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(2018)
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1. Introducción
Lo primero que debemos afirmar es la animalidad humana: toda la vida en la Tierra es,
en realidad, un todo con características comunes. Aunque pudieron darse otros
comienzos de vida que no prosperaron, todos los seres vivientes actuales muestran tal
similitud de caracteres y propiedades que se hace necesario aceptar un origen único:
todos utilizamos los mismos aminoácidos, las mismas moléculas con la misma
simetría (levógira), la misma molécula de ADN para la codificación genética.
Y aunque hay sentidos que nosotros no poseemos (por ejemplo el que permite a
peces eléctricos el encontrar a su presa u obstáculos por su efecto en el campo
causado por el animal) su naturaleza no es totalmente distinta, pues se apoyan en las
mismas fuerzas -interacciones- de la materia.
Vemos, sin embargo, que líneas evolutivas diversas han llevado a resultados
orgánicos semejantes: el ojo del pulpo es tan complejo y eficiente como el de los
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mamíferos, y lo mismo puede decirse de su sistema nervioso. Parece que hay una
tendencia insistente en la materia viva para desarrollar nuevas formas y capacidades
hasta los límites que permiten las fuerzas físico-químicas responsables de las
estructuras y actividades biológicas, aunque tal tendencia se realice por factores que,
considerados individualmente, son aleatorios y sin finalidad propia.
Como animal racional, el hombre se especifica por el nuevo tipo de actividad que es el
raciocinio, la utilización de conceptos abstractos: no se trata de una pauta de
comportamiento, posiblemente comunicada por un aprendizaje mimético, sino de una
valoración de ideas, que no son ni imágenes ni reacciones sensoriales a un objeto
material individual. Aun en el caso de ideas acerca de lo material, se da un proceso de
universalización: puedo considerar al elemento carbono sin tener presente ni un solo
átomo, ni haber visto jamás un objeto en que se encuentre, y lo que deduzco de su
concepto debe ser aplicable siempre y en todo lugar a cada átomo real o posible de
ese elemento. Tal es el fundamento de toda ciencia, que debe considerar lo general,
más allá de los datos de observaciones individuales, y debe expresar su contenido con
afirmaciones que tienen validez universal, aun en aquello que los sentidos no pueden
percibir.
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tejidos, neuronas, transmisión de señales, son descritos en una fisiología muy
reciente, que utiliza los mismos instrumentos para estudiar el cerebro humano que el
de los animales.
Cualquier otro significado que se dé a la palabra materia debe justificarse por alguna
descripción de actividad comprobable experimentalmente: no pueden incluirse en ese
concepto otras propiedades más o menos arbitrarias para resolver cualquier dificultad
en otros campos, o caeríamos en una utilización irracional del lenguaje.
Las fuerzas nucleares mantienen unidas a las partículas pesadas del núcleo atómico o
transforman unas partículas en otras, y tienen un alcance tan reducido que solamente
son efectivas en radios de acción menores que el diámetro nuclear.
Aun así, es claro que ninguno de los efectos indicados tiene como consecuencia ni la
conciencia ni el significado ni el pensamiento abstracto. Mientras que todo lo
anteriormente dicho permite la posibilidad de observación y medida cuantitativa con
instrumentos adecuados, ningún número expresa la conciencia ni el valor de una idea
o sus implicaciones éticas o artísticas.
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Ni puede explicarse la autoconciencia por el conjunto de corrientes eléctricas, aunque
sean miles de millones las neuronas y sus conexiones: si cada señal o célula no tiene
nada de conciencia, tampoco puede tenerla el conjunto. El pensamiento no es una
secreción del cerebro como han intentado sostener autores que comienzan con el
prejuicio filosófico (no científico) de que solamente puede existir la materia y sus
procesos.
El conocido científico Stephen Hawking, en su libro "La Historia del Tiempo", afirma
que si se consigue la "Teoría del Todo", que unifique las cuatro fuerzas en una sola
descripción teórica y matemática, tal teoría debe ser capaz de predecir, en principio,
que yo estoy leyendo su libro.
Por lo expuesto en la sección anterior, si ninguna de las fuerzas físicas puede ser
razón suficiente de la conciencia y la inteligencia humana, es necesario en toda lógica
el admitir otra causa distinta. Pero como son las cuatro fuerzas las que definen a la
materia, esta nueva causa no puede ser materia. Una realidad no-material debe darse
en el hombre, íntimamente unida a su realidad orgánica, formando un todo unificado
que relacione ambos campos, con influjos mutuos ciertamente, pero con operaciones y
resultados distintos.
Es verdad que resulta difícil entender esta unión y no sabemos explicar ni el influjo
mutuo ni el hecho de la unidad de la persona a través de todos los cambios orgánicos,
pero el no conocer la explicación no invalida el raciocinio que hemos presentado, y
que solamente puede tener como alternativa la afirmación puramente gratuita de una
quinta fuerza de conciencia ya presente en las partículas elementales y capaz de
crecer cuantitativamente con la complejidad de un sistema material.
Tal suposición cambia la definición de materia más allá de los límites aceptables en las
ciencias físicas.
Esto es, sin embargo, lo que implican más o menos claramente las posiciones
totalmente evolutivas que tratan de explicar la inteligencia humana como la mera
consecuencia necesaria de la mayor complejidad cerebral, determinada a su vez por
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factores tan secundarios como la postura bípeda, la capacidad fonética o simplemente
el valor de supervivencia de la inteligencia.
Es verdad que la inteligencia ayuda a la supervivencia del hombre, pero esto es, en
gran parte, porque, como organismo, el ser humano es muy indefenso en su etapa
infantil tan prolongada, y sigue siendo muy falto de especialización en su edad adulta.
Simplemente introduce una nueva palabra para decir, de una forma más velada, que
solamente puede existir la materia y que toda actividad tiene que deberse a ella: un
reduccionismo ya propuesto por filósofos antiguos, central al marxismo, y asumido de
nuevo por las corrientes positivistas. Pero el cambiar las formas de decirlo no aumenta
su credibilidad como explicación porque no introduce razón explicativa alguna: si se
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acepta esa postura, tiene que ser por prejuicio previo o por seguir a algún autor en
forma poco crítica.
Variaciones en el emergentismo pueden llegar hasta proponer alguna programación
inicial en el desarrollo de los organismos vivientes para que aparezca la inteligencia,
incluso atribuyendo tal programación a agentes extra-terrestres.
Una vez más queda sin explicar qué determina tal programación supuesta: cualquier
forma de código genético o bien da lugar a estructuras orgánicas o a comportamientos
instintivos, pero no a ideas ni operaciones mentales que no son de orden material. No
es programable en un ordenador el que tenga conciencia ni libertad para elegir el tipo
de actividad a desarrollar, aunque pueda programarse una reacción controlada por
números aleatorios ante diversos datos recibidos del operador o de instrumentos.
Todavía puede insistirse en los ejemplos, tan abusados, de producción ciega de obras
literarias o de significado por procesos deterministas o aleatorios: la permutación
sistemática de símbolos alfabéticos llevará a escribir todas las obras literarias posibles
en cualquier lengua con esos símbolos; la permutación aleatoria de unas pocas letras,
llevará a la formación de palabras con significado. En estos casos se quiere afirmar
que lo que parece exclusivo de la inteligencia puede darse sin ella, para luego atribuir
su emergencia a procesos semejantes suficientemente repetidos durante mucho
tiempo.
En realidad tales ejemplos son falaces, pues presuponen que las letras de un alfabeto
y las palabras que con ellas se forman tienen contenido de significado por sí mismas,
cuando es obvio que ocurre lo contrario: son signos arbitrarios que presuponen
la creación consciente de relaciones entre los símbolos y su significado.
Tiene que darse un lenguaje, un sistema de escritura, una gramática, y todo esto tiene
que ser conocido por el que observa el resultado de cualquier permutación. De lo
contrario, sólo habrá manchas en un papel.
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humana de ser responsable de los propios actos, con sus consecuencias jurídicas y
éticas, se descarta como una ilusión en ambos casos.
En la interpretación de la mecánica cuántica de tipo probabilístico se afirma que todo
lo que es matemáticamente posible (probabilidad no-cero) tiene que ocurrir de hecho.
El mismo Einstein, ante la pregunta de si creía que todo podría ser expresado en
términos físicos, respondió que tal intento sería tan absurdo como describir una sonata
de Beethoven como la curva de variación en la presión atmosférica, resultado del
sonido de los instrumentos. La realidad es mucho más rica, y ninguna metodología o
modo de conocer es suficiente para cubrir toda su variedad.
Podemos también recordar lo que la moderna teoría del caos nos dice acerca de la
predicción cierta en sistemas complejos: su variabilidad como consecuencia de
pequeñísimos cambios en las condiciones iniciales hace que el estado futuro sea
incognoscible a largo plazo.
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La primera prueba irrefutable de humanidad la tenemos cuando se dan instrumentos
complejos, incluso decorados con incisiones o colores; pinturas rupestres, en muchos
casos de gran calidad artística; enterramientos que solamente son comprensibles
como consecuencia de una intuición de un "más allá" con algún modo de
supervivencia.
Pero hay quienes hablan del hombre y de su supervivencia en términos tan materiales
que llegan a afirmar la "inmortalidad" de un enfermo porque se mantienen en un cultivo
de laboratorio las células del cáncer que causó su muerte, o se sugiere como
equivalente a la existencia real el tener en algún tipo de memoria electrónica la
información genética de su ADN, como si una cantidad cualquiera de dominios
magnéticos fuese igual a la entidad de la persona, sin dar valor alguno a sus ideas y
logros en los campos del saber, el arte o la ética, y a las relaciones con otros seres
humanos.
2. Cultura y Naturaleza
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construir, fabricar, elaborar productos. Pero no nos podemos detener ahora en la
índole del pensar.
Las culturas han sido muy diversas a lo largo de la historia, pero es el hombre quien
forma una cultura u otra, no la cultura quien forma al hombre como hombre. De ser
esto así, se podría cuestionar si no es acaso la cultura la que humaniza al hombre.
La cultura está en manos del hombre, no al revés; por eso podemos modificarla, y
también por eso, es un deber ético (la ética no se confunde con la cultura) fomentar los
logros culturales que más humanizan y rechazar aquellos que deshumanizan. El
hombre no es un producto. Con ello no se trata de refutar las opiniones culturales de
nadie, sino de ampliar perspectivas sobre lo humano. Descubrir que el hombre es el
origen y el fin de la cultura no es una opinión cultural. El hombre no se reduce a la
cultura y es parte de la naturaleza.
Lo cultural no sustituye a lo natural del universo, sino que lo desarrolla. Por eso,
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y por ser un fruto humano, no pocas veces es superior a los bienes de la naturaleza.
Prescindir de los bienes de la cultura por una concepción naturalista del hombre
conlleva el empobrecimiento humano. Pero esa decisión que va contra la cultura es
libre.
Si producir es cambiar el curso histórico de los acontecimientos del cosmos, ello indica
que el hombre tampoco está sometido a la historia, sino al revés, que la historia
depende de él. En efecto, el fin del hombre no reside en la cultura, pero tampoco en la
historia, puesto que entonces no tendría fin, culminación, ya que la historia tampoco
culmina desde sí. La culminación del hombre, si se da, sólo puede ser posthistórica.
Por lo indicado, a saber, porque la acción posibilita unos bienes superiores a los
culturales que quedan en quien actúa, a saber, las virtudes. Son superiores a los
bienes externos porque son inmanentes, es decir, quedan en la propia voluntad, a la
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que perfeccionan por dentro. Además, son menos susceptibles de pérdidas que los
bienes extrínsecos y, desde luego, más positivos.
De otro modo: sólo desde la ética (y muchas veces como se propone en esta obra,
desde la lógica) se podrá sentar si unas formas culturales son mejores que otras, es
decir, más humanizantes.
De manera que si alguien declara que el hombre es un ser cultural, habrá que añadir
que en mayor medida el hombre es un ser natural y ético.
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4. Sobre la hipotética reducción de la filosofía a cultura. La filosofía no se reduce a
cultura, porque la primera es fin en sí, mientras que la segunda carece de fin. De otro
modo: la cultura es del ámbito del interés, pero convertir al interés en fin es absurdo.
Efectivamente, el interés por el interés carece de interés. En cambio, la verdad
descubierta por la filosofía es fin en sí, es decir, no tiene sustituto útil.
Ahora bien, como parece que la filosofía y la libertad son temas demasiado elevados,
pues no se pueden encuadrar ni en el plano de lo físico ni en el de lo cultural (pues su
nivel es de orden trascendental), hay que dejarlos al margen del contexto en el que se
mueve este libro, pues nos hemos ceñido a responder a la pregunta de si el hombre es
un ser meramente intracósmico, es decir, si parece pertenecer al género de lo
biológico, siendo su diferencia específica lo cultural, aludiendo exclusivamente a dos
realidades de orden sensible: una que da razón de la naturaleza humana, la causa
final física, y otra que la da de la cultura: la acción humana.
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3. Imágenes ópticas y acústicas
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Visión del hombre Visión del perro
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Visión del hombre Visión de la abeja
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4. Contrastes
La naturaleza se nos presenta como algo inevitable, que está más allá de la acción
humana y se rige por sus propias "reglas", las cuales se nos imponen de manera
ineludible. Por medio de la observación y la experimentación, es decir, a través del
"método científico", podemos aspirar a conocer estas reglas y, hasta cierto punto,
manejarlas, pero nunca podremos controlarlas. El propio método científico se
configura a partir de hechos que se (re)producen artificialmente, lo que significa que
los científicos "construyen a la naturaleza", al tiempo que declaran que "sólo están
descubriéndola."
Sin embargo, desde el discurso de la ciencia se sostiene que "las fuerzas naturales
son mecanismos brutos", cuya objetividad es incuestionable, pues está más allá de las
diferencias entre los observadores. Los científicos declaran que no son ellos mismos
quienes están hablando; más bien, son los hechos los que hablan por sí mismos.
La ciencia se coloca así como un juez último, cuya sentencia inapelable ofrece
"hechos naturales" como evidencias irrefutables de su validez discursiva.
Como hemos dicho, esta visión de la naturaleza está asociada a una particular noción
del ser humano y la sociedad. El pensamiento de la modernidad opone estos
conceptos, proporcionando un discurso que ofrece al hombre posibilidades de control
y dominio sobre sí mismo y su mundo social y natural. La naturaleza se ubica como un
hecho "positivo", algo que existe por sí mismo y es independiente de los humanos,
pero es aprehensible y manipulable y aprovechable vía la ciencia y la tecnología. La
sociedad, por su parte, es una creación humana, libre, voluntaria, por lo que es capaz
de determinar libremente su propio destino. Una vez más, las contradicciones no están
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ausentes. Junto a la imagen de la sociedad como una construcción humana voluntaria
y racional, experiencias sociales previas y posteriores a la filosofía política
contractualista mostraron su imagen opuesta, la de la sociedad como algo que está
más allá de nuestro control y que, como la naturaleza, pareciera regirse por sus
propias reglas, sociales e históricas. La voluntaria "creación social" puede convertirse
en un ser autónomo y salirse de nuestro control para encarnar y hacer realidad
nuestros más profundos horrores.
Fue en el siglo XVII que se dio la invención conjunta de los hechos científicos y de los
ciudadanos. De los trabajos de purificación de la naturaleza mediante la ciencia y de
mediación de la sociedad a través de la cultura.
Viene a cuento hablar del perspectivismo porque éste lleva implícito un planteamiento
que propone una continuidad entre naturaleza y cultura. Bajo la mirada indígena, los
seres que desde el pensamiento occidental concebimos como excluidos de cultura,
tienen también cultura. De hecho, el planteamiento perspectivista va más lejos aún: lo
que los diversos "existentes" —los animales, pero también las almas, los espíritus, los
fenómenos naturales, los ancestros, los muertos— comparten es la cultura, lo que los
distingue es su naturaleza corpórea y somática, su "vestido". Desde la cosmología
amazónica, animales y seres humanos comparten un origen común, pues en el tiempo
mítico todos eran personas y no fue sino hasta la llegada del tiempo de los hombres
cuando los animales adquirieron su forma actual. Se trata de una humanidad universal
original, "oculta" bajo una multiplicidad de apariencias corporales.
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afirma que los saraguatos antes eran personas, pero "los maldicieron" y por eso tienen
esa apariencia actual.
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La naturaleza es un bien natural, es evidente. El adjetivo natural se emplea para
significar lo contrario de artificial, adulterado, complicado. Se trata de una noción que
oscila entre lo espontáneo, lo verídico y lo simple. Tiene connotaciones estéticas,
morales y físicas. Se puede decir, en este sentido, que alguien se comporta de manera
natural, que se expresa con naturalidad, que su actitud tiene una elegancia o una
gracia naturales. Lo comparamos con un animal, por ejemplo, con un felino, cuya
actitud ágil y poderosa es una expresión inmediata de su naturaleza. Por lo que se
refiere a la belleza de la naturaleza, se nos ocurre celebrarla: belleza de paisajes
sublimes o de lugares familiares, belleza de la aurora o del crepúsculo, de los mares,
de los bosques, de las montañas. Pero cuando nos concentramos en las bellezas de la
naturaleza, se convierten rápidamente en temas de interrogación, preocupación y, en
ciertas circunstancias, angustia: descubrimos, después de Pascal, el vértigo de lo
infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño. La naturaleza cambia de carácter
al cambiar de escala. La ciencia progresa en el conocimiento de la naturaleza; pero la
ciencia es paciente: ante la mirada de cada individuo mortal, por el contrario, lo
desconocido que la ciencia investiga a su propio ritmo a lo largo de los siglos
reencuentra lo desconocido de su destino singular y finito. Los panteísmos, que invitan
al hombre a fundirse en la naturaleza y a olvidar de esta manera los límites de su
desarrollo corporal efímero, adquirían sentido y significado en un universo que
cambiaba de escala (millones de soles en nuestra galaxia y millones de galaxias en el
universo).
Para las sociedades humanas, la naturaleza no tiene existencia sino en el límite del
tiempo humano. Las cosmogonías inventadas por los hombres relatan la serie de
distinciones sucesivas al término de las cuales la humanidad ha salido del caos
primitivo indiferenciado, y las distinciones últimas son el sexo, la vida y la muerte. Es
significativo que todos los grupos humanos, por minoritarios y reducidos que sean,
hayan iniciado la exploración de su medio inmediato y le hayan atribuido un sentido, es
decir, un orden. Se trata de un orden simbólico relacionado, con la aparición del
lenguaje, y que concierne tanto al mundo humano como al mundo no humano, ya que
este último tiene que ver con esa puesta en orden y es, por lo tanto, una extensión del
mundo humano.
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En segundo lugar, la creación del orden humano tiene que ver con el mismo doble
proceso, arbitrario, pero lógico. Existen por todas partes reglas de filiación, reglas de
alianza matrimonial, reglas de residencia, que varían con cada cultura.
Aquel a quien llamamos sano de espíritu es el que se aliena, ya que consiente vivir en
un mundo definido por la relación de un yo [con] un otro. La coherencia interna de todo
orden humano es alienante desde el punto de vista de la libertad individual. El orden
humano, como el orden de la naturaleza, tiene que ver con una lógica simbólica que
encuentra su expresión pura y primera en el lenguaje.
En las zonas forestales africanas, por ejemplo, se distinguen bien el espacio habitado,
el espacio cultivado y el espacio salvaje de la caza o la pesca. El espacio habitado
está estrechamente codificado y simbolizado, en primer lugar, por las reglas de
residencia que sitúan a cada uno, espacial y socialmente, en su lugar, en función de
las reglas combinadas de la filiación y la alianza matrimonial. El espacio cultivado es
repartido y explotado en función del orden social. El espacio salvaje es el espacio
reservado a ciertas profesiones, los cazadores, pero también a los especialistas en
plantas, los curanderos. Cuanto más fuerte es la densidad humana, más intensa es la
simbolización del espacio, aunque todo espacio está simbolizado hasta el punto de
llegar al espacio de los otros, los extranjeros limítrofes, con los cuales tienen lugar
procedimientos de intercambio o conflicto. Las potencias no humanas que atormentan
los lugares salvajes son menos familiares que los dioses presentes en el pueblo o en
las cercanías, pero se las conoce, se sabe cómo conciliarse con ellas o como
evitarlas: son objeto de relatos míticos; se encuentran en el horizonte cercano del
espacio habitado. El campesino africano está organizado y ordenado por la traza
material (una estatua o una piedra) de un dios especialista de los límites, de los
pasajes o de los vínculos, como el Legba de las regiones del golfo de Benín, muy
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parecido al Hermes griego, que se encuentra en la puerta de las casas, los mercados,
los cruces de caminos o el límite de los campos cultivados por un linaje determinado.
Es necesario señalar, además, que los lugares lejanos tienen también un nombre. El
vocabulario humano envuelve igualmente los fenómenos más increíbles, como el mar
desencadenado. En el sur de Togo, la espuma de la ola es Avlekete, la patrona del
colegio de mujeres encargadas del ritual de inversión celebrado en caso de epidemias.
Nada escapa al masivo proceso onomástico que somete teóricamente los
fenómenos naturales al control simbólico de los hombres en sociedad.
Los paisajes más inmensos y los menos poblados no solo han sido objeto de la
imposición de un nombre de lugar y de identificación, sino que además trazan un
itinerario. Los primeros cartógrafos occidentales pudieron representar las costas
africanas gracias a todos esos lugares identificados, pueblos, ríos, cabos, a los cuales
los habitantes africanos habían puesto un nombre.
Quisiera, a partir de ahí, volver un momento sobre las categorías de lugar y no-lugar.
El arquetipo del lugar era, desde mi punto de vista, el pueblo tradicional en el espacio
del cual se podía leer lo esencial de la organización social. En la literatura etnográfica
abundan los ejemplos de ese tipo de organización espacial/social en los cuales la
división en barrios o en mitades y las reglas de residencia evidencian la estructura de
la sociedad. En nuestra propia tradición, el pueblo reunido en torno a su iglesia —que
está rodeada por el cementerio—, donde cada uno se mantiene de manera más o
menos estricta en su lugar, es la expresión más cercana del "lugar antropológico". La
región ampliamente apropiada, los territorios municipales y los dominios
pertenecientes al Estado completan el cuadro. En relación con ese modelo, en el cual
además el espacio está repleto de tiempo y de historia, el desarrollo de espacios de
circulación y de consumo podía aparecer como el de no-lugares, en la medida en que
los espacios no expresan directamente ninguna relación social inmediatamente legible.
En un aeropuerto, sobre una ruta o en un supermercado nos cruzamos sin
conocernos. Evidentemente, todo depende del uso que se hace de esos espacios y,
por lo tanto, la distinción lugar/no-lugar no tiene nada de absurda. Pero quisiera aquí,
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ante todo, interrogarme sobre la supuesta relación con la naturaleza que conllevan
estos dos tipos de organización espacial.
La estética dominante es de distancia. Como la de las fotos tomadas por los satélites
de observación o las vistas aéreas que nos habitúan a una visión global de las cosas,
del mismo modo que la producen las vías rápidas y los trenes de gran velocidad.
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En primer lugar, a partir del momento en que el crecimiento demográfico concibe
nuevas formas de movilidad y residencia, la naturaleza urbana de la humanidad se
vuelve más evidente. Por naturaleza urbana es necesario entender los modos de
relación que permiten al individuo humano declinar sus vínculos sociales de alteridad,
los cuales son indispensables para su existencia y para definir su identidad, por una
nueva cultura. ¿Acaso es posible que los progresos de la tecnología no comporten
consecuencias directas sobre el cuerpo humano, sobre sus lenguajes y sus contactos
con el exterior?
Nuevas modalidades de puesta en cultura del mundo planetario están operando una
revolución de la que presentimos los efectos sin controlar las causas por ahora. De
esta manera, estamos condenados a vivir individualmente fenómenos que se
desarrollarán a escala histórica. El aumento de la esperanza de vida es tal vez, al fin
de cuentas, una consecuencia de esta revolución/evolución.
A la hora en que el mismo planeta Tierra se convierte en un paisaje y los planetas del
sistema solar comienzan a aparecer como simples barrios suburbanos de la Tierra, en
que la vulgarización científica nos propone hipótesis cuyo lenguaje se nos escapa y al
lado de las cuales los misterios construidos por los monoteísmos terrestres aparecen
como desdibujados, la naturaleza no está ya situada alrededor de la Tierra, ya no nos
mece más, ya no es ni un recurso ni un socorro, es un desafío.
Es eso lo que expresa, a su manera un tanto irrisoria tal vez, el paisaje urbano actual,
que en sus realizaciones más suntuosas evoca algo de las instalaciones que un día,
lejano aún (en el sentido genérico del término), establecerá en otros planetas. O aun,
en sentido inverso, el espectáculo que descubrirán probablemente un día viajeros
venidos de otras latitudes. La ciencia ficción y la arquitectura tienen esto en común:
intentan balizar de antemano el espacio vacío e indiferente de lo desconocido, como si
debiera poblarse un día y autorizar así la retoma de la empresa simbólica a la que
escapa después de haber expulsado a los dioses del cielo.
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En un segundo nivel, naturaleza y cultura han sido distinguidas desde el punto de vista
de la libertad de la acción. Lo natural es, ante todo, lo espontáneo, lo instintivo, lo
irreflexivo, o sea, la ausencia de la puesta en marcha del pensamiento deliberativo, del
juicio, de la reflexión, que caracterizan por el contrario el despliegue de la acción libre,
es decir, voluntaria. Ser libre es actuar en función de una deliberación y una
representación previas, ahora bien, el animal o el niño, por ejemplo (estos seres que
no han sido cultivados), no hacen más que reaccionar a las solicitudes de su entorno.
Lo natural es, en consecuencia, como continuación de lo que se acaba de decir,
igualmente el obstáculo, lo determinado: el ser natural se comporta en función y bajo
la dependencia de causas que le son exteriores y que se aplican a él de tal suerte que
no puede escapar a eso, o bien que le dejan poco espacio para reaccionar. La
naturaleza se piensa entonces como el despliegue de un mecanismo riguroso. Por el
contrario, la libertad y la cultura se caracterizan por el poder que posee el ser humano
de escapar a las reglas que él se ha dado para sí mismo, de rechazarlas, o de inventar
nuevas. Artificio aún, pero en el sentido positivo de la invención de nuevas formas de
existencia, que no pueden ser deducidas de la naturaleza y de su orden determinado.
Se podría concluir que esta parte de la geografía que rechaza todo determinismo
natural es, como las otras ciencias humanas, una ciencia de la libertad, o al menos,
que es por principio una ciencia de la cultura.
A decir verdad, el marco teórico que acaba de ser esbozado a grandes rasgos es
menos rígido que lo que parece. Varias fórmulas o situaciones de transición que
conciernen igualmente a la geografía pueden evocarse al respecto.
Hasta el presente, sin embargo, la naturaleza era pensada como primera, cronológica
y ontológicamente con respecto a la cultura, cualesquiera que fueran las formas
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tomadas por sus relaciones. La cultura venía luego de la naturaleza, que era, por así
decirlo, el marco.
Hasta la primera mitad del siglo veinte se mantuvo la idea de que la naturaleza física
constituía una realidad objetiva a describir y a explicar, realidad exterior al hombre y
frente a la cual el ser humano estaba ubicado, por así decirlo, intentando adoptar una
mirada científica y objetiva. Los descubrimientos y las teorías de la física cuántica
replantearon profundamente esta creencia. Heisenberg, en un texto célebre, extrajo
consecuencias generales de uno de los aspectos mayores de la mecánica cuántica, la
cual condujo a replantear el realismo usual de la física clásica: cuando se aplica un
aparato de medida a un sistema cuántico, cuando, más precisamente, se quiere medir
con la ayuda de un aparato el comportamiento de una partícula, hay interacción, es
decir, transferencia de energía entre el aparato de medida y el sistema cuántico
medido y entonces modificación irreversible e imprevisible del comportamiento de la
partícula. No es posible, por ejemplo, determinar al mismo tiempo la localización de
una partícula en el espacio-tiempo y su cuántum de energía. Esta perturbación del
objeto medido por el aparato de medida es generalmente descuidada en la descripción
de los fenómenos macroscópicos (los de la vida cotidiana). Pero no puede serlo en el
nivel microscópico: lo cual quiere decir que la definición del fenómeno natural depende
estrechamente tanto de las condiciones iniciales como de la teoría de la medida
utilizada. La consecuencia que Heisenberg extrae de esto es rigurosa: lo que los
físicos alcanzan, cuando trabajan en la escala microscópica, lo que ellos conocen, no
es el fenómeno natural en sí mismo e independiente del observador, sino que es el
efecto de la interacción entre el acto técnico y cognitivo del hombre y una realidad que
no se puede alcanzar de manera directa. El objeto físico o natural, en esta escala, no
puede ser descrito concretamente. No es más que un esquema mental. En 1927, en la
conferencia de Como, Niels Bohr dirá lo siguiente: "no hay un mundo cuántico. Hay
sólo una descripción cuántica abstracta". Y agrega: "es erróneo pensar que el objeto
de la física sea descubrir cómo está hecha la naturaleza. La física se refiere a lo que
nosotros podemos decir sobre la naturaleza". La ciencia, concluye por su parte
Heisenberg, "no es más que un eslabón de la cadena infinita de los diálogos entre el
hombre y la naturaleza, y no puede hablar más simplemente de una "naturaleza en sí
misma". Las ciencias de la naturaleza presuponen siempre al hombre...". Concluimos:
la naturaleza presupone siempre la cultura, que constituye aquí el marco de análisis y
de interpretación.
La cuestión de las relaciones entre naturaleza y cultura no es más hoy en día, parece,
la del acuerdo o del desacuerdo entre dos mundos territorialmente distintos. Sería más
bien la de la delimitación y de la articulación, en el seno mismo de la cultura, de lo que
puede ser designado, pensado, vivido, como "la naturaleza".
Yo pienso que el ser humano necesita los opuestos para ordenar la realidad, aunque
la forma que estos toman no es necesariamente universal. Naturaleza y cultura son
dos conceptos que nos hemos construido para ese propósito, pero observando sus
límites, origen histórico y ausencia en otras sociedades, logramos entender que es, en
efecto, un constructo ideológico en crisis.
Una de estas oposiciones con las que ordenamos nuestra realidad es la establecida
entre naturaleza y cultura. La intención es lograr entender hasta qué punto la división
entre aquello natural y lo considerado artificial y humano es algo universal en nuestra
especie, o parte de un discurso propio del pensamiento particular occidental. Tal
manera de clasificar y dar sentido al mundo se muestra ineficaz al encontrarnos con
nuevos (y no tan nuevos) híbridos que desafían su validez universal. Todo esto para
entender que, no es demasiado difícil discernir entre qué es naturaleza y qué es
cultura. Hablando de los objetos que nos rodean, entenderíamos lo segundo como
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todo aquello creado o usado por el hombre, mientras mantenemos una idea romántica
de lo puramente "virgen", incorrupto por el ser humano, para lo primero. Un mismo
objeto puede ser entendido como naturaleza hasta que pasa a ser parte del mundo
del hombre. Por ejemplo, una piedra encontrada en el suelo es naturaleza hasta que
el primer humanoide, como nos muestra Kubrick, la usa como arma contra otro.
En 2001: A Space Odyssey (1968), el hueso evoluciona ante la cámara hasta
convertirse en nave espacial: todo lo que se encuentra entre uno y otra es la
tecnología, lo que ya dejó de ser naturaleza.
Es por esa división que uno encuentra tanta fascinación, por ejemplo, en los templos
de Angkor Wat en Camboya, aquella extraña fusión, mediante piedra y selva, de lo
divino y lo salvaje, de la cultura y la naturaleza. Mezclar religión y árboles nos parece
exótico a nosotros los occidentales, siendo una amalgama de dos universos que han
sido divididos en nuestro pensamiento teológico.
Sin embargo, si se busca un punto en la historia donde localizar con mayor claridad la
aparición de la dicotomía estudiada, es en el Renacimiento y la entrada del
modernismo cuando se aprecia oficialmente la actitud occidental hacia la concepción
de la naturaleza como un "otro", junto al liberalismo y la racionalidad burguesa como
timón del progreso. La naturaleza se convierte en un universo cuantificable,
tridimensional y apropiado por los hombres; mecanizada, mercantilizada y funcional,
subordinada a la acción humana y a los mercados, a la razón. La dualidad se
institucionaliza entonces junto a la ciencia moderna, siendo imagen clara la división
entre ciencias naturales y sociales. El medio ambiente acabará siendo así,
simplemente, aquel marco exterior a la vida social a ojos de la sociología y etnología,
relegándose a ser descrito por las ciencias naturales. Si el ser humano es entendido
como algo más que un simple animal, es solamente dicha animalidad, su naturaleza y
sus disposiciones innatas lo que la biología y otras ciencias naturales se dedicarán a
estudiar. Por otro lado, aquel más que hace del ser humano un animal social es de lo
que se encargarán las humanidades, de la realidad del ser humano existente una vez
desprendido de aquello aparentemente "natural".
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dualidad que ha legitimado una mercantilización y comercialización de la naturaleza,
causa de múltiples impactos socioeconómicos y mecanismos de regulación y
expulsión de comunidades locales residentes en los espacios determinados como
dignos de ser "conservados".
Pero la dicotomía entre naturaleza y cultura como un constructo ideológico no sólo se
observa mediante observar su historia y su invalidez en nuestro universo clasificatorio
actual. Si uno invoca numerosos trabajos de etnólogos, puede llegar a entender que
de lejos se trata de algo universal: mediante el estudio de los "otros". Apelando a
aquellas sociedades distintas a la occidental, la antropología ha podido poner en tela
de juicio ciertas realidades y articular un esquema que explique qué es universal en
tales concepciones.
Por otro lado, ciertas posturas indican que aquella diferencia cartesiana entre esencia
y cuerpo, el alma que nos da humanidad y su soporte físico, sí que gozaría de la
calidad de universal. Cualquier sociedad, entonces, aunque no necesariamente
disponga de un sistema clasificatorio que distinga entre aquello cultural y natural, sí
que dividirá la realidad entre aquello físico y su esencia.
Siguiendo esta base, la relación del humano y la sociedad con su entorno dependería
entonces del grado en que su materialidad y espiritualidad son compartidas, la
atribución o no del otro de una interioridad y/o una materia análoga a la de uno mismo.
Pero es diferente en otras sociedades: por ejemplo, el pueblo animista de los Achuar
en el Amazonas de Perú y Ecuador concibe una diferencia en la materia de la que
están constituidos los humanos y lo que los rodea, clasificando la fauna y flora del
Amazonas siguiendo criterios que los mantienen materialmente constituidos como
diferentes a ellos mismos, siendo aquello de lo que están hechos los humanos
diferente a todo su alrededor. Aun así, esa diferencia en la materia no significa un
claro límite entre lo que es ser humano y lo que no. Ciertos animales y plantas son
dotados de características sociales, no solo enlazados míticamente con diferentes
clanes, pero tratados en ocasiones como realmente humanos. Demuestran, así, estar
dotados de una interioridad homóloga (lo que vagamente se podría traducir
como alma o espíritu) a la de los humanos, contrario a la ideología occidental. Su
diferente materialidad significaría simplemente una diferente cáscara para miembros
plenos de la sociedad. Así como las tribus Tallensi, en el norte de Ghana, dan el
atributo de persona a ciertos cocodrilos especiales, con lo que dañar a uno sería el
equivalente al mismo crimen contra un humano de la tribu.
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En definitiva, no se pueden observar otras sociedades con diferentes concepciones de
la naturaleza sin dar cuenta de lo frágil que la dicotomía hegemónica entre naturaleza
y cultura se presenta como discurso universal. Si partimos desde el hecho de que no
es, en efecto, algo compartido por el ser humano sino un constructo social, con
historia y orígenes ideológicos rastreables, no es sorpresa que encontremos tal
oposición fragmentada e invalidada hoy en día en nuestra propia sociedad con la
aparición de cada vez más híbridos. Como parte del pensamiento colectivo, su origen
social y no, como se ha demostrado, innato, demuestra su capacidad de resultar
incapaz de dar orden a una realidad cambiante.
Pero si discernir entre naturaleza y cultura parece que ya no tiene cabida, ¿significa
eso que decae nuestra cosmología? ¡Hasta el propio discurso contemporáneo de
defensa de la naturaleza se funda en tal dicotomía!
Los avances tecnológicos han creado toda una nueva red de relaciones con la
naturaleza que mezclan esos dos mundos que nunca antes habían sido tan difíciles
de clasificar. La antropología y las otras ciencias se establecieron hace siglos para dar
sentido a otra realidad. Cuando ésta cambia, es el turno de las ciencias para hacer lo
mismo. A no ser, que realmente tal clasificación tradicional no sea simplemente una
ordenación de la realidad, sino que lleve a mucho más. Que sea lo que legitime la
mercantilización de todo lo natural, la explotación de la naturaleza como algo externo
a nosotros, como algo perdido y perdible, apropiable por la superior cultura, lo nuestro.
Cambiar la dicotomía entre naturaleza y cultura, sería, entonces, no sólo cambiar el
mundo que nos rodea, sino cómo rodeamos nosotros el mundo a nuestro alrededor.
5. Organización cognitiva
El descubrimiento del código genético llevó a sustituir la idea de materia viva por la de
organización viviente y permitió concebir la célula como una máquina diminuta,
gobernada por un programa informacional inscrito en los genes. No obstante, esa
vulgaridad biológica oculta la idea de "computación", privilegiando la idea de
información y la de programa. Por el contrario, hay que priorizar la computación y la
auto-eco-organización. Todo ser celular puede ser concebido como un ser-máquina
computante, solucionador de problemas, que existe y funciona en virtud de un
cómputo.
En la misma máquina artificial computadora, la computación consiste en el tratamiento
de símbolos físicos, que realiza operaciones lógicas, sigue instrucciones, conduce a
soluciones y descubrimientos.
Se concibe "la computación como un complejo organizador/productor de carácter
cognitivo, que comporta una instancia informacional, una instancia simbólica, una
instancia memorial y una instancia logicial."
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asociación o de separación. Toda actividad computante comporta una dimensión
cognitiva y está dirigida a la solución de problemas, por medio de símbolos e
informaciones.
Los seres vivos, en cuanto organizaciones vivas, son máquinas computantes que,
desde el nivel celular, presentan esas cuatro instancias.
El computo, entendido como acto computante (de sí/para sí), resulta de vital
importancia.
Desde lo unicelular, el computo ergo sum es lo que permite concebir la noción de
sujeto.
Este, centrado en su mundo, se computa a sí mismo y al mundo. Instituye el auto-ego-
centrismo como carácter fundante de la subjetividad.
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En el computo celular existe ya una capacidad de conocimiento objetivo (arqueo
racionalidad) y se lleva a cabo una autocomputación con una dimensión auto cognitiva
(arqueo reflexividad).
Durante la evolución de las formas vivas, las estructuras del mundo exterior se han
interiorizado en el ser auto-eco-organizador, habitado así por el mundo donde habita.
El gran cómputo cerebral cuenta con una memoria doble, hereditaria y adquirida, con
terminales sensoriales que le aportan información y con principios reguladores para la
organización del conocimiento. De modo tal que los mamíferos disponen ya de
esquemas cognitivos precategoriales puestos en juego por la inteligencia animal.
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La mente humana, además, puede operar tan autónomamente que llega a
desconectarse de la actividad sensorial y motriz, creando universos simbólicos,
imaginarios, conceptuales, mitológicos, que revelan de forma eminente la humanidad
del conocimiento.
6. Visión y Audición
Los escépticos que no quieran profundizar en la mecánica cuántica podrían decir que
si la luz unas veces no se comporta como una onda y otras veces no se comporta
como una partícula, es porque no es ni una onda ni una partícula.
La luz "blanca" del Sol puede descomponerse en luces de colores mediante un prisma
óptico o similar. De forma arbitraria se recitan los colores obtenidos como: rojo,
anaranjado, amarillo, verde, azul, añil y violeta. Fue Newton quien fijó en siete este
número de colores, basándose en criterios religiosos, pues hasta ese momento se
consideraba que eran seis.
La realidad es que el número siete para definir los colores del espectro de la luz es tan
falso como el determinado por las siete notas musicales para definir el nombre de los
sonidos armónicos de la naturaleza. De este comportamiento "pseudocultural" y
deformado por la religión, nace un modelo absurdo, que ha impregnado de "ceguera y
de sordera" a gran parte de la humanidad, que sigue creyendo en ese relato
mentiroso. Mi investigación nace de ese obstáculo tratando de mostrar otro camino
posible a recorrer y que tiene a sus espaldas la verdad de la Óptica y de la Acústica.
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Empecemos a analizar el tema de los colores y la visión.
El espectro electromagnético está constituido por todos los posibles niveles de energía
de la luz. Hablar de energía es equivalente a hablar de longitud de onda; por ello, el
espectro electromagnético abarca todas las longitudes de onda que la luz puede tener.
De todo el espectro, la porción que el ser humano es capaz de percibir es muy
pequeña en comparación con todas las existentes. Esta región, denominada espectro
visible, comprende longitudes de onda desde los 380 nm hasta los 780 nm (1nm = 1
nanómetro = 0, mm).
Ya hemos explicado la falsedad de los siete colores de la luz del arco iris que impulsó
Newton. A pesar que el espectro es continuo y por lo tanto no hay cantidades vacías
entre uno y otro color, se puede establecer la siguiente aproximación:
Cuando la luz incide sobre un objeto, su superficie absorbe ciertas longitudes de onda
y refleja otras. Sólo las longitudes de onda reflejadas podrán ser vistas por el ojo y por
tanto en el cerebro sólo se percibirán esos colores. Es un proceso diferente a luz
natural que tiene todas las longitudes de onda, allí todo el proceso nada más tiene que
ver con luz, ahora en los colores que percibimos en un objeto hay que tener en cuenta
también el objeto en sí, que tiene capacidad de absorber ciertas longitudes de onda y
reflejar las demás. Consideremos una manzana "roja". Cuando es vista bajo una luz
blanca, parece roja. Pero esto no significa que emita luz roja, que sería el caso una
síntesis aditiva. Si lo hiciese, seríamos capaces de verla en la oscuridad. En lugar de
eso, absorbe algunas de las longitudes de onda que componen la luz blanca,
reflejando sólo aquellas que el humano ve como rojas. Los humanos ven la manzana
roja debido al funcionamiento particular de su ojo y a la interpretación que hace el
cerebro de la información que le llega del ojo.
Un pigmento o un tinte es un material que cambia el color de la luz que refleja debido a
que selectivamente absorben ciertas ondas luminosas. La luz blanca es
aproximadamente igual a una mezcla de todo el espectro visible de luz. Cuando esta
luz se encuentra con un pigmento, algunas ondas son absorbidas por los enlaces
químicos y sustituyentes del pigmento, mientras otras son reflejadas. Este nuevo
espectro de luz reflejado crea la apariencia del color. Por ejemplo, un pigmento azul
marino refleja la luz azul, y absorbe los demás colores. La apariencia de los pigmentos
o tintes está íntimamente ligada a la luz que reciben. La luz solar tiene una
temperatura de color alta y un espectro relativamente uniforme, y es considerada un
estándar para la luz blanca. La luz artificial, por su parte, tiende a tener grandes
variaciones en algunas partes de su espectro. Vistos bajo estas condiciones, los
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pigmentos o tintes lucen de diferentes colores. Los tintes sirven para colorear
materiales, como los tejidos, mientras que los pigmentos sirven para cubrir una
superficie, como puede ser un cuadro. Desde las glaciaciones los humanos
empleaban plantas y partes de animales para lograr tintes naturales con los que
coloreaban sus tejidos. Luego los pintores han preparado sus propios pigmentos.
Desde 1856 aparecieron tintes sintéticos.
Se llama síntesis aditiva a obtener un color de luz determinado por la suma de otros
colores. Thomas Young partiendo del descubrimiento de Newton que la suma de los
colores del espectro visible formaba luz blanca realizó un experimento con linternas
con los seis colores del espectro visible, proyectando estos focos y superponiéndolos
llegó a un nuevo descubrimiento: para formar los seis colores del espectro sólo hacían
falta tres colores y además sumando los tres se formaba luz blanca.
El proceso de reproducción aditiva normalmente utiliza luz roja, verde y azul para
producir el resto de colores. Combinando uno de estos colores primarios con otro en
proporciones iguales produce los colores aditivos secundarios, más claros que los
anteriores: cian, magenta y amarillo. Variando la intensidad de cada luz de color
finalmente deja ver el espectro completo de estas tres luces. La ausencia de los tres
da el negro, y la suma de los tres da el blanco. Estos tres colores se corresponden con
los tres picos de sensibilidad de los tres sensores de color en nuestros ojos. Los
colores primarios no son una propiedad fundamental de la luz, sino un concepto
biológico, basado en la respuesta fisiológica del ojo humano a la luz. Un ojo humano
normal sólo contiene tres tipos de receptores, llamados conos. Estos responden a
longitudes de onda específicas de luz roja, verde y azul. Las personas y los miembros
de otras especies que tienen estos tres tipos de receptores se llaman tricrómatas.
Aunque la sensibilidad máxima de los conos no se produce exactamente en las
frecuencias roja, verde y azul, son los colores que se eligen como primarios, porque
con ellos es posible estimular los tres receptores de color de manera casi
independiente, proporcionando un amplio gamut.
La luz de longitud de onda más corta estimula solamente lo que se llaman los conos
azules. Pero al final del arco iris no es azul; es violeta. Esto significa que la salida de
los llamados conos azules es de color violeta. Tales conos deben ser llamados conos
violetas.
Si se observa un espectro creado por un prisma, está claro que las bandas para el
rojo, verde y violeta son significativamente más amplias que las del amarillo y el azul,
aproximadamente dos veces. Esto es simplemente el efecto del funcionamiento de los
conos del ojo que no están relacionados con la distribución física de las longitudes de
onda de la luz. La respuesta es que el modelo de color adecuado en base a los conos
del ojo es un modelo RGV (rojo-verde-violeta) que debe completarse con el B (azul)
para funcionar con las mezclas de luz habituales y con la luz violeta como límite
espectral. Ese es el modelo óptico de Sergio Aschero: RGBV (rojo-verde-azul-violeta)
que establece además su vinculación con la tetracromía que en el género humano
(especialmente en el género femenino) está apareciendo en diversos estudios
científicos.
Para generar rangos de color óptimos para otras especies aparte de los seres
humanos se tendrían que usar otros colores primarios aditivos. Por ejemplo, para las
especies conocidas como tetracrómatas, con cuatro receptores de color distintos, se
utilizarían cuatro colores primarios (como los humanos sólo pueden ver hasta 400
nanómetros (violeta), pero los tetracrómatas pueden ver parte del ultravioleta, hasta
los 300 nanómetros aproximadamente, este cuarto color primario estaría situado en
este rango y sería un violeta espectral puro), tal como señalé anteriormente.
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Muchas aves y marsupiales son tetracrómatas. Por otro lado, la mayoría de los
mamíferos tienen sólo dos tipos de receptor de color y por lo tanto son dicrómatas;
para ellos, sólo hay dos colores primarios. Las televisiones y los monitores de
ordenador son las aplicaciones prácticas más comunes de la síntesis aditiva.
Todo lo que no es color aditivo es color sustractivo. En otras palabras, todo lo que no
es luz directa es luz reflejada en un objeto, la primera se basa en la síntesis aditiva de
color, la segunda en la síntesis sustractiva de color. La síntesis sustractiva explica la
teoría de la mezcla de pigmentos y tintes para crear color. El color que parece que
tiene un determinado objeto depende de qué partes del espectro electromagnético son
reflejadas por él, o dicho a la inversa, qué partes del espectro son absorbidas. Se
llama síntesis sustractiva porque a la energía de radiación se le sustrae algo por
absorción. En la síntesis sustractiva el color de partida siempre suele ser el color
acromático blanco, el que aporta la luz (en el caso de una fotografía el papel blanco, si
hablamos de un cuadro es el lienzo blanco), es un elemento imprescindible para que
las capas de color puedan poner en juego sus capacidades de absorción. En la
síntesis sustractiva los colores primarios son el amarillo, el magenta y el cian, cada
uno de estos colores tiene la misión de absorber el campo de radiación de cada tipo
de conos. Actúan como filtros, el amarillo, no deja pasar las ondas que forman el azul,
el magenta no deja pasar el verde y el cian no permite pasar al rojo. En los sistemas
de reproducción de color según la síntesis sustractiva, la cantidad de color de cada
filtro puede variar del 0% al 100%. Cuanto mayor es la cantidad de color mayor es la
absorción y menos la parte reflejada, si de un color no existe nada, de ese campo de
radiaciones pasará todo. Por ello, a cada capa de color le corresponde modular un
color sensación del órgano de la vista: al amarillo le corresponde modular el azul, al
magenta el verde y al cian el rojo. Así mezclando sobre un papel blanco cian al 100%
y magenta al 100%, no dejaran pasar el color rojo y el verde con lo que el resultado es
el color azul. De igual manera el magenta y el amarillo formaran el rojo, mientras el
cian y el amarillo forman el verde. El azul, verde y rojo son colores secundarios en la
síntesis sustractiva y son más oscuros que los primarios. En las mezclas sustractivas
se parte de tres primarios claros y según se mezcla los nuevos colores se van
oscureciendo, al mezclar estamos restando luz. Los tres primarios mezclados dan el
negro. La aplicación práctica de la síntesis sustractiva es la impresión a color y los
cuadros de pintura. En la impresión en color, las tintas que se usan principalmente
como primarios son el cian, magenta y amarillo. Como se ha dicho, el cian es el
opuesto al rojo, lo que significa que actúa como un filtro que absorbe dicho color. La
cantidad de cian aplicada a un papel controlará cuanto rojo mostrará. Magenta es el
opuesto al verde y amarillo el opuesto al azul. Con este conocimiento se puede afirmar
que hay infinitas combinaciones posibles de colores. Así es como las reproducciones
de ilustraciones son producidas en grandes cantidades, aunque por varias razones
también suele usarse una tinta negra. Esta mezcla de cian, magenta, amarillo y negro
se llama modelo de color CMYK. CMYK es un ejemplo de espacio de colores
sustractivos, o una gama entera de espacios de color. El origen de los nombres
magenta y cian procede de las películas de color inventadas en 1936 por Agfa y
Kodak. El color se reproducía mediante un sistema de tres películas, una sensible al
amarillo, otro sensible a un rojo púrpura y una tercera a un azul claro. Estas casas
comerciales decidieron dar el nombre de magenta al rojo púrpura y cian al azul claro.
Estos nombres fueron admitidos como definitivos en la década de 1950 en las normas
DIN que definieron los colores básicos de impresión.
Aunque los dos extremos del espectro visible, el rojo y el violeta, son diferentes en
longitud de onda, visualmente tienen algunas similitudes, Newton propuso que la
banda recta de colores espectrales se distribuyese en una forma circular uniendo los
extremos del espectro visible. Este fue el primer círculo cromático, un intento de fijar
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las similitudes y diferencias entre los distintos matices de color. Muchos estudiosos
admitieron el círculo de Newton para explicar las relaciones entre los diferentes
colores. Los colores que están juntos corresponden a longitud de onda similar.
Desde un punto de vista teórico un círculo cromático de doce colores estaría formado
por los tres primarios, entre ellos se situarían los tres secundarios y entre cada
secundario y primario el terciario que se origina de su unión. Así en actividades de
síntesis aditiva, se pueden distribuir los tres primarios, rojo, verde y azul
uniformemente separados en el círculo; en medio entre cada dos primarios, el
secundario que forman ellos dos; entre cada primario y secundario se pondría el
terciario que se origina en su mezcla. Así tenemos un círculo cromático de síntesis
aditiva de doce colores. Se puede hacer lo mismo con los tres primarios de síntesis
sustractiva y llegaríamos a un círculo cromático de síntesis sustractiva. El blanco y el
negro no pueden considerarse colores y por lo tanto no aparecen en un círculo
cromático, el blanco es la presencia de todos los colores y el negro es su ausencia
total. Sin embargo el negro y el blanco al combinarse forman el gris el cual también se
marca en escalas. Esto forma un círculo propio llamado "círculo cromático en escala
de grises" o "círculo acromático".
Cada color determinado está originado por una mezcla o combinación de diversas
longitudes de onda. En las siguientes tablas se agrupan los colores similares. A cada
color se le han asociado sus matices. El matiz es la cualidad que permite diferenciar
un color de otro: permite clasificarlo en términos de rojizo, verdoso, azulado, etc. Se
refiere a la ligera variación que existe entre un color y el color contiguo en el círculo
cromático (o dicho de otra forma la ligera variación en el espectro visible). Así un verde
azulado o a un verde amarillo son matices del verde cuando la longitud de onda
dominante en la mezcla de longitudes de onda es la que corresponde al verde, y
hablaremos de un matiz del azul cuando tenemos un azul verdoso o un azul magenta
donde la longitud de onda dominante de la mezcla corresponda al azul.
Para representar y cuantificar cada color se usan diferentes modelos. Así en la síntesis
aditiva, el Modelo de color RGB (del inglés Red-rojo, Green-verde, Blue-azul), cada
color se representa mediante la mezcla de los tres colores luz primarios, en términos
de intensidad de cada color primario con que se forma. Para indicar con qué
proporción mezclamos cada color, se asigna un valor a cada uno de los colores
primarios, de manera que el valor 0 significa que no interviene en la mezcla y la
intensidad de cada una de las componentes se mide según una escala que va del 0 al
255. Por lo tanto, el rojo se obtiene con (255,0,0), el verde con (0,255,0) y el azul con
(0,0,255). La ausencia de color lo que conocemos como color negro se obtiene cuando
los tres componentes son 0, (0,0,0). La combinación de dos colores a nivel máximo,
255, con un tercero en nivel 0 da lugar a los tres colores secundarios. De esta forma el
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amarillo es (255,255,0), el cyan (0,255,255) y el magenta (255,0,255). El color blanco
se forma con los tres colores primarios a su máximo nivel (255,255,255). El sistema de
representación de colores HTML, también de síntesis aditiva, usado en las páginas
web, se descompone también de la misma forma en los tres colores primarios aditivos:
Rojo-Verde-Azul. La intensidad de cada una de las componentes se mide también en
una escala que va del 0 al 255. Sin embargo utiliza una codificación hexadecimal, lo
que le permite representar el número 255 en base decimal con solo dos dígitos en
base hexadecimal.
Todas las estructuras que conforman al ojo, como órgano principal de la visión,
contribuyen con el proceso de la visión.
La visión varía según la especie animal: muchos poseen una magnífica visión; unos
tan sólo distinguen un bulto; otros únicamente pueden percibir los cambios de
intensidad de la luz y algunos son totalmente ciegos.
Los animales ven colores aunque no los perciben como nosotros los vemos.
Ácaros: su sentido de la visión en general es muy deficiente. Gran parte de ellos son
completamente ciegos, sin ojos; no obstante esto, muchos responden a los cambios
de intensidad luminosa gracias a ciertas áreas delgadas y transparentes que se
encuentran en la superficie dorsal de su cuerpo.
Abejas: en 1914 el investigador alemán Karl von Frisch, pudo comprobar que las
abejas tienen un sentido de color especialmente desarrollado, siendo capaces de
diferenciar tres colores complementarios, entre varias intensidades de gris: el amarillo,
el verde-azul y el azul. El rojo no lo pueden ver y fácilmente lo confunden con el
negro; en cambio pueden ver el ultravioleta. Por eso es que son atraídas por las flores
rojas porque en las flores casi nunca se presenta sólo el color rojo; las amapolas, por
ejemplo, que atraen de manera especial a estos insectos, tienen también algo de azul
en su composición, pero lo más importante es que reflejan los rayos ultravioleta,
perfectamente visibles para las abejas. También pueden llegar a diferenciar el
amarillo, el anaranjado y el verde. Pueden distinguir colores pero su sensibilidad
comienza en la franja del ultravioleta y llega hasta el naranja. Algunas de ellas no
pueden distinguir los rojos de los grises.
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Estrellas de mar: ven sólo la luz y la oscuridad, mediante las "copas oculares": llenas
de células fotosensibles dentro de la punta de cada brazo, que pueden ver en muchas
direcciones moviendo sus brazos y pueden también proyectar sus copas oculares
hacia la superficie. Otros animales con copas oculares son los gusanos marinos,
algunos moluscos como las lapas, los crustáceos copépodos y las larvas de animales
marinos.
Los animales que viven en las profundidades oceánicas: sus ojos han
desarrollado una sola clase de fotorreceptores (los bastones), capaces de responder
frente a estímulos de baja intensidad luminosa, careciendo de visión cromática.
Tortugas: tienen poca audición, son prácticamente mudas pero, para compensar eso,
tienen buen olfato, visión aguda y una percepción de los colores casi tan buena como
la de los seres humanos.
Lagartos: tienen párpados móviles y buena visión durante el día, aunque algunos no
pueden distinguir los colores.
Serpientes: la mayor parte tienen relativamente mala vista, con excepción de las
serpientes arborícolas de las selvas tropicales que poseen excelente visión binocular
para localizar a sus presas entre las ramas de los árboles donde los olores serían
imposibles de seguir.
Palomas: pueden percibir más colores que un humano ya que poseen hasta cinco
tipos diferentes de conos.
Mariposas: poseen cuatro tipos diferentes de conos. Pueden ver una amplia gama de
colores.
Mantis: tiene por lo menos doce clases de células sensibles al color y probablemente
sea el animal que más colores perciba.
Ardillas: tienen sólo dos tipos de células fotosensibles, por eso ven menos colores
que nosotros, poseyendo también sólo dos tipos diferentes de conos.
Pulpos: no ven colores, además de bastoncillos, sólo poseen un tipo de cono (se
necesitan dos como mínimo para distinguir colores).
Los animales cuyo cuerpo muestra colores opacos, oscuros y poco llamativos,
como en la mayor parte de los mamíferos, excepto en el hombre, generalmente tienen
una visión muy limitada de los colores o los ven pero no los perciben de la misma
manera que los humanos.
Los animales nocturnos y los que viven bajo tierra como el cururo, poseen en sus
retinas algunos conos, su modo de vida principalmente nocturno revela un mundo en
blanco y negro.
Los animales que ostentan colores fuertes y brillantes, en algunas o todas las
estructuras de su cuerpo, como muchas aves, reptiles, peces, insectos y algunas
arañas, son capaces de distinguir varios colores.
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visión dicromática, con conos de máxima sensibilidad a la luz amarillo-verdosa y azul-
purpúrea. La mayoría de estas especies ven una gama completa de dos colores, por
lo general toda la gama que va del verde al azul:
Toros: la creencia difundida de que el toro se enfurece con el rojo del capote no es
verdad; lo que le llama la atención es el movimiento del mismo.
Caballos: algunos estudios demostraron que podían distinguir el rojo y el azul del gris,
pero que no diferenciaban el verde del gris. En otro estudio hallaron que la mayoría de
los caballos podían diferenciar el gris del rojo, el azul, el amarillo y el verde, pero un
caballo no podía distinguir entre el amarillo y el verde.
Perros: durante muchos años se creyó que los perros veían en blanco y negro, o que
eran ciegos al color. Sin embargo, estudios científicos determinaron que no es así. Y
que en realidad, captan las tonalidades de manera similar al ser humano, aunque con
una disminución en las gamas del rojo y el verde. Pueden distinguir el azul del
amarillo, del rojo o del verde, pero no pueden distinguir el rojo del verde. Pueden
ver colores, pero no tantos como vemos los hombres ya que sólo poseen dos tipos
distintos de conos. Algunos estudios también afirman que los canes ven el mundo con
más brillo y menos detalles que nosotros, aproximadamente unas seis veces.
Gatos: durante muchos años los científicos creyeron que los gatos tenían sólo una
visión monocroma, porque no lograban enseñarles a distinguir unos colores de otros
(premiándoles con alimento). Sin embargo, los gatos entrenados durante suficiente
tiempo llegan a distinguir algunos colores, y se les han hallado conos sensibles al
verde y al azul, pero no al rojo. Dándoles tiempo, pueden distinguir el rojo y el azul
entre sí y del blanco, aunque ven probablemente de forma muy parecida el verde,
amarillo y blanco, y el rojo lo perciben como un gris oscuro.
El ojo humano está lleno de millones de células en forma de cono que permiten
percibir el color. Para aquellos con visión normal, los tres tipos de conos permiten la
visión de cerca de un millón de colores distintivos. Algunas especies de animales,
incluyendo algunas aves, insectos, peces y reptiles, tienen un cuarto tipo de células de
cono que se extiende la percepción del color en el rango UV. El tetracromatismo es el
estado de posesión de cuatro canales independientes para la recepción de
información de color, o la posesión de cuatro tipos diferentes de células cono en el ojo.
Los organismos con tetracromatismo son llamados tetracrómatas.
Los genes responsables de las células del cono rojo y verde se encuentran en
el cromosoma X. Una variación genética individual responsable de la
tetracromía necesitaría dos copias para que el rasgo que se exprese. Como tal, se
supone que debido a que los hombres sólo tienen un cromosoma X, sólo las
mujeres son capaces de ser tetracrómatas. Por otro lado, esto también determina por
qué los hombres son más propensos a ser daltónicos que las mujeres. Los hombres
no tienen una copia de seguridad en caso de que reciban una copia defectuosa
de los genes. Las mujeres, por su parte, tendrían que heredar dos copias para poder
generar el daltonismo. A pesar de que los ojos tetracrómatas pueden ser capaces de
interpretar una gama más amplia del espectro electromagnético, la visión realmente
sucede en el cerebro. El ojo capta la información (es decir, la luz) y la envía de nuevo
al cerebro para su procesamiento. El sistema de procesamiento real
entre tetracrómatas y las personas con visión tricromática es fundamentalmente el
mismo. Las pruebas para la tetracromía pueden ser muy complejas, ya que la mayoría
de las pruebas se basan en la visión tricromática. Existen variaciones genéticas que
permiten un cuarto tipo de célula cono. Al entender más acerca de la tetracromía y
cómo las vías neurales que participan en la percepción del color pueden ser
entrenadas, se podría ser capaz de descubrir una manera para que otros
puedan aumentar la cantidad de colores que con la tricromía no se ven.
Tal como se ha visto, para obtener un resultado armónico, hay que partir de la propia
naturaleza del sonido. Todas las bases musicales 7, 12, 24, 36, 48... (temperadas o
no), pueden ser útiles instrumentalmente pero resultan absolutamente inarmónicas
en mayor o menor grado. Sólo las bases en cuyas frecuencias no existen decimales y
que responden a 2n como eje de su desarrollo serial (1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256,
512,...), pertenecen a la naturaleza y no son discrepantes. Mediante cualquiera de
dichas bases y partiendo de la serie armónica, se demuestra que primero (1º) es el
único grado que en todas sus frecuencias produce la "Ley de Aschero" que señala que
el único grado que multiplicado por sí mismo es igual a sí mismo es primero (1º) con lo
que se fundamenta su preponderancia frente a todos los demás grados de cualquier
serie.
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Las escalas culturales tienen "vacíos" entre sus frecuencias, cosa que no ocurre con la
serie armónica natural.
Así como la naturaleza del sonido es expansiva, cada serie tiene el doble de sonidos
que la anterior, en su sentido inverso es contractiva, con lo cual todas las series (al
igual que los grupos) tienen un límite frecuencial determinado por la cantidad de
sonidos que los integra y por el índice acústico más grave que los contiene incluyendo
a los infrasonidos.
En realidad la cultura intenta limitar desde el punto de vista acústico (las escalas lo
demuestran) lo que la naturaleza expande.
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Comparemos estas imágenes:
49
En realidad podríamos decir que todos los sonidos de la escala cromática temperada
(utilizada por el sistema tradicional de notación) están ligeramente desafinados,
excepto el que produce la nota (la 4) con sus 440 Hz. o 442 Hz. En la naturaleza del
sonido no existen decimales en las frecuencias, sólo números enteros.
Do = 261,625 Hz.
Do# (Reb) = 277,182 Hz.
Re = 293,664 Hz.
Re# (Mib) = 311,126 Hz.
Mi = 329,627 Hz.
Fa = 349,228 Hz.
Fa# (Solb) = 369,994 Hz.
Sol = 391,995 Hz.
Sol# (Lab) = 415,304 Hz.
La = 440,000 Hz. (diapasón)
La# (Sib) = 466,163 Hz.
Si = 493,883 Hz.
Do’ = 523,250 Hz.
50
El problema de la controversia entre esas dos frecuencias es que ninguna de las dos
es la mejor ya que de acuerdo a la "Ley de Aschero" sus armónicos y subarmónicos
producen discrepancias.
Si la armonía natural sólo admite frecuencias de números enteros, los decimales dan
origen de la inarmonía.
La única y curiosa excepción la constituye la naturalidad del diapasón (440Hz.).
Una base matemáticamente incorrecta (12) y una escritura anacrónica no pueden
contener la naturaleza expansiva de los armónicos.
Tal como se ha visto, para obtener un resultado armónico, hay que partir de la propia
naturaleza del sonido. Todas las bases musicales 7, 12, 24, 36, 48... (temperadas o
no), pueden ser útiles instrumentalmente pero resultan absolutamente inarmónicas en
mayor o menor grado. Sólo las bases en cuyas frecuencias no existen decimales y que
responden a 2n como eje de su desarrollo serial (2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, 512,...),
pertenecen a la naturaleza y no son discrepantes.
51
También en el desarrollo de un embrión, el óvulo fecundado comienza a dividirse y el
número de células empieza a crecer: 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, etc. Éste es un crecimiento
exponencial. Pero el feto sólo puede crecer hasta un tamaño que el útero pueda
soportar; así, otros factores comienzan a disminuir el incremento del número de
células, y la tasa de crecimiento disminuye. Después de un tiempo, el niño nace y
continúa creciendo. Finalmente, el número de células se estabiliza y la estatura del
individuo se hace constante. Se ha alcanzado la madurez, en la que el crecimiento se
detiene. En el caso de los gemelos monocigóticos, en cambio, los dos tienen el mismo
origen: un solo óvulo fecundado por un solo espermatozoide. Lo que sucede es que
después de haberse fusionado el material genético de la madre con el del padre, la
célula resultante (conocida como cigoto) se divide muy tempranamente en dos. Los
dos cigotos resultantes quedan con la misma carga genética y por eso que los bebés
terminan siendo idénticos. Mediante cualquiera de dichas bases y partiendo de la serie
armónica, se demuestra que (primero) equivalente al (do físico) es el único grado que
multiplicado por sí mismo es igual a sí mismo (siempre sigue siendo primero (do) con
lo que se fundamenta su preponderancia frente a todos los demás grados de la serie.
Cada nuevo número armónico "suena" siempre al doble de la frecuencia del anterior
desde 1 Hz. hasta el infinito. Estos números en realidad son siempre un 1 fecundado
(que alumbra un 2) y en su replicación binaria nunca pierde su identidad inicial.
Con lo cual el Diapasón Numérofónico establece una afinación de 256 Hz. (1º a la cero
en la Numerofonía) equivalente a (do 4).
432 Hz. (432:2 = 216 Hz.) (216:2 = 108 Hz.) (108:2 = 54 Hz.)
(54:2 = 27 Hz.)
440 Hz. (440:2 = 220 Hz.) (220:2 = 110 Hz.) (110:2 = 55 Hz.)
52
256 Hz. (256 x 256 = 65536 Hz.)
Ciertos organismos son capaces de emitir sonidos imperceptibles para nosotros, y que
les son útiles para sobrevivir. Si son capaces de emitirlos, obviamente son también
capaces de detectarlos, tanto si son sonidos producidos por ellos mismos, por otros
individuos de la misma especie, por individuos de otra especie, o por fuentes no vivas.
Sin duda la gran diferencia entre el oído humano y el animal, en general, es el efecto
de la ecolocación. ¿Qué quiere decir esto? Básicamente que los animales, casi todos
mamíferos, tienen la capacidad de situarse en el espacio según los sonidos que
captan.
Estamos hablando de una habilidad inherente a ellos pero inexistente en nosotros los
seres humanos. Nuestro proceso es simple: captamos el sonido y lo transportamos al
cerebro para ser registrado y entendido en forma de señales eléctricas. En los
animales hay pabellones auriculares generalmente más grandes y activos para
ayudarles a ubicarse. Esta característica no les sirve para otra cosa que no sea captar
la situación de los depredadores y las presas.
Asimismo nos encontramos con la famosa expresión de que los animales pueden
escuchar más y mejor, pero no es algo más complicado que eso: pueden captar un
elenco más extenso de frecuencias. Por poner un ejemplo, los perros son capaces de
situar niveles de entre 50.000 Hz. y los más agudos de la naturaleza son los de los
murciélagos, pues llegan hasta los 110.000 Hz. (el ser humano llega a los 20.000
solamente).
Aves
La capacidad auditiva de las aves está en el rango de por debajo de los 10 Hz.
(infrasónico) a por encima de los 25.000 Hz. (ultrasónico). El rango de frecuencias
dentro del cual las aves realizan sus llamados varía dependiendo de la calidad del
hábitat y los sonidos del ambiente.
Ballenas
El canto de las ballenas es la colección de sonidos que emiten las ballenas para
comunicarse. El rango de frecuencias de las ballenas dentadas va desde 40 Hz a
32.500 Hz.
53
El rango de frecuencias producido por las ballenas barbadas va de los 10 Hz a los
31.000 Hz.
Caballos
Los caballos pueden escuchar sonidos entre 55 Hz. y 33.500 Hz. A pesar que el
equino tiene un oído muy sensible y es capaz de escuchar sonido de altas
frecuencias, su habilidad para localizar la fuente de un sonido no es muy precisa.
Delfines
Elefantes
Gatos
La estructura del caracol del gato le permite responder a sonidos de hasta 65.000 Hz.,
y posiblemente también más altos. Esto supone, al menos, un octavo y medio por
encima del límite auditivo humano y superando incluso la conocida aptitud del perro
para oír sonidos sobreagudos. El oído humano y el del gato no difieren mucho en las
frecuencias bajas, situándose el límite inferior del gato alrededor de los 30 Hz.
Perros
Su oído es mucho más desarrollado que el humano lo que les permite localizar con
precisión emisiones sónicas en la oscuridad. algunos estudios ubican su umbral de
frecuencia audible en los 50.000 Hz., en el rango denominado ultrasónico. Otros
sostienen que su capacidad auditiva va hasta los 100.000 Hz. Una noche de 1923 en
una amplia zona de Japón miles de perros aullaron durante horas, sin ningún motivo
aparente. Al día siguiente 1º de setiembre, morían 142.807 japoneses en uno de los
terremotos más terribles de la historia.
Jirafas
El sonido que emiten gracias a sus enormes pulmones no es audible para el oído
humano, ya que se comunican entre ellas y otros animales a través de infrasonidos
que van de 7 Hz. a 14 Hz.
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Lobos
El lobo emite sonidos que llegan hasta los 80.000 Hz. y sus características acústicas
son algo más desarrolladas que la de los perros.
Ranas
Los ultrasonidos se emiten en una frecuencia superior a 20.000 Hz., es decir por
encima de los sonidos detectables por el hombre y mucho más alto que el rango de
5000 Hz. a 8.000 Hz. producidos por la mayoría de los anfibios, reptiles y aves. Sin
embargo hay ranas que pueden escuchar sonidos de hasta 38.000 Hz., la frecuencia
más alta de entre los anfibios.
Ratones
En el caso de los ratones estos usan el ultrasonido para la comunicación entre madre
y la cría, ya que con la vocalización de frecuencias altas por parte de su madre
estimula el desarrollo del comportamiento normal de las crías. La emisión de sonidos
va desde los 30.000 Hz. hasta sobrepasar los 80.000 Hz. Las frecuencias emitidas al
principio son muy altas y luego van bajando pero siempre manteniéndose en el rango
ultrasónico. Por ejemplo empiezan en 80.000 Hz. y terminan en 48.000 Hz., y otros
pueden empezar en más de 100.000 Hz. y terminar en 60.000 Hz.
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7. Tiempo y pensamiento
Todos sabemos que el tiempo se percibe de manera subjetiva, por ejemplo es muy
distinto pasar un minuto bajo el agua que estar un minuto jugando con los amigos. El
tiempo también se percibe a partir de los cambios manifestados en los objetos
animados e inanimados. La observación del mundo externo permite advertir la
sucesión de numerosos acontecimientos, algunos de tipo astronómico, como la salida
y puesta del Sol, la sucesión de las estaciones, y otros como las posiciones sucesivas
que adopta un cuerpo en su caída, un péndulo que oscila, o los cambios biológicos de
los seres vivos.
Las distintas culturas han creado muchas maneras de medir el tiempo, valiéndose de
tecnología específica para ello -como son los cuadrantes solares, las clepsidras o los
relojes-, o bien a partir de elaboraciones intelectuales basadas en la observación
astronómica, como son los calendarios. La Historia se vale de estas convenciones
creadas por el hombre para situar los procesos y los sucesos en el pasado.
Pero, ¿Cuándo se originó el tiempo? Hace unos quince mil millones de años sucedió
un fenómeno cósmico llamado Big Bang o "gran estallido" que dio origen, en ese
preciso instante, al Universo. En menos de un segundo, se creó toda la materia,
energía, espacio y tiempo. Con esta explosión primordial, en donde nubes de gas se
condensaron y, al correr de miles de años, se crearon millones de galaxias de
estrellas, se echó a andar una fuerza motriz inicial que hasta hoy hace que el Universo
se expanda y se expanda, y se expanda…
Hay una teoría que pronostica que llegará un momento en que la mutua gravitación de
las galaxias que se alejan reducirá la expansión del Universo, la frenará y, finalmente,
la invertirá. Entonces, el Universo comenzará a contraerse hasta que, después de
miles de millones de años, se concentrará toda la materia y energía cósmica en un
grano de arena y el tiempo terminará... hasta que, nuevamente, suceda otro "gran
estallido". Esta teoría implica que el estallido que marca el principio de "nuestro"
Universo fue también el que puso fin a uno anterior; y el fin de nuestro Universo será,
a su vez, el comienzo de otro. Así, el final del tiempo es igualmente su principio, en un
ciclo que se repite infinitamente.
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Sin embargo, a pesar de todos los conocimientos astronómicos que se tienen hay una
pregunta que aún no pueden responder los científicos: ¿qué había antes de la
existencia del Universo y el tiempo? ¿La nada? ¿Túneles en el tiempo?
Los "agujeros negros" son otro de los fenómenos que han intrigado a los astrónomos y
han inspirado toda una serie de historias de ficción. Un "agujero negro" es una estrella
gigante que agotó su combustible termonuclear, se volvió inestable y se colapsó hacia
el interior de sí misma. El peso de la materia que absorbe de todas direcciones
comprime a la estrella que muere a tal punto que casi alcanza el volumen cero y una
densidad infinita. La velocidad necesaria para que la materia escape de la fuerza
gravitacional de un agujero negro tendría que ser mayor a la velocidad de la luz, por lo
que nada -ni materia, ni radiación, ni luz- pueden escapar a ser absorbidos por un
agujero negro. Nadie sabe qué hay del otro lado de un "agujero negro" pero se cree
que pueden ser pasadizos que comunican distintos espacios o tiempos del Universo.
En las comunidades primitivas hubo hombres cuya función fue precisamente guardar y
enriquecer el conocimiento de los ciclos naturales para la sobrevivencia de su grupo
social. Estos hombres sabios eran sacerdotes o chamanes que indicaban el tiempo
para que todo sucediera, sabían cuándo sembrar, cuándo cosechar, cuándo iban a
crecer las márgenes de los ríos, cuándo iba a haber sequía, cuándo empezaría la
temporada de frío o de calor.
Los sacerdotes sabían que los ciclos naturales estaban relacionados íntimamente con
los movimientos de los astros: la Luna, el Sol y las estrellas. Estos sacerdotes eran
astrónomos y de su observación de la bóveda celeste dependían en gran medida la
precisión de sus predicciones y el poder que tenían sobre la gente de su comunidad.
Sin embargo, los hombres de la prehistoria no sabían de ciencia y veían a los cuerpos
del firmamento como dioses que controlaban las estaciones, el clima y todo lo viviente.
Por eso, en su origen, todas las religiones se conformaron en torno a los astros y los
fenómenos naturales: el dios-sol, la diosa-luna y las deidades-estrellas, además del
dios del trueno, de la lluvia, etcétera. Los sacerdotes determinaban qué días debían
hacerse plegarias, cuándo ceremonias y cuándo sacrificios a estos dioses celestes
para que continuaran con su marcha en el firmamento, el tiempo no se detuviera y se
preservara la vida humana.
57
de una época específica -la Edad Media- o bien la significación de sucesos
intempestivos, como el asesinato de tanta gente en las absurdas guerras de todos los
tiempos.
Ya sabemos que el tiempo es intangible e invisible, pero eso no quiere decir que no lo
podamos "mirar" en prácticamente todo lo que nos rodea.
El tiempo queda atrapado en un papel escrito, una fotografía, una montaña, un edificio,
un sombrero, una licuadora, un cuento, una piedra, un fósil, una obra de arte. Para
liberar los secretos del tiempo escondidos en nuestro mundo vale la pena acercarse a
las cosas y preguntarles ¿qué inscribió en ti el tiempo?
La historia es la ciencia social que estudia el pasado humano para entender mejor
nuestro presente: quiénes somos, de dónde venimos, por qué somos de determinada
manera y qué compartimos con el resto de los hombres y mujeres que han vivido en el
pasado. Hay muchas maneras de acercarnos al tiempo que ya pasó. Una de ellas es a
través de los recuerdos y otra es a partir de los vestigios de la actividad humana, es
decir, las fuentes históricas.
Cualquier resto material puede servir como fuente de conocimiento del pasado. Todo
lo que el ser humano produce puede ser "leído" como documento histórico. A los
historiadores les interesa el pensamiento de una época que se encierra en los objetos
o documentos. Sin embargo, cada fuente histórica devela secretos distintos según
quién se acerque a ella. El historiador lleva a sus fuentes históricas las
preocupaciones de su propia época presente. Aquí también, cuando nos acercamos al
tiempo de los seres humanos a través de las fuentes históricas, estamos
preguntándonos acerca de nuestro presente.
¿Sabías que con el sólo hecho de mirar el firmamento estamos viendo el pasado? La
luz viaja a una altísima velocidad, casi instantánea. Se calcula que puede recorrer
300.000 kilómetros por segundo, por lo que en un año podría acumular 9.460.800
millones de kilómetros de viaje. A esta cifra se le denomina "año luz". Los cuerpos
58
celestes están tan alejados unos de otros en el Universo que para medir las distancias
entre éstos hablamos de años luz. Existen estrellas que están tan lejos de la Tierra
como 100.000 años luz. Esto quiere decir que hace 100.000 años esta estrella emitió
un la luz que en este momento estamos viendo. Quizá esta estrella no existe en la
actualidad pero aún estamos viendo su resplandor en la bóveda celeste porque la
oscuridad de su muerte tardará muchos años luz más en mostrarse en nuestro
planeta. Así, el resplandor de las estrellas que vemos cada noche nos conduce al
tiempo pasado del Universo.
Una manera de medir la edad del planeta que habitamos es determinando la edad de
las rocas de la corteza terrestre. Los geólogos, que se dedican al estudio de las capas
antiguas de las rocas, no sólo revelan muchos datos acerca de la edad de la Tierra,
sino también de la evolución y las circunstancias del clima en un pasado de, incluso,
millones y millones de años.
Las rocas más viejas conocidas hasta ahora se encontraron en Tanzania, África. Estas
piedras tienen aproximadamente 3.400 millones de años de edad. ¿Cuánto más vieja
que estas rocas es la Tierra? Si la antigüedad de la especie humana se ha establecido
en unos dos millones de años, la Tierra supera más de 2.000 veces esa edad.
De los miles de millones de seres que han habitado la Tierra, algunos han dejado
rastros de su presencia: caparazones, huesos, huellas, huevos, impresiones o
momias. Estos indicios de la vida pasada han sido conservados en alquitrán, cera,
carbón, hielo y piedra.
Entre los primeros en dejar huella están los seres marinos invertebrados, como las
esponjas, medusas, estrellas de mar. Después vinieron los peces invertebrados; luego
insectos terrestres como libélulas; más tarde, vertebrados que respiraban como el
pterodáctilo y, finalmente, mamíferos de sangre caliente, como ratones, mamuts y
hombres.
Los paleontólogos son los científicos que estudian los restos fósiles de animales y
plantas y determinan su antigüedad. Para quienes se dedican a la biología evolutiva, el
estudio de los fósiles es fundamental pues a través de ellos pueden conocer los
cambios que los distintos organismos sufrieron a lo largo del tiempo o pueden conocer
seres que han desaparecido de la faz de la Tierra pero que se relacionan
biológicamente con otros que aún existen.
¿Qué es lo que no sé? Esta pregunta me hace pensar en otra pregunta, que se puede
considerar complementaria: "¿qué es lo que sé?". Mi respuesta a esta pregunta es
rotunda: muy poco. No digo esto por modestia excesiva, sino por una convicción
profunda: nos encontramos al final de esa era de la historia de la ciencia que se abrió
con Galileo y Copérnico. Un período glorioso en verdad, pero que nos ha dejado una
visión del mundo demasiado simplista. La ciencia clásica enfatizaba los factores de
equilibrio, orden, estabilidad. Hoy vemos fluctuación e inestabilidad por todas partes.
Estamos empezando a ser conscientes de la complejidad inherente al universo. Esta
toma de conciencia, estoy seguro, es el primer paso hacia una nueva racionalidad.
Pero sólo el primer paso…
59
seremos capaces de deducir, a partir de nuestro modelo, todos los distintos aspectos
de la naturaleza.
Sin embargo, cuanto más exploramos el universo, más nos topamos con el elemento
narrativo, presente en todos los niveles. Es inevitable pensar en Sheherezade, que
sólo interrumpía una historia para empezar otra más hermosa si cabe. También la
naturaleza nos presenta una serie de narraciones inscritas unas dentro de las otras: la
historia cosmológica, la historia en el nivel molecular y la historia de la vida y del
género humano hasta llegar a nuestra propia historia personal. En cada nivel,
asistimos al surgimiento de lo nuevo, de lo inesperado.
Por otro lado, desde Newton a Schrödinger pasando por Einstein, la ciencia se ha
basado en leyes deterministas en las que el pasado y el futuro representan papeles
simétricos. Entonces, ¿cómo podemos encajar el elemento narrativo que acabo de
describir dentro de un contexto gobernado por tales leyes? Muchos investigadores han
tratado de evitar este problema invocando las aproximaciones que se introducen en
las leyes de la naturaleza siempre que se aplican a sistemas complejos. Pero esta
solución siempre me ha parecido extraña. Porque, si las cosas fueran así, seríamos el
"padre" del tiempo, en vez de su "hijo".
Es cierto que la herencia científica del siglo veinte tiene dos aspectos diferentes. Por
un lado, las leyes de la naturaleza, y, por otro, la descripción termodinámica de
fenómenos asociados con el aumento de la entropía. Ciertamente, esta es una
concepción del mundo en evolución. Pero entonces, ¿cómo encaja con la descripción
fundamentalmente atemporal que dan "las leyes de la naturaleza"? Además, existe
otro problema, ya que el aumento de entropía se asocia normalmente con un desorden
creciente. ¿Cómo podría, entonces, un proceso de esas características producir
estructuras complejas como la vida, en concreto la vida humana?
Estas son las preguntas cuyas respuestas no hemos hecho más que empezar a
imaginar. Aquí desempeñan un papel decisivo dos campos científicos que se han
desarrollado recientemente: la física del desequilibrio, y la teoría del "caos", asociadas
ambas con sistemas dinámicos inestables.
Es la vieja historia del huevo y la gallina. La gallina pone huevos, que, a su vez, se
convierten en gallinas. La auto-catalización es típica de aquellos fenómenos biológicos
en los que los ácidos nucleicos codifican el proceso de síntesis de proteínas, que, a su
vez, cataliza la replicación de ácidos nucleicos. La aparición de tales estructuras
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demuestra el papel constructivo que representa la irreversibilidad temporal. Lejos de
una posición de equilibrio, la materia adquiere nuevas propiedades que permanecen
ocultas a nuestros ojos, siempre que nuestra atención se ciña a los estados estables.
Pero todavía queda mucho por hacer, tanto en matemáticas no lineales como en
investigación experimental, antes de que podamos describir la evolución de sistemas
complejos fuera de ciertas situaciones sencillas. Los retos aquí son considerables. En
concreto, es necesario superar el desfase en nuestra comprensión de lo que en la
actualidad separa las estructuras físico-químicas complejas y los organismos vivos por
simples que estos sean.
Por mucho que se avance en esta dirección, se puede establecer ya una conclusión: la
dirección del tiempo, el elemento "narrativo" ha de representar un papel esencial en la
descripción de la naturaleza. Sentada esta premisa, el tiempo narrativo debe entonces
incluirse en nuestra formulación de las leyes de la naturaleza. Estas leyes, tal y como
Newton las formuló, pretendían expresar certezas. Ahora debemos hacer que
expresen "posibilidades" que pueden o no llegar a realizarse en el futuro.
En este punto es donde tenemos que acudir a la teoría del caos, asociada con las
estructuras dinámicas inestables.
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A primera vista, esta conclusión puede parecer revolucionaria, pero en realidad
responde a una necesidad histórica. Cuando grandes científicos como Gibbs y
Einstein introdujeron por primera vez la teoría de conjuntos en la física, fue para poder
formular leyes termodinámicas en el ámbito dinámico microscópico, tanto para casos
de equilibrio como de desequilibrio. Para ellos, tener que recurrir a la teoría de
conjuntos era simplemente señal de que faltaba información sobre las condiciones
iniciales. Pero ¿no había una razón más profunda para actuar de este modo?
Si así fuera, entonces los fenómenos descritos por la termodinámica tales como la
transición de fase, se debería, en última instancia, sólo a nuestra falta de información,
a nuestras aproximaciones. Una vez más, esta es una visión antropomórfica difícil de
aceptar. Porque, si es así, ¿por qué conjuntos y no trayectorias o funciones de onda?
Esta es la pregunta que empieza a responder la dinámica de sistemas inestables.
Desde los primeros tiempos, el pensamiento de los griegos contenía dos grandes
proyectos: la comprensión de la naturaleza, y la construcción de una democracia
basada precisamente en las ideas de libertad y responsabilidad. Durante mucho,
tiempo se sostuvo que estos dos proyectos sólo podían coexistir en una concepción
dualista de la naturaleza, ya fuera el dualismo cartesiano, los mundos nouménico y
fenoménico de Kant, o, más recientemente, la introducción del "principio antrópico" en
la cosmología.
Los elementos de progreso que he resumido aquí nos permiten ir más allá de esta
dualidad y de las contradicciones que contiene.
Desde este punto de vista, actualmente nos movemos hacia una nueva fase en la
descripción del concepto de naturaleza, una fase que transformará los mismos
cimientos de nuestro proyecto científico. A León Rosenfeld, el más estrecho
colaborador de Nils Bohr, siempre le gustaba decir que uno entendía una teoría física
si era capaz de ver sus límites.
62
Se ha tardado casi tres siglos en detectar los límites de los conceptos clásicos
mediante el descubrimiento de la inestabilidad. Como subrayé al comienzo de este
apartado, no hemos hecho más que empezar a explorar el complejo mundo que
hemos descubierto. Pero podemos tener ya la certeza de que el carácter temporal y
evolutivo de este mundo ocupará de ahora en adelante un lugar central en su
descripción física, como así ha sucedido en las ciencias biológicas desde los tiempos
de Darwin. Estamos redescubriendo el tiempo, pero es un tiempo que, en lugar de
enfrentar al hombre con la naturaleza, puede explicar el lugar que el hombre ocupa en
un universo inventivo y creativo.
A continuación presento las imágenes y los sonidos que fundamentan esta obra y que
no tengo dudas marcarán un antes y un después en la Historia de la Música.
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Y antes de concluir la obra una imagen del ayer y otra del hoy de la escritura musical:
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8. Conclusión
En toda reflexión acerca del lenguaje científico subyace una concepción sobre la
naturaleza y valor cognoscitivo del conocimiento científico. Resulta, pues, que es
imprescindible para analizar los rasgos genéricos de los diversos lenguajes en los que
se formula, explicitar las características comunes a todas las ciencias.
101
ciencia implica convenir la existencia de premisas y reglas de inferencia, no definidas
ni demostradas.
102
9. Índice
1. Introducción (página 2)
sergioaschero@gmail.com
PhD in Musicology
103