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Historia Social Moderna y Contemporánea.

Cátedra Rofé.
Carrera de Sociología.
Facultad de Ciencias Sociales – U.B.A.

Notas introductorias al debate sobre el totalitarismo fascista


Federico Martín Miliddi (F.CsSoc/FFyL-UBA)

El concepto de “totalitarismo” posee un recorrido teórico sinuoso y complejo.


Desde su creación en la Italia de comienzos de los años ‘20 del siglo pasado para
describir una realidad política novedosa y, por lo tanto, hasta entonces
desconocida, hasta las más recientes caracterizaciones elaboradas por politólogos e
historiadores, el término “totalitarismo” ha sido utilizado y elogiado como una
herramienta heurística valiosa, empleado como epíteto de descalificación política y
criticado y, al mismo tiempo, rechazado como una categoría demasiado amplia y
de escaso valor descriptivo.
Tal como señala el historiador italiano Enzo Traverso en una obra en la que
reseña la historia del debate en torno a este concepto1, la categoría “totalitarismo”
nació con la ambigüedad como marca de origen: concebido por intelectuales
liberales y socialistas en 1923 para caracterizar y repudiar al régimen fascista de
Benito Mussolini, el término fue rápida y entusiastamente adoptado por los
propios partidarios del fascismo y sintetizado en la célebre expresión del mismo
Duce, quien en 1925 sostenía que el sistema que su partido estaba imponiendo en
Italia se basaba en un apotegma que afirmaba “Todo en el Estado, todo dentro del
Estado, nada contra el Estado”2. Mussolini y los teóricos del fascismo como
Giovanni Gentile3 tomaron este aforismo como base para sostener que el régimen
fascista se autodefinía, orgullosamente, como “totalitario”, pues el Estado debía
estar presente en todas las dimensiones de la vida de los italianos. De este modo,
tanto los opositores y críticos del régimen cuanto sus líderes y militantes utilizaban
el término como categoría adecuada para dar cuenta de la realidad política italiana
de los años ‘20.
Posteriormente, en la década del ‘30, con la consolidación de la dictadura
estalinista en la Unión Soviética y el ascenso vertiginoso de Hitler y el progresivo
endurecimiento del régimen nazi en Alemania, el concepto de totalitarismo fue
perdiendo peso, en términos relativos, para caracterizar a la realidad italiana frente
a sistemas en los que el avance del Estado sobre la sociedad era mucho más

1 Traverso, Enzo, El Totalitarismo. Historia de un debate. Buenos Aires, Eudeba, 2001.


2 Mussolini, Benito, El espíritu de la revolución fascista. Buenos Aires, Editorial Temas
contemporáneos, 1984. Pág. 210
3 Es importante no confundir a Giovanni Gentile (1875-1944), filósofo oficial y funcionario del

gobierno fascista italiano, con Emilio Gentile (1946) historiador italiano que estudia el fascismo en la
actualidad.

1
profundo y marcado que en la Italia mussoliniana. Desde los años ‘30 comenzó a
verse a la Alemania de Hitler y a la Unión Soviética de Stalin como los sistemas
totalitarios por excelencia. Al mismo tiempo, tanto en estos años como en las
décadas siguientes, el término fue perdiendo toda connotación positiva para pasar
a incorporarse al vocabulario del análisis histórico y político como descripción de
las formas más brutales y absolutas de dictadura y de dominación del Estado sobre
la sociedad, relegando a la categoría de “autoritarismo” o “autocracia” a la mayor
parte de los gobiernos militares y personalistas del mundo contemporáneo. El
concepto de “totalitarismo” quedó sintetizado entonces en una definición que se
convirtió en canónica y que establece que solo son totalitarios aquellos sistemas en
los cuales un Estado controlado por un solo partido político establece, a través de
sus aparatos e instituciones, una dominación completa sobre todas las instancias de
la sociedad civil mediante la combinación de represión física (ejercida e invocada)
y una ideología oficial inculcada a la población a través del sistema educativo y los
medios de comunicación de masas.
Fue especialmente durante la Guerra Fría, particularmente en el mundo
anglosajón, cuando esta definición de “totalitarismo” se instaló y se difundió,
siendo aceptada por un amplio espectro de intelectuales e investigadores de
diversos campos de las Ciencias Sociales. Si bien esta mirada respondía
directamente a los intereses del Departamento de Estado y los organismos de
inteligencia de los Estados Unidos en el marco de su enfrentamiento con el bloque
soviético y tenía el objetivo de contraponer el mundo capitalista occidental (como
un espacio en el que primaba la libertad de mercado, de pensamiento, de prensa y
la democracia política) con las sociedades comunistas (a las que se caracterizaba
abiertamente como “totalitarias”) para legitimar la política exterior estadounidense
de contención de la insurgencia de izquierda en los distintos continentes, esta
última concepción del “totalitarismo” no fue abiertamente cuestionada por el
mainstream académico en esos años. De acuerdo con este esquema, sintetizado en la
obra de Carl Friedrich y Zbigniew Brzezinski Dictadura totalitaria y autocracia
publicada en 1956, los ejemplos históricos más cabales de dictadura totalitaria eran
la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin.
Aunque a finales de los años ‘60, con el impacto de la ola de movimientos
contestatarios de izquierda en el mundo occidental, algunos intelectuales
comenzaron a poner en cuestión esta visión canónica del “totalitarismo”, fue recién
con el colapso de la Unión Soviética que la discusión sobre este concepto adquirió
un tinte más estrictamente académico y menos ideologizado. En las décadas del ’90
y en los primeros años del siglo XXI las publicaciones académicas que abordaban el
estudio de fenómenos como el fascismo italiano, el nazismo alemán y el
estalinismo soviético comenzaron a debatir sobre la pertinencia de esta categoría a
partir de nuevos criterios y tomando en cuenta diferentes factores. Fue en este

2
marco que comenzó a considerarse que, en aquellas sociedades caracterizadas
como totalitarias, probablemente resultara más adecuado tener en cuenta el grado
de dominio de los partidos políticos (en sistemas de partido único) sobre el Estado
que el nivel de penetración del Estado en la sociedad, ya que incluso en los casos
de dominación más brutal (con elevados niveles de represión y un estricto control
ideológico) siempre era posible encontrar resquicios de resistencia por parte de
diversas expresiones de la sociedad civil que ponían, de algún modo, en cuestión el
carácter total de esa dominación. Así, la Iglesia en Italia, los sindicatos en la URSS o
las asociaciones corporativas de la burguesía y algunos sectores del ejército en
Alemania, por ejemplo, fueron vistas como espacios que conservaron ciertos
márgenes de autonomía frente al Estado, incluso en los momentos de mayor poder
de esas dictaduras. Por otra parte, al mismo tiempo, comenzó a ponerse en duda la
validez de un concepto que englobara regímenes con peculiaridades que los
diferenciaban radicalmente: puntualmente, se tomó en consideración la
especificidad de la maquinaria de exterminio sistemático de personas montada por
la Alemania nazi, imposible de identificar con los Gulags estalinistas o las cárceles
fascistas4. Se ha planteado incluso que es necesario que este concepto sea
abandonado, ya que no resulta útil para describir y analizar fenómenos políticos
históricos que lo ponen abiertamente en cuestión en términos empíricos5.
Es en este amplio contexto polémico en el que podemos situar las dos posturas
que encontramos en la bibliografía específica que estudiamos en la clase práctica
sobre fascismo italiano. Encontramos en dos historiadores de profesión como
Stuart Woolf y Emilio Gentile dos caracterizaciones muy diferentes del fascismo
italiano como fenómeno totalitario. Ambos autores aceptan la validez de la
categoría, aún cuando escriben en momentos históricos diferentes: el texto de
Woolf es de finales de los años ‘60, mientras que el de Gentile es de la década del

4 Es notable, en este sentido, la obra Dictadores. La Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin, de
Richard Overy (historiador británico del que no puede sospecharse simpatía alguna hacia la Unión
Soviética) en cuyas conclusiones se establece que, más allá de las similitudes de ambos regímenes,
la política de exterminio masivo implementada por los nazis marca una diferencia radical con la
Unión Soviética, por más brutales que hayan sido los crímenes de Stalin. Véase Overy, Richard.
Dictadores. La Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin. Barcelona, Tusquets, 2006.
“Conclusión. Dos dictaduras”, págs. 719-734. Antes que Overy, Primo Levi había sostenido una
idea similar en el “Apéndice de 1976” a su memorable libro Si esto es un hombre. Véase también Levi,
Primo. Entrevista a sí mismo. Buenos Aires, Edicol Leviatán, 2005. También Traverso marca esta
diferencia sustancial: véase Traverso, E. Op. Cit. Capítulo XII, “Nazismo y estalinismo: el concepto
de totalitarismo puesto a prueba por el comparativismo histórico”. Págs. 143-159.
5 Esto es lo que puede identificarse en el análisis de la “Escuela funcionalista” que estudia el Tercer

Reich (autores como Hans Mommsen, Martin Broszat, Philippe Burrin e, incluso -con matices-, el
propio Ian Kershaw) y que caracteriza a Hitler como un “dictador débil”. En el caso de la Unión
Soviética, autores como Moshe Lewin o Sheila Fitzpatrick no estudian a la dictadura estalinista de
acuerdo con los parámetros clásicos del “totalitarismo”.

3
‘906. Sin embargo, más allá de coincidir en la aceptación de la validez heurística de
la categoría de “totalitarismo”, sostienen diferentes posiciones acerca de si puede
utilizarse para describir al régimen de Mussolini o no. Además, ambos entienden
al “totalitarismo” de manera diferente, veamos.
Puede afirmarse que la conceptualización de Woolf se inscribe dentro de la visión
tradicional del fenómeno del totalitarismo, ya que entiende que estamos en
presencia de un régimen de este tipo cuando el Estado domina completamente a la
sociedad7. Para Woolf el fascismo italiano buscó construir un Estado totalitario
desde mediados de los años ‘20, con la reforma jurídica implementada por el
Ministro de Justicia Alfredo Rocco, a través de la cual se establecía la
subordinación de todas las esferas de la sociedad civil italiana al interés del Estado
comandado por el Duce. Para el historiador inglés, de acuerdo con esta reforma,
incluso el propio Partido Nacional Fascista debía estar sometido a la autoridad del
Estado nacional. Woolf sostiene que entre los años 1926 y 1929 se da la mayor
ofensiva fascista para consolidar un Estado de tipo totalitario. Sin embargo,
considera que este proyecto fracasa por la propia estructura anárquica de la
sociedad italiana y por la resistencia de ciertas esferas muy poderosas de la
sociedad civil, especialmente la Iglesia católica, con la que Mussolini se ve obligado
a firmar un concordato en 1929 (los Pactos de Letrán) para apuntalar política e
ideológicamente al régimen y a realizar importantes concesiones, especialmente en
materia educativa (cediendo el control de un área clave). De acuerdo con Woolf,
entonces, el fascismo italiano no puede ser encuadrado dentro del marco
conceptual del totalitarismo, puesto que sus aspiraciones de dominio total de la
sociedad italiana nunca llegaron a concretarse plenamente, aspecto que se reveló
palmariamente en la caída del régimen entre 1943 y 1945 en la que la Iglesia
desempeñó un papel de primer orden. Woolf sostiene que solamente puede
hablarse de un Estado autoritario que tuvo un momento de auge entre 1926 y 1929
pero que jamás consiguió someter plenamente a una sociedad civil italiana que,
incluso en el momento de mayor ofensiva estatal, logró mantener importantes
cotas de autonomía.
Emilio Gentile, por su parte, sostiene que el concepto de “totalitarismo” resulta
perfectamente válido como categoría sociológico-política para caracterizar a la
sociedad italiana bajo el dominio de Mussolini8. Sin embargo, plantea que el
término no debe considerarse para describir un régimen en el que el Estado
domina a la sociedad, sino un sistema en el que el partido político único aborda y

6 El libro El fascismo europeo, compilado por el propio Woolf se publicó por primera vez en lengua
inglesa en 1968, aunque posteriormente se reeditó en 1981 con algunas modificaciones. Por su parte,
La vía italiana al totalitarismo, de Emilio Gentile, es del año 1995, con una reedición revisada en 2001.
7 Woolf, Stuart J. El fascismo europeo. Madrid, Grijalbo, 1970. Capítulo 4: “Italia”, págs. 44-64.
8 Gentile, Emilio. La vía italiana al totalitarismo. Partido y Estado en el régimen fascista. Buenos Aires,

Siglo XXI Editores, 2005. Capítulo 4, “Partido, Estado y Duce en la mitología y en la organización
del fascismo”. Págs. 171-201.

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controla al Estado, buscando colonizar la totalidad de sus aparatos para, desde allí,
imponer su ideología. Gentile se inscribe así en una línea diferente de análisis del
fenómeno totalitario, más en sintonía con aquella que se difundió (especialmente
en los ámbitos académicos europeos) a partir de los años ‘90. El historiador italiano
plantea entonces que sí puede hablarse de “totalitarismo” en el caso italiano, aún
cuando este no haya triunfado y se haya estructurado como un “totalitarismo
imperfecto o incompleto” (incluso afirma que toda forma de totalitarismo está
permanentemente en construcción y nunca puede ser considerada como completa).
Para Gentile, el experimento fascista italiano debe considerarse en términos
dinámicos, como un totalitarismo en construcción, en proceso y no como una
forma política acabada y definitiva. En este sentido, sostiene que el Partido
Nacional Fascista buscó controlar plenamente el Estado para, desde allí,
“fascistizar” a la sociedad italiana y que, en este sentido, puede hablarse de una
específica “vía italiana al totalitarismo”, tan válida y tan concreta históricamente
como la alemana nazi o la soviética estalinista. Sin embargo, Gentile considera que
el momento de mayor intensidad totalitaria no se dio en los años ‘20 (tal como
afirmaba Woolf) sino en los ‘30, cuando el fascismo italiano recibe el impulso
ideológico y político que significa el triunfo de regímenes similares en otras partes
de Europa, especialmente en Alemania y Austria. Para Gentile, los años ‘20
representan más bien el momento autoritario del régimen, mientras que el
experimento totalitario tiene lugar en la década de 1930, en el marco de la
radicalización ideológica de derecha que promueve el triunfo del nazismo. Es en
este momento cuando los ideólogos y los militantes más activos del fascismo
buscan alcanzar un pleno dominio del conjunto de los aparatos del Estado para, a
través del mito del Duce, crear una “comunidad totalitaria” en la sociedad italiana.
Para Gentile, el hecho de que el experimento totalitario fascista haya encontrado
límites claros para su concreción y que finalmente haya terminado fracasando no
es razón para negar su existencia y su originalidad como proyecto político en el
periodo de entreguerras.
De este modo, podemos afirmar que, a pesar de las ambigüedades y vaivenes que
ha presentado el término “totalitarismo” desde su acuñación en los años ‘20, y más
allá de su carácter polémico, se ha transformado en una categoría válida para el
análisis histórico de cierto tipo de regímenes surgidos en Europa entre las dos
guerras mundiales, como lo demuestra la argumentación de uno de los mayores
especialistas actuales en el estudio del fascismo como Emilio Gentile. De todas
formas, al igual que sucede con todos los conceptos de las Ciencias Sociales,
continúa siendo objeto de debate por parte de los especialistas a la luz de nuevas
evidencias históricas y de la renovación de las interpretaciones historiográficas y
sociológico políticas.

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