Pêcheux relaciona en este párrafo son, pues: 1°) Un estado definido de las
condiciones de producción de un discurso-monólogo, Fx; 2º) Un discurso-monólogo, Dx; 3°) Un conjunto
finito de realizaciones discursivas empíricas representativas de Dx (es decir, Dx1, Dx2, ..., Dxn); 4°) Un proceso
de producción ∆x, cuya estructura viene definida por 5°) Un conjunto de dominios semánticos (puestos en
juego en Dx) y por 6°) Las relaciones de dependencia existentes entre esos dominios semánticos.

El AAD es un método de análisis que, a partir de «un conjunto finito de realizaciones concretas
empíricas (Dx1, Dx2, ..., Dxn)» que, en función de criterios ajenos al AAD como tal, se consideran
como representativos de «Dx», permite la constitución de un conjunto de dominios semánticos y de un
conjunto de relaciones de dependencia entre estos dominios, considerados ambos como una descripción
empíricamente adecuada de la estructura del «proceso de producción ∆x que corresponde a Ґx».

Esta formulación nuestra tiende a subrayar que, de los seis conceptos empleados por Pêcheux en
la definición del problema que pretende resolver con AAD, solamente el conjunto (Dx1, Dx2, ...,
Dxn) de «realizaciones discursivas empíricas» representativas de Dx -pero no Dx mismo- y los dominios
semánticos y las relaciones de dependencia, tienen una referencia empírica explícita. Además, son los únicos
términos que designan entidades concretas en el AAD en cuanto método.45 En efecto, con el
conjunto (Dx1, Dx2, ..., Dxn), Pêcheux designa un conjunto dado de discursos (un conjunto de octavillas, o
una serie de respuestas a un cuestionario, por ejemplo), que constituyen los datos sobre los que opera
el AAD. Los dominios semánticos y sus relaciones de dependencia son los resultados de la aplicación
del AAD a los datos brutos.

Un examen crítico del método AAD tiene que distinguir dos niveles analíticos. El primero, que
consiste en discutir los procedimientos técnicos (y su justificación teórica) por los que, a partir de un
conjunto de «realizaciones discursivas empíricas» (Dx1, Dx2, ..., Dxn), se llega a un conjunto de
«dominios semánticos» y de relaciones de dependencia entre ellos. Él segundo, consistente en
examinar la significación teórica y metodológica de los resultados de la aplicación del AAD a un conjunto de
datos, seleccionados mediante criterios de los que hay que examinar la pertinencia, así como su relación
con las teorías que fundan la interpretación de los resultados del análisis. Él examen crítico de este
segundo nivel en la discusión del AAD exige que cuestionemos los tres conceptos que carecen de
referencia empírica explícita en el método (así como sus relaciones con los datos y los resultados del
AAD): condiciones de Producción Ґx, discurso-monólogo Dx y proceso de producción de Dx, ∆x.

Supongamos, por el momento, que el segundo nivel no representa problema alguno. Es decir, que
damos Ґx, Dx y ∆x por definidos de manera satisfactoria y que consideramos como científicamente
fundadas las relaciones que Pêcheux establece entre ellos y los datos (Dx1, Dx2,..., Dxn) y resultados
(dominios semánticos y relaciones de dependencia entre ellos) de la aplicación del AAD a los datos.
Podemos entonces concentrarnos en el examen crítico del primer nivel, comparándolo con otros
métodos de análisis del discurso.
Para describir el paso de un conjunto de discurso -los datos- a un conjunto de dominios
semánticos interrelacionados por relaciones de dependencia, es necesario entender qué es un dominio
semántico y cómo se definen y se analizan las relaciones de dependencia entre dominios semánticos.

El punto de partida de la reflexión de Pêcheux es la noción de sinonimia y su relación con la de


contexto. En la concepción clásica, se afirma de dos términos que son sinónimos cuando tienen el mismo
sentido. Pêcheux, siguiendo la tradición distribucionalista de la lingüística estructural, considera que la
afirmación de la identidad del sentido de los términos es el resultado de la constatación de que se
puede sustituir el uno por el otro. Pero, lo que condiciona la posibilidad de la sustitución es que cuando se
opera en un contexto dado, el significado de la secuencia siga siendo el mismo.

Puede ocurrir, obviamente, que la sustitución de un término por otro no sea posible en ningún
contexto o que lo sea en varios o en todos los contextos posibles. En el primer caso el sentido de los
términos es diferente y en el último idéntico. El caso más interesante es el segundo: cuando la posibilidad

La nota del texto citado distingue Dxi (un discurso dado del conjunto indefinido - Dx) de una subsecuencia, Di, parte de Dxi.
45
Distinguiremos el AAD en cuanto método de los fundamentos teóricos del AAD.

56
de sustitución es relativa al contexto.46 En este caso, se sustituye un término por otro que, aun no siendo
un sinónimo en el sentido clásico, no cambia el significado del conjunto finito de secuencias en los
que la sustitución es posible. Pêcheux llama efecto metafórico al «fenómeno semántico producido por una
sustitución contextual» y considera que el desplazamiento de sentido entre x e y producido por una
sustitución contextual «es constitutivo del "sentido" designado por x e y»,47 lo que equivale a afirmar
que en las lenguas naturales, la meta-lengua es la lengua misma.

El efecto metafórico es, pues, la sustancia misma de lo que designamos con el término sentido. Por lo
tanto, analizar un discurso es, precisamente, definir los conjuntos de enunciados en los que se operan
sustituciones contextuales. Estos conjuntos definen el «sentido» de los términos sustituidos. Y esta definición es,
obviamente, contextual, relativa al corpus en que se identifican los contextos de sustitución. Aún más
importante y atractivo sería que, á partir de esta concepción, el análisis del discurso no requiriera
diccionario,48 con lo que los resultados de las comparaciones entre discursos no se verían afectadas
por la imposición, exterior al discurso mismo, de definiciones universales del sentido que uniformaran
los discursos comparativos, borrando así, al menos en parte, las diferencias buscadas.

A partir de estas concepciones, Pêcheux nos propone una técnica para identificar esos conjuntos de
contextos de sustitución que definan lo que otros llaman «sentido». Los «dominios semánticos» son, en suma,
estos conjuntos de contextos de sustitución.49

La técnica que Pêcheux nos propone tiene dos etapas distintas. La primera no está automatizada,
mientras que la segunda es efectuada por un programa que, inicialmente, fue escrito en Fortran.50

La primera etapa consiste en la producción de descripciones de los discursos finitos como grafos,
cuyos puntos son enunciados estandarizados y cuyas flechas representan relaciones gramaticales entre
enunciados estandarizados. La transformación del discurso en un grafo de este tipo supone el realizar
un análisis gramatical de las frases que lo componen, para transformarlas en enunciados estándar
(canónicos) relacionados entre ellos por una u otra de las relaciones prefijadas por el protocolo de
análisis.

La finalidad de esta primera etapa es, evidentemente, la generación de contextos formalmente


homogéneos, que permitan la realización de comparaciones término a término, indispensables para
acabar constituyendo los dominios semánticos. Pêcheux le llama «enregistrement des surfaces
discursives».

Los enunciados tienen una estructura canónica, descrita por categorías gramaticales, que es la
siguiente:

En = Fi (Di, N2, V, ADV, p, D2, N2), donde:

Fi = forma del enunciado


Di = determinante
N, = nombre componen el sintagma nominal sujeto = SN1
V = verbo
ADV = adverbio
p = preposición
D2 = determinante componen el sintagma nominal sujeto = SN2
N2= nombre

46
La sinonimia absoluta, la posibilidad de sustitución en todos los contextos posibles es, para Pêcheux, una extrapolación al infinito
del caso dos. Es, evidentemente, imposible definir todos los contextos posibles por enumeración, ya que se puede siempre inventar uno
más.
47
Ibid, p. 31.
48
Veremos después cómo esta posibilidad de no usar diccionario en el análisis no se realiza efectivamente...
49
La definición, más técnica, se encuentra en Pêcheux, op. cit., p. 139.
50
Existe una versión en Algol, desarrollada en la Universidad de Ciencias Sociales de Grenoble, en 1972. (Realizada por M.
Dupraz.)

57
La «forma del enunciado», Fi, indica el tiempo, el modo, la voz (activa o pasiva) y otras características,
esencialmente asociadas con el verbo, pero que actúan sobre el enunciado en su totalidad.

Con esta forma del enunciado, una frase como: «el caballo de Juan corre por la pradera», tiene que
ser descompuesta en dos enunciados:

E1: el caballo corre por la pradera


E2: el caballo ∊ de Juan

En dos enunciados (en los que el lugar del adverbio está sin ocupar, y, en el segundo, el lugar de D2
está vacío), para representar la frase inicial, van ligados por la relación de dependencia δ1, que indica
que el segundo enunciado, en el que el símbolo e en el lugar del verbo significa «es», es una
representación de la función de la expresión «de Juan» en la frase inicial. Esta se representaría, pues,
cono:

E1, δ1, E2

E1, y E2 serían dos puntos del grafo que representa el discurso, y δ1 , sería una flecha, distinguida de las
otras relaciones posibles con el signo δ1.

Nos contentaremos con este ejemplo elemental del proceso de «registro de la superficie discursiva»
y no reproduciremos aquí el protocolo de transformación del discurso en enunciados y relaciones
entre enunciados que nos propone el autor. Tampoco entraremos en la discusión de las justificaciones
lingüísticas de las diferentes etapas de este protocolo. En el libro publicado en 1960 hay una larga
descripción, que es manifiestamente insuficiente. En 1972, Claudine Haroche y Michel Pêcheux
publican un «Manual para la utilización del método del análisis automático del Discurso»,51 que
contiene reglas más explícitas y detalladas sobre cómo operar la transformación. Pero siguen siendo
ambiguas e incompletas. Lo cual es, dicho sea de paso, normal. Para que un protocolo de
transformación del discurso en un conjunto de enunciados canónicos ligados por un conjunto de
relaciones fuera capaz de representar de manera completa y unívoca cualquier discurso, la gramática que
funda el protocolo tendría que ser una teoría adecuada y completa de la lengua. Obviamente, tal
gramática no existe.

El resultado de la primera etapa consiste, pues, en dos conjuntos, uno de enunciados canónicos,
E = (E1, E2, E3... En) y otro de relaciones binarias, que unen, cada una, dos enunciados del conjunto E.
Estos son 1os datos sobre los que opera la segunda etapa del método AAD, el análisis -que, en este
caso está informatizado- de esos enunciados y de sus relaciones, para llegar a definir los dominios
semánticos.

No entraremos tampoco en los detalles del algoritmo. Nos contentaremos con subrayar los
principios sobre los que se funda, para poder efectuar un examen adecuado de los supuestos y de los
límites del método.

En la memoria del ordenador se organiza un espacio idéntico para cada enunciado, subdividido en
ocho «cajas» (o términos), una para cada una de las categorías morfo-sintácticas del enunciado (Fi, D1,
N1, V, ADV, P, D2, N2), en los que se introduce la palabra que corresponde. El enunciado va
identificado por un número.

También se introducen en memoria las relaciones binarias entre enunciados. Estas relaciones que
tienen la forma Ei R Ej, se traducen en tres números: el del primer enunciado, seguido del número
que indica el tipo de relación y del segundo enunciado.

Recordemos que el objetivo de la transformación del discurso en enunciados «canónicos»,


relacionados entre ellos, es que «las diferencias debidas a la variación de las construcciones sintácticas sin variación
51
Haroche, C. et Pêcheux, M.: «Manuel pour l' utilisation de le méthode de l'analyse automatique du discours (AAD)», T. A.
Informations, 1972, 13 (1): páginas 13-55.
El autor de este trabajo ha adaptado al español el método de transformación de frases en enunciados propuestos en el «Manual» (San
Diego, 1973).

58
semántica se van eliminando lo más posible»,52 para poder comparar términos diferentes en contextos
similares o idénticos. Esta comparación se realiza automáticamente. El programa examina los
enunciados dos a dos, comparando lo que contienen las «cajas» correspondientes a cada una de las
ocho categorías gramaticales:

F D N V ADV P D2 N2

Ei

Ej

Si los contenidos en la misma «caja» (categoría morfo-sintáctica) son iguales, se inscribe un 1 y si son
diferentes, un cero, en el vector π. Este vector está, pues, compuesto por ocho números que son o ceros
o unos.

Con base a estas comparaciones iniciales se puede estimar la semejanza entre dos enunciados
ponderando los ocho elementos del vector n, que son ceros o unos, 5r que corresponden a las ocho
categorías gramaticales del enunciado. Podríamos tener, como ejemplo, π = (1, 0 1 1 0 1 1 1) para dos
enunciados Ei y Ej, lo que significa que los dos enunciados tienen el mismo nombre-sujeto (N1), el
mismo verbo, la misma proposición, el mismo determinante y el mismo nombre-objeto. Si sumamos los
ocho números de it, tendríamos el valor 6, y este valor sería una estimación de la semejanza entre Ei y
Ej. Pero, si consideramos, como es el caso, que la igualdad del verbo o de N1 y N2 es más importante que
la de D1, , D2, P y ADV, podemos ponderar la suma con, por ejemplo, los valores siguientes:

F D1 N1 V ADV P D2 N2
3 2 5 5 3 3 2 5

con lo que la estimación de la proximidad entre Ei y Ej sería 3x1 + 2x0 + 5x1 + 5x1 + 3x0 + 2x1 +
5x1 = 22. Llamemos p a esta medida.

De la misma manera se puede estimar la proximidad entre los pares de enunciados ligados por la
misma relación binaria.
Ei R Ej
Ek R El
Dos pares de enunciados constituyen una «zona de similitud sí

P 1 + P P2
≥ Pα
2
donde Pα es una borna fijada de antemano, elegida por el analista.

A partir de las «zonas de similitud», el programa construye «cadenas de similitud», sucesiones de


«zonas de similitud» articuladas entre ellas por relaciones binarias. Finalmente, se construyen los
dominios semánticos como conjuntos de cadenas de similitud, de la misma longitud, con las mismas relaciones binarias,
en el mismo sitio y homogéneas Los dominios así constituidos son, pues, conjuntos de secuencias de enunciados
más o menos similares entre ellos. El grado de similitud depende, obviamente, no sólo de las
características del discurso, sino también del valor de la borna Pα.

Las relaciones entre los dominios semánticos se tipifican en función del origen de las secuencias
combinadas con operaciones sobre conjuntos. No entraremos en el detalle de sus definiciones ni del
algoritmo que las produce.53

Esta larga exposición de los principios del análisis automático del discurso va a permitirnos
subrayar los problemas esenciales que su utilización plantea.
52
Pêcheux, M.: Ob. cit., p. 85.
53
Ibid., pp. 106-107.

59
El primero de ellos y, a nuestro entender, el más importante, es que, a pesar del adjetivo
«automático» que se utiliza en su título, el método no es enteramente automático. Si esto nos parece un
problema importante, no lo es en función de una valoración excesiva de la informática, sino porque el
hecho de que no se haya podido informatizar el «enregistrement de la surface discursive», la
transformación de los discursos «brutos» en series de enunciados y de relaciones binarias entre ellos,
es un índice del carácter interpretativo (y también subjetivo) de esa transformación.

Hemos mencionado el problema de. la inexistencia de «gramáticas de reconocimiento» de las frases


que sean capaces de operar, automáticamente, el análisis de la estructura frástica que constituye el
primer paso hacia su transformación en enunciados relacionados entre ellos. Michael Pêcheux ha
intentado, con sus colaboradores, desarrollar esas gramáticas de reconocimiento,54 pero, por razones
que nos parecen esenciales, no lo ha conseguido. Ya mencionamos que el haberlo hecho supondría
una «revolución» en lingüística. Pretendemos, además, que se trata de una revolución imposible, por
razones que mencionaremos en el capítulo siguiente.

Obviamente, el método de Pêcheux emplea conceptos gramaticales en los que se apoya para
analizar las frases y transformarlas en enunciados canónicos articulados entre ellos. Desde el punto de
vista lingüístico, se podrían criticar los procedimientos empleados por Pêcheux: se puede demostrar el
límite de la gramática transformacional, implícita o explícita, por él empleada, o la incoherencia de sus
planteamientos gramaticales transformacionalistas con las ideas generativistas que aparecen de vez en
cuando en su exposición. Pero, desde nuestro punto de vista, el problema planteado por el protocolo
de transformación del discurso en enunciados y relaciones es mucho más profundo que el que puede ser
identificado dentro de la perspectiva lingüística, el señalar la inadecuación de tal análisis o de tal regla.
Como lo demostramos en el capítulo siguiente, el transformar una construcción en otra «equivalente» es
una operación que, aunque se haga «bien», invalida el análisis del discurso. Porque la transformación
gramatical de la frase presupone una interpretación del sentido. En la perspectiva semántica propia de
un análisis del discurso enteramente coherente, la transformación de frases en otras equivalentes
tendría que ser una operación resultante de un análisis del discurso previo.

Otro aspecto del método requiere examen, aunque, relativamente al problema que acabamos de
mencionar, tiene una importancia muy secundaria. Se trata de que, como hemos indicado, la «cercanía»
entre dos enunciados y, por lo tanto, la cercanía entre las cadenas de enunciados, se estima
numéricamente, ponderando los componentes idénticos en ambos y sumando esas ponderaciones.
Luego, estas ponderaciones son comparadas con una borna y si su valor es igual o mayor que ésta, los
enunciados son retenidos para constituir los conjuntos de cadenas que constituyen los dominios
semánticos. Es obvio, pues, que habrá más o menos dominios semánticos y que éstos tendrán un
número mayor o menor de cadenas, según que el valor de la borna se elija más o menos elevado.

Si el valor de la borna es alto, los dominios semánticos contendrán cadenas de enunciados muy
semejantes, que podrán ser considerados como «metáforas» recíprocas. Pero habrá pocos dominios
semánticos, y éstos contendrán pocas cadenas, con lo que se habrá perdido gran parte de la
información inicial. Si, por el contrario, el valor de la borna es bajo, tendremos muchos dominios
semánticos y éstos serán amplios. Pero los dominios semánticos contendrán cadenas de enunciados
tan distintos que será difícil considerarlos como metáforas recíprocas que definan un campo
semántico...



Como dijimos anteriormente, tanto la selección de los datos como la interpretación de los
resultados del AAD está determinada por tres conceptos que excluimos, provisionalmente, del análisis
del método, considerándolos como más teóricos que metodológicos. Es ahora ocasión de
examinarlos.

Se trataba de las nociones de condiciones de producción Γx y de proceso de producción ∆x de un discurso-


monólogo Dx. Los datos sobre los que se aplica el AAD, el conjunto (Dx1..., Dxn) de «realizaciones
54
La tesis de Catherine Fuchs, Contribution à la construction d'une grammaire de reconnaissance du français, Thèse
du Doctorat de 3.em Cycle, Université de Paris, 1971, es uno de los resultados en el camino seguido.

60
discursivas empíricas» está relacionado con Dx por el término «representativo». Los discursos-datos
son representativos de Dx, como una muestra es «representativa» de un universo (en estadística).
Pero mientras que en estadística aplicada sabemos cómo se elige una muestra representativa y existe
una teoría del muestreo, en este caso los criterios de la «representatividad» que el conjunto (Dx1...,
Dxn) tiene respecto a Dx, están menos claramente establecidos. Tanto más cuanto Dx1 no es un
universo, sino que está definido como un, discurso 55 del que el conjunto de discursos (Dx1..., Dxn) -que
Pêcheux llama «realizaciones discursivas empíricas»- son representativos... Es obvio que la única
interpretación posible de este contrasentido es considerar que lo que nuestro autor llama «un
discurso Dx» no es un discurso en el sentido usual del término -que designa una entidad empíricamente
definida- sino otra cosa. La lectura del texto comentado nos decepciona, pues no encontramos en él
ninguna definición explícita y satisfactoria de Dx, ese «discurso» que se utiliza para definir tantos
otros términos.

Analizando el discurso de Pêcheux, llegamos a dar una definición contextual de Dx. En efecto,
podemos leer expresiones como «proceso de producción de Dx» y «condiciones de producción de
Dx», los discursos concretos analizados, representan a Dx...

Se puede interpretar Dx como el conjunto de discursos posibles generado por un proceso de


producción definido a su vez por la combinación de unas «condiciones de producción» dada con un
sistema lingüístico, dado.56 De ese conjunto de discursos posibles (Dx1..., Dxn), sería entonces una
«muestra».

Lo malo es que el «proceso de producción» de Dx -que es lo que nos' permitiría definir Dx como
un conjunto de discursos posibles, diferenciado de un conjunto finito de «realizaciones discursivas
empíricas» que no hacen más que representarlo- no está definido más que por la articulación de la lengua
L y de un estado dado de las condiciones de producción (¡de Dx!) Y, dando por definida la lengua L (ya es
mucho suponer), queda aún por definir qué son esas «condiciones de producción», sin las que ni el
proceso de producción de Dx ni el mismo Dx tienen una definición adecuada. Y esto aunque el
proceso de producción tenga una estructura definida por el conjunto de dominios semánticos y sus
relaciones...

De las «condiciones de producción» Γx, Pêcheux nos dice que son conjuntos ordenados de
«formaciones imaginarias». Pero si las «formaciones imaginarias» son, precisamente, imaginarias...,
¿cómo se las puede definir si se excluye de su definición los discursos que las manifiestan (o que ellas
producen)? Hasta ahora, que nosotros sepamos, y en todas las ciencias humanas, se llega a definir las
formaciones imaginarias -a partir del análisis del discurso-. Si excluimos el discurso como dato o síntoma
de las formaciones imaginarias, entonces éstas carecen de definición. Y si no lo excluimos, entonces
llamarlas «condiciones de producción» es, sencillamente, un abuso de lenguaje.

En cualquiera de los casos, las «condiciones de producción» no permiten la definición de Dx, al


menos tal y como están definidas por Pêcheux. En la práctica del AAD, felizmente, lo que funda la
unidad de Dx, lo que, dicho sea de otra manera, nos autoriza a seleccionar un conjunto de discursos
concretos para analizarlos es un conjunto de conceptos que, aunque carentes de definición dentro del
libro de Pêcheux, tienen referencias empíricas claras y se asocian con cuestiones sociológicamente
relevantes.57

4.3.3. Otros campos...


El «análisis del discurso» se ha realizado, con menos ambiciones teóricas, en trabajos lexicográficos
y en estadística lingüística. Primeramente, se ha establecido el léxico de corpus discursivos homogéneos
-la obra de un autor dado- y se han calculado las frecuencias de los diferentes elementos del vocabulario.
En una segunda etapa, favorecida por las aplicaciones de la informática, se ha procedido al análisis de
contextos de un término dado y al estudio de co-ocurrencias de términos en contextos prefijados (por
55
Pêcheux, M.: Ob. cit., p. 24.
56
Ibid., p. 24. Regla 1.
57
Gayot, G., y Pêcheux, M.: «Recherches sur le discours illuministe en XVIII siècle: Louis Claude Saint Martin et les
circonstances», Annales, 1971 (3-4): páginas 681-704.

61
ejemplo, de punto a punto). El estudio de las co-ocurrencias se ha podido mejorar considerablemente
con el cómputo de co-ocurrencias ordenadas de términos.

Para tales estudios, se han desarrollado programas en los Centros de Cálculo de todas las
Universidades importantes, diferentes en cuanto a los lenguajes de programación utilizados y en
cuanto a las diferentes posibilidades que ofrecen al usuario, pero con la finalidad común de permitir la
realización de análisis, del género mencionado en el párrafo precedente, de cualquier tipo de textos
que se introduzca en memoria. De ambiciones teóricas modestas, estos programas han permitido la
realización de estudios de estilística y de semiótica literaria extremadamente refinados: basta para ello
con no hacer reposar sobre el ordenador el peso de la reflexión y del análisis, y utilizarle en una
progresiva verificación de hipótesis que van surgiendo en el curso de la investigación. ¿Carece de
importancia el saber que en ciertos textos literarios más del 15 por ciento de los términos son
pronombres personales?, ¿que del total de términos empleados, el cinco por ciento de las ocurrencias
son de la única palabra «yo»? Se trata de un estudio de una novela de Samuel Beckett.58 Obviamente,
en ningún tratado de matemáticas se encuentran, con frecuencias significativas, pronombres
personales...

Estas comparaciones entre «corpus», si no revelan características «estructurales», son síntomas que
pueden orientar un cuestionamiento, cada vez más complejo, del texto, de los textos y sus diferencias.

Los estudios lexicométricos de textos pueden dar lugar a análisis comparativos de las producciones
discursivas en grupos sociales dados, en circunstancias prefijadas, que planteen problemas de gran
interés sociológico. Un ejemplo privilegiado es la obra colectiva Les Tracts en mai 68;59 a partir de un
estudio lexicográfico de las octavillas producidas por los estudiantes franceses en mayo de 1968,
efectúa un análisis de las diferencias entre los discursos de diferentes grupos políticos en universidades
diferentes, recurriendo a métodos, como el análisis de correspondencias, que, aplicados a la relación
entre las frecuencias de ocurrencias y co-ocurrencias léxicas y los grupos que originan los textos,
permiten el establecimiento de proximidades y distancias sin recurrir a hipótesis teóricas arriesgadas y
sin efectuar interpretaciones del sentido de las frases (sin transformarlas...).

Creemos que el desarrollo de una teoría del discurso y de métodos de análisis adecuados depende,
claro está, de la elaboración teórica. Pero no hay teoría científica más que de fenómenos, descritos y
clasificados, transformados en datos: Y conocemos muy pocos datos sobre la producción social de
discursos y de textos; la mayoría de los estudiosos -y, sobre todo, los lingüistas- se contentan con la
interpretación de sus lecturas y el «recuerdo» de discursos. En ciencias naturales, por el contrario, la
elaboración de teorías explicativas (la de la gravedad, de Newton) se apoyan sobre análisis descriptivos
(propiedades cinemáticas del movimiento planetario establecidas por Kepler) de datos acumulados
minuciosamente (lo que requiere modestia) durante años (las tablas de Tycho Brahe).

¿Estamos seguros de que el «movimiento del discurso» es más irregular que el de planetas y
estrellas? Sabemos que es más complejo. Pero, quizás la ilusión del sentido es similar en sus
variaciones, a las del brillo de los planetas en noches diferentes para los ojos, que creyendo ser los
mismos, en la ilusión de su identidad, hacen variar los cielos...

58
Noel, F.: Tesis de Doctorat de troisième cycle en Littérature, Université de Paris, 1973..
59
Demonet, M., et al.: Des tracts en mai 68, Paris, Champ Libre, 1978

62
5
Frase y proposición:
el sujeto en el discurso

63
5.1. Recapitulación
El análisis del discurso plantea inexorablemente la cuestión del estatuto de la frase en la teoría
lingüística, ya que, tradicionalmente, se analiza el primero como una sucesión de las últimas.

En la lingüística saussuriana el problema del sentido de la frase está resuelto de forma


combinatoria, como resultante de la articulación de significados de los signos que lo componen. Pero el
estudio de la frase queda excluido de la lingüística.

Cuando se intenta incluir la frase en el campo de la lingüística, el problema de su sentido se plantea


inmediatamente. La formulación de Benveniste es clásica y merece un examen detallado, pues intenta
generalizar la noción de sentido.

El problema de los niveles de la lengua -merismático, fonético, morfológico, sintáctico- lleva a


Benveniste a mostrar cómo sólo el sentido permite la separación de unidades de los niveles inferiores
y, por lo tanto, la definición de los niveles como tales.

En efecto, la lingüística distingue -y, por tanto, construye- las unidades que componen un nivel
dado, examinando el cambio de sentido producido por el remplazamiento de una unidad de nivel (X)
por otra, en una unidad de nivel (Y) inmediatamente superior.

Se pueden estudiar las relaciones horizontales (unidades de un mismo nivel) gracias a la existencia de
relaciones verticales, que definen las unidades de un nivel dado como componente de las de uno
superior. Benveniste denomina forma las relaciones horizontales y sentido las relaciones verticales.1 Así,
si una palabra es una unidad en relación horizontal -formal- con otras palabras, la definición de
palabra como «unidad» léxica, no se puede hacer más que en función de su integración como
elemento de una unidad significante de nivel superior, es decir, como elemento de la frase.

Esta distinción entre forma y sentido tiene consecuencias importantes. El sentido define las unidades
de arriba a abajo y no al revés. Las frases definen las palabras como unidades significantes, es decir,
distintivas; las palabras definen los fonemas, y éstos últimos, los rasgos. Pero, ¿qué es lo que define la
frase como «unidad significante»?

Benveniste da dos respuestas contradictorias. En principio, la frase es la unidad de significación


dada, autónoma. Y, escribe también Benveniste, la frase es la unidad del discurso, está definida como
componente del mismo.

Su argumento es el siguiente. La frase es unidad del discurso, pero es una unidad de tipo particular,
diferente de los niveles inferiores. Esta diferencia se deriva de la imposibilidad de inventariar todas las
frases de una lengua. Si no puede haber un inventario, no pueden existir relaciones horizontales y, por
lo tanto, no es posible una descripción estructural del nivel de la frase. Benveniste se ve obligado a atribuir
a la frase una especificidad en relación a otros niveles, especificidad que posee, sin duda, pero que no
explica nada por sí misma. Esta especificidad -la de ser una proposición- pensada como explicación,
no se justifica más que sobre la base de una hipótesis sustancialista.2

La inclusión de la frase en la lingüística, en la óptica distribucionalista de Benveniste requiere, pues,


que, para cerrar el sistema lingüístico, se atribuya a ésta el sentido de la proposición.. Fuera del
distribucionalismo, el generativismo chomskyano, cuyo objeto privilegiado de análisis es, también, la
frase, recurre a la identificación entre el sentido de la frase y la proposición dando un rodeo.

Chomsky se plantea el problema de la imposibilidad de definir por enumeración el conjunto de


todas las frases. Su solución, que consiste en generar recursivamente un conjunto infinito de frases a
partir de un número finito de reglas, presupone resuelto el problema del significado de los morfemas,
que agrupa en categorías sintácticas y lexicales. Las reglas generativas de la gramática chomskyana -cuya
1
Benveniste, E.: Ob. cit.
2
Véase Bachelard. G.: La formation de l'esprit scientifique, ob. cit., en relación al obstáculo sustancialista

64
aplicación recursiva genera un conjunto infinito de frases- se aplican, además, a una clase de objetos,
definidos extra-gramaticalmente, que constituyen el origen del proceso que resulta en la generación de
frases. Estos «objetos», que Chomsky llama estructuras profundas (de la frase...) son lo que se ha
denominado tradicionalmente proposiciones.3

La «generación» chomskyana de la frase es, pues, la serie de «transformaciones» que describen el


paso de la estructura profunda (de la frase), de la proposición, a la estructura superficial, la frase. La
sintaxis tiene así, como condición de posibilidad, el postulado según el cual la «competencia
(lingüística)», objeto de estudio de la lingüística es el instrumento (subjetivo) con el que se opera la
transformación de la proposición en frase.4 Ahora bien, el hacer de la proposición una unidad de
significado plantea a nivel lógico y semántico el problema de la delimitación de la unidad. Obviamente, en
lo que a la proposición se refiere, la solución combinatoria del estructuralismo, que presupondría el
inventario de todas las proposiciones posibles, es inaplicable. Quedan, pues, dos soluciones: o definir
las proposiciones en una perspectiva atomista, a partir de sus elementos, elementos que deben
delimitarse sin apelar a su integración en proposiciones que existen en número infinito, por lo que su
significado debe ser inmanente. O dar una explicación extra-lingüística de la determinación del sentido
de la proposición (y de la frase que la significa): volver al discurso y a la sociedad.

La solución elegida, tanto por la lógica formal como por la semántica estructural, es, como hemos
visto, el atomismo. Para la lógica, el objeto viene definido como la suma de sus propiedades o atributos. La noción
de meta-lengua y la teoría de la jerarquía de los lenguajes, que se ha desarrollado para resolver el
problema de las paradojas, mencionado en el primer capítulo, conduce, como lo ha demostrado A.
SCAF,5 a resolver la cuestión de la significación en una perspectiva convencionalista. Pero las teorías
convencionalistas del significado hacen de éste una realidad inmanente.

La «semántica estructural» propone una solución de la misma naturaleza que la elegida por la lógica
formal. El término-objeto, «al cabo de un análisis exhaustivo, se define como la colección de semas,
S1, S2, S3, etc.».6 Además, los «semas» o unidades elementales (átomos) de significación, son los
predicados de la lógica.

El apelar a la existencia de unidades de significado, de átomos de sentido (semas, atributos,


categorías semánticas) aparece, pues, como el insoslayable supuesto previo que permite el constituir,
como disciplina autónoma respecto a las determinaciones sociales e históricas, las diferentes
«disciplinas» que se ocupan de fenómenos de lenguaje.

5.2. Transformaciones y equivalencias gramaticales


Desde el punto de vista de los métodos de análisis del discurso, se plantea también la cuestión de la
relación entre frase y proposición. Pero se hace mediante el uso de la noción de equivalencia gramatical, que
aparece para legitimar la sustitución de una frase por otra de manera que se homogeneicen los
contextos de sustitución de segmentos discursivos.

La noción de «equivalencia gramatical» (de las frases) tiene una decisiva importancia para el análisis
del discurso en general, tanto el de Harris como el de todos los demás investigadores.7 Y es una noción
clave en las lingüísticas distribucional, transformacional y generativa. Por ello conviene el establecer
3
Pizarro, N.: «Structure pro f onde et proposition», Travaux du Centre de Recherches Sémiologiques, Neuchâtel, 1974.
4
Rechazando la distinción entre sintaxis y semántica, y rechazando al mismo tiempo la noción de estructura profunda, se ha
constituido, sobre todo en los Estados Unidos, una «escuela» de lingüistas que definen su actividad como una «semántica generativa»,
para demarcarse así respecto al punto de vista sintáctico de Chomsky. Estos trabajos, de un interés indudable, no se han presentado
aún como una teoría general, articulada y explícita, de los fenómenos de lenguaje. Mencionemos a Fillmore, Lakoff y Postal.
En otros campos, como el de la inteligencia artificial, se aborda el problema de las relaciones entre sintaxis y semántica sin utilizar
la noción de proposición (porque los ordenadores electrónicos no tienen conceptos, sino que operan sobre entidades materiales). Los
trabajos de Winograd, Minsky y Norman dan una idea de esa orientación, que tiene aspectos comunes con la semántica generativa.
5
Schaff, A.: Introduction à la Sémantique, París, Anthropos, 1969. (Hay traducción castellana.)
6
Greimas, A. J.: Ob. cit., p. 27.
7
En particular, para el Análisis Automático del Discurso. Pero también para las técnicas de traducción automática y para la
automatización de la investigación documental. Ver Gross, R. C., y otros, ob. cit.

65
aquí con la mayor claridad posible, la definición y la función teórica de este concepto.

Obviamente, la noción de «equivalencia gramatical» y la de «transformación gramatical» están


íntimamente asociadas. La «transformación gramatical» de una frase produce otra frase
«gramaticalmente equivalente» a la primera. Si la frase producida por una transformación dada no es
«gramaticalmente equivalente» a la primera, la transformación no será considerada como «transforma-
ción gramatical». Vale decir que la definición del concepto de «transformación gramatical» -esencial
para la lingüística moderna- sólo es posible si se considera previamente definido el de «equivalencia
gramatical».

Podría, también, invertirse esta relación, y definir la «equivalencia gramatical» como el resultado de
una «transformación gramatical», siempre y cuando ésta última estuviera definida independientemente
de la primera. Pero, el hecho es que la lingüística ha procedido de la primera manera, definiendo la
transformación a partir de la «noción de equivalencia».

Las razones de esta manera de proceder son obvias: la «equivalencia gramatical» es un concepto
que, además de ser intuitivamente «evidente», tiene una amplia tradición y está asociado con
concepciones profundamente arraigadas en el pensamiento filosófico y en el «sentido común»: dos
frases son equivalentes si «dicen lo mismo», pero de «otra manera», si tienen «formas» distintas y el
mismo contenido. Siempre que se utiliza la noción de transformación, se designa a la vez el cambio de algo y
la conservación de algo. En la transformación cambia la forma y se conserva la materia, la «sustancia», el
«contenido». En el «sentido común», es decir, en la ideología como en la tradición lingüística, la
«materia», «sustancia» o «contenido» de la frase es «lo que dice»: su sentido...

El afirmar la «equivalencia gramatical» de dos frases implica, pues, que se constata que tienen
formas diferentes (sino las tuvieran no hablaríamos de dos frases, sino de una) y el mismo significado. El
ejemplo clásico es la «transformación pasiva»: el paso de «Juan lee el libro» a «el libro es leído por
Juan», o ejemplos similares.

La equivalencia, en cuanto al sentido de una frase en forma activa y su transformada en pasiva,


parece obvia cuando, como en el párrafo precedente, se consideran las dos fuera de todo contexto
discursivo, en un ejemplo típico de libro de gramática. Pero la evidencia de la equivalencia semántica
(mal llamada gramatical) de una frase y de su transformada (para seguir con el ejemplo) en pasiva, se
apoya en una concepción implícita de en qué consiste el «sentido» de una frase, que conviene explicitar.

Para afirmar que una frase y su transformada en pasiva tienen el mismo sentido, hay que concebir
que el sentido es la relación entre los objetos designados por los términos que en la terminología clásica se
designaban como «sujeto» y «complemento directo»: en nuestro ejemplo, «Juan» y «el libro». Esta
relación entre los objetos designados por los términos «Juan» y «el libro», se manifiesta en las frases por
las expresiones «lee» o «es leído por». El sentido es, pues, una relación constante entre los conceptos mas
que entre la materialidad de los términos. Entre una frase y la otra se han añadido letras (de «lee» a «es
leído por») o fonemas (según el caso) o se han sustituido por otras... Las letras y/o los fonemas, a otro
nivel de análisis, son materia, son sustancia. El considerar que el cambio de «lee» a «es leído por» es un
cambio de forma, una transformación, implica que hay que considerar, simultáneamente, que la
sustancia, materia o contenido de las frases (lo que no cambia) es una pura relación conceptual.

Ahora bien, en la vida cotidiana, fuera de los ejemplos de los libros de gramática, las frases -todas-
son enunciados producidos por alguien en una situación dada, en un contexto social definido. En la «vida
cotidiana», en la realidad de la práctica discursiva, cuando alguien oye a alguien enunciar «Juan lee el
libro», el efecto que en el auditor produce ese enunciado no es el mismo que cuando oye «el libro es
leído por Juan». Y esto porque la «forma» produce también efectos significantes, ligados con el contexto real
-social, psicológico, histórico y, también, lingüístico- de la enunciación en su relación con el
enunciado. De la «activa» a la «pasiva» hay un cambio de «énfasis»: se habla de Juan (que podría leer
una revista) o del libro -que podría ser leído por otra persona-. Se cambia de «estilo»: en castellano, este
tipo de pasivas son tan poco frecuentes que para un locutor nativo castellano, el oír la pasiva de
nuestro ejemplo iría asociado con una sensación de extrañeza (el que la enuncia no es castellano... o no
es «normal»). Podríamos acumular diferencias entre los efectos de una y otra frase...8
8
R. Jakobson ha analizado este fenómeno en términos funcionales.

66
Lo esencial es, pues, que la noción de «equivalencia gramatical» identifica el sentido de la frase con
una relación conceptual (una proposición) despreciando así el efecto significante de la frase como fenómeno
de lenguaje (y no de ideas) que se produce en la realidad practica. Esta identificación conlleva una
concepción racionalista9 del lenguaje, que va siempre aparejada con una concepción expresiva e instrumental
del mismo: el punto de partida del acto de hablar es, en esta concepción, doble. Por una parte, la
existencia en la conciencia del sujeto, de una relación conceptual. Por otra, la existencia de una «voluntad de
significar»10 (un «querer decir lo que se piensa»). En esto consiste el racionalismo.

Si el punto de partida del acto de hablar es un doble contenido de conciencia, la relación


conceptual y la voluntad de hablar, el efectuar el acto, el expresar o exteriorizar la idea requiere el
pensar la lengua como instrumento. Por eso, las lingüísticas racionalistas conllevan una concepción
instrumental de la lengua. Deberíamos añadir, una vez más, que el racionalismo y el instrumentalismo
lingüístico presuponen un sujeto del habla libre de toda determinación, social o psicológica. El sujeto
libre de decir lo que piensa en la forma que elige no existe más que en la ideología. O en los libros de
lingüística (¡y de ciencias sociales!).

Llegamos, pues, a una conclusión de graves consecuencias metodológicas: el efectuar


«transformaciones gramaticales» de frases en otras «equivalentes» presupone que el análisis del discurso
carece de pertinencia, puesto que reduce los efectos significantes de los segmentos discursivos -las frases-
a una pura relación conceptual, con lo que el efecto significante del discurso completo se reduce a la
articulación lógica de los significados de las frases que lo componen, de las proposiciones. Y dado que el
análisis de las articulaciones de las proposiciones (a las que se reduce el sentido de las frases) es el
objeto de la lógica proposicional, el único «análisis del discurso» posible es un análisis lógico y no
lingüístico o sociológico. El paso del significado de la frase a la frase que lo «expresa» no puede ser
más que el resultado de la libre elección, por el sujeto, de alternativas admitidas en la lengua, siendo la
sucesión de formas de las frases en el discurso una cuestión extra-lingüística (y extra-sociológica y
extra-histórica): una cuestión de «estilo»...

No es de extrañar, pues, que la lingüística no se ocupe de estudiar textos o discursos: en ellos no hay
más que frases, libertad del sujeto, determinaciones lógicas y preferencias estéticas.

Los resultados de la crítica que hicimos, en el capítulo segundo, de las concepciones que de la
lengua se han hecho: Saussure y Chomsky coinciden, pues, con el análisis de la relación entre
gramática y análisis del discurso. Si las concepciones gramaticales dominantes son justas, el discurso
no es un objeto de estudio pertinente ni para la lingüística ni para la sociología. Y si por casualidad el
discurso fuera objeto necesario de la lingüística y de la sociología, tendría que ser otra lingüística (no
racionalista, concepción instrumental de la lengua) y, como veremos después, otra sociología.

5.3. Sujeto y proposición


La necesidad de situar la problemática del discurso fuera del formalismo, exige algunas notas
suplementarias sobre el devenir del sujeto en la asociación entre frase y proposición.

El punto de partida del examen que efectuamos aquí es una constatación: la lógica formal no conoce
sujetos.

La lógica proposicional no comprende más que objetos, predicados (se pueden considerar las
relaciones entre dos o más objetos como predicados) y conectores (lógicos). Consecuentemente, el sujeto
(en el sentido estricto que precisamos después) está ausente de las proposiciones, enunciados «bien
construidos» con los «símbolos» de la lógica simbólica (o formal).11

9
Esta concepción está claramente expresada por Noam Chomsky, que la reivindica con ardor en La lingüística cartesiana.
10
En la fenomenología -Husserl o Merleau-Ponty- la noción de «intención de significar» es un tema clave. La etnometodología (A.
Cicourel, en particular) la ha transformado en preocupación sociológica.
11
Como referencias para la lógica proposicional, citemos, por ejemplo, Carnap, R.: Introducción to Symbolic Logic and its
Applications, New York, Dover, 1958, o Grize, J. B.: Traité de Logique, París, Gauthiers-Villars, 1972.

67
E. Benveniste se interesó por el problema de los pronombres personales en la frase. En su artículo
célebre «De la subjectivité dans le langage»,12 indica que no se puede considerar el pronombre «yo»
como un término objeto en una proposición: «yo» no designa ni objeto concreto particular ni una clase
de objetos. «Yo» designa la «instancia del discurso». Pero Benveniste no saca las conclusiones que
estas constataciones exigen y continúa identificando la frase con la proposición y considerando esta última
como la unidad de significación. Estas posiciones son claramente contradictorias respecto a su análisis de
los pronombres personales. Si en la proposición no hay más que objetos, predicados y conectores, las
frases que contienen un pronombre personal «yo» no pueden reducirse a ninguna proposición, porque
no existe nada en la estructura de la proposición que represente al sujeto «yo». Por ello, la
identificación entre frase y proposición es inadecuada.

En efecto, cuando se intenta definir la proposición que constituye el significado de una frase
como, por ejemplo, «yo soy sociólogo», lo que hay que hacer es definir qué objetos, predicados y
operaciones lógicas intervienen en ella y traducirlo a un lenguaje formal, el de la lógica proposicional.
Obviamente, «sociólogo» es un atributo del término que precede al verbo ser...

Para la lógica formal, todo objeto distinto tiene que traducirse por un símbolo distinto. Y, como
hemos dicho ya, el que dos objetos sean distintos implica que sus propiedades (o atributos) sean
distintas. Lo que, dicho de otra manera, significa que si todo objeto tiene propiedades, toda propiedad es
propiedad de (una clase) de objetos. Necesariamente.

Ahora bien, en la frase que examinamos, el término que precede al verbo ser no es un objeto, ni una
clase de objetos. No es un objeto porque hay muchos individuos que dicen ser sociólogos. No es una
clase de objetos porque el único atributo común de las entidades que el «término» yo designa es,
precisamente, el hecho de «decir» yo. En efecto, si se puede escribir tanto «Yo soy sociólogo» como «Yo
no soy sociólogo», es obvio que el atributo «ser sociólogo» no caracteriza a todos los «yo». Y lo mismo
ocurriría con cualquier otro atributo. Con lo que lo único que tienen en común las entidades que «yo»
designa es que se designan como «yo», al decir yo, en un discurso.

No teniendo más atributo que «el hecho de decir», el ser «instancia del discurso», el término «yo» no
designa un objeto ni una clase de objetos (cualquier entidad que diga yo tiene, en efecto, los atributos
del yo). Por lo tanto, el término «yo» no tiene traducción en el lenguaje formal de la lógica, a menos
que se sustituya yo por un nombre propio (el del objeto que, aquí y ahora, dice «yo»). Pero esto hace que la
proposición «SOCIÓLOGO (XY)», que utilizaríamos para representar la frase «Yo soy sociólogo»,
sustituyendo yo por el nombre propio, «XY» del que habla, representaría también la frase dicha por mí
«XY es sociólogo»...

No basta con constatar que no hay nada en la proposición misma, capaz de distinguir quién la
piensa y dice. Hay que añadir que el «yo», la instancia del discurso está presente dentro de la frase misma.
Si esta presencia efectiva de la instancia del discurso en la frase, presencia no sólo en el término
«yo», sino en la «forma» del verbo, en la «persona», no tuviera una función significadora, el colocarle
fuera del «significado» de la frase sería una operación legítima. Pero tal no es el caso.

5.4. Función significadora de las marcas de la subjetividad


Como hemos visto en el capítulo tercero, la noción de «personaje» es un elemento estructurante
esencial del discurso narrativo. Pero, fuera de la narrativa, también lo es de todo discurso: la
utilización de la referencia tiene una función significadora precisa, designada con la expresión
«argumento de autoridad». Al fin y al cabo, la utilización del nombre propio de alguien, a quien se
atribuye un discurso que el que habla asume como verdadero, es un procedimiento retórico similar al
del discurso narrativo, en el que el «personaje» es todo término al que se atribuye un discurso, externo
(dice) o interno (piensa).

Si en la narrativa este procedimiento constituye una entidad como «persona» (je), y tiene una
función estructural en el relato, en el discurso en general, político, religioso, filosófico, científico,
12
Benveniste, E.: Problèmes de Linguistique générale, París, Gallimard, 1966. (Hay arad. castellana.)

68
familiar -institucional en suma- el atribuir una proposición a una «tercera persona» asocia con la primera
atributos de la segunda...

Estos procedimientos «retóricos» no son puros adornos de un «lenguaje llano» que, como hemos
mencionado ya, no existe. Lo que se ha designado como «procedimiento retórico» indica, al contrario,
un aspecto esencial de la realidad social y psicológica: que el objeto, y sus propiedades, no existen más
que para «un sujeto» (que habla a, al menos, otro, por lo que, en realidad, hace falta, al menos, dos
sujetos...)

En efecto, las «propiedades» del objeto son el equivalente, en la lógica de las proposiciones, de la
clasificación en la lógica de las clases. El decir «Martín es sociólogo» puede traducirse tanto como «el
objeto M tiene el atributo S» -la proposición SOCIÓLOGO (MARTIN)-, como por «el objeto Martín
pertenece a la clase S». Esta equivalencia entre la «propiedad» del objeto y las clases de objetos es útil
porque pone de manifiesto el carácter «arbitrario» de la atribución de propiedades a un «objeto», al
identificar «atribución de propiedades» -predicación- con clasificación. Y ya sabemos que las «clases» -las
propiedades comunes- son resultados de la actividad clasificadora, determinada ésta siempre por factores
extra-lingüísticos y extra-lógicos. Factores que son «sociales» no porque sean «convencionales», sino
porque, con ese término designamos los efectos de las condiciones de reproducción -aquí y ahora- de
los procesos sociales sobre la constitución de los sujetos, es decir, de lo que «dice» y al decir, se
«sujeta». Pero el ser sujeto sólo es posible frente a objetos, es decir, frente a una realidad dosificada
que permite la predicación, ese «decir algo de algo» que, «aludiendo» la condición de posibilidad (la
clasificación) de lo que le define (el mismo predicar a decir), es lo definitorio de la subjetividad.

La frase, pues, lleva las marcas del origen -enmascarado- de las «propiedades» o atributos de los
términos-objetos del sujeto que la enuncia. Si todos los sujetos fueran idénticos, esto no plantearía
ningún problema semántico ni lógico: el «consenso» y el sujeto neutralizado fundan -imaginariamente-
una semántica idealista Pero no lo son (somos). Si los sujetos fuéramos idénticos, el discurso, como
toda comunicación, sería superfluo. Las llamadas «circunstancias» son tan esenciales que sin ellas no
habría ni sujetos (siempre del discurso) ni objetos: sólo la conciencia pura del ser absoluto y único,
misteriosamente dividido en tres personas..

5.5. Hacia un modelo dialéctico del funcionamiento discursivo


Al examinar la reducción del sentido a la proposición, constatamos, pues, que el sujeto, actor y
depósito del sentido, se anula, se borra. El sujeto contiene al sentido pero no tiene sentido. Su función no
es más que contener al consenso fundador del significado.

Por eso, el análisis del discurso plantea problemas insolubles al pensamiento lingüístico-lógico-
semántico. La búsqueda de diferencias de significado lleva a admitir que hay una pluralidad de sujetos
distintos, a buscar diferencias. A admitir, por lo tanto, que éstos tienen más atributos que el puro
contener. Y a postular que no se debe reducir la frase a la proposición, porque esta reducción va a la
par con la transformación de los sujetos en sujeto universal, neutralizado y único.

Si no se reduce la frase a la proposición, se puede pensar que, al menos, la primera contiene a la


segunda. Se admite entonces que la oración se analiza en tres partes: una proposición, un vínculo modal y un
soporte-sujeto, un yo-nosotros siempre dominante, un tú-nosotros siempre presente (el
«destinatario») y un «él-ellos» siempre objetivado. Si representamos lo dicho simbólicamente con las letras
P para proposición, S para el «soporte» de la proposición (y no del enunciado, como ha propuesto Ross13
en un esquema formalmente similar, pero que sigue confundiendo frase y proposición), y v para el vínculo
modal, este análisis puede representarse, en su forma más elemental, como
SvP

Decimos en su forma más elemental, porque esta fórmula puede desarrollarse a derecha y a izquierda.
Esto se logra encerrando entre paréntesis la fórmula S v P y colocándola en el lugar de P en la fórmula
S v P, lo que produce
13
Ross, J. R.: «On declarative sentences», en R. Jacobs and P. Rosembaun (eds.). Reading in transformational grammar,
Mass, Waltham, 1970.

69
S v (S' v ' P)

Este procedimiento puede repetirse S v(S' v' (S" v" P))

sustituyendo P por S v P.

El lector comprenderá fácilmente que la sustitución de P por S v P representa simbólicamente un


procedimiento discursivo muy frecuente: la cita. Un ejemplo esquemático lo ilustra claramente.

si P. = «el capital es una relación social»


y si v = «digo que» «+» («a ti» v «a vosotros»)
y S = «yo»

la fórmula S v P es un enunciado directo de la proposición (y presente, pero no encontraremos en un análisis


detallado de los componentes del vínculo modal v). Es obvio que la transformación S v P en S v (S' v' P),
en la que S' = Marx, v' = decía que», representa (bastante) adecuadamente la referencia. En este caso,
dada la naturaleza de v y v', esta referencia es la figura retórica del

argumento de autoridad. La fórmula


S v (S’ ,v' (S" v" P))
representa el caso

(Yo) (digo que) ((Lenin) (afirma que) (Marx consideraba que) (el capital es una relación social))

La regla de sustitución, en la fórmula S v P de P por S v P implica que todo soporte de una


proposición precedido a la izquierda por otro soporte se convierte en objeto: un tipo particular de
objetos, los personajes, caracterizados por soportar la proposición que se encuentra a su derecha. Así, un
naipe o un conejo pueden ser personajes: basta con que en un discurso aparezcan a la derecha del
origen-S y a la izquierda de una proposición soportada por ellos...

El origen de la secuencia de «S v P» encajonados es, siempre, el yo de la enunciación, articulado


con el «tú-nosotros» (el destinatario). Uno y otro están presentes en el enunciado (aunque el
destinatario no tenga más significante que el enunciado mismo, fruto del mismo enunciar). Aunque
suceda a veces que el «yo» inicial del discurso quede lejos del enunciado que está en la memoria a
corto término del destinatario: hay muchas novelas que están escritas como discurso autobiográfico de
un personaje... Como muchos textos formalizados en los que el «yo» no aparece nada más que en el
prólogo y en la definición inicial de axiomas y reglas de deducción.

Mencionemos, antes de dejar este tema, que el análisis de la frase que se propone aquí puede
refinarse considerablemente, elaborando una tipología adecuada de los vínculos modales y de las
proposiciones. En cuanto a las proposiciones, basta con clasificarlas (utilizando cuantificadores se hace
mejor) según que la atribución porte sobre 'un objeto, sobre un conjunto de objetos o sobre todos los
objetos de una clase, para tener en cuenta aspectos importantes de la estructura discursiva. Pero es
obvio que se puede utilizar buena parte de los resultados de la lógica proposicional y, en particular, las
equivalencias entre diferentes combinaciones de los mismos objetos con diferentes operadores
lógicos, combinando este análisis con el de los vínculos modales.

Importa subrayar que los vínculos modales tienen funciones valorativas respecto a la proposición,
además de contener, a veces implícitamente, el «alter» dialógico del soporte y precisar las relaciones
temporales 14 entre proposición (y no enunciado) y enunciación.

En efecto, los verbos «digo», «pienso», «creo», «considero», «afirmo», atribuyen diferentes valores de
verdad.

Este análisis presupone que el instante de la enunciación es el origen de la temporalidad discursiva,


como de costumbre, y a la proposición que los sigue. Un análisis más fino de los vínculos modales podrá
14
Un ejemplo interesante que formula el problema de la continuidad del yo en el tiempo es el análisis.

70
demostrar que la relación entre el soporte y la proposición atribuye otros valores, además de los de
verdad, a ésta. Valores morales y estéticos, ligados siempre, en nuestra cultura, y, por lo tanto, en nuestro
discurso, a los de la verdad.

Pero no sigamos desarrollando aquí este tipo de análisis de la frase, que puede, obviamente,
integrar muchos resultados de análisis sintácticos y morfosintácticos hechos en diferentes
perspectivas.

Lo que importa subrayar es que cuando se reduce el efecto significante de la frase al sentido de la
proposición contenida en ella, no es posible trasformar las frases en frases «equivalentes
gramaticalmente», con lo que el análisis sintáctico es imposible. Lo único posible es el efectuar un
análisis del discurso al nivel del significante, utilizando como unidades morfemas y grafemas, agrupán-
dolos en clases y asociándolos siempre con la concreta situación material, histórica y social, que
determina a la vez su producción y su efecto. Sin olvidar, además, que los factores que determinan la
producción del discurso y su efecto pueden no ser los mismos.

Apuntemos, para terminar, que la crítica que Kuroda15 hace del modelo de Ross16 y que el primero
considera una «teoría comunicacional del lenguaje» no nos parece ser ni una interpretación fecunda de
lo propuesto por el último, ni una crítica antes de tiempo de lo que aquí proponemos. En efecto, en el
análisis de Ross, encontramos la fórmula

I Vp you S,

donde:

del ejemplo siguiente como autorreferencia: «yo dije basta»: (yo) [(digo) (ahora) (a ti) (que) (en otro momento)] ((YO)
(decir) (BASTA)].

1° I es «Yo», equivalente únicamente aproximado de nuestro concepto de soporte de la proposición (que,


como hemos indicado, puede ser soportada por la «tercera persona» o el «nombre propio», por un
objeto-subjetivado).

2° Vp es un verbo performante (afirmo, digo) similar a los mencionados por nosotros, pero que no se
identifica con nuestra categoría de vínculo modal, más amplia, ya que cubre desde el francés o el
español «decir que» hasta el grafismo del texto teatral «Hamlet: To be or not to be...», en el que el
vínculo es, sencillamente « : »...

3° «you», representa el «tú-nosotros» que nosotros incluimos en el vínculo modal.

4° S, representa una frase (Sentence) y no una proposición como P en nuestro modelo.


Las diferencias entre el modelo de Ross y el nuestro son grandes: las más importantes son las
diferencias entre soporte y «yo» y la existente entre la frase (S) del mencionado autor y la proposición (P)
en nuestra fórmula.

Ni Kuroda ni Ross han percibido la importancia de la dialéctica sujeto-objeto en el lenguaje, porque


ambos identifican frase y proposición, producción de un discurso con acto expresivo, diálogo con
«circulación» y la entidad «información» con «mensaje».

La crítica que Kuroda hace del modelo de Ross es tanto más feroz cuando con ese modelo, a pesar
de sus imperfecciones, hace imposible el análisis sintáctico de las frases. Kuroda se pierde en
disquisiciones metafísicas en su rechazo del «narrador omnisciente», sin comprender que producir un
discurso en el que «A dice que B piensa que C piensa que P» no es atribuir a A el «saber», sino
transformar B y C y modificar el efecto significante de P.

15
Kurola, S. Y.: «Reflections on the formulations of narrative theory», en Teun A. van Dijk (ed.), Pragmatics of language and
literature, Amsterdam, North-Holland, 1976.
16
Ross, J. R.: Ob. cit.

71


Estas consideraciones tienen efectos en la metodología e, incluso, en la teoría sociológica. Para


explicarlas cenemos que hacer un inexcusable rodeo y examinar las relaciones entre sistema, sentido y
sujeto en la sociología misma.

72
Segunda Parte

LAS TEORIAS SOCIOLÓGICAS

73
6

El sentido y el sujeto
en la teoría sociológica

74
6.1. Discurso y cultura
El estudio de las representaciones y de los valores imperantes en una sociedad dada ha formado
parte de la problemática de la sociología desde los orígenes de esta ciencia. Porque las
representaciones y los valores regulan las relaciones sociales y los intercambios de la sociedad con la
naturaleza.

Aunque sepamos desde Durkheim y Marx que los valores y las representaciones conceptuales no
son descripciones exactas y objetivas de las relaciones y procesos sociales, sabemos también que su
existencia forma parte de los fenómenos por ellos simultáneamente designados y enmascarados. Por
eso, la sociología se ha planteado desde sus orígenes la cuestión de la función social de los sistemas
conceptuales y valorativos.

Pero conceptos y valores, aunque existen como formas de organización de la convivencia, son
observables ante todo en el discurso.

Ahora bien, el discurso sobre los valores, o sobre los conceptos, no es el único tipo de discurso en el
que valores y conceptos manifiestan su presencia y su efectividad social. Lo esencial es, quizás, que
cualquier discurso se produce en y desde valores y conceptos que, de forma implícita, lo organizan.

Valores y conceptos son elementos de la cultura, al menos en su definición antropológica. Desde


Tylor, la antropología define la cultura como «ese complejo de conocimientos, creencias, arte, moral,
derecho, costumbres y cualesquiera otras aptitudes y hábitos que el hombre adquiere como miembro
de la sociedad».1 Más recientemente, Kroeber y Kluckhohn consideran que «el núcleo esencial de la
cultura son las ideas tradicionales (es decir, históricamente generadas y seleccionadas) y, especialmente,
los valores vinculados a ellas».2 Y, en la sociología americana contemporánea, el concepto de cultura
es, esencialmente, el mismo que el de Kroeber3; para Parsons, en efecto, la cultura es un sistema de
acción particular, compuesto de entidades simbólicas -representaciones conceptuales y valores- cuya
forma de existencia es la interiorización en la personalidad de los actores sociales y la
institucionalización en los sistemas sociales.4 La posición de Parsons constituye una formulación
particularmente precisa, de un consenso casi total en la sociología académica anglosajona.5

El concepto antropológico de cultura, destinado inicialmente a describir sociedades primitivas, no


tiene en cuenta la existencia de clases sociales. Es un concepto sistemático, que postula la existencia de
una tendencia a la coherencia en las representaciones y valores de una colectividad. Por eso, el
concepto de «ideología», cuando aparece en la literatura antropológica, designa «racionalizaciones» o
«justificaciones» de «formas de conducta seleccionadas»,6 sin referencia a subconjuntos o clases
diferenciadas y opuestas dentro de la sociedad.
Para una buena parte de la sociología contemporánea, la palabra ideología no designa más que uno
de los modelos integradores de creencias morales y cognitivas, caracterizado por una voluntad de
cambiar radicalmente la sociedad, por un alto nivel de coherencia, por su poca apertura, por su
relación con un grupo social organizado. En suma, identifica ideología con la «ideología política
manifiesta y explicitada en un grupo social organizado.7

1
Tylor, Edward: Primitive Culture; Researches into the development of Mythology, Philosophy, Religion, Art and
custom, vol. 1, Gloucester, Mass.: Smith, 1958, página 1.
2
Krober y Kluckhohn: The Nature of Culture, Chicago, Univ. o f Chicago Press, 1952, p. 299.
3
Kroeber and Parsons, Talcott: «The concept of Culture and of Social System», American Sociological Review, 1958, núm.
23, pp. 582-583.
4
Parsons, Talcott: Toward a General Theory of Action, New York, Harper Torchbook, 1962
5
Merrill: Society and Culture, New York, Prentice Hall, 1969. Es un ejemplo, entre otros, de los manuales típicos de la
sociología americana.
6
Kroeber, A., y Kluckhohn: Ob. cit., p. 189.
7
Shils, E.: Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales Edit. Aguilar, Barcelona, a-75, p. 600.
«La ideología es una de las formas que pueden revestir los diversos modelos integradores de las creencias morales y cognitivas sobre el
hombre, la sociedad y el universo (este último en relación con el hombre y la sociedad) que florecen en las relaciones humanas.»

75
Esta concepción de la ideología no tiene ninguna relación genérica con el discurso. Sólo las
«concepciones del mundo»,8 respecto a las cuales se definen las ideologías, pueden manifestarse en el
discurso en general y en el relato en particular. Obviamente, existen otras teorías de los fenómenos
ideológicos y culturales, en las que la ideología aparece como «racionalización» y «justificación» de
conducta, como lo piensa Kroeber, pero donde en lugar de asociarse con la colectividad, las
«racionalizaciones» y las «justificaciones» vienen asociadas con una clase social. Tal es el caso de la
concepción marxista de la ideología (que examinaremos después con el debido detalle). Las ideologías
tienen así una definición semejante a la de las «concepciones del mundo» de Shils, pero al contrario de
éstas, no son la expresión del consenso mayoritario, sino la forma que toman las determinaciones de
la posición de los individuos en la estructura social.

Podremos plantearnos el problema del modo de relación específica que existe entre la noción de
cultura y la de ideología con las estructuras del discurso. Para entender estas relaciones tenemos que
dar un largo rodeo y adentrarnos en la difícil problemática de la función del término cultura en la teoría
sociológica general, lo que implica un examen del sistema conceptual global en el que se inscribe.

6.2. Las categorías fundamentales de la sociología


La sociología es una de las disciplinas que tienen un estatuto más ambiguo en el campo de las
ciencias humanas. Mientras que para algunos el término sociología designa todavía el proyecto -aún
por realizar- de construir una teoría científica de los fenómenos sociales, en la que lo político, lo
económico, lo cultural, lo lingüístico, etc., no son más que aspectos de una ciencia integradora, para
los más, la sociología es una disciplina específica, un sector limitado de las ciencias sociales. Esta
disciplina se define entonces al circunscribir un objeto y/o al definir un método.

Que objeto y método están íntimamente ligados, es una evidencia para los científicos formados en
la tradición de las ciencias «naturales». Pero no lo es tanto para aquellos que, formados en la
-relativamente- nueva horma universitaria de las ciencias sociales, y convencidos por las etiquetas de
manuales y asignaturas, se han acostumbrado a concebir los métodos como un saber universal
respecto a los objetos, ligado a las teorías por el único lazo de la verificación (o falsificación). Esta últi-
ma concepción, propia del más rupestre y vulgar de los positivismos idealistas, hace de las
metodologías una ley, del metodólogo un juez y de la teoría un acusado siempre sospechoso de haber
incurrido en el delito supremo de la estéril especulación filosófica...

En tanto que institución académica, que discurso sancionado con títulos, cátedras, becas y
subvenciones, la sociología está dominada, en el mundo anglosajón sobre todo, por esta última
concepción, cuyo más prestigioso exponente es Paul Lazarsfeld (en los Estados Unidos y en Francia,
Raymond Boudon, discípulo). Para éste, la sociología es el conjunto de enunciados que resultan de la aplicación
del método sociológico a cualquier realidad. Y este «método» se reduce, en la práctica, a una sofisticada
administración y análisis de encuestas...

Veremos más lejos cómo la radical posición metodologista de Lazarsfeld, y el «teoricismo»


parsoniano no son más que dos extremos aparentemente opuestos de una misma infraestructura categorial,
y veremos que esta infraestructura es la del discurso de Parsons. Por el momento, lo esencial es el
poner en evidencia, mediante una lectura de algunos de los textos teóricos y metodológicos más
representativos, las articulaciones y los elementos que constituyen esta «infraestructura categorial» del
discurso sociológico.

El tipo de lectura que es necesario efectuar para alcanzar el objetivo buscado es minuciosa y
constructivista. Por eso no es posible aplicarla a un gran número de textos: tendremos que contentarnos
con elegir algunos, particularmente significativos y dejar al lector la responsabilidad de verificar si los
resultados que hemos alcanzado se aplican a otros textos, si tienen la generalidad que le atribuimos.

Dado que «la sociología» está, como todas las «ciencias sociales», dividida en escuelas, tendencias y
modas, la elección de los textos es un asunto delicado, no tanto porque afecte los resultados de
8
Ibid., p. 601.

76
nuestro análisis, sino porque determina la confianza que el lector les acuerda. La solución que hemos
adoptado, después de haber excluido la única totalmente satisfactoria y absolutamente irrealizable que
consistiría en analizarlos todos, es la de examinar en qué consiste la teoría funcionalista «sensu stricto»
(Malinowski), el «estructuro-funcionalismo» que se atribuye a Parsons y el relacionar estas dos escuelas
con diversos autores y posiciones que el azar o la moda han designado como alternativas respecto al
funcionalismo o al estructuro-funcionalismo.

Procediendo así, hemos dejado de lado, voluntariamente, algunas obras que, para muchos
estudiosos, tienen mayor importancia que las que analizamos. Tal es el caso de la «Sociología», de Max
Weber.

En cuanto a la «sociología» de Marx y al marxismo, lo hemos excluido de la primera parte del


análisis porque, hasta hace poco tiempo, no formaba parte del discurso académico y porque hay
elementos en el modo de producción del discurso específicamente marxiano muy diferentes de los
que constituyen la infraestructura categorial del campo de las «ciencias sociales». Pero también porque
hay en él, mezclados e incoherentes con ellos elementos comunes y porque estos elementos comunes
han servido de fundamento a las interpretaciones dominantes de la aportación de Marx: las
interpretaciones que denominaremos leninistas, no porque Lenin haya sido su único ni principal
exponente, sino porque todas las corrientes de esa interpretación están esencialmente ligadas al
leninismo en tanto que movimiento político.

Desde que la expresión «estalinismo» fue utilizada para designar ciertos aspectos un tanto
«incómodos» del funcionamiento y de la estructura del Partido y del Estado ruso, se ha abierto una
brecha en el imponente aparato del dogmatismo «marxista» por la que, desde una perspectiva de
izquierdas, es posible empezar la crítica no sólo de las posiciones de Stalin en tanto que desvirtuadas
de la línea de Lenin, sino de las posiciones leninistas mismas. La crítica del leninismo está, pues, a la
orden del día. Pero se trata más de una crítica política que de una crítica científica, y las polémicas
sobre la cuestión son todavía un puro desbrozar, quitar celosías para poder contemplar el terreno.
Todavía «tomar posición» sigue siendo más importante que evidenciar procedimientos discursivos,
modos de construcción de objetos. Por eso, y a pesar de la innegable importancia de esta polémica
para designar, en la obra de Marx, los numerosos vacíos, errores e imprecisiones científicas sobre las
que se ha montado la ideología oficial del Estado Soviético y la de la Tercera Internacional, creemos
que es más útil construir, sin tener en cuenta los textos marxistas en esta primera etapa, el modelo de
la infraestructura categorial del discurso de la sociología y dejar para una segunda etapa de nuestro
trabajo el contrastar este modelo con los mencionados errores, vacíos e imprecisiones del discurso
marxista. Esta estrategia tiene la ventaja de establecer diferencias fundadas.9

En cuanto a Max Weber, cuya obra contiene aspectos tan variados como para que se la interprete
ora como antitética, ora como complementaria respecto a la de Marx, nos contentamos con
mencionar que los tres primeros capítulos de su libro póstumo Economía y Sociedad, han sido, a nuestro
entender, correctamente interpretados por Parsons: en esas líneas, Max Weber elabora una exposición
de la sociología como ciencia de la acción social que constituye una de las más explícitas declaraciones
sobre los fundamentos de las teorías de la acción.

En efecto, Weber define la sociología como interpretación de la acción social, y ésta, como el tipo de
acción en la que el significado subjetivo del acto para el actor tiene en cuenta a otros actores. Y, lo que
es absolutamente esencial, Weber define la acción en general, como opuesta al comportamiento, por la
existencia de una significación subjetiva en la conciencia del actor, que orienta la acción, mientras que el puro
comportamiento está sujeto a determinaciones objetivas. En esta definición, Weber y Parsons coinciden
absolutamente. Que en otros aspectos, los dos discursos puedan separarse e incluso oponerse, nos
parece evidente. Pero, desde nuestra perspectiva, esas diferencias son secundarias. No es lo mismo un
ideal-tipo weberiano que una configuración particular de las «pattern variables» parsonianas, como no
es lo mismo la comprensión interpretativa que la descripción estructural seudo-objetiva que nos
propone Parsons... Al menos en cuanto a las superficies discursivas.

Se nos reprochará probablemente el excluir de un análisis que se pretende tan general como para
9
Notamos que la lógica de la exposición no se corresponde con la de la investigación y que en nuestras investigaciones hemos tenido en
cuenta no sólo las obras de Marx y de Lenin, sino las de pensadores como Lukàcs y Althusser.

77
alcanzar la sociología, escuelas tan contemporáneas como la etnometodología, el interaccionismo
simbólico y la teoría de sistemas de Buckley. Si el lector de este texto nos concede el beneficio de la
duda, esperemos que admitirá que estas escuelas producen un discurso organizado por la misma
infraestructura categorial que analizamos, en la que el sujeto, el sentido, el «consensus» y el código,
íntimamente relacionados, constituyen lo esencial. Admitimos, sin embargo, que la cadena de
mediaciones que va desde esta infraestructura categorial hasta las respectivas superficies discursivas es
más larga y sinuosa y, por tanto, que no es fácil ver los fundamentos.

A título indicativo, recordemos que la fenomenología husserliana y/o la semántica generativa son
ambas teorías del sentido y de la intención y que su aplicación al análisis de lo social no es más que
una variante de lo que Parsons llama una teoría voluntarista de la acción. La etnometodología, en sus
fundamentos, es una variante, sofisticada sin duda, del mismo sistema de categorías. Añadiremos que
el interaccionismo simbólico está fundado en una utilización de la noción de código, y que esta noción
es inseparable de la de «consensus» y que ésta, a su vez, consiste en compartir significados. No es
difícil reconstruir el camino que va desde el paradigma sujeto-sentido-consensus hasta las
formulaciones del interaccionismo simbólico. Y en cuanto al trabajo de Walter Buckley (Sociology and
Modern Systems Theory, N. Y., Wiley, 1966), es fácil convencerse de que el uso de términos de la
cibernética y de la teoría de la información no es más que metafórico, y que su discurso está articulado
por las mismas categorías.



Desde sus orígenes, la sociología se desarrolla como la disciplina cuyo objeto es la institución; y
desde sus orígenes, la sociología confiere a las instituciones un puro carácter instrumental respecto a
un conjunto de finalidades que no son objeto de análisis sociológico, porque, como en el caso de Malinowski,10
esas finalidades pueden reducirse a necesidades biológicas o porque, como en el caso de Parsons, esas
finalidades son imperativos funcionales identificados a la existencia misma de lo social como social.

El carácter instrumental conferido por las ciencias humanas o contemporáneas a todo fenómeno
social estudiado, es de una sorprendente generalidad: la lingüística misma define la lengua como
instrumento de comunicación (y la comunicación como intercambio de ideas...). Y también es un hecho de
la misma generalidad el que se atribuya a este «instrumento» el calificativo de arbitrario, como forma
sencilla y rápida de explicar, por qué hay una variedad tan grande de instrumentos con la misma
finalidad. Pero lo que nos interesa más aquí es el que, al conferir a los diferentes órdenes de realidad
social un carácter instrumental y al constituir estos aparatos instrumentales en objetos de las diferentes
disciplinas, las finalidades en cuestión son radicalmente excluidas de la investigación científica y relegadas, en el mejor
de los casos, a la especulación filosófica. Por ejemplo, la lingüística, que define la lengua como instrumento
de comunicación, de intercambio de significados, excluye de su campo el estudio de la significación,
relegándolo a una disciplina especulativa, constituida exprofeso, la «semántica».
Para evitar que se nos acuse de propugnar un modo de explicación teleológico, importa indicar
aquí que de lo que se trata no es de estudiar las «finalidades» de los «instrumentos», sino de no postular
que los hechos sociales son «instrumentos» porque eso nos lleva, precisamente, a la teleología
(¿instrumentos para qué?) y al subjetivismo (¿instrumentos de quién?). Evidentemente, la relación entre el
carácter instrumental conferido a lo social, la teleología y el subjetivismo no es absolutamente rígido:
es posible separar algún término, como lo prueba Parsons. Pero no cualquier término: el subjetivismo
constituye el fundamento inamovible de la problemática de las diferentes disciplinas.

En la polémica sociológica se han distinguido, muchas veces arbitrariamente, «escuelas», cuya


oposición se basa en aspectos que son, después de todo, secundarios. Ello considerando el esquema
categorial común que es el fundamento de la unidad de la sociología como disciplina académica.

Una de esas escuelas es la llamada «funcionalista», en la que se incluye, mucha veces, toda la
sociología... (excepto Marx y los marxistas).

Dado que el sentido matemático de la noción de función es tan general que todas las ciencias
10
Malinowski, B.: Une Théorie Scientifique de la Culture, París, Maspero. (Hay traducción castellana.)

78
serían «funcionalistas», si se entendiera en tal sentido, hay que buscar la especificidad del
funcionalismo como método en lo que lo diferencia del uso metodológico de relaciones funcionales. La crítica,
tanto francesa como americana, ha insistido, como lo hemos mencionado ya, en el «biologismo», en
la importación de un «modelo biológico» en el campo de la social, lo que produce una concepción de
la sociedad-organismo cuya única problemática es el mantenimiento del orden, identificado a la
existencia misma de lo social. Se añade que esta forma de pensar lo social, el identificar existencia y
equilibrio, niega la historia. En los términos de W. Buckley,11 la importación del modelo biológico
pone entre paréntesis la existencia de procesos morfogenéticos al identificar la estructura al conjunto de
variables (y a las relaciones entre ellas) que los procesos cibernéticos mantienen dentro de los
umbrales que caracterizan al sistema.

Estas críticas, esencialmente justas, no tocan, sin embargo, más que un aspecto del problema, ya
que, por una parte no designan en qué consiste, precisamente, la explicación funcionalista, y por otra, no
identifican lo que, precisamente el funcionalismo pretende explicar. Son estos dos aspectos los que nos
interesan primordialmente aquí.

Tampoco distinguen esas críticas lo que separa el funcionalismo a lo Malinowski y el estructural


funcionalismo parsoniano, lo que impide también el entender lo que les une.

6.3. Malinowski y el funcionalismo radical


La obra de Malinowski es una de esas obras complejas y ricas que merecen una lectura atenta y
respetuosa aunque no por ello menos crítica. Hay que distinguir en ella, al menos, dos partes: la parte
etnográfica, cuya lectura es de un gran interés por las minuciosas y agudas observaciones sobre los
funcionamientos y las estructuras sociales en las sociedades del océano Pacífico, y la parte teórica y
metodológica, que se encuentra concentrada sobre todo en Una teoría científica de la cultura. Dados los
objetivos de este estudio, lo que nos interesa es esta última.

En ella, Malinowski apunta una «Breve axiomática del funcionalismo» que constituye la primera
definición de un término que ha servido para caracterizar la metodología de la sociología anglosajona
contemporánea, aunque no siempre adecuadamente: veremos que el estructuro-funcionalismo
parsoniano es una variable importante del funcionalismo en el sentido -que llamaremos «radical»- de
Malinowski.

Respecto a los hechos culturales (o sociales), Malinowski experimenta el mismo malestar que F. de
Saussure respecto a los de lenguaje: son profusos, de distintos tipos, y cuando se quieren observar para
sistematizarlos y analizarlos, hay tantos que no se sabe qué elegir... Una decisión se impone en cuanto
a la definición de los «isolats» «extraídos del real concreto de la cultura», en cuanto a la elección de qué
hay que observar y analizar. Para Malinowski, los datos que hay que extraer de toda observación tienen
que ser institucionales.

En efecto, las instituciones son formas estables de organización de las conductas destinadas a satisfacer nece-
sidades primarias (o biológicas) o secundarias, derivadas de las primeras. En este enunciado se encuentra
un adecuado resumen del funcionalismo de Malinowski, así como el fundamento de las críticas más
frecuentes y banales que de la teoría de Malinowski se han hecho: el «biologismo» ingenuo, que busca
en una pintoresca lista de «necesidades biológicas»12 el fundamento de todo orden social...

Lo que Malinowski llama «relación funcional» es la explicación instrumental de las instituciones, en


términos de estas necesidades biológicas (que plantean pocos problemas, como veremos) y de las
«necesidades» derivadas o secundarias. Cuando se establece que una institución sirve para satisfacer una
necesidad, se ha «explicado» la institución en términos funcionales. Lo malo es que Malinowski no se
contenta con llamar «necesidades» a las condiciones de existencia del organismo humano, sino que
adjetivándolas de «secundarias» o «derivadas», añade a las finalidades funcionalmente explícitas de las
instituciones, entidades de una naturaleza muy diferente, como, por ejemplo, el «mantenimiento del
11
Buckley, W.: Sociology and Modern Systems Theory, New York, J. Wiley and Sons, 1966.
12
Pintoresca porque va desde la respiración hasta la reproducción, pasando por el excreción, el mantenimiento de la temperatura
del cuerpo, etc. Ingenua, porque el término necesidad no es un concepto biológico ni psicológico...

79
orden». Justifica esta extensión de las necesidades con una explicación funcional: puesto que el orden
es necesario para que los hombres se alimenten, el orden es una necesidad derivada de la
alimentación... Además, todas las instituciones, por el mero hecho de serlo, tienen una función, es
decir, satisfacen necesidades primarias o secundarias.

La crítica de este funcionalismo radical ha sido hecha desde muchos puntos de vista: se ha acusado
al análisis funcional de «biologicista» (lo que es verdad en el caso de Malinowski, pero no toda la
verdad), de «organicista» y, sobre todo, en el contexto de la sociología americana, se le ha dejado de
lado, en sus aspectos teóricos, con el trabajo de Parsons, con el estructuro-funcionalismo, y en el
metodológico, con la brillante afirmación de Thomas K. Merton, el defensor de las «teorías de alcance
medio», de que existen... disfunciones, lo cual, aunque sea verdad, quita al análisis funcional la
coherencia metodológica que garantizaba el valor heurístico que pudiera tener.

El funcionalismo con disfunciones es ya otra cosa: los trabajos que son aún los grandes clásicos de
la sociología empírica americana, como el célebre Street Corner Society, de William F. White, no pueden
reproducirse porque la pregunta «para qué sirven las bandas de adolescentes de los barrios» no lleva,
gracias a la noción de disfunción, a hacer una encuesta y a observar. Basta con decir que puesto que
son gérmenes de delincuencia son disfuncionales respecto a los valores que definen la cultura. Pero
esto se verá más claramente después de examinar la obra de Parsons.

Por el momento, tenemos que insistir en un aspecto de la metodología funcionalista de Malinowski


que ha sido pasado por alto por la crítica, tanto estructuro-funcionalista como marxista. Se trata,
precisamente, del punto de partida del razonamiento que conduce a Malinowski a definir su análisis
funcional: la definición de la institución que, como hemos visto ya, es siempre lo que hay que aislar en la
observación, el dato fundamental que el análisis explica al establecer la «función». Las instituciones se
definen por la existencia de hombres, medios y un sistema de normas y valores que rigen la aplicación
ordenada (y repetida) de los medios para alcanzar los fines institucionales.

Mientras que en sus estudios etnológicos, Malinowski toma en serio el inventario de los medios
materiales y del personal de las instituciones que observa, la sociología funcionalista no examina más que
los sistemas de normas y de valores que las rigen. Esto se debe, entre otras cosas, a que el sociólogo
no siente casi nunca obligación de describir, puesto que al escribir para la sociedad sobre la que escribe, la
descripción le parece redundante y se siente convulsivamente impulsado a explicar...

Ahora bien, hay otras razones, mucho más fundamentales y que dependen todas de un hecho que
queremos contribuir a establecer: que todo el pensamiento contemporáneo sobre lo social está
organizado por un campo categórico en el que los datos son siempre actos de sujetos, en el que los
sujetos son depositarios de un sentido y, finalmente, en el que la explicación consiste siempre en
construir los sistemas de idealidades, los sistemas de acción por los que los actos puntuales se rigen.
En el pensamiento de Malinowski, esta proposición aparece con mucha menor constancia que en
los textos de Parsons o Chomsky. Precisamente por eso vale la pena detenerse un poco y examinar
detalladamente un texto que para muchos no es más que un objeto rápidamente confinado en el
museo del saber, en esa historia del pensamiento que se construye a menudo para evitar al lector
contemporáneo la desagradable sorpresa de la constatación de la redundancia.

Cuando Malinowski afirma el carácter instrumental del orden institucional respecto a finalidades que
llama necesidades primarias o secundarias, según que sean biológicas o no, está afirmando que existe un
sujeto de la acción social. Y esto porque la noción de instrumento- está íntimamente ligada a la de sujeto y
a la de acción: un objeto que no aparece como conjunto de medios de «alguien» para, evidentemente,
alcanzar algún objetivo, no es un instrumento, aunque sea objeto. Malinowski insiste sobre la relación
entre el instrumento y las «necesidades que satisface». Pero de la misma manera que las «necesidades»
son necesidades de ese implícito sujeto colectivo, de «los hombres» de la sociedad estudiada, la
institución, en tanto en cuanto se define como medio para alcanzar uno o muchos fines de alguien, es
también medio para alguien.

La institución de Malinowski «sistema organizado de actividades pautadas»,13 está organizada por un


13
Ibid., p. 48.

80
sistema de valores, que llama «estatutos», en cuyo nombre los hombres se organizan o se afilian a
organizaciones ya existentes».14 El sujeto es «los hombres», organizarse o afiliarse a organizaciones es
el medio. Los fines se encuentran en las ya harto mencionadas necesidades biológicas...

Un aspecto esencial de esta forma de definir la especificidad del hecho social como hecho
instrumental es que las finalidades están siempre fuera del análisis sociológico (o antropológico o
económico); «fuera» en el sentido de que no tienen por qué explicarse: basta con postularlas. Aún
cuando en sistemas modernos y sutiles como los de Parsons o Chomsky, las finalidades no sean las
simplistas necesidades biológicas de Malinowski, como las de este último, se substraen también del
análisis, son exteriores a él. Cuando lo social es instrumental, lo que no es instrumental no es objeto
de análisis... aun cuando un instrumento sea inseparable de un «para qué».

Esta curiosa forma de proceder se comprende sin dificultad cuando se constata que del
«instrumento» observado y analizado, lo esencial acaba siempre siendo los estatutos, el sistema de valores.
El esquema con el que Malinowski sintetiza su concepción de las organizaciones-instituciones es
absolutamente explícito a este respecto:15

Estatutos

Personal Normas

Material

Actividades

Función

Los estatutos, es decir, los sistemas de valores dominan la institución: personal y normas se derivan
de ellos, y a su vez dominan el o los materiales con los que se efectúan las actividades que tienen una
función...

Ahora bien, aunque los estatutos dominan el personal de la organización, puesto que los estatutos
son valores, («en cuyo nombre los hombres se organizan»), estos valores son los valores de «los
hombres»: «de» quiere aquí decir «interiorizados por», «constituyentes de la conciencia de». El «análisis
funcional» de Malinowski es, de forma menos clara y explícita que el de Parsons, una metodología
para el análisis de la acción. Todas las características esenciales de ésta se encuentran en él: son los
valores de los hombres los que rigen la acción de los hombres y su organización. Por tanto, sólo al
nivel de los valores se puede comprender el carácter sistemático de lo social, el orden...

Insistamos una vez más sobre el hecho de que, en sus estudios etnológicos concretos, Malinowski
tiene en cuenta y describe los aspectos materiales de la organización social, que sus observaciones son
agudas y pertinentes. Pero el esquema categórico de la acción está en pleno centro de su análisis
funcional y esta afirmación nos parece esencial ya que se ha opuesto al accionalismo, el funcionalismo,
como si se tratara de dos escuelas esencialmente opuestas en cuanto al modo de construcción del
objeto de las ciencias sociales. Parsons se defiende de la acusación de funcionalista y reivindica un
estructuro-funcionalismo fundado, como veremos, en una teoría general de la acción de tradición
weberiana. Y luego, Alain Touraine en su Sociología de la Acción,16 buscando sus orígenes en las teorías
14
Ibid., p. 48.
15
Ibid., p. 49.
16
Touraine, A.: Sociologie de l'Action, París, Seuil, 1966. Id.: La production de la société, París, Seuil, 1973. Id.: La
conscience ouvrière, Paris, Seuil, 1966.

81
de la historia, hace algo similar.

6.4. El estructuralismo sociológico: Talcott Parsons


La importancia de la obra de Talcott Parsons en el pensamiento sociológico moderno resulta de la
clarificación y explicitación de los postulados, casi siempre implícitos, de una disciplina
fundamentalmente empírica. Parsons, a partir de 1937, en La estructura de la acción social y, sobre todo,
en 1951, en Hacia una teoría general de la acción, analiza el sistema de coordenadas («frame of reference») que,
en las ciencias humanas en general constituye el conjunto de categorías fundamentales a partir de las
cuales se definen los conceptos de cada una de las disciplinas particulares.

En The Structure of the Social Action (1932), Parsons escribe17:

«Just as the units of a mechanical system in the classical sense, particles, can be defined
only in terms of their properties, mass, velocity, location in space, direction of motion, etc., so
the units of action systems have certain basic properties without which it is not possible to
conceive of the unit as existing.»

Las propiedades que definen las unidades de los sistemas de acción, los actos, constituyen un
sistema de categorías universales. Dada la importancia de esta afirmación, y porque el texto no carece de
un cierto humor ingenuo, vale la pena citarlo, aún cuando el hacerlo no facilite la legibilidad de este
texto18:

«The origin of the mode of thinking in terms of the action scheme in general is so old and
so obscure that it is fruitless to inquire into it here. It is sufficient to point out that, just like
the scheme of classical physics, it is deeply rooted in the common-sense experience of
everyday life, and it is of a range of such experience that it may be regarded as universal to all
human beings».

Vemos entonces que la universalidad de las categorías de la teoría general de la acción es


comparable a las de física clásica: Parsons, como Kant, y como todo idealismo no dialéctico, envía a
las calendas griegas el origen de los universales («a priori...») de la percepción. Porque el acto es, para
Parsons y para todas las «ciencias humanas», lo dado, el fenómeno que hay que explicar: las categorías

Véase, además, N. Pizarro: «El sujeto y los valores: la sociología de Alain Touraine», publicado en 1979 en la Revista de
Investigaciones Sociológicas. Este artículo demuestra la identidad entre categorías fundadoras del discurso de Alain Touraine y
el de Max Weber y Talcott Parsons.
17
Parsons, Talcott: The Structure of Social Action, New York, The Free Press, p. 43, vol. 1.
18
Ibid., p. 43.
En la edición española, este párrafo ha sido traducido como sigue:
«El origen de la costumbre de pensar en términos del esquema de la acción en general es tan viejo y oscuro que resultaría vano
preguntarnos por él aquí. Basta con señalar que, del mismo modo que el esquema de la física clásica, está profundamente enraizado
en la experiencia de sentido común de la vida cotidiana, y es de un tipo de tal experiencia que puede considerarse universal para todos
los seres humanos», pp. 90-91.
Como se ve, en el texto inglés, Parsons utiliza la expresión «mode of thinking», que nosotros hubiéramos traducido literalmente
por «modo de pensar» o«forma de pensar» más que por «costumbre», expresión que, en cierta manera, traiciona el pensamiento del
autor, mucho más estructural que histórico. Lo que Parsons analiza en esta obra podría expresarse como las variaciones y el
desarrollo de un paradigma (en el sentido de Khan n) o de un épistémè en el sentido de Foucault. Para confirmar la importancia
del matiz, basta con leer la continuación del fragmento citado en el que Parsons aduce como prueba de la universalidad de este
«modo de pensar», el hecho de que los elementos básicos del esquema están enclavados en la estructura misma de todas las lenguas,
como en la existencia universal de un verbo que corresponde al verbo inglés «to do» (Ibid., p. 91). Este argumento parsoniano nos
parece extremadamente agudo y pertinente. Más lejos en el texto, mencionamos particularidades del mismo orden. Lo único que hay
que reprochar a la argumentación parsoniana es el confundir las estructuras ideológicas, inscritas en el lenguaje, en las prácticas,
en las subjetividades constituidas por la represión, por los códigos, con la estructura de un discurso científico que supera no sólo el
sentido común, sino que genera estructuras que se sitúan fuera del sentido. Por eso la ciencia es un lenguaje que no es lengua...

82
que lo definen son intocables, no necesitan explicación...

¿Qué nos dice Parsons de estas categorías? ¿Qué es? ¿Cómo se define el acto? La definición es
interesante: sus límites, sus vacíos e imprecisiones, son tan importantes como lo que afirma
perentoriamente:

«An "act" involves logically the following:

1) It implies an agent, an "actor". 2) For purposes of definition the act must have and "end", a futur
state of affairs toward which the process of action is oriented'. 3) It must be initiated in a "situation"
of which the trends of development differ in one or more important respects from the state of
affairs to which the action is oriented, the end.

This situation is in turn analyzable into two elements: those over which the actor has no
control, that is which he can not alter, or prevent from being altered, in conformity with his
end, and those over which he has such control. The former may be termed the "conditions» of
action, the latter the "means". Finally. 4) There is inherent in the conception of his unit, in its
analytical uses, a certain mode of relationship between these elements. That is, in the choice of
alternative means to the end, in so far as the situation allow alternatives there is a "normative
orientation" of Action. Within the area of control of the actor, the means employed can not,
in general, be conceived either as chosen at random or as dependent exclusively on the
conditions of action, but must in some sense be subject to the influence of an independent,
determinate selective factor, a knowledge of which is necessary to the understanding of the
concrete course of action. What is essential to the concept of action is that there should be a
normative orientation, not that this should be of any particular type».19

El acto, entonces, se define por la existencia de un actor en cuya conciencia existe una representación
de la finalidad del comportamiento, un fin, y una representación de la situación, compuesta de medios y
condiciones, según se trate de elementos controlables o no de la situación. Y, sobre todo, existe
también en la conciencia del actor «un cierto tipo de relación» entre las representaciones precedentes,
una relación llamada elección, entre las alternativas, de un medio para alcanzar un fin: esta relación se
llama «orientación normativa de la acción».

El lector notará que los fines permiten la definición de la «situación» así como que las orientaciones
normativas de la acción constituyen un factor selectivo independiente y determinado, cuya existencia es
«esencial para los llamados «sistemas de acción» no son, en definitiva, más que sistemas de orientaciones
normativas de la acción, pues éstas son los factores independientes (variables independientes) y
determinados, esenciales, puesto que su posición en el discurso accionalista hace de ellas el factor
determinante, lo que explica la acción.
En 1951,20 Parsons modifica ligeramente su modo de definición del «sistema de coordenadas» de
las categorías fundamentales de la teoría general de la acción: el esquema se reduce a: 1) un actor,
«ego», «self» o «mind»: un sujeto; 2) una variedad de objetos (objetos de orientación) 3) un sistema de
orientaciones normativas que relacionan el sujeto con los objetos.

Este esquema se precisa definiendo las clases de objetos (sociales, es decir, otros actores, o no
sociales, es decir, objetos físicos o culturales) y los tipos de orientaciones normativas motivacionales y
evaluativas. Los dos tipos de orientación comportan un aspecto cognitivo, es decir, la definición o
diferenciación de los objetos por el sujeto.

A partir de este esquema, Parsons define los sistemas de acción como «pluralidades organizadas de
19
Parsons, Talcott: The Structure of Social Action, New York, The Free Press, pp. 44-45, vol. 1.
Las notas que acompañan este texto de Parsons se leen como sigue (en la edición española, pp. 82-83):
«' En este sentido, y sólo en éste, el esquema de la acción es intrínsecamente teleológico.
² Debe indicarse especialmente que no nos referimos aquí a cosas concretas de la situación. La situación constituye condiciones de
la acción, por contraposición a medios, en la medida en que no esté sujeta al control del actor. Prácticamente todas las cosas
concretas de la situación son en parte condiciones y en parte medios...»
20
Parsons, Talcott: Toward a General Theory of Action, New York, Harper Torchbooks, 1962, p. 51.

83
tales orientaciones de la acción»,21 y centra su análisis en la estructura de estos sistemas. Lo esencial
para el teórico de la acción no es el acto, sino el sistema que rige todos los actos posibles.22 La
distinción entre acto unitario y sistema de acción es una de las características fundamentales del modo
de pensamiento que caracteriza el campo de las ciencias humanas. Una vez hecha, sirve para definir el
objeto de las diferentes disciplinas, mediante un procedimiento de una sorprendente generalidad, que
consiste en definir un «subsistema de acción» para cada tipo de actos. Este subsistema, objeto de la
disciplina, es siempre un sistema de orientaciones normativas, interiorizado por los miembros de una
colectividad y rige los actos unitarios... normales. Cuando, en la práctica, se observan acciones que no
son regidas por las orientaciones normativas del subsistema particular, se las denominan actos
anormales o desviantes, y se caracterizan a los sujetos de tales actos como «desviantes» que, en el mejor
de los casos, constituyen un «grupo marginal».23 La sociología americana procede así, y la teoría
lingüística contemporánea, con su distinción entre «competencia» y «perfomance» (Chomsky); o entre
«lengua» y «habla», constituye un caso ejemplar de este modo de constitución de la que no son más
que pseudo objetos científicos...24

Los términos esenciales del nuevo esquema son sustancialmente los mismos que los del texto de
1937: el actor y sus orientaciones normativas. Las relaciones entre los dos se expresan claramente en el
enunciado siguiente: «Aún cuando la unidad actuante sea un individuo o una colectividad, hablaremos,
al describir la acción, de las orientaciones normativas del actor».25 Y define estas últimas en términos
más abstractos, pero con el mismo contenido que en la primera versión del esquema. En efecto, «una
combinación específica de selecciones relativas a tales objetos (los «objetos de orientación»: N. P.),
efectuada entre las posibilidades de selección disponibles en una situación específica, es lo que
constituye una orientación de la acción para un actor particular».26

Notemos que la distinción entre una acción colectiva y un acto individual se borra y no es
pertinente para el análisis de la acción, pues este análisis se hace en términos de orientaciones
normativas de la acción, es decir, de criterios de selección de objetos de orientación que existen,
interiorizados, en la conciencia del actor individual y que, en el caso del actuante colectivo, al estar
compartidos por todos sus miembros, son únicos. Vale decir que no hay actuante colectivo más que
como pura agregación de lo idéntico...

6.5. Los sistemas de acción

Sistemas de «orientaciones normativas», los sistemas de acción son realidades subjetivas, cuya
función teórica e ideológica es compleja. La definición de la sistematicidad del sistema social en
términos de sistema de acción permite la exclusión de ciertas prácticas -y de los que las ejecutan- del
campo de la plena realidad social y su confinamiento en «márgenes». Pero la función teórica, en la
acción, del «sistema de acción», tiene un alcance mucho mayor que esta distinción sistema-margen (o
normal-anormal).
En efecto, y como lo hemos mencionado ya, los objetos de las diferentes disciplinas en las que se
divide el campo de las «ciencias humanas» o «sociales» son definidos -de facto- como sistemas de
acción, como sistemas de orientaciones normativas que rigen un aspecto determinado de la «acción
humana». En todas las disciplinas existe una oposición constitutiva entre sistema, objeto del discurso, y el
acto que, siendo individual y el individuo siendo, por definición, libre, no puede ser objeto de ciencia.

Las «ciencias humanas» constituidas con este paradigma que estamos evidenciando, se diferencian

21
Ibid., p. 5. «The organized plurality of such orientations of action constitutes a system of action».
22
Apuntemos la similaridad entre esta concepción y la que, del sistema -lengua saussuriana o competencia chomskyana- tienen los
lingüistas.
23
Ver, a este respecto, N. Pizarro: «Les groupes marginaux idéologie et réalité», en Socialisme 69, número 18, Montréal, 1969.
24
Ver el capítulo II sobre este tema.
25
Ibid., p. 4.
26
Ibid., p. 5. La independencia de las orientaciones normativas de la acción así definidas parece menor que en la definición
anterior. Pero, en la práctica del análisis accionalista, las situaciones específicas se borran para dejar en primer plano el objeto
buscado: las orientaciones de la acción.

84
de las ciencias naturales en que, mientras que las primeras estudian las normas, las segundas establecen
leyes. Al menos así lo pretenden la mayoría de los discursos sobre las ciencias humanas, metodológicos
o epistemológicos.27 Mientras que las leyes que las ciencias naturales estudian son universales y no
pueden ser transgredidas, las normas son relativas a una cultura (definida en un instante y lugar dados)
y pueden ser infringidas.28

Las relaciones entre la normatividad del objeto de las ciencias humanas y la libertad del sujeto humano
son evidentes: una ciencia social que estableciera leyes (en el sentido definido en el párrafo
precedente) no podría postular al mismo tiempo la libertad del sujeto. Y este postulado es, como
veremos, la afirmación que el discurso dominante sobre la sociedad no puede contradecir.

Importa subrayar que la libertad del sujeto y el postulado de la eficacia de la conciencia están
íntimamente ligados. Por «eficacia de la conciencia» entendemos el esquema descriptivo-explicativo
siguiente: la conciencia es una especie de receptáculo que contiene entidades subjetivas (ideas, conceptos,
nociones, relaciones-valores y normas), y estas últimas orientan los diferentes tipos de
comportamientos objetivos. La relación entre las idealidades contenidas en la conciencia y el
comportamiento observable es de carácter intencional, voluntario. Pero, como la moral tomista nos ha
enseñado, no hay interpretación valorativa posible para un acto si a la conciencia no se juntan
voluntad y libertad. El postulado de la libertad del sujeto es una condición «sine qua non» para afirmar la eficacia de
los contenidos de conciencia (ideas, valores, normas) en la «orientación de la acción. La libertad es libertad de
elección de alternativas.

No olvidemos que, además, a otro nivel de análisis, la atribución de la libertad es la condición de


posibilidad de la «responsabilidad» del sujeto respecto al acto que, mediante estos postulados deviene
suyo. Y que la «responsabilidad» es el fundamento discursivo, la justificación ideológica, de la represión; es
decir, de la regulación homeostática del sistema social.29

El problema de las relaciones entre la libertad del sujeto y la existencia del «orden social» está en
pleno centro de la reflexión sociológica. Parsons, en La estructura de la acción social, sitúa el problema del
orden en la formulación de Hobbes como el necesario punto de partida para construir una teoría
general de la acción. Según Parsons, la única manera de resolver la contradicción entre la existencia del
orden (no hay guerra de todos contra todos a pesar de...) y la libertad (todos luchan libremente por
alcanzar objetivos individuales) es postular que la libertad es una libertad de elección de cursos alter-
nativos de acción (tal y como aparecen en la conciencia). Y, complementariamente, afirmar que,
puesto que toda selección se hace aplicando criterios de selección, la «causa eficaz» del orden tiene que
encontrarse en la existencia y en la estructuración de tales criterios de selección...

La definición de la noción de sistema de acción responde a este planteamiento. Veremos ahora cómo
Parsons define tres sistemas de acción, tres formas de estructuración de los criterios de selección.
Pero antes de adentrarnos en el examen del sistema de acción de la personalidad, del sistema social y
de la cultura, tenemos que mencionar un hecho esencial para la comprensión del paradigma que
examinamos aquí.

En pocas palabras, se trata de que la «solución parsoniana a la antinomia de Hobbes entre orden y
libertad no resuelve de ninguna manera el problema. Sólo lo desplaza, ya que si el orden es un resultado de la
eficacia de los criterios de selección de alternativas de acción, si los criterios de selección mismos no
pueden ser elegidos libremente por el sujeto, si están determinados socialmente, la libertad del sujeto no
existe. Y se podría añadir que, entonces, existiría, en el campo de lo social, un determinismo comparable
al existente en las ciencias de la naturaleza. En efecto, las leyes sociales serían las que especificarán cuáles
son las normas eficaces en el mantenimiento del orden en una sociedad dada...

Parsons, consciente de este nuevo problema, intenta resolverlo con un dispositivo que constituye una de las
27
La posición de Claude Lévi-Strauss es bien conocida: la línea divisoria entre naturaleza y cultura es la que separa la ley de la
norma y que, digámoslo de paso, es, para este autor, la prohibición del incesto. Esta prohibición tiene, de la ley, la universalidad y,
de la norma, la posibilidad objetiva de la trasgresión.
28
Notemos que la definición misma de los principios físicos determinantes (leyes de conservación) está ligada a la invariancia de
las leyes respecto al espacio y al tiempo.
29
Abordamos este tema en N. N. Pizarro: Crimen y suicidio, Barcelona, 1978.

85
partes peor comprendidas de su otra. Se trata de la teoría de las «pattern variables», las «variables pautantes»,30
desarrollada en Toward a General Theory of Action y en The Social System.31 Esta teoría ha sido mal comprendida por
los discípulos y por los vulgarizadores de Parsons precisamente porque no han comprendido qué problema éste
quiere resolver con ella.32

A la pregunta ¿qué determina la eficacia de un sistema particular de orientaciones normativas?,


Parsons no contesta directamente. Afirma primero que la organización abstracta33 de las orientaciones
normativas se denomina cultura. Ahora bien, la cultura, interiorizada por los actores, no puede estar
determinada, sino que tiene que ser el resultado, también, de una libre selección. Si no, se vuelve a caer
en el infierno del determinismo. La teoría parsoniana de las variables pautantes es la explicación de cómo los
hombres eligen libremente la cultura en función de la cual actúan...

En efecto, las «variables pautantes» son un conjunto de alternativas dicotómicas (cinco o seis,
según qué texto consideremos), criterios de selección de los criterios de selección. Postular la existencia de tales
«variables pautantes» lleva a Parsons a concebir cada cultura como el resultado de una combinación
particular de selecciones entre las dos alternativas de cada una de las variables dicotómicas. Ahora
bien, si esta selección de criterios de selección fuera consciente, no se podría distinguir entre los
criterios de selección y los criterios de selección de los criterios de selección... La conciencia es un
receptáculo de entidades subjetivas, pero estas entidades están organizadas (y esta organización en la
conciencia es lo que se llama, precisamente, el sistema de acción de la personalidad): situar el proceso
de selección entre las alternativas dicotómicas de las «variables pautantes» en la conciencia no es sólo
hacerlo homogéneo respecto a las selecciones operadas por las orientaciones normativas, sino,
además, situar en la conciencia un «proceso de selección» que no corresponde a la experiencia
subjetiva. Si tal fuera el caso, no sólo todo hombre antes de actuar, percibe, conceptúa, valoriza y elige
entre las alternativas, de su acción en función de orientaciones normativas conscientes, sino que,
además, antes de aplicar las orientaciones normativas, a la situación, elige de antemano qué orientaciones
normativas va a aplicar a esta elección, y esto con las variables pautantes. Consecuentemente, todo hombre,
antes de saber si delante de un mendigo que solicita una limosna, se la va a dar, lo que implica la
utilización de una orientación normativa dada (llamémosla caridad, por ejemplo... aunque también
podría ser otra, la justicia, por qué no) elegiría la orientación normativa que va a aplicar a la situación
(la «caridad» o la justicia») eligiendo uno de los dos valores posibles de las seis variables pautantes.
Dado que nadie está consciente de operar tal selección, no queda otra solución que la ofrecida por
Parsons: se elige entre las variables pautantes de forma inconsciente...

Con esto llegamos a una nueva paradoja, la de la elección inconsciente, que sustituye a la que Parsons
quería resolver. Porque elegir inconscientemente es como votar sin darse cuenta: un puro
contrasentido. Pero un contrasentido que no es nuevo en las ciencias humanas. Desde que Freud,
analizando el comportamiento «patológico» descubre en el discurso de los pacientes estructuras que
organizan éste, pero que no pertenecen al campo de la conciencia y que las sitúa en un lugar de la
psiquis que denomina inconsciente, se ha abierto una brecha importante en el esquema voluntarista de la
acción. El testimonio de la Iglesia Católica y del comunismo-estalinismo, que, con argumentos
diferentes condenan el psicoanálisis, hasta que, con un enorme trabajo, se llega a «recuperarlo», es
decir, a interpretarlo en los términos voluntaristas que toda moral oficial exige, confirma la
importancia de la brecha. Porque admitir que existe una estructura eficaz respecto a la acción fuera de
la conciencia y de la voluntad, es incompatible con una teoría de la acción: con el inconsciente, la
libertad deja lugar a las determinaciones sociales biológicas conjugadas. La interpretación recuperadora
del freudismo tiene dos corrientes: la que suprime lo biológico, reduciéndolo a un puro simbolismo
del cuerpo y la que suprime lo social, reduciendo la objetividad de las relaciones sociales a otro
simbolismo: el de Edipo.34

No es aquí el lugar de una exposición crítica de la teoría freudiana, ni de su devenir en el discurso


contemporáneo. Teníamos que mencionarlo porque la utilización parsoniana del término inconsciente en
30
Y no pautadas, como se ha traducido en español.
31
Parsons, Talcott: The Social System, The Free Press of Glencoe, 1951.
32
Si no se ha comprendido es porque The Structure of the Social Action, a nuestro entender el mejor libro de Parsons, el menos
compulsivamente clasificatorio, es el que ha sido menos leído: el positivismo ha regido la exégesis, la reinterpretación.
33
Abstraída de la personalidad y del sistema social, como veremos después.
34
Ver Deleuze, Gilles, Guattari, F.: L'Antioedipe, París, Minuit, 1972.

86
su teoría de las variables pautantes lo requería: si el término inconsciente tiene una significación es,
precisamente, la del lugar en donde estructuras eficaces determinan los actos, fuera del alcance de la
voluntad consciente, de los valores, de las alternativas. Añadiremos que en Toward a General Theory of
Action encontramos un magnífico ejemplo de la recuperación accionalista del freudismo, del que no
queda más que una descripción de un aspecto del «proceso de socialización», gracias al que el
individuo interioriza los valores propios de una cultura por el «proceso» de identificación...

Pero el sujeto de la teoría de la acción es un sujeto incorpóreo: Parsons afirma que el cuerpo, para el
sujeto, es algo que se posee como quien posee un martillo, que tiene un carácter instrumental respecto a la
subjetividad actora. En este sujeto sin cuerpo no puede haber un inconsciente freudiano porque la
libido es presencia del cuerpo, de sus determinaciones en la acción humana. Que esta presencia está
mediatizada, que la mediatización sea relacional, es fácil admitirlo. Lo que importa es que el
inconsciente es el lugar en donde esta eficacia del cuerpo se hace estructura rectora del acto, en donde
el cuerpo no es instrumento servil y neutro de una conciencia soberana, sino imperioso señor que
manifiesta su poder más en sus actos que en sus razones.

El admitir la existencia de una determinación del cuerpo en la acción no es cosa fácil para el discurso
moral que domina nuestra cultura: la condenación del psicoanálisis por la Iglesia Católica (y por el
estalinismo...) es una postura absolutamente coherente, totalmente necesaria. Para mantener los
fundamentos del discurso moral hay que afirmar, sin lugar a dudas, el principio de la conciencia y de la
voluntad en la acción humana porque sin ellas no hay pecado ni legitimación de la pena. La única
alternativa, una vez excluida la eliminación de la subversión freudiana es la integración de la teoría del
inconsciente en el paradigma generador de las teorías de la acción. Y la única forma de integrarlo es el
interpretar el término inconsciente no como lugar de la determinación del cuerpo, sino como otro nivel
de estructuración de los signos, como un código ignorado. Así se ha hecho: el auge del psicoanálisis en
América se explica como resultado del éxito de esta desnaturalización de lo que 35 en el discurso
freudiano, subvertía todo discurso moral: el psicoanalista, reformado, es la nueva figura del confesor.
Parsons no es el único teorizador que integra la terminología freudiana en el paradigma de la acción,
deformándola al hacerlo. La deformación no es el resultado de la pura ignorancia del «sociólogo» en
materias reservadas al arte iniciático del analista. Este último efectúa variantes de la misma operación
como condición «sine qua non» de la legitimidad social (y moral) de su práctica... Desde Fromm hasta
Lacan, una lectura atenta y crítica del discurso psicoanalítico demuestra cómo la materialidad de las
determinaciones corpóreas es reemplazada por estructuras simbólicas. ¿Cómo hubiera podido
subsistir y constituirse el psicoanálisis como profesión sin hacer esta «mínima» concesión al orden? La
gran deriva de Reich, tanto en su discurso como en su propia vida, es el más claro exponente de la
incompatibilidad que existe entre el orden y su discurso y la afirmación de la corporeidad radical del
sujeto, o, si se quiere, la negación del carácter puramente instrumental del cuerpo. La cárcel o el asilo.
La cárcel y el asilo.

Tenemos que dejar de lado el psicoanálisis: nuestras afirmaciones entran en un campo polémico
fuertemente estructurado y, lo sabemos, en estos campos la legitimación de una intervención pasa por
la exégesis, por la elaboración de una interpretación erudita de la historia, siempre inmóvil, de sus
términos. Nuestra excursión profanadora tenía como objeto solamente el indicar la existencia de una
conexión más entre el paradigma que examinamos y otra «disciplina», una conexión de una im-
portancia tal que el no mencionarla hubiera impedido establecer claramente qué contornos tiene el
«actor social», el sujeto de las teorías de la acción.36

Hemos dicho, pues, que el sujeto de las teorías de la acción es un sujeto incorpóreo, un sujeto que
no es cuerpo, sino que lo posee. Tenemos que insistir que la forma de «tener» es la figura jurídica de la
propiedad: libertad de uso de algo. Volvemos a decir que el cuerpo es un instrumento. Pero lo volvemos
a decir insistiendo sobre un aspecto esencial, que establece otra conexión más, esta vez con las
categorías jurídicas y económicas. La importancia de la conexión estriba en que nos permite esta-
blecer que con el «concepto» de propiedad (y de uso, pero de esto volveremos a hablar después), la
35
«Lo que», porque en el texto de Freud coexisten el paradigma subjetivista y moral de la acción y una teoría que zapa los
fundamentos de este paradigma.
36
Si hemos leído todos L'Antioedipe y también los textos luminosos de Michel Foucault, sobre todo su Histoire de la folie à
l'age classique. En otro lugar de este texto la marca de sur obras recibe el homenaje que nuestra tradición intelectual exige, no sé si
con razón.

87
economía es, más o menos explícitamente, una teoría (sectorial) de la acción. Que el sujeto
económico sea individual o colectivo no resuelve en nada los problemas planteados por la inscripción
del discurso económico en el paradigma de las teorías de la acción.37

El «mercado», que designa el lugar ideal de los intercambios, o los intercambios sin mercado, son
el objeto de la economía. Pero tenemos que decir del intercambio de bienes, ahora, lo que
precisaremos luego respecto al intercambio de significados, respecto a la comunicación: que son
movimientos referidos a sujetos, que el espacio del intercambio tiene como sistema de coordenadas el sujeto
de la teoría de la acción. Claro que este sujeto está «mucho mejor» definido: sus valores son cuantifi-
cables y la interacción genera modelos matemáticos complejos y, a veces, bellísimos, que no tienen
más defecto que el de no permitir ninguna previsión. Pero el economista se contenta pensando que le
faltan todavía «factores», que el modelo sigue siendo demasiado simple.

Lo que importa es subrayar aquí que los precios -que, como se sabe, forma siempre un sistema, pues
son siempre relativos- constituyen un subsistema de acción particular, cuantificada, eso sí, pero sistema de
acción de todas formas: determinados por la libre elección de los sujetos económicos, son también
«determinantes», puesto que constituyen criterios de selección que intervienen en las decisiones de los
mismos sujetos económicos. Si hablamos de precios es porque éstos son. los valores,38 las orientaciones
normativas de la acción (cuantificadas) en lo económico.

Volvamos a Parsons. Ahora que hemos precisado un poco más en qué consiste el sujeto de la
acción en el paradigma que examinamos, podemos entender mejor en qué consisten los tres sistemas
de acción que el autor de la Estructura de la Acción Social distingue en 1951.39 Como decíamos, los tres
sistemas son la personalidad, el sistema social y la cultura.

Lo esencial es comprender el principio que permite la distinción de estos tres sistemas. Es


relativamente sencillo: se trata de una cuestión de punto de vista. Si nos planteamos el problema de la
coherencia de las diferentes orientaciones normativas de las acciones del mismo actor, entonces
examinamos el sistema de acción de la personalidad. Si, por el contrario, nos planteamos el problema
de la coherencia de las orientaciones normativas de dos o más actores en interacción, entonces
examinamos el sistema social. Y si nos planteamos el problema de la sistematicidad de las
orientaciones normativas que rigen las acciones haciendo abstracción de su existencia como entidades
interiorizadas, si las consideramos en sí, entonces estamos estudiando el sistema de la cultura. Este sis-
tema, nos dice Parsons, no es un «verdadero» sistema de acción, puesto que sus elementos sólo
existen en la personalidad y en el sistema social, interiorizados e institucionalizados.

Los dos «sistemas de acción» que Parsons distingue tienen una estructura jerárquica desde el punto
de vista ontológico, que va de lo que existe a la pura abstracción, a la construcción analítica. Lo que existe es
la personalidad, y la construcción es la cultura. Pero, curiosamente, esta última explica la primera.
Veremos cómo.
Para comprender cómo las diferentes orientaciones normativas de las diferentes acciones de un
mismo actor son compatibles entre ellas, es decir, para examinar el sistema de la personalidad, Parsons
emplea una noción primaria: la de «need disposition» o conformación de la necesidad. El término
necesidad tiene connotaciones biológicas. La «necesidad» está arraigada en la «naturaleza». Pero lo que
Parsons afirma es que los objetos que satisfacen las necesidades no son objetos cualquiera, que están
determinados (disposed) por la cultura y que, por lo tanto, son orientaciones normativas de la acción: un
hombre que «tiene hambre» quiere comer lo que su cultura define como alimentos; un occidental no
considera las hormigas como objetos de orientación respecto al hambre...

La noción de «need disposition» o «conformación de la necesidad» es la noción central del sistema de


la personalidad. La satisfacción de la necesidad implica siempre una gratificación (según Parsons). Y el
37
Calcul Economique et formes de proprieté, París, Maspero. Charles Bettelheim discute, a su manera, este tema, desde la
problemática de la interpretación marxista del Estado Soviético.
38
No es aquí lugar para tratar el tema de la relación entre las teorías del valor trabajo y los precios, así como del estatuto de la
crítica marxiana de la economía. Ver Dostaler, Gilles: Théorie marxiste de la valeur, París, P. U. F., 1978.
39
En Societies, N. Y., Prentice Hall, Parsons añade un sistema ecológico. Pero este añadido no tiene una función teórica
precisa, es más una concesión retórica al movimiento ecológico que otra cosa.

88
principio esencial de la acción individual es el de la optimización de la gratificación, que se puede resumir
en pocas palabras: toda acción supone elección, toda elección supone exclusión de alternativas
gratificadoras. La elección de todo actor es hacer siempre aquélla en la que el balance de gratificación
es óptimo.

La noción de disposición o conformación de la necesidad no es, evidentemente, el único concepto


descriptivo de la personalidad. Pero es la noción esencial, puesto que permite asociar lo cultural y lo
biológico, gracias al principio de optimización. Es obvio que la gratificación óptima está culturalmente
determinada, puesto que las «disposiciones de necesidad» están, justamente, culturalmente
«dispuestas»: son el resultado de la socialización, de los «procesos» de identificación, imitación y
generalización.

Sin entrar en más detalles en cuanto al «sistema de la personalidad», podemos ya indicar la relación
jerárquica entre ésta y el sistema social. Las orientaciones normativas de la acción que componen los
sistemas sociales son denominadas «role expectations», expectativas de rol. La sistematicidad del
sistema social consiste, esencialmente, en la complementaridad de las expectativas de rol de los actores
implicados en los roles: la expectativa de rol del hijo respecto al padre es complementaria de la del
padre respecto al hijo...

Lo esencial es que Parsons afirma que las orientaciones normativas institucionalizadas lo son porque
son complementarias. Pero en cualquier caso, son «need dispositions», conformaciones de la
necesidad: lo institucional es, ante todo, una característica de la personalidad de los actores. Dicho de
otra manera: lo primero es la interiorización de una orientación normativa (need disposition). Una vez
interiorizada, puede ser institucionalizada si es complementaria respecto a la de los otros actores en un
sistema de roles.

Las orientaciones normativas, primero interiorizadas y después institucionalizadas son elementos


del sistema de la cultura. Aunque este sistema no existe más que como abstracción de las
personalidades y de los sistemas sociales, su coherencia intrínseca es la que determina la estabilidad de los otros
dos sistemas de acción. En este sentido, la «cultura» es la determinación del orden social y del equilibrio
psicológico de los actores. Pero, al mismo tiempo, la «cultura» es una abstracción de la realidad de este
orden y de ese equilibrio...

El esquema siguiente clasifica la estructura lógica del sistema de Parsons:

Sis te ma d e ac ción Elemen to Pr inc ip io

Personalidad Need Disposition Optimización de la gratificación


Sistema social Role expectation Complementaridad
Cultura Valores Coherencia
Lo que importa comprender, ante todo, es que la teoría general de la acción es una psicología, que lo
social para ella no es más que un aspecto de lo psicológico. «Lo social» es, evidentemente, tanto lo
económico como lo político y como lo puramente sociológico. Hemos visto ya cómo los fenómenos
de lenguaje y de comunicación son también analizados en términos psicológicos, que el acto de hablar
-el discurso- es siempre el resultado de la libertad que el sujeto tiene de seleccionar alternativas dentro
del sistema, que lo que orienta el acto -lo que determina el discurso- es el sentido, entidad psíquica,
interiorizada, normativa y consensual. Pero volvamos a Parsons.

Sin entrar en más detalles -las clasificaciones cruzando variables se extienden a más de doscientas
páginas-, podemos sacar algunas conclusiones de estas definiciones: la primera y la más importante es
que la noción de acción se define en términos de categorías subjetivas: Parsons dice a este respecto:

«Tercero: el sistema de coordenadas del esquema es subjetivo en un sentido particular, es


decir, trata de fenómenos, de cosas y acontecimientos, como aparecen desde el punto de vista del actor
cuya acción está siendo analizada y considerada. Naturalmente, los fenómenos del mundo
exterior tienen una importancia mayor en el mundo de la acción, pero en la medida en que
pueden ser utilizados por este esquema teórico particular, tienen que (they must) ser reductibles

89
a términos que sean subjetivos en este sentido particular.» (The Structure o f the Social Action, p. 46,)

Importa subrayar aquí que lo que Parsons dice es que las características de las ciencias humanas,
que son ciencias de la acción, emplean, efectivamente, la noción del acto, la noción de actor y las
categorías de la acción, que son todas subjetivas.

Y si hay que subrayarlo es porque Parsons tiene razón cuando constata que, de Weber a Durkheim,
pasando por Marshall y Pareto, toda la sociología es un discurso sobre la acción de actores. En lo que
no tiene razón es en pensar que con esas categorías se puede hacer una ciencia: lo único que se puede
hacer en esa «deutend verstehen», es esa interpretación comprensiva de la actividad social que Max
Weber llama «sociología»...

Desde sus orígenes, la sociología ha sido siempre una «ciencia» interpretativa. Weber, cuyo mérito
fundamental es el de haber sido claro, define la acción como «un comportamiento humano (poco
importa que se trate de un acto exterior o íntimo, de una omisión o de una tolerancia), cuando y en
tanto que el agente o los agentes le comuniquen un sentido subjetivo».40

Cuando el objeto de una disciplina es la acción, y dado que la acción se define por el sentido subjetivo
que tiene para el actor (en términos de fines, medios y orientaciones, o en términos de orientaciones y
objetos, poco importa), la disciplina no puede más que ser una «ciencia» de la interpretación.

Poco importaría que la sociología, desde Comte hasta Walter Buckley o Gouldner, pasando por
Weber y Parsons, sea «una ciencia interpretativa» del sentido conferido por los sujetos a sus acciones
si, en otras disciplinas, no encontráramos exactamente el mismo planteo del problema. Lo malo es,
precisamente, que ese planteo, más o menos enmascarado, más o menos claro, envuelto en una y otra
terminología, se encuentra en todo el campo de las «ciencias humanas». Ciencias que son «humanas»
precisamente porque son ciencias de la acción del sujeto social, político, económico y hablante... La
acción, su sujeto, es el fundamento de la unidad de las ciencias humanas respecto a las demás ciencias.
Interpretación en lugar de explicación. Pero interpretación enmascarada, cubierta por la terminología del
sistema, por el esoterismo binario y eleático de las corrientes estructuralistas.

Al principio de este párrafo decimos que la sociología desde sus orígenes es una «ciencia» de las
instituciones consideradas como aparatos instrumentales respecto a finalidades exteriores, necesidades
pertenecientes a otros ordenes de explicación. Y es porque toda «ciencia de la acción» no puede ser
más que un discurso sobre el sistema de acción, es decir, sobre las instituciones. En efecto, las instituciones
son siempre sistemas de orientaciones normativas compartidos por un grupo de sujetos (clase, país, grupo
lingüístico), interiorizadas por todos los sujetos y consistiendo fundamentalmente en significados y
relaciones entre significados. Por el momento importa constatar que el acto exige el sistema de acción,
la institución. Y que hablar de acción viene siempre a ser el hablar del sistema de orientaciones
normativas de la acción y, por lo tanto, del sujeto ideal, neutralizado, depósito del «consensus» y del
sentido. Sólo la existencia de un tal sistema garantiza la satisfacción de las exigencias, necesidades o
imperativos a los que lo social, en tanto que orden arbitrario, responde. Y sólo el sistema de acción
establece ese delicado equilibrio del que Parsons no ha cesado de hablar, desde 1937 hasta 1968 (al
menos... ), entre la libertad del sujeto, de los sujetos, y la existencia del orden social, identificado a la
esencia misma de la sociedad. Libertad del sujeto: responsabilidad del sujeto. Las «ciencias» de la
acción son siempre «ciencias» morales... Y, si quisiéramos resumir en una frase la historia del discurso
sobre los hechos sociales, desde la antigüedad hasta nuestros días, podríamos decir: la característica de
esta historia ha sido el paso de un discurso normativo sobre lo social a un discurso «descriptivo» sobre un objeto social
definido como objeto normativo en su esencia.

Las categorías fundamentales de la teoría general de la acción, como Parsons las ha identificado,
son las categorías que sirven para definir y constituir los objetos de las diferentes disciplinas del
campo de las así llamadas «ciencias humanas». En todas las disciplinas de este campo, el objeto de
estudio es un sistema. Y este sistema se define siempre como sistema de entidades psíquicas interiorizadas por
el sujeto de la acción. El origen de este sistema es un oscuro consensus. Y los sujetos, al actuar, eligen
entre los elementos del sistema aquellos que su acto exterioriza o manifiesta. Los sujetos, claro está,
contienen, en su interior, los elementos de este sistema...
40
Weber, Max: Economía y Sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, 1964, capítulo I, primer párrafo.

90
6.6. Auto y heterodeterminación de la acción: sentido y sujeto
Desde Weber, la definición de la acción y la cuestión de lo que la determina están íntimamente
asociadas. La asociación es tan fuerte, que no se pueden definir los términos del paradigma de la acción
fuera de las consideraciones causales. En efecto, ya Weber asociaba la distinción entre comportamiento y
acción a la exterioridad o interioridad (respecto al sujeto), de la determinación del curso del
comportamiento. Sólo hay acción cuando la determinación de su curso es interior. Pero..., ¿qué quiere
decir «interior»? No nos perdamos con las palabras y vayamos a los conceptos. La negación de la
determinación externa es, sencillamente, la negación de toda determinación. Si el sujeto de la acción no
está hetero-determinado, es que está auto-determinado. Y la auto-determinación, no lo olvidemos, es,
sencillamente, lo que el pensamiento moral ha entendido siempre por libertad.

El postulado inicial de las teorías de la acción, el supuesto previo y a menudo implícito es, pues, la
existencia del sujeto auto-determinado y la posibilidad y la necesidad de analizar la vida social cualificando la
auto-determinación.41 (Por eso decíamos en otro lugar que las teorías de la acción son teorizaciones
del ideologema burgués de la libertad individual, asociado siempre con la responsabilidad ante la justicia
-divina o humana- y con la conciencia y la voluntad que son prerrequisitos de la responsabilidad.)

El que las teorías de la acción postulen la libertad del sujeto de la acción, es lo que las constituye,
diferenciando acción y comportamiento. Una vez constituido el campo del discurso accionalista, el
análisis de la autodeterminación del sujeto de la acción sigue pautas comunes, que aparecen como
respuestas a la pregunta «¿cómo se auto-determina el acto?»

Antes de entrar en el análisis de la concepción accionalista de la auto-determinación, recordemos


que el sujeto de la acción es incorpóreo, que, como dice Parsons, el cuerpo del individuo no es más que un medio de
la acción del sujeto. Si no fuera así, si el cuerpo fuera una parte constitutiva de la subjetividad, las
determinaciones corpóreas serían el canal por el que la acción perdería su sustancia y se transformaría
en puro comportamiento...

El sujeto, pues, no es su cuerpo. En el mejor de los casos, cuando lo necesita como medio para
alcanzar ciertos fines, tiene un cuerpo a su disposición. Pero si el sujeto no es el cuerpo..., ¿qué es el
sujeto?

Obviamente, podemos decir sin traicionar el pensamiento accionalista, que el sujeto es el receptáculo
de la autodeterminación, el continente de entidades inmateriales, cuyo mero existir hace que la acción
exista. Recordemos que para Weber como para Parsons (y como para todo pensamiento moral), existe
la acción por omisión.42 La subjetividad agota su ser en ese contener entidades, en ese papel de receptáculo
de lo que se ha llamado «orientaciones de la acción», «sentido»...
Al afirmar la auto-determinación del acto, las teorías de la acción afirman, pues, que el sujeto de la
acción tiene (contiene) orientaciones de la acción. ¿Cómo podría decirse lo contrario, a menos de
postular la aleatoriedad absoluta de los actos? No olvidemos que el punto de partida es «¿qué
determina los actos?, ¿o lo de fuera, o lo de dentro, o no hay determinación?» Las orientaciones de la
acción, tienen como propiedad. primera y definitoria la de orientar la acción desde dentro del sujeto,
constituyendo así su libertad.

Un continente incorpóreo, lleno de elementos que orientan la acción. Los elementos en cuestión,
no pueden tener más materialidad que la del recinto en que existen. Si no fuera porque todo en
nuestra cultura nos ha enseñado a nombrarlos y a atribuirles una realidad, tendríamos grandes
dificultades para concebir esas entidades inmateriales contenidas en el sujeto incorpóreo, determi-
nantes del curso del acontecer social. Pero pensando que pensamos, pensamos que el sentido es
eficaz, que tiene en él toda la eficacia: «Je pense, donc je suis».43 El ser humano identificado al
41
Pizarro, N.: «L'idéologie américaine», Socialisme, núm. 18.
42
Si no, la responsabilidad del sujeto libre se vería atenuada y no tendríamos ninguna legitimación del castigo. Hablamos
ya de este tema rápidamente en nuestro libro Crimen y suicidio, Barcelona, 1978
43
Consideramos que el sentido es, sin ninguna duda, eficaz socialmente. Pero no por eso el sentido tiene así el estatuto teórico de

91
razonamiento en el racionalismo cartesiano, al alma por la tradición religiosa, se identifica en las teorías
de la acción con los contenidos de lo que más vale llamar por su nombre: la conciencia.

El sujeto de la acción es, efectivamente, conciencia: lugar en donde el sentido -significados, valores,
normas- existe y se realiza. Y lo que es más: el único lugar en el que el sentido existe «Il n'y a de sens
que pour un sujet» nos recuerda, impertérrito, Jacques Lacan en sus Ecrits, sacando apenas las
conclusiones de su afirmación en lo que precede y sigue a esta frase en el texto. Weber, con el rigor y
la coherencia que nunca abandona, deduce de su definición de la acción por el sentido, que la socio-
logía, ciencia de la acción, tiene que contentarse con un modo de comprensión interpretativa: cuando el
objeto es el sentido para el sujeto, comprender el objeto es impregnarse de ese sentido, manifestarle,
evidenciarle, exteriorizarle, cuanto más se pueda.

La sociología, como el psicoanálisis, se constituye como un saber interpretativo, como una


sistematización de la introspección ajena, toma de conciencia institucional, individual o colectiva del
sentido de los actos. Porque si toda ciencia es discurso sobre fenómenos, atribución de significados a
procesos y relaciones, el discurso de una «ciencia» que tiene como objeto el sujeto mismo, el sentido
que lo constituye, se confina en la expresión sistemática de ese sentido, parafraseando el discurso inte-
rior del sujeto, en un modo apenas distinto de éste.

Frente al mundo material, el discurso de las ciencias naturales constituye simultáneamente la


objetividad de la naturaleza y la subjetividad del sujeto del conocimiento. La sociología de la acción,
por el contrario, al discurrir sobre el sentido, sólo logra fusionarse con él en una interminable
paráfrasis que nunca llega a su término. El sujeto que conoce y el objeto del conocimiento no son más
que uno. La verdad sociológica es, sencillamente, la evidencia de la identidad entre el sentido que el dis-
curso sociológico expresa y el que le sirva de referencia sin llegar a ser nunca verdaderamente objeto.

La sociología de la acción es, pues, un discurso sin objeto, paráfrasis del sentido -cuando la
interpretación es justa- que la acción tiene para sus actores. Un discurso encerrado en los límites de
sus propios rechazos, que no explica lo que el actor no explica porque niega que la determinación
exista fuera del sujeto. Discurso, pues, en el que la realidad y la voluntad se identifican, al identificar el
sentido subjetivo de los actos y el fenómeno social.

No cabe duda de que el sentido subjetivo que los individuos atribuimos al acontecer social en el que
nos encontramos como actores -¡tan involuntariamente!-, es un elemento esencial en la dinámica de
los procesos sociales. Pero la historia -tanto la micro-historia de nuestra propia experiencia como la
que leemos en los libros-, basta para que sepamos la distancia que separa el sentido de la acción de sus
resultados, la voluntad y la realidad, la subjetividad socialmente producida y productora de la
objetividad social, fruto también de la subjetividad que ella misma produce. Falsa conciencia como
ocultación de las determinaciones del cuerpo social y del cuerpo biológico, instrumento y mecanismo
de determinaciones. La falsa conciencia, como la verdadera, son aspectos de la realidad social: las
teorías de la acción reducen la realidad a ese único aspecto. Y al hacerlo, la historia se acaba, no
empieza: la sociedad es pura manifestación del sentido que el sujeto contiene. O lo que es lo mismo:
todo está en el sentido, nada fuera de él.

Ahora bien..., ¿qué es el sentido? Obviamente, no intento aquí contestar esta pregunta, sino
analizar la concepción explícita o implícita, que de este término tienen las teorías de la acción.

Comencemos diciendo que el sentido que interesa a las teorías de la acción es el que «orienta» la
acción, el que manifiesta su curso. Decimos manifiesta porque las teorías de la acción consideran todas
que la acción es pura exteriorización del sentido subjetivo (interno), que éste tiene para el actor. Es
decir: entre la acción y el sentido existe una relación expresiva, la primera reduciéndose al segundo en el
análisis. Pero esta reducción conserva siempre el primer término: el sentido es sentido de la acción (de
la interacción en el caso de la acción social).

Dado que el sentido orienta la acción, es el sentido el que articula la situación con los medios y los
fines. O mejor dicho: el que articula el significado subjetivo, la representación interna de la situación,
los medios y los fines de la acción, permitiéndonos comprender el mecanismo de selección de fines, de
causa ni el de objeto.

92
adecuación de medios y la influencia de la percepción de las condiciones de la acción en esta doble
selección. Los objetos físicos y culturales, el cuerpo, las relaciones sociales, aparecen entonces bajo la
forma de representaciones subjetivas en la interioridad del sujeto de la acción. En tanto en cuanto estas
entidades tienen una representación subjetiva, aparecen en las teorías de la acción como objetos.
Particularmente, los desarrollos de Parsons en Toward a General Theory o f Action (1951), confieren el
carácter de objeto no solamente a los objetos físicos, sino a los demás sujetos, a las relaciones sociales y
a los mismos valores en la medida en que el sujeto se orienta respecto a ellas, o más precisamente,
respecto a su representación subjetiva.

El sentido es, tanto para Weber como para Parsons, la relación entre las representaciones subjetivas de los
objetos físicos, sociales y culturales y el sujeto mismo.

Obviamente, esta relación entre el sujeto y una conjunción de representaciones de objetos forma
parte del sujeto mismo, es ella misma una representación de una relación. El sujeto, pues, se contiene a
sí mismo, contiene una representación de sí mismo: es un conjunto de representaciones que contienen una
representación del conjunto.

Lo esencial, por el momento, es que el sentido (de la acción) es, en las ciencias de la acción, una
combinación articulada de representaciones de objetos (físicos, sociales y culturales), lo que plantea
inmediatamente la cuestión de qué determina la forma específica de esas representaciones, y de su
articulación en la conciencia, puesto que, obviamente, esta forma no es aleatoria y variable de un
sujeto a otro: en las teorías de la acción, las representaciones están interiorizadas individualmente -re-
sultado de la «socialización»-, pero el sentido, la forma de representar los objetos y sus relaciones viene
dada por la cultura. La cultura es, precisamente, una forma específica de representar el mundo, conjunto
de objetos relacionados, ese consenso que genera el sentido...

Que la forma de representarse el mundo es arbitraria aparece como una necesidad en las teorías
sociológicas de la acción: arbitrariedad que manifiesta la libertad humana, la autodeterminación del
sujeto de la acción. Pero el sujeto individual está sujetado: el sentido que le constituye es el resultado del
consenso. El sujeto no existe fuera del «contrato social» que explica la estabilidad en las formas de
representarse el mundo. Por eso, dicho sea de paso, podemos suprimir la libertad de los insensatos, de
los locos, de los que no participan en el consenso: al no representarse el mundo como lo estipula el
contrato que los constituía como sujetos, dejan de ser sujetos y podemos disponer de ellos en
consecuencia...

El contrato, el consenso que define el sentido, reconstituye, pues, las representaciones del mundo,
de los objetos, al establecer las relaciones entre estos objetos representados en el sujeto y el sujeto
mismo. El sujeto puede exteriorizar ese sentido, manifestarle, realizarlo. Pero no puede cambiarlo,
porque el sujeto no es nada más que el espacio en el que las representaciones existen, ese continente
que se agota en el puro contener el consenso generador del sentido, nada sin sus contenidos.
En las discusiones sobre las teorías de la acción, se evita, generalmente, toda mención a las
cuestiones fundamentales, a las categorías que constituyen la condición de posibilidad del discurso
accionalista, la subjetividad y el sentido subjetivo. Se puede pensar que este silencio es debido, en la
mayoría de los casos, al consenso existente entre los sociólogos respecto a las categorías fundamen-
tales de la acción. Pero, aunque esta razón sea, sin duda, la más efectiva, existe otra: la necesidad, aún
fuera de las teorías de la acción, de pensar el sujeto y el sentido como hechos socialmente importantes,
que exigen una explicación. Y esta exigencia de explicación no ha sido aún efectivamente satisfecha.
Sin ninguna otra teoría sobre la cuestión, los sociólogos no discuten la concepción accionalista del
sujeto y del sentido.

La explicación «consensual» del sentido, la «arbitrariedad» de las formas de representarse el mundo


es un resultado de dos hechos. Primeramente, que no podemos atribuir solamente al mundo el origen
de las formas que toma su conocimiento: basta con recordar la existencia, no sólo de la historia, sino
de la pluralidad de culturas. En segundo lugar, que ignoramos casi enteramente los mecanismos sociales
que generan las formas específicas de representación. Por eso se ha tomado el resultado de los procesos
sociales como el punto de partida, haciendo de la existencia de formas comunes de significar, el hecho
del que se quiere deducir todos los demás...

93
En la Ciencia de la lógica (y en la Enciclopedia), Hegel distingue entre el concepto como entidad subjetiva y el
concepto como entidad objetiva. Esta distinción es absolutamente esencial y constituye uno de los aspectos
del hegelianismo que Marx ha conservado y que los «marxistas» no han logrado entender realmente
(transformando así la crítica de la economía política en tratado de economía política, en algo tan
absurdo como «la economía marxista»). Desgraciadamente, no son sólo los marxistas los que no han
entendido la importancia de la distinción hegeliana, sino la casi totalidad del pensamiento «moderno».
Si la única forma de existencia del concepto fuera la subjetiva, la sociedad como tal, no tendría
existencia propia y la sociología sería una empresa absurda. Pero, al mismo tiempo, las formas de
representación serían inexplicables, porque si el «consenso» no es el efecto -parcial- del
funcionamiento de estructuras sociales objetivas, hay que pensarlo como fruto de un «contrato». Si las
explicaciones de un consenso, digamos político, en términos de contrato son dudosas, las explicaciones
del consenso que genera el sentido en términos de contrato son absurdas, porque para que el contrato
significante pueda alcanzarse, tendría que existir de antemano...

Por eso la hipótesis de Hegel sobre la existencia de una objetividad del concepto, es el punto de partida
indispensable de toda teoría científica del sentido y de la subjetividad. La relación social objetiva en la
que se elabora el concepto explica, en gran parte al menos, las formas del consenso mismo y, lo que es
aún más importante, genera sus condiciones de posibilidad. Así, las experiencias de Preemack -que
tanto parecen reforzar las tesis consensualistas-, sobre la génesis de códigos en chimpancés, situados
en condiciones experimentales, se explican teniendo en cuenta que el «código» que los chimpancés
elaboran «consensualmente», les viene impuesto por las condiciones materiales de interacción de-
terminadas por el dispositivo experimental mismo: la «objetividad del concepto» precede y predetermina las
«formas subjetivas», consensuales, que esta «objetividad» toma.

El consenso, pues, existe y funciona. Las teorías de la acción no se caracterizan por el hecho de
admitir esta existencia ni este funcionamiento, sino porque hacen de él el postulado inicial de la
cadena explicativa, lo que explica sin ser explicado. Y nuestra crítica de las teorías de la acción no
consiste en negar ni la existencia ni la eficacia del «consenso» significante, sino el carácter explicativo de
esos fenómenos.

Por eso pensamos que el accionalismo oculta aquello mismo de lo que y con lo que habla; la
subjetividad y el sentido son fenómenos que requieren una cuidadosa explicación científica, un estudio
sistemático. El usarlos como causas viene a ser lo mismo, en la práctica, que despreciarlos, con la
ventaja de que, al hacerlo, se oculta también la existencia misma de la objetividad social y biológica.

94
7
Elementos de otro paradigma

95
7.1. Introducción
La obra de Khunn, The Structure o f Scientificic Revolutions muestra bien que no hace falta ser marxista
para comprender que las instituciones sociales -materialmente traducidas en organizaciones formales,
en redes de relaciones sociales concretas y en aparatos burocráticos- y las estructuras generativas de
conjuntos discursivos están íntimamente asociadas. Por ello, un nuevo «paradigma»1 no llega a
imponerse por su propio peso, por su verdad: las «revoluciones científicas», como las sociales,
requieren que los individuos que ocupan posiciones en los aparatos y organizaciones que reproducen
el orden social y discursivo, desaparezcan: como los individuos no «cambian de idea», los cambios de
ideas presuponen cambios de individuos.

Cuando en los intersticios de las redes sociales se generan discursos en los que aparecen
concepciones ajenas a los «paradigmas» dominantes, estas concepciones nuevas no sólo no desplazan
las determinadas por el paradigma dominante, sino que perduran mucho tiempo asociadas con él. Esta
asociación no sólo es un efecto de la «dominación» institucional. En los primeros momentos de la
génesis de un nuevo paradigma, sus elementos no aparecen en el estado puro, sin relación alguna con
las concepciones dominantes, sino que están íntimamente ligados con ellas, y eso en el discurso
mismo que las genera. No es sorprendente, pues, que los más ardientes defensores de los paradigmas
emergentes consoliden la dominación del antiguo sistema conceptual al que se oponen, pues,
insistiendo sobre la diferencia existente entre lo que emerge y lo instalado, no perciben lo que ambos
tienen en común. Esta conciencia de los aspectos comunes es, además, una condición de posibilidad
de la distinción efectiva y de la efectiva capacidad de sustitución del antiguo paradigma por el nuevo.

Tradicionalmente -es decir, desde hace un siglo- se ha opuesto al paradigma de la acción social
(individual y orientada por el sentido) un discurso crítico que se ha caracterizado a sí mismo como
«materialista, histórico y dialéctico». Si, en la historia de las ciencias naturales las concepciones nuevas
no se imponen sin conflictos reales entre hombres reales, en la de las teorías de la sociedad, estas
luchas son aún más cruentas. Los discursos sobre la sociedad son elementos esenciales en la
reproducción de los procesos sociales: forman parte, pues, de las estructuras de esos procesos, de las
relaciones sociales mismas.

Dado que aquello que afecta la reproducción social se define, socialmente, como político, las
concepciones de la sociedad están asociadas, en la práctica, con movimientos políticos.

No es de sorprender, pues, que el discurso de Marx, filosófico, científico y político haya servido de
punto de referencia, al que se rinde pleitesía, para diversos movimientos políticos. El discurso de Marx
ha sido codificado e interpretado por estos movimientos, transformándose en «marxismo». Este
término designa a la vez el discurso instituido por movimientos políticos y la aportación científica de
un estudioso alemán que interrumpió de vez en cuando su trabajo para intervenir en la orientación del
movimiento socialista.2

No pretendemos aquí hacer una nueva exégesis de la obra de Marx, ni de sus seguidores, sino
indicar que, en ella se ha encontrado -o pretendido encontrar, según el caso- los elementos. esenciales
no sólo para la crítica de ese «paradigma» del «sistema-sujeto-sentido-acto» que hemos venido
desentrañando en estas páginas, sino, lo que es aún más importante, para sustituirlo. Vamos, pues, a
designar rápidamente esos elementos, sin preocuparnos de la escolástica que los rodea.

Pero, antes de hacerlo, mencionemos de pasada que lo que Edgar Morin ha llamado tantas veces
«la Vulgata marxista» no constituye para nosotros la marcha triunfal de una ciencia en irresistible
progreso desde su nacimiento -el célebre «corte epistemológico» de Althusser-.3
1
Khunn, limita los paradigmas a los discursos científicos. Es obvio que si su noción tiene sentido, es más general.
2
El libro de Marcuse, H.: Le marxisme sovietíque, París, Gallimard, 1965 (hay trad. castellana.), es un excelente estudio de la
función del «marxismo» como discurso institucional del Estado Soviético, y de las dificultades generadas en la sociedad y en el
Estado ruso por ese tipo de discurso.
Id: Lire le Capital, París, Maspero, 1966 (Hay traducción.)
3
Althusser, L.: Pour Marx, París, Maspero, 1965 castellana.)

96
Marx no es tampoco -siguiendo con la metáfora del «corte»- el cirujano que separa la recién nacida
ciencia de su madre la ideología.

Las numerosas y contradictorias interpretaciones de la obra de Marx son, sin duda alguna, el
producto de las ambigüedades contenidas en ella, de sus relaciones nunca rotas con las categorías
rechazadas en ella. En ningún caso pueden reducirse estas «lecturas» de Marx a un conjunto de errores
atribuibles exclusivamente al «lector» y a su ideología. Se puede, en el mejor de los casos, afirmar que
aunque en diferentes textos de Marx haya los elementos que justifican una lectura dada, hay también
otros... Una obra tan extensa, producida a lo largo de tantos años se reduce difícilmente a un esquema
coherente y único.

De esta obra, y para nuestros actuales propósitos, lo que más importa es el concepto de ideología y
vamos a centrarnos en él, sin caer en la tentación de efectuar una nueva -y estéril- exégesis
totalizadora.

El concepto de ideología es, en efecto, el que conlleva una negación radical de la problemática del
sentido y del sujeto-actor, la mediación entre la estructura de los procesos sociales -los sistemas de
relaciones sociales, que son la condición de la reproducción de éstos- y la producción de discursos. Dado
que, además, el problema cuya elucidación constituye el objetivo de este trabajo es, precisamente, el de
la metodología del análisis del discurso como problema sociológico, para establecer el estatuto del
discurso en la «sociología marxista» hay que establecer su relación con el término ideología, y precisar
la función de esta noción en dicha teoría.

7.2. Conceptos de ideología


7.2.1. Preámbulo
No hay, en la obra de Marx, ninguna exposición sistemática y explícita sobre la función de la noción
de ideología en lo que se ha dado por llamar una «ciencia de las formaciones sociales». Lo que hay no
es más que frases y párrafos, dispersos en la enorme y variada obra de Marx: definiciones parciales,
contradictorias, en épocas muy diferentes. Además, pocas son explícitas, la mayoría son contextuales.

Lo que sí hay es una amplia discusión, marxista y no marxista, sobre esta noción, en textos
posteriores. De esta discusión eliminaremos todas aquellas definiciones que reducen la ideología al
discurso político producido por un movimiento político organizado.4 Se trata, esencialmente, de tentativas de
incorporar el término ideología (y no el concepto) a un discurso accionalista en el que no cabe ni siquiera
una teoría de las clases y de su conflicto.5 Pero mencionaremos aquellas concepciones -auto-
identificadas o no como «marxistas»- que asocian, por lo menos, la noción de ideología con las posi-
ciones, en las redes sociales, de grupos de individuos definidos por características comunes de las
posiciones mismas.

Dado que el objetivo del examen que aquí efectuamos del concepto de ideología es el de
establecer sus relaciones con la metodología del análisis del discurso, y no el precisar la coherencia de
las posiciones de las diferentes escuelas y autores que lo utilizan, vamos a establecer las relaciones del
concepto de ideología con otros conceptos fundamentales de la sociología mencionando autores y
escuelas de forma meramente indicativa.

7.2.2. Ideología y «vida social»


El obligado punto de partida es la célebre afirmación de Marx según la cual «No es la conciencia la
4
La posición de E. Shils en su artículo sobre «Ideology», en la Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales,
desarrolla esta definición del término, que es similar a la de Parsons.
5
Veremos después cómo, dentro de otra variante del pensamiento accionalista -la de los «teóricos del conflicto»-, los términos ideología
y clase tienen una función importante.
7.2.2. Ideología y «vida social»

97
que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia».6 La ideología está asociada con los
fenómenos cuya sede se designa con el término de conciencia.

La conciencia es la instancia de la representación de los «procesos de vida real». Pero la


representación de los procesos no es directa, es representación de «el desarrollo de los reflejos y de los
ecos ideológicos de ese proceso vital»7 y no del proceso como tal. La representación que tiene lugar en la
conciencia está mediatizada por la ideología, con lo que, para Marx, la ideología no constituye una
característica de las representaciones mismas, sino un atributo posible de la mediación entre el
proceso real y su representación.

La importancia de esta distinción es enorme, pues la mayoría de los autores marxistas conciben
que la ideología es un conjunto de representaciones que reflejan (bien o mal) los procesos reales. Mientras
que Marx afirma que la ideología es «un reflejo» y «un eco» de esos procesos, representado después en
la conciencia.

7.2.3. Ideología y Ciencia


La identificación entre la ideología y las características de lo representado en la conciencia es lo que
hace posible su definición como «falsa conciencia». A la «falsa conciencia» ideológica se opone,
obviamente, la «conciencia verdadera de la ciencia».

Importa subrayar que esto hace, de una u otra, «formas de conciencia», características de los
contenidos de la conciencia, las representaciones. La ciencia es, pues, una «forma de conciencia», una
característica de las representaciones. Y la ideología es otra forma, la falsa.

Ciencia e ideología no se diferencian, pues, más que por el atributo verdadero o falso. Y puesto que
verdad y falsedad se excluyen, la ideología es, simplemente, la no ciencia. Tal es la posición de Althusser,
si añadimos que el paso de una a otra es un acontecimiento: el «corte epistemológico». Pero, puesto que una y
otra se excluyen, este «acontecimiento» no tiene más que actores y resultados, pero no tiempo, un
mecanismo, una materia prima e instrumentos. No es, pues, un proceso que se puede estudiar como
transformación.8

Oponiendo «ciencia» a «ideología» la dimensión única de las «formas de las representaciones», de


los procesos reales en la conciencia, una cierta tradición marxista hace de la ciencia la forma de
conciencia posible del proletariado.9 La ideología, obviamente, es la forma de conciencia efectiva y actual
de la burguesía, con lo que a la ideología -burguesa, por definición- no se opone otra ideología, sino la
ciencia. Haciendo del Partido la memoria, el guardián y el factor de desarrollo y transformación de la
conciencia actual del proletariado en su conciencia posible, la actividad de sus militantes y, sobre todo,
de sus burócratas, tiene la legitimación de la «cientificidad», de la verdad.10 Althusser no está tan aleja-
do de los «historicistas» -Lukacs y Goldmann-11 como lo pretende: tal es el destino del «intelectual
orgánico».12

Para otros pensadores, la «ciencia» no es el producto del proletariado, sino de los «intelectuales» que
no estando ligados a los procesos de producción, no formando parte de ninguna clase, sino
constituyendo un grupo liberado de las determinaciones económicas, no defiende más «interés» que la
«verdad». La ideología es lo producido por los intereses de clase.13

6
Marx, C., y Engels, F.: La Ideología Alemana, Ed. Revolucionaria, La Habana, 1966, p. 26.
7
Ibid., p. 26.
8
Althusser, L.: Pour Marx, París, Maspero, 1965. Id.: Lire le Capital, París, Maspero, 1966. Id.: Lénine et la
Philosophie, París, Maspero, 1969. (Hay trad. castellana.)
9
Lukàcs, G.: Histoire et conscience de classe, París, Minuit. (Hay trad. castellana.)
10
Glucksman: Les maîtres penseurs París.
11
Goldmann, L.: Recherches Dialectiques, París, Gallimard, 1959, pp. 1.18-145. (Hay trad. castellana.)
12
Piotte, J. M.: Le pensée de Gramsci, París, Anthropos, 1970.
13
Ver Manheim, K.: Ideología y Utopía.

98
7.2.4. Ideología y clases
Lo más característico del uso habitual del concepto de ideología es su asociación con el de clase
social: a cada clase corresponde una ideología, determinada por los intereses que derivan objetivamente de la
posición ocupada en las relaciones sociales de producción. Hay así tantas ideologías como clases...

Obviamente, al asociar «conciencia» y «vida», Marx asocia «conciencia» y posición social, en tanto
en cuanto las formas de vida están determinadas por la posición social. Pero esta determinación por la
posición en relaciones sociales, de las «formas de conciencia», no da lugar a tantas «ideologías» como
clases (de posiciones). A menos que se identifique, como se ha hecho, las formas de conciencia con las
ideologías.

Encontramos así una explicación del curioso fenómeno del estatuto de la noción de «ideología
dominante» en el discurso «marxista». Si por «dominante» entendemos «que domina» la existencia de
la «ideología dominante», hace imposible la identificación de «ideología» con «forma de la conciencia»,
a menos de rechazar que las formas de la conciencia están determinadas por la posición de clase14. Por
eso, en el discurso «marxista» institucionalizado, «ideología dominante» es, simplemente, sinónimo de
ideología burguesa, sin que el adjetivo dominante tenga ningún significado concreto, pues si lo tuviera,
la organización «marxista» estaría, en su ideología, dominada por la ideología dominante y no sería deposi-
taria de la verdad...

La asociación entre ideología y clases no es propia del «marxismo» institucional. Las teorías
funcionalistas del conflicto -Dahrendorf, Lenski, Lipset, Mills- la admiten sin dificultad. La ideología es,
para ellos, una especie de subcultura, con funciones similares a las del sistema (de acción) de la cultura
definido por Parsons, pero que, en lugar de extenderse a la totalidad de los individuos, no determina
acciones más que de uno o de otro grupos o clases. El «sistema social» es un sistema dinamizado por
ese conflicto entre las clases y sus ideologías...

7.2.5. Ideología y sujeto


Al hacer de la ideología una forma de conciencia de una clase, no es difícil (aunque no sea
necesario el explicitarlo siempre), hacer de la clase un sujeto colectivo. El sujeto colectivo -la clase- tiene
una «conciencia colectiva» cuya forma, la ideología, es la forma de sus contenidos, las representaciones
«socio-céntricas» (Piaget),15 semejantes a las «visiones del mundo», de Goldmann16 (que constituyen el
«máximo de conciencia» posible de una clase).

La distancia entre el «sujeto colectivo» y la subcultura parsoniana es mínima: en los dos casos, la
conciencia individual participa en mayor o menor grado de las estructuras y contenidos de la
«conciencia colectiva» del grupo.

Lo importante, para nosotros, es el constatar aquí que en cuanto se identifica la ideología con la
«conciencia», se pasa del sujeto individual al sujeto colectivo. Porque la conciencia es el atributo
esencial de la subjetividad, el espacio de la representación o, como hemos dicho ya, el «continente de
los contenidos».

La comunicación «intra-subjetiva»17 dentro del sujeto colectivo es lo que constituye y consolida,


según Goldmann, la conciencia colectiva: lo que genera el «consensus» significante. Piaget habla de la
«solidaridad» para designar la misma hipótesis, típica del «estructuralismo genético». Pero poco
importa, por el momento, esta génesis de idealidades. Lo esencial es que la conciencia individual contiene
ese código, consensual, impuesto por la socialización o por la práctica. Y es el contener ese código lo
que hace del sujeto (una entidad sujetada) precisamente un «sujeto»: recipiente de contenidos deposi-
tados en él desde fuera de él, por el proceso de socialización parsoniano o por la «variante» del
14
0 a menos que no haya más que una clase, lo que es contradictorio con la utilización del concepto de clase.
15
Piaget, J.: Etudes Sociologiques, Genève, Aros, 1965.
16
Goldmann, L.: Sciences humaines et philosophie, París, Gauthier, 1966. (Hay traducción. castellana.)
17
Id.: «Le sujet de la production culturelle», L'Homme et le Société, vol. I, núm. 6, 1967.

99
mismo: el sujetamiento ideológico» mencionado por Althusser en un artículo muy citado.18

La ideología aparece como la forma de los contenidos de la conciencia, conjunto de


representaciones, que constituyen al sujeto al asociarle al orden -Parsons- o a la reproducción social
(Althusser), que «sujetan» al individuo haciendo de él un individuo sujeto. Pero si la sujeción es
importante es porque, siendo un fenómeno de conciencia, determina los actos (Parsons) o prácticas (Al-
thusser), haciéndolos compatibles con la reproducción de las relaciones sociales, con el
mantenimiento del orden institucional. Por eso Althusser escribe: «II n'y a d'idéologie que par le sujet
et pour des sujets» y también «fi n'est de pratique que par et sous une idéologie».19

Equivalente «marxista» de la orientación de la acción por los sistemas de valores. Esta equivalencia
es tan clara que se puede considerar este artículo de Althusser como un resumen de las concepciones
parsonianas de las relaciones entre actor, acción, valores y socialización, en el que se hubiera sustituido
actor por sujeto, acción por práctica, sistema cultural por ideología y socialización por «sujetamiento»,
sin cambiar los contextos de los términos ni las relaciones entre ellos... La «materialidad» de la ideo-
logía no es, en Althusser, más que una declaración de principio. Acaba definiéndola como
«materialización» (expresión» en las prácticas (actos) de... la ideología (valores). Con lo que ésta existe,
antes de «materializarse», como contenido de conciencia.

7.2.6. Ideología y reproducción


Con lo dicho hasta ahora, es obvio que la ideología está pensada como elemento esencial en la
reproducción de las relaciones sociales. Porque estas relaciones, aunque se adjetivan con la expresión
«de producción» están pensadas como relaciones inter-subjetivas, y dado que los sujetos están constituidos
ideológicamente, la ideología determina sus relaciones, las mantiene y reproduce. Esta interpretación
«marxista» no difiere mucho de la concepción parsoniana del papel de la cultura en la configuración
del sistema social como sistema de roles.

En Marx, por el contrario, la ideología aparece ligada con los procesos productivos y con los procesos de
intercambio. En El capital, existe ese célebre párrafo sobre el «Fetichismo de la Mercancía», en el que
Marx precisa que la inversión ideológica del reflejo de los procesos reales permite que éstos tengan lugar.
Aunque no está desarrollado claramente, en El capital se indica ya que esta función de la ideología
como condición de posibilidad del proceso material (el intercambio de mercancías en el mercado) es lo que
define la relación entre sujetos y la que los constituye como tales. Dicho de otra manera, Marx apunta
que la relación social es la «representación» subjetiva de la forma del proceso objetivo de circulación de
productos, proceso éste que define el producto como mercancía y reduce el individuo productor a su
«fuerza de trabajo». En esta concepción del autor de El capital aparece una diferencia importante con
el «marxismo» escolástico y con las teorías de la acción. Volveremos a ello.

7.2.7. Ideología y discurso


La más explícita de las posiciones de Marx en cuanto a los fenómenos de lenguaje es la siguiente:

«... el hombre tiene también "conciencia". Pero no se trata de una conciencia que sea de golpe
conciencia "pura". Desde el principio, una maldición pesa sobre el "espíritu", la de estar
"manchado" de una materia que se presenta aquí bajo la forma de capas de aire agitadas, de
sonidos, en una palabra, bajo la forma del lenguaje. El lenguaje es tan viejo como la conciencia
-el lenguaje es la conciencia real, práctica-, que existe también para los otros hombres, existiendo
entonces también solamente para sí mismo».20
18
Althusser, L.: «Idéologie et Appareils Idéologiques a Etat», La Pensée, junio 1970, pp. 3-38. (Hay traducción.
castellana.)
19
Ibid., p. 29.
20
Marx, C., y Engels, F.: Ob. cit., p. 30.
La traducción castellana es dudosa. La expresión «de golpe» ,me parece peor que «enteramente». Y tengo la certeza que el sentido
del texto exige que leamos «existiendo sólo entonces también para mí ». La traducción francesa (p. 33) des Editions Sociales, cae
en los mismos errores de interpretación.

100
Si la conciencia real es el lenguaje (y el lenguaje tiene como materia los sonidos), la conciencia (el
lenguaje) individual está supeditada a los otros hombres, lo que posibilita que existe para mí mismo...

Si el lenguaje es la conciencia, y, como mencionábamos antes, las representaciones están mediatizadas


por los «reflejos y ecos» ideológicos..., ¿qué relación existe entonces entre ideología y lenguaje?

No es fácil contestar a esta pregunta, dado que Marx no emplea el término lenguaje situándolo en
las dicotomías modernas de lengua y habla, de competencia y «performance». Una interpretación sería
el que, según Marx, en la conciencia no existen relaciones conceptuales puras (proposiciones), sino
representaciones de frases que presuponen la existencia social de sonidos y grafismos como soporte
material del significante.

Otra, que de la conciencia -de las representaciones- no se puede decir nada, que sólo se puede
analizar su manifestación expresiva, el habla, los «discursos». El sentido existiría realmente, pero sería
inalcanzable...

Marx, que había estudiado atentamente a Hegel, conocía la distinción, esencial en su Ciencia de la
Lógica, entre la subjetividad y la objetividad del concepto. El concepto como «entidad subjetiva», el
significado o representación interna está en ella supeditado a la objetividad del concepto, a su existencia real
fuera de la conciencia individual (Marx añadiría: fuera de la conciencia pura), en lo social y lo histórico.
Dado que para Marx lo social y lo histórico tienen un carácter material y no es sólo «manifestación» de
la universalidad del espíritu, la distinción hegeliana entre la subjetividad y la objetividad del concepto
tenía que modificarse, atribuyendo a la objetividad un carácter material.

En los «marxistas», estas cuestiones no se han planteado claramente: «historicistas» y «estructuralistas»


confieren al lenguaje -reducido a su aspecto normativo y sistemático, la lengua- un carácter
instrumental. El discurso expresa ideas, en suma. Recordemos la formulación de Pêcheux: Γx o L -->
∆x, o sea: el proceso de producción de un discurso (∆x), resulta de la combinación de unas
condiciones de producción y una lengua L. La estructura de ese proceso son dominios y relaciones se-
mánticas. La lengua, L, asegura el paso de las formaciones imaginarias que caracterizan Γx a los dominios se-
mánticos que caracterizan ∆x.

Esta formulación, una de las más sofisticadas dentro del «marxismo», atribuye a los «formaciones
imaginarias» el origen de la «selección-combinación» dentro de la lengua. Es decir, atribuye a entidades subjetivas
la conformación exterior, analizable, del discurso. Vale decir que éstas deben existir, si el autor de AAD
les atribuye una función causal...

Si mencionamos de nuevo a Pêcheux es porque, dentro del marxismo, las posiciones claras sobre
el tema son poco frecuentes y se reducen todas a la vieja concepción expresiva del lenguaje. Dado que
con ninguna de ellas aparece claramente distinguida la ideología de las formas y contenidos de la
conciencia, que es, no lo olvidemos, el lenguaje, no podemos apoyarnos en ellas para elucidar esta
cuestión.

7.3. Efecto de sentido, significado y «efecto del efecto»


7.3.1. A partir de Althusser
¿Existe alguna otra manera de plantear el problema de la relación entre el discurso y su generación,
que el atribuir ésta a la selección libre de un sujeto poseedor de ideas (y poseído por ellas)? ¿Es posible
pensar los fenómenos discursivos sin recurrir al significado? Volvamos a examinar las concepciones
que, sobre la ideología, defiende el estructuralismo marxista contemporáneo, como punto de partida,
ciertamente arbitrario, de un camino incierto para llegar a contestarlos...

En un artículo reciente,21 Althusser precisa y desarrolla su concepción de ideología. Insiste en


principio sobre la función de la ideología en una formación social. La reproducción de las fuerzas
21
Althusser, Louis: «Idéologie et appareils idéologiques d' Etat», La Pensée, junio 1970, pp. 3-38.

101
productivas y relaciones sociales de producción es la condición de la reproducción de la formación.
Por tanto, las fuerzas productivas comprenden los medios de producción y la fuerza de trabajo;
reproducir esta última implica la reproducción de los agentes sociales de producción. La función de la
ideología para Althusser es la de reproducir la fuerza de trabajo, los agentes sociales de producción, es
decir, individuos sometidos a las exigencias de un lugar en el proceso de trabajo.

Precisando más, son los aparatos ideológicos del Estado, «Instituciones distintas y especializadas», que
de la familia a la escuela, pasando por la información y el aparato jurídico, constituyen el mecanismo
de «sujetización» de los individuos. «Sujetización» -transformación del individuo en sujeto- es el medio
a través del cual las relaciones de producción se reproducen.

Además, Althusser indica que la concepción de la existencia ideal, espiritual, de las «ideas» resultan
exclusivamente de una «ideología de la idea» y de la ideología.22 Añade que una ideología «existe»
siempre en un aparato, su práctica y sus prácticas. Esta existencia es material».23

Las relaciones entre la ideología, prácticas y el sujeto están claramente establecidas en los
enunciados siguientes:

1) No existe práctica más que por, y bajo, una ideología.

2) Una ideología sólo existe en función del sujeto y para los sujetos.24

El segundo enunciado no presenta, pensamos, ningún problema. Althusser precisa que «toda
ideología» tiene por función «lo que la define» «constituir» individuos concretos o «sujetos».25 Es
decir, hacer aparecer las prácticas como derivando de «una subjetividad libre: un centro de iniciativas,
autores y responsables de los actos».26

El primer enunciado, sin embargo, es menos duro; en efecto, la ideología se materializa en unas
prácticas, y los ejemplos que Althusser da para ilustrar su tesis son claros y convincentes. Es verdad
que la «sumisión a las reglas del orden establecido», la «sumisión a la ideología dominante» se
manifiesta bajo «formas prácticas», por «actos» tales como arrodillarse, rezar, votar o llorar cuando se
imponga.

A pesar de que este artículo de Althusser nos parece clarificar considerablemente la cuestión, nos
parece también que la «materialidad» de la ideología está solamente enunciada. Falta una concepción
clara de su funcionamiento, que no se podría reemplazar por un estudio de sus efectos. Pues los actos
que Althusser menciona no son más que efectos del funcionamiento de las estructuras ideológicas, que
no hay que confundir con la ideología que las preside y que «les da un sentido». Incluso si se admite
que «las ideas» de un sujeto humano existen en sus actos, que estos actos están inscritos en sus prác-
ticas y que «las prácticas» están regladas por rituales en los que estas prácticas se inscriben, en el seno
de la existencia material de un aparato «ideológico»,27 la noción de práctica no es clara, y la de «ritual»
no garantiza ni la materialidad de la «práctica» ni la del aparato. Incluso la afirmación que «de no
considerar más que un sujeto (tal individuo)», la existencia de su idea o de su creencia es material, en
lo que sus ideas son actos materiales, regulados por rituales materiales ellos mismos; definidos por el
aparato ideológico material del que se derivan las ideas de este sujeto,28 no es suficiente para resolver
la cuestión del funcionamiento de la «materialidad». Althusser no formula, además, esta cuestión; la
sustituye por la de la «diferencia de las modalidades de la materialidad»,29 que deja de todas formas en
suspenso.

22
Ibid., pp. 3-38.
23
Ibid., p. 26.
24
Ibid., p. 29.
25
Ibid., p. 29.
26
Ibid., p. 36.
27
Ibid., p. 28.
28
Ibid., p. 28.
29
Ibid., p. 23.

102
La cuestión a plantearse no es la de las «modalidades de la materialidad», sino la del análisis del
proceso de producción de los productos significantes. Ya que, para formular así la cuestión, es necesario
previamente distinguir entre los «actos» (en los cuales «existen» las «ideas») y la ideología misma.

Althusser esboza la noción de «efecto ideológico elemental» para designar el hecho de que ciertas
realidades «designan una cosa» o «poseen una significación». Esta noción permanece, sin embargo,
insuficiente; el efecto ideológico elemental no es más que el de «reconocimiento»; es así ante todo,
efecto de sentido, aunque el reconocimiento sea solamente una de las modalidades de producción de este
efecto. Además, Althusser, en su texto no articula la noción de efecto con el problema del sentido más
que con ocasión de ejemplos.

Si la noción de efecto de sentido permanece confusa es debido a que Althusser no distingue el efecto
del sentido del efecto de este efecto en los procesos sociales de producción. La dificultad se basa aquí en la
ausencia de una distinción clara entre producto significante y efecto de sentido, lo mismo que entre el efecto de
sentido y el efecto material de este efecto de sentido. No se pueden establecer claramente estas distinciones
más que en función de una teoría explícita de los procesos de producción de los productos significantes,
que pueda establecer un vínculo entre las teorías de la ideología y del sujeto y una teoría del lenguaje,
incluso embrionaria. Hemos constatado la ausencia, en los escritos de Althusser, de una concepción
explícita de la función y del fundamento del lenguaje en los procesos sociales de producción. Tratare-
mos en las páginas siguientes de indicar el camino posible para una concepción de las articulaciones
entre lenguaje, ideología y sujeto.

Se puede considerar que un proceso de producción, que Althusser denomina «práctica» es: «todo proceso
de transformación de una materia primera dada, en un producto determinado, utilizando medios de
producción determinados».30 Si analizamos los discursos (productos del lenguaje) como resultados de
un proceso de producción específico, la definición que da Althusser de la «práctica» nos permite
resolver varias contradicciones mencionadas anteriormente en cuanto a la definición de ideología.
Podemos, a partir de aquí, definir la ideología como la estructura (sistema de transformaciones) de los
procesos de producción de discursos; o, en otros términos, la estructura generadora de prácticas significantes.
Precisaremos más a fondo esta definición provisional estudiando los diferentes componentes del
proceso de producción: materias primas, los instrumentos, el trabajo que aplican los instrumentos a
las materias primas, las reglas de aplicación de este trabajo y los productos de los procesos.

Hay que subrayar, en principio, un aspecto de nuestra problemática cuya puesta en evidencia, en
este estadio del análisis se hace necesaria para evitar ambigüedades en la lectura. Precisemos, pues,
que: nuestro análisis no se inscribe en la dualidad CIENCIA-IDEOLOGIA tomada como punto de
partida, como dato a priori. No postulamos que existan dos estructuras generadoras de prácticas
significantes, enteramente autónomas la una en relación a la otra, sino una estructura general, es decir,
un sistema de transformaciones de los procesos de producción de los discursos. Por tanto, definiendo
los tipos específicos de transformaciones podremos definir los tipos específicos de discursos, y, entre ellos, el
discurso científico. Nuestro punto de partida no es, pues: ¿cuál es la diferencia de naturaleza entre la
ciencia y la ideología?, sino: ¿por qué proceso se opera la diferenciación del discurso científico en
relación al conjunto de otros discursos de los que la ideología es la estructura generadora? Responder
a esta cuestión requiere, en primer lugar, una definición de la ideología.

Si se piensa la ideología como estructura del proceso de producción de los discursos, su


explicación debe rendir cuentas de los componentes de este proceso y de los productos particulares
de este proceso.

Las materias primas del proceso de producción de los discursos son otros discursos, es decir,
conjuntos de enunciados lingüísticos articulados entre ellos según leyes específicas. El estudio de las
leyes de articulación de los enunciados lingüísticos constituiría el objeto de una «ciencia del texto»,
ciencia que, como se sabe, no existe todavía... Por tanto, el conjunto de los enunciados producidos en
la totalidad de los discursos que existen en un momento histórico dado, constituye la materia prima
del proceso de producción de los discursos, tal como se presenta en un momento determinado de la
historia. Es obvio que las proposiciones que formulamos aquí no pretenden dar una explicación
exhaustiva; tratan de delimitar, en un nivel general y muy abstracto, el campo real en el que se
30
Althusser, Louis: Pour Marx, Maspero, 1968, páginas. 161-224.

103
inscriben las prácticas significantes como proceso específico.

Los instrumentos de transformación de las materias primas (enunciados, discursos) son


combinaciones sobre las que actúan las regulaciones sociales (por ejemplo, las estructuras sintácticas)
que definen el campo de las relaciones de un conjunto finito (pero abierto) de términos-soportes
(marcas lingüísticas).

Las locuciones «términos soportes» o «marcas lingüísticas» engloban en parte las nociones
corrientes de «palabra» o «signo» que preferimos evitar en esta exposición, dadas sus implicaciones
epistemológicas idealistas. Se podría tratar de sustituir «términos soporte» «por signo», pero con la
condición expresa de que esta noción de «signo» sea estrictamente separada de su acepción saus-
suriana. Es decir, los «términos-soporte» no se confunden de ninguna manera con la definición saussuriana de los
significantes. Los «términos-soporte no vehiculan significados que serían la contrapartida conceptual,
sino que intervienen como componentes de enunciados, enunciados que en un contexto socio-histórico
determinado producen un efecto de significación. Volveremos más adelante sobre la definición del
efecto del significado.

De la aplicación de los instrumentos de transformación a las materias primas, resulta un producto:


el discurso... Pero los procedimientos de aplicación, es decir, los modos específicos de transformación de
«los enunciados-materias primas, no están enteramente determinados por el "libre arbitrio de los
sujetos productores de discursos". La producción del discurso (o según la terminología saussuriana el
"habla") no es un acto individual de voluntad y de inteligencia». Esta producción particular, como la
totalidad de las producciones sociales, está estructurada. Los modos de transformación de los
enunciados (es decir, procedimientos de aplicación) están definidos -delimitados- por los modelos
ideológicos (que Julia Kristeva denomina sistemas modelantes secundarios). Los modelos ideológicos pueden
estar definidos como tipos recurrentes de transformaciones temporalmente fijados y privilegiados
dentro del conjunto de las transformaciones posibles. La recurrencia de ciertos procedimientos de
aplicación determinados asegura la producción de productos discursivos semejantes, y esta recurrencia
está asegurada por la educación, más o menos homogénea, dentro de una clase social, de los agentes
de la práctica discursiva,31 así como por la represión.

Esta noción de recurrencia socialmente regulada de los tipos de transformaciones de los


enunciados, reintroduce, después de una explicitación, nuestra definición inicial de la ideología como
estructura generadora de las prácticas significantes.

En lo que concierne a los productos significantes, están en relación con el conjunto de los procesos
sociales de producción; y no se puede comprender su rol social más que definiendo el estatuto de
estos productos en la esfera general de la producción -y de la reproducción- social.

Los discursos son productos que generan un efecto de significación. Se pueden distinguir diversos
tipos de efectos de significación, dependiendo del modo de inserción específico de los productos
significantes en los procesos sociales de producción. La posibilidad de distinguir tipos de efectos de
significación constituye para nosotros el fundamento concreto de la distinción entre ciencia e
ideología.

La distinción corriente entre «valores» y «representaciones» indica, de manera imprecisa, dos tipos
diferentes de productos de las prácticas significantes.

En tanto que el término «representaciones» designa los discursos sobre los procesos, articulados como
discursos del agente (articulación que constituye el agente en «sujeto» y el discurso en «conciencia»), el
término «valores» designa la relación particular del «sujeto» con su discurso sobre los procesos. Un
ejemplo hará esta distinción más sensible. Una frase del tipo: «Yo (creo que) - (A es B)» contiene:

1) Una proposición que se refiere a un hecho que es exterior al sujeto; «el sol es un astro»: A
es B.

31
Sobre la incidencia de la educación en las prácticas significantes y la diferenciación de las «culturas de clases», véase la obra de
Bourdieu y Passeron, J. C.: La Reproduction, París, Minuit, 1970,' col. «Le Sens Commun». (Hay traducción. castellana.)

104
2) El pronombre personal «Yo»: la instancia del sujeto: el que habla; el agente de la práctica signi-
ficante.

3) «Creo que»: el vínculo modal que determina un tipo de relación particular entre (Yo) y (A
es B). El vínculo «creo que» actúa como índice de valor (lógico) de verdad; significa que (A es
B) es verdadero. El rol del vínculo modal consiste, pues, en atribuir un valor a la
proposición enunciada.

Sin duda, existe, una relación directa entre las representaciones y los valores lógicos de verdad. Así,
en una teoría científica, se pretende que todas las proposiciones sean verdad. En el discurso ideológico
en general existe también una relación entre las representaciones y los valores, pero esta relación no es
necesariamente de naturaleza lógica. La relación entre el sujeto y la proposición no es únicamente del
tipo «Yo creo que», «me parece que», «pienso que», sino también del tipo «me gusta que», «debemos»,
etc. Este tipo de conexiones entre el sujeto (el que habla) y la proposición que emite, es índice de lo que
es deseado, y funda la categoría de los valores morales (sociales, políticos, etc.).

Es importante constatar que el discurso ideológico produce un efecto de significación que consiste
en:
1) Delimitar un «significado» para las nociones, es decir, para los términos considerados
significantes.

2) Relacionar el significado con una «idea», un contenido de conciencia del agente del
discurso, constituyendo así la instancia del sujeto (el que habla) definiendo a la vez el
significado (lo que el agente dice, lo que es representado) como significado del bien:
atribuyéndome el origen de lo dicho a mí, ese signo. «Pienso lo que digo»: esta frase
indica no «lo que yo digo es lo que yo pienso», sino más yo convierte lo que pienso en
lo que es.

3) Poner la instancia del sujeto en relación modal con la proposición que enuncia.

Estas indicaciones permiten caracterizar los productos del proceso de producción de los discursos
ideológicos. Pero no se trata más que de una caracterización provisional.

7.3.2. Ciencia e ideología


Podemos, ahora, en este estadio de nuestro análisis, plantear la cuestión siguiente: ¿por qué
denominamos «científicos» a un cierto tipo de discursos? Althusser establece una distinción
interesante entre dos tipos de efectos de significación (aunque no se emplee jamás explícitamente el
término de «efecto de significación»); habla de un «efecto de conocimiento» que resultaría del discurso
científico, por oposición a un efecto de «reconocimiento» producido por el discurso ideológico. La
hipótesis de Althusser, a pesar de que marca una etapa importante en la tentativa de establecer una
definición diferencial de la ciencia y de la ideología, permanece, sin embargo, incompleta. En efecto,
Althusser no establece su distinción entre efecto de conocimiento y efecto de reconocimiento más que
dentro de la esfera del proceso de producción de los discursos, lo que le impide plantearse el
problema fundamental de las relaciones entre los productos significantes y el conjunto de los procesos
sociales de producción. En otras palabras, tratar de definir la «cientificidad de la ciencia» fuera de la
función social específica de los productos significantes científicos, no puede más que llevarnos a dar
una definición idealista de la cientificidad como verdad inmanente en la práctica teórica rigurosa. Este
pasaje de Lire le capital pone en evidencia los peligros de una restricción semejante de la problemática
de los efectos de la significación:
«Nous avons en effet montré que la validation d'une proposition scientifique comme
connaissance était assurée, dans une pratique scientifique déterminée par le jeu de formes
particulières, qui assurent la présence de la scientificité dans la production de la connaissance,
autrement dit par des formes spécifiques qui confèrent à une connaissance son caractère de
connaissance "vraie"».32

32
Althusser, Louis: Lire le capital, París, Petite Collection Maspero, 1968, p. 82. (Hay traducción. castellana.)

105
Estamos de acuerdo con Althusser cuando insiste sobre las «formas específicas» del discurso
científico, puesto que es lo mismo que decir que los enunciados del discurso científico están
sometidos a un cierto número de reglas rigurosas de producción. Pero si la coherencia interna y el
«rigor» de un sistema conceptual son condiciones necesarias para «la presencia de la cientificidad» en
un discurso, no son, sin embargo, condiciones suficientes. Además, determinar el carácter científico
de un efecto de significación por la presencia de la cientificidad no explica, propiamente hablando,
nada. Con especificar incluso que la cientificidad sea «el carácter del conocimiento (verdadero) del
conocimiento», la explicación no se encuentra nada avanzada por la simple razón de que nada define
lo que es la verdad (del conocimiento). Así, la cientificidad se explica por la verdad, e inversamente;
pero ninguno de estos dos términos son definidos de otra forma, más que por su equivalencia
recíproca. Nos es necesario, pues, para resolver este problema, ver la realidad que recubre las
categorías filosóficas de cientificidad y verdad, es decir, estudiar las relaciones concretas y específicas
entre los productos de la práctica científica y los productos de otras prácticas sociales, relaciones cuyas
categorías de cientificidad y de verdad están verificadas.

Hemos afirmado que se podían distinguir diversos tipos de efectos de significación, dependiendo
de su modo de inserción específico en los procesos sociales de reproducción. Todo el problema de la
cientificidad o del carácter ideológico de los productos significantes se encuentra allí. El problema se
plantea precisamente en el nivel de la articulación de la producción significante y de la producción
material, y no puede plantearse correctamente más que a ese nivel. En efecto, ningún proceso de producción
socialmente organizado, aunque sea muy rudimentario, existe sin que el lenguaje intervenga en él
como componente más o menos importante; pues el lenguaje (la producción significante) tiene por
función permitir a la coordinación de las prácticas (o, en otros términos, asegurar los procesos de
producción). Estudiar los procesos de producción sin tener en cuenta la incidencia de los productos
significantes reduce el poder explicativo de la sociología, de la misma manera que estudiar los
productos significantes fuera de su función social específica reduce la semiología y la lingüística a un
formalismo ideal y sin interés científico.

Estas últimas observaciones nos alejan de nuestro sujeto inmediato; pero sus importantes
implicaciones epistemológicas son la causa de esta corta disgresión. La necesidad de pensar como
indisociables los hechos del lenguaje y el conjunto de otros hechos sociales de producción, introduce la
necesidad de romper las barreras disciplinares que definen la sociología, la lingüística y la semiología
como «ciencias distintas». Esta división, sin fundamento científico, de las disciplinas, constituye el
obstáculo mayor para la formación de verdaderas ciencias humanas.

Por tanto, la validez científica de un hecho de significación depende no solamente de la coherencia


de sus reglas de producción (es decir, su producción en el interior de un sistema de transformación de
enunciados reconocido como sistema científico), sino de su función social específica. La función
social de un efecto de significación puede ser definida por el modo de intervención específico de este efecto de
significación en los procesos sociales de producción.
El efecto de significación produce el mismo efecto social, lo que implica que el problema de la
validez científica del efecto de significación se encuentra asimilado: la cientificidad del efecto de
significación no se plantea (y no puede explicarse) más que considerando el tipo de efecto social de este
efecto de significación. Es, pues, el efecto del efecto el que determina simultáneamente la categoría filosófica de
la cientificidad y los productos significantes que entran en esta categoría. Así, si un sistema de
transformaciones de enunciados (o sistema modelante secundario) puede ser considerado como cientí-
fico, es porque los productos significantes que genera producen un «efecto del efecto» específico.

Definiendo un tipo particular de efecto del efecto (es decir, efecto social del efecto de
significación), se puede definir una clase de productos significantes generadores de este tipo particular
de efecto del efecto, y que se llamará entonces productos científicos. En este nivel de análisis, una
distinción entre ciencia e ideología, entre efecto de conocimiento y efecto de reconocimiento, es
posible sin recurrir a las categorías apriorísticas de cientificidad y de verdad.

El concepto de ciencia designa un conjunto de discursos que se refieren a unas prácticas,


caracterizados por la objetividad,33 es decir, por su forma de adecuación al objeto. El discurso
33
Empleamos aquí este término exclusivamente en el sentido definido por el párrafo, que se sitúa fuera de la oposición

106
científico se refiere a su objeto de una forma específica: en las ciencias experimentales, el método
experimental garantiza la correspondencia entre una serie de enunciados (discurso) y un conjunto bien
definido de operaciones. Pero esta correspondencia no es un modelo -en el sentido de «reproducción de
la esencia de la realidad»-; es un sistema de transformaciones por el que se asimilan operaciones con
una serie de conceptos e inversamente. Estos conceptos no son la imagen de los procesos reales que
conceptualizan, sino reglas de operación que permiten coordinar las prácticas, es decir, dominar el
desarrollo de procesos reales. Así, la concepción actual del átomo no es la misma imagen que podría
tener el modelo de Bohr; las ecuaciones ondulatorias de Schrödinger o las matrices de Dirac no nos
permiten imaginar otras cosas más que ellas mismas. Las teorías científicas modernas nos hacen
comprender que el discurso científico no reproduce la realidad como una imagen, sino que coordina
un cierto número de operaciones exteriores y materiales, así como interiores y materiales.

7.4. Reproducción social e ideología


Por tanto, cuando un conjunto articulado de conceptos (que generan un efecto de significación)
produce el dominio real y la eficacia de un conjunto de operaciones sobre los procesos reales (efecto
del efecto), este sistema de conceptos se le puede denominar científico. Volviendo a tomar la
terminología althusseriana, se dirá que este sistema conceptual produce un efecto de conocimiento. El
paso del sistema científico abstracto a las operaciones concretas está en el orden de las técnicas; una
definición rigurosa de la noción de «técnica», así como un estudio serio de las realidades empíricas que
designa esta noción, constituirían un hito decisivo en la elaboración de una sociología del
conocimiento. Pero, una vez más, este trabajo queda todavía por hacer.

Sin pararnos en consideraciones de carácter puramente indicativo, podemos ver ahora en qué
consiste la diferencia entre el efecto del conocimiento y el efecto del reconocimiento, entre el
discurso científico y el discurso ideológico. El primero tiene por efecto coordinar las operaciones
reales de los agentes en las prácticas, en tanto que el segundo produce una imagen de las prácticas,
imagen que las reproduce como modelo.

Los modelos econométricos son discursos que reproducen en sus articulaciones las de los
procesos económicos a los cuales hacen referencia. El enunciado vulgar «el capitalista da trabajo y
hace vivir al obrero», es también una imagen, un «modelo» del proceso social al cual se refiere.34 Pero
impide la comprensión del mismo proceso, en sus relaciones con la totalidad de los procesos sociales.
¿Cómo se producen los discursos? ¿Cómo se produce su efecto? Las materias primas son las
nociones: «capitalista», «trabajo», «obrero»... Los términos-soportes se articulan en un discurso,
producto significante. El modo de articulación específico de los términos-soportes determina el efecto
de significación (efecto de reconocimiento o de reconocimiento). ¿Cuáles son los modelos ideológicos
que rigen la aplicación de los instrumentos a la materia prima?
La distinción entre ideología teórica e ideología práctica es útil, aunque insuficiente para tratar el
problema. Es importante constatar que los discursos están modelados a partir de unas prácticas sociales
reales; así el enunciado del cual hablábamos anteriormente, «el capitalista da trabajo y hace vivir al
obrero» no puede existir más que en la medida en la que se refiere a un hecho concreto: pagar el
trabajo de diez personas y ser pagado por el producto de ese trabajo, es un proceso real. Sin embargo,
este enunciado produce una representación puntual de la realidad a la cual se refiere; cristaliza en una
imagen simple un conjunto complejo de relaciones sociales de producción que permiten comprender
la relación real entre capitalista y obrero. Aislado del conjunto de las relaciones sociales de
producción y tomado como hecho aislado, la relación capitalista-obrero aparece como relación entre
dos sujetos autónomos, relación libre y voluntaria en la que el uno da trabajo y el otro lo recibe. El hecho
de ser capitalista u obrero aparece, entonces, como una propiedad contractual de los sujetos,
impidiendo así la comprensión de la existencia del capitalista y del obrero como productos sociales
específicos de un modo de producción históricamente determinado. El desconocimiento de los
mecanismos sociales de producción permite la reproducción en el tiempo de un modo de producción
dado. En nuestro ejemplo, la representación del capitalista como sujeto «haciendo vivir» otro sujeto,
subjetivo/objetivo.
34
Para la crítica de la noción ideológica de modelo, véase Badiou, Alain: Le Concept de modele, París, Maspero, 1969, Serie
Cours de Philosophie pour Scientifiques. (Hay traducción. castellana. )

107
el obrero, abarca las relaciones sociales reales según las cuales, el capitalista vive de la plusvalía
producida por el obrero al que compra la fuerza del trabajo. La desaparición de las relaciones sociales
complejas en y por el uso de la categoría del sujeto, es la condición de la reproducción de las
relaciones sociales de producción.

Los enunciados ideológicos producen una representación puntual de las prácticas reales,
separándolas de la totalidad de los procesos sociales. Esta representación es socialmente funcional, ya
que asegura la reproducción de las prácticas dentro de las relaciones de producción ya existentes. Marx
nos ha dado un ejemplo de transformación ideológica de las relaciones sociales en «cosas» aisladas en
su análisis del carácter fetichista de la mercancía. Al mismo tiempo, ha subrayado la necesidad, para
mantener la circulación de las mercancías (es decir, para reproducir en el tiempo la producción
mercantil), de producir una imagen del valor que pueda recubrir (y enmascarar) su carácter social
(gasto de fuerza humana, tiempo de trabajo... )

Así el discurso ideológico interviene en la reproducción de los procesos sociales constituyéndose


como «contenido» de la «conciencia» de los agentes de estos procesos; y, en tanto que mecanismo
regulador, el discurso ideológico produce el «contenido de conciencia», requerido por la situación de
los agentes en el proceso. Volviendo a tomar el ejemplo ya citado, digamos que la asimilación por el
obrero del enunciado «el capitalista hace vivir al obrero» contribuye a mantener su posición específica
en las relaciones de producción, es decir, a asegurar la fijación de su tipo de intervención en el
proceso. En tanto que el discurso científico interviene como agente (es decir, introduce por medio de las
técnicas una coordinación de la fuerza de trabajo -racionalización y economía en el proceso-, el
discurso ideológico actúa sobre los agentes para reproducir las relaciones sociales que subyacen en el
proceso. Este último no es, pues, agente de producción, sino agente regulador (o agente de repro-
ducción).

La ideología es, por lo tanto, en esta perspectiva, la estructura generadora del proceso de
producción de los discursos cuyo efecto social específico es la determinación del lugar de los agentes
en los procesos sociales y, por lo tanto, en las relaciones sociales de producción. Es evidente que esta
estructura generadora de enunciados funciona en la medida en la que está vinculada a un «aparato
represivo». Bourdieu muestra cómo la «relación de autoridad» -relación social- en la que se inscribe el
intercambio de enunciados que constituye el trabajo pedagógico, constituye su condición de
posibilidad.35

7.5. Ideología y conciencia

La ideología no es una imagen o un reflejo de la realidad; no es un conjunto de representaciones,


aunque sea la estructura del proceso que las genera. Interviene en todas las prácticas sociales
constituyendo la «conciencia» de los agentes, es decir, los discursos de estos mismos agentes,
discursos que tienen por función reproducir su tipo de intervención en los procesos y su lugar en las
relaciones sociales.

Precisemos, antes de continuar, que el uso casi abusivo de las comillas en los últimos párrafos no
deja de ser un índice de un problema terminológico importante. Así la expresión «contenido de
conciencia», que hemos empleado varias veces, se refiere a un objeto real, pero a un objeto real
pensado en el contexto idealista de la oposición espíritu/materia. El uso, con comillas, por más que
parezca muy prudente, de nociones idealistas debe ser provisional, es decir, hasta el momento en que
se puedan producir conceptos científicos capaces de describir y de explicar el objeto real que la
noción idealista de «conciencia» designa sin explicar. Para dilucidar el problema de la conciencia haría
falta un estudio profundo de los mecanismos energético-materiales que producen el efecto de
conciencia en el homo sapiens (composición electroquímica del cerebro, influencia de las tasas de
ácido ribonucleico en los fenómenos de la memoria, etc.), estudio que, evidentemente no pertenece a
nuestro ámbito. Un proceso semejante depende del desarrollo de la neurología e incluso -apenas
35
Bourdieu, P.: La Reproduction, París, Minuit, 1970. Se puede considerar el trabajo de Bourdieu como un análisis del modo de
funcionamiento de un aparato ideológico del Estado -el sistema de enseñanza. Pero, así como en el artículo de Althusser, la ausencia de una teoría
explícita del lenguaje limita el ámbito del análisis. Por ejemplo, el «grado objetivo de arbitrariedad de una enseñanza» que Bourdieu mide entre la
«pura fuerza» y la «pura razón» es una noción idealista que nuestro análisis anterior puede reemplazar, pensamos que con ventaja.

108
empezamos a constatarlo- de la cibernética.

Sin embargo, pese a que el estudio del fenómeno de la conciencia como efecto de una
organización específica de la energía-materia constitutiva del cerebro esté fuera de nuestra
competencia, podemos, a otro nivel de nuestra investigación (aquélla que se basa en el efecto de
significación), producir hipótesis sobre el funcionamiento del pensamiento. Basta, entonces, que estas
hipótesis sean científicamente compatibles con las investigaciones a que hacíamos mención. Por
tanto, en lo que concierne a la expresión «contenido de conciencia», creemos poder circunscribir
ahora el objeto real que esta noción designa en el interior de una problemática materialista. Así, pode-
mos transformar la noción vaga de «contenido» en la de conjunto de enunciados -discursos de los que
hemos especificado anteriormente el proceso de producción-. Sabemos, pues, que los enunciados-
discursos no son ideas puras, ni significados a priori, sino productos sociales particulares cuyo modo
de producción está históricamente determinado.

En lo que concierne a la noción de «conciencia», se la puede describir como la capacidad de


asimilar y transformar enunciados-discursos. Esta capacidad de asimilación y de transformación de los
enunciados es una propiedad objetiva de un producto social específico: el individuo humano, agente
de la práctica discursiva. No se trata, pues, de una capacidad innata (del tipo: «la conciencia es lo
propio del hombre»), sino del resultado de la producción de los individuos sociales. Esta capacidad de
asimilar y de transformar los enunciados -y, de producción de la significación- no es uniforme en
tanto que está sometida a la educación diferencial de los agentes, es decir, a culturas de clase. Se podría
entonces hablar de competencia semiótica, concepto que se referiría a la capacidad de los agentes de la
práctica discursiva de articular enunciados significantes, y, por lo tanto, de producir efectos de
significación.

Así, el grado de competencia semiótica de los individuos sociales, las variaciones de esta
competencia, serían analizadas en función de la pertenencia de los individuos a una clase social
determinada. En consecuencia, la noción de «conciencia de clase» podría estar relacionada a su vez
con el concepto de competencia semiótica, y el grado de competencia semiótica de una clase (su capa-
cidad de producir productos significantes) podría estar relacionada de forma más o menos directa con
la cantidad de materias primas disponibles (por ejemplo: monopolización de la información por las
clases dominantes), por su dominio de los instrumentos de transformaciones de las materias primas
(conocimientos del léxico, dominio de la sintaxis, etc.), por su dominio de los sistemas modelantes
secundarios (dominio del modo de articulación del discurso científico, del discurso político,
novelesco, etcétera), lo que está en relación con lo que se denomina el «grado de organización». Por
tanto, cuanto más grande es la cantidad de materias primas a disposición de una clase social y más
pronunciado es su dominio de los instrumentos de trabajo, así como de los procedimientos de
aplicación de los instrumentos (sistemas modelantes secundarios), entonces más elevada es su
competencia semiótica; o, si se quiere referir a su antiguo término, más desarrollada está su «conciencia
de clase».

Estas consideraciones pecan de una falta de exhaustividad evidente, pero su explicación y


verificación empírica podrían constituir fácilmente el objeto de otra obra que no fuera ésta y cuya
necesidad nos parece inexcusable.

Sin embargo, no podemos, por el momento, más que formular algunas hipótesis programáticas,
cuyo desarrollo desbordaría el ámbito del sujeto aquí tratado. Además, el tipo de razonamiento que
desarrollamos aquí es análogo al que los físicos anglosajones llaman «black box approach» y que es
empleado para el estudio de los sistemas. Se puede comprender que lo que pasa por el cerebro
humano, cuando se tiene la impresión de comprender, que lo que denominamos efecto de sentido es un
fenómeno que tiene lugar dentro de una «caja negra», puesto que se ignora lo que se produce en ella.
Postulamos, sin embargo, que algo se produce, puesto que podemos estudiar lo que sale de la caja y
lo que entra, así como las relaciones entre los «inputs» y los «outputs» con otros fenómenos mejor
conocidos. Podemos hacerlo dado que, como se ha subrayado anteriormente, los mecanismos
psicológicos y biológicos que hacen posible el efecto de sentido derivan de otra problemática.

7.6. Ideología y competencia semiótica

109
Volvamos al concepto fundamental de ideología y a establecer rigurosamente la relación de este
concepto con el de competencia semiótica. La distinción de estos dos conceptos es delicada pues,
aunque estén próximos, no son por ello idénticos; además, no se podrían pensar independientemente
el uno del otro. Se requiere, pues, una definición dialéctica, es decir, que su descripción respectiva
incluya la definición de su dependencia recíproca.

Si la ideología es la estructura generadora de prácticas significantes, la competencia semiótica


aparece entonces como el efecto de esta estructura sobre el agente de la práctica discursiva. En otras
palabras, la ideología, a través de los aparatos (ideológicos del Estado) por los que actúa (educación
familiar, escolar, comunicación de masas, etc.) produce la competencia semiótica en los individuos
sociales. Debido al efecto de la ideología, los individuos biológicos constitutivos de las formaciones
sociales llegan a ser agentes de la práctica discursiva -por tanto, llegan a ser, propiamente hablando,
individuos sociales-. Se ve, pues, este nivel de análisis, que el efecto de la ideología es doble: por una
parte, produce un producto social específico, que es el agente de la práctica discursiva, produciendo su
competencia semiótica; por otra parte, estructura la práctica de este agente, es decir, define los límites
sociales de su competencia semiótica delimitando las materias primas, los instrumentos de trabajo y los
procedimientos de aplicación de los instrumentos socialmente disponibles en un momento
determinado de la historia.

Sin embargo, si la competencia semiótica de los agentes es una sub-estructura de la ideología, hay
que mencionar también que produce a su vez un efecto sobre la ideología. Por ello la comprensión de
estos dos fenómenos necesita su definición dialéctica. La competencia semiótica es, lo hemos visto,
una condición indispensable para la posibilidad de la existencia de agentes de la práctica significante.
El agente de la práctica significante, dotado de competencia semiótica socialmente adquirida, produce
discursos, es decir, productos significantes. Por tanto, estos productos significantes, después de haber
sido generados por la ideología, intervienen en un segundo nivel bajo el título de enunciados-materias
primas de un nuevo proceso de transformación, el cual reintegra la esfera de la ideología
modificándola. Así, la competencia semiótica, estructurada por la ideología, aparece simultáneamente
como efecto y como mecanismo de transformación de la ideología.

Se ve, pues, que la ideología y la competencia semiótica de los agentes de la práctica discursiva son
dos conceptos indisolubles en tanto que no pueden definirse fuera de su inter-relación. Plantearse la
cuestión de saber si la ideología, como estructura generadora de las prácticas significantes es anterior a
la competencia semiótica de los agentes, o, si es a la inversa, es concebir los dos términos en la
problemática idealista de la dicotomía individuo/sociedad. No se trata de plantearse si los «sujetos»
heredan la «conciencia colectiva», o si la conciencia colectiva se constituye por yuxtaposición de las
conciencias de los sujetos individuales, sino cómo el proceso de producción de los productos significantes y los
agentes de este proceso se estructuran mutuamente. Este camino en la investigación nos permite sobrepasar el
problema insoluble -por haber sido mal formulado- de la primacía de las prácticas de los agentes sobre
las estructuras (historicismo) y su inversa complementaria, el de la primacía de las estructuras sobre
los agentes (estructuralismo).

Volviendo, después de esta breve disgresión, a la problemática ideología-competencia semiótica de


los agentes, tratemos de ver cómo esta relación estructural aparece en el discurso. Dicho de otra
forma, tratemos ahora de analizar el efecto significación ideológica (representación puntual de una
práctica) producido por un discurso cuyo objeto es el de rendir cuentas de su propio proceso de
producción. Formulemos, pues, el problema de la manera siguiente: ¿qué «imagen» produce el
discurso ideológico de la intervención de los agentes en las prácticas discursivas?

En primer lugar, señalemos que en el discurso ideológico, la explicación de la práctica discursiva


está siempre relacionada con el libre arbitrio de los «sujetos parlantes». Desde este punto de vista, la
definición saussuriana del habla como «acto individual de voluntad e inteligencia» es ejemplar.
Relaciona la práctica discursiva con la acción de los sujetos considerados como elementos
explicativos, en última instancia, de los hechos sociales. Esta explicación subjetivista de la práctica
discursiva implica, como corolario, una definición idealista de la significación como «contenido de
conciencia» de los sujetos. El conjunto de las relaciones sociales que subyacen en la práctica discursiva
de los agentes se encuentran, pues, por decirlo de alguna forma, marcada por esta problemática. Hay,

110
por una parte, sujetos; por otra, significaciones fijadas en el signo. La sustancia del signo es el significado
-la idea- y la forma de existencia de ese significado es el significante.

El efecto del discurso ideológico basándose sobre las prácticas discursivas es, pues, el de crear la categoría del sujeto y
constituir como conciencia un conjunto de discursos pronunciados en la instancia del «Yo»,36 y de transferir la realidad
del efecto de significación de la práctica social discursiva a la inmanencia del significado del signo.

La crítica que hacemos aquí de las concepciones subjetivistas de la práctica discursiva no tiene por
objeto, evidentemente, el hecho concreto, empíricamente evidente, según el cual: existen individuos
que producen discursos. Pero la existencia de individuos locutores no es un fenómeno inteligible
aisladamente, es decir, considerado fuera de las condiciones sociales que producen los individuos como
locutores Hay que pensar, pues, correlativamente la producción de los discursos y la producción de los
agentes del discurso como dos aspectos indisociables de un mismo hecho social; y para hacerlo, es nece-
sario formular conceptos que implican, en su articulación misma, esta correlación. Concebir la
ideología como estructura generadora de los procesos de producción de los discursos, implica que
genera, entre otras cosas, los agentes de este proceso, es decir, que produce la competencia semiótica
de los individuos biológicos que entran en la esfera de circulación y de intercambio de los productos
significantes (el dominio de la información en general y de la educación en particular). Llega a ser
posible considerar al individuo-locutor, no como un sujeto que expresa ideas llegadas de no se sabe
dónde, sino como una instancia discursiva relativamente autónoma, inscrita en el proceso social general de
producción de la significación. Por ello nos encontramos dándole a la práctica discursiva su carácter
fundamentalmente social, salvaguardando el viejo refrán de: no hay discurso sin locutor.

Resumiendo, todo lo que pertenece al orden de la representación -de la significación- pertenece al


orden de los hechos sociales; tanto los hechos mentales como los individuales deben ser, pues,
científicamente especificados como sub-conjuntos de los hechos sociales; fuera de esta especificación
no pueden inducir más que teorías idealistas, es decir, pseudo-explicativas. Las representaciones no
existen más que en y por el proceso social de producción de los discursos. El término
«representación» no se relaciona con una abstracción cualquiera; denota los dos niveles fundamentales
de todo discurso: de una parte, el nivel de las articulaciones de los términos-soporte del discurso entre
ellos y, por otra parte, el nivel de la relación de las articulaciones discursivas con los referentes del
discurso. Estos pertenecen al dominio de las prácticas sociales. Es importante subrayarlo, pues es el
único medio por el que se suprime el falso problema de la «cosa en sí» como referente.

7.7. Vuelta a la problemática del modelo lingüístico y del estructuralismo


Como ha subrayado más de una vez Henri Lefebvre, la epistemología idealista ofrece soluciones a
los problemas del conocimiento que tienen al menos el mérito, en relación al materialismo vulgar, de
subrayar problemas reales.
La teoría convencionalista de la significación y del lenguaje respondía -hemos visto en qué
términos- a un problema fundamental: el de las relaciones entre el discurso y la realidad material.
Benveniste había observado que lo «arbitrario del signo» reside en la relación que liga «las cosas» a los
signos, más que en la relación entre el significante y el significado.

El problema de las relaciones entre el lenguaje y la «realidad» ha sido discutido por los partidarios
del punto de vista «materialista» con la noción de «referente».

36
En lo que concierne a la categoría de la subjetividad, E. Benveniste la ha descrito como un efecto del lenguaje y no como una
categoría a priori. La puesta en relación de los enunciados con el anunciador, por intermedio del pronombre personal «Yo» es el
fundamento concreto, según Benveniste, de la categoría del sujeto. Sería superfluo insistir sobre la relación existente entre la
observación de Benveniste con nuestro problema. Véase E. Benveniste: La Nature des pronoms personnels, y «De la
subjectivité dans le langage», en Problèmes de linguistique générale, Pars, Gallimard, cap. XXI. Althusser abandona el
problema del «Yo» y que, sin embargo, es una de las vías que conducen a la formulación del problema de los procesos de producción
de productos significantes -de la ideología- en sus relaciones con el sujeto. Es la vía que sigue J. Lacan en sus Ecrits.

111
En esta óptica, el signo implicaba un significado (el concepto), un significante (imagen sonora) y
un referente, la cosa.

Esta noción de referente difícilmente permitía resolver los problemas reales descubiertos por los
partidarios de los puntos de vista convencionalistas e idealistas. El problema que se ha mencionado
más a menudo, a este respecto, es el de las relaciones de las series de palabras que constituyen un
paradigma, con una realidad física en lenguajes diferentes.

Saussure trata precisamente de este problema para exponer su concepción de lo arbitrario del
signo, concepción que justifica la reducción de la lengua a un sistema de valores relativos y
contractuales. Estos valores son la única explicación posible a la existencia del vínculo. Que exista en
francés «mouton» y en inglés «mutton» y «sheep»37 que se refieren a un animal dado, pone de
manifiesto, para Saussure, los valores relativos de los términos en las dos lenguas y confirma la necesidad
de pensar el lenguaje como sistema de valores.

Las diferencias en las clasificaciones proporcionan los mejores argumentos al modelo lingüístico,
justificando su concepción de la lengua como sistema de valores, como «principio de clasificación».38

Saussure tiene razón al afirmar que estas consideraciones demuestran la ausencia de


correspondencia entre la palabra y la cosa, y que incluso si, por una preocupación de realismo, se trata
de introducir el término «referente» para designar «la cosa» a la que el signo está vinculado, se
abandonan hechos ya establecidos. De ahí a concluir que la ausencia del vínculo supuesto entre la
palabra y la cosa obligue a considerar la lengua como un sistema de valores relativos, es decir,
contractuales, que tienen su sede en el cerebro, existe una distancia que no se podría franquear sin
consecuencias. Como subraya, muy oportunamente, Lacan, en su crítica de Lévi-Strauss, la perspec-
tiva estructuralista reduce «a la forma de un signo algebraico el poder de la palabra».39

En efecto, y como hemos visto, en la crítica de los fundamentos de la semiología del relato, la
distinción lengua-habla reduce la lengua a un sistema de valores, resultado de un contrato, que hace
del habla «esencialmente una combinatoria» que «corresponde a un acto individual».40

La constatación de la ausencia de relación entre la «palabra» y la «cosa» está ligada a una


concepción del habla como pura combinatoria y como acto, concepción que va de Saussure a Barthes.
Acabamos de ver que esta concepción está ligada a la de ideología como sistema de ideas, y por tanto
a una concepción ideológica de la idea vinculada necesariamente a la noción de sujeto libre y
responsable de sus actos.

La perspectiva desarrollada en este capítulo se inscribe de lleno en la problemática del lenguaje. En


efecto, cuando se plantea el problema de la inserción de los productos significantes en los procesos y las
relaciones sociales de producción, se vuelve a formular la cuestión del referente: pues los enunciados
-productos significantes-, los discursos «se refieren» a algo que no es una «cosa», sino a procesos y a
relaciones sociales.

Es cierto que el lenguaje está relacionado con las clasificaciones, que las clasificaciones son hechos,
es decir, tienen una existencia social. Estas consideraciones no imponen la obligación de construir una
entidad abstracta e ideal, la lengua, concebida como un principio de clasificación convencional y
contractual. Pensamos que debemos considerar que la producción del discurso, como todo proceso
de producción, está sometida a las limitaciones de la reproducción y que esta sumisión trae consigo la
fijación (y la reproducción) de relaciones en las que el proceso de producción se inscribe. Las relaciones
así fijadas aparecen en la experiencia subjetiva como valores.

La confusión entre la experiencia subjetiva y el sujeto es otra condición de posibilidad de elaboración


de una teoría contractual y convencionalista del lenguaje. Esta confusión elude la distinción entre el
efecto del sentido -experiencia subjetiva- y el sujeto, pensado como estructura que genera este efecto
37
Saussure, F.: Ob. cit., p. 160.
38
Ibid. p. 25.
39
Lacan, J.: Ecrits I, París, Seuil, 1966, p. 158.
40
Barthes, R.: «Elements de Sémiologie», Communications, núm. 4, p. 95.

112
de sentido. Es la función del significado en el modelo lingüístico la que permite situar la lengua en la
«conciencia» como «forma del contenido». Esta «forma del contenido», sistema de relaciones entre las
relaciones, sistema de valores, es a la vez la forma de existencia del contrato en la conciencia colectiva
y el sujeto. Así se borra la realidad de la producción social de los discursos, suprimiendo la distinción
entre producto significante y efecto de sentido. La consecuencia más importante de esta confusión es
que las relaciones en que se inscribe el proceso de producción de productos significantes -enunciados
y discursos- que están determinadas por su inserción en el conjunto de los procesos sociales de
producción a través de la actividad concreta de los productos, son borradas y reemplazadas por los
significados y los valores que las definen, por el contrato, identificado con la experiencia subjetiva.

Lacan escribe: «el sujeto va más allá de lo que el individuo experimenta subjetivamente».41 Es
importante comprender bien la incidencia de este enunciado, cuya evidencia no es más que aparente.
Indica la necesidad de distinguir entre las estructuras generadoras del efecto del sentido -la ideología
(no consciente) y el inconsciente- y las relaciones entre los significados. Estas relaciones son la «forma
del contenido» que los semiólogos estudian con la ayuda de técnicas análogas a las que emplea la
escuela de Wundt: introspección controlada. Lacan expresa bien las relaciones entre el sujeto y él
lenguaje:

«Le sujet aussi bien s'il peut paraître serf du langage, l'est plus encore d'un discours dans le
mouvement universel duquel sa place est déjà inscrite à la naissance, ne serait-ce que sous la
forme de son nom propre».42

Esta concepción del desplazamiento de la forma de «sujeción» del sujeto, de la lengua al


«movimiento universal» del discurso, puede inscribirse, a pesar de la imprecisión del término
«movimiento» en la problemática que hemos tratado de desbrozar. El «movimiento del discurso», en
efecto, no es otra cosa que la reproducción de procesos en los que el sujeto se inscribe produciendo
efectos específicos. Incluso si los efectos del discurso, en la experiencia subjetiva aparecen como
«efecto del sentido», la función social del habla nos prohíbe concebir el discurso como una pura
combinatoria de unidades mínimas de sentido.

41
Lacan, J.: Ecrits I, París, Seuil, col. Points, 1969, p. 142.
42
Ibid. p. 495.

113
Conclusión

114
Hemos recorrido, en las páginas precedentes, un sinuoso camino por los textos, diferentemente
etiquetados, que asocian el discurso, el sujeto y el sentido en sistemas y/o estructuras con nombres
más variados aún que los de los propios de los discursos donde aparece.

De este recorrido se deriva una constatación: las preguntas que se formulan en términos definidos
dentro del espacio categorial del sentido subjetivo no permiten la constitución de una problemática en
la que el desplazamiento signifique progreso, cambio de lugar. Y, como sabemos, desde lo que la
historia y la filosofía de las ciencias de Bachelard a Khunn pasando por Koyré -y Canguilheim, nos ha
enseñado, que el progreso de la ciencia no suele hacerse dando una respuesta más al mismo problema,
sino cambiando de problema, «hablando de otra cosa», vamos, en esta conclusión, a esbozar el mapa
del camino que desde ella vislumbramos. ¿Es necesario decir que esperamos que los problemas que la
delimitan, si no son enteramente nuevos no sean solamente nuevos disfraces de lo Mismo? Y que, aún
siendo nuevos, tendrían, además, que ser pertinentes y fecundos...

La pregunta de la que partimos es la siguiente: «¿Qué hacer para abandonar la perspectiva que
asocia explicativamente las producciones discursivas y las prácticas sociales mediante un sentido
subjetivo consensualmente definido? »

La alternativa no puede constituirse con elementos que sean únicamente la negación de


afirmaciones rechazadas. Porque se niega añadiendo un «no» a los mismos términos en los que se
afirma...

Tenemos, pues, que buscar las materias primas de una nueva problemática en los lugares diversos
donde se han producido auténticas diferencias. Y contentarnos con mencionar preguntas y
afirmaciones provisionales sin argumentación y sin prueba, en un orden arbitrario.

Empezamos, pues, formulando en otros términos la pregunta precedente:

1. ¿Qué mecanismos, estructuras y procesos hacen posible que las operaciones efectuadas por el
cerebro sobre sus propios estados internos coincidan ampliamente con los procesos sociales
objetivos?

2. Empezamos a saber que los estados internos del cerebro no pueden describirse como «representa-
ciones» ni como «imágenes», en el sentido matemático del término, de un conjunto exterior de
objetos. Los estados internos del cerebro aparecen como realidades dinámicas, operaciones que
operan sobre operaciones. (Maturana, von Foerster).

3. La coordinación entre los estados internos de varios cerebros es a la vez resultado y condición
de las relaciones objetivas de los organismos biológicos con los procesos sociales.
4. Porque hay procesos sociales, en los que se transforman entidades materiales en otras -los pro-
ductos-, en intervalos de tiempo de longitud variable.

5. Las entidades materiales producidas en los procesos sociales son constituidas como objetos -y
los organismos biológicos humanos como sujetos- en la reproducción de los procesos sociales.
Es la reproducción -re-comienzo y coordinación de procesos- quien determina las
características de las entidades materiales que intervienen en los procesos, así como las
relaciones de los organismos biológicos humanos con esas entidades; las «propiedades que
definen el objeto» aparecen, pues, bajo la forma de estados internos (dinámicos) únicamente
en tanto que las mencionadas entidades materiales estén implicadas en un sistema de relaciones
fijadas por las exigencias de la reproducción de los procesos sociales... Estas relaciones
tendrían que llamarse más bien objetivantes que objetivas. Y, al mismo tiempo, subjetivantes.

6. Esta perspectiva implica, pues, que los elementos -unidades del significado, propiedades o
atributos elementales de objetos- se refieren a y se relacionan con las formas más generales de
articulación de las entidades exigida por la reproducción de los procesos sociales de
producción. Implica también que ciertas formas de articulación tienen una constancia notable.
De esta constancia depende la estabilidad de los objetos.

115
7. Lo esencial, pues, parece ser que las «categorías» y las determinaciones de los «conceptos» se
asocian con -y devienen- estados internos del cerebro como resultado de la relación de las
entidades en y con los procesos, y no como resultado de una relación directa entre las
entidades y el cerebro. Vale decir, pues, que la relación de las entidades con los cerebros está
mediatizada por el lugar que los organismos humanos ocupan en los procesos.

8. En cuanto a los fenómenos del lenguaje, se puede decir que:

a) regularizan (en el sentido cibernético del término) las relaciones entre organismos humanos y
procesos sociales;
b) lo hacen etiquetando los estados dinámicos internos;
c) permiten operaciones sobre los estados internos mismos. Maturana demuestra, en efecto, que la
diferencia esencial entre los organismos dotados de un sistema nervioso central como el nuestro y los
organismos «inferiores» que carecen de él, es que los primeros tienen la capacidad -de la que carecen
los segundos- de operar sobre los estados internos. El lenguaje permite, además, la operación sobre las
operaciones...

Desde este punto de vista hay que considerar, además, las relaciones entre el lenguaje y los esta-
dos internos del cerebro sin el perjuicio de la representación: el lenguaje no es la exteriorización de
estructuras internas, no hay entidades que sean las correspondencias (imágenes) «profundas» de las
categorías gramaticales. Las unidades léxicas del lenguaje no tienen correspondencia biofísicas o
«psíquicas» puntuales.

En otras palabras, la indudable correspondencia entre el funcionamiento del lenguaje y el de las


operaciones internas del cerebro no se hace de entidad, sino de sistema operativo a sistema operativo.

9. Importa, pues, el subrayar lo que, desde el punto de vista metodológico, es esencial: que con
esta perspectiva sólo se puede estudiar el lenguaje en su inclusión en los procesos sociales, que las relaciones
operatorias en el lenguaje sólo pueden comprenderse en relación con las operaciones y procesos
extra-discursivos.

10. Las categorías semánticas -definidas por el atributo y su negación- aparecen entonces como
relaciones operatorias de segundo orden, como relaciones operatorias entre relaciones operato-
rias internas y relaciones operatorias externas: su estabilidad o permanencia deriva de la
estabilidad de las relaciones operatorias externas de los procesos sociales.

11. Por otra parte, el estudio de la circulación de «mensajes» en las redes sociales, así que el de las
transformaciones que sufren al circular, puede, en muchos casos, contestar a las preguntas
formuladas en la figura del sentido.
12. Esta afirmación no es más que la consecuencia lógica de los apartados números 5, 6 y 7. En
efecto, la circulación no es más que un aspecto de la reproducción de los procesos sociales. Y,
además, un aspecto determinado por los mismos procesos que se reproducen, al mismo tiempo,
que una condición de la reproducción.

13. Pero la circulación no es «comunicación» ni, en general, «intercambio»: «intercambio» y «comu-


nicación» son términos que designan la circulación referida al sujeto, que la sitúan en un sistema
de coordenadas subjetivo. El considerar la circulación como «intercambio» o como «comu-
nicación» impide que se entienda cómo se transforma el individuo en sujeto, el producto en ob-
jeto y, en particular, la producción discursiva en mensaje con un «sentido» unívoco (o único... ).

14. Es posible el constatar que ninguna de las disciplinas cuyo objeto se define entre los productos
«significantes» ha establecido jamás los hechos de circulación de esos productos. La lingüística
no ha estudiado el habla o la «perfomance», con lo que es obvio que no se ha planteado la cues-
tión de la circulación del discurso. La semántica y la lógica no han examinado las variaciones de
significación que induce en un discurso idéntico su circulación por dos redes diferentes.

116
15. Se han empleado «modelos de comunicación». Esos modelos no corresponden a ninguna reali-
dad social significativa. ¿Se ha tomado jamás en serio el hecho de que en la mayoría de las redes
sociales efectivas la comunicación circula en sentido único? ¿Y que la retroacción no se efectúa,
normalmente, por la misma red?

16. ¿Hasta qué punto la posición de los individuos en las diferentes redes sociales y las caracterís-
ticas de estas últimas determinan la significación de los «mensajes» aún más que la estructura de
éstos o las gramáticas de las lenguas?

17. Situados en una larga tradición interpretativa, los intelectuales olvidan con frecuencia que toda
producción, comprendida la del habla, es una relación social. El hecho de hablar significa más
que el significado de los enunciados: significa la relación social reproducida por ellos.

117
BIBLIOGRAFIA
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Situados en una larga tradición inter-
pretativa, los intelectuales olvidan con
frecuencia que toda producción, com-
prendida la del habla, es una relación
social. El hecho de hablar significa más
que el significado de los enunciados:
significa la relación social reproducida por
ellos.

Tal es la perspectiva en que el autor


aborda el análisis de los fundamentos
comunes de las teorías lingüística y
sociológicas

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