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MIEL DE LA PEÑA

(SALMO 81:16)
Creer es la cosa más maravillosa del mundo. Agregar tu propia obediencia, terminará estropeándolo
todo. Lo más difícil en el mundo es tomar a Cristo como mi propia justicia: eso es lo que significa
reconocerlo como “Cristo”. Si le agregas algo tuyo lo haces no-Cristo.

Cuando vayas a Dios para ser aceptado, cualquier cosa tuya que entre, distinta a Cristo, llámala
anticristo; pide que se vaya; que solo la justicia de Cristo triunfe. Cuando Satanás carga el pecado en tu
consciencia entonces cárgalo sobre Cristo, esto es el evangelio; es decir hacerlo “Cristo”. Cuando el alma,
con todos sus deberes y aflicciones, sus obligaciones y fracasos, puede decir: Nada más que Cristo, solo
Cristo, para justicia, justificación, santificación, redención" (1 Corintios 1:30)… esa alma se habrá elevado
por encima del alcance de las olas de desesperación.

Haz a Cristo tu paz; "Porque él es nuestra paz" (Efesios 2:14); no tu obediencia ni tus lágrimas, Cristo es
tu justicia, no tu crecimiento en la gracia. Puedes destruir a Cristo sintiéndote aceptado por Dios debido
a tu obediencia, y así también puedes hacerlo al sentirte rechazado por tus pecados.

Las personas que temen ver la peor corrupción por el pecado, y el más grande infierno del corazón,
dudan de los méritos de Cristo. Si tratas de hacer algo por ti mismo para compensar el pecado, renuncias
a Cristo como el justo que se hizo pecado por ti (2 Corintios 5:21).

Recuerda que en todas Las Escrituras no existe una palabra de condenación hacia un pobre pecador
despojado de la justicia.

Te quejas mucho sobre ti mismo. ¿Acaso tu pecado te hace mirar más a Cristo, y menos a ti mismo?
Mirar tu obediencia, tus cambios tu crecimiento, en lugar de mirar a Cristo, es peligroso. Mirar tu éxito
espiritual te hará sentir orgulloso; mirar la gracia de Cristo te hará sentir humilde.

No quites ni un momento la mirada de Cristo. No mires primero tu pecado; mira a Cristo primero. Si
puedes ver a Cristo en medio de tus lagrimas por el pecado, entonces podrás descartar la culpa de tu
pecado (Zacarías 12:10). Deja que el pecado quiebre tu corazón, pero no tu esperanza en el evangelio.

Cuando nos acercamos a Dios, no debemos traer nada sino a Cristo. Cualquier ingrediente, o cualquier
calificación previa nuestra, envenena y corrompe la fe. El que construye su fe en lo que hace y en cómo
ha cambiado, no sabe todo lo que Cristo ofrece.

¿No tienes consuelo a causa del pecado? Miras a tu derecha y a tu izquierda y preguntas: “¿Dónde puedo
encontrar la bendición?”. Te estás tropezando con tus tareas y ocupaciones para remendar una justicia
que te salve. Mira a cualquier lado que no sea Cristo y estás acabado. Dios no va a mirar otra cosa que no
sea Cristo; tú tampoco debes mirar otra cosa.

Dices que no puedes creer, que no puedes arrepentirte. Estarías más preparado para Cristo si no tuvieras
nada más excepto el pecado y el sufrimiento. Acércate a Cristo con toda tu impenitencia (rebelión) y
falta de fe, para tener fe y arrepentimiento de parte de Él, esa es la gloria del evangelio. Dile a Cristo:
“Señor, no traigo justicia, no tengo gracia para ser aceptado ni por la que ser justificado; he venido por
tu gracia y tu justicia y debo tenerla”. Queremos “traer cosas a Cristo” (en lugar de recibir), y eso no debe
ser.

Esta es la verdadera fe: descansar sobre las montañas eternas del amor y la gracia de Dios en Cristo y
vivir continuamente a la luz de la infinita justicia y los méritos de Cristo. Solamente eso te va a cambiar.
Sin eso el corazón es espiritualmente impotente. La verdadera fe significa seguir mirando fijamente la
gracia de Jesús y luego, ver la corrupción completa, aunque insignificante, de tu pecado (en comparación
con la justicia de Cristo). Es ver todo perdonado, y con eso en mente, orar, escuchar y demás.

Observar el sol natural debilita el ojo. Cuanto más miras a Cristo, el Sol de Justicia, más fuerte y claro
será tu ojo de fe. Mira solo a Cristo, y lo vas a amar y vivir en Él. Piensa en Él continuamente. Si quieres
ver la pecaminosidad del pecado, detestarlo y llorar, entonces no te detengas a mirar el pecado, sino que
primero mira a Cristo, como quien está sufriendo y satisfaciendo cada ley de Dios por ti. Si quieres
crecer en gracia, en santificación, no te quedes mirando fijamente ninguno de ellos, siempre comienza
mirando la justicia de Cristo.

Un cristiano nunca carece de consuelo a menos que el orden y el método del evangelio esté quebrado
por mirar tu propia justicia y apartar la mirada de la perfecta justicia de Cristo. Esto es como vivir a la
luz de la vela, en lugar de hacerlo a la luz del sol. La miel que sorbes de tu propia justicia se convertirá en
amargura, y la luz que tomas de ella para caminar, se convertirá en una noche oscura para tu alma.

Nuevamente, si quieres orar y no puedes hacerlo y por ese motivo te desanimas, mira a Cristo orando
por ti; utiliza su lugar ante el Padre por ti, ¿qué te puede faltar (Juan 14:16)? Si estás atribulado, mira a
Cristo, tu paz, dejándote paz cuando ascendió al cielo, cargándote para que nos estés tan atribulado y no
obstruya tu consuelo espiritual o tu fe (Juan 14:1-27; Efesios 2:14). Ahora está en el trono, al haber
derrotado en la cruz, en el estado más bajo de humillación, todo lo que puede condenarte. Él ha llevado
todos tus pecados, tus penas, tus problemas y tus tentaciones y se ha ido a preparar un lugar rico para ti
en la familia.

Cristo hizo este favor por todo el amor que te tiene, por todo el amor que tiene hacia los pobres santos y
las iglesias, los más despreciados, los más pequeños, los más débiles, incluso si no estás totalmente de
acuerdo con ellos, ellos están grabados en su corazón. Permite que también lo estén en el tuyo.

Extractos de:
“Miel de la peña”, de Thomas Wilcox (1621-1687), pastor de una iglesia bautista en Londres.

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