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DEL AULA

Los recetarios
del aceite Conquistador
HUELLAS DE UN PROCESO
DE CAMBIO MODERNIZADOR
José Luis Juárez López*

Los años cuarenta del siglo XX, en México, se distinguieron en el campo


alimentario por la unión definitiva de productos provenientes de la industria y la
difusión masiva de platillos de la cocina mexicana. Diferentes compañías promo-
vieron sus productos mediante publicaciones que incidieron de forma positiva en
sus ventas y que al mismo tiempo dejaron un cúmulo de información que hoy
nos sirve como registro para entender un poco más la historia que se teje día tras
día, alejada de los grandes escenarios.

e n 1941, la Fábrica de Aceites y Grasas


Comestibles Clavel, que había introdu-
cido su aceite envasado al mercado mexicano en
1932, puso a disposición de su amplia clientela
na. La operación fue exitosa y lograron colocar
catorce “tratados prácticos”, como también se
les calificó, en el gusto del público, dos por año,
durante el periodo 1941-1947.1
los recetarios del aceite Conquistador. La estra- No sabemos cuál fue el tiraje de estos rega-
tegia comercial consistió en obsequiar perió- los, pero tenemos pistas que evidencian su bue-
dicamente una serie de recetas de cocina tanto na acogida: la permanencia de la publicación
nacional como internacional para ayudar a las durante siete años, que aún en la actualidad es
amas de casa en la diaria tarea de guisar. Des- posible encontrar en librerías de ocasión, y so-
de la primera publicación, se estableció que los bre todo que muchas mujeres de generaciones
productos impresos que se obsequiaban a las posteriores a la década de los cuarenta todavía
personas que los favorecían con la compra y el la poseen o recuerdan.
consumo del aceite que fabricaban, no eran fo-
Para la preparación de este texto, pudimos revisar los receta-
lletos cualesquiera sino valiosas obras de coci- 1

rios 1, 2, 3, 4, 6, 7, 9, 10, 12, 13 y 14, publicados en México


por la Fábrica de Aceites y Grasas Comestibles Clavel entre
* Investigador del Museo Nacional de las Intervenciones, INAH. 1941 y 1947.

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La incidencia que tuvo esta marca de aceite y


sus novedosos presentes en otras partes del país
tampoco ha sido delineada, si bien se sabe que
las áreas de producción ya se estaban formali-
zando en lo que años después serían los princi-
pales núcleos de actividad industrial regional.
Uno abarcaba el Distrito Federal y el Estado
de México; otro, el occidente, con Guadalajara
como eje; surgió luego el del noroeste, en cuya
ciudad clave, Monterrey, se fabricaba el aceite
Triunfo; y finalmente el noreste, que compren-
día los estados de Sonora, Sinaloa y Baja Cali-
fornia (Elementos, 1984: 39-41).
La fábrica que producía el aceite Conquista-
dor estaba en la Ciudad de México, lo cual faci-
litó su amplio rango de promoción y venta. Por
lo tanto, es difícil pensar que el éxito del pro-
ducto y sus recetarios que sostienen los editores
no fuera tal y se tratara sólo de una interpreta-
ción. ¿Puede ponerse en tela de juicio a una fá-
brica pionera que todavía en la década de los
sesenta figuraba como empresa líder y en buena
marcha?
La idea de promover el aceite por medio de
un recetario no fue exclusiva de esta compañía.
Los fabricantes de los aceites Casa y Monarca
también entraron a la competencia y brindaron
sus respectivos compendios. El primero, que se
anunciaba como un aceite famoso, insuperable
y de muy alta categoría, además de las rece-
tas presentó un Itinerario geográfico-histórico de
la cocina mexicana y descriptiva de algunos de sus
variados sabrosos platillos, donde asegura que la
cocina mexicana era variada en platillos, fácil
de condimentar y un poquito difícil de digerir,
y se centra en el despliegue de la cocina regional.
El segundo, aparte de las fórmulas, eligió com-
partir con sus seguidoras, a la manera de los
manuales decimonónicos y de los recetarios de Recetarios de cocina realizados por los fabricantes
de aceites Casa y Monarca
principios del siglo XX, lo que a su juicio se ser-
vía en un banquete, el montaje correcto de una

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mesa, la preparación de un desayuno de primera


comunión y la merienda de un bautizo (Receta-
rio de cocina, s/f; 200 recetas, 1942).
Los materiales ofrecidos por el aceite Con-
quistador, sin embargo, fueron los que lograron
colocarse en el gusto de las familias y, al paso de
los años, quedaron como una serie valiosa. En
ellos podemos apreciar una acción de relevo cu-
linario donde se advierte la existencia de cam-
bios. Los recetarios conservaron algunos rasgos
característicos del siglo XIX fuertemente arraiga-
dos en la sociedad. Esas características conser-
vadoras, al conjugarse con otras nuevas, perte-
necientes al campo de la mercadotecnia –que
entonces comenzó a implementar novedosos
métodos de difusión–, permitieron la implemen-
tación de elementos modernos. En los recetarios
podemos asomarnos al producto que promo-
vían, a la cocina que difundieron y a los mensa-
jes plasmados en sus interesantes portadas.
Para la cuarta década del siglo XX, el uso
del aceite en México ya se había establecido en
los hogares mexicanos y comenzaba a sustituir
paulatinamente a la manteca y a otros elementos
grasos utilizados de modo intensivo. Las venta-
jas del uso del aceite Conquistador, se propuso,
eran varias. Su bonita presentación envasada
era garantía de limpieza en su manipulación,
no despedía olor alguno, era económico, rendi-
dor y de un atractivo color ambarino. Estas ca-
racterísticas cumplían con los lineamientos del
Reglamento de Salubridad Pública, que señala-
ba que los aceites comestibles sólo podían ofre-
cerse al público en envases cerrados, ya fueran
hechos de hojalata, lámina estañada o cristal, y
debían especificar la grasa para cocinar de que
se tratara y su composición, el nombre del fabri-
cante y la ubicación de la fábrica.
Para terminar de establecer la calidad del
aceite Conquistador y demostrar que era un
producto de confianza, en el recetario número 2

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se presentaron los pasos detallados para pro-


ducirlo, desde la trituración de las semillas de
ajonjolí hasta el envasado en botella de vidrio.
La descripción del proceso se reforzó con la
difusión de fotografías de una parte de las ins-
talaciones de la fábrica que mostraban calderas,
lavadoras mecánicas de botellas, y cañones de
refrigeración, lo cual también hace referencia al
proceso de industrialización por el que entonces
atravesaba el país.
Este aceite, como otros productos, se ha des-
tacado como uno de los símbolos de moderni-
dad a la que accedieron las amas de casa por
medio de la actividad culinaria, en lo que se ha
llamado una lucha de sabores novedosos que
establecieron paulatinamente una nueva actitud
ante el acto de cocinar durante la primera mitad
del siglo XX (Aguilar, 2009: 52-85).
El aceite de ajonjolí tenía el segundo lugar en
preferencia, después del que se obtenía a partir
de las semillas de algodón, y en 1932 aumentó
su producción. Era muy estimado por ser de fá-
cil adquisición; se consideraba una grasa bien
aceptada entre el público, e incluso establecía
un puente de asociación, ya que según un in-
forme oficial de la Secretaría de Economía, re-
cordaba a los consumidores las semillas que se
usaban para decorar algunos panes (Vergara,
1934: 9-10, 51).
Las recetas de la colección Conquistador co-
mo gran regalo tuvieron por supuesto un lugar
muy especial. Se ofrecieron de manera tradi-
cional, es decir, por rubros: entremeses, sopas,
huevos, legumbres, aves, carnes, pescados, sal-
sas, ensaladas, postres, helados, bebidas, panes
finos, repostería y dulces. Es pertinente decir
también que hubo poca innovación culinaria
y que las fórmulas en varios números fueron
las mismas. Estas propuestas, sin embargo, ad-
quirieron reputación y se publicaron en otras
colecciones como la del Almanaque Dulce, una

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publicación hecha por los productores de azú-


car en México que las llamó reiterativamente
Recetas “Conquistador” y que eligió para com-
partir con sus propias lectoras preparaciones
como aguacates y jitomates rellenos (Almanaque,
1943: 16; y 1945: 77-78).
Todas estas preparaciones forman una pe-
queña enciclopedia que apunta en varias direc-
ciones. Muchas son de corte popular, como sopa
de tortilla, tinga, chiles rellenos y en nogada,
entomatado de res, enchiladas y chalupas; otras
están alineadas a una tendencia cosmopolita,
como patatas a la española, ensalada rusa, arroz
a la valenciana, crema de poro, sopa de almejas
y pollo a la boulanger (que se rellena con una far-
sa de queso, jamón, crema y champiñones y se
sazona con vino).
Esta vertiente internacional expresa cierta
continuidad con los manuales del siglo XIX, que
ofrecían una cocina orientada mayormente a la
reproducción de delicias europeas. En los rece-
tarios Conquistador, podemos encontrar refe-
rencias a las cocinas francesa, inglesa, italiana,
española y americana y a muchos estilos, como
al holandés, al veneciano y al cubano. Este fue
un claro despegue de lo que sería el auge que tu-
vieron las cocinas de otras naciones en la Ciudad
de México en la década de los cincuenta, cuando
la idea de atrapar ciertos aires de internaciona-
lidad en la actividad culinaria invadió los espa-
cios restauranteros e incluso los hogares.
La caracterización de la cocina mexicana que
vemos en estos recetarios es un tanto ambigua.
Se le apuntó como nacional en el sentido de
representativa. Esta situación es comprensible
porque el concepto cocina mexicana en los años
cuarenta estaba en plena estructuración. Agus-
tín Aragón y Leiva dijo entonces que ya había
llegado la hora de que se le diera un lugar des-
tacado a la cocina mexicana. Él se lo concedió en
sus múltiples artículos e incluso en su Dicciona-

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rio de recetas de cocina, mientras que Jo-


sefina Velázquez de León publicó va-
rias obras con las que comenzó a re-
valorar muchas de las preparaciones
autóctonas, además de antojitos y pla-
tillos regionales de la república mexi-
cana (Juárez, 2008: 133-136). Esta úl-
tima huella está presente en nuestra
colección por medio de un ramillete de
recetas de Yucatán, cuya fama, dice la
publicación, ha traspasado las fronte-
ras de nuestro país por su sabor exóti-
co capaz de satisfacer los gustos culi-
narios más exigentes.
El panorama culinario general en
el México de los años cuarenta fue de
claroscuros. Rafael Martín de Campo,
por ejemplo, representaba una posi-
ción a favor de nuestra cocina. En un
artículo propositivo titulado “Alimen-
tos y condimentos mexicanos incorpo-
rados a la cocina universal” de 1945,
dejó claro que él pensaba que algunas
de las contribuciones más valiosas que
había hecho México al mundo prove-
nían del campo alimenticio. Juan Ven-
tosa Roig, en su libro La alimentación
popular, publicado dos años más tarde
por la Secretaría de Educación Pública, sostenía lección. Uno de ellos, los huauzontles, no solía
por el contrario que la cocina mexicana era más aparecer registrado. Durante la segunda mitad
bien dañina porque no correspondía al buen de los años treinta, una maestra de cocina re-
régimen dietético, ya que era altamente indi- comendó prepararlos capeados, con o sin tallo
gesta. Para él, los antojitos no eran sino dese- y formando tortitas (Ramírez: 1937: 264-265). El
chos que comían los sectores populares (Juárez: recetario Conquistador, en su número 4, entró
2001: 16-17). en más detalles: se cuecen en agua hirviendo
El camino hacia la aceptación de la cocina con media cucharadita de bicarbonato y sal; una
mexicana fue largo y no estuvo exento de des- vez cocidos, se escurren apretándolos con las
encuentros como los anteriores, que nuestros manos y se enjugan con una servilleta, después
pequeños recetarios también atravesaron. Dos se van juntando tres o cuatro ramitas, ponien-
ejemplos de platillos cuya difusión contribuyó a do entre ellas queso rallado, se capean y se les
que fueran más aceptados son parte de esta co- hace su caldillo de jitomate. Estos huauzontles,

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más adelante, acompañarán al huitlacoche para Marichu, en sus dos primeros libros de cocina,
quesadillas, regularmente con queso, y a los no- escritos hacia 1933 y 1934, llamó a la hora del té
pales, ya sea en ensalada o guisados. “la hora íntima”, con evocaciones románticas y
El segundo caso de apreciación valorativa es poéticas. Se sirve, dijo, se saborea, y todas las
el de los tlacoyos. Al respecto, es preciso recor- tristezas se desvanecen con su vapor. Ella lo
dar que hasta 1909, el Nuevo cocinero mexicano en acompañaba con sándwiches muy sencillos o
forma de diccionario pedía que se les quitara el fri- con una rebanada de pastel (Carabia, 1933: 243-
jol –lo que eliminaba una combinación caracte- 249; 1934: 217-221). La práctica de este rito era
rística de la alimentación popular: maíz y frijol– considerado completamente chic.
y después rellenarlos con una farsa sustanciosa En el número 12 de la colección, se ofrecieron
de picadillo o de queso (Nuevo cocinero, 1888: recetas de bebidas: Sensación, mixtelas de uva
175, 602). El tlacoyo, por lo tanto, se sometía a un y de membrillo, ponche frío y caliente, Calcuta
ajuste con el fin de poder llevarlo a la mesa de con cognac y highball. Las bebidas novedosas y la
los llamados paladares exquisitos –léase, los preparación de cocteles como Chicago Special,
de los ricos. Duque de Heredia y coctelito Conquistador ya
Los recetarios del aceite Conquistador ofre- eran conocidas en la cuarta década del siglo pa-
cieron los tlacoyos ya sin estas adecuaciones y sado. La costumbre de tener en casa un pequeño
en calidad de antojitos, un rubro que todavía bar y que la mujer supiera preparar las bebidas,
aparecía de manera separada de los demás ele- encontró aquí otro canal de difusión (Juárez,
mentos de la cocina mexicana. Allí se les defi- 2014: 1-11).
nió como gorditas de maíz cocidas en el comal Una huella más de sobrevivencia decimonó-
y rellenas de pasta de frijol, garbanzo o alverjón. nica en la constitución de la colección de rece-
Con esta anotación, volvieron al origen, es de- tarios del aceite Conquistador se puede apre-
cir, a la esfera popular, y se dejaron de lado las ciar en los créditos. Estos folletines se ubicaron
pretensiones que trataban de colocarlos como primero como resultado del minucioso trabajo
producto de una gran cocina. de expertos en la materia, es decir, cocineros, y
En el otro extremo de esta orientación están después como aportación gratísima de distin-
las galletas para el té, que entonces se llamaban guidas damas mexicanas, tal como lo hizo el ya
pastas. La costumbre de tomar té, a imitación de mencionado Nuevo cocinero mexicano en forma de
los británicos, todavía para la cuarta década del diccionario. Pero aquí la diferencia es que hay un
siglo XX era una ceremonia que se consideraba producto de por medio, y una orientación hacia
civilizada y en la que imperaba el buen gusto y el consumismo, ya que, a diferencia del manual
sobre todo la convivencia. La hora del té había decimonónico, que tenía un carácter didáctico,
desbancado a la hora del chocolate desde 1912 estos recetarios eran más bien una recompensa
y se había convertido en un signo de superiori- al consumo para las clientas del aceite Conquis-
dad, en un pretexto agradable de reunión que tador, mismas que en retribución acercaron al-
podía ser elegante y efectuarse lo mismo en la gunas preparaciones.
terraza, que en el comedor o el jardín. Enton- Estos pequeños compendios tienen un aspec-
ces, el té se acompañaba con uno o dos platones to más, que es aquello que nos muestran en sus
rebosantes de muffins, bizcochitos y pan tosta- portadas. Los mensajes gráficos son poderosos
do con mantequilla. María Aguilar de Carbia, vehículos de difusión, que abren el paso a múl-

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tiples interpretaciones y establecen la dinámica


de alcanzar un objeto o establecer una idea; son,
por lo tanto, ganchos de la publicidad pero tam-
bién relaciones documentales (Woodford, 1985:
13-14).
Sus interesantes portadillas funcionan como
una línea de tiempo en la que vemos una pro-
puesta amplia: manos creadoras, mariscos, mu-
jeres, celebraciones, cocineros, caballeros medie-
vales, niños, meseros y más. A través de ellas,
los editores enviaron una serie de mensajes que,
al mismo tiempo que registraban de manera
idealizada y hasta cierto punto ingenua a la so-
ciedad, son huellas de esos momentos. En tan-
to producto comercial, todas muestran el aceite
Conquistador, a mujeres a veces rodeadas de ni-
ños y varios platillos. Estas imágenes nos sirven
para hacer la lectura de una parte de la historia
de este país.
El recetario número 4, que corresponde a
1942 registró lo que entonces fue una nueva for-
ma de celebrar la Navidad. Al ritual del naci-
miento y sus figuras, se sumó el árbol navideño
adornado con esferas y focos de colores y a la
cena tradicional de esa noche, conformada por
romeros, bacalao y ponche caliente, se unió el
pavo al horno mostrado en una mesa.
La presencia emblemática del cocinero se
aprecia en varios números. Sabemos que esa
figura se comenzó a valorar como una labor
que estaba representada por nombres de altu-
ra, como el de Ernesto Bondi, chef de cuisine del
balneario de San José Purúa, pero también por
figuras menores que laboraban en restauran-
tes de mediana categoría e incluso populares
que tenían esta actividad como un oficio digno
(Suma Gastronómica, 1946: 38-39; y 1947: 48-49).
En el recetario número 7, se presentó a un ca-
ballero medieval que le da nombre al aceite. Esta
imagen de gallardía se reforzó en el número 9,
correspondiente al año de 1945, que presentó a

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un niño que carga una gran botella del aceite minas A, B y C en beneficio de la humanidad,
Conquistador a manera de trofeo. En el interior con una clara referencia a la nutrición.
de este número, se lee que el país atravesaba ese Finalmente, el número 14 anuncia contun-
año por una escasez de papel, que las recetas dente la llegada de una novedosa plataforma de
presentadas eran nutritivas, económicas y fáci- espacio comercial y de acceso a la realización
les, y lo más sobresaliente es que se afirma que de compras: el moderno supermercado en Mé-
1945 era el año de la victoria, en clara alusión al xico. Éste llegó en 1945 a establecer una nueva
fin de la Segunda Guerra Mundial. dinámica que consistió en la elección personal
El número 10 muestra dos novedades: por de los productos, por lo regular empaquetados,
un lado, el refrigerador –que entonces comen- y que puso énfasis en el manejo higiénico de
zaba su penetración en el país– como emblema los comestibles y el eficaz servicio tanto en el
de modernidad en una cocina, con la imagen de suministro como en el cobro. En la portada del
una mujer y dos niñas que parecen festejarlo. recetario, una guapa y elegante clienta conduce
Por otro, el cuidado de la salud mediante expli- un carrito con sus adquisiciones. Este estableci-
caciones sobre las necesidades nutrimentales de miento comercial, que de alguna forma rivalizó
un organismo y el descubrimiento de las vita- con los mercados tradicionales, se instaló prime-

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Los recetarios del aceite Conquistador HUELLAS DE UN PROCESO DE…

ro en colonias de clase media y alta de la Ciudad


de México, como Anzures, Polanco y Del Valle,
y se implantó luego, como es bien sabido, en las
de carácter más popular.
Los recetarios del aceite Conquistador son
registros escritos y visuales de nuestra historia,
que nos hablan de las aficiones y los gustos de
una sociedad que experimentaba cambios. Es-
tas transformaciones, en tanto referencias histó-
ricas, nos ayudan a asociarlas con los diferen-
tes periodos de tiempo de forma amena y casi
imperceptible. Como marcas poderosas, en ellas
se puede apreciar la supervivencia de viejas es-
tructuras y el cambio paulatino que operó para
que la sociedad entrara de lleno a la moderni-
dad usando la amplia vía de los alimentos y la
cocina como signos del México contemporáneo,
siguiendo la rúbrica “Para su cocina y comedor,
aceite Conquistador”.

Referencias
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