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EL CEMENTERIO

PELIGROSO

Edición preparada por


VICTORIA CIRLOT

EDICIONES SIRUELA
Título original: L'atre pérelleux

Selección de lecturas medievales, 11

Dirección y diseño por Jacobo F. J. Stuart

© Ediciones Siruela, S. A. Madrid 1984


Plaza Manuel Becerra, 15
El Pabellón
28028 Madrid
Teléfono: 245 57 20
I.S.B.N.: 84-85876-23-7
Depósito legal: M-42407-1984
Printed and made in Spain
CONTENIDO

PRÓLOGO
BIBLIOGRAFÍA
EL CEMENTERIO PELIGROSO.
Prólogo
La doncella botellera en la Corte del Rey Arturo
La persecución de Gauvain
En el Cementerio Peligroso
Combate con Escanor de la Montaña.
La doncella del gavilán
El relato de Espinogre
El Caballero del Duelo y del Gozo.
En las tierras de Codrovain el Rojo.
El rescate de la doncella de Cadrés
En el castillo de Tristán que nunca ríe.
Combate de Espinogre y Gomeret
Combate de Gauvain y el Encantado Orgulloso.
Encuentro con el Caballero Negro.
La reparación del Encantado Orgulloso.
En la Corte del Rey Arturo
APÉNDICE
PRÓLOGO

Mientras algunos escritores del norte de Francia tomaron la


forma prosificada de las para configurar una gigantesca
producción novelesca cuyo tema fundamental giraba en torno al
enigma del Graal, otros, en cambio, prefirieron seguir utilizando
el octosílabo pareado para recrear las aventuras de los caballeros
de la Tabla Redonda y, en especial, las de Gauvain, el buen
sobrino del rey Arturo. En un período de progresiva restauración
monárquica no es de extrañar que las preferencias de los
escritores cayeran sobre este personaje, un héroe ejemplar al que
la tradición anterior ya había dotado de las mejores cualidades
dentro del código cortesano. El Cementerio Peligroso es uno de
esos romans artúricos en verso cuyo protagonista es Gauvain. Una
obra tradicional en cuanto a la forma, elaborada por un autor
anónimo en una época algo lejana ya al esplendor de la novela
artúrica en verso, coetánea a la nueva técnica de escritura que se
manifiesta en la prosa. Una obra conservadora, pero en la que
quizá se trasluzcan algunos ingredientes para una nueva estética.

MANUSCRITOS Y EDICIONES

El Cementerio Peligroso se conserva en tres manuscritos que


han sido fechados a finales del siglo XIII. Dos de ellos se
encuentran en la Biblioteca Nacional de París (N1: n.º 2.168 y N2:
n.º 1.433), y el tercero en el Musée Condé de Chantilly (A: n.º
626 ). Al final de la obra se lee en todos ellos Explicit de l'atre
perellous. El editor del roman, Brian Woledge, considera que
estos tres manuscritos derivan de un arquetipo desaparecido y
toma como base N11. La diferencia más notable entre estos
manuscritos consiste en que N2 contiene un pasaje de 666 versos
que no figura en los otros dos. Situado después del verso 3.002, el
pasaje parece ser una interpolación y no la versión auténtica del
episodio, pues interrumpe una conversación y ofrece
incoherencias narrativas en el hilo argumental. En cualquier caso,
debía formar parte del original porque al final del roman hay una
alusión a este episodio. Woledge lo edita en un Apéndice, por lo
que también hemos preferido presentar su traducción separada del
resto del texto2.
Esta es la primera traducción en lengua moderna de Li Atres
perillox y se ha basado en la edición que Brian Woledge publicó
en 1936 (en «Les classiques français du moyen Âge», n.º 78,
París, Champion).

LENGUA Y FECHA

Según las investigaciones de T. Wassmuth, el roman ofrece un


cambio dialectal sensible. Hasta el verso 5.700 aproximadamente,
el autor utilizaría un dialecto propio del departamento moderno
del Eure y quizá de la región de Bernay. Por su parte, E.

1
El ms. N1 que también contiene Auc. et Nic., fue fechado por M. Roques a
finales del siglo XIII. N2 ofrece el y Yvain de Chrétien de Troyes y según el
catálogo corresponde al siglo XIII; A es un ms. consagrado enteramente a
los romans de la Tabla Redonda y según el catálogo es de principios del
siglo XIII, aunque W. Foerster lo consideró más tardío (finales del XIII).
Existen indicios de otros dos ms. no conservados (X y S). La clasificación
de los ms. en: B. Woledge, L'atre périlleux. Etudes sur les manuscrits, la
langue et l'importance littéraire du poème avec un spécimen du texte, Paris,
Droz, 1930, pp. 27 y ss.
2
Cf. nota 38 de la traducción. Según B. Woledge (op. cit.) esos versos
«peuvent être simplement une allusion à un personnage connu de la
légende arthurienne. Mais il est possible que nous ayons là une référence a
un incident que avait vraiment sa place dans le poème et qui manquait dans
l'archétype de nos manuscrits. Dans N2 on aurait essayé de combler cette
lacune» (p. 30). Resulta imposible integrar el fragmento en el texto según
nos lo han transmitido los manuscritos (cf. nota 20 de la traducción).
Freymond apuntó la hipótesis de que toda la parte que se extiende
desde el v. 2.791 hasta el verso 5.718 fuera una interpolación,
fundamentando su argumentación en el uso de rimas ricas en este
fragmento. Woledge desestimó tanto la teoría de Wassmuth como
la de Freymond por la fragilidad de las pruebas y sostuvo que el
Atre debió ser compuesto por un autor procedente de la
Normandía3,
Las características lingüísticas de la obra permiten situarla
aproximadamente a mediados del siglo XIII: se observan
irregularidades en la declinación pero ésta no ha caído todavía en
desuso. Otros datos ratifican la fecha que Woledge concede al
Atre:
En primer lugar, la propia fecha de los manuscritos (finales del
siglo XIII) pues la lengua de los copistas parece posterior a la del
autor. En segundo lugar, el análisis literario también confirma esta
datación. La obra se caracteriza por un «convencionalismo» que
indica que el autor tomó muchos elementos de los romans
artúricos anteriores. Entre las obras que mayor influencia
ejercieron en el Atre se encuentran Le Chevalier as deus espees y
Amadas et Ydoine, pertenecientes ambas a la primera mitad del
siglo XIII. Por otro lado, en el Atre se basaron dos romans sin
duda posteriores: Claris y Laris, fechado por G. Paris en el año
1261 y el Roman de Escanor, situado hacia el año 12704.
Junto a estas argumentaciones lingüísticas y literarias, habría
que añadir otra de carácter arqueológico que confirma la datación
3
T. Wassmuth, Untersuchungen der Reime des altfranzösischen
Artusroman Li Atres perillox, Bonn 1905; E. Freymond, Ueber den reichen
Reim bei altfranzösischen Dichtern, en «Zeitsch. f. rom. Phil.» t. 6, Halle
1882. Las críticas de B. Woledge contra estos dos autores se expresan del
siguiente modo: «L'hypothèse de W. est toujours possible, mais nous
n'osens pas l'acepter définitivement quand elle est soutenue par si peu de
témoignages linguistiques et par aucun autre. Bomons-nous à dire qu'il
paraît assez vraisemblable que le poéme a été terminé par un second
auteur.» /.../ «La suggestion de F. /.../ mais les témoignages sont trop faibles
pour que nous acceptions la théorie de F.» (p. 52), sus propias conclusiones,
p. 53.
4
B. Woledge, cit., pp. 60. y ss. Por su parte, Schirmer lo había datado a
finales del siglo XIII.
de Woledge: el autor del Atre presenta una nueva imagen de la
caballería según el armamento descrito. Se trata al menos de una
imagen distinta de los caballeros que, por ejemplo, aparecían en
los romans de Chrétien o incluso en el Bel Inconnu de Beaujeu. El
autor recoge los cambios que se operaron en el armamento a partir
del año 1230 aproximadamente. Destacaré la mención de tres
elementos novedosos: a) el yelmo con visera (Topfhelm), b) la
cimera del yelmo cuya función principal consistió en ser
receptáculo de las señales heráldicas, y c) la utilización de
perpunte y sobrevesta, reservándose esta segunda túnica para la
ostentación de la heráldica. En definitiva, el autor del Atre
describe el tipo de caballero que inmejorablemente se representó
en el famoso manuscrito manesse de mediados del siglo XIII5.

TRADICIÓN O FUENTES

No se conoce ninguna otra obra que contenga un argumento


similar al del Atre. La obra es con toda probabilidad una de las
últimas novelas en verso sobre Gauvain. Parte por tanto de una
tradición bien fija (Enfances Gauvain, Vengance Raguidel) pero
carece de antecedentes claros6. Con todo, el autor se empeña en
afirmar en reiteradas ocasiones a lo largo de la obra que sigue un
conte (por ejemplo: «Si com le conte le m'afice», v. 2.580) lo cual
podría aludir a una tradición oral, pero también asegura basarse en
un livre («Et si li livres ne me ment», v. 3.396) lo que haría
supuesta referencia a una fuente escrita.
Las similitudes entre el Atre y Le Chevalier as deus espees
indujeron a W. Foerster a considerar esta novela como fuente de
la anterior. Woledge, siguiendo a G. Paris, prefirió suponer una
posible fuente común para ambas obras7.

5
Cf. C. Blair, European Armour, London 1958 (2.ª ed. 1972, pp. 30 y ss.).
6
Cf. A. Micha, Le roman en vers en France au XIIIe siècle, (Les romans
arthuriens, pp. 380-399), en GRLMA IV/1, Heidelberg 1978.
7
Cf. introducción de W. Foerster a la edición de Le chev. as deus espees
(Halle 1887), cf. B. Woledge, cit., p. 85. Cf. nota 26 a la traducción.
La reiteración de motivos no parece ser indicio en la materia
artúrica de imitaciones o plagios. Tanto el Chevalier como el Atre
contienen un motivo ampliamente extendido y repetido en
diversos romans artúricos. Por tanto, la coincidencia del motivo
en ambas obras no implica forzosamente la utilización de una de
ellas como fuente. Y como quiera que la supuesta fuente común
de Chevalier y el Atre no se ha conservado, debemos considerar el
Atre como una obra original. La cita de fuentes por parte del autor
parece proceder de la necesidad de ofrecer verosimilitud a su
roman. Este tipo de citas solían ser auténticas cuando los
escritores basaban sus historias en los clásicos. Casi cien años
más tarde, las expresiones como las más arriba indicadas, parecen
ya tópicas8.

TECNICA NARRATIVA Y ESTRUCTURA

La unidad del roman se encuentra asegurada por la persistencia


de un- motivo: la supuesta muerte de Gauvain. Hacia la mitad de
la obra se marca un hito en el desarrollo de aventuras que
coincide con el encuentro de Gauvain y el caballero Espinogre.
Siguiendo el esquema tradicional de los «romans de iniciación» el
momento es culminante, pues Gauvain asume conscientemente su
supuesta muerte y renuncia al nombre:

Je ne vous puis le mien non dire


Fait Gavains, que le l'ai perdu
Si ne sai que le m'a tolu. (vv. 3.450-52)

(No os puedo decir mi nombre, le responde Gauvain, pues lo he


perdido y no sé quién me lo ha robado. )

Según A. Micha, estos versos dividirían estructuralmente la


novela en dos partes cuya simetría la concederían los dos plantos
8
Una reflexión sobre esta cuestión en E. Köhler. Zur Selbltauffassung des
höfischen Dichters. en Der altfranzösische höfilche roman, Darmstadt
1978, pp. 17 -38.
de las doncellas por la muerte de Gauvain: I.ª Parte (VV. 8-3.450,
planto de las tres doncellas, vv. 450-660) y II.ª Parte (versos 3.450
hasta el final, v. 6.676 con el planto de la doncella del castillo de
Codrovain, versos 4.204-4.220)9.
Si bien desde un punto de vista general, la interpretación
parece correcta, la complejidad del roman induce a intentar
profundizar algo más en la forma de construcción.
Aunque el autor renuncie a la forma prosificada para narrar su
historia, parece compartir en algunos momentos su técnica de
entrelazamiento10, En efecto, el autor no sigue un proceso lineal
en la narración del suceso. Así por ejemplo, en el verso 688
abandona a Gauvain para relatar la historia del caballero
perseguido, por lo que en el verso 712 tiene que indicar: «A
Gavain m'estuet revertir» (Ahora tengo que volver con Gauvain).
En otras ocasiones suprime la indicación, pero no por ello deja de
abandonar la historia de un personaje para seguir con la de otro
(así en toda la primera parte combina la acción de Gauvain con la
del caballero perseguido y con la del muchacho que ayuda a
Gauvain). Hay en la obra interrupción de aventuras que se
continúan más adelante e, incluso, se pueden apreciar algunas
ramificaciones aunque el protagonista sea siempre Gauvain.
Después de un inicio absolutamente convencional dentro del
género (1. Corte de Arturo, 2. llegada de una doncella que pide un
don, 3. aparición de un caballero desconocido y descortés, 4.
provocación y rapto de la doncella,5. salida de Keu y fracaso, vv.
8-375), Gauvain se lanza a perseguir al caballero raptor y en su

9
Cf. A. Micha, op. cit., p. 385.
10
Según la definición de F. Lot, Etude sur te Lancelot en prose, Paris,
Champion, 1918 (1954 reed.), p. 17. «C'est qu'il était difficile et même
impossible d'opérer de veritables subdivisions. Aucune aventure ne forme
un tout se suffisant a lui-même. D'une part des épisodes antérieurs, laissés
provisoirement de côté, y prolongent des ramifications, d'autre part des
épisodes subséquents, proches ou lointaines, y sont amorcés. C'est un
enchevêtrement systématique. De ce procédé de l'entrelacement les
exemples se pressent sous la plume.» Sin dar paso naturalmente a «lo
cíclico» propio de la prosa, cf. E. Yinaver, The Rise of Romance, Oxford
Univ. Press, 1971 (cap. Y. The Poetry of interlace).
errancia encuentra otra aventura. Se plantea así la primera
disyunción en el roman, o lo que podríamos llamar «ruptura del
proceso linea1»:

Si qu'il ne set que il fera


la quele aventure il suirra
La premiere u la daraine (v. 639-641)

(De modo que no sabe qué hacer ni qué aventura perseguir, si la


primera o la última. )

La primera aventura es aquella por la que ha salido de la Corte


de Arturo (rescate de la doncella raptada). Una vez concluida la
primera aventura se impone el retorno, pero un suceso exigirá la
realización de una aventura imprevista: la recuperación de su
caballo Gringalet.

Ne set quel part ne en quel tere


A venture veut aler querre,
Si ne set ne conment ne queles;
mes volentiers les queïst teles
s'il onques ,faire le peüst,
Que il aventure seüst
U le chevalier est alé
Ki son ceval en a mené. (vv. 2.765-2.772)

(No sabe a qué lugar ni a qué tierra quiere ir a buscar aventura,


no sabe cómo ni cuáles, pero con gusto buscaría aquellas si
puede, por las que supiera dónde había ido el caballero que se
había llevado su caballo.)

En boca del protagonista de la novela, el autor va


estructurando el relato. En este punto de la novela, la primera
aventura ya se ha cumplido, la segunda (daraine, v. 641) ha
quedado en suspenso y la tercera acaba de presentarse ahora.
Después del pasaje central del roman (el encuentro con
Espinogre) se recuerda la segunda aventura y de nuevo
encontramos una reorganización estructural:
Si com il dient, ains iront
Amont et aval par la terre,
U qu'il soit le Gringalet querre.
Et quant il l'aront si bien quis
K'il l'aront par armes conquis,
S 'iront querre les demoiseles,
Celes qui discent les nouveles
A Gavain qu'il estoit ocis.
Si ont devisé et enquis
Aprés querront cex qui a tort
Se sont vanté que il l'ont mort;
Et quant il trovés les aront,
Par armes lor contrediront
C'onques mort ne reçut par ex.
(vv. 3.568-3.580)

(Tal y como dicen, sino que no dejarán de recorrer la tierra


arriba y abajo para buscar a Gringalet. Y cuando lo hayan
buscado tan bien que lo hayan conquistado por las armas,
entonces irán a buscar a las doncellas, aquellas que proclaman la
noticia de que Gauvain ha muerto. Después de preguntarles,
buscarán a los que con engaño se envanecen de haberlo matado,
y cuando los hayan encontrado, les contradirán por armas que
nunca recibió muerte de ellos.)

De este modo, se construyen en el roman tres aventuras


diversas: I) el rescate de la doncella raptada vengándose así la
afrenta en la Corte del rey Arturo, 2) la recuperación de Gringalet
y 3) la recuperación del nombre:

1.ª Aventura (Rescate de la doncella raptada): versos 375-


2.462.
2.ª Aventura (Recuperación de Gringalet): versos 2.765-4.893.
3.ª A ventura (Recuperación del nombre ): versos 4.894-5.723.

Sin embargo, y como hemos podido comprobar, no se


organizan linealmente, sino que la tercera se suscita casi al inicio
de la obra y la segunda irrumpe repentinamente. Tres aventuras
que consisten en una quête ( aventure... querre / ...les queïst teles /
le Gringalet querre / ...si bien quis / ...querre les demoiseles /
querront cex...) de tres objetos ( doncella-caballo-nombre)
realizadas por un Gauvain enfrentado ante el espejo que erigen
aquellos que lloran por su muerte: 1) las tres doncellas (versos
456-660), 2) la alusión de Espinogre (v. 3.239), 3) el llanto de la
doncella hermana de Codrovain (versos 4.204-4.220) y 4) el
lamento de Tristán el que no ríe (versos 4.893 y ss. ). ¿Preludio
literario del «tema del doble»?
Pero el Atre no se construye en un sentido estricto como un
roman biográfico. La historia narrada no es únicamente la de
Gauvain. En la errancia del caballero que organizan las tres
aventuras, Gauvain se encuentra con doncellas y caballeros en
cuya historia interviene:
En el Cementerio Peligroso (vv. 1.131-1.424, la aventura que
da título al roman) Gauvain combate con un diablo para liberar a
una doncella. En principio, la aventura es propiamente un suceso
del azar que sorprende al caballero y que, al parecer, le aparta de
su objetivo fundamental que en ese momento consiste en
perseguir al caballero raptor de la doncella botellera. De pronto,
mientras va buscando hospedaje una noche, el héroe se encuentra
en un cementerio en el que habita una misteriosa doncella. La
doncella le explica su historia. A partir de la técnica del relato
retrospectivo, el autor del Atre da entrada a las historias (contes)
de otros caballeros: el relato de Espinogre (vv. 2.986-3.293), el
relato del Caballero del Duelo y del Gozo (versos 3.564-3.877).
Así, Gauvain llevará a cabo una serie de combates que, en
principio, se encuentran fuera de sus propios objetivos: combate
con el diablo del cementerio, combate con Espinogre, combate
para ayudar a Cadrés, combate con el Caballero Negro. Pero a
excepción de este último combate, el autor del Atre sabe enlazar
sutilmente cada una de esas historias con la historia fundamental:
así, por ejemplo, será la doncella del Cementerio Peligroso la que
le desvele la identidad del caballero raptor; el elato de Espinogre
hace recordar al héroe su aventura fundamental, el encuentro con
Cadrés, y el capricho de la doncella por comer le permitirán
encontrar a Codrovain, el raptor de su caballo Gringalet. De algún
modo, todos estos sucesos conducirán a Gauvain a través de
sendas retorcidas, a encontrar los objetos de la búsqueda. El azar
se llena de significado destinacional.
Siguiendo el orden que establece el propio autor (en palabras
del héroe de la novela), habría que señalar tres momentos claves
que concluyen las tres aventuras arriba fijadas:

1) Combate con Escanor de la Montaña (versos 2.064-2.462)


2) Combate con Codrovain el Rojo (versos 4.563-4.893)
3) Combate con el Encantado Orgulloso (versos 5.226-5.723)

A partir de ahí sólo quedan 1.000 versos para finalizar el


roman. Estos desarrollan el retorno de Gauvain a la Corte de
Arturo. No proponemos una estructura tripartita de la obra, puesto
que los sucesos se van encabalgando y así impiden que las partes
puedan poseer una autonomía propia. Además ello supondría una
visión reduccionista de una novela que no sólo trata de la
«historia de Gauvain», sino que ésta enmarca y centra las historias
de muchos otros caballeros y doncellas.

HACIA UNA NUEVA ESTÉTICA

Las reflexiones acerca de la estructura de la obra permiten fijar


la distancia del Atre con respecto a la tradición literaria anterior y,
concretamente, con los romans que podemos denominar
«clásicos» (Chrétien de Troyes). Aunque sólo sea desde un punto
de vista estructural observamos que las diferencias son más
notables que las similitudes que, a primera vista, podrían parecer
preponderantes. El «convencionalismo» de la obra no va más allá
de los primeros trescientos versos. En realidad, el principio
constructivo del roman no tiene nada que ver con sus grandes
antecedentes.
Según el esquema clásico, el héroe sale a la aventura para
conseguir un objeto. Con frecuencia, el roman busca ante todo
plantear un proceso en el individuo que pasando por una crisis le
logra restituir ejemplarmente a la colectividad. En el roman
clásico la crisis es un elemento estructural inevitable (Erec-
Yvain-Perceval). En el Atre no hay crisis porque tampoco se
busca desencadenar un proceso: la integridad de Gauvain es
incuestionable desde un principio, la muerte ficticia no genera en
el protagonista una «crisis de identidad», no hay falta, culpa ni
pecado. Por tanto, la intención no consiste en plantear la
superación moral del caballero y por ello las aventuras no se
escalonan en gradación ascendente, principio constructivo
característico en la novelística de Chrétien de Troyes, según
demostró W. Kellermann11. Al mismo tiempo, la unidad
estructural basada en el topos cortés propia del roman clásico es
insignificante en el Atre: las relaciones entre amor-caballería
desencadenantes de la acción, han desaparecido. Gauvain no
combate por amor a ninguna doncella, sino que es más bien
espectador del amor de los demás. Por ello, cada episodio posee
un valor en sí y su significado resulta de algún modo
independiente con respecto al todo. ¿Destrucción de la
conjointure? En realidad, en ocasiones parece que el principio de
entrelazamiento no deja de ser un artificio literario para relacionar
episodios que no construyen el todo armónico al que aspiraba
Chrétien de Troyes. El episodio adquiere fuerza por una
concentración cada vez mayor de lo sobrenatural, lo maravilloso y
lo fantástico. Contrastes de luces y sombras, del bien y del mal,
magníficamente expuestos en el episodio del Cementerio
Peligroso, parecen configurar una nueva estética alejada ya del
clasicismo de la segunda mitad del siglo XII12.
No hay duda del valor pedagógico que contiene el roman:
establecido ya el código cortesano y caballeresco como normas
conductuales, el autor del Atre se interesa por matizar y centrar
aspectos concretos del comportamiento, en especial, del

11
W. Kellermann, Aufbautstil und Weltbild Chrestiens von Troyes im
Percevalroman, Tübingen, Niemeyer, 1967 (1.ª ed. 1936).
12
Sigo la hipótesis de trabajo planteada para los romana artúricos alemanes
posteriores a Hartmann (cf. W. Haug, Paradigmatische Poesie. Der spätere
Artusroman auf dem Weg zu einer nachklassischen, Aesthetik, en
«Deutsche Vierteljahrschrift für Literaturwissenschaft und
Geistesgeschichte» n.º 56, 1980, pp. 204-231). Estoy preparando un estudio
sobre la estética postclásica en los romans artúricos franceses en verso
(Studia in Honorem M. de Riquer).
comportamiento sexual y amoroso. Interesa menos exponer los
valores propiamente caballerescos (valor, fidelidad, honor) que
discutir sobre cuál debe ser la actitud, tanto femenina como
masculina, ante las relaciones amorosas. Sobre un fondo de
posible procedencia celta e indudable valor simbólico, el autor
lleva a cabo un discurso moral destinado a «su dama» como dice
en el Prólogo, paradigma, debemos entender, de las clases
elevadas que entonces, a mediados del siglo XIII, giraban en
torno de la corte monárquica.
Victoria Cirlot
Barcelona, agosto, 1984
BIBLIOGRAFIA

EDICIONES

Fabliau ou Conte de l’Atre périlleux, c'est-à-dire du Manoir


périlleux, (ed. anónima), en la «Bibliothèque universelle des
romans», París 1777.
HERRIG, L.: Der gefahrvolle Kirchhof, en «Archiv für das
Studium der neueren Sprachen und Literaturen».
Braunschweig 1868.
WOLEDGE, B.: L 'atre périlleux. Roman de la table ronde, en
«C.F.M.A.» n.º 78, París, Champion, 1936.

ESTUDIOS

CADOT, A. M.: Le motif de l'atre périlleux: la christianisation du


surnaturel dans quelques romans du XIII siècle, en «Marche
Romane Medievalia 80». 1980. pp. 27 -34.
FREYMOND, E.: Ueber den reichen Reim bei altfranzösischen
Dichtern, en «Zeitsch. f. rom. Phil.. t. .6». Halle 1882.
FRAPPE, A. H.: Sur un épisode de l’Atre périlleux. (Romania», t.
58, 1932, pp. 260-264.
MICHA, A.: Le roman en IJers en France au XIIIe sie'cle (Les
romans arthuriens, pp. 380-399) en Grundriss der
romanischen Literatur, IV /1, Heidelberg, Carl Winter, 1978.
WASSMUTH, T.: Untersuchung der Reime des al~französischen
Artusroman Li Atres perillox. Bonn 1905.
WESTON, J;: The legend of Sir Gauvain. London, Nutt. 1897.
WOLEDGE, B.: L'atre périlleux. Etudes sur les manuscrits. la
langue et l'importance littéraire du poème avec un spécimen
du texte, París, Droz, 1930.
EL CEMENTERIO PELIGROSO
EL CEMENTERIO PELIGROSO

Prólogo

Mi dama me encarga y ruega que le narre una aventura que le


sucedió al Buen Caballero, y puesto que me lo ha encargado y así
le complace, no puedo dejar de hacerlo. Oíd ahora cómo le
sucedió:

La doncella botellera en la
Corte del Rey Arturo

Un día de Pentecostés mantuvo el rey Arturo una gran fiesta:


no quedó caballero errante desde el mar hasta Cornualles ni
doncella que algo valiera, que no acudiera a aquella corte. El rey
mucho les honró pues les dio muy ricos dones. Cuando llegaron
los barones y se reunieron el sábado después de nonas, sucedió
que mientras el rey estaba distraído, vieron venir errante a una
doncella completamente sola, muy hermosa y muy bien ataviada.
Magnífico era su atuendo: su ropa nueva y reciente era de muy
rica seda bermeja. No pienso ahora describir largamente ni el
arnés ni la silla ni ningún otro atavío, pues iba tan bien arreglada
que gran esfuerzo habría que poner en ello. Así entró en la sala y
no retuvo el freno hasta que llegó delante del rey.
-Rey -le dice-, el Señor que gobierna arriba y abajo, el cielo,
mar y tierra, os salude. Vengo desde mi país a pediros que me
concedáis un don; no os buscaré deshonra, ultraje ni villanía.
El rey, con bondad, le otorga el don:
-Decidme lo que es y lo tendréis sin engaño mientras os lo
pueda conceder.
-Gracias señor. Oíd ahora lo que os pido: mañana quiero ser la
botellera más importante de vuestra corte y serviros en vuestras
comidas. Y también quiero que un caballero de aquí dentro, el
más estimado y el más dotado de cualidades, me proteja, defienda
y honre mientras permanezca en vuestra corte para que no sufra
villanía. No me atrevería a quedarme aquí sin muy buena
protección.
El rey la mira bondadosamente y le dice:
-Hermosa, haréis el servicio a vuestro gusto, pero no sabría
juzgar al mejor caballero de aquí dentro ni de mi mesnada. Sois
tan noble y bien enseñada que creo que pensáis en alguien. Si os
complace, nombrad a aquel que vos queráis y desde ahora le
ordeno que os proteja y defienda, y se esfuerce en serviros
mientras permanezcáis aquí.
-Señor, no es justo que conceda a uno todo el mérito. Por eso
os he encomendado a vos, que me habéis concedido el don, esa
difícil tarea. Temería equivocarme si eligiera yo sola.
-No me ayude Dios si sé elegir al mejor, exclama el rey. Pero
os quiero rogar que me otorguéis una cosa si os parece bien: sin
elegir, os entregaré para vuestra protección a un caballero
hermoso y noble, cortés y prudente, y si él no perteneciera a mi
linaje, aún le alabaría más.
La doncella, que no era necia, le responde:
-Señor, nombrádmelo si os complace, pues a mí me parece
bien.
-Hermosa, será Gauvain y bajo su protección os encontraréis
mañana y durante tanto tiempo como deseéis.
-Señor, muchas alabanzas he oído de Gauvain. Por vuestra
voluntad me quedo, pues sólo a él quería.
Así le fue concedido el don, tal y como os he contado. Entre
tanto, Gauvain la lleva con gran alegría a su hospedaje. Y sabed
que se comportó de tal modo que nada se le pudo reprochar, pues
ordenó que le sirvieran y le hicieran compañía una doncella y su
hermana que era muy hermosa. En gran regocijo pasaron aquella
noche hasta el día siguiente por la mañana. Con gran alegría se
levantaron Gauvain y las tres doncellas. Luego con el mismo
arnés se dirigió a la iglesia a oír el servicio, pues el rey ya estaba
en la iglesia con la reina cuando Gauvain llegó allí desde su
hospedaje con las doncellas. Cuando terminó el servicio,
regresaron todos juntos. Creo que a la doncella, tal y como le
habían prometido, le entregaron la copa principal, pues las mesas
ya estaban puestas. En esto comenzó un servicio magnífico,
hermoso y rico, pues el rey Arturo no era pobre y quería que todo
fuera muy abundante. Pero ahora no me preocupa contar qué hizo
ni cómo, sino tan sólo lo que aquí interesa.
La joven comienza a servir de la copa. Junto al rey está
sentada la reina ya su lado el rey de Gales. Gauvain, Tor, hijo de
Arés, Erec y Caradoc Rompebrazos están sentados al otro lado, y
después se sentaron todos los demás1. Había muchos caballeros de
mérito y muchas graciosas doncellas. Muchos vasos y recipientes
de oro tenían delante de ellos. No estuvieron mucho rato
comiendo pues sólo se les había servido un plato, cuando vieron
venir por la puerta a un caballero errante. Y sabed que si no
hubiera sido tan grande, no habría habido bajo el cielo uno más
hermoso que él. Entró en la sala armado pero sin la lanza, que
dejó apoyada fuera de la sala. El vasallo era tan orgulloso que no
detuvo su caballo hasta estar delante del rey, y llegó con tal
impulso que su freno chocó con la mesa. Ni ujier ni condestable le
contradijeron en nada. Después de contemplarlos a todos durante
un buen rato sin decir palabra, se volvió hacia la doncella, la coge
por los hombros y luego la sienta delante sobre el cuello de su
corcel.
-Rey -dice-, no quiero ocultarte que esta doncella es mi amiga.
Desde que comencé a amarla la he seguido por muchas cortes.
Nunca antes la había podido encontrar en corte de la que me
atreviera a llevármela, pero veo la tuya tan delicada y tan vacía de
buenos caballeros, y digo esto para enojar a quien la tenga en su
poder, que por ellos no la perderé, antes bien me la llevaré sin
peligro. Ni uno solo de los caballeros que están aquí asirá su
escudo contra mí. Señor rey -continúa diciendo-, me marcho por
el gran sendero que va hacia el bosque y que me conducirá a mi
país. ¿Sabéis por qué os digo por dónde voy a regresar? Si hubiera
aquí algún caballero que por prudencia o necedad quisiera
desdecir en batalla algo de lo que yo haya dicho aquí, no podrá
1
Caballeros de la Tabla Redonda, ya famosos en la materia artúrica desde
el Erec de Chrétien de Troyes. Tanto Tor, hijo de Arés, como Carados
Briesbras (Caradoc/Caradue) alcanzan protagonismo en las Continuaciones
de Perceval y en el roman Claris y Laris posterior al AP (G. D. West, An
index Of proper names in french arthurian french romances, Toronto,
Press, 1969). Corresponde a la «forma artúrica» la enumeración más o
menos extensa de los personajes que constituyen la Corte de Arturo.
alegar que me he ido huyendo. Todos verán por dónde me voy y
marcharé al paso hasta el atardecer pues quiero que el que me
siga, si no se arrepiente, me alcance con facilidad antes de llegar
al bosque.
Con estas palabras, emprende el camino. Va a buscar su lanza
y la coge, pues no quiere dejarla allí. Sale por la puerta al lento
paso del corcel. De esta manera, se lleva a la doncella a su país.
Gauvain, que estaba sentado junto al rey en la comida, se
quedó pensativo y apesadumbrado. No sabe muy bien decidir qué
era lo más honroso, si saltar por encima de la mesa para perseguir
al caballero o permanecer sentado hasta que el servicio de la
comida hubiera terminado. Mucho rato estuvo así pensando sin
comer ni beber nada. Al final decidió que era mejor aguantar: cree
tan rápido a su caballo que pronto lo habrá alcanzado. Y Keu, que
lo ha visto todo, llama a sus compañeros y les dice:
-Señores, esforzaros por servir bien a esta corte, pues ahora
tengo que perseguir al caballero que ha cometido tal exceso
delante de todos estos barones. Al que por orgullo y locura cogió
delante del rey a la doncella mientras comía. No hubo aquí ningún
caballero que le desdijera. Sabed bien una cosa: desde que
convocó la primera fiesta, nunca le había sucedido al rey tan gran
inconveniencia como ahora, cuando ni siquiera se ha movido ese
cobarde en quien el rey había confiado la protección. ¡Sea cien
veces maldito el primero que dijo que en él había un buen
caballero!
En esto, va a equiparse muy ricamente a su hospedaje. Cuando
estuvo bien armado y montado sobre el buen caballo, se marcha
por el gran camino por donde se había ido el caballero. Mira
delante de él y distingue en el suelo las huellas del caballo.
Continúa a galope tendido para alcanzarle pronto. No ha
cabalgado mucho rato cuando le ve subir por una colina.
Comienza a gritar:
-Parad, parad, señor vasallo. Llevaré conmigo a la doncella y
al caballo, y entregaré vuestro cuerpo al rey para que haga
justicia. En mala hora fue raptada la doncella de modo tan necio
delante de él. No me apreciaré una ciruela, si no os entrego
muerto o apresado.
Aquél desmonta a la doncella, gira hacia atrás el freno y luego
le dice:
-¿Es Gauvain el que me persigue?
-No. Soy Keu, el senescal del rey Arturo.
En mala hora, pues nada quería de vos. En mi país no es muy
grande vuestra fama en la caballería.
En esto, va uno a buscar al otro, pues no hubo más discusión.
Keu le golpea fuertemente en el brocal del escudo de modo que lo
agujerea y raja. Pero la loriga le protege y no rompió ni una malla.
Keu le ataca bien pero quiebra su lanza. Y el otro le golpeó con tal
ímpetu que lo derriba al suelo, a él y al caballo. Keu cayó por la
pendiente de un valle y quedó muy herido y malparado. Se le
rompió el brazo derecho entre el hombro y el codo. El caballo da
un salto y se va por el camino que ha venido. Y aquél no mantuvo
ninguna querella con Keu, sino que lo dejó allí tirado. Acude
rápidamente junto a la doncella y la vuelve a subir delante de él2.
-Hermosa -le dice-, si no me equivoco, el señor Keu no se os
llevará.
Se va hacia el bosque al paso mostrando gran gozo junto con
su amiga.
Ahora quiero volver con el rey y su compañía. Todavía estaba
sentado comiendo, muy pensativo por la aventura. Delante de
todos coge un cuchillo y lo clava en el pan. Luego apoya allí su
mano de forma que partió el cuchillo en dos 3. De entre los
2
El episodio rcuerda el inicio de Le Chevalier de la charrete de Chrétien de
Troyes (ed. M. Roques, «C.F.M.A.», Paris, Champion, 1972, vv. 87-260).
Los elementos comunes serían los siguientes: a) rapto de una mujer
(Ginebra/ la doncella botellera) por parte de un caballero desconocido y
descortés que se presenta en la Corte de Arturo, b) ofrecimiento del
senescal Keu a restablecer el orden (recuperar el objeto perdido y vengar la
afrenta del caballero), c) fracaso del orgulloso Keu, d) la aventura
corresponde a otro caballero de la corte artúrica. La contraposición Keu/
Gauvain (orgullo/cortesía) es característica de las novelas de Chrétien de
Troyes.
3
El dolor y la cólera de Arturo se representan según el mismo gesto que en
la Primera Continuación de Perceval (ed. W. Roach, Philadelphia, Univ. of
Pennsylvania Press, 1949): «Qn coutel prent qu'Ionés tint... Et tout pensant
esticha / le coutel qu'il tint en sa main en la table parmi un pain... (vv. 8876
y ss.). De igual modo en el Lancelot en prose (ed. O. H. Sommer,
caballeros, no hubo uno tan necio que se atreviera a preguntar ni
siquiera el motivo de su pensamiento. El rey se dio cuenta de que
habían visto cómo se había roto el cuchillo, y dice:
-Señores, estoy muy irritado por la desdicha que ha ocurrido
hoy. y mayor pena siento por la humillación de Gauvain. Creía
estar bien seguro de que jamás sufriría enojo de un caballero del
que Gauvain no me protegiera. Y si le hubiera correspondido a
otro defender a la doncella y no lo hubiera hecho por maldad, bien
debería Gauvain haberla defendido por mi honor. Mucho me pesa
que en tan buen día me haya ocurrido esta pena.
Entonces le dice Yder, hijo de Nu4:
-Señor, no temáis. Ya ha ido el senescal y bien vengará esta
vergüenza.
Y el rey le responde:
-No hay que contar con ello. Ahora crece y se dobla mi pena.
Hay tal proeza en aquél y es tan fuerte y arrogante que poco daño
le causará Keu. Hay en él gran bravura, pero nunca en toda mi
vida vi a uno más insolente.
Y Gauvain exclama:
-¡Señor, merced! Habéis hablado a placer. No he querido saltar
por encima de la mesa para comer, pues temía cometer algo
reprochable si lo hubiera hecho. Tenéis tan alto poder y Dios ha
hecho de vos hombre tan digno que si el emperador de Roma
viniera a amenazaros aquí dentro y estuvierais sentado comiendo,
por mucho que dijera, nadie debería moverse de su sitio. Sólo
después de la comida debería ir, quien vos quisierais ya quien
afectara el asunto, a vengar vuestra pena y la suya. Tengo tan
buen caballo que en seguida le habré alcanzado. No creáis que se
va a llevar a la doncella sin desafío. Ya Dios no me conceda honor
si alguna -vez lo olvidé. Y si he faltado en algo, estoy dispuesto a
enmendarlo.

Washington, 1910, vol. III, Part. I, p. 272); «Et il si fu apoies sor le


coutelet...» Ambas obras anteriores al AP.
4
Aparece en muchos romans como caballero del rey Arturo. Con él se
enfrenta Erec en la conquista del gavilán. Es célebre su combate con un oso
para salvar a Ginebra (Yder). El nombre del padre, Nu o Nut, parece
proceder del galés Nudd. Esta filiacion no permite confundirlo con el Yder,
padre o tío de Yonet (G. D. West, cit. ant.).
En esto se levanta de la comida y pide sus armas. Dos criados
se las traen. Rápidamente se arma y luego monta en su buen
caballo que nunca necesitó estribo. En cuanto coge el escudo y le
entregan la lanza, se apresura a partir.

La persecución de Gauvain

Gauvain erra hacia el bosque. Terriblemente se angustia


cuando no lo ve ni lejos ni cerca. De pronto aparece a galope
tendido el corcel del senescal Keu. Gauvain reconoció en seguida
al caballo y lo cogió en el desfiladero de un monte. Tenía parte de
la frente desgarrada y por ahí sangraba sin cesar. El arzón
delantero de la silla estaba totalmente roto y sólo quedaba un
trozo.
-¡Dios! -exclama Gauvain-. Gran proeza demostró quien os
derribó así.
Al ver aquello se sintió un poco abatido, temiendo que Keu
hubiera sido muerto o apresado.
-¡Ay, Dios! -continúa diciendo-, ¡qué- mal he obrado, qué
desdicha me ha sucedido cuando el rey ha perdido Por mí al
caballero que tanto amaba! Siempre me lo recordarán, vaya donde
vaya, me será vilmente reprochado. No digo que sea injusto, pues
habrá muerto por mi culpa ya que la doncella estaba bajo mi
protección.
Mientras hacía este gran duelo, mira a lo lejos en el sendero y
ve a Keu levantarse con esfuerzo del lugar donde el otro le había
abandonado. Afloja las riendas del caballo y galopa hacia él.
-Señor, muy dolido y abatido estoy por vuestra pena, pues
temo que me acuséis de que todo esto ha ocurrido por mi culpa -le
dice Gauvain.
-Malvado -exclama Keu-, esto me ha sucedido por vos. Muy
fiero y orgulloso sois en la habitación de la reina. No es pobre ni
miserable aquella a la que vos os dignáis a hablar. Quien ahora os
oyera jactaros de valor o proeza, no diría que por pereza, maldad
o falta que haya en vos, fue infligida al rey por un solo caballero
tal villanía durante su comida. Demasiado quieto os vi.
-Señor, no discuto haber obrado mal. Pero aquí tengo vuestro
caballo, montad lo si os place y yo iré al bosque para perseguir al
caballero del que me debo vengar por la gran pena que me ha
causado.
-Maldigo cien veces a quien lo reciba de vuestras manos ya
quien tanto os estime que os conceda recompensa.
Gauvain no hace caso de su querella y se dirige al bosque a
galope tendido. Mi señor Keu se esfuerza tanto que llega junto al
caballo y lo monta. Se marcha a su país con toda su malaventura.
Y Gauvain persigue a gran velocidad al caballero que continúa
sin obstáculo su viaje y que ya ha atravesado la llanura y ha
entrado en el bosque. Poco después de ponerse en camino detrás
de él, entra a su vez en el bosque. Así erra un largo trecho y no lo
ve ni de lejos ni cerca. En esto oye el grito de tres doncellas en
gran necesidad que decían:
-¡Ay Dios, merced! ¿Qué harán estas desgraciadas cuando toda
la alegría del mundo se ha tornado tristeza en este día? Bien
pueden decir las doncellas que han perdido todo su socorro.
Por el gran duelo que hacen, Gauvain deja su camino y se
dirige apresuradamente hacia ellas. Las encontró al principio de
una landa. Con dulzura les pregunta después de haberlas
saludado, por qué se encontraban en tal desasosiego y por qué
hacen tan gran duelo.
-Desdichada de mí -dice una-, preferiría que ahora mismo nos
mataran a las tres, pues es doloroso permanecer vivas cuando
hemos sufrido tal pérdida que jamás será repuesta ni contada por
boca de hombre.
Cae desmayada y el duelo vuelve a comenzar. Mira detrás de
ellas y ve yacer a un doncel, muy alto, muy gentil y muy
hermoso, que iba muy bien ataviado, pero al que le habían sacado
los ojos hacía poco, pues todavía tenía el rostro ensangrentado.
Mucho se entristeció Gauvain. Era tan hermoso e iba tan bien
equipado que bien parecía de buena familia, y pensó que, sin
duda, todo aquel duelo era por el muchacho.
-Hermosa, ¿cómo y por qué se cometió este exceso con el
muchacho que veo aquí? Siento grandes deseos de saberlo.
-No plazca a Dios -le contesta la doncella, que viva por más
tiempo, cuando he visto morir aquí todos juntos, el honor, la
educación, la generosidad, el poder y la flor de la caballería.
Con estas palabras, el corazón le tiembla tan fuertemente que,
lívida, cae desmayada junto a la otra.
Gauvain dirige la palabra a la tercera:
-Hermosa, os ruego y. pido por servicio que me digáis, si
podéis, de dónde procede vuestro duelo.
La doncella le responde:
-Señor, ya que habéis hablado tan bien según acabo de
comprobar, os contaré desde el principio hasta el final el dolor y
el motivo. Señor, el dolor que demostramos no es tan grande
como debiera. Si todo el mundo supiera la desgracia y el dolor
que ha sucedido aquí este día, todos harían lo mismo. La
desgracia es tan grande que nunca se habrá visto una igual cuando
todos la conozcan. El duelo es menor que la desgracia, pues aquel
que era tan noble y prudente, el que gozaba de toda la estima del
mundo, acaba de ser asesinado en este bosque ahora mismo
delante de nosotras. Bien podéis saber con certeza quién es ése
del que os hablo.
-Hermosa -responde Gauvain-, como no lo he visto, no puedo
estar seguro.
-Señor, es Gauvain, el sobrino del poderoso rey Arturo, el buen
caballero que era tan apreciado y estimado. Erraba por este
bosque completamente desarmado sin compañía y sin séquito. No
llevaba armas consigo excepto lanza, escudo y espada, y erraba
sin compañía. Tres caballeros a los que Dios maldiga, que lo
odiaban desde hacía mucho tiempo, lo persiguieron hasta aquí.
Cuando salió del valle, uno dejó correr al caballo y fue contra él
picando espuelas. Los otros dos se adentraron en el bosque. El
combate duró mucho y Gauvain iba venciendo. Los otros dos no
pudieron aguantar más y acudieron a galope tendido para ayudar a
su compañero. Atacaron a Gauvain con tal ímpetu que no se pudo
defender, pues ellos eran tres bien armados y él estaba solo. Este
muchacho que veis aquí, lleno de valor, luchó para ayudar a
Gauvain. Hizo todo lo que pudo por ayudarle, pero ellos eran
grandes y fuertes. Poco valió su esfuerzo pues estaba
completamente desarmado. Al muchacho le sacaron los ojos ya
Gauvain lo descuartizaron. Señor, podemos deciros con lealtad
que el duelo, la pena y nuestra gran tristeza no es sólo por el
joven, sino que sentimos gran despecho por el buen caballero que
ha muerto.
Entonces comenzó un duelo tan grande que nadie os lo podría
contar:
-¡Desdichadas! ¿Qué podemos hacer? ¡Ay, cuán avariciosa
eres, Muerte! Sólo teníamos este hermano y ahora lo hemos
perdido, ¡Ay, Muerte desdichada, qué haces cuando ahora mismo
no nos matas! Eterna costumbre la tuya de no socorrer ni ayudar a
quien desea tu llegada y te reclama por necesidad. Has matado al
buen caballero por lo que sufrirá todo el mundo. ¡Ay Muerte,
cuán grande es tu villanía, cuando arrebatas a los buenos y dejas
vivir a los malvados! En ti no hay razón ni mesura. ¿Nada te
importan estas tres desdichadas que sienten gran despecho por su
vida?
Y mi señor Gauvain dice:
-Hermosas, no os desconsoléis. Por muy poco os atemorizáis,
pues vengo directamente de la corte y acabo de ver sentado a la
mesa a mi señor Gauvain y sabed que lo vi completamente sano
en la corte cuando salí de allí.
Y el joven le dice:
-Buen señor, Gauvain ha muerto.
-¿Cómo lo sabéis, amigo? ¿Cómo estáis tan seguro?
-Antaño fui criado de Gauvain en un torneo y sé con certeza
que fue a él a quien despedazaron.
-Amigo, mostrádmelo. Reconoceré en seguida su cuerpo.
-Señor, quienes lo mataron, ya salieron de este bosque.
Después de cortarle la cabeza, le cortaron todos los miembros. Lo
desfiguraron terriblemente y no le quedó ni pie ni puño. El cuerpo
se lo llevaron a su país y ya deben estar a tres leguas de aquí.
Si Gauvain tuvo tristeza y pena por el muchacho que estaba
tan herido y por las doncellas a las que vio mostrar duelo tan
grande por él, nada más preguntó. Siente un gran furor por el
muchacho, pues quien pierde la vista, vive ya siempre en gran
pena, y sabe con certeza que ha sido por él por lo que le habían
ocasionado aquel daño. Y también por el caballero que huye con
la doncella y por ello se le renueva el dolor. No sabe qué hacer,
qué aventura perseguir, si la primera o la última. Le parece que
debe llevar a cabo la primera y si puede regresar sin peligro ni
obstáculo, volverá para vengar al muchacho.
-Amigo, ahora debo partir -dice-. Os encomiendo a Dios.
Sabed con certeza que si hubiese estado aquí, habría sido roto mi
escudo, falsada mi loriga y herido mi cuerpo, antes de que os
hubieran causado este daño. No sabréis quién soy hasta que haya
regresado y en cuanto lo haya hecho, no cejaré en mi empeño de
ser muerto o vos vengado.
Encomienda a Dios a las doncellas y se va por la landa picando
espuelas hasta que vuelve a su camino. Así erró un buen trecho
hasta que hubo atravesado el bosque. Por el otro lado del valle vio
cabalgar al caballero. Comenzaba a atardecer y Gauvain espoleó
tanto a su caballo que llegó al otro lado del valle.
Entonces vio un castillo delante de él completamente
encerrado por piedras de las que el muro tenía cien pies de altura.
El castillo no temía asedio alguno, pues estaba poderosamente
protegido. Se dio cuenta de que estaba anocheciendo y de que no
podría llevar a término batalla sin calamidad. Pensó que era mejor
esperar y combatir al día siguiente con el caballero al que
perseguía. N o duda de que el caballero se albergará en el castillo
y él mismo piensa dormir allí para esperar su batalla. Así lo piensa
hacer, pero las cosas ocurrieron de modo muy distinto.
El caballero, penetró rápidamente en la primera empalizada y
entonces el sol se puso y las puertas se cerraron. Atraviesa las
calles hasta que llega arriba al castillo. Delante de la torre en un
prado está sentado el señor con su gente. Le saluda con cortesía.
Después de esto pide hospedaje y él responde:
-Hermoso y dulce amigo, lo tendréis con mucho gusto.
Se adelantó un caballero que ayudó a desmontar a la doncella.
El señor llama a sus criados para que desarmen al caballero y
hace que le traigan un brial y un manto gris. Cuando se hubo
sentado junto a él, le pregunta de buena fe quién es y cuáles son
sus intenciones, de dónde viene ya dónde va. Y el caballero se lo
contó todo y no le mintió en nada.
Ahora debo volver con Gauvain que todavía cabalga por la
llanura. Espolea fuertemente a su caballo y así llega a la puerta.
Vela ciudad tan poderosa que mucho contempla el castillo. Llama
al portero en voz muy alta para que le oiga bien y el portero le
responde:
-Buen amigo, por nada gritáis, pues ya se ha puesto el sol. Por
nada se abrirá ninguna puerta hasta que amanezca. El señor de
esta tierra, clérigos y caballeros, sirvientes, burgueses y escuderos
han jurado todos de común acuerdo que por hombre nacido no
será descorrido el cerrojo desde que el sol se ponga hasta que
salga por la mañana.
-Amigo -le dice Gauvain-, estoy muy fatigado y es muy tarde,
decidme en qué lugar podría encontrar albergue.
-Señor, en diez leguas a la redonda no hay granja ni casa. N o
sé aconsejaros., podríais pasaros toda la noche vagando entre
matorrales y bosques.
-Amigo, me marcho. Os encomiendo a Dios.
No se había alejado el disparo de un arco, cuando vio junto al
camino una capilla alta y hermosa cuyo cementerio estaba
rodeado por un muro. Gauvain pensó que allí estaría a salvo para
pasar la noche. Pero si alguna vez tuvo necesidad de valor, mucha
más falta le iba a hacer ahora, pues nunca en su vida se habría
encontrado en tan gran pavor.
Se dirigió junto a la capilla y desmontó en el cementerio, dejó
lanza y escudo y los apoyó junto a la capilla. Sacó la silla del
buen corcel y la limpió bien. Dejó pacer al caballo en la hierba y
se sentó en una tumba. En esto, oyó venir a un doncel al trote
sobre un rocín por el camino del bosque. Sale del cementerio y le
pregunta:
-¿Quién eres que tan tarde pasas por aquí?
Y el joven lanzó un grito y luego dice:
-Santa María, conservadme la razón y la vida. Dios glorioso,
conservad mi cuerpo y mi sentido y no permitáis que el diablo me
haga daño. Mucho se sorprende Gauvain y le dice:
-Amigo, no temáis. El verdadero Dios al que clamáis nos
defienda de mal a vos ya mí.
El joven dirigió hacia él el caballo cuando le oye hablar de
Dios. En seguida le pregunta quién es y de qué país. Y él le dijo:
-Buen dulce amigo, soy Gauvain, el sobrino del rey. ¿Por qué
tuvisteis miedo de mí cuando os hablé?
-Os lo diré; señor. ¿No sabéis que esto es el Cementerio
Peligroso, aquí donde os habéis albergado? Os aseguro que cada
noche -y no lo toméis por fábula- viene a hospedarse el diablo, o
dos o tres, no sé cuántos. Desde hace cien años no se ha albergado
aquí caballero o cualquier hombre de otra profesión, que al día
siguiente no se le encontrara muerto. Habéis llegado a mal puerto
si no buscáis otro hospedaje. Pero si me queréis creer, os
albergaré muy bien. Ese castillo de allá arriba era mío y se lo di a
un caballero con mi hermana como mujer. Aún estaban todos
durmiendo cuando salí a cazar con el arco por este bosque. Es una
de mis distracciones favoritas. En seguida herí a un ciervo y lo he
perseguido durante todo el día hasta que lo alcanzó uno de mis
lebreles. Mucho me he demorado en despedazarlo y despellejarlo.
Lo he cargado muy cerca de aquí v muy pronto lo tendremos bien
hervido y asado. Señor -continúa diciendo-, os ruego por Dios que
no permanezcáis aquí si tenéis en estima vuestro cuerpo. Venid a
albergaros allí dentro donde tendréis un buen hospedaje.
Y Gauvain le dice:
-No vengo de oír tal cosa. Acabo de estar junto a la puerta y un
sirviente me respondió que gritaba por nada y me juró una cosa
que me sorprendió mucho: en cuanto se pone el sol se cierran
todas las puertas y no se abren hasta el amanecer.
-A fe mía, ése es el plazo. Os dijo la verdad. Pero iremos al
foso, tiraré dentro mi caza y saltaremos. Luego subiremos por las
murallas. Mis criados que están allí arriba, recogerán la caza, a
vos y a mí.
-Amigo, ¿quién se ocupará de nuestros caballos?
-Señor, los dejaremos pacer toda la noche por esta región. El
mío está muy bien amaestrado, no se alejará de la muralla.
-¿Y qué hará el mío que no conoce esta región? Si lo mataran
los lobos o alguna otra bestia salvaje, durante toda mi vida -pues
no se podría ocultar- me reprocharían en mi país haberlo dejado
solo como cobarde y malvado. No lo dejaré solo.
-Si vos os dejáis morir de buen grado por un caballo, bien os
podréis tener por loco. Siempre podréis conseguir un caballo, pero
si me queréis creer, vendréis conmigo al castillo.
-Está decidido. No iré con vos si mi caballo no puede entrar.
Pero os ruego, si puede ser, que me concedáis un don por el que
recibiréis buena re compensa si puedo escapar de aquí.
Y aquél le responde:
-Por mi lealtad, os prometo que si puedo, os lo concederé.
-Amigo, oídme ahora: un caballero que es muy alto y que si no
fuera por eso sería muy hermoso, se ha albergado en ese castillo.
Lleva consigo a una doncella, gentil, cortés y hermosa. Por su
orgullo se la llevó de mi protección de la corte del rey. Muy
apesadumbrado he estado por ello. Le he perseguido durante todo
el día pero no le he podido alcanzar. Nada me humillaría tanto
como que la tuviera esta noche en su protección. Haced esto por
mi amor: si puede ser de algún modo, que vuestra hermana la
proteja esta noche y me habréis servido muy bien. Si cumpliera su
voluntad, nunca más recuperaría mi honor. Mañana cuando
amanezca, se la entregaréis en paz. Si podéis hacer así nada me
importa luego a dónde vaya, porque le presentaré batalla.
-Así se hará -le responde el joven.
Se va a galope tendido, pues no se atreve a permanecer más
allí. Llegó al foso y llamó a sus criados que estaban en las
murallas y que tenían gran pavor de que se hubiera matado o
estuviera herido. Lanzó su caza al foso y luego saltó él mismo.
Dejó a su cazador en el campo después de quitarle el arnés y se
llevó consigo el arnés y la caza. No hubo demora alguna:
rápidamente le ayudaron a subir por la muralla.
Al señor le llega la noticia de que el joven ya ha llegado. Corre
a su encuentro por una calle fuera del castillo muy contento y
gozoso. También acude la dama y toda la gente de la corte, no
quedó allí ni portero ni gaita. Jamás se mostró tal gozo por un
doncel como se hizo en el castillo por él, pues todos sabían con
certeza que había ido a distraerse al bosque ya cazar, y al
retrasarse tanto, todos temían que le hubiera matado el diablo que
guardaba el Cementerio Peligroso. Estaban muy atemorizados de
que hubiera sido demasiado osado o de que se hubiera acobardado
totalmente.
Todos entraron en la sala. Y el joven miró al caballero que
estaba sentado ya la doncella por la que Gauvain le había hecho el
ruego. Le reconoció un poco por la cara, la conducta y el
semblante del caballero que era tan grande. Luego dirige la
palabra al señor:
-Señor, habéis de saber que nunca ocurrió tan gran dolor allí
fuera en el Cementerio Peligroso y no ocurrirá nunca tan gran mal
Como el de esta noche. Bien deben llorar todos, pues en el mundo
no había su igual en cortesía ni en generosidad, y nunca fue
orgulloso por su gran caballería. Maldito sea el Cementerio
Peligroso cuando ése se albergó en él. Cuando lo sepa el rey
Arturo, destruirá todo el país, pues el buen rey poderoso nos
reclamará con razón a su sobrino que ahora mismo está
perdiendo. Lo pierde y es una gran desgracia. ¡Ay Dios, qué gran
duelo hará su linaje cuando lo sepa! y toda la gente que lo conoce
sólo de oír hablar de él, tendrá por su muerte dolor y tristeza, pues
era muy amado y estimado. Señor, escuchad por qué abuso, por
qué injusticia y por qué causa morirá. Ese caballero que veo ahí,
acaba de estar en la corte del rey durante la comida. Esa doncella
fue ayer a presentar al rey su servicio del siguiente modo: se
quedaría en la corte y serviría en la corte. Gauvain la protegería
de molestias, vergüenza y pena. Hace un momento, este caballero
la cogió delante de él por su orgullo. Gauvain lo ha perseguido
durante todo el día por el bosque de Carduel. Le acabo de ver en
el Cementerio Peligroso y he pasado un rato con él. Allí me lo
contó desde el principio al fin, cómo lo ha perseguido durante
todo el día. Le rogué con dulzura que viniera a albergarse aquí,
pero no quiso venir de ningún modo sin su corcel. Y si tenéis en
estima mi amor y lo que puedo hacer por vos, cuidad de que os
encuentre como buen amigo, pues os quiero pedir una cosa.
El señor del castillo le responde:
-Os prometo cuanto vos me queráis pedir, aunque fuera toda
mi tierra.
-Gracias señor -le dice el joven-. Os ruego que esta doncella
esté al cuidado de mi hermana esta noche y que por la mañana se
la devuelva en paz al caballero que la trajo. Mi señor Gauvain me
pidió que esta noche estuviera fuera de su cuidado.
Y aquél le miró con fiereza y luego dice:
-Eso no se hará de ningún modo. Sea cinco mil veces maldito
el que la ha seguido por tantas cortes y el que cometió necedad
delante del rey durante la comida delante de muchos caballeros, si
esta noche la dejo en protección de otro que no sea yo, y si os lo
concedo mientras me pueda mantener en pie.
El señor fue muy prudente y le rogó con gran bondad que se la
entregara de buena fe. Después se lo ruegan la dama y toda la
gente del palacio: que lo otorgue y que obrara bien.
Y aquél responde:
-De nada sirve todo esto, pues no lo haría por hombre alguno.
En esto, el joven dice:
-Si no se cumple mi deseo, volveré atrás junto a mi señor
Gauvain y le diré que no he podido realizar su ruego. Es mejor
que se lo diga y que vaya junto a él para bien o para mal, a que
me tenga por desleal.
Cuando el señor lo oye y ve que realmente se dispone a
hacerlo, le dice:
-Amigo, si por ruegos no se puede cumplir vuestra voluntad,
prefiero cometer un abuso a que salgáis de este castillo. Amigo
-dice al caballero-, es mejor que me entreguéis a la doncella por
amor. Obtendréis mayor honor que si os es arrebatada por la
fuerza. Si os la quitan por combate, mañana no os la
devolveremos, pero si me la entregáis por amor, mañana la
tendréis en paz.
El caballero se da cuenta de que eso es el final y que por nada
se resiste, que por fuerza tendrá que entregarla.
-Señor -exclama-, me albergué en vuestra casa de buena fe.
Abusáis de mí al decir que me será arrebatada y que no me será
devuelta la doncella a la que tanto amo. Hay aquí algo de traición
y ni vos ni nadie lo podría defender. Amigo, si os atenéis a
razones, deberéis comprender que no puede ser de otro modo. La
doncella que habéis traído con vos, no es vuestra, sino que os
habéis apoderado de ella. Hay pues justa razón para que no deba
acostarse con vos, sobre todo cuando fuera hay un caballero que
os persigue por la doncella y que esta noche dormirá junto a la
capilla, y dice que combatirá con vos para probar que sin justicia
tenéis posesión de ella. Si así lo puede probar, con gran injusticia
tendríais de ella gozo o placer.
-Señor -dice el caballero-, eso no ha sido probado por su
palabra. Si hubiera visto algún provecho en ello, me habría
alcanzado y encontrado antes de que hubiera llegado aquí. Erraba
muy apaciblemente y el caballo con el que él me perseguía, no era
nada lento.
-Por nada seguís hablando -dice el señor-. Está decidido: la
cogeré delante de vos o me la entregaréis por amor.
El otro sabe muy bien que no la puede defender en combate y
prefiere entregarla por amor a mostrar insolencia y perderla:
-Señor, ya que tengo que entregarla, lo soportaré con esfuerzo
hasta que mañana me la devuelvan.
La dama la coge y se la lleva a su habitación que era muy
hermosa. Ella y la doncella comieron allí muy contentas. El señor
comió con toda su gente en la sala y todos lo hicieron con gozo y
placer, excepto el caballero al que no le complacía comer sin ver a
su doncella. Por la ciudad corre la noticia de que Gailvain se
había tenido que alojar en el Cementerio Peligroso porque el sol
se había puesto. Mucho se angustiaron clérigos, burgueses y
caballeros. Una muchedumbre corre a la iglesia para rogar a Dios
que le proteja de la muerte. Allí habríais oído un duelo tan fuerte
que no podría ser descrito. Algunos se han subido a lo alto de las
murallas para oír qué ocurrirá y cómo actuará.

En el Cementerio Peligroso

Mi señor Gauvain está sentado sobre una tumba de mármol


gris, entre el muro y la balaustrada. La tumba era tan rica que no
me atrevo a describir el cincelado, pues mucho temo equivocarme
al contarlo. No estuvo sentado mucho rato cuando debajo de él
nota que la lápida se levanta. Mucho se maravilló al no ver a
nadie que habitara allí ni poco ni mucho. Y la lápida se levantó
tanto que sus pies se elevaron del suelo. Va a buscar otro asiento
pues nada le gusta aquél. No hubo andado cuatro pasos, cuando la
tumba se abrió completamente y pudo ver al descubierto a una
doncella que yacía allí dentro. La doncella se levantó sin dejar de
mirar a mi señor Gauvain que alzó su mano derecha para
santiguarse cabeza y rostro. y sin embargo, desde que nació y
supo reconocer belleza, no había visto a nadie tan hermoso. Iba
ricamente vestida con dos sedas unidas por la mitad, una verde y
la otra roja.
-Gauvain -le dice-, mucho me sorprende que tengáis miedo de
mí.
-Doncella, estoy viendo algo que jamás había visto. No es
digno de sorpresa que esté un poco aturdido. No hay caballero tan
valiente en la corte del rey Arturo que se sintiera seguro si os
hubiera encontrado así.
-Señor, os aseguro que soy obra de Dios y que Dios os ha
traído hasta aquí para librarme de prisión. Sé muy bien que si no
fuera por vos, jamás saldría de este lugar para mi tristeza, pena y
dolor. Pero gracias a vos, saldré de aquí esta noche.
-Hermosa, decidme toda la verdad acerca del Cementerio
Peligroso, pues tengo grandes deseos de saber cómo se llamaba
antes y quiero saber de vos misma desde cuándo, por qué y cómo
estáis aquí con tanta sutileza.
-Señor, mi padre tomó mujer después de la muerte de mi
madre. Ella era muy hermosa pero yo lo era más, y sintió envidia
de mí. Por encantamiento, brujería y traición tramó una astucia.
Me embrujó de tal manera que enloquecí. Durante mucho tiempo
estuve vagando sin saber lo que hacía. Sola erraba un día por un
camino y me encontré a un diablo con semblanza de hombre. En
seguida se dirigió a mí y me dijo: «Hermosa, os curaría de este
tormento y de la gran enfermedad que habéis tenido durante tanto
tiempo, si queréis ser mía.» Yo sentí muchos deseos de sanar y le
prometí hacer toda su voluntad. El puso todo su esfuerzo en
curarme y no me volvió a aquejar aquel mal. Me montó sobre su
caballo y me trajo hasta aquí. Desde ese tiempo del que os hablo
hasta ahora, he estado con él. He vivido en gran pena, pues cada
noche satisfacía todo su placer y cada día yacía sola en la tumba.
Sin embargo, siempre que podía me daba todo cuanto deseaba. Se
realizaban todos mis caprichos: hermosas ropas, joyas, comidas a
mi gusto. Pero antes prefería morir que ser suya y mucho le
odiaba cada noche cuando lo veía venir tan horrible y repugnante.
Por esto se llama Cementerio Peligroso, pues siempre ha sigo éste
su hospedaje. Señor, ahora tendréis que combatir con él, pues sé
con seguridad que ya no está lejos de aquí. No tengáis miedo y
confiad en Dios. Si tenéis fe, en mala hora le temeréis. Conocéis
la cruz cuyo signo veo allá arriba: cuando más angustiado estéis
en vuestra batalla, mirad la sin falta, recobrad el aliento y en ese
momento seréis aliviado de las dos partes de vuestra fatiga. Si no
tenéis piedad de mí, buen señor, tenedla por vos. Sabed con
certeza que él os matará o vos a él y que jamás estaré libre de
tormento si esta noche no me libráis de él. Buen dulce señor,
preparaos y montad sobre vuestro caballo pues el traidor desleal
no está más lejos de media legua.
Y Gauvain arma su cabeza y monta en su buen caballo. La
doncella de gracioso cuerpo se apresura en armarlo y le entrega
escudo y lanza. El diablo ya ha -llegado junto al muro.
-Estad tranquilo -le dice la doncella.
El diablo entra por la puerta y le grita:
-Puta, vos estáis muerta y vuestra lujuria deshonrada.
Villanamente será interrumpida en breve plazo esta conversación.
En mala hora acepté vuestras relaciones.
La doncella responde con cortesía:
-Ciertamente, mucho me pesa haber sido vuestra amante, pero
ved aquí a mi señor Gauvain que es muy estimado y alabado.
Tengo puesta mi fe en que Dios le ayudará esta noche y ya nunca
más seré vuestra sirvienta.
Cuando aquél se enteró que era Gauvain, terriblemente se
encolerizó pues sabía que tenía mucha fama. Entonces se dirigen
uno contra otro tanto como pudieron galopar los caballos y se
golpearon de tal modo bajo las tetillas con las lanzas que las dos
volaron en astillas. Pero no se detuvieron por eso y con fiereza
continuaron acometiendo, con los caballos, con 1os cuerpos, con
los escudos, de tal forma que ambos fueron derribados y con ellos
sus caballos. Gauvain tiembla de cólera y rápidamente se pone en
pie, y el otro no estuvo mucho rato aturdido pues en seguida echa
mano a la espada. En esto comienza la pelea. Nunca antes vio
hombre alguno una tan dura. Muy poco teme el uno al otro, a
juzgar por lo que hace cada uno. El diablo se abalanza sobre él y
le golpea con la espada sobre el yelmo rompiéndoselo en muchas
partes. Gauvain lo recibe con fiereza, bien le paga lo que le debe,
pues le golpea en todos sitios. Le asesta cien golpes seguidos
antes de que el asalto terminara. Muy terrible fue el combate.
El diablo le golpea con la espada sobre el yelmo reluciente y le
rompe el cerco, el golpe resbala sobre el escudo y le arranca más
de un cuartel. Gauvain le golpea con la espada de acero con tanta
fuerza sobre el yelmo que caen las piedras preciosas, esmeraldas,
zafiros y topacios. No queda oro ni esmalte que no arroje al suelo.
El golpe desciende sobre la cadera y le desgarra el pan derecho de
la loriga que es tan blanca. Ambos se encuentran en gran
sufrimiento, angustia y pena, pues cada uno se esfuerza mucho en
agotar y maltratar al otro. El diablo era muy violento, tenía gran
valor y muchísima fuerza. Gauvain retrocede hasta la puerta.
-Gauvain -dice la doncella-, ¿no creéis en Dios, el Glorioso en
majestad? Ved aquí el signo de la cruz.
Gauvain oye la voz y las palabras de la muchacha. Se precipita
sobre él con tal rabia que le hace retroceder quince pies. Mucho se
irrita el diablo al ver que tiene que alejarse. En cuanto puede le
ataca y se lanza a un nuevo asalto. Sobre el yelmo de -Pavía le
golpea en la parte derecha. Le destroza un cuarto del yelmo y cien
mallas de la loriga. El golpe desciende sobre el hombro, de tal
modo que le hiere en diez lugares. De golpe en golpe le hace
retroceder hasta la puerta. Gauvain sostiene la espada acerada y se
defiende lo mejor que puede. El diablo le acomete por tercera vez.
La sangre que le brota de las heridas, lo cansa y debilita mucho.
Durante mucho rato combate así y se defiende con esfuerzo. Por
poco el diablo, que tiene gran fuerza, no lo somete a su voluntad,
pero Gauvain se esforzó por la doncella que lloraba. Y no
obstante tuvo que apoyarse en la arquivolta pues tenía muchas
heridas en la cabeza, cuello y hombros. Al verlo tan debilitado, la
doncella se inquieta terriblemente:
-Desdichada, ¿a qué se debe que el diablo tenga tal fuerza?
¡Ay, buen caballero! ¿qué haces? ¿no te acuerdas de la cruz?
Gauvain recupera su fuerza, proeza y audacia. Después de
mirar la cruz, en seguida le va a atacar. Le da tal golpe con la
espada que lo tira de rodillas, le raja el escudo de la cabeza a los
pies y las mitades caen al suelo. De nuevo va a buscarle, pues ve
que mucho lo ha cansado. Le ha hecho retroceder hasta una tumba
que estaba detrás de sus talones. La tumba era grande y larga y lo
empuja dentro. ¿Qué más os podría contar? Cae abajo con tanta
fuerza que no puede levantarse. En la caída, el yelmo se golpeó
contra el suelo de modo que se rompieron los lazos y voló fuera
del lugar. Gauvain le ve el rostro desnudo y en medio le golpea
con la espada. Por debajo de los ojos le arranca las mejillas y
medio mentón. Luego vuelve a golpearle y le corta la cabeza.
Después de esto, la doncella que había pasado mucho miedo, se
sienta y le dice:
-Dios bendiga vuestra llegada. Mucho tiempo he estado
apresada, en gran angustia y tristeza. Bien puedo decir a todo el
mundo que éste es el Buen Caballero que siempre sabe ayudar a
las doncellas en necesidad5.
Bien oyeron a lo lejos el combate, las peleas y los asaltos los
que estaban en lo alto de las murallas. Bien saben que uno ha
vencido pero no saben quién y tienen mucho miedo por Gauvain.
En tal tristeza y tal pensamiento sufrieron hasta el amanecer. Y
5
Ya en el principio del roman, el protagonista recibe el nombre de Bon
Chevalier (v. 3) al igual que en esta ocasión: «Que c'est ci le Bon
Chevalier» (v. 1411). En el glosario de la Prim. Cont. Per., L. Foulet
sostiene: «la locution "bon chevalier" sera de plus en plus employée
comme une espèce de titre d'honneur décerné par leurs compagnongs
d'armes aux chevaliers qui viennent de se distinguer particulièrement dans
un combat» (vol. III, Part. 2, Glossary of the first continuation,
Philadelphia, 1955, p. 33). Tal definición se adecua al AP, pues Gauvain
recibe el título después de haber realizado la aventura que da título a la
obra. El tema del âtre perilleux (v. 1.232) aparece en otras dos obras
anteriores a esta novela: Amadas et Ydoine (ed. I. R. Reinhard, C. F. M. A.,
Paris, Champion, 1926, vv. 4.605 y ss.) y en el Perlesvaus (ed. W. Nitze,
Chicago, 1930, vv. 5.030 en adelante). En AY la heroína muere y Amadas la
hace enterrar en un cementerio; por la noche acude allí para lamentar la
muerte de su amada. Según I. R. Reinhard, el rapto de Ydoine por el
caballero misterioso es un motivo de origen celta, cercano al aithed,
explicándose así los poderes sobrenaturales del «caballero misterioso». En
el Perlesvaus lo sobrenatural es ya claramente demoníaco ya ello se
enfrenta Dandrane, la hermana del héroe que acude a la capilla del
cementerio para ir a buscar el Santo Sudario y asegurar la salvación de su
linaje. Según A. M. Cadot (Le motif de l'âtre périlleux: la christianisation
du surnaturel dans quelques romans du XIII siècle, en «Marche Romance,
80, 1980, pp. 27 -34), el tema recibe en AP un tratamiento intermedio, entre
«lo mágico» y «lo cristiano»: Gauvain combate con un diablo (diable en
sanlance d'ome, v. 1.202, diable, v. 1.265, aversier, v. 1.393) para salvar a
una doncella de una tumba-prisión. El tema se encuentra también en un
roman posterior al AP (Claris y Laris, muy influido al parecer por AP y
fechado por Paris en 1.261): el héroe libera a una mujer prisionera del
diablo (B. Woledge, L’âtre périlleux. Etudes sur les manuscrits, la langue
et l'importance littéraire du poème. Paris, Droz, 1930, pág. 90).
aquél se había desarmado la cabeza y se acostó junto a la capilla
delante de la doncella.

Combate con Escanor de la Montaña

En cuanto amaneció y salió el sol, el muchacho se dirigió a la


capilla. No hubo en todo el castillo caballero, doncella o burgués
que no corriera tras el joven para ver a mi señor Gauvain, tantos
deseos tenían de saber cómo había pasado la noche. Mucho se
alegraron cuando lo encontraron sano y salvo y mucho
contemplaron al diablo muerto. Como devastaba el país, sintieron
una gran alegría. Corre por doquier la noticia de que el diablo
había sido destruido y todos supieron que el Cementerio había
perdido su nombre.
Mientras tanto, el caballero se levantó y preguntó por su
doncella cuando estuvo bien armado y ensillado su caballo. Luego
marchó por el gran camino que le conducía a su país. Y Gauvain
pregunta al joven cuando se le acerca:
-Buen amigo, ¿qué ocurrió con la doncella y el caballero?
-Señor, estaba montado en su corcel cuando vine hacia aquí y
sé muy bien que se marcha por el gran camino a su país. Pero ayer
noche se cumplió vuestro ruego, pues tal y como me dijisteis, la
doncella estuvo al cuidado de mi hermana. Esta mañana, después
de que se armara, la volvió a dejar en su compañía.
-Dulce amigo, vuestra bondad sería completa si nos dierais
algo de comer para mí y mi corcel. He pasado muy mala noche y
no he comido desde ayer por la mañana.
El otro monta en su rocín que es grande, fuerte y rápido y se va
picando espuelas al castillo. Llama a diez de sus criados y les
entrega suficiente vino y pan, gran cantidad de carne asada y un
pastel. También les entregó blancas servilletas, manteles y sal, y
les dio avena y trigo. Luego regresó espoleando junto a Gauvain
que le esperaba en el cementerio. Nada más hay que decir sobre
esto, salvo que comieron muy a gusto. Gauvain ordenó en seguida
que pusieran freno y silla.
-Señor -dice la doncella-, por Dios y por honor os ruego que
no me dejéis aquí, pues me encontraría muy perdida. Quiero ir a
vuestro país, si os parece bien.
-Señor -dice el muchacho- , llevadnos a mí ya la doncella. Iré a
buscar un palafrén, si os place. Hace tiempo que tenía grandes
deseos de entrar a vuestro servicio.
-Dulce amigo -le responde Gauvain-, quiero que todo se haga a
vuestro gusto.
Y aquél se va por un palafrén al castillo: nunca visteis uno tan
hermoso, ni mejor equipado. Lleva el palafrén y la doncella lo
monta. Gauvain ha armado su cabeza y monta en su caballo. De
este modo cabalgaron los tres, el muchacho delante. Cabalgaron
durante mucho rato hasta que llegó el atardecer. Entonces vieron a
lo lejos, delante de ellos, al caballero y lo reconocieron por el
corcel y por el escudo que era rojo. Lo pudieron ver bien, porque
se lo había echado hacia atrás por la doncella que llevaba con él
delante. Más roja que el fuego se puso la doncella cuando vio al
caballero que perseguían. Mucho temió que Gauvain encontrara
allí ataúd.
-Señor -le dice-, ¿es ése con el que debéis enfrentaros? Si lo
atacaran tres o cuatro, mucho tendrían que esforzarse antes de
causarle ningún mal. En Bretaña no hay caballero más
presuntuoso, más feroz, ni más temido. Ha .matado a muchos
buenos caballeros por exceso y necedad. Si vos podéis retornar
sin villanía y sin gran vituperio, bien me atrevería a deciros ya
aconsejaros que dejéis esta batalla. Nunca habréis realizado
ninguna, ni siquiera la de ayer noche, de la que recibierais tanto
dolor como ésta os produciría. He oído hablar tanto de él, de su
fuerza y de su valor que tengo mucho miedo.
Y Gauvain le responde:
-No plazca a Dios que huya así de este lugar mientras esté sano
y salvo, ni que permita que se lleve sin combate a la doncella.
-Preferiría estar muerta a que tuvierais que perder delante de
mí ni el dedo pulgar, pues me habéis librado de dolor. Temo tanto
esta lucha que nunca había tenido más terror que ahora. Señor,
por el diablo sé quién es y conozco su valor. Hasta la hora nona
tiene la fuerza de tres caballeros, los más atrevidos y los más
feroces que puedan existir. Cuando se pone el sol, desde nonas en
adelante, se va debilitando poco a poco hasta las completas. Pero
a pesar de todo, nunca se debilita tanto como para que le falten
fuerza y valor contra el mejor caballero que se atreva a llevar
armas contra é16. Quiero deciros otra cosa y sabed bien que es tal
y como os digo. Vuestra madre, que fue tan prudente, algo os
advirtió de su valor. Sé bien que ella fue hada y os dijo vuestro
destino, y sin mentir os contó cuanto os tenía que acontecer 7.

6
La relación entre la presencia del sol y la fuerza del caballero es en la
tradición artúrica una propiedad de Gauvain (Prim. Cont. Lanc. en prosa,
Tristan en prosa). Así se lee en la Morte le roi Artu (ed. J. Frappier, «T. L.
F.», Genéve, Droz, 1964, párrafo 154): «Cuando el santo varón vio al niño
y supo de quién era lo bautizó. con mucho gusto y lo llamó Galván /.../ y el
niño fue bautizado alrededor del mediodía /.../ Señores, del niño que está
aquí, os puedo asegurar que superará en valor a todos sus compañeros y
mientras viva no será vencido a la hora del mediodía, pues ha sido
protegido con mi oración, de forma que todos los días hacia mediodía, a la
hora misma en que fue bautizado, aumentará su fuerza y valor allí donde
esté...» (trad. C. Alvar, Madrid, Alianza, 1980, p., 157). Justamente en base
a esa propiedad J. Weston interpretó la figura de Gauvain como una
divinidad solar (The Legend of Sir Gawein. Studies upon its original scope
and significance, London, Nutt, 1897, pág. 117 y sigs.; con todo, ver una
dura crítica a este estudio en W. Foerster, Besprechungen von Jessie L.
Weston... en «Zeitsch. f. franz. Spr. u. Lit.» 20, 1898, pp. 95-103). Es
improbable que el autor del AP desconociera este atributo de Gauvain
cuando se encuentra en obras que muy posiblemente había leído (cf. nota
3). B. Woledge (op. cit.) interpreta la transferencia del atributo a otro
personaje como la intención «de rendre plus formidable l'adversaire de son
héros» (p. 87). Por las palabras de la doncella a Gauvain se advierte que
éste es el adversario «fundamental» de Gauvain. Este personaje cuya fuerza
aumenta con el sol se caracteriza además por llevar armas rojas «... et l'escu
/ qui ert d'une color vermel», v. 1.516) y además poseer un gran tamaño
(como se repite constantemente en el relato). Señala R. S. Loomis que la
mitología celta el rojo es el color solar y el Sol, el dios de la muerte
(Arthurian tradition in Chrétien de Troyes, New York, Columbia Univ.
Press, 1952, págs. 165 y ss.). En AP se renueva en otras dos ocasiones la
figura del Caballero Bermejo: Codrovain el Rojo (pág. 59 y ss.) y el Rey de
la Ciudad Roja (cf. Ap.)
7
«Vostre mere si fu moult sage / .../ je sai bien qué elle fu faee» (vv. 1.577-
79). Es la única obra en la que Gauvain aparece como hijo de un hada.
Según la tradición Gauvain es hijo del rey Loth y de una hermana de Arturo
(Anna o Enna, según se cita en Godofredo de Monmouth, Wace o en el
Mucho os rogó que fuerais valeroso, pues mientras vivierais, no
seríais vencido ni muerto por ningún hombre por muy fuerte que
fuera. Pero os advirtió que mucho os guardarais de éste pues ella
sólo le temía a él. Y ahora os voy a decir su nombre y podréis
saber si os digo mentira o verdad. Sé muy bien que ella os lo
nombró y que os contó que no había caballero tan felón, tan
presuntuoso ni tan fiero, ni más fuerte en toda Bretaña: es Escanor
de la Montaña8. Además os dijo que si teníais que combatir con él,
no sabía quién de los dos vencería.
-Hermosa, es verdad. Todo lo que me habéis dicho, ella
también me lo contó. Pero Dios no me odiará tanto para que
retroceda sin más. Prefiero estar muerto que deshonrado, pues la
muerte pasa rápidamente, pero la deshonra dura mucho tiempo y
todos la recuerdan y la cuentan. Y yo no podría retornar sin

poema latino De Ortu Walwanii, ed. Bruce, Göttingen, 1913). En las


Enfances Gaullain(ed. P. Meyer, Romania XXXIX, 1910) se cita como
madre a Morcades. Según B. Woledge (cit. p. 89) el autor pudo haberla
confundido con el hada Morgana, también hermana de Arturo. Las palabras
de la doncella recuerdan al discurso de la Doncella de las Blancas Manos o
Guinglain, hijo de Gauvain en la novela artúrica El Bello Desconocido, de
Renaut de Beaujeu, de principios del s. XIII (Madrid, Siruela, 1984, p. 51).
El carácter sobrenatural de la madre de Gauvain viene determinado porque
conoce su destinee (v. 1.580), lo que le liga (igual que la Doncella de las
Blancas Manos) a las Parcas (cf. L. Harf-Lancner, Les fées au Moyen Âge.
Morgane el Mélusine. La naissance des fées, Paris, Champion, 1984, p.
72).
8
Aparece citado en las Cont. (cf. West, cit., p. 57), aunque recibe plena
configuración en AP (cf. nota 6). Hacia 1280 se compuso el Roman de
Escanor debido a Gerard de Amiens (ed. H. Michelant, Tübingen 1886). En
este roman aparecen dos personajes con el mismo nombre: Escanor el
Grande y Escanor el Hermoso de la Blanca Montaña, que son tío y sobrino,
respectivamente, y se caracterizan ambos por compartir un odio mortal
contra Gauvain. Según G. Paris, el roman puede ser entendido como una
continuación de AP, aunque B. Woledge tiene en consideración dos
contradicciones: 1. Gauvain mata a Escanor en el AP y 2, en el Roman de
Escanor, Gauvain conserva su atributo del aumento de fuerza con la
presencia del sol (op. cit. p. 95 y ss.). Las características de Escanor de la
Montaña en AP (cf. Nota 6) permiten a R. S. Loomis (op. cit. p. 165)
relacionarlo con el Apolo celta, Mabon y consecuentemente con el
Mabonagrain del Erec.
deshonra, eso lo veis bien. Debo perseguirlo, y él me matará o yo
a él.
-Mucho temo vuestra desgracia. Pero ya que no puede ser de
otro modo y como vos sabéis quién es, conocéis su vida y su
historia y sabéis que él se debilita con la puesta del sol, si queréis
creer mi consejo, no combatáis con él hasta que haya pasado la
hora nona.
-Hermosa, os haré caso. Combatiré con él después de nonas,
tal y como me habéis aconsejado.
Cabalgaron así durante todo el día, hasta que llegaron a un
seto. Y aquel que pica espuelas, ya lo había atravesado hacía rato
y entró en un valle, de modo que Gauvain lo perdió de vista
durante un largo trecho y no vio ni supo por dónde cabalgaba el
caballero. Comenzó a apresurarse. Entonces le vio cabalgar
delante de él muy lejos por una campiña. Miró hacia abajo en la
llanura y vio delante de él un castillo y pensó que nunca había
visto antes uno tan bien protegido, ni tan hermoso, resistente y
bien emplazado. Pensó que, como ya estaba anocheciendo, el
caballero al que perseguía, se hospedaría con seguridad en el
castillo. Comprendió que el caballero, que estaba ya muy lejos, no
le esperaría antes de llegar al hostal.
-Muchacho -dice Gauvain-, veo bien que este caballero irá a
albergarse allí dentro. ¿Qué haremos nosotros?
Aquél, que era noble y generoso, le respondió:
-Señor, no os preocupéis de nada mientras esté sano y salvo.
Este castillo y todo el país y este gran bosque fue mío. Todo se lo
cedí a un caballero noble y prudente, el país y la región, junto con
otra hermana que tenía en matrimonio. Creo que ese caballero irá
a hospedarse al castillo y nosotros iremos a casa de un burgués
que, es rico, cortés y prudente, y que fue vasallo de mi padre y
mío, y nos hospedará muy bien. Por ninguna necesidad sería
digno que fuéramos al castillo a tomar hospedaje con vuestro
enemigo mortal.
-Id pues, sin demora, a que nos preparen hospedaje para que lo
encontremos libre y conveniente.
El muchacho pica espuelas al rocín que muy rápidamente le
lleva. Entonces vio entrar por la puerta al caballero que van
siguiendo. El caballero va a través de las calles hasta que llega
junto al señor.
-Buen señor, Dios que para nuestra salvación sufrió en la cruz,
os conceda honor.
-Amigo, Dios os proteja. Estáis agotado y es tarde. Haré que os
hospeden sin peligro en este castillo pues ya es tiempo de tomar
hospedaje.
-Señor, no busco otra cosa, os lo agradezco mucho.
Se adelanta un caballero que desmonta a la doncella, un
escudero coge su caballo y dos corren a desarmarle. Ahora tengo
que hablar del muchacho que había ido a casa del burgués.
Cuando el burgués le vio, demostró gran alegría:
-Señor, habéis hecho buen viaje porque ya estáis albergado. No
os haréis rogar, ya iréis mañana tranquilamente a ver a vuestra
hermana al castillo.
-Señor -dice el doncel-, cierto que ya tengo hospedaje, pero
ahora montad e iremos al encuentro de un caballero que traigo
para hospedar aquí. Hacedle gran honor, pues nunca nació en toda
Bretaña uno mejor ni su igual. Desde los puertos hasta Alemania
no hay uno con tan buenas cualidades.
Muy contento debéis estar por lo que os ha ocurrido y mostrar
gran alegría por su llegada. Muy gozoso está el huésped. En
seguida llama a sus servidores y les ordena preparar los asientos,
el fuego, la cena, con tanto cuidado y tan bien que nada se pudiera
criticar. Luego monta en su corcel que tenía fuerte y ligero y sale
de la ciudad. Gauvain ya había llegado ante las puertas del
castillo. Muy bien les acoge el burgués y les conduce a su casa.
Les hace descender en el palacio. Bahía hecho extender las
alfombras, cojines y lechos donde pudieran sentarse y acompañó
allí a Gauvain. Ante ellos ardía un gran fuego. En esto acudieron
rápidamente los sirvientes para desarmarle. Muy bien le sirve la
doncella de cabello rubio.
-No quiero que me desarmen todavía dice Gauvain -y llama al
muchacho-: Amigo, corre en seguida a aquella torre y ocúpate de
que el caballero no tenga gozo ni alivio de la doncella que lleva.
Por mi amor esfuérzate en que tu hermana la guarde esta noche y
dile al caballero de mi parte que si no lo quiere conceder, sólo
tiene que montar en su caballo y combatiré con él ahora mismo,
antes de que la guarde esta noche contra mi voluntad.
El muchacho corre en seguida hacia allí. Se habían ido de la
corte y estaban sentados en la sala. En cuanto los caballeros le
vieron, le reciben con gran alegría. Escanor le mira, le reconoce y
luego dice:
-En mala hora habéis venido, joven necio y mal educado.
Nunca volveré a estar alegre hasta que me haya vengado de vos.
Si ahora os tuviera fuera de aquí, muy bien me vengaría, pues
ayer noche me hicisteis separarme de mi amiga contra mi
voluntad. Señores, nunca visteis antes a un muchacho tan necio ni
tan arrogante.
Les cuenta toda la querella y cómo se había comportado con él
la noche anterior.
Y el señor del castillo le responde:
-Señor, ya Dios el hijo de María no os conceda fuerzas para
hacerle daño ni causarle molestias.
-Dejémoslo estar -dice el caballero-, pues aun moriría en mis
manos.
El muchacho que no era nada villano, le responde muy
tranquilo:
-Señor, nada puedo hacer si me odiáis por ese crimen. -Y
añade-: Señores, por ese delito me someto a vuestro juicio.
Cumplo órdenes de mi señor Gauvain a quien pertenezco y aquí
también las cumpliré, pues por él no lo dejaré. Señores, os contaré
por qué ha tenido lugar esta querella.
Entonces les cuenta de cabo a rabo cómo por orgullo cogió
delante del rey a la doncella y cómo Gauvain lo había perseguido
y cómo combatió con el demonio del cementerio. Nada dejó por
decir, también cómo lo había seguido todo el día. Ahora dirige la
palabra al señor:
-Señor, os ruego que si me tenéis estima, me concedáis un don.
-A fe mía -le contesta-, no es justo que os niegue nada. Bien os
debería servir con gusto a vos que me disteis el castillo.
-Señor -dice el doncel-, mi señor Gauvain me rogó que mi
hermana guardara a la doncella esta noche y que al día siguiente
por la mañana fuera devuelta en paz al caballero. Ahora os quiero
rogar con todas mis fuerzas que así lo mandéis hacer.
Entonces Escanor, al oír estas palabras, ya no puede callar
más:
-¿Pretendes separarme de mi amante como hiciste ayer noche?
Preferiría morir ahora mismo a dejarla bajo la protección de otro.
Señor –continúa diciendo-, si hacéis caso a este muchacho,
recibiréis vergüenza y pena. Me he hospedado en esta casa por
vuestros ruegos y si me ocurre algún mal, seríais muy reprochado.
-A fe mía, es cierto. Yo mismo os hospedé. Pero he prometido
al muchacho cumplir sus ruegos. Ahora no sé a cuál de los dos
debo faltar.
-Señor -sigue diciendo el caballero-, es justo que os guardéis
de traición pues seríais acusado si recibiera aquí perjuicio de vos
o de vuestro séquito. Si encontrara aquí daño, villanía o pena,
seríais vituperado todos los días de vuestra vida.
Y el señor se lo concede y le dice que tenga por seguro que no
le consentiría que le hiciera villanía mientras estuviera en su
castillo.
-Amigo -dice al doncel-, no se la puedo quitar si él no lo quiere
aceptar por su propia voluntad, y por nada debo cometer traición
tan abierta por vos ni por vuestro consejo.
-A fe mía, mucho me sorprende que no hagáis mi voluntad,
justa o injusta, y hagáis la suya. Pero puesto que no queréis
hacerlo, os hago saber que el caballero que lo persigue por la
doncella, está completamente armado. Aún no ha quitado ni freno
ni silla y está allá abajo en casa de un burgués combatirá con él
antes de que anochezca si la guarda contra su voluntad. Y le digo
de su parte que ahora mismo vuelva a montar y se prepare, pues
en vuestra corte, así lo ha decidido, tendrá lugar la batalla ante
vos.
Entonces corre al hostal a buscar a Gauvain. Y el señor del
castillo dice:
-Escanor, tendréis que combatir cuando llegue Gauvain. Pero
os aconsejo de otro modo. Terrible y costosa sería la batalla, si se
hace por la noche. Demasiado os costaría si no la retrasáis.
Los caballeros le dicen que sería una gran villanía, que sería
mucho mejor que entregara a su amiga en la protección de la
dama y que a la mañana siguiente se la devolverían en paz.
La misma dama se lo ruega. Y le promete que la guardará con
lealtad y que se la entregará al día siguiente. Con esfuerzo lo
concede. La dama la coge y se la lleva a la habitación de la torre y
mucho la honra en la bebida, comida y en el hermoso lecho. El
huésped, muy contento, llama a uno de sus criados:
-Corre y dile a Gauvain que se hospede hasta mañana, que el
caballero ha entregado sin pelea a la doncella en la protección de
la dama.
Y aquél corre en seguida y llega a casa del burgués. Vea mi
señor Gauvain completamente equipado con sus armas y
dispuesto en aquel mismo momento para acudir a la corte. Le dice
que espere y que no vaya a la corte, que descanse toda la noche.
-Amigo -dice Gauvain-, antes de que me quite las armas, dime
verdaderamente si Escanor ha jurado cumplir mis deseos.
Y el otro le responde:
-Os juro que ha complacido a mi señor. La doncella se ha ido
a la torre con mi dama y yo lo vi.
Gauvain, que no le cree en nada y prefiere estar mejor
informado, envía a su criado para saber si era verdad lo que le
habían contado. El muchacho corre a la torre y allí encontró a la
doncella ya su hermana sentadas sobre un lecho. Luego vuelve en
seguida al hostal y le dice que era verdad. En esto, Gauvain, fue a
sentarse y en seguida lo desarman. Tenía el rostro golpeado en
muchas partes de modo que le había brotado sangre y estaba un
poco sucio por la sangre y el sudor. El señor tenía una hermana,
bondadosa, hermosa y cortés a la que hizo preparar un baño para
bañar a mi señor Gauvain. Muy bien lo preparó y cuando ya
estuvo bien dispuesto, lo condujeron a la habitación y lo bañaron
y arreglaron. Tanto como pudo le sirvió con dulzura la hermana
del huésped y debéis saber que la que le acompañaba, se esforzó
mucho en servirle. Cuando estuvo completamente bañado y salió
del baño, la hermana del huésped le llevó por generosidad una
camisa y unos calzones de cendal, más blancos que flor de abril.
Cuando estuvo dispuesto, se preparó la comida.
Pidieron el agua y muy cómodamente junto a la chimenea se
sentó mi señor Gauvain e hizo sentar a su derecha a la doncella
que había traído de la capilla. A su otro lado hizo sentar con la
hermana del huésped al muchacho al que ama mucho. En gran
abundancia tuvieron pan y vino, carne y pescado, aves asadas y
caza y todo cuanto desearon. Muy bien les hizo servir el huésped
con alegría y deleite. Luego les sirvieron gran cantidad de fruta.
Como estaban muy cansados, después de comer ordenaron que
les hicieran los lechos junto al fuego. No podría contaros el honor
que le hizo el burgués, pues se ocupó de cuanto pudiera necesitar.
Así durmió y reposó Gauvain.
Escanor se armó por la mañana en cuanto amaneció, pues
mucho le había disgustado la estancia. Mucho le pesa haber
perdido a su amante aquella noche y la anterior. Con rapidez le
armó un sirviente y colocó freno y silla. Preguntó por la doncella
y la dama la llevó junto a él. A Gauvain le llegó la noticia de que
Escanor, que en nada se retrasa, ya ha colgado escudo al cuello y
ha salido por la puerta con la doncella.
Cuando Gauvain lo oye, se disgusta mucho. Se levanta en
seguida, se viste y pide sus armas. Como estaban muy usadas, el
burgués que quiere servirle en todo a su agrado, le lleva un yelmo
con visera de Senlis9, loriga de combate y calzas blancas y
terrizas, nunca visteis unas tan buenas. Muy clara y cortante era la
espada que también le llevó y el escudo nuevo con tiracol y ases
de rico orifrés. Nunca Gauvain había visto tan ricas armas. Le
llevan un caballo fuerte e impetuoso, resistente, rápido y veloz, el
mejor de todo el país. Y Gauvain dice:
-No plazca a Dios que se pierda todo este servicio y Dios me
conceda fuerza, virtud y poder para que os encuentre en tal lugar
en que os pueda recompensar, pues me habéis hecho un gran
honor.

9
«Hiaume a visiere» (v. 2.011). Se trata del yelmo cerrado en forma de
tonel que cubría totalmente el rostro y cuya visera no era móvil. Este tipo
de yelmo sustituyó al cónico provisto de nasal, que es al que usualmente se
alude en los romans de la segunda mitad del s. XII. En el AP se recoge esta
novedad de la primera mitad del s. XIII: no hay mención del nasal y en
cambio resulta habitual la expresión del v. 2.011. Este tipo de yelmo sigue
estando formado por el cercle (v. 3.623), que los escritores castellanos de la
época vertían cerco (cf. M. de Riquer, El armamento en el «Roman de
Troie» y en la «Historia troyana», en «Bol. de la Real Academia Española»
t. XLIX, 1969, pp. 463-494); en el cerco se solía colocar la ornamentación
del arma.
-Señor -le responde el burgués-, os honro por mi señor a quien
veo aquí y porque creo que sois hombre noble y valioso. No sé
qué ofreceros pero tomad sin temor cuanto necesitéis, pues todo
está a vuestra disposición.
-Hay aquí muy ricos dones. No me habría atrevido a
pedíroslos. No creo que en ningún lugar del mundo se honrara
tanto a quien no se conoce. Os lo agradezco. Pero no necesito ni
la espada ni el corcel: el mío es fuerte y audaz, la espada dorada y
cortante. Demasiado grande es ya la recompensa que debo por lo
demás. Ahora debo armarme pues mucho temo una demora.
Gran esfuerzo ponen en armarle el criado y las doncellas.
Mientras tanto colocan las sillas y luego llevan los caballos. Mi
señor Gauvain monta y el muchacho coge escudo y lanza cuando
estuvo montado. El huésped ayuda a montar a la doncella que
habían traído con e,llos y se coloca delante. Entonces se ponen en
camino y el buen huésped les acompañó hasta que llegaron al
bosque.
-Señor, regreso -le dice-. Os encomiendo a Dios.
Gauvain entra en el bosque por el camino que cabalga Escanor
y en seguida se dio cuenta de que iba besando a su amiga. Y mi
señor Gauvain le llama pues no lo quiere consentir:
-Vasallo, desmontad a la doncella. Demasiado tiempo la habéis
llevado. No la tendréis más sin combate.
Y Escanor responde:
-No echéis la culpa a nadie más que a vos. Por San Lasdre de
Avalon, si vuestro corcel no fuera tan lento, bien me podríais
haber alcanzado desde ayer, pues yo sólo he ido al paso. Pero no
creo en modo alguno que emprendáis batalla contra mí. Nada os
estoy rogando. Sabed bien una cosa: envié desde mi país a la
doncella del rostro claro completamente sola a la corte del rey
Arturo y luego fui allí con gran orgullo a llevármela delante de
muchos barones para tener justa ocasión de combatir contra vos.
Gauvain le dice:
-Está decidido: tendréis combate cuando tanto lo habéis
deseado.
La doncella estaba triste y también el joven, al ver que muy de
mañana sería la batalla.
-Señor -le dice la doncella-, no será hermosa la batalla en este
camino. Cerca de aquí hay un prado y una landa hermosa y
grande. Sería más conveniente que fueseis allí si os complace.
Muy malos iría si la hicierais aquí con estas rocas, tejoneras y
surcos.
-Es cierto -dice Escanor-. Si Gauvain quiere, no pondré ningún
obstáculo en ir allí.
El muchacho se alegra porque la batalla se demora.
-Amigo -le dicen-, ve adelante y nosotros te seguiremos.
Y éste entró en un sendero y cabalgó tanto por el bosque que
llegó a una landa muy grande y hermosa. Escanor bajó a la
doncella a la sombra de los carpes y luego se ajusta las armas.
Gauvain ya estaba preparado. Entonces uno se precipita contra el
otro y se atacaron de tal modo que las astas de las lanzas crujieron
y volaron en trozos, pero no se movieron de los arzones.
Cuando Gauvain hubo quebrado su lanza, rápidamente
desenvainó la espada y furioso va a atacarie.
-Gauvain -le dice Escanor-, en mi tierra no es costumbre ni uso
que si un caballero ha emprendido batalla contra otro por ultraje,
desenvaine la espada antes de que uno de los dos haya caído. Se
esfuerzan en justar y hacen traer las lanzas y justan hasta que uno
de ellos cae en tierra, sea cual sea su sufrimiento. Los de
Normandía dicen que en el siglo la buena caballería sólo debe
justar. Hagamos que nos traigan lanzas y será más hermosa
nuestra batalla. Roguemos a este muchacho que tiene un rocín
fuerte y veloz, que vuelva rápidamente al castillo y que nos traiga
un haz de lanzas.
-Amigo -le dicen-, haz nos este favor y te lo agradeceremos
mucho.
-Y aquél va en seguida pues con mucho gusto se esfuerza en
retrasar la batalla hasta nonas. Y ellos se van a la sombra para
esperar que el muchacho, que está muy contrariado y tiene gran
dolor en su corazón, vuelva de su país. Se sentaron cada uno junto
a su doncella y se quitaron escudo, yelmo y silla para refrescarse
ellos y sus corceles.
Así permanecieron hasta que el joven regresó picando
espuelas, trayendo seis lanzas gruesas, grandes y afiladas. Había
una tan larga, gruesa y de asta cuadrada10 que no había caballero
tan noble, tan resistente ni tan fuerte en el reino del rey Arturo,
que se esforzara tanto en atacar y la rompiera al justar.
Gauvain contempló las lanzas y pensó algo por lo que todo el
mundo le debería alabar.
-Ve junto al caballero -dice al muchacho- y llévale de mi parte
estas seis lanzas para que elija las tres que más le gusten y luego
me traes las que queden. Quiero que elija él.
Y aquél va espoleando por una senda del lado del bosque. Le
presenta todas las lanzas de parte de Gauvain para que le devuelva
tres y se quede con otras tres según su elección. Ocurra lo que
ocurra -bien ve que ya es cerca de nonas- no quiere vencerle por
las armas si Dios le concede victoria, ni que aquél encuentre
motivo para decir que fue por la elección de las armas. Por eso
prefiere que Escanor elija antes.
-¡Ay, Gauvain -exclama Escanor-, así como el oro supera a
todos los metales, no se cuenta de ningún caballero que tenga tan
buenas cualidades como vos! Muy gozoso debéis estar, pues
tenéis tanto honor y fama que hasta vuestros enemigos lo tienen
que reconocer por fuerza. Siento gran tristeza por haber
perseguido esta batalla y no lo digo por temor, sino porque quien
entorpece y dificulta a caballero con tan buenas cualidades, bien
debe estar muy triste.
Coge las tres lanzas gruesas y le da las otras al joven. Mucho
le ruega y dice que de su parte agradezca a Gauvain su rico
presente. En seguida se vuelve a preparar, monta, enlaza el
almófar y así retorna a su batalla. Tiene que hacerlo, pues ya que
lo han emprendido, ninguno de ellos lo puede dejar sin vituperio.
El muchacho siente gran temor por Gauvain y regresa pensativo.
Gauvain se vuelve a preparar.
Muy vasallos fueron los dos. Cada uno deja correr al caballo y
se golpean en medio del pecho con las lanzas de modo que las
astillas vuelan alto y lejos, pues las quebraron hasta los puños.

0
1
«Quarree de quartier» (v. 2.179) que traducimos por «asta cuadrada».
Existe la expresión «d'un roide fraisne de quartier» (de resistente fresno)
que es el material característico del asta de la lanza, lo que induce a L.
Foulet a suponer quartier = hampe carrée (Glossary, cit., p. 246 ).
Luego cada uno coge otra y se atacan de tal modo bajo el pecho
con las lanzas que ambas vuelan en trozos.
Al final, Escanor coge su gran lanza. Era su tesoro y la había
dejado en reserva. Como valía otras cuatro, piensa por su fuerza
derribar a Gauvain. Y Gauvain coge la suya y dejan correr
velozmente los corceles uno contra otro. Escanor le golpeó
primero por la longitud de la lanza, pero no la pudo romper ni
tampoco derribar a Gauvain y se llenó de cólera. Gauvain se
mantuvo tan bien que nada retrocedió, sino que le hizo volar la
lanza lejos en medio del prado en un matorral. Gauvain le golpeó
por debajo del brocal del escudo y se lo rajó y agujereó de modo
que rompió su lanza. Rápidamente recuperaron su turno y se
enfrentaron cara a cara.
En cuanto Gauvain desenvaina la espada, en seguida empieza
la pelea y le golpea encima del yelmo. El otro le responde tan
bien que mucho se sorprendió Gauvain por ello. Muy terrible fue
y mucho duró la batalla de los dos vasallos. Muchas veces se
encuentran en los escudos, los cuerpos, los caballos, pero iban tan
bien armados y sus lorigas eran tan resistentes que poco daño se
podían hacer.
Una de las veces que iba a atacarle, le ocurrió a mi señor
Gauvain que, al golpearle fuertemente sobre el yelmo reluciente,
la espada cayó hacia abajo hasta el escudo y lo rajó hasta el
brocal, pero de tal modo que no la pudo recuperar. Y el otro se
separo con fuerza de Gauvain y le hizo volar de la mano su buena
espada. Una gran angustia se apoderó entonces de Gauvain.
Si Gauvain temió la pelea al perder su espada, nadie se puede
sorprender por ello. Pica espuelas a su corcel, pasa delante de
Escanor y rápidamente coge la lanza que se le había caído a su
enemigo. No la hubiera dado por todo el oro que hay desde aquí a
Antioquía. Luego hace retroceder al buen corcel y vuelve como
hombre osado para enfrentarse a Escanor. Mientras le va a atacar,
piensa que con tan gran impulso, si le golpeaba sobre el yelmo o
sobre el escudo, rompería su lanza o le volaría de los puños. Sabe
con toda certeza que si ahora perdía su lanza no podría encontrar
otra arma para defenderse. Entonces comprende que no le puede
hacer ningún mal si no le ataca al caballo. Espolea al corcel,
mientras el otro mantiene la espada de acero y le espera con gran
fiereza. En el encuentro, Gauvain hiere al caballo en medio del
pecho, de forma que la punta de hierro le sale por el costado
izquierdo. Entonces se acerca a Escanor y cuando cae el caballo,
le coge el borde del escudo, se lo arranca del cuello y retira su
espada.
Mucho se encolerizó Escanor al ver muerto a su caballo y él
derribado. Se pone en seguida en pie y dice:
-Gauvain, por este ataque no estoy muerto ni apresado. Muy
mal me habéis dejado, pero a pie estaréis como yo, si no me falta
la espada de acero.
Gauvain sabe que si le ataca, le matará su caballo pues es
grande y fuerte. Prefiere atacarle a pie, pues mucho se apenaría si
viera muerto a Gringalet11. Va espoleando hacia el muchacho y
por propia voluntad desmonta, le entrega su caballo y el escudo
que le ha quitado a Escanor. Luego regresa al prado donde
Escanor le espera.
Allí veríais comenzar muy duros ataques y bajo las espadas de
acero romperse con frecuencia las lorigas. Los hierros, que eran
más blancos que una flor, se vuelven rojos. Allí podríais ver un
terrible combate entre los dos vasallos, pues sabed que ponen
todas sus fuerzas en hacer sufrir al otro. El joven y las doncellas
que están a la sombra muestran gran duelo.
-Desdichada y malaventurada, si en región exferiría estar
muerta ahora mismo.
Mucho se desconsuela la que llevaba Escanor. Por el gran
terror que siente, cae desmayada y cuando se levanta, vuelve a
comenzar el duelo ya gritar:
-Desdichada y malaventurada, si en región extraña pierdo de
este modo mi gozo, mi corazón, mi amigo, entonces he venido a
mal lugar. He oído decir, y es justo, que el exceso no produce
1
1
Ya en el Erec y en el Perceval de Chrétien, Gringalet aparece como el
caballo de Gauvain. Según el Merlín en prosa (ed. Sommer, cit., vol. II, p.
341), Gauvain habría conquistado su caballo a Clarion, rey de
Northumberland. Otra versión se concede en el Roman de Escanor (cit.
nota 8): el hada Esclaramonde se lo regala a Escanor y Gauvain lo captura
en batalla (cf. B. Woledge, cit., p. 87). Según R. S. Loomis (Arthurian, cit.
p. 159), el nombre deriva del galés quin-calet, que significa blanco y
atrevido.
ningún bien. La injusticia es mía y de mi amigo, pues él estaba en
su país lleno de riqueza y poder y yo tenía todo lo que quería. Por
exceso fui enviada sola a la corte del rey, luego vino mi amigo a
buscarme delante de muchos barones para tener motivo razonable
por el que combatir con Gauvain. Creía estar bien seguro de que
si podía vencer a Gauvain, no habría en todo el siglo caballero
que se atreviera a esperarle.
El duelo de la doncella de cabello rubio, la que Gauvain se
había llevado del cementerio, no es menor. Siente gran cólera y
dice:
-Desdichada, no sé qué haré, si aquí pierdo al buen caballero,
al audaz, al que me liberó del dolor y que con tal honor me lleva a
su país. Desgraciada y perdida me quedaré aquí en gran martirio.
Y el doncel con gran angustia se tira de los cabellos y grita.
Nunca antes tres personas habían hecho un duelo semejante. Y los
dos caballeros se esfuerzan, por matarse yeso es gran pena.
Gauvain le lleva ventaja Por el escudo que le cuelga del cuello y,
no obstante, bien se defiende Escanor que nada le teme. Gauvain
se acerca lleno de cólera y con la buena espada le golpea el yelmo
rompiéndolo y rajándole todos los lazos, de tal forma que el
yelmo cae junto a él en el prado. Luego le vuelve a golpear. El
otro se defiende con grandes dificultades y, a pesar de todo, le
logra asestar tal golpe sobre el yelmo que todo le tiembla, y el
golpe desciende tan fuertemente sobre el escudo que allí se le
hunde la espada hasta el arriaz.
Escanor, que terriblemente se duele y ya no sabe cómo
defenderse, le ruega merced y quiere entregarse, pero Gauvain no
lo quiere recibir, pues teme que le engañe y le mate si se levanta
de encima de él, ya que su madre le había advertido que sólo a él
temiese. Eso le hace sospechar y tanto le odia en su corazón que
no soportaría de ningún modo que se le escapara sano y salvo.
Entonces le golpeó de pleno en el rostro descubierto. Le arranca
por debajo de los ojos la nariz y una de las mejillas, y lo raja hasta
los hombros. Con este golpe lo derriba muerto.
En esto llegan el muchacho y la doncella picando espuelas y
mostrando gran gozo. Gran duelo hacía la doncella que había
acompañado a Escanor. Gauvain corre en seguida junto a ella y la
consuela. Con mucha dulzura le ruega que lo olvide y se
reconforte:
-Hermosa, nada se me debe reprochar si lo he matado. Ha
sucedido por su abuso: os hizo salir de su país para conseguir esta
pelea. Pero estad bien segura de que os repondré la pérdida, si
queréis seguir mi consejo. Nada me sorprende que sintáis tristeza
y pesadumbre, pero tened por seguro que os llevaré conmigo con
gran gozo a la corte del rey y allí recibiréis con gran honor amante
o señor, aquel a quien queráis elegir.
-Señor, no hay más que hablar -le responde-. Se cumplirán
vuestros consejos. Me entrego a vuestra merced, haced que reciba
estima y vos honor.

La doncella del gavilán

Después de esto, se prepararon para partir. La doncella de


Gauvain monta en su palafrén, Gauvain en su corcel y el
muchacho, que era ligero, sube a la doncella de Escanor delante
de él sobre el rocín. En esto, se ponen en camino. El doncel le
llevó a hospedarse al primer castillo, donde encontraron muy rico
hospedaje pues el señor no era pobre. Gran gozo mostró por el
joven y por Gauvain. El caballero no era villano y por la mañana,
cuando vio que tenían que partir, hizo preparar muy ricamente un
palafrén con un arnés muy nuevo, correa de cuero, freno y silla, y
se lo dio a la doncella que el joven llevaba en el rocín. En esto se
ponen en camino.
Ahora cabalga Gauvain mucho mejor, pues el joven lleva su
escudo, yelmo y lanza. Gauvain se apresura en su errancia y se da
tanta prisa que ya está cerca de su país. Atravesó un bosquecillo
hasta que llegó a siete leguas de Carduel. Allí le sucedió una
aventura que no debo callar. Muy de lejos oyó gritos y quejidos de
una doncella en gran necesidad.
-Muchacho -dice- ¿has oído lo que yo?
Y éste y las doncellas le dicen que hace rato que lo han oído.
Gauvain les contesta:
-A fe mía, por nada del mundo dejaría de ir junto a ella y
preguntarle qué motivo tiene para llorar de tal modo. Creo que
este sendero me llevará directamente a su lado. Muchacho,
espérame aquí con las doncellas. Cuando sepa por qué se
encuentra en tal turbación regresaré en seguida aquí, yeso será
ahora mismo si no me detiene otra causa. Buen amigo, si
ocurriera que encontrase una aventura tal que no me permitiera
regresar pronto, sigue siempre este gran camino recto a Carduel y
dile de mi parte a la reina que le envío estas doncellas. Dile
también de mi parte que por amor las proteja, reciba bien y honre
hasta que llegue a la corte. Si te pregunta quién eres o quiénes son
las doncellas, bien se lo podrás contar.
-Con mucho gusto, señor -dice el muchacho-. En nada le
mentiré.
Y Gauvain espolea a Gringalet hacia la derecha donde había
oído a la doncella. Después de cabalgar un buen trecho y
descender un valle, vio a la doncella. Acerca de la ropa que vestía,
muy elegante y bella, de las correas y de la silla, del rico palafrén
que era más blanco que flor alguna, tal y como me asegura el
cuento, acerca del freno y del arnés, no hay tan buen clérigo hasta
París que, por mucho esfuerzo que pusiera en ello, contara la
verdad en una semana sin dejarse nada.
Mi señor Gauvain ve muy bien que nadie le estaba haciendo
daño. Espolea al caballo y se le acerca.
-Hermosa, Dios os conceda gozo y honor –le dice-. Si no os
pesa, os ruego que me -digáis el motivo de vuestro dolor y por
qué mostráis tan gran duelo.
La doncella, que era noble y cortés, le responde:
-Con mucho gusto, señor. .Un caballero, hermoso, noble,
cortés y prudente que me trajo a este bosque, me amaba por amor
y yo a él. Os contaré la razón de mi gran pena: hoy por la mañana,
cuando íbamos por este camino mi querido amigo y yo, oímos un
duelo muy terrible que mostraba una doncella. Así le pareció bien
y así lo hizo: me dejó en este camino y lanzó al bayo de Gascuña
para ir a buscar la aventura. Me rogó que le esperara en este
trecho de tierra, pero antes de partir me entregó su gavilán que
más amaba y que tenía en más estima que a cualquier cosa viva en
el mundo. Bien sabía que lo amaba más que a nada, salvo mi
corazón. Me dijo que sobre todo lo guardara. Y yo como
desdichada y desgraciada cometí una gran necedad: empecé a dar
de comer al gavilán, pero sabía muy poco de pájaros. Mientras lo
alimentaba de un pajarillo que había cogido, el gavilán que estaba
posado en mi puño, se me escapó. Cuando venga mi amigo, se
pondrá furioso. He sido traicionada por necedad e infortunio. Sé
que es tan orgulloso, felón y violento que temo que no me vuelva
a amar. No tengo a quien reclame al gavilán si alguien no se pone
en ello.
Gauvain le promete que él le devolverá su gavilán y que no se
irá de allí hasta que esté satisfecha. La doncella se lo agradece y
siente gran gozo por la promesa:
-Señor, Dios os guíe para que podáis recuperar el gavilán, pues
si me lo podéis devolver me habréis salvado y ya nunca más
dejaré de amaros.
-Dad me el reclamo e iré a llamar al gavilán.
Mucho se esfuerza en reclamar al pájaro que está posado en lo
alto de un roble, pero de nada le sirve pues el otro no hace
ademán de moverse. Se echa hacia delante y luego hacia atrás,
pero todo eso de nada le vale, y de lo único que se alegra es de
que el gavilán no se aleje pues está atado a una correa. Cuando ve
que nada le sirve, sube rápidamente al roble, pero antes de hacerlo
se quita las armas.
En esto, llega el caballero. Velas armas y el corcel y pregunta
de quién son.
-Del mejor y más noble caballero del mundo-le responde la
doncella-. Bien lo puedo comparar con todos, excepto con vos.
En seguida le cuenta cómo la había encontrado allí sola,
pensativa y llorosa por la pérdida del gavilán. Entonces exclama
el caballero:
-Puta, estáis mintiendo. Nada ha sucedido como decís. La
necesidad va por otro lado. Veo muy bien cómo se aleja pues
quiere disimular el engaño. ¿Me tenéis por necio y pretendéis
probar como verdad la mentira? Con toda certeza puedo saber,
pues muchas veces lo he experimentado, que muy pronto se
encuentra a mujer que dice estar en gran necesidad.
No voy a contar ahora sus discusiones, pues ya bastante me las
habéis oído contar en otros lugares. El caballero coge sin tardanza
el palafrán por el freno y con la otra mano el caballo que Gauvain
había traído. Luego regresa junto a ella y le dice que nunca más
irá en su compañía y que la dejará allí completamente sola. Nunca
más le servirán los engaños, pues ya le han servido durante
demasiado tiempo, aunque nunca antes hubiera visto tan
abiertamente sus mentiras. Mi señor Gauvain le dice:
-Señor, no creáis que vine aquí para vuestra villanía. Nunca
tuve tal intención ni pensamiento. Habría perdido el juicio si
buscara tal ultraje. Oíd ahora mi ruego: aceptad mi reparación y
juraré sin demora con mucho gusto cuando queráis, que no he
buscado vuestra vergüenza ni le dije palabra por la que me
pudierais odiar, si la hubieseis oído.
Y el caballero le dice:
-No acepto vuestra reparación. En poco aprecio vuestro
juramento, pues sé muy bien cómo miente quien se excusa de
semejante engaño.
Después de esto, se aleja con los caballos y ya no supieron más
de él. Mi señor Gauvain volvió junto a la doncella del rostro claro
en cuanto hubo recuperado el gavilán. Dulcemente la consuela:
-No os asustéis, mi doncella. Hay mil hombres mejores en
amor, honor y nobleza. Sabed bien, que sin disimulo tendréis mi
consejo y mi ayuda, y que nunca en toda mi vida os abandonaré a
no ser que vos me lo pidáis y por aventura que me suceda.
-Señor, Dios os preserve de otra malaventura. Sabed que siento
gran tristeza y dolor por lo que os ha ocurrido, puesto que os ha
sucedido por hacer bien y honor. Os ha ocurrido desgracia cuando
sólo veníais a consolarme de mi daño.
-Hermosa, no hay nada más que hablar. No hay por qué
desconsolarse. A hombre noble le conviene que le sucedan cosas
buenas y malas y si en otra ocasión puede hacer honor, no por eso
debe dejar de hacerlo.
Cuando Gauvain hubo cogido sus armas que estaban bajo el
roble, se aleja de allí y se marcha con la doncella. No sabe a qué
lugar ni a qué tierra quiere ir a buscar aventura ni tampoco cómo
ni cuáles, pero con gusto buscaría aquéllas por las que supiera
dónde había ido el caballero que se había llevado su caballo. Por
eso está muy pensativo. Entonces comenzó un temporal terrible,
nieve, lluvia y granizo, y todo caía al mismo tiempo. Rayos,
truenos y relámpagos caían por todas partes, de tal modo que no
supo qué podían hacer, ni en qué lugar más cercano encontrarían
castillo, ciudad u hostal, pues en todo el bosque no había ni una
ermita.
-Señor -dice la doncella-, en este camino por donde vine esta
mañana vi muy cerca de aquí una cruz cubierta. Si podemos llegar
sin daño junto a la cruz, aún podríamos protegernos con la ayuda
del Creador.
-Hermosa, no tenemos más remedio que intentar llegar hasta
allí.
En seguida llegaron a la cruz y allí se resguardaron los dos.
Muchas penas sufrieron la doncella y Gauvain pues la tormenta
duró así toda la noche hasta el día siguiente. Ninguno de los dos
salió de allí y no comieron ni bebieron. Se echaron en la tierra
desnuda y nada más tuvieron. N o os voy a decir si tuvieron allí
otros deleites, pero sí os puedo asegurar que su lecho fue muy
duro e incómodo. La tempestad no apaciguaba y les produjo
daños y contrariedades. Gauvain, que no pudo hacer más para
aliviar a la doncella, la tuvo toda la noche entre sus brazos, de tal
modo que él yació de cara a la tempestad. Colocó su escudo
dorado detrás de la espalda por la tormenta yeso le hizo sufrir
mucho. Dejó el gavilán que había cogido en el roble encima del
enlazado de la cruz. En tal guisa soportaron hasta la mañana y,
cuando amaneció, hizo un tiempo hermoso, claro y puro por el
placer del Creador. El sobrino del buen rey Arturo se puso muy
triste y pensativo, y mucho se preocupó por la doncella que tenía
hambre. Era el tercer día que no comía y él no se podía ocupar de
ello. El gran temor que sintió durante la gran tempestad, le quitó
las ganas de comer y se olvidó del hambre.
-Hermosa, ¿qué os complace hacer? No encontraremos ayuda
ni socorro mientras permanezcamos en este bosque.
-Señor, elegid vos. Haré lo que os plazca. No sé qué prefiero,
si quedamos o partir. Nada nos obliga a estar aquí, pero ponemos
en marcha me causará tal daño que no se qué elegir.
-Doncella, veo muchos inconvenientes en esperar aquí.
En esto, llegó un caballero que se dirigía por el camino hacia
ellos. El caballero, que bien parecía noble y vasallo, no iba solo,
sino que hacía llevar un caballo a un escudero delante de él.
Gauvain y la doncella los vieron a los dos y en cuanto aquél los
hubo visto, desmontó en seguida del caballo. Piensa que tienen
gran necesidad de ayuda y que sería de buena educación por su
parte prestarles algún socorro pues parecían buena gente. Se
dirige hacia ellos y mi señor Gauvain y la doncella van a su
encuentro y ambos le saludan. Aquél les saluda a su vez con
bondad.
-Buen señor -dice Gauvain-, mucho necesitábamos vuestra
llegada.
-Decidme, si os place, quién sois, de dónde venís y dónde
habéis dormido esta noche y si habéis comido o bebido desde que
entrasteis en este bosque y también decidme, si os place, dónde
habéis emprendido este viaje.
Gauvain le responde en seguida y se lo cuenta todo del mismo
modo que yo os lo he contado aquí. Y aquél que era bien
enseñado, se santigua por el infortunio que les había acontecido.
-Después de haber oído lo que os ha ocurrido, mejor deberé
comportarme. Si puedo os ayudaré, pero os ruego y pido un don
antes de que obtengáis el mío y que me concedáis una
recompensa el día en que os la pida.
-Os lo concederé con mucho gusto ya vuestro placer, mientras
pueda -le responde Gauvain.
-No penséis que voy a cometer villanía tal 'que os pida un don
que no podáis conceder, pues eso sería gran delito -le dice el
caballero.
-Cuando lo pidáis, así os será concedido –le asegura Gauvain.
-Ahora pedidme todo cuanto deseéis. Podéis coger mi caballo.
Os lo doy. Bien veo que os hace falta y que por ello estáis muy
preocupado. Por eso me complace que lo tengáis. Quiero también
darle a esta doncella, que me parece cortés y hermosa, el palafrén
tal y como está equipado. Cuando lo necesite, me será muy bien
recompensado, puesto que así me lo habéis prometido. No temo
que no lo cumpláis.
-Decís bien -le responde Gauvain-. Os doy mil gracias. No
debéis temer que vuestros hermosos dones no sean
recompensados.
-Sé muy bien que de ningún modo ocurrirá que, si os lo pido,
no se mantenga el acuerdo. Pero si no os parece mal, os pido a la
doncella que esta ahí sentada ya vos, que me concedáis ese
gavilán que veo sobre ese lazo, en espera de otra cosa: muy
grande me parecería el don. ¿Sabéis por qué os lo pido? Si no os
vuelvo a ver y tengo conmigo el gavilán, recordaréis que me
debéis una recompensa. Gauvain ordena a la doncella que se lo
entregue.
-Señor -dice el caballero-, por el gran bien que veo en vos,
mucho me habría esforzado en proporcionaros alguna otra cosa,
pero sabed bien que no puedo.
-No os pido nada más de lo que me habéis dado-le dice
Gauvain.
-No sabéis quién soy y no lo sabréis hasta que podáis
devolverme mi recompensa -le dice el caballero.
Entonces hizo desmontar a su escudero como prudente y bien
enseñado. Cuando se hubo despedid do de ellos, montó en su
rocín y se marchó por donde había venido.
Gauvain coge el palafrén que tenía muy rico arnés, tanto en
riendas como en silla, y la doncella lo monta y él monta a su vez
el caballo. Piensa en todas las bondades que les había hecho el
caballero. A menudo las recuerda y teme que no le pueda pagar a
su agrado, tal y como desea, yeso le inquieta mucho. La doncella
del rostro claro se encuentra en gran gozo y alegría por el socorro
que Dios le ha prestado. Habían estado muy preocupados, pero
ahora van por buen amino y tienen buenos caballos.

El relato de Espinogre

Juntos cabalgan por un sendero llano tal y como aventura les


lleva. De este modo como os he contado, marchan hasta el
atardecer, sin comer ni beber. En eso vieron a un caballero, muy
bien armado, que se dirigía en línea recta hacia ellos. El caballero
les dice en voz alta:
-Buen señor, Dios os salve, a vos ya vuestra hermosa
compañía.
-Dios os bendiga, caballero, y os conceda honor -le dice
Gauvain-. Así he errado todo el día, no sé a dónde, por aventura.
Y el otro le habla antes de dejarle decir nada más:
-Buen dulce señor, decidme vuestro nombre si os complace.
Me gustaría saber quién sois y de dónde venís. Me parece que os
habéis perdido y que habéis dormido en este bosque. Mal hostal
habréis tenido esta noche si es como pienso. No creo que hayáis
podido encontrar pan, sal, vino, pescado o cualquier otra cosa de
las que hubierais podido tener necesidad. Aunque todas las
riquezas del rico Sultán hubieran sido vuestras, no habríais
conseguido por todo ello un solo trozo de pan ni un solo vaso de
vino.
-Sois adivino -dice Gauvain-. Así nos ha sucedido.
Y aquel que se había acercado junto a ellos, le dice:
-Noble caballero, muy distinto fue ayer mi hostal. Mucho me
envanezco de que una doncella, la más cortés y la más hermosa
que existe hasta la puerta de Roma, hija de tan alto hombre que es
la dama del castillo, me concediera ayer noche el hospedaje más
hermoso que jamás haya tenido ningún caballero. Nada de lo que
deseé, me fue vedado ni prohibido.
-Entonces estuvisteis mucho mejor cuidado que yo-le responde
Gauvain-. Ni esta doncella ni yo hemos tenido ni ayer ni hoy algo
de comer que valiera más de un espino.
-Buen señor -dice el caballero-, os prometo que antes de que os
alejéis de mí, os indicaré dónde encontraréis un buen hostal y en
mala hora os preocuparéis. Mucho deseo ser vuestro amigo y
ponerme a vuestro servicio. Pero antes oíd cómo me ocurrió mi
buena fortuna:
-Buen dulce señor, hace tiempo, cinco o seis años atrás,
cuando todavía era joven, aprendiz de armas y novel, sucedió que
amé a una doncella, la más cortés y la más hermosa que existe
desde aquí hasta Carlion. Audaz como el león me hizo amor que
me apresó entre sus lazos12. Me hizo tan cortés y decidido que la
requerí de amor. Pensativo le mostré mis suspiros, lo más
prudentemente que pude. Ella valoró muy poco mis palabras y se
sintió despechada. No obstante, me pidió un plazo de tiempo y me
2
1
«Hardi me fist conme lion / Amors qui en ses las me mist» (vv. 3.058-
59): la expresi6n recoge inmejorablemente la relación entre amor y
caballería característica del topos cortés, relegado en este roman al relato
retrospectivo y no a la construcción estructural de la novela como ocurría
en la época clásica (Chrétien de Troyes) (R. W. Hanning, Die
gesellschaftliche Bedeutung des höfischen Romans im 12. Jahrhundert, en
Der altfr. Höf. Roman, hgg. v. E. Köhler Darmstadt 1978, pp. 189-228).
dijo que lo pensaría y que me respondería cuando me volviera a
ver. Yo no quería estar sufriendo mucho tiempo, así que pronto
volví a verla y le rogué la respuesta que, como cortés y generosa,
debía concederme. Después de lamentarme mucho rato y de
contarle mi aflicción, ella no evitó responderme razonablemente y
me probó en seguida la certeza y verdad de sus palabras. En nada
le desdije, pues me di cuenta de que tenía razón y que no buscaba
motivo para que me marchara. "Amigo -me dijo-, si me amáis y
vuestras palabras son ciertas, si os encontráis en tan gran pena
como me habéis contado, entonces sé bien que no buscáis mi
vergüenza. Pero no hay hijo de tan poderoso conde ni en Gales ni
en Inglaterra que se atreviera a pedirme que le amase, que
accediera a sus ruegos y pensara obtener, por mucha insistencia
que pusiera en ello, mi gozo o solaz, ni quisiera un beso, antes de
que fuese caballero. Y si vos así me requerís, entonces sé bien que
deseáis ver abiertamente mi vergüenza. Os puedo asegurar, en
cambio, que si sois caballero, os hacéis valer en las armas y la
gente habla bien de vos, seré vuestra amiga. Nada habréis de
temer: tendréis gran seguridad antes de alejaros de mí. Por este
anillo de mi dedo con esta esmeralda pura, os doy posesión de mi
amor en la forma en que os he dicho. Y recordad, buen dulce
amigo, que os concedo este acuerdo, si no me requerís antes, pues
habéis de saber que por exceso perderíais el poco y el mucho."
Mucho me alegré cuando oí aquello. Tomé de ella lo que pude
tomar y le retiré el anillo del dedo. Por el anillo y el don que me
había concedido, tenía su amor asegurado. Y la doncella, al
marcharme, muy dulcemente me dijo que si quería gozar de ella y
de su amistad, me guardara de orgullo y villanía y de todo abuso,
y yo le respondí que así lo cumpliría cuando ella me lo ordenaba.
Después de despedirme, regresé a mi país. A los quince años
obtuve las armas a través de mi padre y de mis amigos, y sabed
que puse gran esfuerzo en perseguir fama y honor. Tanto hice que
la gente del feudo, jóvenes y canosos, dijeron que nunca habían
visto a un caballero conseguir en tan corto plazo tanta estima
como yo había logrado. No os puedo contar cada uno de los
hechos ni describir cada hazaña, pero bien os puedo asegurar que
sufrí grandes penas. Al cabo del año, regresé junto a mi doncella y
le recordé su discurso y la promesa que me había hecho. La
doncella me dijo que había llevado a cabo muchas empresas, pero
que aún carecía de la suficiente estima, fama y bondad como para
pensar que tan fácilmente la había conquistado.
»Si el primer año había puesto empeño en buscar estima, sabed
con certeza que el siguiente puse cuatro veces más. Al cabo de
dos años regresé junto a mi amiga y le recordé mi ruego y la
promesa que me había hecho. Y la doncella me dijo que perseguía
un gran abuso, pues no había hecho tanto en armas como para
requerirla. Al tercer año fui a buscar mi fama y puse en ello toda
mi voluntad. No oí hablar de ningún país ni de ninguna región en
la que hubiera asamblea de guerra o torneo al que no fuera el
primero. Nunca dudé en ser cortés y honorable. ¿Qué más os
podría contar? Fui tan estimado aquel año como cortés, hermoso,
valiente, gentil y fui tan amado por todas las gentes que me
conocían, que aún se sigue hablando de mí. Al envanecerme así
actúo como villano, pero os lo refiero de cabo a rabo tal y Como
me sucedió la aventura, por la verdad que os quiero contar.
»Después de aquellos tres años, regresé junto a mi amiga. Le
dije que me había investido por un anillo y que no estaba bien que
me rechazara por más tiempo. La doncella me dijo que tenía
razón, pero que había un motivo por el cual no la debía poseer.
Con toda certeza podía saber, porque todo el mundo se lo había
dicho, que había alcanzado tanto mérito en las armas que por
derecho debía ser mía, pero me continuó diciendo: "Hay un
obstáculo yeso os aleja de mí: es el engaño que veo en la gente
común, pues todos son tan desleales que cuando lo han llevado a
cabo y han hecho su voluntad con su amiga, todavía no conozco a
uno que en cuanto está satisfecho, en seguida no corra a requerir a
otra." Luego me dijo que no me quería amar de tal manera y
quería pedirme que fuera suyo, si ella era mía, y no la poseería
hasta que estuviera bien segura de ello. Le respondí de inmediato
que nada debería temer, pues se lo aseguraría por juramento o
promesa. Me dijo que de tal forma no tendría ninguna seguridad.
Quería que le concediera como garantía al sobrino del buen rey
Arturo, Gauvain, el noble y enseñado. Oíd cuál fue su locura y
desgracia, dolor e infortunio, pues por toda la región se sabía que
había muerto. Yo no se lo quise contar y le dije que no lo conocía
y que no sabía si él se comprometería sin conocerme de nada.
Cuando Gauvain oye estas noticias, recuerda al joven ya las
doncellas.
-"Ni yo misma que os lo he pedido en prenda lo conozco salvo
de oír hablar", me respondió. "Pero a todo el mundo he oído decir
que es el más lleno de virtudes" el más leal, estimado, noble y
justo de la Tabla Redonda. Cuando tan leal y noble es que lo he
oído afirmar a todos y no hay nadie que lo contradiga, ni siquiera
los que le envidian, bien me atrevo entonces a ponerme en su
garantía, si vos así me lo concedéis. Pues si vos no cumplís, bien
sé que él cumplirá y que me entregará vuestro cuerpo, queráis o
no. Tiene tanta fama, es tan cortés y bien enseñado, que si
cometéis algo contra mí, es tan leal, que si lo tuviera por vos en
garantía y fuera a la corte a pedírselo, él vendría aquí a responder
y mantener como garante y os perseguiría tanto por la fuerza que
tendríais que reparar la falta. Confío tanto en su lealtad que sólo a
él recibiré como prenda." Y yo le dije: "Os lo juro". Y bien sabía
que estaba muerto. Así llegamos a un acuerdo la doncella y yo.
Más hermosa fue entonces mi palabra, en cuanto ella me oyó el
acuerdo. ¿Qué más os contaría? Ayer noche por vez primera
sucedió que mi necesidad llegó a buen punto y yací con ella.
Y Gauvain le preguntó:
-¿A dónde vais ahora? Cuando tanto valéis y tenéis amiga tan
hermosa, quiero saber por qué la habéis abandonado tan pronto.
-Os lo diré ahora mismo. Voy a ver al ser más hermoso que
hay desde aquí hasta Tours. Hace tiempo que la he rogado de
amor y en este día de hoy me debe responder.
-Bien os debe ahora Dios confundir -exclama Gauvain-, pues
traidoramente habéis pagado a la doncella su servicio. Acabáis de
conquistarla, durante tres años la habéis estado rogando, es la
primera vez que habéis satisfecho vuestros deseos, y en vez de ser
completamente suyo por la promesa que le hicisteis y por vuestra
palabra que pusisteis en garantía del Buen Caballero, os vais a
rogar a otra. No veo ninguna razón, pues no tenéis motivo para
odiarla. Por Dios os ruego que seáis leal con la doncella. Los que
son traidores y falsos contra las que no les han causado daño,
deberían tener la frente señalada, pues hay tantos en el mundo que
producen grandes contrariedades a los leales13.
Y el otro le dice:
-¿Qué os importa a vos mi doncella o yo? Es tan agradable y
hermosa, alegre, noble, prudente y de tan alto linaje la que hoy
debe concederme respuesta que todos los más altos barones que
hay desde aquí hasta el mar, pondrían su esfuerzo en amarla. La
otra me ha cansado tanto, he pensado y velado tanto por ello, que
me ha devuelto mi recompensa y me ha concedido don de su
amor. Muy bien la he servido, pues la he amado mucho y mucho
me he empeñado en ello, de modo que por este año sólo me
habría devuelto la mitad del servicio. Y cuando tanto he realizado
y en tanta pena me he encontrado, bien puedo dejar que sufra la
vejación. Así sabrá las penas que he pasado por ella. Tal
recompensa tiene quien así sirve.
Gauvain le dice:
-Gentil y noble hombre, por todos los santos que se ruega en
Roma, no le hagáis esto y mantened vuestra promesa. Obraréis
bien y con cortesía. No hay bajo el cielo rey tan poderoso que si
hubiera hecho tanto por ella, no fuera condenado por abandonarla
así.
Y el caballero le responde:
-No os entrometáis en esto. No quiero prometeros nada que no
vaya a cumplir. Mucho me complace hacerla sufrir, cuando me ha
causado tantas penas y con esto termino la discusión. Nada haré
por vos.
Y Gauvain le dice:
-Está decidido. Amaba tanto a mi señor Gauvain que me
comportaría como villano si soportara que cayera sobre él
3
1
Gauvain es portavoz de un modelo amoroso que fundamentalmente
incide en la fidelidad recíproca de los amantes: abierta condena al engaño
(«cil qui sont treceor et fax», v. 3.322, frente a los «loiax», v. 3.327),
planteamiento del amor como un acuerdo jurídico «par le counvent que li
feïstes», v. 3.313) y que, como en las prácticas judiciales, tiene un plege (v.
3.315), un garante, alguien que responde por el cumplimiento del acuerdo.
Esta concepción del amor impera en toda la obra y se ajusta al leals amors
expuesto extensamente por Renaut de Beaujeu en El Bello Desconocido
(cit.).
reproche allí donde yo estuviera, o si él, a muerte o a vida, fuera
retado por villanía. Si vos no me queréis hacer caso por razón o
por bien, ni por mí que tanto os ruego, os digo en verdad una
cosa: os conviene defenderos de mí si persistís en vuestra
empresa.
-Muy fácilmente me habéis conquistado si creéis que voy a
hacer algo por vos o por vuestra amenaza -le dice el otro.
¿Qué más os contaría? Se alejaron un poco y muy bien se
prepararon los vasallos. Dejan correr sus corceles y se golpean
con tal ira que quiebran las lanzas. Pero cuando uno hubo
desafiado al otro, se enfrentaron de tal modo y se golpearon en los
caballos, cuerpos y escudos, que, si el libro no miente, cayeron
ellos y los caballos. Y los caballeros saltaron en pie. Tan pronto
como Gauvain se puso en pie, rápidamente atacó al caballero con
la espada desenvainada. Le acomete de tal modo que aquél se
queda totalmente desalentado. No obstante, bien le sabe
recompensar todos los golpes. Le asesta ciento cuarenta golpes
por los que otro se hubiera acobardado. Pero mi señor Gauvain le
acorraló el último de forma que aquél no pudo defenderse.
Cuando quiere entregar su espada, mi señor Gauvain le dice que
no recibirá ni su espada ni su cuerpo, que de nada le vale oír sus
ruegos. Pero si tiene deseos de disfrutar de su cuerpo y de su
honor, le convendrá mantener el amor que prometió a la doncella.
y le dice que, en tal guisa como convinieron él y ella cuando se
entregó en su prisión, le daría a él la seguridad. Y aquél, que está
vencido por las armas, le responde:
-Con mucho gusto, buen señor.
-Ahora os conviene decir vuestro nombre
-dice Gauvain-, pues quiero saberlo para contar este combate
en Carduel.
-Me llamo Espinogre. En todo el reino de Logres no pensaba
encontrar quien me pudiera vencer en las armas. Mi apellido es de
Wi14. Ahora decidme vuestro nombre y de qué tierra venís, pues si
me hubiera vencido hombre de poca estima, nunca más tendría

4
1
El nombre Espinogre aparece en el Lancelot en prosa. Méraugis y
Escanor. El apellido de Wi que sólo aparece en este verso 3.349 parece ser
original del AP (Woledge, cit., p. 97).
gozo si mi amiga lo oyera. Menor será mi vergüenza y mi ira, si
me ha vencido otro mejor que yo.
-No os puedo decir mi nombre -le responde Gauvain-, pues lo
he perdido y no sé quién me lo ha robado15. Ahora me conviene ir
a buscarlo, pero no sé dónde ni en qué tierra. Venid conmigo y, si
queréis, comportaros a mi agrado y placer.
-Iré con mucho gusto, como quien es vuestro por entero ya
quien por justicia habéis conquistado.
-Cuando lo hayamos buscado y los dos hayamos hecho tanto
para encontrar mi nombre, os lo diré en seguida. y tened por
seguro que mientras tanto os prometo hermosa compañía. Nunca
en toda vuestra vida, se esforzó tanto caballero ni os concedió una
más hermosa.
En cuanto Gauvain hubo hablado, el caballero juró la palabra
sin contradecir. Gauvain recibe entonces su espada por el acuerdo
que han hecho, que aquél deberá enmendar la mala obra tal como
el cuento ha contado. En esto, montan los caballos que iban
solitarios a su lado. Luego el caballero les condujo al castillo del
que había partido. Contaron a la doncella todos los hechos y las
palabras: de qué modo se encontraron, cómo contó la historia,
cómo fue creciendo la discusión hasta que combatieron en el
bosque, cómo se atacaron y cómo finalmente se hizo la concordia.
Gauvain les reconcilia de tal modo que sin retraso y allí mismo
hizo jurar al caballero que jamás en toda su vida por amor ni por
amistad amaría a mujer salvo a ella. Entonces aquélla quiere saber
su nombre, pero él le dice:
-No puede ser de ningún modo.

5
1
La pérdida de la identidad caballeresca alcanza aquí expresión literal: «le
ne vous puis le mien non dire / fait Gauvain, que je I'ai perdu. / Si ne sai
qui le m'a tolu» (v. 3.450-52). No se trata de cambio de nombre ni de
encubrir el auténtico, sino de "perderlo", de "robo". Las palabras de
Gauvain se sitúan aproximadamente en el centro de la obra, marcando sin
duda un momento estructural significativo (A. Fierz-Monnier, Initiation
und Wandlung. Zur Geschichte des Altfranzösischen Romans in zwölften
Jahrhundert von Chrétien de Troyes zu Renaut de Beaujeu, Bem, 1951). A
partir de este verso, el protagonista será llamado Cil sans non hasta la
aventura que le permitirá recuperarlo.
Ya sabe tanto de su aventura que de ningún modo lo puede
decir16.
Y ella le dice:
-Buen dulce señor, vos que no tenéis nombre, bien sé que sois
hombre noble y que mucho os debo amar. Bien sé que si hubiera
tenido que quejarme a Gauvain por este caballero, totalmente se
habría cumplido mi derecho, pero nunca había oído hablar ni
nunca gozó mi amigo de ningún amor excepto del mío. Sólo
ahora se había puesto en camino para perseguir a otra. Y este
caballero me lo ha devuelto por su amor. Tanto lo ha cansado con
las armas que me ha devuelto su cuerpo y le ha vendido muy caro
el loco pensamiento que emprendió. De gran mérito es Gauvain y
bien le debe agradecer a Dios ser tan amado y apreciado.
La doncella, que siente gran gozo por la aventura, coge sus
escudos y los hace desmontar. Luego ordenó a sus criados que
mucho los honraran y sirvieran. Mucho se esforzó en servir la
bondad que Gauvain le había hecho al ponerse en aventura para
devolverle a su amante. Le ofrece a su disposición el castillo, el
hostal y todos sus bienes y le ruega que como recompensa lo
tenga todo por suyo. Muy buen y hermoso hospedaje encontraron,
y muy a gusto pasaron la noche, pues se hizo todo cuando
desearon. Pero para no alargar mi cuento no voy a describir todos
los manjares, las buenas carnes, los frescos pescados, caza y aves,
cuyo servicio fue muy hermoso. También disfrutaron de gran
cantidad de otros manjares que aquí no serán contados y de muy
diversas clases de vino. Pero más valió el hermoso rostro que les
hizo la doncella con el que gozaron más que con catorce platos.
6
1
Gauvain se niega a revelar su nombre «car il set ja tant de sen estre / K'il
nel puet a nule cien dire» (vv. 3.500-01). Hemos traducido estre por
«aventura» siguiendo la definición de J. Foulet (Glossary, cit., p. 104): «Au
singulier et précédé d'un pronom possessif (ou plus rarement d'un
complement déterminatif) estre indique tout ce qui se repporte à la vie
d'une personne, détail insignificant ou aventure extraordinaire.» Esta es la
única explicación en el roman por la que Gauvain renuncia ahora a su
nombre y no antes (desde el momento en que las tres doncellas le relataban
el suceso). El momento coincide con la adquisición de compañero,
Espinogre: «si vous couvient o moi avenir / Et, se vous volés, contenir / A
mon plaiscir et a mon gré» (vv. 3.455-57). Después de vencer a Espinogre,
Gauvain le pide que le acompañe en busca de su nombre.
¿Qué más os podría contar? La doncella les procuró tanto
gozo y honor como pudo. Al día siguiente cuando amaneció, los
dos caballeros se levantaron, se armaron bien y se pusieron en
camino con la doncella del rostro claro que les acompañaba y
había acudido allí con ellos. Encomendaron a su huésped a Dios y
entraron en el bosque por donde habían venido.

El Caballero del Duelo y del Gozo

Si Fortuna no se separa de ellos, no dejarán, según dicen, de


recorrer la tierra de arriba y abajo para buscar a Gringalet.
Cuando lo hayan encontrado y conquistado por armas, irán en
busca de las doncellas, aquellas que proclaman la noticia de que
Gauvain ha muerto. Después de preguntarles, buscarán a los que
con engaño se envanecen de haberlo matado y cuando los hayan
encontrado, se lo contradirán por las armas, pues Gauvain nunca
recibió muerte de ellos. Combatirán con los dos caballeros y
luego con el tercero, si pueden y lo encuentran. Cuando lo haya
probado, dice que buscará a Gauvain y que muy bien lo
encontrará pues sabe muy bien qué ha sucedido con él. Mientras
regresaban a la llanura trazando su plan y su viaje, ven al salir del
bosque a un caballero en una landa. Desde el mar hasta Islandia,
no había uno tan bien equipado. Veloz, fresco y reposado era el
caballo sobre el que se sentaba. El caballero no veía a los dos
caballeros que venían. Muy bien le sentaban todas las armas que
llevaba. Había calzado calzas de hierro más blancas que plata
alguna y él era hermoso, grande y gentil, y bien parecía noble y
libre. Sabed que por debajo de su loriga vestía un perpunte
cubierto de muy rica tela. Su loriga era jalde y de menudas mallas
y todos los que la habían visto la valoraban más que las calzas de
hierro. Era muy resistente, ligera y clara. Llevaba una sobreveste
de seda de Constantinopla con un cinturón elegante y magnífico,
pues la amiga que se lo había enviado se había aplicado en hacer
bien el trabajo, con cabellos de oro y seda 17. Mucho trabajo me

7
1
En ocasiones el perpunte (porpoint, v. 3.605) se podía vestir por encima
de la cota de mallas. En este caso, el caballero la lleva por debajo,
costaría describir el yelmo que llevaba en la cabeza, el cerco y Ja
visera. Sobre el yelmo llevaba una cimera con sus armas que su
amiga le había entregado por amistad 18. Su caballo era de
Lombardía, fuerte, rápido, de paso veloz. Y sabed que tenía
deseos de probar su poderoso valor, si puede encontrar a sus
enemigos.
Entonces empieza su proeza: coge el escudo por las asas,
coloca la lanza bajo el sobaco y se clava en la silla. Luego espolea
al caballo. Sabed que había abrochado su cuello con una hermosa
hebilla de oro y había colgado del cuello un cuerno por debajo del
escudo. El escudo estaba cubierto de gules con un león rampante
de armiño. En su gruesa lanza de fresno llevaba un gonfalón
colgando. Ciñe la más rica espada de todo el reino de Logres.
Gauvain y Espinogre mucho lo contemplan. El caballero del
que os hablo iba demostrando gran gozo y cantando una canción
de amor que acababa de aprender. De pronto, coge por las asas el
escudo junto con la lanza y lo tira todo muy airado en medio del
campo. Luego comenzó a mostrar gran duelo. Grita y se golpea
cumpliendo una función defensiva. Eran túnicas acolchadas y generalmente
cubiertas de seda «couvert d'un moult rice boufu», v. 3.606). Las señales
heráldicas están colocadas en la sobreveste (cote a armer, v. 3.612) por
encima de la loriga (hauberc) que el autor adjetiva como safre menu (v.
3.607). Menu debe referirse a las mallas, siendo muy usual la expresión
maille menue desde la Ch. de Rol; más oscuro es el significado concreto de
safre. Según F. Buttin (Du costume militaire au Moyen Age et pendant la
Renaissance, Barcelona, 1971) safré (sinónimo de orfroi, aurifrigia) hace
alusión a las cotas ornamentadas en oro. La ornamentación se encontraría
en una túnica, soporte de las mallas clavadas (p. 68). Sigo la traducción que
ofrece M. de Riquer (Chanson de Roland, Barcelona, Festín de Esopo, p.
141) «jalde» puesto que el color predominante del safre sería justamente el
amarillo.
18
Se trata del nuevo tipo de yelmo (visiere, v. 3.620) (nota 9). La aparición
de un yelmo que cubría totalmente el rostro implicó la utilización de la
cimera («Sor le hiaume ot une baniere / de ses armes...» vv. 3.624-25). El
autor del AP recoge la nueva imagen de la caballería a partir del año 1230
aproximadamente, la que, como por ejemplo, presenta el famoso ms.
Manesse de Heidelberg. Las transformaciones se produjeron en el
armamento defensivo: utilización de dos túnicas además de la cota de
mallas, yelmo cerrado, apogeo de las señales heráldicas.
los puños, de modo que los que le ven, piensan que sentía deseos
de estar muerto sin que consuelo de hombre o mujer lo pudiera
remediar. Pero muy pronto, vuelve a coger escudo y lanza, se
hunde bien en la silla y pica espuelas al caballo con la lanza
extendida. Comienza la canción de la que había cantado dos
versos.
-¿Estará encantado ese caballero que así se comporta? -dice
Gauvain.
Y aquél vuelve a tirar al suelo lanza y escudo.
-¡A y, desdichado -exclama-, por gran desgracia busco esta
aventura!
Comienza de nuevo el duelo tan fuerte que todo el que lo
viera, sentiría lástima de él.
Después de comportarse así mucho rato, a guisa de hombre
insensato, va directo a recoger sus armas, coge el escudo por las
asas, vuelve a espolear al caballo y vuelve a cantar la canción que
había dejado.
-Bien puedo jactarme de haber visto muchas aventuras -dice
Gauvain-, pero jamás había visto a caballero comportarse de este
modo. No puedo contenerme y dejar de preguntarle de dónde
viene y qué va a buscar.
Se dirigen espoleando hacia él en medio de la landa. Mi señor
Gauvain le pregunta después de saludarle como cortés y de buen
linaje, que, si le place, le diga de dónde procede aquel gozo y
aquel duelo que le ve demostrar conjuntamente, pues mucho
tendría que esforzarse en buscar por toda la tierra antes de
encontrar semejante aventura. Por ello le requiere y ruega que le
diga el motivo del duelo y del gozo que hace.
-Señor -le responde-, por mucha pena que aquí me debiera
desgarrar no podría permanecer con vos el suficiente tiempo para
contaros mi historia, de dónde vengo ni adónde voy. Pues tengo
que acudir sin falta a un vado que está a más de cinco leguas de
este bosque. Os puedo asegurar que si no estoy allí antes del
mediodía, lo habré perdido todo y más me valdrá tener clavadas
dos lanzas en el cuerpo.
-Señor, si os complace, os acompañaré hasta que me hayáis
contado vuestro duelo y vuestro gozo. Muchos deseos tengo de
oírlo para conocer esa gran maravilla -le dice Gauvain.
Y aquél se prepara para contárselo mientras cabalgan. Oíd el
cuento tal y como el caballero lo cuenta:
-Señor, sucedió antaño que llegué a casa de un gran y poderoso
hombre con mi señor. Nos acogió muy bien y tuvimos muy buen
hostal, y sabed que nunca tuve otro mejor. Si en algo os miento,
que caiga sobre mí la vergüenza, pero os tengo que decir a vos,
que os lo estoy confesando todo, que me encuentro en gran
peligro de muerte.
»Gran honor y gran fiesta hizo el huésped a mi señor y a todos
los que le acompañábamos. Cuando llegó la hora de comer me
senté con la hija del señor, que era muy amable, cortés y muy
elegante. No había otra tan hermosa en la región. Entonces yo era
caballero novel. Hablé tan convenientemente y tan bien, tan
hermosos fueron mis ruegos y agradables a la doncella que -pie
concedió su amistad. Le juré, y ella a mí, que siempre perduraría
nuestro amor sincero, de buena fe, sin engaños de falsa conducta
y que ella sólo me amaría a mí. Por mi parte le concedí el don de
que sólo la amaría a ella. Con toda seguridad, podría jurar que aún
dura así el amor, pero nos ocurrió una desventura. No sé cómo
sucedió, de dónde procedió ni cómo se produjo, pero cuando su
madre se enteró y supo con certeza que ella me amaba, le
desagradó profundamente.
»La guardó de tal modo que no tuvo que preocuparse de que
hablara con ella. Hace ya dos años y medio que se encuentra en
tal situación por mí. Ahora un poderoso hombre de este país la ha
requerido. Por el consejo de sus amigos y por la insistencia de uno
de sus hermanos, el padre la ha prometido y hoy la debe entregar.
Ella siente tan gran dolor que por poco no ha muerto de tristeza.
Pero no se atreve a contradecirle pues su padre se lo ha ordenado.
Secretamente me ha hecho saber que hoy sería entregada. El gozo
que mostraba y que visteis antes, se debe a que hoy la podré ver.
El duelo que hacía después, se debe a que nunca más volveré a
verla, y siento tal tristeza que no la podría contar y preferiría estar
muerto. Luego me consuelo pensando que allí, ante sus ojos, lo
haré tan bien que nadie podría hacerlo mejor. Pues cuando vea a
su gente, les combatiré tan duramente y seré tan noble y valiente
como nadie, excepto el buen rey Arturo al que no cuento y
Gauvain, y sé que me comporto como necio y villano al
envanecerme así, pero os digo que por sus ojos demostraré tanto
valor y audacia como ningún caballero, excepto esos dos, que
llegara allí solo, podría hacerlo.
»Siento tan gran duelo porque ése se la lleve, pues nadie
podría soportar el gran esfuerzo ni el hecho de armas como lo voy
a aguantar y sufrir por ella. Mucho me complacerá que lo vea,
pues ningún hombre que no amara, podría emprender el hecho de
armas que emprende el que está apresado y oprimido por amor19.
»El gran duelo que hago después, se debe a que he emprendido
muy costosa tarea, pues le acompañan valientes y audaces
caballeros. Eso me dijo el que acudió a mí, que los contó al salir,
antes de separarse de ellos. Sé con certeza que sólo he
emprendido una gran desmesura y que persigo mi ruina. El
mensajero, que era muy cortés y prudente, también me dijo que
les vio muy bien armados. Ahora oíd, si no lo sabéis, por qué van
tan bien armados: nada se puede ocultar, pues se han enterado de
que la doncella es mi amante. Como saben que la amo, temen mi
gran necedad y que por derecho la reclame, que, de pronto, en un
mal paso caiga sobre ellos. Bien podrían temerlo si tuviera una
buena compañía, pues tan pronto como la viera, presentaría allí
gran disputa y bien parecería que ella era mía. Pero aunque esté
solo, os juro que ella será muy bien reclamada. Aunque por
mucho que diga, sé que no lo soportaré pues nunca antes ningún
caballero, ni siquiera Roldán ni Oliveros, pudo soportar combate
semejante, y que al final no fuera muerto o apresado si no ocurría
un prodigio. Pero lo he emprendido de tal modo que ésta es la
conclusión: o muero o rescato a mi amiga.
-Espinogre -dice entonces Gauvain-, muy villano y felón es el
caballero que ve a otro en tan gran angustia por amor y no le
ayuda en su gran necesidad.
-Señor -le responde Espinogre-, si vos queréis intervenir, no
dejaré de poner en ello todo mi esfuerzo. Soy vuestro por justicia

9
1
El amor incrementa la fuerza del caballero, al igual que la demostración
del valor exalta los deseos de las doncellas. Se trata de una nueva
exposición del topos cortés: «Ne porroit, s'il n'amoit, enprendre, / Le fais
d'armes que cil enprent, / Quant amors le tient et esprent.» (vv. 3.830-32).
Cf. nota 12.
y no puede haber motivo para que no quiera soportar el peso de
cuanto vos queráis emprender. Nunca me opondré en nada a vos.
Los dos le prometen que le ayudarán en tal necesidad y el
caballero les responde:
-Señores, os lo agradezco. Si os he contado la desmesura que
he emprendido por mi necedad, en modo alguno la debéis
compartir. Ni os pido que os quedéis, porque yo en mi gran
desmesura no pueda marcharme. Sería una gran pena que alguno
de vosotros fuera muerto o apresado en este hecho que he
emprendido por mi locura.
Cuando mi señor Gauvain oye estas palabras tan llenas de
nobleza, siente mucha lástima. Sabe bien que lo dice y les excusa
por nobleza y que rechaza su ayuda por temor a llevarlos con él a
la desgracia.
-Señor -le dicen-, moriremos, seremos apresados o nosotros os
devolveremos a vuestra amiga, pues así lo hemos decidido.
El caballero se lo agradece y mucho se alegra por la promesa
que oye:
-Señores, Dios os oiga y me podáis devolver mi gozo después
de tanto sufrimiento. Al que por honor se esfuerza, al final Dios le
concede gozo y honor según su necesidad. No hay nadie tan
extraviado que no pueda volver a encontrar el camino, pues Dios
le socorre y guía.
En esto, se ponen en marcha para acudir a ese asunto.
-Señor, así me ayude Dios -dice la doncella a Gauvain-, tengo
tanta hambre que veréis volverme loca si pronto no tengo algo
para comer. Os digo con toda seguridad que si no tengo
inmediatamente un trozo de pan, me comeré las manos pues
nunca antes tuve tanta hambre.
Mucho se disgusta Gauvain cuando oye esta noticia. Entonces
le dice a la doncella:
-¡Por Dios, hermosa! Aquí no podríamos encontrar por nada del
mundo ni por ningún bien algo de lo que pudiéramos tener
necesidad y sabéis que por justicia no puede haber ocasión, pues
ahora mismo tenemos que ayudar a este caballero. Se lo hemos
prometido y no sería digno, después de habérselo acordado, que le
falláramos en esta necesidad. Quien así lo hiciera encontraría
reproche para toda su vida en cuanto la gente lo supiera. Cuidad
de que no me ocurra desventura y que no encuentre deshonor, por
la nobleza y el honor que habéis hallado en mí. Siempre os
reprocharían este acto si se conociera que vos lo habíais
rechazado .Os ruego que no os disgustéis y que aguantéis vuestro
malestar hasta que haya pasado todo esto.
-No estoy tan loca como para acordaros esta palabra por mi
gusto -le contesta la doncella-. Y para no preferir la pena de otro a
la mía, por mucho que a alguien no le complazca. No penséis que
estoy fingiendo y que el hambre no me oprime incluso más de lo
que digo. Aunque me dieran quinientos marcos de oro para
aguantar hasta el mediodía, os digo por mi lealtad que no lo
podría soportar. Estando bajo vuestra protección, sería una gran
villanía que muriera por vuestro descuido. Señor -continúa
diciendo-, en otra ocasión estuve aquí y vi un castillo un poco más
allá de esté valle, a menos de una legua y media. Nunca en toda
vuestra vida, ni en Inglaterra ni en Gales, visteis uno con tan
hermosas torres y ricas salas tan bien construidas.
He puesto todo mi empeño en narrarlo tal y como ella lo
describió. La doncella contó muy bien cuanto había visto allí y le
dijo que se encontraba en una empalizada y que el castillo estaba
provisto de todo lo que convenía a hombre noble.
-El asno cae por sobrecarga, he oído decir -exclama Gauvain-.
Pero ahora veo que tengo que hacerlo y que debo acompañaros,
cuando así os place.
Salomón dice en uno de sus libros que quien toma mujer por
compañía carece de libertad, que aquel al que ella tiene en su
poder después de que él haya sido sorprendido por amor, mucho
tiene de qué quejarse, si tuviera suficiente coraje para lamentarse
a cualquier precio. Pero nadie se atreve a hacerlo y cuanto uno
más se esfuerza en amarla, más empeño pone en servirla a su
voluntad, más deseoso está y más honor y bien le proporciona,
más se arrepiente de todo al final.
-Espinogre -dice Gauvain-. Mucho me complace que tengáis
dos olifantes. Sonad vos el vuestro y él el suyo en cuanto se oigan
cuatro palabras, y acudiré a galope después de que coma la
doncella. Ahora debo procurar que tenga comida, antes de hacer
cualquier cosa.
-Vemos bien que no puede ser de otro modo -le dicen.
En las tierras de Codrovain el Rojo

Gauvain y la doncella tuercen a la izquierda y erran por un


sendero hasta que llegan a un castillo que no estaba rodeado de
palos aguzados sino por un alto muro y un foso 20. Estaba situado
junto a un gran bosque y una empalizada rodeaba el recinto y la
torre de modo que sólo había una entrada. La doncella, que muy
bien conocía el país, entró, y el otro que no era ingenuo y no
conocía allí a nadie, entró directamente por la puerta y se dirigió
arriba hacia la torre. A caballo pasó el puente sin ver a ningún
hombre que se lo prohibiera.
La doncella permaneció fuera y el que entonces -sin nombre,
entró en la sala. Vio extendido una mesa un mantel más blanco
que la nieve .Encima había una copa de oro puro, llena muy buen
vino. Dentro de un recipiente blanco flanes, pasteles, aves,
pimienta y tocino. Y también vio a una doncella que estaba
sentada para cenar. Y si alguna doncella puede ser hermosa sin
nobleza, entonces bien se podía jactar aquélla, pues nunca
Naturaleza habría podido hacer una más bella si hubiera sido
bondadosa. Pero tenía tanto orgullo y estaba tan llena de malicia
que nadie que estuviera a su lado, podría hablar bien de ella.
Se ama al cuerpo cuando en el corazón hay cortesía y lealtad y
bien os digo en verdad que muy mal huésped es el orgullo:
belleza que se junta con orgullo se puede perder toda en muchos

0
2
Es frecuenté en los romans artúricos la imagen del recinto rodeado de
palos aguzados en los que se clavaban las cabezas de los caballeros
vencidos en combate, rito posiblemente de origen celta (cf. M. Dillon, N.
Chadwick, The celtic realms, London, 1967, pág. 296, «culto a las cabezas
cortadas»). «Ki n'ert pas clos de pel agu» (v. 4.048) hace alusión a que en
ese castillo no hay nadie que defienda tal costumbre ( defender el paso
según ese rito). Este episodio pudo haber sucedido en el original al episodio
del Rey de la Ciudad Roja que presentamos en el Apéndice: es la única
ocasión en que Gauvain se enfrenta ante un rey que mantiene la costumbre
de los palos aguzados. La alusión del v. 4.048 podría hacer referencia a la
costumbre en general o concretamente a la anterior aventura de Gauvain.
sitios. Y el caballero la saluda con bondad y le ruega que le dé
comida:
-oídme, ahí fuera en esta corte hay una doncella a caballo. Si
muy pronto no se la socorre y no se le lleva comida, nunca más
saldrá de aquí y morirá sin salvación. Está delante de la torre y os
ruego por nobleza, recompensa y servicio que me ayudéis en esta
necesidad.
-Señor, si os doy algo, caiga sobre mí la vergüenza, pues me
parece gran necedad. Demostráis gran presunción pensando que
deba hacer algo por vos. Mal acogida encontraríais si mis
hermanos estuvieran todos aquí. Tengo siete y todos son nobles y
valerosos, pero ahora están en el bosque.
-Doncella, si os parece bien, por un pequeño don os concederé
gran recompensa. Muy bien serán recompensados los pasteles.
-A fe mía, que no gastaré de este modo mi comida -le dice la
doncella.
-Así no acabaréis nunca -interrumpe un enano que estaba
sirviendo-. Se dice que muchas veces quien corre a ciegas pierde
sus palabras. No intentéis nada con ella ni por nobleza ni por
ruegos, pues conozco muy bien su carácter. Sólo seréis
complacido con orgullo y abuso. Decidme quien en corte
frecuentáis, ¿no se educa orgullo con orgullo? Poned orgullo
contra orgullo, así os lo aconsejo, cuando os encontráis en tal
necesidad. La comida no está lejos y la podéis coger en
abundancia.
-Mucho se debe temer el obrar mal y nada me gustaría cometer
falta. Preferiría hacerlo en paz, si pudiera, y no a su disgusto -dice
el que no tiene nombre.
-Eso no podrá ser -le responde el enano.
Entonces se acerca y coge un pastel y un pan, y en la otra
mano un trozo de tocino del que había en abundancia en el
recipiente. El enano le conduce por el freno hasta la doncella que
le espera. Le entrega la comida y le ruega que se apresure, pues
no hay tiempo para reposar. Gran necesidad tenía de apresurarse y
de ir a socorrer al caballero al que debía ayudar, tal y como le
había prometido. Ella le dice ahora:
-Señor, así me ayude Dios. Muy pronto me pondría con vos en
camino, pero antes debo preocuparme de proteger mi vida pues
me he encontrado en gran prueba. Esta comida me ha devuelto la
vida. No consideréis una villanía atender a mis grandes
necesidades. Ahora tengo que beber. Me ha sorprendido una sed
terrible desde esta mañana y ya no lo puedo soportar. Si no bebo,
no duraré mucho tiempo. En cuanto haya bebido, me pondré en
camino con vos.
El sin nombre regresa en seguida a la sala temiendo otro ruego.
Se dirige a la mesa para coger la copa, pero cuando va a extender
la mano, la doncella que estaba sentada a la mesa, coge antes que
él la copa y muy airadamente le dice:
-Si los que están en la landa y en el bosque divirtiéndose
hubieran estado en esta sala, os habrían contradicho por el vino y
la comida. Pero me habéis encontrado sola y habéis probado
conmigo vuestra proeza. Mucho honor encontraréis en causar
deshonor a una doncella.
Y el enano con ira le llama y le dice:
-Señor caballero, no obtendréis de ella sin grave peligro ni un
cuarto de pan.
Entonces le coge la copa de la mano, quiera o no, y se la lleva
a la que le espera en la puerta. Y la otra que está sentada a la
mesa, le dice:
-Señor vasallo, no sois justo ni bien enseñado cuando contra
mi voluntad habéis cogido mi comida. Si estuviera con vida aquel
a quien todo el mundo envidiaba por su bondad, aún podría
encontrar justicia. ¡Ay, Muerte, cuán costosa, traidora y enojosa
eres, que nunca evitas a hombre noble! No hay doncella desde
aquí hasta Roma ni desde allí hasta España que no esté perdida.
¡Ay, ay, Gauvain, si estuvieseis vivo, nadie me habría cogido la
copa de mi mano ni mi comida! Nada habría temido. Ya no existe
el que velaba por nuestros derechos ni quien ponía querella por
ellos.
Al otro nada le importa aquel discurso y devuelve la copa al
enano. La doncella ya había terminado con la comida .y el vino y
se vuelven a poner en camino. No habían cabalgado mucho rato
cuando, después de pasar el puente, encontraron al caballero que
en la cruz le había dado el corcel y el palafrén con silla y arnés,
que tanta falta les hacía. Sobre el puño mantenía el gavilán que le
habían dado allí. Iba tan bien armado que en ningún lugar se
habría podido encontrar a uno más bien equipado. Le saluda y le
ruega, como aquel que está en gran necesidad, que le devuelva el
favor y le recuerda el don por el que le debe recompensar. Si
ahora mismo no se lo devuelve y prefiere esperar, ya nunca más
podrá recompensarle.
-Os diré por qué -le dice-. El castillo de allá arriba está en
calma. Dentro no hay nadie que os pudiera causar pena. Todos los
caballeros del castillo están en el bosque divirtiéndose, lo sé muy
bien. Dentro hay una doncella, encerrada en el castillo, a la que he
amado durante más de tres años. Os ruego que me la entreguéis.
-A fe mía -le contesta-, muy justo es que la tengáis, si puedo. Y
si la encuentro en el castillo, comprobaréis mi lealtad.
En esto, gira las riendas del caballo y vuelve atrás a la sala. Y
aquella que muy duramente lo maldice, con gran necedad le grita
que en mala hora ha retornado. El se dirige hacia ella y la coge
por el brazo. Luego la sienta delante de él sobre su caballo y se
marcha. No permanece más tiempo en sala. Y aquella r que llora
tiernamente, lo maldice ruega a Dios que mallo atienda. Cuando
ve que alejan y que ya están fuera de la puerta, siente terrible
desconsuelo. Entonces retuerce sus puños, grita y dice muy alto;
-¡Socorro, socorro! Desdichada de mí, cuánto me odia Dios.
¡Qué desdicha que no lo sepa mi hermano Codrovain! 21 ¡Ay,
Gauvain, cuánta pena sufrimos por vos, si estuvieseis sano y salvo
no sufriría este ultraje, este gran orgullo y este abuso que este
caballero me ha causado.
Y éste la entrega al que tanto la ama, y ella continúa clamando
y jurando que esta gran desmesura no se habría cometido, si
Gauvain estuviese vivo.
Uno de sus hermanos que estaba apoyado en un tronco para
disparar, oyó gritar a la doncella. Con mucha dificultad la oye. La
doncella grita otra vez, él no sabe qué, pues está muy lejos, pero
comprende que se encuentra en dificultades: estaba llamando a
Codrovain. Y el caballero que la amaba y ahora la tiene en su
poder, le dice:
1
2
Citado en el Erec (v. 1.727, Cardroain) y participa en una Conquista del
gavilán en Durmart (B. Woledge, cit., pág. 97). Más adelante, se le llama
Codrovain le Rox (v. 4.411) y Codrovains a la Teste Roxe (v. 4.540). (Cf.
nota 6).
-Hermosa y dulce amiga, soy Raguidel de la A vanzada 22 y
puesto que estáis bajo mi protección, muy gozosa deberíais estar.
Con certeza podéis saber que soy vuestro amigo. Siempre me
habéis prometido que sólo me amaríais a mí. Por la fe que obtuve
de vuestra mano derecha, debo estar seguro de ello.
Al oír aquello, la doncella se alegró muchísimo y dice:
-Señor caballero al que prohibí mi comida, os doy prenda de
mi agradecimiento y mucho os agradezco esta obra pues me
habéis pagado con creces. He estado muy agitada, dolorida y
perdida, pues creía ser entregada a hombre al que no amaba.
Nunca más habría vuelto a comer si así me hubiera ocurrido.
Bienvenido sea el caballero que me ha pagado de este modo.
Concedo con gusto que si le place, me entregue a vos y le ruego
que me perdone y que no tenga en consideración todo cuanto le
he despreciado.
-Hermosa, os perdono -le dice-. Pero ya es hora de que os
entregue a este caballero, mi doncella, y conviene que me
perdonéis lo que os he hecho pues sé bien que me he comportado
mal.
-Señor os lo concedo -le dice ella.
Su hermano que había oído los gritos, llega espoleando al
castillo tan pronto como puede. En la corte encontró un sirviente
y le pregunta quién hacía el ruido que había oído y aquél, sin
demora alguna, le cuenta la verdad y en nada le miente.
-Este país no es mío, si permito que se la lleven así -exclama.
De un establo sale un criado y le entrega a Gringalet y le pone
freno y silla. Luego subió a una torre que estaba sobre la puerta
maestra. Muy rápidamente le trae su escudo, espada y lanza. Y
aquél se precipitó fuera de la empalizada en cuanto monta el
corcel. El era el caballero que dejó a Gauvain con su amiga en el
bosque por sus grandes celos y se llevó con él los caballos. Tanto
se apresuró en cuanto hubo salido del castillo que pronto vio a los
caballeros y también a las doncellas. Si no los separa y vence fa

2
2
Ragidel de l'Angarde (v. 4.309). Con este título sólo aparece en AP. En
La Vengeance Raguidel Gauvain venga la muerte de Raguidel (cf. West,
cit., pág. 136).
aquella compañía como buen caballero y como quien tiene la
reputación del país, no se aprecia un angevino.
El sin nombre lo oyó venir cabalgando por el camino en medio
de un valle. Cuando reconoció el corcel que montaba, sintió un
gozo como nunca antes había tenido. Por angustia nada le
pregunta, sino que lleno de valor le requiere y se precipita conta
él. Así se atacaron los dos.
El caballero le golpea antes en el cuartel del escudo de tal
modo que su lanza vuela en astillas como si fuera una hoja. El sin
nombre le golpea después sobre el brocal del escudo, como aquel
que nada le escatima: le junta el escudo al brazo y le aprieta el
brazo contra el costado. Lo derriba al suelo cuán 1argo es. Luego
echa mano a la espada. Le iba a cortar la cabeza cuando la
doncella le ruega que no lo mate:
-Señor, creo que si lo hubierais matado nunca más habría
encontrado gozo.
Y el caballero se lo otorga y dice que hará toda su voluntad:
-Señor -dice Codrovain el Rojo-, hay tanta proeza y bondad en
vos, nobleza y generosidad que no debéis ser acusado por nada
que me hayáis hecho pues ha sucedido por mi abuso. Por ello os
concedo hacer toda vuestra voluntad.
-Gracias, señor. Por esta doncella os pido que renunciéis a
vuestra ira. Además os quiero rogar encarecidamente que
permitáis que este caballero reciba a vuestra hermana con vuestro
consentimiento, pues la ama de todo corazón y creo que ella
también le ama, y que hagáis las paces vos y vuestra amiga sin
rencor ni villanía. Anteayer, cuando subí por el gavilán, os ofrecí
jurar sobre los santos que como re luso, ermitaño o el más santo y
mejor prohombre desde aquí hasta Roma, no había dicho nada a
la doncella por lo que pudiera ser acusado.
Así hablaron, explicaron los sucesos y así fue establecida la
concordia.
El sin nombre recupera a Gringalet, nadie se lo habría
impedido por ninguna querella, y le da el que tenía a Codrovain.
Os digo que éste era muy hermoso y bueno.
Los otros hermanos, al oír el alboroto, picaron en seguida
espuelas y atravesaron valles y colinas. En nada reservaron sus
caballos que no encontraron lentos ni débiles. Antes de desensillar
los caballos preguntan noticias a un criado que encuentran. Este
les cuenta lo ocurrido y, en esto, se dirigen a la sala y piden sus
armas. Se arman y montan en sus buenos caballos y salen a todo
galope. Juran que aunque fuera el mismo rey quien hubiera
emprendido tal abuso, igualmente habría de morir y nada le
podría salvar.
No pasó mucho tiempo antes de que los vieran. Pican espuelas
y se precipitan para caer sobre ellos con las lanzas extendidas y
los escudos embrazados. Codrovain el Rojo que acaba de montar
a caballo, sale a su encuentro y les dice con fiereza que si atacan a
uno de aquellos caballeros, no les volverá a amar. Y jura que hará
por ellos lo que nunca nadie hizo: volvería a su lado y combatiría
a su lado, si persistían en su empeño.
-Señores, escuchad me -les dice-. He encontrado a dos
caballeros nobles, corteses y bien enseñados y éste de aquí tiene
tanto mérito, el que me ha cambiado el caballo, lo he encontrado
tan noble y tan leal que nadie os podría contar ni la mitad de la
bondad que hay en él.
Pero resulta ahora muy pesado volveros a contar la historia tal
y como la cuenta Codrovain: cómo había subido el caballero al
roble, cómo había cogido el gavilán y cómo él le había
sorprendido. De cabo a rabo les cuenta el suceso. Luego les
explica como han hecho la concordia. Tanto les dice que los
reconcilia y prometen la paz.
Entonces le ruegan que se quede y que vaya con ellos a su casa
y que sea allí señor. Y él les empezó a decir con mucha bondad
que no podía ser, pues a su izquierda a dos leguas había dejado a
un caballero que tenía gran necesidad de ayuda. Les cuenta la
historia tal y como se la había contado aquel que iba en busca de
su amiga y juran que para nada irá si no le acompañan. Y él les
dice:
-Señores, creo que ya he permanecido suficiente tiempo aquí.
Puesto que lo he acordado, preferiría tener roto el corazón a
dejarle de apoyar en su empresa, pues entonces sería un traidor.
Ellos le prometen que irán y se juran que harán todo lo que
puedan en el rescate. Codrovain de la Cabeza Roja le dice:
-Señor, no os pese, pero me voy a llevar de aquí a mi amiga y
si Raguidel me da permiso, me llevaré también a la suya, pues
ellas nada tienen que hacer con nosotros. No se tiene que
disgustar si me la llevo, pues os digo y lealmente os juro que bien
será mantenido el don y se la entregaré sin contradicción en
cuanto volvamos.
Luego les dice que en el bosque no hay atajo, sendero ni
camino que no conozca y que les seguirá tan pronto se haya
armado. Se quiere proveer de armas, pues si le dejaran sin armas
en tan gran empresa, donde había que hacerlo muy bien, nunca
más encontraría gozo de la vergüenza que tendría.

El rescate de la doncella de Cadrés

Codrovain regresa y los otros se van del modo en que os he


contado, ansiosos de hacer bien. No me digáis que ahora no
estaba- a su gusto aquel sin nombre y que no le complace mucho
haberse procurado gente tan hermosa y gentil, tan bien equipada y
con tantos deseos de ayudar.
Así, bajados los yelmos, atravesaron sendas y caminos, y
cabalgaron al galope hasta que encontraron por una landa huellas
de los dos que cabalgaban delante de ellos. Muy juntos
continuaron después. Espinogre y Cadrés que habían marchado
muy deprisa, ya iban al paso, pues esperaban la llegada del
caballero y de su amante. Sabed que el que había emprendido
aquella hazaña, se llamaba Cadrés23, un buen caballero y de gran
fama. Aún estaban solos cuando vieron llegar la compañía. Y el
que llevaba a su amante fue el primero en entrar en el paso. De
inmediato, Cadrés deja correr el caballo tanto como puede y le
golpea de tal modo arriba en el brocal del escudo que lo derribó a
él y al caballo. Y Espinogre golpea al siguiente derribándolo del
caballo en un sendero a los pies de la doncella.
Mucho los provocan y vuelven amenazadoramente atacando
con lanza y espada. Nunca antes dos caballeros solos soportaron
pelea semejante sin pena ni pérdidas. Mantuvieron grandes

3
2
En el Erec aparece mencionado en una ocasión un Cadret (v. 1972). En
AP aparece Cadrés incluso en caso régimen. B. Woledge (cit., pág. 97)
piensa en una posible modificación de Cadrus (Vulgata, Méraugis).
hechos de armas. Os digo que nunca había ocurrido que dos
caballeros atacaran a veinte y por la fuerza mantuvieran un mal
paso de modo que ninguno de los veinte pudiera atravesarlo.
Cadrés se lanza con gran valor. Ha hecho un buen encuentro y
golpea al primero que ve en el pecho de forma que la lanza le
vuela en astillas. Aquel cayó del golpe, y luego ataca a otro con
un trozo en la visera y lo derriba sobre el arzón trasero del
caballo, y se habría caído si no le hubiera aguantado un escudero.
No se deshace del trozo de lanza sino que pica espuelas y golpea a
un tercero y luego a un cuarto. Y por su parte, Espinogre no se
queda atrás. Cada uno de ellos lo hace tan bien que los otros están
llenos de sorpresa. No obstante, reaccionan y se consideran
humillados por haber sido deshonrados por dos caballeros tan
solo. Pero están convencidos de que no hay uno solo entre los
veinte, ni el peor que va con ellos, que si encontrara ahora a uno
de aquellos y fueran iguales cuerpo a cuerpo, no lo pensara matar
o apresar de modo que ya no pudiera defenderse. Por la vergüenza
que sienten del gran enojo que les causan, se lanzan todos juntos a
tomar el paso por encima de ellos, de modo que los dos lo tienen
que abandonar. Entonces Espinogre recuerda lo que le había dicho
su compañero antes de marcharse. Coge el cuerno y lo toca de tal
modo que todo el bosque resuena y los que le siguen, lo oyen. El
sin nombre mucho se alegra, pues por el sonido del cuerno sabe
que bien se han defendido, que podrán aguantar y que llegará a
tiempo. En esto, pica espuelas y dice a sus compañeros:
-Señores, venid, pues ese cuerno que habéis oído lo hace sonar
uno de los que nos esperan, que con gran esfuerzo se están
defendiendo.
Dejan correr los caballos. Después de pasar una colina, vieron
a los caballeros. Espinogre retiene el freno y todo el combate se
había detenido en el valle debajo de él.
Cadrés reconoce al sin nombre y ve que les viene a ayudar sin
disimulo, con la lanza bajo el sobaco. Y los otros le siguen detrás,
con las lanzas extendidas, embrazados los escudos, deseosos de
ayudarles. Cuando ven que en poco tiempo habrá llegado su
socorro, mucho se alegran. La fuerza les aumenta y cada uno coge
al otro por el freno.
Aquel sin nombre se precipita con audacia, tanto como puede
su caballo y ataca en la mayor refriega, y mucho se esfuerza y
apremia en detener a los caballeros. Al ir hacia allí golpea a uno
tan fuertemente con la lanza que lo tira al suelo. Y los otros que
vienen detrás, mantienen las lanzas extendidas. De éstos hubo a
quienes derribaron los caballeros a los que atacan. Con mucho
valor les requirieron y por la fuerza los hacen entrar en vereda,
precipitándose contra ellos, de modo que no pudieron mantener
las filas. Por poco no lograron atravesar el paso. Los amontonaron
por la fuerza y por las armas a los veinte y lograron apresar a dos
entre los que iban delante. Les hacen jurar prisión. Luego se
esfuerzan en superarles y vuelven a combatir con ellos. Bien
ayudaron los ocho a los dos que se encontraban en gran dificultad.
Cuando los que huían llegaron al paso, tiraron de sus frenos a la
entrada. Miraron atrás y vieron que sólo eran diez los que
perseguían y no vieron ni de lejos ni de cerca ningún socorro que
viniera detrás. Recuperan su valor y se requieren. Si el libro
donde he encontrado escrito el cuento no miente, nunca ningún
caballero vio tan buen combate con tanta gente, pues si aquellos
se abalanzaron velozmente, los diez que eran nobles y audaces se
les enfrentaron con valor.
Allí, sobre la hierba fresca, hubo muchos trozos de lanzas y
muchas astillas y muchos caballeros cogidos por el freno. Cadrés
que no era de corazón débil y que durante mucho rato lo había
intentado, ve a su amiga que le mira, espolea al caballo con gran
ira y va a coger del freno al que en aquel día debía tomarla. Y el
sin nombre que había quebrado su lanza, lo ve todo, espolea al
caballo y se lanza allí con sus caballeros. Entonces los
compañeros que estaban cerca, se precipitan tras ellos y rodean a
los caballeros. No les dan la espalda pues bien veían que los
enemigos habían rodeado a su señor. Con valor llegan junto a él
para liberarlo y socorrerlo y mucho se esfuerzan en ello, pero no
lo consiguen. Cadrés ya le había arrancado el yelmo de la cabeza
y lo tiene cogido por el cuello como el que mucho sabía de
guerra, y le obligó a inclinarse hasta el suelo. Cuando Cadrés lo
tiene en tierra, le tuvo que prometer prisión, pues no se podía
defender. Como me habéis oído contar, el combate estaba en tal
punto en que aquéllos, locos de ira por su señor que han apresado,
ponen todo su valor en liberarle: prefieren entregarse con él a que
Cadrés se lo lleve en prisión.
En esto, sale del bosque Codrovain el Rojo que venía tan
deprisa como podía. Rápidamente entró en el combate y golpea a
un caballero de tal modo que lo derriba al suelo a él y al corcel.
Retira su lanza y con el trozo que le queda, golpea a otro al que
por poco mata, y cae al suelo desmayado. Codrovain ataca al
tercero y le corta el puño que hizo volar muy lejos en el campo
con la espada que tenía. Los que le ven venir tan temerariamente
contra ellos, no piensan que está solo, sino que creen que detrás
de él viene mucha gente que los van a retener y que ya no será
posible escapar. Les decae el ánimo y creen estar arruinados y
destruidos si aquéllos se les echan encima. N o hubo allí más
defensa: dejan en el campo a su señor y todos se lanzan a la
carrera tanto como pueden los caballos.
El sin nombre que quería cumplir la bondad que había
emprendido, coge por el freno a la doncella y se la entrega a
Cadrés. Ahora siente Cadrés inmensa alegría, pues su amiga a la
que tanto ama y que es tan bella y cortés, ha sido rescatada por su
proeza, y porque ha apresado al caballero que contra su voluntad
se la quería llevar a su país. Muy buena ayuda había encontrado,
pues muy bien se había mantenido el acuerdo. Entonces llegan los
siete hermanos que habían estado persiguiendo mucho rato a los
que huían con villanía.
Después de preguntarle qué piensa hacer, todos le ruegan que
permanezca con ellos. Pero él les dice que ellos dos, él y
Espinogre, buscarán tanto la aventura que han decidido y
emprendido por todo el reino de Logres, que en algún lugar la
encontrarán. Y cuando la hayan encontrado, les promete sin falta
que pasará por allí a su regreso y que entonces les dirá quién es.
Pues de ningún modo podía decirles quién era hasta encontrar su
nombre y la aventura que buscaba. Todos le ruegan que les deje ir
con él y él jura que ellos dos irán sin compañía pues no puede ser
de otro modo, y les ruega que no lo consideren abuso, orgullo o
villanía. Luego les ruega que permanezcan todos juntos en el
castillo de Codrovain hasta que le vuelvan a ver y oigan hablar de
él. Sabe en verdad que gran gozo y gran pena le espera sufrir en la
aventura que busca, antes de regresar. Por eso les pide que
permanezcan juntos, hasta que le vuelvan a ver. Ellos buenamente
le otorgan que así le esperarán. Pero mucho les pesa no
acompañarle pues si tuviera alguna necesidad, con mucho gusto le
ayudarían. En esto, Gauvain se separa de los caballeros y va a
buscar su nombre con su compañero.
Cadrés y Raguidel fueron juntos al castillo de Codrovain. Gran
gozo mostró por ellos y mucho les honró. Cada uno de sus
hermanos hizo todo lo que pudo para que no faltara nada en
procurarles honor y bien. Mucho gozaron de aquel reposo, pues
no pasó un solo día que no fueran al río o al bosque. Podían hacer
lo que deseaban: o correr con los perros o ir a disparar, pues el
señor era muy poderoso y sabed bien que su país estaba provisto
de todos los bienes. Había muchos perros y pájaros, perros atados,
saetas, arcos, ríos, bosques, parques, y todo a su disposición. Y el
don que se había concedido a Raguidel de que tendría a su amiga
cuando volviera, fue muy lealmente mantenido.

En el castillo de Tristán que nunca ríe

Ahora debo relatar cómo aquel que por las tierras iba en busca
de su nombre en aventura, pudo llevar a cabo su empresa. No os
podría narrar cómo fue ni cómo vino, tan sólo lo que le sucedió
un día que erraba por unos bosques y encontró una ermita de la
que salía un caballero que había escuchado allí misa. Llevaba
abrochada una capa escarlata con pieles de armiño, orlado con
cebellino (en aquel tiempo no había mangas). Vestía una camisa y
calzones blancos hechos al modo galés. Llevaba unas calzas
desabrochadas por debajo de unas espuelas de oro muy bien
trabajadas. Y sabed que el caballero se sentaba sobre muy buen
corcel, completamente desarmado, con la espada ceñida. Alcanzó
a una doncella muy agradable y hermosa y le contó una noticia
que había llegado al país. Y el que carecía de nombre le saluda
con bondad.
-Señor, Dios os conceda lo que vais buscando -dice el
caballero-. Os pido, si os complace, que me concedáis un don, que
vengáis conmigo vos y ese caballero a hospedaros y descansar, y
tendréis un buen hospedaje, como si fuera vuestro, pues será a
vuestro gusto.
-Señor, estoy buscando una aventura. Por eso os pido que no
os pese, si no voy. La buscaré por castillos, ciudades y bosques
hasta que la encuentre.
-Caballero, si no os satisface aceptar mi hospedaje, entonces os
pido una cosa. Y lo que os quiero pedir no lo debéis rechazar
porque cometeríais desprecio.
-Sin malicia y sin traición, os será otorgado el don que me
rogáis -le responde.
-Gracias. Tengo un castillo muy cerca de aquí, un poco más
allá de este valle. Es muy hermoso y mi cena está dispuesta y
preparada. No seréis desviado el disparo de un arco de vuestro
camino, por lo que os ruego que sin demora vengáis conmigo a
cenar.
-Os lo concedo -le responde.
En esto, los tres regresan juntos al castillo. Antes de que
hubieran desmontado, ya estaban puestas las mesas y los
sirvientes habían cogido toallas y recipientes, manteles, panes y
vino. Todo fue preparado y dispuesto en seguida. Luego se
sentaron para cenar, en cuanto les dieron el agua, y no hubo más
demora. Sabed bien que la comida fue buena, rica y abundante, y
fue servida con mucha alegría. Después de estar sentados mucho
rato, el señor de la casa, dirigió la palabra a sus dos huéspedes:
-Señores, os quiero contar el dolor, la tristeza y la pena que
acaba de ocurrir y por lo que todo el mundo vivirá atormentado en
cuanto se sepa. El otro día salí para uno de mis asuntos. Si se
pudiera callar lo que os voy a contar, ningún hombre debería
contarlo, pero el suceso es conocido de todos y ya no podría ser
silenciado. Mucho me pesa que se conozca. ¡Ay Dios, cómo odia
fortuna a damas y doncellas! Cuando ellas se enteren de las
noticias que os voy a contar, mucho podrán desconsolarse. Pues
aquel en quien Dios había puesto lealtad, proeza y nobleza, al que
había hecho cortés y prudente, sin villanía y sin temeridad, sin
orgullo y sin desmesura -de ningún abuso debía tener cuidado,
pues amaba honor y razón-, ha muerto por mala causa. y después
de todo lo que os he dicho, podréis saber sin contradeciros de qué
desgracia se trata. Cuando se sepa en la corte, gran tristeza tendrá
el rey. ¡Ay, desdichado! ¿quién se atrevería a decirle que con tan
gran injusticia han matado al Buen Caballero? Os hablo de su
sobrino.
-Huésped, por todos los santos del mundo -dice el sin nombre-,
¿qué sabéis de todo esto?
-Lo sé todo con seguridad.
-¿Y cómo ha sucedido?
-Os lo voy a decir y en nada os mentiré. La otra tarde quería ir
a ver mis bosques para distraerme. Cuando iba a salir por la
puerta, vi venir a tres caballeros muy bien armados sobre sus
corceles. Hacia mí vino armado el primero, completamente solo
por una cantera y dejó atrás a los otros dos. Me saludó y yo a él,
luego me dijo: "Señor, creo que sois señor de este hospedaje, por
ello os quiero rogar que me alberguéis aquí y seré vuestro para
siempre." y yo le respondí: "Os lo concedo." Vino dentro
conmigo, desmontamos y yo mismo le desarmé. Luego hice que
guardaran bien sus armas y ordené a mis criados que llevaran al
establo los caballos. Si hubiera sido justo, bien enseñado y cortés,
antes le habría preguntado quién era, de dónde venía y qué
aventura buscaba. Pero sólo después de haberlo albergado supe el
mal y el daño que había hecho y entonces ya no lo podía echar de
mi casa. Después llegó con un cuerpo uno de los caballeros que le
seguían. El otro que venía detrás, llevaba los miembros y la
cabeza, mostraba gran gozo y hacía gran fiesta por la aventura. Le
pregunté con justicia quién era el muerto por el que mostraba
tanta alegría y por qué lo habían matado. "Había prometido su
cabeza a mi amiga ", dijo uno. "Y si Dios me bendice, a la mía el
cuerpo", dijo otro. y entonces les volví a preguntar el motivo por
el que le habían matado. Uno empezó una historia por la que
siento duelo, tristeza y vergüenza de contarla a hombre alguno.
-Huésped, por todos los santos de Roma -dice el sin nombre-,
contádmelo, pues os digo de buena fe que esa aventura es la que
busco. Por eso os ruego que me contéis toda la verdad.
-No temáis, os lo haré saber tal y como aquél me lo contó -le
responde el huésped.
»Los dos caballeros rogaban a dos doncellas a las que amaban
y que eran muy hermosas. Tres años rogaron a las doncellas sin
conseguir nada. Sucedió un día que las suplicaron con mucha
bondad con todo su corazón. Las doncellas eran hermanas y los
caballeros, compañeros. La mayor dice que ha entregado el don
de su amor y no había nacido caballero por el que pudiera
retirarlo, pues era tan hermoso y valía tanto aquél a quien ella
daba su amor, que jamás amaría a otro caballero si no era a él.
Entonces el otro, que se volvía loco de ira y dolor, le pregunta su
nombre. "Lo puedo nombrar en cualquier corte, pues es tan
célebre y nombrado que no se puede ocultar. Es mi señor Gauvain
a quien cortesanos y villanos y todos los que están en el mundo,
alaban por encima de cuantos existen"24, En esto, preguntó el otro
a la que tanto amaba por su corazón y pensamiento: "Mi corazón
4
2
Se suele incidir en la materia artúrica acerca de la superioridad de
Gauvain. Así, por ejemplo, en el Lancelot en prosa (ed. H. O. Sommer, cit.,
vol. IV, part. II, pág. 358) se encuentra la siguiente descripción de Gauvain:
«Bien cierto fue que mi señor Gauvain fue el mejor de todos sus siete
hermanos y fue un caballero muy hermoso de cuerpo, de miembros muy
bien hechos y no era ni muy grande, ni muy pequeño, sino que tenía una
buena estatura y fue mucho más valeroso que ninguno de sus siete
hermanos.»
Encontramos aquí un motivo bastante extendido en la literatura artúrica:
una doncella sostiene que Gauvain es mejor que su amigo o amante, lo cual
suele conducir al enfrentamiento entre el amigo y Gauvain Con la natural
victoria por parte de este último. Un episodio muy similar a éste lo
volvemos a encontrar en AP en la aventura Con el Rey de la Ciudad Roja
(cf. Apéndice). Del mismo modo en el Lancelot holandés (Roman van
Lancelot, ed. W. J. A. Jonckobloet, II, vv. 18.826 y ss., cit. por R. S.
Loomis, Arthurian, cit., p. 134): la amante de un señor, Morilagan, sostiene
que Walewein (Gauvain) es mejor caballero que él, Morilagan la castiga
pero finalmente es derrotado por el sobrino de Arturo. De modo bastante
similar en otras obras (Diu Krones, De Ortu Walwanii, Rigomer, Hunbaut,
cit. por Loomis). Incluso en un cantar de gesta, Le pèlerinage de
Charlemagne (ed. I. Riquer, Barcelona, Festín de Esopo, 1984), la reina
sostiene que el emperador de Constantinopla es mejor que Carlomagno, lo
cual desencadena la ira del emperador franco y la peregrinación para
comprobarlo. R. S. Loomis fija las variantes del motivo y reconoce un
prototipo de origen celta (p. 138).
Se comprende así mejor la prudente actuación de la doncella a la que
Gauvain ayuda a recuperar el gavilán de su amigo (la amiga del que más
tarde reconoceremos como Codrovain el Rojo), pues cuando reaparece el
amigo, le presenta a Gauvain como el mejor caballero, sin incluirle a él (p.
54).
está bien empeñado, no temáis. No puedo nombrar a mi amigo,
quién es ni cuándo lo haré mío. Pero una cosa sé en verdad: vos
habéis oído muy bien que mi hermana ha hecho de mi señor
Gauvain su amigo y espera a que ella vaya a la corte del rey para
buscarle y pedirle su amistad. Yo iré con ella. Os digo con certeza
una cosa: que si mi hermana no le satisface tal y como ella se
entregue, yo misma me entregaré de modo que amaré a un
caballero por su consejo: y será el Caballero Bermejo a quien
haga mi amigo. Y sabed bien que os hablo del buen caballero que
antaño fue a la corte del rey Arturo para ser caballero, el que solo,
desarmado y por su gran valor, conquistó armas y corcel del
caballero que se llevó la copa delante del rey Arturo"25. Mucho se
angustiaron los dos que requerían a las doncellas. Luego les dice
que eran mejores caballeros que aquellos. Y las doncellas juraron
que si no probaban sus palabras y no lo demostraban cuerpo a
cuerpo con sus dos escudos y los vencían, no amarían a ninguno
dé ellos. Si no lo hacían así en un plazo de tiempo breve, ellas
irían a la corte. Y los caballeros les dijeron: "Si vencemos,
¿obtendremos vuestra amistad nosotros que tanto os hemos
suplicado?" Y ellas les contestaron: " Al final seremos vuestras
amigas si eso ocurre, pero si place a Dios, no sucederá pues sería
gran perjuicio." Por tal abuso y por tal rabia se pusieron a buscar a
Gauvain. Tanto erraron por esta tierra, que un día lo encontraron.
Los que le buscaban para matarlo, lo hallaron solo y desarmado.
Gran pena es tener que decirlo: de nada valió su defensa. Por tal
motivo murió el sobrino del rey, sabedlo bien. Nunca antes sentí
un dolor igual y creo que no volveré a sufrirlo por pena que me
ocurra26. Cuando así sucedió y los que lo habían despedazado,
5
2
Se está refiriendo a Perceval. Desde Li Cantes del Graal de Chrétien de
Troyes, sólo Perceval es el que acude a la Corte de Arturo para que le arme
caballero, el que solo conquista las armas del Caballero Bemejo vengando
la afrenta que éste hizo llevándose la copa de oro y derramando todo el
vino sobre la reina (cf. la trad. de M. de Riquer, en col. Austral, pp. 45-46).
6
2
La historia de la muerte ficticia de Gauvain encuentra un paralelismo
sorprendente en Le Chevalier as deus espees (ed. de W. Foerster, Halle,
1887): una reina promete casarse con Brian de las Islas si puede vencer a
Gauvain al que, sin haberlo visto, considera el mejor y más hermoso
llegaron aquí, les pedí que me dieran el brazo derecho. En seguida
se fueron a su país por la mañana. Y sabed que si vivo lo
suficiente y el orfebre no se cansa, será colocado en oro y plata, y
nunca antes ningún brazo de cuerpo santo habrá sido tan
ricamente colocado. Lo he jurado y prometido, y debo ocuparme
de que lo coloquen bien ricamente pues el prohombre hizo mucho
honor a los caballeros de este lugar y bien deberían esforzarse
todos en recompensarle.
-Buen dulce huésped -dice el sin nombre-, por Dios y por su
redención, ¿conocíais bien a Gauvain?
-Si Dios me guía, os enseñaré su mano -dice el huésped.
En esto, envía a por la mano que estaba guardada en un cofre
envuelta en una tela de seda. Y cuando sacaron el brazo, lo
contemplaron muy admirados. Luego ruegan que lo guarden con
honor hasta que se supiera de quién era el cuerpo al que
pertenecía el brazo. Les responde que así se hará: nada que fuera
de él sería tratado villanamente, allí donde estuviera, ni brazo ni
mano, pues bien sabe que es de Gauvain y que debe ser muy
querido.
Y el que había llegado allí sin nombre, le dice:
-Señor, si Dios me protege, en mala hora os preocuparéis por
eso. No hace más de cuatro días, vi a Gauvain que iba a Carduel
sano y salvo buscando aventuras. Ahora os quiero rogar por amor
y por recompensa que me concedáis un solo don y no abusaré de
vos.
-Si puedo, será concedido -le dice el huésped.
-Mostrad me dónde puedo encontrar a los que se jactan de
haber dado mate a mi señor Gauvain y de los que recibió muerte.
Sabed que no tienen razón pues nunca recibió muerte de ellos. Es

caballero del mundo (vv. 2.798 y ss.). Brian encuentra a Gauvain


desarmado y le ataca. Creyendo que lo ha matado, le abandona, pero
Gauvain cura sus heridas y se pone en búsqueda de su enemigo. Lo
encuentra en el momento en que declara haber matado a Gauvain y ya está
a punto de casarse con la reina. Sin revelar su nombre, Gauvain le
contradice, combate con él y le vence. Foerster consideró este roman como
la fuente del AP. Aunque Le Chev, sea anterior al Ap, B. Woledge prefiere
la hipótesis de G. Paris, según la cual ambas obras procederían de una
fuente común, actualmente perdida (B. Woledge, cit., p. 85).
cierto que muy traidoramente obraron al matarlo, sin decir palabra
y sin que tuviera inquietud alguna por ellos. No hay bajo el cielo
hombre que con sentido y justicia no viera que lo mataron a
traición. ¿Fue proeza matarlo? Después se jactaron y dijeron que
habían matado a Gauvain. Lo he preguntado muchas veces, pero
todavía no he podido saber de ningún modo el nombre del
caballero ni de qué tierra era, excepto que llevaba un escudo
como el que lleva mi señor Gauvain.
Mucho se consuela el huésped al oír estas noticias que muy
gratas y hermosas le resultan. Luego dice:
-Señor, si Dios me ayuda, con mucho gusto os indicaré el
camino cuando queráis, y es justo y razonable que así lo haga. Os
acompañaré mientras os indico el camino.
Ahora les dice sus nombres y sus tierras, y todo cuanto quisieron
preguntarle.
-Señor, ¿habéis visto alguna vez al Encantado Orgulloso 27? No
conozco muy bien su nombre, pero sé bien su apellido que es de
la Roca Encantada, así se llama su ciudad. Ese es el nombre de
uno de ellos y el otro se llama Gomeret Sin Mesura28.

7
2
Le Faé Orgellox (v. 5.256) (también Orgeullos Faé). Sólo aparece en el
AP (West, cit., p. 127). Faé, del verbo faer (fatare) es part. pasado, guarda
relación Con la idea de destino, aunque posee el sentido general de
«mágico», «encantado», «relacionado Con el Otro Mundo». Pero Como
señala L. Harf-Lancner (Les fées, cit., p. 60), junto al sentido pasivo de
«aquel que ha sido objeto de una intervención sobrenatural» coexiste en los
romans franceses el sentido activo de aquel que «está dotado de poderes
mágicos». El adjetivo faé se aplicó a los homólogos masculinos de las
hadas, a los habitantes de Otros Mundos que se mezclan en el mundo
terrestre ofreciendo su amor a las mujeres ya los hombres la posibilidad de
medir su valor con ellos en un combate: «De cette rencontre entre les
guerriers surnaturels des contes merveilleux et l'idée chevaleresque du
roman courtois est né un nouveau personnage, double masculin de la fée: le
chevalier faé» (p. 62). Como se verá más adelante, el Faé Orgellox
constituye un perfecto ejemplo del nuevo tipo de «chevalier faé» descrito
por Harf-Lancner.
28
Más tarde llamado Gomeret Mor. En Chrétien, Gomeret aparece como
nombre de lugar (Erec, v. 1.923: Ban de Ganieret o rey de Gomeret). En el
Parzival de Wolfram aparece como nombre de persona Gahmuret (cf. al
respecto, R. S. Loomis, Arthurian, cit., pp. 348 y ss.).
-Nada me importa ese apellido -dice el sin nombre-, pues no es
el auténtico.
-Se llama así con justicia, dice el huésped, pues es muy
orgulloso y desmesurado. Pero he hablado mal, yo mismo me
contradigo, pues bien dicho y probado está que nunca mucho fue
demasiado. No sé quién era el tercero ni por qué iba con ellos. Le
oí contar que no iba por ningún mal asunto, sino sólo para tener
compañía.
-¿Obtuvo alguno de los dos por este motivo la posesión de su
amiga, buen dulce huésped? -pregunta el sin nombre.
-No sé si sus amigas les pusieron contradicción pero dijeron
que les habían prometido el cuerpo de Gauvain vivo o muerto y
hubo entre ellos una gran discusión, pues las doncellas afirmaban
que lo habían visto una vez y que aquél no era su cuerpo.
Entonces los caballeros dijeron que sí lo era y que lo probarían:
Harían proclamar por todos los mercados y por todos los castillos
del país que habían matado a Gauvain y si nadie osaba desdecirlo,
harían proclamar que estaban dispuestos a probarlo. Aún no han
podido encontrar quien les contradiga. Y ambos tienen gran valor
y lo quieren probar por batalla. Ahora ha ido la cosa tan lejos que
si no se presenta alguien mañana que pruebe que no es cierto,
obtendrán finalmente y sin demora a las doncellas. Ellas están
muy inquietas porque no pueden encontrar a nadie que se atreva a
probarlo como falso y contradecirlo en batalla, y por poco no han
muerto de tristeza. ¿Y sabéis por qué se inquietan tanto? Temen
mucho que ellos las tengan del modo en que os cuento. Dicen que
se matarán si por ese motivo las tienen, pues habría sido la causa
de la muerte de Gauvain y no podrían encontrar ningún consuelo.
-Huésped, no os preocupéis. ¿Podríamos errar tanto esta noche
y mañana hasta el mediodía? Una cosa os digo en verdad y no lo
digo por jactancia: si Nuestro Señor nos permite que mañana
lleguemos a tiempo, siento deseos de vengar el gran crimen que
cuentan. Nosotros dos lo contradiremos con las armas. Sea como
sea, esto no puede quedar sin batalla.
Entonces dice el huésped:
Me parece que no encontraréis juntos a los caballeros que
buscáis. Si los conquistáis por armas, obtendréis un gran honor. Si
no os retrasáis mucho, llegaréis a tiempo. Y os diré cómo espera
Gomeret Sin Mesura. Ha levantado su pabellón y durante mucho
tiempo ha esperado en una landa por este asunto. Allí pregunta si
alguien quiere desdecir lo que había hecho proclamar: que ellos
dos habían matado a Gauvain. Es tan valeroso, fuerte y audaz que
no encuentra a quien pruebe lo contrario, y mañana piensa tener a
su amiga. Del mismo modo, el Encantado Orgulloso espera en su
castillo para saber si viene alguien que hiciera más en este asunto
y se atreviera a emprender contra él, a probar o a defender lo que
dice: que ha matado a Gauvain. Si alguien no llega antes de
mañana para contradecirle, por fin tendrá a su amiga.
Entonces se levantaron de la mesa y cada uno montó en su
corcel y se pusieron en camino. El huésped tanto les acompaña
como cortés y bien enseñado que muy bien les ha mostrado todos
los lugares del país, de tal modo que sería imposible que no
encontraran lo que van buscando. Y cuando hubieron cabalgado
tanto que el huésped tuvo que retornar, Espinogre se dio cuenta
que mucho le habían despreciado y se siente muy molesto, y dice
a su compañero que no le habían preguntado su nombre. Muy
bien le dirigieron la palabra:
-Señor, somos vuestros amigos y es justo y razonable, pues
mucho habéis hecho para que lo seamos. Buen dulce huésped, os
rogamos que nos digáis vuestro nombre. Sois hombre noble y
afamado, mucho agradecemos vuestra acogida y sabed con
seguridad que en mala hora temeréis nada pues siempre y sin
contradicción seremos vuestros amigos.
-No lo quiero ocultar, me llamo Tristán el que no ríe 29.
Señores, os ruego y requiero por amor y recompensa que me
concedáis un don. No os pediré ultraje ni villanía, nada debéis
temer por ello.
-A fe mía, es bien justo que cumplamos vuestro placer.. Bien
debéis tenemos por vuestros de ahora en adelante y para siempre.
-Señores, os pido por recompensa y por amor, que al regresar
paséis por aquí. No sé, ni vosotros tampoco, que os acontecerá en
a aventura que buscáis. Quiero saber a la vuelta lo que ha ocurrido
en este asunto. Al volver me lo contaréis todo, quién sois y de qué
tierra y el motivo que tenéis para buscar esta aventura. Si los
vencéis por armas, gran estima habréis conquistado.
Muy buenamente se lo otorgan. Cuando les hubo acompañado
bastante, el huésped volvió atrás y aquellos continuaron el camino
tal y como el huésped les había dicho.

Combate de Espinogre y Gomeret

Tanto cabalgaron que vieron en un valle una hermosa torre que


pertenecía a un valvasor. El recinto era muy rico, y muy poderoso
y noble era el señor a quien pertenecía. Por su conducta bien
parecía que tenía gran poder. Allí se albergaron ambos aquella
noche, en casa del buen valvasor. Gran gozo y gran honor les
hizo. Mucho se regocijó y por la noche les contó muchas de sus
aventuras y ellos, según creo, le contaron bastantes de las suyas.
29
En Durmart aparece también un Tristrans qui ne rit (verso 5.392) como
tío de Melián de las Lizas. Según R. S. Loomis (Arthurian, cit, p. 491), no
hay por qué diferenciarlo del Tristán, sobrino de Marc, amante de Iseo, en
contra de la opinión de G. Paris (West, cit, p. 155).
Al día siguiente, al amanecer, los vasallos fueron armados y
montaron en sus caballos. Cuando se hubieron despedido, se
pusieron en camino. No habían cabalgado mucho pues aún era
muy de mañana, cuando encontraron un camino bifurcado tal y
como Tristán les había contado. Uno de ellos conducía al lugar
donde esperaba Gomeret y el otro al castillo donde el Orgulloso
hacía proclamar que sin duda había matado a Gauvain y aquel día
piensa tomar posesión de su amiga sin batalla. Había allí dos
posibilidades y el sin nombre las repartió buenamente con su
compañero:
-Señor, elegid vos. Iréis por uno de los caminos para cumplir
vuestra tarea y cuando llegue la hora de regresar, si Dios nos
concede que por armas podamos probar que han mentido en este;
asunto, nos detendremos en la casa de Tristán, y el que llegue
antes aquí, esperará a su compañero hasta que sepa algo de él.
-Si tengo que elegir uno de estos dos caminos, iré por el de la
izquierda que me conducirá hasta Gomeret.
-Yo seguiré el otro -dice el sin nombre-. Os encomiendo al
Glorioso, al Poderoso Rey para que os proteja de vergüenza y
mal.
En esto, cada uno espolea su caballo y cabalgaron muy
velozmente. Espinogre no había marchado media legua cuando
encontró un bosque. Sigue cabalgando por allí hasta que sale del
bosque y encuentra una landa donde está Gomeret tal y como se
ha contado. Por nada lo volvería a contar, pues ya ha sido bien
dicho y bien oído. Piensa tener bien a su amiga sin que nadie le
contradiga. No cree que nadie emprenda contra él disputa por
mucho que él sostenga su derecho con sus poderosas palabras,
orgullosas y locas tal y como habéis oído contar y no conviene
ahora volver a recordarlo pues bien lo recordáis. Espinogre ya ha
llegado junto a él. Cortésmente le dice en paz:
-Señor caballero, no proclaméis nunca más que habéis matado
a Gauvain. Villanamente os habéis equivocado cuando lo dijisteis.
-Señor vasallo, ¿por qué no lo debo hacer, si digo la verdad? -le
responde Gomeret.
-Nunca sucedió tal cosa. Como que vos estáis aquí, que ahora
combatiría con veinte, uno detrás de otro, ya todos les cortaría la
cabeza.
-A fe mía, tengo aquí el cuerpo sin brazo ni muslo y estoy
dispuesto a probar que lo tengo y que el Encantado trajo los
miembros.
-Abiertamente habéis mentido. Estoy dispuesto a defenderlo, a
mataros o apresaros antes de salir de esta landa.
Gomeret pide en seguida sus armas y le llevan calzas de hierro
de resistentes mallas, más blancas que pura plata. Luego le
llevaron la loriga resistente y ligera, clara y terliza, y el yelmo que
era de Senlis. El resto de la armadura era completamente negra.
Cuando estuvo bien armado, no se retrasa nada. Su caballo era
más negro que la mora y en cuanto estuvo bien armado, lo monta
completamente dispuesto a probar aquello que el otro le
desmiente.
No había entre ellos colina ni valle. Dejan correr los caballos
tanto como pueden y al justar, se asestaron tan grandes golpes en
los escudos que los rajan y rompen. Hacen pasar las puntas de
hierro hasta las lorigas que han encontrado resistentes y fuertes.
Se golpean de tal modo y con tal ira con las lanzas que no queda
caballo en pie. Y nadie les debe vituperar cuando tuvieron que
derribar a los .caballos y cayeron con ellos abandonando los
estribos. En cuanto se han puesto en pie, se atacan en seguida con
mucha seguridad. y sabed bien y con certeza que nadie que
observara el combate podría reconocer al apelante. Espinogre le
persigue y golpea, y le da cien golpes seguidos. El otro que no se
espanta por nada, le devuelve y paga todos los golpes que le ha
dado. Rotos están los yelmos y las lorigas completamente
destrozadas, ni madera ni hierro pudieron impedir que la sangre
no les brotara en cien lugares. La batalla fue tan feroz que nadie
podría decir quién era el mejor ni quién el peor. Pero sabed que
así duró la terrible batalla hasta el mediodía de modo que mucho
se dañaron.
Cuando el combate hubo durado tanto y ellos hubieron
soportado tanto rato que los yelmos estaban rotos, destrozadas las
lorigas y la sangre brotaba por doquier, sucedió al final que
Gomeret se precipitó sobre Espinogre y le golpeó de tal modo que
la espada penetró en el escudo pie y medio. Por poco no lo rajó
por la mitad pues golpeó con gran fuerza. Pone empeño en
retirarla, pero antes de que lo hubiera hecho, la espada se rompió
por el arriaz, de modo que pomo y puño que estaban
ornamentados en oro, se le quedaron en la mano. Espinogre se
abalanzó contra él y le golpeó con gran ira. Gomeret le empezó a
decir:
-Señor, basta, no me golpeéis más. Cuando no tengo con qué
defenderme, por necesidad me conviene entregarme. Me pongo a
vuestra merced.
Espinogre le responde muy noblemente:
-Y yo os lo concedo. Pero será por tal acuerdo que vos
vendréis conmigo ahora mismo a la corte del rey y os pondréis en
su prisión. Comprobaréis el error del caballero que matasteis,
pues sabed que os equivocasteis al decir que era Gauvain. Tened
por cierto que fuerte, sano y salvo lo veréis en la corte.
Gomeret así se lo otorga. En esto, cogen los caballos y se
ponen en camino.

Combate de Gauvain y el Encantado Orgulloso

El sin nombre, que iba en busca del Orgulloso Encantado, ha


errado y cabalgado tanto que ha llegado a su castillo donde éste
acaba de gritar muy alto su proclama tal y como le dijo Tristán, el
cortés caballero. Y él en seguida le contradice sin que hubiera en
ello ningún ultraje:
-Caballero, gran pena sería si estuviera muerto, pues nada
malo había emprendido contra vos ni contra otro, según he oído
decir. Jamás se encontró con tal ira por la que cometiera ultraje.
No demostrasteis mucho saber al jactaros de semejante cosa. Soy
quien se atreve a desdeciros ya probar y mostrar por armas que
esta vivo.
El Encantado le respopde:
-Probaré lo que digo a quien no le complazca.
En esto, hace que le lleven sus armas y se arma muy
rápidamente. Muy elegante y bien equipado estaba cuando montó
en el corcel. No había bajo el cielo caballero al que él no debiera
vencer, si no le perjudicara su gran error. Un gran círculo hicieron
las gentes. Allí no se mantuvieron las filas ni hubieron amenazas.
Cada uno espolea al caballo tanto como pudo.
El Encantado le golpeó primero con su buena lanza en medio
del pecho, de modo que bien hizo volar las astillas. El sin nombre
le golpeó después y le rompió las planchas del escudo, falsándole
la loriga. Por medio del hombro hizo pasar la buena lanza de tal
modo que bien le salió todo un pie y más por la espalda. Rompe
madera, hierro y huesos, y le empuja con tal fuerza que lo derriba
con el caballo en un monte. Entonces echa mano a la espada de
acero y va a buscarle airadamente. Aquel que yacía en tierra muy
herido, le dice en seguida:
-Señor caballero, me entrego. Muy valeroso y fuerte os
encuentro y no me puedo defender contra vos. Me pongo a
vuestra merced.
El sin nombre le responde:
-Y yo os recibo. Pero os digo y hago saber antes de recibiros
que no tengo intención de engañaros, pues vendréis conmigo en
prisión a la corte del rey y llevaréis allí a vuestra amiga. Y si el
rey os la concede, la tendréis, pero sabed en verdad que no la
podréis tener, si al rey por algo no le complace.
El caballero se calla. Mucho le pesan esas palabras. Y el sin
nombre alza la espada como el que va a golpear. Aquel que estaba
tan herido que no puede defenderse, le entrega su espada:
-¡Ay, caballero, merced! Obrad de modo que os lo tenga que
agradecer y para que en este asunto que me contáis, sea vuestro
libremente. Si yo perdiera a mi amiga, perdería la vida, pues nada
amo así en este mundo. Os veo tan noble y valiente, tan enseñado
y cortés, que sé con certeza que el rey me la entregará, si vos se lo
pedís;
-Caballero, no os inquietéis -dice el sin nombre-, que no os
faltará vuestra amiga.
Siente un gran gozo, se preparan él y su amiga, y hace que le
curen la herida. Luego quiere ir a la corte con el caballero que le
ha apresado. Muy bien le habla mientras cabalgan por el camino:
-Buen señor, no sé si mi pensamiento es justo, pero por lo que
veo, mi corazón adivina que sois de la gente del rey. Por ello, os
ruego, si puede ser, que me digáis quién sois para estar seguro.
-A fe mía, soy Gauvain. No os ocultaré mi nombre puesto que
he probado por armas que estoy sano y salvo. Muy villano sería si
a vos o a cualquier otro ocultara quién soy 30. Después de haber
errado tanto para recobrar mi nombre que había perdido hace
tiempo todos lo deben saber. Debe ser contado en todos los
lugares vuestro orgullo, lo que hicisteis al caballero que fuisteis a
descuartizar al bosque y cuyo cuerpo os llevasteis luego. Antes de
abandonar el bosque, le sacasteis los dos ojos al muchacho que no
estaba solo. Había con él tres doncellas que eran muy gentiles y
hermosas, y que hacían un gran duelo. Cada una de ellas habría
muerto en el lugar por su propia voluntad, lívidas tenían las caras
de tanto llorar. Cuando oí su duelo, inmediatamente acudí a su
lado. Luego vi delante de ellas a un joven muy gentil echado en el
suelo y que se encontraba muy mal, pues le acababan de sacar los
ojos del cerebro. Cuando le vi tan mal, pensé que sin duda todo el
duelo que ellas hacían era por él. Pregunté por qué tenían tal
tristeza y pena y por qué hacían tal duelo. La primera respondió
en seguida: "Señor, hemos visto descuartizar aquí a un caballero
muy valeroso, pero no le pudimos ayudar." Pregunté quién era y
la otra me respondió que era mi señor Gauvain que cabalgaba
completamente sano pero sin haber vestido loriga ni ninguna otra
arma excepto su escudo y lanza. Pobre séquito llevaba pues no le
acompañaban ni servidor ni escudero. Luego llegaron dos
caballeros, armados sobre dos corceles de España a través de una
campiña hasta que se detuvieron en el valle. Dejaron correr los
caballos para matarlo y descuartizarlo. Luego empezaron a gritar:
"Deteneos, deteneos, señor vasallo." Aquél se detuvo en el acto,
con su lanza en la mano. Uno le dijo en voz alta: "Gauvain, ha
llegado vuestro fin." Entonces comenzó la batalla que no fue nada
igual. Los cobardes y desleales felones descuartizaron y mataron
a Gauvain. Fuera con derecho o no, allí llegó corriendo para
ayudar a Gauvain el muchacho que era muy noble y valiente, pero
0
3
En muchas otras obras de los romans artúricos se reitera con insistencia
que a Gauvain no le gusta ocultar su nombre (Yvain, v. 6.256; Li Contes, v.
6.999; Continuaciones, v. 12.073; Vengance Raguidel, vv. 1.923, 2.704;
Fergus, v. 6.762; Chev. as deus espees, vv. 2.898,4.105, 7.103, 10.198,
10.574) (cit. por Woledge, cit.). «L'Atre est probablement postérieur à tous
ces romans, et il semble qu'ici son auteur a suivi une tradition bien établie.
Cependant Gauvain n'est point fidèle à ce príncipe dans tout le poème...»
(Woledge, p. 86).
poco le pudo necesitar porque ya estaba descuartizado. Le sacaron
los ojos por intentar ayudarle. Un caballero cargó el cuerpo sobre
un corcel. Se pusieron en camino y se marcharon muy
rápidamente por la arboleda. Y yo les prometí a las doncellas que
el muchacho sería vengado con justicia. Después de despedirme,
me marché sin que me reconocieran. Os he, buscado y perseguido
tanto que al final tengo sobre vos la potestad de que será
enmendado el gran ultraje y el crimen. Vos pensasteis que era yo
cuando cometisteis el delito.
-A fe mía, buen señor, ocurrió de otro modo, responde el
Orgulloso.
De cabo a rabo le cuenta el motivo por el que lo hizo y afirma:
-No debe ser tan mal juzgado cuando se puede reparar. Delante
de los de vuestro país, os devolveré a aquel caballero, con sus
armas y su corcel, tan sano como nunca estuvo. Os digo en verdad
que nadie verá nunca más claro como lo hará ése del que os he
oído contar. En cuanto le haya pasado mi mano por su rostro,
estará completamente curado y sano.
-Dulce y querido amigo -le dice Gauvain-, si ahora pudiera
lograr que el muchacho recuperara sus ojos y que al caballero no
le perjudicara la traición que cometisteis, aun podríais ser libre y
yo os ayudaría.
-No os inquietéis, señor --dice el Orgulloso Encantado-, pues
nunca antes habrán gozado de tanta salud el caballero y el
muchacho como cuando os lo devuelva en la corte. Por eso no os
preocupéis.

Encuentro con el Caballero Negro

Hablando así continúan su camino hasta que llegaron al lugar


donde se separó Espinogre, su buen amigo. Desmontan en el
camino bifurcado. En esto, llegó espoleando sin tardanza, sobre
un caballo más negro que la mora, un caballero a gran velocidad.
Su corcel era prodigiosamente rápido y quien quisiera decir la
verdad, no podría elegir uno igual en la tierra del rey Arturo. El
caballero iba muy seguro: completamente armado, ni una de sus
mallas temía golpe de espada ni de ninguna otra arma. Desmontó
bajo un roble para cinchar su caballo. El Orgulloso le ve y dice en
seguida a Gauvain:
-Señor, estoy seguro que ese caballero, ved como cincha su
corcel y enlaza su yelmo gemado, piensa causaros algún oprobio.
Quiero ponerme a vuestro servicio e ir a preguntarle de vuestra
parte de dónde viene y qué va buscando.
Mientras éste hablaba a Gauvain, llegan por la llanura dos
caballeros muy bien armados, provistos de todas las armas. Por
sus escudos bien parecía que habían combatido mucho. Estaban
cubiertos totalmente de sangre. Uno iba sentado sobre un corcel
blanco, el otro sobre uno alazán. Este se llamaba Gomeret Mor y
muy valiente era el caballero. Espinogre iba delante, sentado
sobre el corcel blanco. El caballero negro les ve venir cabalgando,
Entonces monta el buen y veloz corcel, y embraza escudo y lanza.
Se apresura en aguijar contra ellos y espolea para encontrarlos.
Va a justar con Espinogre y cuando éste le ve picar espuelas
contra él, airadamente se le enfrenta. Sin hablar y sin desafíos, se
golpean con sus lanzas en los escudos y los rompen y destruyen.
No quiebran ninguna de las lanzas que eran resistentes y fuertes.
Pero el otro le ataca con tal esfuerzo que, quiéralo o no Espinogre,
lo derriba en la arena.
Vuelve a picar espuelas y golpea a Gomeret en el escudo gris,
de modo que le ha e caer en tierra por encima de las grupas del
corcel.
Luego, coge los dos caballos que han dejado los dos vasallos,
y vuelve por el camino hacia los dos que están a la sombra y que
hace rato que lo han visto. Mi señor Gauvain, el cortés, reconoció
el caballo blanco y bien supo que era a su compañero al que había
derribado a tierra. Se agarra bien al corcel para ir a justar contra el
caballero negro que por gran desmesura iba solo buscando
aventura, pues no pensaba que existiera ningún hombre de cuya
proeza él no se pudiera defender, y no piensa devolver los
caballos por ningún caballero que haya nacido.
-Señor -dice el Orgulloso Encantado-, le diré que venga ante
vos. Si es tan orgulloso que no quiere venir conmigo, os juro y
prometo que no quedará sin batalla. Le hundiré en el cerebro mi
buena espada que bien corta. Os ruego que me dejéis ir allí de
vuestro agrado.
Mucho se alegra aquél. En ese tiempo era costumbre que si un
caballero iba a justar en un combate, sólo uno debía enfrentársele
y si acudían allí dos juntos, habrían sido considerados cobardes y
sin honor. Y si se sabía, nunca más habrían sido servidos en corte
de rey.
Por ello, se adelanta el primero para justar contra el caballero
negro. Bien le pareció presuntuoso. En esto se marcha sobre el
bayo y espolea directo hacia el caballero negro y aquel que no se
preocupa de discutir, pica espuelas contra él a gran velocidad. El
Orgulloso por gran desmesura le golpea primero sobre el escudo
negro y os digo bien que si la lanza no se hubiera quebrado,
habría vaciado la silla. Pero la lanza se le rompe y el otro, tal y
como viene cabalgando, le golpea sobre el escudo pintado. No
duda en golpear bien pues está terriblemente airado. Le rompió en
trozos el escudo y le desgarró toda la loriga, pero un perpunte que
vestía y que había sido hecho con gran maestría, le salvó la vida.
y no obstante, lo derribó del caballo con tal fuerza que le
descoyuntó el brazo derecho. No quiere permanecer mucho
tiempo allí y así lo deja llevándose al veloz corcel. Se lo lleva con
los de Espinogre y Gomeret y se dispone a partir.
Mucho se disgustó Gauvain al ver caído al Orgulloso. Se
acerca a Gringalet y monta por el estribo izquierdo cogiendo su
lanza con la mano derecha. Luego dice a la amiga del Encantado:
-Doncella de gran hermosura, os quedaréis aquí sin inquietud,
bajo este olmo y yo iré a ayudar a vuestro amigo y le devolveré su
corcel que se lleva aquel caballero. Soportaré grandes penas antes
de que se lo lleve, si Dios me protege.
La deja bajo el olmo y se marcha, y llega junto a él en medio
de la landa. El caballero negro le pregunta quién era aquella
doncella.
-Señor, si quisierais sería mía y vuestra.
-Por san Pablo, el buen apóstol, no pienso compartir nada con
vos.
-Señor, a fe mía, os requiero y ruego por nobleza, recompensa
y servicio que me devolváis ese corcel blanco y luego el del
caballero que derribasteis en la landa. La doncella os ruega que
por amor se lo devolváis yeso será honor y cortesía. Señor, os
quiero aún rogar que me devolváis el otro corcel y me habréis
hecho un gran honor. El honor será contado en tales lugares que lo
oirán muchos hombres nobles.
-Por todos los santos de Roma -dice el caballero feo-, sois
villano y pesado. Me habéis pedido algo que no haría por nada del
mundo, ni por vos ni por vuestros ruegos. No lo tendréis de este
modo. Pero sabed, señor caballero, que si vos le queréis ayudar,
tendréis que combatir conmigo o me los llevaré los cuatro,
incluido el vuestro. Y me llevaré a vuestra amiga que veo bajo el
olmo y vos disfrutaréis del solaz que han tenido los otros que
yacen ahí extendidos. Así estaréis los cuatro juntos.
-Me parecéis muy falso y de muy mal talante -le dice Gauvain-
Sé muy bien que por ruegos no me concederéis nada. Pero si me
lanzo contra vos, pienso vengar muy bien a todos.
-Dejaos de amenazas, vasallo -dice el caballero negro-, y
combatamos por igual. Aquí Sólo estamos vos y yo. Los otros
yacen en paz y están aturdidos. Sabed que os desafío.
Sin un momento de demora, coge cada uno escudo y lanza, y
se golpean con tal angustia que quiebran ambas lanzas sobre los
escudos delante del pecho. Vuelan las lanzas en astillas. Cuando
ambos han quebrado sus lanzas, rápidamente sacan las espadas y
comienzan su ataque. Mucho saben de esgrima y mucho valor
demostraron. El que era negro Como la tinta va a golpear de pleno
a mi señor Gauvain sobre el yelmo: se lo hunde todo hasta el
cerco de oro. El golpe cae encima del lado del escudo teñido de
sinople. Y el otro le ataca de tal modo que ambos cayeron del
caballo. Los dos caballeros saltaron en pie. Gauvain salta
rápidamente y para vengar el golpe que aquél le había asestado, le
da tales golpes de esgrima arriba sobre el yelmo, que todo se lo
destroza y rompe. Se lo rajó hasta la capucha y por poco no lo
derriba. El caballero negro le atravesó y rompió todo el escudo. El
golpe llegó de tal modo que al separarse del escudo, le rompió
todo el pan de la loriga y le hizo una marca en la cintura, para
luego desplomarse sobre el yelmo.
Si le hubiera golpeado bien, creo que lo habría derribado.
Gauvain no se echó hacia atrás, sino que se dirige hacia él
corriendo y le golpea de lleno sobre el yelmo. Con la espada le
hace retumbar el yelmo bruñido. Y aquél, que sabe toda la
maestría, lo recibe bien: nada temen de caballería. Y golpea a
Gauvain con gran bravura sobre el escudo. Le hizo tal daño que le
rompió cien mallas de la reluciente loriga y le hizo caer la
sobreveste un buen pie hasta la cintura. Tanto resbaló la espada
entre el sobaco y el escudo que mucha suerte tuvo de que no le
partiera el tronco. Gauvain a su vez le golpea con gran ira sobre el
escudo negro. Nadie que lo viera, sabría decir quién era mejor.
Hasta el atardecer se combaten así, sin que los tres que estaban
juntos de pie, supieran decir quién era el mejor de la batalla. Se
acercan a ellos muy rápidamente. Y aquel que le había desarmado
hasta la cintura, le dice:
-Noble y valeroso caballero, ¿tendré que defenderme de esos
tres que vienen armados contra mí?
Gauvain le responde de inmediato:
-A fe mía, amigo, esto no es broma. Bien lealmente os lo juro:
si alguno de mis amigos os tocara contra mi voluntad, le atacaría
en el acto y nadie me lo podría reprochar.
Entonces les dice y ordena a los tres que se retiren, y ellos lo
hacen tal y como Gauvain les ordenó. Ninguno de ellos diría ni
palabra por mucho que a él le sucediera. Y el caballero negro dijo:
-Vasallo, os aconsejo que os pongáis en camino, sano y salvo
con esos tres, y que me dejéis libremente estos cuatro caballos
noruegos con la doncella que os espera en el olmo. Más os valdrá
porque así habréis salvado vuestra vida.
-Oigo gran necedad -responde Gauvain-. Si Dios me ayuda y
no me falla esta espada os pondré en tal situación que tendré a la
dama y los caballos antes de que nos marchemos.
En esto, se enfrentan los vasallos tan ferozmente y con tal
angustia que antes de que el uno conozca al otro, mucho se
atormentan. Gauvain le asesta un golpe sobre el yelmo cincelado
y la espada le rompe el yelmo y la hoja le llega hasta el cerebro.
Asestó con gran fuerza su golpe de modo que le hizo caer al suelo
de rodillas. Pero en seguida se levanta y va a buscar a Gauvain.
Nunca antes en tierra alguna dos hombres se causaron tanto daño.
Y los tres caballeros que estaban junto a ellos observándoles,
dicen que los que combatían estaban haciendo prodigios. El
caballero negro dice a mi señor Gauvain:
-Vasallo, no seáis villano y reposemos ahora. Mañana cuando
amanezca, nos volveremos a poner en pie. Ved cómo está
anocheciendo. Os quedaréis con los caballos pero por un acuerdo
según el cual los traeremos aquí mañana y también a la doncella,
de eso quiero estar seguro.
-A fe mía -le dice Gauvain-, no me quiero llevar ningún
caballo si no los puedo conquistar contra vos, pues os veo
demasiado felón y cruel.
-Señor caballero, es muy tarde -dice el oscuro caballero negro-
Estad completamente seguro de que mañana volveré aquí.
-Si a Dios place, no nos marcharemos de aquí antes de saber si
me llevaré los caballos, la doncella y los vasallos, sin desafío ni
contradicción.
-Me parece que muy poco me estimáis, señor caballero, porque
he sido el primero en requeriros la tregua. No me volveréis a
encontrar sin fuerzas sino que os ofreceré gran batalla. En toda mi
vida permitiré que tengáis algo mío que valga un dinero si no lo
podéis conquistar contra mí por fuerza y bravura. Sé muy bien
que sois cortés y valiente. Por ello os requiero y pido que me
digáis vuestro nombre. Es bien justo que lo sepa y que vos
conozcáis el mío. Luego os juro por encima de todo cumplir
vuestra voluntad. Quiero saber quién sois, pues mi maestro me
enseñó que no combatiese con nadie que no fuera falso ni villano,
a quien no preguntara su nombre.
-A fe mía, me llamo Gauvain -le responde.
-¿Gauvain, el sobrino del rey? ¿Es cierto?
-Así me llamo a fe mía. Vos habéis dicho bien. Si Dios me
ayuda nunca más ocultaré mi nombre a caballero.
Y el otro se quiere arrodillar delante de él para clamar merced:
-Bien podría jurar que no volvería a creer a hombre alguno, si
no os tuviese ante mis ojos. El Orgulloso Encantado dijo que os
había matado y descuartizado por orgullo y necedad. Noble
caballero, valiente y cortés, por la fe que debo al rey Arturo que es
mi señor y mi amigo, me habéis vencido y conquistado. Os
entrego mi espada. Mucho me entristece y duele no haberos
reconocido. Bien sé que os he causado daño y me arrepiento, Dios
me salve. Os digo que en este asalto he sido conquistado y
vencido y os digo en verdad que no podría, aguantar por más
tiempo m por cien marcos o más. Y ya que he sido vencido, me
entrego a vos. Recibid mi espada, os la entrego.
-Buen amigo, guardad la espada, pues bien colocada está en
vos que sois atrevido y valiente. ¿Cómo os llamáis?
-Señor, me llamo Feo Valiente, pero no estoy cargado de
ultraje31. El otro día salí de mi tierra para encontrar noticias
vuestras. Sabed bien que tanto os he buscado que no pensaba
retomar hasta que oyera hablar de vos. Ahora os he combatido y
todo ha sucedido bien, pues si el combate hubiera durado más,
habría temido mi muerte.
Cuando Gauvain oye aquello del que era su amigo y fiel 32, tira
el escudo, desenlaza el yelmo y se abrazan demostrando una gran
alegría. Creo que nadie podría ver a dos caballeros tan bien
enseñados. Cada uno de ellos era de muy gran mérito. Muy
violentos habían sido uno con el otro, pero ahora están muy
apacibles y dulces. Ambos acudieron junto a aquella que aún
espera y la montan en el caballo. Luego se ponen en camino.
Gauvain, Encantado y Espinogre han conducido a Gomeret junto
a su doncella. A Gauvain le cuenta cómo había combatido y cómo
aquél se le había entregado y tuvo que ponerse a su merced. y
Gauvain le dice:

1
3
Lais Hardis (v. 6.215): en el Erec (v. 1.677) aparece citado junto al Bello
Cobarde. En Durmart aparece como sobrino de Keu. En el roman de Claris
y Laris desempeña un importante papel. Sólo en AP aparece como «le Noir
Chevalier» hasta que se revela su nombre (West, cit., p. 28).
«Del lait ne sui je pas fardis» (v. 6.216): juego de palabras con su propio
nombre: lais/lait, hardis/fardis.
32
«Son ami et son dru» (v. 6.228). J. Foulet (Glossary, cit., p. 73) traduce la
expresión «mon ami très cher». En la Ch. de Roland aparece en cuatro
ocasiones (vv. 1.479, 2.049, 2.814 y 3.495), así el emir tiene un drut que es
Gemalfin (M. de Riquer, cit. p. 275, traduce «favorito»). También en
algunas ocasiones, en las relaciones hombre-mujer no parece tener el
sentido de amante (por ej., en Le Pelerinage, cit., Carlos dice a la reina que
«allí estarán vuestros favoritos», traduce I. Riquer druz, p. 33). Dru, drutz,
drue, druerie son conceptos que suelen implicar connotaciones sexuales
desde la lírica trovadoresca.
-Amigo, un gran servicio me habéis hecho. Os deseo
buenaventura.

La reparación del Encantado Orgulloso

Así cabalgan sin descanso pues ya era cerca de vísperas. Uno


de ellos cuenta a Gauvain su aventura, cómo lo ha hecho, cómo
ha errado. Tanto conversan que juntos llegan al hostal de Tristán
que no ríe, el que gran honor hizo a Gauvain ya Espinogre. En
cuanto los ve Tristán se acerca a ellos en seguida:
-Señores, seáis bienvenidos -dice Tristán que era muy prudente
y que no era muy mayor, sino un caballero hermoso y gentil.
Se acerca a Gauvain y le ayuda a desmontar. Criados corren a
coger los caballos. Hicieron desmontar rápidamente a los otros
tres caballeros y muchos ayudan a desmontar a las dos doncellas.
Y sabed bien que con ellos estaba a pie el Feo Valiente que no era
perezoso ni lento en servir a mi señor Gauvain. Tristán le coge de
la mano y le conduce arriba al palacio tal y como nobleza le
ordena y mucho se esfuerza en servirle. Por la noche tuvieron en
gran cantidad pan y vino, aves asadas y faisanes, grandes patos de
los que había muchos en el jardín. Tristán, que estaba bien
provisto de todo cuanto conviene a hombre noble, les hace tal
honor aquella noche, que nadie lo podría describir. Uno por uno
los acostó para que durmieran y reposaran, pues estaban cansados
de errar, agotados y destruidos: por sus escudos bien parecía que
habían soportado gran combate.
Gran gozo sintió Tristán por el honor de tocar la mano derecha
de Gauvain y sabed que estuvo muy contento de haber sido por
dos veces su huésped. Se vuelve hacia el Feo Valiente que era
muy gentil y noble y le dice:
-Señor, veo que estáis muy agotado. Sé que estáis herido bajo
la blanca cofia. Tengo una hija muy noble que os pondrá un
apósito y os quitará el dolor. En cuanto os lo ponga una vez, no
volveréis a sentir dolor y la herida estará curada para siempre.
El caballero negro lo agradece y siente gran gozo por la
promesa. Y mi señor Gauvain le ruega que le ayude, si puede.
Tristán va a la habitación donde estaba su hija y le pregunta si
sabría ayudar al caballero, y si puede, que lo ayude sin demora. Y
ella que no era villana, le dice:
-Si Dios me ayuda, la herida sanará al amanecer.
Le colocó en la herida una hierba de muy gran valor que se
llamaba toscana33. Luego se durmió con gran placer. Al amanecer
se levantaron los dos. Permanecieron en el castillo todo el día
hasta la mañana siguiente. .Entonces habló mi señor Gauvain,
lleno de pena y tristeza. Al huésped empezó a decir:
-Buen y dulce huésped, noble y generoso, conocéis bien toda
nuestra empresa y cuál ha sido nuestra errancia. Ahora quiero que
nos mostréis el cofre con el brazo que me enseñasteis la primera
vez que estuvimos aquí.
Y Tristán mira al que tiene por nombre Orgulloso Encantado.
-Señor, os habla con derecho y razón -le responde éste-. Tanto
me hizo con las armas que tuve que ponerme con mi amiga en su
poder. Pero acordamos que si yo podía vivir, le devolvería sano y
salvo el cuerpo que os entregué. Tengo tal acuerdo con Gauvain
que si yo os lo devuelvo fuerte y sano, obtendré su amistad y me
concederá en libertad a mi amiga. Pero además haré otra cosa: le
devolveré con la vista sana al muchacho. Así lo acordé en batalla
y Gauvain me lo juró.
-Ciertamente, es verdad. Así os lo juré. No os inquietéis por
nada.
-Señor- dice el Orgulloso Encantado-, que traigan
inmediatamente el brazo, el cuerpo y el cofre.
Y Tristán se pone en pie y lo trae. Se lo coloca delante de él y
el Encantado lo abre. Ya estaba allí el cofre donde se encontraba
el brazo del caballero, y el Encantado, sin demorarse, saca el
brazo del cofre y lo une al cuerpo. Entonces estuvo más sano que
pez alguno. Y aquéllas le concedieron el don al Orgulloso que
estaba encantado34. El caballero les cuenta cómo aquél le encontró
en el bosque, cómo combatió y cómo murió, aunque no sintiera
3
3
Toscane (v. 6.329): nombre de una planta. Se desconocen otros ejemplos
de esta palabra (Woledge, cit., p. 59).
34
«Et cels en orent fait le don, / A l'Orgelleus qui ert faé» (vv. 6.382-83); no
resulta muy claro a qué se refiere cela. L. Harf-Lancner corrige: «Et fees en
orent fait le don» (op. cit, p. 67) «Y hadas habrían dado el don...»).
nada, cómo estuvo en reposo encerrado dentro del cuero del
ciervo. Mucho se maravilló Gauvain y se santiguó por la
maravilla y el Feo Valiente hizo lo mismo 35. Tristán y toda su
gente, al ver aquella maravilla, se apresuraron a preguntar quién
le concedió tal destino. Y aquél dijo:
-Se me concedió la noche que nací36.
Gauvain preguntó el nombre del caballero muerto.
-Señor, os juro que mis amigos me llaman el Cortés de
Huberlant37.
Gran gozo hicieron todos juntos. Toda la corte tiembla de gozo
y gran placer tuvieron todo el día hasta la noche. Por la noche
todos se acostaron y al amanecer, pusieron frenos y sillas, y
montaron a las dos doncellas, una era la amiga de Gomeret y la
otra del Encantado Orgulloso. Luego se pusieron todos en
camino. Tristán, su huésped, les acompañó hasta que pasaron el
valle y entonces dijo:

5
3
Merveille (y. 6.392) posee aquí el sentido de «suceso sobrenatural»,
prodigio. Según la clasificación establecida por J. le Goff (il meraviglioso e
il quotidiano nell'Occidente medievlale, Roma, Laterza, 1983) la merveille
se acercaría en este caso a lo magicus adquiriendo por tanto connotaciones
diabólicas y satánicas (de ahí la actitud de Gauvain, que se santigua). Pero
según el proceso característico de cristianización de lo mágico, el suceso
prodigioso será finalmente algo perteneciente al ámbito de lo miraculosus
(obra de Dios) (cf. pág. 95, en la curación del muchacho ciego).
36
«El me fu donee / En cele nuit que je fui né» (vv. 6.398-99). Las
características sobrenaturales del Faé (cf. nota 27) se han manifestado en su
capacidad curativa, en la merveille. Con todo, en estos versos y como
observa (L. Harf-Lancner, cit., p. 66): «Le romancier transforme
l'adversaire surnaturel de Gauvain en un simple mortel doué de pouvoirs
magiques dont il justifie l'origine par le thème des fées marraines...» Se
opera en AP no sólo un proceso de racionalización de «lo maravilloso»,
sino de cristianización, donde finalmente lo inexplicable es obra del diablo
o de Dios (cf. nota 5).
37
Cortois de Huberlant (v. 6.403). No parece citarse en ninguna otra obra.
Con todo, Woledge (op. cit, p. 97) señala: «Notons cependant dans Erec
(1.746) le conte de Honolan (en rime avec Canodan); parmi les variantes
on trouve huberlan (A) et herbelan (V). II s'agit sans doute du, même
endroit et peut-être du même chevalier. On peut rapprocher de ces formes
Humbellande pour Northumberland qu'on trouve dans le Tristran en prose.)
-Señor, si os pareciera bien, iría con vos a la corte y llevaría
con nosotros a mi hija que es hermosa y gentil, en la que
Naturaleza puso atención. La he preparado bien, vedla aquí
montada en la mula.
Gauvain le oye y se alegra mucho:
-Señor, así me ayude Dios, habéis hablado muy cortésmente.
Ahora son tres doncellas y siete caballeros, tal y como cuenta
la historia. Tanto erraron y cabalgaron que hacia mediodía
llegaron al castillo de Codrovain el Rojo que era muy feroz y
temerario. Allí se habían quedado los que estuvieron en el
combate con Cadrés que encontró socorro y buena ayuda para el
rescate de su doncella. También estaba Raguidel de la Avanzada.
La doncella que había negado el vino, la carne y el pan a Gauvain,
le mira y todos le reconocieron en cuanto Gauvain llegó, pues le
estaban esperando en el castillo. Podéis saber que fue muy
hermoso. Les cuenta toda su historia tal y como yo os la he
contado, todo lo que hizo después y cómo combatió contra el
Orgulloso Encantado, y Espinogre con Gomeret, y cómo se hizo
el acuerdo. Cada uno de ellos mucho se reconforta y gran honor le
hicieron. El les dice que por su amor se quedarán todo un día.
-Señores -les dice Gauvain-, os lo agradezco, pero antes de
mañana al mediodía me gustaría estar en Carlion con mis
compañeros. Iré con mis doncellas que son muy hermosas y
corteses.
-Señor -dice Cadrés-, hoyos albergaré en este castillo de
Codrovain. Cuando amanezca iremos en vuestra compañía.
-No rechazo tal compañía ni tal séquito -responde Gauvain.
No voy a contaros el gozo que hicieron, qué pescados ni qué
pimientos, qué pan ni qué frutos de mar, ni qué vinos bebieron
para cenar. Pasaron aquella noche en gran placer.
Por la mañana montaron todos en sus caballos. Codrovain hizo
montar a su gente, sesenta y cuatro caballeros, completamente
armados en los corceles, por amor a mi señor Gauvain. Los
caballeros viajaron sin descanso. Tanto cabalgaron que llegaron al
bosque donde el Orgulloso Encantado había sacado los ojos al
muchacho. Tanto preguntó Gauvain por noticias, que encontró a
las doncellas que le habían contado del Encantado tal y como ha
narrado la historia. Su casa estaba en el bosque. Tenían el corazón
triste y negro de dolor por mi señor Gauvain y pensaban estar
seguras de que lo habían matado y descuartizado. Gauvain les
pregunta cómo estaba el muchacho.
-Señor, está como quien no ve ni cielo ni tierra -le dice una.
-Idmelo a buscar -dice Gauvain-, y traédmelo aquí.
Y aquélla fue en seguida. Trae al muchacho que estaba bien
arreglado. Era prudente y cortés, hermoso y .agradable como si
fuera hijo de conde o rey. En esto, el Orgulloso Encantado pasa la
mano por su rostro y le devuelve la luz. En cuanto vio a Gauvain,
le reconoció.
-Señor, sed bienvenido -le dice el muchacho-. Pensaba que
habíais sido descuartizado. Pero bien veo que fuisteis confundido
con el caballero que está delante: es el Cortés de Huberlant que
nunca quiso pertenecer a corte.
El muchacho contó todo lo que le había pasado tal y como ha
narrado el libro. Pero Nuestro Señor le ha devuelto la vista. No
permanecieron allí mucho tiempo, sino que en seguida montaron.
Mi señor Gauvain sin demora hace montar a las tres doncellas y
no olvida al muchacho que se llamaba Martín, y lo hace montar
en una acémila.

En la Corte del Rey Arturo

Cabalgaron a grandes marchas y llegaron directamente a


Carlion, a la hora de cenar. Allí ya habían servido el agua y
estaban sentados para cenar. En esto, llegó un caballero que les
dice las noticias. Muy hermosas y buenas fueron para el rey y
para todos los de la corte. Todo el pueblo corre hacia allí, el rey y
la reina. N o hay doncella ni muchacho que no haga gran gozo por
él. El rey le besa riendo, pues gran gozo sintió por su llegada y
aquél le cuenta cómo había errado, le cuenta todo el cuento.
Todos han desmontado. No hubo conde ni barón, ni rey ni
príncipe en la casa que no se esforzara mucho en servir a los que
llegaron con Gauvain. El rey mucho honró a los caballeros y la
reina condujo a las doncellas a sus habitaciones encortinadas y les
hizo muy gran honor por la nobleza y el amor que siente por mi
señor Gauvain. Aquella noche hasta el día siguiente estuvieron
tranquilos y en paz.
Por la mañana, el rey se levanta y se dirige a la sala. Gauvain
baja los escalones y se sienta a su lado. Le vuelve a contar cómo
libró de la gran pena a la que sacó del cementerio, luego le cuenta
cómo conquistó a la que Escanor se había llevado. Cuenta todas
las aventuras que había encontrado, las terribles y las duras.
Luego se apresura a decirle que debía recompensar el honor que
todos le habían hecho según le acaba de contar. El rey está muy
contento. No duda en devolver las bondades, sino que mucho le
complace y agrada hacer honor y bondad. Le dice:
-A vuestro placer me ocuparé de ello. Pero ahora quiero ser
vengado de aquel que tanto me humilló, que ante las gentes se
jactó sin razón de que os había matado. De ése quiero tener
venganza.
-Por nada del mundo lo querría, señor –le responde Gauvain-.
Vienen en mi compañía y tengo con ellos un acuerdo según el
cual ya me han pagado. Están en completa libertad.
-A fe mía, será como deseáis -dice el rey Arturo.
-Señor -dice Gauvain-, entregaréis a los dos caballeros sus
amigas: nunca desde el tiempo de Jeremías visteis a dos más
corteses. Daréis la suya a Espinogre, Cadrés se casará con su
amiga y a Raguidel no le faltará la suya pues cuando lo necesité,
me dio un buen corcel.
El rey le cuenta acerca del Rey de la Roja ciudad, cómo se le
entregó y cómo le juró que querría bien a su amiga 38. Y mi señor
Gauvain le ruega que invista a los dos muchachos que ha traído y
los haga caballeros noveles y les entregue tierras y castillos.
En seguida lo preparan todo tal y como los dos habían
pensado. Los matrimonios se hicieron sin impedimento y sin
demora. Las llevaron a la iglesia: muy grande fue la procesión tal
y como debe ser. El obispo Reniés de Chester las esposó con los
caballeros a las que estaban prometidas por el consejo del rey. En
la iglesia no hubo mucha quietud, sino que hubo gran alboroto de
pequeños y grandes. Juglares de muchas tierras cantan y tocan las
8
3
Se refiere al episodio que reproducimos en el Apéndice (cf. pág. 142).
vihuelas, gaitas, arpas y órgano, timbales y salterios, rabeles y
flautines, trompas y caramillos. Todos muestran gran gozo. De
gozo está llena toda la corte, pues muy poderoso era el rey Arturo
que nunca fue malvado ni avaro. Les procuró todo cuanto
necesitaron. y cada uno con su esposa gozó como quiso y le fue
grato.
Por la mañana, al amanecer, pagaron a los juglares. Recibieron
hermosos palafrenes, hermosas ropas y hermosos arneses. Todos
tuvieron ropas y dinero y fueron pagados a su gusto. Cuando los
juglares fueron pagados, regresaron a su país; y la corte se
disolvió. Cada caballero se marcha con gozo y alegría con su
amiga. Todos, grandes y pequeños, vuelven a sus países cuando
las bodas hubieron terminado.
Bien saben todos, altos y bajos, que el Cementerio Peligroso.
se acaba cuando Gauvain, después de tanta errancia, llegó sano y
salvo a la corte, y aquí termina la novela.
Que Dios nos permita vivir cien años en gran gozo y honor y
nos conceda gozo y alegría.

EXPLICIT DE L'ATRE PERELLEU

APÉNDICE
El Rey de la Roja Ciudad.
(episodio del ms. Bibl. Nat. 1433, N2)

Entonces ve venir hacia ellos, por el gran camino, a. un


carbonero al que no conoce. Lleva dos asnos y un rocín, y venía a
gran velocidad. Gauvain le pregunta dónde podrían encontrar
cerca hostal para albergarse.
-Señor –le dice el carbonero-, muy cerca está la Roja Ciudad,
pero ni por necesidad ni por angustia penséis ir, pues hay allí un
mal paso.
-Buen amigo, decidme qué paso es y por qué me habéis
advertido así -le dice Gauvain.
-Señor, el rey de la ciudad es muy presuntuoso y fiero. No hay
caballero mejor desde los puertos hasta Alemania. Lo encontraréis
completamente armado allí delante, junto a una fuente, pues ésa
es su costumbre. Cuatro días de la semana va junto a la fuente.
Con él lleva a una doncella, nunca hombre alguno vio una tan
hermosa. De ella no os sé contar más, pero quien quisiera
describirla en toda su belleza y adornos, bien podría decir en
verdad que nunca hubo mujer tan hermosa que tuviera la cuarta
parte de su belleza, pues ella es muy hermosa y gentil. y sabed
que la doncella se encuentra en gran pena, pues quiera o no, la
hace entrar completamente desnuda en la fuente que es muy fría y
oscura hasta la cintura y sólo se le ven la cabeza y los pechos, más
blancos que flor de espino. Así permanece todo el día eh el frío de
la fuente y no sale del agua hasta el atardecer, cuando él la saca. N
o hay tan alto rey ni conde que si le hablara poco o mucho, no
muriera inmediatamente, pues tendría que combatir con él. Sabed
que cincuenta y cuatro entre los más apreciados del país han
combatido ya con él ya todos ha matado y vencido, cortado la
cabeza y descuartizado. Ahora están todos tan espantados y han
visto morir a tantos, que no se atreven a mantener el pleito.
Después de vencerlos y matarlos, los hace clavar en palos
aguzados que hace plantar en seguida en el lugar con la cabeza y
el yelmo reluciente. No puede haber hombre noble que se pueda
librar pues el rey lo ha jurado así. Si queréis ir a la ciudad,
tendréis que pasar delante del rey pues no puede ser de otro modo.
Señor, tomad buen cuidado de proteger vuestra vida. Si queréis ir
por allí, moriréis sin salvación. Por mucho que le habléis no
pasaréis sin batalla.
-Amigo, me habéis contado suficiente -responde Gauvain-. Os
encomiendo a Dios, y sabed con seguridad que iré por allí para
ver a la doncella y al caballero. Al que ha hecho levantar los palos
por su orgullo, le diré que quiero saber, si le place, quién es y la
causa de su conducta.
Con estas palabras se pone en camino y se aleja del carbonero.
Espolea tanto su corcel que atraviesa la montaña. Entonces ve la
fuente que estaba muy cerca de la ciudad y ve al caballero armado
sobre un corcel fuerte y valiente. Nunca en todo el país se vio uno
más hermoso. Y sabed que su escudo parecía curtido de cuero,
pero era tan resistente y estaba tan bien trabajado que mucho se
tendría que decir de él. No es fácil describir su armadura que era
tan rica, tal y como el cuento nos asegura. No había sobre ella ni
una mota blanca, sino que era más roja que la sangre, la lanza
gruesa y resistente y cuadrada con la punta bien acerada, espada
bruñida y cortante, de color rojo como el fuego, y el caballero
estaba clavado en las espuelas.
Ya ha llegado allí Gauvain. Primero saluda a la doncella que
era muy hermosa, luego mi señor Gauvain que estaba lleno de
nobleza, le dice:
-Señor, ¿por qué crimen hacéis tanto daño a mi señora y os
comportáis tan vilmente con ella?
-Vasallo, si lo queréis saber, preguntádselo a ella y haréis gran
cortesía si la podéis sacar fuera. Pero os conviene dejar en prenda
vuestra vida y vuestro cuerpo.
-Decís ultraje que os convendría enmendar, le dice Gauvain.
Ahora quiero ir a rogarle que, si le complace, me diga por amor y
por cortesía, por qué, desde cuándo y cómo tiene que sufrir este
tormento, enojo y pena.
La que estaba en la fuente le responde:
-Con mucho gusto, señor. Sabed bien que este caballero es Rey
de la Roja Ciudad1, pero es tan felón y desmesurado que no teme
a hombre vivo. El año pasado me iba distrayendo con él por un
jardín. Dijo que no había caballero en el reino del rey Arturo, de
eso estaba bien seguro, al que no conquistara por batalla. y yo le
respondí sin falta como desgraciada e insensata, que en el país se
decía que los de la Tabla Redonda eran los mejores del mundo. Y
mi señor me respondió: "Doncella, creo que hay uno mejor que
yo." y yo le contesté: "Señor, creo que hay muchos que son
mejores. Muy loco e insensato es quien cree ser el mejor de todo
un reino y de un feudo." Y entonces por provocación me dijo:
"Doncella, en mucho desprecio me tenéis, ahora lo sé bien. Pero
nada me inquieto por eso, porque demasiado lo hemos visto: el
fuerte Sansón que fue tan noble, fue traicionado por su mujer. Por
naturaleza, la mujer siempre prefiere valorar a otro más que al
suyo. Siempre le parece tener el desecho de todos los del país y se
considera muy engañada, y si tuviera al mejor de una hueste, más
pronto le humillaría. Ahora sabed en verdad que muy caliente
tenéis el corazón cuando así me habéis despreciado. Os lo voy a
refrescar: por haberme vituperado de este modo os impondré un
gran castigo hasta que encontréis a alguien que lo pueda impedir
por las armas, vencerme o darme mate por la fuerza, o
completamente muerto acabar conmigo en batalla. Cuatro días por
semana os haré entrar a la vista de todos en la negra y oscura
fuente. Lealmente os juro que permaneceréis allí sin vestimenta
alguna hasta que el sol se ponga. Convocad a vuestros amigos, si
algo confiáis en ellos, pues bien pienso, creo y sé que si viniera
alguno por su orgullo y quisiera combatir conmigo que sin justicia
os causo esta pena, si le venzo, que se sepa este juicio: que junto a
vos en palos aguzados haré clavar las cabezas aunque sean un
millar."2

1
«Rois de la Rouge Chité» (v. 143). Aparece citado en el torneo de
Tenebroc (Erec) y en el torneo de Valendon (Bel Inconnu) (cf. West, c.t., p.
140). Se trata de un «caballero bermejo» como se deduce de sus armas
descritas más arriba: «S'armeüre... /.../ II n'i ot seur li point de blanc, / Ains
iert plus rouge que nul sanc /.../ .../ Espee... / de. coulor rouge flamboient»
(vv. 109-116).
Mientras la criatura que estaba en el agua fría hablaba así a mi
señor Gauvain, el rey que no era villano llama a la doncella que
acompañaba a Gauvain y le ruega que le diga por amor y por
cortesía:
-¿Quién es ese caballero armado, tan loco y desmesurado, que
ha venido por necedad a hablar delante de mí a mi amiga? Tengo
grandes deseos de saber toda la verdad acerca de su ser.
-Señor, si Dios me ayuda, no sabría deciros el nombre -le dice
la doncella.
-¿No lo sabéis?
-A fe mía, no.
-¿Cómo es posible, por santo Tomás?
Ella le cuenta en seguida cómo la había encontrado en el
bosque. Le cuenta la aventura sin mentirle en nada 3. Vuelvo ahora
con Gauvain, a quien la doncella de la fuente le cuenta la pena y
enojo que lleva sufriendo desde hace más de tres años. Pero lo
que más le pesa es la pérdida de los nobles caballeros de mérito a

2
El motivo de la doncella que afirma la superioridad de otros por encima de
su amigo o amante, ya lo hemos encontrado en el AP (cf. nota 24). En este
caso adquiere unas características muy concretas: a) la doncella no nombra
a ningún caballero en particular, tan sólo alude a «chil de la Taule roonde»
(v. 155); la doncella no se muestra provocadora ni desafiante, sino que más
bien se pone de manifiesto en la aventura el carácter de «fol» y
«sourquidiés» del amigo (v. 162); b) el caballero se siente humillado y le
impone un castigo que posee todos los rasgos de una maldición (geis, en el
mundo celta) por la fijación de unas condiciones concretas: cuatro días a la
semana, la fuente fría y hasta la puesta del sol (dusques a soleil esconsant,
v. 194). Esta última condición podría relacionarse con la propiedad del
«Caballero Rojo» en tanto que divinidad solar (cf. nota 6), y c) la doncella
será liberada del castigo cuando un caballero venza al Rey de la Roja
Ciudad: los caballeros vencidos serán condenados al ritual de los «palos
aguzados» (cf. nota 20).
3
Las palabras de la doncella no permiten situar el episodio en el roman. El
autor no da nombre a ninguna de las doncellas del AP; la doncella no
explica la aventure (v. 228), sino que tan sólo afirma desconocer el nombre
de su compañero. En el roman, Gauvain decide ocultar su nombre a partir
del v. 3.450 (encuentro con Espinogre), pero a partir de ahí y hasta el final
no se separa de Espinogre (sólo para combatir al Encantado). Se trata sin
duda de una interpolación, como sostiene B. Woledge (cit. página 30).
los que venció por batalla. Una vez los había vencido, hacía
clavar en los palos aguzados las cabezas con los yelmos claros.
-Aquí delante veo un palo en el que no ha clavado nada, sólo
ha apoyado el escudo que perteneció al último al que venció.
Sabed con seguridad que el palo espera vuestra cabeza. Espera a
que sea ahí clavada, tal y como ha anunciado. En cuanto sea
clavada, plantará otro palo junto a éste, y esperará hasta que
venga otro. Señor, sabed ahora en verdad que os he contado mi
aventura y bien la habéis oído.
-Doncella, salid fuera de la fuente por un acuerdo que oiréis:
jamás volveréis a entrar, mientras yo esté sano y salvo.
En seguida, coge sus ropas que estaban junto a la fuente. El
caballero de largo aliento, grita con ferocidad:
-En mala hora tuvisteis esta conversación, podéis estar bien
seguro.
-Vasallo -le dice Gauvain-, amenazad tanto como queráis. No
huiré ni por vos ni por vuestras amenazas. Aquí me encontraréis
dispuesto a defenderme si alguien quiere darme combate. Vedme
ya preparado.
Se desafían y se van a golpear tanto como pueden los caballos.
Se golpean en los escudos grandes golpes con los cortantes
hierros agudos de modo que los agujerean y rompen. Las lanzas
se quiebran, pero ninguno de ellos se movió de la silla.
El Rey de la Roja Ciudad mucho se dolió y abatió cuando vio
que no lo había derribado. Desenvaina la buena y bruñida espada
y golpea a Gauvain tan airadamente sobre el resplandeciente
yelmo que se lo raja hasta la capucha. Por poco no lo tira, pero
bien se mantiene y no cae. Gauvain a su vez le ataca y le golpea
arriba, en lo más alto del escudo, le corta el brocal y le tira mil
mallas de –la buena loriga jalde. Con el golpe violento, la espada
desciende entre el arzón y el rey: rompe el fieltro y todo el arnés y
también el buen caballo de modo que el rey fue derribado entre
los dos trozos. Pero pronto se puso en pie y no le faltaron las
armas. Luego dice:
-Vasallo, por san Amancio, este golpe no fue de niños. Nada
me estimó el que lanzó sobre mí semejante golpe. Ahora sed
noble y educado y descended conmigo a pie. Si no lo hacéis así,
haréis que mate a vuestro caballo y obraréis como villano.
Gauvain piensa que le está diciendo la verdad, que puede tener
la certeza, pues es suficientemente fuerte y feroz para matar a su
corcel. Por ello desmonta y va a requerir a su enemigo. Pero aquél
se defendió tan bien que Gauvain se sorprendió. Le asestó tal
golpe sobre el yelmo gemado que tiró al suelo flores, berilo y
esmalte. El golpe cayó sobre el escudo: le rompió el brocal y le
destrozó la loriga hasta el costado. Bien protegió Dios a Gauvain
al parar el puño con la espada: si no lo hubiera parado, le habría
cortado hasta el hígado. Le empuja con tal fuerza que por poco no
lo derriba, pero Gauvain no se espanta y cuando puede, muy bien
se lo paga. Va a atacarle, seguro corre contra él con la espada
desenvainada y aquel muy bien lo recibe. Muy terrible fue el
ataque que se hacen sobre los yelmos gemados. Todas las gentes
de la ciudad han acudido en seguida allí: no ha quedado joven ni
canoso, hombre ni mujer, justo ni injusto que pueda ir y no vaya.
En la ciudad hubo un gran tumulto y alboroto por todas las calles,
pues pequeños y grandes, clérigos y burgueses y caballeros,
damas, doncellas y escuderos llegaron allí todos juntos para ver el
combate. Habían rodeado la campiña y el rey les había ordenado,
tan cara como tuviera cada uno su vida, que nadie dijera palabra
por lo que viera u oyera. "Pues lo mataría con mis dos manos. No
querría que se le hiciera traición y le juro y otorgo que si se puede
defender de mí, no habría de tener cuidado de otro; que no dude
de ello." Gran temor sienten por su señor todos los barones del
reino. El Rey de la Roja Ciudad dice a Gauvain como quien no es
villano:
-Vasallo, ¿qué os parece? Por la gente de mi país que vienen a
ver la batalla, os juro y prometo que no debéis tener cuidado de
nadie excepto de mí. Tengo poder sobre mi gente y no hay conde
ni barón que por la barba del mentón, ni por la nariz ni por el
diente, no cumpliera mi orden. Os lo he asegurado y jurado
lealmente.
-Os lo agradezco. Cubríos porque os desafío -responde
Gauvain.
-Y yo a vos -le responde el caballero.
Pero Gauvain le golpeó primero sobre el yelmo rojo. Le rompe
el escudo por delante de modo que le rompió las asas, y aquel que
mucho sabía de armas le asesta un golpe con tal fuerza que le
desgarra y rompe la loriga por debajo del sobaco, de modo que le
arrancó carne del costado. Muy terriblemente fue herido el rey: la
sangre le corre a borbotones hasta abajo de la espuela. Cuando el
rey se sintió herido, mucho se enfurece, pero no se espanta de
nada. Mantiene la buena y acerada espada en la que mucho
confía. En ella ha puesto su valor. Golpea a Gauvain de tal modo
que hace crujir el escudo y le hunde la espada en el yelmo hasta la
capucha: el acero no se detiene hasta la cabeza. Le rompe huesos
de la cabeza, pues muy cortante era la hoja, pero no le tocó el
cerebro. Gauvain siente la herida, pero nada se inquieta, sino que
con gran valor le requiere y aquél muy bien se defiende. Bien
esgriman los dos, aquél golpea a Gauvain y éste a aquél, y no
obstante, le asesta tal golpe sobre el yelmo que todo le retumba. Y
aquél le golpea a su vez rompiéndole la mitad de su escudo y
sacándole cien mallas de la loriga, de modo que la espada cayó
sobre el brazo desnudo y le hirió hasta los huesos, haciéndole salir
la sangre más abajo del pecho. Muy feroces son ambos vasallos y
combaten por igual, de modo que nadie que quisiera decir verdad,
sabría elegir al mejor, al más noble, al más valeroso, al más
impulsivo o al más retardado, salvo que mi señor Gauvain atacaba
siempre el primero. Muy destrozadas están las lorigas y rotos los
escudos y no había uno tan entero que ofreciese protección. Con
frecuencia se golpean al descubierto, mucho se hieren y dañan.
Así duró esta batalla desde la hora tercia hasta la puesta del sol.
Ambos eran tan valientes que uno no podía agotar al otro, ni
ganar terreno ni dar mate. Pero muy bien le ataca Gauvain como
aquel a quien no falta proeza, fuerza ni valor, y el otro muy bien
se defiende.
Muy irritado estaba Gauvain de que la batalla durara tanto.
Corre con cólera sobre él y mucho le hiere y empeora. Le golpea
con tal fuerza sobre la cima del escudo que el golpe fue
resbalando. Sobre el puño que mantiene la espada ha caído el frío
acero. Limpiamente le habría cortado el pulgar y otros dos dedos,
pero la espada cayó de tal suerte que se mantuvieron en los
nervios. Del puño le vuela lejos de él la buena espada. Gran ira y
gran pena sintió cuando se vio así herido. Por la gran ira se
esfuerza y recupera la espada, y la coge con la otra mano tal y
c9mo. le enseña la necesidad, y corre hacia él. Allí veríais
recomenzar un duro ataque. Aquél golpea a Gauvain con la
espada de acero y Gauvain le golpea a su vez y por poco no lo
derriba.
Gauvain piensa golpear al rey, que se cubre con su escudo, a
descubierto en la cabeza, pero éste derriba. Tiene la espada
desenvainada y le acomete de tal modo sobre el yelmo de acero
que Gauvain tuvo que arrodillarse y habría caído si Dios no le
hubiera protegido.
Ahora le toca a Gauvain. Con tal angustia golpea su escudo que
se lo rompe. Golpea y vuelve a golpear, le asesta veinte golpes
seguidos. Tiene roto todo el yelmo y le había arrancado el almófar
de la cabeza. Le habría cortado la cabeza, pero aquél, que se
siente acorralado, le dice:
-Merced, me habéis vencido. Puesto que no puede ser de otro
modo, tomad mi espada, os la entrego.
Pero Gauvain no la recibe y jura por santo Tomás: «Por poco
no os he matado.»
-Ay, gentil caballero, merced. Gran desprecio cometeríais si
me matáis ahora cuando me entrego a vuestra merced.
Gauvain le dice en seguida:
-Os conviene jurar prisión y por la mañana sin demora vos y
vuestra doncella que es noble, cortés y hermosa, os entregaréis a
la corte del rey y le diréis de parte mía que le hago presente de
vos. También a la reina contaréis todo el combate tal y como ha
ocurrido, a ella y al buen rey Arturo.
-Cumpliré vuestro placer y en mala hora temeréis que no vaya
allí con agrado. Contaré al rey la verdad de la batalla tal y como la
habéis hecho contra mí, pero quisiera saber vuestro nombre.
Cuando llegue a la corte, ¿quién diré que me envía? -Buen amigo,
he perdido mi nombre. Soy el caballero sin nombre.
-¿No lo sabré?
-No, a fe mía. Diréis que os envía el sin nombre y que os
honren hasta que vuelva a la corte. Decid que volveré cuando
haya encontrado mi nombre. Decidme ahora cómo os llamáis.
-Me llaman Brun Sin Piedad y soy Rey de la Roja Ciudad.
-Nada exagerado es vuestro apodo, dice Gauvain. Pero podéis
saber una cosa: reposaréis esta noche y al amanecer haréis poner
vuestra silla, vos y vuestra doncella, tal y como me habéis
prometido.
Y aquél le jura que se pondrá en su prisión. Las gentes que
estaban alrededor, caballeros, burgueses y valvasores, hicieron
gran duelo por su señor, que estaba muy herido, y todos fueron a
la ciudad.
Gauvain dice que se marcha y que no permanecerá allí por más
tiempo. Ordena a la doncella que encontró en el bosque en una
landa, que suba en su palafrén.
-A fe mía -le dice el rey-, os ruego por nobleza si puede ser de
algún modo, que vengáis a albergaros conmigo.
Todos ruegan al caballero ya la doncella cortés, que era muy
agradable y hermosa. Pero él les dice que por nada del mundo se
quedaría y los encomienda a todos a Dios y ellos a él. El rey le
jura y otorga que mañana se pondrá en camino sin más demora.
Gauvain no quiere retrasarse más. Vuelve a su camino, pero gran
necesidad tenía de curar sus heridas. La que iba en su compañía,
no dejaba de llorar. El le dice:
-Hermosa y dulce amiga, no lloréis más, ya me curaré. Sabed
una cosa con seguridad: en toda mi vida vi a un hombre de tal
valor como este caballero. No he querido hospedarme con él pues
no habría sido justo. Habría cometido algo despreciable, pues
demasiado daño le he causado. Pero mucho me entristece que no
hayáis comido ni bebido.
-¡Ay, buen señor!, no tengo hambre. No hay en el mundo tan
buen pan del que ahora mismo pudiera comer.
En esto se van más que al paso, no sé a dónde, buscando
aventura. Pero los ha visto un caballero armado y fuerte que
acababa de matar a un caballero allí mismo hacía un momento.
Aún estaba completamente ensangrentada la espada de acero,
clara y bruñida. Le saluda muy noblemente, pero el otro no le
devuelve el saludo y le grita:
-Vasallo, si Dios me ayuda, no llevaréis así a la dama. Os
atacaré y lo pagaréis muy caro.
Entonces Gauvain tuvo que irritarse. Se desafían y se golpean.
Con las puntas de las lanzas se requieren ambos con todas sus
fuerzas. Con valor se golpean, despedazando los escudos. Aquél
le golpea primero en el yelmo con tal fuerza que le hizo salir
fuego. Y Gauvain le golpea a su vez a descubierto sobre el escudo
rajándoselo hasta el hígado. El corcel salta y se va por el camino a
través del bosque.
Mucho le disgusta a Gauvain, pues no se sabe aconsejar. No
quiere dejar sola por ninguna necesidad a la doncella. El corcel
arrastra la silla y huyendo se va muy asustado. Gauvain ha vuelto
para que la doncella no sienta pavor. Aquella noche hasta el
amanecer yacieron los dos en el bosque y cuando vieron el día,
ambos se marchan de allí. En lugar de su escudo, que estaba
usado y que ya no le podía servir, coge el del caballero. Luego
montan los dos y se van. Cabalgaron toda la jornada hasta entrado
el mediodía, y sabed que al tercer día todavía no habían comido ni
bebido. Entonces vieron a un caballero...

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