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RECUERDOS DE UN SPINOZISTA II

Gilles Deleuze

DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Félix. “Recuerdos de un spinozista, II”, Mil mesetas.


Capitalismo y esquizofrenia, trad. José Vázquez Pérez, Pre-textos, Valencia, 2002, pp.
260-264.

En Spinoza hay otro aspecto. A cada relación de movimiento y de reposo, de velocidad y de


lentitud, que agrupa una infinidad de partes, corresponde un grado de potencia. A las relaciones
que componen un individuo, que lo descomponen o lo modifican, corresponden intensidades
que lo afectan, aumentan o disminuyen su potencia de acción, que proceden de las partes
exteriores o de sus propias partes. Los afectos son devenires. Spinoza pregunta: ¿qué puede un
cuerpo? Se llamará latitud de un cuerpo a los afectos de los que es capaz según tal grado de
potencia, o más bien según los límites de ese grado. La latitud está compuesta de partes
intensivas bajo una capacidad, de la misma manera que la longitud está compuesta de partes
extensivas bajo una relación. Del mismo modo que se evitaba definir un cuerpo por sus órganos
y sus funciones, también hay que evitar definirlo por caracteres Especie o Género: se intenta
contar sus afectos. A ese estudio se llama "etología", y en ese sentido Spinoza escribe una
verdadera Ética. Hay más diferencias entre un caballo de carrera y un caballo de labranza que
entre un caballo de labranza y un buey. Cuando Von Uexküll define los mundos animales busca
los afectos activos y pasivos de los que es capaz el animal, en un agenciamiento individuado del
que forma parte. Por ejemplo la Garrapata, atraída por la luz, se iza hasta la punta de una rama;
sensible al olor de un mamífero, se deja caer sobre él cuando éste pasa bajo la rama; por último,
se hunde bajo la piel, en la zona menos peluda posible. Tres afectos nada más, el resto del
tiempo la garrapata duerme, a veces durante años, indiferente a todo lo que sucede en el
inmenso bosque. Su grado de potencia está perfectamente comprendido entre dos límites, el
límite óptimo de su festín tras el cual muere, el límite pésimo de su espera durante la cual ayuna.
Se dirá que los tres afectos de la garrapata suponen ya caracteres específicos y genéricos,
órganos y funciones, patas y trompas. Eso es cierto desde el punto de vista de la fisiología, pero
no desde el punto de vista de la Etica, en la que los caracteres orgánicos derivan, por el
contrario, de la longitud y de sus relaciones, de la latitud y de sus grados. Nada sabemos de un
cuerpo mientras no sepamos lo que puede, es decir, cuáles son sus afectos, cómo pueden o no
componerse con otros afectos, con los afectos de otro cuerpo, ya sea para destruirlo o ser
destruido por él, ya sea para intercambiar con él acciones y pasiones, ya sea para componer con
él un cuerpo más potente.

Una vez más se recurrirá a los niños. Se señalará cómo hablan de los animales, y al hacerlo se
emocionan. Hacen una lista de afectos. El caballo del pequeño Hans no es representativo, sino
afectivo. No es el miembro de una especie, sino un elemento o un individuo en un
agenciamiento maquínico: caballo de tiro-ómnibus-calle. Se define por una lista de afectos,
activos y pasivos, en función de ese agenciamiento individuado del que forma parte: tener los
ojos tapados por orejeras, tener un freno y bridas, ser noble, tener un gran hace-pipí, tirar de
pesadas cargas, ser fustigado, caer, armar ruido con sus patas, morder..., etc. Estos afectos
circulan y se transforman en el seno del agenciamiento: lo que "puede" un caballo. Tienen
claramente un límite óptimo o máximo de la potencia-caballo, pero también un umbral pésimo:
¡un caballo cae en la calle!, y no puede levantarse a causa de la carga demasiado pesada y de los
fustazos demasiado fuertes; ¡un caballo va a morir! —espectáculo ordinario en otra época
(Nietzsche, Dostoievsky, Nijinsky lloran por ello). En ese caso, ¿qué es el devenir-caballo del
pequeño Hans? Tarnbien Hans está atrapado en un agenciamiento, la cama de su mamá, el
elemento patemo, la casa, el café de enfrente, el almacén vecino, la calle, el derecho a la calle, la
conquista de ese derecho, la nobleza, pero también los riesgos de esa conquista, la caída, la
vergüenza... No son fantasmas o ensoñaciones subjetivas: no se trata de imitar al caballo, de
"hacer" el caballo, de identificarse con él, ni siquiera de tener hacia él sentimientos de piedad o
de simpatía. Tampoco se trata de un asunto de analogía objetiva entre los agenciamientos. Se
trata de saber si el pequeño Hans puede dar a sus propios elementos relaciones de movimiento y
de reposo, afectos, que le hace devenir-caballo, independientemente de las formas y de los
sujetos. ¿Existe un agenciamiento todavía desconocido que no sería ni el de Hans ni el del
caballo, sino el del devenir-caballo de Hans, y en el que el caballo, por ejemplo, enseñaría los
dientes, sin perjuicio de que Hans enseñe otra cosa, sus pies, sus piernas, su hace-pipí, cualquier
cosa? Y, ¿en qué medida el problema de Hans avanzaría, en qué medida se abriría una salida
anteriormente obstruida? Cuando Hofmannsthal contempla la agonía de un ratón, es en él
donde el animal "muestra los dientes al destino monstruoso". Y no es un sentimiento de piedad,
precisa Hofmannsthal, y menos aún una identificación, es una composición de velocidades y de
afectos entre individuos completamente diferentes, simbiosis, que hace que el ratón devenga un
pensamiento en el hombre, un pensamiento febril, al mismo tiempo que el hombre deviene
ratón, ratón que rechina los dientes y agoniza. El ratón y el hombre no son en modo alguno la
misma cosa, pero el Ser se dice de los dos en uno solo y mismo sentido en una lengua que ya no
es la de las palabras, en una materia que ya no es la de las formas, en una afectibilidad que ya no
es la de los sujetos. Participación contra natura, pero precisamente el plan de composición, el
plan de Naturaleza, está a favor de tales participaciones, que no cesan de hacer y de deshacer sus
agenciamientos empleando para ello todos los artificios.

No es ni una analogía, ni una imaginación, sino una composición de velocidades y de afectos en


ese plan de consistencia: un plan, un programa o más bien un diagrama, un problema, una
pregunta-máquina. En un texto realmente extraño, Vladimir Slepiam plantea el "problema":
tengo hambre, siempre tengo hambre, un hombre no debe tener hambre, debo, pues, devenir
perro, pero ¿cómo? No se tratará ni de imitar al perro ni de una analogía de relaciones. Tengo
que conseguir dar a las partes de mi cuerpo relaciones de velocidad y de lentitud que lo hagan
devenir perro, en un agenciamiento original que no procede por semejanza o por analogía. Pues
no puedo devenir perro sin que el perro no devenga a su vez otra cosa. Para resolver el
problema, a Slepiam se le ocurre utlizar unos zapatos, el artificio de los zapatos. Si mis manos
son unos zapatos, sus elementos entrarán en una nueva relación de la que derivan el afecto o el
devenir buscados. Pero, ¿cómo podría anudar el zapato de mi segunda mano si tengo la primera
ocupada? Con mi boca, que su vez está investida en el agenciamiento, y que deviene hocico de
perro en la medida en que el hocico de perro sirve ahora para atar mi zapato. En cada etapa del
problema, no hay que comparar órganos, sino poner elementos o materiales en una relación que
arranca al órganao de su especifidad para hacerlo devenir "con" el otro. Pero el devenir, que ya
afecta a los pies, las manos, la boca, va a fracasar a pesar de todo. Fracasa en la cola. Habría que
haber investido la cola, forzarla a liberar elementos comunes al órgano sexual y al apéndice
caudal, para que el primero sea incluido en el devenir-perro del hombre, al mismo tiempo que el
segundo, en un devenir del perro, en otro devenir que formaría parte del agenciamiento. El plan
fracasa, Slepiam no lo consigue en ese punto. La cola sigue siendo, en ambas partes, órgano del
hombre y apéndice del perro, que no componen sus relaciones en el nuevo agenciamiento. Ahí
es donde surge la deriva psicoanalítica, y donde reaparecen todos los clichés sobre la cola, la
madre, el recuerdo de infancia en el que la madre enhebraba unas agujas, todas las figuras
concretas y las analogías simbólicas. Así lo quiere Slepiam, en ese hermoso texto. Pues hay una
manera en la que el fracaso del plan forma parte del propio plan: el plan es infinito, podéis
comenzarlo de mil maneras, siempre encontraréis algo que llega demasiado tarde o demasiado
pronto, y que os obliga a recomponer todas vuestras relaciones de velocidad y de lentitud, todos
vuestros afectos, a modificar el conjunto del agenciamiento. Empresa infinita. Pero también el
plan tiene otra manera de fracasar; en este caso, porque otro plan reaparece con fuerza e
interrumpe el devenir animal, replegando al animal sobre el animal y al hombre sobre el
hombre, reconociendo únicamente semejanzas entre elementos y analogías entre relaciones.
Slepiam afronta los dos riesgos.

Nosotros queremos decir algo muy simple sobre el psicoanálisis: el psicoanálisis ha encontrado
con frecuencia, y desde el principio, el problema de los devenires-animales del hombre. En el
niño, que no cesa de atravesar tales devenires. En el fetichismo y sobre todo en el masoquismo,
que no cesan de afrontar este problema. Y lo menos que se puede decir es que los psicoanalistas
no han entendido nada, ni siquiera Jung, o no han querido entender. Han masacrado el devenir-
animal, en el hombre y en el niño. No han visto nada. En el animal, ven un representante de las
pulsiones o una representación de los padres. No ven la realidad de un devenir-animal, no ven
cómo es el afecto en sí mismo, la pulsión en persona, no representa nada. No hay más pulsiones
que los propios agenciamientos. En dos textos clásicos, Freud sólo ve al padre en el devenir-
caballo de Hans, y Ferenczi en el devenir-gallo de Arpad. Las orejeras del caballo son el binóculo
del padre, lo negro alrededor de la boca, su bigote, las coces son el "hacer el amor" de los padres.
Ni una palabra sobre la relación de Hans con la calle, sobre cómo le han prohibido la calle, lo
que supone para el niño el espectáculo "un caballo es noble, un caballo cegado tira, un caballo
cae, un caballo es fustigado...". El psicoanálisis no tiene el sentido de las participaciones contra
natura, ni de los agenciamientos que un niño puede montar para resolver un problema cuyas
salidas le han sido cerradas: un plan, no un fantasma. De igual modo, no se dirían tantas
tonterías sobre el dolor, la humillación y la angustia en el masoquismo, si se viese que son los
devenires-animales los que lo rigen, y no a la inversa. Para conseguir la más elevada Naturaleza
siempre se necesitan aparatos, herramientas, artefactos, siempre se necesitan artificios y
obhgaciones. Pues hay que anular los órganos, en cierto sentido encerrarlos, para que sus
elementos heredados puedan entrar en nuevas relaciones de las que derivan el devenir-animal y
la circulación de afectos en el seno del agenciamiento maquínico. Así, ya lo hemos visto en otra
parte, la máscara, la brida, el freno, la funda de pene en el Equus eróticus: el agenciamiento del
devenir-caballo es de tal naturaleza que, paradójicamente, el hombre va a domar sus propias
fuerzas "instintivas", mientras que el animal le transmite fuerzas "adquiridas". Inversión,
participación contra natura. Y las botas de la femme-maîtresse tienen por función anular la
pierna como órgano humano, y poner los elementos de la pierna en una relación adecuada al
conjunto del agenciamiento: "de esta manera ya no serán las piernas femeninas las que me
harán efecto...". Ahora bien, para interrumpir un devenir-animal, basta precisamente con
extraer de él un segmento, con abstraer de él un momento, con no tener en cuenta las
velocidades y las lentitudes intemas, con detener la circulación de los afectos. Entonces ya sólo
hay semejanzas imaginarias entre términos, o analogías simbólicas entre relaciones. Tal
segmento remitirá al padre, tal relación de movimiento y de reposo remitirá a la escena
primitiva, etc. Aún así hay que reconocer que el psicoanálisis no es suficiente para provocar esa
interrupción. Tan sólo desarrolla un riesgo incluido en el devenir. El riesgo de estar siempre
"haciendo" el animal, el animal doméstico edípico, Müler haciendo guau guau y reclamando un
hueso, Fitzgerald lamiéndoos la mano, Slepiam volviendo a su madre, o el viejo haciendo el
caballo o el perro en una postal erótica de 1900 (y "hacer" el animal salvaje no sería mejor). Los
devenires animales no cesan de atravesar esos peligros.

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