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AMÉRICA LATINA
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MlttSiib
HISTORIA GENERAL
DE
AMÉRICA LATINA
Volumen I
O IIISI
Historia General de América Latina
'Volumen I
Las sociedades originarias
Volumen II
El primer contacto y la formación de nuevas sociedades
Volumen III
Consolidación del orden colonial
Volumen IV
Procesos americanos hacia la redefinición social
Volumen V
La crisis estructural de las sociedades implantadas
Volumen VI
La construcción de las naciones latinoamericanas
Volumen VII
Los proyectos nacionales latinoamericanos:
sus instrumentos y articulación,
1870-1930
Volumen VIII
América Latina desde 1930
Volumen IX
Teoría y metodología en la Historia de América Latina
Las ideas y opiniones expuestas en la presente publicación son las propias de sus
autores y no reflejan necesariamente las opiniones de la UNESCO.
A b r e v ia tu r a s ................................................................................................................. 9
P rólog o: F ederico M a y o r ........................................................................................... 11
In trodu cción G eneral: G erm án C arrera D am as ............................................... 13
C om posición d el C om ité C ientífico Internacional para la redacción de una
Historia General de América L a tin a .................................................................. 24
Introducción: T eresa R ojas R a b ie la ....................................................................... 25
Capítulo 15. Las sociedades de regadío de la costa norte: Anne M arie H oc-
quen ghem ................................................................................................................ 387
Capítulo 16. Las sociedades costeñas centroandinas: María R ostw oroiv ski 413
Capítulo 17. Sociedades serranas centroandinas: D uccio B on avia y Fran-
klin P ease G . Y . ...................................................................................................... 429
Capítulo 18. Sociedades del Sur andino: los desiertos del Norte y el Centro
húmedo: Agustín Llagostera M a r tín e z ............................................................. 445
Capítulo 19. Las sociedades del Sudeste andino: M yriam N. T arrago . . . . 465
Capítulo 20. El Tawantinsuyu:/ofew V. AÍMT-ra ................................................. 481
Capítulo 21. Los pueblos del extremo austral del continente (Argentina y
Chile): R o d o lfo M. C a s a m iq u e la ....................................................................... 495
Capítulo 22. Sociedades fluviales y selvícolas del Este: Paraguay y Paraná:
B artom eu M e l i á ...................................................................................................... 535
Capítulo 23. Sociedades fluviales y selvícolas del Este: Orinoco y Amazo
nas: Betty ]. M e g g e r s ............................................................................................. 553
Capítulo 24. Las sociedades originarias del Caribe: M arcio Veloz M aggiolo 571
Federico M ayor
Director General de la UNESCO
Al fundar la UNESCO, hace más de medio siglo, sus creadores le asignaron, en
tre otros cometidos, el doble propósito de contribuir al estudio de todos los gru
pos humanos y de facilitar la comunicación y la comprensión entre las naciones.
La H istoria G en eral d e A m érica Latina es un aporte relevante a esta tarea inter
nacional, pues en su elaboración una red de unos 240 historiadores de diferentes
comunidades y concepciones intelectuales ha asumido e intentado explicar, en
todas sus dimensiones, la complejidad que el concepto «América Latina» supone
hoy en día. Con los instrumentos metodológicos de la historiografía actual han
estudiado las sociedades originarias latinoamericanas, sus contactos con la cul
tura europea, la formación del orden colonial y la participación de grupos hu
manos traídos de África, sin olvidar los aspectos económicos y políticos, las lu
chas y los acuerdos que condujeron a la construcción de los Estados nacionales
en la región.
Las variantes regionales de la época precolombina muestran, a partir de los
testimonios arqueológicos y etnohistóricos, el grado de desarrollo tecnológico,
los intercambios comerciales y las alianzas políticas y militares que estas socie
dades habían alcanzado. Las modalidades de implantación de la cultura europea
suponen un cambio en la dinámica demográfica de estas comunidades origina
rias, causado por las nuevas enfermedades y por prácticas culturales inicialmente
incompatibles. Las pautas de mestizaje vigentes en las diversas zonas del conti
nente se desarrollaron a partir de las transformaciones de los patrones religiosos,
el cambio de la alimentación y el uso de nuevos productos medicinales, la nove
dosa organización institucional, la diferente distribución del espacio urbano y la
aplicación de un régimen distinto de producción minera y agrícola, con nuevas
técnicas de explotación; estos factores fueron definiendo un comportamiento
económico y ciertas características sociales que articularon los diferentes regis
tros expresivos de las sociedades latinoamericanas.
Desde el inicio del proceso de formación de estas nuevas sociedades, en la
vasta porción continental e insular que hoy denominamos América Latina, fue
patente su repercusión en el resto del mundo y, particularmente, en todos los ór
denes vitales de las sociedades europeas. No es fácil deslindar un ámbito donde
no sea perceptible esta influencia, creciente desde mediados del siglo X V I. La con
cepción del mundo y de la cristiandad; la economía y los patrones de consumo;
12 FEDERICO MAYOR
Germán Carrera D am as
Presidente del Comité Científico Internacional
para la redacción de una H istoria G en eral de A m érica Latina
1. El autor utiliza el término «criollo» en su sentido más generalizado en América Latina. De
signa al europeo y al africano nacidos en tierra americana y al producto de su mestizaje con la pobla
ción indígena. Pero, más que un criterio étnico, para el autor importa una forma de mentalidad, la
propia de una relación de dominación respecto de las sociedades indígenas. En este sentido, la con
ciencia criolla desborda los límites étnicos.
IN TRO DUCCIÓN GENERAL 15
han sido las influencias de los modelos teóricos provenientes de otras ciencias
sociales y naturales sobre la construcción del conocimiento «histórico» (en su
sentido más amplio), obtenido a través de la arqueología, la paleontología, la et
nología y la historia.
Comenzar esta H istoria G eneral d e A m érica Latina con un volumen dedica
do expresamente (gestas sociedades originarias., tomando como punto de partida
las incursiones más antiguas en este continente, reafirma el enfoque de autores y
directores, al considerar que(e^ historia arranca desde allí y no desde el «descu
brimiento de América» y el arriho de los europeos. Las poblaciones humanas que
colonizaron el continente poseen una historia que es tan historia como la de las
poblaciones de Occidente, si bien sus sociedades emprendieron vías de desarrollo
peculiares que esta H istoria contribuirá a dar a conocer y caracterizar mejor.
Como bien ha anotado Eric R. W olf, los antiguos americanos no son «gente
sin historia», ni su historia es menos verdadera que la de los «civilizados», con
los que entraron en contacto «cuando Europa extendió el brazo para apoderarse
de los recursos y las poblaciones de otros continentes» (Wolf, 1987: 33).^Las
materias de ambas historias (la americana y la otra, la supuestamente verdadera
o única, la occidental) son, al fin y al cabo, las mismas, como el propio W olf ha
demostrado, /y
Las contribuciones de este primer tomo de la H istoria G eneral de A m érica
L atin a se constituyen así en piedras para construir los muros de una «historia
común», (&nS)historia «universal» que no suprima u omita la historia ajnericana
y su rico y complejo tejido de historias regionales. En el núcleo de cada uno de
los capítulos está el conocimiento inteligente y crítico de un conjunto de recono
cidos y activos especialistas de varias nacionalidades, inserciones institucionales
y especialidades. Arqueólogos, geógrafos, prehistoriadores, etnohistoriadores e
historiadores de Francia, Estados Unidos, Canadá y, sobre todo, de países de
América Latina, colaboran en este esfuerzo que la UNESCO ha impulsado a lo
largo de varios años, acogiendo el proyecto ideado por el historiador venezolano
Germán Carrera Damas, bajo cuya dirección se ha desarrollado la totalidad de
la obra.
O livier Dollfus
Los 22 millones de km^ de América Latina, situados entre 26° de latitud Norte y
56° de latitud Sur, ofrecieron a pequeños grupos de cazadores recolectores, y
posteriormente agricultores escasamente equipados, una gran diversidad de me
dios naturales, cuatro quintas partes de los cuales se ubican entre los trópicos.
Hasta el siglo XVI nadie tenía una idea de conjunto, ni siquiera aproximada,
de la forma y disposición de los continentes que ahora todos tenemos presentes,
gracias a la existencia de mapamundis a escala global reducida. El aislamiento
del continente, a 3 000 km de las costas africanas más cercanas, a 7 000 de las de
Europa y a 15 000 de Australia, no era una realidad que se tomara en cuenta.
Nadie sabía que Sudamérica se asemejaba a una «nasa» de grandes dimensiones,
de 7 0 0 0 km de las Guayanas a la Patagonia, de 5 000 km de Ecuador al Nor
deste brasileño, enlazada con América del Norte por dos «puentes» difíciles de
franquear, el de los istmos de Centroamérica y el arco insular del Caribe. Hasta
el siglo X V I, Sudamérica aparece dotada de una «insularidad continental».
Así, pues, al describir la base ecológica que brindan los medios naturales de
América Latina no debemos considerarla con nuestros ojos de viajeros aéreos y
provistos de mapas, sino con los del observador a ras del suelo; con la mirada
del peatón que aísla, al observar el paisaje que discurre a la velocidad del paso,
algunos puntos de referencia.
UN CO N TIN EN TE HABITABLE
A principios del Holoceno, esto es. hace unos diez mil años, cuatro quintas par-
tes de América Latina e s ta b ^ cubiertas de bosques. Bosques variados por los
32 OLI VIER D O L L F U S
distintos árboles que los formaban y por sus fisonomías. Bosques ecuatoriales,
siempre verdes de la Amazonia, las Guayanas, el Oeste de Colombia y la Améri
ca ístmica, cuya riqueza biológica aún conocemos hoy en día; bosques umbrófi-
los que bordean la costa atlántica desde el cabo San Roque al de Santa Catalina,
que cubren los piedemontes andinos hasta los alrededores del Chaco; bosques
galería de los grandes ríos en las cuencas del Orinoco y el Beni; selvas nubladas
con espesura de carrizos, chusquea y hel&:hos arborescentes, que llegan hasta las
proximidades de las morrenas glaciales. Los Andes precolombinos estaban casi
enteramente cubiertos de árboles, salvo al llegar a las cimas más elevadas, que
coronaban los páramos>feosques de las sierras mexicanas y de las mesetas y las
montañas medias de la América ístmica, en los que predominan los pinos y los
encinos; bosques específicos del hemisferio Sur, como los de Araucaria, el Sur
del Brasil, de n othofagu s, la encina de las tierras australes, de Chile central y me
ridional; bosques bajos, de mimosáceas y luego de cactáceas del Chaco central y
meridional. El Nordeste del Brasil, la catinga, el bosque blanco de los indios. En
las islas del Caribe, bosques igualmente, con el bosque denso umbrófilo en las
laderas expuestas a los vientos lluviosos y bosques secos, de espinos y cactáceas,
que pierden la hoja en la estación seca, en las laderas que el viento barre. Los
manglares de los estuarios y deltas tropicales lo mismo ocupan segmentos de
costa de las pequeñas Antillas que grandes estuarios y deltas como los del Ama
zonas y el Orinoco o los de la costa colombiana del Pacífico; son ecosistemas
singularmente ricos en moluscos, crustáceos, peces y aves, que brindan posibili
dades de fácil recolección a grupos escasamente equipados.'^esumiendo, pues,
casi por doquier bosques, pero que respondieron a los cambios climáticos del
Cuaternario Superior y del Holoceno^
Durante los últimos treinta milenios, en América Latina, igual que en el resto del
planeta, se han producido modificaciones climáticas en las que no intervenía el
ser humano y que se traducían en cambios más o menos rápidos de los medios
naturales.
34 O LIVIERD O LLFU S
Podemos fijar por límite hace 30 000 años, pues los testimonios de presen
cia humana en el continente encontrados por los prehistoriadores son muy
excepcionales, y por ahora no se puede dar fe a la hipótesis de una presencia
humana considerablemente anterior, señalada en el Estado de Bahia por de
Lumley e t al. (1987), que se remontaría a hace 300 000 años, atendiendo a los
restos de una fauna datada. América es un nuevo continente en la historia de la
humanidad.
E l C uaternario Superior
La última gran glaciación del Cuaternario en los Andes se sitúa entre hace
2 7 0 0 0 y 1 4 0 0 0 años. Le precedió en el altiplano boliviano un importante episo
dio lacustre, el lago Michin, cuyos depósitos se encuentran a más de 60 m por en
cima de los fondos actuales del Altiplano y que entre hace 30 000 y 25 000 años
había ocupado unos 40 000 km^. En los Andes tropicales y ecuatoriales, durante
esa última gran fase glacial, las temperaturas medias son inferiores de 5° a 8° C
a las actuales, las precipitaciones estaban mejor distribuidas que ahora, pero
eran menos abundantes y caían en forma de nieve por encima de los 4 000 m. En
función del volumen montañoso y de la exposición, la línea de equilibrio de los
glaciares disminuyó de 1 000 a 1 5 0 0 m durante la última fase glacial. Los gla
ciares llegan hasta el linde de la sabana de Bogotá, donde reinaba entonces un
clima análogo al que actualmente encontramos a 4 2 0 0 m. En los Altos Andes
tropicales el estrato de las punas desciende cerca de 1 000 m; las cuencas intran-
dinas, secas, cuando las dominan montañas cubiertas de hielo, reciben el agua
de los deshielos y glaciares; tal es el caso de la cuenca de Ayacucho, en donde, en
una gruta situada a 2 500 m, el equipo de MacNeish ha encontrado huellas de
presencia humana que calcula se remontan a hace 23 000 años.
En los Andes templados de Chile y Argentina meridional se forma un inland-
sis^ entre 39° y 55° de latitud Sur; tiene 2 0 0 0 m de largo, 150 de ancho al Norte
y 3 00 al Sur, donde el espesor del hielo alcanza los 1 000 m. De ese inlandsis sa
len unas lenguas de hielo que desembocan en el océano, con desprendimiento de
icebergs. Esos glaciares contribuyen a la formación de los fiordos.
En el llano, y en la zona intertropical, la disminución general de las precipi
taciones contribuye a la de las superficies forestales; el macizo forestal amazóni
co se fragmenta y en ocasiones se reduce a bosques galería a lo largo de los ríos,
al tiempo que las sabanas cubren los interfluvios. El régimen de los grandes ríos
se modifica de dos formas: disminuyen los caudales anuales y se reducen las cre
cidas estacionales, pero el descenso general del nivel de los océanos de 120 a 150 m
alarga el curso de los ríos y modifica su perfil: se ahonda entonces el lecho de al
gunas corrientes; el istmo de Panamá es mucho más ancho; los deltas del Orino
co y del Amazonas se extienden más al Este por el Atlántico; las llanuras litora
les de las Guayanas se ensanchan y se cubren de sabanas.
1. Voz escandinava que designa las llamadas calotas glaciares (glaciares continentales de las
regiones glaciares).
BASES E C O L Ó G I C A S Y P A L E O A MB I E N T A L E S DE A M É R I C A LATINA 35
El T ard og lacial
Más o menos por doquier, durante 500 años, entre hace 11 000 y 10 500 años,
tiene lugar una fase seca y más fría que corresponde al «Dryas» europeo. Se se
can los lagos de las cuencas intrandinas, como el Taúca y los de la sabana de
Bogotá; se interrumpen las reconquistas forestales y en ocasiones las orillas re
troceden ante sabanas y praderas; en suelos menos espesamente recubiertos de
vegetación, los aguaceros aceleran localmente la erosión.
cidad es de casi un metro por siglo, y hace 8 500 años su nivel se hallaba a una
decena de metros por debajo del actual. Disminuye la velocidad de transgresión
oceánica y el nivel del mar se estabiliza en el actual hace aproximadamente 6 000
años. Las costas adoptan entonces poco más o menos su perfil actual; el istmo
de Panamá es más estrecho y se cubre de bosques densos; al borde del océano,
los grandes conos de deyección se acantilan, como el de Rímac, en Perú; la subi
da del nivel del mar va acompañada del aluvión del tramo inferior de los ríos; el
Orinoco y el Amazonas construyen sus deltas y se implantan los manglares.
Es, pues, inútil buscar yacimientos arqueológicos litorales anteriores a hace
6 000 años, ya que, salvo en casos excepcionales de sitios levantados por la tec
tónica o por el reajuste isostásico, como en la Patagonia tras el deshielo del in-
landsis, la subida de los océanos los destruyó.
Entre hace 8 000 y 4 000 años, en la costa actualmente desértica del Pacífico,
la circulación oceánica y la atmosférica eran distintas de las condiciones actuales.
«El Niño», u oscilación austral, que se caracteriza por la inversión de las corrien
tes oceánicas por debajo del ecuador, haciendo oscilar el flujo de las aguas de
Oeste a Este y sustituyendo las aguas frías por aguas calientes (entre 26° y 28° C),
debía de desempeñar un papel mucho más importante que ahora, en que se trata
de un fenómeno recurrente pero de frecuencia variable. El Pacífico estaba enton
ces más caliente cerca del litoral y su fauna marítima no era la actual; los aguace
ros provocaban torrencialidad en un ambiente climático que seguía siendo seco
pero cálido; la inexistencia de garúas se traducía en la ausencia de lomas.
En los Andes tropicales, a ambos lados del ecuador, las situaciones difieren:
en el Altiplano peruano-boliviano y en las punas, un clima más seco y tempera
turas algo superiores a las actuales se traducían en la regresión de niveles lacus
tres; el Pequeño Titicaca se seca temporalmente. En los Andes ecuatoriales, en
cambio, pasa lo contrario: en la sabana de Bogotá se produce una fase de exten
sión lacustre, entre hace 9 5 0 0 y 7 5 0 0 años, acompañada de la propagación del
encinar, lo cual es indicio de un clima más húmedo y tibio que el actual.
En la Amazonia, al Sur del ecuador, en ese mismo periodo hay sequías tem
porales y episodios fríos vinculados a las corrientes de aire frío meridional proce
dentes del Atlántico Sur, que hacen retroceder al bosque. Incendios, provocados
por los rayos de las tormentas y que se producen con más facilidad a raíz de algu
nos años secos, contribuyen a la retracción del bosque en las zonas más húmedas
y a la extensión de las sabanas. En varios lugares, cerca de los ríos, la arena se
vuelve móvil y forma dunas como las de las proximidades de Santa Cruz de la
Sierra, en Bolivia. Al Norte del ecuador, en cambio, ocurren precipitaciones más
fuertes que las actuales y se traducen en la extensión del bosque por los llanos.
Estas diferencias registradas a ambos lados del ecuador se deben a la notable
permanencia durante el año del frente intertropical, algo al Norte del ecuador,
sin desbordar durante el verano sobre la Amazonia al Sur de la línea ecuatorial.
A partir de hace 5 000 años, las situaciones climáticas se aproximan a las del
Holoceno Actual. En unos cuantos siglos, entre hace 5 000 y 4 500 años, sube el
BASES ECO LÓ G ICAS Y P A L E O A M B I E N T A L E S DE A M É R I C A L A T I N A 37
nivel del lago Titicaca, y el Pequeño se llena de agua. Entre hace 3 200 y 3 000
años, lo mismo en los Andes venezolanos que en los del Perú y Bolivia, se regis
tran localmente un pequeño recrudecimiento glacial y algunas fases torrenciales
en el desierto costero peruano, poca cosa, a fin de cuentas, en comparación con
los grandes cambios de finales del Cuaternario y principios del Holoceno. En los
Andes tropicales se observa un leve recalentamiento hacia los siglos X y X X de
nuestra era, acompañado de una pluviosidad ligeramente mayor. La «pequeña
edad» glacial registrada en los Alpes también se observa en los Andes entre los
siglos X V I y X I X . El periodo colonial coincidió en las cordilleras intertropicales
con precipitaciones nevosas más abundantes y pequeñas crecidas glaciales en el
extremo de los glaciares actuales, ocasionadas por un recrudecimiento del frío.
E L P O B L A M IE N T O O R IG IN A R IO
A lan L. B ryan
Los lejanos antepasados de los primeros seres humanos que llegaron a América
provenían del Nordeste de Asia, y después de atravesar lo que actualmente se co
noce como Beringia (la región que abarca el extremo este de Siberia, Alaska y Yu-
kón), se desplazaron por el Oeste de Canadá y de Estados Unidos.^Muy probable
mente estos primeros americanos entraron por lo que hoy es Alaska franqueando
un puente de tierra sumergido en la actualidad bajo el mar de Bering, aunque
también (Imposible que hayan cruzado cortas distancias por mar, utilizando em
barcaciones simples, o que lo hayan hecho sobre el hielo invernal. El puente de
tierra aparecía cada vez que el nivel mundial del mar disminuía 48 m a causa de
la retención de las precipitaciones sobre la tierra en forma de hielo glacial que se
acumulaba en las regiones polares y montañosas del Mundo. En su extensión má
xima, cuando el nivel del mar descendía cerca de 100 m por debajo del actual, el
puente de tierra de Bering se extendía desde el cabo Navarin, al Sur de la desem
bocadura del río Anadyr en el oeste de Siberia, y después de bordear, hacia el Su
roeste, las islas Pribilof, alcanzaba la Alaska continental cerca de la punta de la
península de Alaska al Sur de la desembocadura del río Yukón.^n esas épocas, el
puente se extendía hacia el Norte, cerca de 500 km allende el estrecho de Bering.
A pesar de las frías temperaturas, el clima de la costa sur del puente de tierra era
árido y continental de modo tal que los glaciares se acumulaban sólo en las zonas
de las altas montañas de Siberia, Alaska y Yukón (Ilustración 1). ♦
Cada vez que se formaba el puente de tierra, el clima de su costa sur era rela
tivamente más moderado que en el interior, ya que las corrientes del océano
Artico quedaban interceptadas. Durante el periodo de máximo avance de los
glaciares en la última glaciación, hace entre 2 5 0 0 0 y 15 000 años, las riberas del
golfo de Alaska y la costa oeste de la Columbia Británica, hasta Puget Sound al
Sur, en el Estado de Washington,:estaban cubiertas de glaciares debido a las
grandes nevadas en las montañas adyacentes. Durante esa época, los glaciares
cubrían prácticamente todo Canadá, con excepción de la mayor parte de Yukón,
la cual, al igual que el resto de Beringia, era demasiado árida para la acumula
ción de hielo glacial. No ^ sta n te, entre el 5 0 0 0 0 y el 35 000 antes del presente
(a.p.) aproximadamente, ^Dclima era mucho más parecido al de la actualidad.
Este intervalo cálido en la última glaciación es conocido como un interestadial.
42 ALAN L. B R Y A N
Ilustración 1
LA REG IÓ N D EL PUENTE T E R R E ST R E D E BERING
Asia del Nordeste y América del Norte en el momento de máxima glaciación continental
del Pleistoceno Inferior (aprox. 17000 a.p.)- En la ribera occidental de algunas islas de la
costa noroeste existían refugios que no se habían helado, pero el Sur de Alaska permane
ció cubierto de hielo a partir del 2 5 0 0 0 a.p. Sin embargo, el centro de Alaska y el Japón
permanecieron libres de hielo. La glaciación continental de San Lorenzo avanzó en direc
ción Oeste, hacia el Norte de las Montañas Rocosas alrededor del 30000 a.p. El hipotéti-
co «corredor libre de hielo» no existió hasta después del 11000 a.p., de modo que los po
bladores se desplazaron hacia el Sur desde la zona no helada de Beringia a lo largo de la
costa del Pacífico antes-deL2i.Q0Q-a,p-,o por el Este de las Rocosas antes del 3 0 0 0 0 a.p.
lT L )m ñ ^ Y u ria k h , Siberia (250 0 0 0 a.p.).
2 . Kamitakamori, Japón (500 000 a.p.).
P
‘ uente: Alan L. Bryan.
principal de esta suposición está dado por el hecho de que en general se reconoce
que la manifestación cultural más temprana en Norteamérica iés)la tecnología
clovis, fácilmente jdentificable por las_£uruas jle jiroyectU^ acanaladas muy-fía-
boradas usadas para cazar mamuts y .bisontes entre el 1.1200 y. el. 1Q50Q a.p.
(Haynes, 1 9 8 0 ; Haynes et al., 1984). Desde 1927, año en que se confirmó que'
las puntas acanaladas esta ^ n asociadas con la extinción del bisonte en el sitio
de Folsom, Nuevo México, se comenzó a desarrollar un modelo según el cual los
primeros americanos eran cazadores, especializados en la caza mayor, que po
seían una tecnología análoga a la del Paleolítico Superior^ Excavaciones subsi
guientes en unos doce sitios en las Grandes Llanuras y en el Sudeste de Arizona j
confirmaron la presencia de puntas de proyectiles clovis acanaladas que eviden-;
temente habían sido empleadas para dar muerte a los mamuts (Ilustración 2). t 1
Las Grandes Llanuras constituyen desde hace mucho tiempo un vasto ecosis
tema de praderas que, desde d Pleistoceno, suministran pastos en abundancia a
las manadas de herbívoros, ferji) consecuencia,_lgs ocupantes prehistóricos de las
Llanuras hallaron una base económica en la caza de estos grandes herbívoros. Al
Este del río Mississipi se han encontrado varios sitios que incluyen puntas aca
naladas, fechados entre el 11000 y el 13000 a.p. Asimismo, otros sitios con pun
tas acanaladas de la zona Nordeste de Columbia Británica, Montana occidental,
Idaho, Nevada y uno ubicado a gran altura en Guatemala se han fechado con
menos de 1 1 000 años a.p. Pero estos sitios no han revelado la existencia de fau
na extinta, por lo que no sabemos qué animales pudieron haber cazado sus mo
radores. No obstante, ha ganado popularidad el modelo según el cual los caza
dores de fauna mayor del Paleolítico Superior oriundos de Siberia — y, en último
término, de Europa— fueron los primeros americanos, que más tarde se habrían
desplazado por el hipotético corredor libre de hielo, hasta las Grandes Llanuras,
Ilustración 2
Punta clovis.
Fuente: Alan L. Bryan.
44 ALAN L. B R Y A N
Según una vieja suposición de los arqueólogos americanistas, los hombres no pu
dieron vivir en la zona subártica sino hasta después del 20000 a.p. (Dincauze,
1984). Los arqueólogos siberianos que estudian los ríos Yenisei, Angara y Lena
están excavando varios sitios que contienen artefactos del Inferior y Medio Paleo
lítico en contextos estratigráficos fechados por radiocarbono en más de 35 000
años (Drozdov et a i , 1990) y, desde el punto de vista geológico, varios de estos
sitios pueden ser fechados en al menos 200 000 años (Larichev et al., 1987). Así,
por ejemplo, el sitio de Diring-Yurekh en el curso medio del Lena, cerca de Y a
kutsk, en la parte más fría del hemisferio Norte, ha revelado una industria de
núcleos de guijarro y de lascas del Paleolítico Inferior en un estrato de grava,
debajo de una gruesa capa de arena’ que corona el terraplén de un antiguo río
(Ackerman, 1990; Larichev et al., 1987). La arena ha proporcionado fechas
paleomagnéticas y por termoluminiscencia que el arqueólogo luri Mochanov
(1993) ha interpretado como Pleistoceno Temprano, aunque los geólogos rusos
que visitaron el lugar consideran que es muy probable que el estrato tenga entre
200 000 y 300 000 años. Los análisis posteriores de las capas arenosas superio
res mediante la termoluminiscencia muestran que la ocupación fue anterior al
26 0 0 0 0 a.p. y que podría incluso ser del 3 70000 a.p. (Waters et al., 1999). El
significado de Diring y de otros sitios de Siberia para la Prehistoria de América
46 ALAN L. B R Y A N
océano, con el objeto de poblar, hace por lo menos 40 000 años, Australia y
Nueva Guinea, e incluso las Salomón, Nueva Irlanda” (jones, 1990), y quizás
también, hace 30 000 años aproximadamente, Okinawa. Si hace más de 200 000
años ya había hombres en la isla de Honshu, se puede suponer que tenían expe
riencia en embarcaciones y que eran capaces de cruzar extensiones de agua si
milares a las del Pacífico Norte para poblar Hokkaido, las Kuriles y Kamchatka
hace más de 100 0 00 a ñ o s.l^ e c o sistema marítimo del Pacífico Norte, con pe
ces, crustáceos, pájaros y mamíferos marinos en abundancia, así como también
moras y otras plantas comestibles, tiene que haberles resultado a los primeros
habitantes más productivo y de más fácil adaptación que el interior continental
del puente de tierra, donde la caza era más móvil y más diseminada y donde es
caseaban las plantas comestibles^Así, pues, es muy posible que los primeros
hombres que atravesaron el puente de tierra hayan navegado cerca de la relati
vamente cálida costa del Pacífico Norte, que era más productiva, llevando con
sigo una tecnología relativamente simple de herramientas de núcleo y de lasca
del Paleolítico Medio.
Es muy probable que los seres humanos hayan penetrado por primera vez en lo
que hoy es América Latina a lo largo de la costa de la Baja California. A comien
zos de la última glaciación, las cordilleras del Oeste de Norteamérica, hasta la
extremidad sur de la Sierra Nevada, en el Sur de California, estaban cubiertas de
hielo glacial; exceptuando la brecha del río Columbia, los hombres se habrían
confinado en el Oeste del sistema montañoso formado por la Cordillera de las
Cascadas y la Sierra Nevada. Durante el periodo de la última glaciación, algunos
aventureros pudieron haberse abierto paso hacia la cuenca del Columbia y la lla
nura del río Snake, y otros pudieron haber cruzado por el Sur de las Sierras has
ta el desierto de Mojave,'‘pero es muy probable que la mayoría haya permaneci
do a lo largo de la costa del Pacífico y en los valles de los ríos más pequeños,
dentro de los ecosistemas productivos tradicionales que durante mucho tiempo
habían ocupado sus antecesores'.' Lamentablemente, la mayoría de los sitios cos
teros que datan de la última glaciación están hoy sumergidos en la plataforma
continental. Los no sumergidos estarían enterrados en los depósitos aluvionales
de los ríos o en otros contextos geológicos. Se ha tenido noticia acerca de la exis
tencia de tales sitios en San Diego, justo al Norte de la frontera mexicana, y en el
desierto de Mojave, pero como sóld contienen núcleos y lascas monofaciales
simples, la mayoría de los arqueólogos profesionales ha llegado a la conclusión
de que debe existir algún error en la evidencia señalada. Aunque no fechado en
el Pleistoceno a causa del nivel creciente del mar, el levantamiento tectónico en
las islas del canal del Sur de California ha preservado concheros con depósitos
fechados en más de 1 0 0 0 0 años (Meighan, 1989). Estos concheros tempranos
contienen también núcleos simples, lascas sin retoque y sm ninguna modifica
ción,“y sólo unos pocos cuchillos tallados por ambos ladqs. Si no fuera'”poreI He
cho de que fueron excavados en basureros de conchillas que contenían toneladas
48 ALAN L. B R Y A N
nes, y que este tipo de puntas aparece poco tiempo después en la provincia de
Buenos Aires, en las pampas argentinas, parece más razonable concluir que esta
forma distintiva se desarrolló en la Patagonia austral como parte de una adapta
ción local para la caza de caballos, y que más tarde, cuando éstos se extinguie
ron, se difundió hacia el Norte/^bos de las puntas cola de pescado de la cueva de
Fell y las dos puntas provenientes de sitios cercanos en las pampas han sido des
critas como acanaladas; sin embargo, sería necesario realizar análisis tecnológi
cos para determinar si son realmente acanaladas como las que provienen de más
al Norte, como, por ejemplo, las de la colección excavada de El Inga, cerca de
Quito, en Ecuador, en un contexto datado en el 9000 a.p.^
En Panamá, en el extremo sur de América central, se hallaron también pun
tas acanaladas tipo clovis; sin embargo, en Los Tapiales, sitio ubicado en la cor
dillera continental, a 3 000 m de altura, en Guatemala, sólo se ha excavado una
base acanalada en un contexto fechado en el 10700 a.p. (Gruhn, Bryan y Nance,
1977). Láminas, buriles y bifaces simples estaban asociados con esta base y con
una laminilla acanalada. Como en este sitio no se preservaron los huesos, no es
posible saber si estos hombres cazaban o no animales hoy extintos. A unos po
cos kilómetros de Los Tapiales se han recogido puntas completas tipo clovis, así
como también puntas cola de pescado acanaladas; asimismo, se ha señalado la
existencia de huesos de mamuts, de modo tal que en Guatemala existe un p_pte.n-
daj^ para encontrar la asociaciór^en^ eI_ hombrs_y_£Lina.niut^Sin embargo, la
asociación no debe hacerse necesariamente con las puntas acanaladas. Resulta
interesante señalar que en la cuenca de Quetzaltenango (Xelajú), que puede ha
ber contenido un lago pleistocénico como los de la cuenca de México, se encon
tró una punta con hombros bastante similar en tamaño a aquella proveniente de
Iztapan I (Bryan, en prensa) (Ilustración 3).
Ilustración 3
Ilustración 4
Punta El Jobo.
Fuente: Alan L. Bryan.
lió en otra superficie. El coluvión adicional fue recubierto por un abono orgánico
negro que data del 10000 a.p. aproximadamente. La totalidad de esta secuencia
de depósitos quedó rematada por una capa de coluvión estéril. Como no se han
encontrado artefactos en ningún depósito por encima de la arena gris, resulta cla
ro que éstos no pudieron haberse filtrado desde más arriba.
A pesar de que se ha pretendido lo contrario (por ejemplo, Lynch, 1980),
Taim a-Taim a ha proporcionado artefactos definidos, en un contexto geológico
bien fechado y altamente estratificado, que se mantuvo puro a pesar del agua es
curridiza, ya que ésta movió arena y concentró ramas en cavidades pero no fue
lo suficientemente fuerte como para mover o mezclar huesos o artefactos de pie
dra. Reseñados con gran detalle, estos datos constituyen única evidencia sóli-
da^n toda Sudamérica^de un s^itio de matanza de megamamífecos. Por supuesto,
si se acepta el modelo según el cual los cazadores norteamericanos de fauna ma
yor fueron los primeros sudamericanos, la evidencia de Taima-Taima o de cual
quier otro sitio más temprano que Clovis no puede ser correcta, y todos estos si
tios deben sey explicados de otro modo, tal como Lynch (1980) ha intentado
hacer sistemáticamente.
Ahora se hacen evidentes ciertas diferencias significativas entre la arqueolo
gía de Norteamérica y la de Sudamérica. En su búsqueda de los orígenes cultura
les, los arqueólogos norteamericanos dirigen su mirada hacia Beringia y Siberia,
donde es bastante sencillo encontrar similitudes y relaciones, ya que tanto los
grupos humanos que se adaptaron a las Grandes Llanuras como los que lo hicie
ron con respecto a la tundra de las estepas de Beringia y de Siberia vivían<€H)eco-
sistemas que obligaban a hacer.,hincapié_en la caza y no en la recolección. Por su
parte, los arqueólogos sudamericanos buscan en Panamá y en Centroamérica los
orígenes culturales, pero el ecosistema dominante en esa región es la selva tropi
cal y las únicas relaciones que se han podido reconocer son las puntas cola de
pescado y las tipo Clovis acanaladas que están ampliamente diseminadas. Los
arqueólogos orientados hacia Norteamérica concluyen, pues, que las puntas aca
naladas deben constituir las relaciones más tempranas. A diferencia de estas
puntas que presentan una extensa distribución, puesto que muchos grupos cultu
rales las consideraron armas de caza efectivas, las puntas El Jobo tienen una dis
tribución conocida muy limitada. Así, si bien en Costa Rica, Nicaragua y M éxi
co se han hallado puntas en forma de hoja de sauce, éstas no constituyen las
puntas distintivas El Jobo. Sin embargo, en un sitio situado en el Noroeste ar
gentino se han encontrado las características puntas gruesas y biconvexas tipo El
Jo b o (Alberto Rex González, comunicación personal, 1970) y en el Sur de Chile
se han hallado dos más en un sitio coetáneo, ocupado hace 2 500 años en Monte
Verde, al que nos referiremos más adelante.*tju¡zás los trabajos que se realicen
en el futuro, en especial a lo largo de las desconocidas laderas este de los Andes,
revelen una vinculación entre estas ocurrencias tan alejadas entre sí; aunque
también es posible que la forma casi cilindrica de las puntas El Jobo provenga de
las puntas de madera o hueso pulido conformadas en forma similar, que fueron
halladas en varias partes de América del Sur.HJna diferencia de gran importancia
entre N orte v Sudamérica « la mayor diversidad de los grupos líticos que en for-
rrm local se desarrollaron en esta última, como parte de adaptaciones culturales
EL P O B L A M I E N T O O RIG INARIO 55
una tradición temprana de selva tropkal que incluyó algo de horticultura y que
dio origen, después del 5300 a.p., a cultura cerámica ternprana ..de-^Zaidi^ia,
con una agricultura intensiva, una extendida tecnología pesquera y un ceremo-
nialismo más desarrollado.
El sitio de Talara en el extremo noroeste peruano es una localidad paleonto
lógica bien conocida del Pleistocenó Tardío. Cerca de ella, sobre la misma plata
forma marina, se localizaron y analizaron conjuntos de tajadores monofaciales,
así com o también raspadores «casco de caballo», y lascas utilizadas y denticula
das (Richardson, 1978). Las conchas de grandes moluscos Anadara, asociadas
con ellos y que evidentemente habían sido llevadas desde lejanas manglares, pro
porcionaron las fechas de 11200 y de 8125 a.p. Es probable que los artefactos
monofaciales fueran usados para trabajar la madera, el hueso y las fibras. Con
la adición de hachas de piedra pulida, de morteros y de tazones, una industria si
milar siguió usándose en la desembocadura del cercano río Siches hasta por lo
menos el 5 5 0 0 a.p.
Es evidente que los hombres que se adaptaron a la costa semiárida de la pe
nínsula de Santa Elena y del Norte de Perú jamás sintieron la necesidad de tener
puntas bifaciales, aunque su ausencia parece extraña ^ p o c o antesJiabían sido
cazadores de grandes animales en los Andes. No obstante, a menos de 500 km
más al Sur, en la región que rodea el valle Moche, resulta claro que los cazado
res mataban mastodontes con grandes y distintivas puntas espiga Paiján, que
sólo son conocidas en esta limitada región costera, aunque en El Inga se encon
traron algunas formas similares. En un contexto cerrado en el pequeño refugio
rocoso de Quirihuac, se recuperaron diez puntas Paiján rotas y miles de lascas.
Cuatro fechas obtenidas de restos de madera y carbón van del 12795 al 8645
a.p., mientras que los huesos humanos datan del 9930 y del 9020 a.p. El sitio
abierto de La Cumbre proporcionó puntas Paiján eipasociación con huesos de
mastodonte que datan del 12360 y 10535 a.p. Como las fechas eran tan varia
bles, se las promedió en el 10796 a.p., siendo comparables con el promedio del
1 0 650 para Quirihuac. Se cree que el complejo Paiján existió entre hace 11 000
y 1 0 0 0 0 años, periodo en el que, en forma gradual, los hombres fueron abando
nando las puntas Paiján, aun cuando siguieron dando importancia a la econo
mía marítima, a la que probablemente se dedicaban estacionalmente (Richard
son, 1989).
En el Sur de Perú, cerca de lio, los recursos marinos eran utilizados en forma
intensiva hacia el 10500 a.p. Un conchero en forma de anillo proporcionó, en
HeposItoTfechados entre el 10570 y el 7670 a.p., un arpón de hueso, anzuelos de
hueso y concha, así como también conchas modificadas y una industria unifacial
de lascas monofaciales, pero ninguna bifaz (Richardson, 1989).*"Se identificaron
restos de moluscos, de peces del litoral, de mamíferos marinos y de pájaros; pero
no se encontraron restos de mamíferos terrestres.
La razón más probable que exphca por qué una adaptación marítima total
mente desarrollada se halla presente hacia el 10500 a.p. sobre la costa pacífica
de Sudamérica, y hacia el 10000 a.p. en California, pero sólo después del 8000
a.p. en la costa atlántica, puede ser que ciertos tramos de la costa pacífica son
tectónicamente ascendentes, mientras que la costa atlántica es estable. Así, pues.
EL P O B L A M I E N T O ORIGINARIO 59
tanto Las Vegas como Siches y el sitio Anillo representan adaptaciones marí
timas bien establecidas, que, al igual que sus contemporáneas en el Sur de Cali
fornia, resultan ser los sitios más tempranos, preservados localmente, represen
tativos de adaptaciones costeras más antiguas, cuyos remanentes deberían ser
hallados por los arqueólogos bajo el agua en las plataformas continentales de to
das las costas. Esta interpretación implica la idea de que los sitios del interior al
Oeste de las cordilleras fueron ocupados por primera vez por grupos humanos
que gradualmente se fueron trasladando desde las costas hacia el interior, y ello
a medida que iban adaptando sus economías a la utilización de plantas y de ani-
males terrestres. En un primer momento, estos exploradores sólo incorporaron,
en su ciclo anual, los r ^ r s o s de las regiones interiores adyacentes; pero con el
tiempo algunos, como pachamachay. desarrollaron una tecnología capaz de /
adaptarse a ecosistemas terrestres duranrp tndr» pLaxir>-(ñ.iUfhay,. l ’<?Rqa| /
Dos sitios contemporáneos en el centro de Chile proporcionaron artefactos
con animales extintos. Quereo, situado en un farallón que hoy domina el Pacífi
co, reveló la existencia de herramientas simples talladas monofacialmente, aso
ciadas con huesos de mastodontes, de caballos, de camélidos extintos, de ciervos
y de mamíferos marinos, así como también con conchas marinas, en un contexto
fechado en el 11500 a.p. (Dillehay, 1989b). Es evidente que estos grupos cos
teros estaban experimentando con ecosistemas interiores. Tagua-Tagua, bien
adentro en el valle central al Sur de Santiago, está situado sobre la orilla de un
lago que atrajo tanto a los animales (mastodontes, caballos, camélidos y pájaros
acuáticos) como a los cazadores, que dejaron lascas, núcleos, percutores y algu
nas herramientas de hueso en un estrato fechado entre el 11430 y el 11000 a.p.
(Dillehay, 1989b).
En Monte Verde, aproximadamente 900 km al Sur en el bosque húmedo su-
bantártico y a 15 km tierra adentro desde el fiordo más septentrional, un lugar
pantanoso ha ofrecido artefactos perecederos muy bien conservados en un con
texto fechado alrededor del 13000 a.p. (Dillehay, 1989a, 1986). Este sitio con
tiene al menos diez bases de chozas semirectangulares hechas con troncos tosca
mente modificados y mantenidos en el lugar por estacas de madera, y constituye
así 0 grupo arquitectónico más temprano del que se tenga noticias er^las_arnéri-
cas; los morteros de madera contenían semillas bien conservadas con frutos y ta
llos de plantas comestibles estaban asociados directamente con piedras de mo
lienda. Dentro de las estructuras, y muy cerca de pequeños fogones de arcilla
alineados, (s^encontraron artefactos de madera y algunas herramientas de piedra
lasqueada monofacialmente; fuera de las vías de acceso a estas casas, alineados a
lo largo del riachuelo Chinchihuapij se localizaron fogones más grandes. Monte
Verde e r ^ n asentamiento planificado con áreas para actividades diferentes ta
les com oQ^preparación de comida^ la producción de herramientas y evidente
mente tarnbién el tratamiento médico. Dado que se encontraron restos de plan
tas ^ue) maduran en^jodas las estaciones, se llegó a la conclusión de que el
asentamiento era permanente. La presencia de restos vegetales originarios de las
costas oceánicas, de las altas montañas e inclus<^e la Patagonia, indica la exis
tencia de relaciones, e inclusive quizás también comercio, con otros ecosiste
mas. En efecto, es posible que las dos grandes bifaces y una punta tipo El jo b o
60 ALAN L. B R Y A N
gio fue ocupado otra vez por pobladores que utilizaron herramientas monofacia-
les similares, con el agregado de cuchillos y de puntas bifaciales subtriangulares
(alrededor de 9700 a.p.) así como también punzones y espátulas en hueso, todos
asociados con huesos de caballo y de guanaco. Los toldenses abandonaron la re
gión hacia el 8750 a.p., pero otros hombres que insistieron en el uso de láminas,
raspadores, cuchillos y denticulados retocados monofacilmente ocuparon la cue
va después del 7 2 6 0 a.p. Evidentemente, más que puntas bifaciales, estas perso
nas utilizaron boleadoras para cazar guanacos, y
La cueva de Fell, en Chile, al Norte del estrecho de Magallanes, es el sitio tipo
para las puntas cola de pescado magallánicas, dos de las cuales tienen cicatrices de
adelgazamiento en la base. Se encontraron también raspadores terminales latera
les junto con huesos quebrados y quemados de caballo(2)con muchos huesos de
guanacos descuartiza_dos,_en estratos fechados entre el 11000 j el 10000 a.p. Se
gún se ha informado, la ocupación subsiguiente, fechada entre el 9100 y el 8100
a.p., careció de puntas bifaciales. Es probable que iJ)hayan utilizado puntas_en
hueso para matar guanacos. En la tercera ocupación, fechada entre el 8180 y el
6560 a.p., se encontraron puntas cortas triangulares bifaciales y piedras boleado
ras. Las puntas triangulares y las fechas coincidentes sugieren alguna relación con
los toldenses (Orquera, 1987), aunque la falta de puntas cola de pescado en los si
tios de la misma época en la Patagonia argentina sigue siendo un enigma. Al Este
de los Andes, en Tierra del Fuego, situada en la extremidad austral de América,
habitaron hombres que usaron piedras lasqueadas monofacialmente, aunque tam
bién hay lascas derivadas bifacialmente, asociados con una fecha del 11900 a.p.
(Hugo Nami, comunicación personal, 1992). Más al N one, en la provincia cen
tral de Buenos Aires, se excavaron dos puntas cola de pescado de dos sitios cerca
nos, en contextos fechados entre el 10800 y el 10600 a.p. El único hueso que se
pudo identificar pertenecía a una placa de un armadillo extinto. Otra localidad en
la misma región parece haber sido un taller en el que eran fabricadas puntas cola
de pescado por pulimento más que por lasqueado. Dada la ausencia de sitios de
matanza, es difícil argumentar tan sólo a partir de la distribución conocida de las
puntas cola de pescado en el Cono Austral, a favor de un horizonte temprano de
caza especializada (Orquera, 1987; 354).
No muy lejos, en La Moderna, se encontraron huesos de guanacos y de glip-
todontes extintos, así como también muchas lascas de cuarzo alóctono.^ El
gliptodonte ha sido fechado en el 6550 a.p., pero esta fecha, obtenida a través
del colágeno de un hueso, ha sido puesta en tela de juicio, ya que implica una
persistencia tardía de una fauna etónta (Orquera, 1987). Sin embargo. Arroyo
Seco, en la zona sur de la provincia de Buenos Aires, ha producido sorpresas aun
mayores en lo que respecta a la fauna extinta. En un componente no fechado
aparecen puntas triangulares bifaciales junto con artefactos monofaciales. Deba
jo de este estrato se encontraron algunas herramientas sólo con retoque margi
nal monofacial, asociadas con huesos de guanaco, ciervo, caballo y perezosos gi-
gantes terrestres. Por debajo de este nivel de ocupación y sin ninguna evidencia
de intrusión a través de la zona que proporciona la megafauna, se han encontra-
do entierros humanos con ocre rojo, acompañados de conchas perforadas y de
abalorios de (^ientes, asFcomo tambiéii una placa de gliptodonte. La idea de que
62 ALAN L. BRYAN
bría protegido a sus ocupantes de ser vistos desde el valle, situado 20 m más
abajo. En una esquina del abrigo se creó un cono aluvial, compuesto de guija
rros de cuarzo erosionados procedentes de una formación situada más arriba so
bre el frente del acantilado, fuera de la zona de excavación. Este cono contenía
una fuente de guijarros lasqueables al alcance de la mano, aunque también se
encontraron guijarros de cuarcita alóctona en varios pisos de ocupación, y una
variedad de sílex en los estratos superiores. A excepción de una punta bifacial
alóctona hallada en una capa superior, la totalidad de la industria de piedra ta
llada es monofacial. Se identificaron raspadores sobre jascas, lascas con mues-
cas, guijarros en punta, tajadores con guijarro y percutores además de muchos
núcleos y lascas no retocados, que son desperdicios de talleres.fAIgunos artefac
tos examinados con un microscopio electrónico revelaron evidencia de estrías
causadas por el uso, de modo tal que el sitio es mucho más que una simple can
tera/taller, en la que los hombres también hicieron dibujos sobre las paredes.
El objetivo original de f e c h a r arte en roca tuvo éxito. En efecto, pudo ha
llarse una astilla de la pared de piedra arenisca con huellas de pintura roja en
asociación directa con un fogón fechado en el 17000 + 40 0 a.p^ Cerca de la su
perficie y hasta casi cinco metros de profundidad, se encontraron vastos lechos
de carbón, similares a los fogones hallados en otras cuevas brasileñas hasta don
de, evidentemente, los hombres arrastraban ramas y leños para mantener el fue
go durante toda la noche. Los hombres más primitivos quebraban rocas utilizan
do el fuego para luego utilizarlas y nivelar la superficie para los fogones de rocas
acomodadas. El carbón de este horizonte Temprano ha sido fechado en el 41000,
4 2 4 0 0 y > 470 0 0 a.p. Más de doce fechas estratigráficamente consistentes y ob
tenidas por radiocarbono, de fogones construidos en pisos de ocupación más
tardíos, van del 321 6 0 al 6100 a.p.^1 problema de la falta de conservación de
huesos en los refugios de piedra arenisca ha sido superado por excavaciones en
cuevas de piedra caliza cercanas, donde @ recuperaron huesos de muchos ani
males pleistocénicos. así como un fragmento de una calota humana de paredes
gruesas y muy permineralizado (Guérin, 1991), cuyo estudio puede llegar a ayu
dar a confirmar la calota de Lagoa Santa, f
El anuncio de estas fechas en informes preliminares dejó consternados a los
arqueólogos norteamericanos, que habían aceptado el modelo según el cual los
americanos primitivos habían fabricado puntas de proyectiles bifaciales. Los es
cépticos — algunos de los cuales han visitado el sitio— sostienen que los artefac
tos no son más que objetos naturales y que los fogones son, en realidad, restos
de fuegos forestales (por ejemplo, Lynch, 1980), e incluso aducen que los arqueó
logos están mal adiestrados (Fagan, 1990b). Sólo un informe final sóbrenlas
pruebas hallacks en estos wtios.ppndrá_fin_a la poléniica.;
Á1 final, estos y otros sitios fechados tanto o más tempranos todavía que los
clovis obligarán a rechazar el popular modelo de «primero los Clovis» y a acep
tar un modelo de explicación alternativa que no necesita dejar olvidados muchos
de los datos arqueológicos reales encontrados a lo largo de Sur, Centro y Norte
américa. Según este modelo, los hombres del Este asiático, con_una economía ge
neral cazadora-pescadora-recolectora y una~tecnología simple de piedra lasquea-
da monofacialmente, habrían extendido en forma gradual su territorio alrededor
EL P O B L A M I E N T O ORIGINARIO 67
del Noroeste del Pacífico sobre el puente de tierra de Bering no cubierto de hielo
y luego hacia abajo sobre la costa Noroeste de Norteamérica antes de que se cu
briera de hielo glacial.'^os hombres con una orientación marítima se habrían
mantenido a lo largo de la costa, aunque algunos grupos pudieron haberse sepa
rado y trasladado a los valles no helados de los ríos, que también proporciona
rían ecosistemas productivos a los cazadores y recolectores generalesVOcasional-
mente, en algunas praderas abiertas que mantenían manadas 0 ^ e rb ív o ro s con
hábitos predecibles pero con muy pocos alimentos vegetales comestibles, algu-
nos hombres que se movían desde las costas y ríos hacia el interior habrían expe
rimentado con métodos más eficaces para cazar animales. Entre estos nuevos
métodos se cuentan las puntas de proyectil de piedra ¡asqueada bifacialmente,
resultado de un proceso de transferencia a partir de puntas de hueso y madera
trabajadas en forma similar. Los futuros arqueólogos, liberados de un modelo
que contiene supuestos insostenibles y que restringe indebidamente no sólo la
acción sino también el pensamiento científico libre, podrán determinar con exac
titud el momento en el que comenzó el largo proceso del poblamiento de las
américas (Ilustración 5).
ALAN L. 6 R Y A N
68
Ilustración 5
SITIOS M ENCIONADOS EN EL T E X T O
América Central;
Los sitios situados a proximidad unos de otros se designan por el mismo número.
1. Acahualinca 5. Cueva de Espíritu 8. Iztapan 10. Quetzaltenango
2. El Bosque Santo Tlapacoya Los Tapiales
3. El Cedral 6. Cueva de Los Grifos 9. La Muía 11. Turrialba
4. Laguna Chapala 7. Hueyatlaco
América del Sur:
1. El Abra 5. Fell’s Cave 10. Maratuá 17. Ring Site
Tibitó 6. El Inga 11. Monte Verde 18. Santana do Riacho
2. Alice Boér San José 12. Pachamachay 19. Tagua Tagua
3. Arroyo Seco 7. El Jobo 13. Pedra Furada 20. Talara
La Moderna Taima-Taima 14. Pedra Pintada 21. Los Toldos
4. La Cumbre 8. Lagoa Santa 15. Pikimachay 22. Las Vegas
Quirihuac 9. Lauricocha 16. Quereo
Fuente: Alan L. Bryan.
D IV E R S ID A D G E O G R Á F IC A Y U N ID A D C U L T U R A L
D E M E S O A M É R IC A
L o r e n z o O c h o a , E d it h O r t iz - D ía z y G e r a r d o G u t ié r r e z
Dentro de una gran parte del actual territorio de México, la totalidad de Belice y
Guatemala, así como regiones de Honduras y El Salvador tuvo lugar el surgi
miento, desarrollo y ocaso de una serie de civilizaciones que, como resultado de
una herencia histórica común, compartieron un conjunto de rasgos culturales,
tanto de carácter material como ideológico. A causa de ello, a partir de esta con
cepción de rasgos y de acuerdo no sólo con la filiación etnolingüística de los gru
pos que ahí se localizaron, sino con el enclave geográfico de los asentamientos,
esa área fue definida bajo el nombre de «Mesoamérica» (Kirchhoff, 1967^). Los
problemas que han enfrentado las investigaciones desde que se planteó y deter
minó esa área bajo una concepción geográficocultural cubren un amplio espec
tro, aunque dos de ellos han ocupado la mayor atención:
á) el enfoque teórico con que se definió a partir de un esquema de rasgos
culturales comunes compartidos por diferentes grupos etnolingüísticos distribui
dos en un territorio determinado, y
b) la profundidad temporal con que es posible reconocer tales rasgos y gru
pos en ese espacio.
La historia acerca de quiénes y cómo han enfrentado tales asuntos, no sólo
desde la óptica de la cultura misma sino de la estrecha relación de ésta con el
medio geográfico, es bastante larga y no nos ocuparemos de ella^.
1. El trabajo de Paul Kirchhoff fue publicado originalmente en Acta Americana, en 1943 y re
editado en edición accesible que reúne varios trabajos acerca del problema mesoamericano: Litvak
King, 1992. Acerca del concepto de civilización, en relación con Mesoamérica, cf. Willey, Ekholm y
Millón, 1964.
2. Del primer punto se han ocupado numerosos investigadores que casi siempre han pasado
por alto el segundo, más relevante para la Arqueología y la Lingüística según lo mostró Paul Kirch
hoff. Esto es, ¿a partir de cuándo podemos hablar de Mesoamérica como un área cultural homogé
nea.’ jC uá! era su extensión.’ ¿Es válido continuar exhibiéndola como tal para el Preclásico y el C lá
sico? Quizás M atos Moctezuma toca el asunto con otros propósitos en su trabajo «M esoam érica»,
1 9 9 4 , mapas 1-3. Para quienes se interesen por este problema desde diversas ópticas recomendamos
entre otros la consulta de Olivé Negrete, 1958; Piña Chan, 1960 y 1 967; W olf, 1 9 6 7 (originalmente,
195 9 ); Sanders y Price, 1 9 68; Jiménez M oreno, 1 9 75; Litvak King, 1992.
70 LORENZO OCHOA, EDITH ORTIZ-DÍAZ Y GERARDO GUTIÉRREZ
Ilustración 1
M ESO A M ÉR IC A : LIM ITES Y ÁREAS CULTURALES PARA EL PERIODO POSTCLÁSICO
PAISAJE Y CULTURA
Ilustración 2
PROVINCIAS FISIOGRÁFICAS DE M É X IC O Y CEN TRO A M ÉRICA
1. Planicie Costera del Pacífico. 2. Planicie Costera del Golfo. 3. Sierra Madre Occiden
tal. 4. Sierra Madre Oriental. 5. Mesa del Norte. 6. Mesa central. 7. Eje Volcánico
Transmexicano. 8. Depresión del Balsas. 9. Mesa del Sur. 10. Los Tuxtlas. 11. Sierra M a
dre del Sur. 12. Istmo de Tehuantepec. 13. Península de Yucatán. 14. Tierras Altas de
Chiapas y Centroamérica. 15. Depresión Central de Chiapas. 16. Sierra Madre de Chia-
pas. 17. Eje Volcánico del Salvador y Nicaragua. 18. Planicie Costera del Caribe. 19. De
presión de Nicaragua. (Basado en W est, 1964a).
PRINCIPALES SISTEMAS M ON TA Ñ O SO S
Al Este del territorio mexicano siguiendo la costa del golfo de México se levanta
la Sierra Madre Oriental, que corre de Norte a Sur, desde cerca de la frontera en
tre Texas y México hasta el Nordeste del Estado de Oaxaca. Aunque la compo
sición geológica de la Sierra Madre Oriental es de calizas y rocas clásticas princi
palmente, en su unión con el Eje Neovolcánico, entre los Estados de Puebla y
Veracruz, está cubierta por derrames de roca b a sá ltica fL a altitud promedio va
ría entre 2 000 y 3 000 m, y en algunos lugares llega a los 4 000 m; por lo tanto,
no es raro que su clima varíe de templado a frío.^Innumerables corrientes que
drenan en el golfo de México bajan por el lado este de la sierra creando estre
chos y profundos cañones, como el del río Moctezuma. Y si bien la sierra se an
toja una barrera natural entre el golfo de México y la altiplanicie, existen pasos
naturales que, desde épocas remotas, fueron aprovechados como rutas de comu
nicación y de comercio para penetrar en el interior del país (Ochoa, 1992).
Esta sierra se caracteriza por su vegetación de pinos y encinos (Pinus rudis y
Q uercus sap otaefolia) en las partes altas que, a medida que baja a la llanura cos
tera y la costa, cambia a selva alta perenninfolia, ahora desplazada por extensas
sabanas dedicadas a la ganadería. Sobre esa ladera descienden numerosas co
rrientes que conforman fértiles zonas aluviales que aprovecharon los pueblos
prehispánicos en sus prácticas agrícolas, mientras que las lagunas que se forman
a lo largo del litoral fueron fundamentales en la economía de algunos grupos.,
Pero no sólo eso, años atrás la presencia de lobos (Canis lupus bailey), monos
(A louatta villosa m exicana y Ateles g eoffroyi), venados (O docoileu s virginianus,
M azam a am erican a tem am a y O docoileus hem oionus), pumas {Felis concolor) y
otros animales menores era frecuente en esas partes.
Por el contrario, las partes con cara hacia tierra firme, por el efecto de la
sombra pluvial, en no pocas ocasiones resultan muy secas, incluso desérticas (De
Cserna, 1956). Ahí el paisaje es totalmente distinto y la vegetación cambia su as
pecto por otro de xerófitas y de matorral desértico. Tal sucede en el valle del
Mezquital, donde, en medio de su quebrada topografía, sólo se dejan ver mez
quites (Prosopis juliflora) y cactáceas (Opuntias ssp. y Cereus ssp.), al quedar
aislado por la sierra, que la priva de humedad. Pero no obstante algunos lugares
son aún menos favorables para recibir lluvias o para planear algún sistema de
riego, como ocurre en la zona de Cardonal, que cuenta con una población indí
gena bastante alta asentada de manera dispersa, ya que es la única forma de po
der obtener algunos productos para su reproducción (García Martínez, 1980:
32). Esa parte de la sierra además, al cerrar el valle, «impide en gran medida la
posibili3ad de simbiosis y de complementación ran las tierras bajas» {ibid.: 33).
En el lado opuesto defterritorio, bordeando el Pacífico y cubriendo una ex
tensión de 1 2 50 km, cual continuación meridional de las montañas Rocosas que
desde los Estados Unidos penetran en México por el Sur de Arizona, baja la Sie
rra Madre occidental, cuya vegetación sobresaliente es de bosques de pinos y en
cinos. Aquí, hace pocos años todavía, la riqueza de su fauna era más que atracti
va, hasta que prácticamente fue extinguida: oso negro {Ursus am ericanus), oso
pardo {Ursus horribilis), lobo mexicano (Canis lupus bailey) y venado cola blan
DIVERSIDAD GEOGRÁFICA Y UNIDAD C U L T U R A L DE M E S O A M É R I C A 75
valles centrales de Oaxaca. Estos últimos, por su carácter aluvial y coluvial, tu
vieron ocupaciones humanas bastante tempranas y, para finales del segundo mi
lenio e inicios del primero antes de nuestra era, aquellos grupos comenzarían la
construcción de basamentos arquitectónicos de carácter públicoceremonial, así
como la talla de los primeros bajorrelieves con claros indicios del conocimiento
y manejo de un calendario®.^esde hace tiempo se planteó que para los últimos
siglos anteriores a nuestra era^, en aquella zona(s^^racticó la agricultura intensi-
va, si bien la amplitud de los valles frente a las necesidades í e una población
poco numerosa no corresponde a tales exigencias. Posteriormente, en esa acci
dentada región ^ d a r ía , entre otras, el auge de dos de las culturas prehispánicas
más conocidas:Cl^zapoteca y la mixteca, con centros políticoreligiosos como el
monte Albán, cuyas relaciones económicas y políticas con Teotihuacan fueron
de primer orden hacia los primeros siglos de nuestra era.
Al Sur de la unión del Eje Neovolcánico con la sierra de Juárez, después de
conformar el istmo de Tehuantepec, se inicia el ascenso de otras elevaciones que
si bien no resultan impresionantes por su magnitud, sus formaciones de rocas
metamórficas y sedimentarias, principales fuentes de jadeítas y otras piedras se-
mipreciosas, fueron sumamente apreciadas por los grupos prehispánicos desde
finales del segundo milenio a.n.e. Tal es la Sierra Madre de Chiapas, donde las
sierras de Chuacus y Minas han sido sugeridas como importantes fuentes de ser
pentina y jadeíta explotadas desde el periodo Preclásico.
(L ^ S ierra Madre de Chiapas es un enorme batolito de diorita y granito, que
mientras en algunas partes está cubierto de rocas sedimentarias, en la cuenca del
río Motagua, uno de sus principales sistemas fluviales, presenta un gran depósito
de rocas metamórficas. Esta formación, con altitudes que varían de los 2 000 a los
3 100 m, penetra en territorio guatemalteco con el nombre de Altos Cuchumata-
nes. Aquí no es fácil reconocer estaciones bien definidas, aunque hay una tempo
rada de lluvias que dura de mayo a noviembre, y otra de secas que cae entre di
ciembre y abril. A la primera se le llama invierno y la segunda es conocida como
verano. Allá destacaban los bosques de pinabete, abeto (Abies religiosa), pinos y
encinos, liquidámbar (Liquidam bar styraciflua) y ciprés {Cupressus lindleyi) que,
antiguamente y hasta hace relativamente poco tiempo, albergaban venados, pu
mas y una de las_ayes por excelencia para los pueWps indígenas: el quetzal (Pharo-
m achus m ocinno). Los Cuchumatanes, siguiendo una dirección Noroeste-Sudeste,
continúan hasta Honduras, donde se sumergen en el mar Caribe. En Guatemala y
Chiapas se han formado valles bastante amplios como los de Quetzaltenango,
Guatemala y Comitán, que siempre han sido importantes en la vida de los mayas.
En esa formación, el flanco nortfe de las tierras altas de Chiapas y Guatemala
presenta una serie de anticlinales de roca caliza que descienden gradualmente,
hasta convertirse en una sucesión de lomeríos y montañas bajas en el Petén y la
cuenca del Usumacinta, donde la vegetación cambia a una frondosa selva tropi
cal, hasta alcanzar las zonas bajas de Tabasco-Campeche. Allá, los niveles de
6. Aunque hay publicaciones anteriores, señalamos Flannery y Marcus (1990; 1 7-69), por ser
resumen analítico de este problema.
7. Apuntamos esta misma consideración para el trabajo de Neely et al. (1990; 115 -1 8 9 ).
78 LORENZO OCHOA. EDITH ORTIZ-DÍAZ Y GERARDO GUTIÉRREZ
Ilustración 3
PERSPECTIVA DEL ÁREA MAYA
D E P R ES IO N C E N TR A L DE C H IA P A S
COSTA DEL
PA C ÍFIC O
S IE R R A M ADRE OE C H IA P A S
ras, o pintadas en las paredes de los edificios. Es probable que ellos mismos plane
aran formas de intensificación agrícola de diferente naturaleza: campos levanta
dos, terrazas y canales, base de su economía junto con el monopolio del comercio.
Durante siglos, aquellas ciudades, enclavadas a diferentes altitudes, permane
cieron ocultas bajo las impenetrables selvas alta, mediana y baja perennifolia. Sel
vas pobladas por gigantes estáticos de los que penden lianas y bejucos y no pocas
veces adornan bellas orquídeas, o las suculentas pitahayas que viven a sus expen
sas. Entre los gigantes de más de cuarenta metros de altura destaca el chicozapote
(Achras z ap ota y Achras chicle) que, por ser resistente al ataque de los insectos y
a la humedad, se utilizó en la talla de los dinteles de algunos edificios. Preciados
también eran, y siguen siendo,(j^ a o b a (Swietenia m acrophylla), el cedro (Cedre-
la m exican a), el h\^^{(^stiüa eleastica) y el arrSé~(í¿CMS glabatra), entre otros.
Pero de todosTIugar sobresaliente ocupó, y aún ocupa, fí^ceiba {C eiba pentandra)
o yaxché, el árbol sagrado de Iot mayas, quienes, al igual que los huaxtecos, tam
bién consideraron importante ^^tamón, o árboL del pan ÍBrosiinum a licastrum).
cuyos frutos aprovechaban en las difíciles épocas de hambrunas.
La selva, ahora bastante diezmada, es ocasionalmente interrumpida por pas
tizales de sabana, consecuencia de la deforestación que incide en la fauna, que
también ha sufrido un agudo castigo. De la amplia variedad de aves, reptiles y
mamíferos tan caros para la vida material e ideológica de los mayas, poco que
da: el mono araña {Ateles g eoffroy i), el saraguato (Alouatta villosa m exicana), el
venado {O d ocoileu s virginianus), el jabalí {Tayassu tajacu), el tapir {Tapirella
bairdii), el tepescuintle {Agouti p a ca nelsoni), el armadillo (Dasypus novem cinc-
tus m exicanus), el puma {Felis con color), el tigrillo {Felis wiedii), el ocelote {Felis
pardalis) y, por supuesto, el jaguar {Felis onca), animal sagrado por excelencia
para los pueblos mesoamericanos, como también lo fueron las serpientes: la
nauyaca {B oth rop s atrox), la cascabel {Crotalus ssp.), el caimán y el cocodrilo o
lagarto {C rocodylus ssp., Caim an crocodylu s y la familia A lligatoridae).
Pero no sólo allá sobresalieron las expresiones de la cultura maya. En la lla
nura costera, donde son comunes las sabanas de diversos orígenes y la selva baja
con sus asociaciones de jícaro {Crescentia cujete), zapote de agua {Lucum a cam-
pechiana.) y palo de tinto {H aem atoxylon cam pechianum ), destacaron un poco
más tarde algunas ciudades no menos importantes como Jo nuta y Cqmalcalco.
De igual modo, en la costa, rodeado de manglares y'3oñHe los pantanos son tan
frecuentes, se distinguió Xicalango, el casi legendario puerto de intercambio en
donde grupos del centro de México, tal vez toltecas y mayas, llevaban a cabo
anualmente sus transacciones comerciales.
Las sierras dibujaron el rostro que enm arcó el paisaje donde surgieron y se de
sarrollaron varias de las principales culturas mesoamericanas: las costas y los al
tiplanos. Efectivamente, en las planicies costeras del Golfo y del Pacífico, en la
peníi^ula de Yucatán y en'Ios’áltiplañós cefiitrales'’sé' Harían ías expresiones~cúP
turales de los pueblos más antiguos; muchos, incluso, tenidos como los más so-
80 LORENZO OCHOA, EDITH ORTIZ-DÍAZ Y GERARDO GUTIÉRREZ
Ilustración 4
C O R T E TRA N SVERSA L DEL T ER R ITO R IO SO BRE EL PARALELO 21
P L A N IC IE C O S T E R A
D E L P A C IF IC O
Ilustración 5
P ER FIL D E LOS VALLES DE TOLUCA-M ÉXICO-PUEBLA
OCEANO PACIFICO G O L F O D E M É X IC O
1000 msnm
ha sido muy afectada por el hombre, por lo cual ahora la encontramos combina
da con acacias (Acacia ssp.), cactus (Opuntias ssp. y Cereus ssp.), pastos y enci
nos bajos {Quercus ssp.). En el pasado la vida silvestre fue abundante; en los la
gos podían encontrarse patos [Anas ssp.), garzas [Ardea herodias) y gansos
(Branta canadensis), así como una amplia variedad de pescado como mojarras
(L epom is ssp.), doradilla (Lerm ichthys multiradiatus), charales (Christoma ssp.),
o bien el famoso blanco de Pátzcuaro [Christom a estor). En los alrededores se en
cuentran águilas [Aquila chrysaetos) y halcones [Falco mexicanus), entre otras
aves, mientras que ciertos mamíferos proporcionaron una rica fuente de proteí
nas a los habitantes originales del país: venado cola blanca [O docoileus virginia-
nus), zorras [U rocyon cinereoargentous), mapaches [Procyon lotor), conejos [Syl-
vilagus floridanus), tuzas [Cratogeom ys castanops) y otros roedores.
En otro orden de cosas, las tierras bajas que bordean al territorio mesoame-
ricano consisten en tres planicies costeras: la del Golfo y la del Pacífico, que flan
quean dos grandes ^ternasjnontañososj la tercera corresponde al Caribe, sobre
cuyas reducidas costas ios mayas levantaron varios puertos, como el de la anti
gua ciudad amurallada de Tulum. Sin flanquear barrera montañosa alguna, la
planicie caribeña delimita el oriente de la península de Yucatán, la única zona de
baja altura que tiene una extensión importante dentro de Mesoamérica. Esta pe
nínsula marca el término de las tierras bajas que corren desde Brownsville, en el
estado norteamericano de Texas y que se conocen con el nombre de Planicie
Costera del Golfo, cuya conformación geológica es muy variada. En ella desta
can principalmente los aluviones, las rocas sedimentarias, los conglomerados y
las intrusiones de basalto. Con una extensión de 1 350 km, la anchura de esta
planicie alcanza hasta 300 km en el Norte de Tamaulipas y, prácticamente, se
pierde en la parte central de Veracruz, donde derrames de lava penetran en la
planicie hasta la costa. Aun cuando se conoce como Planicie Costera del Golfo,
cadenas de lomeríos y bajas montañas constituyen los rasgos característicos de
su configuración. Esta región, irrigada por una vasta red hidrológica de ríos,
arroyos, esteros, lagunas, manglares y pantanos, ha sido muy rica en recursos
naturales y testigo del origen, desarrollo y ocaso de culturas muy destacadas.
Sobre esta llanura, a finales del segundo milenio antes de nuestra era, entre el
Sur de Veracruz y el Noroeste de Tabasco tuvo lugar el origen de una de las cultu-
ras más conocidas del México antiguo: la olmeca. Los olmecas* fundaron los pri-
meros centros políticos y religiosos como ban Lorenzo, La Venta, Tres Zapotes y
Laguna de los Cerros, entre otros. Pero los olmecas son más conocidos por la talla
de (^u^grandes monolitos de basalto, cuya materia prima la procuraban en los Tux-
tlas, una extrusión volcánica que sobresale un poco más de 1 5 0 0 metros sobre la
planicie costera. Al Noroeste de esa zona montañosa, hasta llegar al río Cazones
por la costa y de ahí a las estribaciones y las partes bajas de la Sierra Madre Orien
tal, desde los primeros siglos de nuestra era destacaron las llamadas culturas de Ve
racruz central, conformadas por una serie de pueblos hasta ahora no identificados
/
8. (¿ P término «olmeca» identifica un estilo artístico. Aquí, por la brevedad del texto, utiliza
mos el término para referirnos al grupo portador de ese estilo, lo cual no implica que corresponda a
un grupo etnolingüístico determinado. ^
DIVERSIDAD GEOGRÁFICA Y U N I D A D C U L T U R A L DE M E S O A M É R I C A 83
Ilustración 6
C O R T E TRANSVERSAL DEL ISTM O DE TEHUANTEPEC
Pedro M ártir, Candelaria y de la Pasión, entre otras que cruzan el Sur de Cam
peche, buena parte de Tabasco, Belice, el Petén guatemalteco y la Lacandonia.
Red)hidro^gica que fue utilizada como vía de tránsito y de comercio en la épo- ■
ca preKiipánica, y que se aprovechó de manera permanente hasta bien entrado 1
este siglo. « ‘
En el área norte, aunque la intensificación agrícola es más difícil, hubo di
versas formas de aprovechamiento del agua; desde la construcción de chultunes
o cisternas y depósitos en el fondo de las aguadas, conocidos r.r,mc> huktés o
bu ktei (Barrera Rubio y Huchim Herrera, 1989: 279-284), hasta «el manejo in
tegral de los recursos bajo el sistemai^ m ilEa^ que permitió generar el pluspro-
ducto necesario para el sostenimiento de la estructura económica de la sociedad
prehispánica que se desarrolló en el área [Puuc]» (Barrera Rubio, 1987: 137)®,
sin pasar por alto la construcción de terrazas asociadas a chultunes. A pesar de
ello, entre la vegetación encontramos valiosas especies para el hombre, incluyen
do el tinto (H aem atoxylion cam pechianum ), el chicozapote (Achras zap ata y
A chras chicle), la caoba (Swietenia m acrophylla) y el ramón o árbol del pan
{Brosim um alicastrum ). A medida que nos acercamos al Norte penetramos en
una selva baja muy cerrada y espinosa, precisamente en la plataforma que da lu
gar a la península, que tiene una anchura de 350 km entre el Golfo y el Caribe y
altitudes promedio de 40 m, donde sobresalió (gl)cultivo del henequén [Agave
fourcroides)(^^\ át\ a lg q d ^ , «materia prima del principal artículo de tributa
ción» (Quezaoa, 1990). Pero no toda es plana. AI Noroeste de la península, cer-
ca de donde florecieron las grandes ciudades de Oxkintok, Uxmal, Kabah, Lab-
ná y Sayil entre otras, se levanta la pequeña sierra del Puuc, una sucesión de
modestas elevaciones que apenas alcanzan en ciertos puntos de 100 a 125 m.
Por el contrario, al Sudeste de la península, entre Belice y el Sur del Petén, se en
cuentra una de las zonas de más alta precipitación de las tierras bajas. Conse
cuentemente, allá se aprecian anchas franjas de selva tropical y bajos y valles
como el de Belice, donde, desde finales del segundo milenio antes de nuestra era,
se dieron los primeros pasos que anteceden a las manifestaciones primigenias de
la cult]^a[m§¿a (Ilustración 1).
9. sjitr a ta del manejo global de los recursos teniendo en cuenta las propiedades del suelo, de f!
la vegetación, de las variedades de semilla que sembraban en distintos puntos en el inicio del ciclo í
agrícola, «de acuerdo al adelanto o atraso del periodo regular de lluvias». Todo esto «dio lugar a un
sistema extensivo de milpa basado en el pluricultivo, con posibilidad de obtener cosechas múltiples»
(Barrera Rubio, 1 9 87: 137).
86 lo re n z o OCHOA, EDITH O R T IZ -D ÍA Z y G E R A R D O GU TIÉR REZ
10. En adelante, para la descripción de las características de la etapa Lítica, salvo cuando se
indiquen citas textuales, nos basaremos en Lorenzo, 1980 y en Mirambell, 1994. En relación con las
teorías relativas al poblamiento de América, véase, infra, Alan F. Bryan, del quien disentimos en
cuanto a su consideración de que los primeros H om o sapiens que p o b la r ^ el c ontinente hubieran
sido «cazadores de megafauna del K leoU tico buperior¿7“Cómo”apühta José Luis Lorenzo; «Que en
ocasíoftés muy favorables hayan ultimado'un proboscídeo empantanado en las orillas de un lago no
permite hacerlos especialistas en caza mayor y mucho menos caracterizar una etapa cultural por una
actividad que hubiera resultado suicida» (1980; 103).
11. Lorenzo, 1 980; para mayor claridad en relación con estas cronologías, cf. el cuadro 2 de
sarrollado por este autor.
DIVERSIDAD G EO G R Á FICA Y UN IDAD CULTURAL DE M E S O A M É R I C A 87
Ilustración 7
P E R IO D inC A C IÓ N D E LA ETAPA LÍTICA EN M É X IC O
Fuente: J. L. Lorenzo.
88 LORENZO O CH O A , EDITH O RTIZ-DÍAZ Y GERARDO GUTIÉRREZ
ya, en el Estado de M éxico, y Cualapan, en Puebla, han sido datados por medio
de carbono 14 (C 14), hacia el año 21000 a.p. Para entonces, la característica
principal es la presencia de instrumentos líticos más o menos toscos y la ausen
cia de puntas de proyectil hechas de piedra, aunque no se descarta que se hubie
ran fabricado de madera y hueso. La economía se basaba principalmente en la
c a ^ de espedes menores y_im j^ r ^ le c c ió n de frutos y semillas silvestres.
El horizonte Cenolítico se caracteriza por la aparición de puntas de proyectil
acanaladas: clovis y folsom, junto con las puntas foliáceas tipo lerma, que no
volverán a aparecer, así como un incipiente manejo de ciertas especies vegetales.
Los inicios del Cenolítico están representados en once sitios, de los cuales algu
nos han sido excavados y fechados con radiocarbono, mientras que otros se han
datado por asociaciones tipológicas. Algunos de ellos son; Ocampo, cueva Es
pantosa, cueva El Riego, cueva de Coxcatlán, cueva de Guilá Naquitz y cueva de
Santa Marta.
L ^ caza de especies pequeñas continuó siendo la actividad primaria, pues se
ha demostrado que la caza de animales pleistocénicos se reduce al aprovecha
miento de los que caían en algún pantano, de forma accidental y esporádica^^.
Entre las especies vegetales recolectadas tenemos un tipo de aguacate silvestre y
maíz primitivo. Por otra parte, aunque es difícil de imaginar el tipo de organiza
ción social de aquellos grupos, ésta debió ser bastante sencilla, acaso bandas con
unos cuantos individuos, o bien puede pensarse en familias nucleares o extensas.
Después del año 7000, al desaparecer los grandes animales junto con la retirada
de los glaciares y el calentamiento general de la tierra, se observa un aumento y
una variedad en la factura de_las ju n ta s de proyectil que sugieren una especiali-
z^ción eii laj::acería o cierta diferenciación de patrones culturales entre los dis-
tintos grupos. Estas sugerencias se apoyan en el hecho de que al inventario del
instrumental señalado debemos agregar la aparición de instrumentos de molien
da, rudimentarios al principio, que si bien no indican la aparición de la agricul
tura tal vez reflejan un manejo más intensivo de especies harinosas, como el
mezquite (Prosopis juliflora) y las gramíneas. Asimismo, las evidencias hacen
pensar en un perfeccionamiento de la cestería, que no sólo se utilizaba para al
macenar semillas, sino que dado lo cerrado de su tejido pudo servir para conte
ner líquidos. En la alimentación aparecen el chile, la calabaza, el frijol y la cirue-
la; posiblemente se aprovechó la penca del maguey y, a finales del horizonte, jép
maíz silvestre. Aun así, no debe olvidarse que en las costas la explotación de los
recursos acuáticos, junto con manipulación de algunos tubérculos, también
pudo conducir a otros procesos de sedentarización, como tal vez sucedió en la
costa del Pacífico de Chiapas y Guatemala.
A partir de entonces entraríamos en un nuevo horizonte, el Protoneolítico,
momento en que el consumo de maíz silvestre fue bastante importante y comenzó
a ser domesticado en la segunda parte de este horizonte. Los morteros y muelas
se fabricaron con mayor cuidado: «Los morteros, más antiguos, van cediendo el
paso a las muelas, lisas o cóncavas, sin que los primeros lleguen a desaparecer».
13. Para un análisis de estas discusiones remitimos a las recomendaciones de las lecturas
apuntadas en las notas 1 y 2.
14. Aunque no trataremos aquí en detalle esta nomenclatura, debemos aclarar que, sobre la_
base de los cam bios graduales que se pueden percibir en el paso de uno a otro periodo desde la ó pti-
ca de la cultura material e ideológica, se han intercalado dos ía ^ ó s dé'corta duración. Entre el Pre
clásico y el Clásico se interpone el Protoclásico que, aun cuando no siempre es fácil de determinar,
resulta de gran utilidad como herramienta explicativa del modo como se sucedieron los cambios.
Una consideración semejante se ha hecho para finales del Clásico e inicios del Postclásico, donde se
intercala un lapso denominado Clásico Terminal o Epiclásico, que si bien no siempre se utiliza con
fortuna, su inclusión es determinante para explicar las agudas transformaciones ocurridas en prácti
camente toda Mesoamérica después de los siglos vni-IX.
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Ilustración 8
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15. T od a esta discusión, en buena medida, tiene como punto de partida los planteamientos
expuestos en Ochoa (1979; 1 53-161).
DIVERSIDAD GEO GRÁFICA Y UN IDAD CULTURAL DE M E S O A M É R I C A 95
Ilustración 9
MESOAMÉRICA: LÍMITES Y ÁREAS CULTURALES PARA EL PERIODO CLÁSICO
allá algunos cuantos de ellos. Por lo tanto, estamos ciertos de que, para enton
ces, Mesoamérica como área cultural es una concepción errónea (Ilustración
10). De todas maneras, el territorio en donde habitaron mexicas, tarascos, tolte-
cas, yucatecos, choles, tojolabales, quichés, cakchiqueles, mixes, zoques, zapote-
cas, huaves, mixtecas, popolucas, tepehuas, huaxtecas, totonacas, otomíes y de
cenas de otros grupos corresponde al señalado por Kirchhoff para el momento
del contacto (Ilustración 1).
Ilustración 10
ANTECED EN TES CULTURALES DE M ESO A M ÉRICA
EN EL PERIODO PRECLÁSICO
2. Guerrero
S A N JO SÉ MOGOTE
3. Cuenca de México
DA IN Z U
y valle de Morelos
ALTAM IRA
4. Valles centrales de Oaxaca
L A V IC TO R IA
5. Veracruz y Tabasco
SALIN AS LA B LA N C A
6. Costa del Pacífico de Chiapas y Guatemala
7. Bélica
Yucatán \
:: *aíc^'^;-g
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4
D E M A R C A C IÓ N D E L Á R E A SU D A M E R IC A N A
L u is G u i l l e r m o L u m b r e r a s
ÁREAS D EL C O N TIN EN TE
SUS conos de deyección en inmensos oasis o valles, que son los que le dan vida
agrícola al desierto costero.
Estas formaciones desérticas no son, por cierto, exclusivas de la vertiente
costera de los Andes; se presentan también en la cordillera misma, especialmente
en las quebradas más profundas y también en las alturas, donde se desarrolla un
paisaje particular andino, de tipo estepario, al que conocemos con el nombre de
«puna».( Q puna es similar al páramo en altitud y en temperatura, pero en gene
ral es más alta y más fría y además no tiene los índices de precipitación y hume
dad que caracterizan al páramo, por lo que la flora y la fauna de ambos ambien
tes son distintas.^Por ejemplo, los camélidos son animales característicos de la
puna, aunque pueden vivir también en el páramo. Los datos arqueológicos con
firman que la difusión de la llama y la alpaca hacia la zona de páramo se hizo
desde la puna, es decir, de Sur a Norte, entre aproximadamente 5 000 y 1 000
años a.n.e. Q condición doméstica de la llama hizo posible que este animal se
pudiera adaptar incluso a la costa y otros territorios diferentes a la puna, en pe
riodos tardíos./
Es importante advertir que el territorio andino central no ofrece condiciones
materiales generosas para la agricultura; las montañas en un área tropical ge
neran una gran diversidad de ecosistemas escalonados que serían propicios pa
ra una producción variada, pero esto tiene un límite, porque en general escasea
el agua y las áreas con riego natural son escasas y requieren transformaciones
adaptativas múltiples para su explotación, sin contar con las dificultades que
ofrecen las fuertes pendientes y los procesos de desertificación del frente occi
dental y meridional.^A esta suma de dificultades hay que agregar las impredeci-
bles catástrofes tectónicas y climáticas, debidas a la orogénesis de la cordillera y
los efectos de contraste entre las corrientes marinas de Humboldt (fría) y de «El
Niño» (caliente). *'
Con todo, la desertificación de la costa, provocada por la corriente de Hum
boldt — entre otros factores— se compensa de algún modo con un mar suma
mente rico en fauna y flora marina muy variadas.
A medida que se dirige hacia el Sur la cordillera se va angostando, especial
mente después del trópico de Capricornio, de modo que se convierte progresiva
mente en una muralla alta y estrecha, que separa la vertiente oriental (Argenti
na) de la vertiente occidental (Chile), sin ofrecer las condiciones de habitabilidad
de los territorios de la puna y el páramo.
Estas diferencias, tanto latitudinales como longitudinales y altitudinales, afec
tan de muchas maneras y en distinto grado las condiciones materiales de la exis
tencia humana, de modo que podría decirse que una de las pecuUaridades del te
rritorio andino es la diversidad de las condiciones que el hombre tiene que
afrontar para vivir. Esta diversidad imprime (@ sello muy fuerte la cultura, que
tiende a mantenerse regionalizada y autárquica. Sin embargó, regioñalizacioñ y
autarquía se rompen gracias a la necesidad delfrticular extensos territorios, con
mecanismos de complementariedad de distinta naturaleza y envergadura.
Desde luego, tales tendencias autárquicas y sus mecanismos de articulación
interregional son igualmente diversos, aun cuando es posible encontrar áreas
más o menos extensas, en donde funcionan, de manera más o menos general, ni
DEM ARCACIÓN DEL Á R E A SUDAM ERICANA 103
En cada una de estas áreas, la historia comenzó con la ocupación inicial del es
pacio por los cazadores y recolectores que llegaron a América al finalizar el
Pleistoceno, hace quizá unos 30 000 años.
No es posible aún describir la forma precisa en que se produjo este primer
poblamiento americano y su ulterior avance hacia el Sur del continente. Todos
sabemos que la ruta principal fue gran «puente» terrestre, que unía Asia y
América durante los periodos glaciales, que conocemos como Beringia, suscepti-
We de ser habitado a lo largo de milenios; hoyes el estrecho de Bering, que sepa
ra las penínsulas de Alaska y Chokotka. ^^¿Q^_p.obladpres_de origen asiático,
como parte de su largo proceso de ocupación del territorio, avanzaron lenta
mente hacia el Sur, llegando a Sudamérica antes de finalizar el Pleistoceno, entre
20 00 0 y 12 000 años atrás, o incluso antes. Su contacto con este territorio tuvo
lugar, pues, cuando todavía existían grandes herbívoros como el perezoso gigan
te o M e g a t e r i o un elefante, bajjtjzado como m astodon te, así como pequeños
caballos salvajes, tigres, con diemies de sable o^ m ilod o n te y ^ i ó s animales e5Sin-
guidos desde hace 8 000 o 10 000 años. *
De cualquier modo, la ocupación del territorio por parte de estos cazadores-
recolectores permitió su progresivo conocimiento, de manera que, cuando se pro
dujo la disolución del Pleistoceno y se formó el paisaje actual, pudieron ocupar
los distintos ambientes de manera eficiente. Puede pensarse, desde luego, que los
antiguos pobladores pleistocénicos se extinguieron y fueron reemplazados por
otros durante el Holoceno; sin embargo, los datos conocidos señalan que en al
gunos lugares la ocupación parece haber sido continua desde tiempos pleistocé-
DEM ARCACIÓN DEL ÁREA SUDAM ERICANA 105
nicos hasta épocas recientes, aun cuando hay indicios de muchos desplazamien
tos de los cazadores en diversas direcciones.
La primera ocupación del territorio es un tema polémico entre los prehistoria
dores, que no se ponen de acuerdo en la validez de los hallazgos y mucho menos
en una terminología apropiada para referirse a ellos.'^lEs una época culturalmente
indiferenciada, donde aparecen agrupaciones de cazadores de instrumentos refi
nados — como los de la «tradición Llano» de Norteamérica— o recolectores, cu
yos instrumentos para cazar o recolectar alimentos son totalmente indistintos, y
que en muchos casos no fabricaban de piedra, sino con huesos o vegetales, como
ocurre con los cazadores de Monteverde, en el Sur de Chile (Dillehay, 1986)A
Los prehistoriadores más conservadores sólo aceptan a los cazadores «pa-
leoindios» que ya elaboraban puntas de proyectil y que vivieron hace unos
1 2 0 0 0 años aproximadamente y ponen en duda la existencia de una etapa ante
rior; debe anotarse que en aquel tiempo los cazadores-recolectores ya habían
ocupado América hasta llegar a la Patagonia, en el extremo sur, según lo prue
ban los hallazgos de Junius B. Bird (1988)i^ e x isten pruebas cada vez mayores
de que todo el continente estaba ya habitado por seres humanos.
Al final del Pleistoceno y en su etapa de cambio al Holoceno, hace aproxi
madamente 1 0 0 0 0 -9 000 años a.n.e., se advierte un incremento de la población
de cazadores y tendencias adaptativas muy claras. En la cordillera andina se de
sarrollaron principalmente cazadores de venados o de camélidos y otras especies
menores; en los bosques y valles, cazadores-recolectores con una fuerte aproxi
mación hacia el consumo de frutas y plantas domesticables; y en el litoral, gentes
adaptadas a la explotación de los recursos marinos.
Lo que sucedió en adelante, a partir del noveno milenio, fue un proceso de adap
tación mucho más claro y definido; esta etapa es usualmente conocida como pe
riodo «Arcaico», ( ^ l a jp o c a de la domesticación de plantas y anirnales,.que se
inicia con la consolidación de las asociaciones de pescadores y recolectores de
mariscos, de los cazadores trashumantes o semisedentarios y de los recolectores
según las condiciones del medio. C^una etapa sumarnente..nca en descubrimien
tos y movimientos de población, lo que permitió ocupar la mayor parte de los
nichos ecológicos habitables en el continente."
Son de este periodo las evidehcias más notables del arte rupestre, aun cuan
do aparentemente existían algunás muy antiguas en la Patagonia, en asociación
con la cultura tóldense; en los Andes, proceden de las paredes de las cuevas habi
tadas por los cazadores camélidos, de modo que el principal tema de sus pin
turas son estos animales. Su familiaridad con los camélidos es apreciable, sobre
todo en la puna, donde los llegaron a domesticar hacia el sexto milenio, según
los datos procedentes de la cueva de Telarmachay, en las punas de Junín (Lava-
W éeetal., 1985). ^
tQ ^ ^ istro arqueológico indica que la domesticación de plantas ..se. inició al-
rededor^el séptimo milenio a.n.e., con la posibilidad de que sus hipotéticos an-
106 LUIS G U I L L E R M O LUMBRERAS
En muy pocos siglos, alrededor del 2000 a.n.e., la costa entre Trujillo y Lima se
vio afectada por una población progresivamente más densa, que organizó su
vida en torno a centros poblados, cuya composición incluía edificios de estruc
tura permanente, de obra y función pública más que doméstica, y que, hasta
■donde alcanzan nuestros conocimientos, cumplían funciones ceremoniales apa-
I rentemente ligadas ^ l a predicción del tiempo. ^Es el caso de lugares como Alto
Salaverrv (Pozorski, 1977), Salinas de Chao (Alva, 1986) o Aspero (Feldman,
‘ 1980), por citar sólo algunos de los muchos ya conocidos. Se caracterizan por la
presenciav'3e)plazas hundidas circul^es, ligadas a jin a función ceremonial presu
miblemente calendárica (WiUiams, 1985).'^Progresivamente, los edificios ceremo
niales se convirtieron en dominantes en los asentamientos principales, dejando a
los asentamientos rurales una condición más bien estanciera que aldeana, proba
blemente en relación con los campos de cultivo, sobre lo que no tenemos aún in
formación arqueológica, r
Todo eso fue posible gracias a un gran desarrollo poblacional, apoyado en
una estable economía de base marítima, que permitió una exitosa sedentarización
por milenios, desde los tiempos de Chilca (Benfer, 1986) o aún antes. Los pesca
dores recolectores de mariscos y «lomas» no eran ajenos a la producción agríco
la, de la que se abastecían de insumos para redes y flotadores (algodón y calaba
zos), como tampoco eran ajenos al hábito de observar el movimiento de los
astros y otros indicadores calendáricos (de cambios cíclicos y ocasionales en el
tiempo), con los que todo hombre de mar se encuentra consistentemente asociado
(Fung, 1972):'iWcp_n^ol de las mareas y su relación con los cambios lunares, así
i como las alteraciones faünísticas ligadas a los cambios climáticos y estacionales,
; tienen que haber cumplido un papel muy importante en la formación de un siste
ma ® conocimientos de predicción deljiempo, que al aplicarse a la agricultura se
convirtió en uno de los instrumentos principales para garantizar d3)eficienie_£X-
plotación de los conos aluviales, que hasta entonces eran mínimamente usados.//
Desde luego, en la costa estos conocimientos eran poco eficientes en la inten
sificación de la producción agrícola, a menos que se dispusiera de una tecnología
suficiente como para convertir los fangosos e irregulares conos aluviales en zo
nas tipo-valle; esto sólo era posible gracias a un progresivo crecimiento de la in
fraestructura de riego, que habiéndose iniciado con simples acequias de deriva
ción de las aguas que bajaban por los ríos, debió ampliarse como una red de
canales que incorporaran a la producción, de modo creciente, todo el cono de
deyección y más tarde incluso zonas muy alejadas del cauce de los ríos.
En tiempos del Clásico incluyeron canales intervalles, canales de drenaje
para derivación de aguas excedentarias, etc.; pero todo esto era posible, desde el
principio, gracias £)que existía mano de obra suficiente cojno para llevar a cabo
proyectos agrícolas de gran magnitud, que implicaban © limpieza extensiva de
terrenos baldíos, con pedreríos y bosques xerofíticos y, seguramente, el aplana
do de los terrenos, junto con la excavación de acequias.
Ése fue el punto de partida de una exitosa historia, ^^especialistas en inge
niería hidráulica y elaboración de calendaxJ.osja:e£ÍSDSj;:¿ilJ^^ actividad en
DEM ARCACIÓN DEL ÁR EA S U D A M E R IC A N A 109
0
los templos, lugares construidos para servir de observatorios astronómicos, para
centralizar servicios y, desde luego, para cubrir prácticas mágicoreligiosas que
hicieran posibles Ja ^ ctiv id ades de astrónomos e ingenieros-sacerdotes que, a di
ferencia del resto de los mortales, debían disponer(S¿argsis_aaos,d£.aprendizaje,
con un régimen de trabajo más bien intelectual qu^manual. "
A medida que la eficiencia de los proyectos agrícolas hizo posible la intensi
ficación productiva y un correspondiente crecimiento de la población, los tem
plos se ampliaron y aumentaron, formando llamados «centros ceremonia
les», que son la base sobre la que se organizó la sociedad urbana en los Andes.
El carácter público de los edificios ceremoniales y sus complementarias áreas de
servicios se vio progresivamente asociado :a)la vida de los sacerdotes, sus apren- ¡
dices y ayudantes, y creció no sólo por su papel de centros de trabajo especiali- i
zado, sino como centros residenciales de tamaño ascendente,
En este estado de cosas se advierte claramente un paralelo incremento de los
contactos entre diversas regiones, así como una progresiva adhesión a la forma
de vida agrícola, pasando la economía marítima y recolectora a un papel más
bien dependiente, no necesariamente secundario, dado que Uo^ productos del /
mar nunca dejaron de ser importantes en la vida de los habitantes andinos./.• ¡
Es así como también se inicia una diferenciación entre los Andes centrales y
los demás territorios sudamericanos, cuyos avances fueron sobre todo de intensi
ficación agrícola, cazadora o recolectora, en algunos casos con afirmación y cre
cimiento de la forma de vida aldeana, sin transformación de los patrones neolíti
cos o previos vigentes. Es como se registra la historia hasta bien entrada nuestra
era i , en muchos casos, hasta la época en que llegaron los europeos.
desarrollo urbano activó la producción manufacturera, de modo que el
algodón, convertido en una fibra hábilmente dominada por los agricultores des
de el Arcaico, incrementó su importancia con la producción de telas de un com
plejo y variado desarrollo artístico y t e c n o l ó g i c o tejido se convirtió muv
pronto en la matriz preferida para la represenyición iconográfica de las divinida-
des y las expresiones singulares de las culturas.' La cerámica amplió aún más el
ámbito de las expresíoñes~p[astIcas, sea usando la superficie de las vasijas para
grabar en ellas sus diseños, sea para modelarlas con el barro;'pronto se extendió
a la piedra esta volunta.d de forma, tallando o grabando imágenes en aquellos
lugares donde era posible.
El proceso de desarrollo comprometido con fel) urbanisma no se quedó, desde
luego, circunscrito a uno u otro territorio; una de sus características importantes
fue su tendencia expansiva e integracionista,^en la medida en que exigía el con
sumo de recursos de muy diversas procedencias; inmediatos fueron los de conec- I
tar las experiencias particulares de distintos territorios.'»
(Ex) la región norcentral del Perú se dio un proceso de integración claramente
visible en (In cultura chavín.\iEsta cultura representa u n ^ ^ erte de paradigma de
un proceso de progresiva integración deU^experienrias acumuladas por los pue
blos de la costa, la sierra y la montaña tropical, que alcanza su óptimo desarrollo
en los primeros siglos del último milenio de la era pasada; por eso allí se articulan
la agricultura de la yuca v el maní o cacahuate (Arachis JivP.OSaeal con la del
maíz y el algodón, que representan hábitats de macro- a mesotérmicos, con la
lio LUIS GU ILLERM O LUMBRERAS
Algunos de estos recursos alcanzaron una gran difusión, con diversas formas
de adaptación a ambientes diferentes, como es el caso de los camellones, que se
encuentran desde el Norte de Colombia hasta la región de M ojos en Bolivia, y
sobre todo en la puna que rodea al lago Titicaca en su cuenca norte, donde hay
una infraestructura de camellones [waru-waru] aparentemente desde el Formati-
vo, con su máxima utilización durante la vigencia de la cultura pukara (Erick-
son, 1987).
En estas condiciones, el territorio de los Andes entró en un periodo de evi
dente bonanza económica, que condujo paulatinamente a un activo proceso de
regionalización cultural, derivado de la máxima explotación de los recursos na
turales.
C os^fectos de la regionalización fueron mucho más drásticos en los Andes
centrales que en las otras áreas, aun cuando tanto en los septentrionales como en
los meridionales la identificación regional de las culturas fue también perceptible.
En los Andes septentrionales se intensificó la vida agrícola de carácter aldea
no, aunque hay indicios de formas de vida complejas en la región de Manabí en
torno a la cultura bahía, y también en La Tolita, al Norte del Ecuador. Esta
regionalidad, sin embargo, no pudo quedar al margen de los mecanismos de in
tercambio que son propios del área, por lo que es posible apreciar constantes
desplazamientos de productos de una y otra región hacia las demás. Culturas re
gionales tan aparentemente aisladas como tolita-tumaco estuvieron conectadas
con la sierra de Nariño y la región de Calima en Colombia, así como con Ayaba-
ca en la sierra de Piura, al Norte del Perú.^
m«alurgia_había alcanza.dp un notable _desarrpJlo^nJa^ regio
nales del Ecuador.y-Colojubia, con niveles artísticos espectaculares, tanto en la
orfebrería de oro (platino sólo e.n_tplita-tumaco), como en la metalurgia del co
bre y la tumbaga (aleación de oro y cobre). Pero, hasta donde nuestros conoci
mientos alcanzan,'^metalurgia llegó a los Andes septentrionales en esta época y
desde allí se fue difundiendo hacia el Norte, aún más tarde, hasta llegar a Centro
y Mesoamérica. //
En ios Andes centrales encontramos evidencias más antiguas de conocimien
to metalúrgico; aparecen en asociación con las^culturas chavín y cupisnique, en
el Formativo, y más al Sur, en épocas aun anteriores, entre 1 000 y 1 800 años
a.n.e. Los indicios actuales parecen señalar el Sur andino como uno de los focos
originarios de la metalurgia, tanto del oro como del cobre y otros metales. Por
ahora, el hallazgo más antiguo es (j^ d e Muyu-Moqo. en Andahua-vlas — entre
Cuzco y Ayacucho— , donde Joel Grossman (1972) encontró oro e instrumentos
de trabajo en asociación con cerámica y restos orgánicos que fueron datados ha
cia el 1800 a.n.e. En cuanto al cobre, parece que también tiene una antigua data
en el Sur, en asociación con las culturas vyankarani. chiri£a yjiw anaku I m Boli
via (Ponce, 1970: 42 y 55),"^que caben en un rango de edad entre 1 OÓO y 500
años a.n.e. Hay cobre en asociación con las fases finales de la cultura cupisnique
en el Norte. )
metalurgia alcanzó notables avances en el periodo de los Desarrollos R e
gionales entre las culturas del á re^ e n tra l andina. Se llegó a la elaboración del
bronce, tanto en aleación con el arsénico' (Cu+As) como con el estaño (Cu+Sn),
DEMARCACIÓN DEL ÁREA SUDAMERICANA ||3
miento productivo. Para eso era indispensable buscar la ampliación del territo
rio, lo que era posible sólo mediante la ocupación por la fuerza de los valles ve
cinos, que estaban ya habitados por otras gentes y, para ello, disponer de una
fuerza armada capaz de consolidar posesiones y ampliar a voluntad las fronte
ras. (|^trataba 2_gueSj_deconsoli^i_im con voluntad y necesidad expan
siva, protagoñizado~poFTosTiiiBTtáñtes*3eTos centros urbanos teocráticos, que
incorporaban campesinos y sirvientes, en condición similar a la de los esclavos, a
su régimen de vida, a menos que resolviesen matar a sus enemigos quizá
practicar la antropofagia— como parte de su expansión.
^^cultura_,íiiKanaku.jio tenía el problema de la circunscripción territorial;
no había desiertos u otros factores que impidiesen la expansión de los proyec
tos agrícolas y ganaderos o limitasen el crecimiento de la población. El kaw say
(la subsistencia) estaba resuelto y podía ampliarse generosamente. El problema
era (^^com plem ent^iedad, de la necesidad de disponer de productos tales
como la sal, el ají {Capsicum sp.) para servir de condimentos, del maíz (Zea
m ays) para hacer chicha (cerveza de maíz) o.de la„coca {E rothoxylum coca)
para fines ceremoniafes (^)como complemento .alimenticio. Aparte, claro, de la
búsqueda de piedras finas para joyería, maderas preciosas para los adornos y la
vajilla, metales, etc. />
El periodo Wari, que duró quizá hasta el siglo X de nuestra era, representó
una época de gran desarrollo económico, que se expresa en la plena ocupación
de los espacios productivos, el crecimiento de la población, la diversificación es
pecializada en los varios segmentos de la producción, tanto en el ámbito regio
nal como entre los distintos sectores de la población: pueblos dp nllpmsj Hp pla
teros, centros de producción masiva de telas, vajilla, etc. Una notable tendencia
fue producir cerámica de taller, con uso de moldes, que determinó, a la larga, el
deterioro en la calidad artística de la manufactura, hasta niveles que usualmente
calificamos de «decadentes», pese a queperm itió disponer de productos más
abundantes y técnicamente superiores. (Eg) esta dirección, cambió la sociedad
central andina, formándose Estados de diverso grado de poder, como éOde Chi-
mú, surgido sobre la rica tradición moche, el de Chincha o el del Cuzco, y
Pero se formaron también curacazgos, entidades políticas menores, usual
mente sólo del tamaño de la unidad étnica local, enfrentadas constantemente en
tre sí. Pareciera que la disolución del Estado wari favoreció la reorganización
económica y política según la capacidad para generar excedentes capaces de sol
ventar los gastos que implica asumir su propia soberanía, de modo que en donde
tales condiciones no estaban dadas, la disolución del Estado centralizador repre
sentó también la disolución de los mecanismos de articulación que tenían los pue
blos dependientes de él, quedándose sin la capacidad y la fuerza integradora del
Estado.
Disueltos los vínculos formalizados durante tres o cuatro siglos sobre la base
del Estado, la descomposición económica y social, generó entidades étnicoloca-
les de tendencia autárauica. con relaciones interétnicas reducidas a la defensa de
sus propios espacios y, por lo tanto, más bien bélicas. Estos vínculos más am
plios sólo pudieron reorganizarse con el restablecimiento del régimen estatal
centralista que realizaron los incas del Cuzco en los siglos Xiv y xv. //
En cambio, lo que ocurría @ los Andes septentrionales y meridionales, que
los incas también incorporaron luego a su Imperio, era diferente. Allí no se desa
rrollaron centros urbanos con su correspondiente división social, ni se organiza
ron Estados centralistas.
En el Norte, gracias al desarrollo de la actividad mercantil. (S b formaron
grandes centros de acopio y d istribu ci^ , con capacidad de incorporación de
árdeas a la red de intercambios establecida. En la sierra norte del Ecuador, en Im-
babura y PrcRmcha‘,'Tos señores étnicos locales alcanzaron un notable poderío,
sustentado en la agricultura y el intercambio, y formaron centros de vivienda
complejos, como los de Cochasqói y Zuleta, que concentraban una gran capaci
dad de inversión de mano de obra. No era igual en todas partes, pero entre los
manteños y huancavilcas de la costa el desarrollo llegó a movilizar recursos a
distancias sumamente grandes, tanto hacia el Sur, en los Andes, como hacia el
Norte, hasta Centroam éric^por mar y por tierra.”^ n nuestra opinión, estaban
dadas las condiciones para (1^ formación de Estados de un tipo diferente a los de
los Andes centrales. «-
En el Sur, el patrón de vida siguió siendo aldeano, pero no cabe duda de que
con un incremento considerable de población y con una capacidad ascendente
para someter el medio a las condiciones sociales necesarias. Son ejemplos de esto
LUIS GUILLERMO LUMBRERAS
I 16
C h r i s t in e N i e d e r b e r g e r
Sea como sea, est^ rim era alta civilización del continente americano, que va
a desarrollarse entre @ 1 2 5 0 y el 600 a.n.e., se caracteriza por una iconografía
específica — expresiónT a la vez, 0e}una cosmovisión nueva y de un sistema cohe
rente de creencias— que va a marcar profundamente toda la secuencia de las ci
vilizaciones que se sucederán en la América media hasta comienzos del siglo X V I.
Aun cuando las regiones semiáridas han proporcionado, en razón de las condi
ciones favorables de conservación que allí reinan, las pruebas más antiguas de
domesticación de plantas en la América media, es probable que esas regiones no
hayan desempeñado un papel central en la puesta en marcha no sólo de una eco
nomía agraria, sino también del conjunto de los procesos que caracterizan un
modo de vida neolítica.
En cuanto a la domesticación de plantas, es en el valle de Oaxaca, más preci
samente en la gruta de Guilá Naquitz, donde se ha encontrado el más antiguo
testimonio fiable de actividad agrícola. ^ trata de un fragmento de una calabaza
comestible (Cucurbita p ep o ), descubierta en un nivel arqueológico de 8 ÓÓÓ años
a.n.e. (Smith, 1986: 272).«
El inventario de plantas que los arqueólogos encontraron en el valle semiári-
do de Tehuacán (Puebla) muestra también que, entre 5 000 y 3 500 años a.n.e.,
se explotaban cucurbitáceas, frijoles (Phasoleus), chiles (Capsicunt), aguacates
(Persea am ericana), granos de Setaria, de amaranto y de maíz y que algunas de
esas plantas eran ya objeto de manipulaciones agrícolas (MacNeish, 1967).
Sin embargo, el nomadismo perduró durante mucho tiempo en esas regio
n e s . Estas comunidades poseían un profundo conocimiento del ciclo anual de ios
diversos recursos silvestres, pero también una gran movilidad para poder explo
tar ecosistemas dispersos y temporalmente fértiles (Flannery, 1968). Al comien
zo de la estación de lluvias — de mayo a octubre— , los habitantes de esas zonas
cosechaban las vainas de plantas leguminosas {Prosopis, A cacia, Leucaena) y los
frutos espinosos del nopal y de la pitahaya. Al final de la estación de lluvias, se
desarrollaban actividades hortícolas en los fondos de las cañadas húmedas. Por
otra parte, en otoño se explotaban, las nueces y las bellotas de las plantas de las
regiones aluviales. Por último, durante el periodo más seco del año, en invierno,
se explotaban recursos disponibles todo el año: @ venado de cola b l a n c A , - e l co
nejo, los lagartos, las aves o los roedores, así como también las raíces del pocho
te o "algodonero silvestre (C eiba parviflora), las pencas del agave y el nopal
(Opuntia).^' _________
Ahora bien, en el estudio de las regiones semiáridas el caso deLlghuacánJnos
parece muy interesante, ya que muestra que el conocimiento de las prácticas
agrícolas, al menos a partir del quinto milenio, no va a cambiar en absoluto el
tipo prevaleciente de ocupación seminómada del territorio hasta aproximada
mente 1 500/1 000 años a.n.e. Aun cuando se conocen las prácticas agrícolas, los
120
CHRISTINE NIEDERBERGER
El fin del tercer milenio y los comienzos del segundo a.n.e constituyen una im
portante etapa en 4 ^ eyolución de las sociedades de la América media. Se genera
lizan los modos de vida sedentaria en aldeas permanentes. Por primera vez, se
nota el nítido predominio de las plantas cultivadas en el régimen alimenticio. Fi
nalmente, en el plano tecnológico, s^observan la aparición y el desarrollo de fi
gurillas y de recipientes de barro cocido.
Estos desarrollos conciernen únicamente a las regiones centrales y meridio
nales de la América media, que muy pronto emergerá como una región nuclear
— sede de una civilización compleja-^, conocida hoy con el nombre de «Mesoa-
mérica». En las regiones situadas al; Norte de este universo agrario los cazado-
res-recolectores continuarán su modo vida_^minójiiad^ hasta las épocas
históricas.'^
I
Prim eros testim onios cerám icos
Ilustración 1
TLAPACOYA-ZOH APILCO. SUR D E LA CUENCA D E M É XIC O .
FIGURILLA D E BA RRO COCIDO Y ZON AS DE H O GARES DEL T ER C E R M ILEN IO a.n.e.
AA . • B
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28
s . ■ © . ■ •22
(;
27 28;
N
i
l
!
1 0 50cm
(
*° n
4'" o -
Zona de hogares del tercer milenio a.n.e, con testimonios de actividades mutiestacionales y ocupa- i
ción permanente del territorio. Las muestras de carbón recolectadas cerca de la figurilla de barro co
cido nf 21 y parte superior) dieron la fecha C 14 del 2 3 0 0 a 110 a .n.e. (tiempo radiocarbono no co
rregido). Se trata de la más anogua figurilla encontrada en América Media. »
1. F r a ^ e n t o de «mano» para moler. 2, 4;íM acronavajas de andesita. 3, 6, 7, 2 8 , 2 9 , 4 1. Lascas
utilizadas de andesita. 5. Arterfacto de basalto con muesca. 8. Semillas de amáranm m lrivaHo {Ama-
ranthus leucocarpus). 9. Parte distal de una .asta de venado {O docoileus virginianus). 10, 3 3. Frag
mentos de «manos» cortas de toba volcánida. 11, 12, 13, 14, 16, 17, 18, 2 3, 2 4 , 3 0, 3 1 , 38 y 40
Lascas microllticas de obsidiana. 15. N avaja prismática de obsidiana. 19. Núcleo de basalto. 20
«M ano» corta de basalto. 2 1. Figurilla antropomorfa de arcilla cocida. 2 2. Fragmentos de carbono
2 5 . Semilla de Cucurbita. 16. «Mano» corta de basalto vesicular. 2 7 y 36. Raederas de andesita. 32
«M ano» de andesita con zona de desgaste pasivo en la parte superior. 34. Fragmento de madera. 35
Gubia de andesita. 37. Lasca de basalto. 3 9. Fragmento de vasija en toba volcánica vesicular.
Entre los vestigios de huesecillos de animales recolectados en esta zona de hogares figuran huesos de
peces blancos (Chirostoma), vértebras de ajolotes {Ambystoma), restos de gallina de agua {Fúlica) y
numerosos huesos de anátidos entre los cuales se identificaron tres especies migratorias, residentes
invernales en este sitio lacustre: el pato de collar {Anas platyrhynchos), el pato golondrino (Anas
acuta) y el pato cucharrón (Spatula clypeata). (Niederberger, 1979 y 1987: 3 34).
CHRISTINE NIEDERBERGER
124
Ilustración 2
CO N JU N TO S CERÁM ICOS DEL FORMATTVO ANTIGUO
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a) Cerámica con engobe rojo de la fase Barra (1600-1400 a.n.e.). Altamira, Chiapas
(Green y Lowe, 1967).
b) Formas típicas de la fase Capacha, asociada a la fecha C14 de 1450 a.n.e. Estado de
Colima (Kelly, 1980).
L A 5 C IV IL IZ A C IO N E S A N T I G U A S Y S U N A C IM 1 E N T O 125
mente dicha y un espacio doméstico externo. En este último se situaban unas fo
sas de forma tronco-cónica — cuya primera función era almacenar cereales— , las
zonas de entierros familiares, los hornos de barro, así como las áreas dedicad^
a la molienda de maíz, a la cocción de alimentos o a la fabricación de vasijas.ü^
perro, y quizás una especiede loro, estaban domesticados.
La economía de subsistencia estaba basada en el cultivo del maíz — quizás
asociado al teosinte (Zea m exicana)— y otras plantas cultivadas como el agua
cate (Persea am ericana). La dieta se completaba con la recolección de ciertas
plantas silvestres como la del fruto del nopal (Opuntia). Entre los animales caza
dos y consumidos se encontraban el venado cola blanca, el conejo y la tortuga
de agua dulce del género Kinosternon.
Los instrumentos líricos abarcaban muelas y «manos» de piedra pulida, para
la molienda de los cereales, así como puntas de proyectil, cuchillos, raederas y
raspadores de pedernal y obsidiana.
La industria cerámica está representada por ollas monocromas de color
bayo o café, rojo y naranja, tazones hemisféricos con decoraciones geométricas
de color rojo sobre engobe bayo. Se nota también la presencia de ollas sin cuello
(tecom ates) y de platos de fondo plano y bordes divergentes. Entre los temas
más comunes de decoración plástica se nota la impresión de mecedora (rocker-
stamping).
Estas características se observan también en los complejos cerámicos con
temporáneos de la costa pacífica meridional Chiapas-Guatemala, en San Loren
zo, sobre la costa del Golfo, así como en Tlapacoya-Zohapilco, en la cuenca de
México. Sin embargo, es preciso notar que estas tres últimas regiones poseen, en
este nivel cronológico, un conjunto cerámico cuyo repertorio es sensiblemente
más rico en formas y modos decorativos.
Sobre la costa del Pacífico, @ la región de Ocos. cuya riqueza ecológica he
mos evocado más arriba, una larga tradición sedentaria y el uso de la alfarería
desde la fase Barra llevaron a un modo de vida particularmente elaborado, hacia
el 1400 a.n.e. Las casas, con paredes de adobe a menudo blanqueadas con cal, se
construían, para evitar posibles inundaciones, sobre pequeños montículos. La
densidad de la población parece haber sido más elevada que en la región de Oa-
xaca para la misma época. Trabajos arqueológicos recientes, llevados a cabo por
J. Clark y M. Blake en la costa pacífica de Chiapas, ofrecen, de hecho, interesan
tes datos indicando la posibilidad de un desarrollo precoz de pequeños cacicaz
gos y sociedades de rango en esta región (cf. Fovsrler, coord., 1991).
Los recursos marinos desempeñaban un papel preponderante en la economía
de subsistencia. ^Según ciertos autores, tubérculos como l^m andioca pudieron
haber formado parte de las plantas cultivadas, aun cuando no "se" hayan encon
trado vestigios arqueológicos de este arbusto. ♦
Por otra parte, comienzan a estudiarse sistemáticamente los niveles cerámicos
antiguos de otras regiones de la América media hasta ahora poco conocidas. Así,
en el Estado de Colima, en el Noroeste de México, L Kelly (1980) definió un
complejo cerámico antiguo, denominado «Capacha», asociado a la fecha C14
1450 a.n.e. Las vasijas Capacha provienen esencialmente de ofrendas funerarias,
ubicadas en tumbas excavadas en el subsuelo. Esas vasijas incluyen ollas, tazones
CHRISTINE NIEDERBERGER
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M a p a de C . N ie d e rb e rg er, 1 9 8 7 : 7 8 2 .
123 C H R IS TIN EN IED ER BER G ER
O cciden te de M éxico
Ilustración 4
ICO N OG RAFÍA DEL H O RIZO N TE OLM ECA EN GUERRERO
.-f
y los labios con las comisuras dirigidas hacia abajo. Sobre el torso embrionario se
observa el motivo de las fajas cruzadas o cruz de San Andrés. Por último, cada
una de las manos sostiene una antorcha que remata en una llama, tste último ras
go iconográfico podía conferir a cada uno de los seres mitológicos representados
— probablemente asociados con los cuatro puntos cardinales— la calidad sagrada
de guardianes diurnos y nocturnos de la zona ceremonial (Ilustración 4g).«
Allí puede notarse una característica arquitectónica interesante. El patio, si
tuado por debajo de una serie de plataformas dispuestas sobre el flanco de relie
ves montañosos naturales, respeta ya la ley arquitectónica del patio hundido que
encontrará su apogeo en el trazado urbano de la Mesoamérica clásica. Este patio
poseía sistemas de drenaje constituidos por piedras taüadas en forma de,LI,y..pxo-
vistas de tapas. En la pared norte se encontró una escultura megalítica en forma
de cabeza humanay más recientemente, G. Martínez descubrió, sobre la explana
da yuxtapuesta, do^estelas y un megalito en forma de sapo (cf. Clark, 1994). En
la zona este de la pTátáfórma norte Gámez Étemod excavó el área de un pequeño
altar de cantos rodados, con un monolito en forma de estela levantado en su cen- ¡
tro. Alrededor de esta estructura se encontraron las sepulturas de cuatro infantes,/
uno de los cuales estaba acompañado por el entierro de dos perros.^ '
*^Por último, ^ ^ estructuras de _dec_oradón__arquitectónica hecha de barras y
puntos pertenecen a una tercera fase de la construcción fechada entre el 800 y el
600 a.n.e.i/
Un importante sistema hidráulico fue construido para asegurar la regulari
dad de la producción agrícola. Incluía un dique de almacenamiento río arriba,
que recibía aguas pluviales y manantiales, así como un grandioso acueducto for
mado por dos filas paralelas de imponentes monolitos, de 1.20 a 1.90 m de altu
ra, cubierto por grandes lajas. ^
La excavación de una unidad habitacional que hemos realizado en Teopan-
tecuanitlan ha proporcionado algunos datos sobre la dieta alimenticia en vigor
al principio del primer milenio a.n.e., dieta que incluía — al lado del maíz pre
sente en el registro polínico— , fel)bagre del río Balsas, cangrejos, conejos, dos es
pecies de cérvidos y una sorprendente proporción de perro.,^El piso de la casa
principal (sitio 5) y las fosas troncocónicas asociadas contenían una gran canti-
tad (74% del total de la industria lítica del sitio) de navajas prismáticas y otros
artefactos de obsidiana negra, de bandas grises, probablemente importada de la
cuenca de México. De gran interés fue también el análisis de las conchas mari
nas encontradas en esta unidad, en forma de piezas enteras, fragmentos sin tra
bajar o parcialmente trabajados yjjde adornos terminados, lo que sugiere da) pre
sencia de un taller de manufactura de este material en el sitio. Al menos ocho
géneros de conchas marinas, toHas, provenientes de la costa pacífica, están repre
sentadas. Por su destacable cantidad, la más preciada parece haber sido la ma
dreperla (Pinctada m azatlanica). Eijtre los artefactos de cerámica se encontraron
platos de base plana con engobe blanco, con motivos incisos en el fondo y el
motivo de la doble línea interrumpida en el borde interno, así) como grandes fi
gurillas Jiuecas_en_fqrma de niños mofletudos, cubiertas de engobe blaiicp_,alta-
mente pulido. Los habitantes de esta unidad habitacional — implicados en la ad
quisición, almacenamiento, producción y redistribución de bienes obtenidos en
132 CHRISTINE N IEDERBERGER
E J A ltiplano central
Ilustración 5
CH A LCA TZIN G O, M O R ELO S
Estela de 1.80 m de alto, con la efigie de un ser sobrenatural con hocico abierto (a) y ba
jorrelieve rupestre n? 1, llamado «El Rey» (b), con un dignatario sentado en el interior de
una cueva, implicado en rituales de petición de lluvia. Ambos temas iconográficos están
ligados al simbolismo de la caverna-hocico del monstruo terrestre híbrido, dragón con
elementos reptilianos y feUnos, visto de frente (a) y de perfil (b), con conotaciones polisé-
micas: recintos secretos de iniciación, puertas de inframundo, aguas subterráneas o fertili
dad agraria. (Grove et al., 1987)
CHRISTINE NIEDERBERGER
134
Ilustración 6
P ER SO N A JE D E A LTO T O C A D O Y ATAVÍO EM BLEM Á TICO RELACIONADO
C O N E L JU EG O D E PELOTA. TLAPACOYA-ZOH APILCO. CUENCA DE M É X IC O
Esta figurilla de barro cocido (19 cm de alto), con vestigios de engobe blanco y restos de
pigmento lo jo , ostenta una compleja vestidura/:co5)atributQS típicos del iuego de pelota
mesoamericano: bandas de brazo y de tobillo, ancho y espeso cinturón con un adorno
circular central (espejo de hematita) y refuerzos para proteger las caderas. Las connota
ciones sagradas del juego y sus implicaciones rituales se reflejan en los adornos de la ca
beza que lleva una máscara, un alto tocado y orejedas de gran tamaño, (foto de C. Nie-
derberger, Niederberger, 1 9 8 7 ).,
LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS Y SU NACIMIENTO 137
Ilustración 7
TLAPACOYA, CUENCA D E M É X IC O
Ilu stració n 8
TLAPACOYA, CUENCA D E M É X IC O
-------------^
w w /m /M
Motivos excis^ e incisos recurrentes en la iconografía cerámica, hacia el 1000 a.n.e. Predo
mina el tema la cabeza 'humana con tasaos felinos (a, b, d). El motivo b (Parsons, 1980)
es particularmente interesante, con el perfilimpoiieñté del hombre-felino asociado a lo que
interpretamos como claros símbolos de fuerza sobrenatural y de poder político: Qmano que
manda, el ojo que, ve .y la oreia que oye. Los motivos incisos sobre una vasija de pare3és"coñ-
vexas (c) podrían ya representar un prototipo del glifo mesoamericano «1 Temblor». Los
motivos (f) incisos sobre una vasija cilindrica de engobe blanco amarillento evocan, con una
visión sintética o con elementos desarticulados, el monstruo terrestre con hendidura frontal,
cejas flamígeras, nariz bulbosa, hocico abierto marcado con una cruz de San Andrés, símbo
lo de la entrada al inframundo (dibujos: Joralemon, 1971, cf. Niederberger, 1987).
LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS Y SU NACIMIENTO 139
Ilustración 9
PUEBLA Y OAXACA
L 1 , 11 TTT j
a) Figurilla de jadeíta, con antorcha y manopla, de San Cristóbal Tepatlaxco, Puebla.
•b) Pequeño felino de jade de N ecaxa, Puebla.
c-d) Estas hachas ceremoniales, provenientes de O axaca, figuraban, desde el final del
segundo milenio a.n.e., entre los bienes preciados tanto por su valor en los intercambios
económicos y la consolidación de un estatuto social, como por su contenido simbólico,
(cf. Joralemon, 1971).
140 CHRISTINE NIEDERBERGER
O axaca
L a costa d el G o lfo
A partir de fines del segundo milenio a.n.e., en las siempre verdes y húmedas lla
nuras de la costa del Golfo comenzaron a desarrollarse importantes capitales re
gionales: La Venta, San Lorenzo, Laguna de los Cerros y Tres Zapotes.
La Venta, en el Estado de Tabasco, representa, entre el 1000 y el 500 a.n.e.,
uno de los sitios más importantes de la Mesoamérica antigua con una extensión
total estimada, según las últimas investigaciones cartográficas, en 200 ha en el
momento de su apogeo (González Lauck, 1989).
El trazado del sitio fue planificado a lo largo de un eje Norte-Sur, afectado
por una desviación de 8° Oeste. Primero se exploraron tres conjuntos de arqui
tectura civil y ceremonial llamados Complejos A, B y C (Drucker, Heizer y
Squier, 1959) (Ilustración 10a).
LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS Y SU NACIMIENTO 141
Ilustración 10
LA VEN TA, TABASCO
a) Área central del sitio arqueológico' y plano de los Complejos A, B y C. La zona pun
teada corresponde al gran montículo de tierra compactada (Estructura C-1) (M cD o
nald, 1983).
b) Estela 1. M onolito de basalto de 3 .4 0 m de altura con un bajorrelieve que representa
a un dignatario con alto tocado y una capa quizás hecha de plumas, rodeado de pe
queños acólitos (dibujo de Miguel Covarrubias, 1961, 74).
142 CHRISTINE NIEDERBERGER
Ilustración 11
COSTA DEL G O LFO
Ilustración 12
SAN LO REN ZO Y P O TR ER O N U EVO , VERA CR U Z
Ilustración 13
SAN L O R E N Z O , VERA CRU Z
En Chiapas las fases culturales Barra y Ocos fueron seguidas por las de Cuadros
(1100-900 a.n.e.) y Jocotal (900-800 a.n.e.), fuertemente ligadas al horizonte ol
meca panmesoamericano, y luego por la de Conchas (800-400 a.n.e.) (Coe y
Flannery, 1967; Lowe, 1978; Navarrete, 1971).
A lo largo de las fases Cuadros y Jocotal, el litoral pacífico y la zona central
de Chiapas fueron el marco del florecimiento de una multitud de sitios. En cuan
to a las ocupaciones más antiguas, T. Lee (1989) señala tres sitios en la zona del
Grijalva Medio — entre ellos San Isidro, que tenía una plataforma baja— , ocho
sitios en la depresión central y siete sitios sobre la costa pacífica. A partir del
900 a.n.e., T . Lee (1989) observa, en estas tres regiones, importantes mutaciones
que califica de «revolución», tanto(@ )la arquitectura como en la planificación
espacial, con grandes estructuras piramidales de tierra, plataformas «acrópolis»
con varíáFcóñsfrucciones de piedra y edificaciones fórmales del juego de pelota.
La riqueza del Estado de Chiapas en esculturas megalíticas, en grabados ru
pestres y en objetos de arte mobiliario, tales como hachas pulidas, pectorales,
«cetros» y estatuillas que corresponden al horizonte olmeca, es bien conocida
(Navarrete, 1971; 1974). La estela de Padre Piedra muestra a un dignatario con
la característica «manopla» olmeca, especie de escudo manual. El bajorrelieve de
Xoc representa a un hombre con los pies en forma de garras, visto de perfil, con
una máscara bucal aviforme y un tocado alto adornado con el motivo de las
bandas cruzadas.
La continuidad geográfica de este conjunto cultural está atestiguada en Gua
temala, en particular en el litoral pacífico y, más al interior, en Abaj Takalik
(Graham, 1978). Abaj Takalik, que cuenta con una larga secuencia de ocupa
ción, es considerado como uno de los sitios del horizonte olmeca más importan-
LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS Y SU NACIMIENTO 147
Ilustración 14
GUATEMALA
Ilustración 15
ICO N OG RA FÍA DEL H O R IZ O N T E O LM ECA PAN M ESO A M ERICA N O
Ilustración 16
C E R R O D E LAS MESAS, VERACRU Z
El tema del infante, a veces revestido de connotaciones sagradas, tiene un rol preponde
rante en la iconografía olmeca. Esta estatuilla de jadeíta verde de 12 cm de altura repre
senta a un niño llorando.
Cortesía del Museo Nacional de Antropología, México.
F O R M A C I O N E S R E G IO N A L E S D E M E S O A M É R IC A :
L O S A L T IP L A N O S D E L C E N T R O , O C C ID E N T E ,
O R IE N T E Y S U R , C O N SU S C O S T A S
L i n d a M a n z a n illa
C uenca d e M éxico
Aun cuando la cuenca de México no fue una región donde la presencia olmeca
fuese predominante, sí fue escenario de relaciones entre el mundo olmeca y los
grupos locales (particularmente en Tlapacoya y Tlatilco). Se ha propuesto la exis
tencia de una especialización intercomunal en la producción^Ecatepec estaría de
dicada a la extracción y procesamiento de la sal; Coapexco, a la manufactura de
manos y metates;'"''Loma Torremote, al abastecimiento y distribución de la obsi
diana, lo mismo que los sitios Altica del valle de Teotihuacan; Terremote-Tlalten-
co, a la manufactura de cestos y cuerdas; Tlapacoya, a la explotación de recursos
faunísticos de origen lacustre (Sanders, Parsons y Santley, 1979; Serra, 1980). De
un mundo sedentario distribuido homogéneamente en torno a los lagos de la
cuenca, se pasó a un patrón de nucleación de la población alrededor de centros
importantes, como Cuicuilco y Tlapacoya, ubicados principalmente en el Sur.
En sitios del sector de Cuauhtitlán, en el Norte de la cuenca de M éxico, se
observan patrones culturales de inmigrantes probablemente de la región de Tula,
y relaciones con la zona de Chupícuaro, en Guanajuato.
LINDA MANZANILLA
IS 2
Valle d e O axaca
Costa d el G o lfo ■V
El fin del desarrollo olmeca se caracteriza por la probable llegada de nuevos gru
pos; se observan nuevas materias primas en el área, y desde el 6 0 0 al 40 0 a.n.e.
en La Venta se comienza a plasmar un nuevo tipo físico; además las estructuras
y los grandes monumentos de piedra son destruidos, rotos y enterrados en forma
ceremonial (Bernal, 1974: 217).
154 LINDA MANZANILLA
Así, el área de la costa del Golfo se vuelve marginal y ya no será más el pivo
te del desarrollo mesoamericano. El surgimiento de culturas locales en varios
puntos de Mesoamérica fue la base de la integración macrorregional del hori
zonte Clásico.
Durante el Clásico, el área de la costa del Golfo se caracterizó por las cultu
ras de Veracruz central y de la Huaxteca. En Veracruz central destaca el estilo
escultórico de cerro de las Mesas, la cultura de Remojadas-Tlalixcoyan-Apachi-
tal (con su escultura menor en barro y las famosas «caritas sonrientes») y el
complejo «yugo-hacha-palma» (desde el área de Tampico-Pánuco hasta el Bajo
Usumacinta) (Ochoa, 1989).
Sin embargo, el desarrollo más destacado del Clásico Tardío y Epiclásico co
rresponde a la cultura del Tajín, que reseñaremos más adelante.
O cciden te d e M éxico
Ilustración 1
SECUENCIAS CRONOLÓGICAS M ENCIONADAS
V E>estrucción del
Toilan
Mazapan V Tajín
500 a n e
Texóloc Rosario
Ilustración 2
LOS ALTIPLANOS M EXIC A N O S DURANTE EL CLÁSICO Y POSTCLÁSICO TEM PRANO
Ilustración 3
Ilustración 4
L a religión. Para las primeras épocas teotihuacanas destaca un culto a las cuevas
que comienza a ser esclarecido recientemente (Manzanilla et al., 1989). Proba
blemente estas cuevas determinaron la ubicación deJLa^ -giaadejS pirámides^~3eTa^
primeras épocas (Heyden, 1975) y quizá del primer centro urbano.
Las deidades más importantes de la religión urbana de Teotihuacan eran
Tláloc, Chalchiuhtlicuel^ u etz a lcó atl ,y eljdios_Mariposa. En las unidades resi
denciales, como parte delcuíto dMnéstico, aparece Huehuetéotl, deidad que sur
ge desde el Preclásico Superior. Se menciona también al dios Gordo y quizá, en
sus últimas fases, a Xipe Tótec.
160 LINDAMANZANILLA
La caída de Teotihuacán tuvo lugar alrededor del 750 n.e. Los factores que in
tervinieron en dicha caída fueron; j
FORMACIONES REGIONALES DE MESOAMÉRICA |¿|
Durante Monte Albán Illa (100 a 4 0 0 n.e.) hay evidencias de contacto estrecho
con Teotihuacan. (^ 1^ la plataforma sur observamos lápidas grabadas con altos
personajes teotihuacanos que llevan copal y van desarmados a visitar a un señor
zapoteca. Parece, pues, que conmemoran una alianza política entre las dos ciu
dades. No hay que olvidar que eníj^ parte Sudoeste de la ciudad de T eotihuacan
ejdstía una pequeña colonia„zap.ot££a.-.
D esarrollo urbano d e M onte A lbán. Monte Albán llegó a cubrir un área de 6.5
km^ y tuvo una población@ 25 0 00 personas aproximadamente (Winter, 1989:
34 ss.). Del 500 al 200 a.n.e., este centro urbano comenzó gyoncentrar la mitad
de la población del valle en las terrazas habitacionales de las laderas del cerro. Se
observan para entonces tres áreas densamente pobladas (al Este, Oeste y Sur de la
LINDA MANZANILLA
162
Ilustración 5
plaza principal), hecho que ha sugerido la existencia de tres barrios, quizá rela
cionados con los tres ramales del valle (Ilustración 5).
En el resto del valle se han localizado cuatro centros administrativos secun
darios, espaciados uniformemente, ^^producción de cerámica tiene un carácter
estandarizado
Durante esta fase se erigen más de 300 lápidas de «danzantes», que podrían
ser cautivos de guerra, muertos, mutilados o enfermos.
Para Monte Albán II (200 a.n.e. a 100 n.e.)@ aban d on an varios centros del
somonte. Ésta fue la única fase en la que Monte Albán emprendió campañas írue-
ra del valle, como lo demuestra el puesto militar cerca de Cuicatlán. Monte Al
bán se extiende al cerro vecino de El Gallo y se construyen también los grandes
muros defensivos del sitio, que se extienden al Norte, Noroeste y Oeste de la
parte central. En el sector norte el muro cruza una gran barranca formando así
un represamiento de 2 .2 5 hectáreas de superficie. En la cima del cerro, la Gran
Plaza es construida y estucada.
Monte Albán III es la fase de mayor población y construcción arquitectóni
ca. Las colinas de Atzompa y Monte Albán Chico fueron ocupadas por primera
vez. Durante la subfase Illa hace su aparición el tablero de doble escapulario,
marcador arquitectónico zapoteca.
Durante Monte Albán Illb (400-600 n.e.), ({a^capital cuenta con 3 0 0 0 0 per-
sonas. (su máxima población), como respuesta a un aumento demográfico masi
vo en la porción central del valle. Se han localizado catorce sectores que podrían
haber funcionado como barrios. En el sector norte de la Gran Plaza se construye
FORMACIONES REGIONALES DE MESOAMÉRICA 16 3
L a organización social y política. Desde Monte Albán Illa @ observa un interés es
pecial por establecer genealogías reales zapotecas a través de representaciones en
las que destaca el motivo «fauces del cielo» (terminología de Alfonso Caso). Las
capitales de distrito fueron Xoxocotlan, Zaachila, Cuilapan y Santa Inés Yatzeche. f
La fase Monte Albán Illb muestra ¿ñ) sistema regional más centralizado. El
mundo zapoteca se aísla del exterior y la Mixteca se separa de la tradición del
valle de Oaxaca. El nuevo complejo palaciego que se contruye en el sector norte
de la Gran Plaza pudo haber sido la residencia del señor zapoteca.
Durante Monte Albán IV el centro urbano declina. El sitio más grande del
valle es Jalieza, capital regional con 16 000 habitantes. Otros sitios, como Lam-
bityeco, comienzan a cobrar importancia d eb id o@ Ja explotación de la sal. La
pérdida de la autoridad central de Monte Albán origina un patrón de centros
políticos independientes y competitivos, separados por territorios despoblados.»-
El colapso de Monte Albán ha sido atribuido al hecho de que, sin la presencia de
Teotihuacan, existía una razón menos para mantener una población tan grande
en una cima improductiva.
piye, estaba dividido en cuatro periodos de 65 días (cocijo), que a su vez estaban
integrados por cinco subdivisiones de 13 días {cocii).
Las Estelas 12 y 13 de la Galería de los «danzantes» (pertenecientes a Monte
Albán I) presentan los textos jeroglíficos más antiguos de Monte Albán. En ellas
observamos tanto ieroglíficos calendáricos como de otra índole. Se ha propuesto
que ambas estelas pertenezcan a un. solo texto en dos columnas. De ser así, la
lectura nos proporcionaría el año y el mes, cuatro glifos de evento y los nombres
del día y mes correspondientes. Existen también representaciones de sitios con
quistados. Desde el inicio del horizonte Clásico (Monte Albán III) observamos
monumentos que podrían referirse a genealogías reales.
Durante Monte Albán IV ocurre la pérdida de la autoridad central de sitio
anteriormente rector (Blanton y Kowalew^ski, 1981; Flannery y Marcas, 1983).
Hacia el 700 n.e. ya no hay construcción pública en el sitio y el número de
habitantes disminuye drásticamente (de 30 000 a 4 000/8 000 habitantes) (Flan
nery y Marcus, 1983).
Durante el Clásico, ningún centro dominó el área de la Mixteca, pero sus cen
tros urbanos tenían patrones particulares. Muchos están separados a un día de
camino (aproximadamente 30 km).
Existen algunas evidencias de conflicto en las primeras fases del Clásico: ubi
cación de los asentamientos en la cima de los cerros (cerro de las Minas, Diquiyú
y Monte Negro), construcciones defensivas, cabezas trofeo (Huamelulpán, Yu-
cuita y Monte Negro), interrupción de la ocupación (cese de construcción, aban
dono, hiato, etc.) (Winter, 1989: 3 6-38).(S^podrían interpretar como unidades
políticas en competencia. Los elementos compartidos son fundamentalmente es
tilos similares de puntas de proyectil, piedras de molienda, técnicas constructivas
y ciertos motivos (cabezas trofeo, «dagas», entre otros).
Los centros de la Mixteca difirieron de los zapotecas en términos de cerámica,
elementos arquitectórúcos y detalles en las costumbres funerarias (ibid.). A pesar de
compartir la elección de la ubicación de sus ciudades en las cimas de los cerros, nin
gún centro mixteca tuvo(gl)monopoLio urbano de especialistas en artesanías, merca
dos, comercialización y traza en retícula (Marcus, en Flannery y Marcus, 1983).
Simultáneamente a la caída de Monte Albán, son abandonados varios ce^n-
tros de la M ixteca. Una nueva organización política surge: íQ ciudad-estado, ca-
\ ' pital de señoríos independientes. Cada una funcionaba como sede de una familia
gobernante, así como centro religioso y de mercado. Existían además centros se
cundarios, administrados por una nobleza de menor rango.
Otra característica de la época posterior al 750 n.e. fue la existencia de es
tratificación social bien definida,^ q u e las distinciones de clase eran heredita
rias (Winter, 1989: 71).
Marcus (en Flannery y Marcus, 1983: 358) ubica la declinación de los cen
tros mixtéeos hacia el 900-1000 n.e., paralelamente al surgimiento de los cen
tros ñuiñe de la Mixteca Baja que, a su vez, declinan frente al poderío tolteca.
Con el fin de Tula resurge el poderío mixteca de la Mixteca Alta.
FORMACIONES REGIONALES DE MESOAMÉRICA 16 5
C holula y C acaxtla
Ilustración 6
Ilustración 7
X och icalco
Ilustración 8
Las laderas de los cerros estaban ocupadas por las áreas residenciales, dis
puestas sobre terrazas. Las habitaciones se distribuían alrededor de patios inter
nos y albergaban a familias extensas en superficies de 350 a 1 000 m^.lOestaca el
uso de cuevas como lugares de almacenamiento (Hirth y Cyphers de Guillén,
1988: 121-122). -í'
De los cuatro talleres (S2)obsidiana en el sitio, sólo uno estaba especializado
en navajillas prismáticas con núcleos importados. La diferencia entre el abasteci
miento de obsidiana del Clásico respecto del Postclásico es la mayor diversidad
de fuentes para este último.
La parte baja del cerro principal estaba ocupada por murallas, bastiones y
fosos. La naturaleza de la arquitectura militar sugiere que su población pudo ha
berse defendido en segmentos independientes pero coordinados. Así, se sugiere
que la sociedad de Xochicalco haya sido heterogénea, pero integrada política
mente (Hirth y Cyphers de Guillén, 1988).
Del área total del sitio, un 31% estaba destinado a arquitectura cívicocere-
monial, contrastando fuertemente con otros sitios. Por lo tanto, se ha pensado
que poca gente estuviese de hecho viviendo en el sitio.
1 Xochicalcq/fue, probablemente, la cabeza de un «estado secundario» y quizá
se constituyo en competidor de Teotihuacan por el control de rutas de intercam
bio hacia Guerrero y el río Balsas, según sugiere Litvak.
Su fin quizá está relacionado con la llegada(^ l o s grupos chichimecas o con
la expansión de los olmecas-xicallanca.
E l T ajín
Ilustración 9
Contamos con algunas evidencias que sugieren que los grupos teotihuacanos va
tenían contacto con la región de Tula durante el Clásico — en sitios como Chin-
gú— , probablemente con el fin de obtener ciertos recursos como la roca caliza
para producir estuco. *'
La primera fase de ocupación de Tula es la fase Prado (700-800 n.e.), en la
que un grupo del Norte u Oeste se estableció en Tula junto con la población lo
cal; su cerámica es Coyotlatelco, pero más semejante a los materiales del Clásico
Tardío de Querétaro, Guanajuato y Michoacán (Diehl, 1981: 279).
Durante la fase Corral (800-900 n.e.) se observa la primera ocupación sus
tancial de Tula, particularmente en Tula Chico; todo el complejo Coyotlatelco
— desde El Bajío hasta la cuenca de México— se encuentra integrado. El final de
esta fase es crítico en cuanto a que preludia la aparición de Tula como un Estado
poderoso (Diehl, 1981: 280) (Ilustración 10). t
170 LINDA MANZANILLA
Ilustración 10
■/
EL ESTADO TO LTECA
Tula está situada en un valle del Estado de Hidalgo, cercano a la sierra de Pa-
chuca, atravesado por los ríos Salado y Tula. Existen en el área materiales volcá
nicos y sedimentarios.
Por mucho tiempo se pensó que la «Tollan» de las fuentes era Teotihuacan,
debido al uso del vocablo náhuatl tollan para identificar famosos centros urba
nos del Altiplano mexicano (Tollan Cholollan, Tollan Teotihuacan, Tollan Xi-
cocotitlan). El estudio etnohistórico de Wigberto Jiménez Moreno en la década
de los treinta marcó la pauta para la identificación correcta de la capital del rei
no tolteca (Healan, 1989: 3).
En las fuentes históricas, los toltecas-chichimecas fueron grupos que prove
nían originalmente del Norte y Oeste de México, y que migraron a la zona de
Hidalgo para establecerse cerca de Tulancingo, antes de poblar Tula. En la fun
dación de Tula (entre el 750 y el 900 n.e.) algunas fuentes citan también la con
currencia de un famoso grupo de artesanos, los nonoalca, procedentes de la cos
ta del Golfo (Healan, 1 9 8 9 ^
La riqueza de los palacios toltecas, la destreza de sus artesanos, sus conoci
mientos <qg)herbolaria, medicina, mineralogía, calendario v astronomía, su sabi
duría y devoción a los dioses como Quetzalcóatl son todas características atri
buidas a este grupo. #
FORMACIONES REGIONALES DE MESOAMÉRICA 17|
Kirchhoff (1985: 262) era de la ¡dea de que los 20 gentilicios y sus corres
pondientes toponímicos pertenecientes al Imperio tolteca (y citados al principio
de la H istoria tolteca-chichim eca) representan «[•••] un bello ejemplo del ajuste
entre la estructuración del estado y una cierta concepción del mundo determina
do por los rumbos del universo». Para( ^ Imperio tolteca proponía la existencia
de cuatro provincias exteriores y cuatro mteriores, con la de Tula en el centro
(Kirchhoff, 1985: 267). A este imperio pertenecieron pueblos de distintos oríge
nes, lenguas y costumbres.*'
En relación con el fin de Tula, Kirchhoff lo atribuye no a una invasión de
los chichimecas (que habían llegado al sitio cuando ya estaba en ruinas) sino a
una migración ^ los colhuas que vivían al Oeste del Imperio (Kirchhoff, 1985:
270).
Existen evidencias de saqueo e incendio de Tula Grande hacia el 1150/1200
n.e., asociadas a cerámica Azteca II (Healan et al., 1989: 247). Pero también hay
algunas evidencias de la declinación de la vida urbana antes del abandono.
La fase Tollan (950-1150/1200 n.e.) es el momento en que Tula alcanza su
tamaño máximo. Se abandona el complejo de Tula Chico, se establece un centro
de culto a la deidad huasteca de Ehécatl, cerca del complejo El Corral, y Tula
Grande se convierte en el eje sociopolítico de la ciudad. ^
Del 1000 al 1200 n.e. es el periodo de apogeo y máxima expansión del im
perio tolteca. La ciudad cubre 16 km^ e incluye, según Mastache y Cobean
(1985: 2 8 7 ), áreas de culto, administración, intercambio, reunión, residencia,
producción y circulación (calles, calzadas v plazas). .
Existen varios tipos (áe)unidades residenciales: palacios, residencias de éli
te alrededor de plazas, conjuntos resid^ciales de varios cuartos, semejantes a
los teotihuacanos, y grupos de casas. (El Jbarrio huaxteca constituye un sector
aparte, t
Tula no tuvo la planificación de Teotihuacan o Tenochtitlam sin embargo,
conservó la característica impuesta en tiempos teotihuacanos (de) ser un solo
asentamiento urbano grande en un mundo rural (Diehl, 1981: 294).
Com o muchas capitales prehispánicas. ^ u S f u e unA-Ciudad nliu'.iprnica, con
un fuerte com ponente nahua y otom í, además de un barrio huaxteco. v
L a religión
EL O CC ID EN TE D E M É X IC O D U RA N TE EL CLÁSICO
Y EL PO STCLÁSICO TEM PR A N O
A continuación esbozaremos una visión personal de las diferencias entre los de
sarrollos del Clásico y del Postclásico Temprano.
Consideramos que la organización que predominó durante el Clásico en el
Altiplano central de México fue una que giraba en torno@ la institución del tem-
£lo como eje económico y religioso. Esta organización era responsable de la cen
tralización de excedentes y de la articulación de circuitos redistributivos, colonias
de abastecimiento de recursos y redes de ^rovisionamiento de productos simtua-
rios. Otra característica es la existencia (de^grandes «capitales» macroregionales,
donde se generaron las primeras instituciones urbanas de Mesoamérica. //
Con la desintegración de este tipo de organización se crea @ gran vacío de
poder, que genera la competencia entre pequeños centros y la formulación de
nuevos valores sobre los cuales edificar una organización diferente; (Qconauista
territorial y el estado expansionista. Este tipo de desarrollo estaba centrado en la
institución del palacio, que permitía la capitalización de tierras y bienes proce
dentes del tributo. Aparece también da) figura del comerciant^. ya no como emi
sario de las instituciones de control, sino como un personaje con cierta capaci
dad de decisión. ^
Así, proponemos la existencia de un cambio entre dos tipos de organización,
que probablemente tenga su paralelo en otros lados del mundo (desarrollo su
merjo t/er.5M5.,E.stado acadio, desarrollo de T iwanaku versus Estado inca).
L A C IV IL IZ A C IÓ N M A Y A
E N L A H IS T O R L \ R E G IO N A L M E S O A M E R IC A N A
Lorenzo Ochoa
* Entendida ésta como la de máximo apogeo de sus expresiones culturales. Cf. los trabajos de
C. Niederberger y L. G. Lumbreras.
176 LORENZO OCHOA
vador pueden apreciarse las tierras bajas y las tierras altas. Sin embargo, por las
aparentes diferencias con que en éstas se presenta la cultura y la diversidad am
biental, el territorio se divide en tierras bajas del Norte, tierras bajas centrales y
tierras altas, conocidas también como área norte, área central y área sur.
La zona norte tiene clima seco, con escasas lluvias en verano y vegetación de
bosque bajo. Comprende casi toda la península de Yucatán, que es de origen cali
zo y apenas sobresale del nivel del mar, excepción hecha de una pequeña serranía
de escasos 100 a 125 m de altura conocida como Puuc, que interrumpe la planicie
calcárea entre los Estados de Campeche y Yucatán. Esa planicie semiárida con
trasta con las costas, donde existen manglares y pantanos, y el Sur de Quintana
Roo y Campeche, donde comienzan los montes altos y algunas corrientes y lagu
nas cambian el paisaje. En efecto, debe aclararse que si bien la composición calcá
rea de la zona norte impide la presencia de corrientes superficiales, su permeabili
dad en cambio deja filtrar los escasos 750-1 000 mm de precipitación anual, de tal
manera que se conforman corrientes y depósitos subterráneos: los conocidos ce-
notes, que es el plural de la corrupción española de la palabra maya dzonot.
A medida que se avanza hacia el Sur, comienzan las tierras bajas centrales;
una zona de lluvias tan abundantes que llegan a sobrepasar los 2 000 mm anua
les en promedio y aun, en ciertos casos, alcanzan los 4 5 0 0 mm. Ahí la vegeta
ción se torna exuberante hasta convertirse en la selva alta perennifolia. También
sobresalen las selvas alta, mediana y baja superennifolia que se desarrollan en
diferentes altitudes y, finalmente, hacia la llanura costera, destacan las sabanas
de diversos orígenes, así como los manglares en las costas. Estas zonas de las tie
rras bajas, en contraposición con las del Norte, cuentan con una amplia red hi-
drológica conformada por lagunas, pantanos, arroyos y corrientes tan imponan-
tes como los ríos Grijalva, Usumacinta, Hondo, San Pedro Mártir, Candelaria y
de la Pasión, entre otros, que cruzan el Sur de Campeche y Quintana Roo, buena
parte de Tabasco, Belice, el Petén guatemalteco y la Lacandonia. Esa red fue uti
lizada como vía de tránsito y de comercio en la época prehispánica y hasta bien
entrado este siglo!^n las zonas bajas, por el clima y las asociaciones vegetales, se
forman lagunas y pantanos, de manera más impresionante hacia la llanura cos
tera de Tabasco y Campeche. *
En el área central no hay grandes elevaciones; tierra adentro se levantan al
gunas discontinuas sierras irregulares que alcanzan alturas superiores a los 600
m. Más adelante, comienzan a conformarse las estribaciones de las tierras altas,
que en términos generales sobrepasan los 500 m, con promedios superiores a los
1 2 0 0 msnm. Ahí las lluvias, al igual que en el resto de las tierras tropicales, caen
entre mayo y noviembre, con mayores concentraciones entre junio y octubre. En
el área sur, las precipitaciones más altas se dan hacia las laderas del Pacífico, en
cuyas costas abundan los manglares y las lagunas. Esta zona incluye las tierras
altas de Guatemala y Chiapas, donde las intrincadas serranías, ríos, lagos, bos
ques de pino-encino y valles intermontanos como los de Quetzaltenango, Guate
mala y Comitán complementan un cuadro que, con excepción de las costas, con
trasta con la geografía de las tierras bajas.
Durante la época prehispánica, después del Preclásico Superior, salvo peque
ñas porciones ocupadas por grupos no mayas como los xincas, nahuas y otras
LA CIVILIZACIÓN MAYA EN LA HISTORIA REGIONAL M E S O A M E RI C A N A \^^
más amplias de zoques, todo ese territorio estuvo habitado por grupos de habla
maya. H oy día se conservan alrededor de 26 lenguas mayances, cuyos hablantes
sobreviven en condiciones deplorables, como parte de las contradicciones pro
pias del mundo moderno. De lo que fueron sólo podemos hablar a través de sus
testimonios orales, de lo registrado en algunas fuentes históricas, pero principal
mente de los restos de su cultura material.
Del tronco lingüístico macromayance, acaso localizado en los altos Cuchu-
matanes, en la actual frontera de Guatemala con M éxico, comenzaron a dife
renciarse las diversas lenguas mayas después del año 1500 a.n.e. (McQuown,
1964). Y aunque puede haber discrepancias en este planteamiento, una de las
preguntas que más intriga a lingüistas, arqueólogos y epigrafistas se relaciona
con la identificación de las lenguas que se hablaban en las tierras bajas centrales
durante la época Clásica. Si esta pregunta se planteara para el área norte, no hay
muchas dudas para afirmar que @ hablaba maya-yucateco. Hacia las tierras ba
jas centrales se supone que se hablaba chol, supuesto que, sin mayores cuestio-
namientos, han seguido la mayor parte de los epigrafistas. A pesar de ello, aun
que en esa área se hablaban lenguas cholanas, no hay duda de que hacia la zona
de las tierras bajas noroccidentales, en donde queda incluido Palenque, se habló
chontal (Ochoa y Vargas, 1979).*M ás aun, puede sugerirse que si bien en el Fe
tén y la Lacandonia pudo predominar Q) chol, en el Sudeste de las tierras bajas
centrales tal vez se habló chort./>
ron sus ideas religiosas en mascarones que modelaban en estuco sobre las facha
das de los edificios; costumbre encontrada también en Cerros y El Mirador, perfi
lándose los antecedentes de la iconografía religiosa de los mayas. En Uaxactún y
Tikal, unos cuantos siglos a.n.e., se experimentó por primera vez con el empleo
de la bóveda en saledizo (cf. La Porte, 1987), rasgo que caracterizaría la arquitec
tura maya clásica. Un poco antes comenzaron a desarrollarse los complejos arqui
tectónicos de carácter astronómico, como el Grupo E de Uaxactún(^ el conjunto
Mundo Perdido de Tikal (La Porte, 1987). En Becán, Campeche, se construyó un
sistema defensivo en el Preclásico Superior (cf. Webster, 1974). Ya para entonces,
los primeros grupos mayances se habrían asentado en las tierras bajas centrales y,
en los últimos años del segundo milenio a.n.e., llegaron a la península de Yuca
tán. Allá, en los últimos siglos a.n.e. y los primeros de la actual, Dzibilchaltún se
ría uno de los asentamientos más extensos, como Lamanai y Cerros, en Belice, y
El M irador en Guatemala fueron los centros de mayor monumentalidad.
Y mientras éíí)Tikal apepas se iniciaba la construcción de la Acrópolis Nor
te, en las tierras altas de Guatemala Kaminaljuyú destacaba por su extensión y
enclave. Sobre la costa del Pacífico, Chantuto revela ocupaciones precerámicas
de recolectores de moluscos (cf. Voorhies, 1976). En el Preclásico Inferior, des
pués del año 1800 a.n.e., destaca la importancia que en algunos sitios como'Al-
tamira tuvo el cultivo de tubérculos (Lowe, 1975: 35)^.
Por el interior de la llanura costera, un sitio que presenta importantes vesti
gios del Preclásico Inferior y una interesante intrusión olmeca a finales del Preclá
sico Medio es Padre Piedra (aproximadamente el año 550 a.n.e.). Ya bastante tie
rra adentro, alrededor del año 1100 a.n.e., cuando la cultura olmeca había
empezado a despuntar, en Chiapas el sitio Mirador parece haber sido un punto
de enlacgcomercial entre la costa del Pacífico y el golfo de México (cf. Agriniere,
19 6 4 ). J ^ l a cultura olmeca, en se localizó un bajorrelieve fechable entre fi
nales <^1 P^clásico Medio e inicios del Superior. Por la costa, vestigios olmecas
contemporáneos y de la misma factura se conocen desde Chiapas hasta El Salva
dor, lo que atestigua el importante papel que desempeñó en la zona dicha cultura
que, de acuerdo con algunos autores, pudo ser transportada por grupos de habla
zoque (cf. Lowe, 1983).#
Por otra parte, en Paso de la Amada hubo caseríos contemporáneos a los de
Altamira, cuyos habitantes se desenvolvían entre la costa del mar y el interior
practicando diferentes actividades. Mientras en el primer caso la pesca era una
de las más importantes, en el segundo destacaban la agricultura y la caza. En tér
minos generales, en los inicios del Preclásico puede hablarse ^^aldeas agrícolas
téoricamente de carácter igualitario, que más tarde cambiaron a una sociedad je
rarquizada en el Preclásico Medio^. r.
se pudieron ir conformando algunas familias que tuvieron la posibilidad de intercambiar ciertos pro
ductos con otros grupos, especialmente bienes suntuarios. Conocim iento e intercambio serían funda
mentales para la form ación de linajes. Aparentemente, para finales de ese periodo se acentúa la dife
renciación de las sociedades, dándose paso a una organización política del tipo de los señoríos.
180 LORENZO OCHOA
3. Para una explicación más detallada de este asunto y del modo de producción de los mayas,
cf. Rivera Dorado, 1 9 8 5 : 2 3 1 .
4. Vid. infra el registro del tiempo y la historia. El «glifo introductorio» es una anotación ca-
lendárica especial que abre la serie inicial con que empieza un gran número de inscripciones (cf. Ber-
lin, 1 9 7 7 : 53).
182 LORENZO OCHOA
Una de las mayores dificultades que plantea el estudio de una civilización como
la maya es la de alcanzar a entender en qué tipo de organización política y eco
nómica descansaba su desarrollo. Según Joyce Marcus (1976), la organización
política se caracterizaba por (Id existencia de ..territorios independientes con sus
capitales, de las cuales dependían centros de menor importancia. Pero esa orga
nización no se dio repentinamente, sino que obedece a una evolución que se ini
cia en el Clásico Temprano (1989, ms). Para entonces, acaso podría hablarse de
una organización basada en provincias autónomas que hacia el Clásico Tardío
sufren un cambio en sus estructuras y devienen en Estados regionales con cen
tros primarios, secundarios y terciarios. Para diferenciarlos, se toma en cuenta el
número de estelas, canchas de juego de pelota, monumentalidad arquitectónica,
pero lo más importante es la presencia del Glifo Emblema, que era una suerte de
símbolo del lugar gobernado por determinado señor. Marcus, a partir del es
tudio de la Estela A de Copán, dedicada al gobernante XVIII Jog, en el año
731 n.e., desarrolló un modelo cosmológico cuatripartito de la organización po
lítica de las tierras bajas centrales: «parece claro que para el año 731 de nuestra
era, Copán, Tikal, Calakmul y Palenque fueron las capitales de grandes Estados
regionales y, poco después del año 731 de nuestra era, Yaxchilán también lo se
ría» (1 9 8 9 , ms). Este tipo de organización política no parece haber sido exclusi
vo de las tierras bajas centrales, pues hacia las tierras bajas del Norte pudo exis
tir algo semejante, bien que en esta parte ^ío^es fácil reconocer cuáles pudieron
haber sido las capitales regionales.
En esta área las inscripciones son menos frecuentes; la más antigua, fechada
en el 4 7 5 n.e., se localizó en la espléndida ciudad de Oxkintok. Varias fechas pro-
LA C I V I L I Z A C I Ó N MAYA EN L A H I S T O R I A R EGIO N AL M E S O A M E RI C A N A | 83
ceden de Edzná y se ubican entre los años 672 y 782 n.e. Aunque llama la aten
ción, no es extraño que estas fechas sean relativamente tardías en relación con las
tierras bajas centrales, pues fue donde desarrollaron y perfeccionaron la forma de
contar el tiempo a partir de una fecha determinada, el año 3114 a.n.e/. Otros lu
gares conocidos también ^ n e n inscripciones con «cuenta larga» Chichén Itzá.
Tzibanché e Ichpantú’n. De todos los sitios de ía península, el que cuenta con el
mayor número de inscripciones es Cobá, cuyas fechas van del año 623 al 732
n.e., lo que me lleva a pensar que esta urbe, al igual que Oxkintok, Edzná y Chi
chén Itzá, en distintos momentos, pudo ser capital regional.'^feste tipo de organi
zación política probablemente existió en las regiones de Río Bec, Chenes y Puuc.
Para el área sur, quizás Kaminaljuyú podría apuntarse como una capital regional.^
Dentro de estos Estados centralizados pueden reconocerse dos clases sociales
claramente diferenciadas: nobles y plebeyos. Por otra parte, existen fuertes du
das en cuanto a la existencia de esclavos que, si bien desde el punto de vista de la
iconografía parecen reconocerse en algunas representaciones, no se sabe cómo
participaban en la sociedad del periodo Clásico maya. A pesar de ello, si se toma
en cuenta que el papel que ese grupo desempeñó en el periodo Postclásico acaso
no fue muy distinto al de siglos atrás, entonces podría suponerse que)buena par
te de suiuerza de trabajo se empleaba en la realización de las grandes obras pú
blicas y aun en la producción de medios básicos.
PO LÍTICA Y ECO N O M ÍA
5. Esta fecha fue fijada por los mayas de manera convencional para poder referir todos los
acontecimientos a partir de ella. En el apartado «El registro del tiem po...» se hará referencia a esto.
184 LORENZOOCHOA
A RQUITECTURA Y URBANISMO
6. Se trata del manejo global tomando en cuenta las propiedades del suelo, de la vegetación, de
las variedades de semilla que sembraban en distintos puntos al inicio del ciclo agrícola, «de acuerdo al
adelanto o atraso del periodo regular de lluvias». Todo esto «dio lugar a un sistema extensivo de milpa
basado en el pluricultivo, con posibilidad de obtener cosechas múltiples» (Barrera Rubio, 1987: 137).
7. Para una discusión y cuestionamiento relacionados con los alcances de la intensificación
agrícola entre los mayas, cf. O choa, 1990.
LA C I V IL IZ A C IÓ N M A Y A EN L A H I S T O R I A REGION AL M ESOAM ERICANA |85
8. Los planteamientos que siguen están basados en Villa R ojas, 1 9 6 8 ; Thom pson, 1 9 75; Sche-
lle y Freidel, 1 9 9 0 ; Schelle y M iller, 1 992; Rivera Dorado, 1990.
136 LORENZOOCHOA
Ilustración 1
LOS PLANOS D EL UNIVERSO
T I E R R A
(M O R A D A D E L O S V IV O S )
IN F R A M U N D O
(M O R A D A D E L O S M U E R T O S )
M E D IA
0 N O C H E
— O sea, predecir— lo que el destino depara a los reyes, a los nobles y a los ple
beyos» (ibid.). Concepción cíclica de la vida que aún conservan los mayas actua-
les, para quienes en sus idiomas el tiempo futuro no existe ni se usa de la misma
forma con que lo utilizamos ei^ u estro idioma. J ^ f u turo no está adelante sino
atrás. Se_predk£^lo c o n o c id q j^ fu tu ro sólo se recrea,. Lo que ahora es, fue y
188 LORENZO OCHOA
Pero no parece haber sido tan sólo ese el propósito, pues de igual manera los ob
servatorios tuvieron fines prácticos. Ambas situaciones se entremezclaban. íí^ lín ea
que separaba la ideología religiosa del COTodmietóo práctico jfprmaija p.artLdfiLlá
manipulación del po3er.qüeTe'áIIza5an los sacerdote^s. De ahí la conceptualización
cosmogónica de las urbes o bien la orientación de los edificios y aun de ciertos
conjuntos arquitectónicos,(gu^intención era conocer el cambio de las estaciones.
solsticios V equinoccios. conocImíeñtó"vrtar en los puel^s agrarios para determi
nar los c i ^ s agrícolas. Las fechas de los cambios podían registrarlas puntualmen
te por el manejo de un calendario usado al efecto.
En este sentido, los mayas desarrollaron otros calendarios, aunque los más co
nocidos son el de 365 y el de 260 días. Este último se formaba por la combinación
de 20 días y 13 numerales y se le denomina \tzolkín,\que quiere decir «cuenta de
los días», a cambio de su nombre original, que se d ^ o n o ce (Ayala, 1990: 120,
nota 3). Dicho calendario también recibe el nombre<ge^lmanaque sagrado, ya que
eUdestino del hombre maya se regía por los augurios, buenos o malos, que corres-
pondían al día de su nacimiento .^^Pero si de acuerdo con ese calendario el día del
nacimiento de una persona no era propicio, entonces podía manipularse para cam
biarlo por uno más adecuado. De esta manera, cuando era factible y especial
mente © s e trataba de u_i]L¿escendiente de la nobleza, se podía reorientar la suer-
te de la vida del niño, k
LO S G LIFO S D E LOS V EIN TE DÍAS DEL TZO LKÍN O ALM ANAQUE SAGRADO
(calendario de 260 días)
9. Schumann (1968) discute con detalle este asunto en relación con el evidencial en las lenguas
mayas.
LA C I V I L I Z A C I Ó N MAYA EN L A H I S T O R I A R EGIO N AL MESO A ME R IC A N A | 89
El primer día del T zolktn era im ix y el último ahau. Como son 20 días y sólo
13 numerales, entonces el décimocuarto día ix volvía a caer en uno, y así sucesi
vamente, hasta completar las 2 60 combinaciones:
Imix 1 8 2 9 3 10 4 11 5 12 6 13 7
Ik 2 9 3 10 4 11 5 12 6 13 7 1 8
Akbal 3 10 4 11 5 12 6 13 7 18 2 9
Kan 4 11 5 12 6 13 7 1 8 29 3 10
Chichan 5 12 6 13 7 1 8 2 9 310 4 11
Cimi 6 13 7 1 8 2 9 3 10 4 11 5 12
Manik 7 1 8 2 9 3 10 4 11 5 12 6 13
Lamat 8 2 9 3 10 4 11 5 12 613 7 1
Muluc 9 3 10 4 11 5 12 6 13 71 8 2
Oc 10 4 11 5 12 6 13 7 1 82 9 3
Chuen 11 5 12 6 13 7 1 8 2 9 3 10 4
Eb 12 6 13 7 1 8 2 9 3 10 4 11 5
Ben 13 7 1 8 2 9 3 10 4 11 5 12 6
Ix 1 8 2 9 3 10 4 11 5 12 6 13 7
Men 2 9 3 10 4 11 5 12 6 13 7 1 8
Cib 3 10 4 11 5 12 6 13 7 18 2 9
Caban 4 11 5 12 6 13 7 1 8 29 3 10
Etznab 5 12 6 13 7 1 8 2 9 310 4 11
Cauac 6 13 7 1 8 2 9 3 10 4 11 5 12
Ahau 7 1 8 2 9 3 10 4 11 512 6 13
10. Entre otros autores, Coe (1 9 8 0 : 46) proporciona la primera de esas fechas; en tanto que
Ruz (19 8 1 ; 173) da la segunda.
190 LORENZO OCHOA
Kin = 1 día.
Uinal = 2 0 días = 2 0 kines (un día).
Tun = 360 días = 1 8 uinales (un año).
Katun = 7 200 días = 2 0 tunes.
Baktun = 144 000 días = 20 katunes.
Otro de los logros que permitió a los mayas alcanzar un exacto registro del
tiempo fue la invención del cero con valor posicional, que entre ellos no significó
supresión, ^m ^com pletam iento». Este concepto se reconoce en la figura de una
LA C I V I L I Z A C I Ó N M A Y A EN L A H I S T O R I A R E G I O N A L M E S O A M E RI C A N A 191
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17 18 19 O
Hacia los siglos IX y X en términos generales, en unos lugares antes y más tarde en
otros, las estructuras políticas, sociales y económicas de las tierras bajas centrales
se fueron debilitando. A lo largo de más de cien años las actividades se fueron in
terrumpiendo: poco a poco se dejaron de construir templos, palacios y tumbas.
Los monumentos donde se daba cuenta de la vida cortesana, de las victorias y ha
z a ñ a s bélicas de los señores, se erigieron con menos frecuenciaí^En fin, las grandes
Aunque poco se sabe acerca de las causas que propiciaron aquella decaden
cia y abandono, tampoco es un misterio. En todo caso, fueron situaciones de ca
rácter interno y externo: ecológicas, sociopolíticas y económicas ./Tampoco igno
ramos qué pasó con los habitantes. Én fin, que el desenlace de la grandeza maya
en las tierras bajas centrales no fue consecuencia de una sola causa, sino la con
catenación de varias, que produjeron un fenómeno de despoblamiento por mi
gración rumbo a la llanura costera y la costa del Golfo, a la península de Yuca
tán y aun hacia las tierras altas. Las grandes dinastías fundadas cientos de años
atrás no tuvieron a nadie más que las sostuviera; abandonadas a su suerte tam
bién tuvieron que emigrar.^En las tierras bajas centrales sólo quedaron aislados
núcleos de población dedicados a la agricultura y al intercambio de unos cuan
tos productos con la costa del Golfo: cerámica, algodón y sal; y cesó el comercio
a larga distancia. 4
Por el contrario, en las tierras bajas del Norte no sólo no cesaron las actividades,
sino que políticamente se consolidaron algunas provincias y en la cultura mate
rial los estilos arquitectónicos Chenes, Río Bec y Puuc alcanzaron su máximo
florecimiento entre el Clásico Tardío y el Clásico Terminal. Poco después, emi
grantes habla nahua procedentes del centro de México irrumpen por la costa
de Tabasco y Campeche hasta alcanzar la península; por otra vías llegarían a los
altos de Chiapas y Guatemala. Por todas partes se reconoce la introducción de
nuevas id eas()^ n a deidad: Quetzalcóatl = Kukulcán = Nacxitl (cf. Piña Chan,
1977), que comienza a cobrar importancia. Su presencia en Uxmal es indiscuti
ble, pero es mucho más fuerte I^ C h ic h é n Itzá, donde se dejan ver otras innova-
ciones, creándose un estilo que se conoce como maya-tolteca. Es probable que
un poco antes, procedentes de las tierras bajas centrales, hubieran llegado a Yu
catán los itzáes, que se asentaron en Chichén Itzá. Después, con edificios mal co
piados de dicha urbe, se funda la ciudad de Mayapá, donde una famiÜa de nom
bre Cocom queda al frente del gobierno^^. Otro dirigente. Ah Zuitok Tutul Xiu,
se asienta por aquellas fechas en Uxmal (Navarrete, 1986: 600). Las repercusio
nes que en el terreno político generaron estos grupos se reflejan en la conforma
ción de una serie de pequeños Estados independientes. Posteriormente Uxmal,
Mayapán y Chichén Itzá fundan una alianza conocida como la Liga de Maya-
pán, que dura un par de siglos: del X I al X iii. J. Marcus ha sugerido cómo pueden
explicarse los cambios políticos en el área a través del tiempo. De todas mane
ras, como en el pasado, la base económica continuaba siendo de carácter agrí
cola, si bien el comercio era una importante actividad de la clase dirigente. A
través de éste adquirían joyas, objetos de oro y tumbaga traídos de América
12. Navarrete (1 9 8 6 : 600) piensa que «Es posible que los itzáes hablaran originalmente ná
huatl», aunque autores com o Eric J . Thompson hayan planteado antes que pudieron ser mayas
nahua tizados.
194 LORENZO OCHOA
EPÍLOGO
13. Carmack, en diferentes publicaciones, ha hecho aportaciones a estos temas; aquí sólo aco
to un corto trabajo de 1 9 7 6 , en el cual ofrece un panoram a bastante conciso acerca de la organiza
ción social y política de los quichés.
196 LORENZO OCHOA
CUADRO CRONOLÓGICO
T e r e s a R o j a s R a b i e l a y M a g d a le n a A . G a r c ía
Hacia mediados del siglo vn n.e. y hasta el año 900-1000 n.e., las ciudades del
Clásico empezaron a decaer y fueron abandonadas. Teotihuacan, la «gran ciu
dad de los dioses» ubicada en la cuenca de México, con una población máxima
calculada @ u n o s 125 000 habitantes, fue destruida y abandonada casi por com-
200 TERESA R O J A S R A B I E L A Y M A G D A L E N A A. G A R C Í A
Ilustración 1
ESQUEM A DE LAS PRINCIPALES PROVIN CIAS nSIO G R Á FIC A S D E M É X IC O
Ilustración 2
MAPA QUE M U ESTRA LAS SUBÁREAS CULTURALES DE M ESO A M ÉRICA
pleto hacia el 750 n.e., reduciendo su población hasta sólo tener entre 2 000 y
5 000 habitantes (Matos, 1990: 87). Algo semejante sucedió con Monte Albán,
gran urbe del valle de Oaxaca y con los monumentales centros de las tierras ba
jas mayas como Yaxchilán, Tikal, Palenque, Copán y Piedras Negras (López
Luján, 1995: 17)*. En los siguientes 2 50 años, otros focos de alta cultura y civili
zación de Mesoamérica entraron en un ocaso semejante y sufrieron la despobla
ción y desintegración de sus estructuras políticas (León-Portilla, 1974: 186).
Las posibles causas y detonadores de este proceso no son aún del todo cla
ras. Q )m ás probable es que se haya tratado de reacciones de descontento contra
las estructuras de soiuzgamiento. combinadas con presiones de nuevos grupos
que se disputaron el poder, en el contexto de condiciones difíciles @ t ip o climá-j
tico que afectaron a la producción. /
El turbulento periodo que se abrió tras el colapso y destrucción de Teoti-
huacan ha sido denominado «Epiclásico» y está comprendido entre los años
650/800 y 9 0 0 ^ ^ 0 0 n.e. Según López Luján, «Los principales signos de este
tiempo fueron'^m ovilidad social, la. repcganización de los asentamientos, el
cambio de las esferas de interacción cultural, la inestabilidad política y la revi
sión de las doctrinas religiosas» (López Luján, 1995: 17). En este contexto, se)
incrementó et aparato militar; las ciudades se establecieron en lugares estratégi
cos para defenderse mejor y «en el Altiplano central, como nunca antes, las re
presentaciones iconográficas [...] hacen alusión a la guerra» (ibid.i 18). En ese
periodo inestable y cambiante florecieron y decayeron Xochicalco (650-900
n.e.), así como Cacaxtla y Teotenango en el Altiplano central, v íEuTajín en la
costa del golfo de México.
El Postclásico ha sido caracterizado como un periodo militarista, por la im
portancia que parece haber adquirido la actividad, en contraste con el Clásico,
calificado como teocrático; pero a medida que avanza el conocimiento se sabe
que ambas caracterizaciones son relativas y que militarismo y religiosidad estu
vieron presentes en ambos periodos, aunque ciertamente con un mayor énfasis
militarista en el Postclásico. También se ha identificado al Postclásico como
«histórico», en el sentido de la existencia de documentos escritos. Sin embargo,
como ha quedado demostrado por varios autores (Alfonso Caso, Wigberto Jim é
nez Moreno), los testimonios escritos, tanto de contenido histórico como de
otros temas, eran «atributo y posesión de la civilización mesoamericana desde
muchos siglos antes»^ (León-Portilla, 1974: 189).
El Postclásico parece mejor caracterizado como(u^periodo en el cual un vie
jo orden se resquebraja y nuevas poblaciones «aparecen en escena, trayendo
consigo formas nuevas de orden social y una nueva visión de su lugar en el uni
verso. La diferencia entre el antiguo y nuevo orden de cosas es profunda» (Wolf,
1967: 101). El resultado: modjficaciones de k estrucmra interna.de la spcie^^^
que dieron paso a nuevas formaciones sociales y culturales (ibid.: 102). //
Ilustración 3
CHINAMPAS DE LA CUENCA DE MÉXICO
El Altiplano central de México está delimitado por las Sierras Madres Oriental y
Occidental, así como por el Eje Neovolcánico al Sur. Si bien este enorme Altipla
no ofrece continuidad hasta las grandes llanuras del Oeste norteamericano, la
frontera durante este periodo era de carácter ecológico-cultural (R eparaba los
pueblos agricultores, sedentarios y de_«alta cultura», de los jcazadpr,e5-£ec,pjec-
tores, nómadas o seminómadas (Palerm, 1967: 2 48; Rzedowski, 1978: 25). El
gran Altiplano está a más de 2 000 m de altitud y presenta «un relieve muy acci
dentado y fragmentado, con mesetas^ cuencas cerradas y valles separados por
montañas difíciles de cruzar» {ibid.); las lluvias son suficientes para la práctica
agrícola de temporal durante el verano, si bien se presentan heladas durante el
otoño y el invierno y esto acorta el periodo agrícola.
3. Véase ilustración 2 del trabajo de Linda M anzanilla (cap. 6 de esta obra) y el de Beatriz
Braniff sobre M esoam érica septentrional (cap. 9).
204 T E R E S A R O J A S R A B I E L A Y M A G D A L E N A A. G A R C f A
Tula se situaba en el borde sur de la Teotlalpan, zona árida y semiárida del Alti
plano central en el actual Estado de Hidalgo. La influencia de esta cultura fue
tan grande que muchos de los linajes gobernantes de los Estados posteriores,
como lo fueteiViexica, reclamaban descender de los toltecas (Sanders y Merino,
1973: 109).
En la ciudad de Tula, en tiempo de los toltecas, se fusionaron conceptos y
tradiciones de Teotihuacan y de una cultura llamada coyotlatelco, que se desa
rrolló previamente, en el curso de unos 200 años, con gente procedente de El Ba
jío (Guanajuato y Querétaro), Jalisco y Zacatecas, que característicamente prefe
ría vivir en la cima de los cerros y organizarse en pequeñas unidades políticas
autónomas.
(j l ^ i d a de la T u la .JQlt.eca.DOSterior y de su E stad o se in ició a principios del
siglo IX y d uró algo m ás de 4 0 0 a ñ o ^ L a arqueología y la docu m en tación escrita
co n flu y en p ara co n o c e r su h istoria. Se con firm ó así, p o r ejem plo, la propuesta
de Jim é n e z M o r e n o ( 1 9 4 1 ) , b asad a en fuentes indígenas, en el sentido de la co n
vergen cia g ^ d o s gru pos en la fu nd ación de la ciu d ad : el to lteca-ch ich im eca, p ro
ced ente del co n fín n o rte de M esoam érica y el n o n o a lca , de la zona del g olfo de
M é x ic o (C o b ea n y M a s ta c h e , 1 9 9 5 : 1 5 0 ). i
En cuanto a su estructura resulta de interés la p ro p u e st^ e Paul Kirchhoff
basada en la lectura de una lista de 20 ciudades contenida enQ¿ Historia tolteca-
ch ich im eca flista basada, probablemente, @ u n mapa tolteca perdido), que con
siste en un mapa que muestra ([^estructura del imperio tolteca, con cinco provin
cias articuladas a imagen del cosmos v los cinco rumbos del universo. Tula en el
‘ Centro y sus cuatro capitales en los cuatro rumbos: Tollantzinco en el Oriente;
Teotenanco en el Sur; Colhuacan en el Occidente y otra, cuyo nombre no pudo
identificar, al Norte (Kirchhoff, 1989: 262-263, 265).rTulalresultaría así la capi
tal de @ E s t a d o imperial de carácter «multinacional», en el sentido de una for-
m ación política~compleia. que integraba «pueblos de distintos orígenes, lenguas
1 diferentes y variadas costumbres» (ibid.)./f
' En efecto, Tula parece haber dominado, a través de redes comerciales y de
tributo, gran parte del Altiplano central, algunas zonas de la Huaxteca, El Bajío,
la costa del Golfo, Yucatán y el Soconusco (Cobean y Mastache, 1995: 220). En
cuanto a su influencia cultural, sobrepasó las fronteras de su esfera política, ex
tendiéndose por amplias zonas del México actual y Centroamérica (ibid.-. 15).
En lo económico, la fuerza de los toltecas se basó en el establecimiento «de un
enorme sistema de redes comerciales que se extendían desde Costa Rica hasta
los actuales estados de Nuevo México y Atizona (Estados Unidos)» (ibid.).
Dos deidades ocuparon un lugar prominente: Quetzacóatl, serpiente empluma
da, «estrella de la mañana», y Tezcatlipoca, dios de la guerra. También aparecie
ron Imágenes de Xipe Tótec, Mictlantecuhtli (¿n íios^ ela muerte) y otras deidades
(Cobean, 1994: 19). La pugna entre los seguidores de Quetzacóatl y Tezcatlipoca
en Tula refleja la transformación de los pueblos de aquella época. La victoria del
segundo «aumentó la atención en la guerra y el sacrificio humano en muchas cul
turas mesoamericanas que tenían contacto con los toltecas» [ibid.]. No es de extra-
FORM ACIONES REGIONALES DE M E S O A M É R I C A 2 05
ñar por eso que en Tula se hayan encontrado evidencias del más antiguo tzom pan-
tli de todo el Altiplano central (Cobean y Mastache, 1995: 177).
Así, es probable que @ én fasis en la guerra y el sacrificio humano, que más
tarde se observan plenamente desarrollados entre los mexicas, proceda de Tula,
mismo que numerosos elementos de la planeación urbana. La presencia de
conchas, corales y turquesas en ofrendas indica la complejidad del sistema de
circulación comercial del Estado tolteca (Cobean y Mastache, 1995: 180-181).
£a^ckca.dencia v ocaso de Tula tuvo lugar a f in a le s ^ j^ l o X II n.e. La ciudad
fue saqueada casi por completo, aunque no despoblada del todo (Cobean y Mas-
tache, 1995: 221). Las causas son desconocidas, pero se proponen las siguientes:
limitaciones tecnológicas para aumentar la producción agrícola, surgimiento de
ptro^centros de poder y llegada de población ajena a la región {ib id .: 220). Esta
última hipótesis postula que dicha población procedía de la Mesoamérica septen
trional o marginal, im p u ls a d a por nn prolongado periodo de sequía que al_pare-
cer tuvo lugar en el lapso en que T ula se desarrollaba que, entre otros estragos,
causaría ij^desaparicióh de la 1
laguna /de
Aa
Yuriria en El Bajío mguanajuatense''.
QT-i T h I i o 11 i o
a
4. Esta laguna volvió a ser creada de forma artificial por los españoles después de la conquista
(Kirchhoff, 1 9 8 9 : 2 6 7 -2 6 8 ). Vemos que ahora ha vuelto a desaparecer (1998).
206 T E R E S A R O J A S R A B I E L A Y M A G D A L E N A A. G A R C Í A
lar que se conoce como [Templo de Quetzacóatl. Otros hallazgos han sido las la
jas con petroglifos en relieve del Cañón de Boquillas, Compostela y las faldas del
cerro Guamiles (Oliveros, 1976a: 57).
Durante el Postclásico, en Jalisco se poblaron amplias zonas como Tuxcacuex-
co. Tala, Autlán, Tamazula-Tuxpan-Zapotlán, Sayula-Zacoalco, Tizapán el Alto
y Huistla. Cada una de las fases de población están detalladamente asociadas a de
terminados materiales culturales, entre (í^ q u e destacan el cerámico y el arouitec-
tónicoJShóndube. 1976b: 60-94). Entre los primeros las formas características,
con o sin decoración, son básicamente cajetes (con o sin soportes, de formas glo
bulares, de almena, etc.), ollas, vasijas de tres pies y figurillas humanas elaboradas
en barro. Otros elementos son instrumentos musicales, figurillas de animales, or
namentos de barro, malacates y tepalcates trabajados (ibid.-. 6 9 )í^ n cuanto a la
evidencia arquitectónica, los edificios del área de Tuxcacuexco son significativas;
sus sistemas constructivos incluyen materiales como cantos rodados (no utilizan
piedras cortadas ni trabajadas) unidos con lodo, pisos de tierra, formas rectangu
lares y, en general, casas levantadas con materiales perecederos (ibid.-. 71-72).^
En Colima j e han encontrando asentamientos en las laderas y cimas de los
cerros, en quebradas y en cañadas, situación que se ha considerado como la evi
dencia de militarismo en la región (Shóndube, 1976a: 95). Sin duda el sitio más
i m p o r t a n t e Colima es F,1 Chana! (1100-1259 n.e.), que abarca casi 40 ha con
un desarrollo prácticamente urbano.^Tiene pirámides con escaleras de piedras
Ilustración 4
Ilustración 5
Tonatiuh, el sol, sostiene el maíz, pero éste no echa raíces; la sementera está llena de ani
males. Códice Fejérvary-Mayer.
Ilustración 6
Chalchiuhtlicue, diosa de la lluvia, sostiene y protege el maíz para que eche raíces y crez
ca. Códice Fejérvary-Mayer.
FORM ACIONES REGIO N ALES DE M E S O A M É R I C A 209
E l E stad o tarasco
pandió hasta dominar un área de alrededor de 70 000 km^, en una extensión muy
similar a la que actualmente ocupa el Estado de Michoacán (Warren, 1977: 3).
La historia del territorio del Estado tarasco comenzó con el rey (cazonci) Ta-
riacuri y sus descendientes (hijo y sobrinos) Tangáxoan, Hiripan e Hiquingare,
quienes inicialmente se apropiaron de toda la cuenca de Pátzcuaro y hacia el
Postclásico Tardío se extendieron hasta zonas como el valle de Toluca y Colima
(que luego perderían; Michelet, 1995, 176).
La sede del Estado tarasco era Tzintzuntzan, en la cuenca de Pátzcuaro, don
de aún pueden verse los edificios circulares en el corazón de la ciudad. En su or
ganización social, este Estado mantenía una notable semejanza con los que para
entonces tenían su asiento en el Altiplano central de México; así, Tzintzuntzan,
Ilustración 7
TZ IN TZ U N TZ A N , PÁTZCUARO Y OTRAS CIUDADES, S. X V I
Ilu stración í
PLATEROS
Plateros. «Los diputados sobre todos los oficios». Relación de Michoacán. M éxico, Se
cretaría de Educación Pública, 1988, p. 93.
(Fotografía de Ricardo Sánchez).
Ilu stración 9
CASCABELES PREHISPÁNICOS DE M ETA L
(Davis, M ary L. y Parck, G. Mexican Jewelry. Austin, University of Texas Press, p. 18).
FORM ACIONES REGION ALES DE M E S O A M É R I C A 2 13
O AXACA
5. Tales ecosistemas mantienen sus características climáticas particulares, que han determina
do la presencia de plantas silvestres (se conocen cerca de 1 0 0 0 0 especies) y de cultivos que se han
adaptado a lo largo de los siglos (un poblado puede contar hasta con cuatro variedades de maíz
{ibid.: 30).
6. Cf. el trabajo de Linda M anzanilla, cap. 6 de este mismo volumen.
214 T E R ES A ROJAS R A B I E L A Y M A G D A L E N A A. G A R C Í A
O rg an iz ac ió n so c ia l y política
Las alianzas entre estos últimos conllevaron a la larga a justificar una muy
notable presencia mixteca dentro del territorio zapoteca. Elementos culturales
mixtecas, particularmente cerámica, se han encontrado incluso en lugares como
Monte Albán^ y Miahuatlán. Esta situación ha conducido a interpretar la pre
sencia mixteca como si se tratara de una invasión de los zapotecas y de su vir
tual desaparición, hasta el punto de relacionar el Postclásico oaxaqueño sólo
con mixtecas (González y Márquez, 1995: 55-86). Sin embargo, estudios recien
tes han propuesto que ni los zapotecas desaparecieron ni los mixtecas los inva
dieron, sino que se trató de alianzas políticas que permitieron el desarrollo inde
pendiente de los diversos señoríos y el desplazamiento de población entre
territorios, así como el mantenimiento de una paz estable muy conveniente para
todos, pero también de la unión de fuerzas para enfrentar los conflictos que se
presentaron, internos y externos (Flannery y Marcus, 1983; 217-226). Un caso
ilustrativo de lo anterior fue la unión entre los zapotecas cuando hubo necesi
dad de pelear contra los aztecas (hecho histórico del que queda como testigo la
fortaleza de Guiengola, en el Istmo). En este periodo, el énfasis en la adquisición
y la conservación de estatus a través de las alianzas entre nobles de los distintos
señoríos fue inclusive más importante que la expansión territorial de un señorío
determinado.
Vida cotidiana
La vida diaria tanto de los nobles como de los pobladores comunes tuvo ciertas
similitudes en los dos periodos. Entre la gente común la forma de vida se mantu
vo prácticamente igual. La evidencia arqueológica muestra que el tamaño de las
habitaciones así como los objetos utilitarios domésticos del Postclásico fueron
semejantes a los del Clásico. En la tipología cerámica de ambos periodos se han
encontrado comales, cajetes, cántaros, ollas y loza gris fina con soportes de dis
tintas formas (Winter, 1990: 103). En cuanto a los nobles, al parecer, su residen
cia estaba en función de su rango, lo que explica la diversidad en el tamaño de
sus viviendas. Además, cada señorío contaba con sus pueblos tributarios, que se
encargaban de abastecerlo tanto de alimentos como de ropa y fuerza de trabajo
para las obras necesarias. Los bienes suntuarios eran adquiridos a través de las
relaciones comerciales con otras ciudades-estado dentro y fuera de Oaxaca
[ibid.-. 103).
En lo que se refiere al tratamiento de los muertos, en el Postclásico hubo
cambios y pervivencias en el tipo de entierros que dan cuenta de la diversidad ét
nica que conformaba la región en esta época. Se continuaron utilizando tumbas
excavadas en los patios de los conjuntos residenciales; las más sencillas consis
tían en una cámara rectangular techada con grandes lajas; otras tienen nichos en
las paredes para las ofrendas; otras presentan planta cruciforme. Las más elabo
radas cuentan con escaleras para descender a la cámara y suelen tener una fa-
7. Este hecho muestra que la ciudad no fue del todo abandonada cuando los zapotecas la de
jaron, dado que los m ixtecas incursionaron ocasionalmente en ella.
216 T E R E S A ROJAS R A BIELA Y M A G D A L E N A A. G A R C Í A
Ilustración 10
M A TR IM O N IO ZAPOTECA
E con om ía
Tanto en los valles centrales como en las Mixtecas la agricultura fue la principal
actividad productiva. Las diferencias de altitud, como las condiciones topográfi
cas, determinaron el desarrollo de diversas técnicas en ambas regiones. Las zo
nas más extensas y planas corresponden a los valles centrales ubicados en Etla,
Tlacolula y Zaachila, donde se sembraba maíz, frijol, chile, calabaza, aguacate.
FORM ACIONES REGIO N ALES DE M E S O A M É R IC A 217
zapote blanco, maguey y algodón, los dos últimos para la obtención de aguamiel
y fibra (Winter, 1985: 98). En las Mixtecas, dadas sus condiciones montañosas,
rocosas, de pendientes abruptas y de pocos y pequeños valles, los habitantes
construyeron terrazas llamadas la m a-bord o en las laderas de los cerros. Éstas
consistían en pequeñas áreas artificiales, aplanadas y escalonadas, delimitadas
con piedras, que permitían la creación y el aprovechamiento del suelo ganado a
la montaña, conservar la humedad y evitar la erosión del suelo. El diseño y la
construcción de las terrazas de cultivo muestran el grado de avance en la tecno
logía agrícola de estas sociedades.
La población oaxaqueña desarrolló diversos sistemas hidráulicos que incluían
pozos para él riego «a brazo», canales, desagües, presas y drenajes, en particular
cercanos a las terrazas, donde los canales se aprovechaban para la captación del
agua de lluvia para regar los campos de cultivo, así como para drenar el suelo y
evitar inundaciones (Winter, 1985: 100-106; Doolitle, 1990: 110).
Tanto en los valles centrales como en las Mixtecas y otras regiones, además
de la siembra de alimentos se practicaba la recolección de plantas silvestres
como guaje, nopal, tuna, mezquite y cebollas silvestres, entre otros (Flannery y
Smith, 1983: 206).
En la Costa y en el Istmo la población se vio altamente favorecida con el
consumo de productos marinos y se estima que pudo haberse especializado en la
pesca, la recogida de mariscos y la producción de sal, para más tarde cambiarlos
por otros alimentos y otros bienes con los pobladores de tierra adentro (Zeitlin y
Zeitlin, 1990: 430).
Ilustración 11
EL GOLFO
La subárea del Golfo se extiende en una amplia franja que rodea al golfo de M é
xico; desde el río Soto la Marina por el Norte, hasta el Norte de Tabasco. Sus lí
mites geográficoculturales por el Occidente abarcan grandes extensiones en los
Estados de San Luis Potosí e Hidalgo, hasta pequeñas porciones de Puebla y
Querétaro. Así definida, engloba distintos ecosistemas, entre los que se encuen
tran la costa, la llanura, las estribaciones serranas (por la presencia de la Sierra
Madre Oriental), el bosque y las zonas áridas y semiáridas, con más o menos
abundancia y variedad de recursos bióticos.
Hacia el Postclásico (900/1000-1519 n.e.) el Golfo albergaba a grupos de fi
liación huaxteca, tepehua, nahua, otomí y totonaca, destacando notablemente
los huaxtecas, quienes ocupaban la región identificada como la Huaxteca y los
totonacas, habitantes del Totonacapan (ubicado en la zona central de Veracruz).
Huaxtecas y totonacas se conocen mejor que los otros grupos (Ochoa, 1995:
1-13). Sin embargo, desde una visión general pareciera que justificaban su pre
sencia como enclaves que representaban la influencia política y económica de sus
FORM ACIONES REGION ALES DE M E S O A M É R I C A 219
L a H u axteca
Ilustración 12
E l T oton acap an
8. Las chinampas se ubicaban sobre todo en el Sur (Chalco, Xochim ilco, Tlalpan, Mexicalcin-
go, etc.) y en secciones del Poniente (Tlacopan) y Norte (Xaltocan) de la cuenca de M éxico (Rojas,
1 9 9 3 b : 2 4 4 -2 4 5 ).
FORM ACIONES REGIO N ALES DE M E S O A M É R I C A 225
abastecer a las ciudades, que eran habitadas por los campesinos que prestaban
los servicios (cuidado de las obras públicas, de los bosques y jardines, o milita
res) (Carrasco, 1996: 588).
ECO N O M ÍA Y SOCIEDAD
De acuerdo con Carrasco, la triple división establecida en la zona central del Im
perio se repetía o extendía a las regiones sojuzgadas. Una información recogida
por fray Torquemada sobre la organización de las tres divisiones según los rum
bos del universo recuerda lo ocurrido en Tula, aunque no ha podido confirmarse
(Carrasco, 1996: 592). A Texcoco tocaba el cuadrante nororiental, a Tlacopan
el noroccidental y a Tenochtitlan toda la mitad sur.
Siguiendo una antigua tradición en Mesoamérica, las tres ciudades-capitales
y sus ciudades dependientes estaban divididas en segmentos (parcialidades o ca
beceras), algunas las cuales tenían su propio tlatoani. Estas divisiones eran de
carácter territorial, pero en ocasiones también étnica, originadas «en los pueblos
que migraron a la caída de Tula». Tenían sus propios dioses y sus señores «pro
cedían de dinastías y regímenes políticos anteriores» (Carrasco, 1996: 590). De
esta segmentación procedía, de acuerdo con Carrasco, el frecuente faccionalismo
FORM ACIONES REGIONALES DE M E S O A M É R I C A 227
ta se retrasaba un día. Los signos tenían un dios patrón y éste se asociaba con
un punto cardinal.
Las estaciones del año guardaban relación con los puntos cardinales. El
Norte con el verano, la primavera con el Oeste, el otoño con el Este, el invierno
con el Sur. La conjunción del calendario y las estaciones daba lugar a un elabo
rado ciclo de fiestas públicas religiosas, que eran ocasión para el sacrificio, el
convite y la reciprocidad social.
Otros muchos logros en el terreno intelectual y artístico son de mencionar,
pero sin duda resaltan algunos, como la escritura pictográfica, que servía para
toda suerte de detallados registros en papel indígena {am ate), piedra y otros ma
teriales. Asimismo existían sistemas aritméticos y de medición, mediante los cua
les se registraban fechas, se levantaban detallados catastros de tierras y cuentas
de tributos y tributarios, entre otros. Hubo, asimismo, sistemas de clasificación
del reino vegetal, animal y mineral (suelos) que representan avances intelectuales
que aún están en proceso inicial de investigación. Las técnicas son un terreno
mal conocido, respecto al cual se ha calificado (casi siempre en sentido negativo)
más que profundizado en su conocimiento. Entre las mejor conocidas están las
líticas, las cerámicas, las de cestería, las de riego, las agrícolas, las constructivas
y las minero-metalúrgicas, entre otras.
9
L A R E G IÓ N S E P T E N T R IO N A L M E S O A M E R IC A N A
B e a tr iz B r a n i f f C o r n e j o
Vamos a tratar en este capítulo de una región cultural que se ubica al Norte de
los ríos Sinaloa, Lerma y Moctezuma, ríos en donde se localiza la frontera sep
tentrional de Mesoamérica en el siglo X V I (Kirchhoff, 1943). Se encuentra en la
porción norcentral del Altiplano mexicano hasta el trópico de Cáncer, incluyen
do los hoy estados de Querétaro, Zacatecas, Guanajuato, Durango, el Altiplano
y la región del río Verde en San Luis Potosí y la sierra de Tamaulipas (Ilustra
ción 1), que en aquel entonces quedaban fuera de Mesoamérica.
Los mexicas se expresaban así de esa región norteña: «Es un lugar de mise
ria, dolor, sufrimiento, fatiga, pobreza, tormento. Es un lugar de rocas secas, es
téril; un lugar de lamentación, un lugar de mucha hambre, de mucha muerte.
Queda al none» (Sahagún, 1963: 263). «A las provincias donde moran los chi-
chimeca, las llaman chichim ecatlalli; es tierra muy pobre, muy estéril, y muy fal
ta de todos los mantenimientos» (Sahagún, 1955: libro X I, 478).
La traducción de la palabra chichim eca es mecate o «cuerda de perro», en
otras palabras, linaje de gente que, como los perros, no tiene casa. El término
chichimeca incluye a varios grupos o «naciones» — como los llamaron los espa
ñoles— cuya esencia era precisamente la de vivir en forma nómada como caza-
dores y recolectores, sin residencia definitiva. Estos grupos eran, por consiguien
te, el contraste con los pueblos mesoamericanos, que fueron tradicionalmente
agrícolas, sedentarios, y con una ideología enraizada en la tierra y en su fertili
dad (Rojas, 1985: 129). En consecuencia, la conquista de las tierras norteñas
por los españoles fue muy distinta a la de las culturas mesoamericanas, organi
zadas éstas dentro de los llamados «Imperios» como el mexica y el tarasco, don
de la conquista fue rápida y sólo hubo que cambiar al dirigente indígena por la
autoridad española. El mestizaje se inició pronto, la primera catedral en la ciu
dad de México estaba edificándose hacia 1525 y las tierras se entregaron al con
quistador con todo y con el indígena, quien de aquí en adelante serviría a nuevos
amos.
Pero al Norte de aquella frontera el blanco y sus aliados indígenas y mestizos
tendrían que emprender una ardua y larga lucha para alcanzar aquellas regiones
230 BEATRIZ BRANIFF CORNEJO
Ilustración 1
M ESOA M ÉRICA SEPTENTRIONAL
Ilustración 2
EL CAM IN O REAL A ZACATECAS
Mapa de 1580.
Fuente: Biblioteca de la Real Academia de Historia de Madrid.
232 BEATRIZ BRANIFF CORN EJO
En contraste con esta realidad del siglo xvi, la arqueología demuestra un pa
norama totalmente diferente para un tiempo más antiguo, pues en esa misma re
gión de barbarie existen ruinas de poblados de todo tipo, y aun ciudades con pa
lacios, templos y calles que no pudieron haber sido edificados por nómadas, ya
que sólo una agricultura eficiente estaba en grado de permitir asentamientos de
tal categoría. De esto se infiere que debió existir anteriormente un medio ambien
te mucho más benévolo que el descrito por los mexicas y habría que aceptar tam
bién un deterioro climático posterior que culminaría con aquella desolación his
tóricamente registrada.
No existe todavía la prueba científica de dichos cambios climáticos, aunque
estudios polínicos tampoco lo refutan, pero no hay que descartar la posibilidad
de que en estas regiones, que hoy en día son semiáridas, una temporada de sólo
dos o tres años sin lluvia podría haber traído consecuencias y efectos desastrosos
para una población cuya base de sustento fuera la agricultura de temporada. Se
tiene, sin embargo, información indirecta que confirma hasta cierto punto tales
cambios climáticos así como la relación que existe entre la situación cultural y la
geográfica. Por una parte, es interesante anotar la concordancia que existe entre
la curva que sigue la frontera de los mesoamericanos en el siglo xvi y la frontera
climática entre las zonas de desierto y estepa hacia el Norte y la sabana mesoter-
mal y el bosque templado hacia el Sur (Armillas, 1969: 699). Por otra, el límite
sur del llamado desierto de Chihuahua — que es una unidad vegetacional (Jaeger,
1957; Rzedowski, 1978: 62)— sigue exactamente la máxima frontera de los me
soamericanos (anterior al siglo XVl) y finalmente nuestra región se encuentra lo
calizada entre las isoyetas actuales de 400 mm y 800 mm anuales (Ilustración 3).
Se ha dicho que la isoyeta de 700 mm anuales marca el límite por debajo del cual
la agricultura de temporada es totalmente aleatoria y precaria (Niederberger,
1987: 51, 95). El trópico de Cáncer es en sí mismo una frontera climática y la dis
tribución de pueblos mesoamericanos en un tiempo se extendió hasta esta línea
(Ilustración 1).
Otra información igualmente indirecta se refiere a la documentación histórica
relacionada con el fin de la ciudad de Tula, hacia el 1200 n.e. La tradición indíge
na expresa en forma simbólica y poética las causas físicas — sequía y sus conse
cuencias— de dicha crisis política (Armillas, 1969: 701) y en nuestra región nor
teña no existe nada mesoamericano que podamos detectar arqueológicamente
después de esa misma fecha (Braniff, 1972, 1988), sugiriéndose la crisis y aban
dono de las regiones de la Mesoamérica septentrional (Armillas, 1964, 1969). Es
importante apuntar la coincidencia de estas fechas — 1150 a 1200 n.e.— con las
que se dan para el abandono y reorganización de los asentamientos en el llamado
«Sudoeste» de Estados Unidos (que en realidad fue el Noroeste de México hasta
el siglo pasado). Allí se argumentan igualmente explicaciones de cambios climáti
c o s — y otros— (Cordell, 1984: cap. 9). Además, en esa misma región dejaron de
recibirse ciertos objetos típicamente mesoamericanos, de lo que se deduce que los
patrones comerciales cambiaron entonces, lógicamente relacionados con la desa
parición de nuestra Mesoamérica septentrional y la revitalización de rutas comer
ciales a lo largo de la faja costera del Pacífico que ligan a partir de entonces a
nuevos centros políticos y comerciales (Kelley, 1986; Braniff, 1989a).
LA R E G I Ó N SEPTEN TRIO N AL M E S O A M E Rl C A N A 233
Ilu stración 3
M ESOAM ÉRICA SEPTENTRIONAL
Como resumen podemos aseverar que esta región norteña contiene una pro
blemática especial y diferente a la que se da en las regiones «nucleares» mesoa-
mericanas (por llamar de alguna manera a las que se distribuyen por debajo de
la frontera del siglo xvi). Mientras en estas últimas existe una evolución y pro
greso paulatino hasta la civilización que serían sólo limitados y luego condicio
nados por la conquista española, nuestra región septentrional muestra oscilacio
nes de carácter cultural muy relacionadas con el medio ambiente, que en una
época la ligan a ios procesos de gente cultivadora mesoamericana y en otro tiem
po se convierten en algo que es la antítesis de lo mesoamericano, determinándo
se así un diferente proceso histórico de época virreinal que ha repercutido hasta
nuestros días. Mientras en Mesoamérica el hispano encontró «la mesa puesta»
(organización tributaria, mano de obra, tierras cultivables), en el Norte, donde
ésta no existía, se requirió de otro tipo de conquistador que daría por resultado
un tipo de población poco mestizada y criolla, bastante diferente de la población
indígena, mestiza y criolla de la Mesoamérica nuclear. Este contraste es más evi
dente en las regiones extramesoamericanas, allende el trópico de Cáncer^.
3. Se ha argumentado que la agricultura de riego fue uno de los adelantos tecnológicos que
permitió el surgimiento de los centros urbanos en Mesoamérica, aumentando la producción y la po
blación; sin embargo, es la agricultura de temparal la que explica la supervivencia de los asentamien
tos rurales.
4. Desafortunadamente los arqueólogos mexicanos hemos heredado y adoptado la versión po-
LA R E G I Ó N S E P T E N T R I O N A L ME S O A ME R IC A N A 235
Ilustración 4
C O LO N IZ A C IÓ N DE LA M ESO A M ÉRICA SEPTENTRIONAL (300 A.N.E. 20 0 N.E.)
lítica «centralista» que explica todo desarrollo en razón de los sucesivos templos mayores ubicados
en los valles centrales.
5. «La homogeneidad arquitectónica [...] es una manifestación de otras homologías relaciona
das con la organización social y con el sistema de creencias» (Renfrew, 1 986: 5).
LA R E G IÓ N SEPTEN TRIO N AL M E S O A M E R 1C A N A 237
Ilustración 5
LA TRA D IC IÓ N DE TEUCHITLAN
a) «Tumbas de tiro» (Oliveros, 1971, lám. 12). b) Figura hueca «cornudo»; c) «Guachi-
montones» y juego de pelota (adaptado de Weigand, 1985: fig. 2.12).
238 B EA TR IZ BRANIFF CO RN EJO
Ilu stración 6
LA TRA D IC IÓ N D E CHUPÍCUARO
a) Figurilla (Piña Chan, 1960: fig. 40). b) Cerámica de Chupícuaro y Ticomán (adaptado
de Covarrubias, 1961: fig. 3). c) Cañada de la Virgen, Guanajuato (Castañeda et al.,
1988: fig. 3). d) Cerámica de Morales, Guanajuato, diseños (Braniff, 1972).
240 BEATRIZ BRANIFF CO RN EJO
Ilu stración 7
MESOAMÉRICA SEPTENTRIONAL: EL PERIODO DE AUGE (200 N.E.-900 N.E.)
Cultura:
HTeotihuacana (1. Teotihuacán, México; 2. Atemajac, Jalisco); •Teuchidán (3. Teuchitlán, Ja
lisco; 4. La Florida, Zacatecas); O Chalchihuites (5. AltaVista [Chalchihuites], Zacatecas; 6. El
Huistle [Huejuquilla], Jalisco; 7. La Quemada, Zacatecas); “Tunal Grande (8. Villa de Reyes, San
Luis Potosí; 9. Cerro de Silva, San Luis Potosí); O Guanajuatense (10. San Miguel Allende; 11.
Uruétaro; 12. San Bartolo Agua Caliente); □ Río Verde (13. San Rafael, San Luis Potosí; 14. Gua-
dalacázar, San Luis Potosí; 15. Ranas, Querétaro); □ Sierra de Tamaulipas (16. Pueblito; 17.
Ocampo).
Ríos: o. Chapalangana, a. Bolaños, b. J[uchipila-Malpaso, c. Verde, d. Turbio, e. Guanajuato, f.
Laja, g. Santa María, h. Verde, i. Támesis, j. Soto la Marina.
Fuente: Beatriz Braniff.
242 BEATRIZ BRANIFF CORN EJO
Esta original actitud agreste es acrecentada por rasgos especiales que clara
mente enaltecen los valores guerreros: la repetida presencia de ritos que incluyen
trofeos humanos expuestos (los llamados tzom pantlis de época histórica) y la re
lación de éstos con el culto a Tezcatlipoca (Abbott Kelley, 1978; Holien, 1975;
Holien y Pickering, 1978) de esta especial ideología militarista.
La forma arquitectónica común es la del patio hundido limitado por sus cua
tro costados; y en los centros urbanos La Quemada y Chalchihuites, además del
patio cerrado, las salas de columnas son igualmente zonas restringidas y limita
das, que estarían reservadas para una élite, que así quedaría (Ilustración 8 y 9) se
parada del público. Esta arquitectura difiere de la que se encuentra en muchos si
tios de la Mesoamérica nuclear, donde la pirámide es el centro, la que domina los
grandes espacios. En Chalchihuites la pirámide es casi inexistente, por lo cual la
autora propone que se trata de una élite militarista más que teocrática (Hers,
1989).
El estilo de la iconografía plasmado en la decoración de la cerámica difiere
de la elaborada complejidad y hieratismo de las culturas contemporáneas en el
Centro y Sur de Mesoamérica. Los diseños pintados en rojo o realzados con la
técnica del cham p elev é son una reelaboración de los diseños que se dan en la
fase Canutillo y, sobre todo, de la serie de los diseños antro y zoomorfos del
'Form ativo Terminal de Michoacán y Guanajuato que ya describimos. Sin em
bargo, además de los diseños realistas, ahora los temas incluyen interesantes
combinaciones de «monstruos» que conjuntan elementos de serpientes y de aves,
cabezas con dos cuernos, hocicos dentados con lengua bífida que a veces se
transforman en dos penachos. Una interesante combinación serpiente-pájaro lle
va una cabeza al parecer humana de la que sale el símbolo de la palabra (Ilustra
ción 10). La figura humana se representa a veces con dos cabezas. Estos diseños
conservan, de tiempos pasados, una serie de puntos que rodean al tema que de
ben tener algún significado, puesto que se presentan aun entre los hohokam en
Atizona. La división en cuatro paneles es también heredada de tiempos pasados,
como lo es la greca escalonada.
Las formas de las vasijas, y en especial las decoradas en cham pclevé, son un
desarrollo de las de la fase Canutillo (Kelley y Abbott Kelley, 1971, láms. 3, 8 y
13) y los soportes que representan una rodilla y un pie son típicos de la tradición
Chupícuaro-Ticomán (McBride, 1969: 37) (Ilustración 6b).
¿Qué representan estas figuras? Los animales monstruosos y la greca escalona
da pertenecen a una antigua ideología tanto mesoamericana como sudamericana
se asocian a conceptos de fecundidad y de agricultura (Braniff, 1974). La interrela-
ción entre estas distantes regiones ha sido bien fundamentada (Kelley y Riley,
1969, entre otros). En Mesoamérica los «monstruos» son parte de la ideología de
tiempos históricos y es tentadora la combinación insistente del pájaro-serpiente en
Chalchihuites, que sugiere la combinación de quetzalcóaltl (pájaro-serpiente).
Finalmente, el elaborado estilo de la cerámica policromada llamada pseudo-
cloisonn é, que se aplica a copas de pedestal alto, es una técnica decorativa que se
encuentra desde la fase Canutillo (Hers, 1989: 46) y en Altavista representa her
mosas combinaciones de la greca escalona, el ave devorando la serpiente (Ilustra
ción 10) y personajes con tocados elaborados que a veces llevan bandas faciales
244 BEATRIZ BRANIFF CORN EJO
Ilustración 8
Ilustración 9
Ilu stración 10
CULTURA DE CHALCmHUITES
Ilustración 11
«CHICOMOZTOC» LAS SIETE CUEVAS
6. Incluye los actuales estados de Guanajuato, Aguascalientes, parte del altiplano potosino y
el Sudoeste de Querétaro.
LA R E G I Ó N SEPTEN TRIO N AL ME S O A ME R I C A N A 249
Ilustración 12
ARQUITECTURA GUANAJUATENSE DEL CLÁSICO
habría que insistir en que esta arquitectura llamada «tetraespacial» es muy me-
soamericana (Yadeun, 1985). Lo que sí es excepcional en estos tiempos es la
«sala de columnas» de Chalchihuites, que también se ha localizado en los Altos
de Jalisco.
Proceden de una colección particular obtenida por saqueo de la región de
San Miguel de Allende las interesantes urnas que representaban personajes con
decoración facial de bandas horizontales — que recuerdan a Tezcatlipoca (Ilus
tración 13)— . Finas pipas, «tapas», sahumadores, objetos de concha y turquesa,
del Blanco Levantado, forman parte al parecer de ese mismo saqueo. La elabora
ción de estos objetos implica ciertamente la existencia de una élite.
En términos bastante precisos, coincide con la ubicación de estos asentamien
tos la distribución de ciertas cerámicas, que aparecerán en los valles centrales de
México hacia el 750 n.e., después del ocaso de Teotihuacan y antes de la consoli
dación del Estado tolteca (Braniff, 1972: 295). La presencia de otras cerámicas
guanajuatenses en Tula, Hidalgo (Cobean, 1978: 572-583) vuelve a reiterar la
proposición de varias migraciones norteñas hacia el Sur; y Guanajuato puede
considerarse, por tanto, como otra de las siete cuevas del mítico Chicomoztoc.
250 BEATRIZ BRANIFF CORNEJO
Ilustración 13
CERÁMICA GUANAJUATENSE DEL CLÁSICO
Ilu stración 14
SAN LUIS POTOSI
7. En otro trabajo de este volumen se incluyen sus fases más interesantes, que consideran el
desarrollo muy antiguo de la agricultura en Mesoamérica (MacNeish, 1958).
LA R E G I Ó N S E P T E N T R I O N A L M E S O A M E RI C A N A 2 53
n
O
Plano topográfico de la antigua ciudad y fortaleza de Toluquilla en la Sierra*Gorda 73
Z
a 3 1/2 leguas al Este de la Municipalidad del Doctor-Distrito de Cadereyta, Estado de Querétaro,
levantado y dibujado por Pawel, primer ingeniero y catedrático, Junio 1879.
LA REGIÓN SEPTENTRIONAL MESO A ME RIC A N A 255
Si bien es cierto que para esos primeros años desaparecieron las complejas
culturas de Zacatecas, el río Verde, la Sierra Gorda y la de Tamaulipas, la por
ción central de nuestro territorio no fue abandonada drásticamente, sino que,
por el contrario, muestra una recesión paulatina, donde hay que resaltar un es
fuerzo por parte de los toltecas de Tula por recolonizar la región. Para estos
tiempos (900-1150/1200 n.e.), Tula está en su apogeo y construye en las cerca
nías de Querétaro un poblado importante de amplias proporciones, columnatas,
un probable juego de pelota y esculturas de innegable estilo tolteca, como son el
ch a cm ol y los «atlantes» (Ilustración 16). Mucho más al Norte, cerca de San
Luis de la Paz, en Guanajuato, otro sitio más modesto incluye un juego de pelota
y una plaza con altar central (Ilustración 17). Se reconoce el complejo cerámico
de la metrópoli que incluye el diagnóstico plomizo, una bella cerámica elabora
da en Guatemala y distribuida por todo el ámbito mesoamericano en estos tiem
pos. Todavía más al Norte, en el Gran Tunal y en nuestro sitio de Villa de Re
yes, los toltecas vivieron entre las ruinas de los antiguos habitantes, donde se les
reconoce por el mismo complejo cerámico (Braniff, 1975b; Castañeda et al.,
1988: 328). M e parece que este intento tolteca no fructificó en este sentido. Sin
embargo, la presencia tolteca es muy clara en el Occidente de México, y es evi
dente que esta primera ruta e interrelación costera fue la base para una nueva y
amplísima red comercial que se desarrollaría después del 1200 n.e. y que inclui-
LA R E G I Ó N S E P T E N T R I O N A L M E S O A M E RI C A N A 257
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P o tio p j patio
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C re s p o y F lo re s : 1 9 8 4
8. Antes, com o ahora, las empresas políticas y comerciales de explotación van acompañadas
de símbolos de poder. La Xiuhcoatl decora la cerámica y también los «espejos» que los nobles y los
dioses utilizaban en la espalda sobre la cintura (Di Peso et al., 1974, vol. 7: 518).
258 BEATRIZ BRANIFF CORNEJO
Ilustración 18
LA XIUH COATL
a) Casas Grandes, Chihuahua (adaptado de Di Peso et al., 1974: fig. 656-7)-, b) Mochi-
cahui, Sinaloa (Manzanilla y Talayera, 1988, foto 44); c) Guasave, Sinaloa (adaptado de
Kelley, 1986: fig. 7); d) Culhuacán, Distrito Federal (Sejourné, 1970: figs. 50A, 53);
e) Tipo Azteca I (adaptado de Kelley, 1986: fig. 7); f) Chichén Itzá, Yucatán (adaptado de
Gendrop, 1979: lám. X X IV b).
Ilustración 19
A RQU ITECTU RA TARASCA EN GUANAJUATO
L A S C U L T U R A S D E C A Z A D O R E S -R E C O L E C T O R E S
D E L N O R T E D E M É X I C O Y E L S U R D E L O S E S T A D O S U N ID O S
G r a n t D . H a ll
LOS PALEOINDIOS
Como ha expuesto Bryan', hay investigadores que creen que en el Nuevo Mun
do había seres humanos miles de años antes de que apareciesen los cazadores
clovis, hace aproximadamente 1 2 0 0 0 años. Otros muchos sostienen que los clo-
vis fueron los primeros seres humanos que ocuparon América del Norte. Fuera
cual fuese el momento en que llegaron seres humanos al Nuevo Mundo, todos
los estudiosos sin prejuicios coinciden en que los primeros moradores procedían
de Siberia (Fagan, 1987). Roberts (1940) denominó por primera vez «Paleoin-
dio» a ese periodo y el término se ha generalizado.
Son tres las zonas del Sur de América del Norte que han figurado señaladamente
■en los debates acerca de «los primeros americanos». Dos de ellas, situadas en las
regiones de San Diego y Calicó, se encuentran en el Sur de California y la tercera
está en el Sur de Nuevo México. En el desierto de Mojave, cerca de Barstow, Ca
lifornia, región de Calicó, se han encontrado miles de rocas desmenuzadas en
yacimientos de entre 5 0 0 0 0 y 200 000 años de antigüedad (Moratto, 1984: 41-
4 8 ; Fagan, 1987: 64-66). La mayoría de los autores coinciden en que esos su
puestos artefactos son en realidad «geofactos» o «ecofactos», esto es, que tienen
causas naturales y no fueron elaborados por seres humanos. En la región de San
Diego, California, existe otro grupo de sitios de los que se ha dicho contienen
restos anteriores a la cultura clovis, que se remontan a entre 2 0 0 0 0 y 10 0 0 0 0
años (M oratto, 1984: 59-62), aunque también en este caso muchos investigado
res no creen que se trate de artefactos ni consideran acertada la datación de los
depósitos que se aduce como prueba.
El arqueólogo Richard S. MacNeish ha comunicado recientemente haber ha
llado, en la cueva «Pendejo» u Orogrande, un yacimiento estratificado con res
tos vegetales y animales, algunos de los cuales corresponden a especies extingui
das, que se remontan a hace 4 0 0 0 0 años (Bryant, 1992; 23-24). En los estratos
de esta cueva, datados con C14 entre 2 0 0 0 0 y 3 4 0 0 0 años a.p., MacNeish ha
recogido fragmentos minúsculos de arcilla endurecida, según él, por una mano
humana y afirma haber encontrado huellas de palmas. En los depósitos han apa
recido, además, piedras lasqueadas y numerosos huesos rotos de animales, que a
juicio de MacNeish son producto de la actividad humana en la cueva. Los espe
cialistas que han examinado los estratos de dicha cueva y los supuestos artefac
tos no creen que MacNeish esté en lo cierto al sostener que en ella hubo seres
humanos entre hace 2 0 0 0 0 y 3 4 0 0 0 años. (Eileen Johnson y Yaughn Bryant, Jr.,
comunicaciones personales).
Resumiendo, las afirmaciones acerca de la existencia de asentamientos hu
manos en América del Norte hace más de 1 2 0 0 0 años, no han sido corrobora
das por los especialistas que las han analizado (Moratto, 1984: 71; Fagan,
1 987). Al comparar los supuestos conjuntos de artefactos y los presuntos patro
nes de asentamiento de hipotéticos grupos humanos pre-clovis del hemisferio oc
cidental con patrones y conjuntos contemporáneos del Viejo Mundo, surgen dis
crepancias que constituyen otros tantos argumentos de peso en contra de la
existencia de seres humanos en el Nuevo Mundo antes de hace 1 2 0 0 0 años (Fa
gan, 1987: 66-72). Nuestra comprensión cada día más afinada de los primeros
asentamientos humanos y de la situación paleoambiental de Siberia oriental y
Alaska no indica que hubiese ningún asentamiento anterior a hace 11 200 años
(Hoffecker et a l , 1993). Ahora bien, muchas de esas discrepancias se podrían
explicar por el pequeño número de inmigrantes, su incapacidad para establecer
LAS C U L T U R A S D E C A Z A D O R E 5 - R E C O L E C T O RE S 263
Spring se halló el caparazón de una tortuga terrestre gigante que tenía clavada
una estaca utilizada para matar al animal, que al parecer guisaron y comieron en
el reborde mismo. La estaca ha sido datada con C14 en hace aproximadamente
1 2 0 0 0 años. Increíblemente, junto al caparazón se encontraron restos del esque
leto de un ser humano. Cabe imaginar que un desventurado paleoindio se cayó
en el sumidero y no logró salir. Nadó hasta el saliente, en el que quizá ya estaba
la tortuga, mató al animal y durante algún tiempo vivió de su carne. Acabó por
morir de hambre y sus huesos se mezclaron con los de su víctima (Claussen et
a l , 1979).
Contrasta con el número de yacimientos paleoindios clovis que se conocen
en América del Norte el escaso número de restos de esqueletos humanos encon
trados, lo que hace que sepamos muy poco de sus usos funerarios. Además, a di
ferencia de sus antepasados del Paleolítico Superior del Viejo Mundo, los clovis
no dejaron, al parecer, gran cosa de arte mobiliario, escultura o pintura. Pode
mos inferir muy poco acerca de sus creencias religiosas, pero probablemente
quepa presumir que el animismo era decisivo y que atendían a sus bandas cha
manes capaces de predecir el futuro y de establecer comunicación con el mundo
de los espíritus.
El periodo que abarca entre los años 10000 y 8000 a.n.e. en las regiones
fronterizas españolas septentrionales se denomina periodo Paleoindio Tardío.
Aparecen diversos tipos distintos de puntas de flecha paleoindias tardías, en su
mayoría de idénticas características morfológicas generales que las clovis y fol-
som, pero sin la acanaladura. Como los clovis y los folsom, los paleoindios vi
vían, al parecer, fundamentalmente de la caza, pero se disciernen algunos cam
bios de importancia. En primer lugar, se extinguieron algunos de los animales de
gran talla, como el mamut, el mastodonte y el bisonte gigante, en parte por los
cambios climáticos que por entonces acaecieron, pero es probable que también
desempeñase un importante papel la presión ejercida en sus rebaños por los ca
zadores clovis y folsom, situación que se conoce con el nombre de «modelo de
matanzas excesivas del Pleistoceno», propuesto por Paul S. Martin (1967).
En todo el subcontinente, el clima se volvió gradualmente más cálido y seco;
se secaron los grandes lagos pluviales del Oeste y empezaron a desarrollarse los
patrones de comunidades vegetales y animales existentes en la época moderna.
América del Norte fue «sembrada» con el linaje paleoindio que, durante los seis
a ocho milenios siguientes, daría lugar a las culturas peculiares con que se encon
traron los españoles al desembarcar en el Nuevo Mundo. Probablemente, en la
época Paleoindia Tardía ya operaba la tendencia a la diversificación cultural. El
crecimiento paulatino de la población, la adaptación a las características de los
entornos regionales y una movilidad y comunicación menores entre los grupos,
impulsaron la evolución desde la homogeneidad cultural propia del periodo Pale
oindio a la diversidad cultural cada vez mayor que distingue al siguiente gran pe
riodo de la Prehistoria de América del Norte, el periodo Arcaico.
caza mayor que subsistían, entre las que predominaban el venado en el Oeste y el
Este y una especie diminuta de bisonte (Bison bison) en las llanuras del Centro de
América del Norte. En éstas los cazadores arcaicos seguían empleando la técnica
del acoso, transmitida por sus antepasados paleoindios, para matar gran número
de bisontes. En los lugares en que había, cazaban especies modernas de antílope,
oso y cabra montesa, además de numerosos tipos de animales más pequeños.
La cultura material de los pueblos arcaicos fue elaborada conforme fueron
haciéndose peritos en extraer los recursos de sus respectivas regiones de asenta
miento. En todo el subcontinente aparecieron utensilios de molienda de piedra y
madera — manos, metates, morteros y majaderos— con los que trataban bello
tas, nueces, semillas y frijoles. La vara de cavar fue un instrumento muy impor
tante, empleado para extraer raíces y tubérculos y capturar animales que vivían
en madrigueras. En el Oeste de los Estados Unidos, donde se han conservado
materiales perecederos en grutas secas, y en menor medida en cuevas y zonas
pantanosas del Este, los cestos, los tejidos, las sogas, las esteras y ios vestidos
muestran que existían industrias muy evolucionadas de trenzado, entretejido o
entrelazado de fibras vegetales. Otro rasgo distintivo del periodo Arcaico es la
inexistencia de la alfarería; cabe suponer que, debido a su peso y fragilidad, eran
incompatibles con el modo de vida itinerante de los pueblos arcaicos.
Los cestos y otros implementos de fibra trenzada eran empleados por los ar
caicos para transportar, elaborar, cocinar y almacenar alimentos. A falta de tras
tes de barro, el método habitual de cocinar era el hervor mediante piedras: los
cocidos y aío/es (gachas) se elaboraban echando piedras, calentadas en una ho
guera, en un recipiente con agua junto con la comida que iba a cocinarse. El re
cipiente podía ser un cesto de trama muy apretada, un saco de piel cosida o el
vientre de un gran animal. El agua evitaba que las piedras quemasen el recipien
te. Las piedras calientes hacían hervir el agua con rapidez y así se cocían los ali
mentos.
Los animales de menor tamaño se asaban a menudo en las brasas de una ho
guera al aire libre. Hogazas de harina de nueces, semillas o bellotas eran cocina
das colocándolas en lechos de ceniza caliente y cubriéndolas con más ceniza y
brasas. Los pueblos arcaicos usaban además con frecuencia hornos de tierra para
asar y hornear: colocaban unas losas sobre lechos calientes de carbón y asaban
encima la carne. Excavaban pozos, los forraban de piedra y encendían hogueras
en su interior. Los alimentos vegetales — ^raíces, tubérculos, bulbos y cogollos—
se cocinaban en esos hornos para adaptalos al consumo humano.
Según la concepción tradicional de las culturas arcaicas, las bandas seguían
siendo tan móviles que sólo podían utilizar abrigos toscos, de carácter temporal
y muy portátiles, de la misma manera que los paleoindios. Podemos inferir algo
más acerca de su organización social, usos funerarios y sistemas de creencias re
ligiosas gracias a la existencia de sepulturas con los correspondientes objetos en
terrados, a los artefactos exóticos más durables que demuestran una intensifica
ción de los intercambios interregionales y al aumento del arte rupestre que, sin
lugar a dudas, se remonta a ese periodo. En general, esos grupos arcaicos proba
blemente tuvieron creencias animistas y en la mayoría de las bandas había cha
manes. Como ha observado Fiedel (1987: 223-224): «Además de a sus dirigen
268 GRANT D. H A L L
que algunas plantas silvestres podían cultivarse (Ford, 1985), conocimiento que
aceleró y permitió la acogida de importantes variedades de plantas mesoameri-
canas domesticadas, las cuales constituirían la base de la aparición posterior del
sedentarismo pleno y del modo de existencia basado en la producción de alimen
tos en algunas partes de las regiones fronterizas españolas septentrionales^.
ble balan ofag ia (consumo de bellotas como alimento básico) entre los pueblos
prehistóricos de California.
La mayoría de las especies de encinas de California producen bellotas con un
contenido de tanino (compuesto astringente natural) tan elevado que los seres
humanos no pueden comerlas en su estado natural, sino que deben majarlas y
lavarlas con abundante agua para eliminar el tanino, procedimiento que requiere
mucha mano de obra y que, según Basgall (1987), no siempre resultaba econó
mico a los californianos prehistóricos: «Sólo cuando las densidades demográfi
cas alcanzaban cierto nivel, originando una mayor competencia por los recursos
y limitando la movilidad, los grupos pasaban a depender de las bellotas para
subsistir» (Basgall, 1987: 44). Basgall considera que el crecimiento demográfico
fue un factor primordial de la dependencia cada vez mayor de las bellotas por
parte de los habitantes prehistóricos de California, si bien sostiene que ese cam
bio habría acarreado las consiguientes modificaciones de estructura social de los
grupos que lo efectuasen. El almacenamiento de los excedentes de bellotas para
su consumo a lo largo del año tendría que disminuir la movilidad o acaso impo
ner un alto grado de sedentarización. El mayor sedentarismo desencadenó la ela
boración de una cultura material, la creación de redes interregionales de inter
cambio y la aparición de territorios circunscritos con más rigidez, características
todas ellas de los grupos nativos de cazadores-recolectores con que se toparon
los españoles a su llegada a California.
Las aldeas mayores de estos cazadores-recolectores estaban organizadas en
pequeñas tribus regidas por jefes hereditarios, siendo ése el nivel de organización
social más elevado que surgió entre aquellos pueblos. En otras partes del territo
rio en que las densidades demográficas eran menores, muchos grupos vivían en
regímenes sociales esencialmente igualitarios. Las creencias y prácticas religiosas
se pueden deducir indirectamente del arte rupestre, en el que aparecen dibujos
abstractos y representaciones del sol, estrellas, seres humanos, aves, serpientes y
peces (Grant, 1965). Entre los primeros grupos indígenas históricos de Califor
nia había chamanes.
Desde el Sur de California y la Baja California a través del Oeste de Texas y los
Estados adyacentes del Norte de M éxico, los pueblos arcaicos se adaptaron a los
medios naturales de valles y montañas áridos y semiáridos. Los recursos alimen
tarios naturales tendían a ser sumamente estacionales y de aparición irregular.
Gracias a la sequedad del clima y a la existencia en algunas regiones de grutas o
abrigos rocosos, hay diversos yacimientos con notables depósitos estratificados
que conservan restos perecederos, por ejemplo, utensilios de madera, cestos, es
teras, redes, excrementos humanos fosilizados, cadáveres momificados y otros
muchos objetos (Taylor, 1966; Cordell, 1984; Shafer, 1986). Al habitar la zona
más seca de América del Norte, los moradores arcaicos del desierto dependían
para vivir de muy diversos animales pequeños, serpientes y lagartos, aves y pe
ces, de cactos y otras plantas suculentas de tierras áridas, además de una varie
dad impresionante de granos, nueces y raíces. Ante la irregularidad de las exis
272 GRANT D. H A L L
dado de Val Verde, Texas, han proporcionado más datos acerca del régimen ali
mentario de los habitantes arcaicos de la región (Williams-Dean, 1978). Los pó
lenes, cerdas de venados, esqueletos de ratones, espinas de nopal, escamas del
pez llamado m innow y otros restos minúsculos, son pruebas directas de los ali
mentos que los seres humanos consumían en la época Arcaica.
La región de Transpecos y, en general, el Oeste de Texas constituyen el lími
te oriental de una tradición de arte rupestre arcaico que se extiende por las re
giones áridas del Sudoeste de los Estados Unidos, desde la Baja California a Te
xas. Kirkland y Newcomb (1967) han estudiado el arte rupestre prehistórico y
de comienzos de la era histórica en su obra T he R ock Art o f T exas Indians. En
Texas las pinturas rupestres (pictografías) del Arcaico y final de la Prehistoria
son más numerosas en la región de Transpecos. Abundan las representaciones
humanas (chamanes), las pinturas de animales y diversos motivos geométricos y
lineales. Turpin (1990) ha propuesto recientemente un modelo de aumento de
las tensiones para explicar las primeras pinturas rupestres de Transpecos, el lla
mado estilo del río Pecos. Los habitantes prehistóricos de Transpecos empezaron
a pintar en las paredes de las grutas y refugios hace aproximadamente 4 0 0 0
años. Turpin cree que el arte está en relación recíproca con un aumento de la ac
tividad ritual al haberse incrementado los niveles de incertidumbre de las vidas
de aquellas gentes. Esta hipótesis se ajusta a la evolución de otras regiones que
habitualmente se achaca al aumento de la presión sobre los recursos alimenta
rios naturales al crecer la población.
Existe la hipótesis de que las figuras antropomórficas del arte rupestre de
Transpecos podrían ser chamanes y que los animales que hay a su lado corres
ponderían a espíritus auxiliares (naguales) o acaso al propio chamán transfor
mado en espíritu (Kirkland y Newcomb, 1967). Cabe presumir que los chama
nes aparecen en distintos estados de transformación entre el plano terrestre y el
mundo de los espíritus. Se ha especulado que el chamán alcanzaba el estado de
trance ingiriendo alucinógenos, pues en el entorno había peyote, toloache {Datu
ra stram onium L.) y granos de laurel (Shafer, 1986). El contexto en el que se
efectuaron las pinturas en las paredes de los refugios de Transpecos sigue siendo
objeto de debate. Todos los autores están de acuerdo en que las pinturas repre
sentaban distintos acontecimientos sucedidos en diferentes lugares y en que tal
vez correspondan a centenares o incluso miles de años de ceremonias periódicas.
Se han propuesto varios contextos: rituales de entrenamiento o de iniciación de
aprendices de chamán; ceremonias de iniciación a la pubertad o rituales para
que la búsqueda de alimentos fuese propicia.
Yendo hacia el Este y el Norte por Texas y México septentrional, las precipita
ciones medias aumentan gradualmente y los terrenos desiertos dan paso a prade
ras y sabanas atravesadas por ríos como el San Fernando, el San Juan, el Gran
de, el Nueces, el Guadalupe y el Colorado. Gran parte del territorio del Sur de
Texas y el Nordeste de México está cubierto en la actualidad por malezas espi
nosas: mezquites, nopales, granos de ébano y diversas acacias. Los análisis etno-
L A S C U L T U R A S D E C A Z A D O RE S - R E C O LE C T O RE S 275
históricos y los datos arqueológicos indican que esas grandes extensiones de ma
torrales son un fenómeno relativamente reciente, que probablemente se desarro
lló a raíz de que proliferasen las manadas de caballos y ganado mayor en el siglo
xvm (Hall et al., 1986).
Desde la época Paleoindia hubo pueblos de cazadores-recolectores en estas
tierras (Hester, 1980). En las regiones interiores, los habitantes prehistóricos
practicaban la adaptación a terrenos áridos o semiáridos y vivían fundamental
mente de mezquites, nopales, granos de ébano y otros alimentos vegetales, ade
más de venados y de caza menor (MacNeish, 1958). Capturaban peces, mejillo
nes y tortugas en los ríos y corrientes de agua. Recogían grandes cantidades de
caracoles {R abdotus sp.) que comían asados. Además, consumían serpientes, ro
edores y lagartos.
Uno de los primeros relatos etnohistóricos de cierta extensión acerca de la
vida de los indios de América del Norte fue el de Alvar Núñez Cabeza de Vaca,
un español que naufragó en las costas de Texas en 1528 (Covey, 1972). Durante
el tiempo que permaneció en el Sur de Texas, Cabeza de Vaca observó que nu
merosas bandas de cazadores-recolectores se congregaban en torno a los grandes
campos de nopales tuneros del Sur de Texas en el verano, meses en los que vivían
esencialmente de comer los frutos de ese proiífico cactus. Además, abrían las tu
nas y las secaban para consumirlas más entrada la estación, convertidas en hari
na con manos y metates. Cabeza de Vaca describió también escenas de caza: los
indios provocaban estampidas de manadas de venados hacia los bajíos de las
orillas del Golfo de M éxico, donde los atrapaban y mataban. Mientras vivió con
un grupo de indios, los mariames, junto al río Guadalupe en el Sur de Texas,
Cabeza de Vaca observó la importancia de las pecanas, o nogales pecaneros,
para su subsistencia a finales del otoño y durante el invierno (Campbell y Camp
bell, 1981).
En el Centro y el Este de Texas abundan los robles. Como en California, la
transformación de las bellotas en alimento era probablemente un elemento im
portante de las actividades de subsistencia. En el Centro de Texas, uno de los ti
pos más comunes de sitio prehistórico es el constituido por los escombros de ro
cas quemadas, formadas por piedras muy juntas y resquebrajadas por el fuego,
cuyas dimensiones oscilan entre unos cuantos metros cuadrados y algunos centí
metros de espesor hasta varias hectáreas y de uno a dos metros de altura. Buena
parte del Centro de Texas está constituida por colinas de piedras calizas roda
das, por lo que muchos de los escombros de piedras quemadas están formados
por caliza quemada, aunque también se conocen de granito y arenisca.
Estos escoriales de rocas quemadas aparecen por vez primera en la Prehisto
ria de Texas en el Arcaico Medio (hace aproximadamente 5 000 años) y abundan
más a partir del 2 200 a.p., aunque siguieron apilándose en distintas formas en la
época Prehistórica Tardía (Hester, 1991). Se han formulado muchas hipótesis
acerca de cómo se formaron y algunos investigadores opinan que se trata de es
pacios «de cocina» polivalentes en ios que se elaboraban y cocinaban distintos
alimentos. Creel (1986) ha observado una notable correlación entre su distribu
ción y la de los robles en Texas, lo que indicaría que guardaban alguna relación
con la elaboración y el cocinado de las bellotas. Otros sostienen que aparecieron
276 GRANT D. HALL
Los densos bosques de pinos, robles y pacanas (Carya texana, C. ovata, C. cor-
diform is, etc.) del Nordeste de Texas son característicos del medio natural del
Surdeste de los Estados Unidos. Las actividades coloniales de los españoles llega
ron hasta esa parte del subcontinente con un asentamiento en Nacogdoches. Los
promedios anuales de precipitación de la región son considerablemente superio
res a los del resto del Estado. Según Story (1985), los recursos alimentarios natu
rales del Nordeste de Texas están distribuidos mucho más parejamente que en
las tierras áridas y semiáridas del Oeste. Ocupándolo desde la época Paleoindia
en adelante, los cazadores-recolectores del Nordeste de Texas vivían fundamen
talmente de pacanas, bellotas, venados y osos. Los bosques proporcionaban ade
más diversos frutos y caza menor, como ardillas, pavos, mapaches y zarigüeyas.
Capturaban peces, tortugas y mejillones en las corrientes y ríos. Los instrumen
tos para trabajar la madera, como hachuelas y azuelas de piedra tallada y puli
da, se suman en esta región al instrumental arcaico habitual. Como en el llano
costero escaseaba la piedra, los utensilios esenciales como los morteros y maja
deros, que en otros lugares se fabricaban con piedras grandes, eran en este caso
de madera.
Los bosques de pacanas, muy frecuentes en algunas partes del Oeste medio y
el Este de América del Norte, constituían una importante fuente de alimentos de
los cazadores-recolectores prehistóricos. La pacana da una nuez muy rica en
proteínas y grasas, aunque es muy pequeña y resulta difícil extraerle la pulpa.
Los pueblos del Sudeste idearon una forma eficiente de sacar su valor nutritivo;
juntaban las nueces y luego las aplastaban en morteros de madera utilizando
grandes majaderos hechos con troncos. Cocían las nueces, aplastadas en agua,
empleando la técnica del hervido de piedras hasta que la grasa y parte de la pul
pa de las nueces flotaba en la superficie del recipiente usado para hervir. Des
pués espimiaban la grasa, llamada leche de pacana, y la mezclaban con otros ali
mentos. La cerámica surge en la región en fecha tan remota como el 2 1 5 0 a.p..
278 GRANT D. HALL
pero no indica que entonces se iniciase la agricultura, sino que los recipientes de
cerámica constituían, al parecer, un medio más eficiente para cocinar alimentos
y procesar las bellotas y pacanas.
En el Nordeste de Texas se da la expresión más suroccidental de tradición
preagrícola de construcción de montículos, mucho más frecuente y más antigua
entre las culturas situadas al Este y Nordeste. En el Nordeste de Texas existe un
sitio en montículo de este periodo. Se remonta más o menos al comienzo de
nuestra era y no es posterior a hace 1 4 5 0 años. El montículo, como los existen
tes en otros lugares del Oriente de los Estados Unidos, se utilizaba para enterrar
a los muertos. Story (1985: 53) ha observado lo siguiente: «[...] estos montículos
[...] corresponden probablemente a la aparición de grupos locales de organiza
ción más compleja, con funciones más especializadas y división jerarquizada, en
la que quizá hubiese un rango superior correspondiente al cargo de jefe». El me
dio cultural en el que surgió el montículo de Coral Snake no era habitual en el
Nordeste de Texas y hasta que no surgió un pueblo agrícola plenamente seden
tario hace aproximadamente 1 1 5 0 años, llamado los caddos, no se generalizó la
construcción de montículos funerarios en la zona.
L a Florida
hace 8 000 años (Hauswirth et a l , 1991). Con los restos se han encontrado tex
tiles de fibra de palma: prendas de vestir, bolsas globulares, esteras, mortajas o
sábanas y cuerdas. Otro sitio posterior excepcionalmente conservado es Cayo
M arco, sito en la costa del Golfo en el Sur de Florida (Gilliland, 1975). En los si
tios pantanosos de Cayo M arco apareció un verdadero tesoro de artefactos de
madera — cabezas de animales talladas, cuencos, paletas, cucharas y otros uten
silios— , junto a cuerdas, redes y flotadores de redes.
La primera cerámica de América del Norte que se conoce procede de la cos
ta de Georgia y de hace unos 4 5 0 0 años y se generalizó en otros lugares del Su
deste hace aproximadamente 3 000 años. Más o menos por la misma época, se
fabricaban ollas y cuencos de esteatita, probablemente por ser instrumentos
más eficientes para eliminar el tanino de las bellotas y extraer las grasas y acei
tes de otras nueces como las pacanas. También alrededor de hace 5 0 0 0 años
aparece en el Sudeste el primer cultivo importado, el guaje o calabaza (L agen a
ria siceraria). Smlth (1986: 30) denomina a los guajes y calabacines «cultivos de
recipientes», ya que se pueden emplear como cuencos o recipientes para alma
cenar y observa lo siguiente: «Esta discreta pareja de plantas significó los m o
destos comienzos del cultivo en los bosques orientales y sirvió para preadaptar
a poblaciones fundamentalmente cazadoras-recolectoras a ensayos más avan
zados con cultivos de simiente pequeña, templados, orientales e indígenas».
También en este caso, como en el del Sudoeste, vemos a cazadores-recolectores
sentar las bases de la agricultura hasta 2 000 años antes de que se convirtiera
en el modo de vida de sus descendientes.
En esta panorámica, que se inicia hace 12 000 años con el asentamiento de los
paleoindios de América del Norte, hemos expuesto a grandes rasgos las adap
taciones de ios cazadores-recolectores a distintas zonas de las regiones fronteri
zas españolas septentrionales. Durante la mayor parte del tiempo considerado
los seres humanos vivieron de recursos alimentarios naturales y cuando, en al
gunas zonas, pasaron a la agricultura, las nuevas fuentes de alimentos no ex
cluyeron muchos de los alimentos y técnicas de extracción tradicionales que
habían sido el sustento de las poblaciones humanas durante milenios. El con
traste entre la existencia de los cazadores-recolectores y el modo de vida agrí
cola no carecía de matices. Los datos cada vez más abundantes que poseemos
muestran que en realidad no hubo una solución de continuidad entre ambas
formas de vida. Los cazadores-recolectores practicaban cierto grado de activi
dad agrícola y, por su parte, los agricultores cazaban y recolectaban. Cuando
coexistían, había intercambios de productos: carne a cambio de maíz, pieles
por adornos, etc. Las exigencias que los cultivos imponían — sembrar, cuidar,
proteger y cosechar— y el comportamiento dictado por la producción y el al
macenamiento de los excedentes alimentarios domésticos requerían asentarse
en aldeas. La vida sedentaria basada en la producción de alimentos llevó apare
jadas la arquitectura compleja, una cultura material más amplia, la especializa-
280 G R A N T D. H A L L
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S O C IE D A D E S S E D E N T A R IA S Y S E M IS E D E N T A R IA S
D E L N O R T E D E M É X IC O
R a n d a l l H . M c G u i ré
1. El área cultural aborigen hoy incorporada a los Estados modernos de Sonora, Chihuahua,
Arizona, Nuevo M éxico, Sudoeste de Colorado, Sudeste de Utah y la zona del Transpecos fue llama
da, durante 3 0 0 años, el Noroeste, primero de Nueva España y luego de M éxico. La mayor parte de
los autores norteamericanos se refiere a esta área cultural como el Sudoeste.
286 RANDALL H. M C G U I R E
2. Muchos nativos norteamericanos utilizan su religión, sus mitos y sus leyendas como el me
dio principal de conocer este pasado. Esto lleva a una comprensión espiritual de la Prehistoria, muy
diferente de las inferencias de los arqueólogos.
SO CIEDADES S E D E N T A R I A S Y S E M I S E D E N T A Rl A S 287
El área cultural del Noroeste abarca las regiones situadas al Norte de Mesoamérica
donde los aborígenes vivían a lo largo del año en ciudades o aldeas y se dedicaban
a la alfarería, el tejido y al cultivo del maíz, del frijol y de la calabaza (Cordell,
1984: 2-4; Ortiz, 1979; 1983)^. Los límites de la agricultura definen todos los bor
des de esta área excepto en el Sur, donde el Noroeste se funde con Mesoamérica. A
lo largo de este borde sur, el Noroeste se define por lo que le faltaba: Estados, am
plios centros urbanos, escritura y arquitectura pública monumental. Definido así, el
Noroeste incluye toda la Arizona actual. Nuevo México, Sonora y Chihuahua, más
el ángulo sureste de Utah, Sudoeste de Colorado y el TransPecos (Ilustración 1).
Este enfoque tradicional define al Noroeste como una región, como un área
geográfica en el mapa. Pero los fenómenos culturales que deseamos estudiar no
sólo no se distribuyen uniformemente en ella o están presentes en todos sus pun-
tos, sino que, además, son fenómenos dinámicos: sus formas cambian y su aspec
to varía a lo largo del tiempo. Los límites que trazamos alrededor del Noroeste,
que parecen claros y nítidos en un determinado momento, así como precisos a es
cala continental, se vuelven borrosos, algunas veces fluctuantes y arbitrarios,
cuando los examinamos en detalle y a lo largo del tiempo. Una manera más pro
ductiva de ver estos fenómenos culturales dinámicos es considerarlos como un
conjunto de relaciones entre grupos sociales. Estos grupos ocupan un espacio, un
medio ambiente particular, pero lo que define el área cultural son las relaciones
entre ellos, ya que el espacio se transforma con el transcurso del tiempo.
Técnicamente todo el Noroeste es un desierto. En toda la región, la tasa de
evaporación anual es mayor que la de precipitaciones. El clima varía considerable
mente según la altura, haciéndose más húmedo y frío a medida que se asciende.
Las variaciones anuales de temperatura son extremas, con máximas estivales que
normalmente exceden los 42° en los desiertos bajos y con temperaturas invernales
que, en las zonas más altas, caen por debajo de los 0° con presencia de nieve.
También la topografía cambia drásticamente según la altura en distancias relativa
mente cortas (2 500 m en 50 km), variación topográfica que crea un complejo mo
saico de condiciones medioambientales. La totalidad de la región es apenas margi
nalmente apta para la agricultura del maíz. Las áreas de cultivo están restringidas
a dos zonas: por una parte, una estrecha franja de elevaciones donde la precipita
ción suficiente se combina con una estación de 120 días libres de heladas; por
otra, las áreas adonde es posible utilizar las crecidas de los ríos, los canales o los
dispositivos de recolección de agua para irrigar los campos. Aun las variaciones
climáticas menores, si duran algún tiempo, pueden aumentar o disminuir drástica
mente el área apta para el cultivo, por lo que en el pasado produjeron efectos no
tables en el desarrollo cultural de los pueblos prehistóricos.
Los grupos culturales sobrevivientes del Noroeste representan tan sólo una frac
ción de la pluralidad cultural que había en la región hacia el 1500 n.e. La re
construcción de los grupos y lenguas aborígenes en contacto en el Bajo Noroeste
— realizada por Sauer (1934)— muestra 2 7 grupos identificados en Sonora y
Chihuahua. A fines del siglo X IX este número ya se había reducido sustancial
mente, com o muestran los trabajos de la mayoría de los etnógrafos, que sólo se
ñalan ocho grupos existentes: el tepehuán del Norte, el tarahumara, el guarijío,
el mayo, el yaqui, el pima bajo, el seri y el pima alto (que incluye el «sand pápa-
go», el pápago y el «Gila River Pima») y un grupo que desapareció a comienzos
del siglo XV U I, el ópata (Spicer, 1962; Ortiz, 1983). Los grupos nómadas del
Este de Chihuahua, el suma, el jano, el jumano, el concho y otros, desaparecie
ron hacia el 1750 n.e. y es poco lo que sabemos sobre sus culturas. Algunos de
los grupos desaparecidos en el siglo xvn fueron absorbidos en poblaciones mes
tizas del norte de México, mientras que otros se fundieron con pueblos nativos
sobrevivientes (Ilustración 1).
Estos nueve grupos habían emergido como entidades identificadas y cir
cunscritas hacia fines de siglo X V ii, en parte debido a la política y a las activida
des misioneras de los jesuítas, que apuntaban a plasmarlos y a retenerlos como
grupos distintos (Sauer, 1934; 2). Los grupos más recientes lograron sobrevivir
a través de diferentes medios. Los yaqui y los mayo resistieron al español en
una serie de guerras que se prolongaron durante 300 años. Por su parte, los ya
qui no aceptaron el dominio mexicano hasta principios del siglo X X . Los ta
rahumara y los seri se retiraron a las montañas y al desierto costero respectiva
mente, zonas remotas y de poca importancia para el español. El tepehuán del
N orte, el guarijío y el pima bajo sobrevivieron sólo como remanentes en los va
lles solitarios de las montañas. El pima alto se trasladó al Norte de la frontera
internacional, donde se recrearon divisiones indígenas que se perpetuaron en
SO CIEDADES S E D E N T A R I A S Y S E M IS E D E N T A Rl A S 291
las reservas indígenas norteamericanas, para crear la tribu pima y la nación to-
hono o’odham (pápago).
Los grupos nativos del Alto Noroeste vivieron tan sólo un poco mejor que sus
hermanos del Sur. Cuando en 1598 se fundó la colonia de Nuevo México, había
alrededor de 134 pueblos, con una población total de 6 0 0 0 0 habitantes. Apenas
un poco siglo después, en 1706, sólo quedaban 18 pueblos, con una población to
tal de 6 4 4 0 , sin incluir a los hopi (Ortiz, 1979: 254). En el mismo periodo entra
ron en la región nuevos grupos aborígenes. Los asentamientos atabascanos más
antiguos que conocemos en dicha región datan de fines del siglo X V ; sin embargo,
muchos autores creen que habían penetrado en ella hacia el 1300 n.e. (Ortiz,
1983: 381). Hacia el 1620 n.e., los atabascanos que practicaban algo de agricul
tura y que habían comenzado la cría de ovejas eran conocidos como navajos (apa
ches de Navajo), mientras que al resto, principalmente cazadores y recolectores,
se les llamaba simplemente apaches. La caza del bisonte a la manera comanche se
inició en las planicies altas del Oriente de Nuevo México a principios del siglo
XVIII (Hall, 1989: 94). Tanto los atabascanos como los comanches vivieron al
margen del dominio español y hacia el siglo xvin estos jinetes sumamente móviles
habían logrado detener e incluso hacer retroceder el avance del español hacia el
Norte. Su número aumentó hasta el siglo X I X , momento en el que fueron reduci
dos y forzados por el ejército norteamericano a entrar en reservas indígenas.
5. Tres son las razones que explican las notables mejoras en las observaciones españolas des
pués de haber llegado hasta los pueblo. En primer lugar, los indios pueblo, con sus aldeas com pac
tas, no les parecieron a los españoles tan extraños y salvajes como los habitantes de las rancherías
más móviles. En segundo lugar, la consistencia de los sitios pueblo hace que sean más fáciles de ha
llar para los investigadores modernos; además, muchos de ellos están, todavía hoy, ocupados. Por
último, los pueblo constituían la meta de las expediciones, y la más importante, la de Coronado,
pasó cerca de dos años entre ellos.
292 R A N D A L L H. M C G U I R E
resto del Noroeste, habrá que esperar entre 50 y 150 años para disponer de infor
mes fiables, consistentes y claros respecto a la ubicación de las poblaciones indí
genas. En el periodo intermedio, la esclavitud y las epidemias pueden haber alte
rado significativamente estas culturas (Reff, 1986; Hall, 1989).
Otro problema que plantea la reconstrucción del mundo aborigen en el mo
mento de la llegada de los españoles proviene de nuestra noción de tribu. No es
en absoluto seguro que estos grupos se hayan considerado alguna vez a sí mis
mos como unidades claramente delimitadas, consideración que correspondería
con nuestra noción de tribu. Ningún área conoció una organización política
efectiva, que uniera entre sí más de unos pocos poblados y, aun así, ese tipo de
organización era poco habitual (Spicer, 1962). Además la Conquista española
no sólo redujo la diversidad demográfica y cultural, sino que también creó nue
vos agrupamientos étnicos e identidades culturales. No podemos contentarnos
sólo con proyectar hacia atrás en el tiempo los grupos culturales que encontra
mos en los registros etnográficos; tampoco podemos suponer que la cultura de
estos grupos haya permanecido inalterada a lo largo de los últimos 400 años
(Sauer, 1934; Riley, 1987).
GRUPOS CULTURALES
bos son los únicos supervivientes de más de 18 grupos dialectales del cahita exis
tentes en el siglo xvi, que sumaban más de 6 0 0 0 0 personas (Sauer, 1934; Spicer,
1962). Los yaqui y los mayo sobrevivieron a pesar de la dominación hispana de
bido a la absorción de otros grupos de lengua cahita y a su feroz resistencia mili
tar. Miles de yaqui huyeron a Estados Unidos a comienzos del siglo x x con el fin
de escapar de los ejércitos mexicanos, y más de 5 000 viven todavía allí (Spicer,
1962) (Ilustración 1).
Con anterioridad a la reducción, los grupos cahita vivían en aldeas que rara
vez superaban los 250 habitantes, diseminadas a lo largo del río Yaqui y del río
Mayo, en el desierto de Sonora, y sobre los flancos occidentales de la Sierra M a
dre Occidental. Estos poblados estaban constituidos por grupos de casas con te
chos abovedados, cubiertos de ramas o de caña. Los cahita dependían para la
agricultura de la crecida anual de los ríos del desierto y es probable que cavaran
pequeños canales para llevar las aguas de las crecidas a los campos. También de
pendían mucho de los alimentos del desierto, como el cactus columnario, el mez
quite y las semillas de los pastos, así como de los recursos marinos: peces, tortu
gas y mariscos. Cada aldea era políticamente autónoma, con jefes para la paz y
para la guerra. En los periodos de conflicto, muchas aldeas podían unirse bajo
un único jefe militar y, así, formar ejércitos de varios miles de hombres que lu
chaban en formación. Poco se sabe de la cosmología prehispánica. Los indivi
duos podían lograr un poder sobrenatural a través de visiones de animales y
aparentemente las pinturas en la tierra se destinaban a rituales de curación. La
formación de grupos tribales como los yaqui y los mayo parece ser la consecuen
cia de la guerra que se extendió a lo largo del siglo xvi y de la llegada de los es
pañoles (Beals, 1943; Spicer, 1962).
A lo largo de la costa de Sonora y al Norte de los grupos que hablaban en
cahita, se ubicaba un grupo que empleaba una lengua de la familia de los hokan,
los seri. Éstos constituían el único grupo migratorio no agricultor y recolector de
alimentos de Sonora. Estaban organizados en seis comunidades, que a su vez se
subdividían en pequeños clanes familiares. Es probable que en 1692 su número
alcanzara alrededor de 3 000 individuos. Su subsistencia dependía de una mezcla
de recursos marinos y terrestres. Vivían en relativa paz con los españoles, hasta
que alrededor de 1750 comenzaron a reaUzar frecuentes incursiones, a las que
los europeos respondieron con campañas genocidas de represalia. Este ciclo de
incursión y represalia continuó hasta comienzos del siglo X X y aun en 1920 se
registraron algunas matanzas ocasionales. Menos de 500 seri viven hoy a lo lar
go de la costa de Sonora (Spicer, 1962).
Los pima del Noroeste u o’odham, como ellos mismos preferían llamarse,
se dividían en dos grupos: el pima alto y el bajo. Este último vivía en asenta
mientos de rancherías diseminadas en la Sonora central, donde practicaban la
agricultura junto a los ríos y arroyos más importantes. Es probable que a co
mienzos del siglo X V I hubiera de 6 000 a 9 000 individuos de este grupo. El
pima alto vivía en ambos lados de la actual frontera internacional y probable
mente su número se elevara a unas 30 000 personas, diseminadas sobre una in
mensa área, que se extendía desde el Colorado hasta el río San Pedro y desde el
río Gila hasta el San Miguel.
294 R A N D A L L H. M C G U I R E
Ilustración 1
GRUPOS ABORÍGEN ES EN EL N O R O ESTE EN EL 1600 N.E.
F u en te: R a n d a ll H . M c G u ire .
En el siglo xvii, las aldeas más grandes de los pima alto albergaban a más de
5 0 0 individuos, que vivían en precarias casas de techos cubiertos con caña o ra
mas, diseminadas a lo largo de los principales ríos. En estos valles de los ríos del
desierto, los pima practicaban la agricultura de riego y se dedicaban al cultivo
del maíz, el frijol, la calabaza y el algodón. En los desiertos de Atizona occiden
tal, los pima se trasladaban estacionalmente de las aldeas agrícolas estivales ubi
cadas en los valles a las invernales, cerca de los manantiales de las montañas. En
las regiones más secas, muchos pima vivían como cazadores y recolectores. La
organización política normal más extensa debió reunir cerca de 1 500 personas.
Los jefes guerreros pima podían reclutar partidas de guerra de un centenar de
personas, pero en las rebeliones contra los españoles, en 1695 y en 1751, se abs
tuvieron de realizar batallas campales, prefiriendo en su lugar las emboscadas y
las incursiones. Además de los jefes de aldea y de los jefes de guerra, los pima
poseían chamanes curanderos (de ambos sexos) que obtenían su poder de los
sueños. Por otra parte, muchas aldeas realizaban ceremonias comunales en tor
no a temas relacionados con la lluvia y la fertilidad, que incluían danzantes en
mascarados. El cosmos de los pima no está muy estructurado y el simbolismo
del color y de la dirección está muy poco desarrollado (Ortiz, 1983; Spicer,
S O C I E D A D E S S E D E N T A R I A S Y S E M IS E D E N T A R I AS 295
1962; Riley, 1987). Los españoles ocuparon los valles de los ríos sureños de los
pima alto y muchos huyeron al Norte del río Gila y al desierto occidental, donde
sus descendientes viven todavía hoy en los Estados Unidos, como los pima (áki-
mel o’odham) y los pápago (tóhono o’odham).
Los ópata, que vivían en los flancos de la Sierra Madre occidental en la So
nora central, entre los pima alto y bajo, parecen haber llegado al área a fines del
siglo X V , provenientes del centro prehistórico de Casas Grandes, en el Noroeste
de Chihuahua. Se calcula que alrededor de 20 000 ópata vivían en un área de
menos de un tercio de la extensión que ocupaban los pima alto a comienzos del
siglo X V I (Ortiz, 1983: 320). Las primeras expediciones españolas encontraron
un conjunto de grandes aldeas en el Centro de Sonora, la mayoría de las cuales
eran probablemente ópata y el resto pima bajo*. Los anales de la expedición de
Coronado hablan de extensos campos irrigados, plantados con maíz, frijoles, ca
labazas y algodón, y de las mayores densidades de población encontradas al Sur
de los pueblos. Aparentemente, estas aldeas estaban unidas por aÜanzas débiles,
capaces de movilizar a cientos de guerreros que podían, llegado el caso, enfren
tarse entre sí. En 1564-1565, la expedición de Ibarra fue severamente castigada
en batallas libradas contra algunas de estas alianzas. La investigación arqueoló
gica indica que las aldeas más importantes contenían varios cientos de casas,
construidas de adobe y ramas y sugiere que el número máximo de habitantes po
dría medirse en centenas. Cuando los misioneros jesuitas llegaron al área, en la
segunda década del siglo X V II, los ópata vivían en rancherías dispersas compues
tas de casas con techo de paja, muy similares a las de sus vecinos pima (Spicer,
1962: 99). Las epidemias son la causa más plausible del descenso demográfico y
del deterioro de la organización social, en los 50 años que separan ambos he
chos (Reff, 1986; Riley, 1987). Los ópata desaparecieron como grupo cultural
definible a finales del siglo x ix (Ortiz, 1983).
Los yuma se extendieron a través del Oeste de Arizona y del Norte de Baja
California. Los grupos que vivían en el curso inferior de los ríos Colorado y
Gila, los yuma del río, cultivaban la tierra y eran semisedentarios. Los grupos
del Oeste de Arizona, los yuma de las tierras altas, eran nómadas y su subsisten
cia dependía mucho más de los alimentos silvestres que^de la agricultura subsis
tencia. Finalmente, los de Baja California eran cazadores y recolectores, y depen
dían mucho de los recursos marinos.
Probablemente, los yuma ribereños llegaban a 15 000 o 20 000 en el mo
mento del primer contacto con el español. Estos grupos plantaban la tríada ha
bitual de cultivos, en las tierras inundadas por las crecidas primaverales del río
Colorado. En el verano se trasladaban a la planicie de inundación, donde vivían
6. Diversos investigadores (cf. Riley, 1987) han señalado que estos sitios constituían el domi
nio de un jefe o un pequeño «Estado» con poblaciones que rondaban las centenas de personas, con
jefes hereditarios, templos, sacerdotes, sepulturas y casas de piedra con terraplenes. Estas interpreta
ciones no se apoyan ni en los documentos de la expedición de Coronado ni en restos arqueológicos
conocidos (McGuire y Villalpando, 1989). En gran medida dependen de los informes de segunda
mano de origen desconocido de Bartolomé de las Casas y tom an al pie de la letra el informe de
Obregón de la expedición de Ibarra, escrito veinte años después de los hechos.
296 R A N D A L L H. M C G U I R E
El primer maíz aparece en el Noroeste alrededor del año 1000 a.n.e., cuando las
poblaciones locales incorporaron este cultivo al ciclo de sus recolecciones. Du
rante los 1 000 años siguientes parece haberse producido, entre estos pueblos ar
caicos, una intensificación gradual de la agricultura. Entre el 200 a.n.e. y el 200
n.e. aparecen pequeñas casas subterráneas en una gran variedad de lugares del
Noroeste, pero la vida sedentaria y la producción de cerámica no parecen co
menzar hacia el periodo que va del 200 al 300 n.e., si no más tarde. Existe poca
diferenciación regional en este patrón temprano, que aparenta ser la extensión
más norteña de un patrón mesoamericano.
7. Muchos antropólogos y arqueólogos que trabajan en el Noroeste ven esta región tan sólo
como una extensión del área cultural mesoamericana. Para una discusión más detallada de ambos
puntos de vista sobre este problema, véanse los artículos citados en Mathien y M cGuire, 1986.
298 RANDALL H. M C G U I R E
8. Las primeras síntesis de la Prehistoria del Noroeste identifican el comienzo de estas tres tra
diciones en este momento y luego tratan acerca del resto de la Prehistoria del Noroeste en términos de
ellas (por ejemplo, Cordell, 1984). A medida que se ha obtenido mayor información sobre la Prehisto
ria del Noroeste se ha hecho cada vez más obvio que esta división tripartita es significativa para el pe
riodo que va entre el 300 y el 900 n.e., pero hacia el 900 la diversidad de las culturas del Noroeste es
demasiado grande como para acomodarse a este modelo. La interpretación de la historia cultural que
aquí he propuesto refleja mi colaboración con otros participantes del Seminario sobre la Evolución y
Organización de la Sociedad del Sudoeste, del Instituto de Santa Fe, realizado en octubre de 1990.
Deseo dar las gracias especialmente a Norm an Yoffe, Jonathan Haas, Jerry Levy y Alan Ladd.
SO CIEDADES SEDENTARIAS Y S E M IS E D E N T A RI AS 299
Ilustración 2
TRA D IC IO N ES REGIONALES EN EL N O R O EST E (300 - 9 0 0 N.E.)
cieron entre los anasazi subregiones diferenciadas que, a lo largo de esos 300
años, se hicieron cada vez más distintas. Las tendencias dominantes del próximo
periodo nacerían de esta diversidad.
En las tierras altas de Mogollón, al Sur de los anasazi y extendiéndose en un
largo arco desde allí hasta la Sierra Madre de Sonora y de Chihuahua, se desa
rrolla una tradición mogollón. Los pueblos de esta tradición realizaban cerámica
color café y en la segunda mitad del periodo le agregaron dibujos, a menudo
cuadriculados en pintura roja. En la primera mitad del periodo, las casas son
subterráneas y circulares, con entradas en forma de rampa, mientras que en la
última mitad son viviendas subterráneas de planta cuadrada, con entrada en for
ma de rampa. Alrededor del 900 n.e. muchos mogollón habían comenzado a
construir pueblos en la superficie como, los de los anasazi, y a realizar cerámica
negro-sobre-blanco. A través de este periodo, la mayoría de los asentamientos
son sólo un puñado de casas, pero las aldeas más importantes tienen hasta cin
cuenta casas, con una gran «kiva» asociada. Al igual que entre los anasazi, en la
tradición mogollón surgen subregiones diferenciadas que siguen cada vez más su
propio curso de desarrollo.
La tradición agrícola temprana del desierto de Sonora suele denominarse ho-
hokam e interpretarse en términos de los desarrollos en Atizona del Sur (Haury,
1976; Crown, 1990). Sin embargo, a medida que aumenta nuestro conocimiento
de la arqueología de Sonora, este enfoque parece cada vez más limitado (Braniff,
1985; Álvarez, 1985; Villalpando, 1985). En el periodo que va del 300 al 700
n.e., los desarrollos en Atizona del Sur parecen ser la expresión más norteña de
una tradición Sonora que se extiende desde el río Fuerte, en Sinaloa, hasta la
Atizona central. Las culturas de esta tradición Sonora tienen en común las casas
con techos de vara y construidas en pozos poco profundos, un estilo de figurillas
y una cerámica finamente realizada de color café a gris. Sus emplazamientos se
ubicaban en las inmediaciones de los ríos mayores, en cuyas llanuras de inunda
ción era posible sembrar maíz. Por otra parte, esta tradición desarrolló un con
junto distintivo de joyería de conchas marinas que es similar, estilísticamente,
desde el Norte de Sinaloa hasta la Arizona central.
Entre el 700 y el 9 00 n.e. esta tradición se descompuso en cuatro variantes
regionales mayores, la tohokam, la trincheras, la seri y la huatabampo. La hoho-
kam se distingue por el uso de la paleta y el yunque en la producción de cerámi
ca color de ante con dibujos rojos, la irrigación mediante canales, los amplios
campos ovalados destinados al juego de pelota, la cremación de los muertos, un
conjunto distintivo de artefactos mortuorios que incluían incensarios y paletas, y
por el uso de montículos en forma de plataforma. Esta tradición comienza alre
dedor del 700 n.e. en el área de Phoenix, Arizona, y hacia el 900 se propaga por
casi todo el centro de Arizona. Incluye aldeas de hasta 200 casas. En cuanto a la
tradición trincheras, ésta se desarrolló justo al sur de la hohokam y se caracteri
zó por un tipo particular de cerámica de color café, raspada y en forma de glo
bo, pintada con dibujos de color púrpura, y por la cremación de los muertos.
Sus asentamientos eran, en general, más pequeños que los hohokam, ubicados al
Norte. Por otra parte, aparece, a lo largo de la costa de Sonora central, una cerá
mica delgada, raspada y en forma de globo que, aunque similar a la trincheras y
SOCIEDADES S E D E N T A R I A S Y S E M I S E D E N T A RI A S 301
huatabampo, se asocia con una población cazadora y recolectora que, según al
gunos autores, es antecesora de los seri (Villalpando, 1984). Finalmente, en el le
jano límite sur de Sonora apareció una tradición distintiva, la huatabampo, con
cerámica roja con raspaduras de concha, casas de adobe efímeras y ceremonias
de inhumación. Este pueblo construyó sus aldeas con plazas comunales y montí
culos de desechos y parece haber dependido más de los recursos marinos que de
la agricultura. La tradición huatabampo desaparece alrededor del año 1000. Los
hohokam, los trincheras y los huatabampo siguen realizando una joyería de con
chas muy similar, con la que comercian en el Noroeste. Estas tradiciones ofrecen
la prueba más importante del contacto con Mesoamérica. Prueba de ello son el
estilo y la aparición de artículos de comercio mesoamericano, tales como los cas
cabeles de cobre y los papagayos.
En el Norte de Arizona las tres tradiciones mayores se encuentran cerca de
Flagstaff, Arizona, donde se desarrolló una tradición local, la sinagua. Ésta co
mienza alrededor del año 500 y exhibe características de las tres tradiciones ma
yores. Los sinagua mezclaron esas características en una tradición distintiva pro
pia (Cordell, 1984: 79-81).
En la mitad oeste de Arizona y en el Sudeste de California aparece después
del 500 n.e. una tradición patayán. Este pueblo producía una cerámica color de
ante con paleta y yunque, generalmente sin decoración. Al principio estas pobla
ciones se agruparon alrededor de un lago de agua dulce, el Cahuilla, en el Sur de
California. Hacia el 1150 n.e., esta tradición se propaga hacia el Norte, hasta el
río Colorado y al Oriente, hacia los hohokam. Alrededor del 1400, la salinidad
del lago Cahuilla había aumentado tanto, que las poblaciones debieron abando
narlo para trasladarse al río Colorado. Existe consenso acerca de que esta tradi
ción es antecesora de los yuma del periodo histórico.
Los años que van del 900 al 1200 vieron, en cada una de las tradiciones mayo
res, el desarrollo y la posterior decadencia de centros regionales complejos, que
formaban el núcleo de sistemas regionales amplios y altamente centralizados.
Estos centros no surgieron como resultado de tendencias dominantes en cada
tradición, sino que más bien resultaron de la elaboración de desarrollos locales
en una de las subregiones de las tradiciones. Los tres sistemas regionales, el ho
hokam, el chaco (anasazi) y el mimbris (mogollón), son todos bastante amplios
en relación con los estándares del Noroeste (Ilustración 3). El sistema regional
chaco cubre un área de alrededor de 75 000 km^ (Vivian, 1990: 348); el sistema
regional hohokam, un área de alrededor de 100 000 km^ (Crov^rn, 1990: 2 24), y
el mimbris, una de alrededor de 56 000 km^. La distribución de rasgos arquitec
tónicos, de cerámica o de tipos de asentamientos, señala los límites de cada uno
de estos sistemas. Así definidos, estos límites son aparentemente más nítidos
que los de las tradiciones más tempranas y dan la impresión de una separación
entre sociedades fuera del sistema y sociedades dentro de él. Esta situación di
fiere de la de tiempos más remotos, en los que las tradiciones se confundían y
302 RANDALL H. M C G U I R E
Ilustración 3
SISTEM AS REGIONALES EN EL N O R O EST E (900 - 1 2 0 0 N.E.)
no había límites claros. Cada uno de estos sistemas tiene también un núcleo o
parte central precisa, con un área periférica que lo rodea. Las características de-
finitorias del sistema parecen originarse en ese centro y las periferias parecen es
tar ligadas a él. La mayoría de los arqueólogos opina que estos sistemas unían
múltiples grupos étnicos y culturales. A pesar de la dimensión de estos tres sis
temas, la mayor parte del Noroeste — en términos de área, sin duda, y proba
blemente también en términos de población— se encuentra fuera de ellos.
En el siglo X n.e. la frontera norte de Mesoamérica se desplazó hacia el Nor
te, hacia los modernos Estados mexicanos de Sinaloa y Durango. En el Norte de
Sinaloa, la tradición guasave reemplaza a la huatabampo, pero se ignora qué
ocurre en los valles de los ríos Yaqui y del bajo Mayo de Sonora, desde ese mo
mento hasta el periodo histórico. Del otro lado de la Sierra Madre Occidental, la
tradición chalchihuites se expandió hacia el Norte en Durango casi hasta la
frontera con Chihuahua. Las mercaderías y los estilos mesoamericanos aparecen
sobre todo entre los hohokam, existiendo menor evidencia de contactos con los
sistemas mimbris y chaco, respectivamente. Se ha sugerido que la comercializa
ción de la turquesa del Noroeste hacia el Sur, en Mesoamérica, comenzó en este
periodo, o incluso antes (Kelley, 1986) (Ilustración 3).
SOCIEDADES SEDENTARIAS Y S E M I S E D E N T A Rl AS 303
H O H OKA M
CHACO
M IM BRIS
La mayor parte del Noroeste se ubica fuera de estos tres sistemas regionales. En
el resto de la región, las tradiciones locales continuaron y es probable que hayan
llegado a ser más diferenciadas y con límites más nítidos a lo largo del periodo.
Las distinciones entre mogollón, anasazi y hohokam se hacen confusas en esta
variabilidad. Estas tradiciones locales y las periferias de los sistemas regionales
sobrevivieron al colapso de aquellos sistemas y en algunos casos prosperaron
gracias al mismo. El patrón general que se observa en el periodo siguiente se de
sarrolla fuera de este patrón local y de la variabilidad que caracteriza a estas tra
diciones y regiones.
Ilustración 4
EL S m O ANASAZI EL CASTILLO EN H O UENW EEP - UTAH (900 - 1 3 0 0 N .E.)
Ilu stració n 5
EL SITIO ANASAZl SPRUCE T R E E HOUSE
EN EL SU ROESTE D E COLORA D O (900 - 1 3 0 0 N.E.)
Ilustración 6
RED ES REGIONALES EN EL N O R O ESTE (1 2 0 0 - 1 4 5 0 N .E.)
bía sido un área periférica del sistema mimbris y es abandonado a finales del
siglo XV^. Se trata del mayor sitio del Noroeste prehistórico, con grandes blo
ques de viviendas de varias plantas, hechos de adobe, que superaban las 2 000
habitaciones, con canchas de pelota, un recinto ceremonial y una población es
timada en casi 3 000 personas (Di Peso, 1974). Los habitantes de Casas Gran
des también producían artículos que antes sólo provenían de Mesoamérica
(por ejemplo, cascabeles de cobre y papagayos).
La del Salado, que fue la más amplia de estas redes, parece haberse conformado
entre mediados y finales del siglo xm. Por el Oeste, esta red estaba anclada por
Ilustración 7
EL SITIO C E R R O D E T R IN C H ER A S, SO N O RA , M É X IC O (1 2 0 0 - 1 4 5 0 N.E.)
Ilustración 8
LA CASA G RA N D E, A RIZO N A ( 1 2 5 0 - 1 4 5 0 N.E.)
■'.V-'S
la sociedad del periodo Clásico de la cuenca de Phoenix y, por el Este, por Casas
Grandes. La cuenca de Phoenix reorganizada continuó creciendo, con una con
solidación del sistema de canales, una concentración de la población en más de
40 pueblos, — el mayor de los cuales contenía 35 recintos, diseminados en más
de dos hectáreas y media— con residencias de la éhte sobre montículos de plata
forma y con centros administrativos especiales. Un gran abanico de pueblos con
casas de varios pisos y de amplias aldeas compuestas de hasta varios cientos de
viviendas se desplegaba entre los dos centros regionales. La red al parecer se ba
saba en un sistema débilmente unido de intercambio y de matrimonios entre las
élites de las entidades políticas independientes más pequeñas de la región. La
cultura material del sistema incluía un mismo estilo de cerámica polícroma y un
conjunto de productos suntuarios, tales como la turquesa sobre mosaicos de
concha, los cascabeles de bronce, los guacamayos, las trompetas hechas con el
caracol, strom bus, los asbestos y un tipo de cuentas de concha. Los objetos utili
tarios tales como la alfarería tendían, sin embargo, a variar según las regiones,
en función de factores culturales y ambientales.
Esta red no se desarrolló de forma aislada, sino en relación con otras redes
adyacentes a ella. Al Norte de la del Salado, la red del Pequeño Colorado se ex
tendía desde el Occidente de Nuevo México hasta Arizona, a lo largo de las tie
rras altas que ocupaban los mogollón. Esta red parece similar a la del Salado en
la medida en que es también un sistema débilmente unido de intercambio y posi
blemente de matrimonios entre las élites, que abarca diferentes entidades políti
cas locales y trasciende fronteras culturales. La red del Pequeño Colorado estaba
compuesta por una cadena de grandes conjuntos de viviendas de hasta 200 habi
taciones. En lo que habían sido las periferias meridionales del sistema hohokam
y de la tradición Trincheras aparece una red o’otam definida por la distribución
de una cerámica de color café, así como por sitios fortificados en cerros (ios ce
rros de Trincheras) (Ilustración 7) y por un inventario de cultura material relati
vamente uniforme a lo largo de toda el área. Se supone que esta red representa
los esfuerzos de pueblos que comparten una misma identidad étnica o un mismo
lenguaje — en este caso, el o’odham^®— , por marcar más nítidamente estos lími
tes, a fin de organizarse mejor, en oposición al centro de poder de la red del Sa
lado. Una red étnica similar, la hakataya, pudo haberse formado también hacia
el Noroeste del sistema del Salado.
Sólo poseemos un conocimiento somero de lo que ocurre en las sociedades
contemporáneas situadas más al Sur. En ambos lados de la Sierra Madre Occi
dental habían dos tradiciones locales semejantes a la mogollón: la del río Sono
ra, en la vertiente occidental, y la de la loma de San Gabriel, en el oriental. Cada
una de estas tradiciones estaba formada por pequeños asentamientos disemina
dos y caracterizados por una alfarería marrón sin pintar. Tanto en Sonora como
10. Los términos «o’otam» y «o’odham» constituyen intentos para representar en el alfabeto
occidental los términos que los pima usaban para referirse a sí mismos. En un principio, Charles Di
Peso propuso la noción de una tradición o’otam. En los últimos veinte años los gobiernos de las re
servas pima han adoptado la forma de escribir o ’odham. En mi caso, he mantenido la grafía original
de Di Peso para la tradición arqueológica.
SO CIEDADES SED EN TARIAS Y S E M IS E D E N T A Rl A S 3|1
Hacia finales del siglo xiu y principios del xrv, el Alto Noroeste fue testigo de
una drástica secuencia de movimientos de población y de reorganización demo
gráfica. En efecto, grupos enteros de poblaciones sedentarias y agrícolas se des
plazaron desde la meseta del Colorado hacia el valle del Río Grande, quedando
sociedades agrarias sólo en el Noreste de Arizona (hopi) y en el lejando Oeste de
Nuevo México (zuni). Al mismo tiempo, una nueva religión, la katsina, aparece
en los grupos étnicos del Alto Noroeste. Esta religión incluía un conjunto distin
tivo de símbolos y creencias, muchos de origen mesoamericano, así como ritua
les, entre los que destaca el de los danzantes enmascarados. Junto con esta nueva
religión llegaron nuevas formas de organización social y los pueblos se hicieron
bastante grandes y notablemente similares en su disposición. Hacia esta época,
ya es posible observar la consolidación de una cultura pueblo y el surgimiento
de la división histórica entre los pueblos de Oriente y los de Occidente.
En la ribera del Río Grande, se desarrolló una red regional que unía grupos
étnica y lingüísticamente diferentes. También a lo largo de todo el Río Grande,
en Nuevo México, se construyeron amplios pueblos, algunos de los cuales conte
nían hasta mil habitaciones. Estos pueblos estaban formados por múltiples blo
ques de viviendas de varios pisos organizados alrededor de plazas centrales, con
una o dos amplias kivas. En algunas aldeas se producía un tipo de alfarería, la
vidriada del Río Grande, con la que luego se comerciaba en toda la región. Cada
una de las aldeas más importantes parece haber sido políticamente independien
te de las demás, pero es posible que hayan existido alianzas entre diferentes alde
as. Fue común el movimiento de población en la región y hay algunas pruebas
de que hubo guerras. Los pueblos del Oeste, los hopi y los zuni, interactuaron
sin duda con los de Río Grande, pero no parecen haber formado parte de la red
de Río Grande. Cada una de estas áreas tenía su propio estilo cerámico, así
como sus propios usos sociales. Formaran dos redes adicionales, en las que las
etnias hopi y zuni se desarrollaron.
bajo del río Colorado” . Entre mediados y finales del siglo X V , Casas Grandes
fue arrasada por un grupo enemigo y es muy probable que los sobrevivientes ha
yan cruzado la Sierra Madre Occidental, donde se transformaron en la cuña
Opata, que separó a los pima alto y bajo (Riley, 1987). Después de mediados del
siglo X V , estos pueblos dejaron de construir aldeas agrícolas en las tierras altas
Mogollón y es probable que se hayan trasladado hacia el Norte, para unirse a
los hopi y a los zuni. Los o’otam, del Sur de Arizona y del Norte de Sonora si
guieron viviendo en la región, pero el número y dimensión de los asentamientos
parecen haber disminuido. Más al Sur, las poblaciones del río Lerma-San Ga
briel se transformaron probablemente en los tarahumara. En la tradición haka-
taya, al Noroeste de la cuenca de Phoenix, las aldeas fueron abandonadas y sólo
permanecieron las poblaciones nómadas yuma de las tierras altas.
Esta transición no fue tan drástica en el Alto Noroeste. La cultura pueblo si
guió creciendo y desarrollándose, siguiendo las líneas trazadas en el periodo pre
vio. El colapso de los centros regionales del Bajo Noroeste y la retracción de las
sociedades mesoamericanas en el Norte de México dejó, sin embargo, al Alto
Noroeste más aislado de Mesoamérica de lo que lo había estado antes.
El mundo que los españoles invadieron en 1540 era menor de lo que había
sido 100 años antes: estaba menos integrado, menos centralizado, menos pobla
do y posiblemente también menos militarizado (Villalpando, 1985: 285)^^. Para
dójicamente, la falta de integración y de centralización obstaculizó, disminuyó y
finalmente detuvo el avance colonial españoL Si los españoles hubiesen llegado
100 o 150 años antes, el asentamiento del Noroeste de México habría sido más
parecido al de Mesoamérica o al menos al de la colonia de Nuevo México. Ade
más de las aldeas pobladas de los pueblo, los españoles habrían encontrado po
blaciones concentradas en el Sur de Arizona, en el Norte de Sonora y en Casas
Grandes, Chihuahua. Estos grupos estaban probablemente más centralizados
que los pueblo de Nuevo México y podrían haber sido tanto o más susceptibles
que los pueblo al plan de conquista español. En vez de ser una avanzada aislada,
la colonia de Nuevo México podría haber estado unida, a través de estas áreas, a
Sonora y a Nueva España. Los asentamientos mayores y más tempranos del No
roeste podrían haber limitado y restringido el posterior avance colonial de Esta
dos Unidos en la región.
11. La mayoría de los arqueólogos han tratado a los pueblos prehistóricos tardíos de Arizona
del Sur, a los de la cuenca de Phoenix del periodo Clásico y a los o’otam com o un mismo grupo étni
co y han señalado que se transformaron en el actual o’odham (Haury, 1976). M i posición modifica
el argumento anterior de Di Peso (1956), según el cual al menos dos grupos étnica y lingüísticamente
diferentes estaban presentes en la Arizona del Sur prehistórica. Encuentro que los patrones culturales
de la cuenca del Phoenix, la cremación de los muertos, la alfarería pulida, así como lo que sabemos
de su organización social, son más parecidos a los de los yuma del Bajo Colorado histórico que a los
o ’odham. Por lo tanto, sugiero que las poblaciones de la cuenca del Phoenix eran principalmente
yuma, mientras que las poblaciones más al Sur (en la cuenca de Tucson, en Papaguería y en el Norte
de Sonora) eran o ’odham y continuaron en la región.
12. Algunos investigadores sostienen que las redes del Salado y del Pequeño Colorado sobre
vivieron hasta principios del siglo X V I, cuando las enfermedades europeas las aniquilaron. Para una
exposición de este enfoque, ver R eff (1 9 8 6 ), y para su refutación, McGuire y Villalpando (1989).
SOCIEDADES SEDENTARIAS Y S E MI S E D E N T A R I A S 3 I3
L A S S O C IE D A D E S D E L N O R T E D E L O S A N D E S
M a r ía V i c t o r i a U r ib e
El vasto y variado territorio que hoy conocemos como Colombia está ubicado
en la esquina noroccidental de Sudamérica. Su posición entre dos mares, el Cari
be y el Pacífico, su participación del sistema montañoso andino, y el hecho de
compartir con Brasil, Perú y Ecuador la llanura selvática del Amazonas y con
Venezuela los llanos del Orinoco, le han aportado a su desarrollo histórico un
carácter cultural muy diverso. En tres de estas grandes regiones naturales se fue
ron gestando, a lo largo de milenios, procesos de desarrollo endógenos, llegando
a conformar áreas culturales históricamente significativas. Entre éstas cabe des
tacar:
a) El área caribeña, caracterizada por la presencia, a partir del cuarto mile
nio a.n.e., de un periodo Formativo Temprano asentamientos aldeanos de
pescadores y recolectores de moluscos?. Estos desairollos se com pejizan hacia el
siglo II a.n.e., dando origen a diversas sociedades entre las cuales destacan aque
llas basadas en el control hidráulico de 2 00 000 hectáreas inundables del bajo
río San Jorge (Plazas y Falchetti, 1981; Plazas et al., 1988).
b) En las selvas tropicales de la llanura amazónica, el curso medio del río
Caquetá parece ser otro de estos grandes focos culturales. Allí se han estudiado
ocupaciones del tercer milenio a.n.e., cronológicamente equiparables con las del
Formativo del litoral Caribe; asimismo, se registran procesos de desarrollo com
plejos a partir del primer milenio n.e. (Flerrera, Mora, Cavelier, 1987, 1988).
c) La tercera de estas grandes regiones culturales la constituyen los tres ra
males de la cordillera de los Andes en su porción má^eptentrional, incluidos los
valles longitudinales de los ríos Cauca y Magdalena. (gQpresente capítulo pretende i
echar una mirada global a los procesos p re h istó rico sd el^ Andes colombianos./,!
Son cuatro los pisos térmicos del actual territorio colombiano. El más bajo
de ellos, la tierra caliente, abarca desde el nivel del mar hasta los 1 000 m y cu
bre cerca del 80% del territorio. Dentro de este alto porcentaje se encuentran las
costas y llanuras del Caribe y del Pacífico, las partes bajas y medias de los valles
del Cauca y el Magdalena y los territorios selváticos y llanuras situados al Este
1. Una visióa muy completa de estos desarrollos, en Reichel Dolmatoff, 1986 y 1 9 65.
316 MARÍA V IC T O R IA URIBE
Ilustración 1
de las aldeas tairona en la Sierra Nevada de Santa Marta (Masón, 1931; 1936).
De estas tempranas investigaciones han quedado^invaluables descripciones de los
vestigios arquitectónicos y de la cultura material. Desde entonces los vestigios ar-í
queológicos procedentes de varias regiones comienzan a ser identificados con las
tribus históricas locales descritas por los cronistas españoles en el siglo X V I. De
allí surgen las denominadas culturas arqueológicas tairona, sinú, calima, quimba-
ya, tolima y tumaco, nomenclatura que aún continua en uso.>(/
En esos años inicia sus labores el Servicio Arqueológico Nacional, dependien
te del Ministerio de Educación y patrocinador de expediciones de salvamento ar
queológico en zonas hasta el momento desconocidas; estas primeras investigacio
nes, llevadas a cabo por arqueólogos nacionales, se caracterizan, g rosso m od o,
por técnicas de excavación rudimentarias e imprecisas y por la utilización de mo
delos interpretativos procedentes de la etnología y la etn oh istoria.^ partir de
1930 comienzan a estudiarse la sabana de Bogotá, el valle medio del río Cauca,
San Agustín y Tierradentro en el alto Magdalena, investigaciones que se constitu
yen en marcos de referencia obligados para estudios posteriores (Lehmann, 1953;
Benett, 1944; Ford, 1944). ^
Entre 1960 y 1980 aparecen las primeras secuencias regionales (Broadbent,
1964, 1971; Correal, Hammen y Hurt, 1977; Bruhns, 1976; Bray y Mosely,
1976; Bischof, 1968) y Reichel Dolmatoff (1965) publica la primera visión global
de la arqueología colombiana. A partir de 1980 se consolidan las investigaciones
interdisciplinarias de carácter regional; entre éstas se destacan las del valle del río
La Plata en el alto Magdalena (Drennan, 1985; Drennan et al., 1990; Herrera,
Drennan y Uribe, 1989); las de la región del río Calima en la cordillera occidental
(Cardale de Schrimpff, Bray y Herrera, 1989; Rodríguez, 1989; Salgado, 1989);
las de la etapa Lítica de la sabana de Bogotá (Correal, 1979, 1981, 1990b; Corre
al, Hammet y Hurt, 1977; Correal y Pinto, 1983, Ardila, 1984, 1986) y las de la
cuenca media del río Caquetá (Herrera, Mora y Cavelier, 1987; 1988), entre
otras. Las caracteriza una marcada preferencia por datos provenientes de la ar
queología y ciencias afines, con un paulatino abandono de los modelos interpre
tativos apoyados exclusivamente en datos etnohistóricos del siglo xvi.
2. En este trabajo se adopta la regionalización de los Andes propuesta por Lumbreras (1981).
3|g MARÍA V I C T O R I A URIBE
Ilustración 2
Vasija marrón incisa de doble vertedera y asa de estribo de la fase llama. (Colección ICAN.)
se escalonan una serie de cuencas planas de suelos fértiles, ubicadas por encima
de los 2 7 0 0 msnm. Se distinguen cuatro subregiones: la sabana de Bogotá en el
Altiplano cundiboyacense, la montaña santandereana, el valle medio del Magda
lena y el macizo aislado de la Sierra Nevada de Santa M arta. »
La característica determinante de estas zonas andinas es la existencia @ 1 dife-
r^ te s cinturones bióticos distribuidos según la altitud sobre el nivel del mar, con
recursoi^divérsos de flora, fauna y régimen pluvial. Los marcados contrastes tér
micos y de humedad fueron fenómenos que privilegiaron iQ ) vertientes interiores
de las tres cordilleras en lo que se refiere a la distribución de ía población (Guhl.
1972: 53). Esta porción de los Andes se caracteriza por la presencia de páramos en
su parte más alta. A diferencia de la puna de los Andes cendales, ocupada por pas
tores, los páramos no fueron lugar de habitación humana; sin embargo, desempe-
ñaron un papel importante dentro de las cosmogonías indígenas jIlustraci^n~2T.'
3. Ésta es la periodización propuesta por Reichel Dolm atoff en su última publicación general
sobre la arqueología colombiana (1989). _
4 . Reichel Dolm atoff (1 9 4 3 , 1986, 1989) utiliza el concepto.4e/tiorizonte para referirse a cier
tos rasgos culturales que tienen una dispersión espacial considerable.
5. Plazas y Falchetti (1986) definen para el país dos tradiciones metalúrgicas con característi
cas tecnológicas diferentes: la del Suroccidente y la del Norte. ^
320 MARÍA V I C T O R I A URIBE
Iluí
SECUENCIAS REGIONAL
f i f i f f í I
« « 2 2 8 C 2 S S
A L T ! P L A N O C U N O I B O Y A C E N S
O O T J o o r >n o o t >
ill II H i||
V A L L E M E D I O D E L M A G D A L E n
1 1
M O N T A N A S A N T A N D E R E A N A
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S I E R R A N E V A D A D E S A N T A M A R T A
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322 MARÍA V IC TO R IA URIBE
Los primeros pobladores del hoy territorio colombiano fueron grupos de caza
dores y recolectores que hacia el doceavo milenio a.n.e. entraron por el istmo de
Panamá a través del golfo del Darién y la costa Caribe y, desde allí, se interna
ron por los valles de los ríos Magdalena y Cauca hasta las altiplanicies de las
cordilleras. Huellas de su largo recorrido han quedado en los escasos vestigios
que se encuentran en superficie, diseminados en un extenso y variado territorio
(Correal, 1990b; Ardila y Politis, 1989: 3). Las pocas puntas de proyectil encon-
tradas proceden de recolecciones superficiales y de hallazgos ocasionales. Las
puntas pedunculadas coii "acanaladura, talladas en chert, carecén de cronología.
Quedan, por lo tanto, extensas áreas completamente desconocidas.
Dos industrias líticas prehistóricas han sido identificadas: la tequendamiense
está constituida por artefactos unifaciales tallados por presión y ubicados tem
poralmente en el Pleistoceno Tardío. Los materiales utilizados son liditas, diori-
tas y basaltos procedentes de la cordillera central y predominan los raspadores
LAS S O C I E D A D E S DEL NORTE DE LO S A N D E S 323
Ilustración 4
Cuenco inciso Quimbaya Temprano del valle del Cauca. (Colección ICAN.)
Ilustración 5
Cuenco aquillado inciso del Formativo Temprano de San Agustín. (Colección ICAN.)
Ilustración 6 Ilustración 7
Alcarraza con doble vertedera y asa de es Colgante antropomorfo de oro, fundido a
tribo decorada con pintura negativa. la cera perdida. Quimbaya. (Colección
Quimbaya. (Colección ICAN.) Museo del Oro, Bogotá.)
Ilustración 8 Ilustración 9
Ilustración 10 Ilustración 11
Ilustración 12
adultos jóvenes fechados en el 3045 a.n.e. y en el 2050 a.n.e. Dos de los casos
podrían corresponder a Pian o Frambesia. Hay evidencias de osteomielitis.
El 9 6 % de los individuos presenta severa atrición dental, lesión muy común
entre los grupos de cazadores-recolectores, y solamente el 20% tienen caries.(lo.
q^_gaxece sugerir consumo_de. carbohidratos. En la cuarta ocupación precerá-
mica hay un aumento de la mortalidad infantil cuyas causas se desconocen.
La ocupación de la sabana de Bogotá y del Altiplano cundiboyacense por
parte de agricultores de maíz de las fases Herrera y Muisca @ presenta, hasta el
momento, ninguna solución de continuidad con estas bandas, jí a ^ un cambio
abru 2 ]^igntre.£Stas y los cacicazgos agrícolas que se desarrollarán allí posterior
mente. «Hacia el siglo ni a.n.e. es evidente la colonización del Altiplano por parte
de grupos agroalfareros procedentes del valle del Magdalena.
Desde los incios del desarrollo agroalfarero en los Andes colombianos se distin
guen claramente dos tendencias con marcadas diferencias culturales: la del su-
roccidente o Andes septentrionales, netamente andina, y la del Norte, de influen
cia circuncaribe.
En la zona suroccidental del país, la etapa Formativa de Jo^ cacicazgos está
integrada por asentamientos de agricultores alfareros con una economía estable,
b asaía en el cultivo intensivo del maíz y una incipiente estratificación social. La
integran las siguientes fases: f
a) Inguapi o M ataje de la bahía de Tumaco en la costa del Pacífico Sur,
ubicada temporalmente entre los años 400 a.n.e. y 300 n.e. Entre los elementos
diagnósticos de estos desarrollos se encuentran las vasijas con soportes huecos,
las alcarrazas con doble vertedera, las figurillas humanas y de animales huecas, sil
batos, sellos y moldes para la cerámica. Los asentamientos más tempranos, ubi
cados directamente sobre las terrazas de los caños que forman los manglares, se
reemplazaron posteriormente por montículos artificiales, (gp sitio más importan-
te de este sistema esJLa. Tpli.ta,. localizado, en, la proviiicia de Esmeraldas, en el
Ecuador. El oro prehispánico más antiguo de Colombia proviene de Tumaco y
tiene una fecha del 325 a.n.e. (Bouchard, 1977-1978; 1982-1983).
b) Horqueta o Formativo Inferior del alto Magdalena; se caracteriza por
presencia de cacicazgos simples con viviendas dispersas y tumbas revestidas con
grandes lajas depiedra y decoradas con motivos geométricos en rojo, blanco y
negro, con una cronología que va del año 1000 al 200 a.n.e.*.
6. Duque Gómez y Cubillos (1988, 100) proponen una secuencia para San Agustín que divide
el proceso de desarrollo en cuatro grandes períodos: Arcaico (3 3 00-1000 a.n.e.), Formativo Inferior
(1 0 0 0 -2 0 0 a.n.e.), Formativo Superior (200 a.n.e.-300 n.e.), Clásico Regional (300-800 n.e.) y Re
ciente (8 0 0 -1 7 0 0 n.e.), con una continuidad cultural entre el siglo I a.n.e. y el vil n.e. La otra secuen
cia es discontinua y define tres periodos; Horqueta (sin fechas absolutas), Isnos (entre los siglos I y rv
n.e.) y Sombrerillos (siglos x v -x v n n.e.) (cf. Reichel Dolmatoff, 1972, 1975).
LAS S O C I E D A D E S DEL NORTE DE LOS A N D E S 329
Ilustración 13
Ilustración 14 Ilustración 15
Vasija antropomorga muisca. (Colección Pieza de oro muisca fundida a la cera perdi-
ICAN.) da. (Colección del Museo del O ro, Bogotá.)
330 MARÍA V IC T O R IA URIBE
Ilustración 16
Vista frontal, lateral y dorsal de una de las estatuas de piedra de San Agustín, en el alto
Magdalena. Fuente: María Victoria Uribe.
Única estatua de
San Agustín con
movimiento lateral.
Fuente: María Nariguera de oro martillado de San Agustín.
Victoria Uribe. Fuente: María Victoria Uribe.
LAS SOCIEDADES DEL NORTE DE LOS ANDES 331
c) Llama del valle del Calima, distanciada un milenio de las últimas ocupa
ciones precerámicas del área, con una base agrícola estable y una incipiente es
tratificación social. "í^os sitios son El Pital y El Topacio. Sus orígenes son poco
claros, al igual que la extensión precisa de su territorio y tiene una cronología
que va desde el año 1590 a.n.e. hasta el siglo I n.e. f
d) La fase Quimbaya Temprana del valle medio del Cauca se ha definido
con base en hallazgos hechos por saqueadores de tumbas y carece de fechas ab
solutas asociadas, ^unque su cerámica guarda estrecha relación con las de^sur-
occidente, su orfebrería está más relacionada con los desarrollos norteño?.
Las fas^Fanteriores comparten una alfarería fina de formas aquilladas y pas
ta marrón oscuro, decorada con incisiones en el hombro y cuello de las vasijas y
entre cuyas formas se destacan las vasijas con doble vertedera y asa de estribo,
las vasijas silbantes, los cuencos y otras formas relacionadas. Sus características
son netamente andinas y presentan rasgos distintivos de las fases Chorrera y j
Machalilla de la costa ecuatorian^influencias que parecen haber ingresado en >
la zona suroccidental del país p o r costa pacífica colombiana a través de algu- í
nos pasos naturales de la cordillera occidental. Su influjo se percibe en las fasesi
tempranas del alto Magdalena y del valle del Calima (Cardale de Schrimpff,¡
Bray y Herrera, 1989: 11; Llanos, 1988; 85). t,
De manera independiente y seis siglos más tardío, el Formativo de los Andes
del Norte está representado por sitios arqueológicos ubicados sobre terrazas alu
viales del valle medio del río Magdalena con una extensión hacia las tierras altas
de la cordillera oriental. Su penetración desde las llanuras del Caribe a través del
valle del Magdalena personifica una influencia circuncaribe q u e ^ articulará pos
teriormente con la de aspecto andino (Lumbreras, 1981: 45).i Sg)caracteriza ppr
la presencia de asentamientos dispersos de agricultores itinerantes, ubicados entre
los siglos m a.n.e. y rv n.e., para quienesij^cacería de roedores v la recolecciÓJQjie
caracoles terrestres fue significativa .MLa cerámica, decorada con incisiones, no
presenta hom ^eneidad morfológica. Los sitios más representativos del valle del
Magdalena son Cerro Coloma, Pubenza,^Guaduero, Guaduas, El Guamo, Arran-
caplumas. Puerto Antioquía y El Espinal.'^Las fases Herrera o Premuisca del A lti-1
plano cundiboyacense y Preguane de la montaña santandereana podrían repre-j
sentar una prolongación hacia el piso frío de este horizonte temprano^. ^
La cerámica temprana de los Andes colombianos ha sido denominada tradi
ción Zambrano o segundo horizonte Inciso y considerada como derivada del
Formativo de la costa Caribe (Reichel Dolmatoff, 1986: 80). Sin embargo, las
investigaciones recientes permiten definir dos focos formativos independientes
en ios Andes colombianos: el del suroccidente, originado a partir de las fases
tempranas de la costa ecuatoriana, y el del Norte, relacionado con la costa Cari
be colombiana. Hacia el siglo II a.n.e. comienzan a configurarse secuencias re-
Hasta hace unos años ébmodelo de los cacicazgos nrehisnánicos del Norte de ios
Andes se originaba, exclusivamente, en las crónicas españolas del siglo xvi (Rei-
chel Dolmatoff, 1977; Langebaek, 1987; Salomon, 1980; Trimborn, 1949; Es
cobar, 1 9 86-1988; Romoli, 1977-1978; Llanos, 1981; Rappaport, 1988, 1990);
en las últimas décadas, sin embargo, algunas de las hipótesis de los etnohistoria-
dores han sido corroboradas con excavaciones arqueológicas.
existe consenso entre los diversos etnohistoriadores respecto al carácter
de los cacicazgos.^Según algunos, se trata de sociedades basadas en{^parentesco
y en la identidad étnica con una propiedad comunal sobre los medios de produc
ción (Escobar, 1986-1988). Otros piensan que son sociedades desiguales agru
padas ^ )f^ e r a c io n e 5 de_aldeas con una organización política centralizada en
jefes territoriales (Reichel Dolmatoff, 1977); hablan de una jerarquización pira
midal y una redistribución suprafamiliar donde los estatus son hereditarios y se
asocian con una determinada parafernalia (Fried, 1979: 138).
'É Í ^ ^ i q i ^ « un espedajisu colocado,en el vértice de la pirámide social. Re
presenta, con mayor o menor énfasis, © riq u eza social de la comunidad. En ese
sentido es un emblema de identidad de la misma (Escobar, 1986-1988). ¡Acapara
el mayor número de elementos intercambiados con otros grupos; tiene privile
gios traducidos en la posesión de más cantidad de valores de uso, como son mu
jeres y esclavos, y sus privilegios n o ^ riv a n ni de la propiedad de la tierra ni de
los recursos (Escobar, 1986-1988);'^s)excedentes contribuyen a la reproducción
de la diferenciación social existente (Reichel Dolmatoff, 1977).^-
La organización de la producción está enfocada, fundamentalmente,($!)abas-
tecimiento estable de alimentos. En general las herramientas de trabajo y las téc
nicas agrícolas indican un bajo nivel tecnológico. Los cultivos son mixtos y el
control de las aguas, la construcción de terrazas y canales de riego o drenaje son
manejados comunalmente; es factible suponer(^^xistencia de una centralización
süpracomunal encargada de las obras de uso y valor comunitario como fueron
los cammos, las terrazas, las tumbas de los caciques y la estatuaria. Dicha esfera
sería la encargada de actividades como (1 ^ alianzas con otras comunidades y el
manejo del intercambio y de la guerra^
I c a c i c a z g o T \desarrollaron diversos mecanismos, conocidos como micro-
verticalidad, para procurarse el acceso directo a recursos de diferentes cinturones
bióticos sin necesidad de recorrer grandes distancias y sin depender del in
tercambio para su supervivencia. Dichos mecanismos presuponen una sola resi
dencia con desplazamientos cortos de uno o dos días hacia los otros pisos térmi
cos (Oberem, 1981). Para el caso ecuatoriano, la guerra endémica y la falta de
una hegemonía estatal fueron los presupuestos para la existencia de sistemas
complementarios carentes de acceso directo (Salomon, 1985: 524).
LAS SOCIEDADES DEL NORTE DE LOS ANDES 333
mutuas. Durante las fases Yotoco del valle del Calima (siglos II a.n.e.-xi n.e.) e
Isnos o Clásico Regional de San Agustín (siglos rv-ix n.e.) existen evidencias de
aumento de la complejidad social que se traducen un considerable crecimien-
to dem^ográfi^oj alteraciones en los patrones de asentamiento, surgimiento de es-
pecialistas y pre^ncia de tecnologías de adecuación de la topografía con fines
agrícoias^Éstos parecen obedecer/Tj^ambios acumulativos cuantitativos o proce
sos de modificación gradual en la forma, el contenido y la magnitud de las fuer-
■^zas productivas (Zeidler, 1987: 332).^
Entre estas tecnologías de adecuación cabe mencionar los canales o zanjas
verticales ubicados en las laderas de lr>^ rpr.rn<t^ pertenecientes a la fase Yotoco.
Dicha técnica fue utilizada para evitar(í^sobresaturación de las cenizas volcáni
cas, que produce movimientos en masa de los suelos, como de hecho ocurrió con
la terraza El Pital, ocupada y abandonada muchas veces por los cazadores-reco-
lectores a partir del octavo milenio a.n.e. (Salgado, 1989). Estos agricultores de
la cordillera occidental basaban su subsistencia en el cultivo de por lo menos dos
especies diferentes de maíz: una relacionada con la línea Pollo-Nal Tel-Chapalo-
te y otra de granos más grandes, posible antecesora de la raza colombiana cabu
ya (Kaplan y Smith, 1988). Tenían sus casas sobre plataformas artificiales nbica-
das en las laderas, llam^ada^ locaímente tamlw^ Este sistema de adaptación a las
condiciones topográficas tiene una distribución tardía generalizada en los Andes
septentrionales, entre los 1 000 y los 3 000 msnm de altura (Herrera, 1990).
Los cacicazgos de San Agustín, valle de la Plata y Tierradentro en el alto
Magdalena presentan diferentes niveles de desarrollo. Durante el Clásico Regio
nal, la fase de mayor com plejidad,(í^top^^afía ondulada de origen volcánico
que c a ra c te ^ a la región fue modificada sustancialmente por medio de rellenos
artificiales ’4 ^hondoiiadas, terraplenes, cam in^ y montículos. En toda esta re
gión @ encuentra £ s ta tu a ria jítk ^ Los monumentos funerarios de San Agustín
están diseminados en una extensa zona en ambas márgenes del río Magdalena,
con concentraciones en lo que parecen haber sido dos grandes centros cacicales:
el Alto de los ídolos y Las Mesitas. Se caracterizan por la presencia de tumbas
magalíticas con sarcófagos de piedra presididas por corredores techados con
grandes lajas en cuya entrada se encuentran enormes estatuas de piedra tallada.
La iconografía presenta los siguientes rasgos; colmillos afilados y salientes, cabe-
zas-trofeo, tocados con aves suspendidas, vómitos rituales y figuras totémicas en
una abigarrada simbiosis de elementos animales y humanos®. Se desconocen las
viviendas de este periodo.
H acia el siglo iv n.e. en la costa pacífica se distinguen una serie de fases lo
cales donde es evidente un abandono gradual de los montículos artificiales para
vivienda y de las figurillas y un cambio notorio de la cerámica. Entre éstas se
encuentran las fases Tiaone del río Esmeraldas, El Balsal, Nerete, El M orro, Im-
bilí y Bucheli, de la bahía de Tumaco, Buenavista y Maina, del bajo río Patía, y
San Miguel, del bajo río Timbiquí (Patiño, 1990: 89). En toda esta zona del su-
9. Estudios sobre iconografía de San Agustín, en: Reichel Dolm atoff, 1 9 72; Sotomayor y Uri-
be, 1 9 8 7 ; Llanos, 1 990, entre otros.
LAS S O C IE D A D E S DEL N O RTE DE L O S A N D E S 335
Ilustración 21
Vista de uno de los bohíos tuza del Altiplano nariñense. Fuente: M aría Victoria Uribe.
Ilustración 22 Ilustración 23
Ilustración 2 4
Cuencos con base anular decorados con pintura negativa de la fase Piartal.
Fuente: María Victoria Uribe.
Ilu stración 2 5
ro ccid en te del p aís, h a cia el siglo v il n .e. com ien zan a m an ifestarse pro fu n d o s
ca m b io s que se exp resan en la alteració n de los p atron es de asen tam ien to , las
co stu m b res fu n e ra ria s, la alfa rería y la m etalu rg ia, con fig u rán d ose un p eriod o
ta rd ío ca ra cte riz a d o p o r (í^ p ro liferació n de unidades sociales.ind ep en d ientes y
la con sig u ien te fra g m en ta ció n p o lítica , rasgos que p erd u rarán h asta la llegada
d F lo s esp añores.~ í .....
LAS S O C IE D A D E S DEL NORTE DE L O S A N D E S 337
Al igual que lo sucedido con el Formativo, « w s cacicazgos son tardíos con res-
pecto a los de los Andes septentrionales, iniciándose hacia el siglo vil y prolon-
gándose hasta el siglo xvi n.e. Presefitan, en su desarrollo, marcados contrastes
con las fases formativas anteriores.
Las investigaciones sobre la fase Muisca en el noroccidente del Altiplano cun-
diboyacense permiten identificar dos oleadas migratorias, culturalmente diferen- ^
ciables, procedentes del Norte (Boada, Mora y Therrien, 1988: 184). La primera
de ellas podía remontarse al siglo vu n.e. y @ caracteriza por poblados jiu c le a ^ s_
distantes unos de otros, con una considerable densidad demográfica y estructura
de poder centralizada; las relaciones entre esta fase y su antecesora, la fase Herre
ra, permanecen oscuras^jí^ segunda migración muisca parece datar del siglo x
n.e.; se caracteriza por asentamientos de extensíóñ'víriable ubicados muy cerca
unos de otros. Hay especialización en la producción alfarera y alta densidad de
mográfica. La desaparición de los tipos cerámicos que caracterizan a la primera
coincide con la expansión de los pertenecientes a la última oleada migratoria.
Los principales representantes de esta última fueron los muiscas, guanes y
laches de la cordillera oriental, los cuales se pueden agrupar bajo los siguientes
rasgos comunes: (^^£atrón de asentamiento en ^Ideas nucleadas con mayor o ¡
menor grado de desarrollo arquitectónico, uso y manufactura masiva de textiles, \
entierros en cuevas, momificación, ofrendas realizadas en lugares de difícil acce
so, deformación craneana como indicador de diferenciación social y dominio
efectivo de los páramos con fines rituales y de los altiplanos fríos y de sus ver
tientes con fines agrícolas. La metalurgia de la región presenta rasgos formales y
estilísticos compartidos que permiten agruparla bajo la provincia metalúrgica
del Norte (Plazas y Falchetti, 1986: 209-214). Tanto los muiscas como los tairo-
nas atribuyeron al oro funciones diferentes a partir de una misma actitud hacia
338 MARfA V IC T O R IA URIBE
el metal. Hay un uso generalizado de (I^tuml^ga. aleación de oro con una pro-
gorciónjnaypr de, co.hce, indicio de la escasez de materia prima en estas regio
nes. Dentro de las técnicas utilizadas para trabajar el metal predomina ^ fu n d i
ción a la c ^ .p e rd id a « ~
Sobre las vertientes occidentales de la cordillera y la parte plana del valle
medio y bajo del Magdalena los asentamientos tienen un nivel de desarrollo de
menor complejidad. Las evidencias de una tradición de urnas funerarias (Reichel
Dolmatoff, 1943) se registran a partir del siglo IX n.e. De ella forman parte los
sitios y valles de Tamalameque, Mosquito, la margen derecha del río Lebrija, el
río La Miel, Puerto Niño, Pescaderías, Guarinó, Ricaurte y El Espinal. Los ele
mentos diagnósticos que caracterizan esta cadena ^^ culturas homogéneas son
los entierros secutidarips en urnas funerarias y un patrón de asentamiento dis
perso sobre las terrazas y lomas cercanas al río.^La fase Colorados (Castaño,
;1984) del río La Miel está integrada por asentamientos ribereños de viviendas
con planta elíptica, de 60 a 70 m^, similares a las malocas amazónicas y pertene-
tcientes a sociedades tribales igualitarias de los siglos X a xil n.e. »■
La Sierra Nevada de Santa Marta es la única que presenta un desarrollo urba
no denso. Se trata de un macizo montañoso aislado de forma triangular que se
levanta abruptamente a orillas del mar Caribe hasta alcanzar alturas nevadas de
5 800 m. Los ríos son cortos y de caudal abundante y la zona presenta una gran
diversidad ecológica. Los estudios arqueológicos se han concentrado en las ver
tientes norte y occidental, las más densamente pobladas en épocas prehispánicas.
Las secuencias establecidas por los diferentes investigadores para el litoral y la sie
rra carecen de homogeneidad y la cronología se ubica entre los siglos IV y XVI n.e.
Se han definido dos fases de desarrollo designadas con diferentes nombres:
a) la fase pre-Tairona, presente en las tierras bajas, muestra estrechas rela
ciones con desarrollos de la llanura del Caribe y presenta cierto grado de com
plejidad arquitectónica a partir del siglo VII n.e.;
b) (2^ ase Takona, de desarrollo tardío en las vertientes de la sierra, se pro
longa hasta la llegada de los españoles. Pertenecientes a esta última se han locali
zado más de doscientos sitios arqueológicos con infraestructura en piedra, entre
los cuales destaca Buritaca 2 00 o Ciudad Perdida, construida sobre el filo de un
cerro, con una densa estratificación social y un complejo sistema vial.
Las interpretaciones postulan ¡inexistencia de federaciones de aldeas sr>mp-
tidas a la autoridad de los jefes de linafe, con una incipiente.organización_esta-
t^,(R eichel Dolmatoff, 1977: 93-94); de un particularismo local y una política
hegemónica independiente (Bischof, 1968); también hablan de desarrollo cultu
ral diferencial (Oyuela, 1987a, b). Las investigaciones recientes distinguen va
rios sectores urbanos correspondientes (a) talleres artesangles. depósitos, v i v í p n -
4aá.ynifamiliares, espacios públicos, como j^azás y'recintos ceremoniales. Las
tumbas presentan un tratamiento diferencial de los muertos; cammos de
circulación interria entre las unidades de vivienda y caminos extexjQ£is_que evi
dencian la gran importancia que tuvo para los aborígenes de la sierra la movili
dad entre los diferentes pisos térmicos..
LAS SOCIEDADES DEL NORTE DE LOS ANDES 339
Ilustración 26
REGIONES NATURALES DE COLOMBIA
e e A O O R
E L H O M B R E A N D IN O
D u c c i o B o n a v i a y C a r lo s M o n g e C.
une al oxígeno más fuertemente que aquella de los animales de nivel del mar, lo
que se ^ n o c e como «alta afinidad». Una segunda propiedad de los animales de
altura la de no experimentar un aumento de glóbulos rojos (policitemia),
como lo hacen los animales oriundos de nivel del iñ arT íl ser humano, ya sea de
nivel del mar o nativo de la altura, carece de estas dos propiedades característi
cas de los animales genéticamente adaptadc^ Estos estudios comparativos y
otros de genética de poblaciones indican que -'gl)hombre de altura debe pagar un
tributo m ^ o r que los animales con adaptación genotípica. Parecerá sorprenden
te al lector que consideremos la policitemia, tradicionalmente estimada como el
factor fisiológico de adaptación por excelencia, como un factor limitador del hu
mano en su capacidad de adaptación a la altura (Monge y León-Velarde, 1991).
La razón para esta afirmación está dada no sólo por la ausencia de policitemia en
los animales genéticamente adaptados a la vida en la altura, sino de estudios re
cientes que han mostrado los efectos negativos de un elevado número de glóbulos
rojos en la sangre de los hombres que habitan a grandes alturas. Estos efectos ne
gativos se deben a que la policitemia, cuando es excesiva, dificulta el aporte de
sangre a los tejidos en áreas vitales, dando como resultado una menor oxigena
ción de las células que conforman los tejidos. Esto explica la mejoría que experi
mentan los habitantes de altura con policitemia excesiva cuando se someten a
una sangría. Desgraciadamente este beneficio es temporal, ya que la formación de
nuevos glóbulos rojos hace que el cuadro se repita (Winslow y Monge, 1987).
Si bien es cierto que la altura, como fenómeno natural adverso al hombre, ha
sido percibida casi seguramente desde que éste entró en contacto y tuvo que en
frentarse con ella por la falta de escritura en los pueblos andinos, en verdad no sa
bemos cuál fue la reacción del ser humano ante este reto de la naturaleza. La única
evidencia que nos queda es la tradición oral recogida por los cronistas hispanos,
en los que hay apreciaciones sobre el tema, como veremos más adelante. Pero se
refiere a los últimos tiempos de la historia andina, es decir, al Incario o poco antes,
y esto representa sólo un pequeño segmento de esta historia, si la consideramos
dejde el momento ^ que el primer humano pisó el continente sudamericano.
En este sentido'Ja)arq ueología nos es de poca ayuda, en cuanto las huellas de
la agresión climática, en este caso concreto de la altura, no se pueden deducir
por lo que queda del hombre, ya que ello afecta fundamentalmente a sus partes
destructibles y a su conducta. Alguna huella indirecta, sin embargo, puede ayu
dar para la interpretación del fenómeno.^
Hay que decir que, hasta ahora, los arqueólogos no se han interesado por
esta faceta de la historia del hombre en este continente, a pesar de que ésta ha
desempeñado y desempeñando no sólo un papel importante, sino decisivo, en la
fisiología y también en muchos aspectos de su cultura. Éste es un tema que se de
berá estudiar en el futuro de forma más sistemática.
Como es sabido, las primeras bandas de hombres aparecen en el continente
sudamericano al final del Pleistoceno, es decir, cuando la última glaciación estaba
terminándose pero sus efectos estaban aún vigentes. Hay que tener en cuenta,
pues, que el mundo con el que se enfrentaron aquellos hombres era muy diferente
del actual. Es decir, en las tierras altas hacía mucho más frío y la línea de nieves
era más baja. La costa, debido a la bajada del nivel del mar, era mucho más exten
EL HOMBRE ANDINO 345
sa de lo que es hoy en día y, hacia el interior, era más húmedo y con correntadas
más o menos permanentes, aunque ya hacia fines del Pleistoceno, en términos ge
nerales, había alcanzado la misma aridez de hoy. Todo este cuadro, obviamente,
repercutía profundamente en la flora y la fauna.
Cuando, hacia el año 10000 a.n.e., se produjo la transición del Pleistoceno
al Holoceno, el hombre tuvo que enfpíntarse a la crisis climática, que se trans
formó para él en una crisis c u ltu r a l.Q ^ ^ debejalúdar-queJo^ £aza.dorje.sJieco-
lectores que llegaron a América eranHos herederos de aquellos cazadores del
Viejo~KIunddí que durante millones de años se habían enfrentado a los fenóme
nos glaciares y que, como respuesta, habían Meado una cultura que les permitió
vivir en condiciones normales en ese medio.(La crisis climática significaba la de
saparición de ese mundo y con él la imperiosa necesidad de modificar los meca
nismos culturales para adaptarse al cambio, 'f
No hay aún suficientes estudios para poder saber a ciencia cierta cuáles fue
ron las rutas que siguieron los primeros grupos de humanos cuando se encontra
ron por primera vez en la parte meridional de América, después de haber supe
rado el istmo centroamericano. Nosotros (Bonavia, 1991: 64 passim ), a la luz de
las evidencias actuales, hemos propuesto varias teorías que no son excluyentes
(Ilustración 1).
Unos grupos sin duda debieron tomar la ruta oriental, que los llevó a la que
es hoy (|^ gran área amazónica. Sin esta entrada no se podría explicar la pobla
ción temprana de e s a ^ r te del continente. Y aunque aún no se haya dilucidado,
hay indicios cada vez más claros de que durante el máximo repunte glaciar exis
tía un corredor de sabanas que se extendía prácticamente desde la parte meridio
nal de los Estados Unidos, es d^dr, desde Florida, hasta el Norte de Argentina
(Marshall, 1985; Webb, 1978).C^distribuc^^^ actual de las sabanas en la parte
este de Sudamérica es un claro vestigio de esto-í^-
Pero lo que más nos interesa son aquellos grupos humanos que empezaron a
poblar la parte occidental^ 1 continente, ya que allí se extiende de Norte a Sur
la gran cordillera andina. este sentido consideramos que la zona costera de-
bió presentarle al h o m b r e serias dificultadas. Los estudios de reconstrucción del
paleoclima demuestran que la parte central de la costa pacífica de Chocó, en Co
lombia, ha sido una especie de refugio selvático que se mantuvo sin mayores
modificaciones cuando se produjo la contracción de la selva tropical. Ese am
biente no fue el ideal para el tránsito del hombre.
Siguiendo hacia el Sur, es posible que la zona costera se haya podido utilizar,
hasta lo que es hoy el límite entre el Ecuador y el Perú y, posiblemente, la; parte
extrema septentrional del Perú. Pero sólo hasta allí, pues los desiertos costeros
peruanos, interrumpidos por los oasis de los ríos, no eran los ambientes ideales
para permitir el paso longitudinal de los grupos de cazadores-recolectores.
De modo que todo hace pensar que la mejor ruta para el paso de las hordas
de estos cazadores-recolectores haya sido la de los valles de altura media, que son
justamente los de los ríos Cauca y M agdalena y que corren en sentido Norte-Sur.
A partir de ahí, no habría ningún problema en seguir los otros valles interandinos
de alturas similares y, de esta manera, desplazarse a lo largo de la cordillera andi
na hasta el extremo sur del continente. En dichos valles el hombre pudo encontrar
3 46 DU CCIO BONAVIA Y CARLOS M ONGE C.
Ilustración 1
cordillera andina
sabana actual
M apa de Sudamérica que muestra las posibles rutas de acceso que pudo seguir el hombre,
cuando inició el poblamiento de esta parte del continente. Se indica la distribución de las
sabanas al Este de los Andes, en la actualidad y en los tiempos de glaciación máxima.
Tomado de Duccio Banavia, 1991. Para la distribución de las sabanas se han tomado
como base los mapas de Larry G. Marshall, 1985.
EL HOMBRE A N DIN O 347
el hombre pudo vivir y desarrollar sus actividades diarias durante los últimos
20 0 0 0 años. Pero cuando se llegó a la crisis climática que marcó el fin del Pleis-
toceno y los preludios del Holoceno, al retroceder los glaciares al hombre se le
abrió la posibilidad de penetrar en las tierras de altura.
Los efectos de la altura los debió sentir el hombre desde el primer momento
en que entró en contacto con ella, pero es posible que su mismo modo de vida
los mitigara inicialmente. Pues, como cazador-recolector nómada, estaba obliga
do a buscar su sustento en una fauna que aún no conocía bien y, además, en un
' medio nuevo, de modo que retrasaría su subida a las alturas.^1 mismo her.hn de
.1 ^ sentirse bien tuvo que crearle una sensación de temor, que muy probable
mente se atribuyó a fenómenos sobrenaturales. ^
Tenemos la impresión de que en la entrada en altura hubo una interacción in
voluntaria e inconsciente entre el hombre y los animales. Estamos pensando sobre
todo en los camélidos. Debió pasar cierto tiempo hasta que estos animales que
nunca habían visto a este otro animal, el hombre, se dieran cuenta del peligro real
que éste significaba. Pero, frente a la presión de estos expertos cazadores, que muy
rápidamente comenzaron a diezmarlos, los camélidos se vieron en la necesidad de
crear mecanismos de defensa y el más lógico lúe el de buscar refugio en aquellas
^ zonas que les ofrecían cierta seguridad.^Y como ellos por su propia fisiología no
' tenían dificultades para vivir en la altura y siendo además la única alternativa que
les quedaba, se aventuraron y obligaron al hombre a seguirlos. Hay que decir que
cuanto hemos expuesto es una hipótesis en la que viene trabajando uno de los au
tores (Bonavia) y las evidencias arqueológicas parecen avalarla hasta ahora.
Podemos suponer que las pequeñas bandas que se aventuraron en las altu
ras, una vez superado el malestar inicial, se establecieron, pero sin duda se vie
ron afectadosCpor)una infertilidad tetnporal, flue„ es una de las manifestaciones
típicas de la agresión de las alturas en el hombre. De modo que la población al
te andina inicial debió mantenerse dentro de ciertos límites de estabilidad demo
gráfica, hasta que el fenómeno se superó. Es decir, hasta que se produjo lo que
que uno de los autores (Monge C.);^ti§í^efi_nido como «incremento de la toleran
cia». A esto hay que añadirle el precio invisible de la selección natural, que sin
^duda, actuó inexorablemente, /y
Es difícil decir cuánto tiempo duró esta fase inicial, que le permitió al hom
bre instalarse en las tierras altas; lo que sí es seguro es que hubo todo el tiempo
necesario para que el proceso de selección se diera. Nosotros (Bonavia, 1991:
73) hemos hecho un cálculo muy conservador que nos permite suponer que re
correr la distancia entre el istmo de Panamá hasta la zona centroandina Ies debió
llevar a los primeros llegados a este continente unos cien años. Y si se tiene en
cuenta que el_prpmedio_dejyida_d.el honibre en esos dem^qs, por loqu e se sabe,
oscilaba entre los 2 0 y los 40 años (Vallois, 1937), es decir un promedio de su
pervivencia de unos 30 años de edad, esto significa que el viaje se habría realiza
do en el transcurso aproximado (de)tres generaciones. Y si como se sabe, estas
poblaciones estaban sujetas sin duda alguna a un stress de selección natural muy
fuerte, que no daba ninguna posibilidad de supervivencia al más débil o al inca
paz, en ese tiempo ^ )pudo producir de hecho una cierta selección racial adecua-
da a determinado medio.
EL H O M B R E A N D I N O 349
Ilustración 2
LCmitc m edio M
R« g i « n
i!
Adaptación de Duccio Bonavia del original de Cari Troll, 1968. Escalonamiento climáti-
co-ecológico de los Andes meridionales del Perú y Norte de Bolivia.
Ilustración 3
Distribución vertical de los climas con heladas en los Andes ecuatoriales y tropicales, en
relación con el límite superior de la agricultura y la región de nieves perpetuas: 1) Límite
normal de la helada. 2) Zona altitudinal con la cantidad máxima de días con cambio de
helada y deshielo (33 0 -3 5 0 días por año). 3) Límite superior de la agricultura. 4) Zona
de cultivo con heladas regulares. 5) Límite de las nieves perpetuas. 6) Zona de nieves
perpetuas. Adaptación de Duccio Bonavia del original de Cari Troll, 1968.
mente: «[...] hay ovejas de Castilla y cabras, aunque pocas; no se dan vacas, ga
llinas hay pocas, porque no se crían por ser tierra fría». Y Dávila Brizeño (1965:
156), por el mismo año, es decir, en 1586, refiriéndose a la provincia de Yauyos
en las serranías de Lima, escribió: «[...] porque a la parte de Oriente desta dicha
cordillera, en la parte que le cabe a esta dicha provincia.C^ muy fría, por venir
los aires muy fríos por ella; y así, no sirve sino de pasto de ganado de la tierra [la
referencia es a los camélidos], que lo de España, por su mucho frío y aspereza,
no se cría en ella». Y es interesante que en 1615 el problema subsistía, pues el
padre Cobo (1964: 74), al referirse a las vacas, ovejas, puercos, cabras, yeguas,
asnos y gallinas que se habían introducido en las serranías, comenta: «[...] aun
que viven y se mantienen en este temple [o sea en la altura], no crían, porque
con el rigor del frío se mueren las crías y pollos».
La agresión de la altura puede llegar al extremo de matar y una escena dra
mática nos ha sido dejada por el padre Diego de Ocaña (1987: 164), que escri
biendo probablemente en 1605, narra una experiencia suya en Potosí: «Este ce
rro es muy alto y muy bien hecho. Solamente tiene a la parte del occidente un
poquito de corcova. Ha menester la muía que hubiere de subir hasta arriba,
donde está una cruz, ser muy buena; y gástase medio día en subir arriba, y con el
calor de los metales falta el aliento, ansí a las cabalgaduras como a las personas.
352 DUCCIO BONAVIA Y CARLOS MONGE C.
y muchas que quedan muertas entre las piernas, como yo vi un caballo, que su
bía su dueño con alguna prisa y se le quedó muerto allí». Es interesante ver
cómo este sacerdote no se dio cuenta de las causas del fenómeno y lo atribuye al
«calor de los metales» cuando se trata de una clásica sintomatología de soroche.
Pero ello no debe llamarnos la atención, pues en 1857 un hombre de la prepara
ción de Raimondi (1942: 26) nos da una buena descripción del fenómeno, sin
llegar sin embargo a explicarlo. Es así que subiendo por la cordillera de la Viu
da, en la sierra central peruana, anotó en sus cuadernos de campo: «Tanto los
hombres como los animales, al pasar por la cordillera, padecen de una especie
de embriaguez, causada por la rarefacción del aire. Los del país atribuyen este
malestar a la emanación de anrimonio. y le dan el .nnmhre .de ^ e t a ” o “soro
che’*. Lo~cierto es que tres veces pasé la cordillera y las tres padecí de un fuerte
dolor de cabeza en la región cerca a la nuca; y esta vez, en el paso de la Viuda,
también mi muía cayó dos veces; los naturales de la región aseguran que es un
caso muy raro que, cuando la muía cae por la “veta”, pueda levantarse nueva
mente, pues casi siempre queda muerta. La segunda vez que cayó mi muía, pude
observar que sus ojos se torcían y sus piernas se estiraban».
Pero es interesante notar que si bien hay una buena cantidad de información
en los cronistas que, directa o indirectamente, plantean los problemas de la altu
ra, sólo el padre Acosta, ese jesuíta visionario que hizo agudas observaciones so-
bre efcontinente americano adelantándose a sus tiempos, hizo en 1573 una no
table interpretación del mal de altura que él atribuyó al enrarecimiento del aire
que «[...] está allí tan sutil y delicado, que no se proporciona a la respiración hu
mana, que le requiere más grueso y más templado» (1954: 66), lo que concuerda
con la verdad científica. Y como escribíamos en otra oportunidad (Bonavia et
al., 1984), la interpretación que hizo el padre Acosta del proceso de aclimata
ción es verdaderamente notable, pues llega a afirmar que el soroche es más fre
cuente en quienes «suben de la costa de la mar a la sierra, que no en los que
vuelven de la sierra a los llanos» (Acosta, 1954: 65).
En un cronista tardío, el padre Cobo (1954: 75-76), que escribió en 1615, en
contramos una excelente descripción de los efectos del soroche. «El aire desta tan
encumbrada tierra es tan seco y sutil y delgado, que a los que de nuevo pasan por
aquí, especialmente si suben de la tierra caliente de los Llanos y costa de la mar,
como acontece a los que desta ciudad de Lima caminan a las de la Sierra, les falta
el aliento; y no sólo a los hombres, sino también a las cabalgaduras, las cuales, su
biendo por estas frías cordilleras, se paran a cada paso a tomar resuello; y hom
bres y bestias se entorpecen y almadean, como lo hacen en la mar los que de nue
vo embarcan, sin que la persona pueda comer bocado mientras le duran las
bascas y revolución que siente de estómago, con que viene a trocar cuanto en él
tiene. Con estar yo por tantos años hecho a esta tierra, tres veces que he subido de
los Llanos a las provincias de arriba, al atravesar estos páramos he sentido esta
destemplanza de estómago; y la segunda vez me almadeé muchísimo con grandes
bascas y vómitos, no habiéndome almadeado por la mar en muchas navegaciones
que he hecho; sucedióme esto en 1615, por el mes de diciembre, atravesando la
cordillera por las minas del Nuevo Potosí; en las cuales me hallé tan fatigado, que
desconfiado de recobrar la salud, pedí a los compañeros que me dejasen allí morir
EL HOMBRE ANDINO 353
y pasasen adelante, porque yo no me hallaba sino para dar allí el alma, porque en
dos días no había podido pasar bocado. Animáronme que subiese a muía, porque
ya desde allí comenzábamos a ir bajando, y apenas habíamos andado dos leguas,
cuando saliendo de aquella destemplanza de aire y comenzando a gozar de otro
más benigno, me hallé de repente bueno y con ganas de comer. Y es que, así como
esta indisposición es súbita, causada de los aires sutiles y destemplados de la
puna, así, en sahendo de aquel rigor de temple, se quita instantáneamente».//
Es interesante señalar que una de las recomendaciones que se dan hoy al viaje
ro que quiere subir a las alturas tiene estrecha relación con las descripciones que
nos han dejado estos tempranos observadores. Se recomienda el ascenso lento
dentro de lo posible, la ingestión de alimentos azucarados en pequeña cantidad
para evitar la náusea, mantener normal la glucosa de la sangre y evitar el ejercicio
intenso. Es conocido asimismo que un rápido descenso es el mejor remedio para el
mal de montaña agudo. Pues bien, tenemos la evidencia, curiosamente, de que por
lo menos en un lugar ello se ponía en práctica por lo menos en forma parcial y
probablemente intuitiva. El camino incaico que de la costa central peruana llevaba
a las serranías pasaba por un lugar muy famoso, a 4 575 msnm, conocido como
las «escaleras del Pariacaca» (Bonavia et a i , 1984), que se volvieron proverbiales
en los tiempos de la colonia, pues esa ruta se convirtió en el camino obligado para
dirigirse a Jauja y de allí al Cuzco. Cieza de León, el famoso cronista que estuvo
en el Perú entre 1548 y 1550, lo describe como «un camino [...] que va a salir al
valle de Xauxa, que atraviesa por la nevada sierra de Pariacaca, que no es poco de
ver y notar su grandeza» (1967: 196-197). En dicho tramo del camino muchísima
gente sufrió los efectos de la altura _y_í^?. gHo nos han quedado patéticos relatos.
Pues bien, en la parte intermedia entre la costa y las alturas de Pariacaca, a 3 146
msnm, hay un pueblo llamado Huarochirí, donde los viajeros descansaban antes
de iniciar la difícil subida, aclimatándose sin duda sin saberlo. Es revelador, en
este sentido, el relato de Dávila Briceño (1965: 161) hecho en 1586: «Es el tambo
deste pueblo de Guadocheri el de más gente caminante de todo este reino y a don
de mejor recaudo se da, y así, hay de ordinario mucha gente y cabalgaduras en él,
que con haber cuatro casas muy grandes y muy largas, no cabe la gente caminante
en ellas; y es la causa, que como desde dicho pueblo de Guadocheri hasta el valle
de Xauxa hay diez y ocho leguas de despoblado y tierra tan fría con la cordillera^
de nieve, que por ella atraviesa el camino real, ansí los que van como los que vie- ¡
nen, descansan un día o dos en este dicho tambo y pueblo, ansí los dichos pasaje
ros como sus caballos, ansí los unos aparejándose para pasar este dicho despobla
do, como los que vienen, descansando del trabajo que han pasado». í'
Un breve comentario sobre el moderno conocimiento (í^ la biomedicina de
altura nos permitirá establecer un puente entre nuestra revisión Tirstórica y sus
relaciones con la vida presente del poblador andino, quien, tanto antes como
ahora, siente los rigores de un cjima de alti^ ajju e no tie^ne paraj^olcon.ningu
na otra zona geogr'áficardel mundo//Desde un punto de vista darwiniano, para
mantener la pureza genética se r^u iere un largo aislamiento geográfico y un
grado intenso de consanguinidad. Los estudios históricos muestran la tendencia
migratoria ancestral del hombre andino, que no favorece la pureza racial y la
adquisición de caracteres genéticamente fijos. ^
354 DUCCIO BONAVIA Y CARLO S M O N G E C.
L A S S O C IE D A D E S D E L O S A N D E S S E P T E N T R IO N A L E S
S eg u n d o E . M o ren o Y án ez
Las diversas formas sociales no son sino variados modos de adaptación del hom
bre a ecosistemas específicos, considerados estos últimos como las bases mate
riales de esas formaciones sociales (Cohén, 1973-1974). Andinoamérica septen
trional, como parté integrante de la América andina, a lo largo de su historia, ha
sido ocupada por pueblos cuya relación con el medio ambiente se ha resuelto a
través de una constante: mar, cordillera y bosque húmedo tropical, que configu
ra una racionalidad económica integracionista, de corte transversal al eje geo
gráfico de la cordillera.
El área septentrional andina comprende, según Lumbreras (1981: 55 ss.), el
Sur de Colombia desde el valle del Patía y las cabeceras de los ríos Cauca y Mag
dalena, todo el Ecuador y el extremo norte del Perú, con límite en el desierto de
Sechura, las sierras de Ayabaca y Huancabamba en Piura, y con probables ex
tensiones tempranas hacia el Sur. Por ubicarse en la región equinoccial, es una
zona con características ecuatoriales en donde la altitud de la cordillera constitu
ye un importante factor climático y en la utilización de ios recursos naturales,
combinado con una costa tropical muy definida, con apoyo de la corriente cáli
da marina de «El Niño». Esta situación ofrece a la región profundos contrastes
climáticos y una enorme diversidad en los recursos naturales. Gracias a la for
mación de la cordillera en dos ramales principales, el territorio de Andinoaméri
ca septentrional comprende tres regiones marcadas: la costa húmeda, con un ré
gimen agrícola típicamente tropical, la sierra, con valles interandinos y gran
variedad de climas, y el Oriente o ceja de montaña que ocupa la «Tierra Firme»
alta de la Amazonia. Es importante señalar que en Andinoamérica septentrional,
donde el Ecuador cruza los dos ramales principales de la cordillera andina, la
ceja de montaña ocupa ambas vertientes, por lo que se podría redefinir el con
cepto de «Antisuyo» no como el Levante de los Andes, sino como una doble re
gión situada en las vertientes orientales y occidentales de la cordillera y corres
pondiente a un clima húmedo tropical. De Norte a Sur, los Andes ecuatoriales
presentan una mayor incidencia de glaciaciones pleistocénicas y de actividad vol
cánica al Norte del nudo del Azuay, que marca un claro límite con el sector más
360 SEGUNDO E. M O R E N O YÁNEZ
antiguo y erosionado del Sur, donde afloran con más frecuencia las formaciones
terciarias (Sauer, 1965: 206; Salazar, 1988; 80).
Según Jorge Marcos (citado por Lumbreras, 1981: 55), el modelo andino se
repite, a escala reducida, en la costa ecuatoriana, donde la cuenca del río Guayas
desempeña el papel del Oriente o Amazonia, la cordillera de Chongón y Colon
che equivale a la sierra y las semiestepas de Manabí y de la península de Santa
Elena se asemejan a la costa pacífica. La cuenca del Guayas sería además una
suerte de columna vertebral de los Andes septentrionales, con un régimen agrí
cola típicamente tropical, en donde la técnica de cultivo mediante el sistema de
«camellones» o campos elevados representa una definición clara en esa direc
ción. Esta «columna» no sólo ofrece unidad al área, sino que también contribu
ye a la división y relación entre la sierra y la costa. Constituyen también un as
pecto fundamental las cuencas serranas, donde se han dado formas similares de
control del riego y técnicas de cultivo mediante camellones (por ejemplo, en Ca-
yambe, en la zona aledaña al lago de San Pablo, etc.) y que fueron bases sustan
tivas del desarrollo agrícola en los Andes (cf. Gondard y López, 1983; Knapp,
1988). Los pueblos de la costa combinaron una economía marítima (pesca, reco
gida de mariscos) con la agricultura; los de la sierra, la caza con la agricultura y
la ganadería de auquénidos, mientras que las tribus de la región amazónica es
tructuraron un modelo de uso combinado de los recursos de la flora y fauna sil
vícolas con la horticultura (Meggers, 1976). El medio geográfico y las economí
as especializadas permitieron, desde épocas tempranas, practicar un intercambio
de bienes entre grupos bastante alejados, pero articulados entre sí por una red de
vías de comunicación y por grupos de especialistas en el intercambio.
El área septentrional andina, desde las épocas formativas tempranas (3000
a.n.e.) logró estructurar un esquema de organización avanzado, con la combina
ción de la pesca, agricultura, cerámica e inicio de un proceso de urbanización
(Real Alto), por lo que es posible afirmar que la geografía transversal de los An
des equinocciales ha determinado, desde la más remota antigüedad, formas espe
cíficas de adaptación humana al medio ambiente y maneras de utilizarlas dentro
de modalidades de complementariedad ecológica, así como un original desarro
llo de su economía y de la organización sociopolítica (cf. Deler, Gómez, Portáis,
1983).
Según los criterios teóricos de las ciencias sociales que intentan esclarecer el de
sarrollo de las diferentes formaciones socioeconómicas, la época aborigen se ini
cia con el estado primigenio de las fuerzas productivas y consecuentemente con
una estructuración «primitiva» de las formas sociales para después de una evo
lución progresiva, a lo largo de milenios, alcanzar altos niveles de organización
social y regulaciones ecónomicas. Es por lo mismo inexacto, por simplificador,
intentar explicar la época aborigen en los Andes septentrionales como un perio
do estacionario primitivo, que cualitativamente se altera con la invasión incaica
o posteriormente con la Conquista ibérica. A pesar de que éste no es el momento
LAS S O C I E D A D E S DE LO S A N D E S S E P T E N T R I O N A L E S 361
esporádicas desde la sierra que apenas rozaban la selva tropical. Si hubo alguna
migración por la selva, las evidencias no han sido aún descubiertas, por falta de
exploraciones sistemáticas de la región. Para la Amazonia ecuatoriana. Porras
(1989: 2 1 3 -2 2 2 ) menciona, con datos váhdos, únicamente la fase precerámica
de Jondachi, lugar situado en el divortium aquarum de los ríos Misaguallí y Jon-
dachi, en la región del Alto Ñapo, conocida por su instrumental lítico y de obsi
diana casi negra, que tiene una fecha media obtenida por termoluminiscencia de
1 0 0 0 0 años a.p. Todo el instrumental lítico, de manera especial los buriles,
guardan fuertes similitudes con el material hallado en El Inga, en la hoya de
Quito, lo que confirmaría la matriz serrana del poblamiento amazónico (cf. tam
bién Porras, 1987: 222).
En este periodo, denominado Paleoindio, son significativas las evidencias his
tóricas que demuestran la variabilidad de las relaciones entre el hombre y los diver
sos ambientes, que posibilitaron el desarrollo de tecnologías apropiadas y patrones
de asentamiento y subsistencia adecuados. Los resultados de las investigaciones ar
queológicas destacan la importancia de los asentamientos serranos de cazadores y
recolectores al pie del volcán Haló, en la provincia de Pichincha (aproximadamente
el 9 0 0 0 a.n.e.); en la cueva de Chobshi, en la provincia del Azuay (ca. 8000 a.n.e.);
en el sitio de Cubilán, en la provincia de Loja (aproximadamente el 8000 a.n.e.); y
de los vestigios costeros de Las Vegas, en la península de Santa Elena (aproximada
mente el 8000 a.n.e.). Para la Amazonia se ha mencionado ya la fase precerámica
de Jondachi (aproximadamente el 8000 a.n.e.).
Dentro de las todavía limitadas investigaciones de sitios precerámicos, ocupa
la región aledaña al volcán apagado Haló (3 169 m), en la provincia de Pichin
cha, un lugar especial. El terreno está atravesado por una complicada red de
quebradas que confluyen a uno de los afluentes del río Guayllabamba. Es en esta
zona donde se han encontrado los vestigios del todavía más antiguo Paleoindio
ecuatoriano, incluyendo el sitio de El Inga. Además de la comprobación de los
datos cronológicos y de la clarificación de una posible coexistencia entre el hom
bre y la megafauna (cf. Bell, 1965; Mayer-Oakes, 1963; 1966; Salazar, 1979;
Bonifaz, 1979), las recientes investigaciones de Ernesto Salazar (1980; 1988: 94-
96) analizan las relaciones entre el hombre del Paleoindio y su medio ambiente,
el desarrollo de una tecnología apropiada y los patrones de subsistencia y asen
tamiento del hombre temprano. En relación con estos objetivos, el descubri
miento de las fuentes de obsidiana, en los páramos situados al oriente de la re
gión del Haló y de los «talleres prehistóricos», pone de relieve la utilización del
páramo alto como un espacio económico de explotación temporal, lo que su
pondría el modelo de la adquisición de recursos en diferentes pisos ecológicos,
en épocas muy tempranas. Podría pensarse, por lo tanto, que los cazadores y re
colectores de los Andes septentrionales habrían adoptado, además de una resi
dencia permanente, dos estrategias de supervivencia. La primera consistiría en la
ubicación, durante ciertas épocas del año, de campamentos en una zona relativa
mente baja, de donde podían salir partidas de cazadores hacia el páramo, mien
tras el resto del grupo permanecía en los campamentos. La segunda estrategia
incluiría la posibilidad de una dispersión estacional de pequeños grupos por el
páramo, en busca de alimentos, congregándose al fin en zonas más bajas para
LAS S O C I E D A D E S DE LOS A N D E S S E P T E N T R IO N A L E S 363
parte, hacia nuevas especies de flora y fauna propias de la región; de todos mo
dos, los ocupantes más tempranos de Las Vegas se dedicaban más a la captura
de animales terrestres, mientras que los tardíos dependían más de la pesca y de
la recolección de moluscos. Un importante dato respecto a estos últimos es la in
clusión del maíz en la dieta y la utilización de la calabaza vinatera (Lagenaria si-
ceraria), cuyos efectos sociales no son perceptibles, sin embargo, en los registros
arqueológicos (Salazar, 1988: 123128).
Existen razones para afirmar que mientras la tecnología de los cazadores y reco
lectores estaba destinada a satisfacer las necesidades biológicas elementales, du
rante el periodo Agrícola incipiente la domesticación de las plantas y la cría de al
gunos animales permitió el sostenimiento de comunidades más estables. Aunque
entonces la producción de alimentos sigue en el plano de la subsistencia, existe ya
un excedente para sostener a los grupos dominantes e incluso para permitir la di
visión artificial del trabajo y, consecuentemente, la formación de grupos de espe
cialistas que producen para la satisfacción de diversas necesidades sociales. En el
estadio denominado Formativo (aproximadamente entre el 3900-550 a.n.e.) apa
recen en Andinoamérica septentrional las técnicas de cestería, cerámica, tejido y
construcción y toman forma los patrones de cultura comunal. Las unidades socio-
políticas en las que las viviendas insinúan que la parentela era la base de la socie
dad aparecen reducidas a comunidades locales, asociadas a un centro ceremonial
y quizás de intercambio, que sirve de núcleo y de elemento integrador de las co
munidades dispersas (cf. Palerm, 1970: 10-11; Moreno Yánez, 1988: II, 21-22).
Un análisis de los restos humanos de Real Alto sugiere que la persistencia de
defectos genéticos en los vestigios óseos, correspondientes a las fases tempranas
(Valdivia 1 y 2), significa la posibilidad de relaciones de parentesco endógamo; a
partir de la fase 3 declina el número de defectos genéticos, pero aumenta la fre
cuencia de caries dentales, incremento en que incidiría el uso de almidones blan
cos en la dieta, es decir, un consumo importante de maíz durante las fases fina
les. Esta preferencia alimentaria coincide con la multiplicación de asentamientos
satélites en el valle de Chanduy y en las colinas aledañas y con el acrecentamien
to en número y tamaño de los pozos campaniformes usados para el almacenaje
de los excedentes de maíz, a juzgar por las piedras de molienda que se encuen
tran en su interior. La división del trabajo y la producción de excedentes trans
formaron a la sociedad agroalfarera de Real Alto en una «bifurcación o dico
tomía aldeano-campesina: forma generadora de estrificación social» (Marcos,
1988: n , 319-321). Es difícil, por otro lado, determinar la naturaleza del orden
sociopolítico vigente, aunque se lo podría caracterizar como una «aldea disper
sa»: fenómeno común en zonas donde la intensificación agrícola progresiva se li
mitaba a parcelas lineales en terreno de un aluvión, con un aprovechamiento
máximo de su potencial agrícola. La residencia relativamente permanente y los
patrones regulares de cultivo probablemente iniciaron un proceso de estabiliza
ción de las fronteras sociales en el espacio y lo transformaron hacia un sistema
más formalizado dentro de algún tipo de control administrativo (Zeidler, 1986:
83-127).
Si se acepta, con Marcos (1986: 25-50), que la tradición litoral ecuatoriana,
especialmente en la península de Santa Elena, fue conservadora y más receptora
que propulsora de la innovación cerámica, es evidente la coexistencia en esta re
gión de formas tradicionales, con estilos más tardíos provenientes de otras áreas
aledañas. Posiblemente la cerámica Machalilla (2259-1320 a.n.e.), una de las más
influyentes expresiones en la alfarería del Nuevo Mundo, coexistió con las expre
siones tardías de la cultura valdivia, en el litoral ecuatoriano, como lo demues
370 SEGUNDO E. M O R E N O Y Á N E Z
dicaría que el tráfico entre la sierra sur ecuatoriana y la costa de Manabí conti
nuó a través de la mencionada cuenca.
Es verdad que el Desarrollo Regional en la sierra central y norte del Ecuador
es todavía poco conocido, por falta de datos provenientes de investigaciones
científicas, vacío cronológico entre el 500 a.n.e. y 950 n.e. que posiblemente se
debe a una intensificación de la actividad volcánica, que tuvo como consecuen
cia una fuerte mengua demográfica que duró hasta finales del primer milenio de
nuestra era, época a la que corresponderían nuevas migraciones probablemente
desde la región amazónica. Confirmaría esta hipótesis la presencia, en Cotoco-
llao, de una capa de ceniza y piedra pómez volcánica, de un metro de espesor,
que ha sellado prácticamente todo el sitio y permitido, de este modo, una ópti
ma conservación del contexto arqueológico y que separa el componente Postfor-
mativo del Formativo (Carrera, 1984; Villalba, 1988; Moreno Yánez, 1988: II,
89-90).
El inicio del periodo de Integración (550-1530 n.e.) coincide con cambios de
estilo en las cerámicas de la costa. Los decorados rojos se opacaron, los grises
fueron reemplazados por el negro bruñido y se generalizó una mayor sobriedad
en las expresiones artísticas. Las jefaturas regionales del litoral marítimo in
tegraron vastas regiones bajo su control y se llevaron a cabo monumentales
construcciones que con seguridad necesitaron mano de obra numerosa. Varios
complejos de montículos o «tolas» se encuentran en casi todo el Ecuador, parti
cularmente al Norte de Quito. Los campos agrícolas elevados o camellones se
construyeron no sólo en la costa, sino también cerca del lago San Pablo y en nu
merosos sitios de la sierra y del Oriente (Gondard y López, 1983; Knapp, 1988).
La explotación de los recursos mineros fluviales, en especial del oro, que se ini
ció en el Desarrollo Regional, continuó en el periodo de Integración y originó es
pecialmente en las fases Tumaco-Tolita, Capulí-Piartal-Tuza (en las zonas aleda
ñas a la frontera actual de Colombia y Ecuador) y en la isla Puná (en el golfo de
Guayaquil), y en el territorio cañari, complejas técnicas de orfebrería, entre ellas
la separación y el uso decorativo del platino y el procedimiento de la «cera per
dida». También entre los pobladores de la costa existieron grupos dedicados a la
manufactura de tejidos, de plumería y de collares de concha Spondylus, produc
tos que eran intercambiados con cobre, coca, turquesa, lapislázuli, plata y otras
materias primas o manufacturadas de Perú y Chile. Quizás los más importantes
mercaderes fueron los manteños, quienes controlaron el litoral marítimo desde
Atacames hasta la península de Santa Elena y cuyos principales centros pobla-
cionales se hallaban entre Puerto Cayo y Ayampe, en la provincia de Manabí.
Las prácticas funerarias fueron similares y sus diferencias aparentes se deben
más bien a razones ecológicas. Las «tolas» fueron concebidas como colinas arti
ficiales que, en varios casos, guardaban tumbas de pozo con cámara, en la que se
colocaba el cadáver acompañado de ofrendas (Marcos, 1986: 39-44).
Aunque se han subrayado diversos rasgos de homogeneidad, la formación
de los pueblos aborígenes durante el periodo de Integración en Andinoamérica
septentrional fue desigual, con formas de producción comunales todavía no sufi
cientemente exphcadas por las ciencias sociales, que se encontraban en diferen
tes grados de transición hacia regímenes sociales con características estatales:
376 SEGUNDO E. M O R E N O Y Á N E Z
Cazadores- M.P.
Salvajismo Caza-recolección Igualitarias Banda Campamento Paleoindio
recolectores Primitivo
REVOLUCION NEOLITICA
Sociedades Diferenciación
Agricultura
agrícolas natural Estancias y/o
de Tribu Formativo Transición
aldeanas (Sexo, edad, aldeas dispersas
subsistencia
incipientes experiencia)
Barbarie
Sociedades
Agricultura Aldeas
agrícolas Diferenciación Tribu Formativo M.P.
de concentradas o
aldeanas estratificada estratificada Tardío Asiático
excedente aglutinadas
superiores
REVOLUCIÓN URBANA
o
Sociedades Agricultura y Desarrollo c
Estratificación Jefatura o Centros urbanos M.P. 2
agrícolas supra circuitos de Regional e
(clanes cónicos) señorío étnico limitados Asiático O
superiores intercambio Integración o
Civilización 2
Agricultura, O
Centros urbanos M.P.
Sociedades artesanía, Estratificación Hasta final de 7>
Estado rectores del Asiático m
estatales comercio, de clases sociales Integración 2
sector rural (estatal) O
planificación
-<
2
Fuente: Segundo E. M o r e n o Yánez.
15
L A S S O C IE D A D E S D E R E G A D ÍO D E L A C O S T A N O R T E
Anne M arie H o c q u en g h em
Desde el siglo xvi, en busca de oro y para destruir imágenes de ídolos, los espa
ñoles profanan los centros administrativos y ceremoniales y los cementerios de
los indios. Fundidos o rotos, los objetos que hallan en la costa norte y en el extre
mo septentrional del Perú, entre el valle de Santa y el de Túmbez, desaparecen.
Habrá que esperar al siglo xvm para que los objetos prehispánicos empiecen a
despertar algún interés entre los aficionados a las antigüedades o las curiosidades.
Fejoo de Sosa ([1763] 1984) envía a España, al Gabinete de Historia Natu
ral y Antigüedades de Carlos III, una colección de objetos y algunas momias.
Don Baltasar Martínez de Compañón, obispo de Trujillo, efectúa en 1779 una
visita pastoral acompañado de artistas que pintan del natural a los habitantes,
las costumbres, los paisajes y los monumentos y objetos prehispánicos. Forma
una colección de «Curiosidades del Arte y de la Naturaleza», igualmente envia
da a Carlos III (ed. 1978). Ambas colecciones se conservan en el Museo de Amé
rica de Madrid.
Charles Dombey junta para el rey de Francia, en 1785, una colección de ob
jetos, algunos de los cuales proceden de la costa norte. Después de la Revolu
ción, las A ntiquités du C abinet du R oy y las confiscadas con los bienes de los
emigrados son reunidas en un solo conjunto, hoy en día en las colecciones con
servadas en el M usée d e l’H om m e de París.
En el siglo X I X , una vez independizado Perú en 1821, los gobiernos de distin
tos países de Europa y de los Estados Unidos de América nombran a los encar
gados de misión, que se dedican a observar la situación política y comercial. Al
gunos de esos enviados especiales se interesan además por las ruinas, en las que
abundan los testimonios del pasado andino. Tras esos observadores desembar
can en el Perú ingenieros y comerciantes para intensificar la producción agrícola,
construir carreteras y establecer firmas comerciales. Algunos de esos extranjeros
residentes en el Perú constituyen importantes colecciones de antigüedades pre-
hispánicas.
388 A N N E MARIE H O C Q U E N G H E M
Las grandes colecciones constituidas antes del siglo XX están formadas por pie
zas cuya procedencia exacta se desconoce, carentes de contexto arqueológico. A
partir de principios del siglo XX se generalizan los métodos de excavación y se-
riación estilística del material cerámico que permiten establecer una secuencia
cronológica relativa de las distintas ocupaciones de los yacimientos y reconstruir
la historia de las sociedades de la costa norte.
El arqueólogo alemán M ax Uhle, encargado de investigar el pasado andino
por la Universidad de California, forma la primera colección de cuyas piezas se
conoce el origen, pues cada cerámica puede ser atribuida a un lote procedente de
una misma tumba. Se conserva en el Lowie Museum de Berkeley. En 1913 Uhle
publica los resultados de sus excavaciones en Moche, donde pudo observar la
superposición de cuatro estilos de cerámica que correspondían a otros tantos
LAS SOCIEDADES DE REGADÍO DE LA COSTA NORTE 389
EL E N T O R N O NATURAL Y LA SOCIEDAD
L a agricultura d e regadío
Por el litoral peruano se extiende uno de los desiertos más áridos del mundo; no
llueve más que cuando las aguas cálidas de la corriente de «El Niño», que bor
dea las costas del Ecuador, se desplazan hacia el Sur, fenómeno que sólo se pro
duce aproximadamente cada cinco años en el extremo septentrional y una o dos
veces cada siglo en el Norte (Hocquenghem y Ortlieb, 1992). Únicamente se
puede cultivar en los valles oasis que forman los ríos que bajan de los Andes.
La agricultura de regadío se desarrolló en los valles de la costa central durante
el segundo milenio antes de nuestra era: «La agricultura en los valles costeños y las
cuencas del alto Huallaga y del Marañón empezó como un simple floodw ater far-
m ing durante el Precerámico VI (2500-1750 a.n.e.). Los indicios relacionados con
los importantes centros ceremoniales de El Paraíso (Precerámico VI) y La Florida
(periodo Inicial, 1750-1050 a.n.e.) muestran que el riego artificial, basado en la
construcción de canales, ya fue «inventado» a finales del Precerámico (aproxima
damente el año 188 a.n.e.), o sea, al mismo tiempo de la aparición de la cerámica
y del maíz. Obviamente, el maíz, con sus exigencias muy altas y delicadas de agua,
desempeñó un papel importantísimo en el desarrollo de la agricultura de riego y el
proceso de ocupación de los valles, que había empezado a finales del Precerámico,
continuó durante el periodo Inicial y el horizonte Temprano (Golte, 1983).
Durante el primer milenio antes de nuestra era, las redes de regadío se ex
tienden por los anchos valles de la costa norte, en los que abundaban las tierras
y el agua. Al Norte de Lambayeque, hasta aproximadamente el año 200 n.e. no
se desarrolla, en una primera fase, el riego en el piedem on te del valle de Piura, y
a partir del año 600, en una segunda fase, se regarán los valles del bajo Piura,
Chira y Túmbez (Hocquenghem, 1991).
En el siglo X V I, en su cabotaje a lo largo de la costa norte del Perú en 1525-
1526, los compañeros de Pizarro observan los canales de riego y la riqueza de los
valles de la costa del extremo septentrional y norte: «Vio Alonso de Molina la for-
LAS S O C I E D A D E S DE R E G A D f O DE L A C O S T A NORTE 39|
LA ICO N O G RA FÍA
Ilustración 1
: ...■
i-
Ilustración 2
J ■’ !
M u s e u m fü r V o lk e r k u n d e , B e r lín , V A 1 8 5 3 5 .
3 98 ANNE MARIE HOCQUENGHEM
Ilustración 3
--
M u s e u m fü r V o lk e r k u n d e , B e r l ín , V A 1 8 3 4 1 y 2 2 3 4 8 .
LAS SOCIEDADES DE REGADÍO DE LA COSTA NORTE 399
Ilustración 4
(Hocquenghem, 1986).
Ilustración 5
M u s e u m fü r V o lk e r k u n d e , B e r lín , V A 6 2 1 9 5 .
ANNE MARIE HOCQUENGHEM
400
Ilustración 6
Ilustración 7
(H o cq u e n g h e m , 1 9 8 7 ).
LAS SOCIEDADES DE REGADÍO DE LA C O S T A NORTE 401
Ilustración 8
(D o n n a n , 1 9 7 6 ) .
La organización interna de las imágenes indica que, lejos de constituir una enci
clopedia de los usos y creencias, esta iconografía puede ser considerada Ilustra
ción de un discurso específico, que narra, recoge, repite, en partes y detalles, ac
ciones específicas.
Habida cuenta de la doble representación de las escenas complejas — el que
cada acción transcurra a la vez en un mundo mítico y en un mundo real— , el
significado de la iconografía mochica debe guardar relación con un discurso mí
tico y ritual. Es, por lo tanto, posible formular la hipótesis del carácter sacro de
las imágenes y proponer, para interpretarlas, comparar el conjunto de escenas
complejas con el de los mitos y ios ritos andinos tal como han sido descritos en
los textos desde el siglo xv i hasta nuestros días.
Este método parece justificado, como ha observado Lévi-Strauss (1947):
«Pero sobre todo parece cierto que, en esas regiones de Sudamérica en que las al
tas y las bajas culturas han sostenido contactos regulares o intermitentes durante
un periodo prolongado, el etnógrafo y el arqueólogo pueden ayudarse mutua
mente para dilucidar problemas comunes».
¿Cómo dudar de que la clave de la interpretación de tantos motivos aún her
méticos está a nuestra disposición y es accesible inmediatamente, en mitos y na
rraciones que siguen vivos? Sería un error hacer caso omiso de esos métodos, en
los que el presente permite acceder al pasado. Son los únicos que nos pueden
guiar por un laberinto de monstruos y de dioses, cuando, al faltar la escritura, el
documento plástico es incapaz de ir más allá de sí mismo. Al restablecer los vín
culos entre regiones alejadas, periodos de la historia diferentes y culturas desi
gualmente desarrolladas, atestiguan, iluminan, «tal vez expliquen algún día ese
vasto estado de sincretismo con el que, para su desgracia, parece condenado a
LAS SOCIEDADES DE REGADÍO DE LA COSTA NORTE 403
Ilustración 9
R e is s M u s e u m , M a n n h e im , V A M 2 3 9 3 .
LAS SOCIEDADES DE REGADÍO DE LA COSTA NORTE 405
Ilustración 10
Ubblohde-Doering, 1952.
Ilustración 11
M u s e u m fü r V ó lk e r k u n d e , B e r lín , V A 1 2 9 5 4 .
406 ANNE MARIE HOCQUENGHEM
Ilustración 12
Baste con recordar que las relaciones entre los mitos, los ritos y la realidad son
múltiples y se sitúan en varios planos.
Los mitos y los ritos tienden a resolver en el plano simbólico los problemas
reales; extraen, pues, sus soportes del medio natural y social, y en sus represen
taciones icónicas se traslucen distintos aspectos de la realidad.
Los mitos y ios ritos, que se transmiten a lo largo del tiempo y aparecen en
la iconografía de la costa y de la sierra desde el primer milenio antes de nuestra
era, sobrepasan la realidad de una sociedad concreta y se refieren a un sistema
de pensamiento andino.
Los mitos y los ritos son modelos de conductas sociales; definen las costum
bres, creencias e instituciones, a propósito de las cuales constituyen a la vez una
explicación de su origen y un intento de reproducción. Los cambios detectables
a lo largo del tiempo y las transformaciones de las representaciones icónicas
atestiguan la historia de esas sociedades andinas, las cuales, a falta de escritura,
se hallan al margen de la historia.
Pero el sentido de la iconografía no reside en que representa los múltiples as
pectos profanos y sagrados de la vida en las sociedades prehispánicas, aunque de
hecho se trasluzcan en las imágenes. El sentido de la iconografía es el del calen
dario ceremonial, de las tareas rituales de la m it’a de los miembros de la élite
que ilustra.
Explicaciones del origen y garantes del futuro, los mitos y los ritos, al igual que
la iconografía que los representa, tienen por función imponer y perpetuar la au
toridad absoluta de los antepasados míticos, el respeto por «el orden andino»
necesario a «la organización andina de la producción», como había observado
muy acertadamente Cieza de León ya a mediados del siglo xvi.
En la costa norte, lo mismo que en la. sierra, instaurado por el mito, celebra
do por el rito y fijado por la imagen, que a falta de escritura sustituye al texto sa
grado de la ley ancestral, «el orden andino» mantuvo durante cerca de 2 500
años «la organización andina de la producción» y aseguró la reproducción social.
En nuestros días, en los Andes centrales, lo que se plantea es la «viabilidad
de los sistemas de producción andinos» y el «desorden andino», pero para tratar
de entender puede ser útil recordar...
408 ANNE MARIE HOCQUENGHEM
Ilustración 13
EL CIC LO DE LOS ASTROS
E S E Q U lN O C a O S E P T IE M B R E
EM E Q U IN O C C IO M A R Z O
S -J S O L S T IC IO JU N IO
S í soLsnao d ic ie m b r e
\--------1 M ESES
o R E A P A R ia Ó N D E LAS PL É Y A D ES
• C U L M IN A a Ó N D E LAS PL É Y A D ES
• D E SA P A R IC IÓ N D E LAS PL É Y A D ES
• INiaOD E L N U E V O Q C L O
% C E N IT , A N T IC E N IT O N A D IR
Fu en te: A nn e M a r ie H ocqu en g h em .
Ilustración 14
EL CICLO D E LAS ESTACIONES
fc.:5
W //A - TIEMPOCÁLIDO
^ ^ TIEMPOFRÍO
ESTAaÓNHÚM EDA
ESTAQÓNSECA
Fuente: A n n e M a r i e H o c q u e n g h e m .
LAS S O C I E D A D E S DE R E G A D Í O DE LA C O S T A NORTE 409
Ilustración 15
EL CICLO AGRÍCOLA
E5
£M
T IE R R A -IR R JG A C IÓ N
F u en te: A nne M a r ie H o cq u en g h em .
Ilustración 16
EL CICLO D E LA VIDA D EL H O M BR E
ES
a| G E S T A C IO N
bl A D O L E S C E N O A
c} M A Y O R ÍA
d) V E JE Z
{E L C IC L O D E LA M U E R T E E S O P U E ST O
A L a C L O D E L A V ID A )
Fuente: A n n e M a r i e H o c q u e n g h e m .
410 ANNE MARIE H O C Q U E N G H E M
Ilustración 17
CALENDARIO CEREMONIAL
ES
IXSrAUSAClOW
F u en te: A n n e M a rie H o cq u en g h em .
Ilustración 18
RELA C IÓ N TIEM PO-ESPACIO-SOCIEDAD
-CP
T IE M P O E S P A C IO S O C IE D A D
f ^ H R lO HUMEDO vrejo
^0
■^3 MT; noroíjtí CT J HOM»MiJOveN
SE. 2 Y
CAuOOHCUtfDO j j Mumpviw
s o
Fuente: A n n e M a r i e H o c q u e n g h e m .
LAS SOCIEDADES DE REGADÍO DE LA COSTA NORTE 41 I
Ilustración 19
EL M O D EL O DEL O R D EN D EL M U N D O ANDINO: LA CUATRIPA RTICIÓN
«re
□ DERECHA
■ IZQUIERDA
DOMmANTE
— DOMINADO
, EL MUIMOO DE LOS VIVOS HOMBRE
í EL MUNDO DÉ LOS MUERTOS g MUJER
V VIEJO
J JOVEN
F u en te: A n n e M a r ie H o cq u en g h em .
Ilustración 20
EL M O D ELO DEL O R D EN D EL M UN DO ANDINO: LA T R IP A R T IC IÓ N
SL'ft
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HANANPACHA LADOIZQUIERDO
KAYPACHA j. LADODERECHO
HURINPACHA
Fuente: A n n e M a r i e H o c q u e n g h e m .
K Jí - " ^ ■ j !^ J
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16
L A S S O C IE D A D E S C O S T E Ñ A S C E N T R O A N D IN A S
M aría R o stw o ro w sk i
EDADES Y C O S TA S IE R R A S IE R R A C O S TA S IE R R A A L T IP L A N O
AÑOS N O R TE C EN TR A L SUR C EN TR A L T IT IC A C A
ÉPOCAS N O R TE
IN C A IN C A IN C A IN C A IN C A IN C A
T IW A N A K U
M O C H IL A
D ES A R R O aO S CAJAMARCA Y
Y NAZCA
REGIONALES Y RECUAY PUCARA
G A L L IN A Z O
n .e ,
o
a .n .e . SALINAR HUARAS RANCHA K ALASASAYA
F O R M A T IV O ANCÓN CHUPAS CHIRIPA
C UPISN IQ UE C H A V IN W IC H O A N A WANKARANI
1000
HUACA PARAÍSO OTUM A CACHI
PRIETA E N C AN TO CHILCA PIKI
5000
C A N A R IO
LAURICOCHA ARENAL P U E N TE
10000 L ÍT IC O
GUITARRERO CHIVATEROS AYACUCHO
OAQUENDO P A C A IC A S A
20000
F u en te: M a r ía R o s tw o ro w s k i.
414 MARIA R05TW0R0WSKI
N azca
M oche
^En el último siglo a.n.e. y hasta los años 500-600 n.e. floreció en la costa norte
la cultura moche. Su influencia se extendió a lo largo de la costa desde el río Ne-
peña hasta Batán Grande y el río Leche (Donnan, 1978). f
Su arte sobresale como uno de los más importantes de Sudamérica y sus má
ximas expresiones artísticas se manifestaron en su cerámica de un profundo
realismo iconográfico. Impresionantes son sus representaciones de cabezas de
personajes modeladas en arcilla; además, se suceden escenas de dioses, seres hu
manos y antropomorfos, de a ñ iló les y aves, en una amplia gama de actividades.
Durante varios siglos continuó (eljdesarrollo del art^ mochica, hasta que en su
fase 5 aparecen otras influencias que no son claramente demostradas, pues pare
cen asociadas a una invasión artística sureña, cuyos orígenes se hallan en Tihua-
naco-Huari en la sierra sur. ^
En esta última fase de Moche, el antiguo centro en el valle del mismo nom
bre se abandonó y remplazó por nuevos asentamientos en Galindo y Batán
Grande.
E l In term ed io T ardío
Durante los siguientes siglos la población de la costa norte desarrolló una socie
dad aún más compleja con un fuerte énfasis en grandes centros urbanos.'^'Un
nuevo Estado llamado Chimú, con su capital Chanchan, se situó en el actual va
lle de Trujillo y consiguió conquistar otros valles costeños, alcanzando una ma
yor extensión territorial que su predecesor moche.//
En efecto, ( í ^ chimú dominaban desde Huarmev hasta Tumbes y Piura. Toda
la época chimúcorresponde a la clasificación arqueológica denominada Interme
dio Tardío, era que se inició cuando por razones desconocidas sufrió un colapso el
Estado huari, surgiendo entonces en todo el litoral señoríos costeños independien
tes. Las macroetnias durante este periodo, que abarca más o menos desde el año
1000 n.e. hasta la Conquista inca (siglo xvi), se volvieron independientes de la in-
íluencia serrana. Este florecimiento local costeño tuvo sus representaciones en los
señoríos de Huaura, Chancay, Collique en el Centro, Pachacamac, Chincha e lea. /
A partir de esta última fase arqueológica del Intermedio Tardío se puede contar
con el apoyo de la etnohistoria para lograr una mejor visión del mundo andino,
una visión que la arqueología no puede proporcionar;vj s ^ disciplina con su bagaje ;
de crónicas,.relaciones, manuscritos y todo un acervo documental inicia laJlajmada
«historia andina» y se basa principalmente en un conjunto de documentos de archi- \
vos. Naturalmente manuscritos son herencia de la burocracia administrativa es
pañola y cuentan también con juicios.jyJitigios que, en sus numerosos testimonios, j
se remontan a tiempos inmediatamente anteriores a la llegada de los españoles.»
Diversos tipos de docum ent^ como visitas, tasas y tributos forman parte de
las fuentes, pero para ampliar (la) información etnohistórica se deben tomar en
cuenta otras disciplinas como la arqueología, antropología, lingüística y etnobo-
tánica.''Últimamente hemos profundizado @ e l terreno del psicoanálisis en un
afán de lograr un acercamiento al pensamiento andino (Hernández et al., 1987).
418 MARIA R O S T W O R O W S K I
Sin embargo debemos señalar que no siem ^e las conclusiones de la historia an
dina están de acuerdo con la arqueología. iEDmotivo de las discrepancias es la ca-
rencia e insuficiencia de_trabajos arqueológicos en muchas zonas. En ese sentido
la~etnohistoria se adelanta a la arqueología mostrando las pautas y sugerencias a
seguir.‘*En otras ocasiones la etnohistoria no dispone o no logra obtener los do
cumentos necesarios para un determinado valle o lugar, como nos ha ocurrido
para Nazca o Chancay. Cabe siempre la esperanza de nuevos hallazgos docu
mentales conservados en algún archivo. >f
A través de la investigación etnohistórica se descubre un mundo andino cos
teño diferente al desarrollo serrano, con sus propias peculiaridades y tradiciones.
Un mundo aún poco estudiado debido en parte a la temprana desaparición de
sus habitantes,(w ia)baja de^mográfica iniciada en época inmediata a la invasión
española. Varias son las causas para el despoblanúento costeño. En ciertos luga
res principió con la Conquista inca, realizada a mediados del siglo XV, cuando
los señores locales no querían aceptar (ebyugo cuzqueño. Las represalias eran
muy duras y, por lo general, se deportaba masivamente a la población indígena
bajo el sistema de los mitimaes, o sea, de pueblos enviados a lejanas tierras a
cumplir diversas tareas en provecho del Estado.
El segundo motivo para la disminución de la población nativa fue la pro
pagación de las epidemias traídas por los españoles como consecuencia del se
gundo viaje de Pizarro a Tumbes, antes de la conquista de la tierra. Las enfer-
medades fueron las eruntivas. como el satanmión v la viruela, v también la
gnpeTX ^ ^ á tiira le s no contaban con defensas genéticas contra las nuevas en
fermedades. El tercer y cuarto motivo para la baja poblacional fueron las gue
rras civiles entre los h i s p a n o s . no disponer de animales de tiro usaron a los
naturales para transportar sus víveres_y_armamentos. Los indígenas eran lleva-
clos encadenados" para impedir su fuga y la mortandad entre ellos fue muy ele
vada. Por último la construcción de las ciudades del litoral, sobre todo de la
capital del virreinato, necesitó de fuerza de trabajo, esfuerzo que terminó por
aniquilar a los pocos naturales que quedaban. Como ejemplo citaremos a los
habitantes del pequeño señorío de Lima, que no era el mayor del valle, en el
momento de la fundación española de Los Reyes en 1535.E n to n ces contaba
con cuatro mil tributarios varones, en 1544 había disminuido la cifra a mil
doscientos y en el momento de la creación de una aldea para reducir los indí
genas a un pueblo español, en 1558, sólo quedaban 250 hombres (Rostwo-
row^ski, 1978). //
El acceso al recurso acuífero, por ende al riego controlado, fue tan importante
en el ámbito costeño como el acceso a la tierra. La realización de una agricultura
intensiva, conocida y practicada en la costa, necesitaba de conocimientos hi
dráulicos avanzados para poder irrigar las tierras y aumentar el área de cultivos
a medida que crecía la población./^De gran trascendencia en la vida de los llanos
fue el recurso acuífero y cada valle se desarrolló según el aprovechamiento que
lograron de sus ríos. Bajan de las serranías y vienen cargados de agua durante la
LAS S O C I E D A D E S COSTEÑAS C E N T R O A N D I N AS 4|9
L as lom as
grupo laboral a un solo trabajo sin poder cambiar de ocupación fue una de las
características de la sociedad costeña.
También existió una diversificación de otros oficios como los de salineros, tin
toreros, carpinteros, cocineros, etc. Quizá los artesanos de más prestigio fueron
plateros. Durante el dominio inca, numerosos plateros fueron enviados al Cuz-
co a trabajar exclusivamente para el Estado y su presencia en la capital la confir
man varios documentos (Rostworowski, 1977). Más tarde la administración vi
rreinal apoyó la especialización laboral por la necesidad @ contar con expertos
artesanos indígenas que aprendieron rápidamente las nuevas artes v técnicas...
Para explicar ^ in tercam bio que se dio entre las sociedades costeñas prehis-
pánicas tenemos que aclarar que se realizaba a dos niveles muy distintos. El pri
mero se efectuaba entre la gente del común para conseguir lo necesario para la
vida diaria y, posiblemente, las equivalencias se establecían y aceptaban por to
dos. El segundo se llevaba a cabo entre las clases altas de la sociedad.^
(E|)trueque local era la consecuencia de la especialización laboral y, como en
la mayoría de las sociedades arcaicas, las transacciones que involucraban los ali
mentos se limitaban a mantener equivalencias^Así, 0 trueque en un valle no era
materia de ganancia, sino de un acomodo necesario al sistema de trabajo espe
cializado imperante en la sociedad.#
En cambio, Q^y-uegue^ a larga distancia se realizaba a través de los «merca
deres» chinchanos, los cuales se dirigían al Norte en balsas de tronco de árboles
o de juncos hasta el actual Ecuador.^egún el «Aviso», los mercaderes «trocaban
principalmente cobre por las conchas rojas de mares cálidos llamadas mullu»
(Spondylus ssp.). De regreso con su precioso cargamento, indispensable para la
ofrenda a los dioses, se dirigían seguidamente al Altiplano y al Cuzco para conti
nuar sus intercambios.^
^psegundo tipo de «mercaderes» de los que tenemos referencias ¿orólos se
ñores norteños dedicados al tr u e q u e Entre los bienes que intercambiaban, los
documentos mencionan no sólo objetos de lujo, sino también alimentos, hecho
que cambia el concepto de un intercambio exclusivamente suntuario.
L o s cultivos costeñ os d e co ca
LA SITUACIÓN S O C IO P O L fn C A DE LA COSTA
A IN ICIOS DEL SIGLO X V (IN TER M ED IO TA RD ÍO)
Hacia el Sur, y colindando con los límites territoriales del Estado chimú, se
situaba el señorío de Huaura (Guaura), importante en los inicios del siglo XV.
Por aquel entonces la macroetnia comprendía el valle de Chancay, Barranca y
Huaura (AGI Justicia 396, fol. 59; Rostworowski, 1978).
El señorío siguiente hacia el Sur era el de Collec, llamada por los españoles
Collique, cuyos territorios se extendían por la cuenca del río Chillón, desde el
mar hasta Quivi, río arriba. Para aguantar la constante agresión de sus vecinos
serranos, los collec poseían fortalezas para defender sus tierras y el señor princi
pal vivía en un palacio-fortaleza. Con el objeto de resistir cualquier prolongado
ataque enemigo, una alta y recia muralla rodeaba las extensas tierras de cultivo
cercanas a su fortaleza. Además, los campos se regaban por medio de dos fuen
tes de agua necesarias para los cultivos asi como resistir un largo asedio en el
caso de la aparición de un ejército enemigo. Hasta fecha reciente, se desconocía
la etnohistoria del valle y sólo gracias a una serie de manuscritos existentes en
archivos y a un prolongado trabajo de campo, hemos podido reconstruir su pa
sado (Rostworowski, 1977, 1988b, 1989).
Había nim erosos pequeños señoríos en sus fronteras y el señor principal fue
llamado por(lo^ incas Colli Cápac. La beligerancia de los collec era grande e in
clusive se habían apoderado de una parte del vecino valle de Lima^Tan seguros
se sentían entre sus bastiones y muros, que al presentarse los ejércitos incas no
quisieron someterse pacíficamente sino que ofrecieron batalla a las huestes cuz-
queñas. *
No conocemos los detalles del encuentro y sólo sabemos que al Colli Cápac
le vencieron y murió.*^Dominado el territorio,@ In c a Túpac Ynpangni, el gran
conquistador de la costa, implantó el sistema organizativo inca, señalando las
tierras para el Estado y el Sol.’’Además, parte de los campos se entregaron a et-
nias extrañas en calidad de m itim aes, es decir, grupos de población forastera que
por su presencia debilitarían la resistencia local. Uno de esos enclaves río arriba
fue el de los chaclla, que se apoderaron de parte del valle donde se cultivaba la
coca.'"''En tiempos virreinales, los canta, sus vecinos serranos, reclamaron esas
mismas tierras y protagonizaron, con los chaclla y los quivi, un largo y costoso
juicio que duró de 1558 a 1570, documento que proporciona numerosa infor-|
mación sobre la zona, las costumbres costeñas y la dominación inca (Rostwo-/
rowski, 1988b).^ I
El valle de Lima era colindante con la cuenca del río Chillón y más al Sur se
extendía el valle de Lurín. En tiempos prehispánicos ambos valles bajos forma
ban el antiguo señorío de Ichsma.^Lo relevante i'@esta macroetnia era la exisíen-
cia en Lurín de un venerado santuario dedicado al temido dios Pachacámac./
Se trataba de una antigua divinidad venerada en un amplio sector de la cos
ta, cuyo culto se extendía también a distantes lugares de la selva y de la sierra.
Los cronistas narran sus mitos y leyendas y mencionan también a su oráculo,
consultado desde lejanas regiones. Entre los varios atributos de que gozaba el
dios Pachacámac destaca el de ser el «señor de los temblores»; los mitos cuen
tan que un simple movimiento de su cabeza producía las ondas sísmicas y que si
se levantaba daría lugar a un cataclismo. El terror que inspiran los terremotos
hizo que se mantuviera su culto a través de los siglos. Hemos constatado que al
426 M A RIA R O S T W O R O W S K I
D O C U M EN TO S CITADOS
Biblioteca del Palacio Real de Madrid. Miscelánea de Ayala, tomo X X II, folios 2 6 1 -2 7 3 v.
Archivo Departamental de la Libertad, Trujillo. Protocolos Notariales, Juan de la M ata,
año 1565, legajo 8, Registro 6, n.° 93.
Archivo General de Indias, Sección Justicia 396. Juicio en el Consejo de Indias sostenido
entre Jerónim o de Aliaga contra Rui Barba Tinoco Cabeza de Vaca por la posesión
de un principal de pescadores llamado Parpo o Barboo (1549).
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17
S O C IE D A D E S S E R R A N A S C E N T R O A N D IN A S
D u c c i o B o n a v i a y F r a n k lin P e a s e G . Y.
Desde sus orígenes hasta el día de hoy, las serranías andinas han desempeñado
un papel de fundamental importancia en el desarrollo de la cultura andina; en
unos casos, como área de desarrollos originales y, en otros, como nexo entre las
tierras orientales y la costa.
Los movimientos de poblaciones en estas áreas de geografía tan diferente y va
riada se han producido desde que el hombre llegó a estas tierras y ellas han sido el
factor fundamental que empujó el cambio cultural en esta parte del mundo.
Hoy todo hace pensar que cuando hombre arribó por primera vez a Su-
damérica, utilizó los valles interandinos como vía principal de acceso para des
plazarse hacia el Sur^Llegó a la costa desde las serranías, utilizando los valles
transversales, empleando la antigua vía que siguieron las aguas para bajar de las
cordilleras al océano Pacífico. Estos movimientos de los cazadores y recolectores
a^ndinos entre diferentes ^ o ío g ía s fue uno de los factores más importantes en la
domesticación de plantas y en el desarrollo de la multiplicidad de variedades de
las mismas especies, adaptadas a climas más variados. No se debe olvidar que. en
el área andina central existe más del 80% de las zonas de vida natural que se
hañTdéntificado en todo eJUnundo,,
Todo esto llevó a un precoz desarrollo de la cultura andina, que hace que ya
al final en la época Precerámica (2000 a.n.e.) el hombre había obtenido uno de
los instrumentos más importantes para su desarrollo; casi todas las plantas do-
mésticadas que utilizaría a lo largo de su historia. Además, en estos tiempos
éstas ya estaban adaptadas y distribuidas a lo largo y ancho de los Andes centra
les. Así, sólo para citar un ejemplo, la yuca (M anihot esculenta), el maní [Ara-
chis h ip og aea) y la achira (Canna edulis), que son plantas originarias de la selva,
ya se hallaban adaptadas en esa época al clima de la costa. Esto explica la apari
ción temprana de la arquitectura monumental, que es el resultado de sociedades
bien organizadas.
En este fermento de fenómenos culturales complejos hay una gran diversi
dad que, en un determinado momento, es catalizada por un conjunto de mani
festaciones de ;tipo religioso conocido como chavín. que se expande por el terri
torio an d in o.^ gja reunión de ideas que provienen de la costa, la sierra y la selva
y que dará origen a ciertas "creencras que serán tan importantes para el hombre
430 D U C C IO B O N A V IA Y FR A N K LIN P E A 5 E G . Y.
En las serranías del Norte se habla siempre de dos «reinos» importantes: Caja-
marca y Huamachuco. Sobre el primero es poco lo que sabemos desde el punto
de vista arqueológico y se refiere a fríos datos de secuencias cerámicas (Reichlen
y Reichlen, 1949). Sin embargo, refleja una larga y sólida tradición local. Hay
una continuidad de ocupación en los yacimientos cajamarquinos, lo que dificul
ta la tarea cronológica. Es evidente, sin embargo, que hubo relaciones con la
gente del Chimor, en la costa norte peruana, e inclusive que los cajamarquinos
tuvieron enclaves en la misma costa norte peruana, a través de los cuales obtenían
probablemente pescado y otros recursos marinos (Silva Santisteban, 1982).
(E1 proceso histórico de Cajamarca está muy vinc.yilado al de Hu^nmchuco,
pero el tipo de vinculación no está claro. Es evidente, sin embargo, que en aque
llos tiempos declinaba el poderío del otrora fuerte grupo étnico de Huamachuco,
y su población se refugiaba en sitios fortificados ubicados en las partes altas de
los cerros. vinculación con Caiamarca pudo estar basada sólo en intercam
bios o en una preemmencia cajamarquina, pero también pudo tratarse de una
organización política unitaria.“A fin de cuentas,(j^arqueología señala más clara-
mente una dependencia culmrajj:on.respecto a .Cajamarca. Es interesante que, al
llegar los incas, mientras los cajamarquinos opusieron una fuerte resistencia, la
gente de Huamachuco parece haberse rendido «sin dar batalla» (Silva Santiste
ban, 19 8 2 ; M e. Cown^ 1945); probablemente se trata de distintas formas de re
lacionarse, a través ’'4 &lio.5-iín?ttlos de reciprocidad y redistribución, con los in
cas^ Éste es, por cierto, un asunto que remite a las formas de la expansión
incaica, pero adquiere interés: se trataría de distinguir las relaciones que el Inca
■432 DUCCIO BONAVIA Y FRANKLIN PEASE G. Y.
«uno*
JU A
Fotografía cortesía de John Topic.
establecía — reciprocidad y redistribución— con los grupos étnicos, entre las que
se incluían matrimonios, intercambios de bienes y energía humana, etc.^De acuer
do a cómo se establecían las mismas, quedaba un recuerdo de «aceptación» o
«resistencia» a la presencia incaica que es consignada por los cronistas.#-
En el momento de producirse la invasión española del área norteña de los An
des peruanos, la población del área pudo no ser muy grande. Datos siempre discu
tibles arrojan un volumen demográfico de unos 12000 tributarios (60 0 0 0 perso
nas aproximadamente) para el repartimiento colonial de Cajamarca en 1534,
SOCIEDADES SERRANAS C E N T RO A N D IN AS 433
LA SIERRA CENTRAL
Esta área muestra en estos tiempos un conjunto de grandes cambios que se refle
jan, sobre todo, en un incremento demográfico notable en los asentamientos. És
tos señalan, además, que hay diferencias importantes en la organización política
entre las diferentes etnias de la región. La arqueología indica diferencias muy
claras entre las áreas de Tarma, Jauja y Yanamarca, que se acentúan sobre todo
en d v alle del M antaro.
(jEÍ)valle de Jauja fue el centro de uno de los grupos étnicps rnás importantes
de la región, ios huancas. Ellos ejercieron, no cabe duda, un poder jerárquico y
no sólo tuvieron relaciones con la vecina Ceja de Selva, sino que iniciaron im
portantes acciones de colonización (Bonavia, 1972). Hay toda una serie de nota
bles asentamientos urbanos atribuibles a los huancas, @ l o s que destacan gran
des sistemas de depósitos para alimentos. Cabe señalar dos sitios de gran
envergadura: ¡Atunmarca y Tunanmarcai; parece que esta última pudo ser la «ca-
434 DUCCIO BONAVIA Y FRANKLIN PEASE G. Y.
pital» huanca, y habría albergado a unas 5 000 personas. En sus cercanías se ha
llaba un extenso sistema hidráulico, presumiblemente dedicado al cultivo de tu
bérculos (Parsons, 1978). í'
Desde el punto de vista arqueológico.Q.os)huancas debieron constituir una de
las tantas organizaciones políticas (llamadas indiscriminadamente «señoríos» en
la literatura académica) que competían entre si v se turnaban en el poder en fun
ción de la fuerza disponible en el momento. Su econonua se basó en la agricultu
ra, si bien no puede descartarse el empleo de ganadería en zonas altas relativa-
mentfccercanas (la puna de Junín).
JLpvincas estaWecieron en la zona central aludida una serie de modificacio-
ne^ que incluyeron el traslado de grandes con\untgs áé~mitmaqkunasi ello dis-
tórsjpna mucho la^i^ deniográfica, por ejemplo. Los datos más cono
cidos permiten afirmar la existencia de tres grandes grupos: Atún Jauja, Lurin
Guanea y Hanan Guanea, los cuales, en el siglo XVI, tenían 6 000 tributarios
(unas 30 000 personas), 12 000 tributarios (unas 6 0 0 0 0 personas) y 9 000 tribu
tarios (unas 45 000 personas), respectivamente (Cock, 1982: 97). Ciertamente,
las cifras proceden de documentación española de 1534 y confirman la presencia
de una población relativamente alta, pero, a la vez, se registran m itm aqkunas
procedentes de diferentes lugares andinos'' Después del establecimiento español,
grupos de antiguos m itm aqkunas de la región extendida a lo largo del valle del
M antaro y en las tierras vecinas, reclamaron tierras y buscaron mantenerse co
mo sectores diferenciados de la población. afirma que estos grupos y sectores
multiétnicos desarrollaron diversas estrategias de enfrentamiento con los incas
(Earle, d’Altroy y Le Blanc, 1978; Matos, 1966; Matos y Parsons, 1979). Puede
SOCIEDADES SERRANAS C E N T RO A N D IN AS 435
afirmarse que la expansión de los últimos estuvo relacionada tanto con el esta
blecimiento de relaciones de reciprocidad y redistribución, como con la ubica
ción de grupos foráneos en la zona. Se ha propuesto (Espinoza, 1 9 7 1; 1974) k
«alianza» entre los pobladores de la región, específicamente\5janca\ v los espa
ñoles del siglo XVI, para oponerse a los incas, y se ha afirmado que el hecho
daba fe de una gran independencia previa. No estamos muy seguros de estas
afirmaciones, pues remiten fundamentalmente Caluña muy particuiar-le.cmra de
los testimonios escritos del siglo XVI español.
Además de estos grupos étnicos importantes, hubo toda una serie de otros
menores, acerca de la mayoría de los cuales no tenemos información mayor (La-
vallée, 1973). Sabemos, sin embargo, que en el área límite de lo que son hoy los
departamentos de Junín, Huancavelica y Lima hubo grupos específicos: los asto,
que pertenecían a la etnia anqara, los larau, de la etnia yauyu, aparte de otros
grupos huancas (por ejemplo, los chunku). De ellos, los asto han sido bien estu
diados. Ocuparon las márgenes del río Vilca, donde se han registrado 27 pue
blos. Fueron grupos que dependían de la agricultura y el pastoreo de camélidos
y que vivieron en editicacioneF aue tuvieron múltiples usos. Fueron al mismo
tiempo habitaciones, viviendas y almacenes. Se ha calculado que cada uno de es
tos pueblos pudo albergar entre 4 00 y 700 personas (Lavallée y Julien, 1983).
Uno de los problemas más difíciles de resolver y que aún no se ha podido di
lucidar desde el punto de vista arqueológico, es el de los chancas (Rowe, 1946).
Y en este caso, más que en ninguno quizás, cuanto se ha escrito no es más que la
repetición de lo que dicen las crónicas tradicionalmente conocidas. Se habla in
distintamente de una tribu, nación o confederación chanca. Sin embargo, con los
datos arqueológicos no se puede establecer si fue una sola organización política
o una serie de pequeños grupos que vivieron en un territorio relativamente res
tringido. N o se puede tampoco delimitar con cierta precisión cuál ha sido el te
rritorio ocupado por ellos. Tradicionalmente se señala la provincia de Anda-
huaylas y las referencias históricas — básicamente crónicas— indican concre-/;
tamente el valle del río Pampas y la región al Oeste del río Apurímac.^' I|
En la cuenca del río Pampas, en la provincia de Huamanga, se ha localizado
un estilo cerámico que se ha definido como arqalla. Este estilo, bastante homo
géneo, va generalmente asociado a núcleos urbanos muy característicos consti
tuidos, en la mayoría de los casos, por acumulaciones de casas circulares, á me
nudo semisubterráneas, situadas en las cumbres de los cerros. Los sitios más
conocidos son Arqalla, en la provincia de Huamanga, y Caballoyuq, en la de
Huanta, ambas en el departamento de Ayacucho (Lumbreras, 1959 y 1974a;
Bonavia, 1964).""Sin embargo, hay una serie de otros indicios que señalan que el
cuadro arqueológico de la zona es mucho más complejo, ya que aparte del estilo
arqalla hay varios otros estilos cerámicos que van asociados con aquél (Bonavia,
1967-1968).'/
Para algunos arqueólogos, sobre todo Lumbreras, el estilo arqalla representa
la c u l ^ a arqueológica de los chancas. Bonavia ha señalado, sin embargo, que
arqalla va asociado con la cerámica incaica y considera que muchos @ los nú- ]
cíeos urbanos en cuestión forman parte de un gran sistema de colonización de la
ceja de selva, emprendida por los incas (¿a través de m itm aqku n al). La verdad
436 DUCCIO BONAVIA Y FRANKLIN PEASE G. Y.
es que hasta ahora, desde el punto de vista arqueológico, no hay ninguna posibi
lidad de asociar una cultura arqueológica con los datos existentes sobre los
chancas en las crónicas y otra documentación, y cualquier cosa que se diga que
dará siempre en el terreno de las hipótesis.
\ chancas han sido beneficiados con una amplia información en las cróni-
\ cas clásicamente conocidas. Se afirma que atacaron el Cuzco en los tiempos del
Inca Huiracocha y que, abandonada la defensa del Cuzco por éste, fue retomada
exitosamente por Pachacuti, su hijo, quien logró derrotar a los invasores (véase,
por ejemplo, Cieza de León, [1550] 1985: 132 ss.; Betanzos, [1550] 1987: 23-
43). Esta versión, generalizada en las crónicas, tiene algunas variantes: por ejem
plo, Garcilaso de la Vega afirmó que los acontecimientos ocurrieron en los tiem
pos del Inca Yahuar Huaca y que ¿^ e n ce d o r de los chancas fue Huiracocha
(Garcilaso, [1609] lib. V, cap. X V II, 1943: 258-264). Pero otro tipo de variantes
se encontrará en alguna crónica que señala, por ejemplo, que los primitivos ha
lla n te s del Cuzco, dirigidos por un «gran curaca», fueron arrojados de allí por
lo^ incas, migrantes del Altiplano del lago Titicaca, donde vivían en Atún Collao
(Hatun Colla), envalentonados después de haber derrotado a los chancas, natu
rales de Andahuaylas. Éstos, en empresa de conquista, habían tomado las «pro
vincias» de Cuntisuyu y Collasuyu (Gutiérrez de Santa Clara, [¿1603?] 1959: III,
2 11). Las informaciones de este cronista sobre los incas han sido seriamente
puestas en duda, a raíz de haberse comprobado que en una serie de casos se tra
ta únicamente de una transcripción alterada de las frases de otro autor previo,
i Diego Fernández, llamado el Palentino (Parssinen, 1989); la presencia en el Perú
1 del mexicano Gutiérrez de Santa Clara había sido cuestionada tiempo atrás por
¡ Marcel Bataillon (1961). ,
CHACHAPOYAS
En la vertiente oriental andina hubo una gran cantidad de pequeños grupos étni
cos, de los cuales únicamente tenemos noticias parciales. Por ejemplo, en los es
critos de los cronistas se menciona muy a menudo el «reino» o «provincia» Cha
cha (de los chachapoyas), que habría ocupado el área meridional del actual
departamento de Amazonas y que tuvo fama de haber sido formado por gente
muy aguerrida. Tradicionalmente se ha asignado a este grupo una serie de sitios
fortificados que existen en la región, tales como Cuélap, Chipuric y Revash
(Horkheimer, 1959)."
Si bien no se ha hecho nunca un trabajo arqueológico orgánico en la zona,
hay suficiente información como para poder afirmar que no existió una organi
zación política unitaria, sino grupos diversos, previos a los incas.'Además, en to
dos esos sitios hay antecedentes mucho más antiguos, que se remontan a los
tiempos posthuari y la ocupación se prolonga hasta la llegada de los incas; para
controlar la zona, los últimos edificaron un importante centro administrativo:
Cochabamba'S' Si bien no se dispone de información documental que recoja datos
relativos a tiempos preincaicos, se afirma en las crónicas clásicas que la región se
conquistó en los tiempos de los últimos incas y aun se hallaba en proceso de
S O C IE D A D E S SERRANAS C E NT RO A N D INA S 437
Ar
«colonización» cuando se produjo la invasión española. Los últimos incas habí
an nombrado en la zona a curacas específicos, alguno de los cuales era un yana
o dependiente directo del Inca del Cuzco (aparte de la documentación de las cró
nicas, hay una importantísima información colonial temprana en Espinoza,
1966). V
Ésta es un área, ampliada por los tributarios de los ríos mencionados, sobre la
cual se posee información más segura. Allí existieron tres grupos étnicos impor
tantes, \íogclyj£aychu jJosj;;ach^ ^ huamali.^ La característica común a todas
estas poblaciones es que tuvieron villorrios situados en las puntas de los cerros,
en lugares estratégicos, para impedir incursiones recíprocas que, a jugar por las
evidencias, eran muy frecuentes.
Los yacha vivieron en las riberas de los ríos Huertas y San Rafael y tuvieron
una arquitectura muy característica, con casas irregulares, con techos planos
que, aparentemente, fueron utilizados como lugares de trabajo.
Los chupaychu habitaron en la región del alto Huallaga y sus afluentes, y
sus centros habitados más importantes fueron Huaruna, Quero y Paco. Todos
sus villorrios fueron muy centralizados en la puna alta, con edificaciones de
planta cuadrada y con techos a dos aguas.
Finalmente, el grupo étnico huamali, que habitó la actual provincia de Hua-
malíes en el departamento de Huánuco, tuvo aproximadamente el mismo patrón
de asentamiento, pero su arquitectura fue completamente diferente. En efecto,
construyeron grandes casas circulares, con techos cónicos, que originalmente
fueron recubiertos con ichu. Ésta fue un área en la cual las poblaciones tuvieron
siempre grandes conflictos y que no llegó a unificarse nunca (Thompson, 1972).
Los chupaychu y los yacha aparecen específicamente documentados en uno
de los conjuntos informativos más importantes de los tiempos coloniales: la v^i-
ta administrativa que realizara a la región íñigo Ortiz de Zúñiga en 1562. En
ella se menciona asimismo a los yarush (yaros), otro grupo étnico que ha servido
para antojadizas aseveraciones sobre un «imperio» previo a los incas, sobre el
cual no existe prueba arqueológica ni documentación contrastable alguna^?
El ejemplo de los chupaychu puede ser ilustrativo. Se trataba de un grupo ét
nico pequeño, calculándose que alcanzaba unas 2500-3 000 unidades étnicas. Los
datos obtenidos por los demógrafos afirman cifras cercanas, si bien no^^iempre
fiables (Cook, 1982: 96).*Muy probablemente desde antes de los incas,Clo^ chu-
paychu adquirieron el control de áreas ecológicamente diferentes a las de su hábi
tat micial o central.'iEn las mismas podían obtener diferentes recursos para abaste
cerse; la dispersión controlada de la población a través del conjunto de sitios
ecológicamente diferenciados permite precisar la hábil explotación de los recur
sos. Si bien el núcleo serrano de los chupaychu se encontraba a unos 3 000 msnm,
disponían de recursos en la puna — sobre 4 000 m— , como los rebaños y la sal,
mientras que al mismo tiempo alcanzaban a dirigirse a tierras bajas, al Este de los
Andes, donde podía obtenerse algodón, ají, madera y coca. Lo interesante es que
438 DUCCIO BONAVIA Y FRANKLIN PEASE G. Y.
)muy difícil tratar ¡Í ^ o r í genes de los incas desde el punto de vista arqueológi
co, ya qu^ aunque pueda parecer absurdo, no sólo hay muy poca información,
sino que Ssg^escasos los estudios que se han hecho sobre el particular.
Las crónicas clásicas proporcionaron una historia incaica dejando la impre
sión de un tiempo inicial, más confuso, que los historiadores posteriores que inter
pretaron las informaciones de las crónicas consideraron «legendario». Al aceptar
que en los tiempos iniciales del dominio incaico en el Cuzco había diferentes gru
pos étnicos independientes en los alrededores, se propuso en las crórúcas en gene
ral ima expansión tardía de los incas, atribuible a los momentos en que se suponía
disponer de informaciones más «seguras»,^es decir, en los tiempos atribuidos al
gobierno del Inca Pachacuti? Sea o no cierto, las propias versiones de las crónicas
abonan esta interpretación. Por ello ha sido, hasta el presente, difícil hacer coinci
dir la información arqueológica con las versiones históricas proporcionadas por
las crónicas. Acerca de las últimas, crece el acuerdo sobre el hecho de que las cró
nicas no proporcionan simplemente «datos» o «recuerdos» precisos, sino que son
textos que se identifican con historias, elaboraciones realizadas por historiadores.
SOCIEDADES SERRANAS C E N T R O A N D IN A S 439
de acuerdo con los criterios del momento en que fueron escritas. Esto las transfor
ma en hipótesis, opiniones sobre «datos» que sus autores interpretaron histórica
mente, aunque no necesariamente fueron originados (en las manos de los infor
mantes) como tales. realidad, los informantes andinos relataban mitos y,
rituales; los cronistas los transformaron~ien histerias, de la misma manera que los// ^
autores humanistas transformaban en alegorías los mitos griegos y l a t i n o s . *
Hace tiempo, Rowe escribió que la cultura incaica hundía sus raíces en las
tradiciones culturales @ Ayacucho,__Nazca y, posiblemente, de Tiahuanaco.
Cuando se hizo esta aseveración, pareció absurda y no se tomó en cuenta. A la
luz de los datos actuales, vemos que es correcta. En efecto, hoy todo parece se
ñalar que lo que los arqueól^os han denominado Killke y que corresponde a la
cultura inca temprana, tiene origen en un grupo que vivía en la parte norte de
la cuenca del Cuzco y cuya cultura se denomina hoy qotakalli^ Este grupo huma
no ya se encontraba allí cuando los huari ocuparon Piquillacta, en las vecinda
des del Cuzco.
Qotakalli (Barreda, 1982) recibió una influencia de huari y la mezcla de es
tas dos tradiciones dio origen a la cultura killke. D£manera_qjíe-£lJnca_Tempra-
no es el resultado de una tradición iecal-aJLa. cual.s£,^ñadieron elementos cultu
rales huari. Y , como se sabe, en sus orígenes huari recibió una fuerte influencia
de nazca y de tiahuanaco, que se mezclaron con la tradición local ayacuchana.
^Es de suponer que los componentes fundamentales de huari que, indirecta
mente, recibió killke, fueron las ideas «imperiales», la organización social y po- ,
lítica. t,
Además, hay un hecho importante que se desprende de la información ar
queológica y es que huari no se impuso, por lo menos físicamente, en la zona del
Cuzco, lo cual parece indicar que, de alguna manera, qotakalli pudo mantener
su independencia frente a huari. Quizás fue esta experiencia la que les permitió,
más tarde, a los incas enfrentar con éxito a los chancas.
Si se cotejan los datos arqueológicos con los históricos para tra t^ de entender
los orígenes incaicos, se tropieza con una aparente contradicción. (L ^ ara ueolc
señala claramente que los incas fueron, en el CuzcQ-eLresultado d& una larga tra
dición local. Las elaboraciones de las crónicas tradicionales hablaban más bien de
grupos poco precisables («legendarios»), que vinieron desde fuera del Cuzco para
asentarse en él. En realidad, se puede reconocer en este último aspecto un e le m ^
to que aparece en las informaciones míticas (explicaciones míticas del pasado): lo^
«fundadores» vienen siempre de fuera. Éste es uno de los problemas más claros
para explicar por qué se puede afirmar que las crónicas produjeron serias confu
siones en la investigación; se pensó que contenían «datos» históricos, cuando en
realidad contienen «datos» míticos y elaboraciones históricas realizadas con los
mismos.'^’or ello, considerando estos problemas, se comienza a desentrañar una
historia antigua del Cuzco, donde diversos grupos étnicos que participaban de co
munes tradiciones culturales se reunieron para constituir aquella organización po
lítica que los españoles identificaron con el «imperio» de los incas. /
El grupo killke, que debió comenzar a desarrollarse aproximadamente hacia
el año 1200 n.e., tuvo en un principio (^u^villorrios asentados sobre colinas o so-
bre las laderas de los cerros, quizás para fines defensivos; pero luego los mismos
440 DUCCIO BONAVIA Y FRANKLIN PEASE G. Y.
fueron asentándose en las partes llanas de los valles, como en el caso de Patallac-
ta y Choquepata. Se trata de villorrios pequeños y grandes pueblos como Qen-
cha-Qencha, en el valle del Cuzco, pero hay sitios similares en Lucre y en el valle
del Urubamba (Rowe, 1946).
Las construcciones muestran una arquitectura muy modesta, a base de pie
dras sin labrar. El estilo arquitectónico cuzqueño, con las paredes de piedra fina
mente labrada, aparece de repente en el área y es asociado con las reformas em
prendidas por el Inca Pachacuti. Al margen de lo anterior, no se sabe casi nada
de la cultura material de killke. Fuera de un conjunto de artefactos de piedra, en
tre los que destaca un tipo muy particular de cuchillo en pizarra, instrumental de
hueso y algunos escasos especímenes de metal, no se conoce mucho más.-*-
La información de las crónicas permite disponer de algunos nombres atri-
buibles a los grupos existentes en la región del Cuzco en el tiempo transcurrido
entre el apogeo de huari y la aparición de los incas. Ciertamente, las denomina
ciones no siempre pueden responder efectivamente a grupos étnicos y algunas
veces se^os ha confundido con los nombres de los respectivos curacas o señores
I étnicos. Sea cual fuera la situación, las crónicas recuerdan nombres como al-
cahuiza, sauasiray, chilque, masca y especialmente ayarmaca; los últimos han
' sido más detenidamente estudiados sobre la base primordial de la documenta
ción colonial (Rostworowski, 1970, por ejemplo). Algunos de los nombres
anunciados se relacionan en las propias crónicas con las denominaciones de ay-
llus o panucas, grupos de parentesco del Cuzco.//
Poco es lo que podemos decir desde el punto de vista arqueológico acerca de los
tiempos previos a los incas en la región del Altiplano del lago Titicaca, donde se
concentra, en cambio, buena información histórica de los primeros tiempos co
loniales. No hay que olvidar, una vez más, que los datos recogidos por los espa
ñoles en el siglo XVI se encuentran fuertemente influenciados por(^carácter_de
«yersión oficial» que los propios cronistas atribuyeron a la infonmadón ÜK£Íca.
MucKb se discute, aun en nuestros días, acerca de la distorsión que tal atri
bución pudo ocasionar. La misma dice que en tiempos incaicos hubo en dicha
región vecina al lago Titicaca hasta tres grandes grupos conocidos como eolia,
lupaqa y pacaje (Hvslop. 1979; Julien, 1979, 1983). Los primeros son identifica
dos con el sitio arqueológico de Hatun Colla, al Noroeste del lago; los segundos,
ubicados en la región del Sudoeste de la región lacustre, parecen haber tenido en
Chucuito su centro más importante, al menos aquel que en los momentos de la
invasión española servía de residencia a las autoridades étnicas más importantes.
Finalmente, Pacaje se encontraba al Sudeste del lago y englobaba el área donde
^se encuentran los restos arqueológicos más destacados de la región: Tiahuanaco.
Log tres grarides grupos eran aymara-hablantes en el momento de producirse la
mvasion española y coexistían con un grupo, aparentemeñte marginal, los uru,
que vivían en las áreas húmedas vecinas al lago, o en islas de totora (juncos la-
' custres, de la familia de las Ciperáceas), flotantes. „
S O C IE D A D E S SERRANAS C E N T R O A N DI N AS 441
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18
S O C IE D A D E S D E L S U R A N D IN O :
L O S D E S IE R T O S D E L N O R T E Y E L C E N T R O H Ú M E D O
A g u s t ín L l a g o s t e r a M a r tín e z
El territorio del que vamos a tratar es una porción de la actual república de Chi
le que se extiende desde la frontera con el Perú hasta el canal de Chacao y el gol
fo de Reloncaví; es decir, hasta el límite con la región de los archipiélagos aus
trales. Es una angosta franja de casi 3 000 km de largo, que corre conectada con
la vertiente occidental de la cordillera de los Andes y que presenta una gradiente
ecológica que va desde un estéril desierto, en el Norte, hasta fecundos bosques,
en el Sur. En términos generales, esta franja puede dividirse en tres grandes zo
nas ecológicas, que coinciden con orientaciones y caracterizaciones definidas en
el desarrollo histórico autóctono: Territorio Árido en el extremo norte hasta el
río Copiapó, Territorio Semiárido hasta la cuenca de Santiago y, desde allí hasta
el señalado límite meridional. Territorio Húmedo.
El Territorio Árido corresponde a uno de los desiertos más inhóspitos del
mundo. Los poquísimos valles que aquí se encuentran se hallan en el extremo
norte del territorio, llevando aguas hasta el mar sólo los más septentrionales; los
de más al Sur, exceptuando el río Loa, mueren apenas descienden de la cordille
ra, a muchos kilómetros de la costa. La mitad meridional de este territorio no
tiene cauces superficiales de agua. Sobre el contrafuerte andino, a los 4 000 m de
altura, se extiende el Altiplano o Puna, compartido actualmente por Perú y Boli-
via. El segmento norte de esta última formación, hasta las actuales localidades
de Cariquima e Isluga, se considera parte de la Puna Seca, que corresponde a la
franja intermedia meridional del Altiplano andino; a su vez, el segmento sur
(hasta las alturas de Copiapó), se reconoce como parte de la Puna Salada, por
los saladares que forman parte de él.
El Territorio Semiárido es la porción más estrecha del territorio mayor, de
terminando una corta trayectoria entre la cordillera y el mar; presenta un relie
ve montañoso irregular, cortado por valles cuyos ríos descienden hasta el mar.
Aunque los valles son fértiles, los extensos interfluvios presentan características
semidesérticas, con una vegetación rala que se incrementa, en la parte sur, con
una formación de tipo matorral. La cordillera andina alcanza en esta parte
poca altura y la ausencia del Altiplano permite el paso directo hacia la vertiente
oriental.
446 AGUSTÍN LLAGOSTERA MARTINEZ
Ilustración 1
SUR A NDINO: DESIERTOS DEL N O R TE Y C EN TR O HÚM EDO
Fuente: A g u s tín L la g o s te r a .
S O C I E D A D E S D E L SU R A N D I N O : LO S D E S IER T O S DEL N O R T E Y EL C E N T R O H Ú M EDO 447
Ilustración 2
SO CIED A DES AU TÓ CTO N A S EN M O M EN TO DE LA IN VASIÓN EUROPEA
puquinas(?)
a /m a ra s
at acam e ños
•10
c h an g o s
d ía g u U a s
p ic u n c h e s
m ap uch es
huiUiches
cu neos
tóctono del manejo de los vegetales y de la tierra; todo un bagaje hortícola que,
en el momento oportuno, dio base a cambios realmente significativos.
Al contrario de las plantas, los animales domesticados, a excepción del cuy
(C avia sp.), parecen provenir de ancestros locales. En este sentido, las caracterís
ticas de la Puna Salada desempeñaron un papel fundamental en el proceso de
domesticación de los camélidos, al punto que se ha propuesto esta zona como
un núcleo periférico de domesticación de estos animales. En la Puna Salada, los
lugares para asentamiento humano y para obtención de recursos alimenticios es
tán mucho más restringidos y focalizados que en la Puna Seca, además de que,
en la primera, su disponibilidad presenta fluctuaciones en el transcurso del año.
Los ocupantes de este territorio debieron aplicar un modelo de vida diferente al
de aquellos puneños más al Norte; debieron fijar en su esquema trashumante
una red limitada de focos potenciales entre los cuales moverse y usufructuar los
recursos. Esto generó circuitos de trashumancia mucho más persistentes en el
sentido de alternativas restringidas, con sitios de mayor permanencia en el ciclo
anual.
Se puede asegurar que, entre los años 2000 y 1500 a.n.e., las poblaciones de
las tierras áridas y semiáridas estaban manejando, por cultivo, una variedad de
especies vegetales, y al menos las primeras contaron también con animales do
mesticados (cuy y camélidos). Sin embargo, la introducción de la horticultura y
de la crianza de animales fue sólo parte de un conjunto de elementos interrela-
cionados que históricamente se fueron conjugando y coadyuvando, para llegar a
crear las bases de un definitivo sedentarismo en este territorio y la irreversible
disolución del modo de vida arcaico.
Mucho antes de que la ola Formativa hubiese alcanzado el extremo sur, hechos
trascendentes estaban ocurriendo en el extremo norte. Como ya se ha visto, el
Norte árido estuvo incorporado desde temprano a la esfera de acción del Alti
plano de tal manera que todo lo que sucedía en la planicie altoandina repercutía
en las poblaciones de la vertiente occidental. Fue así como los cambios que se es
taban viviendo en tom o al lago Titicaca, relativos a la emergencia de Tiwanaku,
indujeron transformaciones, especialmente en el valle de Azapa y en el Salar de
Atacama.
Hacia el año 300 n.e. comienza a tomar forma en el valle de Azapa lo que se
ha llamado fase Cabuza, que muestra una renovada impronta altiplánica vincu
lada con Tiwanaku y que llegó a desplazar las anteriores manifestaciones Alto
Ramírez. La población cabuza implantó la ideología altiplánica en la costa, re
presentada, entre otras manifestaciones, por el culto a los camélidos: patas, ore
jas y fetos de estos animales se ponían en las sepulturas, y sus siluetas eran escul
pidas en artefactos rituales. Sus manufacturas muestran notables innovaciones
técnicas con un estilo propio, aunque relacionado o derivado de la temática esti
lística de Tiwanaku, en versiones menos elaboradas y más simples. Esta pobla
ción asentó su hegemonía en el valle, ocupando los tramos más productivos y
ampliando los espacios agrícolas; pero, territorialmente, no se extendió más al
Sur del valle de Camarones.
S O C IE D A D E S D E L SU R A N D I N O : LOS DE SIER TO S D E L N O R T E Y EL C E N T R O H Ú M EDO 457
Ilustración 3
ESQUEM A DEL D ESA R RO LLO D E LAS SOCIEDADES DE LOS D ESIER TO S DEL N O RTE
Y DEL C E N T R O HÚM EDO DE LOS ANDES D EL SUR
Fuente: A g u s tín L la g o s t e r a .
S O C I E D A D E S D E L SU R A N D I N O : LOS D E S I E R T O S DE L N O R T E Y EL C E N T R O H Ú M E D O 459
contra toda manifestación de ideología altiplánica, al punto que las tumbas más
representativas de la férula altoandina fueron violadas, y destruidos los cuerpos
y todos los objetos del contexto funerario. Con esto comienza en el Norte, hacia
el año 1000 n.e., lo que se ha llamado periodo de los Desarrollos Regionales
Tardíos.
La población de Azapa reforzó los patrones culturales que venía gestando como
propios y excluyó aquellos representativos y alienantes de la entidad altiplánica
que había dominado hasta ese momento. Esto, que ya se venía delineando desde
la fase Maytas-Chiribaya, se define abiertamente a partir del 1000 n.e. en una
nueva fase de marcada impronta regional — fase San Miguel— , acentuándose ha
cía el 1300 n.e. con la fase Gentilar. Es perceptible el refuerzo de una identidad
muy neta, circunscrita a una territorialidad claramente delimitada, todo ello en
marcado en un panorama de autosuficiencia. Se desarrolla una rica artesanía con
estilos que ratifican la unidad cultural; la explotación del mar pasa a ser una de
las actividades prioritarias, con un intenso uso y desarrollo de la navegación lo
cal. Por otra parte, hay antecedentes de que la coca (Erythroxylon coca), tal vez
el producto de mayor dependencia en el tráfico panandino, se logró cultivar en
los valles occidentales. El incremento demográfico se manifiesta en los numerosos
y densos poblados de la época, uno de los cuales llegó a concentrar alrededor de
1 0 0 0 recintos (Huaihuarani). Cada poblado estaba asociado con una compleja
infraestructura de andenes para cultivos, corrales, depósitos y cementerios.
La sierra representó la frontera superior (Este) de las poblaciones de los va
lles de la vertiente del Pacífico. Detrás de ella se localizaba otra etnia, que ocupó
una buena porción del Altiplano, que usaba una cerámica conocida como de es
tilo Chilpe y cuyos patrones culturales formaban parte del patrimonio de los
pueblos de altura. Lo que en tiempos anteriores era un territorio abierto, com
plementario y utilizado por una red de usufructo común, ahora se presentaba
dividido y en manos de dos poderosas etnias. El «encierro» territorial obligó a
éstas, como a otras sociedades post-Tiwanaku, a ensayar un nuevo modelo so-
ciopolítico que les permitiera satisfacer internamente las necesidades de abasteci
miento básico y complementario. Es posible que la solución a este problema ten
ga que ver con la organización «dual» o en «mitades» que se generalizó en la
región andina y cuya existencia nos llega a través de la documentación escrita
del periodo de contacto hispano. Por otro lado, es evidente que las etnias altiplá-
nicas mantuvieron una constante presión hacia los valles, reflejándose en los po
blados fortificados o pu karas construidos en la frontera serrana.
En los oasis y quebradas interiores de poco más al Sur encontramos lo que
se ha llamado complejo Tarapacá-Pica, que, con una ergología propia, llegó a
establecer enclaves diseminados en las quebradas de Camina, Tarapacá, Guata-
condo y en el oasis de Pica. Otra población de fuerte desarrollo regional la en
contramos ocupando las tierras altas de los tributarios del río Loa (Salado y San
Pedro), con su ocupación más extensa en la región de Lípez (Bolivia). Es un de-
460 AGUSTÍN LLAGOSTERA MARTÍNEZ
contramos una población que, a partir del año 900 n.e., comienza a transitar ha
cia un Desarrollo Regional Tardío pero que, en el momento de la invasión his
pana, aún no había alcanzado la madurez. Se trata del complejo Aconcagua, una
sociedad relativamente laxa y con ocupaciones de permanencia variable, que
pueden ir desde asentamientos semipermanentes con movilidad estacional hasta
poblados estables, pero de menor densidad que los de sus vecinos del Norte.
Al Sur del río Cachapoal, un nuevo complejo con características similares a las
del complejo Aconcagua se impuso al complejo Pitrén hacia el año 1100 n.e. Esta
entidad, conocida como complejo El Vergel, se extendió diseminadamente hasta el
río Toltén, y alcanzó su mayor concentración en la zona oriental de la cordillera de
Nahuelbuta. Desde allí, hasta el extremo sur del territorio, continuó vigente el com
plejo Pitrén, manteniéndose en vigor hasta entrar en contacto con los españoles.
Éste era el panorama en el Sur andino cuando en los Andes centrales hicieron su
aparición los incas, dando inicio a su proyecto expansionista. Su penetración
por estos territorios presentó modalidades diferentes en el Norte y en el Sur.
Dado que la primera anexión al poder centralizador del Cuzco fue la región alti-
plánica y que los valles occidentales, de alguna manera, mantenían estrechos
vínculos con aquella región, la «corriente incaica» llegó a esos valles con ante
rioridad a la propia ola expansionista cuzqueña. De esta manera, al llegar las
huestes conquistadoras enviadas desde el Cuzco, se encontraron con una región
incanizada que ya, de antes, estaba incorporada al complejo Inca Altiplánico.
Hacia el Sur, el resto del territorio fue sometido por intervención directa des
de el Cuzco; es así como, a diferencia de la cerámica incaica del Norte, de patro
nes altiplánicos, la del Sur presenta nítidos patrones cuzqueños, amalgamados
armoniosamente con los patrones estilísticos diaguitas. Es posible que el carácter
semisedentario y sedentario, y la estructura sociopolítica de los pueblos de la re
gión meridional (complejos Aconcagua, El Vergel y Pitrén), fueran limitantes, en
el sentido de no favorecer un ensamble adecuado para una articulación política
y, en consecuencia, para la incorporación de estas etnias al Imperio inca.
Los incas, por falta de tiempo o porque no era su intención, no desestructu
raron las etnias locales; es así como en tiempos previos a la invasión europea el
Territorio Árido aparece ocupado por grupos de raigambres étnicas y lingüísti
cas definidas. Los aymaras, con una población aproximada de 5 500 personas,
se identifican como integrantes de los grandes señoríos altiplánicos (Lupaqa, Pa
caje, Caranga, Quillaca, etc.); asentados preferentemente en la Puna, entre los
ríos Lluta y Loa, se dedicaban al pastoreo y a la agricultura de altura. En los va
lles bajos hubo poblaciones locales que no han sido claramente identificadas,
pero que en la documentación etnohistórica del siglo xvi se les señala como
«yungas» y que, tal vez, podrían adscribirse al grupo puquina. Los atacameños,
hablantes del kunza, en número aproximado de 5 000, ocupaban la parte media
del río Loa y los entornos del Salar de Atacama. Y, por último, los changos se
extendían por la franja costera hasta Coquimbo, dedicándose a la recolección, la
462 A G U S T ÍN LLAGO STERA M A R TÍN E Z
El final del siglo XIX y los comienzos del siglo XX sorprenden a las minorías
étnicas en un acelerado proceso de incorporación a las masas de peones, campe
sinos, obreros, pequeños comerciantes y asalariados, forzados a obtener dinero e
incorporarse al sistema consumista. Frente a la presión de la era moderna, han
debido generar nuevas formas de realidades étnicas, aferrándose a territorios
marginales, identificándose con una cultura sincrética cada vez más occidentali-
zada y cohesionándose ante la incomprensión, la impotencia y la segregación.
19
L A S S O C IE D A D E S D E L S U D E S T E A N D IN O
M y r ia m N . T a r r a g o
El escenario surandino empieza a definirse a partir de los 22° de latitud Sur por
la estructura que resulta de la disposición longitudinal de tres grandes regiones:
la Puna, los valles y el piedemonte andino (Ilustración 1) (González y Pérez,
1966: 2 4 4 , figs. 1 y 2).
La Puna es la continuación del Altiplano boliviano. Si bien se la conoce
como «Puna Salada» por su estricta aridez, en las zonas de vegas altas y en las
cuencas con concentración de plantas forrajeras es apta para el pastoreo y la
caza de camélidos. La agricultura, en cambio, está más limitada. En el pasado se
practicó en zonas especiales con posibilidades de regadío o de cultivos de tempo
ral, como ocurrió en la Puna norte, en las cuencas de San Juan Mayo, Miraflores
y Yavi. Es una zona apropiada para los cultivos microtérmicos (papa o patata,
ulluco, oca, quinoa). Otros recursos propios como la sal, la obsidiana, los mine
rales metalíferos, al igual que los productos derivados de las actividades pastori
les, tales como los cueros y los textiles de lana, cumplieron un papel relevante en
la circulación y el intercambio de bienes con las poblaciones de otros pisos am
bientales.
La región valliserrana se enclava en forma de cuña entre los ambientes de
puna y la ceja boscosa oriental. Comprende las quebradas de acceso a la puna y
los valles más amplios y de altitud media — entre 3 20 0 y 1 200 msnm— que se
recortan en las serranías del borde puneño. No obstante las escasas lluvias, la
acumulación de nieve en las altas cumbres alimenta el caudal de los ríos que los
surcan, posibilitando el sostenimiento, bajo riego, de cultivos mesotérmicos de
468 MYRI AM N. T A R R A G Ó
A fines del Pleistoceno y en el Holoceno Temprano, en las tierras altas que cir
cundan la Puna se desarrollaron sociedades de cazadores-recolectores que, con
un bajo número de individuos y un patrón de alta movilidad regional, explota
ban las cuencas con fuentes hídricas y concentración de recursos alimenticios. La
existencia de plantas forrajeras en esas zonas posibilitaba el sustento de herbívo
ros de alto rendimiento de carne, como los camélidos — guanaco y vicuña— y
los ciervos andinos. La asociación de otros arbustos y gramíneas permitía, ade
más, la recolección vegetal con fines alimenticios y la obtención de fibras, leña y
paja para acondicionar los espacios domésticos en cavidades rocosas.
Las evidencias arqueológicas y faunísticas en sitios ubicados en quebradas
de acceso a la Puna jujeña sugieren una estrategia de subsistencia que optimiza
ba la oferta de recursos de los tres diferentes ambientes, puna, quebrada y valles
bajos. El patrón de movilidad habría incluido albergues, como las cuevas de
Huachichocana, que eran ocupados en la primavera y comienzos del verano
para aprovechar la caza de camélidos en los alrededores. Desde esa zona se acce
día a recursos y materias primas de los valles más bajos, tales como algarroba,
ají, sustancias alucinógenas, aves y plumas (ilustraciones 1 y 2). Iniciada la esta
ción seca, esas sociedades articulaban asentamientos de mayor permanencia,
como Inca Cueva 4, donde la subsistencia se basaba más en el aprovechamiento
de roedores y en recursos vegetales, mientras se procesaban productos manufac
turados derivados de la caza, como cordeles y torzales de cuero curtido. En la
base residencial se realizaban funciones rituales y mortuorias. Así lo sugieren las
representaciones de arte rupestre y las inhumaciones de adultos e infantes.
En la cuenca de Antofagasta de la Sierra, Puna meridional, se ha documenta
do un conjunto de sitios arqueológicos en relación con un sistema de vegas que
ofrece aspectos recurrentes con Inca Cueva (Aschero, 1984; Aschero y Podestá,
1986).
Este patrón de movilidad de la vertiente oriental, entre el 9000 y el 5500
a.n.e., parece encontrar su contrapartida en las tierras altas del Norte de Chile,
en localidades como San Lorenzo (Salar de Atacama), Chulqui y Toconce, en la
cuenca del río Loa. Estos grupos de cazadores tempranos parecen haberse bene
ficiado de las condiciones climáticas más benignas en el macizo puneño durante
el Holoceno Inicial. Hacia el 6000 a.n.e., las tendencias hacia las condiciones de
aridez parecen haberse acentuado.
Las cuencas con mejores condiciones de nutrientes siguieron ocupadas perió
dicamente por bandas que, en el Precerámico Tardío o Arcaico (Ilustración 2),
habían mejorado su equipo de trabajo y sus productos. Esto a su vez se manifes
tó en ritos mortuorios complejos, con el entierro de los difuntos en fardos de
preparación complicada, cubiertos por mascarillas de barro y acompañados de
rico ajuar que era depositado sobre cestas o paja. Esto se ha observado en Inca
Cueva 7 y Huachichocana (Jujuy), en Puente del Diablo (Salta), así como en Los
Morrillos, provincia de San Juan, y abarca un espacio temporal entre 5 000 y
1 4 50 años a.n.e. En relación con el tránsito hacia la producción de alimentos es
de interés que en los niveles más recientes de esas grutas se registraron las prime-
LAS SOCIEDADES DEL SUDESTE ANDINO 471
ras evidencias de plantas probablemente cultivadas tales como el «mate», los po
rotos, la quinoa, las calabazas y el maíz (Ottonello y Lorandi, 1987: 48-55; Ta
rrago, 1978: 496).
El lapso comprendido entre el rv y el n milenio a.n.e. fue una época crítica en los
Andes por el carácter transformador que tendrían las nuevas formas productivas
agrícola y ganadera. El complejo proceso que se estaba gestando implicó un cre
cimiento demográfico y el sedentarismo de las poblaciones. Este conjunto de fe
nómenos concatenados ha sido reconocido en los Andes meridionales como pe
ríodo Formativo surandino o Agroalfarero Temprano (Ilustración 2).
Entre los siglos vm y m a.n.e., en diversos ambientes de puna y de valles su-
randinos se fueron desarrollando sociedades que habían optado por una econo
mía mixta agropecuaria, sin abandonar las antiguas prácticas de caza y recolec
ción como Tafí, en el valle homónimo; Las Cuevas, en la Quebrada del Toro;
Kipón, en el valle Calchaquí; Río Diablo, en Hualfín, y Chávez Montículo, en
Antofagasta de la Sierra.
Las prácticas agrícolas iniciales debieron de estar vinculadas a llanuras alu
viales de inundación o a terrenos de mayor humedad, sin el soporte de una infra
estructura agraria para el manejo del agua. Sin embargo, existen «andenes» y
canchones de cultivo en varias cuencas, que muestran asentamientos aldeanos
tempranos como en Yavi y Casabindo (Jujuy), en la falda del Aconquija y Te-
benquiche (Catamarca) y en Tafí del Valle, provincia de Tucumán, cuyo manejo
antiguo no podría descartarse.
El control continuado de los sembradíos requirió un grado de sedentarismo
mayor y un lugar de residencia próximo. Estas nuevas condiciones se expresaron
en asentamientos más estables y en nuevas tecnologías que, además de posibilitar
la producción de las herramientas requeridas para el trabajo agrario, tales como
las palas y azadas líticas tan comunes en la Puna y en las quebradas, permitieron
la fabricación de utensilios y enseres que mejoraron las condiciones de vida. Entre
ellos destaca la alfarería, elemento básico para la preparación, cocción y almace
naje de alimentos y la tejeduría en telar para vestimentas y mantas. Los restos
más antiguos de alfarería culinaria se han registrado en el borde de la Puna juje-
ña, en el Alero I de Inca Cueva y en Cristóbal, entre el 900 y el 1000 a.n.e.
Entre el 500 a.n.e. y el 500 n.e. se desarrollaron distintas clases de aldeas, en
forma de caseríos agrupados o de casas aisladas, dispersas entre los campos de
cultivo, como ocurrió en Estancia Grande, Alfarcito y Antumpa, Quebrada de
Humahuaca. Las casas fueron construidas con materiales locales. La forma más
común fue la planta circular, asociada a un techo cónico; las paredes podían ser
tanto de piedra como de barro apisonado.
El modelo de aldea más usual fue el que se dio en el valle de Tafí. Se compo
nía de varias habitaciones circulares dispuestas en torno de un patio central. Este
espacio fue el centro de múltiples actividades domésticas, como la molienda de
granos, y simbólico-religiosas, como lo indican los monolitos grabados y las cá
472 M YRIA M N. T A R R A G Ó
Ilustración 3
a) Urna Santa María Tricolor (original de Myriam N . Tarrago). b)Tubo para alucinóge-
nos de la Puna. Dibujo propiedad del Dr. Krapovickas. c) Motivo felínico de La Aguada,
d) Botella Yavi Chico polícroma tomada de Krapovickas y Aleksandrowicz, S. 1 9 86-1987:
97. e) Escultura de Alamito. Publicado por V.A. Núñez Regueiro, 1971, fig. 5j.
Fuente: Inés Gordillo.
Los cambios sociales que ocurrieron en el Sudeste andino, entre los siglos vil y
vm, fueron notables y estuvieron precedidos aparentemente por una época de
desajustes demográficos y luchas políticas. Las transformaciones se manifesta
ron en la base económica y en la producción de manufacturas de excelente nivel
técnico. La densidad y la diferente jerarquía de los asentamientos sugieren la
emergencia de grupos que cumplían funciones especiales dentro del conjunto so
cial. Esta época ha sido denominada periodo Formativo Medio o de Integración
Regional (Ilustración 2).
La producción agropecuaria había alcanzado nuevos niveles de explotación.
La abundancia de huesos de camélidos en los sitios de residencia y el desarrollo
de una agricultura plena con la incorporación de infraestructura para regadío in
dican medios de subsistencia capaces de sostener una densidad de población ma
yor que en épocas anteriores. El maíz en sus tres variedades (duro, harinoso y
reventón), los frijoles y los zapallos constituyeron la tríada alimentaria básica
junto con el ají, además de cultivos microtérmicos y macrotérmicos, en especial
el maní.
A comienzos del siglo vm, dos esferas independientes de interacción econó
mica y social estaban funcionando en los Andes meridionales. Una tenía que ver
con las poblaciones Yavi e Isla que, desde núcleos en la Puna Seca y la quebrada
de Humahuaca, respectivamente, complementaban los recursos de la altiplanicie
puneña y de los valles septentrionales. Mantuvieron, además, activas redes de
vinculación con regiones bajo el influjo de Tiwranaku (el Altiplano y valles meri
dionales de Bolivia, el Loa y los oasis de Atacama). Permanecieron, en cambio,
fuera de la esfera de interacción de Aguada (ilustraciones 1 y 2).
La colonización de nuevos espacios agrícolas, el uso del agua y la formación
inicial de centros poblados están en la base de ese proceso. Los asentamientos de
Pueblo V iejo de La Cueva, Peñas Coloradas, La Isla, Tilcara y Doncellas, entre
otros, muestran rasgos constructivos nuevos como sillerías canteadas, espacios
públicos como plazas y, en algunos, escalinatas y monolitos de piedra. La abun
dante manufactura cerámica, los tejidos, los instrumentos de hueso y madera e
importantes objetos suntuarios de oro y plata son algunas de sus expresiones ar
queológicas.
LAS SOCIEDADES DEL SUDESTE ANDINO 475
Por otro lado los keros de oro de Doncellas, de clara factura Tiwanaku, las
tabletas y tubos de rapé con mangos felínicos (Ilustración 3b), las cornetas de
hueso de félido, los finos tejidos de llama y vicuña, así como la presencia de
cráneos trofeos en enterramientos, son indicadores de su participación en las
producciones altiplánicas y en las costumbres vinculadas con el complejo aluci-
nógeno, al menos por parte de algunos segmentos sociales de mayor rango,
como parece haber ocurrido con el «señor» de La Isla (Ottonello y Lorandi,
1987: 81; González, 1977: fig. 323).
La segunda esfera de interacción se relaciona con el proceso socioeconómico
y religioso conocido como La Aguada, que tuvo lugar más al Sur, en el corazón
semiárido de la región valliserrana y de su borde oriental. Aunque participó en
los logros tecnológicos de las sociedades altiplánicas y compartió aspectos reli
giosos de un antiguo núcleo mítico surandino, puso de manifiesto en el transcur
so de su desarrollo una alta autonomía de los centros hegemónicos de las tierras
altas. Considerado anteriormente como una entidad cultural unitaria, diversos
estudios lo plantean ahora como la expresión arqueológica de un proceso de in
tegración regional. Sociedades formativas de diverso origen llegaron a compartir
ciertos denominadores comunes desde el punto de vista de la superestructura,
aun cuando en cada zona las manifestaciones concretas fueran distintas en fun
ción de sus antecedentes históricos específicos (González, 1977; Pérez, 1986;
Núñez Regueiro y Tartusi, 1987).
Las interacciones socioeconómicas múltiples entabladas entre gente alamito-
condorhuasi y ciénaga, que en el siglo V ya evidenciaban una planificación de los
asentamientos y una diferenciación social incipiente, dieron como resultado una
síntesis cualitativamente diferente, que se manifestó en dos niveles, político y re
ligioso.
Se construyeron centros ceremoniales a partir de un complejo espacial, de
carácter público, constituido por una plataforma y una plaza. Tales estructuras
se han observado en el valle de Hualfín, Chaquiago y Andalgalá, provincia de
Catamarca y en el Norte de La Rioja. Pero parece que fue en la zona de Amba
ro donde se inició el proceso con el centro denominado «Iglesia de los Indios» o
La Rinconada. Con una fecha del 570 n.e. para la base de su pirámide, sufrió
diversas etapas constructivas hasta alcanzar la planta en U característica (Gor-
dillo, 1990: 21). La producción de objetos suntuarios como la maravillosa alfa
rería negra bruñida grabada con motivos felínicos (Ilustración 3c) y representa
ciones del sacrificador, los objetos de hueso y de bronce, sugieren el desarrollo
de verdaderas escuelas-talleres artesanales y una producción exclusivamente ce
remonial que actuaba como mecanismo de comunicación y de refuerzo de los
grupos de poder a través del ceremonialismo y del dramatismo de los sacrificios
humanos.
El complejo religioso gestado en torno del culto felínico, de viejas raíces, el
hombre-jaguar-sacrificador y la práctica de los cráneos trofeos estuvo estructu
rado alrededor del uso ritual del alucinógeno conocido como cebil o vilca y del
proceso de «transformación chamánica» inducido por esa sustancia. La icono
grafía, si bien se centra en una «obsesión felínica» polimorfa y polivalente, com
prende también imágenes de serpientes y aves. La figura humana, normalmente
476 MYRI AM N. T A R R A G Ó
Ilustración 4
C E N T R O S POBLADOS. TA STIL (SALTA) Y PUNTA DE BALASTO (CATAMARCA)
PLANO DE LA VILLA
PREHISPÁNICA DE TASTIL
y su s alrededores i
100 300
'"im
PLANO DE LA .FORTALEZA EN PUNTA DE BALASTO
Fuente: M y r ia m N . T a r r a g o .
478 MYRI AM N. T A R R A G Ó
Como reflexión final cabe señalar qué la gran subárea del Sudeste andino
ofrece una forma particular de articulación en la relación sierra-yunga-tierras
bajas orientales. En ese sentido el proceso social precolombino de esta región, al
tiempo que demuestra su clara pertenencia al mundo andino en su conjunto,
permite penetrar en aspectos singulares del mismo. La antigua interacción con
las tierras bajas y los Desarrollos Regionales, tardíos pero pujantes, están indi
cando procesos que comparten bases similares con el extremo septentrional de
los Andes. Pero se diferencian también, ya que el extremo surandino fue, quizás,
la región serrana que más tuvo que ver con la vertiente atlántica propiamente di
cha dentro de la macroárea andina.
20
E L T A W A N T IN S U Y U
J o h n V. M u rra
EL PO D ER DEL CUZCO
zos ([1551] 1987) se había esforzado en conocer el runa sim i hablado por sus
parientes políticos en el Cuzco. Con sus relatos confeccionó un tratado parcial
pero revelador, que hasta hoy sigue sin rival para comprender el punto de vista
dinástico.
Otras versiones ulteriores, como la recopilada a través de intérpretes por
Sarmiento de Gamboa, unos veinte años más tarde, sufren del contexto colonial
en el cual fueron elaboradas. Hacia 1575, siendo virrey el temible Francisco de
Toledo, ya no quedaban en vida muchos señores de los linajes reales inca que
habían vivido y actuado en el Tawantinsuyu.'^demás, el ambiente creado en la
capital inca por el virrey Toledo era tan hostil al pasado inca que los intérpretes
usados por Sarmiento tuvieron mucho cuidado al relatar el pasado. De todos era
conocido que 'í [ño)de los propósitos fundamentales del_vÍErey. era..<<comprobar»
que los incas no eran «señores naturales» sino advenedizos y conquistadores que
h ^ ía n impuesto su dominio. V
Versiones más tardías, como la pubhcada por Garcilaso de la Vega (1960) a
principios del siglo XVII, sirven como pretensiones de carácter netamente colo
nial. Su propósito era alargar la duración del régimen inca y exagerar su carácter
benévolo. Lamentablemente, tales versiones no sólo han afectado a la percep
ción popular del Tawantinsuyu sino a autores tan serios como el jesuíta Bernabé
Cobo ([1653] 1956).
En tales condiciones, el tema de la tradición oral dinástica necesita mucha
aclaración, que no se puede obtener de las fuentes ahora disponibles. Es indis
pensable emprender una pesquisa sistemática de fuentes que parecen «dispersas
y desaparecidas». Los dibujos dinásticos, aparentemente guardados en el Cuzco
y utilizados tanto por Guamán Poma como por el mercedario vasco Martín de
Murúa ([1590] 1946) a principios del siglo xvii, no están todavía a nuestra dis
posición. X a sugerencia (ie|)m^^igador francés,Fierre Duviols (1979), según_la
cual el nw i^o real en el Cuzco era |>aralelo,_en el sentido de que hubo siempre
3os”reyes e n p o a e r , ”representando linajes distintos y con deberes diferentes,
nos parece sugerente, pero falta todavía la documentación que nos permitiría
afirmarlo con certeza.^
A pesar de tantas lagunas en la historia de los acontecimientos, podemos
afirmar ya que (d) poder cuzQueño abarcaba territorios muy leíanos y en zonas
geográficas muy distinta».' Esta expansión no siempre fue fácil: ya mencionamos
la tenaz resistencia en el Norte. Pero hubo núcleos de resistencia también en
otras regiones del reino; la arqueóloga Dorothy Menzel (1959) fue la primera en
advertirnos que en la costa central los asentamientos incas pueden diferir seria
mente, aun en valles contiguos. Donde hubo resistencia, el régimen cuzqueño
instalaba fuerzas centralizadas. Donde no, las instalaciones estatales eran pocas
y dispersas. Algo similar pasó en la sierra: en la región de Huánuco, por ejem
plo, las tempranas fuentes escritas anotan la presencia de dos clases de m itm aq-
kun a sureños: algunos vivían en pequeños asentamientos locales, entremezcla
dos con los aborígenes; otros fueron recluidos ^n «fortalezas» de carácter
regional, vigilantes (Ortiz de Zúñiga, [1562] 1972). Ya hemos mencionado a los
kañari y los chachapuya rebeldes, los cuales fueron deportados hasta a mil kiló
metros de sus tierras y transformados en verdugos, n
484 JOHN V. MURRA
GRUPOS ÉTNICOS
LEYENDA
FrMtcre ttp«A«l4
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Cnds4 I ^ l o iac«ko
prniad e él V ile tM ab s
O RGAN IZACIÓ N Y C O M ER C IO
esta ynformacion que yo le hice [...] se hizo de esta manera que a la provincia de
Chucuyto se le volvieron los yndios y las tierras que tenyan en la costa en el
tiempo del ynga [...] y a Juan de San Juan vezino de Arequipa en quien estauan
encomendados se le dieron otros que vacaron en aquella ciudad».
Tales intercambios, que permitían el acceso simultáneo de una misma pobla
ción a recursos muy distantes entre sí, han sido descritos como «comercio» por
investigadores que usan modelos procedentes de otras latitudes. También han
sido confundidos con migraciones temporales o con trashumancia. De hecho,
hoy en día, en diversas partes del mundo andino, la economía colonial y más
tarde la capitalista han reducido los «archipiélagos verticales» a relaciones muy
limitadas de trueque ritual o a intercambios de temporada (Murra, 1987).
Las relaciones que existían entre el centro y las «islas» periféricas asegura
ban que los productores de lana de los camélidos en la Puna, los recolectores del
wanu en la costa o los talladores de la madera de construcción en la selva no
perdían sus derechos en las tierras de tubérculos y de quinoa en el centro serra
no. Tales derechos se reclamaban y se cumplían a través de lazos de parentesco
que se mantenían y se reafirmaban ceremonialmente en los asientos de origen.
Aunque vivían y trabajaban lejos del lago Titicaca, los habitantes de las islas pe
riféricas formaban parte de un mismo universo con los habitantes del centro po
lítico, compartiendo una organización económica y social única.
Hay que citar otra característica, quizás inesperada, de las «islas» periféri
cas: encontramos que varias eran compartidas por más de un grupo altiplánico.
Por ejemplo Lluta, un oasis-huerta en el Norte de Chile, donde se daba hoja de
coca y frutales, era compartido no sólo por grupc - cercanos sino también por et-
nias serranas de lo que hoy es Bolivia y el Perú. S k . duda hubo competencias, lu
chas y hegemonías temporales en un esfuerzo por monopolizar la producción de
la huerta. Pero la documentación colonial revela que también hubo treguas, en
una coexistencia multiétnica.
Evidentemente, una vez establecido un reino tan poderoso y disperso como
el Tawantinsuyu, los derechos periféricos de parentesco de las etnias serían más
difíciles en la práctica, ya que el gobernador trasladaba a la gente a distancias
mucho mayores. Dentro de los lazos de parentesco y de reciprocidad, nos parece
que deben de haber surgido elementos de asimetría y de explotación, cuando las
distancias por cubrir se volvieron enormes y ya era físicamente imposible mante
ner las mutuas obligaciones anteriores. El vocabulario designando a los m itm aq-
kuna pudo seguir en uso, pero el contenido de tal apelación, vivido por los caña-
rt llevados al Cuzco, ya no correspondía a los m itim aes andinos tradicionales.
Tampoco lo eran las parejas enviadas desde el Huallaga para la construcción de
palacios en el Cuzco o los plateros chimú, habitantes de la costa, llevados a la
misma capital. El traslado de poblaciones a distancia sigue siendo una caracte
rística de la organización andina, pero el contenido vivido en la época inca ya
era parte de una nueva institución.
Afortunadamente, no tenemos que limitarnos a tales suposiciones concep
tuales. El investigador francés Nathan Wachtel (1980) ha localizado en el Ar
chivo Histórico de Cochabamba, Bolivia, el «proceso verbal» de una lista de
grupos étnicos altiplánicos a los cuales el Tawantinsuyu encargó, sólo unas dé-
FRONTERAS DEL TAWANTINSUYU EN 1600
LEYEN D A
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cadas antes de 1532, una serie de obligaciones sin precedente. Los informantes
del siglo XVI siguen hablando de m itm aqkuna, pero las nuevas condiciones de
reclutamiento y de deberes son tan innovadoras que merecen una consideración
aparte.
Una de las características propias de la organización militar en el Tawantin-
suyu (M arra, 1978) era que el ejército y la burocracia en campaña esperaban ser
nutridos con maíz (Murra, 1975), un cultivo suntuario menos accesible que los
tubérculos y el chuñu en la alimentación campesina. Sabemos que, por lo menos
en una dura actuación militar en el Norte, los cuzqueños se levantaron, cansa
dos de la interminable guerra. Para apaciguar a los rebeldes, algunos de ellos pa
rientes suyos, dicen que el Inca repartió «a rebatiña» tejidos y maíz (Cabello
VaJboa, [1568] 1951).
Ya que en gran parte del territorio andino el maíz es un cultivo suntuario
pero botánicamente marginal, la guerra en el Norte creó nuevas presiones sobre
la producción de este grano. El último Inca anterior a la invasión europea, Huai-
na Cápac, decidió ampliar el cultivo, creando nuevas instituciones para asegurar
un suministro creciente. Según los informantes, citados por Wachtel (1980), este
Inca era yacha en materia de agricultura estatal.
Con este fin, el Inca trasladó al valle de Cochabamba (en territorio hoy boli
viano) a representantes de diversos grupos del vecino Altiplano. Todos estos
«reinos» o grupos étnicos, empezando desde Coquimbo, en el Sur, y hasta La
Raya, al Norte del lago Titicaca, servían por turnos para cultivar una instalación
maicera estatal. Cada etnia altiplánica recibió su franja de terreno abajo y envia
ba allí la fracción que le tocaba, (Wachtel, 1980). En la región hay un centro ad
ministrativo inca importante, llamado Inkallaqta, en el cual se pueden ver, inclu
so hoy, numerosos depósitos para guardar el maíz.
Ya en época colonial, el virrey Francisco de Toledo aprovechó tal modelo
prehispánico para enviar a la población andina «por sus turnos» a las minas de
plata de Potosí. La m it’a maicera para los ejércitos inca en el Norte se convirtió
en la mita minera de los europeos.
N o es fácil distinguir las etapas por las cuales pasó el Tawantinsuyu du
rante el siglo que empleó en salir del Cuzco y establecer su dominio en un te
rritorio tan longitudinal, incorporando a docenas de etnias de la sierra y la
costa. Las fuentes históricas que citamos son todas de carácter poscolonial y
tampoco son muchas. Hace años hicimos un balance de las fuentes escritas dis
ponibles (Murra, 1 9 6 7 -1 9 6 8 ); desde entonces los historiadores han ubicado la
parte que faltaba de la historia de un linaje inca recopilada por Juan de Betan-
zos ([1551] 1987), buen conocedor del idioma cuzqueño y pariente político de
un linaje real inca. También se ha localizado la última parte que faltaba de la
crónica de Cieza de León (1985). Ambos textos tienen la ventaja de haber sido
escritos antes de la llegada a los Andes (1570) del funesto virrey Francisco de
Toledo. En su largo mandato, que duró hasta 1582, coincidieron dos condicio
nes negativas:
1) Ya habían pasado 38 años desde la invasión. De los señores adultos en
1532, la inmensa mayoría ya había muerto, particularmente los encargados de
la tradición oral señorial, los khipU km ayuq.
ELTAW ANTINSUYU 49 3
2. En 1928, el historiador norteamericano Philip A. Means clasificó las fuentes del siglo X V I
en diversas categorías según la ideología de la fuente. La «toledana» fue la crítica del régimen cuz-
queño que lo presentaba como advenedizo, y por tanto ilegítimo.
3. Cf. J. V. Murra, estudio en preparación acerca del intérprete Gonzalo Ximénez, quemado
en Charcas, y el oidor Barros.
4. Carta a Felipe II, en la Biblioteca Nacional, Madrid.
494 J O H N V. M U R R A
A pesar de tales indicios físicos, la conclusión de los arqueólogos que han es
tudiado Huánuco Pampa, y otros asentamientos del q h ap a q ñan, es que la in
mensa mayoría de los edificios eran ocupados temporalmente, sólo de paso ha
cia los frentes del Norte, o por grupos campesinos enviados de la región
circunvecina a servir «por sus turnos». Éstos eran almacenadores, servidores de
los templos, khipu kam ayu q, cocineros, albañiles o picapedreros. Quizás entre
los encargados de los templos hubo especialistas que venían de lejos, como tam
bién los arquitectos que diseñaron las avenidas ceremoniales o el ushnu — en ta
les casos, el técnico servía por turnos diferentes que el cargador, pero todavía no
sabemos cómo distinguir tales clases de «turnos»— . Otra posible excepción eran
las mujeres que tejían y cocinaban, recluidas en el aqlla wasi, el canchón de las
tejedoras «escogidas» (Morris, 1986).
Al principio de la invasión europea, hubo un esfuerzo de aprovechar tanto
precedente «urbano», al instalarse allí un grupo de soldados. Muy pronto se die
ron cuenta de que, a pesar de los palacios y templos, tal asentamiento no servía
para los europeos. A 15 años de la invasión, Cieza de León pasó a caballo por el
lugar, siguiendo el q h a p a q ñan inca. Quedó impresionado por el abandono: las
yerbas crecían ya en las plazas...
Al terminar su estudio de la planificación estatal inca, el arqueólogo John
Hyslop (1990: 308), del Instituto de Investigaciones Andinas de Nueva York,
sugiere que «la distribución de los asentamientos incas planificados desde San
tiago de Chile hasta la frontera ecuatoriano-colombiana, unos 5 000 km, [...] de
muestra la existencia de un esfuerzo inca continuo. El imperio no era una em
presa sin infraestructura [...]. Rituales fomentando solidaridad podrían de vez en
cuando ser insuficientes para ligar a los gobernantes con sus gobernados, pero
los ejércitos cuzqueños, apoyándose en los depósitos y el eficiente sistema vial,
nunca quedaban lejos del poder».
21
L O S P U E B L O S D E L E X T R E M O A U S T R A L D E L C O N T IN E N T E
(A R G E N T IN A Y C H IL E )
R o d o l f o M . C a s a m iq u e la
En el lado oriental de la cordillera de los Andes, la porción austral del Cono Sur
americano se integra en el sector troncal de la Patagonia y el archipiélago de la
Tierra del Fuego. Por lo que se refiere al lado occidental, sin embargo, lo concep
tual y, por ende, la nomenclatura no son tan sencillos, pues en idénticas latitudes
incluye territorios que los autores chilenos aceptan unánimemente como patagóni
cos —<iesde la península de Taitao, al Sur, hasta el estrecho de Magallanes— , en
tanto cuestionan los que se extienden al Norte de dicho accidente, que sin embar
go no son separables de la masa global de la Patagonia desde los puntos de vista
geográfico, geológico e histórico. El límite Norte del lado occidental de la cordille
ra resulta de todos modos impreciso, ubicado por algunos en el área lacustre al
Sur del río Toltén. En contra del concepto vigente a mediados del siglo pasado, la
Araucania propiamente dicha — que se extiende al Norte de este río— queda así
excluida de la Patagonia, siendo así que, en latitudes equivalentes del lado oriental
de la cordillera —toda la provincia argentina del Neuquén, que se prolonga aun
más al Norte— es incluida en ella tanto por argentinos como por chilenos.
Un resumen de la nomenclatura se expresa en el esquema de la página si
guiente.
EL ESCENARIO
Patagonia
noroccidental
Patagonia (Neuquén)
oriental = Norpatagonia
Patagonia en Patagonia de los arqueólogos
sentido estricto mesópotámica
o enterrina (entre
los ríos Colorado
. y Negro)
En sentido estricto,
desde la península de
Tierra
Taitao (cabo Tres
del Fuego
Montes) hasta el
estrecho
LOS ACTORES.
SÍNTESIS DEL POBLAMIENTO PREHISTÓRICO
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LOS PUEBLOS DEL EXT REM O A U S T R A L DEL C O N T I N E N T E 499
1 Pehuenches boreales
2 Pehuenches australes
3 Puelches intermedio
4 Puelches australes
5 Querandíes
6 Guaraníes
7 Puelches borales
8 Tehuelches septentrionales boreales
9 Tehuelches septentrionales australes
10 Tehuelches meridionales boreales
11 Tehuelches meridionales australes
12 Onas
13 Haush
14 Yámanas
15 Alacalufes
15’ Guaicurúes
16 Chonos
17 Cuneos
18 Huilliches
O N V 3j O
500 RODOLFO M. C A S A M I Q U E L A
1. Un supuesto hallazgo de puntas de proyectil en las islas Shetland del Sur ha resultado falso
(Stehberg y N ilo, 1983; Stehberg, 1983).
2. «M etam órfico» es algo diferente a «mestizo», en el sentido de que los ingredientes origina
les se han fundido en un nuevo modelo estable.
3. Para el litoral bonaerense, véase Casamiquela, 1980; Vignati, 1 9 6 0 , láms. X X , X X m . Para
el interior, «zona de Tres A rroyos», Politis, 1984.
4. Individuos láguidos, en un contexto arqueológico tardío, aparecieron, por ejemplo, en el án
gulo noroeste de la provincia de Buenos Aires, en segura relación con el río Salado (Vignati, 1932).
5. No es improbable que pertenezcan a lagoides los restos óseos, de bastante antigüedad rela
tiva, exhumados en el curso medio del río Colorado por Gradin (1984).
LOS P U E B L O S DEL EXTREM O AUSTRAL DEL C O N TIN EN TE 501
Choel, en su curso medio, y es probable que hayan subido al menos hasta el río
Limay inferior*.
En los yacimientos litorales de la Patagonia septentrional aparecen mezcla
dos genéticamente con los grupos fuéguidos, con los que compartieron clara
mente un mismo hábitat y unas mismas costumbres acuáticas. Si en la Pampa
húmeda no hay datos de la supervivencia de estos pueblos en tiempos de la pre
sencia hispánica, sí parecería haberlos en la Norpatagonia.
Algo semejante en cuanto a hábitos podría haber ocurrido con los grupos
huárpidos, que en tiempos históricos han sido identificados en el morfotipo de
los urus del lago Titicaca, en Bolivia, y de los huarpes laguneros de Huanacache
y de las lagunas de Rosario, Mendoza (región de Cuyo, Centro-Oeste de la Ar
gentina). Personalmente, he visto cráneos'^ de este modelo exhumados de las ori
llas de la cuenca de la laguna de Tagua-Tagua (120 km al Sur de Santiago, en
Chile central) de una edad de aproximadamente 9 000 años (Kaltwasser et al.,
1980; 1984) y en la Patagonia noroccidental. A ellos corresponden también de
terminados cráneos exhumados por Fernández (1992) en la zona subandina cen
tral de la provincia del Neuquén (observación personal de los materiales deposi
tados en el Museo del Neuquén), y con gran probabilidad los pehuenches
primitivos, o pehuenches boreales de los tiempos inicio-históricos (Casamique-
la), aunque en ambos casos la relación con las cuencas hídricas ha dejado de ser
evidente.
En cuanto a los pámpidos, ya estaban presentes en el fondo del embudo de la
Patagonia, hacia el estrecho de Magallanes, en el décimo milenio a.n.e. (Muniza-
ga, 1976). Es muy probable que estos individuos ya estuvieran mezclados con fué
guidos. También aparecen en la Pampa húmeda, en el litoral atlántico, aunque no
hay fechas fiables (Casamiquela, 1980). Es imposible establecer una conexión en
tre esta capa antigua de poblamiento y los elementos pámpidos encontrados por
los españoles en el siglo xvi (querandíes, mbeguás). Más bien, da la impresión de
que éstos — sin duda genética y culturalmente emparentados con otros pueblos
históricos vecinos, como abipones, tobas, de más al Norte, y charrúas, en el Uru
guay— corresponden a una oleada tardía de poblamiento (¿un reflujo desde la Pa
tagonia?).
En la Patagonia noroccidental, en el Sur de la provincia argentina del Neu
quén, fue exhumado el esqueleto completo de un individuo pámpido relativa
mente antiguo (Fernández, 1983). Pero no hay información suficiente como para
conectarlo con los individuos pámpidos excavados por Fernández (ibid.) en la
cueva de Haichol, en compañía de huárpidos (y ándidos), ni con los individuos
exhumados de un cementerio, fechable en tiempos inmediatamente prehistóri
cos, ubicado en el curso inferior del río Neuquén (Museo de Sitio, Añelo, Neu
quén). En cambio, es seguro que representan a los puelches intermedios históri-
6. Así lo atestiguarían restos óseos exhumados en excavaciones (Pastore, 1974; Vaya, 1981).
7. Agradezco la cortesía de los antropólogos Juan Munizaga y Eugenio Aspillaga, de la Uni
versidad de Chile (cf. Kaltwassser et al., 1980).
502 RODOLFO M. C A S A M I Q U E L A
A spectos culturales
Según este mosaico racial, en los tiempos prehispánicos la Patagonia (en cual
quiera de ios sentidos, aun el estrictísimo) se comportó como un mosaico cultu
ral complejo y lejos de una comprensión clara y, sobre todo, de consenso para
los arqueólogos. La zona estaba habitada por cazadores, recolectores y pescado
res, con predominio variable de cada uno de estos rasgos, según las etnias. No
hubo sedentarismo ni cultivo propiamente dichos hasta avanzados los tiempos
históricos. Ambos, sedentarismo y cultivo, fueron aceptados tímidamente por
los grupos norpatagónicos y pampeanos en época histórica avanzada, y ello tan
to por la influencia hispano-criolla como por la cultura de los araucanos (de
Chile continental centro-austral), que les proporcionaron además el tejido y la
platería, amén de innumerables elementos clave de carácter espiritual.
En cambio la cerámica es prearaucana, pues se remonta a los primeros siglos
de nuestra era, según datos de la Patagonia central (Gradin y Aschero, 1979). Es
probable que las escasas referencias a la posesión de cerámica por los tehuelches
en la Patagonia meridional en los tiempos históricos iniciales, remitan a una al
farería tosca, que podría ser denominada «del interior», para diferenciarla de la
del litoral de la Pampa húmeda y de la Norpatagonia, que también parece haber
llegado hasta la época histórica inicial.
La coincidencia en la dispersión de esta cerámica incisa y por lo general de
tonos oscuros (Moldes, 1977), de mejor confección que la del interior, con la de
las poblaciones láguidas (lagoides) lleva a pensar en una relación de causa y
efecto — lo que querría decir que estos grupos habrían sido sus beneficiarios y
no necesariamente sus introductores en el medio— . En cambio, cabe adjudicar
les otros rasgos, como la presencia (arqueológica) del tem betá y de la doble se
pultura, que entre los tehuelches septentrionales orientales se mantuvo por lo
menos hasta finales del siglo xvm, con pintado y preparación parcial de los hue
sos, y más atenuada hasta finales del siglo x ix .
Hacia el momento de la Conquista, estos tehuelches septentrionales, cazado
res especializados de guanacos y avestruces, empleaban utillajes especialmente lí
ricos y técnicas procedentes de tradiciones culturales diferentes.
Sin que haya habido una relación aparente o necesaria entre los casos, es muy
interesante señalar que, en lo que respecta a la Norpatagonia y al ámbito pam-
8. El subsiguiente hacia el Norte, en estas regiones antecordilleranas, estaría dado por los
«puelches de Cuyo» o «puelches algarroberos» hispánicos, correspondientes al Sur de la provincia
de M endoza.
LOS PUEBLOS DEL E X T R E M O A U S T R A L DEL C O N T I N E N T E 503
peano contiguo, los grandes ríos fueron vehículo, desde tiempos muy anteriores,
de las relaciones entre los grupos de cazadores-recolectores del Sur de la ac
tual provincia del Neuquén (Patagonia noroccidental) y los de la Pampa central
(seca) y oriental (húmeda).
Esto es lo que se desprende de las afinidades entre los utillajes líricos exhuma
dos tanto en las cuevas Traful I y Cuyin Manzano, en el Sur de la provincia del
Neuquén (fechables en el quinto milenio a.n.e.), como en el curso medio del río
Colorado (en «niveles intermedios» de antigüedad semejante; Gradin y Aguerre,
1984). Estos autores inscriben toda la secuencia de ese sitio en la «tradición Nor-
patagoniense»*, que otros especialistas (Orquera, 1987: 54) conectan con la indus
tria «pampeano-atuelense» austral (1971; 1972; 1975) y la tradición propia del
área interserrana bonaerense (Pampa húmeda)^®. Ésta se caracteriza, según Orque
ra, por las industrias líticas de piezas medianas a grandes, el predominio del reto
que marginal (sobre cuarcita), abundancia de raederas y escasez — ¿ausencia?— de
puntas de proyectil. Últimamente, varias industrias de este carácter han sido ubi
cadas en el área interserrana bonaerense, entre 4060 y 1680 años a.n.e. (sirios:
Fortín Necochea, Arroyo Seco 2, Zanjón Seco; Criveili et al., 1985; Politis, 1984).
Este conjunto de industrias de la Norpatagonia y la Pampa central y oriental
ha sido interpretado, a partir de Menghin (1952), como producto de una tradi
ción «protolítica» o del Paleolítico Inferior en términos técnicos y no cronológi
cos, tardíamente (para)-neolitizada. Hoy, al menos un especialista (Orquera,
1987) prefiere aceptar directamente «una expansión temprana de grupos caza
dores-recolectores desde las tierras altas del Noroeste argentino».
De un modo u otro, los autores coinciden en su menor especialización para
la «caza mayor» en comparación con las tradiciones radicadas y desarrolladas
en la Patagonia oriental en sentido estrictísimo, es decir, al Sur de la línea de los
grandes ríos Limay-Negro. Y cabe advertir que acepto un cambio correlativo en
el papel de estos grandes cursos, que de vías de circulación étnica, vehiculizado-
res de pueblos, pasarían así a actuar como verdaderos filtros. Las barreras étni
cas propiamente dichas no existen; tampoco lo fue la cordillera de los Andes.
Es difícil entender cuál era el verdadero carácter de estas «vías»: si el de me
ras cadenas de torrentes en zonas desérticas y presas grandes y pequeñas que
proporcionaban ciertos recursos seguros de caza, recolección, animal y vegetal, y
pesca; o si el de verdaderas rutas fluviales e incluso náuticas. Piénsese si no e a las
balsas de totora de los pobladores de las lagunas de Huanacache y el Rosario” ,
en el Sur de Mendoza, o del lago Titicaca, en Bolivia.
12. Compatible, sin embargo, con algunos cortos valles transversales (por ejemplo, el que de
semboca en la bahía de Camarones), con agua suficiente, que permitían tma conexión relativamente
cómoda de la meseta con el mar.
13. Durante el siglo pasado se extinguió la lengua, denominada tewsen, empleada por los gru
pos que se extendían entre los ríos Chubut y Santa Cruz. Por lo que de ella sabemos, se trataría de
LOS P U E B L O S DEL EXTREM O A U S T R A L DEL C O N T I N E N T E 505
A la llegada de los españoles parece haber existido una fisonomía cultural grosso
m o d o común a estos pueblos a lo largo de la Patagonia oriental e incluso de la
Pampa**. Y la evidencia arqueológica de los siglos anteriores a ella se muestra
coherente, al menos en lo que a la Patagonia oriental en sentido estrictísimo res
pecta'^.
La historia se presenta como la de una suerte de apod eram ien to creciente de
una cultura inicial, algo así como las ondas concéntricas generadas por el impac-
un eslabón entre las empleadas, respectivamente, por los tehuelches septentrionales y meridionales
en el presente siglo.
14. Esta «tercera lengua» es la de los tehuelches meridionales australes (según mi opinión), es
decir, los grupos al Sur del río Santa Cruz. A favor de la posesión del caballo, a fines del siglo xvin,
éstos la impusieron a los tehuelches meridionales boreales, al Norte de ese río. (Éstos usaban la ex
tinta lengua tewsen-, véase nota anterior.)
15. La voz koliot, con la que los onas designaban a los blancos, deriva claramente de qaddü,
kaddai, del tehuelche meridional (austral) y el tehuelche septentrional, respectivamente. Esta última
lengua la tomó, en el Río de la Plata, del guaraní karat, equivalente a «señor, noble».
16. Aludo, entre otros, a los querandíes del Río de la Plata, los indígenas serranos bonaeren
ses vistos por Garay en 1580; a los abipones de Santa Fe y a los charrúas de «la Banda Oriental»
(Uruguay).
17. Industrias líticas de fisonomía patagoniense del Uruguay, ciertos artefactos de esa presun
ta filiaciación en el área querandí, bolas de boleadora recentísimas que se encuentran por doquier en
la isla Grande de Tierra del Fuego, para las que sin embargo no hay datos en las crónicas referidas a
los onas.
506 RODOLFO M. C A S A M I Q U E L A
18. La industria del nivel antiguo de Tagua-Tagua (décimo milenio a.n.e.) recuerda mucho a
la Tóldense de Santa Cruz aludida en otras partes del texto (Aschero, comunicación personal).
19. Una industria algo anterior a la Tóldense, exhumada por Cardich (Cardich y Flegenhei-
m er, 1 9 7 9 ), más generalizada que ésta, podría representar una muestra de dicha presunta «cepa».
LOS PUEBLOS DEL EXTREM O A U STR A L DEL C O N T IN E N T E 507
que cabe recordar la imagen anterior de las ondas expansivas, ya que hacia los
tiempos inmediatamente anteriores al contacto con los españoles se daban indus
trias comparables en sentido estrictísimo en toda la Patagonia. Aschero (1983b: 95)
ha explicado las cosas así: «[...] el Complejo Patagoniense no representa una única
cultura sino un conjunto de rasgos compartidos por varias culturas regionales — in
dicando su interacción— , que pueden presentar variaciones significativas entre sí».
Tierra d el Fuego
Norte a Sur, los pueblos del ámbito occidental pacífico) que trascienden al pata
gónico, es decir, los ubicados entre el límite austral de la Araucania y la penínsu
la de Taitao, que marca el inicio boreal de la Patagonia occidental en sentido es
tricto, según los autores chilenos.
Más allá de la tesis de Menghin (1977), que los remite a un origen común en el
Paleolítico, o de Canals Frau (1953: 399 ss.), que los considerara de extracción
mesolítica, y más allá incluso de la posibilidad de un origen diacrónico, de am
plia gama temporal, los distintos pueblos históricos a los que he pasado revista
disponen de un par de rasgos que los identifica y singulariza como un conti-
nuum-, su carácter de pueblos anfibios, en lo cultural, y, en lo somático, su baja
estatura (promedio de 1.56 y 1.46 m para los varones y las mujeres, respectiva
mente) y la morfología craneal — de «techo a dos aguas»— , dolicoide (aproxi
madamente 77) y bajo (83), amén de sus piernas cortas y poco desarrolladas.
En cuanto al primer rasgo, Fernández (1978), refiriéndose a los chonos, ha se
ñalado agudamente que la operación de desarmar y rearmar sus piraguas (canoas
de tablas) para cruzar un sector de tierra firme no estaba en verdad destinada a
ganar ésta..., sino a volver a ganar el agua. Yo agregaría que la inversa también
era válida, en la medida en que estos grandes navegantes — hablo colectivamente
ahora— poblaron todas las tierras australes al alcance de su vista, hasta el cabo
de Hornos y ¡la isla de los Estados! (Chapman, 1987). Es decir, que no habría
«nómadas del mar» (Emperaire, 1963, para los alacalufes), sino navegantes en
función de la próxima etapa terrestre... y «acampantes» terrestres en función de la
próxima etapa marina.
Lo dicho tiene algunas salvedades: que por poblar ha de entenderse el asen
tamiento nómada, temporal; que el poblamiento de las tierras oceánicas (insular
y continental) era esencialmente litoral; que, no obstante, estos pueblos podían
LOS PUEBLOS DEL EXTREMO AUSTRAL DEL CONTINENTE 509
Alacalufes - Centrales^®
- halakw ulup
Australes^^ *—
23. Para la parte sobre los alacalufes de la obra monumental de Gusinde, todavía no publica
da en castellano, me he valido de una traducción abreviada realizada, con notable mérito, por Isido
ro Cheit, de Bahía Blanca. El título original (tomo 3/1) es Die Halakwulup. Vom Leben und D enken
der W assem om aden in West-Patagonien.
24. No deja de llamar la atención esta suerte de dualidad en la posición de los cadáveres.
25. Pronúnciese esdrújula, pluralizado a la española como yámanas.
514 RODOLFO M. C A S A M I Q U E L A
27. También Bridges, citado por Gusinde, había advertido claramente esta variación, obvia
mente producto del mestizaje. Un mestizaje creciente en los tiempos más recientes, con lo que resul
tan inutilizables los materiales de esqueletos usados con interés etnológico. Así, los de Hyades y
Deniker, 1 8 9 1 , o del propio Gusinde (depositados en el Museo Nacional de Historia Natural de San
tiago, Chile, donde he podido compararlos).
516 RODOLFO M. C A S A M I Q U E L A
rir el desarrollo, y en cierto modo el esplendor, perdido quizá entre los alacalu
fes — que conocieron una sola— , también receptores de una tradición originada
en los onas (y quizá común, en otros tiempos, a los tehuelches meridionales, o
cazadores continentales).
Lo singular en los yámanas es el divorcio entre dos tipos de ceremonias secre
tas, que se celebraban en dos grandes chozas de modelo semejante. Una de estas
ceremonias, mixta, de iniciación en la pubertad, se celebraba en una choza cupuli-
forme de base elíptica, mientras que la otra, estrictamente masculina, se celebraba
en una choza cónica. Asimismo, una institución, una verdadera escuela de hechice
ros, singulariza a los yámanas con respecto a sus vecinos. Se trata de hechiceros
varones, reclutados entre individuos vocacionales. Su formación, que sigue las
pautas de la de los chamanes universales, suponía la erección de una choza grande
semejante a la anterior; cónica y de base redonda o elíptica.
Lógicamente, el incremento de las reuniones de carácter propiamente colec
tivo de los yámanas en relación a los alacalufes supone un mayor contacto entre
las distintas unidades familiares nómadas. Este hecho — quizá en buena medida
producto de una mayor densidad demográfica relativa— guarda relación con el
incremento de las concentraciones macrofamiliares, o sea, de familias emparen
tadas. No obstante lo dicho, tampoco en este pueblo existe la figura de un ver
dadero jefe, tribal o grupal, ya que las figuras de ciertos ancianos prestigiosos no
constituyen un equivalente.
A diferencia de lo que sucede con sus vecinos alacalufes, y especialmente a
través de las informaciones de Gusinde, quien pudo convivir temporalmente con
ellos, se conocen los aspectos básicos de la religión de los yámanas. Está basada
— según aquél, aunque habría que ahondar en el tema sin los prejuicios que inhi
bían al investigador religioso— en la figura de un Alto Dios, dueño de los huma
nos, y complementada por un riquísimo venero de personajes y leyendas míticas,
incluidos mitos de creación y origen y muchos etiológicos, especialmente de ani
males. Hasta avanzado el siglo existió la cremación de los cadáveres, que en los
últimos años se enterraban, sin flexión. El patrimonio personal del muerto era
destruido o sepultado en el mar. El duelo era riguroso.
O nas. Los habitantes del interior de la isla Grande de Tierra del Fuego, colecti
vamente denominados onas, han sido equiparados y emparentados por todos los
autores con los tehuelches meridionales (patagones) de la Patagonia. Como és
tos, se trata de cazadores puros, con arco y flecha, de gran estatura y corpulen
cia, usuarios de capas y toldos de pieles — éstos, cubiertos de ramas, a modo de
paravientos simples— . Su lengua está estrechamente emparentada con la de los
patagones (Clairis, 1987).
La «interioridad» de este pueblo, como en el caso de los tehuelches, alude a su
carácter de continentales y terrestres, pues no sólo carecían históricamente de em
barcaciones sino que manifestaban — según Gusinde— un verdadero terror al agua.
Ese autor utiliza los dos argumentos para rechazar la posibilidad de que sus
antepasados hayan arribado a la isla en embarcaciones, si bien diversos autores
LOS PUEBLOS DEL EXTREMO AUSTRAL DEL CONTINENTE 517
2 8. L o m ism o que airre, paca designar a los g u aicaro s; véase nota 15.
RODOLFO M. CASAMIQUELA
518
Fueron presuntamente los onas boreales los autores de los «fuegos» — señales,
o simples campamentos— vistos por los primeros navegantes del Estrecho y ori
gen del nombre de «Tierra del Fuego». Pero, en cambio, fueron los austroorienta-
les los protagonistas de la mayor parte de los contactos con europeos; los australes
permanecieron desconocidos hasta finales del siglo.
A pesar de ciertas diferencias culturales —sociales, en buena medida de base
económica— traducidas en rivalidad y antagonismo, los dos primeros grupos,
boreales y australes, eran estrictamente afines. En lo económico, la diferencia
principal radicaba en la caza, especialmente de cururos y ratones^®, cazados en
SU S cuevas por los varones, entre los primeros, lo que les valía el mote despectivo
de «comedores de cururos», en tanto que los segundos se dedicaban a la caza del
guanaco, una gran presa. Gusinde ha subrayado la escasa importancia de la ali
mentación vegetal.
El grupo austrooriental, en cambio, presentaba características diferenciales
profundas y no sólo culturales, sino raciales: distintos cronistas señalan la dife
rencia de talla entre varones y mujeres, sensiblemente más bajas. Gusinde recha
za por simplista la hipótesis según la cual la diferencia de talla se explicaría por
su reclutamiento entre sus vecinos yámanas; en efecto, la constancia del rasgo
apunta hacia su control genético, sin que por cierto se excluya su extracción fué-
guida básica.
Para el caso, «fuéguido» debe ser reemplazado directamente por «yámana»,
pues en lo cultural muchos de los rasgos diferenciales del grupo (verdadero pue
blo o etnia) son probadamente de ese origen (y no de otro eventualmente pan-
canoero): el propio Gusinde (1982: I, 226-227) ha señalado la adopción del ve
nablo de pesca y del arpón grande propios de los yámanas. Correlativamente,
estos austroorientales pescaban con redes en el mar — aunque no tenían botes ni
nadaban— , mariscaban, reemplazaban parcialmente la piel de guanaco de sus
capas por otras de lobo marino... Estos y otros elementos los transforman en un
pueblo adaptado a la vida litoral-marítima: ¡no eran culturalmente yámanas...,
pero tampoco onas auténticos!
Gallardo (1910: 171) ha realizado una aportación relevante al publicar, por
orden de importancia en la dieta, las listas respectivas de los elementos constitu
tivos de la alimentación de los tres grupos. Es la siguiente: «La carne de guanaco
constituye el alimento principal del ona del Sur [...]. Este indio consume además,
por orden de importancia, pescados, mariscos, pájaros, zorros, hongos, huevos,
lobos, ballenas, raíces, frutas, tucutucos [roedores ctenómidos], savia, y algunas
veces una masa hecha con la harina de una semilla llamada tay [...]. Los indios
del Norte comen, por orden aproximativo de importancia; pescados, pájaros,
cururos, lobos, guanacos, zorros, frutillas del campo, huevos, raíces de dos plan
tas, el pan de tay y carne de ballena, cuando la suerte se la depara. Los del este
consumen: lobos, pescados, mariscos, guanacos, pájaros, huevos, hongos, zo
rros, frutas, ballena y raíces».
En cuanto al vestido, las pieles de cururo desplazaban a las de guanaco en las
amplias capas, usadas con el pelo hacia afuera, entre los boreales, y las de lobo, a
veces, entre los austroorientales, pero los tres grupos compartían el uso de sanda
lias de guanaco, y los varones el triángulo frontal de los cazadores, de guanaco
entre boreales y australes, reemplazado a veces de nuevo por el lobo entre los aus
troorientales. Un cubresexo triangular completaba el vestido de las mujeres. Por úl
timo, el manto, como entre los canoeros, estaba destinado más a defenderse del
viento frío que del frío mismo, mejor combatido con una capa de pintura de tierra.
Debido a que estos indígenas permanecieron aislados de los blancos hasta fi
nales del siglo X IX , su cultura se mantuvo muy conservada hasta el final. De ahí
la riqueza de información de que disponemos (en especial gracias a Gusinde;
para los tiempos finales, también Chapman [1985]) sobre su mundo material y
espiritual, que por cierto recuerda básicamente al de los tehuelches.
520 RODOLFO M. C A S A M I Q U E L A
30. Gusinde rechaza la idea de «pobreza» entre los fueguinos; sin embargo, Minquiol, indígena
ona, nieto de Kausel, el más célebre cazador, cantaba una canción cuando un río le arrebató sus ¡cuatro
mujeres! (cuatro hermanas). Precisamente las tenía por ser tal, es decir, que para el caso él era tico...
LOS P U E BLO S DEL EXTREM O A U STR A L DEL C O N T IN E N T E 521
ción del axis mundi— ascenderían los espíritus subterráneos, una de las catego
rías reconocidas, en oposición a los celestes o, ai menos, aéreos. Muchos de és
tos eran representados, mediante máscaras y pinturas, durante la ceremonia — y
ocasionalmente fuera de ella— por varones escogidos según las características de
cada espíritu, en algunos casos considerados femeninos.
El origen de la ceremonia era explicado por los varones como resultado de
una reacción violenta contra otra ceremonia idéntica pero de carácter antimas
culino, controlada por las mujeres, versión mítica que ha hecho pensar a Gusin-
de (de orientación histórico-cultural) en su extracción matriarcal y, por ende, en
su falta de coherencia con la sociedad cazadora.
Toda la ceremonia se desarrollaba bajo la guía de varones ancianos, experi
mentados y serios; el hechicero, si bien gozaba de ciertos privilegios, muy acota
dos, figuraba como un miembro más. Tampoco el Alto Dios tiene relación apa
rente con la ceremonia, ni con los espíritus del mundo mítico de los onas.
Este mundo se complementaba con una riquísima gama de narraciones cos
mogónicas, de antepasados animales (etiológicas), etc., en un repertorio que su
pera (en información por lo menos) al de todas las restantes etnias fuegopatagó-
nicas.
Los hechiceros, auténticos chamanes masculinos, aunque a veces auxiliados
por mujeres, como entre los yámanas, conformaron una institución de alto pres
tigio, no exenta del temor difuso de la comunidad. «Institución», aclaro, no sig
nifica «asociación o gremio» (expresiones de Gusinde); aunque existía por lo
menos una ceremonia colectiva, festiva, con sentido de competencia «de artes» y
reclutamiento. Por lo general, los hechiceros eran seres normales, psíquicamente
equilibrados; su especialización ha de buscarse, tal vez, en una vocación perso
nal como respuesta al llamamiento del espíritu de otro hechicero fallecido. Su
formación se producía por enseñanza directa de un colega en activo.
La existencia de la enfermedad suponía la instalación de un principio malig
no en el cuerpo del enfermo; si el hechicero fracasaba en su intento de extraerlo,
se producía la muerte. Ambiguamente — según Gusinde— , ésta era provocada
por un «brujo» o por el «Ser Supremo, [que] llama el alma hacia sí, más allá de
las estrellas». En principio, este espíritu no regresaba a la Tierra, con lo que que
daría excluida la reencarnación.
El cadáver, envuelto en un par de capas extendidas, era atado con una co
rrea y sepultado en el suelo, en decúbito dorsal, cubierto con ramas y tierra.
Como entre los tehuelches, se borraban las pisadas de los sepultureros (para des
pistar al espíritu del muerto).
La idea del más allá y por ende la del bien y del mal y la de premios y casti
gos son nebulosas, y si «al morir, todas las almas toman el camino de Kenos^^ y
permanecen allí [...] esto de ninguna manera significa afirmar que se ubiquen en
la cercanía del Ser Supremo; pues T em au kel está completamente solo» (Gusinde,
1982: 1/2, 517).
31. En mis apuntes, especialmente del indígena Santiago Rupatini, la pronunciación es más
bien knóos, con la ese chicheante del español.
522 RODOLFO M. C A S A M I Q U E L A
Gusinde diferencia así, en el panteón ona, esas dos figuras^^; según su infor
mante principal, el hechicero Tenenesk: «Al principio existía Temaukel; más tar
de llegó también Kenos. Kenos fue enviada por Temaukel. Temaukel había en
cargado a Kenos la misión de repartir este mundo; a los selk’nam les tocó luego
en suerte la Isla Grande su terruño. Kenos no tenía padres, pues Temaukel lo ha
enviado aquí a tierra desde el cielo [...]».
Boreales
Onas Onas sensu lato
Australes
-
Boreales
Meridionales Boreales
(patagones _
sensu stricto) Australes
3 2 . Consideradas una sola para mis informantes; dejo para otra ocasión este aspecto, que no
es posible ahondar aquí.
3 3 . En verdad habría que hablar de chaqueños, pampeano-patagónico-fueguinos, pues en
tiempos antiguos han formado un verdadero continuum que se adentra en el ámbito selvático de
América del Sur.
3 4 . Para una discusión sobre este tema, véase Imbelloni, 1949.
LOS PUEBLOS DEL EXTREMO AUSTRAL DEL CONTINENTE S23
Los tehuelches meridionales son, con mucho, mejor conocidos que los sep
tentrionales. Y esto debido a razones historicogeográficas, ya que los navegantes
de los siglos XVI, x v i i y casi todo el x v n i — a partir de Magallanes, que al inver
nar en San Julián proyectó al mundo a través del cronista Pigafetta al pueblo pa-
tagón^^— pasaron casi invariablemente de largo por los pueblos norpatagónicos
y surpampeanos. Los tehuelches meridionales (según mi opinión) se extendían
entre el estrecho de Magallanes y el río Chubut, que puede aceptarse como lími
te sur de la Patagonia septentrional.
En ese inmenso escenario continental gravitaron (por lo menos) dos pueblos
diferentes, si bien estrechamente unidos por la raza y la cultura e incluso, parece,
por la lengua: los tehuelches meridionales australes (véase esquema), entre el es
trecho y el caudaloso río Santa Cruz, y entre esta vía de agua y el río Chubut, los
tehuelches meridionales boreales.
La temprana difusión masiva del caballo en la región pampeana tuvo inme
diatas repercusiones en el Norte de la Patagonia, al Sur del Limay-Negro (o en
sentido estricto), donde todos los indígenas dispusieron de cabalgadura a partir
de mediados de siglo xvn, si bien esta circunstancia disminuía a medida que se
avanzaba latitudinalmente, de tal modo que todavía a mediados del siglo XV ni
los tehuelches meridionales australes carecían de caballadas estables. Hasta esa
época debieron soportar presuntamente una fuerte presión étnica de los tehuel
ches meridionales boreales, y es probable que date de entonces su gentilicio pre
sente, de significado relativo: a o n ik ’en k, «sureños», o a o n ik ’ o c h ’oon ü k, «gente
del Sur»^*. A su vez, llamaban p ’enk'enk o p ’e n k ’ o ch ’oon ü k, con igual signifi
cado relativo, a sus vecinos norteños. Una vez en posesión definitiva del caballo,
fueron protagonistas de una rápida expansión que, por el Norte, los llevó a esta
blecer su hegemonía sobre sus vecinos, a los que habrían llegado a imponer in
cluso la lengua: en efecto, la suya (teusen o variantes, según diversos autores) se
habría extinguido prácticamente a lo largo del siglo X IX ; sólo la conocemos a
través de algunos vocabularios.
Los marcos geográficos del hábitat de estos pueblos se completaban con el
Atlántico y la cordillera andina — entre los tehuelches, el horror al agua se hacía
también extensivo al bosque— . En lo que se refiere al mar, sólo los desplaza
mientos de las poblaciones de guanacos, que en los inviernos duros abandona
ban su territorio para dirigirse masivamente hacia el litoral, más cálido (Claraz,
1988; Casamiquela, 1983), era suficiente para llevar hasta él partidas de cazado
res y aun tribus (bandas) enteras, descubiertas esporádicamente por los navegan
tes. Pero, además, ciertos puntos de dicho litoral eran ricos en presas, es decir,
3 5. La moderna exégesis literaria ha terminado con las fantasías en torno a este nombre: surge
de las novelas de caballería de la época del Descubrimiento, en las que, por un lado, era aplicado a
cierto gigante disforme y, por otro, se utilizaba con el sentido de «salvaje(s)»
3 6 . «Gente» es la reducción dada automáticamente al tema ch ’oonuk, cuando en verdad se
aplica a «la partida de hombres (adultos) que va a la caza». Es que, como entre los yámanas — y pro
bablemente entre todos los pueblos estudiados— , sólo los hombres representan a la gente...
524 R O D O L F O M. C A S A M I Q U E L A
3 7 . Es conocida la observación del marino Dralce en Puerto Deseado, provincia de Santa Cruz
(siglo XVI), que encontró decenas de cuartos de avestruces en proceso de desecación, lo que revela
una población alta. La presencia de los guanacos es frecuente aun hoy día, pues toleran el agua sala
da del mar.
3 8 . Pienso en el verdadero oasis que constituye el cañadón que lleva al puerto actual de Ca
marones, Chubut, pero los ejemplos son iimumerables.
3 9 . Circula por ahí una reconstrucción de tales mamparas que es totalmente falsa (Oviedo;
Vignati, 1 9 3 6 ). Su imagen debió de ser la de los «paravientos» de los onas, es decir, de planta semi
circular.
LOS PUEBLOS DEL EXTREMO AUSTRAL DEL CONTINENTE 5 25
brocha; taparrabo en los varones; botas de la piel de la pata del caballo; tatua
je en muñecas y brazos, de signos elementales, tendones teñidos; caballo como
animal de carga; montura femenina muy alta y estribo pendiente del cuello;
transporte de los niños en la grupa, con cuna arqueada transversalmente deri
vada de la cuna vertical, escaleriforme; deformación artificial correlativa del
cráneo (occipital); balsas de palos y pieles; carcaj; honda; lanza, jabalina,
maza; túnicas y sombreros de cuero como corazas; tabaco y pipas. Jefe para la
caza y/o la guerra («cacique»).
Reservo para el siguiente punto los restantes aspectos, esencialmente referi
dos a la cultura no material.
El ca ciq u e M a n ik ik e n , teh u elch e (sep ten trio n al) co n su fam ilia. P ro v in cia d el C h u b u t,
ap ro xim ad am en te en 1 9 0 0 . A p réciese el to ld o cu p u lifo rm e, de c u e ro , y el a cce so lateral.
fu e n t e : A d o lfo M . C a sa m iq u ela .
40. Se conoce el texto, de mediados del siglo pasado, de una alocución para incitar a la caza
(Outes, 1928).
LOS P U E B L O S DEL E X T R E M O A USTRAL DEL C O N T IN E N T E 527
cía, el avestruz (la presa predilecta) y el guanaco, cazadas con variable intensi
dad según las estaciones del año y en directa relación con su gordura, se agrega
ban la «liebre» patagónica (mara, D olichotis patagonum , un roedor de aprecia-
ble tamaño), los armadillos, y en menor grado otras aves, aunque sí los huevos
de avestruz y de otros pájaros. Las mujeres eran las encargadas de la recolección
de bulbos, raíces, rizomas y frutos varios, que proporcionaban un importante
complemento de la dieta proteica y grasa.
Los hechiceros y chamanes eran varones — si bien por lo general afemina
dos— y desempeñaban un importante papel en la sociedad, ya que ellos garanti
zaban la continuidad del ideario religioso y las tradiciones. No hay datos de la
existencia de escuelas o asociaciones. Por lo demás, pagaban frecuentemente con
su vida los fracasos o las denuncias de brujería.
La teoría de la enfermedad se basaba en la convicción de que el Alto Dios,
como castigo, se retiraba del espíritu individual, produciéndose el consiguiente
«endemoniamiento» del damnificado por la acción de un brujo. La coherencia
de la teoría presentaba los siguientes puntos débiles; primero, el destino natural
de las almas de los ancianos era el Más Allá, sin que sobre ellos recayera el casti
go de Dios, que no haría con ellos excepciones; después, la muerte de los niños,
que producía desconcierto en la comunidad (traducido en lamentaciones y due
lo): la solución teológica del caso radicaba en la creencia en el destino celestial
de sus espíritus, pero... una vez cumplida, en la Tierra (?), la edad cronológica
correspondiente a la vejez.
Ese M ás Allá o Paraíso de los cazadores tehuelches — al que se pretendía
acceder mediante subterfugios, como el del tatuaje, que actuaría de saivacon-
ducto— era, en un universo concebido como cupuliforme, la región austral de
la Vía Láctea («camino de los espíritus»), con su centro en la Cruz del Sur
(«rastro del avestruz») y constelaciones cercanas que representaban, en planta o
de perfil, al «guanaco huyendo», al «avestruz» en reposo, a la «boleadora ten
dida» (alfa y beta del Centauro); en fin, el refugio («corral») en el que las almas
de los cazadores acechaban la caza (la Corona Austral); el «toldo de la cura
ción» del hechicero...
De algún modo, no obstante, el espíritu de los antepasados (abuelos o tíos)
retornaba a la Tierra para reencarnarse en los nietos o sobrinos, herederos del
nombre personal de aquéllos — regla rígida que permite el rastreo secular de las
genealogías y que singulariza a los tehuelches en relación a todos los demás pue
blos tratados en este capítulo— . Los nombres propios estaban asociados con
canciones particulares, «de linaje», y existía una danza laberíntica, masculina,
de los espíritus de los antepasados redivivos.
Siempre en conexión con la caza, el Alto Dios tehuelche (diosa, en princi
pio) corresponde a la figura del «Señor de los Animales», con residencia ambi
gua, celeste y terrena. Entre los tehuelches meridionales había decaído, hasta
convertirse en un «dios ocioso», reemplazado en mayor medida por la de un
héroe mítico, pero entre los septentrionales se mantuvo hasta el final, como
dispensador de las presas y de sus rebaños. En el caso de los tehuelches meri
dionales la decadencia del Dios — producto de la acentuación de su faceta de
castigador— dio origen a un desdoblamiento, una figura paralela, conceptuada
528 RODOLFO M. C A S A M I Q U E L A
4 1 . Una cita de Gusinde en el sentido es mera confusión con las ceremonias de ingreso en la
pubertad para las niñas (1926; 3 1 0 ; cf. Siffredi, 1 9 6 9 -1 9 7 0 : 265).
4 2 . Meritoriamente excavado por la arqueóloga regional Ana María Biset, acompañada por
Luz M aría Font.
LOS PUEBLOS DEL E X T R E M O A U S T R A L DEL C O N T I N E N T E 529
rísticas somáticas, exhumados por Jorge Fernández (1992) en las faldas de la cor
dillera, en latitudes intermedias de dicha provincia del Neuquén.
Son, por un lado, los descendientes de la población pámpida representada
por el esqueleto de Quemquetreu, ya citado; por otro, los antepasados o con
temporáneos de uno de los grupos de indígenas denominados «puelches» por los
cronistas, de los que Vivar (1966, 136-137), el más antiguo de los de Chile, nos
dio, en 1558, la siguiente referencia: «Dentro de esta cordillera a quince y a
veinte leguas hay unos valles donde habita una gente, los cuales se llaman Puel
ches y son pocos. Habrá en una parcialidad quince y veinte y treinta indios. Esta
gente no siembra; susténtase de caza que hay en aquestos valles. Hay muchos
guanacos y leones y tigres y zorros y venados pequeños y unos gatos monteses y
aves de muchas maneras. De toda esta caza y montería se mantienen, que la ma
tan con sus armas que son arco y flechas. [...] Sus casas son cuatro palos y de es
tos pellejos son las coberturas de las casas. No tienen asiento cierto, ni habita
ción, que unas veces se meten a un cabo y otros tiempos a otros. Los vestidos
que tienen son pieles. De los pellejos de los corderos aderézanlos y córranlos, y
cósenlos tan sutilmente como lo puede hacer un pellejero. Hacen una manta tan
grande como una sobremesa y ésta se ponen por capa o se la revuelven al cuer
po. De estas hacen cantidad y los tocados que traen en la cabeza los hombres
son unas cuerdas de lana que tienen veinte y veinte y cinco varas de medir, y dos
de éstas que son tan gordas como tres dedos juntos. Rácenlas de muchos hilos
juntos y no las tuercen. Esto se revuelven en la cabeza y encima se ponen una red
hecha de cordel. Este cordel hacen de una hierba que es general en todas las in
dias; es a manera de cáñamo. Pesará este tocado media arroba y algunos una
arroba. Encima de este tocado en la red que dije meten las flechas que les sirve
de carcaj’’ ^. Los corderos que toman vivos sacrifican encima de una piedra que
ellos tienen situada y señalada. Degüéllanlos encima y la untan con la sangre y
hacen ciertas ceremonias y a esta piedra adoran [...]».
Como se ve, cazadores netos, que suplementaban su dieta con la recolección
de los piñones de araucaria (Araucaria araucana), conifera de dispersión circuns
crita, de alto poder nutritivo. El único rasgo aparentemente andino, no pan-pa-
tagónico, en ellos sería el del sacrificio de una llama (?), que podría revelar in
fluencias araucanas — aunque las piedras sagradas, normalmente oráculos, son
de extracción no-araucana y comunes a la Patagonia extra-andina y la Pampa.
A pesar de la cita ambigua del cronista, los territorios de caza de avestruces y
guanacos estaban obligadamente en la meseta oriental, lo que daba a estos «puel
ches»"^ una natural relación con los cursos inferiores de los ríos Neuquén y Limay.
Por todo ello, y anticipando posteriores contactos cotidianos en épocas ya
francamente ecuestres, debieron constituir la cabecera de puente austral"*^ de las
influencias araucanas que empezaban a llegar de allende los Andes, y utilizando
43. Había carcaj aparte. El curioso hábito es compartido por indígenas australes, según citas
contemporáneas; todo ese tocado resulta un rasgo pan-patagónico.
4 4 . La voz es araucana, «gente del Este», y por ende de sentido relativo.
45. La otra, quizá mejor porción boreal de la cabecera neuquina, fue el Norte de esta provin
cia del Neuquén. Véase más adelante.
530 RODOLFO M. C A S A M I Q U E L A
46. Llevado por la forma inferible para el toldo o tienda, que sería la misma de la presente en
tre los tehuelches. Remito al lector a un trabajo especial acerca de este último tema (Casamiquela,
ms. 4).
LOS PUEBLOS DEL EXTREMO AUSTRAL DEL CONTINENTE 531
In d íg en a s p eh u en ch es co n sus to ld o s có n ic o s , de cu ero . R e c o le c c ió n de p iñ o n es de a ra u
c a ria . C o rd ille ra an d in a , co m ien zo s del siglo p asad o .
F u en te: R o d o lfo M . C asam iq u ela.
gún los cronistas. El cráneo era dolicoide, como en las anteriores etnias, pero mu
cho más alto, y con una morfología en «techo de dos aguas» que recuerda al mo
delo láguido: se trata del biotipo huárpido de Canals Frau (1959: 303 ss.), acep
tado por Bórmida, pese a las críticas formales que su creación, libresca, deparó.
Este modelo aparece en el Sur de la misma provincia del Neuquén, asociado
a pámpidos y ándidos en Haichol, yacimiento ya citado, y en sus alrededores; en
Cuyo es el biotipo de los huarpes históricos — el pueblo epónimo— , y en Chile
central se lo exhumó en Cochipuy, en la cuenca de la laguna de Taguatagua.
Situados en la mitad septentrional del bosque de araucarias {Araucaria arau
cana), la economía de los pehuenches boreales se basó significativamente en el
consumo del piñón —y de allí su nombre araucano de pehuenches («gente de las
araucarias»)— , que conservaban en silos subacuáticos y preparaban de distintas
maneras. Son sin duda los beneficiarios de los yacimientos de sal fósil del área ex-
traandina (Truquico y otras), que explotaban por medio de hachas pulidas (neolí
ticas), haciendo verdaderos socavones o pozos de mina (Lascaray, 1963). Son los
introductores en ese territorio de la bebida colectiva en hoyo, presuntamente del
patín para la nieve, etc. Todo ello, asociado a una lengua casi desconocida pero
claramente aislada, pone de manifiesto una extracción por completo diferente con
respecto al estrato ya citado de los grandes cazadores, y también en relación con el
otro estrato pan-patagónico-fueguino: el de los pueblos con cultura de agua.
532 RODOLFO M. C A S A M I Q U E L A
P ehu en ches australes (canoeros). Lo que acabo de decir es válido a pesar de que
un cronista, en 1649, calificara de «pehuenches» a indígenas canoeros con hábi
tat en el área del actual lago Huechulafquén, en el Sur de la provincia del Neu-
quén, dentro del ámbito de dispersión de la araucaria (Rosales, en San Martín,
1940: 23 ss.)- Evidentemente se trata de un nombre colectivo, sin valor étnico,
por lo que reservo para este pueblo casi desconocido el rótulo de pehuenches
australes (canoeros) o pehuenches australes primitivos. Aparte de que usaban ca
noas de troncos y empleaban remos, flechas y hondas, nada más sabemos de
ellos. Tampoco acerca de su tipo racial, ni de su lengua.
Puenches australes. Tampoco de éstos cabe afirmar si tenían relación con otros
pueblos de navegantes lacustres, como los célebres «puelches de Nahuel Huapi»
de los cronistas de los siglos x v i l y x v i ii (puelches australes según mi nomencla
tura), usuarios de la piragua o canoa de tablas^^.
Poca información poseemos sobre este pueblo, aunque sabemos que habita
ba en las islas y en la costa septentrional del aludido Huechulafquén, rey de los
lagos cordilleranos (y con toda probabilidad otros lagos vecinos hacia el Sur), y
que eran racialmente fuéguidos, o fuegoides; que ya a mediados del siglo xvii,
según narra el jesuíta Mascardi, estaban profundamente aculturados por sus ve
cinos tehuelches (septentrionales australes, occidentales) de la margen sur del río
Limay, poderoso desaguadero de aquel lago, que ejercieron presión sobre ellos
facilitada por el hecho de disponer de caballos. Sabemos, por último, que, gra
cias a la técnica de armar y desarmar las embarcaciones, cruzaban habitualmen
te la cordillera para contactar con sus homólogos chonos, con los que parecen
haber estado cercanamente emparentados. Sin embargo, la lengua, de la que
sólo hay datos indirectos, no era la misma; pero no descarto que se trate de una
variante sólo dialectal, aunque importante.
P u eblos an ón im os d el litoral atlántico y sus tributarios norpatagónicos. Es im
posible asegurar si otros indígenas hídricos, de procedencia litoral en este caso,
llegaron hasta el lago Nahuel Huapi, remontando el curso de los ríos Negro-Li-
may. Lo cierto es que testimonios arqueológicos de su presencia se encuentran
en el curso medio de dicho río (isla de Choele Choel) e incluso en el Limay infe
rior (Pastore, 1974). Con ellos asistimos a la presencia de una nueva entidad ra
cial, la de los láguidos (para el caso, lagoides, por su profunda mezcla con los
fuéguidos), de origen que hay que buscar en tierras del Sur del Brasil actual,
donde el tipo está todavía fuertemente presente en la población indígena. De ser
esto cierto, tuvieron que descender por los grandes ríos, o la costa atlántica.
Es procedente aludir al tiempo «histórico», ya que es altamente probable
que los españoles hayan entrado en contacto con sus últimos representantes en
el siglo XVI (Alcazaba, en el río Chico del Chubut) y comienzos del x v i i (Her-
47. Entiendo, además, que el alerce, la madera por excelencia, no llegaba en su dispersión sep
tentrional hasta el lago Huechulafquén.
LOS PUEBLOS DEL EXTREM O A U STR A L DEL C O N T IN EN T E 533
L o s cultivadores
G uaraníes. Para terminar con los pueblos hídricos, vaya una referencia a los
guaraníes, hábiles canoeros de los ríos Paraná y Uruguay, en fase de expansión
hacia el Sur en tiempos de la colonización hispana. Estaban presentes en el río
Paraná inferior y en el río de la Plata, en cuya margen sur tenían asentamientos
costeros, en el momento de la Conquista española. Sin embargo, no avanzaron
apenas por dicha margen hacia el Sur de Buenos Aires, según acredita la arqueo
logía, gracias a la cual, además, estamos al tanto de lo tardío de su llegada a di
cho territorio.
Como es sabido, por tratarse de un pueblo ampliamente conocido por su
trascendencia cultural y geográfica, los guaraníes constituyeron una raza dife
rente, amazónica, según los autores clásicos, de estatura mediana y cráneo corto,
de hábito subsedentario, agricultores y en menor grado cazadores, pescadores y
recolectores, y hábiles canoeros. Entre ellos es común la práctica del canibalis
mo, rasgo que los singulariza entre todos los pueblos tratados en este capítulo.
Canals Frau (1953: 337 ss.) ha rescatado el nombre de «chandules», que ha
bría sido aplicado a estos grupos de guaraníes australes por los primeros cronis
tas. Sin duda utilizaban la lengua común a toda la gran etnia guaraní, conocida
y todavía célebre por su plasticidad y sonoridad particulares, y que aún se habla
en vastos sectores de América del Sur.
No cabe ocuparse más de esta etnia, con centro de gravedad en latitudes más
septentrionales.
4 8 . Pues pueden proceder tanto del Sur, habiendo dado la vuelta al continente, com o del N or
te, o bien de ¡ambos lados!
4 9 . La mezcla es tan íntima (metamorfismo) que los cráneos de modelo láguido — si se está de
acuerdo con Bórmida, 1953-1954— están invariablemente asociados con una cara de modelo fué-
guido.
50. Véase Casamiquela (1980) al respecto; además, las investigaciones en curso de Politis
(1989) y colaboradores en el Sur de la provincia de Buenos Aires. Varios de los individuos exhuma
dos por ellos, de gran antigüedad, son láguidos.
534 RODOLFO M. C A S A M I Q U E L A
EPÍLOGO
Con esto hemos llegado al final de esta presentación de los pueblos del extremo
austral del continente. Pueblos primitivos sin excepción, como se ha visto, de los
cuales sólo el último de los estudiados había alcanzado — en una escala ideal de
la evolución de las culturas— el nivel del cultivo. Todos fueron cazadores, pes
cadores y recolectores, nómadas a través de un inmenso territorio, del que sólo
iban a ser desalojados — ¡por extinción!— por el conquistador europeo.
Una primera reflexión es que, hasta el momento de ese tremendo impacto,
estos pueblos habían acreditado una continuidad de milenios. Se transforma
ron, metamorfosearon y adaptaron de diversas maneras, pero in situ. De algún
modo, más allá de incontables influencias llegadas a su ámbito por distintas
vías, los indígenas históricos son los descendientes de los que vinieron de Améri
ca del Norte y de Asia, y se beneficiaron de culturas heredadas de aquellos anti
guos inmigrantes.
Lo anterior da pie a una segunda reflexión derivada, de enorme trascenden
cia potencial: si esto es así, los antropólogos e historiadores estamos frente a la
oportimidad única de acceder a una suerte de muestreo, arqueológico y etnográ
fico, seleccionado por el juego de la cultura, del patrimonio cultural de estos
hombres paleolíticos, que — recuérdese— se emparentan con los de Asia y con
los de la propia Europa. Un legado cultural de un potencial casi infinito.
Cabe cerrar estas líneas con un llamamiento a los investigadores especiali
zados en el área, para que mediten acerca de este desafío y esta responsabilidad.
Que sepan, en fin, que con la aplicación de técnicas depuradas de investigación
todavía estamos a tiempo.
22
S O C IE D A D E S F L U V IA L E S Y S E L V ÍC O L A S D E L E S T E :
PA RA G U A Y Y PA RA N Á
B a r t o m e u M e liá
El río Paraguay ha sido, para las sociedades que junto a él se han desarrollado,
frontera y camino. Separando dos reglones ecológicamente bien diferenciadas
— pampas y savanas en la margen derecha, selvas subtropicales y campos a su iz
quierda— , fue a su vez el escenario de culturas diferentes que desarrollaron his
toricidades propias, que se desconocían mutuamente o entraban en frecuentes
conflictos.
«El río Paraguay constituía una verdadera frontera entre los chaqueños y los
guaraní del Paraguay oriental, diferentes racial, cultural y lingüísticamente, pim
pidos y paleolíticos los primeros, amazónicos y neolíticos los segundos» (Susnik,
1978: 9). Sociedades pámpidas del Sur habían aprovechado el río para sus des
plazamientos hacia el Norte, mientras que los neolíticos procedentes del Norte
se sirvieron del mismo río para sus migraciones hacia el Sur.
El doble carácter de frontera y de camino del río Paraguay fue determinando
la historia de los expedicionarios españoles, que por él buscaron la sierra de la
Plata y en él se establecieron, aliándose primero y colonizando después a las so
ciedades neolíticas y considerando siempre a los habitantes de la otra banda
como una frontera hostil.
Por el contrario, desde el Paraguay oriental hasta el Atlántico, la región que
incluía las cuencas del alto Paraná y del Uruguay media presentaba una cierta
homogeneidad ecológica y conoció de hecho el predominio de una cultura prin
cipal que fue la guaraní.
En una época que coincide con el principio de nuestra era, hace unos 2 000 años,
sociedades procedentes de la cuenca amazónica intensificaron sus movimientos
migratorios y, dirigiéndose hacia el Sur, se establecieron en las selvas subtropica
les que acompañan las cuencas del Paraná, del Uruguay y de la margen izquierda
del Paraguay. En esa región se estaban formando las sociedades que después se
rían denominadas genéricamente como «guaraní».
536 BARTOMEU MELIÁ
Las evidencias arqueológicas comprueban que los guaraní llegaron a ocupar las
mejores tierras de los ríos Paraguay, Paraná y Uruguay. Son tierras en las cuales
la técnica agrícola del rozado o coivara permite un rendimiento considerable en
el cultivo del maíz y la mandioca, entre los cultivos principales.
SOCIEDADES FLUVIALES Y SELViCOLAS DEL ESTE: PARAGUAY Y PARANÁ 537
LA VIDA GUARANÍ
La formación del modo de ser guaraní puede considerarse consolidada en sus as
pectos fundamentales a partir del siglo vil, alcanzando lo que puede considerarse
como su periodo Clásico en torno al siglo ix n.e. La cerámica de esta época es
magnífica por su forma, su tamaño y su calidad; los museos se enorgullecen de
poseer ejemplares, generalmente muy bien conservados.
La expansión migratoria había dado como resultado dos fenómenos encon
trados: la diferenciación dialectal y cultural de los diversos grupos, pero también
la extensión geográfica cada vez mayor de un modo de ser que en sus aspectos
fundamentales presentaba una gran unidad.
Los guaraní, que probablemente se autodenominaban avá, que significa «ser
humano» y «persona» en la lengua guaraní o también m byá, que significa «gen
te», tenían sin duda una fuerte conciencia de constituir un ñandeva, un «noso
tros», con un modo de ser que les era propio y exclusivo: ñandé rek o , «nuestro
modo de ser, nuestras costumbres, nuestra ley y sistema», como traduciría el pri
mer diccionario de la lengua guaraní (Montoya, [1639] 1989). Una lengua co
mún, aunque con realizaciones dialectales diferentes; un sistema de costumbres
comunes y la vivencia de experiencias religiosas con fundamentos míticos pareci
dos constituían los elementos esenciales que permiten hablar de una cultura gua
raní específica.
Esta identidad se expresaba de varios modos en la vida de cada día y en las
actuaciones críticas en que este modo de ser debía ser defendido o desarrollado.
Tal vez el momento en el que la identidad guaraní se expresaba de un modo
paradigmático era la fiesta y el banquete. Los bienes producidos en abundancia,
gracias ai trabajo en común [potyró), eran distribuidos a los convidados, que los
aceptaban conforme a las reglas de reciprocidad (jopói), que conferían prestigio
SOCIEDADES FLUVIALES Y SELVÍCOLA5 DEL ESTE: PA RA G U A Y Y PA RA N Á 539
tuvieron que asumir eran cualitativamente diferentes a los que habían tenido que
hacer frente en los siglos anteriores. La historia guaraní no se reduce a la alianza
con los españoles, como a veces se presentaba, ni tampoco a su resistencia con
tra el sistema colonial. Lo que continúa siendo lo esencial de la historia guaraní
es la voluntad de reproducir su identidad aun en medio de los cambios que se
iban presentando.
Para el periodo llamado Colonial, los guaraní tuvieron tres tipos de respues
tas que corresponden también a tres proyectos coloniales: la alianza y el mestiza
je; la reacción contra la encomienda; y la aculturación a través de la reducción
misionera.
Estas respuestas históricas de los guaraní frente a la entrada colonial se die
ron junto con otros fenómenos particulares que no se pueden esquematizar rígi
damente. Lo que se puede decir es que las relaciones entre la sociedad que se im
plantaba en esta parte de América y los guaraní, estaban generalmente marcadas
por un profundo qu id p ro q u o , que muestra hasta qué punto dos sociedades
continuaban con historicidades diferentes y hasta opuestas, aun cuando parecía
que se aliaban y una de ellas se integraba a la otra.
A lianza y m estizajes
lugar un fuerte, que llegaría a ser la ciudad de Asunción. Los kario pensaron ha
berlos introducido en su sistema de reciprocidad.
«Tenemos de paz con vasallos de su majestad los indios guaranís [esto es]
carios que viven treinta leguas alrededor de aquel puerto, los cuales sirven a los
cristianos asi con sus personas como con sus mujeres en todas las casas del servi
cio necesarias, y han dado para el servicio de los cristianos setecientas mujeres
para que les sirvan en sus casas y rozas; por el trabajo de los cuales y porque
Dios ha sido servido de ello principalmente se tiene tanta abundancia de mante
nimientos, que no sólo hay para la gente que allí reside, mas para mas de otros
tres mil hombres encima: siempre que se quiere hacer la guerra van en nuestra
compañía mil indios en sus canoas; y si por tierra los queremos llevar, llevamos
los mas que queremos; con la ayuda de Dios y el servicio de estos indios habe-
mos destruido muchas generaciones de otros indios que no han sido amigos»
(DHG, 1941: II, 299-300).
En esta relación de 1541, el capitán Domingo Martínez de Irala captó muy
bien los elementos que entraban en juego en el encuentro entre dos sistemas cultu
rales. Recibiéndolos como karaí, los guaraní-kario incluyeron a los españoles en
su propio sistema cultural, haciéndolos partícipes de la reciprocidad económica,
de la comunicación de mujeres y de sus experiencias migratorias y guerreras. Los
kario, que sufrían de la tradicional presión hostil de los guaycurú chaqueños y de
los asaltos imprevistos de los agace que dominaban con sus canoas el movimiento
del río Paraguay, pensaron que la alianza guerrera con los dueños de espadas y
arcabuces les había de ser propicia y se incorporaron a las expediciones de los
nuevos k a ra í en busca de la sierra de la Plata. Incluso la protección de las aldeas y
de las sementeras se tornaba objetivo común de españoles e indios guaraní.
Actitudes parecidas de amistad y alianza, que también se tradujeron en pro
visión de alimentos y acompañamiento en las expediciones guerreras y camina
tas transchaqueñas, fueron las adoptadas por los guaraní más norteños, como
los tobatín y los guarambaré. Al mismo proceso se incorporaron los itatín, situa
dos todavía más al Norte, entre el Aquidabán y el Mbotetey (o Miranda).
Data de los años iniciales la inclusión de los k a ra í en el sistema de parentes
co guaraní, como «cuñados», que daría lugar a una numerosa generación de
mestizos, que pronto caracterizó a la nueva sociedad colonial implantada. «Lla
máronse luego los indios y españoles de cuñados y como cada español tenían
muchas mancebas, toda la parentela acudía a servir a su cuñado» (Informe de
un jesuíta anónimo, de 1620, en MCA, 1951: I, 163).
La alianza migratoria y guerrera y la amistad por parentesco que en los pri
meros encuentros habían manifestado los kario, los tabatín y la gente de Gua
rambaré se revelaron posteriormente engañosas e ilusorias cuando los españoles
los quisieron someter a otros intereses. Cristianos y guaraní no buscaban en reali
dad ni lo mismo, ni del mismo modo. Las expediciones y guerras en las que ahora
se encontraban envueltos los guaraní no correspondían a los motivos tradiciona
les de sus migraciones en busca de una «tierra sin mal» o del lugar de un kandiré
inmortal. Tampoco los «cuñados» se comportaban como tales; más aún, cuando
las mujeres no eran ofrecidas como antes, aquellos k a ra í entraron a sacarlas por
la fuerza en tristes y violentas razzias que fueron conocidas como «rancheadas» y
542 BARTOMEU MELIA
Desde 1575 los guaraní vieron en sus tierras otro tipo de «cristiano» al que, en
vez de karat, llamaron p a ’í, porque se identificaba más con el padre de la comu
nidad indígena, providente y elocuente. Eran los misioneros franciscanos, que
después de un periodo de predicación itinerante que contribuyó positivamente a
la pacificación de los guaraní, se aplicaron a la fundación de «reducciones»,
donde los indios serían concentrados en pueblos con vistas a una vida más polí
tica y humana, según el proyecto social y político de la legislación hispánica.
Pueblos que ya habían comenzado y otros nuevos fueron así organizados como
«reducciones», donde los mitayos recibían instrucción religiosa y protección
contra los abusos de los encomenderos. Con los kario se formaron los pueblos
de Ita, Yaguarón y Altos, con los tobatín el de Tobatí, y con los de Guarambaré,
los pueblos de Ypané, Atyra, Guarambaré y Arecayá.
Los guaraní de otras regiones, que para los españoles constituían provincias
por sus características lingüísticas y culturales, conocieron sólo más tarde la pre
sencia colonial y bajo circunstancias diferentes a las que se habían dado en los
primeros tiempos de la Conquista.
Los guaraní del Guairá, que se llamarían así por el nombre de un gran jefe
de la región, habían visto pasar por sus tierras una primera expedición de «cris
tianos» con el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, en 1541, y la habían re
cibido según las reglas de hospitalidad y de reciprocidad. Años después vieron el
establecimiento en sus tierras de dos pequeñas ciudades de españoles. Ciudad
Real (1557) y Villa Rica del Espíritu Santo (1570), que se habían atribuido a los
indios de la comarca como sujetos de encomienda. Según las estimaciones que
aparecen en los documentos de la época, la población alcanzaba a 200 000 fa
milias que darían un total de unas 800 000 personas (Meliá, 1988: 61-70).
Los guaraní del Guairá conocieron, sin embargo, otro tipo de presencia co
lonial. Fueron los misioneros jesuítas quienes les propusieron «reducirse» en
pueblos grandes, donde serían instruidos en la fe católica, donde recibirían ha
chas de hierro para sus faenas agrícolas y donde, aunque incorporados a la Co
rona española como vasallos del rey, estarían exentos del servicio personal a los
encomenderos. Cómo entendían los jesuítas de la época la misión por reducción
está claro en un texto de L a conquista espiritual del padre Antonio Ruiz de
Montoya (1639): «Llamamos reducciones a los pueblos de indios, que viviendo
a su antigua usanza en montes, sierras y valles, en escondidos arroyos, en tres,
cuatro o seis casas solas, separados a legua, dos o tres y más, unos de otros, los
redujo la diligencia de los Padres a poblaciones grandes y a vida política y huma
na, a beneficiar algodón con que se vistan» (Montoya, 1989: 58).
Que la reducción traía una profunda modificación de las estructuras de la
sociedad guaraní no solamente lo sabían los misioneros y los gobernantes espa
ñoles que las propiciaban, sino que lo sentían, con tanta o mayor clarividencia,
los propios dirigentes guaraníes, sobre todo aquellos que ya tenían alguna noti
cia de la vida colonial. Estalló en realidad una verdadera «guerra de mesías», se
gún expresión de un etnólogo moderno (Métraux, 1967: 23) entre los chapianes
guaraníes que defendían el modo de ser tradicional y los jesuítas que traían una
544 BARTOMEU MELIÁ
religión nueva que afectaba a todos los modos de organización económica y so
cial, comenzando por el concepto de espacio, llegando a cambiar el ideal cultu
ral de la persona.
A pesar de la resistencia de algunos, las reducciones del Guairá, que habían
comenzado junto al Paranapanema en 1610, ganaron terreno y llegaron a ser
trece, donde se juntaron no menos de 40 000 indígenas. A los colonos españoles
les estaba prohibido aprovecharse del servicio personal de esos indios.
Hubo, sin embargo, los ataques de los bandeirantes de la ciudad brasileña
de Sao Paulo, que venían en busca de esclavos y que entre 1628 y 1631 tomaron
cautivos a unos 3 0 000 indios, obligando a los restantes a un forzado éxodo
para situarse fuera de su alcance, que dio como resultado el casi total despobla
miento de aquella región en la que los guaraní habían conocido un notable desa
rrollo durante el último milenio.
En las provincias del Sur los guaraní experimentarán un proceso similar.
Habían conocido a los españoles y se habían rebelado contra ellos. Pero se deja
ron pacificar por los misioneros, franciscanos y jesuítas. En 1609 aceptaron la
fundación de la reducción de San Ignacio, que sería la avanzada para después
llegar hasta el Uruguay medio (1619) y que años después llegaría a la provincia
del Tape, en el centro del actual Rio Grande do Sul, en Brasil, donde en un corto
lapso de tiempo se fundaron once reducciones (1632-1638). Hubo de nuevo ata
ques paulistas que las destruyeron, llevándose a otros 30 000 cautivos. Los so
brevivientes emigraron a la margen derecha del Uruguay.
Los guaraní del Itatín, que incluso habían acompañado a los españoles en la
época de las expediciones en busca de la sierra de la Plata, pero que habían que
dado relativamente libres de cualquier intervención colonizadora, fueron tam
bién catequizados por los jesuítas. También estos guaraní, atacados por los pau
listas, tuvieron que desplazarse hacia el Sur.
Los guaraní de las reducciones, una vez libres de la amenaza paulista y de la
interferencia de los pobladores y encomenderos españoles, entraron en una fase
de franca consolidación y prosperidad. Algunos pueblos, con excesiva densidad
demográfica, se dividieron y dieron lugar a otros nuevos. A partir de 1697 fue
ron restablecidos siete de estos pueblos en la margen oriental del río Uruguay, en
su antiguo territorio. De este modo se completó el número de treinta pueblos.
En 1743 la población de los Treinta Pueblos, como serán conocidas estas reduc
ciones administradas por los jesuítas, alcanzó la cifra máxima de 14 1 1 8 2 perso
nas. En 1761 la población no indígena del Paraguay, contando españoles y mes
tizos, era apenas de 32 000 individuos.
Tanto en las ciudades de españoles donde servían, como en las reducciones
franciscanas y jesuíticas, los guaraní se vieron sometidos a procesos similares
de aculturación e integración en el sistema colonial. Aunque nunca dejaron
de hablar su lengua, los guaraní modificaron la forma de su discurso y de sus
contenidos, que dejaron de significar sus cosmogonías y sus prácticas de vida
tradicionales. Los cantos rituales y los relatos míticos fueron sustituidos por las
formulaciones de la religión cristiana. La economía de reciprocidad, aunque
mantenida en términos de trabajo cooperativo y distribución comunitaria de bie
nes en las reducciones misioneras, en realidad dependía ya de los intereses mer
SOCIEDADES FLUVIALES Y SELVÍCOLAS DEL ESTE: PARAGU AY Y PARANÁ 545
L o s gu aran í selváticos
Desde las primeras entradas de los españoles en territorio guaraní hasta los últi
mos años — década de 1950, para dar algún tipo de referencia a un fenómeno
que no cuenta con fechas muy precisas— hubo grupos étnicos guaraníes que no
se vieron envueltos, por lo menos directamente, en el proceso colonial. Desde el
punto de vista de la sociedad española y misionera se les consideró kaagu a o
kaynguá, que significa «los monteses», los selvícolas o no civilizados. Su existen
cia era conocida, pero estaban localizados en áreas que quedaron fuera del in
mediato interés y de las posibilidades colonizadoras.
Los guaraní del Taromá recibieron en el siglo X V III la visita de los jesuítas
que intentaron su reducción, pero la empresa quedó truncada, tanto por la poca
voluntad que mostraron los indios para el nuevo género de vida, como porque
los mismos jesuítas tuvieron que abandonar la empresa al producirse su propia
expulsión (1768).
Selvas relativamente alejadas de los centros de población colonial, poco o
nada transitadas por los «civilizados», mantuvieron a esos guaraní lo suficiente
mente aislados como para que pudieran perpetuar libremente su modo de ser
tradicional. Apenas conocidos en sus particularidades culturales, sólo se tenía de
ellos algunas noticias que dieron los demarcadores de las fronteras entre los do
minios de España y Portugal (finales del siglo X IX ) y el viajante suizo J. R. Reng-
ger (1831), que ofrece la primera descripción etnógrafica de una sociedad selvá
tica de esta época.
Hoy, los guaraní no aceptan la denominación genérica peyorativa de kay n
guá y ni siquiera la de avá, que les era propia y distintiva, y reivindican sus auto-
denominaciones: pai-tavyterá, m byá y avá-katú o guaraní.
Los guaraní actuales presentan un índice demográfico relativamente elevado,
si se compara con las cifras que ofrecen otras sociedades de tipo amazónico. Los
pai-tavyterá, también llamados kayová, se encuentran localizados en el departa
mento del Amambái, en el Paraguay, y el Estado de M ato Grosso, en el Brasil, y
suman más de 20 000 individuos. En las últimas décadas han visto sus tierras
ocupadas por colonizadores agropecuarios y madereros, que además de produ
cir la destrucción ecológica de la región, les niegan las condiciones de una vida
546 BARTOMEU MELlA
Casa paí-tavyterá.
Fuente: B. Meliá.
En las selvas del Paraguay oriental existe otra sociedad originaria: los aché. Co
nocidos en la literatura histórica y etnográfica (Meliá y Münzel, 1971; 101-119)
como g u a ja k í e incluso como kaynguá (los selváticos), permanecieron libres, si
bien acosados y perseguidos regularmente por los propios guaraní y después por
los paraguayos no indígenas.
Indicios antropológicos insinúan que hubo en los aché un largo periodo de
aislamento genético. Indicios culturales y lingüísticos sugieren a su vez que, co
mo dice un mito de los mbyá-guaraní, los aché habrían sido guaraní que no res
petaron la danza ritual, presentándose desnudos en ella, sufriendo por ello el
castigo de volver a ser cazadores y recolectores. Lo que aparece como una regre
sión cultural y económica debe ser interpretado, tal vez, como una evolución en
sentido contrario al que se dio entre sus vecinos guaraní: una especialización en
la economía depredatoria, en vez de una especialización en la agricultura.
El léxico de la lengua de los aché es claramente de la familia tupí-guaraní,
aunque su gramática parece obedecer a un sustrato neoguaraní. Las analogías
mitológicas entre aché y guaraní son también notables.
Las primeras noticias históricas sobre los aché-guajakí las proporcionaron
los misioneros jesuitas (Del Techo, 1654; Ximénez, 1710; Lozano, 1873), que
siempre los consideraron marginales y casi irracionales por su inadaptabilidad a
la «reducción» (Meliá y Münzel, 1971: 107-119).
Desde 1954, y de modo más intenso en la década de 1970, cuando el Para
guay ensayaba un nuevo tipo de desarrollo agropecuario, los aché se vieron sis
temáticamente cercados y capturaron para llevarlos a colonias indígenas reser
vadas para ellos. Así, los aché fueron forzados a sedentarizarse y tornarse
agricultores en un proceso que les ha llevado gradualmente a perder su lengua y
sus costumbres. Se encuentran en la actualidad distribuidos en cuatro comunida
des que se diferencian claramente entre sí, ya que dependen de otras tantas insti
tuciones extrañas que se instalaron entre ellos. La población restante de los aché
era en 1982 de 3 7 7 personas (Chase-Sardi, 1990: 211-242).
SO CIEDADES FLUVIALES Y SELV(CO LAS DEL ESTE: P A R A G U A Y Y PARANÁ 549
Otra sociedad que desde antiguo ha operado como enclave en la región sin inte
grarse con los guaraní ni con los colonizadores modernos es la de los kaingang.
En el origen de los kaingang pueden estar los portadores de la tradición arque
ológica Taquara, que se reconoció desde mediados del siglo n n.e.: «La región de
los campos altos y de los pinares y la ladera este estaba habitada por grupos de ca
zadores con puntas de proyectil de la tradición umbú, antes que por la tradición
taquara. La selva de los ríos mayores la habitaban cazadores de punta de proyectil
de piedra, de la tradición humaitá. Ni uno ni otro grupo tenía esas casas subterrá
neas, ni cerámica; ni siquiera plantas cultivadas» (Schmitz, 1991: 90).
Las principales muestras arqueológicas presentan artefactos cerámicos de
pequeño tamaño, con decoración de cestería en negativo y marcas regulares de
uñas o puntas. Característica de este pueblo era la construcción de casas subte
rráneas y muros protectores, así como montículos para enterramientos y tal vez
prácticas ceremoniales.
La tradición Taquara, que conoce varias fases y conformaciones, llegó a ex
tenderse por las tierras más altas del Brasil meridional. De acuerdo con las infor
maciones arqueológicas, eran «horticultores con fuerte apoyo en la recolección,
caza y pesca» (Schmitz, 1991: 86).
Con las migraciones de los guaraní que ocuparon las tierras de la misma re
gión, el espacio para la horticultura de los primeros pobladores quedó reducido
y éste puede ser el motivo de una cierta recesión hacia una economía centrada
más en la recolección y la caza.
Los guaraní los llamaban guayaná o gualacho y por este nombre fueron de
signados en los documentos históricos de los siglos X V I y X V II, que también les
dieron el nombre de coronados, cabelludos, camperos y pinarés, en relación con
su aspecto físico y el lugar donde se encontraban. Hasta recibieron el falso nom
bre de tupí y caaguá, por ser «selváticos» (Métraux, 1946: 445-448). El apodo
de «bugre» que les dieron los neocolonizadores del siglo X IX y que todavía usa
la población regional, es inadmisible por su resonancia peyorativa. La denomi
nación de kaingang se introdujo con fines etnológicos a finales del siglo X IX . Su
autodenominación real, sin embargo, es la que los identifica con las marcas de
sus «mitades» exogámicas, en que se diferencian social y políticamente: kamé,
kañeru, etc.
Por los años de 1628 los gualacho, vecinos de los guaraní del Guairá, entra
ron a formar parte de tres «reducciones» con los jesuítas. De esta fecha es la más
antigua descripción etnográfica que se tiene. Las frases que por primera vez re
gistra el documento de Montoya (1628) revelan que se trataba de una lengua del
tronco «gé». Otros aspectos de la cultura y modo de ser kaingang anotados por
el mismo Montoya se revelaron también fundamentales: vida en pequeñas alde
as, cada una con su propio cacique, casas «como hornos», importante e intensa
participación en los ritos funerarios, marcados por el consumo festivo de gran
cantidad de chicha de miel y también buenos corredores y cargadores de pesadas
cargas, de espíritu guerrero y peleador, con frecuentes choques entre bandos
enemigos.
550 BARTOMEU MELIÁ
Las sociedades situadas en el delta y en el litoral del Paraná, en el trecho más co
nocido como Río de la Plata, desaparecieron en los primeros siglos del proceso
colonial. De algunos quedan apenas datos derivados de la arqueología y de los
documentos históricos (Lothrop, 1946: 177-190). De entre ellos los más citados
son los querandi, por su continua amenaza y su hostilidad contra los asenta
mientos de la sociedad colonial.
En el actual territorio del Uruguay dos pueblos tuvieron una presencia rele
vante durante todo el proceso colonial. Cazadores y recolectores, culturalmente
relacionados con los patagónicos, adaptaron con bastante creatividad su modo
de ser a la nueva realidad creada por la presencia colonial, que había introduci
do el ganado vacuno y caballar a gran escala en su territorio. Divididos en
pequeños grupos recibieron nombres diferentes según las circunstancias de sus
contactos coloniales. Los charrúa ocupaban los márgenes del río Uruguay, con
frecuentes incursiones hacia el interior; los minuano se localizaron más hacia el
Este, en los márgenes de las lagunas y en las proximidades de la futura Monte
video.
Los charrúa y minuano se incorporaron de un modo marginal a la economía
colonial de la región, basada fundamentalmente en el ganado. La evolución de
esta economía resultó fatídica para la sociedad indígena, cuando el colonizador,
en vez de arreador de ganado suelto, pasa a ser criador, y para ello necesita las
tierras recorridas por los indios. Los charrúa y minuano pasaron a ser peones de
las estancias o continuaron con sus correrías, cada vez peor vistas por los hacen
dados. Verdaderas guerras de exterminio en 1831 y 1832 acabaron con los cha
rrúa y minuano como sociedades originarias (Becker, 1991: 144-148).
SO C IED A D ES FLUVIALES Y SELViC O LA S DEL ESTE; PA R A G U A Y Y PARANÁ 551
H istoria y cultura
Tres de las sociedades originarias del Este, en las cuencas de los ríos Paraguay,
Paraná y Uruguay, han desarrollado una cultura que sigue diferenciándolas como
historia particular frente a la de las sociedades implantadas. Diversos factores se
han dado para ello: una densidad demográfica significativa, el rechazo práctico
del mestizaje, la organización de la sociedad sin Estado y una estructura econó
mica fundamentada en los principios de la reciprocidad. La guerra, como consti
tuyente de su identidad, ha desaparecido.
Estas sociedades han conservado la lengua indígena que les sirve de base
para construcciones simbólicas más amplias que se manifiestan en sus experien
cias religiosas. Es entre los guaraní donde se puede afirmar que «la palabra lo es
todo».
De las tres sociedades sólo los guaraní aprovecharon el río como vía de mi
gración y transporte, si bien de un modo muy limitado. Fueron las característi
cas ecológicas de los márgenes de los ríos, más que sus propios cursos de agua,
las que condicionaron el modo de ser guaraní y su historia.
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S O C IE D A D E S F L U V IA L E S Y S E L V ÍC O L A S D E L E S T E :
O R IN O C O Y A M A Z O N A S
B etty J . M eg g ers
IN VESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS
1992). Se invita a los lectores interesados en conocer los detalles de esas diferen
tes posiciones a consultar las referencias antes citadas.
EL A M BIEN TE ACTUAL
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Mapa de la parte norte de Sudaniérica en el que aparecen los ríos principales y la actual distribución general
de la vegetación tipo sabana y tipo cerrado. Fuente: Betty J. Meggers.
SOCIEDADES FLUVIALES Y SELVÍCOLAS DEL ESTE 557
Ilustración 2
Hace más de 10 000 años, condiciones más secas y quizás más frías prevalecie
ron en la mayor parte de las tierras bajas. Evidencia biogeográfica y palinológica
sugiere que la selva puede haber estado restringida a enclaves húmedos y a los
márgenes de los ríos y que una vegetación con cierto parecido a los biomas de
sabana abierta, «cerrado» y caatinga, que sobreviven hoy en los márgenes de las
tierras bajas, puede haber estado más extendida (Ilustración 3).
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Puntas de proyectil de hueso antiguas y modernas, a-c. Puntas de cónchales del alto Gua-
poré en la Amazonia meridional, datadas cerca del 6200 a.p. Cortesía de Eurico Miller.
d-e. Puntas enmangadas de manufactura reciente. Museu Paraense Emilio Goeldi.
BETTY J. M E G G E R S
562
Ilustración 5
EL PER IO D O IN TERM ED IO
mero, los sitios con cerámica aparecen a lo largo de las tierras bajas en el lapso
de unos cuantos siglos, lo que implica que el modo de vida semisedentario, ca
racterístico de las poblaciones indígenas actuales, ya se había establecido. Segun
do, las diferentes tradiciones cerámicas están asociadas con la varzea y con la té
rra firm e, lo que denota que distintas estrategias han evolucionado para explotar
estos dos ambientes. En todos los ríos tributarios del Amazonas en los que se ha
hecho prospección y en el Orinoco, el primer rápido marca una frontera perma
nente. Aunque ios sitios de los grupos de térra firm e y de varzea están a menudo
próximos (demostrado por el límite entre las fases Tauá y Tucuruí en el río To-
cantíns, Ilustración 6), no hay ejemplo de expansión en una u otra dirección.
Una dicotomía similar existe actualmente entre los grupos achuar del Oriente de
Ecuador. Las comunidades que habitan el interior no se mueven hacia las már
genes de los ríos, aun cuando éstas están libres. Los recursos para la subsistencia
en ambos hábitats requieren para su explotación estrategias suficientemente di
ferentes y ofrecen niveles bastante similares de riesgo, por lo que no hay incenti
vo para trasladarse de uno a otro (Descola, 1989: 90-91).
En el 250 n.e. el Orinoco medio fue colonizado por la fase Corozal y la po
blación barrancoide, que tuvo que dispersarse durante el intervalo árido, volvió
a ocupar el delta. En el Oriente de Marajó, el restablecimiento de la vida aldeana
está atestiguado por la introducción de la fase Formiga (Ilustración 7). En el
borde Sudoeste de la Amazonia, tres fases de la tradición Casarabe iniciaron la
secuencia cerámica en los Llanos de Mojos. Las fases más tempranas de la tradi
ción Polícroma aparecieron cerca de la boca del Negro y se diseminaron rápida
mente hasta el Juruá medio y hasta el primer rápido en el alto Madeira.
Los sitios habitacionales difieren de los periodos más tempranos por su ma
yor extensión superficial y la menor profundidad de las acumulaciones. Estas
dos características ponen de manifiesto el patrón de asentamiento semiseden
tario asociado con la agricultura itinerante. Los residuos de habitación, que se
extienden varios cientos de metros a lo largo de las márgenes de los ríos, son
producto de siglos de reocupación de la misma localidad general por grupos re
lativamente pequeños (Miller. et al., 1992. Cada comunidad, a menudo dividida
en varias aldeas, estaba integrada por relaciones de parentesco. Como sucede en
el presente, existió indudablemente en el pasado una interacción pacífica y hostil
entre comunidades adyacentes, pero la evidencia arqueológica se limita a la
adopción ocasional de alguna técnica decorativa de algún grupo vecino o a la
adquisición de algún recipiente de cerámica identificable como foráneo por su
apariencia diferente.
Alrededor del 500 n.e. (1500 a.p.), el statu qu o fue roto por un episodio de
aridez corto pero aparentemente severo producido por el fenómeno «El Niño»
(Meggers, 1994). Su impacto sobre las fuentes de subsistencia está reflejado por
discontinuidades en las secuencias arqueológicas a lo largo de las tierras bajas
(Ilustración 7). Las comunidades humanas disponen de varias opciones para ha
cer frente al hambre, entre ellas explotar un área más grande, recolectar alimen
tos comestibles normalmente no consumidos, disminuir el tamaño y la concentra
ción de la población, incrementar la movilidad y emigrar (Meggers, 1996: 190).
La evidencia arqueológica sugiere que fueron empleadas en distintos lugares dife-
SOCIEDADES FLUVIALES Y SELVÍCOLAS DEL ESTE 565
Ilustración 6
DISTRIBUCIÓN DE FASES ARQUEOLÓGICAS EN EL RÍO TOCANTÍNS
vivió a la sequía del 1000 a.p., fue reemplazada por la fase Aruá en M arajó
(Ilustración 7). La tradición Mamoré fue reemplazada por la tradición Ibaré en
los Llanos de M ojos. La población preexistente se mantuvo en el bajo Xingú,
pero la región situada por encima del primer rápido fue invadida por la fase Pa-
cajá, afiliada a la tradición Tupí-guaraní, de amplia distribución hacia el Sur.
No se han identificado reemplazos en la región de SilvesAJatumá. El impacto de
un episodio final aproximadamente en el 1500 n.e. (400 a.p.) es difícil de distin
guir de las consecuencias de la intervención europea.
CONCLUSIÓN
La llegada de los europeos fue la última de una serie de catástrofes que sufrieron
los habitantes indígenas de las tierras bajas de Sudamérica. Después de cada una
de las fluctuaciones climáticas a la Conquista, la población parece haberse recu
perado tanto cultural como demográficamente, y probablemente reforzó su habi
lidad para explotar los recursos del ambiente. El impacto de la invasión europea
se diferenció en dos sentidos significativos: 1) estuvo orientada mayormente hacia
la varzea, mientras que los episodios previos se sintieron igual o más fuertemente
en la térra firm e y 2) ha persistido durante varios siglos con creciente intensidad,
mientras que los episodios anteriores_parecen haber sido relativamente cortos.
Los grupos de térra firm e que llegaron a dominar las dificultades de su medio
ambiente tras milenios de interacción, se ven ahora enfrentados a amenazas nun
ca antes experimentadas y para las cuales no están ni biológica ni culturalmente
preparados. Simultáneamente, la biota sufre alteraciones irreversibles. A menos
que adoptemos rápidamente la estrategia indígena de aprovechar, en lugar de
oponemos a las reglas ecológicas, el maravilloso mundo encontrado por los pri
meros exploradores europeos desaparecerá para siempre de este planeta.
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L A S S O C IE D A D E S O R IG IN A R IA S D E L C A R IB E
M a r c io V e lo z M a g g io lo
Las Antillas y buena parte del Caribe estuvieron ocupadas durante milenios por
sociedades recolectoras que desarrollaron muy diversos modelos de vida. Sitios
como los de San Jacinto, Monsú, Canapote y otros en la costa norte de Colom
bia (Groot, 1989), representan un paso novedoso en el proceso recolector. Algu
nos de estos lugares presentan ya aldeas organizadas, sin agricultura y con alfa
rería, desde una época anterior al 4000 a.n.e. Se trataba de sociedades tribales
incipientes, y los hallazgos de Oyuela (1993) parecen corroborar la idea de que
alfarería y recolección en el área del Caribe fueron manifestaciones simultáneas
en algunos sitios. Lo mismo puede decirse de Monsú y Puerto Hormiga, estudia
dos por Reichel Dolmatoff también en la parte atlántica de Colombia (Reichel
Dolmatof, 1986).
En las Antillas la aparición de las primeras alfarerías no se produce sino ha
cia el siglo V a.n.e. Lo mismo que en el periodo preagrícola, la procedencia de
los grupos agricultores parece ser variada. Desde el punto de vista de las migra
ciones hacia el arco antillano se presentan dos posibles focos. El más importante
en el aspecto de migración masiva es el Oriente de Sudamérica, pero, al parecer,
tan temprana como ésta es otra migración que puede catalogarse como oriunda
del Norte de Sudamérica y posiblemente producto de sociedades agricultoras li
gadas a sitios como los costeros ubicables entre los ríos Magdajena y Frío, área
de Barlovento, en Colombia.
A los grupos procedentes del Norte de Sudamérica se les ha considerado
como protoagrícolas; sin embargo, recientes investigaciones hechas por nosotros
son reveladoras de que ya hacia el siglo III a.n.e. está presente el polen de maíz
en algunos de ellos (Veloz Maggiolo, 1994). Si bien los grupos procedentes de
Venezuela y del Oriente de Sudamérica llegaron a la isla de Trinidad y hacia
otras Antillas en el mismo siglo iv a.n.e., eran portadores de un tipo de organi
zación social basada en el cultivo de la yuca o mandioca (M anihot esculenta K.),
que se había expandido ya en gran parte del río Orinoco y en los ríos selváticos
sudamericanos desde por lo menos el 1500 a.n.e. (Angulo Valdez, 1988). Luga
res como El Caimito, Musiépedro, Honduras del Oeste, todos en el Sudeste de la
República Dominicana (isla de Santo Domingo), presentan una tipología de ar-
LAS S O C I E D A D E S ORIGINARIAS DEL CARIBE S75
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RONOUIN m am o n al. ^ '^ - 'barrancas
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COROZAL
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COLOMBIA <■'---
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Los lugares de Cuartel y Puerto Santo corresponden a grupos agricultores con alfarería
pintada también representados en las Antillas. Los lugares Ño-Carlos, Guayana, Playa
Grande, Manicuare, Punta Gorda, La Aduana y Banwari-Trace, corresponden a ocupa
ciones de grupos recolectores con contrapartida en el área antillana (Sanoja, 1983).
tefactos similares a los de los recolectores, pero con alfarería. La ausencia del
burén o budare, plato para cocer el casabe, parece sugerir que estos habitan
tes, también presentes en el Oriente de Cuba según trabajos de varios investiga
dores (Tabío y Rey, 1979) y en la zona de Matanzas, Cuba, según otros autores
(Dacal y Rivero, 1986), no practicaron el cultivo de la yuca.
Simultáneamente, los grupos de posible origen arawaco procedentes del
Oriente de Venezuela penetran en las Antillas Menores y Mayores en una exito
sa dispersión que alcanza la isla de Puerto Rico en el siglo II a.n.e., dejando
importante información en los asentamientos de la isla de Vieques, según los
trabajos de Alegría, Chanlatte, Rouse y otros autores (Chanlatte, 1981). Estos
agricultores parecen ser un desprendimiento de agricultores primeramente ubi
cados en las márgenes medias del río Orinoco, que arribando por tierra y por la
propia corriente fluvial a la costa se mezclaron, a juzgar por sus alfarerías, lla
madas «saladoides» y «barrancoides» por los arqueólogos Rouse y Cruxent
(1963). Otro uso para su designación, como el término igneri, se ha aceptado
en parte.
LAS SOCIEDADES ORIGINARIAS DEL CARIBE 5 77
St. Thomas
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Siglo IV a.n.e.
Posibles líneas migratorias de los grupos agrícolas tempranos hacia las Antillas, si
glo m a.n.e. Veloz Maggiolo, 1991.
Los grupos agricultores de posible origen arawaco parecen haber arribado a las
islas antillanas en un proceso migratorio caracterizado por la presión de las so
ciedades «segmentarias» o de «linaje», como las llamara Terray (1971), sobre
un amplio sector selvático continental. El cultivo de roza o de tala y quema del
bosque para sembrar fue el sistema fundamental de subsistencia para las socie
dades ya organizadas en aldeas con predominio de la identidad tribal. La quema
del bosque se acompañó en la zona continental del traslado permanente de la so
ciedad, puesto que la misma no podía permanecer en un mismo lugar largo tiem
po, debido a que la quema y el cultivo desertizaban los suelos. De modo que la
sociedad tribal que habitaba una decena de años el mismo sitio, a la vez que cre
cía demográficamente, necesitaba de otros suelos para repetir el proceso. La seg
mentación fue la base de un sistema económico cuyo modelo productivo era
extensivo y dentro del cual la fragmentación del grupo social obligaba a un pro
ceso de identidad porque la extensión de los grupos necesitaba de un permanen
te sistema de reconocimiento (Terray, 1971).
Las primeras sociedades agricultoras se ubicaron en la isla de Trinidad, muy
cerca de la costa de Venezuela, pero también lo hicieron en las islas de Antigua,
Guadalupe y San Martín, produciendo una importante transformación de su ini
cial sistema de cultivo continental. Las sociedades saladoides buscaron, entre el
siglo IV a.n.e. y el siglo V n.e., sitios cercanos al mar, abandonando lentamente el
cultivo de tala y quema del bosque e incrementando la recolección y la pesca
marina como un modo de proteger las zonas de cultivo.
LAS S O C I E D A D E S ORIGINARIAS DEL CARIBE 579
saladoide en tránsito ya hacia otro tipo de expresión cultural como sería la lla
mada Ostionoide, en la que la sociedad comienza a desarrollar nuevas técnicas
de producción, como veremos. Pese a estas afirmaciones, Maisabel presenta una
alta tasa de mortalidad de la población, en la que poca gente llegaba a la vejez.
Los varones vivían más que las mujeres. Las muertes por parto fueron muy co
munes y las enfermedades infecciosas se manifestaron muy a menudo (Siegel,
1991).
El patrón de vida de estos grupos que inicialmente provenían de la costa o la
selva venezolana no cambió radicalmente el sistema de tala y quema, combinán
dolo con una recolección intensiva.
Los enterramientos, muchos de ellos realizados dentro de las viviendas, fue
ron completados en la parte más temprana de la ocupación, como aconteció en
los sitios Morel I y Morel II, en la isla de Gudalupe, con ofrendas de cuentas de
piedras semipreciosas, similares a las confeccionadas por los grupos de La Hue
ca, en la isla de Vieques.
Es evidente que los grupos saladoides insulares desarrollaron en cada isla nuevas
alfarerías y que el intercambio entre las islas fue creciente. En las Antillas Mayo
res los desarrollos locales fueron una constante en las alfarerías, mediante las
cuales se establecieron estilos que permiten una secuencia. Muchos de los mode
los de alfarería con su origen en la costa venezolana siguieron subsistiendo y
poco a poco el sistema de cultivo de roza, o sea, de la quema del bosque para
sembrar en el terreno, fue equilibrado con una intensa fase de pesca, caza y reco
lección. Los contactos entre las islas y la parte continental venezolana están con
firmados por estudios como los de E. Maíz (comunicación personal, 1990) en la
LAS S O C IE D A D E S O R IG IN A R IA S DEL CARIBE 581
costa sur de Puerto Rico, donde hacia el siglo rv n.e. alfarerías similares a las del
sitio venezolano Puerto Santo se relacionan con restos de fauna como la del ave
guacamaya, ausente en la fauna antillana y por tanto procedente de la zona con
tinental.
Puerto Rico fue un importante centro «experimental» en la historia agrícola
temprana de las Antillas. Muchos lugares de la isla, como el sitio Cuevas o el lla
mado Guayanilla (Chanlatte, 1993), revelan un cambio de estilo en sus alfare
rías, produciendo a partir de las iniciales formas saladoides-barrancoides mo
delos con tendencia a la decoración polícroma, en el caso de Guayanilla y las
vasijas rojas con bordes biselados o alisados, en el caso del llamado «estilo Cue
vas». En ambas oportunidades los estilos citados tienen una profunda relación
con sociedades antillanas locales que manejan con propiedad su medio ambiente
y que están ligadas profundamente a lugares costeros en el Sur de la isla. Se trata
de navegantes que intercambian productos, y principalmente los portan de la
zona costera a la de montaña; pero los portadores del estilo Cuevas se desplazan
hacia el año 670 n.e. hacia la isla de Santo Domingo, en cuya costa sur desarro
llan el mismo patrón, que incluye pesca de alta mar, grandes bohíos o casas co
lectivas, enterramientos en zonas especializadas, la cremación en ocasiones de
sus propios muertos y enterramientos dentro de las zonas de vivienda.
En la isla de Santo Domingo los representantes de las sociedades «cuevoi-
des» se ubicaron en la costa sur y en lugares ricos en fauna marina, como son los
sitios llamados Corrales, Nigua, Boca Chica y Juandolio, asentándose en aldeas
frente al mar, en la propia costa y junto a promontorios de paredones de piedra
caliza donde existían fuentes naturales de abastecimiento y, segíín estudios de
polen prehistórico (Veloz Maggiolo, 1994), importantes reservas de guáyiga o
’ am ia, cuyo uso en la prehistoria antillana ha sido harto comprobado.
Z
Hacia el año 600 n.e. las sociedades arawacas en el arco antillano alcanza
ban sólo las Antillas Menores, Puerto Rico y la isla de Santo Domingo. Las evi
dencias de sociedades agrícolas o agricorecolectoras en Cuba, de posible origen
norcolombiano, siguieron su desarrollo hasta aproximadamente el siglo vni,
cuando entran en Jamaica y en el Oriente de la isla los primeros agricultores con
raíces sudamericanas. Esos agricultores provenían de la isla de Santo Domingo,
que recibió una nueva migración desde la isla de Puerto Rico, donde se detectan
los primeros grupos llamados «ostionoides».
LOS OSTIONOIDES
formas de cuencos a veces alargados, menos anchos que largos, llamados «navi
culares», tienden a indicar que se trata de una mezcla de estilos que parta tal vez
del llamado Cuevas o del saladoide tardío de la costa. No existe una aceptación
común para establecer los orígenes ostionoides, puesto que al final de las ocupa
ciones las alfarerías aceptan modelados y modelados incisos, producto de otras
mezclas locales en las islas. Una rama de los ostionoides emigra hacia la isla de
Santo Domingo, penetrando por la costa este hacia mediados del siglo vil, mien
tras que otra penetra por la costa sur hacia la misma época. Al parecer los grupos
ostionoides presentan una relación o contacto con las costas del Caribe continen
tal. Sus dioses alados, o murciélagos representados en colgantes planos, son simi
lares a los de la región andina del área de Santa Marta, donde se desarrollaban
los primeros grupos taironas de Colombia; los enterramientos dentro de las vi
viendas eran comunes, pero la más importante novedad propiciada por estas so
ciedades del siglo VII fue el uso del llamado «montículo agrícola».
En el Sur de Puerto Rico, cerca de la ciudad de Ponce, los montículos agrí
colas parecen haber sido la base de la sociedad ostionoide. Consistían en el amon
tonamiento de tierra y residuos de alimentación y cenizas para la formación de
promontorios sobre los cuales se llevaban a cabo nuevas modalidades agrícolas.
El montículo agrícola permitió un control de la producción y un modelo más fá
cil de subsistencia. Se trataba además de una infraestructura en la cual la labor
colectiva era fundamental. A partir de los ostionoides, los arawacos antillanos
inician un proceso claro de distribución de espacios, con la presencia ya en los
siglos VHI o IX n.e. de plazas para el juego de la pelota, como acontece en el sitio
de Las Flores, en Puerto Rico.
La capacidad de extensión de los ostionoides y su mejor uso de los espacios
se explica por la absorción de las sociedades agrícolas que los precedieron en las
Antillas Mayores y por la rápida dispersión interisleña de sus comunidades. En el
siglo IX estos grupos ya habían arribado a Cuba y Jamaica. Es muy posible que
en Cuba y tal vez en Jamaica influyeran sobre sociedades aisladas durante siglos.
En el caso de la isla de Cuba, la secuencia ostionoide aún no es clara, pero sí lo es
en la isla de Santo Domingo, donde se ubicaron siguiendo la misma ruta marina
de los habitantes del «estilo Cuevas» y penetrando igualmente en los grandes va
lles, donde aprovecharon las arenas limosas y ricas en desechos de los ríos de co
rriente importante, para ubicar sus poblados en las pequeñas zonas de depósito.
Es muy posible que las sociedades ostionoides (que toman su nombre arque
ológico del sitio Punta Ostiones, en Puerto Rico) comenzaran a producir una es
pecie de surplus o sobrante que obligó a una formulación de la distribución de la
producción. Como en todos o casi todos los casos de las sociedades de selva tro
pical de origen arawaco con raíces continentales, el stock alimenticio estuvo ca
racterizado por el uso de raíces comestibles, de las cuales algunas como la yuca y
la guáyiga o Zamia, eran modificables y fueron modificadas y las otras eran usa
das de manera natural. Los frutales fueron factor importante en la subsistencia y
el desarrollo de sistemas de pesca sofisticados entre los que se incluyen artefac
tos como las nasas o trampas, los corrales para obturar los caños y evitar la hui
da de los peces, las redes, los anzuelos, las canoas para ríos y mar fueron impor
tantes elementos equilibrantes del ahora más productivo proceso agrícola.
LAS S O C IE D A D E S O R IG IN A R IA S DEL CARIBE 583
Para la mayoría de los historiadores del Caribe temprano, las culturas taina y
macorís, identifica bles a través de las alfarerías «Boca Chica» y «Meillac»,
proceden de ramas de los ocupantes locales ostionoides antes señalados. Al pa
recer, en la isla de Santo Domingo se produjo un proceso simultáneo de desa
rrollo partiendo de estos tres tipos de sociedades. Hacia el siglo ix n.e. nuevos
modelos alfareros hablan de una gran diferenciación en la isla de Santo Do
mingo. Mientras que en la parte central de la misma, actual valle del Cibao,
emergen grupos cuyas alfarerías se basan en las viejas formas ostionoides, a las
cuales se agregan incisiones cruzadas, modelos de aplicación con tiras de ba
rro, esgrafiados y un sistema decorativo nuevo en las Antillas, en las zonas
costeras del Este de la isla comienzan a desarrollarse sobre las formas ostionoi
des alfarerías de rico modelado, con un dominio de las formas estéticas. Estas
últimas, llamadas «chicoides» por ser el poblado de Andrés-Boca Chica, en la
isla de Santo Domingo, su lugar de cabecera, corresponden a los primeros gru
pos tainos, los cuales desarrollaron la más importante cultura antillana y del
Caribe.
Al parecer, el cultivo en montículos agrícolas trajo como consecuencia una
mayor productividad. El crecimiento demográfico se incrementó en las Antillas
Mayores desde el siglo X II n.e. en adelante y aldeas relativamente grandes se han
localizado en muy diferentes lugares antillanos, incluyendo la isla de Cuba y la
de Jamaica. De este periodo son los más destacados modelos cacicales, es decir,
sitios con plazas indígenas para el juego de la pelota llamadas bateyes, circunda
das en numerosas ocasiones por viviendas. Se trata por tanto de una sociedad
organizada en jefaturas o cacicazgos, en la que el cacique representa un poder
casi soberano con tendencia hacia la teocracia. Las características de este modo
de vida cacical se resumen en el casi abandono del llamado «cultivo de roza» ya
explicado; en unas relaciones de producción más orientadas hacia un poder cen
tralizado; en la tendencia hacia grupos familiares más restringidos, nucleados; en
584 MARCIO VELOZ MAGGIOLO
fe --
el color negro del cuerpo, y en el uso de cabellos muy largos y de redecillas, así
como de arcos grandes sólo comparables a los de los usados por los grupos cari
bes, que ya hacia el siglo XII n.e. habían hecho su entrada en las Antillas M eno
res, convirtiéndose en enemigos frontales de los agricultores arawacos, rama a la
que pertenecían los tainos, ciguayos y macorijes.
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ÍN D IC E T O P O N ÍM IC O
A zuay: 3 5 9 , 3 6 2 , 3 6 3 Buenavista: 3 3 4
A zuzul, E l: 1 4 6 Buenos A ires; 4 9 , 6 1 , 5 0 6 , 5 3 0 , 5 3 3 , 5 4 0
Buey M u erto : 4 7 2
B ah ia; 3 4 , 6 5 Burdeos: 4 9 3
B aik al: 4 5 B u ricata 2 0 0 : 3 3 8
B a jío , E l: 8 0 , 1 6 9 , 1 7 1 , 1 7 4 , 2 0 4 , .2 0 5 ,
248, 2 5 8 , 298 C ab allo yu q: 4 3 5
B alsas: 1 3 1 , 1 6 5 , 1 6 8 , 1 7 4 , 2 0 5 , 2 1 1 C ab an a: 4 4 3
— depresión del: 75 C acah u aten co: 16 8
B a n w a ri-T ra ce: 5 7 2 C a ca x tla (T la x c a la ): 1 6 5 , 2 0 1
B a rsto w : 2 6 2 C ach ap oal: 4 6 1
B a rra n ca : 4 2 5 C achipuy: 5 3 1
B arrera M o d rá n : 5 7 2 C ah u ach i: 4 1 6
B asal, E l: 3 3 4 C ah u illa: 3 0 1 ,3 1 1
B a tá n G ran d e: 4 1 7 C aillo m a: 4 4 1
B aú l, E l: 1 7 9 , 1 8 2 C aim anes III: 5 7 8
B eagle: 5 0 7 C aim ito : 5 7 4
— ca n a l del: 5 1 8 C ajam arca: 3 9 1 , 4 1 9 , 4 2 7 , 4 3 1 , 432,
B ecán : 1 7 8 , 1 8 0 4 3 3 ,4 8 1 ,4 8 2
B elén : 4 6 6 , 4 7 9 C alakm u l: 7 8 , 9 2 , 1 8 2
B elén -A b au cán : 4 7 8 C alam gone: 3 8 2
B elice: 6 9 , 8 5 , 8 6 , 9 3 , 1 7 5 , 1 7 6 , 1 7 8 , C alar: 4 5 4
571, 572 C alch aqu i: 4 6 6 , 4 7 1 , 4 7 6 , 4 7 9
B elice, valle de: 1 7 7 C a licó : 2 6 2
B elo H o riz o n te: 64 C alifo rn ia: 4 7 , 4 8 , 5 8 , 5 9 , 2 6 1 , 2 6 2 , 264,
Bering, estrecho: 41, 44, 4 6 , 67, 85, 86, 2 6 9 -2 7 1 , 2 7 4 , 2 7 5 , 2 8 0 , 2 8 1 , 301,
104 3 0 3 - 3 0 5 ,3 8 8 ,4 9 7
Bering, m ar de: 4 1 C alim a, región: 1 1 2 , 3 2 7
B eringia: 4 1 , 4 2 , 4 4 , 4 5 , 4 6 , 5 4 , 8 6 , 1 0 4 C alim a, río : 3 1 1 , 3 1 7 , 3 1 8 , 3 2 5
B erkeley: 3 8 8 C alim a, valle de: 3 3 1 , 3 3 3 , 3 3 4
Beni: 3 2 C alle de los M u ertos: 1 5 5 , 1 5 7
B ío -B ío : 4 6 2 C allejó n de H uaylas: 1 0 6
B lacicw ater: 2 6 4 C aló n , El: 1 2 8
B o ca C h ica : 5 8 1 C am aro n es: 4 5 6
B o ca s, L as: 1 3 5 , 1 3 9 C am in a: 4 5 9
B o g o tá : 3 4 - 3 6 , 5 5 , 3 1 7 , 3 1 8 , 3 1 9 , 3 2 5 , C am peche: 7 6 , 7 7 , 8 4 , 8 5 , 1 7 6 , 178,
327, 328, 341 1 8 0 ,1 8 4 ,1 9 3 ,2 1 9
B o la ñ o s, río : 2 3 6 , 2 4 2 C am p o D o rad o; 4 7 2
B o la ñ o s, valle de: 2 3 8 C an ad á; 2 7 , 4 1 , 4 4 , 2 7 3 , 2 8 9 , 2 9 5
B oliv ia: 3 6 , 3 7 , 9 9 , 1 0 1 , 1 1 2 , 2 0 9 , 3 8 7 , C an ap ote: 5 7 4
445, 459, 463, 466, 474, 482, 485, C an delaria, L a: 8 5 , 1 7 6 , 2 5 0 , 2 5 1 , 273,
489, 5 0 1 ,5 0 3 , 5 4 8 , 5 6 3 ,5 6 6 472
B o m b o isa : 3 7 6 C anendiyú: 5 4 6
Bonam pak: 78 C añ ad a, L a: 2 0 6 , 2 1 3
B ó ra x : 2 6 4 C añ ar: 3 7 8
B osq u e, E l: 5 1 C añ ete: 4 2 6
B rasil: 2 2 , 3 2 , 6 2 , 9 9 , 1 0 7 , 3 1 5 , 5 3 2 , C añ ón de B oqu illas: 2 0 7
5 4 4 -5 4 6 , 5 4 8 -5 5 0 , 5 5 4 , 5 6 0 , 5 86 C aq u etá: 3 1 7
B ra z o s: 2 7 6 C aracas: 1 1 0
B reck n o ck : 5 1 4 C a ra co l, E l: 78
B row nsville: 8 2 C aran g a: 4 6 1
B ru jo , E l: 3 8 9 C aranqu i: 3 8 4
B u ch eli: 3 3 4 C arcarañ a; 5 3 0
(NDICE TO PON ÍM ICO
642
C a rd o n a l: 7 4 C h ap alan g an a: 242
C a rib e ; 2 9 , 3 2 , 5 1 , 7 7 , 8 2 , 8 4 , 8 5 , 9 9 , C h aqu iago: 4 7 5
101, 184, 194, 31 5 , 318, 322, 331, C h arcas: 462, 463
33 8 , 341, 571, 57 2 , 57 4 , 578, 582, Chenes: 1 8 3 , 19 3
583 Chiá ni; 327
C a rin g a ; 4 2 0 C hiap a de C o rz o : 1 7 9 , 1 8 2
C a riq u im a ; 4 4 5 C h iap as: 4 8 , 7 0 , 7 7 , 8 3 , 8 8 , 8 9 , 9 3 , 1 2 5 ,
C a rril, E l; 5 8 4 146, 175, 176, 178, 179, 181, 184,
C a sa b in d o ; 4 7 1 , 4 7 4 , 4 7 8 1 9 3 ,1 9 4
C asas G ran d es; 2 5 7 , 2 9 5 , 3 0 7 , 3 0 8 , 3 1 0 , C h icam a; 3 8 7 , 3 8 8 , 3 8 9 , 4 1 4
312 C h icha; 4 6 6
C a sm a ; 4 1 5 C h ichén Itzá: 9 3 , 1 8 3 , 1 9 3 , 1 9 7 , 2 5 7
C a sp in ch a n g o : 4 7 8 C h ichim eca: 2 8 8
C a stillo d e T e a y o ; 1 6 8 , 2 1 9 C h iclin : 3 8 8
C a ta m a rca ; 4 7 1 , 4 7 2 , 4 7 5 , 4 7 6 , 4 7 8 C h ico del C h u b u t; 5 3 2
C a u ca ; 3 1 5 , 3 1 7 , 3 2 2 , 3 3 1 , 3 3 3 , 3 3 7 , C h ico an a; 4 6 6
34 1 , 345, 359 C h ico m o zto c; 2 4 6 , 2 4 9
C a u ce , E l: 51 C hih uah ua, desierto de; 2 3 2
C a y a m b é; 3 8 4 C h ih u ah u a, estad o: 2 4 6 , 2 5 7 , 2 8 5 , 2 8 7 ,
C ayo M arco; 2 7 9 288, 29 0 , 2 9 2 , 295, 300, 302, 307,
C a z o n e s; 8 2 , 2 2 1 3 1 1 ,3 1 2
C e d ra l, E l: 4 8 C h ilca, cañ ó n de; 1 0 6
C e ja de Selva; 4 3 3 C h ilca, lom a: 1 0 8 , 4 1 4 , 4 2 0
C em p o a la : 8 3 , 2 2 1 , 2 2 2 C h ilco s: 4 3 3
C e rrio s: 3 0 4 C hile: 3 1 , 3 2 , 3 4 , 5 4 , 5 9 , 6 1 , 9 9 , 1 0 1 -
C a rrito s: 2 0 6 105, 116, 356, 375, 391, 442, 445,
C e rro A zul; 4 2 6 454, 462, 463, 466, 468, 469, 481,
C e rro C o lo m a : 3 3 1 485, 488, 489, 500, 506, 507, 529,
C e rro C o lo ra d o ; 4 7 2 531
C e rro E l D iq u e: 4 7 2 C h illón : 4 1 5 , 4 2 5
C e rro E n can tad o ; 2 3 6 , 2 3 8 , 2 4 0 C h illos: 3 8 0 , 4 8 5
C e rro M o ra d o ; 4 7 8 C h iloé: 5 0 7 , 5 0 9
C e rro N a rrío : 3 7 1 , 3 7 2 , 3 7 3 C h im alh u acán : 4 9 7
C e rro s: 7 8 , 1 7 8 , 181 C h im b o razo ; 3 8 0
C h acao; 4 4 5 C h im o r: 4 2 3 , 4 3 1 , 4 3 3
C h a ch a : 4 3 6 C h im ú ; 1 1 5 , 4 1 7 , 4 2 6 , 4 8 1
C h a ch a p a : 1 6 0 C h in a; 4 5 , 4 6 , 1 0 3
C h a ch a p o y as: 4 3 3 , 4 3 8 C h in a, lago de: 2 6 4
C h a c o , región: 3 2 , 1 0 0 , 1 1 6 C h in ch a, región : 1 1 5 , 4 1 7 , 4 2 7
C h a c o , ca ñ ó n del: 3 0 3 , 3 0 7 C h in ch a, valle de; 3 8 2 , 4 2 7
C h a lca tz in g o : 7 5 , 1 3 2 , 1 3 4 C hinchaysuyu: 1 1 4
C h alch ih u ites: 8 1 , 1 5 4 , 1 7 4 , 2 0 3 , 2 4 2 , C h in ch ih u ap i: 5 9
2 4 3 , 24 8 , 249 C hinchipe: 3 7 6 , 3 7 8
C h a lch u a p a: 1 4 8 C hingú: 1 6 9 , 17 1
C h a lc o ; 9 9 , 1 5 2 C h ip iric; 4 3 6
C h a m a l: 2 1 9 C h ira: 3 9 0
C h a m e tla ; 2 0 6 C h iu -C hiu (A tacam a la B a ja ): 4 6 0
C h a n a l, E l; 2 0 7 C h oap a: 4 5 1 , 4 5 2 , 4 5 5
C h a n ca y : 4 1 7 , 4 1 8 , 4 2 5 C h o b sh i; 3 6 2 , 3 6 3 , 3 6 4
C h a n ch a n : 4 1 7 , 4 2 3 C h o có : 3 4 5
C h a n ch á n ; 3 8 0 C h oele C h oel; 5 0 1 , 5 3 2
C h an d u y ; 3 6 9 C h o k o tk a : 1 0 4
C h a n g a ca ro : 3 7 8 C h olu la: 1 5 2 , 1 6 0 , 1 6 5 , 2 2 2
C h a n tu to ; 8 3 , 1 2 1 , 1 7 8 C h on g ón: 3 6 0 , 3 7 3
ÍN DICE TOPONÍM ICO 64 3
D esead o : 5 0 5 , 5 0 6 G alin d o : 3 2 7 , 4 1 7
D ezh ney: 8 6 G allo , E l: 1 6 2
D ia b lo s: 2 7 3 G an te: 4 9 3
D io m ed es: 86 G arag ay : 4 1 5
D iquiyú; 1 5 3 , 1 6 4 G avilán G ran d e: 2 0 6
D irin g -Y u rek h : 4 5 G eorg ia: 2 7 8 , 2 7 9
D o n cella s: 4 7 4 , 4 7 5 , 4 7 8 G ila: 2 7 9 , 2 9 3
D o ra d o , E l: 3 2 7 G oias: 6 5
D u ch azelan : 3 8 0 G ran T u n a l: 2 5 0 , 2 5 1
D u ra n g o : 2 0 3 , 2 4 2 , 2 4 6 , 2 5 7 , 3 0 2 , 3 0 7 G ran des L lan uras: 4 2 , 4 3 , 4 4 , 4 8 , 5 0 , 5 4
D z ib ilch a ltú n : 1 7 8 , 1 8 0 , 1 8 1 , 18 5 G rifo s, L os: 4 8
G rijalv a: 8 4 , 1 4 6 , 1 7 6
E ca te p e c: 1 51 G u ad a la ja ra : 4 8
E cu a d o r: 2 9 , 4 9 , 5 0 , 5 5 , 5 7 , 9 9 , 1 0 1 , G u ad alcázar: 2 5 1
103, 106, 107, 111, 112, 115, 209, G uad alupe, isla: 5 7 8 - 5 8 0
315, 317, 327, 345, 359, 361, 365, G uad alupe, río : 2 7 4 , 2 7 5
370, 375, 3 7 6 , 378, 380, 382, 385, G u ad och eri: 3 5 3
3 9 0 , 4 2 2 , 4 2 7 ,4 8 1 ,4 9 3 , 564 G uad uas; 3 3 1
Edzná: 1 8 3 G u ad u ero: 3 3 1
E je N eovolcánico: 7 4 , 7 5 , 7 6 , 7 7 , 2 0 3 , 2 0 5 G u aira: 5 4 3 , 5 4 4 , 5 4 9
E n ca n to , E l: 3 6 8 G u alu p ita L as D alias: 1 5 2
E sm erald as, p ro v in cia: 3 2 8 G u a m o , El: 3 3 1
E sm erald as, río : 3 3 4 , 3 7 0 , 3 7 3 , 3 7 5 , G u a n a ju a to : 1 5 1 , 1 5 4 , 1 6 9 , 2 0 4 , 2 0 9 ,
380, 382 2 29 , 234, 238, 240, 242, 243, 248,
E sp a n to sa : 88 249, 251, 2 5 5 , 257, 258
E sp añ a: 3 5 1 , 3 8 7 , 5 4 5 G u ap o ré; 5 6 0
E sp in al, E l: 3 3 1 , 3 3 8 G u aram b aré: 5 4 1 , 5 4 2
Espíritu S a n to , cueva de: 51 G u arco : 4 2 4 , 4 2 6 , 4 2 7
E spíritu S a n to , estad o: 6 3 G u arin ó : 3 3 8
E sta d o s: 5 0 0 , 5 0 8 G uasave: 2 0 6 , 2 0 9
E stad os U n id os: 2 7 , 4 1 , 4 2 , 7 4 , 8 0 , 8 6 , G u ataco n d o : 4 5 4 , 4 5 9
2 04 , 232, 238, 246, 251, 267, 272- G uatem ala: 4 3 , 4 9 , 5 0 , 6 9 , 7 0 , 7 2 , 7 7 , 8 3,
2 7 4 , 2 7 7 , 2 7 8 , 2 8 8 -2 9 0 , 29 3 , 295, 88, 89, 9 3 , 121, 122, 125, 146, 148,
296, 312, 345, 387, 554 1 6 0 , 1 7 5 -1 8 1 , 1 8 4 , 1 9 3 -1 9 5 , 1 9 8 , 2 5 5
E ten : 3 8 9 G u atem ala, valle de: 1 7 9
E tla : 1 6 1 , 2 1 6 G u atem ala K am inaljuyú : 178
E tz a tlá n : 2 0 9 G u au ra: 4 2 5
E u ra sia : 2 6 G u ay an a: 5 5 5 , 5 7 2 , 5 8 6
E u ro p a : 1 3 , 2 7 , 2 9 , 3 1 , 4 3 , 4 8 1 , 5 3 4 G u ay an as: 2 9 , 3 2 , 3 4 , 5 1 , 5 8 4 , 5 8 6
G u ay an eco (W ayan ek ): 5 1 0
F ell: 4 9 , 6 1 , 5 0 6 G u ay an illa: 5 8 1
F o lso m : 4 3 G u ay aq u il, ciud ad: 111
F iagstall: 3 0 1 G u ay aq u il, g o lfo de: 3 6 8 , 3 7 3 , 3 7 5 , 3 8 2
F lo r del B osq u e: 1 6 0 G u ay as: 3 6 0 , 3 6 6 , 3 7 0 , 3 7 3 , 3 8 0 , 3 8 2
F lo res, L as: 2 1 9 , 5 8 2 G u ay llab am b a: 3 6 2
F lo rid a : 2 6 1 , 2 6 4 , 2 7 8 , 2 7 9 , 2 8 1 , 3 4 5 , G u errero : 7 5 , 7 6 , 8 3 , 1 2 2 , 1 2 9 , 1 3 2 ,
571 1 6 0 ,1 6 8 ,1 7 2 , 174, 2 0 5 , 2 22
F lo rid a , L a: 4 1 5 G u ien go la: 2 1 5
F ra n cia : 2 7 , 3 8 7 , 3 8 8 G u ilá N aq u itz: 88
F río : 5 7 4 G u ita rrero : 1 0 6
F u erte: 8 1 , 2 0 5 , 3 0 0 G u y an a: 5 5 3 , 57 1
H a ití: 5 7 2 Ichsm a: 4 2 5 , 4 2 6
H ald as: 4 2 0 Idaho: 4 3
H atu m C a ñ a r: 3 8 2 Iglesia de los In d ios: 4 7 5
H a tu n C o lla ; 4 1 9 , 4 3 6 , 4 4 0 , 4 4 1 Iguanil: 4 2 0
H ern an d arias: 5 3 3 Ihuatzio: 2 1 1
H id alg o: 8 0 , 8 3 , 1 6 0 , 1 7 0 , 2 0 4 , 2 1 8 , Haló: 5 5 , 3 6 2 , 3 6 3
2 1 9 , 2 2 1 ,2 4 6 , 2 4 9 lio : 5 8 , 4 2 0 , 4 8 5
H im alay a: 3 5 7 Im babura: 1 1 5
H inds: 2 7 3 Im bilí: 3 3 4
H ohoham : 2 3 8 , 2 4 0 India; 5 4 0
H o k k a id o : 4 7 Infante, El; 4 7 4
H ondo: 84, 176 Inga, El: 4 9 , 5 5 , 5 8 , 3 6 2 , 3 6 3
H o n d u ras: 6 9 , 7 7 , 1 4 8 , 1 6 5 , 1 7 2 , 1 8 4 Ingenio del A renal: 4 7 2
H ond u ras del O este: 5 7 4 Isla, La: 4 7 4 , 4 7 5
H o nshu : 4 6 , 4 7 Isla G rande: 5 0 0 , 5 0 5 , 5 0 7 - 5 0 9 , 5 1 4 -
H o rn illo s: 4 7 8 5 1 6 ,5 2 2
H o rn o s: 5 0 0 , 5 0 8 , 5 1 4 Isluga: 4 4 5
H u aca P rieta: 4 1 4 Itata: 4 6 2
H u a ch ich o ca n a : 4 6 9 Itatin : 5 4 4
H u aih u aran i: 4 5 9 Ixim ché: 1 9 5
H u alfi: 4 7 1 , 4 7 2 , 4 7 5 , 4 7 6 , 4 7 8 Ixtlán del R ío ; 2 0 6
H u allag a: 3 9 0 , 4 3 7 , 4 8 4 Izapa: 1 7 9 , 1 8 0 , 1 8 2
H u am ach u co : 4 3 1 , 4 3 2 Iztaccíh uatl: 7 5 , 1 5 2
H u am alíes: 4 3 7 Iztapalapa; 1 5 2
H u am anga: 4 3 5 Iztapan: 4 8 , 4 9
H u am elu lp an: 1 5 3
H u an acach e: 5 0 1 , 5 0 3 Ja ch a l; 4 7 8
H u a n ca b a m b a : 3 5 9 J a la : 2 0 6
H u an cavelica: 4 3 5 Ja la p a ; 7 5 , 2 2 1
H u a n ta : 4 3 5 Jalieza: 163
H u a n ta r: 4 1 5 Ja lisc o ; 7 2 , 8 0 , 9 5 , 1 5 4 , 1 7 4 , 2 0 4 , 2 0 5 ,
H u án u co: 1 0 7 , 4 3 1 , 4 3 7 , 4 8 3 , 4 8 4 , 4 9 3 207, 209, 234, 236, 238, 240, 242,
H u á n u co P am pa: 4 3 8 , 4 8 4 , 4 9 3 , 4 9 4 246, 248, 2 5 0 , 251
H u án u co Perú: 1 0 1 Ja m a ica : 5 8 1 - 5 8 4
H u arm ey: 4 1 7 , 4 2 3 Ja p ó n : 4 6 , 1 0 7
H u aro ch u rí: 3 5 3 Ja u ja : 3 5 3 , 4 3 3
H u ascam á: 2 1 9 Jequ etep equ e: 3 9 9
H u ascarán : 101 Jo b o , E l: 5 2 , 5 3 , 5 4 , 5 9
H u a u r a :4 1 7 , 4 2 4 , 4 2 5 , 4 3 7 Jo n d a ch i: 3 6 3
H u a xteca : 9 6 , 2 0 4 , 2 1 8 , 2 1 9 , 2 2 2 , 2 5 2 Jo n u ta ; 7 9
H udson: 4 2 , 4 4 Ju an d o lio : 5 8 1
H u eca, L a: 5 7 9 Ju árez: 7 6 , 7 7
H u ech ulafquén : 5 0 0 , 5 3 2 Ju ch ip ila: 2 3 6 , 2 4 2
H u erta , L a; 4 7 8 Ju ella: 4 7 8
H u ertas: 4 3 7 Ju ju y : 4 6 6 , 4 6 9 , 4 7 1 , 4 7 2 , 4 7 6 , 4 7 8 , 4 7 9
H u exo tz in co ; 2 2 2 Ju n ín : 1 0 5 , 1 0 6 , 4 3 5
H u eyatlaco: 4 8 Ju ru á: 5 6 4
H uistle: 1 7 4 Ju x tla h u a ca : 1 3 2
H um a H u a ca : 4 6 6 , 4 7 1 , 4 7 4 , 4 7 6 , 4 7 8
K abah : 85
le a , ciudad: 4 1 7 , 4 2 4 K alah ari: 4 8 8
le a , d esierto: 1 1 0 K am ch atk a: 4 7
le a , valle de: 4 1 6 K am inaljuyú ; 1 6 0 , 1 7 9 , 1 8 0 , 1 8 2 - 1 8 4
Ichpantú n: 1 8 3 K ip ón: 4 7 2
6 46 ÍNDICE TO PO N ÍM ICO
K la m a th : 2 6 9 M ach ach i: 3 8 0
K o m ch en : 181 M ach alilla: 3 7 0
K u riles: 4 7 M acken zie: 42
M ad d en : 5 0
Labná: 85 M ad eira, isla; 5 3 6 , 5 6 4
L a ca n d o n ia : 8 5 , 1 7 6 , 1 7 7 M ad eira, río : 5 6 3
L a ch a y : 4 2 0 M ag allanes: 4 9 , 5 0 , 6 1 , 4 9 5 , 5 0 1 , 5 0 5 -
L ago a San ta: 6 4 , 6 5 , 6 6 507, 509, 510, 523
L agu n a B lan ca: 4 7 2 , 4 7 8 M ag d alena: 3 1 5 , 3 1 6 , 3 1 8 , 3 2 2 , 3 2 8 ,
L agu na de los C erros: 8 2 , 1 4 0 331, 333, 334, 341, 345, 359, 574
L agu na C o lo rad a: 1 7 4 M ah cach i: 3 8 0
L agu n illa: 1 6 8 M ain a: 3 3 4
L a ja : 2 3 8 M aisab el: 5 7 9 , 5 8 0
L am b ay eq u e: 3 8 8 - 3 9 0 , 4 2 4 , 4 2 7 M alin ch e, L a: 1 6 0
L a m a n a i: 9 3 , 1 7 8 M alp aso : 2 4 2
L a m b ity eco : 9 3 , 1 6 3 ,2 1 4 M alvinas: 5 0 0
L a n ch a P ack ew aia: 5 0 7 M a n a b í: 1 1 2 , 3 6 0 , 3 7 0 , 3 7 3 , 3 7 5 , 3 8 2
L a p a V erm elh a: 6 4 M an ag u a: 51
L a sa ñ a : 4 6 0 M a n a tí, El; 1 4 6
L a ta cu m b a : 3 8 0 M anoa; 553
L a u rico ch a , cueva de: 5 6 M a n ta ro : 4 3 3 , 4 3 4
L a u rico ch a , lago: 5 6 M an zanilla; 1 6 0
L e b rija : 3 3 8 M a r a jó : 5 5 8 , 5 6 3 , 5 6 4 , 5 6 6 , 5 6 7
L ech e: 4 1 7 M aran g a: 4 2 4
L ena: 45 M arañ ó n : 5 6 , 3 7 8 , 3 9 0
L erm a: 7 0 , 2 0 5 , 2 2 9 , 2 3 8 , 2 4 8 , 2 5 8 , M aratu á: 6 3
312, 479 M a tacap an : 1 6 0
— cu en ca de: 2 0 6 M a ta M o lle: 5 2 5
L evisa: 5 7 2 M atan zas; 5 7 6
L im a , ciudad: 3 8 , 1 0 8 , 3 5 1 , 3 5 2 , 3 8 8 , M a to G ro sso ; 5 4 5 , 5 4 6
415, 418, 420, 424, 426, 435, 462, M ay ap án : 1 9 3 , 1 9 4 , 1 9 7
485 M ay arí: 5 7 8
L im a, valle de: 4 2 5 M ay o : 2 9 3
L im a rí: 4 5 7 M azap a: 2 0 6 , 2 0 9
L im ay : 5 0 1 , 5 0 3 , 5 0 4 , 5 2 3 , 5 2 5 , 5 2 8 , M b arak aju ; 5 4 6
5 2 9 , 532 M b tetey : 5 4 1
L íp ez, desierto: 3 1 , 3 3 M en doza, ciud ad: 4 9 3 , 5 0 3 , 5 0 6
L ípez (Lipes), p rovincia: 4 5 9 , 4 6 6 M en doza, laguna: 5 0 1
L ittle S a h Spring: 2 6 4 , 2 7 8 M esas: 15 4
L la n o s de M o jo s: 5 6 3 , 5 6 4 , 5 6 6 , 5 6 7 M esitas, Las: 3 3 4
L lu ta : 4 6 1 , 4 8 9 M etlalto y u ca: 2 2 1
Loa: 4 5 4 , 4 5 9 -4 6 1 , 4 6 9 , 4 7 4 , 4 7 9 M etztitlan: 2 2 2
L o ja : 3 6 2 , 3 6 3 , 3 7 6 M é x ic o : 3 7 , 3 8 , 4 8 , 5 0 , 5 4 , 6 9 , 7 0 , 7 2 ,
L o m a A lta : 2 4 0 , 3 6 6 , 3 6 8 , 4 7 2 7 4 , 7 5 , 7 9 , 8 0 -8 3 , 8 6 , 8 8 , 9 3 , 9 4,
L o m a de la L ata; 5 2 8 118, 120, 122, 128, 131, 132, 134,
L o m a R ica de Shiqu im il: 4 7 8 15 1 , 1 5 4 , 1 5 7 , 1 5 9 , 1 7 0 , 1 7 2 -1 7 4 ,
L o m a T o rrem o te: 151 17 7 , 1 8 2 , 1 8 4 , 193, 1 9 4 , 1 9 7 -1 9 9 ,
L on d res: 3 8 7 202, 204, 205, 222, 223, 229, 230,
L u b b o ck : 2 6 4 232, 234, 238, 246, 248, 249, 251,
L u cre; 4 4 0 2 5 5 , 2 6 1 , 2 6 4 , 2 7 1 , 2 7 3 -2 7 5 , 2 7 7 ,
L und ; 6 4 280, 285, 287, 288, 290, 298, 312,
L u p ag a: 4 6 1 3 1 3 ,3 7 3 ,4 9 3 , 4 9 7 ,5 8 4
L u rin , lorfia de; 4 2 0 M é x ic o , cuenca de; 1 3 4 , 1 5 1 , 1 6 0 , 1 6 9 ,
L u rín , valle de: 4 2 5 224
(n dice t o p o n í m i c o 647
M é x ic o , g o lfo de: 7 4 , 9 6 , 1 7 8 , 2 0 4 , 2 1 8 , M o q u eg u a: 4 8 5
252, 278 M o ra les: 2 3 8 , 2 4 0
M e z ca la -B a lsa s: 1 2 9 M o re l I: 5 8 0
M ezq u ital: 7 4 M o re l II: 5 8 0
M ia h u a tlá n : 2 1 5 M o relo s: 7 5 , 7 6 , 8 0 , 9 3 , 1 3 2 , 1 6 0 , 1 6 7
M ich in : 3 4 M o ro n a ; 3 7 8
M ich o a cá n : 7 2 , 7 6 , 1 2 9 , 1 5 4 , 1 6 9 , 2 0 5 , M o rrillo s, L o s: 4 6 9
206, 2 0 9 , 21 0 , 222, 24 0 , 243, 258 M o rro , E l: 3 3 4
M ie l, L a : 3 3 8 M o sq u ito : 3 3 8
M in a , L a : 3 8 9 M o ta g u a : 7 0 , 7 7
M in a s, cerro de las: 1 5 3 , 1 6 4 M o y o tzin g o : 1 3 9 , 1 5 2
M in a s, sierra de: 7 7 M u aco: 52
M in a s G era is: 6 4 , 65 M u í T e p a l: 1 9 4
M ira : 3 7 6 M u ía O este, L a: 50
M ira d o r, E l: 7 8 , 1 7 8 , 181 M u llu m ica: 3 6 4
M ira flo res: 4 6 6 M u rra y Springs: 2 6 4
M isa n tla : 2 2 1 M u siép ed ro: 5 7 4
M isio n es: 5 4 6 M u y u -M o g o : 1 1 2
M ississip p i: 4 3
M id a : 2 1 4 , 2 1 6 N aco : 26 4
M itm a jc u n a : 3 8 0 N ah u el H u api: 5 3 2
M itre: 5 1 8 N ah u elb u ta: 4 6 1
M ix te c a : 1 6 3 , 1 6 4 , 2 0 6 , 2 1 3 , 2 1 4 , 2 1 6 , Ñ apo: 3 7 6 , 38 0
217, 222, 257 N áp o les: 4 9 3
M o ctez u m a , ce rro : 1 7 4 N a ra ja n : 2 1 1
M o cte z u m a , río : 7 4 , 2 2 9 N a ra n jo s , L os: 14 8
M o ch e , sitio a rq u eo ló g ico : 3 8 8 , 3 8 9 , N a riñ o : 1 1 2
3 9 3 ,4 1 6 N av arin : 41
M o ch e , valle: 5 8 , 4 2 3 N ay arit: 9 5 , 1 2 6 , 1 5 4 , 1 7 3 , 2 0 5 , 2 0 6 ,
M o d ern a , L a : 61 209, 238, 242
M o g o lló n : 3 0 0 , 3 1 1 N a z ca , d esierto: 1 1 0
M o g o n i: 1 7 1 N a z ca , río : 4 1 6
M o ja r r a , L a : 83 N a z ca , sitio arq u eo ló g ico: 4 1 6 , 4 1 8 , 4 3 9
M o jo s : 1 1 2 N ecaxa: 139
M o ja v e : 4 7 , 2 6 2 N eg ro: 5 0 0 , 5 0 3 , 5 0 4 , 5 2 3 , 5 2 4 , 5 2 8 ,
M o je q u e : 4 1 5 532, 533
M o lin o s: 4 7 6 — b o ca del río : 5 6 4 , 5 6 6
M o lla r , El: 4 7 2 N elso n : 5 1 0
M o lle , E l : l l l N em o có n : 3 2 5
M o n g o lia : 4 5 N ep eñ a, río : 4 1 7
M o n k e y P o in t: 5 7 1 N ep eñ a, valle de: 4 1 5
M o n q u eg u a : 4 1 9 N erete: 3 3 4 ^
M o n sú : 1 0 7 , 5 7 4 N eu q u én , p ro vincia: 4 9 5 , 5 0 1 , 5 0 3 , 5 2 5 ,
M o n ta n a : 4 3 528, 529, 531, 532
M o n ta ñ a B la n ca : 3 0 7 N eu qu én, río : 5 0 1 , 5 2 8 , 5 2 9
M o n te : 4 6 8 N ev ad a: 4 3 , 2 7 2
M o n te A lb á n : 7 7 , 9 2 , 9 3 , 1 4 0 , 1 5 1 , 1 5 3 , N ex a p a : 1 3 9
1 6 0 , 1 6 1 , 1 6 3 , 1 6 4 , 2 0 1 , 2 1 3 -2 1 6 N icarag u a: 5 4 , 7 2 , 5 7 1
M o n te A lb á n C h ic o : 1 6 2 N ico y a: 7 0
M o n te N eg ro : 1 6 4 N ig u a: 5 8 1
M o n te V erd e: 5 4 , 5 9 , 6 0 , 1 0 5 , 2 6 3 N iñ o , E l: 1 0 2 , 3 5 9 , 3 6 8 , 3 9 4 , 5 6 4 , 5 6 6
M o n terre y : 4 8 , 2 8 8 N o C arlo s: 5 7 2
M o n tev id eo : 5 5 0 N o ch istlán : 2 1 4
M o n tícu lo C h ávez: 4 7 2 N u cu ray: 3 7 8
648 ÍNDICE TOPON ÍM ICO
N u eces: 2 7 4 Pailas: 4 7 8
N u eva E sp aña: 199, 2 5 8 , 2 8 5 , 2 8 6 P aira: 3 8 0
N u eva E xtrem ad u ra: 4 6 2 Palenque: 7 8 , 9 2 , 1 7 7 , 1 8 2 , 1 9 2 , 2 0 1
N u eva G uinea: 4 7 Pam pa: 4 9 5 - 4 9 7 , 5 0 1 - 5 0 3 , 5 0 5 , 5 2 4 , 5 2 9
N u eva Irlan d a: 4 7 Pam pa G ran d e: 4 7 3
N u eva Y o rk : 2 6 6 , 4 9 4 P am pas: 4 3 5
N u evo L eón : 2 8 8 P am pasia: 4 9 5
N u ev o M é x ic o : 4 3 , 2 0 4 , 2 4 6 , 2 6 1 - 2 6 5 , P anam á: 4 3 , 4 9 , 5 0 , 5 2 , 5 4
2 8 5 -2 8 9 , 2 9 1 , 2 9 6 -2 9 8 , 3 0 4 , 310- Panam á, g o lfo de: 5 0
312 Panam á, istm o de: 3 4 , 3 6 , 3 2 2 , 3 4 8
P angor: 3 8 0
O a x a c a , estad o: 7 0 , 7 4 , 9 6 , 1 1 9 , 1 2 2 , P ánu co, p ro vin cia: 1 4 6 , 2 1 9
140, 151, 155, 160, 163, 1 6 5 , 179, P ánu co, río : 7 0 , 1 4 6 , 2 5 0
1 8 4 ,2 1 3 ,2 1 7 P anzaleo: 3 8 0
O a x a c a , valle de: 7 6 , 7 7 , 9 2 , 9 3 , 1 5 3 , P ap alo ap an : 7 6
154, 161, 163, 173, 2 0 1 ,2 1 3 P apantla: 2 2 1
O b e rá : 5 4 2 P aracas: 4 1 5
O ca m ^ : 88 Paraguay: 1 0 0 , 5 3 5 , 5 4 2 , 5 4 4 - 5 4 6 , 5 4 8 ,
O cea n ía : 16 550
O co s: 121, 125 P araguay, río : 5 3 6 , 5 4 1 , 55 1
O co z o co a u tla : 4 8 Paraiba do Sul: 3 7
O cu ca je : 1 1 0 , 4 1 6 P araíso : 4 1 4 , 4 1 5
O fq u i: 5 1 0 P araíso , E l: 3 9 0
O k in a w a : 4 7 P aran á, estad o : 6 3
O p eñ o . E l: 1 2 9 P aran á, río : 3 3 , 6 2 , 4 6 8 , 5 3 0 , 5 3 3 , 5 3 5 ,
O rin o co , río : 3 2 , 3 3 , 3 4 , 3 6 , 5 1 , 1 1 6 , 5 3 6 , 5 4 0 , 5 5 0 , 55 1
553, 554, 555, 560, 563, 56 4 , 566, P aranap an em a: 5 4 4
572, 574, 576 P areo: 2 1 1
- llanos del: 3 1 5 P ariacaca, escaleras del: 3 5 3
O r o , EL 3 7 3 P ariacaca, sierra de: 3 5 3
O ro g ran d e: 2 6 2 París: 3 8 8
O rto ire : 5 7 2 Pascam ayo: 4 2 3
O ru ro : 1 1 0 P asco , cerro de: 3 5 5
O tu m a : 4 1 4 P asión: 8 5 , 1 7 6
O v a lle: 4 5 0 P aso de la A m ad a: 1 7 8
O x irip a n : 2 1 9 , 2 2 1 Pastaza, río : 3 7 6 , 3 8 0
O x k in to k : 8 5 , 1 8 2 , 1 8 3 P atag o nia: 2 9 , 3 3 , 3 5 , 3 6 , 5 1 , 5 9 -6 1 ,
O x to d d á n : 1 3 2 10 0 , 1 0 5 , 4 9 5 , 4 9 6 , 4 9 7 , 5 0 0 -5 0 8 ,
5 2 3 -5 2 6 , 5 2 8 , 52 9 , 533
P a c a je s 4 1 9 , 4 6 1 P atallacta: 4 4 0
P acam am ú : 3 8 9 P atía, río : 3 3 4 , 3 3 7 , 3 7 3 , 3 7 5 , 3 7 8
P a ch a ca m ac: 4 1 7 , 4 2 0 , 4 2 6 P atía, valle: 3 3 7 , 3 5 9
P ach am ach ay : 5 6 P átzcu aro: 8 2 , 2 0 9 , 2 1 0 , 2 1 1
P a ch a ca : 1 5 7 , 1 6 0 , 1 7 0 , 1 7 2 Paute: 3 7 6
P a cífico : 3 1 , 3 6 , 3 7 , 4 7 , 5 1 , 5 9 , 6 3 , 6 7 , Paya, L a: 4 7 8
7 0 , 7 2 , 7 4 -7 6 , 7 9 , 8 2 , 83, 88, 89, Pecos: 2 7 3
100, 121, 125, 172, 175, 178, 181, Pedra F u rad a: 2 6 3
184, 194, 205, 222, 232, 315, 328, Pedra Pin tad a: 5 2
365, 366, 370, 378, 382, 429, 448, Pedregal: 5 2
454, 459, 465, 495, 507, 514 P end ejo: 2 6 2
P aco: 4 3 7 Peñas C o lo rad as: 4 7 4
P a d re Piedra: 1 7 8 Peñón de los B años: 4 9 7
P a ijá n : 5 8 , 6 0 Peñón del R ío : 111
P a ila , La: 2 5 0 Pequeño C o lo ra d o : 3 1 0 , 311
(NDICE TO PO N ÍM ICO 6 49
R ie sg o , E l: 88 San Ju a n del R ío : 2 3 8
R ím a c : 3 6 San Ju liá n : 5 2 3
R in co n a d a , L a; 4 7 5 , 4 7 9 San L oren zo: 8 2 , 1 2 5 , 1 4 0 , 1 4 4 , 1 4 6 ,
R io b a m b a : 3 8 0 469
R ío B e c : 1 8 3 , 1 8 5 , 1 9 3 , 1 9 7 San L oren zo del M a te : 3 7 0
R ío B la n co : 4 7 8 San Luis: 5 3 , 5 3 0
R ío C la ro : 6 2 San Luis de la Paz; 2 5 5
R ío D o ce : 3 7 San Luís de P otosí: 8 3 , 2 1 8 , 2 1 9 , 2 2 9
R ío G ran d e: 2 7 3 , 2 7 4 , 2 8 5 , 2 8 8 , 2 9 6 , San M a rtín : 5 7 8
3 0 7 ,3 1 1 ,4 1 6 , 4 7 9 ,5 1 8 San M a te o : 1 6 0
R io G ran d e d o Sul: 6 2 , 6 3 , 5 4 4 , 5 4 6 San M iguel: 2 9 3 , 3 3 4 , 39 1
R io de Ja n e iro : 63 San M ig u el de Allende: 2 4 9
R io ja , L a: 4 7 5 San P ablo: 3 6 6 , 3 7 5
R o c o s a s , M o n ta ñ a s: 4 2 , 7 4 San P edro: 2 9 3 , 4 5 9
R o s a r io : 5 0 1 , 5 0 3 San Pedro de A tacam a (A tacam a la A lta):
R u sia ; 4 5 1 1 6 , 4 5 7 ,4 6 0
San Pedro M á rtir: 8 5 , 1 7 6 , 181
Sa cra m e n to : 2 6 9 San Pedro V ie jo de P ich asca: 4 5 0
S a c rificio s: 2 2 2 San R afael: 2 5 3 , 4 3 7
S a h a ra : 3 1 San R o q u e; 3 2
S a in t Jo h n : 5 7 2 Sangay: 3 8 2
S a in t K its: 5 7 9 Santa: 3 8 7 , 3 8 8 , 4 2 3
S a la d o , red region al: 3 0 7 , 3 0 8 , 3 1 0 , 31 1 Santa C atalin a; 3 2
S a la d o , río : 1 7 0 , 1 7 1 , 4 5 5 , 4 5 9 , 4 6 0 , San ta C atarin a; 63
468, 500, 530 San ta C ruz: 5 0 5 , 5 0 6 , 5 2 3
S a la n g o : 3 8 2 Santa C ruz de Bárcenas; 2 0 9
S a la r de A tacam a: 4 5 4 - 4 5 6 , 4 6 7 , 4 6 0 , Santa C ruz de la Sierra; 3 6
4 6 1 ,4 6 9 San ta E len a: 5 7 , 5 8 , 1 1 1 , 3 6 0 - 3 6 3 , 3 6 6 ,
Sa lin a r: 4 1 4 3 6 9 ,3 7 5 ,3 8 2
S a lin a s: 1 4 0 Santa F e: 3 0 4
S a lin a s la B la n ca : 83 Santa Inés Y atzech e: 163
S a lin a s de C h a o : 1 0 8 Santa L u cía: 5 7 9
Sa lo m ó n : 4 7 Santa M a ría : 2 5 0 , 4 7 8 , 4 7 9
S a lta : 4 6 9 , 4 7 2 , 4 7 3 , 4 7 6 , 4 7 8 San ta M a ría de A stahu acán: 4 9 7
S a lv a d o r, E l: 5 1 , 6 9 , 1 4 8 , 1 7 5 , 1 7 8 San ta M a ría del R efu gio: 2 3 8 , 2 4 0
S a lz a r: 2 1 4 San ta M a r ta : 88
S a n a g a sta : 4 7 6 San tam aría: 11 6
S a n A gustín: 3 1 6 , 3 1 7 , 3 3 4 San tana do R iach o : 6 5
Sa n D ieg o : 4 7 , 2 6 2 Santa L u isa: 121
S a n F ern a n d o : 2 7 4 , 4 7 3 San tiag o : 2 0 6 , 3 7 3 , 3 7 6 , 4 4 5
S a n F ra n cisco : 2 7 0 San tiag o de C hile: 5 9 , 4 9 4 , 5 0 1
S a n F ra n cisco A catep ec: 1 5 2 San tiag o Ixcu in tla: 2 0 6
S a n F ra n cisco -B erm ejo : 4 6 8 Santo D o m in go : 5 7 2 , 5 7 4 , 5 7 7 , 5 7 8 ,
S a n G a b riel: 3 1 0 , 3 1 2 5 8 0 -5 8 4
S a n Ig n a cio : 5 4 4 San tos: 63
S a n Isid ro: 1 4 6 Saña; 4 3 3
S a n Ja c in to : 5 7 4 Sao F ran cisco ; 3 7
Sa n Jo rg e : 3 1 5 S ao Paulo: 6 2 , 6 3 , 5 4 4
Sa n J o s é , pam pa de: 4 1 6 Sao R aim un d o N o n ato ; 6 5
Sa n Jo s é , p o blad o : 5 5 , 4 7 6 Sau cillo , E l: 1 7 4
Sa n J o s é M o g o te: 1 4 0 , 1 5 3 , 1 6 1 , 1 6 3 Sau jil: 4 7 2
S a n Ju a n : 1 5 7 , 2 7 4 , 3 3 7 , 4 6 9 , 4 7 2 , 4 7 6 , Sau salito : 3 2 5
478 Sayil; 8 5
Sa n Ju a n M ay o : 4 6 6 Sayula; 2 0 7
ÍNDICE TO PO N ÍM ICO 651
S e b o ru co : 5 7 2 T ag u m b a: 2 1 9
Sechín; 4 1 5 T ah u an tin su y o (v. T aw antin su y u )
Sech u ra: 3 5 9 T a im a -T a im a : 5 2 , 5 3 , 5 5
Sen g u err-C h ico : 5 0 4 T a ita o : 4 9 5 , 5 0 8 - 5 1 0
Se ren a, L a: 4 7 9 T a jín , E l: 8 3 , 1 6 5 , 1 6 8 , 2 0 1
Sevilla: 4 9 3 T a la : 2 0 7
Sew ard: 8 6 T a la ra : 5 8 , 6 0
Sh iqu im il: 4 7 6 , 4 7 8 T a lla n a : 3 9 1
Sib eria; 4 1 , 4 3 - 4 6 , 5 4 , 8 6 , 2 6 2 T am alam equ e: 3 3 8
Sich es, río : 5 8 T am au lip as, estad o: 8 1 - 8 3 , 8 9 , 2 1 9
Sich es, sitio arq u eo ló g ico : 5 9 T am au lip as, sierra de: 8 1 , 8 9 , 2 2 9 , 2 5 2 ,
Sicu ani: 4 4 1 255
Sierra G ord a de Q u e rétaro : 1 6 0 , 2 5 2 , T am azu la: 2 0 7
25 3 , 255 T am ó s: 2 1 9
Sierra M a d re : 7 7 , 2 4 2 , 2 5 3 , 2 9 8 , 3 0 0 T am p ico : 1 5 4
— S. M . O ccidental: 7 4 , 8 3 , 2 0 3 , 2 0 5 , T am u ín , El: 2 1 9
29 2 , 2 9 3 , 2 9 5 , 2 9 8 , 3 0 2 , 310, 311 T a n can h u itz: 2 1 9
— S. M . O rien tal: 7 4 , 7 5 , 7 6 , 8 2 , 2 0 3 , T a n d il: 5 3 0
218 T an in u l: 2 1 9
— S. M . del Sur: 7 6 , 83 T a n ch ip a : 2 1 9
Sierra N ev ad a: 4 7 , 1 5 2 , 2 7 0 T a n co l: 2 1 9
Sierra N ev ada de San ta M a rta : 3 1 7 , 3 1 8 , T a n la já s: 2 1 9
3 3 8 , 3 4 1 ,5 8 2 T a n q u ián : 2 1 9
Sigch os: 3 8 0 T a n to c : 2 1 9
Silva: 2 5 1 T a p a jó s: 5 2
Silves: 5 6 7 Tape: 54 4
Sin alo a, estad o: 2 0 5 , 2 0 6 , 2 0 9 , 2 3 8 , 2 4 6 , T a p iales, L os: 4 9
285, 288, 292, 300, 302, 307 T a ra p a cá : 4 5 4 , 4 5 9
S in a lo a , río : 7 0 , 8 1 , 2 2 9 T a ric a : 4 7 9
S in o b a : 1 2 6 , 1 2 8 T a rm a : 4 3 3
Sip án : 3 8 9 T a ro m á : 5 4 5 , 5 4 6
Sn ak e: 4 7 T a stil: 4 7 6 , 4 7 8
Sn ak etow n : 2 4 0 T a ú ca : 3 5
S o ca p a m b a : 3 8 4 T a y o s: 3 7 0
So co n u sco : 1 7 2 , 1 8 4 , 2 0 4 , 2 1 7 T aw antin su y u (T ah u an tin su y o ); 103,
Solim oes: 5 6 6 116, 373, 380, 3 8 2 , 38 4 , 385, 442,
S o n o ra : 8 3 , 2 3 8 , 2 8 5 , 2 8 7 , 2 8 9 , 2 9 0 , 4 4 3 , 4 6 5 , 4 8 1 , 4 8 3 -4 8 5 , 4 8 8 , 4 8 9 ,
2 9 2 , 2 9 3 , 2 9 5 ,3 0 0 ,3 0 5 ,3 1 2 49 2 , 493
So rcé: 5 7 9 T eb en q u ich e; 4 7 1
So rcu y o: 4 7 9 T e có p a c: 1 5 9
So to la M a rin a ; 2 1 8 , 2 1 9 T eh u acán : 7 6 , 1 1 9 , 1 2 0 , 1 2 2
Sueva: 3 2 5 T eh u an tep ec: 7 6 , 7 7 , 8 3 , 2 2 2
Su m acin ta: 1 5 4 T elarm ach ay : 1 0 5 ,
Su m id ou ro: 6 4 T en ay u ca: 2 0 3
Supe, lom a de: 4 2 0 T en o ch titla n : 8 0 , 8 3 , 9 3 , 1 3 4 , 1 7 2 , 1 9 9 ,
Supe, valle de: 4 1 5 203, 2 2 2 -2 2 6 , 2 85
T en u stitlan ; 1 9 9
T abasco: 7 6 , 7 7 , 8 2 , 8 5 , 9 3 , 1 4 0 , 175, T e o p a n ca x co ; 1 5 7
176, 180, 193, 194, 198, 21 8 , 219 T eo p an tecu an itlan : 7 5 , 1 2 9 , 131
T a cu b a : 2 2 4 T eo ten a n co : 2 0 4
T a fí: 4 7 1 , 4 7 2 , 4 7 9 T eo ten an g o : 8 0 , 2 0 1
T a g u a -T a g u a , lagun a de: 4 5 0 , 5 0 1 , 5 3 1 T eo tla lp a n : 2 0 4
T a g u a -T a g u a , sitio arq u eo ló g ico : 5 9 , 6 0 , T eo tih u a ca n , ciud ad : 7 7 , 8 0 , 9 2 , 9 3 , 1 3 4 ,
4 4 8 ,4 5 1 ,5 0 6 155, 157, 159, 1 6 0 , 161, 163, 165,
652 ÍNDICE TO PON ÍM ICO
T u r b io ; 2 4 2 V iud a; 3 5 2
T u rria lg a ; 5 0 Vivar: 5 2 9
T u tu tep ec: 2 1 7
T u x c a cu e x c o : 2 0 7 W a ri: 4 8 1
Tuxp an: 2 0 7 ,2 1 9 W ash in g ton : 41
T u x te p e c : 7 6 W ind over: 2 7 8
T u x tla s: 7 6 W o llasto n : 5 1 4
Tuzapan: 1 6 8 , 2 2 1
T z ib a n ch é : 1 8 3 X aaga; 2 1 6
T z icó a c; 2 1 9 , 2 2 1 X a lo sto c : 13 5
T zin tzu n t3an : 2 1 0 , 2 1 1 Xauxa: 353
X ica la n g o : 7 6 , 7 9
X ic u c o ; 17 1
U atum á: 5 6 7
X in g ú : 5 6 6 , 5 6 8
U a x a cn ín : 7 8 , 1 7 7 , 1 7 8
X itle ; 1 5 2
U ru ap an: 2 1 1
X o c: 178
U ru b am b a: 4 4 0
X o c h ic a lc o : 8 0 , 9 3 , 1 6 0 , 1 6 5 , 1 6 7 , 1 6 8 ,
U ruguay; 1 0 0 , 5 0 1 , 5 0 6 , 5 4 6 , 5 5 0
201
Uruguay, río: 6 2 , 5 3 3 , 5 3 5 , 5 3 6 , 5 4 4 , 5 5 1
X o ch im ilco : 1 5 2 , 2 2 4
U su m acin ta, río ; 8 4 , 1 7 5 , 1 7 6 , 1 8 5
X ocon och co; 2 2 2
— cuenca del; 7 7 , 7 8
X o la lp a n : 1 5 7 , 1 5 9
U ta h ; 2 6 4 , 2 7 2 , 2 8 7
X o x o c o tla n : 1 6 3
U ta tlá n ; 1 9 4 , 1 9 5
U x m a l; 8 5 , 1 9 3 , 1 9 7
Y a c o ra ite : 4 7 8 , 4 7 9
Y ag u arco ch a: 3 8 4
V a l V erd e: 2 7 4 Y agu l: 2 1 4 , 2 1 6
V ald ivia: 5 8 , 1 1 1 Y a k u tsk ; 4 5
V alle G rande; 4 7 9 Y aq u i: 2 9 3
V alseq u illo ; 4 8 Y an a m a rca : 4 3 3
V a q u erías: 4 7 2 Y a n a u rco C h ic o : 3 6 4
V a ra s, Las: 5 7 2 Y an h u itlán : 2 1 4
V ega de la P eña: 2 2 1 Y aru q u íes; 3 8 0
V eg as, L as; 5 7 , 5 9 , 6 0 , 3 6 2 , 3 6 3 , 3 6 4 , Y au y o s: 3 5 1
365, 366 Y avi; 4 6 6 , 4 7 1 , 4 7 6 , 4 7 8
V en ezuela: 5 0 , 5 1 , 9 9 , 1 0 1 , 1 0 4 , 3 1 5 , Y a x ch ilá n : 7 8 , 9 2 , 1 8 2 , 1 9 2 , 2 0 1
317, 554, 563, 568, 571, 572, 574, Y ay ah u ala: 1 5 7 , 1 5 9
5 7 6 , 5 7 8 ,5 8 1 ,5 8 6 Y en isei: 4 5
V en ta , L a; 8 2 , 1 4 0 , 1 4 2 , 1 5 3 Y o cav il: 4 6 6 , 4 7 6 , 4 7 8 , 4 7 9
V e n tilla , L a : 1 5 9 Y o h u alich an ; 1 6 8
V eracru z: 7 4 , 8 2 , 8 3 , 9 2 , 9 3 , 9 6 , 1 5 4 , Y o jc a ; 14 8
160, 168, 180, 199, 218, 221, 252, Y o p itzin co : 2 2 2
253 Y u ca tá n ; 7 0 , 7 9 , 8 2 , 8 4 , 9 3 , 1 7 5 , 1 7 6 ,
V erde: 2 2 9 , 2 3 6 , 2 5 1 , 2 5 2 , 2 5 3 , 2 5 5 1 7 8 , 1 8 0 , 1 8 3 -1 8 5 , 1 9 3 , 1 9 7 , 2 0 4 ,
V icto ria s, L as; 8 3 , 1 4 8 257
V icú s; 3 8 9 Y u cay : 3 5 0 , 4 3 8
V iegues; 5 7 6 , 5 7 9 , 5 8 0 Y u cu ita: 1 5 3
V ilca ; 4 3 5 Yukón: 4 1 , 4 2 , 44
V illa de R eyes: 2 3 8 , 2 5 1 , 2 5 5 Y u n g as: 4 6 8
V illa R ica del E sp íritu S an to ; 5 4 3 Y u riria: 2 0 5
V illa de San M ig u el: 2 8 5
V ilo s, L o s: 4 4 8 Z a a ch ila : 1 6 1 , 1 6 3 , 2 1 4 , 2 1 6
V irg en , L a ; 2 3 8 Z a c a te ca s: 1 5 4 , 1 7 3 , 1 7 4 , 2 0 3 , 2 0 4 , 2 2 9 ,
V irú ; 3 8 8 , 3 8 9 230, 236, 238, 240, 242, 246, 248,
V ista h erm o sa : 3 2 7 2 5 0 ,2 5 5
ÍNDICE TOPONÍM ICO
654
Z a c a tlá n : 2 2 1
Z a c a t u la :2 0 9
¿ h S . . , 1 2 0 ,1 2 1 ,1 2 2 ,1 2 5 ,1 3 4
Z am ora: 3 7 6 , 3 7 8 Z u leta: 1 1 5
ÍN D IC E O N O M Á S T IC O
K in ich A h au l: 86 Q uetzalcóatl: 1 9 3 , 1 9 7 ,1 9 8 , 2 0 4 , 2 2 1 ,2 2 7
K ro e b e r, A .: 3 8 9 Q u ik ab : 1 9 5
K ukul C án: 1 9 3 , 19 7
K u tin p u : 4 8 8 R aim on d i: 3 5 2
R aleigh, W .: 5 5 3
L a rc o H o y le , R .: 3 8 9 R am írez, L .: 5 4 0
L iz a rra g a , R . de; 3 5 0 R engger, J . R .: 5 4 5
R o ja s, D . de: 4 6 8
R uiz de M o n to y a , A .: 5 4 3 , 5 4 9
M a g a lla n e s , F. de: 5 2 3
M artín ez de C om pañón, B ., obispo de San Ju a n , J . de: 4 8 9
T ru jillo ; 3 8 7 San M a rtín , J . de: 18
M a rtín e z de Irala, D .: 5 4 1 , 5 4 2 Sapan In ca: 1 1 6
M a s c a rd i: 5 3 2 Squier, E .: 3 8 8
M e n d o z a , virrey: 4 8 2 , 5 3 0 Strong, W .: 3 8 9
M ictla n te cu h tli; 2 0 4
M ie r , fra y S. T . de : 18 T angaxoan: 2 1 0
M in ch a g a m a n : 4 2 3 T ariacu ri: 2 1 0
M ix c o a t l: 2 4 6 T ay can am o : 4 2 3
M o lin a , A . de: 3 9 0 T e l lo ,J . C .: 3 8 8
M o lin a , C . de: 4 0 3 T ezcatlip o ca: 2 0 4 , 2 4 3 , 2 4 6 , 2 4 9
M o ro , T .:4 8 1 T lá co c: 2 0 9
M u tez u m a (M octezu m a): 1 9 9 T latlau h q u i T ez ca tlip o ca : 2 2 7
M u rú a , M . de: 4 8 3 , 4 9 3 T lazd teo tl: 2 2 1
T o led o , F. de: 4 8 3 , 4 9 2 , 4 9 3
N a c x itl: 1 9 3 , 1 9 8 T o p a Inga Y u p an q u i: 3 8 0
N a r iñ o , A .: 18 T orq u em ad a: 2 2 6
N a y la m p : 4 2 4 T o rre, J . de la: 3 9 1
N e ra h u a lc ó y o tl: 2 2 3 T ú p ac Y u p an q u i: 4 2 3 , 4 2 5 , 4 2 6
N ú ñ e z , A . (C abeza de V a ca ): 2 7 5 , 5 4 3
U hle, M .: 3 8 8
O ’H ig g in s, A .: 4 6 3
V aca de C a stro : 4 8 2
O c a ñ a , D . de: 3 5 1
V aldivia, P. de: 4 6 2
O n d eg a rd o , P. de: 3 5 0 , 4 8 8
V ázquez de E sp in o sa, A .: 1 7
O rtiz de Z ú ñ ig a, I.: 4 3 7
V eg a, G . de la: 4 0 3 , 4 0 6 , 4 3 6 , 4 8 3
V en ado G arra de T ig re (Señor 8): 2 1 7
P a ch a cá m a c: 4 2 5 , 4 2 6 V enus: 2 2 1
P a ch a cu ti: 4 3 6 , 4 4 0
P au llu T h u p a : 4 9 3 W iener, C h .: 3 8 8
P ig a fe tta : 5 2 3 W illey , G .: 3 8 9
P illa -G u a su : 3 8 4
P iz a rro , F .: 3 4 1 , 3 9 0 , 4 1 8 , 4 2 7 , 4 8 2 X ip e T ó te c: 2 0 4
P iz a rro , H .: 4 8 1 , 4 8 8
P o m a de A y ala, F . G .: 4 0 3 Y ah u ar H u aca: 4 3 6
P o n g m a ssa : 4 2 4 Y ay au hq u i T ez ca tlip o ca : 2 2 7
B IO G R A F ÍA
O . D o llfu s (Fran cia). E specialista en g eog rafía de la A m érica andina y del «Sistem a M u n
d o » . A u tor de libros sobre estos tem as. P rofeso r de la U niversidad Paris V II; antiguo
d irecto r del In stitu to F ran cés de Estudios A ndinos. V icepresidente de la U niversidad
Paris V IL
G . G u tiérrez (M é x ico ). E gresado de la E scuela N acio n al de A n tro p olo gía e H isto ria y de
E l C o leg io de M é x ic o , en donde cu rsó su M aestría en Estudios U rb an o s. A ctu alm ente
cu rsa un d o ctorad o en A n tro p olo gía en la Penn U niversity. H a realizad o tra b a jo s a rq u eo
lóg icos en el cen tro de M é x ic o , el área m aya. G u errero y en la H u a x teca . P articip a en el
p ro y ecto arqueológico de R ío C a x o n o s en la Sierra de Ju árez, O a x a c a . A u to r de varios
658 H I S T O R I A G E N E R A L DE A M É R I C A L A T I N A
e stu d io s so b re religión de los h u axtecas, el p atró n de asen tam iento en el Sur de la H u ax-
te c a y so b re la a cro b acia en M é x ic o desde la ép oca p reh istórica.
L . G . L u m b re ra s (Perú). E specialista en A n tro p olo gía del periodo p recolon ial del área a n
d in a . A u to r de varias pu blicaciones sobre el m ism o tem a; d irecto r del In stitu to A ndino de
E stu d io s A rq u eo ló g ico s.
L . M an zan illa (M é x ico ). Especialista en el surgim iento de las sociedades urbanas en M eso-
a m é rica , M eso p o tam ia y Egipto; autora y ed itora de varios libros sobre arq ueología do
m éstica de M eso am érica; el surgim iento de la sociedad urban a en M esop o tam ia; el tem plo
p rin cip a l de T iw an ak u , Bolivia. D irecto ra del In stitu to de Investigaciones A ntropológicas
de la U niversidad N acio n al A utón om a de M é x ic o .
B. J . M eggers (EE .U U .). Especialista en A rqueología y E cología Cultural de Am érica del Sur.
Investigad ora asociada en el Sm ithsonian Institute de W ashington D C , Estados Unidos.
C h . N ie d erb er g er (Fran cia). A n tro p ólo ga esp ecialista en las culturas antiguas de M e s o a
m érica ; au to ra de varias p u blicaciones sobre p aleo eco lo g ía, eco no m ía, h istoria y su rgi
BIOGRAFÍA 659
M. N. T arra g ó (A rgentina). D o cto ra en H isto ria, especializada en A n tro p olo gía. Investi
g adora del C o n sejo N a cio n a l de Investigaciones C ien tíficas y T é cn ica s ; P ro feso ra titu lar
de A rqueología A rg en tina, D ep artam en to de C iencias A n tro p oló g icas, F acu ltad de F ilo
so fía y L etras, U niversidad de Buenos Aires. Investiga so bre los Andes m eridionales.- D i
recto ra de dos p ro y ecto s arq u eo ló g icos en V alles C alch aqu íes (C atam arca) y Q uebrad a
de H u m ahuaca (Ju ju y ).
M . V eloz M ag g iolo (R epú blica D o m in ican a). Especialista en P rehisto ria y A rqueología
del C a rib e. P rofesor-in vestigad or en la U niversidad N acio n al Pedro H enríqu ez U reña;
p ro fe so r v isitante de la O h io State U niversity de C o lu m b ia; m iem bro de la A cad em ia de
C ien cia s de la R ep ú b lica D o m in ican a y de la A cadem ia N acio n al de la H isto ria de V en e
zuela.