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Geberovich – Un dolor irresistible. Toxicomanía y pulsión de muerte.

Capítulo II – Destruir(se) narcisismo masoquista reflexivo

Estos dos ejemplos, confrontados, permiten formular una hipótesis provisional: allí donde en la
hechicería efectos indeseables de la droga llevan a una "cura", en la toxicomanía estos mismos
efectos llevan a más droga. La cura ritual sería, pues, al chamanismo lo que la repetición es a la
toxicomanía.

En la repetición toxicomaníaca, lo que se inicia es una dinámica de desimbolización. I adicto


invierte el sentido del enunciado de Rimbaud, para quien la metáfora puede servir para cambiar el
mundo: la producción de "real controlable" tiende a transformar la metáfora del mundo, y de la
realidad, en cosa insensata.

"La droga es un espectro diurno en una calle atestada".8 Este militantismo activo por la
destrucción de lenguaje refrenda, pues, un proceso digno de ser llamado desmetaforización, en
sentido propio.

La repetición en espiral

El toxicómano vive, pues, radicalmente en el vértigo de un actuar repetitivo. El universo de la


droga está sometido por entero, en cada instante, a la repetición. Pero las apuestas de esta
dinámica mortífera van más allá por lo menos desde el punto de vista fenomenológico. Por eso no
se puede analizar la repetición en toda su complejidad sin tener en cuenta previamente factores
de dos órdenes distintos pero íntimamente enlazados, que puntúan la repetición "en espiral": por
un lado, las exigencias del narcisismo y, por el otro, los imperativos de la fisiología. Por que es una
verdad de Perogrullo el que químico, la droga tenga efectos sobre el organismo; cosa que ciertos
psicoanalistas descuidan.

Las exigencias del narcisismo

En efecto, el "primer" flash, que no es necesariamente el primero en fecha, se yergue como


recuerdo de un placer imborrable, como una forma de absoluto, marca de placer. Es una huella
indeleble y traumática que puede ser desinvestida si la toxicomanía evoluciona hacia una
resolución afortunada, pero cuya represión es imposible. El flash es la investidura de un acto por el
lado de la sensación. Por eso no es representación, sino un mero sucedáneo.

En consecuencia, sólo se la podrá evocar "nostálgicamente" y recrear, no por la memoria, sino


mediante un acto repetitivo. El poder evocador de este acto repetitivo funciona sólo por aumento
la intensidad, pero sin conducir nunca a una realización. Se inviste la intensidad y no el
apaciguamiento. Volveremos sobre este punto cuando tratemos del dolor. Paradójicamente el
flash así memoria amnésica e intensidad anestésica.

Los efectos fisiológicos

Su realidad es indiscutible:

Por un lado el síndrome de abstinencia denominación médica de la "falta" del tóxico"-, que
engloba "un conjunto de síntomas desagradables o dolorosos producidos en quien ha contraído
una dependencia cuando se suspende la droga que consumía habitualmente".
Varía mucho según el producto, el-individuo, las circunstancias, el ritmo y la cantidad de la
ingestión.

Por otro lado la tolerancia: estado de adaptación a la droga caracterizado por una disminución de
la respuesta a la misma cantidad de droga que ocasiona la necesidad de aumentar las dosispara
obtener un efecto constante.

Pero los efectos fisiológicos son también "imaginarios". Desde sus visiones respectivas, médico y
consumidor comparten la creencia en la causalidad fisiológica fundamental de la toxicomanía, y
confían en que el conocimiento de los efectos de la droga sobre el cuerpo —sin perjuicio de
experimentarla sobre sí mismos— les permitirá controlarla.

Pero, fuera de la prioridad de la experiencia, esta perspectiva "fisiologista" desarrolló otros temas:
los de la "alteración física" la "necesidad".

a) La alteración física

Hay un antes y un después de la droga. Sus efectos químicos no representan el factor menos
importante en el trastocamiento de la conformación de la realidad y del espacio psíquico que
deriva del encuentro con la droga. El choque producido por ésta puede crear una dinámica
psíquica nueva Su impacto físico, es de carácter muchas veces irreversible de ciertas secuelas
(caída del pelo o deterioro de la dentadura, por ejemplo) contribuyen a la idea de que la
toxicomanía provoca una modificación orgánica definitiva que haría del adicto una suerte de
mutante.

b) La necesidad

La realidad fisiológica del acostumbramiento y del síndrome de abstinencia justifica todas las
elucubraciones alrededor del tema de la necesidad. Más adelante despejaremos esta noción, pero
por ahora señalamos simplemente el tratamiento imaginario de la "necesidad" de droga por parte
del toxicómano. Es el otro —el cuerpo— el que tiene "necesidad" de ella, como un automóvil tiene
necesidad de carburante.

Por otro lado, la búsqueda del "flash" apunta a situar al sujeto del lado de la unidad narcisista,
unidad que sería la fortaleza de lo maravilloso contra lo que amenaza, sea del lado del horror
alucinatorio, sea, en el “bajón", del lado de las diferentes figuras de la persecución, así procedan
del cuerpo o de la realidad exterior.

Por eso suele decirse que los "adictos" son "paranoicos" Expresión que alude a la configuración
defensiva límite entre el narcisismo la fragmentación psicótica tóxica a la que apela el adicto.

El tema de la muerte

Para el adicto en posición destruir(SE), la condición de la excitación y del placer es el triunfo sobre
la muerte. Ahora bien, la noción de placer implica necesariamente el cumplimiento de una
secuencia de repetición y de una diferencia que permite medir una caída de tensión

El adicto solamente puede hacer jugar la diferencia aumentando la dosis pues el objeto está
encarnado en el sujeto mismo, en un movimiento que podríamos llamar masoquista reflexivo. El
umbral entre la excitación y el placer se eleva cada vez más, lo que aproxima asintóticamente al
sujeto a la muerte real, cuya derrota se vuelve condición de placer.

Más allá del placer: el goce

Así pues, el acceso al placer implica poner en juego una diferencia de tensión de la que el placer
será, como resultante, medido en términos de caída de tensión, de "descarga". Ahora bien, el
placer en cuanto meta de la pulsión necesita un objeto que facilite su satisfacción en términos de
descarga sexual pero, por otra parte la estructuración del complejo de Edipo implica la
instauración operativa de prohibiciones para la constitución del sujeto descante:es preciso que los
límites funcionen.

De una manera general, en -la disposición estructurante del Edipo" el límite lo constituye la
función "Madre".

Para que haya placer debe estar en juega esa función de límite lo cual instaura el orden biológico
(el sistema de autoconservación) y el orden erógeno (el sistema placer – displacer) en cuando
diferenciados.

Hay goce cuando el límite es tomado por –y en lugar de- el objeto de la pulsión. Sólo es localizable
en el momento en que este límite se desmorona. La realización del goce tiende a suprimir el límite
entre lo biológico y lo erógeno.

La realización del objeto hacia el límite, esta sustitución revela un trastorno de la economía
psíquica: más que la investidura de un objeto, el registro del goce implica la investidura de un
actuar. La realización del goce es la búsqueda de un límite que ya desmoronado se convierte en
una suerte de espejismo cada vez más distante. Lo cual no puede sino ocasionar, por el contrario,
el incremento constante de la tensión en una escalada repetitiva.

He aquí el fracaso del principio del placer, y la toxicomanía es la vía regia para encarar el análisis
metapsicológico del goce.

En consecuencia, si la posición de ver(SE) puede ser resumida por la fórmula:

Omnipoder de ver(se) = narcisismo sádico reflexivo

Su correspondiente y complemento, la posición destruir(SE), puede expresarse así:

Omnipoder de destruirse = narcisismo masoquista reflexivo

El perseguimiento del flash es un punto de observación privilegiado que nos permite detectar,
condensado, este efecto que podríamos calificar de trágico, de destrucción de la dimensión del
placer.

Y en este punto exacto de la articulación entre lo biológico y lo erógeno (entre necesidad y deseo),
es decir, en el momento de la constitución de la pulsión sexual por apoyo es donde la toxicomanía
interroga a la teoría analítica.

Toxicomanía y autoerotismo
La toxicomanía, patología del actuar por excelencia, nos pone a la vista lo que funda y articula los
registros de la necesidad y el deseo, de lo biológico y lo erógeno, es decir, las nociones freudianas
de apoyo y autoerotismo. En efecto, son justamente los conceptos intermedios desarrollados por
Freud en Tres ensayos los que nos permiten comprender la posición del drogadicto como sujeto.

Tenemos de este modo tres nociones fundamentales para la constitución de la sexualidad en la


metapsicología freudiana:

-la construcción del objeto de la pulsión por apoyo en el registro de la necesidad

-el repliegue autoerótico que es la posición narcisista del sujeto al producirse el advenimiento del
objeto de la pulsión

-la incorporación, operación que, por vía metafórica, pasa a ser la meta de la pulsión.

Estas tres nociones se encuentran también en el meollo de la toxicomanía:

-un objeto, la droga, que reclama un puesto en el registro de la necesidad, en un movimiento que
se puede calificar provisionalmente de apoyo invertido

-un sujeto en posición de repliegue sobre sí lo que se refleja también en la forma gramatical con
arreglo a la cual el toxicómano conjuga su acto: colocar-se, posición pivote esencial del drogadicto
y que he llamado “narcisismo reflexivo”

-la meta de incorporación despojada progresivamente de su función identificatoria, evoluciona


hacia el aplanamiento del fantasma para limitarse finalmente a un acto físico que consistiría en
hacerse penetrar un objeto real en el cuerpo. Se establecería una trayectoria alquímica orientada
disolver el nivel de la representación en la de la sensación. He llamado a esto proceso de
desmetaforización en sentido literal.

Las dos figuras “base” de la toxicomanía, que conviene situar en el punto en que una posición de
omnipotencia narcisista reflexiva cuestiona el apoyo. Porque es aquí, precisamente, donde se
articulan dos posiciones del drogadicto, que oscilan en torno al eje del narcisismo reflexivo: sádica
–ver(SE)- y masoquista –destruir(SE)-.

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