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TUILLANG YUING
IDEA/USACH
Doctor en Filosofía
Resumen Abstract
La presentación explora algunos puntos de encuentro This presentation explores some points of contact be-
entre la Filosofía y la Dictadura chilena a través de cier- tween philosophy and Chilean’s dictatorship throw
tos ejes deliberadamente dispersos. El primero de ellos some disperses axes deliberately disperse. The first one
testimonia sobre el alicaído panorama que presentaba shows the gloomy scene that showed philosophy during
la Filosofía durante los años de la post-dictadura. En un the years of the post-dictatorship. In a second stage will
segundo momento se trata de mostrar cómo un perfil try to show how a specialized profile, professionalized,
especializado, profesionalizado, propio de la Filosofía own profile of the academic philosophy of our days,
académica de nuestros días, surge precisamente en el arises precisely in the context of a totalitarian institu-
marco de una institucionalidad totalitaria que se asentó tionality that was based on a stability gained by force
en una estabilidad ganada por fuerza y mantenida por la and maintained by the threat. In order to do that, we
amenaza. Con este fin, se pasa revista a los análisis de examine the analysis of Chilean philosophers, Cecilia
filósofos chilenos, Cecilia Sanchez, Carlos Ruiz y Willy Sanchez, Carlos Ruiz y Willy Thayer, to link together dif-
Thayer, para hilvanar distintos aspectos que explican el ferent aspects that explains the dictatorship´s place in
lugar de la Dictadura en la construcción del rostro pro- the construction of the professional face of philosophy,
fesional de la Filosofía, tal como se presenta en la actual as it is presented in the current neoliberal university.
universidad neoliberal. Finalmente, atendiendo a una Finally, attending to Patrice Vermeren’s suggestion,
sugerencia de Patrice Vermeren, se explora la experien- we explore the experience of philosophies which value
cia de filosofías cuyo valor radica, precisamente, en la lies in, precisely, the exclusion of which they were a part
exclusión de la que fueron parte durante la Dictadura. during the dictatorship.
Palabras clave: Dictadura - Filosofía - profesionalización Key words: Dictatorship - Philosophy - Professionalization
- universidad - Chile. - University - Chili.
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TUILLANG YUING
Intentaré montar un ejercicio reflexivo en torno a tres sugerencias dispersas pero no aje-
nas. Tres momentos distantes pero implicados que apuntan al encuentro entre Filosofía
y Dictadura. Si arribamos con éxito tal vez podamos hacer alguna lectura de conjunto.
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que tiene que ver con mi ingreso a Filosofía en la Universidad Católica de Valparaíso en
el año 1993. En aquel entonces, en Chile, y más aún en provincia, se respiraban los ai-
res de lo que se llamó la post-dictadura. Parecía que en ese escenario aún no se tomaba
recaudo de los golpes y mutilaciones de los cuales había sido objeto la Universidad y con
ella la Filosofía por más de quince años. Si bien el dictador había dejado la presidencia
en 1990, su figura fantasmagórica vigilaba el país con comodidad desde el lugar de se-
nador vitalicio.
Se sabe que, durante la Dictadura, las universidades habían sufrido de constantes
intervenciones de perfil totalitario: destituciones, reorganizaciones, suplantaciones y
otros modos de un graduado terrorismo de Estado, habían dado forma a la Universidad
chilena en la que yo, con 17 años, tendría ocasión de estudiar, nada más y nada menos,
que Filosofía.
Quiero dejar en claro que, al menos en esta ocasión, no es mi intención acusar ni
distribuir culpas. Pero ello tampoco debe limitar mis esfuerzos por mostrar el estado
famélico y agónico en que a mi ingreso se encontraba la carrera de Filosofía, sobre todo
si se toma en cuenta el desinterés que envolvía al alumnado, la incapacidad de pensar
el momento político que se vivía, el silencio aterrador de la exigua producción en torno
a las heridas abiertas por la desaparición y la tortura; en fin, la distancia abismal entre
el pensamiento académico inercial —con un grado de mudez, sordera y sonambulismo
verdaderamente desolador—, y las inquietudes desorientadas y abandonadas de una
generación de jóvenes que había sufrido una devastación cultural que se había metido
hasta los huesos.
Creo que, en general —guardo las excepciones para los ofendidos—, se leía poco y
mal. Inversamente proporcional era nuestro aburrimiento y, muchas veces, nuestras
ganas de huir de clases. Nada parecía cercano ni familiar: la Filosofía —esa actividad que
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nuestros profesores habían hecho suya—, hablaba en dialectos oscuros y con mensajes
poco comprensibles. Nos hablaba de dios, el logos, el ser, la esencia, lo bueno, lo bello y
la verdad… Y lo hacía principalmente en griego, latín o alemán.
Quizás hoy pueda echarle la culpa a mi internalizada obediencia escolar, pero el
caso es que terminé de cursar todas las asignaturas con éxito, sin haber leído nunca un
libro completo, y lo más dramático: sin tener la menor idea de lo que podía significar
vivir con y de la Filosofía, hacer de ella una actividad laboral, un oficio, o al menos algo
con sentido.
Y en esas condiciones llegó el momento de hacer la tesis, de ponderar lo aprendido
en torno a un autor, una pregunta o un tema. Debo confesar que me manejé por tinca-
das e intuiciones primarias. Algunas conversaciones de pasillo me habían soplado de un
autor a partir del cual se podía hablar de algo así como la resistencia o de como “salirse
del sistema”. Eso me sonaba interesante, y me recordaba el ímpetu punk que me había
llevado a elegir estudiar Filosofía cinco años atrás. Hasta ahí todo andaba bien, y un
compañero me convidó unas fotocopias de algunos diálogos de Foucault de mediados
de los setenta. Me entusiasmé, y casi sin pensarlo, decidí que insistiría en ese autor para
hacer mi tesis. Fui entonces a la biblioteca. Había un libro, en ese entonces sólo un libro
de Foucault; una edición de Las palabras y las cosas.
Este texto de más de 300 páginas no se parecía en nada a las sabrosas fotocopias
que tenía en casa: era complejo e intensamente aburrido. Tras un rarísimo análisis de
Las meninas de Velázquez pasaba a un despliegue atosigante de nombres y autores,
de los cuales apenas conocía alguno. Desistí por un tiempo, decepcionado y frustrado,
y sólo la porfía y el apoyo de amigos y algunos profesores me ayudaron a encontrarme
nuevamente con Foucault.
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No puedo entonces no mirar atrás, cuando he desarrollado una tesis doctoral que
dedica parte importante a Las palabras y las cosas, y preguntarme por esos días, por
esos encuentros frustrados con un tema, con un autor, con la Filosofía. ¿Por qué esa
precariedad cultural de joven estudiante, de escolar provinciano, quinterano, nacido y
formado en Dictadura, en un aislamiento devastado y barbarizante, llegó finalmente a
encantarse con esos diálogos sobre el poder, la delincuencia y la locura?
Como sea, en esos primeros intentos, mi contexto y horizonte, estaban sumamen-
te distantes de lo que Foucault había escrito en Francia en los sesenta. No tenía manera
de comprenderlo: mi formación de estudiante de Filosofía en plena post-dictadura chi-
lena no permitía diálogo.
2. Al contrario de lo que ocurrió durante la Dictadura con gran parte de los estudios
de Ciencias Sociales, la Filosofía subsistió en la Universidad. Cabe entonces la pregunta
por el sentido de este “ejercicio tolerado”1 y, por cierto, vigilado. Es decir, más allá de
pasar revista a la merma sufrida por la Filosofía, compartida desde luego, por el con-
junto de la Universidad y la ciudadanía, nos gustaría demandar por el sentido produc-
tivo de sus agónicos restos bajo la forma de una institucionalidad que aparentaba estar
robustecida.
¿Por qué esta opción? Porque tal vez resulta muy fácil denunciar los atentados
que la Dictadura cometió en contra de la Filosofía. No se trata tampoco de negarlos. No
1 desconocemos la desaparición, la persecución, la destitución, la exclusión y el hostiga-
Sánchez, Cecilia, Una disciplina de la
distancia. Institucionalización universi- miento del que fueron objeto muchos de los profesores. Pero por la misma razón, habría
taria de los estudios filosóficos en Chile,
que preguntar ¿por qué la Filosofía, en tanto disciplina universitaria y espacio académi-
Santiago de Chile: CERC-CESOG, 1992,
pp. 195 y ss. co, no fue simplemente suprimida?
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Insistimos. Hoy, en este escenario civil, sería cómodo asumir el gesto crítico de la
denuncia y decir que la Dictadura persiguió a la Filosofía, y que eliminó la “verdadera”
Filosofía, para poner en su lugar a un impostor que simplemente se identifica con el con-
servadurismo. Eso sería sostener que “la Filosofía” es de por sí liberadora, transgresora,
revolucionaria, y por tanto “naturalmente” opuesta a Pinochet. Así vista, la Filosofía
sería siempre objeto de persecución por los tiranos, por los dictadores, por los chicos
malos, esos a quienes sólo les cabría operar negativamente. Quisiéramos establecer
otro tipo de conjeturas.
En efecto, mucho ha señalado Foucault sobre las relaciones de poder y domina-
ción. Entre esos análisis, uno me parece de interés: aquél que sostiene que para fines
estratégicos muchas veces tiene más rendimiento ocupar el lugar del aduanero o del
conserje. Así, la prisión es poderosa no tanto porque tiene el poder de encarcelar a la
población sino porque administra ciertos protocolos y entonces decide cómo se entra,
cómo se sale, quién entra y quién sale. Guardando las distancias, nos gustaría avanzar
en esa dirección; si la Dictadura no exterminó la Filosofía quizás fue porque tal vez era
también provechoso dominar y administrar su institucionalidad desde los estamentos
académicos. Es desde ese lugar, desde la universidad, como instancia oficial y legitima-
da del saber, desde donde se podía organizar un cierto perfil para la Filosofía. Desde
ahí se podía determinar, vía decreto, qué era, cuáles eran sus objetos, sus ámbitos de
incumbencia, sus interlocutores, sus representantes autorizados, sus expertos y sus
patrones de evaluación. En fin, establecer un marco para su ejercicio como disciplina.
Desde luego, la Dictadura no partió de cero. Se apoyó en aquel espíritu de supe-
rioridad respecto de lo mundano, que ya en parte habitaba la Filosofía de los años 50,
aquel período de modernización2 y estructuración rigurosa del campo de estudio, donde
2
Cfr., Ibídem, pp. 113 y ss. algunos finiquitaron los vínculos con los problemas sociales en beneficio de la capitanía
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de la Metafísica. Por otra parte, para las autoridades del régimen, también era impor-
tante que la Filosofía cortase todo parecido de familia con la generación de intelectuales
de los 60, que había hecho de la política el eje de las discusiones teóricas y que, final-
mente, había alimentado las doctrinas de la Unidad Popular.
Con la amputación de la dimensión política de la Filosofía en las instituciones
académicas, la Dictadura pudo diseñar el rostro de cierto intelectual de Humanidades:
aquel que escinde totalmente la disciplina del ejercicio docente, aquel que se mantiene
lejos de la contingencia en nombre de la experticia y los resultados. En definitiva, aquel
operario obediente a los mandatos del desarrollo que considera neutralmente sus obje-
tivos. Un personaje que hasta hoy domina algunas instancias donde se juega la puesta
en forma de la Filosofía y también de otras disciplinas.
Hay algunos elementos que nos permiten esta sugerencia. Primeramente, la se-
paración drástica entre la Licenciatura y la Pedagogía al alero de la re-estructuración de
la legislación universitaria. Esto agudizó la brecha jerárquica ya existente entre estos
rangos. A la larga, esto se corresponde con la distancia incuestionada entre el inves-
tigador y el profesor o pedagogo. Cabe preguntar, dice Cecilia Sanchez, “por aquello
que bajo condiciones políticas semejantes, establece una ‘distinción institucional’ muy
precisa entre, por una parte, la pedagogía y, por otra, la licenciatura y la investigación”3,
y que determinó el carácter estrictamente académico de los estudios.
A nuestro juicio, en esta cesura anida la aparición de académicos especialistas en-
trenados para rendir y orbitar en torno a detalles bibliográficos y cifras de logros. Así
también la Filosofía se procura un rostro: el experto erudito y normativo, que asume
una radical fragmentación entre la vida pública y el mundo universitario profesional. En
cierto modo, se trata de un gesto sutil que apunta a la empobrecedora dicotomía entre
un ejercicio filosófico mundano y otro académico, coincidente con la prioridad que des-
3
Ibídem, p. 211. de los sesenta se venía otorgando a la educación productiva a las políticas de desarrollo.
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En efecto, como bien señala Carlos Ruiz, desde mediados de los sesenta la influen-
cia conjunta de las teorías modernizadoras y desarrollistas fue hilvanando un enfoque
político de la Educación que privilegia un carácter funcional al crecimiento económico
por sobre cualquier otra forma de aproximación. En ese sentido, la Educación en todos
sus niveles debe responder a una planificación que gestiona cada área y disciplina en
relación a los roles modernos requeridos para la industrialización y el mercado. De este
modo, ganan protagonismo los discursos economicistas sobre Educación, cuyo sentido
apunta a distribuir las disciplinas al interior del espectro de la productividad internacio-
nal. Desde luego, esto se radicaliza durante la Dictadura por medio principalmente de
la privatización.
Pues bien, en el marco de una Educación para la que toda instancia reflexiva es
una subestimación del trabajo técnico, la Filosofía debe re-ubicarse en lo que Carlos
Ruiz designa como “una nueva economía de las relaciones de poder al interior de las
escuelas y las universidades”.4 Así, con la Dictadura, se asiste a un nuevo reparto de las
experticias y las prioridades del saber, en el que la Filosofía, como instancia crítica sobre
lo público, pasa a ocupar un espacio mendigado entre áreas de la cultura momificadas,
un lugar casi ornamental pero de buena conciencia para el sentido común menos urgen-
te. La Filosofía, como ya señalamos, sobrevive a las Ciencias Sociales y en esa medida
usurpa su lugar, tomando eso sí un rol meramente simbólico que permite mantener el
orden discursivo de las disciplinas y acceder a ciertos índices de pluralidad. Se trata de
algo así como un certificado de buena conducta de la gestión educativa que con los años
se fue sofisticando. De este modo, nuestro actual modelo educativo cumple con tener
Filosofía como una de las tantas otras de áreas del saber. Cumple además con que sus
académicos se doctoren, se post-doctoren, publiquen sus relevantes hallazgos y suban
4
Ruiz, Carlos, De la República al mercado.
los índices de la investigación, pagando responsablemente una cuota suntuaria, casi de
Ideas educacionales y política en Chile,
Santiago de Chile: LOM, 2010, pp. 83 y ss. asistencia, pero ineludible para la diversidad y el buen gusto por el saber.
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Y si Carlos Ruiz plantea la pregunta: “¿qué educación puede ser considerada como
inversión?”5, también podemos atisbar la siguiente: ¿qué lugar toma la Filosofía en una
Educación considerada como inversión?
Por cierto, en lo que la se hilvana con lo educativo, la Filosofía, como a todo otro
oficio pedagógico, también ha sido arrebatada de su palabra y se ha rebajado el valor de
sus decisiones. La voz docente está ausente del distrito de la planificación, poblado de
sociólogos, psicólogos y economistas. En virtud de esto, el profesor de Filosofía, no es
más que un operador incapaz de asignarse un lugar y un propósito.
A este respecto, es significativo el diagnóstico de la “Convocatoria para la
Formulación del Colegio Autónomo de Filosofía en Chile” de 1984, según el cual la
Filosofía se ha puesto “al servicio de un proyecto global de dominación que —como nue-
va Filosofía implícita a la cual se subordina la estructura de la universidad— ya tiene
decidido lo que la Filosofía, en sentido profesional, debe ser y poder hacer, mientras
quiera concedérsele todavía sitio”.6
5
Desde luego, el marco altamente funcional que ofrece la política educativa a la
Ibídem, p. 95.
Filosofía, deriva en una profesionalización de las doctrinas más tradicionales de la his-
6
Citado por Sánchez, Cecilia, op. cit.,
pp. 198-9.
toria de la Filosofía, bajo una relación instrumental con el saber y con la delimitación
7 ordenada de las disciplinas. Por cierto, esto coincide con la inhibición de un estilo crítico
Al respecto, José Santos Herceg mues-
tra cómo la constitución de este corpus de reflexión en favor de un canon de conocimientos que, con prepotencia, pasa a usur-
responde al cruce de variables muy aco- par el lugar y el nombre tanto de la Filosofía como de su oficio, es decir, como cuerpo de
tadas: temáticas prioritarias organizadas
en torno a autores y dispuestas histórica- contenidos y como manera de llevarla a cabo. Son los grandes maestros del pensamien-
mente. “Uniforme, eurocéntrica y con- to, aquella monumental historia elaborada en base a una decena de nombres, la que
servadora. Un perfil de la enseñanza de la
filosofía en Chile”, en Revista Cuadernos habla por toda la Filosofía y se consolida como corpus oficial.7 La posibilidad de hacer
del CEPLA, Nº 19, 2012. http://www. Filosofía en torno a problemas, cede definitivamente lugar a una exposición de doctri-
cuadernoscepla.cl/web/wp-content/
nas consagradas bajo un nombre propio, el de un filósofo de turno, convertido en sujeto
uploads/Edi_19_Texto-7_Jos%C3%A9-
Santos.pdf trascendental. Una historia de la Filosofía canonizada, pontificada y caricaturizada.
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Por otra parte, como bien muestra Carlos Ruiz, es sintomático de esta torsión, el
retiro del discurso centrado en la seguridad nacional en favor del discurso economicista
que dispone entonces la captura del tema educación dentro de la agenda del Ministerio
de Hacienda. En definitiva, una lógica inversión-retribución se instala, desarticulando
todo gesto colectivo y, por tanto, finiquitando toda posición política. Esta lógica rentable
no deja fuera a la Filosofía, la que sucumbe a la exigencia de competitividad que se mide
hoy por la cantidad de artículos, y que hace de los investigadores “empleados que ven-
den habilidades y destrezas en un mercado de bienes y servicios”.
En cierta medida, Willy Thayer10 ha dado cuenta de cómo estas tensiones señalan
una pugna en las significaciones y sentidos que se atribuyen al trabajo filosófico. A partir
de una lectura del Conflicto de las Facultades de Kant, Thayer muestra el choque entre,
por una parte, la funcionalidad heterónoma de las instituciones educativas dependien-
tes de propósitos administrativos, políticos e ideológicos, y, por otra, la labor filosófica
insumisa a finalidades pre-establecidas, y lejana a todo proyecto que implique fijar los
gestos de la crítica. En este sentido, se comprende que la Filosofía ensaye evadirse de la
codificación definitiva como disciplina de estudio, o área del saber científico taxativa-
mente establecida. Su valor radica más bien en su indisciplina y en su promesa de inte-
rrogar sobre las condiciones que hacen posible cualquier orden y división disciplinaria.
De tal modo: “la Facultad de Filosofía no es una especialidad y resulta intraducible en
un currículum”.11 Y si, como afirma Thayer, la Filosofía “desde dicha interrogación, se
relaciona política y no técnicamente con el saber”12, la domesticación de su politicidad
10
Thayer, Willy, “Filosofía de la reforma
y reforma de la filosofía”, Archivos de
consiste entonces precisamente en hacer de la Filosofía una disciplina y del profesor un
Filosofía, Nº 1, 2006, pp. 116-35. técnico o funcionario con límites dirigidos. Esta ha sido, a nuestro juicio, la modalidad
11
Ibídem, p. 120. de intervención que la Dictadura implementó desde el Estado y bajo la forma de la in-
12
Ibídem, p. 119. tervención universitaria.
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a los estudiantes al abandono y al sinsentido de su oficio, tal como alguna vez yo lo sentí
estudiando Filosofía.
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Bibliografía
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Sánchez, Cecilia, Una disciplina de la distancia. Institucionalización universitaria de los estudios filosóficos en
Chile, Santiago de Chile: CERC-CESOG, 1992.
Santos Herceg, José, “Filosofía de mercado. El filósofo profesional como MINI-PYME”, en Paralaje, Revista de
Filosofía, Nº 7, 2011.
Thayer, Willy, “Filosofía de la reforma y reforma de la filosofía”, Archivos de Filosofía, Nº 1, 2006.
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