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El Libro de Bolsillo
Alianza Editorial
Madrid
© José Ferrater Mora, 1970
© Alianza Editorial, S. A., Madrid 1970
Calle Milán, 38; ^ 2 0 0 0045
Depósito legal; M. 804 - 1970
Cubierta: Daniel Gil
Impreso en España por Ediciones Gistilla, S. A.
Calle Maestro Alonso, 21. Madrid
Printed in Spain
Le langage est }a maison dans laquelJe l’hom-
mc habite.
Juliette, en la película de Jean-Luc Godard,
Deux ou Irols cboses que je sais ¿'elle.
1.
5
Lo dicho puede llevar a hacer creer que las señales son
algo así como «envolturas» de un «núcleo significativo»
que de algún modo «subsistiría» por debajo-de las se
ñales. Semejante «núcleo significativo» podría entenderse
como «lo que se quiere decir» en uno de los dos sentidos
siguientes de esta expresión, o en ambos a un tiempo:
como un significado o contenido semántico en principio
independiente de las señales, o como un acto psíquico o
mental, un pensamiento, una intención, etc.
Tal creencia sería infundada. Después de haber subra
yado la no conexión necesaria o intrínseca entre señal y
mensaje, es menester poner de relieve que este último no
es una realidad subsistente por sí misma y que pueda o
no transmitirse mediante señales. La noción de señal y, en
general, de medio, es, en efecto, siempre relativa a la
de mensaje. Una señal sin mensaje no pertenece a nin
gún sistema simbólico y no es, propiamente hablando,
una señ al5. Un mensaje sin señal no es un mensaje, por
que le es esencial a éste la transmisión — no sólo la
posibilidad de transmisión— . M utatis mutandis, un men
saje sin señal podría compararse a una intención absolu
tamente desligada de todo acto, incluyendo el acto de
cancelar la intención, de debatir acerca de si se va a
llevar o no a cabo, etc. No es menester concluir que la
intención forma parte de un determinado acto o serie de
actos, aunque es razonable pensar que si hay realmente
una intención se da dentro de una trama de actos. No
es menester tampoco concluir que un mensaje forma parte
integrante de una señal o conjunto de señales; basta ne
gar que haya algo así como un «mensaje puro».
Definir ‘mensaje’ como «lo que A transmite a B de
suerte que B recibe en principio el mismo mensaje que
2. Medio y mensaje 47
6
Hemos venido insistiendo en que si bien las nociones
de «m edio» — señal o complejo de señales— y «mensa
je» son relativos entre sí, son al mismo tiempo extrínse
cos uno al otro; un elemento de la comunicación puede
funcionar, según los casos, como señal o como mensaje,
pero si funciona de un modo no funciona del otro. Las
señales en tanto que señales no acarrean intrínsecamente,
o por sí mismas, ningún mensaje.
Seguiremos manteniendo esta posición, la cual equiva
le a sostener que no hay, para usar el vocabulario de
Peirce, puros «iconos», esto es, señales (o signos) que se
refieran a un determinado objeto en virtud de los carac
teres propios de la señal (o del signo). Los que parecen
tales necesitan, con el fin de representar lo que se supo
ne que por sí mismos representan, alguna convención
suplementaria. Sucede así aun en casos extremos: un dia
grama de una polea exhibe la estructura de una polca
de acuerdo con ciertas normas; no es, pues, una pura
representación de la polea. En cuanto a la propia polca,
es una polea y no una representación de sí misma. Tanto
más ocurrirá, pues, en otros tipos de señales, como, por
2. Medio y mensaje 55
pues, más bien el habla («E l hablar [del habla] que nos
habla en lo hablado» 3, como escribe Heidegger) en tan
to que palabra poética (creadora) o palabra auténtica, pri
ma hermana de la maragallíana «palabra viva» ante la
cual todas las demás son «palabrerías», remedos y simu
lacros. Sea como fuere, no se trata de nada remotamente
semejante a lo que se había llamado «esencia», «defini
ción esencial», etc.
E l descrédito de la noción de «esencia» resulta más pa
tente en otros modos de filosofar. Ya a comienzos de si
glo William Jam es reiteró una denuncia que se ha feste
jado a menudo: es injustificado, proclamó, que por dis
ponerse de términos como ‘gobierno’ o ‘religión’ se crea
que designan algún «principio simple o esencia». Son
sencillamente «nombres colectivos» 4. Lo propio aconte
ce con la expresión ‘sentimiento religioso’. Todas las de
finiciones que quepa proporcionar al respecto resultarán
fútiles. No hay ninguna emoción religiosa básica o ele
mental que se diversifique en variedades, las cuales re
sulten «accidentales», sino más bien un conjunto de emo
ciones religiosas que requieren descripciones detalladas.
¿Qué hay de común en las creencias, las visiones, las ex
periencias, la espiritualidad, el ansia y el tesón misione
ros de Confucio, San Pablo, George Fox o San Francisco
de A sís? Pensándolo bien: ¿qué hay de común en el
catolicismo, el mahometismo, el budismo, etc.? ¿Serán
todos manifestaciones de «la religión»? Pero nadie prac
tica «la religión»: se practica el catolicismo, el mahome
tismo, el budismo, etc. — y aun así la cosa no queda del
todo clara, a causa de la complejidad de cada una de
estas religiones. Similarmente, Ortega y Gassct se escan
dalizaba de que cuanto escribieran Homero y Verlaine
se titulara, por igual, «poesía» 5. ¿Q ué género de «cosa»
o «actividad» es esa que engendra resultados tan heteró-
clitos? ¿E s también algo común llamado «política» lo
hecho por Asurbanipal, Julio César, Tayllerand, Fidel
Castro y Oliveira Salazar?
En sus diversas manifestaciones, el «descrédito de la
esencia» es expresión del deseo de renunciar a describir
3. Juegos y reglas 61
2
No está excluido en principio que ninguna de las ca
racterísticas que suelen atribuirse a las manzanas se man
tenga indefinidamente. Las manzanas son aproximada
mente esféricas, pero si lograran cultivarse manzanas
piramidales, ¿habría que concluir que no se trata ya de
manzanas? No se ve bien por qué el ser (aproximadamen
te) esférico o el ser (aproximadamente) piramidal ten
drían que ser rasgos permanentes de las manzanas.
Se alegará que pueden cambiar tales o cuales rasgos
— o lo que, dado nuestro conocimiento de las manzanas,
consideramos como tales— , pero no todos. Sin embargo,
sostener que pueden cambiar tales o cuales rasgos (o ca
racterísticas), mas no todos a un tiempo, equivale a
admitir que hay algo así como «todos los rasgos». Por si
ello fuera poco, presupone admitir que cualquier rasgo
entre los «tales o cuales» forma parte de «todos los ras
gos».
No es, pues, tan claro que cualquier rasgo atribuible a
las manzanas pueda cambiar. Las manzanas de que ha
blamos, ¿seguirían siéndolo si en vez de estar compues
62 Indagaciones sobre el lenguaje
todos los libros del mundo son libros, mientras que los
de la JBiblioteca Nacional de París son meramente libros de
la Biblioteca Nacional de París.
Cierto que la correspondencia entre cada uno de los
libros de referencia, y las fechas del fichero introduce
una especie de elemento «com ún»; para cada libro hay
(por lo menos) una ficha, que ostenta el mismo título
que el libro. Sin embargo, ese «elemento común» — que
podría manifestarse en otros objetos (cabría confeccionar
un «fichero», tan dilatado como inútil, de manzanas)—
no es ningún rasgo o característica, sino la expresión
de una relación.
no es, pues, nunca absoluta, pero hay sus más y sus me
nos. Otro tanto sucede con oraciones enteras. No es lo
mismo decir ‘E s un perro feroz’ para indicar, con objeti
vidad y desapego, que el perro de que estoy hablando
(y que supongo presente y tal vez ladrando) es feroz, que
decir ‘Es un perro feroz’ para avisar a alguien que no se
ponga a su alcance. Por otro lado, ciertas oraciones pa
recen más adecuadas para un juego lingüístico que para
otro, u otros. ‘Son las once de la noche’ es un enunciado
que afirma que es tal hora, o que indica que es hora de
acostarse (en Edimburgo) o de cenar (en Madrid), o que
ha llegado el momento de ver el programa de televisión.
Pero es improbable que use ‘Son las once de la noche’
para rogar o blasfemar, aunque, en principio, no este
completamente excluida una ocasión en la que ‘Son las
once de la noche’ suene como una blasfemia y sea consi
derada como tal.
Nuestra opinión en este respecto es matizada. Ciertos
autores han considerado que, dada una expresión lin
güística, E , posee una estructura que la hace apta para
funcionar de tal o cual modo. E s lo que sucede cuando
se habla, sin más, de oraciones enunciativas, interrogati
vas, optativas, etc. Otros autores han estimado que la
función primaria de las expresiones lingüísticas es enun
ciativa o declarativa o, como se ha dicho a menudo, «des
criptiva», de suerte que si una oración no es gramatical
mente descriptiva tiene que reducirse lógicamente a tal.
Contra estos criterios, o prejuicios, se ha levantado la
concepción predominantemente «antidescriptivista», fun-
cionalista y contextualista de las expresiones lingüísticas.
Según ella, E no posee ninguna estructura determinada,
y menos aun una reducible en todos los casos a una
dimensión descriptiva. Esta última concepción tiene mu
cho en su favor, ya que E es descriptiva o enunciativa
y no exhortativa o de cualquier otra índole porque fun
ciona descriptiva o enunciativamente. El citado ejemplo
‘Es un perro feroz’ lo confirma. Sin embargo, no conviene
llevar la concepción antidescriptivista a sus últimas con
secuencias, porque se daría el caso paradójico de que,
3. Juegos y reglas 71
5
‘Con mucha precaución hundió la larga aguja en la
m uñeca...’. ¿Qué se entiende aquí por ‘muñeca’ ?
Pueden entenderse varias cosas: «parte del cuerpo hu
mano en donde se articula la mano con el antebrazo»;
«figurilla de mujer que sirve de juguete a las niñas»; «m a
niquí para trajes de m ujer»; «pieza pequeña de trapo
que encierra algún ingrediente o substancia medicinal
que no se debe mezclar con el líquido en que se cuece o
se empapa»; «lío de trapo, de forma redondeada, que se
embebe de un líquido para barnizar maderas y metales,
para refrescar la boca de un enfermo o para cualquier
otro uso»; «hito» o «m ojón».
Algunos de estos significados están relacionados: la
«figurilla de mujer que sirve de juguete a las niñas» y eJ
«maniquí para trajes de m ujer». La pieza pequeña y el
lío de trapo de referencia pueden ser llamados «muñe
cas» por tener la forma de una figurilla de mujer que
sirve de juguete a las niñas — a menos que se haya lla
mado «muñeca» a la figurilla de mujer que sirve de ju
guete a las niñas por parecerse a una pieza pequeña o a
un lío de trapo. En ninguno de estos casos sabemos lo
que se entiende exactamente por ‘muñeca* en ‘Con mu
cha precaución hundió la larga aguja en la muñeca’ a
menos de tener noticia del contexto — verbal o no ver
bal— en el que funciona la frase. Una niña puede hundir
una larga aguja en una muñeca para ver si reacciona o
por puro sadismo infantil, o un médico puede hundir
una larga aguja en un lío de trapo que sirve para refres
car la boca de un enfermo con el fin de averiguar la
consistencia de tan anticuado artilugio. Parece obvio que
el significado de ‘muñeca’ no resulta siempre contextual-
mente claro.
Cabe responder que puede no resultarlo dentro del
contexto C, pero que hay probabilidades de que lo resulte
en el contexto Ci — donde Ci incluye a C— o en el con
texto G — donde G incluye Ci— y así sucesivamente.
5. Del uso 135
10
11
12
13
14
los. Los únicos actos que interesan son los que pueden
ejecutarse también lingüísticamente o que pueden ejecu
tarse sólo lingüísticamente. Los últimos — entre los que
figuran enunciar, preguntar, responder, narrar— parecen
gozar aquí de un privilegio especial, pero no es posible
atenerse únicamente a ellos porque entonces perderíamos
las ventajas que ofrece el tener en cuenta no sólo tipos
de oraciones o tipos de enunciados, sino asimismo los ac
tos traducibles a un decir o aquellos en los cuales el de
cir desempeña una función.
Aun descartados los actos no lingüísticos, no es siem
pre fácil distinguir entre actos ilocucionarios y perlocu-
cionarios. Opinar es considerado un acto ilocucionario
con el cual se puede ejecutar el acto perlocucionario
de aburrir. Se alegará que este último acto no es lingüís
tico; se opina mediante palabras que constituyen un acto
ilocucionario, pero no hay entonces palabras que consti
tuyan un acto perlocucionario y, por tanto, no hay este
último acto. Parece, pues, que se ha suscitado un falso
problema. No obstante, consideremos el caso de alguien
que expresa la opinión de que la vida es aburrida. Si la
expresión de esta opinión irrita a quien la oye, se habrá
producido un acto perlocucionario. O consideremos el
caso de alguien que dice a otra persona que ha hecho
algo muy bien. Con ello se produce un acto que se suele
considerar como perlocucionario (dar ánimos), pero que
es (o es también) un acto ilocucionario (felicitar a
alguien).
Un modo de evitar estas dificultades es subrayar en
todos los casos lo que se haga con un decir, independien
temente del tipo de decir usado. Con ello, empero, va
mos dando cada vez mayor fuerza a los factores extra
lingüísticos, en los cuales parece residir la fuerza de la
locución. De este modo van pesando más y más las cir
cunstancias concretas dentro de las cuales tiene lugar un
decir con olvido del propio decir — lo que, llevado a un
extremo, induce a aceptar que el significado de un decir
depende de lo que se haga con él; si digo ‘Agradezco su
visita’ con la intención de que el visitante parta lo antes
170 Indagaciones sobre el lenguaje
(a), (b), (c), (d), (f) y (g) son decires en los cuales el
objeto es algún acto lingüístico, o resultado de algún
acto lingüístico, o algún término en el sentido más ge
neral y neutro de ‘ término’. No parecen ofrecer, pues,
grandes dificultades. Por otro lado, (e) y (h) ofrecen al
gunas. Por ‘lo que quiso decir’ en (e) puede entenderse
que decir lo que Remigio dijo es (aproximadamente) equi
valente a decir lo que se supone que hubiera podido tam
bién decir sin por ello decir otra cosa fundamentalmente
distinta de la primera. En tal caso (e) es un buen ejem
plo de un decir sobre otro decir. Sin embargo, puede
tomarse ‘lo que quiso decir’ como cláusula antecedente a
una información relativa a «la verdadera intención» de
Remigio. Entonces (e) no es ya tan buen ejemplo de un
decir sobre otro; en todo caso, es asimismo un ejemplo
de decires en los que se sienta o manifiesta algo y hasta
de decires que narran algo.
En (h) se aspira a definir lo que son los hombres, o
172 Indagaciones sobre el lenguaje
Ferraícr Mora, 13
194 Indagaciones sobre el lenguaje
5
El lenguaje, se ha dicho a veces, es inadecuado o im
potente para «expresar la realidad». ¿Cómo describir
verbalmente este lento y espaciado caer de las hojas do
radas en una tarde de otoño, este cálido sabor de una
castaña tostada, la expresión de ese rostro a la vez su
friente e impávido, mi ansiedad ante el futuro, la tor
mentosa serenidad de este instante fugitivo, etc.?
Abundan las razones para pensar que el lenguaje es
con frecuencia inadecuado, impotente, insuficiente, etc.
Hay «cosas» y «emociones» que no parecen poder des
cribirse o expresarse del todo, y las hay (o acaso son
las mismas) que parecen poder «expresarse» mejor, o
más cabalmente, por medios no verbales. Ahí están, para
confirmarlo, las obras de arte: los zapatos viejos de Van
Gogh, el pintor pintándose a sí mismo en «Las Meni
nas», las secuencias del caballero jugando al ajedrez
con la Muerte en «E l séptimo sello» de Ingmar Bergman.
Esas imágenes no pueden «sustituirse» con palabras.
9. Suri ¡do de cuestiones 203
6
«E l problema» de si puede traducirse una lengua a
otra no es, en rigor, un problema; es un conjunto de
problemas muy diversos. ¿Q ué quiere decir ‘traducir
de una lengua a otra'? No es lo mismo traducir tal o cual
palabra de una lengua determinada a otra lengua deter
minada que traducir cualquier palabra de cualquier len
gua a alguna palabra de cualquier otra lengua. No es ni
siquiera lo mismo traducir, o poder traducir, una expre
sión de una lengua a otra en un período que en otro. Se
ha puesto de relieve que Mario Victorino tuvo grandes
dificultades en traducir a Plotino al latín. Podía concluir
se a la sazón que el latín no estaba hecho para expresar
sutilezas filosófico-teológicas. Pero seis, siete u ocho si
glos más tarde, autores como Santo Tomás o San Buena
ventura disponían de toda clase de «teologism os». No es
lo mismo preguntar si puede traducirse una palabra o
una frase exactamente o bien aproximadamente, mejor
o peor, etc., o si puede traducirse ún lenguaje coloquial
o uno literario o uno científico. Una vez desglosado el
llamado «problema de la traducción» en varios proble
mas, lo más seguro es que se descubran muy distintos
niveles de traducibilidad, al punto que resultará absurda
toda conclusión del tipo de «Sí, claro, se puede traducir
todo» o «N o, no se puede traducir (realmente) nada».
10
AI Capítulo 1
AI Capítulo 2
Al Capítulo 3
1 M. Heidegger, Unterwegs zur Sprache (Pfullingen, 1939),
págs. 176, 181, 200.
2 Ibid., pág. 201.
5 Ibid., pág. 33.
4 William James, The Varieties of Religious Experience
[1902] (New York, 1942), pág. 27.
1 Ortega y Gasset, «prólogo al ‘Collar de la Paloma de Ibn
Hazm de Córdoba’» [1952] en Obras Completas, VII, 49.
‘ Simplificamos. Véase al respecto James Griffin, Wittgens-
Notas 213
tein's Logical Alomism (Oxford, 1964), págs. 13-17 (hay otras
interpretaciones posibles: Stenius, Anscombc, Fnvrholdt, Max
Black).
' William James, loe. cit.
* Un loe. class. en Wittgenstcín es Pbilosopbiscbe LJntcrsu-
ebungen, § 7 (véase también §5 8-25 y The Bine and Brown
Books [London], 1958, págs. 16-17).
La renuncia a hablar de «el» lenguaje no es necesariamente
incompatible con la idea de que hay elementos comunes a todas
las lenguas o, como se los ha llamado, «universales lingüísticos»
(que pueden ser sintácticos o semánticos, y hasta fonológicos, y
que pueden ser también formales y sustantivos, así como más
o menos estrictos, aunque si no lo son cabe preguntar por qué
sigue llamándoseles «universales»). Lo que se hace al renunciar
a hablar de «el» lenguaje es a abstenerse de suponer que tiene
una función única. La tesis de los «universales lingüísticos» no
es, pues, «cscncialista». Para varios modos de entender tales
«universales», véase Hockctt, Saporta, Weinrich, LJllmann et al,
en Joseph H. Grccnbcrg, Universals of Langnage (Cambridge,
Massachussctts, 1963) [Ponencias y discusiones de una serie de
reuniones celebradas en Dobbs Ferry, Nueva York, del 13 al 15
de abril de 1961].
* Véase Robcrt E. Gahringer, «Can Games Explain Langua-
gcP», The Journal of Pbilosophy, 66 (1959), 661-67.
10 Véase Veno Zcndlcr, Linguistics in Pbilosophy (Ithaca,
New York, 1967), págs. 25-26.
" Ibid., págs. 14 y sigs.
12 Recuérdese que aquí examinamos, sobre todo, el lenguaje
como actividad. Aunque hablamos de reglas, y aun de reglas más
o menos «flexibles», no las consideramos en ningún caso como
independientes de su aplicación. Para el lenguaje como estruc
tura y para la cuestión de la relación entre el lenguaje como
estructura y como actividad, véase capítulo próximo.
" Y en japonés se forma kalki (un plural) para cock-lail.
“ Estas páginas constituyen un tratamiento «informal» e
«intuitivo» de la cuestión. Para el examen de alguno de estos
problemas más de acuerdo con los requisitos de la lingüística,
véase el próximo capítulo, especialmente §§ 6-8.
Al Capítulo 4
Al capítulo 5
Al capítulo 6
Al capítulo 7
AI capítulo 8
Al capítulo 9
225
Ferrater-.Mora, 13