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Categorías para “lo rupestre”: ¿Arte? ¿Dibujo? ¿Imágenes?

¿Manifestaciones?
Francisco Catalano1

Resumen
En el contexto arqueológico, “lo” rupestre siempre ha generado problemas de
estudio para la arqueología venezolana; estos problemas se inician por una falta de
acuerdo sobre el hecho por estudiar, por la falta de categorías precisas para
definirlo. En este sentido, tras analizar las diversas posiciones nacionales en el
abordaje de este fenómeno, se presentan, como alternativas al término arte
rupestre, que posee una serie de implicaciones ligadas a las concepciones estéticas
de la cultura occidental, los de dibujo, imágenes y manifestaciones rupestres.

Introducción
Uno de los espacios que presentan mayores retos para la arqueología
venezolana es sin duda el de “lo rupestre”; lamentablemente es también uno de los
campos menos estudiados por esta a lo largo de su historia. Los problemas, que van
desde su falta de incorporación al contexto arqueológico de muchos estudios, hasta
la destrucción de los sitios por abandono al desgaste natural o a la afectación
cultural, tienen un origen más hondo: no existe, en nuestra nación, un acuerdo
institucional y académico sobre “lo rupestre” hasta el punto que incluso sobre su
denominación no hay un real acuerdo. Salvo contadas excepciones, que en este
escrito analizaremos, la necesidad de definir lo rupestre dentro del contexto
arqueológico ha sido dejada de lado, cuando no obviada del todo. Pero incluso
dentro de las investigaciones que son una excepción, “lo rupestre” varía
considerablemente: algunos lo califican como arte, otros como imágenes, otros
como dibujos, y otros como manifestaciones; para algunos cierto tipo de grabados o
de estructuras entran en la clasificación y otras no y para otros es distinto; los
criterios en este ámbito no son claros.
En gran medida esta falta de definición viene también por la repercusión, a
nivel nacional, de las diversas escuelas de pensamiento arqueológico
internacionales y la manera como abordan “lo rupestre”. A nivel internacional hay
diversas posiciones, que privilegian determinados aspectos de “lo rupestre” según

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Universidad Central de Venezuela. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Escuela de
Antropología. Caracas, Venezuela. franjovis@latinmail.com

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sea el foco principal del estudio; también en otras naciones hay igualmente
diversidad de criterios, cosa que no esta mal y que puede ser beneficiosa siempre y
cuando existan acuerdos que permitan armonía en la diversidad, que exista la
posibilidad de comprenderse dentro de la diversidad de términos. Pero este acuerdo,
este diálogo entre investigadores para unificar criterios y comenzar, al menos desde
los más simple, llamando a las cosas por su nombre (o por sus múltiples nombres,
porque, como hemos adelantado, no se trata de hacer tabula rasa) es necesario
donde sea que se aborde este fenómeno; y apenas se inicia en nuestro país.
Pues bien: si algo no está bien definido, ¿como se lo puede estudiar? Y
posteriormente ¿Cómo se pueden elaborar planes para su protección? Lo lógico es
iniciar por una simple pregunta: ¿acerca de qué estamos hablando? ¿Cuál es el
fenómeno que estamos estudiando, que lo caracteriza y cuales son sus diversas
formas, si es que las posee?
A lo largo de este escrito analizaremos las principales respuestas que se han
dado en Venezuela a estas interrogantes, y cuales son sus fortalezas y limitaciones
al clasificar “lo rupestre”. Veremos que algunos enfoques, que privilegian la visión de
ciertos pueblos ligados por tradiciones a “lo rupestre”, abarcan ciertas estructuras,
grabados, dibujos y lugares, y otros enfoques, que no poseen el apoyo etnográfico,
tienden a considerar otros fenómenos. Al final, intentaremos, tanto una síntesis de
las diversas posiciones como una propuesta adicional a estas, con el interés de
aproximarnos a unificar criterios a un nivel nacional para un posterior diálogo con las
diversas posiciones internacionales sobre el tema que nos compete.

Desarrollo
Breve historia de lo rupestre y principales tendencias
Comencemos destacando que “lo rupestre” es un fenómeno de carácter
mundial. El prof. Emmanuel Anati, en su libro Origini dell´ arte e della
concettualitá destaca una serie de zonas de importancia a nivel global, muchas de
las cuales son patrimonio de la humanidad; en el caso de Venezuela, destacan los
sitios rupestres del Orinoco como una de las zonas de primera importancia para el
planeta (E. Anati, 1988, 18-20). Dichos sitios rupestres son claves de importancia
capital para comprender el pasado, y en muchos casos el presente de numerosos
pueblos. No es extraño, por lo tanto, que los entes culturales municipales,
nacionales e internacionales los incluyan en sus planes de estudio y protección. En
algunos casos, está muy bien definido aquello que se va a estudiar, pero en otros
solo hay una idea vaga al respecto. Venezuela, en esto, se encuentra a medio
camino: hay algunas nociones de lo que se pretende estudiar y preservar, pero falta

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unificar criterios, y ocurre, como en otras naciones, que algunos términos se dan por
sobreentendidos.
Para comprender las razones de lo antes mencionado, es necesario hacer un
paseo, aunque breve, por la historia de lo que en principio ha sido llamado “arte
rupestre”:
Aunque el fenómeno rupestre tiene milenios de antigüedad, y cada día se
encuentran pinturas, grabados y otros elementos cada vez más antiguos, estos no
fueron considerados dignos de estudio por occidente hasta la 2ª mitad del siglo XIX,
con el hallazgo de las pinturas rupestres de la cueva de Altamira por Marcelino Sanz
de Sautuola y su hija María en 1878 y los posteriores hallazgos en Francia, en
Riviére y La Mouthe y otros. De estos primeros investigadores destaca el abate
Henri Breuil. A partir de estos estudios, centrados principalmente en el norte español
y el sur-occidente francés, se iniciaron las primeras teorías de interpretación del “arte
rupestre”.
Desde entonces hasta la actualidad, se han generado numerosas
investigaciones con sus respectivas teorías sobre el “arte rupestre” como bien
resume el investigador Venezolano Franz Scaramelli: “la teoría del arte por el arte de
H. de Mortillet, la teoría de la “magia simpática” de H. Breuil, la teoría psicológica del
arte infantil de G.H. Luquet, el arte rupestre como expresión de prácticas
Chamánicas de A. Lommel, las interpretaciones mitológicas de A. Laming Emperaire,
la teoría sexual – estructural de A. Leroi Gourhan, la teoría de la creatividad intuitiva
D. Morris, la hipótesis calendárico-cognoscitiva A. Mashack y otras”. (Anati 1988: 95
Ucko & Rosenfeld 1967: 117-239; Leroi-Gourhan 1984 en: Scaramelli, 1992, 22,23).
La mayoría de estos enfoques, así como otros más recientes como los
estudios de Emmanuel Anati, Felipe Criado Boado, Leroi-Gourhan Reichell Dolmatoff
y otros investigadores de Europa, América, África, Asia y Oceanía, parecen coincidir
en relacionar “lo rupestre” con el ámbito mítico y ritual (ver: Anati 1988, Ucko &
Rosenfeld 1967, Leroi-Gourhan 1984). No obstante, la manera de abordar el estudio
es distinta en cada grupo de investigadores, y esto, en gran medida, ha llevado a
tres grandes tendencias que son las que generarán a su vez los diversos tipos de
clasificación de “lo rupestre”, y la necesidad de revisar su denominación.
La primera de esta tendencia proviene principalmente de los investigadores
de Europa. Debido a la casi total desaparición, en ese continente, de pueblos que en
la actualidad conserven una continuidad en sus tradiciones con respecto a la
interpretación de “lo rupestre” (salvo quizás los lapones en el extremo norte de
Europa), la mayoría de las teorías que allí se han generado no pueden recurrir a una
labor etnográfica, por lo que se sustentan en complejos estudios estadísticos y

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arqueológico-contextuales (Para más detalles sobre estos enfoques ver: Ucko &
Rosenfeld 1967, Leroi-Gourhan 1984, De Valencia y Sujo 1987) Es comprensible
que estos investigadores privilegien el hecho en si: un grabado, una pintura, etc. Ya
que no pueden intentar acercarse directamente a la comprensión del espacio de la
cultura que elaboró el fenómeno, por encontrarse esta extinta.
La segunda tendencia sería la de los paralelos etnográficos: en esta se trata
de intentar un paralelo entre la cultura extinta de los pueblos que elaboraron lo sitios
rupestres con culturas vivas de la actualidad que pudiesen poseer un nivel técnico, y
quizás social, similar. No obstante, este tipo de interpretaciones son muy
arriesgadas: se ha llegado a comparar, por ejemplo, a los actuales bosquimanos con
los pueblos del paleolítico europeo, sin tomar en cuenta la enorme distancia tanto
temporal como espacial… y a mayores distancias de este tipo crece el margen de
error. No obstante, los paralelos etnográficos poseen algunas cualidades positivas:
son un esfuerzo por mirar la investigación desde una perspectiva distinta a la
occidental, y a menudo son la única ayuda adicional a los estudios contextuales y
estadísticos en naciones donde no hay tradición de interpretaciones sobre “lo
rupestre”.
La tercera tendencia es la de la labor etnográfica, que difiere de los paralelos
etnográficos en el hecho de que hace posible relacionar los sitios rupestres con
grupos humanos autóctonos cuya presencia en la zona, en el tiempo de elaboración
de estos, es posible comprobar. De esta tendencia hay ejemplos importantes,
especialmente en África Sub-sahariana, Oceanía, y en algunos territorios de Asia y
las Américas. Estos estudios tienen la ventaja de poder establecer una continuidad
temporal para la interpretación, y como limitantes la necesidad de contar con grupos
autóctonos en las zonas de estudio, la necesidad de comprobar suficientemente la
presencia de los grupos en el territorio y el asumir la ausencia de discontinuidades, a
lo largo del tiempo, en la interpretación de los motivos rupestres. (Para más detalles
sobre estos enfoques ver: Scaramelli, 1992, Scaramelli & Tarble 1999, De Valencia y
Sujo 1987 y Rivas 1998).
De estas tres tendencias principales, y un sin numero de sub-tendencias que
van desde análisis psicológicos de los motivos, pasando por estudios de difusión de
estilos hasta estudios micro-contextuales, (además de apreciaciones de
historiadores del arte o lecturas del arte contemporáneo, que ya están en un ámbito
distinto de los estudios científicos y arqueológicos) los estudios de “lo rupestre” en
Venezuela se han constituido, formando dos grandes bloques determinados en gran
parte por la misma geografía física y humana de la nación: uno al sur especialmente
en sitios cercanos al Orinoco, centrado en investigaciones de una gran labor

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etnográfica sobre grupos de comprobada permanencia ancestral en el territorio, y de
la mano de una labor arqueológico-contextual; y otro al norte del país, en las
regiones cercanas a la cordillera de la costa, donde no hay presencia de indígenas
vivos, por lo que se realizan estudios arqueológico-estadísticos-contextuales o bien
paralelos etnográficos. Estas dos tendencias no son absolutas, por lo que, como
veremos más adelante, hay estudios arqueológico-estadísticos-contextuales en
casos muy puntuales de la región sur.

Principales estudios de lo rupestre en Venezuela


En Venezuela se han llevado a cabo numerosas labores de registro de “arte
rupestre” desde los tiempos pioneros de la arqueología, entre finales del siglo XIX y
principios del XX. Desde 1950, estudios mas sistemáticos de registro fomentados
por exponentes de la escuela histórico-cultural o normativa, entre los que destaca la
labor constante en relación a la prehistoria Venezolana del investigador catalán –
venezolano J.M. Cruxent, permitieron una comprensión general del fenómeno
rupestre en nuestro país, especialmente en relación a petroglifos y pinturas
rupestres. No obstante, estos estudios no abordan aún los temas complejos de
denominación y clasificación, básicos para una comprensión mayor del fenómeno.
No es si no a partir de labores desarrolladas en los años 70 y 80 del siglo XX,
que “lo rupestre” comienza, no solo a ser registrado, sino también estudiado en
profundidad. Un grupo importante de arqueólogos comienza a investigar sobre los
movimientos de grupos indígenas y a sustentar sus estudios con labores
arqueológicas, etnográficas y de análisis de documentos históricos. En muchas de
estas investigaciones “lo rupestre” pasa a ser un punto importante, y en algunos
casos, central. En este sentido destacan los estudios de Kay Tarble, Franz
Scaramelli y Pedro Rivas en el Orinoco Medio, los de Alberta Zucchi en el alto
Orinoco y otros. (Ver: Scaramelli, 1992; Scaramelli & Tarble 1999; Tarble 1985,1991,
1994; De Valencia y Sujo 1987, Rivas 1994,1998; Zucchi 1985).
La mayoría de estos trabajos posee un gran sustento etnográfico y de
documentos históricos como apoyo al lo arqueológico; no obstante, hay también
algunos puntos de los estudios de la Arq. K Tarble que dan un mayor peso a
asociaciones contextuales en la investigación de Barraguan, Edo. Bolívar. (Ver:
Tarble, 1994). En este estudio, por medio de asociaciones contextuales y
correlaciones estadísticas Tarble establece dos contextos principales de producción
de “lo rupestre” en ese sitio arqueológico, relacionando los petroglifos con espacios
abiertos y las pinturas rupestres con espacios cubiertos.

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En la región norte destaca también la labor de Pedro Rivas en la región
central, quién llega a proponer correlaciones entre motivos rupestres y de artesanías
como cestería, trabajos en madera y otros, y rastrea la posible difusión de estos
motivos por las antillas menores y mayores. Asimismo, en un proyecto regional que
desarrolla junto a la investigadora Yara Altez en pueblos de la parroquia Caruao, en
el estado Vargas de la costa central venezolana, toma en cuenta también las
interpretaciones de los pueblos actuales de esas poblaciones sobre lo rupestre (ver:
Altez y Rivas, 2002, 159-162)
Todos estos trabajos, sin embargo, son regionales. La única clasificación
nacional de lo rupestre es obra del equipo del Archivo Nacional de Arte Rupestre
(ANAR) dirigido por Ruby de Valencia y Jeannine Sujo, quienes en el libro “El Diseño
de los Petroglifos Venezolanos” elaboran una clasificación nacional del fenómeno
rupestre. La labor de De Valencia y Sujo posee un poco de todas las tendencias: si
bien es cierto que establecen unos horizontes estilísticos basadas principalmente en
asociaciones formales-estadísticas (especialmente para la región norte, que como
hemos mencionado ya, no posee grupos indígenas en la actualidad), con respecto a
algunos motivos de la región sur proponen ciertas interpretaciones basadas en una
labor etnográfica. En esta publicación además se realiza la propuesta más
importante de revisión de la denominación “arte rupestre” y se plantean alternativas
a la misma, como en breve veremos. (Ver: De Valencia y Sujo, 1987)
Se destacan estas escasas labores por ser las que teorizan al respecto del
fenómeno rupestre, y no se limitan solo a una labor de registro, la cual es un poco
más amplia en el país y está dirigida especialmente por entes gubernamentales-
patrimoniales. ¿Pero… que hay de la definición de categorías para el fenómeno
rupestre que faciliten su clasificación? Sobre esto el panorama es aún más reducido.

Las denominaciones y clasificaciones de lo rupestre en Venezuela


El término arte rupestre comenzó a ser utilizado al iniciarse los estudios sobre
la prehistoria del país, y es en gran parte herencia de las escuelas europeas de
pensamiento arqueológico y antropológico; su uso sería adecuado si no estuviese
ligado a ciertas concepciones estéticas de occidente. En efecto, el arte se encuentra
en la actualidad más ligado a las nociones de belleza y gratuidad (es decir, a su
elaboración per se, sin otro fin que no sea el del arte por si mismo) que a su primera
acepción, que tenía que ver más con el acto de la elaboración, con su aspecto
artesanal. Ver: Mosquera, 1992, 8).
¿Por qué esta necesidad de distanciarnos de una visión occidental del arte?
Porque en estudios que intenten acercarse al sentido original del fenómeno rupestre

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no podemos presuponer nociones semejantes a las nuestras. Se puede ilustrar un
poco el como difieren estos fenómenos de las concepciones artísticas actuales con
un ejemplo: las superposiciones son un hecho muy común en el fenómeno rupestre
y no parecen estar relacionadas con el “gusto por la belleza” Muy al contrario,
cuando se contemplan, por ejemplo, numerosos paneles vacíos y uno repleto de
superposiciones, superposiciones que a menudo no guardan armonía ni coherencia
entre si (en el sentido occidental, por supuesto) ni obedecen al mismo período de
tiempo, cabe la pregunta de si el espacio en el que fueron realizadas no sería, en
todo caso, mas importante que las imágenes en sí. Y no es que no se pueda ver
belleza en estas figuras, de hecho mucho del arte contemporáneo está inspirado
directa o indirectamente en ellas: se trata de colocar en duda si fueron hechas con
un sentido estético como el actual, o al menos si fueron hechas solo con ese
sentido. Si aceptamos esta duda, el término arte se hace insuficiente. Y se requieren
otros términos que llenen ese vacío.
En Venezuela se han realizado al menos dos propuestas alternativas al
término arte para denominar “lo rupestre”, que implican toda una revisión de sus
clasificaciones: estas van desde los tipos hasta las clases de estos.
La primera propuesta que mencionaremos fue formulada por Kay Tarble y
Franz Sacaramelli: denominan a lo rupestre “imágenes rupestres” y abarca dentro de
sus tipos Las pinturas Rupestres, Los Petroglifos, los Geoglífos y algunos casos de
“arte mobiliar”. Tarble y Scaramelli utilizan el término imágenes por estar menos
vinculado a concepciones estéticas, aunque conserva el componente visual como
característica fundamental. Una imagen, si vamos a las teorías de lectura de la
imagen, implica una construcción y puede poseer múltiples lecturas: en este sentido
este término se adapta más a los estudios arqueológicos, que incorporan múltiples
discursos en sus interpretaciones, aún más si incorpora otras disciplinas
antropológicas como la etnografía y el análisis de documentos históricos en una
labor integral. Hay que destacar que esta clasificación coincide casi por entero con la
aceptada por la UNESCO, que admite como categorías de lo rupestre a las pinturas
rupestres, los petroglifos, los geoglífos y al arte mobiliar, aunque aclarando que este
último es “arte mobiliar de tradición rupestre” (Ver: Scaramelli, 1992; Scaramelli &
Tarble 1999 y Tarble 1985,1991, 1994)
La única crítica que se puede hacer de esta clasificación es que aun posee un
margen reducido de tipologías para las imágenes rupestres, pues no considera otro
tipo de evidencias de actividad humana en rocas, como los amoladores, metates y/o
bateas, los dólmenes, menhires y alineamientos, las estelas, las cámaras

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sepulcrales de piedra, y la apropiación cultural del espacio, es decir, los sitios
sagrados.
El término dibujo rupestre, que no es utilizado en Venezuela pero si en
algunas islas del caribe, apunta en la misma dirección, solo que es más neutro que
el término imagen; no obstante, pare efectos prácticos a menudo se lo utiliza como
sinónimo de estas, aunque no lo sea en sentido estricto. Los tipos que abarca son
los mismos, por lo que no lo consideraremos una propuesta terminológica adicional.
La otra propuesta alternativa, que sí consideraremos, ha sido formulada por
Ruby de Valencia y Jeannine Sujo. Toman para la denominación el término
manifestaciones rupestres, que implica una intencionalidad y una necesidad de
materializar una expresión sin que por esto posea un fin estético. (Ver: De Valencia y
Sujo, 1987, 75-112)
Pero el hecho de hablar de manifestaciones y no imágenes o dibujo, permite
abarcar fenómenos que no requieren de uno o más trazos para entrar en esta. Como
cosa aparte, podemos acotar que si tomásemos el término imagen en todas sus
dimensiones tampoco estaría circunscrito a la presencia de trazos, y una imagen
sería igualmente, por ejemplo, una roca en determinado espacio; pero aquí se trata
al término solo en el sentido que proponen Tarble y Scaramelli y con los tipos que
abarcan. Pero retornando a la clasificación de De Valencia y Sujo, estas autoras
proponen 12 tipos de manifestaciones rupestres: Las pinturas rupestres, los
petroglifos, los geoglífos, los micropetroglífos (que corresponden al arte mobiliar de
tradición rupestre) las bateas, los puntos acoplados, los amoladores líticos, los
dólmenes, los menhires, los monumentos megalíticos, las piedras míticas naturales y
los cerros míticos naturales. Como se puede advertir, las dos últimas
manifestaciones corresponden a la apropiación simbólica del espacio por parte de
las culturas que lo interpretan, y no requieren de una acción interventora “en lo
físico”. Está claro que solo pueden asumirse como pertenecientes a estas tras una
labor etnográfica con grupos de amplia relación temporal con los territorios, en los
que se compruebe que dichos lugares están asociados a sus mitos y/o su
cosmogonía; esto a veces puede ser una limitante infranqueable en los territorios
donde ya no existen grupos autóctonos que posean una tradición de interpretar
estos sitios. Posteriormente las autoras incorporaron una tipología más con estas
características: los caños míticos naturales, cuya filiación rupestre es discutible.
Lo único criticable es que a pesar de lo amplísima de esta clasificación y de
su gran flexibilidad, deja por fuera dos fenómenos que también podrían considerarse
rupestres: las cámaras sepulcrales de piedra y las estelas.

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Finalmente, todas estas clasificaciones abordan los motivos de la misma
manera: los dividen en realista o esquemático (o abstracto) y establecen a su vez
tipologías de motivos: zoomorfos, antropomorfos y geométricos como tipos básicos,
y algunos tipos adicionales: fitomorfos, artefactuales y otros. Algunos investigadores
que no pertenecen a la arqueología académica, dirigidos por Domingo Sánchez, del
grupo astro aborigen, incorporan tipos como “astromorfo”.
Para todas estas propuestas va la misma crítica: la forma muchas veces no
es fácilmente reconocible. ¿Cómo proponer entonces tipos cerrados? Y está demás
decir que la opinión del investigador priva sobre esto cuando no hay el apoyo de lo
etnográfico. Por ejemplo, ¿como saber que un trazo que se asemeja a una serpiente
no es en realidad un río? Algunas figuras se prestan a múltiples interpretaciones y un
análisis de motivos debería, si no permite llegar a los sentidos más cercanos a los
dados por sus productores, al menos considerar múltiples sentidos en los mismos.
Esto, por el momento, no se ha considerado con la profundidad que se requiere. Por
otra parte dividir arbitrariamente entre realista u objetual y abstracto o geométrico
también es arbitrario mientras no se defina desde qué parámetros.
En este punto se encuentra el debate sobre clasificación de lo rupestre hasta
el momento. Gran parte del camino está por hacer y muchos aspectos por definir, lo
que permite abrir un espacio para nuevas y beneficiosas propuestas...

Conclusión y propuesta
Luego de esta breve exposición de los estudios sobre “lo rupestre” en
Venezuela, de las repercusiones que sobre estos tienen los estudios del mismo tipo
a nivel internacional, y de analizar los problemas a los que se enfrenta la
investigación arqueológica del país en esta área del conocimiento, la clasificación
del fenómeno rupestre que aquí se propone es una síntesis de los términos
imágenes rupestres y manifestaciones rupestres, utilizándolos alternativamente
según sea la tipología a la que se haga mención. Más específicamente,
consideramos que se puede hablar de imágenes rupestres cuando se haga mención
a las pinturas rupestres, los petroglifos, los geoglífos y los micropetroglífos; que se
debe hablar de manifestaciones rupestres cuando se mencionen los anteriores
fenómenos más las bateas, los puntos acoplados, los amoladores líticos, los
dólmenes, los menhires y los monumentos megalíticos, incorporando además como
manifestaciones las estelas y los sepulcros de piedra. Y con respecto a los
fenómenos que impliquen una apropiación simbólica del espacio, como las piedras y
cerros míticos, sugerimos llamarles manifestaciones mítico-rupestres para dejar

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indicado, ya desde su denominación, que posee una significación en las
concepciones del mundo de un grupo específico.
Como se puede notar, aún se privilegia en esta clasificación el componente
gráfico de la palabra imagen: pero dejamos en claro que si se la considera en una
acepción más amplia debería incluir al resto de los fenómenos rupestres, no
habiendo gran diferencia, entonces, entre imágenes y manifestaciones. Y sugerimos
finalmente que el término arte se utilice solo cuando haga expresa mención de los
componentes estéticos de “lo rupestre” a menos que se tome la palabra en su
sentido “artesanal”, o bien que se teorice sobre el arte como el germen de las
cualidades cognitivas humanas, de lo cual lo rupestre sería su más antiguo
exponente (Sobre las teorías que avalan esto ver: Anati, 1988, V, 83-96)
Con respecto a los motivos presentes en las imágenes rupestres, a sus
“diseños”, abogamos por una clasificación abierta, que permita varios grados o
niveles entre las imágenes que se consideren más naturalistas y las que se
consideren más esquemáticas, con “grados de reconocimiento” o rangos entre un
extremo y otro; y que dentro de estos rangos se admita la posibilidad de múltiples
lecturas dentro de los motivos, y no una mera reducción a los tipos descriptivos
conocidos: zoomorfo, antropomorfo, geométrico, etc.
Creemos, para finalizar, que las manifestaciones o imágenes rupestres son, al
menos en Venezuela, un espacio poco estudiado que podría representar una ayuda
excepcional para complementar las investigaciones sobre el contexto arqueológico y
la comprensión que poseían,y en ciertos casos poseen aún sobre el espacio, los
diversos grupos que habitaron el territorio nacional…
…Y ciertamente no se trata de la comprensión sobre el pasado y el presente
de los pueblos de una sola nación: es nuestro interés abrir este debate a un nivel
continental y mundial, con el fin de llegar a acuerdos sobre que categorías se
manejan en cada país, para buscar un acercamiento y una comprensión global entre
nuestros pueblos.

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