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Ser niño "huacho" en la historia de Chile (siglo XIX)(2006)

Si la historia es un diálogo sin fin entre el presente y el pasado podríamos decir que son los niños
la fibra sensible donde se va depositando la subjetividad del presente, donde se va acumulando
el amor, el desprecio, el abandono, la pobreza, la indiferencia, la soledad, el maltrato directo o
indirecto del mundo de los adultos, de los que hacen la historia -historia que los interviene, los
modela, los arriesga y los desafía tempranamente- y se va apozando, transformándose en una
huella casi imperceptible pero que tiene la intensidad de las marcas de fuego.

Silvia Aguilera, "Introducción". En Ser niño "huacho" en la historia de Chile (siglo XIX). Santiago
de Chile: LOM Ediciones, 2006, p. 11.

El mismo año en que Gabriel Salazar recibió el Premio Nacional de Historia, se publicó Ser niño
"huacho" en la historia de Chile (siglo XIX), 2006. En este texto, el historiador se enfoca en un
protagonista olvidado y analizó las potencialidades para transformarlo en un sujeto relevante de
la historia de Chile.

A diferencia de textos anteriores, Gabriel Salazar abandona el análisis de los problemas


históricos con un lenguaje especializado y deja que fluya el lado más humano y pasional del
historiador. Así ha explicado esta nueva propuesta: "Para intentar hacer historia en esta
profundidad y en ese origen esencial de la humanidad no es necesario ser 'absolutamente
científico'. Historiador todo el día. Académico con mayúscula. Más bien, se requiere
posesionarse plenamente, integralmente, de la piel humana. Hacer historia de niños es, sobre
todo, una cuestión de piel, de solidaridad, de convivencia, de ser uno mismo, más que de
métodos y teorías" (Salazar Vergara, Gabriel, Ser niño "huacho" en la historia de Chile (siglo
XIX). 2006, pp. 89 - 90).

A pesar de su carácter altamente narrativo, lo que hace Salazar es, finalmente historia. El texto
comienza con la desgarradora historia de Rosaria Araya, una joven soltera de 26 años del Valle
de Illapel, que murió luego de tener 4 hijos. Continúa con las peripecias de aquellos "huachos" y
el abandono de su padre Mateo Vega. Cada una de estos relatos sirven al historiador como una
introducción y una plataforma para insertarse en problemas mayores: la migración campo
ciudad, la infancia en el siglo XX, las altas tasas de mortalidad infantil, el problema de la
marginalidad social, las formas y dificultades de formación de la familia obrera, la falta de
higiene y la promiscuidad, inmoralidad y vicios de la época, las políticas estatales hacia la
infancia, las tradiciones culturales regionales ante la muerte de los niños, entre otros.

En definitiva, Salazar analiza descriptivamente varias aristas del proceso de socialización de los
niños, como protagonistas del futuro de la nación.
Libros flaites: ser niño huacho en la historia de Chile, por Gabriel Salazar.

La obra de Salazar posee un carácter marcadamente abajista, si se usa la expresión en boga. Los
personajes que analiza o que “historiza” son aquellos que la historia usual no incluye. De esta
forma reconstruye lo que algunos llaman “la verdadera historia de chile”, nombre discutible
dado que una no es más verdadera que la otra. Ambas han ocurrido. Simplemente, se trata de
una mirada necesaria y que no se había hecho por una cuestión de prejuicios morales.

Dentro de los personajes que Salazar estudia y categoriza, se encuentra el guacho. La palabra
guacho se cree que viene del quechua y su significado es, simplemente, “solo”. Para el público
extranjero que lea esta columna, explico que guacho es aquel niño que nace o fuera del
matrimonio o sin padre conocido y, por lo tanto, viene a ser lo que se conoce como un hijo
ilegítimo.

La palabra guacho fue, por muchos años, un insulto. Era equivalente a “roto”. El hijo del roto era
el guacho. Sin embargo, con el correr del tiempo adquirió otras connotaciones. Una curiosa
tiene que ver con lo erótico. Se habla de la “guachita” como objeto de deseo, aunque su uso en
la actualidad está bastante en retirada. Actualmente es corriente entre las clases populares
despedirse con un “chao mi guacho”, sin connotación sexual ni ofensiva. Es una expresión que
he oído bastante en la construcción.

Salazar, por su parte, en su

libro “ser niño guacho en la historia de Chile”, muestra como el niño guacho se convierte en
quien perpetúa la pobreza. Las estrategias que a lo largo del siglo XIX usa la mujer y los niños
para sobrevivir a una sociedad semifeudal son prohibidas o muy limitadas por la autoridad. Los
padres son seres ausentes o sometidos. Por supuesto, se trata de una estrategia para reducir la
autoestima por parte de las clases acomodadas y, con eso, mantener el control del país. La
educación no se encuentra extendida y, por supuesto, no es incentivada por el gobierno. Para
los hacendados no necesario que sus inquilinos se eduquen. Mucho peor para ellos es que los
peones se eduquen. De esta forma, el mundo de las poblaciones es un reflejo de esa historia y
de ese proceso del siglo XIX.

Ser niño huacho en la historia de chile


Casi siempre hago un breve prólogo en mis entradas pero esta vez voy a ir directo al hueso.
Ser niño huacho en Chile es un ensayo del profesor Gabriel Salazar cuyo eje, como bien dice el
título, trata de el problema que hubo en este país debido a la explosión demográfica infantil entre
los años 1845 hasta 1910 aproximadamente.
Es un texto sumamente interesante por la manera en que es relatado, armando los fragmentos de
la historia en torno a la realidad practicamente muda de lo que fue la infancia en esa época. De
cómo los niños huachos, y la sociedad completa se iban pudriendo poco a poco, de cómo hubo
que enfrentarse al día a día para no terminar convertido en cuatrero, explotado, abusado o muerto.
Muchos de los temas que son tratados aquí siguen persistiendo en nuestra actual sociedad,
aunque de manera menos ardida diría yo. Tal vez no menos brutal, puesto que ahora existen
medios que nos disfrazan la realidad o insertan placebos en nuestras mentes para que no les
pongamos atención.

Les pongo un breve fragmento:


"En la capital, los huachos servíamos para rellenar cualquier oficio servil: desde esclavos puertas
adentro en las casas señoriales, hasta las plazas vacías del llamado Ejército de la Patria; todo, por
supuesto "a ración y sin salario". Pero eran muchas las mujeres -más de lo que cualquiera pudiera
imaginar- que, en su desesperación, tomaban la decisión suprema de deshacerse de nosotros de
un modo más directo: arrojándonos al fondo de una quebrada. Allí, entre el barro y el estiércol,
terminábamos convertidos en carne para perros, ratas y chanchos. (...) Porque ellas de verdad,
muchas veces nos preferían muertos. Creían, incluso, que la muerte nos libraba de este mundo.
(...) ¡De más valía era un niño muerto y en el reino de los cielos, que vivo, hambriento y estorbando
a sus madres en este valle lleno de lágrimas!"

Huachos pelados y marginales

Otro personaje masculino clave dentro de nuestro imaginario visual es el huacho, el


mismo que abandonó más de un patrón de fundo. Huachos pelados, cabros chicos
callejeros abandonados a su suerte, hombres desamparados y entregados a la
violencia.

Sonia Montecino ha trabajado arduamente en torno a la figura del huacho. Para ella,
nuestro país se ha fundado como nación en la contradicción entre las madres presentes
y los padres ausentes. La figura del huacho ha acompañado el nacimiento de nuestra
república y todo lo que se ha venido para delante. Huachos campesinos, huachos
urbanos, abandonados por el padre y la sociedad.

El historiador Gabriel Salazar, en su notable trabajo “Ser niño huacho en la historia de


Chile”, afirma que el huacho funda, por autodefensa, el machismo nacional y lo ha
prolongado con distintos énfasis y matices.

El huacho se constituye así en un referente de masculinidad de nuestra sociedad,


imagen que ha sido recogida por el cine, muchas veces casi sin quererlo ni con estudios
o investigaciones de por medio. El cine, después de todo, sólo muestra lo que ve o
aquello que se esconde pero que existe.

Señalé anteriormente que en 1925, en “El húsar de la muerte”, aparece con especial
importancia el personaje del Huacho Pelado, un adolescente huérfano adscrito a las
milicias de Manuel Rodríguez. Huachos han sido los gañanes y campesinos de casi
toda la cinematografía nacional de principio del siglo pasado. Huachos son los niños
con los que se topa el pequeño protagonista de “Largo viaje” (1967) en su periplo por
la ciudad en busca de su hermanito muerto. Huachos son los niños de “Valparaíso mi
amor” de Aldo Francia, hijos de un padre ladrón y presidiario que sobreviven en las
calles del puerto abandonados también por un Estado que debió protegerlos.
Prostitutas y maleantes son los padres adoptivos de estos “cabros chicos” sucios y mal
hablados, posiblemente los mismos que de grandes dejarán en el camino a mujeres
abandonadas y nuevos huachos para la historia.

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