Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Mariá,
D. Sánchez y M. Vilar
Capítulo 2
El urbanismo y la vivienda
Cuando repasamos la historia de Roma, nos damos cuenta de cómo una ciudad fue
capaz de formar a su alrededor un imperio de enormes
proporciones. La romanización de tantas tierras
conquistadas tuvo su soporte principal en la red de miles de
ciudades que constituían el Imperio. Del mismo modo que
otros elementos de la cultura romana están presentes en el
mundo de hoy y nos permiten conocer diferentes aspectos
de la misma, las ciudades nos enseñan mucho sobre una
civilización que duró más de mil años.
Para saber cómo era la vida urbana en el mundo romano,
podemos acudir a los restos arqueológicos de ciudades tan
bien conservadas como Pompeya o Timgad, pero ésta no es
la única fuente de información. Además es muy posible que
vivamos en una ciudad de origen romano y que podamos
apreciar su habilidad para seleccionar el sitio y trazar el
plano de las calles. Ello nos mostrará hasta qué punto la
planificación urbanística tuvo importancia en la fundación de
nuevas ciudades.
La planificación urbana
El modelo más antiguo para los nuevos asentamientos fue el castrum, recinto
rectangular amurallado con una avenida central en forma de cruz. Eran pequeñas
guarniciones, de unas trescientas familias, destinadas a proteger algún lugar de
valor estratégico y demasiado reducida para llegar a la categoría de ciudad. Con el
tiempo, podían crecer de manera incontrolada más allá de sus murallas.
Pero el tipo que los romanos adoptaron comúnmente en las ciudades planeadas
desde el principio como autosuficientes fue el de la planta hipodámica (de
Hipodamos, arquitecto) que conocieron por su contacto con los griegos.
Era éste un tipo de ciudad articulada a partir de dos calles principales, el decumanus
con dirección este-oeste y el cardo con dirección norte-sur, que eran la referencia
para un trazado de calles paralelas y
perpendiculares que dejaban entre sí manzanas
regulares para edificar viviendas.
Inevitablemente las ciudades habían de
adaptarse al terreno pero, si éste lo permitía,
toda la urbe formaba un rectángulo amurallado
cuyas cuatro puertas se abrían al final de las
dos vías principales.
Gracias a la planificación, podían situarse de
una manera racional los edificios públicos y las
construcciones de mayor envergadura.
Estos servían tanto a las necesidades de la vida social y económica (templos, curias,
basílicas, bibliotecas y mercados), como a la higiene (baños y letrinas públicas). Del
mismo modo se creaba la infraestructura que garantizase servicios públicos como el
abastecimiento de aguas (acueductos y fuentes) o la red de alcantarillado.
Los urbanistas romanos tuvieron también presente que la mayor parte de la vida
pública se hacía al aire libre y pensaron en ciudades
destinadas a los peatones. De ahí la relativa abundancia
de espacios que tenían por fin dar cabida a las gentes,
como jardines, calles porticadas con columnas, plazas o
la prohibición del tráfico rodado durante el rodado
durante el día.
Las calles de las ciudades romanas, con pavimento empedrado, tenían amplias
aceras. Cada cierto trecho, la calzada estaba atravesada por una hilera de bloques
de piedra para facilitar el cruce de los peatones y evitar que los vehículos
alcanzasen demasiada velocidad.
Como decía Juvenal, «para dormir hace falta mucho dinero», aludiendo a que sólo
aquellos que disfrutaban de una casa grande podían aislarse del estruendo callejero.
Prueba de que la planificación urbanística no recogía todos los detalles lo demuestra
un hecho aparentemente trivial. En las ciudades antiguas, Roma incluida, las calles
no llevaban nombre y carecían de numeración. Ello suponía grandes dificultades
para orientarse, especialmente en las ciudades importantes y en las que tenían un
plano irregular.
Las pocas calles que tenían nombre eran tan largas que no se podía precisar un
lugar con exactitud. De ahí que los romanos hubiesen de tomar otros puntos de
referencia como edificios públicos, estatuas, jardines o la casa de algún personaje
importante, lo que convertía las indicaciones en largas y complicadas.
El modo más corriente de designar un lugar Lo facilitaba el predominio de tiendas o
actividades de una determinada clase, por ejemplo, la «calle de los orfebres» o la
«plaza de las hierbas».
Las villas romanas eran a la vez residencias campestres y granjas productivas. Las
grandes villas estaban situadas en el campo o en las afueras de la ciudad, en medio
de los campos de labranza. Sus dimensiones y características dependían de la
riqueza de sus propietarios. En el dibujo vemos la explotación agrícola junto a la
parte posterior del edificio, que termina en una zona de esparcimiento ajardinada,
aislada del exterior por un grueso muro. Es una reconstrucción de la villa
Settefinestre, del siglo I a.C.
Las insulae
Sus orígenes están en la superpoblación, en la falta de espacio y en las duras
condiciones económicas de la vida en Roma. Eran edificios de hasta cinco pisos, con
balcones y ventanas al exterior y cuyas dependencias interiores no tenían
características especiales en cuanto a disposición o estructura. Sus ocupantes las
utilizaban según las necesidades familiares. Estas casas estrechas, poco
confortables, carentes por lo general de agua corriente y retrete, tenían poca luz y
la mala calidad de los materiales (todo el entramado de vigas era de madera) hacía
que los incendios o hundimientos fuesen frecuentes.
La mayoría eran de alquiler y en ellas vivían las clases populares en condiciones
bastante deficientes. La carencia de servicios hacía que por la noche se lanzasen por
la ventana basuras y residuos de todas clases, con grave peligro para el peatón
como describe Juvenal: «Considera desde qué altura se precipita un tiesto, para
romperte la cabeza; lo frecuente que es el caso de que desciendan de las ventanas
vasijas, rajadas o rotas; cosa pesada que deja señal hasta en el empedrado. Eres,
en verdad, un descuidado, un imprudente, si, cuando te invitan a cenar, acudes sin
haber hecho testamento.»
Las domus
El modelo primitivo es de origen etrusco, de planta rectangular, donde podemos
distinguir tres zonas: la entrada, un cuerpo central abierto al aire y la luz en su
parte superior y un jardín en su parte posterior. Carece de vista exterior, las
ventanas son escasas, pequeñas e irregulares. Suele tener un sólo piso y las
diversas dependencias interiores están destinadas cada una a un único uso:
comedor, dormitorio, etc.
Este tipo de vivienda fue evolucionando con el tiempo y, sobre todo tras el contacto
con la cultura griega, se amplió y tomó su forma definitiva y más común. Los
ejemplos mejor conservados los encontramos en Pompeya, donde la domus era la
residencia de los ciudadanos ricos que la ocupaban con su familia, si bien había
casos en los que varias familias adquirían una casa y se repartían el espacio.
La domus era la vivienda primitiva de los romanos. Tras el contacto con la cultura
griega se amplió y quedó como casa de las gentes más adineradas. El núcleo central
de la casa era el atrio, patio central al que daba el resto de las dependencias. Era el
lugar más amplio y luminoso, pues tenía una abertura en el tejado, el compluvium,
por donde entraba la luz, el aire y la lluvia. El agua de lluvia se recogía en el
impluvium.
En estas casas se entraba por un corredor (vestibulum) hasta la puerta, tras la cual
el pasillo continuaba hasta el atrium que era el centro del cuerpo anterior de la
casa. Se trataba de un gran espacio vacío con una abertura en el techo
(compluvium) que se correspondía en el suelo con una pila rectangular (impluvium)
destinada a recoger el agua de la lluvia, que después pasaba a una cisterna
subterránea.
La domus tenía la mayoría de las veces una sola planta. Desde la calle se accedía al
atrio (A). A su alrededor se distribuían las distintas dependencias de la casa,
dormitorios (C), habitaciones de uso común (5), como el comedor y el salón, y, en
la parte posterior, un jardín al aire libre rodeado por un pórtico de columnas o
peristilo (P). S = tiendas, con puerta a la calle. T=Tablinum. Arriba, cartel
encontrado en Pompeya que advierte: ¡cuidado con el perro!
La cocina de las casas romanas era habitualmente muy pequeña en relación con el
resto de las dependencias. Normalmente, aunque no había un sitio fijo para ella, se
encontraba detrás del atrio. Constaba de un banco de ladrillo sobre el que se hacía
el fuego, que servía para guisar con cazuelas sobre trípodes o en parrillas. Bajo este
banco había un hueco donde se almacenaba la leña. No había chimenea y el humo
salía por la ventana. El resto de la cocina consistía en un fregadero, mesas y alguna
silla. Los utensilios eran de barro y bronce.
Mobiliario y decoración
En las casas romanas no había tantos muebles como en las nuestras. Se limitaban a
los objetos más indispensables y empleaban, junto a las arcas y armarios,
hornacinas y pequeños aposentos para guardar libros, vestidos y utensilios.
La cama servía a los romanos no sólo para dormir, sino también como sofá y para
comer recostados. Las mesas y asientos eran muy variados en la forma, estructura
y material en que estaban elaborados.
Para alumbrar las casas, los romanos se servían de antorchas, velas y lámparas de
aceite. Las habitaciones se calentaban por medio de estufas portátiles de bronce o
braseros fijos; sin embargo, se pasaba mucho frío.
El suelo estaba cubierto en algunas partes por mosaicos cuyos temas hacían
referencia a la finalidad de la habitación donde se encontraban. Las paredes solían
estar decoradas con pinturas o cortinajes más o menos lujosos y llamativos según la
dependencia de la casa.
El mobiliario de las casas romanas era muy escueto y funcional. Izquierda, mesa de
madera con tres patas, de uso muy común. Derecha, un taburete de bronce con
patas cruzadas y una caja fuerte. Iluminaban sus casas con velas sobre candelabros
y lámparas de aceite hechas de barro o bronce que algunas veces eran colocadas
sobre pedestales. Dado que emitían poca luz, se requerían muchas para iluminar
una estancia. Para alumbrar la parte exterior de las viviendas se utilizaban farolas
colgantes o antorchas. Las farolas eran de bronce, con laterales transparentes; se
iluminaban con velas de sebo