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El sujeto desde otro punto de vista interaccionista

Norma B. Desinano

Comunicación presentada en el V Encuentro Internacional del Interaccionismo Sociodiscursivo, FHyA-


UNR, Rosario, agosto de 2017, en la Mesa de Diálogo “Perspectivas interaccionistas sobre el sujeto y
la lengua”, en la que participaron Norma B. Desinano y Ecaterina Bulea Bronckart

Mi punto de vista teórico no es el ISD, pero considero adecuado presentar este trabajo para
este Congreso porque el propósito, justamente, es poder atender a la posibilidad de un
diálogo entre dos posiciones que responden a una misma categorización general (las dos se
manifiestan como teorías interaccionistas) pero tienen rasgos diferenciales importantes.
Considero también que la propuesta que haré tratará de marcar una de las diferencias
mayores entre ellas porque me parece que identificar las diferencias, es, en la ciencia que
compartimos, una necesidad epistemológica importante que permite dar mayor claridad a
ambos puntos de vista teóricos.
Las ciencias fácticas, entre ellas la Lingüística y todas aquellas que se ocupan del lenguaje,
entre otras, proponen teorías que difieren en muchos sentidos de las que se plantean en
otros campos científicos. Una “materia heteróclita” como el lenguaje propone múltiples
problemas de estudio que generan respuestas teóricas variadas. Estas respuestas, aunque
rigurosas y coherentes, descubren al mismo tiempo vastos territorios en los que se
advierten vacíos argumentativos. Me refiero a que la ciencia en este caso cubre con holgura
sus objetivos en cuanto a rigor y coherencia interna, pero no produce una
conceptualización teórica compacta que pueda dar cuenta de todos los problemas,
presentes o posibles en los fenómenos, susceptibles de ser convertidos en objeto de
estudio.
Sirva esta introducción para dar entrada a una visión interaccionista alternativa respecto del
ISD, que si bien se manifestará como una oposición teórica puntual sobre la base de un
recorte diferente, es oposición en el sentido en el que el estructuralismo como teoría la
concibe: como una instancia en la que la existencia de un término depende de una
diferencia respecto de otro término y eso hace posible la existencia de ambos. Ese estudio
de la diferencia es clave para entender los alcances y los límites de categorías,
conceptualizaciones u objetos científicos de diferentes teorías, que coexisten en la medida
en se constituyen por su diferencia.
En esta exposición pretendo demarcar por oposición y diferencia respecto del ISD, los
alcances y los límites de la concepción de sujeto que sustenta el interaccionismo propuesto

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en el grupo de Campinas por la Dra. Claudia Lemos y que reconoce como fuentes una
revisión cuidadosa del estructuralismo saussuriano y la influencia del Psicoanálisis,
especialmente lacaniano.
Hace unos años presenté en una publicación del Centro de Lingüística Aplicada de esta
Facultad, editada por las profesoras Ma. Cristina Rébola y Maricel Stroppa, un artículo en el
que, entre otros puntos, marcaba esta diferenciación que ahora retomo para este diálogo.
La idea no es repetir lo que dije en su momento, sino proponer una nueva faceta posible de
la argumentación sobre el mismo tema, fundada en otros aspectos teóricos porque, creo,
será un factor de mayor peso en la marcación de la diferencia teórica que ya había señalado
en su momento.
El ISD se ocupa específicamente de una categoría sujeto, es decir que acuerda con el punto
de vista de que una teoría lingüística, cualquier teoría lingüística, debería organizarse
considerando simultáneamente una teoría del sujeto. Cualquier concepción del lenguaje se
basa en una empiria: hay sujetos que hablan una lengua. Esto no es un detalle banal y según
sea la concepción que la teoría proponga de ese sujeto habrá variaciones importantes en las
concepciones correlativas de lengua y de discurso. De algún modo, explícita o
implícitamente toda teoría lingüística refiere a un sujeto y es importante establecer los
rasgos fundamentales que lo singularizan para comprender mejor la teoría lingüística que lo
presupone.
El ISD, si bien en muchos casos se plantea como encuadre para la Didáctica de la Lengua –
tomada esta denominación con todas las connotaciones y reservas que se marcan en el
campo educativo en nuestro país-, desarrolla un punto de vista teórico- lingüístico bien
definido y se sostiene en una teoría del sujeto, lo que da un sustento epistemológico fuerte
a todas las reflexiones y desarrollos que parten de dicho encuadre; y lo mismo ocurre con el
Interaccionismo de la Escuela de Campinas. En este caso recuperaré solamente la categoría
sujeto para la argumentación y no me extenderé en las consecuencias que trae
potencialmente la diferencia de concepción de sujeto en el conjunto teórico, ya sea del ISD
como del Interaccionismo propuesto por los investigadores brasileños. Tampoco me
detendré en los aportes que pueden desprenderse de las investigaciones de este último en
relación con una mirada didáctica, aunque también son significativos.
El ISD propone un sujeto concebido como agente, cuyo accionar le permite interactuar en
un medio social integrándose en él sobre la base del reconocimiento de los discursos
generados por la cultura propia de ese medio. La interacción es así el lugar de encuentro
entre el discurso -su generación, función y valor social- y los sujetos hablantes. El sujeto
hablante es por tanto eje central en cuanto a que la acción ejercida por él con otros, hacia

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otros y por otros lo transforma en agente, agente de acciones lingüístico-discursivas. En
este sentido se lo ve como una figura cargada de positividad, en cuanto a que posee el
poder de hacer en el campo de la lengua y del discurso, positividad que está ya
profundamente marcada en los aportes teóricos de Vygotski y Volochinov. No continuaré
profundizando esta aproximación ya que ustedes la conocen bien. Probablemente no he
sido suficientemente sensible a matices que un especialista en ISD me señalaría, pero,
justamente, esa será una posibilidad para el Diálogo.

El punto de partida para la diferenciación que pretendo señalar sostiene que en tanto el
sujeto propuesto por el ISD es un hablante que se apropia de la lengua lo que le permite
manifestarse como sujeto hablante y como agente social a través de los discursos sociales;
el sujeto del interaccionismo brasileño mantiene con la lengua una relación fluctuante, en la
que por momentos será un sujeto hablante y agente social y en otros quedará descolocado
frente a las exigencias de la acción lingüística en la medida en que será incapaz de advertir
los fallos que se generan en su propio discurso. Esto implica que si bien el interaccionismo
brasileño también supone que la acción lingüística depende de conocimientos sobre la
lengua y el discurso, esos conocimientos una vez logrados, no son inalienables. Se sostiene
que la acción lingüística está siempre a merced de los avatares de la relación cambiante que
mantiene el sujeto con la lengua y con el discurso. En suma, que en este sujeto existe una
precariedad inherente a su condición de hablante que, si bien no es decisiva en su
actuación, tampoco da lugar a una confianza plena en que esa actuación será adecuada en
toda situación comunicativa.
He planteado esta diferencia en otros trabajos, entre ellos el que mencioné más arriba y
también en mi tesis doctoral, pero en este caso mi reflexión pasa por un aspecto que no
tuve en cuenta previamente y que considero importante para marcar la diferencia entre un
sujeto caracterizado como un agente social capaz de logros lingüístico-discursivos poco
proclives a borrarse o desaparecer en la instancia de esa agencia, y un sujeto cuya relación
con la lengua es relativamente precaria, lo que lo transforma en un hablante mucho más
falible de lo que lo consideramos habitualmente.
Es probable que mi explicación en su inicio les parezca añeja y fuera de contexto, pero
intentaré demostrar que “hace sentido”, no solamente para establecer la diferencia que
busco marcar en este trabajo, sino también en relación con determinados fenómenos
lingüísticos que habitualmente descartamos como fallas desafortunadas y casuales.
Todos recordamos que en el Curso de Lingüística General – y en los distintos manuscritos de
alumnos que no intervinieron en la edición- queda explicitado en forma manifiesta el hecho

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de que la lengua es un objeto social. Creo que no hace falta buscar citas o refrendar esta
afirmación con material tomado de otras fuentes saussurianas, para decir que ésta es en
principio una afirmación categórica. En el mismo texto y siguiendo con la definición de la
categoría, Saussure plantea que la lengua es “un sistema de signos”. Se trata de dos niveles
de descripción que confluyen para determinar el objeto teórico ontológicamente y como
estructura lingüística.
Retomaré ahora algunas de las formas en las que Saussure va perfilando la categoría signo.
La lectura detenida realizada en distintas obras por Michel Arrivé y Jean- Claude Milner ha
podido lograr un nivel poco común de profundización respecto de rasgos que han quedado
a veces difumados por la aparente simpleza con la que se presentan los argumentos en el
Curso –texto didáctico si los hay- y por la forma en que los hemos hecho formar parte de
nuestros saberes, quizás un poco irreflexivamente.
Según Milner, el signo no ha sido definido por Saussure en ninguno de sus escritos y lo que
queda es una caracterización que se va mostrando poco a poco a lo largo de las fuentes
como cada vez más compleja y con rasgos más sutiles. Se comienza con una descripción
simplista respecto de la asociación de un concepto y una imagen acústica, que voy a tratar
de analizar primero para luego llevarla a la instancia que hace al desarrollo de este trabajo.
Saussure no solamente desconfía del elemento léxico signo, que lo acerca al tratamiento
clásico que presupone la relación de representación, sino que la denominación concepto
tampoco le parece adecuada porque no refiere a la entidad psíquica que pretende expresar;
y lo mismo ocurre con imagen acústica porque alude, aunque sea indirectamente, a una
materialidad demasiado marcada. Es así como Saussure va estableciendo distancias
respecto de la caracterización inicial del siguiente modo: mantiene la denominación signo
“a falta de otra mejor”, pero aclara que es la relación de asociación la que genera el signo.
Esta afirmación, como lo plantea Milner es clave para comprender la teoría saussuriana. El
signo tradicionalmente había sido concebido desde la Antigüedad Clásica como una relación
de representación: el significante representa al significado y el signo en su conjunto es una
representación o cumple una función de representación respecto de algo ajeno a la lengua.
La innovación que introduce Saussure es de una importancia fundamental desde el punto
de vista epistemológico: representar implica una jerarquía entre dos planos, por un lado lo
que representa y por otro lo que es representado. En términos mentalistas lo representado,
el concepto, tiene prioridad incuestionablemente respecto de aquello que lo representa.
Cuando Saussure habla de asociación, lo que presenta es una relación entre elementos que
pueden ser de distinta naturaleza pero que son pares en cuanto a su jerarquía, no hay
prioridades de ningún tipo del uno sobre el otro. Se une a esta aclaración el rápido cambio

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que hace Saussure, remplazando concepto por Significado e imagen acústica por
Significante, denominaciones cuyo origen es de muy de antigua data pero que implican un
grado de abstracción mucho mayor. Cabe destacar que -como aparece en las notas de Di
Mauro sobre la edición facsimilar del Curso-, el remplazo de las denominaciones surge en
los manuscritos de Saussure apenas con semanas de diferencia y que la posición en el
esquema circular (significado ocupando la parte superior del esquema y significante la
inferior), es obra de los editores, ya que Saussure no siempre usa el círculo como esquema
y en otras versiones que aparecen en los manuscritos la posición de los elementos indica
paridad. Es importante tener en cuenta que estos cambios (modificación de
denominaciones, diferentes figuras esquemáticas) son mínimos pero muestran una
modificación sutil aunque considerable: el signo es el resultado de la relación de asociación
y se constituye a partir de ella, es decir que la asociación genera al signo. Sobre la misma
base, se clarifica el sentido de una precisión posterior que agrega Saussure al decir que la
asociación que constituye al signo es la de dos “elementos psíquicos” que se generan y
asocian en la psique (espíritu) de los hablantes.
He considerado necesario realizar este largo recorrido aparentemente desviante del eje de
mi trabajo para poder llegar a este último enunciado que da lugar a la siguiente afirmación:
un signo lingüístico se constituye en la psique del hablante a partir de una asociación de dos
elementos de índole psíquica. Y es en este punto en el que nos hallamos frente a una nota
que suena discordante: la lengua, que es un objeto social, es al mismo tiempo un sistema de
signos, cada uno de los cuales se constituye a partir de la asociación de dos elementos
psíquicos que se generan en la psique de cada hablante. La discordancia entre el plano de lo
social y el de lo individual parece menor, pero creo que no es así y vale la pena explicarla en
función del eje de este trabajo.
La base de esa discordancia se funda en que el objeto de la teoría es considerado como
social pero la generación de sus elementos constitutivos depende de relaciones psíquicas
que se producen en la psique (espíritu) de los sujetos. Esta tensión entre lo social y lo
individual me parece que puede ser explicada a través de dos características que se han
adjudicado al signo: la arbitrariedad en el caso de Saussure y la convencionalidad en el caso
de Benveniste. En principio me parece que la arbitrariedad se manifiesta como una
característica de base: en el objeto lengua todos los signos muestran relaciones de
asociación que son arbitrarias, en el habla se demuestra que el uso de la lengua se plantea
como empleo convencional de las asociaciones. Sin embargo, esa convención es limitada
porque dado el carácter arbitrario de la asociación, no siempre los elementos psíquicos se
asocian convencionalmente en la psique del hablante.

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Esta conclusión puede llevar a una discusión extensa y a establecer distintos tipos de
consecuencias secundarias, pero, para retomar el eje de esta presentación me limitaré a
retomar aquellos aspectos que tienen que ver con la conceptualización de sujeto que
pretendo diferenciar en el caso del interaccionismo de la Escuela de Campinas. Sin desdeñar
el hecho de que el sujeto es un hablante que participa como agente en situaciones
comunicativas, creo que debe tenerse en cuenta una faceta fundamental y primaria. La
lengua, es decir el sistema de signos y cada uno de estos, preexisten al sujeto, pero la
relación de asociación en la psique del sujeto se actualiza en forma instantánea en la
continuidad de la enunciación ante cada situación comunicativa y puede no llevar a una
resolución feliz –convencional y positiva-, respecto de la comunicación-. Se trata de una
actividad psíquica cuya complejidad queda oculta por su grado de naturalización, hasta el
punto de que la ignoramos dándole un carácter casi de acto mecánico. Sin embargo,
distintos factores contextuales o inherentes a los estados psíquicos propios del sujeto
llevan a menudo a que la relación de asociación culmine en lapsus, hápax, condensaciones,
efectos glosolálicos de distinta índole, entre otras posibilidades.
Aquí centro la diferencia en cuanto a la concepción de sujeto dentro de las teorías
consideradas.
Tanto las investigaciones de la Dra. Lemos y su grupo, como las que hemos llevado a cabo
durante los últimos años en nuestra Cátedra confirman la frecuencia de la aparición de los
fallos que he señalado más arriba -en el habla cotidiana, en la oralidad secundaria y en la
escritura-, fallos que muchas veces no son objeto de reformulación porque el sujeto
hablante no toma consciencia de ellos. Considero entonces que el sujeto dentro de la teoría
interaccionista en la que apoyo mis investigaciones obliga a considerar y estudiar una faceta
que lo diferencia claramente del sujeto que propone el ISD. El sujeto que he tratado de
mostrar es un sujeto hablante falible, que por momentos parece desconocer su lengua
materna y suele no advertir los fallos que comete. Este hecho, además, no es casual, sino
que podría decirse que es inevitable en la medida en que, por lo menos dentro de la teoría
saussuriana, el signo es generado por una relación de asociación que requiere de una
actualización permanente por lo que es también una permanente fuente de provocación
para que la actividad psíquica del sujeto modifique esa relación.
Para cerrar esta reflexión se puede resumir el planteo diciendo que si el sujeto del ISD es un
agente con el poder de disponer de la lengua como objeto social, el sujeto del
interaccionismo que he presentado muestra amenudo la tensión propia de su actividad
psíquica que debe actualizar permanentemente las asociaciones generadoras de signos.

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Terminaré mi exposición con el recorte de una cita que incluí en el trabajo que publiqué
hace años: “Siempre subsiste en otros términos, un resto representativo práctico, de
entidades psíquicas del orden del mundo vivido y/o del inconsciente, que no cesan de
empujar las puertas del pensamiento y del lenguaje” (Bronckart, 1996: 60). Y, muchas
veces, esas puertas se abren.

Referencias
Arrivé, M. (2010). Em busca de Ferdinand de Sussure. San Pablo, Brasil: Parábola.
Bronckart, J.P. (1996). Activité langagière, textes et discours. Pour un interactionisme socio-
discursif. París, Francia : Delachaux et Niestlé.
Milner, J.-P. (2008). El periplo estructural: figuras y paradigmas. Buenos Aires, Argentina:
Amorrortu.

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